El Misterio de Belicena Villca
El Misterio de Belicena Villca
El Misterio de Belicena Villca
LIBRO PRIMERO
“El desaparecido de Tafí del Valle”
LIBRO SEGUNDO
“La Carta de Belicena Villca”
LIBRO TERCERO
“En busca de Tío Kurt”
LIBRO CUARTO
“La Historia de Kurt Von Subermann”
LIBRO QUINTO
“Epílogo... o Prólogo”
HIPEREPÍLOGO
LIBRO PRIMERO
Capítulo I
Capítulo II
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reconocimos que se trataba del idioma quechua. Por otra parte, el ataque era
sintomáticamente anormal en ella.
El Dr. Cortez ordenó una inmediata dosis de Valium, sumiendo a la
infortunada Belicena Villca en un sopor del que sólo habría de salir un instante
para ver la Muerte de Cerca, tal como lo sugería la expresión de tremendo horror
con que se hallaba crispado su rostro cuando fue encontrada, ya muerta, tres
horas más tarde. Y aquí surge el misterio; el primer elemento que desconcertó y
sorprendió a los avezados policías: luego de ser atendida la paciente, serían las
0,00 horas, todos nos retiramos de la celda siendo ésta cerrada por el Dr. Cortez,
quien inadvertidamente guardó la llave en uno de los bolsillos de su traje de
Papá Noel olvidando luego depositarla en el tablero general de llaves. A las tres
de la mañana al ir la enfermera de turno a recorrer la ronda habitual, notó la falta
de la llave, de la cual nadie supo dar parte. Dedujo de ello que habría sido llevada
por el Dr. Cortez y, como los duplicados se encuentran en la oficina del mismo,
no le quedó otra alternativa más que llamarle a su casa. No fue necesario
hacerlo, pues la operadora del conmutador interno informó que el Dr. aún
permanecía en el Hospital, aunque estaba a punto de retirarse. Avisado éste de
su error, decidió subir al pabellón “B” para entregar la llave y realizar una breve
inspección ocular. Es decir, que durante esas tres horas, la llave, único medio
para abrir la puerta blindada de la celda, estuvo en poder del Dr. Cortez. Pero el
Director del Hospital era un hombre de reconocida trayectoria social, cuyas
virtudes morales han sido siempre exaltadas como ejemplo digno de emulación, y
de quien, por último, nadie osaría dudar, ni siquiera el experimentado policía
Maidana a cargo de la investigación del caso.
En fin, el Dr. Cortez abrió la puerta de la celda acompañado por mí y la
enfermera García exactamente a las 3,05 hs. Un olor penetrante y dulzón fue lo
primero que nos llamó la atención. Era una fragancia como a sahumerio de
sándalo o incienso y resultaba tan fuera de lugar allí, que nos miramos perplejos.
Pero esto sólo fue un instante pues lo que vino después concentró toda nuestra
atención.
Belicena Villca yacía en su lecho, sin duda muerta desde un tiempo atrás,
con el cuello tumefacto a causa del estrangulamiento a que había sido sometida.
El arma homicida, una cuerda color marfil, estaba enlazada aún en su cabeza
pero suelta ya. Y los dos extremos caían suavemente sobre el pecho hacia el
costado de la cama.
Era un espectáculo tan horrible que la avezada enfermera García lanzó un
grito de espanto y tambaleó hacia atrás, debiendo sostenerla por los hombros, a
pesar de que mis piernas no se hallaban del todo firmes. Y no era para menos; la
muerta tenía las manos cerradas sobre las frazadas a ambos lados del cuerpo,
posición en que debieron estar en el momento de la muerte y que la rigidez
cadavérica conservó, lo que indicaba que no se había defendido de su misterioso
asesino. Este debió infundirle tal terror que, aún observando cómo le pasaban el
lazo por el cuello, y luego, sintiendo que el mismo se cerraba y le cortaba la
respiración, sólo atinó a aferrarse desesperadamente a la frazada. Tal deducción
se afirmaba al contemplar el gesto de la cara: los ojos muy grandes y
desorbitados; y la boca entreabierta, permitiendo ver la lengua hinchada, que
parecía quebrarse en una palabra inconclusa, algo que quizá ya nunca sería
pronunciado, quizá la misteriosa pachachutquiy.
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Expondré ahora el segundo elemento absurdo e irracional que, al intervenir
con el peso contundente de lo concreto, eliminó cualquier esperanza de obtener
una pronta y simple solución. Me explicaré mejor. El hecho incomprensible de
que la puerta estuviese cerrada con llave cuando se cometía el crimen, primer
elemento, podía pasarse por alto estableciendo las hipótesis lógicas, aunque
improbables, de que el asesino poseyese otra llave o que existiese una
conspiración por parte de miembros del cuerpo médico, etc. Al fin y al cabo tales
hipótesis las formulaba la policía y lo que ellos pretendían era despojar al caso de
todo “misterio” o ilusión sobrenatural. Pero la cuerda color marfil, segundo
elemento, consistía en un objeto demasiado tangible para pasarlo por alto.
El segundo elemento fue la evidencia de que algo siniestro e irracional se
había instalado irresistiblemente entre nosotros. Se trataba de una cuerda de un
metro de largo; construida con cabello, al parecer, humano, trenzado y teñido.
Pero lo insólito estaba representado por las dos medallas de oro, una en cada
extremo, girando locamente en dos pequeños conos de oro. Las medallas en sí
constituían lo más absurdo del conjunto: exactamente iguales en sus formas de
Estrella de David, no lo eran, sin embargo, sus grabados e inscripciones. Una de
ellas llevaba cincelado en relieve un trébol de cuatro hojas labrado en el
hexágono central; la otra mostraba un fruto que, indudablemente, correspondía a
la granada.
Yo las encontré parecidas a ciertas joyas masónicas que vi en una
exposición del Rotary Club; pero la familiaridad terminó en cuanto hice memoria y
razoné que el único punto de semejanza entre éstas y aquéllas era la Estrella de
David que, como todos saben, está formada por dos triángulos equiláteros
entrelazados. Es un símbolo adoptado desde hace milenios por el pueblo hebreo
para identificarse, tal como puede comprobarse hoy día viéndola en la bandera
del Estado de Israel.
Las partes posteriores de las medallas llevaban inscripciones. Mas, éstas,
lejos de aclarar algo, aumentaban nuestra confusión pues estaban redactadas en
dos idiomas distintos. Una frase, grabada horizontalmente en el centro, estaba
escrita en caracteres hebreos, aunque tales signos no eran los mismos en cada
medalla. Rodeando a estas palabras había otra inscripción en letras latinas, esta
vez idéntica para ambas joyas. En ese momento nadie pudo aclarar a qué idioma
pertenecía: “ada aes sidhe draoi mac hwch”. Las palabras hebreas, por su
parte, decían; en la granada ; בונחy en el trébol וחבח.
Como se comprenderá, esta curiosa cuerda enjoyada daba toda la
sensación de ser algo de uso ceremonial o religioso, atributo que el oficial
Maidana captó de inmediato pues al examinarla no pudo evitar un gesto de
repugnancia y una exclamación:
–Puaj ¡esto es algo judío!
Capítulo III
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corporaciones multinacionales, etc., y hasta a la política exterior de las potencias
imperialistas. En la ideología nacionalista es creencia corriente que todas esas
vastas organizaciones convergen en una cúpula de poder, situada en algún lugar
del mundo, verdadero Gobierno Secreto al que llaman “Sinarquía
Internacional”.
La Sinarquía habría desarrollado una Estrategia cuya ejecución ha de
conducir a la formación de un Gobierno Mundial que regiría sobre todas las
Naciones de la Tierra. Las diferencias y contradicciones que se advierten entre
las grandes organizaciones mencionadas serían de orden táctico y puramente
exteriores; en los vértices de poder todas coincidirían y los esfuerzos generales
estarían encaminados a cumplir la Estrategia sinárquica.
En la ideología nacionalista es dogma, desde hace un siglo, que la
Sinarquía ha sido fundada por los judíos con la pretensión de asegurarse el
dominio del Mundo y dar así cumplimiento a profecías emanadas de la Biblia y a
mandamientos del Talmud. Por eso los nacionalistas que sostienen estas ideas
suelen odiar ardientemente a los judíos.
No me sorprendió, entonces, la exclamación antijudía del Oficial Maidana;
pero, entendiendo que se trataba de una impresión apresurada, traté de hacerle
comprender que atribuir un origen judío a la cuerda homicida, sólo porque las
medallas tenían forma de Estrella de David, era cuando menos aventurado: en
efecto, tal símbolo es utilizado también por otras religiones o sectas como la
Masonería, la Teosofía, los Rosacruces, las Iglesias Cristianas, etc. Además, le
dije, estaba la granada y el trébol constituyendo una combinación extraña; ¿y las
inscripciones indescifrables? ¿y el cordón de cabello teñido? No. No sería tan
fácil calificar el conjunto.
Capítulo IV
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resueltamente por varias Provincias del Norte argentino e incluso salió del país,
viajando por el interior de Bolivia y del Perú. Esa conducta resultó sospechosa
para los Servicios de Inteligencia, quienes la sometieron a intensa vigilancia y
finalmente la detuvieron.
Fue durante los duros interrogatorios que se consideró la posibilidad de
que Belicena Villca estuviera mentalmente desequilibrada, por lo que, luego de
las consultas a médicos militares, se había dispuesto su traslado al Hospital
Neuropsiquiátrico Dr. Javier Patrón Isla. En cuanto al hijo, el Ejército nada sabía
de su paradero ni si militaba en alguna organización subversiva; su desaparición
justamente alertó a las autoridades pues se pensó que había pasado a la
clandestinidad. Esta idea se afirmó al conocerse la sorprendente actividad de la
madre, asunto que motivó finalmente su detención. La información precedente la
suministraba el Coronel para que no se diera crédito a las historias o a los
reclamos que pudiera hacer la enferma.
Según el Dr. Cortez el tono de la carta no admitía réplica; era casi una
orden internar a Belicena Villca. En su criterio se debian considerar dos
posibilidades: o la mujer enloqueció durante el “interrogatorio”, o la historia que
planteaba el Ejército era real. Lo que debía descartarse de plano era una tercera
variante: que supiera algo sobre la subversión... En ese caso habría sido
ejecutada. Corrían tiempos difíciles en ese entonces; la Argentina ocupada
militarmente en 1976, venía soportando una represión tremenda que comenzó
con el exterminio de los famosos “guerrilleros nihilistas”, tal la calificación oficial, y
concluyó con un baño de sangre digno de Calígula, donde cayeron, amén de los
míseros guerrilleros, gente de toda laya. Los muertos y desaparecidos se
contaban por millares y, en atmósfera tan peligrosa, no era bueno para la salud
discutir las directivas militares.
–Ya vendrán tiempos mejores –nos decía el Dr. Cortez– recuerden que los
militares se rigen por las leyes de la Estrategia. –Y con su habitual erudición, nos
citaba a Maquiavelo, genio de la Estrategia, que en su obra “El Príncipe” dice: “...
al apoderarse de un Estado todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes
que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que
renovarlos día a día y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los
hombres a fuerza de beneficios”. “Porque las ofensas deben inferirse de una sola
vez para que, durando menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben
proporcionarse poco a poco, a fin de que se saboreen mejor”.
Esta era, para el Dr. Cortez, la filosofía del Gobierno.
Recuerdo como si fuera hoy cuando acompañé a Belicena Villca al
pabellón “B”, impresionado por su trato culto y su sencilla prestancia. Sin ser
realmente alta lo parecía debido a su cuerpo menudo pero erguido; el cabello
negro y lacio, de suaves filamentos, le caía hasta la cintura. Los ojos, ligeramente
rasgados, eran verdes y la nariz, algo prominente daba un efecto de firmeza al
rostro, enmarcado en un óvalo casi perfecto. Su boca, proporcionada, era de
labios carnosos; las cejas: pobladas y rectas sobre los ojos. Todo en ella
emanaba un aire vital que para nada delataba una edad de 47 años y, a pesar de
que los rigores pasados dejaron su huella demacrante, se adivinaba que en su
juventud había sido una mujer de extraordinaria belleza.
Los estudios realizados en el Hospital, confirmaron que Belicena padecía
algún tipo de esquizofrenia, por lo que el Dr. Cortez, no tan sensible a
consideraciones estéticas, decidió mantener el diagnóstico de los médicos
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militares “demencia senil irreversible” aunque tal valoración fuese totalmente
injusta.
Mientras caminaba por los pasillos rumbo al pabellón “B” recibí la primera
de las incontables sorpresas que me daría el trato con Belicena Villca y su
extraña historia. Leyendo el letrero de material plástico con mi nombre,
abrochado en el bolsillo de la chaquetilla, dijo:
–Dr. “Arturo Siegnagel”. Tiene Ud. un nombre mágico: “oso de la garra
victoriosa”. ¿Lo sabía?
–Supongo que sí –respondí, mientras traducía mentalmente: Arturo, del
griego arctos, significa “oso”; Sieg quiere decir “victoria” en alemán; y nagel,
“garra” en el mismo idioma–. Lo que me sorprende –agregué– es que lo sepa
Ud. ¿Entiende griego y alemán?
–Oh, no es necesario Dr. Yo veo con la Sangre. Sé lo que siempre supe –
me dijo con una sonrisa candorosa.
¡Sí que está enferma!, pensé neciamente, creyendo que aludía a la teoría
de la reencarnación como hacen los espiritistas, clientes permanentes de
nuestros pabellones. En ese entonces no podía imaginar ni remotamente que
algún día haría esfuerzos inusitados por recordar cada una de sus palabras para
analizarlas con gran respeto.
Capítulo V
11
Digo “habría olvidado” porque la historia de Belicena Villca invadió de
pronto mi propio mundo trastornándolo todo; conduciéndome hasta el borde del
abismo demencial en que ella sucumbiera.
Como dije, la Policía se desinteresó bien pronto del crimen; luego de las
declaraciones de rigor prestadas en los días subsiguientes, ya no nos molestaron
más y la vida retornó a su ritmo habitual. Al cadáver de Belicena Villca se le
practicó una autopsia, que sólo sirvió para confirmar lo ya supuesto por nosotros:
la muerte fue ocasionada por estrangulamiento con la cuerda blanca. Como no
tenía parientes conocidos, se envió un telegrama a su único visitante, un indio
chahuanco radicado al parecer en la Provincia de Tucumán; pero al transcurrir un
cierto tiempo sin que éste acudiera, se procedió a inhumar los restos en una
necrópolis local.
En esos días, mediados de Enero, pleno verano norteño, mi única
preocupación consistía en planear las vacaciones anuales que comenzaban el
día 20 y se extendían hasta fines de Febrero. Sin duda tendría tiempo de hacer
algunas excursiones y preparar las materias que rendiría en Marzo.
Justamente, en una visita que hice a la Facultad de Antropología de Salta
para inscribirme en un examen final, me crucé con el Profesor Pablo Ramirez,
Doctor en Filología de prestigio y al cual conocía por haber asistido a uno de sus
cursos de lenguas amerindias. Al verlo se me ocurrió, súbitamente, hacerle una
consulta:
–Buenos Días Dr. Ramirez. Si no le incomoda perder sólo un momento
quisiera preguntarle algo...
–Buenos Días Dr. Arturo Siegnagel –respondió mientras inclinaba
cortésmente la calva cabeza–, Ud. dirá.
–Verá Dr. Ramirez, hace unos días falleció una paciente en el Hospital
Neuropsiquiátrico donde soy Médico y, antes de morir, pronunció una palabra
quechua, algo así como “pachachutquiy”; yo traduzco pacha = Mundo,
chutquiy = desmembrar: o sea “desmembrar el Mundo”. Como esto no tiene
sentido, desearía que Ud. me diga si hay alguna otra acepción para esa palabra.
–Trataba de no dar información sobre la extraña muerte. El Profesor Ramirez
escuchó mi traducción con visible desagrado.
–¿De qué parte era oriunda su paciente?
–De la Provincia de Tucumán; parece que siempre habitó en los valles
calchaquíes, aún cuando últimamente había viajado al Norte, incluso a Perú y
Bolivia. Pero de tales viajes sé muy poco pues jamás aceptó comentarlos.
–Bien –dijo el Dr. Ramirez con impaciencia–. Como Ud. sabe, el quechua
tiene muchos dialectos; pero, de acuerdo a la filiación que me ha dado, le sugiero
considerar lo siguiente: si bien pacha es el “Mundo”, o la “Tierra”, como en
pachamama = Madre Tierra, en el quechua santiagueño pacha también quiere
decir “Tiempo”. En este dialecto, “chutquiy” es el verbo transitivo “dislocar”, por
lo que su palabra significaría “dislocar el Tiempo”; o “dislocación del Tiempo”, en
un sentido más actual.
Debo confesar que una sensación de alarma me invadió mientras
escuchaba al viejo Profesor, pues algo interior, un secreto instinto, me decía a
gritos que si había alguna explicación para el asesinato de Belicena Villca, ésta
se encontraba más allá de la comprensión normal, en un ámbito en que
seguramente regían leyes ignoradas por el hombre. ¿Qué era esta “dislocación
del Tiempo” sino un concepto oscuro, inaprensible, que se resiste a la razón pero
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que guarda un nexo evidente con el asesinato? ¿Cómo se entiende, si no es
aceptando la intervención de lo desconocido, el hecho de que alguien o algo
pueda ingresar en una celda cerrada con llave, perpetrar un asesinato, e irse
tranquilamente, dejando tras de sí la cuerda mortal, o sea, la prueba de la
presencia inexplicable? Sí, había en todo esto como una calculada negligencia,
como si el asesino quisiese dar una mínima muestra de su inmenso y terrible
poder en un alarde de demencial orgullo.
Visiblemente perturbado, me despedí del Profesor Ramirez y regresé
sobre mis pasos, mientras una certeza se afirmaba cada vez más en mi cerebro:
Belicena Villca sabía que un peligro mortal la acechaba cuando gritaba
pachachutquiy, pachachutquiy.
Capítulo VI
13
florida y provinciana. Estacioné el automóvil junto a un parquímetro, a varias
cuadras de mi destino y caminé por la calle Belgrano rumbo al centro. Al llegar a
la Iglesia del Sagrado Corazón, con su edificio de más de 300 años, iba
pensando en la juventud de la América Blanca ante la milenaria Europa; a pesar
de que aquí no se construyó nada más atrás de 400 años, nos estremece lo
secular, que sentimos antiguo y remoto.
Me faltaba transitar la cuadra de la recova con sus arcos centenarios, bajo
los cuales se puede tomar un café y leer el diario o simplemente contemplar los
altos cerros lejanos que rodean el Valle de Lerma.
Atravesé varios pasillos de aspecto sombrío, hasta encontrar una puerta
coronada por un cartel enlozado cuyas cachaduras apenas permitían leer
“Oficina General de Investigaciones”; más abajo otro cartel, de plástico,
anunciaba “Subcomisaría Maidana” “Llame antes de entrar”.
Las cosas salieron mejor de lo que Yo esperaba. Mientras el Oficial
Maidana, con salvaje alegría, examinaba los Diccionarios, en mis manos se
deslizaban febrilmente las pocas fojas del expediente caratulado: “Belicena
Villca, Homicidio intencional”.
Así, acompañado por los insultos que el policía nacionalista lanzaba
cuando algo de lo que leía causaba su furia, pude averiguar lo que deseaba. Se
habían practicado análisis varios a la cuerda homicida, siendo ésta destruída en
parte durante los ensayos. Una de las medallas fue “fundida y el material
sometido a análisis de Espectroscopía Molecular”, citándose en fojas el “informe
final” y remitiéndose al “informe principal adjunto, para cualquier discusión sobre
la interpretación del mismo”. La conclusión era que, de acuerdo a los minerales y
metales que intervenían en la aleación del oro, éste tendría como seguro origen
un país de Europa: España. Con más precisión se mencionaba la Zona Río Tinto,
en la provincia de Huelva.
–¡Caballero Kadosch!: ¿qué carajo quiere decir esto Dr.? –interrumpió
bruscamente mi lectura el Oficial Maidana, que leía “Ritual del grado 30”. –Es una
palabra hebrea que significa “muy Santo”. El título sería “Caballero muy Santo” –
dije.
Capítulo VII
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Sin embargo, estaba escrito que la paz sería breve: en menos de una hora
mi vida se hizo trizas y un futuro de Médico, Antropólogo, Catedrático, es decir de
profesional cabal, desapareció como probable Destino para mí. En la casa de mis
padres me esperaba la carta de Belicena Villca y el comienzo de la locura. ¡Si tan
sólo no la hubiese leído! ¡Cuánto dolor, muerte y duelo causé a mis seres
queridos por haber leído aquella carta y, lo más nefasto, haber creído en lo que
ella decía! ¡Y con seguridad, nada nos habría pasado de no recibir la carta!
¡Cuánto me arrepentiría tres meses después por haberle dado crédito, en
ese mismo lugar! El lunes siguiente comenzaban mis vacaciones, y al volver al
Hospital, en Marzo, todo estaría olvidado. ¡No debí leerla: esa fue mi última
oportunidad de continuar siendo normal, es decir, cómoda y mediocremente
normal, amado por todos, respetado por todos, y, desde luego, por el Buen
Creador! ¡Sí, no es una blasfemia: el Buen Dios Creador debía estar orgulloso de
mí: no interfería para nada sus grandiosos planes, y contribuía en la medida de lo
posible al Bien común ¿qué más se podía esperar de un humilde Médico
Psiquiatra salteño? Pero mucho me temo que ahora que lo he perdido todo, hasta
he perdido el favor del Creador. Habrá que leer la carta de Belicena Villca y
conocer el resto de la historia para disentir o coincidir conmigo.
Como dije, no debí haberla leído y todo habría continuado igual. Pero está
visto que en la vida de ciertas personas hay como trampas cuidadosamente
montadas: basta tocar un resorte para que se desencadenen mecanismos
irreversibles.
Capítulo VIII
16
estarás..., –Mamá continuó riñéndome en tanto la voz de Angelito Vargas
desgranaba el tango “A Pan y Agua”. Pero Yo no escuchaba nada. Absorto en el
remitente del paquete, donde claramente se leía “Belicena Villca”, mi corazón
parecía haberse detenido.
El paquete contenía el portafolios y, dentro de él, un sobre con una
extensa carta, tan extensa que, se diría, Belicena Villca empleó todo su tiempo
libre, durante meses, en escribirla. A continuación la transcribo sin quitar ni
agregar una coma. Deseo que el lector comparta en toda su dimensión el Misterio
que se abría ante mí al leer aquella asombrosa misiva. El sobre ostentaba una
leyenda, escrita a mano con fina caligrafía:
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LIBRO SEGUNDO
“La Carta de Belicena Villca”
Ante todo deseo agradecer cuanto hizo Ud. por mí durante este largo año
en que he sido su paciente. Sé que muchas veces su bondad le ha llevado a
sobrepasar los límites de la mera responsabilidad profesional y me ha dedicado
más tiempo y cuidados de los que sin dudas merecía mi condición de alienada:
mucho se lo reconozco, Dr., mas, como comprenderá al leer esta carta, mi
recuperación era prácticamente imposible. De cualquier manera, la Diosa Pyrena
sabrá recompensar justamente sus esfuerzos.
Seguramente, cuando esta carta llegue a sus manos, yo estaré muerta:
Ellos no perdonan y Nosotros no pedimos clemencia. Esta posibilidad no me
preocupa, ya que la Muerte es, en nuestro caso, sólo una ilusión, pero entiendo
que para Ud. la ausencia será real y por eso he decidido escribirle. Soy
consciente de que no me creerá por anticipado y es así que me tomé el
atrevimiento de enviarle la presente a su domicilio de Cerrillos. Se preguntará
cómo lo hice: sobornando a una enfermera, quien obtuvo la dirección registrada
en el fichero administrativo y efectuó el despacho de la correspondencia. Le
ruego que olvide la falta de disciplina y no indague la identidad de la enfermera
pues, si muero, cosa probable, el miedo le hará cerrar la boca, y, por otra parte,
tenga presente que ella sólo cumplía con mi última voluntad. Ahora iré al grano,
Dr.: deseo solicitarle un favor postrero; mas, para ser justa con Ud., antes le
pondré en antecedentes de ciertos hechos. Creo que me ayudará, pues una
Voluntad, más poderosa que nosotros, le ha puesto en mi camino: quizás Ud.
también busca una respuesta sin saberlo, quizás en esta carta esté esa
respuesta.
Si ésto es así, o si ya se ha hecho Ud. consciente del Gran Engaño,
entonces lea con detenimiento lo que sigue pues allí encontrará algunas claves
para orientarse en el Camino de Regreso al Origen. He escrito pensando en Ud.
y fui clara hasta donde pude, pero descuento que me comprenderá pues lleva
visiblemente plasmado el Signo del Origen.
Comenzaré por informarle que soy de los últimos descendientes de un
antiguo linaje portador de un Secreto Mortal, un Secreto que fue guardado por mi
familia durante siglos y que corrió peligro de perderse para siempre cuando se
produjo la desaparición de mi hijo, Noyo Villca. Ahora no importa que los Golen
me asesinen pues el objetivo de mi Estrategia está cumplido: conseguí distraerlos
tras mis pasos mientras Noyo llevaba a cabo su misión. En verdad, él no fue
secuestrado sino que viajó hacia la Caverna de Parsifal, en la Provincia de
Córdoba, para transportar hasta allí la Espada Sabia de la Casa de Tharsis. Y yo
partí enseguida, en sentido contrario, con la consigna de cubrir la misión de Noyo
desviando sobre mí la persecución de los Golen. La Sabiduría Hiperbórea me
ayudó, aunque nada podría hacer al final contra el poder de sus diabólicas
drogas, una de las cuales me fue suministrada hábilmente en uno de los viajes
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que hice a la Provincia de Jujuy. Después de eso vino la captura por parte del
Ejército y la historia que Ud. conoce. Pero todo esto lo entenderá con más
claridad cuando le revele, como mi legado póstumo, el Secreto familiar.
El Secreto, en síntesis, consiste en lo siguiente: la familia mantuvo oculto,
mientras transcurrían catorce generaciones americanas, el Instrumento de un
antiguo Misterio, tal vez del más antiguo Misterio de la Raza Blanca. Tal
Instrumento permite a los Iniciados Hiperbóreos conocer el Origen extraterrestre
de Espíritu humano y adquirir la Sabiduría suficiente como para regresar a ese
Origen, abandonando definitivamente el demencial Universo de la Materia y la
Energía, de las Formas Creadas.
¿Cómo llegó a nuestro poder ese Instrumento? En principio le diré que fue
traído a América por mi antepasado Lito de Tharsis, quien desembarcó en
Colonia Coro en 1534 y, pocos años después, fundó la rama tucumana de la
Estirpe. Pero esto no responde a la pregunta. En verdad, para aproximarse a la
respuesta directa, habría que remontarse a miles de años atrás, hasta la época
de los Reyes de mi pueblo, de quienes Lito de Tharsis era uno de los últimos
descendientes. Aquel pueblo, que habitaba la península ibérica desde tiempos
inmemoriales, lo denominaré, para simplificar, “ibero” en adelante, sin que ello
signifique adherir a ninguna teoría antropológica o racial moderna: la verdad es
que poco se sabe actualmente de los iberos pues todo cuanto a ellos se refería,
especialmente a sus costumbres y creencias, fue sistemáticamente destruido u
ocultado por nuestros enemigos. Ahora bien, en la Epoca en que conviene
comenzar a narrar esta historia, los iberos se hallaban divididos en dos bandos
irreconciliables, que se combatían a muerte mediante un estado de guerra
permanente. Los motivos de esa enemistad no eran menores: se basaban en la
práctica de Cultos esencialmente contrapuestos, en la adoración de Dioses
Enemigos. Por lo menos esto era lo que veían los miembros corrientes de los
pueblos combatientes. Sin embargo, las causas eran más profundas y los
miembros de la Nobleza gobernante, Reyes y jefes, las conocían con bastante
claridad. Según se susurraba en las cámaras más reservadas de las cortes,
puesto que se trataba de un secreto celosamente guardado, había sido en los
días posteriores al Hundimiento de la Atlántida cuando, procedentes del Mar
Occidental, arribaron a los continentes europeo y africano grupos de
sobrevivientes pertenecientes a dos Razas diferentes: unos eran blancos,
semejantes a los miembros de mi pueblo, y los otros eran de tez más morena,
aunque sin ser completamente negros como los africanos. Estos grupos, no muy
numerosos, poseían conocimientos asombrosos, incomprensibles para los
pueblos continentales, y poderes terribles, poderes que hasta entonces sólo se
concebían como atributos de los Dioses. Así pues, poco les costó ir dominando a
los pueblos que hallaban a su paso. Y digo “que hallaban a su paso” porque los
Atlantes no se detenían jamás definitivamente en ningún lugar sino que
constantemente avanzaban hacia el Este. Mas tal marcha era muy lenta pues
ambos grupos se hallaban abocados a muy difíciles tareas, las que insumían
mucho tiempo y esfuerzo, y para concretar las cuales necesitaban el apoyo de los
pueblos nativos. En realidad, sólo uno efectuaba la tarea más “pesada” puesto
que, luego de estudiar prolijamente el terreno, se dedicaba a modificarlo en
ciertos lugares especiales mediante enormes construcciones megalíticas:
meñires, dólmenes, cromlechs, pozos, montes artificiales, cuevas, etc. Aquel
grupo de “constructores” era el de Raza blanca y había precedido en su avance
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al grupo moreno. Este último, en cambio, parecía estar persiguiendo al grupo
blanco pues su desplazamiento era aún más lento y su tarea consistía en destruir
o alterar mediante el tallado de ciertos signos las construcciones de aquellos.
Como decía, estos grupos jamás se detenían definitivamente en un sitio
sino que, luego de concluir su tarea, continuaban moviéndose hacia el Este.
Empero, los pueblos nativos que permanecían en los primitivos solares ya no
podían retornar jamás a sus antiguas costumbres: el contacto con los Atlantes los
había trasmutado culturalmente; el recuerdo de los hombres semidivinos
procedentes del Mar Occidental no podría ser olvidado por milenios. Y digo esto
para plantear el caso improbable de que algún pueblo continental hubiese podido
permanecer indiferente tras su partida: realmente esto no podía ocurrir porque la
partida de los Atlantes no fue nunca brusca sino cuidadosamente planificada,
sólo concretada cuando se tenía la seguridad de que, justamente, los pueblos
nativos se encargarían de cumplir con una “misión” que sería del agrado de los
Dioses. Para ello habían trabajado pacientemente sobre las mentes dúctiles de
ciertos miembros de las castas gobernantes, convenciéndolos sobre la
conveniencia de convertirse en sus representantes frente al pueblo. Una oferta tal
sería difícilmente rechazada por quien detente una mínima vocación de Poder
pues significa que, para el pueblo, el Poder de los Dioses ha sido transferido a
algunos hombres privilegiados, a algunos de sus miembros especiales: cuando el
pueblo ha visto una vez el Poder, y guarda memoria de él, su ausencia posterior
pasa inadvertida si allí se encuentran los representantes del Poder. Y sabido es
que los regentes del Poder acaban siendo los sucesores del Poder. A la partida
de los Atlantes, pues, siempre quedaban sus representantes, encargados de
cumplir y hacer cumplir la misión que “agradaba a los Dioses”.
¿Y en qué consistía aquella misión? Naturalmente, tratándose del
compromiso contraído con dos grupos tan diferentes como el de los blancos o los
morenos Atlantes no podía referirse sino a dos misiones esencialmente
opuestas. No describiré aquí los objetivos específicos de tales “misiones” pues
serían absurdas e incomprensibles para Ud. Diré, en cambio, algo sobre las
formas generales con que las misiones fueron impuestas a los pueblos nativos.
No es difícil distinguir esas formas e, inclusive, intuir sus significados, si se
observan los hechos con la ayuda del siguiente par de principios. En primer lugar,
hay que advertir que los grupos de Atlantes desembarcados en los continentes
luego del “Hundimiento de la Atlántida” no eran meros sobrevivientes de una
catástrofe natural, algo así como simples náufragos, sino hombres procedentes
de una guerra espantosa y total: el Hundimiento de la Atlántida es, en rigor de la
verdad, sólo una consecuencia, el final de una etapa en el desarrollo de un
conflicto, de una Guerra Esencial que comenzó mucho antes, en el Origen
extraterrestre del Espíritu humano, y que aún no ha concluido. Aquellos hombres,
entonces, actuaban regidos por las leyes de la guerra: no efectuaban ningún
movimiento que contradijese los principios de la táctica, que pusiese en peligro la
Estrategia de la Guerra Esencial.
La Guerra Esencial es un enfrentamiento de Dioses, un conflicto que
comenzó en el Cielo y luego se extendió a la Tierra, involucrando a los hombres
en su curso: en el teatro de operaciones de la Atlántida sólo se libró una Batalla
de la Guerra Esencial; y en el marco de las fuerzas enfrentadas, los grupos de
Atlantes que he mencionado, el blanco y el moreno, habían intervenido como
planificadores o estrategas de su bando respectivo. Es decir, que ellos no habían
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sido ni los jefes ni los combatientes directos en la Batalla de la Atlántida: en la
guerra moderna sus funciones serían las propias de los “analistas de Estado
Mayor”...; salvo que aquellos “analistas” no disponían de las elementales
computadoras electrónicas programadas con “juegos de guerra”, como los
modernos, sino de un instrumento incomparablemente más perfecto y temible: el
cerebro humano especializado hasta el extremo de sus posibilidades. En
resumen, cuando se produce el desembarco continental, una fase de la Guerra
Esencial ha terminado: los jefes se han retirado a sus puestos de comando y los
combatientes directos, que han sobrevivido al aniquilamiento mutuo, padecen
diversa suerte: algunos intentan reagruparse y avanzar hacia una vanguardia que
ya no existe, otros creen haber sido abandonados en el frente de batalla, otros
huyen en desorden, otros acaban por extraviarse o terminan olvidando la Guerra
Esencial. En resumen, y empleando ahora el lenguaje con que los Atlantes
blancos hablaban a los pueblos continentales, “los Dioses habían dejado de
manifestarse a los hombres porque los hombres habían fallado una vez más: no
resolvieron aquí el conflicto, planteado a escala humana, dejando que el
problema regresase al Cielo y enfrentase nuevamente a los Dioses. Pero los
Dioses se habían enfrentado por razón del hombre, porque unos Dioses querían
que el Espíritu del hombre regresase a su Origen, más allá de las estrellas,
mientras que otros pretendían mantenerlo prisionero en el mundo de la materia”.
Los Atlantes blancos estaban con los Dioses que querían liberar al hombre
del Gran Engaño de la Materia y afirmaban que se había luchado reciamente por
alcanzar ese objetivo. Pero el hombre fue débil y defraudó a sus Dioses
Liberadores: permitió que la Estrategia enemiga ablandase su voluntad y le
mantuviese sujeto a la Materia, impidiendo así que la Estrategia de los Dioses
Liberadores consiguiese arrancarlo de la Tierra.
Entonces la Batalla de la Atlántida concluyó y los Dioses se retiraron a sus
moradas, dejando al hombre prisionero de la Tierra pues no fue capaz de
comprender su miserable situación ni dispuso de fuerzas para vencer en la lucha
por la libertad espiritual. Pero Ellos no abandonaron al hombre; simplemente, la
Guerra ya no se libraba en la Tierra: un día, si el hombre voluntariamente
reclamaba su lugar en el Cielo, los Dioses Liberadores retornarían con todo su
Poder y una nueva oportunidad de plantear la Batalla sería aprovechada; sería
esta vez la Batalla Final, la última oportunidad antes de que los Dioses
regresasen definitivamente al Origen, más allá de las estrellas; entretanto, los
“combatientes directos” por la libertad del Espíritu que se reorientasen en el
teatro de la Guerra, los que recordasen la Batalla de la Atlántida, los que
despertasen del Gran Engaño, o los buscadores del Origen, deberían librar en la
Tierra un durísimo combate personal contra las Fuerzas Demoníacas de la
Materia, es decir, contra fuerzas enemigas abrumadoramente superiores... y
vencerlas con voluntad heroica: sólo así serían admitidos en el “Cuartel
General de los Dioses”.
En síntesis, según los Atlantes blancos, “una fase de la Guerra Esencial
había finalizado, los Dioses se retiraron a sus moradas y los combatientes
estaban dispersos; pero los Dioses volverían: lo probaban las presencias atlantes
allí, construyendo y preparando la Tierra para la Batalla Final. En la Atlántida, los
Atlantes morenos fueron Sacerdotes que propiciaban un culto a los Dioses
Traidores al Espíritu del hombre; los Atlantes blancos, por el contrario,
pertenecían a una casta de Constructores Guerreros, o Guerreros Sabios, que
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combatían en el bando de los Dioses Liberadores del Espíritu del hombre, junto a
las castas Noble y Guerrera de los hombres rojos y amarillos, quienes nutrieron
las filas de los ‘combatientes directos’. Por eso los Atlantes morenos intentaban
destruir sus obras: porque adoraban a las Potencias de la Materia y obedecían el
designio con que los Dioses Traidores encadenaron el Espíritu a la naturaleza
animal del hombre”.
Los Atlantes blancos provenían de la Raza que la moderna Antropología
denomina “de cromagnón”. Unos treinta mil años antes, los Dioses Liberadores,
que por entonces gobernaban la Atlántida, habían encomendado a esta Raza una
misión de principio, un encargo cuyo cumplimiento demostraría su valor y les
abriría las puertas de la Sabiduría: debían expandirse por todo el mundo y
exterminar al animal hombre, al homínido primitivo de la Tierra que sólo poseía
cuerpo y Alma, pero carecía de Espíritu eterno, es decir, a la Raza que la
Antropología ha bautizado como de “neanderthal”, hoy extinguida. Los hombres
de Cromagnón cumplieron con tal eficiencia esa tarea, que fueron
recompensados por los Dioses Liberadores con la autorización para reagruparse
y habitar en la Atlántida. Allí adquirieron posteriormente el Magisterio de la Piedra
y fueron conocidos como Guardianes de la Sabiduría Lítica y Hombres de
Piedra. Así, cuando digo que “pertenecían a una casta de Constructores
Guerreros”, ha de entenderse “Constructores en Piedra”, “Guerreros Sabios en la
Sabiduría Lítica”. Y esta aclaración es importante porque en su Ciencia sólo se
trabajaba con piedra, vale decir, tanto las herramientas, como los materiales de
su Ciencia, consistían en piedra pura, con exclusión explícita de los metales.
“Los metales, explicarían luego a los iberos, representaban a las Potencias de la
Materia y debían ser cuidadosamente evitados o manipulados con mucha
cautela”. Al transmitir la idea de que la esencia del metal era demoníaca, los
Atlantes blancos buscaban evidentemente infundir un tabú en los pueblos
aliados; tabú que, por lo menos en caso del hierro, se mantuvo durante varios
miles de años. Inversamente los Atlantes morenos, sin dudas por su particular
relación con las Potencias de la Materia, estimulaban a los pueblos que les eran
adictos a practicar la metalurgia y la orfebrería, sin restricciones hacia ningún
metal.
Y éste es el segundo principio que hay que tener presente, Dr. Arturo
Siegnagel: los Atlantes blancos encomendaron a los iberos que los habían
apoyado en las construcciones megalíticas una misión que puede resumirse en la
siguiente forma: proteger las construcciones megalíticas y luchar a muerte
contra los aliados de los Atlantes morenos. Estos últimos, por su parte,
propusieron a los iberos que los secundaban una misión que podría formularse
así: “destruir las construcciones megalíticas; si ello no fuese posible,
modificar las formas de las piedras hasta neutralizar las funciones de los
conjuntos; si ello no fuese posible, grabar en las piedras los signos
arquetípicos de la materia correspondientes con la función a neutralizar; si
ello no fuese posible, distorsionar al menos el significado bélico de la
construcción convirtiéndola en monumento funerario; etc.”; y: “combatir a
muerte a los aliados de los Atlantes blancos”.
Como dije antes, luego de imponer estas “misiones” los Atlantes
continuaban su lento avance hacia el Este; los blancos siempre seguidos a
prudente distancia por los morenos. Es por eso que los morenos tardaron miles
de años en alcanzar Egipto, donde se asentaron e impulsaron una civilización
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que duró otros tantos miles de años y en la cual oficiaron nuevamente como
Sacerdotes de las Potencias de la Materia. Los Atlantes blancos, en tanto,
siguieron siempre hacia el Este, atravesando Europa y Asia por una ancha franja
que limitaba en el Norte con las regiones árticas, y desapareciendo
misteriosamente al fin de la pre-Historia: sin embargo, tras de su paso, belicosos
pueblos blancos se levantaron sin cesar, aportando lo mejor de sus tradiciones
guerreras y espirituales a la Historia de Occidente.
Mas ¿a dónde se dirigían los Atlantes blancos? A la ciudad de K'Taagar o
Agartha, un sitio que, conforme a las revelaciones hechas a mi pueblo, era el
refugio de algunos de los Dioses Liberadores, los que aún permanecían en la
Tierra aguardando la llegada de los últimos combatientes. Aquella ignota ciudad
había sido construida en la Tierra hacía millones de años, en los días en que los
Dioses Liberadores vinieron de Venus y se asentaron sobre un continente al que
nombraron “Hiperbórea” en recuerdo de la Patria del Espíritu. En verdad, los
Dioses Liberadores afirmaban provenir de “Hiperbórea”, un Mundo Increado, es
decir, no creado por el Dios Creador, existente “más allá del Origen”: al Origen lo
denominaban Thule y, según Ellos, Hiperbórea significaba “Patria del Espíritu”.
Había, así, una Hiperbórea original y una Hiperbórea terrestre; y un centro
isotrópico Thule, asiento del Gral, que reflejaba al Origen y que era tan inubicable
como éste. Toda la Sabiduría espiritual de la Atlántida era una herencia de
Hiperbórea y por eso los Atlantes blancos se llamaban a sí mismos “Iniciados
Hiperbóreos”. La mítica ciudad de Catigara o Katigara, que figura en todos los
mapas anteriores al descubrimiento de América situada “cerca de China”, no es
otra que K'Taagar, la morada de los Dioses Liberadores, en la que sólo se
permite entrar a los Iniciados Hiperbóreos o Guerreros Sabios, vale decir, a los
Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura.
Finalmente, los Atlantes partieron de la península ibérica. ¿Cómo se
aseguraron que las “misiones” impuestas a los pueblos nativos serían cumplidas
en su ausencia? Mediante la celebración de un pacto con aquellos miembros del
pueblo que iban a representar el Poder de los Dioses, un pacto que de no ser
cumplido arriesgaba algo más que la muerte de la vida: los colaboradores de los
Atlantes morenos ponían en juego la inmortalidad del Alma, en tanto que los
seguidores de los Atlantes blancos respondían con la eternidad del Espíritu. Pero
ambas misiones, tal como dije, eran esencialmente diferentes, y los acuerdos en
que se fundaban, naturalmente, también lo eran: el de los Atlantes blancos fue un
Pacto de Sangre, mientras que el de los Atlantes morenos consistió en un Pacto
Cultural.
Evidentemente, Dr. Siegnagel, esta carta será extensa y tendré que
escribirla en varios días. Mañana continuaré en el punto suspendido del relato, y
haré un breve paréntesis para examinar los dos Pactos: es necesario, pues de
allí surgirán las claves que le permitirán interpretar mi propia historia.
Segundo Día
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Guerreros de Origen Divino: lo eran, afirmarían luego, porque descendían de los
Atlantes blancos, quienes a su vez sostenían ser Hijos de los Dioses. Pero los
Reyes Guerreros debían preservar esa herencia Divina apoyándose en una
Aristocracia de la Sangre y el Espíritu, protegiendo su pureza racial: es lo que
harían fielmente durante milenios... hasta que la Estrategia enemiga operando a
través de las Culturas extranjeras consiguió cegarlos o enloquecerlos y los llevó a
quebrar el Pacto de Sangre. Y aquella falta al compromiso con los Hijos de los
Dioses fue, como Ud. verá enseguida Dr., causa de grandes males.
Desde luego, el Pacto de Sangre incluía algo más que la herencia
genética. En primer lugar estaba la promesa de la Sabiduría: los Atlantes
blancos habían asegurado a sus descendientes, y futuros representantes, que la
lealtad a la misión sería recompensada por los Dioses Liberadores con la Más
Alta Sabiduría, aquella que permitía al Espíritu regresar al Origen, más allá de las
estrellas. Vale decir, que los Reyes Guerreros, y los miembros de la Aristocracia
de la Sangre, se convertirían también en Guerreros Sabios, en Hombres de
Piedra, como los Atlantes blancos, con sólo cumplir la misión y respetar el Pacto
de Sangre; por el contrario, el olvido de la misión o la traición al Pacto de Sangre
traerían graves consecuencias: no se trataba de un “castigo de los Dioses” ni de
nada semejante, sino de perder la Eternidad, es decir, de una caída espiritual
irreversible, más terrible aún que la que había encadenado el Espíritu a la
Materia. “Los Dioses Liberadores, según la particular descripción que los Atlantes
blancos hacían a los pueblos nativos, no perdonaban ni castigaban por sus actos;
ni siquiera juzgaban pues estaban más allá de toda Ley; sus miradas sólo
reparaban en el Espíritu del hombre, o en lo que había en él de espiritual, en su
voluntad de abandonar la materia; quienes amaban la Creación, quienes
deseaban permanecer sujetos al dolor y al sufrimiento de la vida animal, aquellos
que, por sostener estas ilusiones u otras similares, olvidaban la misión o
traicionaban el Pacto de Sangre, no afrontarían ¡no! ningún castigo: sólo era
segura la pérdida de la eternidad... a menos que se considerase un ‘castigo’ la
implacable indiferencia que los Dioses Liberadores exhiben hacia todos los
Traidores”.
Con respecto a la Sabiduría, los pueblos nativos recibían en todos los
casos una prueba directa de que podían adquirir un conocimiento superior, una
evidencia concreta que hablaba más que las incomprensibles artes empleadas en
las construcciones megalíticas: y esta prueba innegable, que situaba a los
pueblos nativos por encima de cualquier otro que no hubiese hecho tratos con los
Atlantes, consistía en la comprensión de la Agricultura y de la forma de
domesticar y gobernar a las poblaciones animales útiles al hombre. En efecto, a
la partida de los Atlantes blancos, los pueblos nativos contaban para sostenerse
en su sitio, y cumplir la misión, con la poderosa ayuda de la Agricultura y de la
Ganadería, sin importar qué hubiesen sido antes: recolectores, cazadores o
simples guerreros saqueadores. El cercado mágico de los campos, y el trazado
de las ciudades amuralladas, debía realizarse en la tierra por medio de un arado
de piedra que los Atlantes blancos legaban a los pueblos nativos para tal efecto:
se trataba de un instrumento lítico diseñado y construído por Ellos, del que no
tenían que desprenderse nunca y al que sólo emplearían para fundar los sectores
agrícolas y urbanos en la tierra ocupada. Naturalmente, ésta era una prueba de la
Sabiduría pero no la Sabiduría en sí. ¿Y qué de la Sabiduría?, ¿cuándo se
obtendría el conocimiento que permitía al Espíritu viajar más allá de las estrellas?
25
Individualmente dependía de la voluntad puesta en regresar al Origen y de la
orientación con que esa voluntad se dirigiese hacia el Origen: cada uno podría
irse en cualquier momento y desde cualquier lugar si adquiría la Sabiduría
procedente de la voluntad de regresar y de la orientación hacia el Origen; el
combate contra las Potencias de la Materia tendría que ser resuelto, en este
caso, personalmente: ello constituiría una hazaña del Espíritu y sería tenido en
alta estima por los Dioses Liberadores. Colectivamente, en cambio, la Sabiduría
de la Liberación del Espíritu, la que haría posible la partida de todos los
Guerreros Sabios hacia K'Taagar y, desde allí, hacia el Origen, sólo se obtendría
cuando el teatro de operaciones de la Guerra Esencial se trasladase nuevamente
a la Tierra: entonces los Dioses Liberadores volverían a manifestarse a los
hombres para conducir a las Fuerzas del Espíritu en la Batalla Final contra las
Potencias de la Materia. Hasta entonces, los Guerreros Sabios deberían cumplir
eficazmente con la misión y prepararse para la Batalla Final: y en ese entonces,
cuando fuesen convocados por los Dioses para ocupar su puesto en la Batalla,
les tocaría a los Guerreros Sabios en conjunto demostrar la Sabiduría del
Espíritu. Tal como afirmaban los Atlantes blancos, ello sería inevitable si los
pueblos nativos cumplían su misión y respetaban el Pacto de Sangre pues,
“entonces”, la Máxima Sabiduría coincidiría con la Más Fuerte Voluntad de
regresar al Origen, con la Mayor Orientación hacia el Origen, con el Más
Alto Valor resuelto a combatir contra las Potencias de la Materia, y con la
Máxima Hostilidad Espiritual hacia lo no espiritual.
Colectivamente, pues, la máxima Sabiduría se revelaría al final, durante la
Batalla Final, en un momento que todos los Guerreros Sabios reconocerían
simultáneamente ¿Cómo? la oportunidad sería reconocida directamente con
la Sangre Pura, en una percepción interior, o mediante la “Piedra de
Venus”.
A los Reyes Guerreros de cada pueblo aliado, es decir, a sus
descendientes, los Atlantes blancos legaban también una Piedra de Venus,
gema semejante a una esmeralda del tamaño del puño de un niño. Aquella
piedra, que había sido traída a la Tierra por los Dioses Liberadores, no estaba
facetada en modo alguno sino finamente pulida, mostrando sobre un sector de la
superficie una ligera concavidad en cuyo centro se observaba el Signo del
Origen. De acuerdo con lo que los Atlantes blancos revelaron a los Reyes
Guerreros, antes de la caída del Espíritu extraterrestre en la Materia, existía en la
Tierra un animal-hombre extremadamente primitivo, hijo del Dios Creador de
todas las formas materiales: tal animal hombre poseía esencia anímica, es decir,
un Alma capaz de alcanzar la inmortalidad, pero carecía del Espíritu eterno que
caracterizaba a los Dioses Liberadores o al propio Dios Creador. Sin embargo, el
animal hombre estaba destinado a obtener evolutivamente un alto grado de
conocimiento sobre la Obra del Creador, conocimiento que se resumía en el
Signo de la Serpiente; con otras palabras, la serpiente representaba el más
alto conocimiento para el animal hombre. Luego de protagonizar el Misterio de
la Caída, el Espíritu vino a quedar incorporado al animal hombre, prisionero de la
Materia, y surgió la necesidad de su liberación. Los Dioses Liberadores, que en
esto se mostraron tan terribles como el maldito Dios Creador Cautivador de los
Espíritus, sólo atendían, como se dijo, a quienes disponían de voluntad de
regresar al Origen y exhibían orientación hacia el Origen; a esos Espíritus
valientes, los Dioses decían: “has perdido el Origen y eres prisionero de la
26
serpiente: ¡con el Signo del Origen, comprende a la serpiente, y serás
nuevamente libre en el Origen!”.
Así, pues, la Sabiduría consistía en comprender a la serpiente, con el
Signo del Origen. De aquí la importancia del legado que los Atlantes blancos
concedían por el Pacto de Sangre: la Sangre Pura, sangre de los Dioses, y la
Piedra de Venus, en cuya concavidad se observaba el Signo del Origen. Esa
herencia, sin duda alguna, podía salvar al Espíritu si “con el Signo del Origen se
comprendía a la serpiente”, tal como ordenaban los Dioses. Pero concretar la
Sabiduría de la Liberación del Espíritu no sería tarea fácil pues en la Piedra de
Venus no estaba plasmado de ningún modo el Signo del Origen: sobre ella,
en su concavidad, sólo se lo podía “observar”. Y lo veía allí solamente quien
respetaba el Pacto de Sangre pues, en verdad, lo que existía como herencia
Divina de los Dioses era un Símbolo del Origen en la Sangre Pura: el Signo
del Origen, observado en la Piedra de Venus, era sólo el reflejo del Símbolo
del Origen presente en la Sangre Pura de los Reyes Guerreros, de los
Guerreros Sabios, de lo Hijos de los Dioses, de los Hombres Semidivinos
que, junto a un cuerpo animal y a un Alma material, poseían un Espíritu
Eterno. Si se traicionaba el Pacto de Sangre, si la sangre se tornaba impura,
entonces el Símbolo del Origen se debilitaría y ya no podría ser visto el Signo del
Origen sobre la Piedra de Venus: se perdería así la posibilidad de “comprender a
la serpiente”, la máxima Sabiduría, y con ello la oportunidad, la última
oportunidad, de incorporarse a la Guerra Esencial. Por el contrario, si se
respetaba el Pacto de Sangre, si se conservaba la Sangre Pura, entonces la
Piedra de Venus podría ser denominada con justeza “espejo de la Sangre
Pura” y quienes observasen sobre ella el Signo del Origen serían “Iniciados en
el Misterio de la Sangre Pura”, verdaderos Guerreros Sabios.
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Frya, su Divina Esposa, quien resolvió el problema: pudo expresar el Signo del
Origen mediante la danza.
Todos los movimientos de la danza proceden del movimiento de las aves,
de sus Arquetipos. El descubrimiento de Frya permitió a Navután comprender al
Signo del Origen con la Lengua de los Pájaros y expresarlo del mismo modo.
Mas no era ésta una lengua compuesta por sonidos sino por movimientos
significativos que realizaban ciertas aves en conjunto, especialmente las aves
zancudas, como la garza o la grulla, y las aves gallináceas como la perdiz, el
pavo o el faisán: según Navután, para comprender al Signo del Origen se
requerían exactamente “trece más tres Vrunas”, es decir, un alfabeto de dieciséis
signos denominados Vrunas o Varunas.
Gracias a Navután y Frya, los Atlantes blancos eran Arúspices (de ave
spicere), vale decir, estaban dotados para comprender el Signo del Origen
observando el vuelo de las aves: la Lengua de los Pájaros representaba, para
ellos, una victoria racial del Espíritu contra las Potencias de la Materia.
Así se sintetizaría la Sabiduría de Navután: quien comprendiese el
alfabeto de dieciséis Vrunas comprendería la Lengua de los Pájaros. Quien
comprendiese la Lengua de los Pájaros comprendería el Signo del Origen.
Quien comprendiese el Signo del Origen comprendería a la serpiente. Y
quien comprendiese a la serpiente, con el Signo del Origen, podría ser libre
en el Origen.
Es claro que los Atlantes blancos no confiaban en la perdurabilidad de la
Lengua de los Pájaros, la que, a pesar de todo, transmitían a sus descendientes
del Pacto de Sangre. Preveían que, de triunfar el Pacto Cultural de los Atlantes
morenos, la lengua sagrada pronto sería olvidada por lo hombres; en ese caso, la
única garantía de que al menos alguien individualmente consiguiese ver el Signo
del Origen, estaría constituida por la Piedra de Venus. Con gran acierto, basaron
en ella el éxito de la misión. Así, cuando los Atlantes blancos se despidieron de
mis Antepasados, Dr. Siegnagel, les sugirieron un modo adecuado para asegurar
el cumplimiento de la misión. Ante todo se debería respetar sin excepciones el
Pacto de Sangre y mantener, para ello, una Aristocracia de la Sangre Pura. De
esta Aristocracia, que comenzaba con los descendientes de los Atlantes blancos,
ya se habían seleccionado los primeros Reyes y las Guerreras Sabias que
custodiarían el Arado de Piedra y la Piedra de Venus: en efecto, al principio
cada pueblo fue dividido exogámicamente en tres grupos, cada uno de los cuales
tenía el derecho de emplear los instrumentos líticos y aportaba, para su custodia
común, una Guerrera Sabia; ellas conservaban los instrumentos en el interior de
una gruta secreta y, cuando debían ser utilizados, los transportaban las tres en
conjunto; los tres grupos del pueblo, por supuesto, obedecían a un mismo Rey;
con el correr de los siglos, a causa de la derrota cultural que luego expondré, la
triple división del pueblo fue olvidada, aunque perduró por mucho tiempo la
costumbre de confiar la custodia de los instrumentos líticos a las “Tres Guerreras
Sabias” o Vrayas.
En consiguiente lugar, todos los Reyes y los Nobles de la Sangre serían
Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura: la Iniciación sería a los dieciséis
años, cuando se los enfrentaría con la Piedra de Venus y se trataría de que
observasen en ella el Signo del Origen. Quien pudiese observarlo dispondría en
ese mismo momento de la Sabiduría suficiente como para concretar la
autoliberación del Espíritu y partir hacia el Origen. Mas, si el Guerrero Sabio era
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un Rey, o un Héroe que deseaba posponer su propia libertad espiritual en
procura de la liberación de la Raza, dos serían los pasos a seguir. El primero
consistía en cumplir la orden de los Dioses Liberadores y “comprender a la
serpiente con el Signo del Origen”, comunicando luego la Sabiduría lograda a los
restantes Iniciados. Una vez visto el Signo del Origen, el segundo paso del
Iniciado exigía no apartar la atención de la Piedra de Venus porque en ella, sobre
su concavidad, algún día se vería la Señal Lítica de K'Taagar, esto es, una
imagen que señalaría el camino hacia la Ciudad de los Dioses Liberadores.
Este principio daría lugar a una secreta institución entre los iberos, de la
cual hablaré mucho posteriormente, la de los Noyos y las Vrayas, cuerpo de
Iniciados consagrados a custodiar en todo tiempo y lugar a la Piedra de Venus y
aguardar la manifestación del Símbolo del Origen.
Así fue como a los descendientes o aliados de los Atlantes blancos, que
ejecutaban el primer paso en la comprensión de la serpiente, y la representaban
ora con la forma real del reptil, ora abstractamente con la forma de la espiral, se
los tomó universalmente por adoradores de los ofidios. Tal confusión fue
empleada malignamente para adjudicar a los Guerreros Sabios toda suerte de
actos e intenciones tenebrosas; con ese propósito el Enemigo asoció la serpiente
a las ideas que más temor o repugnancia causaban en los pueblos ignorantes de
la Tierra: la noche, la luna, las fuerzas demoníacas, todo lo que es reptante o
subterráneo, lo oculto, etc. De ese modo, mediante una vulgarización calumniosa
y malintencionada de sus actos, ya que nadie salvo los Iniciados conocían la
existencia de la Piedra de Venus y del Signo del Origen, se consiguió culpar a los
Guerreros Sabios de Magia Negra, es decir, de las artes mágicas más groseras,
aquellas que se practican con el concurso de las pasiones del cuerpo y del Alma:
¡Curiosa paradoja! ¡Los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura acusados de
Magia Negra y humanidad! ¡justamente Ellos que, por comprender a la serpiente,
símbolo total del conocimiento humano, estaban fuera de lo humano!
Tercer Día
El Pacto Cultural sobre el que los Atlantes morenos basaban sus alianzas,
por su parte, era esencialmente diferente del Pacto de Sangre. Aquel acuerdo se
fundaba en el sostén perpetuo de un Culto. Más claramente, el fundamento de la
alianza consistía en la fidelidad indeclinable a un Culto revelado por los Atlantes
morenos; el Culto exigía la adoración incondicional de los miembros del pueblo
nativo a un Dios y el cumplimiento de Su Voluntad, la que se manifestaría a
través de sus representantes, la casta sacerdotal formada e instruida por los
Atlantes morenos. No debe interpretarse con esto que los Atlantes morenos
iniciaban a los pueblos nativos en el Culto de su propio Dios pues Ellos
afirmaban ser la expresión terrestre de Dios, que era el Dios Creador del
Universo; ellos, decían, eran consubstanciales con Dios y tenían un alto propósito
que cumplir sobre la Tierra, además de destruir la obra de los Atlantes blancos:
su propia misión consistía en levantar una gran civilización de la cual saldría, al
Final de los Tiempos, un Pueblo elegido de Dios, también consubstancial con
Este, al cual le sería dado reinar sobre todos los pueblos de la Tierra; ciertos
Angeles, a quienes los malditos Atlantes blancos denominaban “Dioses Traidores
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al Espíritu”, apoyarían entonces al Pueblo Elegido con todo su Poder; pero
estaba escrito que aquella Sinarquía no podría concretarse sin expulsar de la
Tierra a los enemigos de la Creación, a quienes osaban descubrir a los hombres
los Planes de Dios para que estos se rebelasen y apartasen de Sus designios;
sobrevendría entonces la Batalla Final entre los Hijos de la Luz y los Hijos de las
Tinieblas, vale decir, entre quienes adorasen al Dios Creador con el corazón y
quienes comprendiesen a la serpiente con la mente.
Resumiendo, los Atlantes morenos, que “eran la expresión de Dios”, no se
proponían a sí mismos como objeto del Culto ni exponían a los pueblos nativos
su concepción de Dios, la cual se reduciría a una “Autovisión” que el Dios
Creador experimentaría desde su manifestación en los Atlantes morenos:
en cambio, revelaban a los pueblos nativos el Nombre y el Aspecto de algunos
Dioses celestiales, que no eran sino Rostros del Dios Creador, otras
manifestaciones de El en el Cielo; los astros del firmamento, y todo cuerpo
celeste visible o invisible, expresaban a estos Dioses. Según la particular
psicología de cada pueblo nativo sería, pues, el Dios revelado: a unos, los más
primitivos, se les mostraría a Dios como el Sol, la Luna, un planeta o estrella, o
determinada constelación; a otros, más evolucionados, se les diría que en tal o
cual astro residía el Dios de sus Cultos. En este caso, se les autorizaba a
representar al Dios mediante un fetiche o ídolo que simbolizase su Rostro oculto,
aquél con el cual los sacerdotes lo percibían en Su residencia astral.
Sea como fuere, que Dios fuese un astro, que existiese tras un astro, que
se manifestase en el mundo circundante, en la Creación entera, en los Atlantes
morenos, o en cualquier otra casta sacerdotal, el materialismo de semejante
concepción es evidente: a poco que se profundice en ello se hará patente la
materia, puesta siempre como extremo real de la Creación de Dios, cuando no
como la substancia misma de Dios, constituyendo la referencia natural de los
Dioses, el soporte esencial de la existencia Divina.
Es indudable que los Atlantes morenos adoraban a las Potencias de la
Materia pues todo lo sagrado para ellos, aquello por ejemplo que señalaban a los
pueblos nativos en el Culto, se fundaba en la materia. En efecto, la santidad que
se obtenía por la práctica sacerdotal procedía de una inexorable santificación del
cuerpo y de los cuerpos. Y el Poder consecuente, demostrativo de la superioridad
sacerdotal, consistía en el dominio de las fuerzas de la naturaleza o, en última
instancia, de toda fuerza. Mas, las fuerzas no eran sino manifestaciones de los
Dioses: las fuerzas emergían de la materia o se dirigían a ella, y su formalización
era equivalente a su deificación. Esto es: el Viento, el Fuego, el Trueno, la Luz,
no podían ser sino Dioses o la Voluntad de Dioses; el dominio de las fuerzas era,
así, una comunión con los Dioses. Y por eso la más alta santidad sacerdotal, la
que se demostraba por el dominio del Alma, fuese ésta concebida como cuerpo o
como fuerza, significaba también la más abyecta sumisión a las Potencias de la
Materia.
El movimiento de los astros denotaba el acto de los Dioses: los Planes
Divinos se desarrollaban con tales movimientos en los que cada ritmo, período, o
ciclo, tenían un significado decisivo para la vida humana. Por lo tanto, los Atlantes
morenos divinizaban el Tiempo bajo la forma de los ciclos astrales o naturales y
trasmitían a los pueblos nativos la creencia en las Eras o Grandes Años: durante
un Gran Año se concretaba una parte del Plan que los Dioses habían trazado
para el hombre, su destino terrestre. El último Gran Año, que duraría unos
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veintiséis mil años solares, habría comenzado miles de años antes, cuando el
Cisne del Cielo se aproximó a la Tierra y los hombres de la Atlántida vieron
descender al Dios Sanat: venía para ser el Rey del Mundo enviado por el Dios
Sol Ton, el Padre de los Hombres, Aquel que es Hijo del Dios Perro Sin. Los
Atlantes morenos glorificaban el momento en que Sanat llegó a la Tierra y
difundían entre los pueblos nativos el Símbolo del Cisne como señal de aquel
recuerdo primigenio: de allí que el Símbolo del Cisne, y luego el de toda ave
palmípeda, fuese considerado universalmente como la evidencia de que un
pueblo nativo determinado había concertado el Pacto Cultural; vale decir, que
aunque el Dios al que rendían Culto los pueblos nativos fuese diferente, Beleno,
Lug, Bran, Proteo, etc., la identificación común con el Símbolo del Cisne delataba
la institución del Pacto Cultural. Posteriormente, tras la partida de los Atlantes, el
pleito entre los pueblos nativos se simbolizaría como una lucha entre el Cisne y la
Serpiente, pues el conflicto era entre los partidarios del Símbolo del Cisne y los
que “comprendían al Símbolo de la Serpiente”; por supuesto, el significado de
esa alegoría sólo fue conocido por los Iniciados.
El Dios Sanat se instaló en el Trono de los Antiguos Reyes del Mundo,
existente desde millones de años antes en el Palacio Korn de la Isla Blanca Gyg,
conocida posteriormente en el Tíbet como Chang Shambalá o Dejung. Allí
disponía para gobernar del concurso de incontables Almas, pues la Isla Blanca
estaba en la Tierra de los Muertos: sin embargo, a la Isla Blanca sólo llegaban las
Almas de los Sacerdotes, de aquellos que en todas las Epocas habían adorado al
Dios Creador. El Rey del Mundo presidía una Fraternidad Blanca o Hermandad
Blanca integrada por los más Santos Sacerdotes, vivos o muertos, y apoyada en
su accionar sobre la humanidad con el Poder de esos misteriosos Angeles,
Seraphim Nephilim, que los Atlantes blancos calificaban de Dioses Traidores al
Espíritu del Hombre: de acuerdo a los Atlantes blancos, los Seraphim Nephilim
sólo serían doscientos, pero su Poder era tan grande, que regían sobre toda la
Jerarquía Oculta de la Tierra; contaban, para ejercer tal Poder, con la
autorización del Dios Creador, y les obedecían ciegamente los Sacerdotes e
Iniciados del Pacto Cultural, quienes formaban en las filas de la “Jerarquía
Oculta” o “Jerarquía Blanca” de la Tierra. En resumen, en Chang Shambalá, en la
Isla Blanca, existía la Fraternidad Blanca, a cuya cabeza estaban los Seraphim
Nephilim y el Rey del Mundo.
Cabe aclarar que la “blancura” predicada sobre la Mansión insular del Rey
del Mundo o su Fraternidad no se refería a una cualidad racial de sus moradores
o integrantes sino a la iluminación que indefectiblemente estos poseerían con
respecto al resto de los hombres. La Luz, en efecto, era la cosa más Divina,
fuese la luz interior, visible por los ojos del Alma, o la luz solar, que sostenía la
vida y se percibía con los sentidos del cuerpo: y esta devoción demuestra, una
vez más, el materialismo metafísico que sustentaban los Atlantes morenos.
Según ellos, a medida que el Alma evolucionaba y se elevaba hacia el Dios
Creador “aumentaba su luz”, es decir, aumentaba su aptitud para recibir y dar luz,
para convertirse finalmente en pura luz: naturalmente esa luz era una cosa
creada por Dios, vale decir, una cosa finita, el límite de la perfección del Alma,
algo que no podría ser sobrepasado sin contradecir los Planes de Dios, sin caer
en la herejía más abominable. Los Atlantes blancos, contrariamente, afirmaban
que en el Origen, más allá de las estrellas, existía una Luz Increada que sólo
podía ser vista por el Espíritu: esa luz infinita era imperceptible para el Alma.
31
Empero, aunque invisible, frente a ella el Alma se sentía como ante la negrura
más impenetrable, un abismo infinito, y quedaba sumida en un terror
incontrolable: y eso se debía a que la Luz Increada del Espíritu transmitía al
Alma la intuición de la muerte eterna en la que ella, como toda cosa creada,
terminaría su existencia al final de un super “Gran Año” de manifestación
del Dios Creador, un “Mahamanvantara”.
De modo que la “blancura” de la Fraternidad a la que pertenecían los
Atlantes morenos no provenía del color de la piel de sus integrantes sino de la
“luz” de sus Almas: la Fraternidad Blanca no era racial sino religiosa. Sus filas se
nutrían sólo de Sacerdotes Iniciados, quienes ocupaban siempre un “justo lugar”
de acuerdo a su devoción y obediencia a los Dioses. La sangre de los vivos tenía
para ellos un valor relativo: si con su pureza se mantenía cohesionado al pueblo
nativo aliado entonces habría que conservarla, mas, si la protección del Culto
requería del mestizaje con otro pueblo, podría degradarse sin problemas. El Culto
sería el eje de la existencia del pueblo nativo y todo le estaría subordinado en
importancia; todo, al fin, debía ser sacrificado por el Culto: en primer lugar la
Sangre Pura de los pueblos aliados a los Atlantes blancos. Era parte de la misión,
una obligación del Pacto Cultural: la Sangre Pura derramada alegraba a los
Dioses y Ellos reclamaban su ofrenda. Por eso los Sacerdotes Iniciados debían
ser Sacrificadores de la Sangre Pura, debían exterminar a los Guerreros Sabios o
destruir su herencia genética, debían neutralizar el Pacto de Sangre.
32
justamente por escuchar Sus Voces, se tornaban Sabios. Ellos no habían venido
para conformar al hombre en su despreciable condición de esclavo en la Tierra
sino para incitar al Espíritu humano a la rebelión contra el Dios Creador de la
prisión material y a recuperar la libertad absoluta en el Origen, más allá de las
estrellas. Aquí sería siempre un siervo de la carne, un condenado al dolor y al
sufrimiento de la vida; allí sería el Dios que antes había sido, tan poderoso como
Todos. Y, desde luego, no habría paz para el Espíritu mientras no concretase el
Regreso al Origen, en tanto no reconquistase la libertad original; el Espíritu era
extranjero en la Tierra y prisionero de la Tierra: salvo aquél que estuviese
dormido, confundido en un extravío extremo, hechizado por la ilusión del Gran
Engaño, en la Tierra el Espíritu sólo podría manifestarse perpetuamente en
guerra contra las Potencias de la Materia que lo retenían prisionero. Sí; la paz
estaba en el Origen: aquí sólo podría haber guerra para el Espíritu despierto, es
decir, para el Espíritu Sabio; y la Sabiduría sólo podría ser opuesta a todo Culto
que obligase al hombre a ponerse de rodillas frente a un Dios.
Los Dioses Liberadores jamás hablaban de paz sino de Guerra y
Estrategia: y entonces la Estrategia consistía en mantenerse en estado de alerta
y conservar el sitio acordado con los Atlantes blancos, hasta el día en que el
teatro de operaciones de la Guerra Esencial se trasladase nuevamente a la
Tierra. Y ésto no era la paz sino la preparación para la guerra. Pero cumplir con
la misión, con el Pacto de Sangre, mantener al pueblo en estado de alerta, exigía
cierta técnica, un modo de vida especial que les permitiese vivir como extranjeros
en la Tierra. Los Atlantes blancos habían transferido a los pueblos nativos un
modo de vida semejante, muchas de cuyas pautas serían actualmente
incomprensibles. Empero, trataré de exponer los principios más evidentes en que
se basaba para conseguir los objetivos propuestos: sencillamente, se trataba de
tres conceptos, el principio de la Ocupación, el principio del Cerco, y el principio
de la Muralla; tres conceptos complementados por aquel legado de la Sabiduría
Atlante que eran la Agricultura y la Ganadería.
En primer lugar, los pueblos aliados de los Atlantes blancos no deberían
olvidar nunca el principio de la Ocupación del territorio y tendrían que prescindir
definitivamente del principio de la propiedad de la tierra, sustentado por los
partidarios de los Atlantes morenos. Con otras palabras, la tierra habitada era
tierra ocupada no tierra propia; ¿ocupada a quién? al Enemigo, a las Potencias
de la Materia. La convicción de esta distinción principal bastaría para mantener el
estado de alerta porque el pueblo ocupante era así consciente de que el Enemigo
intentaría recuperar el territorio por cualquier medio: bajo la forma de los pueblos
nativos aliados a los Atlantes morenos, como otro pueblo invasor o como
adversidad de las Fuerzas de la naturaleza. Creer en la propiedad de la tierra, por
el contrario, significaba bajar la guardia frente al Enemigo, perder el estado de
alerta y sucumbir ante Su Poder de Ilusión.
Comprendido y aceptado el principio de Ocupación, los pueblos nativos
debían proceder, en segundo término, a cercar el territorio ocupado o, por lo
menos, a señalar su área. ¿Por qué? porque el principio del Cerco permitía
separar el territorio ocupado del territorio enemigo: fuera del área ocupada y
cercada se extendía el territorio del Enemigo. Recién entonces, cuando se
disponía de un área ocupada y cercada, se podía sembrar y hacer producir a la
tierra.
33
En efecto, en el modo de vida estratégico heredado de los Atlantes
blancos, los pueblos nativos estaban obligados a obrar según un orden estricto,
que ningún otro principio permitía alterar: en tercer lugar, después de la
ocupación y el cercado, recién se podía practicar el cultivo. La causa de esta
rigurosidad era la capital importancia que los Atlantes blancos atribuían al cultivo
como acto capaz de liberar al Espíritu o de aumentar su esclavitud en la Materia.
La fórmula correcta era la siguiente: si un pueblo de Sangre Pura realizaba el
cultivo sobre una tierra ocupada, y no olvidaba en ningún momento al Enemigo
que acechaba afuera, entonces, dentro del cerco, sería libre para elevarse hasta
el Espíritu y adquirir la Más Alta Sabiduría. En caso contrario, si se cultivaba la
tierra creyendo en su propiedad, las Potencias de la Materia emergerían de la
Tierra, se apoderarían del hombre, y lo integrarían al contexto, convirtiéndolo en
un objeto de los Dioses; en consecuencia, el Espíritu sufriría una caída en la
materia aún más atroz, acompañada de la ilusión más nociva, pues creería ser
“libre” en su propiedad cuando sólo sería una pieza del organismo creado por
los Dioses. Quien cultivase la tierra, sin ocuparla y cercarla previamente, y se
sintiese su dueño o desease serlo, sería fagocitado por el contexto regional y
experimentaría la ilusión de pertenecer a él. La propiedad implica una doble
relación, recíproca e inevitable: la propiedad pertenece al propietario tanto como
éste pertenece a la propiedad; es claro: no podría haber tenencia sin una
previa pertenencia de la propiedad a apropiar. Mas, el que se sintiese
pertenecer a la tierra quedaría desguarnecido frente al Poder de Ilusión del
Enemigo: no se comportaría como extranjero en la Tierra; como el hombre
espiritual que cultiva en el cerco estratégico, pues se arraigaría y amaría a la
tierra; creería en la paz y anhelaría esa ilusión; se sentiría parte de la naturaleza
y aceptaría que el todo es Obra de los Dioses; se empequeñecería en su lar y
se asombraría de la grandeza de la Creación, que lo rodea por todas partes; no
concebiría jamás una salida de la Creación: antes bien, tal idea lo sumiría en un
terror sin nombre pues en ella intuiría una herejía abominable, una
insubordinación a la Voluntad del Creador que podría acarrearle castigos
imprevisibles; se sometería al Destino, a la Voluntad de los Dioses que lo
deciden, y les rendiría Culto para ganar su favor o para aplacar sus iras; sería
ablandado por el miedo y no tendría fuerzas, no ya para oponerse a los Dioses, ni
siquiera para luchar contra la parte animal y anímica de sí mismo, sino tampoco
para que el Espíritu la dominase y se transformase en el Señor de Sí Mismo; en
fin, creería en la propiedad de la tierra pero pertenecería a la Tierra, y cumpliría al
pie de la letra con lo señalado por la Estrategia Enemiga.
El principio de la Muralla era la aplicación fáctica del principio del Cerco,
su proyección real. De acuerdo con la Sabiduría Lítica de los Atlantes blancos,
existían muchos Mundos en los que el Espíritu estaba prisionero y en cada uno
de ellos el pincipio de la Muralla exigía diferente concreción: en el mundo físico,
su aplicación correcta conducía a la Muralla de Piedra, la más efectiva valla
estratégica contra cualquier presión del Enemigo. Por eso los pueblos nativos
que iban a cumplir la misión, y participaban del Pacto de Sangre, eran instruídos
por los Altantes blancos en la construcción de murallas de piedra como
ingrediente fundamental de su modo de vida: todos quienes ocupasen y cercasen
la tierra para practicar el cultivo, con el fin de sostener el sitio de una obra de los
Atlantes blancos, tenían también que levantar murallas de piedra. Pero la
erección de las murallas no dependía sólo de las características de la tierra
34
ocupada sino que en su construcción debían intervenir principios secretos de la
Sabiduría Lítica, principios de la Estrategia de la Guerra Esencial, principios que
sólo los Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura, los Guerreros Sabios, podían
conocer. Se comprenderá mejor el porqué de esta condición si digo que los
Atlantes blancos aconsejaban “mirar con un ojo hacia la muralla y con el otro
hacia el Origen”, lo que sólo sería posible si la muralla se hallaba referida de
algún modo hacia el Origen.
Cuarto Día
Por todo lo visto, será evidente que del modo de vida estratégico sólo
podría proceder un tipo de Cultura extremadamente austera. En efecto, los
pueblos del Pacto de Sangre jamás se destacaron por otro valor cultural como no
fuese la habilidad para la guerra. Es que estos pueblos, al principio, se
comportaban como verdaderos extranjeros en la Tierra: ocupaban la región en
que vivían, quizá durante siglos, pero siempre pensando en partir, siempre
preparándose para la guerra, siempre desconfiando de la realidad del mundo y
demostrando una hostilidad esencial hacia los Dioses extraños. No debe
sorprender, pues, que fabricasen pocos utensilios y aún menos objetos
suntuarios; sin embargo, aunque escasas, las cosas estaban perfeccionadas lo
bastante como para recordar que se trataba de pueblos de constructores,
dotados de hábiles artesanos; para comprobarlo no bastaría más que observar la
producción de armas, en la que siempre sobresalieron: éstas sí se fabricaban en
cantidad y calidad siempre creciente, siendo proverbial el temor y el respeto
causado por ellas en los pueblos del Pacto Cultural que experimentaron la
eficacia de su poder ofensivo.
Los pueblos del Pacto Cultural, contrariamente a los ocupantes de la
tierra, creían en la propiedad del suelo, amaban al mundo, y rendían Culto a los
35
Dioses propiciatorios: sus Culturas eran siempre abundantes en la producción de
utensilios y artículos suntuarios y ornamentales. Entre ellos se aceptaba que el
trabajo de la tierra era despreciable para el hombre, aunque se lo practicaba por
obligación: su habilidad mayor estaba, en cambio, en el comercio, que les servía
para difundir sus objetos culturales e imponer el Culto de sus Dioses. De acuerdo
a sus creencias, el hombre había de resignarse a su suerte y tratar de vivir lo
mejor posible en este mundo: tal la Voluntad de los Dioses, que no se debía
desafiar. Y para complacer esa Voluntad, lo correcto era servir a sus
representantes en la Tierra, los Sacerdotes y los Reyes del Culto: los Sacerdotes
trasmitían al pueblo la Voz de los Dioses y suplicaban a los Dioses por la suerte
del pueblo; paraban el brazo de los Reyes demasiado amantes de la guerra e
intercedían por el pueblo cuando la exacción de impuestos se tornaba excesiva;
eran los autores de la ley y a menudo distribuían la justicia; ¿qué males no se
abatirían sobre el pueblo si los Sacerdotes no estuviesen allí para aplacar la ira
de los Dioses? Por otra parte, según ellos no era necesario buscar la Sabiduría
para progresar culturalmente y alcanzar un alto grado de civilización: bastaba con
procurar la perfección del conocimiento, por ejemplo, bastaba con superar el
valor utilitario de un utensilio y luego estilizarlo hasta convertirlo en un objeto
artístico o suntuario. La Sabiduría era propia de los Dioses y a éstos irritaba que
el hombre invadiese sus dominios: el hombre no debía saber sino conocer y
perfeccionar lo conocido, hasta que, en un límite de excelencia de la cosa, ésta
condujese al conocimiento de otra cosa a la que también habría que mejorar,
multiplicando de esta manera la cantidad y calidad de los objetos culturales, y
evolucionando hacia formas cada vez más complejas de Cultura y Civilización.
Gracias a los Sacerdotes, pues, que condenaban la herejía de la Sabiduría pero
aprobaban con entusiasmo la aplicación del conocimiento en la producción de
objetos que hiciesen más placentera la vida del hombre, las civilizaciones de
costumbres refinadas y lujos exquisitos contrastaban notablemente con el modo
de vida austero de los pueblos del Pacto de Sangre.
Al principio esa diferencia, que era lógica, no causó ningún efecto en los
pueblos del Pacto de Sangre, siempre desconfiados de cuanto pudiese debilitar
su modo de vida guerrero: una caída se produciría, profetizaban los Guerreros
Sabios, si permitían que las Culturas extranjeras contaminasen sus costumbres.
Esta certeza les permitió resistir durante muchos siglos, mientras en el mundo
crecían y se extendían las civilizaciones del Pacto Cultural. No obstante, con el
correr de los siglos, y por numerosos y variados motivos, los pueblos del Pacto
de Sangre acabaron por sucumbir culturalmente frente a los pueblos del Pacto
Cultural. Sin entrar en detalles, se puede considerar que dos fueron las causas
principales de ese resultado. Por parte de los pueblos del Pacto de Sangre, una
especie de fatiga colectiva que enervó la voluntad guerrera: algo así como el
sopor que por momentos suele invadir a los centinelas durante una larga jornada
de vigilancia; esa fatiga, ese sopor, esa debilidad volitiva, los fue dejando inermes
frente al Enemigo. Por parte de los pueblos del Pacto Cultural, una diabólica
Estrategia, lucubrada y pergeñada por los Sacerdotes, basada en la explotación
de la Fatiga de Guerra mediante la tentación de la ilusión: así, se tentó a los
pueblos del Pacto de Sangre con la ilusión de la paz, con la ilusión de la tregua,
con la ilusión del progreso cultural, con la ilusión de la comodidad, del placer, del
lujo, del confort, etc.; quizá el arma más efectiva haya sido la tentación del amor
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de las bellas sacerdotisas, especialmente entrenadas para despertar las pasiones
dormidas de los Reyes Guerreros.
Con la tentación de la ilusión, los Sacerdotes procuraban concertar
alianzas de sangre entre los pueblos combatientes, sellar los “tratados de paz”
con la consumación de bodas entre miembros de la nobleza reinante;
naturalmente, como se trataba de apareamientos entre individuos del mejor
linaje, y de la misma Raza, a menudo no ocurría la degradación de la Sangre
Pura. ¿Qué buscaban, entonces, los Sacerdotes con tales uniones? Dominar
culturalmente a los pueblos del Pacto de Sangre. Ellos tenían bien en claro que la
Sangre Pura, por sí sola, no basta para mantener la Sabiduría si se carece de la
voluntad espiritual de ser libre en el Origen, voluntad que se iba debilitando por la
Fatiga de Guerra. La Sabiduría haría al Espíritu libre en el Origen y más poderoso
que el Dios Creador; pero en este mundo, donde el Espíritu está encadenado al
animal hombre, el Culto al Dios Creador acabaría dominando a la Sabiduría,
sepultándola bajo el manto del terror y del odio. Una vez sometidos
culturalmente, ya tendrían tiempo los Sacerdotes para degradar la Sangre Pura
de los pueblos del Pacto de Sangre y para cumplir con su propio Pacto Cultural,
es decir, para destruir las obras de los Atlantes blancos.
En mi pueblo, Dr. Siegnagel, las cosas ocurrieron de ese modo. Los
Reyes, cansados de luchar y de esperar el regreso de los Dioses Liberadores, se
dejaron tentar por la ilusión de una paz que les prometía múltiples ventajas: si se
aliaban a los pueblos del Pacto Cultural accederían a su “avanzada” Cultura,
compartirían sus costumbres refinadas, disfrutarían del uso de los más diversos
objetos culturales, habitarían viviendas más cómodas, etc.; y las alianzas se
sellarían con matrimonios convenientes, enlaces que dejarían a salvo la dignidad
de los Reyes y no los obligarían a ceder, de entrada, la Sabiduría frente al Culto.
Ellos creían, ingenuamente, que estaban concertando una especie de tregua en
la que nada perdían y con la que tenían mucho por ganar: y esa creencia, esa
ceguera, esa locura, esa fatiga incomprensible, ese sopor, ese hechizo, fue la
ruina de mi pueblo y la falta más grande al Pacto de Sangre con los Atlantes
blancos, una Falta de Honor. ¡Oh, qué locura! ¡creer que podía reunirse en una
sola mano el Culto y la Sabiduría! El resultado, el desastre diría, fue que los
Sacerdotes atravesaron las murallas y se instalaron entre los Guerreros Sabios;
allí intrigaron hasta imponer sus Cultos y conseguir que estos olvidasen la
Sabiduría; y por último, se lanzaron ávidamente a rescatar las Piedras de Venus,
las que remitían con presteza a la Fraternidad Blanca mediante mensajeros que
viajaban a lejanas regiones. Sólo muy pocos Iniciados tuvieron el Honor y el Valor
de resistirse a tan repudiable claudicación y dispusieron los medios para
preservar la Piedra de Venus y lo que se recordaba de la Sabiduría.
Entre tales Iniciados, se contó uno de mis remotos antepasados, quien
engastó la Piedra de Venus en la guarnición de una espada de hierro: era aquélla
un arma de imponente belleza y notable simbolismo; además de sostener la
Piedra de Venus, el arriaz se quebraba hacia arriba en dos gavilanes de hierro
que protegían la empuñadura y daban al conjunto forma de tridente invertido; la
empuñadura, por su parte, era de un hueso blanco como el marfil, pero
espiralado, y se afirmaba con convicción que pertenecía al cuerno del Barbo
Unicornio, animal mítico que representaba al hombre espiritual; y el pomo, de
hierro como la hoja, poseía también un par de gavilanes elevados, que formaban
un segundo tridente invertido. En la Edad Media, como se verá, otros Iniciados le
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grabaron en la hoja la inscripción “honor et mortis”. Pues bien, ese Iniciado
estableció la ley de que aquella arma debía pertenecer solamente a los Reyes del
linaje original, a los descendientes de los Atlantes blancos. Vanos fueron, en este
caso, los intentos hechos por generaciones de Sacerdotes para deshacerse de la
Espada Sabia, denominada así por el pueblo: como verá, se la conservó mientras
se pudo, y luego, cuando ello ya no fue posible, se la mantuvo oculta hasta los
días de Lito de Tharsis, el antepasado que vino a América en 1534.
Lo repito: la locura de reunir en una sola Estirpe el Culto y la Sabiduría
causó un desastre en los pueblos del Pacto de Sangre: la interrupción de la
cadena iniciática. Ocurrió así que en un momento dado, cuando los Dioses del
Culto se impusieron, se apagó la Voz de la Sangre Pura y los Iniciados perdieron
la posibilidad de escuchar a los Dioses Liberadores: la voluntad de regresar al
Origen se había debilitado hacía tiempo y ahora carecían de orientación. Sin la
Voz, y sin la orientación hacia el Origen, ya no había Sabiduría para transmitir, ya
no se vería el Signo del Origen en la Piedra de Venus. Los Iniciados
comprobaron, de pronto, que algo se había cortado entre ellos y los Dioses
Liberadores. Y comprendieron, muy tarde, que el futuro de la misión y del Pacto
de Sangre dependería como nunca de la lucha entre el Culto y la Sabiduría, pero
de una lucha que desde entonces ya no se desarrollaría afuera sino adentro, en
el campo de la sangre. ¿Qué hicieron los Iniciados al comprobar esa realidad
irreversible, las tinieblas que se abatían sobre el Espíritu, para contrarrestarla?
Casi todos obraron del mismo modo. Partiendo del principio de que cuanto existe
en este mundo es sólo una burda imitación de las cosas del Mundo Verdadero, y
ante la imposibilidad de localizar el Origen y el Camino hacia el Mundo
Verdadero, optaron por emplear los últimos restos de la Sabiduría para plasmar
en las Estirpes de Sangre más Pura una “misión familiar” consistente en la
comprensión inconsciente, con el Signo del Origen, de un Arquetipo. Hay
que advertir lo modesto de este objetivo: los Antiguos Iniciados, los Guerreros
Sabios, eran capaces de “comprender a la serpiente, con el Signo del Origen”; y
la serpiente es un Símbolo que contiene a Todos los arquetipos creados por
el Dios del Universo, Símbolo que se comprendía conscientemente con el Signo
increado del Origen. Ahora los Iniciados proponían, y no quedaban otras
opciones, que una familia trabajase “a ciegas” sobre un Arquetipo creado,
tratando de que el Símbolo del Origen presente en la sangre lo comprendiese
casualmente algún día y revelase la Verdad de la Forma Increada.
En resumen Dr. Siegnagel, a ciertas Estirpes, por cuyas venas corre la
sangre Divina de los Atlantes blancos, se les asignó una misión familiar, un
objetivo a lograr con el paso de incontables generaciones que irían repitiendo
perpetuamente un mismo drama, girando en torno de un mismo Arquetipo. Como
el Alquimista revuelve el plomo, los miembros de la familia elegida repetirían
incansablemente las pruebas establecidas por los antepasados, hasta que uno
de ellos un día, girando un círculo recorrido mil veces bajo otros cielos, alcanzase
a cumplir la misión familiar, purificando entonces su sangre astral. Se produciría
así una trasmutación que le permitiría remontar la involución del Kaly Yuga o
Edad Oscura, regresar al Origen y adquirir nuevamente la Sabiduría.
Es obvio aclarar que la misión familiar sería secreta y que actualmente es
desconocida para los miembros de las Estirpes descendientes de los Atlantes
blancos. La misión exigía el cumplimiento de una pauta específica cuyo contenido
no tendría relación necesaria con las metas u objetivos de la comunidad cultural a
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la que pertenecía la Estirpe elegida; inclusive, según la Epoca, la pauta podría
resultar incomprensible o simplemente chocar contra los cánones culturales en
boga. Pero nada de esto importaría porque la misión estaba plasmada en la
sangre familiar, en el árbol de la Estirpe, y las ramas descendientes irían
tendiendo inevitablemente hacia la pauta, en un esfuerzo inconsciente y
sobrehumano por superar la caída espiritual. Desde luego, la pauta específica
describía el Arquetipo al que se tendría que comprender en la sangre, con el
Símbolo del Origen, para trascenderlo y llegar hasta la Forma Increada. A
algunas familias, por ejemplo, se les encomendó la perfección de una piedra, de
un vegetal, de un animal, de un símbolo, de un color, de un sonido, de una
función orgánica determinada o de un instinto, etc. La perfección de la cosa
pautada requería penetrar en su íntima esencia hasta tocar los límites
metafísicos, es decir, hasta ajustarse a la forma perfecta del Arquetipo creado:
por consiguiente, considerando que el Arquetipo creado es sólo una mera copia
de la Forma Increada, sería posible orientarse nuevamente hacia el Origen si se
comprendía al Arquetipo con el Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura; y
allí estaba la Sabiduría.
La misión familiar no culminaba, pues, con la simple aprehensión
trascendente del Arquetipo creado sino que exigía su re-creación espiritual.
Partiendo de una cualidad existente en el mundo, se volvería sobre ella una y
otra vez, incansablemente, durante eones, hasta penetrar en la íntima esencia y
concretar su perfección arquetípica: se re-crearía, entonces, a la cualidad en el
Espirítu y se la comprendería con el Símbolo del Origen. Sólo así se daría la
condición de la Existencia para el Espíritu, sólo así el Espíritu sería algo existente
más allá de lo creado: no percibiendo la ilusión de lo creado sino recreando lo
percibido en el Espíritu y comprendiéndolo con lo Increado. Al cumplir de ese
modo con la misión familiar, la sangre astral, no la hemoglobina, sería purificada
y haría posible una trasmutación que es propia de los Iniciados Hiperbóreos o
Guerreros Sabios, la que transforma al hombre en un superhombre inmortal.
En el curso de esa vía no evolutiva, los convocados, los llamados a cumplir
con la misión familiar, serán capaces de crear “mágicamente” varias cosas. Los
Iniciados en el Misterio de la Sangre Pura obtienen, por ejemplo, un vino mágico,
soma, haoma o amrita; luego de una destilación milenaria del licor pautado, éste
es incorporado a la sangre, recreado, como un néctar trasmutador. También la
manipulación del sonido permite arribar a una armonía superior, a una música de
las esferas; el Espíritu, vibrando en una nota única, om, recrea la esencia
inefable del logos, el Verbo Creador. Y tanto aquel néctar como este sonido, u
otras formas arquetípicas semejantes, pueden ser recreadas en el Espíritu y
comprendidas por el Símbolo del Origen, comprendidas por lo Increado, abriendo
así las puertas al Origen y a la Sabiduría.
Su familia, Dr. Siegnagel, fue destinada para producir una miel arquetípica,
el zumo exquisito de lo dulce. Desde tiempos remotos, sus antepasados han
trabajado todas las formas del azúcar, desde el cultivo hasta la refinación; desde
las melazas más groseras hasta las mieles más excelentes. Un día se agotó el
manejo empírico y un azúcar metafísico, es decir un Arquetipo, se incorporó a la
sangre astral de la familia, dando comienzo a un lento proceso de refinación
interior que culmina en Ud. Hoy el azúcar metafísico ha sido ajustado a la
perfección arquetípica y el esfuerzo de miles de antepasados se ha condensado
en su persona: la dulzura buscada está en su Corazón. A Ud. le toca dar el
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último paso de la trasmutación, recrear ese azúcar arquetípico en el Espíritu, y
comprenderlo con el Símbolo del Origen. Pero no soy Yo quien debe hablarle
de esto, pues sus antepasados se harán presentes un día, todos juntos, y le
reclamarán el cumplimiento de la misión.
Quinto Día
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como exigir, al final, la Más Alta Sabiduría, el cumplimiento del mandato de los
Atlantes blancos: comprender a la serpiente, con el Símbolo del Origen! No
podría asegurarle si esta alucinante propuesta fue el producto de la locura de mis
antepasados u obedeció a una inspiración superior, a una solicitud que los
Dioses Liberadores hacían a la Estirpe: quizá Ellos sabían desde el principio que
uno de los nuestros llegaría a cumplir la misión familiar y despertaría, como
Guerrero Sabio, en el momento justo en que se librase, sobre la Tierra, la Batalla
Final. Porque, si descartamos un acto de locura de los Guerreros Sabios y
aceptamos que obraron con plena conciencia de lo que suponían conseguir, no
se explica la extrema dificultad de semejante misión a menos que su
cumplimiento contribuyese a la Estrategia de la Guerra Esencial y se confiase en
la ayuda y la guía invisible de los Dioses Liberadores. Tal vez, entonces, los
Dioses Liberadores quisieron contar durante la Batalla Final con Iniciados
capaces de enfrentarse con ellos cara a Cara, y hubiesen decidido dotar a
ciertos linajes, como el mío, del instrumento adecuado para ello, esto es, de la
comprensión del Arquetipo de los Dioses. Esta necesidad se entiende por
medio de una antigua idea que los Atlantes blancos transmitieron a los Guerreros
Sabios de mi pueblo: de acuerdo a esa revelación, los Dioses Liberadores eran
Espíritus Increados que existían libremente fuera de toda determinación material;
pero los Espíritus encadenados en la Materia, en el animal hombre, habían
perdido el Origen y, con ello, la capacidad de percibir lo Increado: sólo podían
relacionarse con lo creado, con las formas arquetípicas; por eso los Dioses
Liberadores solían emplear “como ropaje” algunos Arquetipos de Dioses para
manifestarse a los hombres: naturalmente, tales manifestaciones sólo tendrían
lugar frente a los Iniciados Hiperbóreos, porque sólo los Iniciados serían capaces
de trascender “los ropajes”, las formas de los Arquetipos creados, y resistir “cara
a Cara” las Presencias Terribles de los Dioses Liberadores. Siendo así, tal vez
Ellos habrían querido que un Iniciado de mi Estirpe llegase algún día,
presumiblemente durante la Batalla Final, a ponerse en contacto con la Diosa
Hiperbórea que suele manifestarse a través de Belisana, la que los Atlantes
blancos llamaban Frya y los Antiguos Hiperbóreos Lillith.
Cualquiera fuese el caso, por locura o inspiración Divina, lo cierto es que la
pauta de aquella misión determinó que nuestra familia se consagrase con ardor a
la perfección del Culto a la Diosa Belisana. Seguramente esa dedicación tan
especial a la práctica de un Culto haya sido salvadora pues, durante muchas
generaciones, se creyó que el nuestro era un linaje de Sacerdotes: en verdad, los
primeros descendientes en la misión familiar no se debían diferenciar mucho de
los más fanáticos Sacerdotes adoradores del Fuego. Sin embargo, con el correr
de las generaciones, fueron surgiendo miembros que penetraron más y más en la
esencia de lo ígneo.
La Diosa Belisana estaba representada, en el Culto primitivo, por la Flama
de una Lámpara Perenne de los Atlantes morenos. Las Lámparas Perennes las
habían cedido los Sacerdotes para sellar las alianzas de sangre entre miembros
del pueblo del Pacto Cultural y del Pacto de Sangre, y como el medio mágico
más seguro para imponer el Culto sobre la Sabiduría. De ese modo, entre los
iberos de mi pueblo, un Guerrero Sabio contrajo enlace con una princesa ibera,
que era también Sacerdotisa del Culto a la Diosa Belisana, y recibió como dote
aquella lámpara cuya Flama no se apagaba nunca. Absurdamente, mi familia
poseyó entonces la Espada Sabia, con la Piedra de Venus de los Atlantes
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blancos, y la Lámpara Perenne, con la Flama de los Atlantes morenos. Pero la
Espada Sabia no jugaría aún su papel: sólo era celosamente conservada, por
tradición familiar, pues se había perdido la facultad de ver el Signo del Origen
sobre la Piedra de Venus. En cambio a la Lámpara Perenne, al Culto a la Flama
Sagrada, se le ofrendaba toda la atención. Así, hubo descendientes que
consiguieron perfeccionar la Divina Flama, aproximándola cada vez más al
Arquetipo ígneo de la Diosa. Y hubo también descendientes que lograron aislar y
aprehender la esencia de lo ígneo, incorporando el Arquetipo del Fuego en la
sangre familiar. Cuando esto ocurrió, algunos antepasados, prudentemente,
abandonaron el Culto de la Flama y se retiraron a un Señorío del Sur de España.
Dejaron la Lámpara Perenne a los restantes familiares, que eran incapaces de
faltar al Culto, y conservaron la Espada Sabia, que para aquéllos no significaba
nada. Por supuesto, quienes quedaron en custodia de la Lámpara Perenne
continuaron siendo Reyes o Sacerdotes porque el pueblo estaba completamente
entregado al Culto de la Diosa Belisana: los que se retiraron, mis antepasados
directos, tuvieron que ceder en cambio todos sus derechos a la sucesión real. No
obstante, mantuvieron algún poder como Señores de la Casa de Tharsis, cerca
de Huelva, en Andalucía.
Fue entonces cuando adoptaron el Barbo Unicornio como símbolo de la
Casa de Tharsis. Al principio representaban aquel pez mítico en sus escudos o
en primitivos blasones, pero en la Edad Media, como se verá, fue incorporado
heráldicamente al escudo de armas familiar. El barbo caballero, barbus eques,
es el más común en los ríos de España, especialmente el Odiel que circulaba a
escasos metros de Tharsis; recibe el pez tal nombre debido a cuatro barbillas que
tiene en la madíbula inferior, la cual es muy saliente. Empero, el barbo al que se
referían los Señores de Tharsis era un pez provisto de un cuerno frontal y cinco
barbillas. El mito que justificaba al símbolo afirmaba que el barbo, desplazándose
por el río Odiel, era semejante al Alma transitando por el Tiempo trascendente de
la Vida: una representación del animal hombre. Pero los descendientes de los
Atlantes blancos no eran como el animal hombre pues poseían un Espíritu
Increado encadenado en el Alma creada: entonces el barbo no los representaba
concretamente. De allí la adición del cuerno espiralado, que correspondía al
instrumento empleado por los Dioses Traidores para encadenar al Espíritu
Increado, vale decir, a la Llave Kâlachakra; naturalmente, el Espíritu Increado
era irrepresentable, y por eso se lo insinuaba dejando sin terminar, en las
representaciones del barbo unicornio, la punta del cuerno: más allá del cuerno, a
una distancia infinita, se hallaba el Espíritu Increado, absurdamente relacionado
con la Materia Creada. Y la barba del barbo, desde luego, significaba la herencia
de Navután, el número de Venus.
Naturalmente, los Señores de Tharsis prosiguieron practicando el Culto a
Belisana pues, hasta Lito de Tharsis, no hubo ninguno que comprendiese la
misión familiar y, además, porque ello estaba establecido y sancionado por las
leyes de mi pueblo. Mas, el objetivo secreto de la misión familiar impulsaba
inexorablemente a sus partícipes a recrear espiritualmente el Arquetipo ígneo, y
eso los marcó con una señal inconfundible: adquirieron fama de ser una familia
de místicos y de aventureros, cuando no de locos peligrosos. Y algo de verdad
había en tales fábulas pues aquel Fuego en la sangre, al principio descontrolado,
causaba los extremos más intensos de la violencia y la pasión: existieron quienes
experimentaron en sus vidas el odio más terrible y el amor más sublime que
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humanamente se puedan concebir; y toda esa experiencia se condensaba y
sintetizaba en el Arbol de la Sangre y se transmitía genéticamente a los
herederos de la Estirpe. Con el tiempo, las tendencias extremas se fueron
separando y surgían periódicamente Señores que eran puro Amor o puro Valor,
es decir, grandes “Místicos” y grandes “Guerreros”. Entre los primeros, estaban
los que aseguraban que la Antigua Diosa “se había instalado en el corazón” y que
su Flama “los encendía en un éxtasis de Amor”; entre los segundos, los que,
contrariamente, afirmaban que “Ella les había Helado el corazón”, les había
infundido tal Valor que ahora eran tan duros “como las rocas de Tharsis”.
También las Damas intervenían en esta selección: ellas sentían el Fuego de la
Sangre como un Dios, al que identificaban como Beleno,”el esposo de Belisana”,
en realidad este Beleno, Dios del Fuego al que los griegos conocían como Apolo,
el Hiperbóreo, era un Arquetipo ígneo empleado desde los días de la Atlántida
por el más poderoso de los Dioses Liberadores como “ropaje” para manifestarse
a los hombres: me refiero al Gran Jefe de los Espíritus Hiperbóreos, Lúcifer, “el
que desafía con el Poder de la Sabiduría al Poder de la Ilusión del Dios Creador”,
el Enviado del Dios Incognoscible, el verdadero Kristos de Luz Increada.
Faltaba, pues, que de la Estirpe de los Señores de Tharsis brotase el
retoño que habría de cumplir la misión familiar, el que recrease en el Espíritu el
Fuego de los Dioses y lo comprendiese con el Símbolo del Origen. Le anticipo,
Dr. Siegnagel, que sólo hubo dos que tuvieron esa posibilidad en grado
eminente: Lito de Tharsis, en el siglo XVI, y mi hijo Noyo en la actualidad. Pero,
vayamos hacia esto paso a paso.
Sexto Día
La sierra Catochar siempre fue rica en oro y plata. Mientras mi pueblo era
fuerte en la península ibérica, esa riqueza permitió que los Señores de Tharsis
viviesen con gran esplendor. El modo de vida estratégico había sido olvidado
miles de años antes de adquirir los derechos de aquel Señorío y ya no se
“ocupaba” la tierra para practicar el cultivo mágico: en esa Epoca, se creía en la
propiedad de la tierra y en el poder del oro. Todos los Reinos estaban infestados
de comerciantes y mercaderes que ofrecían, por oro, las cosas más preciosas:
especias, géneros, vestidos, utensilios, joyas, y hasta armas; sí, las armas que en
el pasado eran producidas por cada pueblo combatiente, siendo las más
perfectas acaparadas por los pueblos del Pacto de Sangre, entonces podían
adquirirse a los traficantes por un puñado de oro. Y los Señores de Tharsis, con
su oro y su plata, compraban a los campesinos la mitad de sus cosechas: la otra
mitad, menos lo necesario para subsistir, correspondía como es lógico a los
Señores de Tharsis por ser estos los “propietarios” de la tierra. Y el sobrante de
aquellos alimentos, junto con el oro y la plata que abundaban, iban a parar a los
puertos de Huelva, que entonces se llamaba Onuba, para convertirse en
mercancías de la más variada especie.
Los fenicios, descendientes de la Raza roja de la Atlántida, se contaban
entre los pueblos que adhirieron de entrada al Pacto Cultural. En el pasado
habían sido enemigos jurados de los iberos: tan sólo cien años antes de que mi
familia llegase al Señorío de Tharsis, los fenicios tenían ocupada la ciudadela de
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“Tarshish”, que se hallaba enclavada cerca de la confluencia de los ríos Tinto y
Odiel. Finalmente, luego de una breve pero encarnizada guerra, mi pueblo
recuperó la plaza, aunque condicionada por un tratado de paz que permitía el
libre comercio de los hombres rojos. Desde Tarshish hasta Onuba, en pequeños
transportes fluviales o en caravanas, y desde Onuba hasta Medio Oriente en
barcos de ultramar, los fenicios monopolizaban el tráfico de mercancías pues la
presencia de mercaderes procedentes de otros pueblos era incomparablemente
menor. Sin juzgar aquí el impacto cultural que aquel tránsito comercial causaba
en las costumbres de mi pueblo, lo cierto es que los Señores de Tharsis
gobernaban un país tranquilo, que iba siendo famoso por su riqueza y
prosperidad.
Pero he aquí que aquella paz ilusoria pronto vino a ser turbada; y no
precisamente, como podría concluirse de una observación superficial, porque el
oro de Tharsis hubiese despertado la codicia de pueblos extranjeros y
conquistadores. Tal codicia existió, e invasores y conquistadores hubo muchos,
empero, el motivo principal de todos los problemas, y finalmente de la ruina de la
Casa de Tharsis, fue la llegada de los Golen.
Desde el siglo VIII antes de Jesucristo, aproximadamente desde que
Sargón, el Rey de Asiria, destruyera el Reino de Israel, comenzaron a aparecer
los Golen en la península ibérica. Al comienzo venían acompañando a los
comerciantes fenicios y desembarcaban en todos los puertos del Mediterráneo,
pero luego se comprobó que también avanzaban por tierra, al paso de un pueblo
escita al que habían dominado en Asia Menor. Este pueblo, que era de nuestra
misma Raza, atravesó Europa de Este a Oeste y llegó a España dos siglos
después, cuando la obra destructiva de los malditos Golen estaba bastante
adelantada. Los Golen, por su parte, evidenciaban claramente que pertenecían a
otra Raza, cosa que ellos confirmaban con orgullo: eran miembros, se
vanagloriaban, del Pueblo Elegido por el Dios Creador para reinar sobre la Tierra.
Sus maestros habían sido los Sacerdotes egipcios y venían, por lo tanto, en
representación de los Atlantes morenos. Todos los pueblos nativos de la
península, y también el que luego llegó con los Golen, no recordaban ya el modo
de vida estratégico y estaban en poder de Sacerdotes de distintos Cultos: la
misión de los Golen consistía, justamente, en demostrar su autoridad sacerdotal y
unificar los Cultos. Para ello disponían de diabólicos poderes, que recordaban sin
dudas a los Atlantes morenos, y una crueldad sin límites.
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Comercio entre Iberos y Fenicios
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mismo para existir: era un Dios macho solitario. Con tan aberrante concepción,
no debe sorprender que los Golen fuesen también hombres solitarios. Empero,
aunque la clave de su conducta esté aquí, no ha de ser tan fácil derivar de ella el
principio que los llevaba a practicar entre ellos el onanismo y la sodomía ritual.
Por su costumbre de habitar en los bosques, alejados del pueblo, y sus
prácticas depravadas, muchos creyeron que los Golen procedían de Frigia,
donde existía un Culto antiquísimo a la Abeja macho Bute, el cual también era
realizado por Sacerdotes sodomitas: allí los Sacerdotes se castraban
voluntariamente y el templo estaba guardado por una corte de eunucos. Otros
suponían que procedían de la India, donde se conocía de antiguo un Culto de
adoradores del falo. Pero los Golen no procedían ni de Frigia ni de la India sino
del País de Canaán y no practicaban la castración ni la adoración del falo sino la
sodomía simple y llana: habían desterrado a la mujer del mismo modo que su
Dios había destronado a todas las Diosas; llevaban una vida solitaria y a menudo
excenta de placeres, salvo la sodomía ritual, que representaba la Autosuficiencia
de El.
Lógicamente, si bien los Golen eran extremadamente tolerantes hacia la
forma de los Cultos, y en lo único que no transigían era en lo concerniente a la
unidad de Dios en el Sacrificio, se entiende que manifestasen predilección hacia
los pueblos cuyos Cultos se personificaban en Dioses masculinos y cierto
desprecio por los adoradores de Diosas. A muy corto plazo esta actitud de
indiferencia o desprecio, cuando no de franco rechazo, que los Golen
dispensaban a las Diosas, iba a entrar en colisión con la forma tan particular que
había adquirido en mi pueblo ibero el Culto a Belisana.
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más prohibido, y lo más abominable, un pecado irredimible, era sin dudas el
querer conservar la Piedra de Venus. El que no entregase voluntariamente a los
Sacerdotes del Culto, o a los Golen, la Piedra de Venus, sufriría la condena de
exterminio, es decir lo pagaría con la destrucción de su linaje, con el
aniquilamiento de todos los miembros de la Estirpe.
Demás está decir que los Golen se hicieron muy pronto de casi todas las
Piedras que todavía continuaban en manos de los pueblos nativos. A diferencia
de los Sacerdotes del Culto, ellos sólo remitían algunas a la Fraternidad Blanca:
otras las reservaban para utilizarlas en actos de magia, pues se jactaban de
conocer sus secretos y de poderlas emplear en provecho de sus planes; y a
éstas las denominaban, peyorativamente, huevos de serpiente. Los Señores de
Tharsis, claro está, jamás confiaron en los Golen ni se amedrentaron por sus
amenazas. Pero la Espada Sabia era una realidad que se había trocado en
leyenda popular y a la que no se podía negar con seriedad: los Golen
sospecharon desde un primer momento que en esa arma existía un secreto
vestigio del Pacto de Sangre. Puesto que los Señores de Tharsis no accedían a
entregarla voluntariamente, y que no podía ser comprada a ningún precio,
decidieron aplicar contra ellos todos los recursos de su magia, los diabólicos
poderes con que los habían dotado las Potencias de la Materia. Y aquí la
sorpresa de los Golen fue mayúscula pues comprobaron que aquellos poderes
nada podían contra el Fuego demencial que encendía la sangre de los Señores
de Tharsis. La locura, mística o guerrera, que los distinguía como hombres
impredecibles e indómitos, los situaba también fuera del alcance de los conjuros
mágicos de los Golen. No quedaba a éstos otra alternativa, de acuerdo a sus
demoníacos designios, que apoderarse por la fuerza de la Espada Sabia y
someter a la Casa de Tharsis a la pena de exterminio.
Este fue, Dr. Siegnagel, el verdadero motivo del contínuo estado de guerra
en que debieron vivir en adelante los Señores de Tharsis, lo que significó la
pérdida definitiva de la ilusoria soberanía disfrutada hasta entonces, y no la
“codicia” que pueblos extranjeros y conquistadores pudiesen haber alimentado
por sus riquezas. Al contrario, no existía en todo el orbe un Rey, Señor, o simple
aventurero de la guerra, al que los Golen no hubiesen tentado con la conquista
de Tharsis, con el fabuloso botín en oro y plata que ganaría el que intentase la
hazaña. Y fueron sus intrigas las que causaron el constante asedio de bandidos y
piratas. Mientras pudieron, los Señores de Tharsis resistieron la presión
valiéndose de sus propios medios, es decir, con el concurso de los guerreros de
mi pueblo. Pero cuando ello ya no fue posible, especialmente cuando se
enteraron que los fenicios de Tiro estaban concentrando un poderoso ejército
mercenario en las Baleares para invadir y colonizar Tharsis, no tuvieron más
salida que aceptar la ayuda, naturalmente interesada, de un pueblo extranjero.
En este caso solicitaron auxilio a Lidia, una Nación pelasga del Mar Egeo,
integrada por eximios navegantes cuyos barcos de ultramar atracaban en Onuba
dos o tres veces por año para comerciar con el pueblo de Tharsis: tenían el
defecto de que eran también mercaderes, y productores de prescindibles
mercancías, y estaban acostumbrados a prácticas y hábitos mucho más
“avanzados culturalmente” que los “primitivos” iberos; pero, en compensación,
exhibían la importante cualidad de que eran de nuestra misma Raza y
demostraban una indudable habilidad para la guerra.
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Por “pelasgos” la Historia ha conocido a un conjunto de pueblos afincados
en distintas regiones de las costas mediterráneas y tirrenas, de la península
egea, y del Asia Menor. Así que, para hallar un origen común en todos ellos, hay
que remitirse al Principio de la Historia, a los tiempos posteriores a la catástrofe
atlante, cuando los Atlantes blancos instituyen el Pacto de Sangre con los nativos
de la península ibérica. En verdad, entonces sólo había un pueblo nativo, que fue
separado de acuerdo a las leyes exógamas atlantes en tres grandes grupos: el
de los iberos, el de los vaskos, y el de los que después serían los pelasgos. A su
vez, cada uno de estos grandes grupos se subdividía internamente en tres en
todas las organizaciones sociales tribales de las aldeas, poblados y Reinos.
Aquel pueblo único sería conocido luego de la partida de los Atlantes blancos
como Virtriones o Vrtriones, es decir, ganaderos; pero el Nombre no tardó en
convertirse en Vitriones, Vetriones, y, por influencia de otros pueblos,
especialmente de los fenicios, en Veriones o Geriones. El “Gigante Geriones”,
con un par de piernas, es decir con una sola base racial, pero triple de la cintura
para arriba, o sea, con tres cuerpos y tres cabezas, procede de un antiguo Mito
pelasgo en el que se representa al pueblo original con la triple división exogámica
impuesta por los Atlantes blancos; con el correr de los siglos, los tres grandes
grupos del pueblo nativo fueron identificados por sus nombres particulares y se
olvidó la unidad original: las rivalidades e intrigas estimuladas desde el Pacto
Cultural contribuyeron a ello, acabando cada grupo convencido de su
individualidad racial y cultural. A los iberos ya los he mencionado, pues de ellos
desciendo, y los seguiré citando en esta historia; de los vaskos nada diré fuera de
que temprano traicionaron al Pacto de Sangre y se aliaron al Pacto Cultural, error
que pagarían con mucho sufrimiento y una gran confusión estratégica, puesto
que eran un pueblo de Sangre Muy Pura; y en cuanto a los pelasgos, el caso es
bastante simple. Cuando los Atlantes blancos partieron, iban acompañados
masivamente por los pelasgos, a quienes habían encargado la tarea de
transportarlos por mar hacia el Asia Menor. Allí se despidieron de los Atlantes
blancos y decidieron permanecer en la zona, dando lugar con el tiempo a la
formación de una numerosa confederación de pueblos. Sucesivas invasiones los
obligaron en muchas ocasiones a abandonar sus asentamientos, mas, como se
habían transformado en excelentes navegantes, supieron salir bien parados de
todos los trances: sin embargo, aquellos desplazamientos los traerían
nuevamente en dirección de la península ibérica; en el momento que transcurre
la alianza con los lidios, siglo VIII A.J.C., otros grupos pelasgos ocupan ya Italia y
la Galia bajo el nombre de etruscos, tyrrenos, truscos, taruscos, ruscos, rasenos,
etc. El grupo de los lidios que convocaron los Señores de Tharsis, aún
permanecían en Asia Menor, aunque soportando en esa Epoca una terrible
escasez de alimentos; reconocían por las tradiciones el parentesco cercano que
los unía a los iberos, pero afirmaban descender del “Rey Manes”, legendario
antepasado que no sería otro más que “Manú” el Arquetipo perfecto del animal
hombre, impuesto en sus Cultos por los Sacerdotes del Pacto Cultural.
Una vez logrado el acuerdo con los embajadores del Rey de Lidia, que
incluía el consabido intercambio de princesas, decenas de barcos pelasgos
comenzaron a llegar a los puertos de Tharsis. Venían repletos de temibles
guerreros, pero también traían muchas familias de colonos dispuestas a
establecerse definitivamente entre aquellos parientes lejanos, que tanta fama
tenían por su riqueza y prosperidad. Esa pacífica invasión no entusiasmaba
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demasiado a los de mi pueblo, pero nada podían hacer pues todos comprendían
la inminencia del “peligro fenicio”. Peligro que desapareció no bien estos
advirtieron el cambio de situación y evaluaron el costo que supondría ahora la
conquista de Tharsis. Por esta vez los Golen fueron burlados; pero no olvidarían
a la Espada Sabia, ni a los Señores de Tharsis, ni a la sentencia de exterminio
que pesaba sobre ellos.
En aquellas circunstancias, la alianza con los pelasgos fue un acierto
desde todo punto de vista. Los Lidios se contaban entre los primeros pueblos del
Pacto de Sangre que habían vencido el tabú del hierro y conocían el secreto de
su fundición y forjado: en ese entonces, las espadas de hierro eran el arma más
poderosa de la Tierra. Sin embargo, pese a ser notables comerciantes, jamás
vendían un arma de hierro, las que sólo producían en cantidad justa para sus
propios usos. Fabricaban, en cambio, gran número de armas de bronce para la
venta o el trueque: de allí su interés por radicarse en Tharsis, cuya veta cuprífera
de primera calidad era conocida desde los tiempos legendarios, cuando los
Atlantes cruzaban el Mar Occidental y extraían el cobre con la ayuda del Rayo de
Poseidón. El cobre casi no había sido explotado por los Señores de Tharsis,
deslumbrados por el oro y la plata que todo lo compraban. La asociación con los
lidios modificó esencialmente ese criterio e introdujo en el pueblo un novedoso
estilo de vida: el basado en la producción de objetos culturales en gran escala
destinados exclusivamente para el comercio.
Una disuasiva muralla de piedra se levantó en torno de la antiquisíma
ciudadela de Tarshis, que los pelasgos denominaban Tartessos y terminó dando
nombre al país, con un perímetro que abarcaba ahora un área cuatro o cinco
veces superior. La vieja ciudadela se había transformado en un enorme mercado
y en los nuevos espacios fortificados los talleres y fábricas surgían día a día.
Telas, vestidos, calzado, utensilios, cacharros, muebles, objetos de oro, plata,
cobre y bronce, prácticamente no existía mercancía que no se pudiese comprar
en Tartessos: y salvo el estaño, imprescindible para la industria del bronce, que
se iba a buscar a Albión, todo, hasta los alimentos, se producía en Tartessos.
Evidentemente por influencia del Pacto Cultural, la alianza entre mi pueblo
y los lidios culminó en una explosión civilizadora. Muy pronto el antiguo Señorío
de Tharsis se convirtió en “el Reino Tartéside” y, en pocos siglos, se expandió por
toda Andalucía: los tartesios fundaron entonces importantes ciudades, tales como
Menace, hoy llamada Torre del Mar, o Masita, a la que los usurpadores
cartagineses rebautizaron Cartagena. Su flota llegó a ser tan poderosa como la
fenicia y su comercio, altamente competitivo por la mejor calidad de los
productos, consiguió poner en grave peligro la economía de los hombres rojos.
Recién a partir del siglo IV A.J.C., a causa de la colonización griega y de la
expansión de la colonia fenicia de Cartago, declinó en algo la supremacía
comercial y marítima mediterránea de los tartesios.
Debo insistir en que el hecho de ser parientes cercanos facilitó
enormemente la integración con los pelasgos. Ello se pudo comprobar
especialmente en el caso del Culto, donde casi no había diferencia entre los dos
pueblos pues los lidios adoraban también a la Diosa del Fuego, a la que conocían
como Belilith. Con pocas palabras: para los lidios, Beleno era “Bel”, y Belisana,
“Belilith”; también, por provenir de una región donde el Pacto Cultural tenía mayor
influencia, presentaban algunas diferencias en la lengua y en el alfabeto sagrado;
la antigua lengua pelasga, que en mi pueblo aún se hablaba con bastante pureza,
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había sufrido en los lidios el influjo de lenguas semitas y asiáticas: sin embargo,
aquella jerga de navegantes, era más adecuada para el comercio de ultramar que
ellos practicaban. La otra diferencia estaba en el alfabeto: hacía miles de años
que en mi pueblo se había olvidado la Lengua de los Pájaros; empero, los últimos
Iniciados, y luego los Sacerdotes de la Flama, conservaron el alfabeto sagrado de
trece más tres Vrunas, a las que representaban con dieciséis signos formados
con líneas rectas y a los que habían asociado un sonido de la lengua corriente:
de ese modo se disponía de trece consonantes y tres vocales; las vocales sólo
las conocían los Señores de Tharsis pues expresaban el Nombre pelasgo,
secreto, de la Diosa Luna, algo así como Ioa; pues bien: la novedad que traían
los lidios era un alfabeto sagrado compuesto por trece más cinco letras, es decir,
por dieciocho signos que representaban sendos sonidos de la lengua corriente;
tenía también trece consonantes, pero las vocales eran cinco: y, las dos
agregadas, los lidios no podían suprimirlas ya sin perder más de la mitad de sus
palabras. De todo esto, lo más importante, aquello en lo que se debía acordar de
entrada, era el Nombre de la Diosa y el número del alfabeto sagrado. Sobre lo
primero, se convino en referirse a la Diosa en lo sucesivo con un Nombre más
antiguo, que había sido común a los dos pueblos: Pyrena; desde entonces,
Belisana y Belilith, serían para los tartesios la Diosa del Fuego Pyrena. Con
respecto a lo segundo, los Señores de Tharsis, que estaban en esa ocasión
apremiados por la presión enemiga, no tuvieron más remedio que aceptar la
imposición del alfabeto sagrado de dieciocho letras: el único consuelo,
ironizaban, consistía en que “el número dieciocho agradaba mucho más a la
Diosa que el dieciséis”.
Por lo demás, los lidios habían sufrido una suerte parecida a la de mi
pueblo. En algún momento de su historia los ganó la Fatiga de Guerra y acabaron
cediendo frente a los pueblos del Pacto Cultural; los últimos de sus Iniciados
consiguieron entonces plasmar las “misiones familiares” en un número aún mayor
de Estirpes que las existentes entre los míos; eso explicaba la gran cantidad de
familias de artesanos, especializados en los más variados oficios, que integraban
el pueblo de los lidios.
Séptimo Día
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Onuba, Odiel arriba, se encontraba la antiquísima ciudadela de Tharsis, en las
cercanías de la actual villa Valverde del Camino.
El río Tinto, o Pinto, recibe ese nombre porque sus aguas bajan rojizas,
teñidas por el mineral de hierro que recoge en la sierra Aracena. El Odiel, en
cambio, siempre fue un río sagrado para los iberos y por eso lo identificaban con
la más importante Vruna, la que designa el Nombre de Navután, el Gran Jefe de
los Atlantes blancos. Al parecer, Navután significaba Señor (Na) Vután, en la
lengua de los Atlantes blancos; los distintos pueblos indogermanos que
participaron del Pacto de Sangre, pero luego cayeron frente a la Estrategia del
Pacto Cultural, concluyeron que se trataba de un Dios y le adoraron bajo
diferentes Nombres, todos derivados de Navután: así, se le llamó Nabu (de Nabu
Tan); Wothan (de Na-Vután, Na-Wothan); Odán u Odín (de Nav-Odán, Nav
Odín); Odiel u Odal (de Nav-Odiel, Nav-Odal); etc.
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del bosque, en un sitio que, extrañamente, estaba poblado por un pequeño grupo
de manzanos. En los días de los Señores de Tharsis, sólo sobrevivía uno de
aquellos manzanos, y nadie sabía explicar si los otros habían desaparecido por
causas naturales o por el talado intencional. El que quedaba estaba plantado a
unos veinte pasos del meñir y se veía a todas luces que se trataba de un árbol
varias veces centenario.
Toda la Antigüedad mediterránea pregriega conocía la existencia del
“Manzano de Tharsis”, hacia el que solían emprender peregrinaciones anuales
los devotos de la Diosa del Fuego. En un comienzo, en efecto, los fresnos y
manzanos estaban asociados a Navután y Frya, respectivamente.
Posteriormente, luego de la alianza de sangre con los pueblos del Pacto Cultural,
los Sacerdotes consagraron el Manzano de Tharsis a la Diosa Belisana y
establecieron la costumbre de celebrar el Culto al pie de su añoso tronco. Para
ello construyeron un altar de piedra compuesto de dos columnas y una losa
transversal, sobre la que se asentaba la Lámpara Perenne: aquel fuego inmortal
representaba a la Diosa, y el Manzano el camino a seguir. Conforme enseñaban
los Sacerdotes, el Dios Creador escribió el Culto en la semilla del manzano; el
árbol era sólo una parte del mensaje referido al destino del hombre; la flor, por
ejemplo, equivalía al corazón del hombre, el asiento del Alma, y su forma, y su
color, expresaban la Promesa de la Diosa; pero otra parte del mensaje estaba
escrito en el rosal y la Promesa de la Diosa también lucía en su flor, en su forma
y su color; el manzano y el rosal no sólo eran plantas de la misma familia sino
que en realidad consistían en una sola planta: fue la Promesa de la Diosa la que
dividió la semilla del manzano para que hubiesen varias flores diferentes, flores
que revelarían el camino de la perfección a aquellos hombres que se entregasen
a Ella y abrazasen su Culto.
Por supuesto, el mito que describía el Culto sólo sería revelado por los
Sacerdotes a quienes ellos consideraban que estaban preparados para la
iniciación en el sacerdocio, es decir, a quienes iban a ser también Sacerdotes. El
significado, secreto, de la Promesa sería éste: el manzano y el rosal
correspondían a dos estados o fases de la vida del hombre, como la niñez y la
adultez, por ejemplo; cuando era “como niño”, el hombre tenía su corazón
semejante a la flor del manzano, que era blanca y sonrosada por fuera, y se
desplegaba insensatamente; cuando fuese “como adulto”, es decir, cuando fuese
iniciado como Sacerdote del Culto o cuando fuese capaz de oficiarlo como un
Sacerdote, tendría el corazón como la flor del rosal, que era del color del Fuego
de la Diosa y jamás se desplegaba totalmente, como no fuera para morir; por eso
existía en el mundo un solo manzano y muchos rosales: porque muchas serían
las perfecciones que podría alcanzar el hombre que emprendiese el sacerdocio
de la Diosa; la historia del manzano ya estaba escrita, en cambio la historia del
rosal se estaba siempre escribiendo; y la mejor parte aún no había sido escrita:
vendrían al mundo, algún día, hombres de un corazón tan perfecto, que entonces
advendrían las rosas más bellas, como nunca se vieron antes en la Tierra.
Con esta explicación, se entenderá por qué los Sacerdotes habían
permitido que un viejo rosal de pitiminí se hubiera enrollado como una serpiente
en el tronco del Manzano de Tharsis: indudablemente, tal disposición de los dos
árboles era necesaria para representar el significado secreto del Culto. El ritual
obligaba a adorar el Fuego de la Diosa y admirar la flor del manzano, deseando
intensamente que la Diosa cumpliese la Promesa y el corazón del Sacerdote se
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tornase como la flor del rosal. Pero el pueblo, que habitualmente ignoraba esta
interpretación del Culto, acudía de todas partes al Manzano de Tharsis para
realizar sus ofrendas ante el Altar de Fuego de la Diosa.
Cuando mis antepasados adquirieron los derechos del Señorío de Tharsis,
que entonces era muy reducido y estaba devastado por la reciente guerra contra
los fenicios, se hicieron cargo naturalmente del Culto Local, aunque carecían de
una Lámpara Perenne. Prácticamente no introdujeron reformas en lo referente a
la Promesa pues aceptaban como un hecho que el corazón estaba relacionado
con la flor del manzano y que la adoración a la Diosa ocasionaría una
trasmutación análoga a la flor del rosal. Sólo en lo Tocante al Fuego se pudo
apreciar el primer efecto visible que la misión familiar estaba causando en los
Señores de Tharsis; agregaron al título de la Diosa la palabra “frío”, vale decir,
que Belisana era ahora “la Diosa del Fuego Frío”. Explicaron ese cambio como
una revelación local de la Diosa. Ella había hablado a los Señores de Tharsis; en
la comunicación, afirmaba que sería Su Fuego el que se instalaría en el corazón
del hombre y lo trasmutaría; y que ese Fuego, al principio extremadamente
cálido, finalmente se tornaría más frío que el hielo: y sería ese Fuego Frío el
que produciría la mutación de la naturaleza humana.
Hay que ver en este cambio algo más que un simple agregado de
palabras: era la primera vez que en un Culto aparecía la posibilidad de enfrentar
y superar al temor, es decir, al sentimiento que en todos los Cultos aseguraba la
sumisión del creyente; el temor a los Dioses es un sentimiento necesario e
imprescindible de mantener vivo para asegurar la autoridad terrestre de los
Sacerdotes; si el hombre no les teme, al final se rebelará contra los Dioses: pero
antes se sublevará contra los Sacerdotes de los Dioses. Empero este cambio no
se verá si antes no se aclara algo que hoy no es tan obvio: el hecho de que en
todas las lenguas indogermánicas “frío” y “miedo” tienen la misma raíz, lo que
aún puede intuirse, por ejemplo, en escalo-frío (de terror). Pues bien, en aquel
entonces, la palabra “frío” era sinónima de “terror” y, en consecuencia, lo que
significaba el nuevo Culto era que un terror sin nombre se instalaría en el corazón
del creyente como “Gracia de la Diosa”; y que ese terror causaría su
perfección.
Así Belisana, la Diosa del Fuego Frío, se había convertido también en la
“Diosa del Terror”, un título que, aunque los Señores de Tharsis no podían
saberlo, perteneció en remotísimos tiempos a la misma Diosa, pues a la esposa
de Navután se la conoció igualmente como “Frya, La Que Infunde Terror al Alma
y Socorro al Espíritu”.
Tras su arribo a la península ibérica, los Golen intentaron en numerosas
ocasiones ocupar el Bosque Sagrado y controlar el Culto a la Diosa del Fuego
Frío, pero siempre fueron rechazados por la celosa y obstinada locura mística de
los Señores de Tharsis. Hasta llegaron a ofrecer una auténtica Lámpara Perenne
de los Atlantes morenos, sabedores de que carecían de ella y que estaban
obligados a vigilar permanentemente la flama de su lámpara primitiva de aceite y
amianto. No hay que aclarar que la ofrecían a cambio de la unificación del Culto y
de la institución del Sacrificio ritual, y que semejante propuesta resultaba
inaceptable para los Señores de Tharsis, porque ello es obvio a esta altura del
relato. Como también es evidente que esa resistencia, insólita para quienes se
habían impuesto sobre todos los pueblos nativos, unida a la imposibilidad de
apoderarse de la Espada Sabia, los iba enconando permanentemente contra los
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Señores de Tharsis. La reacción de los Golen desencadenó aquella campaña
internacional alentando la conquista de Tharsis que culminó en el peligroso
intento de invasión fenicia desde las Baleares y Gades, o Cádiz. Pero los
Señores de Tharsis convocaron a los lidios e hicieron desistir a los fenicios de su
proyecto conquistador por lo menos por los siguientes cuatro siglos. De la alianza
entre iberos y lidios surgió el “Imperio de Tartessos”, que pronto se expandió por
toda Andalucía, la “Tartéside”, y privó a los fenicios de colonias costeras en su
territorio. Las Baleares y la isla de León, asiento de Gades, quedaron aisladas de
tierra firme pues los tartesios sólo les permitieron mantener un comercio exiguo a
través de sus propios puertos. ¿Cuál sería la siguiente reacción de los Golen
frente a ese poderío que se desarrollaba fuera de su control y que frustraba todos
sus planes? Antes de responder, estimado y, paradójicamente, paciente Doctor
Siegnagel, debo ponerlo al corriente de las consecuencias que la presencia de
los lidios produjo en el Culto del Fuego Frío. Para entender lo que sigue sólo hay
que recordar que los lidios eran más “cultos” que los iberos, es decir, más
civilizados culturalmente, en tanto que los más “incultos” iberos, es decir, más
bárbaros, estaban más “cultivados” espiritualmente que los lidios, poseían más
Sabiduría que conocimiento.
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experimentaban entonces una generalizada caída en el exoterismo del Culto, que
los llevaba a adorar los Aspectos más formales y aparentes de la Deidad. Los
pueblos presentían que los Dioses se retiraban desde adentro, pero sólo podían
retenerlos desde afuera: por eso se aferraban con desesperación a los Cuerpos y
a los Rostros Divinos, y a cualquier forma natural que los representase. Siendo
así, no debe sorprender el intenso fervor religioso despertado en los pueblos, y la
extraordinaria difusión geográfica, que produjo el Culto del Fuego Frío luego de la
transformación del meñir. Además de los tartesios, orgullosos depositarios de la
Promesa de la Diosa, hombres pertenecientes a mil pueblos diferentes
peregrinaban hasta el “Bosque Sagrado de Tartéside” para asistir al Ritual del
Fuego Frío: entre otros, acudían los iberos y ligures desde todos los rincones de
la península, y los brillantes pelasgos desde Etruria, y los corpulentos bereberes
de Libia, y los silenciosos espartanos de Laconia, y los tatuados pictos de Albión,
etc. Y todos los que llegaban hasta Pyrena venían dispuestos a morir. A morir, sí,
porque ésa era la condición de la Promesa, el requisito de Su Gracia: como todos
sus adoradores sabían, la Diosa tenía el Poder de convertir al hombre en un
Dios, de elevarlo al Cielo de los Dioses; mas, como todos también sabían, los
raros Elegidos que Ella aceptaba debían pasar previamente por la Prueba del
Fuego Frío, es decir, por la experiencia de Su Mirada Mortal; y esta experiencia
generalmente acababa con la muerte física del Elegido. De acuerdo con lo que
sabían sus adeptos, y sin que tal certeza afectase un ápice la fascinación por
Ella, muchos más eran los Elegidos que habían muerto que los
comprobadamente renacidos; los que recibían Su Mirada Mortal de cierto que
caían; y muchos, la mayoría, jamás se levantaban; pero algunos sí lo hacían: y
esa remota posibilidad era más que suficiente para que los adoradores de la
Diosa decidiesen arriesgarlo todo. Los que se despertasen de la Muerte serían
quienes verdaderamente habían entregado sus corazones al Fuego Frío de la
Diosa y a los que Ella recompensaría tomándolos por Esposos: por Su Gracia, al
revivir, el Elegido ya no sería un ser humano de carne y hueso sino un Hombre
de Piedra Inmortal, un Hijo de la Muerte. Estos títulos al principio constituyeron
un enigma para los Señores de Tharsis, que fueron quienes introdujeron la
Reforma del Fuego Frío en el Antiguo Culto a Belisana, pues afirmaban haberlos
recibido por inspiración mística directamente de la Diosa, aunque suponían que
se refería a una condición superior del hombre, cercana a los Dioses o a los
Grandes Antepasados. Mas luego, cuando entre los mismos Señores de Tharsis
hubo Hombres de Piedra, la respuesta se hizo súbitamente clara. Pero ocurrió
que esa respuesta no era apta para el hombre dormido, ni tampoco para los
Elegidos que con más fervor adoraban a la Diosa: los Hombres de Piedra
callarían este secreto, del que sólo hablarían entre ellos, y formarían un Colegio
de Hierofantes tartesio para preservarlo. A partir de allí, serían los Hierofantes
tartesios, es decir, mis antepasados trasmutados por el Fuego Frío, los que
controlarían la marcha del Culto.
Octavo Día
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Sagrado y contemplar la colosal efigie de Pyrena; allí podrían depositar sus
ofrendas y reflexionar si estaban dispuestos a afrontar la Muerte de la Prueba del
Fuego Frío o si preferían regresar a la ilusoria realidad de sus vidas comunes.
Por el momento la Diosa no podía dañarlos pues Sus Ojos estaban cerrados y a
nadie comunicaba Su Señal de Muerte. Pero, no obstante tal convicción, muchos
quedaban helados de espanto frente al Antiguo Rostro Revelado y no eran
menos los que huían al punto o morían allí mismo de terror. Es que el meñir
original había sido plantado en ese sitio por los semidioses Atlantes blancos miles
de años antes, pero, en los días de la alianza con los lidios, no existía nadie
sobre la Tierra capaz de emular aquella hazaña de trasladar a miles de
kilómetros de distancia una gigantesca piedra, y depositarla en el centro de un
espeso bosque de fresnos, sin talar árboles para ello: se comprende, pues, que
los peregrinos recibiesen la inmediata impresión de que aquel busto terrible era
obra de los Dioses. Pero no sólo el meñir era obra de los Dioses, puesto que la
conformación del Rostro procedía de esa notable capacidad para degradar lo
Divino que exhibían los lidios; astutamente, los tartesios se cuidaron siempre muy
bien de informar sobre el origen de la inquietante escultura.
Quien lograba reponerse de la impresión inicial, y reparaba en los detalles
del insólito Rostro, tenía que apelar a todas sus fuerzas a fin de no ser ganado,
más tarde o más temprano, por el pánico. Recuerde, Dr., que, para sus
adoradores, lo que tenían enfrente no era una mera representación de piedra
inerte sino la Imagen Viva de la Diosa: Pyrena se manifestaba en el Rostro y el
Rostro participaba de Ella. Y era aquel Rostro hierático lo que quitaba el aliento.
Probablemente, si alguien hubiese conseguido, con un poderoso acto de
abstracción, separar la Cara, de la Cabeza de la Diosa, la habría encontrado de
facciones bellas; en primer lugar, y a pesar de la coloración verdosa de la piedra,
por la forma de los rasgos era indudable la pertenencia a la Raza Blanca; en
siguiente orden, cabría reconocer en el semblante general una belleza
arquetípica indogermánica o directamente aria: Ovalo de la Cara rectangular;
Frente amplia; Cejas pobladas, ligeramente curvadas y horizontales; los
Párpados, puesto que ya dije que los Ojos permanecían cerrados, demostraban
por la expresión una Mirada frontal, de Ojos redondos y perfectos; Nariz recta y
proporcionada; Mentón firme y prominente; Cuello fuerte y delgado; y la Boca,
con el labio inferior más grueso y algo más saliente que el superior, era quizá la
nota más hermosa: estaba levemente abierta y curvada en una Sonrisa apenas
esbozada, en un gesto inconfundible de cósmica ironía.
Naturalmente, quien careciese del poder de abstracción necesario, no
advertiría ninguno de los caracteres señalados. Por el contrario, sin dudas toda
su atención sería absorbida de entrada por el Cabello de la Diosa; y esa
observación primera seguramente neutralizaría el juicio estético anterior: al
contemplar la Cabeza en conjunto, Cabello y Cara, la Diosa presentaba aquel
Aspecto aterrador que causaba el pánico de los visitantes. Pero ¿qué había en
Su Cabello capaz de paralizar de espanto a los rudos peregrinos, normalmente
habituados al peligro? Serpientes; Serpientes de un realismo excepcional. Su
Cabellera se componía de dieciocho Serpientes de piedra: ocho, de distinta
longitud, caían a ambos lados de la Cara y otras dos, mucho más pequeñas, se
erizaban sobre la frente.
Cada par de las ocho Serpientes estaban a la misma altura: dos a la altura
de los Ojos, dos a la de la Nariz, dos a la de la Boca y dos a la del Mentón;
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emergiendo de un nivel anterior de Cabello, los restantes ocho Ofidios volvían y
situaban sus cabezas entre las anteriores. Y cada Serpiente, al separarse de las
restantes guedejas, formaba en el aire con su cuerpo dos curvas contrapuestas,
como una ese (S), que le permitía anunciar el siguiente movimiento: el ataque
mortal. Y las dos Serpientes de la Frente, pese a ser más pequeñas, también
evidenciaban idéntica actitud agresiva. En resumen, al admirar de Frente el
Rostro de la Sonriente Diosa, emergía con fuerza el arco de las dieciocho
cabezas de Serpiente de Su Cabellera; y todas las cabezas estaban vueltas
hacia adelante, acompañando con sus ojos la Mirada sin Ojos de la Diosa; y
todas las cabezas tenían las fauces horriblemente abiertas, exponiendo los
mortales colmillos y las abismales gargantas. No debe sorprender, pues, que
aquella impresionante aparición de la Diosa aterrorizase a sus más fieles
adoradores.
Lógicamente, tal composición tenía un significado esotérico que sólo los
Hierofantes e Iniciados conocían, aunque, eventualmente, disponían de una
explicación exotérica aceptable. En éste último caso notificaban al viajero, que a
veces podía ser un Rey aliado o un embajador importante al que no se le podía
negar de plano el conocimiento, que las dieciocho serpientes representaban a las
letras del alfabeto tartesio, el que pretendían haber recibido de la Diosa. Durante
el ritual, afirmaban, los Iniciados podían escuchar a las Serpientes de la Diosa
recitar el alfabeto sagrado. La Verdad esotérica que había atrás de todo esto era
que las dieciocho letras correspondían efectivamente a las dieciocho Vrunas de
Navután y que con ellas se podía comprender el Signo del Origen y con éste a la
Serpiente, máximo símbolo del conocimiento humano. Pero tal verdad era
apenas intuida por los Hierofantes tartesios ya que en esos días nadie veía el
Signo del Origen ni recordaba las Vrunas de Navután: al instituir la Reforma del
Fuego Frío, los Señores de Tharsis habían recibido la Palabra de la Diosa de que
la Casa de Tharsis, descendiente de los Atlantes blancos, “no se extinguiría
mientras al menos uno de sus miembros no recuperase la Sabiduría perdida”, y
para que Su Palabra se cumpliese, “menos que nunca deberían desprenderse de
la Espada Sabia”. Ese momento aún no había llegado y ningún descendiente de
la Casa de Tharsis comprendía el significado profundo de esa Verdad esotérica
que revelaba la Cabeza de Piedra de Pyrena. De modo que para ellos era
también una verdad incuestionable el hecho de que las dieciocho Serpientes
representaban a las letras del alfabeto tartesio: las dos Serpientes más
pequeñas, por ejemplo, correspondían a las dos letras introducidas por los lidios
y su pronunciación se mantenía en secreto, al igual que el Nombre de la Diosa
Luna formado por las tres vocales de los iberos. En este caso, las dos vocales
permitían conocer el Nombre que la Diosa Pyrena se daba a sí misma cuando se
manifestaba como Fuego Frío en el corazón del hombre, es decir, “Yo soy” (algo
así como Eu o Ey).
Todos los años, al aproximarse el solsticio de invierno, los Hierofantes
determinaban el plenilunio más cercano, y, en esa noche, se celebraba en
Tartessos el Ritual del Fuego Frío. No serían muchos los Elegidos que,
finalmente, se atreverían a desafiar la prueba del Fuego Frío: casi siempre un
grupo que se podía contar con los dedos de la mano. El meñir estaba alineado
hacia el Oeste del Manzano de Tharsis, de tal modo que la Diosa Luna
aparecería invariablemente detrás del árbol y transitaría por el cielo hasta
alcanzar el cenit, sitio desde donde recién iluminaría a pleno el rostro de la Diosa
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que Mira Hacia el Oeste. Desde el anochecer, con las miradas dirigidas hacia el
Este, los Elegidos se hallaban sentados en el claro, observando el Rostro de la
Diosa y, más atrás, el Manzano de Tharsis.
Cuando el Rostro Más Brillante de la Diosa Luna se posaba sobre el
Bosque Sagrado, los Elegidos se mantenían en silencio, con las piernas cruzadas
y expresando con las manos el Mudra del Fuego Frío: en esos momentos sólo les
estaba permitido masticar hojas de sauce; por lo demás, debían permanecer en
rigurosa quietud. Hasta el cenit del plenilunio, la tensión dramática crecía instante
tras instante y, en ese punto, alcanzaba tal intensidad que parecía que el terror
de los Elegidos se extendía al medio ambiente y se tornaba respirable: no sólo se
respiraba el terror sino que se lo percibía epidérmicamente, como si una
Presencia pavorosa hubiese brotado de los rayos de la Luna y los oprimiese a
todos con un abrazo helado y sobrecogedor.
Invariablemente se llegaba a ese climax al comenzar el Ritual. Entonces
un Hierofante se dirigía a la parte trasera de la Cabeza de Piedra y ascendía por
una pequeña escalera que estaba tallada en la roca del meñir y se internaba en
su interior. La escalera, que contaba con dieciocho escalones y culminaba en una
plataforma circular, permitía acceder a una plataforma troncocónica: era éste un
estrecho recinto de unos dos y medio metros de altura, excavado exactamente
detrás de la Cara y apenas iluminado desde el piso por la Lámpara Perenne.
Sobre la plataforma del piso, en efecto, había un diminuto fogón de piedra en
cuyo hornillo se colocaba, desde que los lidios perfeccionaron la forma del Culto,
la Lámpara Perenne: una losa permitía tapar la boca superior del hornillo y
regular la salida de la exigua luz. Ahora esta luz era mínima porque el Hierofante
se aprestaba a realizar una operación clave del ritual: efectuar la apertura de los
Ojos de la Diosa. Para lograrlo sólo tenía que desplazar hacia adentro las dos
piezas de piedra, solidarias entre sí, que habitualmente permanecían
perfectamente ensambladas en la Cara y causaban la ilusión de que unos
pétreos Párpados cubrían el bulbo de Sus Ojos: esas pesadas piezas requerían
la fuerza de dos hombres para ser colocadas en su lugar, pero, una vez allí,
bastaba con quitar una traba y se deslizaban por sí mismas sobre una guía
rampa que atravesaba todo el recinto interior.
Hay que imaginarse esta escena. El cerco de Fresnos del Bosque Sagrado
formando el claro y en su centro, enormes e imponentes, el Manzano de Tharsis
y la estatua de la Diosa Pyrena. Y sentados frente al Rostro de la Diosa, en una
posición que exalta aún más el tamaño colosal y la turbadora Cabellera
serpentina, los Elegidos, con la mirada fija y el corazón ansioso, aguardando Su
Manifestación, la llamada personal que abre las puertas de la Prueba del Fuego
Frío. Desde lo alto, la Diosa Ioa derrama torrentes de luz plateada sobre aquel
cuadro. De pronto, procedentes del Bosque cercano, un grupo de bellísimas
bailarinas se interpone entre los Elegidos y la Diosa Pyrena: traen el cuerpo
desnudo de vestidos y sólo llevan objetos ornamentales, pulseras y anillos en
manos y pies, collares y cintos de colores, aros de largos colgantes, cintas y
apretadores en la frente, que dejan caer libremente el largo cabello. Vienen
brincando al ritmo de una siringa y no se detienen en ningún momento sino que
de inmediato se entregan a una danza frenética. Previamente, han practicado la
libación ritual de un néctar afrodisíaco y por eso sus ojos están brillantes de
deseo y sus gestos son insinuantes y lascivos: las caderas y los vientres se
mueven sin cesar y pueden ser vistos, a cada instante, en mil posiciones
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diferentes; los pechos firmes se agitan como palomas al vuelo y las bocas
húmedas se abren anhelantes; toda la danza es una irresistible invitación a los
placeres del amor carnal.
Desde luego, el erotismo desplegado por las bailarinas tenía por objeto
excitar sexualmente a los Elegidos, encender en ellos el Fuego Caliente de la
pasión animal. Aquel baile era una supervivencia del antiguo Culto del Fuego y
su culminación, en otras Epocas, hubiese derivado en una desenfrenada orgía.
Pero la Reforma del Fuego Frío había cambiado las cosas y ahora se prohibía el
ayuntamiento ritual y se exigía, en cambio, que los Elegidos experimentasen el
Fuego Caliente en el corazón. Si algún Elegido carecía de fuerzas para rechazar
el convite de las danzarinas podría unirse a ellas y gozar de un deleite jamás
imaginado, mas eso no lo salvaría de la muerte pues luego sería asesinado en
castigo por su debilidad. La actitud exigida a los Elegidos requería que
permaneciesen inmutables hasta la conclusión de la danza, manteniendo la vista
fija en el Rostro de la Diosa.
Regresemos a la escena. El volumen de la música fue en aumento y ahora
es un coro de flautas y tambores el que acompaña los movimientos cadenciosos;
las bailarinas jadean, el baile se torna febril y la expresión erótica llega a su
apogeo, tras ellas, la Sonrisa de la Diosa parece más irónica que nunca. Los
Elegidos se concentran en Pyrena pero no pueden evitar percibir, como entre las
brumas de un sueño, a las bailoteantes bellezas femeninas que los embriagan de
pasión, que los arrastran inevitablemente a un cálido y sofocante abismo. Es
entonces cuando se hace necesaria la intervención de la Diosa, cuando los
Elegidos, con la voluntad enervada, solicitan en sus corazones el cumplimiento
de Su Promesa. Y es entonces cuando, a una señal de los Hierofantes, la música
cesa bruscamente, las bailarinas se retiran con rapidez, y los Ojos de la Diosa se
abren para Mirar a Sus Elegidos. Como un latigazo, un estremecimiento de horror
conmueve a los Elegidos: los Párpados han desaparecido y la Diosa los
contempla desde las cuencas vacías, con Forma de Hoja de Manzano, de Sus
Ojos. Ha comenzado la Prueba del Fuego Frío. Un Hierofante, con voz
estruendosa, recita la fórmula ritual:
Oh Pyrena,
Diosa de la Muerte Sonriente
Tú que tienes la Morada
Más Allá de las Estrellas
¡Acércate a la Tierra de los Elegidos
Que Por Ti Claman!
Oh Pyrena,
Tú que antes Amabas con el Calor del Fuego a los Elegidos y
después los Matabas
¡Recuerda la Promesa!
¡Asesínalos primero con el Frío del Fuego,
Para Amarlos luego en Tu Morada!
Oh Pyrena,
¡Haz que Muera en Nosotros la Vida Cálida!
¡Haznos conocer a Kâlibur,
la Muerte Fría de Tu Mirada!
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¡Y Haznos Vivir en la Muerte
Tu Vida Helada!
Oh Pyrena,
Tú que una vez Nos Concediste
la Semilla del Cereal
para Sembrar en el Surco de la Infamia,
¡Mata esa Vida Creada!
¡Y deposita en el Corazón del Elegido
la Gélida Semilla de la Piedra que Habla!
Oh Pyrena,
Diosa Blanca,
¡Muéstranos la Verdad Desnuda
por Kâlibur en Tu Mirada,
y ya no seremos Hombres sino Dioses
de Corazón de Piedra Congelada!
¡Kâlibur, Tus Elegidos Te Claman!
¡Kâlibur, Tus Elegidos Te Aman!
¡Kâlibur, Muerte Que Libera!
¡Kâlibur, Semilla de Piedra Congelada!
¡Kâlibur, Verdad Desnuda Recordada!
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ellos, el Más Alto Conocimiento permitido al Animal Hombre, el contenido del
Símbolo de la Serpiente!
Pero, ese Conocimiento ya no interesa a los Elegidos. Algo de ellos ha
atravesado las barreras de la Muerte Kâlibur, algo que no teme a la Muerte, y se
ha encontrado con la Verdad Desnuda que es Sí Mismo. Porque la Negrura
Infinita que ofrece la Muerte Kâlibur de la Diosa Pyrena, en la que toda Luz
Creada se apaga sin remedio, es capaz de Reflejar a ese “algo” que es el Espíritu
Increado; y el Reflejo del Espíritu en la Negrura Infinita de la Muerte Kâlibur
es la Verdad Desnuda de Sí Mismo. Frente a la Negrura Infinita la Vida Creada
muere de Terror y el Espíritu se encuentra a Sí Mismo. Es por eso que si el
Elegido, tras el reencuentro, recobra la Vida, será portador de una Señal de
Muerte que dejará su corazón helado para siempre. El Alma no podrá evitar ser
subyugada por la Semilla de Piedra de Sí Mismo que crece y se desarrolla a sus
expensas y trasmuta al Elegido en Iniciado Hiperbóreo, en Hombre de Piedra, en
Guerrero Sabio. Como Hombre de Piedra, el Elegido resurrecto tendrá un
Corazón de Hielo y exhibirá un Valor Absoluto. Podrá amar sin reservas a la
Mujer de Carne pero ésta ya no conseguirá jamás encender en su corazón el
Fuego Caliente de la Pasión Animal. Entonces buscará en la Mujer de Carne, a
Aquella que además de Alma posea Espíritu Increado, como la Diosa Pyrena, y
sea capaz de Revelar, en Su Negrura Infinita, la Verdad Desnuda de Sí Mismo. A
Ella, a la Mujer Kâlibur, la amará con el Fuego Frío de la Raza Hiperbórea. Y la
Mujer Kâlibur le responderá con el A-mort helado de la Muerte Kâlibur de Pyrena.
Noveno Día
Entre los Elegidos que afrontaban la Prueba del Fuego Frío podían
esperarse tres resultados. En primer lugar, que algunos no aprobasen la Prueba,
es decir, que no hubiesen pasado por la experiencia efectiva de la Muerte, sea
porque el Terror inicial no dio paso a la Pasión Animal, sea porque el Fuego
Caliente no se trocó en Terror, sea porque el Terror impidió mirar de frente la
Negrura Infinita, o sea por cualquier otro motivo. En segundo término, que otros
hubiesen muerto realmente. Y por último, que algunos de estos hubiesen
resucitado. En el primer caso, los Elegidos serían ejecutados a la siguiente noche
de la Prueba del Fuego Frío; para los Hierofantes tartesios no debería
presentarse a la Prueba el que no estuviese realmente dispuesto a morir; porque
de la Prueba nadie debía salir vivo; si se muriese, y se resucitase, el que
renaciese no sería quien murió sino un Hijo de la Muerte, alguien que portaría
una Señal de Muerte y llevaría en Sí a la Muerte: es decir, el Hijo de la Muerte
sería engendrado en la Muerte por Sí Mismo. Quien asistiese a la Prueba, y no
muriese, no merecería vivir: las Mujeres Verdugo de Tartessos bajarían el hacha
de piedra sobre su cuello; lo asesinarían la noche siguiente de la Prueba, en el
Soto de Sauces consagrado a la Diosa Luna Ioa, a orillas del Odiel. ¿Qué ocurría
con ellos? nadie conocía de cierto cuál sería su suerte, si realmente morirían para
siempre, si resucitarían en otro mundo, si volverían a reencarnar en vidas futuras
o si sus Almas trasmigrarían a otros seres.
Mas, ¿cuánto duraba la Prueba del Fuego Frío? Sólo los Hierofantes, y los
que habían fracasado, y que igualmente morirían, lo sabían; sólo ellos habían
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conservado la conciencia del tiempo transcurrido. Los que se Reflejaron en la
Negrura Infinita, y encontraron la Verdad Desnuda de Sí Mismo, recibieron
también un Reflejo de la Eternidad: la contemplación de Sí Mismo, que es un
Reflejo del Espíritu Eterno, se experimenta en un instante único, inabarcable por
el Tiempo de la Creación; los Elegidos que encuentran la Muerte Kâlibur de
Pyrena nunca podrán responder a esa pregunta; la experiencia de la Eternidad es
indescriptible. De aquí que a los del segundo grupo, los que murieron realmente,
se los considerase Muy Amados por la Diosa, ya que Ella los había retenido en la
Eternidad. Y se les brindasen los funerales propios de los Guerreros Sabios:
tendrían derecho a ser incinerados con la espada en la mano; y una urna de
madera de Fresno, con sus cenizas, sería luego arrojada al Mar Occidental.
En el tercer caso, cuando excepcionalmente algún Elegido regresaba de la
Muerte, se lo incorporaba de inmediato al Colegio de Hierofantes de Tartessos. El
hecho constituía un motivo de festejo en todo el Reino pues el pueblo, que no
entendía de sutilezas esotéricas, intuía infaliblemente que el Hijo de la Muerte
significaba un galardón para la Raza; pese a haber triunfado por Sí Mismo en la
Prueba del Fuego Frío, el nuevo Hierofante sería considerado como el exponente
de un mérito colectivo, de una virtud racial. Pero los Hierofantes antiguos, que
conocían el secreto, acogían igualmente con alegría al Elegido resurrecto: he allí,
indicaban, un Hombre de Piedra; un Regresado de la Muerte; uno que en la
Muerte fue amado con el Fuego Frío Kâlibur de Pyrena y ahora conserva el
Recuerdo de A-mort; uno que ha sentido, más allá del Amor de la Vida, el A-mort
de la Muerte Kâlibur, es decir, la No-Muerte de la Muerte Kâlibur, y ahora se ha
inmortalizado como hijo de la Muerte. Así lo recibían:
Oh Elegido de Pyrena,
eras mortal y el A-mort de una Diosa
te ha liberado de la Vida.
Por Voluntad del Creador Uno
de barro fuiste.
Por Voluntad de la Muerte Kâlibur
de Piedra eres.
Oh Hijo de la Muerte,
el Valor tiene tu Nombre.
Ya no debes hablar,
sólo actúa.
Guarda en tu Corazón de Hielo
el Recuerdo de A-mort,
mas no recuerdes.
Sólo vivénciate a Ti Mismo,
Fuego Frío Inmortal,
Hombre de Piedra.
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Soy”, el Hombre de Piedra realmente era, es decir, tenía existencia absoluta
fuera de la ilusión de los entes materiales, más allá de la Vida y de la Muerte. Por
eso el Hombre de Piedra Inmortal no hablaría, o hablaría muy poco, en adelante:
estaba muy cerca de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos y ese saber
no podía ser explicado a los hombres dormidos que amaban a la Vida y temían a
la Muerte Liberadora. Tal vez al final, durante la Batalla Final, él u otros Hombres
de Piedra Inmortales hablasen claramente a los hombres dormidos para
convocarlos a liberarse de las cadenas materiales y luchar por el regreso al
Origen de la Raza Hiperbórea. Mientras tanto, el Hombre de Piedra sólo actuará,
escuchará en silencio la Voz del Fuego Frío y actuará; y su acto expresará el
máximo Valor espiritual: hiciese lo que hiciese en él, su acto estará fundado en
el soporte absoluto de Sí Mismo, más allá del bien y del mal, y no le afectará
ningún juicio o castigo procedente del Mundo del Engaño. Y ninguna variante del
Gran Engaño, ni siquiera el Fuego Caliente de la Pasión Animal, podrán
arrastrarlo otra vez al Sueño de la Vida: Sabio y Valiente como un Dios, el
Hombre de Piedra sólo luchará si es necesario y aguardará callado la Batalla
Final; anhelará el Origen y lo conmoverá la nostalgia por el A-mort de la Diosa;
buscará a su Pareja Original en la Mujer Kâlibur y, si la encuentra, la amará con
el Fuego Frío de Sí Mismo; y Ella lo abrazará con la Luz Increada de su Espíritu
Eterno, que será Negrura Infinita para el Alma creada.
En este tercer caso, con seguridad, la Promesa de Pyrena se habría
cumplido.
Décimo Día
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esposa de Navután: todos los Nombres, y las funciones de los Dioses, fueron
luego cambiados, y trastocados, por los pueblos del Pacto Cultural, quedando la
historia de Perseo en la forma conocida.
El tema es simple y, en cuanto lo exponga, Ud. comprobará que no puede
proceder más que de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos. Una
representación Hiperbórea del Origen, como ya lo mencioné más atrás, fue
Thule, el centro isotrópico de donde procedía el Espíritu. De manera semejante,
para los primeros descendientes de los Atlantes blancos, el Origen fue Ponto, al
que luego se personificó como un Dios del Mar y se identificó con la Ola,
seguramente porque de este “Origen” provenían sus Antepasados. Este Ponto se
desposa con Gea, la Tierra, quien da nacimiento entre otros a Forcis y Ceto,
símbolos prototípicos de los seres híbridos, mitad animales mitad Dioses: en un
trasfondo esotérico esta imagen alude al Espírtu aportado por Ponto, el Origen, al
animal hombre hijo de la Tierra. Los hermanos Forcis y Ceto se aparean a su vez
y, junto a una serie de Arquetipos híbridos, dan vida a tres mujeres que ya nacen
“viejas”: las Grayas o Greas, es decir, las Grises. Naturalmente, las Grayas no
son otras que las Vrayas, las Guerreras Sabias encargadas de custodiar el Arado
de Piedra y la Piedra de Venus: son “viejas” porque deben ser Sabias y los que
ignoran el significado de los instrumentos líticos afirmarán luego que “entre las
tres sólo tenían un Ojo y un Diente”.
Perseo es la idealización del Espíritu cautivo que intenta la hazaña de
liberarse de la prisión material; su objetivo es descubrir el Secreto de la Muerte,
conseguir la Más Alta Sabiduría, y hallar a la Pareja Original. Navután y Frya lo
inspiran para que consulte a las Vrayas y ellas, con la Piedra de Venus, le indican
el camino a seguir: debe dirigirse a un Bosque Sagrado de Fresnos y reclamar la
ayuda de los Dioses para enfrentar con éxito a la Muerte. Es lo que hace Perseo
y se produce el encuentro con Navután. El Dios le informa que la Sabiduría está
en poder de su Esposa, Frya, pero que no resulta fácil llegar hasta Ella pues la
Muerte se interpone al paso de los simples mortales. Para allanarle el viaje hacia
Frya, Navután revela a Perseo el Secreto del Vuelo y le entrega el Signo de la
Media Luna, es decir, el símbolo de los Pontífices Hiperbóreos, los Constructores
de Puentes Más Sabios de los Atlantes blancos: según los Atlantes Blancos,
los Pontífices Hiperbóreos sabían el modo de tender un puente infinito
entre el Espíritu y el Origen (Ponto). El grado de Pontífice Hiperbóreo lo
confirma Vides, el Señor de K'Taagar, cuando entrega a los que franquean la
Puerta a la Morada de los Dioses Liberadores la túnica y el casco: sobre la frente
de ese casco los Pontífices fijan el Signo de la Media Luna. Es tradición que los
Pontífices así vestidos disponían de la Facultad de tornarse culturalmente
invisibles, no por efecto de tal indumentaria, desde luego, sino por la Sabiduría
que implica el poseerla. Navután enseña a Perseo la Lengua de los Pájaros y lo
guía hasta la Morada de Vides, quien lo inviste de Pontífice Hiperbóreo: en su
Viaje hacia Frya, Perseo llevará en la mano un buche de grulla conteniendo
dieciséis piedras, en cada una de las cuales está grabada una Vruna. Al
aproximarse a Frya, Navután aconseja al héroe no detenerse a mirar el Rostro de
Muerte, lo que causaría su inmediata destrucción, y concentrarse en el Espejo
que la Diosa de la Sabiduría significa tras la Muerte: ¡sólo así podrá vencer a la
Muerte!, Perseo cumple las indicaciones con exactitud y, contemplándose en el
Espejo de Frya, consigue comprender a la Muerte y se transforma en Hombre
de Piedra Inmortal. A su regreso de la Muerte, Perseo emplea la Lengua de los
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Pájaros para comprender a la Serpiente con el Signo del Origen: entonces
adquiere la Más Alta Sabiduría y encuentra a su Pareja Original. Hasta aquí, lo
más importante del tema original transmitido a los pueblos nativos por los
Atlantes blancos. Es evidente que gran parte del mismo, milagrosamente
recordado gracias a la misión familiar, fue incorporado por los Señores de
Tharsis en la Reforma del Fuego Frío. Los lidios, posteriormente, contribuirían a
su degradación mediante la “perfección de la forma ritual”, que consistía en el
demencial intento de exhibir exteriormente, plasmados en la materia, unos signos
que sólo pueden ser metafísicos. Claro que quienes más harían para pervertir el
sentido del Tema del Espíritu Perseo serían los Sacerdotes del Pacto Cultural; y
después que el sentido fuera restituido por el Culto del Fuego Frío, sin dilación,
los acompañarían los Golen con todos sus recursos, trabados en una guerra que
consideraban de vida o muerte para los planes de la Fraternidad Blanca a la que
servían.
En tiempos de la caída cultural de los pelasgos, mucho antes de que los
Golen iniciasen su siniestro desplazamiento hacia Europa, el tema original se
consteló como Mito, los Nombres fueron cambiando, y los significados se
distorsionaron e invirtieron. En el Mito argivo, Perseo, por encargo del tirano de
Sérifos a quien prometió imprudentemente traer “la Cabeza de Medusa”, se dirige
a la Tartéside pues el Monstruo habita un bosque de la península ibérica:
semejante localización no es gratuita puesto que Vides, el Señor de K'Taagar, fue
denominado por los Sacerdotes Ides, Aides o Hades, el Señor de Tar, es decir,
del Tártaro o Infierno, con lo que Thar-sis, Tar-téside, Tar-tessos, etc., pasaron a
designar lugares infernales. A esa ubicación contribuyeron también, en gran
medida, los Golen, cuando lograron observar la escultura de la Diosa Pyrena y la
identificaron en todo el mundo antiguo como “la Gorgona Medusa”. Al Perseo
argivo lo ayudan Hermes y Atenea, en quienes aún es posible reconocer a
Navután y Frya. Navután, en efecto, fue llamado Hermes, Mercurio, Wothan, etc.;
como Hermes, según los griegos, era hijo de una mujer “atlante”, hija de Atlante,
y de un Dios (Zeus), lo que no está lejos de la genealogía del Gran Jefe de los
Atlantes blancos; fue inventor de un alfabeto, de la lira y la siringa, las que canjeó
a Febo, el Sol, por el caduceo con el que éste pastoreaba a sus rebaños: si se
considera que el caduceo es una vara con dos serpientes enrolladas, que El Sol
representa al Dios Creador, y el rebaño a los animales hombres, es fácil distinguir
en la figura de Hermes a la del que ha comprendido, mediante un lenguaje, al
Símbolo de la Serpiente con que el Dios Creador pastorea a sus siervos. Y Frya,
por su parte, fue conocida como Atenea, Minerva, Afrodita, Freya, etc.; de Ella,
los griegos decían que “había nacido ya armada”: era, pues, Diosa de la Guerra,
de la Sabiduría, y del Amor.
A partir de su viaje inverso a la Tartéside, el Perseo argivo comienza a
comportarse como un claro exponente del Pacto Cultural: no consulta a las
Vrayas sino que les roba el ojo común; éstas lo envían a Alsos, el hogar de las
Alceides, es decir, a un bosque sagrado, donde encuentra a las Ninfas Melíades,
las que no son otra cosa que personificaciones de los Fresnos; las Ninfas le
suministran un saco de piel de grulla, donde colocará la Cabeza de Medusa, y
unas sandalias que permiten volar; Hades le presta el casco de la invisibilidad; y
Hermes le entrega una hoz con forma de media luna para cortar la cabeza del
monstruo. Pero lo que más delata a esta falsificación engendrada por los
Sacerdotes del Pacto Cultural es la prevención del Perseo argivo que teme
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convertirse en Hombre de Piedra. Porque en el Mito egeo no es una Sabiduría
posterior sino la propia mirada de Medusa la que convierte en piedra; la
Sabiduría, por el contrario, no está atrás de la Muerte sino afuera, junto a Perseo,
definitivamente independizada e inalcanzable para él. Ella no permite que él se
refleje en su Verdad Desnuda: se limita a colocar un espejo objetivo donde el
“héroe” contemplará la Muerte sin que ésta lo atrape. Es toda la ayuda que le
brinda Atenea: viéndola desde el espejo, Perseo clavará la hoz en el cuello de
Medusa y dará muerte a la Muerte, sin que esta “hazaña” le permita alcanzar la
inmortalidad. El espejo de Atenea es su escudo protector; la Cabeza de Medusa,
obtenida en la inútil hazaña del perseo argivo, es colocada por la Diosa en el
centro del escudo, dando a entender claramente que en esta Era, luego del
triunfo del Pacto Cultural, la Sabiduría está escudada en la Muerte, sin que exista
posibilidad alguna a los mortales de llegar a ella. Desde luego, esto es sólo una
amenaza de los Sacerdotes del Pacto Cultural para desalentar la búsqueda de la
liberación del Espíritu. En fin, como el Perseo argivo ni alcanzó la inmortalidad ni
consiguió la Sabiduría, no podrá comprender a la Serpiente y por eso se ve
obligado a matarla también, cosa que hará a la vuelta de su “hazaña”, cuando
lucha contra un dragón y libera a Andrómeda, con la que se une y procrea
numerosa prole.
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Por supuesto, no hay que engañarse con respecto a la actividad de un
Mito descripto hasta en sus menores detalles: si bien en las mentes crédulas del
pueblo, Perseo y Medusa, eran imaginados como personajes reales, los Reyes y
jefes militares que ambicionaban el botín de Tartessos tenían en claro que se
trataba de representaciones; en los siglos de la expansión tartesia, los que
deseaban “emular a Perseo”, por ejemplo, sabían muy bien que la “Cabeza de
Medusa” que debían cortar significaba “destruir a Tartessos”; algo semejante
ocurría cuando en las guerras del siglo XIX se proponía “destruir al Oso”,
aludiendo a “la conquista de Rusia”, o “humillar al León”, en lugar de “someter a
Inglaterra”. Sin embargo, el hecho de que un Rey estuviese al tanto del sentido
alegórico del Mito, no le resta a éste capacidad de actuar sino que, por el
contrario, aumenta sus posibilidades de concretarse realmente: el que adopta
inteligentemente el papel de personaje del argumento mítico, interpreta a la
descripción del Mito como una especie de plan o proyecto a realizar; pero
entonces no es el personaje quien actúa para realizar el proyecto del Mito sino el
Mito el que, inconscientemente, motoriza al personaje para concretar el
argumento: quien aspire a ser Perseo, acabará cortando la cabeza de
Medusa, aunque crea que podrá auto-controlarse porque conoce el significado
alegórico del personaje.
Así pues, Dr. Siegnagel, los Golen “dirigieron contra Tartessos el Mito de
Perseo” como reacción a la expansión económica y militar que se desarrollaba
fuera de su control y frustraba todos sus planes: la respuesta es ahora clara.
Durante los siglos posteriores muchos serían los “Perseos” que intentarían la
hazaña de conquistar Tartessos; y casi siempre, integrando las expediciones
guerreras, guiando a los Reyes invasores o a los Jefes piratas, llegaba el Golen,
caricatura de Hermes que señalaría la morada de las Grayas y la ubicación del
Ojo único, es decir, de la Espada Sabia. Porque los Golen no olvidarían nunca su
objetivo principal: robar la Piedra de Venus. Esa sería su parte del botín: todo lo
demás, el oro y la plata, los muelles, barcos y prósperas ciudades, todo sería
para el Perseo vencedor, para el “héroe” del Pacto Cultural. No era mucho lo que
solicitaban y no serían pocos los que responderían a sus intrigantes propuestas.
Empero, pese a esta ofensiva que se fundaba en la acción universal de un Mito y
que obligaba a los tartesios a vivir en permanente estado de guerra, el Reino se
defendió con éxito hasta el siglo III, época en que su poderío comenzó a declinar
frente a otras potencias nacientes: Cartago, Grecia y Roma escribirían el final de
la historia.
Los griegos del período preclásico fueron muy receptivos a la Estrategia de
los Golen y ello los condujo a emprender muchas expediciones de conquista
contra Tartessos: desde sus pujantes colonias en Sicilia, Italia, Galia, y,
finalmente, en la misma España, habrían acabado con Tartessos si no fuese
porque debían cuidar sus espaldas del creciente poder de Roma. Los romanos,
en cambio, se mostraron siempre amistosos con los tartesios y poco permeables
a la influencia de los Golen: ello no debe extrañar si se recuerda que por las
venas de la nobleza romana circulaba la sangre de los pelasgos de Etruria,
parientes directos de los tartesios. El destino no reservaría, pues, ni a griegos ni a
romanos la “hazaña” de destruir Tartessos. Sería un hombre de Cartago, un
fenicio, un rojo o púnico, el nuevo Perseo que empuñaría la hoz de hierro,
símbolo invertido y pervertido de la media luna, y cortaría la Cabeza de Medusa,
dando así cumplimiento a la profecía de los Golen.
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En el siglo XII A.J.C., cuando los filisteos la ocupan y saquean, comienza la
decadencia de Sidón, la ciudad más importante de Fenicia. Se inicia así el
poderío de Tiro, que no cesaría de crecer hasta que Nabucodonosor, tras un sitio
de trece años, la arruina definitivamente en el 574 A.J.C. Mas, para ese tiempo,
Tiro se ha expandido en todo el mundo antiguo y posee colonias, como Gades
(Cádiz), en el Sur de España, en las costas de Sicilia, en las Baleares, en
Cerdeña, y, desde el 814 A.J.C., en las costas de Africa, donde han fundado la
rica y próspera ciudad de Cartago. Con la ruina comercial de Tiro cobra
preponderancia, a partir del siglo VI, la colonia cartaginesa, poseedora de la
mayor flota del Mediterráneo occidental.
Cartago alcanzó en la Historia la triste celebridad de haber constituido una
sociedad amoral, formada por mercaderes cuya única ambición era la riqueza,
que imponía su comercio con la protección de un ejército mercenario; sólo unos
pocos Jefes militares, en efecto, eran cartagineses: el grueso del ejército estaba
integrado por hombres sin patria y sin ley, vale decir, por soldados cuya patria era
la del que más pagaba y cuya ley dependía del pago acordado. Pero lo que más
impresionó siempre a los observadores, de manera análoga a la repugnancia que
causó en los europeos del siglo XVI el conocer el sangriento Culto azteca de los
Corazones Palpitantes, fue el Culto de Moloch, una deidad a la que se debían
ofrendar permanentes sacrificios humanos para aplacar su inextinguible sed de
vidas. En Tiro, los fenicios adoraban a Dioses muy semejantes a los de otros
pueblos de la Mesopotamia y el Asia Menor: rendían Culto a la Diosa Astarté o
Tanit, que para los asiriobabilonios era Ishtar o Innana, o Nana, para los griegos
Io, para los egipcios Isis, y que en otras partes se llamaba Ashataroth, Cibeles,
Atenea, Anatha, Hathar, etc.; y también ofrendaban a Adón, que equivalía al
Adonis frigio; y creían en Melkarth, que correspondía al Heracles argivo; y
ofrecían sacrificios a Baal Zebul, Baal Sidón, Baal Zaduk, Baal Il, Baal Tars, Baal
Yah, etc., todos Nombres del Dios Creador al que se representaba ora como el
Sol, ora como el planeta Júpiter u ora como una fuerza de la naturaleza. Fue en
el siglo IX A.J.C., cuando el Rey Itobal, sacerdote de Astarté, casó a su hija
Jezabel con el Rey Ajab de Israel, que los Golen se infiltraron en Tiro y trataron
de unificar los Cultos en el Sacrificio al Dios Uno Il. Aquel intento no daría
grandes resultados hasta el siglo siguiente, luego de que el Gran Rey Sargón II de
Asiria conquistase el país de Canaán y los Golen se trasladasen a Cartago para
oficiar como Sacerdotes del Culto a Moloch.
Hay que advertir que el cartaginés fue el primer pueblo en el que los Golen
se establecieron, fuera de los pueblos europeos que les estaban asignados por la
Fraternidad Blanca, para cumplir con su misión de unificar los Cultos. Pero sería
el primero y el último pues, según ellos mismos declaraban, su interés sólo
estaba en trabajar sobre los Cultos de Europa: si permanecían en Cartago ello se
debía pura y exclusivamente a la herejía tartesia, a la necesidad de orientar a
aquel pueblo Perseo para que cortase la Cabeza de Medusa y diese
cumplimiento a sus profecías. Y fue así como, impulsado por el siniestro designio
de los Golen, el Culto de Moloch llegaría a dominar por el terror a todos los otros
poderes del gobierno de Cartago: el Rey, la Nobleza, los Consejos de Estado, los
Jefes militares, todos acabaron sometidos a Moloch y sus Sacerdotes Golen. Al
final, todas las familias de Cartago estaban obligadas a ofrendar sus hijos
primogénitos para ser sacrificados en la “boca de Moloch”, es decir, para ser
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arrojados en la boca de un ídolo de metal que daba a un horno incandescente; y
allí terminaban sus días también los prisioneros, los esclavos, los acusados por
algún delito, las vírgenes consagradas, o cualquiera que a los Golen se les
ocurriese eliminar. Mas el Dios jamás estaba satisfecho: exigía más y más
pruebas vivientes de la Fe del pueblo en el Sacrificio ritual; su Ley reclamaba una
cuota de sangre difícilmente disponible. Quizás Moloch esperaba un Sacrificio
aún mayor, quizás se calmaría con la ofrenda de todo el linaje que lo había
ofendido, con el exterminio en Su Nombre de la estirpe de los Señores de
Tharsis.
Al estallar las guerras púnicas; en el año 264 A.J.C., los Golen creyeron
llegada la oportunidad de dar cumplimiento a las Profecías. Y no sólo lo creyeron
Ellos sino también los miembros de la Fraternidad Blanca, quienes enviaron
desde Chang Shambalá a dos misteriosos personajes de nombre Bera y Birsa.
Eran dos Sacerdotes de grado superior, a los que daban el título de “Inmortales”;
dos Sacerdotes que por haber pertenecido en remotas Epocas a la misma Raza
de los Golen, la Fraternidad Blanca les había encargado la misión de dirigir sus
planes. Eran dos “Golen Supremos”, pues; que superaban cuanto pudiesen haber
demostrado sus hermanos de Raza en materia de crueldad y artes diabólicas:
entre otras potestades, por ejemplo, poseían la facultad de viajar por el Tiempo,
dominio que mi familia comprobó amargamente toda vez que los mismos actores
aparecieron en distintos siglos posteriores con el fin de procurar su destrucción.
En aquella ocasión, Bera y Birsa se pusieron al frente de los Golen de Cartago
para dirigir personalmente el ataque a Tartessos pues, aparte de la Raza, los
unía a todos un mismo odio contra la Casa de Tharsis. El General Amílcar Barca
sería el nuevo Perseo, el instrumento que el Mito empleaba para desarrollarse
nuevamente en la Tierra. Con el propósito de que este militar demostrase ante el
Dios Uno que estaba preparado para realizar la hazaña, se lo impulsó a que
asesinase a cuarenta mil hombres de su ejército mercenario, a los que
previamente se había incitado a la rebelión suprimiéndoseles el pago de la
soldada: desde el Desfiladero del Hacha, un Río de sangre fue a parar así a las
fauces de Moloch, para satisfacción de los Golen y como clara señal de que la
profecía podría ser cumplida. A continuación el gobierno de Cartago, siguiendo
las instrucciones de los Sacerdotes Golen, encargó en el año 237 A.J.C. a
Amílcar Barca la conquista de España. Esta invasión, la última que iba a soportar
Tartessos, fue el tema de una saga familiar de leyendas orales denominada “El
Ataque de los Veintidós Golen”.
Cuenta la saga que en el año 229, mediante un hábil e inesperado
repliegue de tropas, el General Barca consigue “sorprender a Tartessos dormida”,
como el Perseo argivo a Medusa, y la somete a sangre y fuego. Empero,
mientras los soldados se entregan a la matanza y al saqueo, otros hechos están
sucediendo. Acompañando al ejército cartaginés han llegado hasta Tartessos
veintidós Golen, es decir, veinte Sacerdotes Golen conducidos por Bera y Birsa.
El Mito del Perseo argivo se ha hecho realidad, la profecía se está cumpliendo en
ese momento, y es necesario actuar con rapidez y precisión: en tanto los veinte
Golen ocupan el Bosque Sagrado, y efectúan los rituales convenientes para
consagrarlo al Dios Uno El Moloch y neutralizar la influencia mágica de Pyrena,
los Inmortales Bera y Birsa irán en busca de la Espada Sabia. Los Golen se
aplican a su tarea y pronto se encuentran profanando la Lámpara de Pyrena,
concentrados junto al Manzano de Tharsis y a la escultura de la Diosa. Lo que
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ocurre a continuación obedece a que cada uno comete un error de evaluación
sobre la capacidad y el modo de reacción del adversario: los Golen erraron al no
considerar la locura mística y heroica que los Hierofantes tartesios disponían por
ser descendientes de los Señores de Tharsis; y los Hierofantes subestimaron los
poderes y la determinación de los Golen, quizá por desconocer hasta entonces la
existencia de los Inmortales como Bera y Birsa.
El error de los Golen fue suponer que los Hierofantes, desprevenidos tanto
como los centinelas de Tartessos, aceptarían con resignación la pérdida del
santuario del Bosque Sagrado o que, a lo sumo, ofrecerían resistencia armada,
caso en el que actuaría en su defensa una tropa que los escoltaba. La realidad,
muy distinta, era que los Hierofantes habían considerado muchos años antes la
posibilidad de que el Bosque Sagrado cayese en poder del Enemigo y tenían
tomada, ya, una decisión al respecto: jamás permitirían que ello ocurriese; la
caída del Bosque Sagrado implicaría, necesariamente, su destrucción. Por eso
cuando el fuego, que avanzaba perimetralmente, rodeó y abrasó el centro del
Bosque, los veinte Golen y la Guardia no pudieron hacer nada para evitar la
horrible muerte: los esqueletos carbonizados mostraron, después, que todos se
habían refugiado bajo el Manzano de Tharsis y que finalmente ardieron y se
consumieron como éste y los restantes árboles del Bosque. Todo se incineró en
aquel incendio que había sido cuidadosamente planificado durante años y
preparado mediante una estudiada distribución de leña seca en distintas partes
del área: al ingresar al Bosque Sagrado en tren de conquista los Golen no
ganarían una plaza sino que caerían en una trampa mortal. Por supuesto, ellos
jamás hubiesen supuesto que los Hierofantes tartesios “sacrificarían” su Bosque
Sagrado antes de verlo ocupado por el Enemigo y esta reacción sería tomada
como una lección por los Golen que, en lo sucesivo, continuarían luchando contra
los descendientes del Pacto de Sangre.
Y la subestimación que los Hierofantes cometieron al evaluar el real poder
de los Golen a punto estuvo de causar la pérdida definitiva de la Espada Sabia.
Si ello no ocurrió el mérito sólo debe atribuirse al valor increíble de las Vrayas; y a
una lealtad al Pacto de Sangre que iba más allá de la muerte. El caso era que a
unos veinte kilómetros de Tartessos, sobre la ladera del Cerro Candelaria, se
hallaba la entrada secreta a una Caverna que había sido acondicionada en
tiempos remotos por los Atlantes blancos: era una de las obras que se debían
conservar de acuerdo al compromiso del Pacto de Sangre. Naturalmente, luego
de la derrota cultural de los iberos tal compromiso se olvidó y la Caverna, oculta y
solitaria, permaneció abandonada miles de años. Sin embargo, los efectos
purificadores de la prueba de familia que culminaron con la Reforma del Fuego
Frío, causó su redescubrimiento, a pesar de que no todos, ni en cualquier
momento, podían penetrar en ella: el motivo era que la entrada secreta estaba
señalada con las Vrunas de Navután y sólo los de Sangre Pura, los que eran
capaces de escuchar la Lengua de los Pájaros, lograban encontrarla; quien no
reunía estos requisitos no conseguía descubrirla ni así estuviese delante de ella.
Pues bien, esa Caverna había sido elegida por las actuales Vrayas para guardar
la Espada Sabia. Un corredor de guerreros tartesios se formó para permitir la
salida de Tartessos de las Vrayas y salvar, a último momento, la valiosa herencia
de los Atlantes blancos: muchos perecieron para consumar este heroico rescate,
muchos que hoy han de estar inmortalizados por su valor, aguardando en
K'Taagar el momento en que regresarán a ocupar sus puestos de combate,
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cuando se libre sobre la Tierra la Batalla Final. Gracias a su leal entrega, las
Vrayas, que en ese tiempo eran la Reina de Tartessos y dos princesas, pudieron
llegar hasta la entrada secreta de la Caverna. En verdad iban perseguidas tan de
cerca por Bera y Birsa que sólo una princesa, portando la Espada Sabia, logró
atravesar el umbral, mientras las otras dos Vrayas se retrasaban para detenerlos.
Y aquí fue donde se vio el terrible poder de los Inmortales Golen pues, aún
cuando las Vrayas los enfrentaban con sus temibles hachas de piedra, ellos no
necesitaron emplear arma alguna para dominarlas, salvo sus artes demoníacas.
El Poder de la Ilusión, en el cual eran Maestros, les bastó para inmovilizarlas y
apoderarse de ellas. Empero, la Espada Sabia ya estaba a salvo en la Caverna
Secreta puesto que a los Golen, que sólo poseían Alma pero carecían de
Espíritu, les resultaría imposible comprender las Vrunas de Navután.
La saga familiar concluye esta parte de la historia narrando el espectáculo
observado por los Hierofantes tartesios cuando se dirigieron a la Caverna
Secreta, luego de incendiar el Bosque Sagrado. Tendidos en el suelo de la base
del Cerro Candelaria, no muy lejos de la entrada secreta que ellos no habían
conseguido encontrar, estaban los cadáveres de la Reina de Tartessos y la
princesa espantosamente mutilados: de aquel cuadro resultaba evidente que
Bera y Birsa sometieron a cruel tormento a las valientes Iniciadas con el objetivo
de obligarlas a confesar la clave de la entrada secreta; y era indudable que ellas
habían preferido morir con Honor antes de traicionar la misión familiar y el Pacto
de Sangre; habían así resistido primero a la presión mágica del encantamiento de
los Golen, con Voluntad de acero, y después a la tortura física, a la Prueba del
Dolor. Entonces, seguramente al comprobar el fracaso de sus planes y temiendo
un enfrentamiento con los Hombres de Piedra, los Inmortales se apresuraron a
asesinarlas y a partir hacia la Isla Blanca, no sin dejar tras de sí una inequívoca
señal de sus infernales presencias: antes de irse, escalpelaron los dos cadáveres
y se llevaron la totalidad del cabello, las dos trenzas teñidas con lechada de cal
que las Vrayas, como todas las Iniciadas consagradas a Io-a, lucían hasta los
tobillos. Y con la sangre que se escurría desde los cráneos desnudos, escribieron
en lengua fenicia sobre una roca algo así como: el castigo para los que
ofendan a Yah provendrá del Jabalí. Sin dudas, otra de sus malditas profecías.
Decimoprimer Día
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Sabia, sino que la sentencia de exterminio que pesaba sobre la Casa de Tharsis
tampoco pudo ser cumplida.
En el Mito argivo, cuando Perseo clava la hoz en el cuello de Medusa, de
la herida surgen dos seres extraordinarios: Crisaor y Pegaso. De acuerdo con el
Mito, sólo Poseidón, el Rey de la Atlántida y Dios del Mar Occidental, se atrevió a
amar a Medusa, en la que engendró dos hijos, Crisaor y Pegaso, los que
nacerían de la herida infrigida por Perseo. Crisaor sería un gigante destinado a
desposar a Calirroe (Kâlibur), una “Hija del Mar”, de cuya unión nacería el
Gigante triple Geriones. Creo, Dr. Siegnagel, que la última manifestación del Mito,
concretada en el drama de Tartessos, determinaría su repetición hasta en los
menores detalles, a pesar de no cumplir, felizmente, con la profecía de los Golen.
Creo, por ejemplo, que efectivamente del cuello seccionado de Medusa, de las
ruinas de Tartessos, nació Crisaor, el gigante Hijo de Poseidón: éste fue, sin
dudas, Lito de Tharsis, que, como verá más adelante, desposó a una Hija del
Mar, a una princesa de América, “la otra orilla del Mar Occidental”; Crisaor
nacería armado con una Espada de Oro, igual que Lito de Tharsis, quien partiría
hacia América portando la Espada Sabia de los Reyes iberos. Y creo también
que como Pegaso es mi hijo Noyo, quien ha nacido con alas para volar hasta las
Moradas de los Dioses Liberadores y, como él, tiene el poder de abrir las Fuentes
con sus golpes, sólo que en su caso se trata de las Fuentes de la Sabiduría.
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Los sobrevivientes de la Casa de Tharsis, curiosamente dieciocho en total,
se hallaban reunidos cerca de la Caverna Secreta, en una estrecha terraza
protegida naturalmente con enormes rocas que permitían una cierta defensa y
desde la cual se podía dominar la ladera de la sierra. Cuenta la saga familiar que,
un momento antes, los Hombres de Piedra, únicos que sabían ingresar en ella,
habían sostenido un consejo en la Caverna Secreta: frente al desastre que se
abatía contra la Casa de Tharsis, juraron dedicar todos los esfuerzos para dar
cumplimiento a la misión familiar y para salvar a la Espada Sabia. Era preciso
que la Estirpe continuase existiendo a cualquier costo; en cuanto a la Espada
Sabia, decidieron que, tras la muerte de la última Vraya, quedase perpetuamente
depositada en la Caverna Secreta, por lo menos hasta el día en que otros
Hombres de Piedra, descendientes de la Casa de Tharsis, observasen en ella la
Señal Lítica de K'Taagar y supiesen que deberían partir: hasta esa ocasión la
Espada Sabia no volvería a ver la luz del día.
Al salir, comunicaron estas determinaciones a sus parientes y requirieron
noticias sobre el Reino. Pero las noticias que llegaban al improvisado refugio eran
extrañas y contradictorias. Se debería descartar una pronta ayuda de los
romanos pues los Golen habían sublevado contra ellos a todos los pueblos de las
Galias, cortándoles el camino hacia España: el acudir en socorro de Tartessos
exigía ahora una expedición muy numerosa, que dejaría desguarnecida a la
misma Roma. Por otra parte, en Tartessos, la victoria cartaginesa había sido
aplastante: toda la tartéside estaba en poder del General Barca, lo que
completaba la ocupación total del Sur de España. A los Señores de Tharsis sólo
les quedaban sus vidas y un batallón de fieles y aguerridos guardias reales. Sin
embargo, algo extraño y contradictorio ocurrió.
Amílcar Barca, es cierto, hizo arrasar Tartessos hasta convertirla en
escombros. En esta acción tanto él, como el ejército mercenario, actuaron
movidos por una furia homicida que superaba todo razonamiento, por una fuerza
indominable que se apoderó de ellos y no los abandonó hasta no haber destruido
completamente la ciudad ya ocupada. Fue como si el odio experimentado durante
siglos por los Golen contra la Casa de Tharsis se hubiese acumulado en algún
oscuro recipiente, quizás en el Mito de Perseo, para descargarse todo junto en
el Alma de los cartagineses. Empero, luego de consumarse la irracional
destrucción, el General Barca y los Jefes militares que lo acompañaban
recobraron bruscamente la lucidez, no siendo ajeno a ese fenómeno la muerte de
los veinte Golen y la partida de Bera y Birsa. Momentáneamente, algo se había
interrumpido, algo que impulsaba al General Barca a desear la aniquilación de la
Casa de Tharsis; y no quedaban más Golen en la tartéside para reiniciarlo.
Entonces, libre por el momento de la pasión destructiva del Perseo argivo,
Amílcar Barca obró con la sensatez de un auténtico cartaginés, es decir, pensó
en sus intereses personales. Para Amílcar Barca el enemigo no estaba
solamente en Roma; allí, en todo caso, estaba el enemigo de Cartago; pero en
Cartago también estaban los enemigos de Amílcar Barca, los que envidiaban su
carrera de General exitoso y desconfiaban de su poder; los que lo habían enviado
ocho años antes a conquistar aquel país inhóspito y no tenían intenciones de
hacerlo regresar.
Pero Amílcar Barca les pagaría con la misma moneda, demostraría hacia
el Gobierno de Cartago la misma indiferencia y usufructuaría en provecho propio
y de su familia el inmenso territorio conquistado: ¡España sería la Hacienda
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particular de los Barca! Mas, para eso, habría que contar con la imprescindible
colaboración de la población nativa, que había manejado hasta entonces al país y
conocía todos los resortes de su funcionamiento. Y aquellos pueblos belicosos,
que fueron libres por siglos, no se someterían fácilmente a la esclavitud, esto lo
advertían claramente los Bárcidas, a menos que sus propios Reyes y Señores los
convenciesen de que era mejor no resistir la ocupación. La solución no sería
imposible pues, según la particular filosofía de los cartagineses, “sólo debería ser
destruido aquel que no pudiese ser comprado”.
La extraña y contradictoria noticia llegó así al refugio de los Señores de
Tharsis: Amílcar Barca les ofrecía salvar sus vidas si renunciaban a todo derecho
sobre la tartéside y aceptaban entrar a su servicio para gobernar el país; en caso
contrario, serían exterminados como reclamaban los Golen. Con mucho dolor,
pero sin alternativas posibles, los Señores de Tharsis tuvieron que acceder a tan
deshonrosa oferta: lo hacían por un interés superior, por la misión familiar y la
Espada Sabia.
Una vez arreglada la rendición, los de Tharsis pasaron a servir a los
Bárcidas y se ocuparon de pacificar la tartéside y reorganizar la producción
agrícola e industrial. Por la buena disposición demostrada se los recompensó con
una granja situada muy cerca del emplazamiento de la desaparecida Tartessos,
adonde viviría en adelante la “familia Tharsis”, salvo los miembros que
desempeñaban funciones en las ciudades o acompañaban a los Bárcidas en los
viajes de inspección. Mientras duró la ocupación cartaginesa, no obstante la
protección asegurada por los Bárcidas, la tranquilidad fue escasa debido a las
constantes acechanzas de los Golen, que exploraron palmo a palmo la región
buscando la Espada Sabia y habían sumado ahora la muerte de veinte de los
suyos a la lista de cargos a saldar por la Casa de Tharsis.
A la muerte de Amílcar Barca, en el 228 A.J.C., le sucede su hijo Asdrúbal
Barca, pero, tras ser asesinado en el 220 A.J.C., asume el mando del ejército
cartaginés el hijo de éste, Aníbal Barca. El nieto de Amílcar invade la colonia
griega de Sagunto en el año 219 A.J.C., que estaba bajo la protección de Roma,
e inicia con esa acción la segunda guerra púnica, que finalizaría en el 201 A.J.C.,
con la rendición incondicional de Cartago. ¡Treinta años después de la
destrucción de Tartessos, España se veía libre para siempre del invasor
cartaginés! Pero ya era tarde para Tartessos: el nuevo ocupante romano no
abandonaría la península hasta la desmembración de su propio imperio,
seiscientos años más tarde.
74
La España del Alto Imperio Romano
Con los romanos la Casa de Tharsis tuvo un relativo buen pasar pues se la
consideró como una nobleza nativa aliada y se les restituyeron las funciones de
gobierno de la región, ahora provincia romana, sujetos a la ley de la República y
a la autoridad de un procónsul o propretor. La región de la antigua Tartessos,
entre los ríos Tinto y Odiel, quedó comprendida en la provincia de “Bética”,
denominada así por el río Betis, hoy Guadalquivir, que se extendía hasta el río
Anas, hoy Guadiana, frontera de la Lucitanía; los romanos dieron a los tartesios
el nombre de “turdetanos” y a la tartéside el de “turdetanía”: en pocas décadas la
turdetanía se romanizó, el uso del latín se popularizó, y se constituyeron grandes
latifundios rurales, propiedad de los gobernadores de provincia, magistrados, o
Jefes de ejército.
Hacia el siglo I A.J.C. la Casa de Tharsis se había emparentado con la
nobleza romana y era bastante poderosa en la Bética, una provincia que contaba
con 175 ciudades, muchas de ellas ricas y pujantes como Córduba (Córdoba),
Gades (Cádiz), Hispalís (Sevilla) o Malaca (Málaga). Sobre la base de la
hacienda cedida por los cartagineses y las restituciones hechas por los romanos,
los Señores de Tharsis desarrollaron una Villa romana rústica, edificando una
Residencia Señorial y ensanchándola con la adquisición de grandes extensiones
de campos para cultivo; cereales, olivos, y vides, integraban la principal
producción, además de algunos minerales que aún se explotaban en la sierra
Catochar. Cabe aclarar que los romanos la catastraron como “Villa de Turdes” y
que sus moradores fueron llamados “Señores de Turdes” mientras gobernó el
Imperio Romano, aunque yo los seguiré mencionando Señores de Tharsis para
mantener la continuidad del relato.
Como todas las familias de terratenientes hispano romanos poseían una
vivienda en la Ciudad donde permanecían la mayor parte del año; sin embargo,
siempre que podían, preferían retirarse a la finca campestre pues su mayor
interés era estar cerca de la Caverna Secreta.
Los Golen no tenían ninguna posibilidad de influir sobre la población
romana y su poder sólo se conservaba intacto en la Lusitanía, en algunas
regiones de la Galia, en Britania e Hibernia. Después de las campañas de Julio
César, este poder pareció decrecer completamente y, durante un tiempo, se
75
creyó que la amenaza estaba definitivamente conjurada. Esto, como se vio
luego, era un error de apreciación, una nueva subestimación sobre la
capacidad de los Golen para llevar a cabo sus planes.
Con respecto al Culto del Fuego Frío, los Señores de Tharsis no tuvieron
problemas en reimplantarlo pues los romanos eran notablemente tolerantes en
materia religiosa y, además, ellos también adoraban el Fuego desde Epocas
remotas. En la Villa de Tharsis construyeron un lararium dedicado a Vesta, la
Diosa romana del Fuego del Hogar: allí frente a la estatua de la Diosa Vesta
Pyrena, ardía la Lámpara Perenne del Hogar, la flamma lar que no debía
apagarse nunca. A pesar de tratarse ahora de un Culto privado, la Casa de
Tharsis no había perdido su fama de familia de místicos y taumaturgos, y pronto
su Villa se convirtió en otro lugar de peregrinación para los buscadores del
Espíritu, sin alcanzar, naturalmente, las proporciones de la Epoca de Tartessos.
La familia dio a Roma buenos funcionarios y militares, aparte de contribuir con su
producción de alimentos y minerales, pero también la proveyó de Arúspices,
Augures y Vestales.
Decimosegundo Día
76
abandonar la materia y ser libre y eterno más allá de las estrellas, es decir, más
allá de las Moradas de los Dioses y de las Potencias de la Materia. De acuerdo
con los relatos de los Atlantes blancos, Navután era un Dios que existía, libre y
eterno como todos los Espíritus Hiperbóreos, allende las estrellas. El Dios
Incognoscible, de quien nada puede afirmarse desde más acá del Origen,
Navután, y otros Dioses, estaban furiosos porque un sector de la Raza del
Espíritu se hallaba detenida en el Universo de la Materia: y la ira no iba dirigida
solamente contra las Potencias de la Materia que retenían a los Espíritus, sino
también contra el Espíritu débil, contra el Espíritu carente de Voluntad Graciosa
para quebrar la Ilusión del Gran Engaño y liberarse por Sí Mismo. En la Tierra, el
Espíritu había sido encadenado al animal hombre para que su fuerza volitiva
acelerase la evolución de la estructura psíquica de éste: y tan férreo era el
encadenamiento, tan sumido estaba el Espíritu en la naturaleza anímica del
animal hombre, que había olvidado su Origen y creía ser un producto de la
Naturaleza y de las Potencias de la Materia, una creación de los Dioses. En
otras ocasiones, desde que el Espíritu permanecía en la Tierra, los Dioses
Liberadores, sus Espíritus Hermanos, acudieron en su ayuda y muchos fueron
liberados y regresaron con Ellos: por esa causa, se libraron terribles Batallas
contra las Potencias de la Materia. Ultimamente, por ejemplo, había atravesado el
Origen, y se había presentado ante los hombres de la Atlántida, el Gran Jefe de
Toda la Raza Hiperbórea prisionera, el Señor de la Belleza de las Formas
Increadas, el Señor del Valor Absoluto, el Señor de la Luz Increada, el Enviado
del Dios Incognoscible para Liberar al Espíritu, es decir, el Kristos de Luz
Increada, Kristos Luz, Luci Bel, Lúcifer, o Kristos Lúcifer. Pero la manifestación de
Kristos Lúcifer en la Atlántida causó la destrucción de su civilización materialista:
la Batalla de la Atlántida culminó con el hundimiento del continente, mucho
después de que Aquél hubiese regresado al Origen.
En esas circunstancias, frente a la catástrofe inminente de la Atlántida, se
desarrolla la historia de Navután. Los hombres amarillos, los hombres rojos, los
hombres negros, todos perecerán en un cataclismo peor que el que se avecina
en la Atlántida: el que preocupa a los Dioses Liberadores es el cataclismo
espiritual, el abismo en el que se sumergirán aún aquellos que sobrevivan al
hundimiento de la Atlántida; y ese resultado parece inevitable debido a la
insistencia y tenacidad con que la Fraternidad Blanca mantiene el
encadenamiento espiritual, pero, más que nada, debido a la imposibilidad
demostrada por el Espíritu para evitar la Ilusión y despertar del Gran Engaño;
esas Razas, estratégicamente confundidas, seguirán ciegamente a los
Sacerdotes Atlantes, quienes las conducirán con derechura hacia su definitiva
decadencia espiritual. La Raza blanca es la única, en ese momento, que dispone
de una posibilidad de liberación, posibilidad que los Dioses no van a ignorar. Pero
el hombre blanco se halla muy dormido, con el Espíritu muy sumergido en la
Ilusión de la Materia, muy proyectado en el Mundo Exterior: no será capaz de
comprender la Revelación Interior del Espíritu, no podrá liberarse por Sí Mismo.
Se hace necesaria una Revelación Exterior del Espíritu apta para la Raza blanca,
mostrar desde afuera al hombre blanco una vía de liberación que conduzca a la
Sabiduría Hiperbórea: para eso desciende Navután al Infierno. Navután, “Dios
libre y eterno”, acepta bajar al Infierno, venir al Mundo de la Materia, y nacer
como hombre blanco. Y como hombre blanco, realizar la hazaña de liberar por Sí
77
Mismo su Espíritu encadenado: demostrará así a los hombres, con el ejemplo de
Su Voluntad, el camino a seguir, la Orientación hacia el Origen. Resumiendo, la
historia que los Atlantes blancos trasmitieron en forma de Mito a los pueblos
nativos, sería la siguiente. Vivía en la Atlántida una Virgen Blanca Muy Santa,
consagrada al servicio del Dios Incognoscible y entregada a la contemplación de
la Luz Increada. Afligida por la terrible hambruna que azotaba a su pueblo,
aquella Virgen pidió auxilio al Incognoscible; y este Dios Supremo, cuya Voluntad
es la Gracia, le enseñó un camino hacia el Planeta Venus. Ya allí, la Virgen
recibió del Enviado del Incognoscible varios ejemplares de la Planta del Trigo,
con la que se saciaría el hambre material de los hombres, una Vara, que serviría
para medir la Traición Blanca, y la semilla de un Niño de Piedra, que algún día
sería hombre, se pondría a la cabeza de la Raza Blanca, y saciaría su hambre
espiritual. Al regresar de Venus, la Virgen Blanca, que no había tenido jamás un
contacto carnal con ningún hombre, estaba encinta de Navután. Los Dioses
Liberadores le habían anunciado ya que sería madre y daría a luz un niño cuya
Sabiduría espiritual libraría a la Raza blanca de la esclavitud material. Una
serpiente intenta impedir que la Virgen cumpla su cometido pero Ella la mata
aplastándole la cabeza con su pie derecho. Pasado el plazo, la Virgen alumbra a
Navután y lo educa como Guerrero Constructor, contando con la ayuda de los
Guardianes de la Sabiduría Lítica.
Existía en la Atlántida un sendero que conducía hasta un Jardín
Encantado, el cual había sido construido por el Dios de la Ilusión. Crecía allí un
Antiguo Arbol Granado, conocido como el Arbol de la Vida y también como el
Arbol del Terror, cuyas raíces se extendían por toda la Tierra y cuyas ramas
se elevaban hasta las Moradas Celestes del Dios de la Ilusión. Cerca de ese
Granado Hechizado se hallaba un Arbol Manzano, tan Antiguo como Aquél, al
que se llamaba el Arbol del Bien y del Mal o el Arbol de la Muerte. Era
creencia corriente entre los Atlantes que el hombre, en un Principio, había sido
inmortal: la causa de que el hombre tuviese que morir se debía a que los
Grandes Antepasados habían comido del Fruto de este Arbol y la Muerte se
había trasmitido a los descendientes como una Enfermedad. En verdad, la
sangre del Arbol, su Savia Maldita, se había mezclado con la Sangre Inmortal del
Hombre Original y regulaba desde adentro la Vida y la Muerte. Y nadie conocía el
Remedio para esa Enfermedad. Navután, que carecía de padre humano, había
nacido inmortal como los Hombres Originales, pero su inmortalidad era, por eso
mismo, esencial, propia de su especial naturaleza espiritual; en consecuencia, su
inmortalidad era incomunicable a los restantes hombres blancos, no servía para
que ellos recuperasen la inmortalidad perdida. Por eso Navután, con el apoyo de
su Divina Madre, la Virgen Ama, decide hacerse mortal y descubrir para los
hombres el secreto de la inmortalidad.
Desde que los Grandes Antepasados comieran el Fruto del Arbol de la
Muerte, nadie se atrevía a acercarse a él por temor a la Muerte. Pero Navután
era inmortal como los Grandes Antepasados y pudo, como Ellos, aproximarse sin
problemas. Una vez junto al Arbol, Navután cortó y comió el Fruto prohibido,
quedando inmediatamente hechizado por la Ilusión de la Vida: ahora sólo le
faltaba descubrir el secreto de la Muerte sin morir, puesto que si perecía en el
intento jamás podría comunicar la Sabiduría a los hombres blancos. Es entonces
cuando Navután se auto-crucifica en el Arbol del Terror, para vencer a la
Muerte, y pende nueve noches de su tronco. Empero, mientras el tiempo
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transcurría, la Muerte se avecinaba sin que Navután consiguiese comprender su
secreto. Al fin, ya agonizante, el Gran Jefe Blanco cerró su único ojo, que
mantenía fijo en la Ilusión del Mundo, y miró hacia el Fondo de Sí Mismo, en una
última y desesperada reacción para salvar la vida que se apagaba sin remedio. Y
en la cima de Sí Mismo, en medio de la Negrura Infinita de la Muerte insinuada,
vio surgir una Figura Resplandeciente, un Ser que era Pura Gracia: se trataba de
Frya, la Alegría del Espíritu, su Divina Esposa del Origen que acudía en su
auxilio.
Cuando Navután abre nuevamente su ojo, Frya sale por él y se interna en
el Mundo del Gran Engaño: va a buscar el secreto de la Muerte para salvar a su
Esposo agonizante. Sin embargo no logra conseguirlo y el tiempo se acaba
inexorablemente. Al fin, sin desesperar, Frya se dirige a Hiperbórea para
consultar a los Dioses Liberadores; Ellos le aconsejan buscar a un Gigante
bicéfalo que habita en un Mundo situado bajo las raíces del Arbol del Terror y que
ejerce el oficio de clavero: a ese Gigante debe robarle la Llave Kâlachakra, pues
en ella los Dioses Traidores han grabado el secreto de la Muerte. El Mito de los
Atlantes blancos es aquí muy complejo y sólo conviene mencionar que Frya,
transformada en Cuervo, desciende al Mundo del Gigante bifronte y le roba la
Llave Kâlachakra: mas, para conseguirla, ha tenido que convertirse en asesina y
prostituta; Frya, en efecto, quiebra con un golpe de su hacha la Llave Kâlachakra,
pero el paletón, al caer, se transforma en siete gigantes de siete cabezas cada
uno, quienes “duermen para que las Razas raíces vivan por ellos”; acto seguido,
y sin alternativas pues está urgida por el tiempo, Frya se viste con el Velo de la
Muerte que aquellos gigantes tienen sujeto con un lazo en cada cuello: luego los
despierta sucesivamente y se entrega a ellos como amante, pero
inexorablemente los va decapitando en la culminación del orgasmo; y las
cabezas de los Gigantes, ensartadas en una cuerda o sutrâtma, forman el collar
de Frya Kâlibur, en el que cada cráneo representa un Signo del Alfabeto Sagrado
de la Raza Blanca. Por fin el Velo de la Muerte queda suelto y Frya, nuevamente
transformada en cuervo, regresa velozmente junto a Navután.
Pero ya es tarde: justo en el momento de llegar, Navután exhala el último
suspiro y su ojo se está cerrando para siempre. Frya comprende que será
imposible revelarle a Navután el secreto de la Muerte pues acaba de morir y ya
no podrá leer la Llave Kâlachakra. Y es así como, sin perder un instante, Frya
toma la decisión que salvará a Navután y a la Raza blanca: se transforma en
Perdiz y penetra nuevamente en Navután. La Llave Kâlachakra debe dejarla
afuera, puesto que sólo Ella puede existir en el Fondo de Sí Mismo. Frya debe
revelar a Navután el Secreto de la Muerte, no sólo para lograr su resurrección,
sino también para que su Esposo lo comunique a los hombres; de otra manera su
inmolación habría sido en vano. Mas ¿cómo exponer a Navután el Secreto de la
Muerte sin la Llave Kâlachakra, sin mostrarle ese instrumento del
encadenamiento espiritual, para su comprensión? Y Frya lo decide en ese
instante: como perdiz, danzará el Secreto de la Vida y de la Muerte.
Expresará, con la danza, la Más Alta Sabiduría que le sea posible
comprender al hombre mortal desde Afuera de Sí Mismo.
Y Frya, danzando en el Fondo de Sí Mismo, revela a Navután el Secreto
procedente de Afuera de Sí Mismo. Y Navután lo comprende, se corta el hechizo
causado por el Fruto del Arbol de la Vida y de la Muerte, y resucita nuevamente
como inmortal. Y al bajar de su crucifixión en el Arbol, repara que su cuerpo se ha
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trasmutado y ahora es de Piedra Pura; y que puede comprender y expresar la
Lengua de los Pájaros. Entonces Navután enseña a los Atlantes blancos las trece
más tres Vrunas mediante la Lengua de los Pájaros y los encamina a comprender
el Signo del Origen, “con lo que obtendrán la Más Alta Sabiduría, serán
inmortales mientras el Espíritu permanece encadenado al animal hombre, y
conquistarán la Eternidad cuando ganen la Batalla contra las Potencias de la
Materia y sean libres en el Origen”.
Hasta aquí resumí, Dr. Siegnagel, la historia de Navután, de acuerdo al
relato mítico de los Atlantes blancos. Es fácil advertir que tenía muchos puntos
comunes con la historia evangélica de Jesús Cristo: ambas historias tratan de un
Dios hecho hombre; ambos Dioses nacen de una Virgen; ambos mueren por
crucifixión voluntaria; ambos resucitan; ambos dejan el testamento de su
Sabiduría; ambos forman discípulos a los que revelan la “buena nueva”, que
estos deberán comunicar a sus semejantes; ambos afirman que “el Reino no es
de este Mundo”; etc. Pero es evidente que existen, también, diferencias
fundamentales entre ambas doctrinas. Quizá las más acentuadas sean las
siguientes: Navután viene para liberar al Espíritu del Hombre de su prisión en el
Mundo del Dios Creador; el Espíritu es Increado, es decir, no Creado por el Dios
Creador y, por lo tanto, nada de lo que aquí acontece puede mancillarlo
esencialmente y mucho menos afectarlo éticamente; el Espíritu es Inocente y
puro en la Eternidad del Origen; de allí que Navután afirme que el Espíritu
Hiperbóreo, perteneciente a una Raza Guerrera, sólo puede manifestar una
actitud de hostilidad esencial hacia el Mundo del Dios Creador, sólo puede
rebelarse ante el Orden Material, sólo puede dudar de la Realidad del Mundo que
constituye el Gran Engaño, sólo puede rechazar como Falso o Enemigo a todo
aquello que no sea producto de Sí Mismo, es decir, del Espíritu, y sólo puede
alentar un único propósito con Sabiduría: abandonar el Mundo del Dios Creador,
donde es esclavo, y regresar al Mundo del Incognoscible, donde será
nuevamente un Dios. Contrariamente, Jesús Cristo viene para salvar al Alma del
Hombre del Pecado, de la Falta a la Ley del Dios Creador; el Alma es Creada por
el Dios Creador y debe obedecer ciegamente a la Ley de su Padre; todo cuanto
aquí acontece afecta éticamente al Alma y puede aumentar su cuota de Pecado;
el Alma no es inocente ni pura pues el hombre se halla en este Mundo como
castigo por un Pecado Original cometido por los Padres del Género Humano y
hereda, por consiguiente, el Pecado Original; de allí que Jesús Cristo afirme que
el Alma del Hombre, la creatura más perfecta del Dios Creador, sólo debe
manifestar una actitud de amor esencial hacia el Mundo del Dios Creador, sólo
debe aceptar con resignación su puesto en el Orden Material, sólo debe creer en
la Realidad del Mundo, sólo debe aceptar como Verdadero y Amigo a aquello que
prueba venir en Nombre del Dios Creador, y sólo debe alentar un único propósito
con Sabiduría: permanecer en el Mundo del Dios Creador como oveja y ser
pastoreada por Jesús Cristo o los Sacerdotes que lo representen. Ser Dios o ser
oveja, ésa es la cuestión, Dr. Siegnagel.
Según anticipé, cuando la ley imperial del año 392 amenazó considerar
“crimen de lesa majestad” la práctica de los Cultos paganos, hacía tiempo que la
Casa de Tharsis había aceptado el Cristianismo como su religión familiar.
Lógicamente, los Señores de Tharsis veían claramente la marcha de los tiempos,
y su única prioridad, desde la destrucción de Tartessos, era dar cumplimiento a la
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