El Inconsiente

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Freud elaboró una concepción inédita del inconsciente.

Realizó en primer lugar una síntesis de las enseñanzas de Jean-Martin Charcot, Hippolyte Bernheim
y Josef Breuer, que lo llevó hacia el psicoanálisis y, en un segundo momento, proporcionó un
andamiaje teórico al funcionamiento del inconsciente a partir de la interpretación de los sueños.
El inconsciente, según Freud, tiene la particularidad de ser a la vez interno al sujeto (y a su
consciencia) y exterior a toda forma de dominio por el pensamiento consciente.
El inconsciente freudiano es una noción tópica y dinámica; es un sistema psíquico que tiene
contenidos y que posee mecanismos que se pueden describir como específicamente inconscientes;
Sistema que se rige por leyes y posee una economía de energía que le son propias.
Dentro de la primera teoría de Freud acerca de la constitución del aparato psíquico, que también se
suele denominar "la primera tópica freudiana", el inconsciente designa uno de los tres sistemas
psíquicos que conforman el psiquismo (los otros dos son el consciente y el pre-consciente).
El sistema inconsciente está constituido en gran parte (pero no solamente) por contenidos reprimidos
a los que se le ha impedido el acceso a la conciencia, justamente por obra del mecanismo de la
represión.
El contenido del inconsciente son los "representantes psíquicos" de las pulsiones.
Las pulsiones dirigidas en el sujeto a la obtención de placer o evitación del dolor, que Freud había
identificado desde los inicios del Psicoanálisis, adquieren un sentido diferente a partir de la
verificación de su convivencia funcional con pulsiones radicalmente opuestas, esto es, destructivas y
autodestructivas.
Los impulsos sexuales son expuestos en esa dualidad constitutiva de fuerzas orientadas por el
principio del placer al mismo tiempo que fuerzas contrarias a la supervivencia.
El yo, guiado por el principio de realidad, a la luz de lo que Freud llama ananké (escasez), es
definido como la formación de un psiquismo superior resultante y comprometido con la reformulación
y desviación de las demandas instintivas hacia formas menos peligrosas o destructivas, mediante
dos procesos básicos: la represión y la sublimación.
Esto le posibilita pensar un inconsciente no todo reprimido, solo le resta conceptualizar el cambio de
meta, es decir el displacer como meta. Cuestión que teoriza en 1923 en su texto El problema
económico del masoquismo.

Para Freud, sin embargo, la conciencia tampoco comprendería el campo íntegro de lo psíquico y,
según su parecer, no sería acertado creer que la única tarea de la psicología radicaría en la
distinción entre percepciones, sentimientos, procesos cognitivos y actos de la voluntad en calidad de
diferentes especies de fenómenos psíquicos.
Sin embargo, según Freud, tal parecer iría en contra de los postulados defendidos por la mayoría de
los filósofos, quienes descalificarían como un contrasentido la idea de algo psíquico inconsciente.
Ese es precisamente uno de los fundamentos de la teoría analítica, que acepta que “esos procesos
concomitantes presuntamente somáticos son lo psíquico genuino”, pese a que la conciencia no
tenga acceso a ellos.
Freud es de la opinión de que resultaría admisible que los conceptos basales de una disciplina en
nacimiento ―cabría mencionarse el de “pulsión” para el caso del psicoanálisis― adolezcan en un
principio de definiciones imperfectas.

Freud designa con el nombre de cualidades psíquicas a lo consciente, lo inconsciente y lo


preconsciente. Este no supone, empero, un conjunto de elementos homogéneos, sino que en su
seno se diferencian, por un lado, los procesos pasibles de devenir conscientes sin más.
Freud advierte que el haber colegido uno, en calidad de psicoanalista, el contenido correspondiente
a determinada laguna nésica de un individuo y su comunicación a él no implica que el material
inconsciente reprimido en él del que se trate haya adquirido de pronto el carácter de consciente,
puesto que, al menos en un principio, tal contenido estará simultáneamente presente entre sus
representaciones conscientes ―bajo esta forma se es recibida la reconstrucción brindada por el
analista― y entre las inconscientes.

Las reglas que gobiernan la lógica no operarían en lo inconsciente, que queda definido como “el
reino de la alógica”. Afanes y tendencias antagónicos conviven allí a veces sin suscitar el menor
conflicto por no influirse recíprocamente, otras provocando uno en el que, sin embargo, no se toma
partido por ninguna opción en particular, sino que estas se funden en un compromiso de la más
absurda constitución por poner lado a lado exigencias inconciliables. Esto guarda estrecho vínculo
con que los opuestos, lejos de mantenerse apartados, son tomados como si fueran una y la misma
cosa: así, cada elemento del contenido manifiesto del sueño puede figurar precisamente a su
contrario. Para dar fuerza a su tesis, Freud argumenta que eso también ocurría en las lenguas
arcaicas: en un inicio, los conceptos de “fuerte” y “débil”, “claro” y “oscuro”, y “alto” y “profundo”
pudieron haber sido designados a través de la misma raíz. Incluso en latín altus tendría el valor de
“alto” y de “profundo”, mientras que sacer referiría tanto a “sagrado” como a “impío”.












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