Dopamina - Eduardo Perez Mulet
Dopamina - Eduardo Perez Mulet
Dopamina - Eduardo Perez Mulet
envejecimiento
SEGUNDA PARTE
DOPAMINA ¿EL COMODÍN DE LA BARAJA O UNA BALA
MÁGICA?
1.- ¿Es la dopamina la Kim Kardashian de los neurotransmisores?
2.- Impulso y motivación
2.1.- La recompensa
2.2.- Querer versus gustar: impulso, motivación y esfuerzo
2.3.- Expectativas
3.-El poder de la dopamina (1ª parte): hormigas esclavas y ratones
zombis
TERCERA PARTE
DOPAMINA Y ENVEJECIMIENTO
1.- Ikigai.
2.- ¿Ikisu?
3.- El poder de la dopamina (2ª parte): ¿El amor rejuvenece?
4.- Personalidad, dopamina y vejez
4.1.- Personalidad y dopamina
5.- La depresión: el invitado inesperado, el enemigo más peligroso
6.- Alzhéimer: el emperador de todas las pesadillas
6.1.- Las hojas perennes que nos legaron las monjas
6.2.- Alzhéimer y dopamina
6.3.- La dopamina y el nuevo paradigma sobre el alzhéimer
7.-¿Puede la dopamina alargar la vida?
7.1.- Dopamina: la llave maestra de la eterna juventud
7.2.- Genotipo de la longevidad y dopamina
7.3.- Sistema inmunológico y dopamina
7.4.- Cognición y dopamina
8.- El ejercicio físico ¿el elixir de la eterna juventud?
9.- Nutrición
10.- Actividad, dopamina y longevidad
11.- ¿Cómo podemos mantener nuestra dopamina a salvo?
11.1.- Sustancias naturales
Bacopa munieri
Mucuna pruriens
Rhodiola rosea
L-Teanina
Bayas
11.2.- Agua fría
11.3.- Música
11.4.- Meditación y yoga
11.5.- Ejercicio físico
11.6.- Medicamentos
12.- Los otros elixires además de la dopamina: de los trasplantes de
testículos de mono a la epigenética
12.1.- Los elixires de la eterna juventud
Rapamicina, mTOR y restricción calórica
Gen daf -2 y FOXO 3A
Sirtuinas y NAD+
Epigenética
Metformina
Klotho
Espermidina
12.2.- Las soluciones de Aubrey de Grey para escapar de la
senescencia
12.3.- La esperanza de lograrlo
13.-¿Y si existieran los unicornios antiaging? En las fronteras de la
ciencia: el efecto placebo y las profecías autocumplidas
envejecimiento
León Trotski
¡Qué penosos y difíciles son los últimos días del anciano! Día tras día se vuelve más
débil, sus ojos se empañan, sus oídos se ensordecen, su fuerza se desvanece, su corazón ya no
conoce la paz, su boca permanece silenciosa y ya no dice palabra alguna. El poder de su
mente disminuye y ya no puede recordar cómo fue el ayer. Le duelen todos los huesos. Aquello
que no hace mucho tiempo se realizaba con placer, ya es doloroso ahora, el gusto desaparece.
La vejez es la peor de las desgracias que pueden afligir al hombre.
Nuestro compromiso ideológico con la vida humana nunca nos permitirá aceptar la
muerte humana sin más. Mientras la gente muera de algo nos esforzaremos por derrotarla.
Sin embargo, lo que había sabido no era nada comparado con el ataque inevitable que es
el final de la vida. De haber sido consciente del sufrimiento mortal de cada hombre y mujer a
los que había conocido durante sus años de vida profesional, de la dolorosa historia de pesar,
pérdida y estoicismo de cada uno, de miedo, pánico, aislamiento y terror, de haber conocido
cada cosa que les había sido arrebatada y que en otro tiempo había sido vitalmente suya, y la
manera sistemática en que eran destruidos, habría tenido que permanecer junto al teléfono
todo el día hasta la noche, haciendo otro centenar de llamadas por lo menos. La vejez no es
una batalla; la vejez es una masacre.
Cuando usted, querido lector, termine de leer este libro será más viejo
que cuando lo empezó. No detectaremos seguramente canas nuevas al
mirarnos en el espejo, ni nuestras arrugas de la cara se habrán hecho más
profundas, o al menos no seremos capaces de apreciarlo. En realidad
envejecemos desde el mismo instante de la concepción. La flecha del
tiempo apunta de forma obstinada en la misma dirección y nada podemos
hacer al respecto: el tiempo entendido como una acumulación de entropía
generando desorden en nuestras células y en nuestros órganos, en los
objetos que nos rodean, en los seres vivos que pueblan este planeta y en el
Universo entero; eso es en parte el envejecimiento, un sumatorio de daños y
errores que desembocan en el caos y en la extinción de la vida hasta el Big
Crunch final.
Hace unos días llevé a mi hijo de dieciséis años a cortarse el pelo. En
contra de mi opinión, le solicitó a la peluquera que le rapara los laterales y
le dejara el flequillo largo «así cuando salga a correr me puedo hacer un
moño para que no me moleste», le dijo ante mi mirada de desaprobación.
Mientras la peluquera cortaba aquí y allá mechones de pelo con las tijeras,
yo esperaba sentado leyendo el periódico. Minutos después ella le preguntó:
«¿Te han dado muchos disgustos últimamente?» Mi hijo contestó algo
confundido: «¿Disgustos? ¿Por qué lo preguntas?» A lo que ella replicó:
«Que si tienes problemas o te ha estresado mucho el comienzo del colegio».
«No especialmente» respondió él. «Te lo digo porque tienes algunas canas»
dijo ella al fin. Yo me quedé reflexionando. Con tan solo dieciséis años ya
tiene canas. Eso de que empezamos a envejecer nada más venir a este
mundo no es un eufemismo. ¿Pero por qué? ¿Por qué Dexter, mi perro
beagle, que solo tiene siete años luce ya tantas canas en el hocico y
alrededor de los ojos? ¿Por qué la esperanza de vida de mi hijo estará
cercana a los noventa años y a Dexter le quedan como mucho ocho o nueve
para irse al cielo de los perros? Preguntas y más preguntas de nuevo: el por
qué envejecemos es sin duda uno de los grandes enigmas de la
humanidad.
Que mi hijo peine canas a los dieciséis años, y que las primeras
arrugas pueblen la piel del rostro al final de la segunda década de la vida,
son muestras de que la entropía hace su trabajo con esmero. Pero ¿en qué se
traduce ese esmero? ¿A qué velocidad envejecemos? La gerontología y las
diversas teorías sobre el envejecimiento han estado en mayor o menor grado
influenciadas por el estadista Benjamin Gompertz, que postuló una función
«epónima», es decir, que existe una aceleración regular en las muertes a
medida que se envejece. La tasa de mortalidad se multiplica por dos cada
ocho años, lo que implica que, en este momento, cualquiera que sea el
riesgo de muerte que tenga una persona se habrá multiplicado por dos
dentro de ocho años, dentro de dieciséis será cuatro veces mayor y así
sucesivamente. Un anciano de 78 años tiene una probabilidad de morir 108
veces mayor que alguien que acaba de cumplir dieciocho años, y es que
resulta obvio que hacerse mayor implica una probabilidad de muerte cada
vez más alta.
La mayoría de los fallecimientos se pueden atribuir a diferentes
enfermedades relacionadas con la edad; en consecuencia, vencer al tiempo
y cumplir, digamos cien años, conlleva haber sorteado dichas
enfermedades, como son las cardiopatías coronarias, los derrames
cerebrales, diversos tipos de cáncer, osteoporosis, alzhéimer y diabetes. En
Estados Unidos por ejemplo, y por extensión en la mayoría del mundo
civilizado, las principales causas de muerte se han modificado
sustancialmente con el paso del tiempo; en el siglo XIX esas causas tenían
que ver con enfermedades infecciosas. Hoy en día, solo las cardiopatías y el
cáncer explican el 50 % de todos los fallecimientos, y por concretar un poco
más, las cuatro causas de muerte más importantes en personas mayores de
65 años son: cardiopatías, cáncer, disfunciones cerebrales relacionadas con
el riego sanguíneo y enfermedades respiratorias. En los países occidentales,
una de estas patologías, las enfermedades cardíacas, provocan la muerte de
una de cada cuarenta personas de 65 a 69 años. Esta proporción sube a una
de cada diecisiete de entre 75 y 79, una de cada once entre 80 y 84, y llega a
matar a una de cada siete en las personas mayores de 85 años. Pero esta
curva exponencial, que va aumentando las patologías y disminuyendo la
esperanza de vida a medida que cumplimos años, requiere también
matizaciones. Según algunos estudios, tras cumplir 97 años, las
posibilidades de morir de una persona, no solo se desvían de la tendencia
habitual, sino que se reducen. Es como si algunas personas tuvieran una
resistencia especial a padecer las enfermedades que nos matarán a la
mayoría de nosotros antes de cumplir los noventa años, y gracias a esta
resistencia viven más y encima libres de patologías. ¿Cuál es la explicación
de esta resistencia? Los autores del libro La estrategia de la longevidad
David Mahoney y Richard Restak afirman que no hay ningún factor que
sobresalga, es más bien una combinación de diferentes factores:
Hasta hace poco nadie tenía una idea coherente sobre cómo
vencer al envejecimiento, y por tanto este ha sido en efecto, inevitable.
Y cuando uno se enfrenta con un destino tan aterrador como el
envejecimiento y sobre el cual uno no puede hacer absolutamente
nada, ya sea en lo que respecta a uno mismo o en lo que respecta a
otros, psicológicamente hablando tiene perfecto sentido apartarlo de
la mente, estar en paz con él, podríamos decir, en vez de pasarse la
triste y corta vida de uno preocupándose por ello (…) Puede querer
creer, para su propia paz mental, que el envejecimiento es inalterable
y que por lo tanto no merece la pena preocuparse de él.[30]
En nuestras manos está qué camino elegir, cómo queremos que sean
esos últimos treinta años, o bien como un paseo con andador por el infierno,
o bien como decían Crowley y Lodge «un proceso lento, mínimo y
sorprendentemente grácil».
Como en aquel juego de los recreos de mi infancia, yo puedo abrigar la
secreta e íntima esperanza de que me libraré de padecer los sinsabores del
envejecimiento. Y como yo, millones de personas desde el principio de los
tiempos han compartido la misma esperanza. Si lo pensamos bien, pocas
cosas hay en la vida tan extrañas como el envejecimiento. Cuando eres niño
convives con ancianos, observas en tus abuelos, y más tarde en tus padres,
cómo una nueva capa va superponiéndose a la esencia de sus identidades.
Ellos siguen siendo ellos, su voz y su personalidad permanecen, pero sin
embargo, muchas características se modifican con el paso del tiempo hasta
transformarlos en algo distinto. Y de pronto llega un día en el que nosotros,
que parecíamos espectadores ajenos a esa obra de teatro que se representaba
ante nuestros ojos, estamos ahí también, en el escenario, experimentando lo
mismo que experimentaron los ancianos que nos precedieron. Qué extraño,
da la sensación de que es así, de súbito, cuando eres consciente de que ya
eres mayor. Son muchas las preguntas y escasas las respuestas. Ya
apuntamos antes alguna de esas preguntas, pero la lista de enigmas e
incertidumbres podría ampliarse todavía más: ¿Por qué un salmón nada más
desovar envejece rápidamente y muere? ¿Por qué un ratón vive dos años y
un animal similar como es el murciélago puede vivir treinta? ¿Existen
organismos inmortales? ¿Hay algún tipo de programación que le marca a
cada especie un límite de longevidad imposible de sobrepasar?
¿Envejecemos todas las personas a la misma velocidad?
Envejecer no es un fenómeno que aparezca bruscamente, tiene un
avance lento, silencioso y sutil. Para Francisco Mora, doctor en
Neurociencias por la Universidad de Oxford, en Inglaterra, y catedrático de
Fisiología en la Universidad Complutense de Madrid, el envejecimiento se
inicia a los treinta años:
Siguiendo con este razonamiento acerca del peligro que acecha detrás
del crecimiento, sabemos que las razas de perros más pequeños son más
longevas que las de perros de mayor tamaño. ¿Podríamos decir entonces
que las personas más altas tienen menos esperanza de vida que las de menor
estatura? Es lo que parece desprenderse de un estudio reciente llevado a
cabo por el Instituto Karolinska y la Universidad de Estocolmo, en Suecia.
Se analizaron los datos de 5,5 millones de hombres y mujeres nacidos entre
1938 y 1991, y lo que se comprobó es que por cada diez centímetros más de
altura, en los hombres aumentaba en un 11 % el riesgo de padecer cáncer,
mientras que en las mujeres crecía en un 18 %.[53] Leonard Nunney,
profesor de Biología de la Universidad de California, Estados Unidos, en
una investigación publicada en octubre de 2018 en The Royal Society,
apunta que el motivo de esta relación estaría en el mayor número de células
[54] (recordemos lo dicho a este respecto sobre el cáncer de colon y de
duodeno). Para él, el riesgo de cáncer aumenta con el tamaño del tejido, ya
que más células proporcionan más dianas para la mutación somática
oncogénica. Esto es especialmente relevante en el melanoma, que muestra
una fuerte correlación con la altura, donde el aumento de la tasa de división
celular parece estar mediada por el factor de crecimiento IGF-1 del que
hablaremos más adelante. Se podría argumentar que según esta regla de
tres, a mayor número de células más posibilidades de cáncer, y que
animales como el elefante, que tienen unas cien veces más células que
nosotros, serían más susceptibles de desarrollar cáncer. Sin embargo el
cáncer es una enfermedad que los elefantes padecen en contadas ocasiones.
Esta circunstancia, que animales con un mayor número de células padezcan
menos cáncer, se denomina la paradoja de Peto, y puede explicarse porque
las especies más grandes están más protegidas gracias a mecanismos
evolutivos antitumorales como es por ejemplo la expresión del gen p53.
Tal y como ocurría con la progeria y su antítesis el «síndrome x», en el
caso de la altura se produce un cierto paralelismo con la enfermedad de
Laron. Si nos desplazamos a una remota zona de la cordillera de los Andes,
en Ecuador, nos encontraremos con un grupo de personas que padecen una
mutación genética por la que apenas alcanzan los 120 centímetros de altura,
una mutación que provoca que sus células carezcan de receptores para la
hormona del crecimiento. Siguiendo con la lógica antes expuesta de que a
mayor estatura se produce un mayor riesgo de sufrir cáncer, las personas
que padecen la enfermedad de Laron presumiblemente tienen que estar más
protegidas ante los tumores. Y esto es en realidad lo que ocurre. En un
estudio liderado por el investigador Jaime Guevara Aguirre se monitorizó
durante 22 años a individuos ecuatorianos que portaban esta mutación en el
gen del receptor de la hormona del crecimiento, concluyendo que ninguno
de los sujetos de este estudio murió de cáncer y ninguno padeció diabetes.
[55] Este hecho contradice muchos de los tratamientos que, sobre todo en
Estados Unidos, prescriben la hormona del crecimiento como una estrategia
antiaging; personas que gastan miles de dólares al mes en inyecciones con
esta hormona estarían provocando el efecto contrario al esperado: aumentar
el crecimiento, acelerar el coche cuando estamos conduciendo en un
parking y provocar más riesgo de cáncer.
Pero habíamos dejado a Tom Kirkwood reflexionando en su bañera
con el agua ya seguramente fría. El sexo es la manera que ha elegido la
naturaleza para que las distintas especies creen nuevos individuos, y esto es
así porque se adquiere una ventaja desde el punto de vista evolutivo al
mejorar la variabilidad genética mezclando los genes de dos individuos
distintos. Si una especie no aumentara esa variabilidad genética no se
beneficiaría de este hecho, permanecería inmutable y en consecuencia, no
duraría mucho tiempo sobre la faz de la tierra, se extinguiría. Para una
especie resulta pues más útil, apostar por una mayor diversidad genética
que pueda aumentar las posibilidades de supervivencia y con vidas más
breves, que por unos individuos que vivieran mucho tiempo y no
fomentaran esa variabilidad.
Que las especies hayan elegido el sexo para mejorar su acervo genético
exige un precio muy alto a cambio: invertir en recursos para alcanzar una
óptima madurez sexual a costa de que una vez sobrepasada esa edad de
plena fertilidad, comience el declive y el cuerpo, ya amortizado, envejezca
y muera. No es casual el hecho de que cuanto más se retrase la edad de
procrear de una especie más longeva sea esta.
Tom Kirkwood, en su magnífico libro Time of our lives. The science of
human ageing propone un experimento mental para explicar su teoría.[56] Él
habla de un animal imaginario llamado ranejo que es una mezcla de rana y
conejo, un animal que tiene la particularidad de ser inmortal. Los ranejos
por tanto nunca envejecen, aunque sí pueden morir devorados por un
depredador en medio del bosque o aplastados por un árbol que se les cae
encima. Supongamos que cada ranejo tiene una probabilidad del 50 % de
seguir vivo al año siguiente debido a los peligros a los que debe enfrentarse.
Al cabo de cinco años será solo uno de cada 32, y tan solo un privilegiado
ranejo de entre un millón soplará veinte velas en su tarta de cumpleaños. Al
llegar a este punto, la gran pregunta es ¿por qué si tan solo uno de cada
millón alcanza los veinte años es necesario invertir en recursos para su
mantenimiento? Antes de responder a esta pregunta demos un paso más en
la fábula kirkwoodiana. Imaginemos que se produce una mutación en los
ranejos por la cual se reduce esa inversión en mantenimiento, así entonces
puede ahorrar esa energía que se empleaba en el mantenimiento y dedicarla
a la reproducción, a costa de morir, digamos por ejemplo, a los veinte años.
La selección natural favorecerá a estos mutantes dado que su tasa de
reproducción será mayor. De esta forma, con el paso del tiempo, la
evolución irá imponiendo el envejecimiento como mejora para la especie de
los ranejos.
No obstante, el hecho de que solo uno entre un millón llegue a los
veinte años continua suponiendo demasiado gasto en mantenimiento.
Imaginemos que se da una nueva mutación en el ranejo mutante, cambiando
su esperanza de vida de veinte a diez años a costa, nuevamente, de mejorar
su tasa reproductiva; tal y como ocurrió antes, la mutación será un éxito
dado que la posibilidad de que un ranejo llegue a los diez años, aunque siga
siendo pequeña (de uno entre mil), mejora sustancialmente la proporción
anterior. Pero no podemos seguir aplicando esta lógica eternamente. Para
Kirkwood hay un punto de equilibrio óptimo «cuando cualquier mejora de
la reproducción queda contrarrestada por una pérdida creciente de
capacidad de supervivencia». La probabilidad de que un ranejo se mantenga
vivo a los cinco años es de uno entre 32, valor que ya no es despreciable.
En los ranejos este punto de equilibrio entre supervivencia y mantenimiento
fijaría su esperanza máxima de vida en los seis años.
Esto explica por qué las distintas especies de animales tienen tasas de
longevidad diferentes. Si los ranejos tuvieran otras mutaciones que
favorecieran su capacidad de escapar de los depredadores su esperanza de
vida sería mayor. Por eso un ratón vive un máximo de dos años y un
murciélago, que es otro ratón pero con alas, llega a vivir veinte años gracias
a su capacidad adquirida para poder huir de las serpientes y los gatos. Si al
ranejo entonces le crecieran alas o le saliera un caparazón como a las
tortugas, es lógico pensar que su mortalidad accidental se reduciría, y
podría pasar, por ejemplo, del 50 % al 30 %; entonces su probabilidad de
morir en un plazo de diez años ya no sería de uno entre mil, sino de uno
entre 35, con lo que ya no tendría ningún sentido envejecer a los seis años y
mejorar el mantenimiento «para no malgastar con un envejecimiento
prematuro las posibilidades que ofrece esta modificación». En efecto, los
organismos expuestos a sufrir más riesgos a lo largo de su vida deben darse
prisa, invertir lo justo en mantenimiento y apostarlo todo a la carta de la
reproducción, lo que recuerda vagamente a la frase que erróneamente se le
atribuyó a James Dean: «Vive rápido, muere joven y deja un bonito
cadáver» (en realidad es una línea de diálogo de la película Llamad a
cualquier puerta de Nicholas Ray). Por el contrario, especies como los
murciélagos o las tortugas pueden reproducirse más despacio y vivir más
años al emplear más recursos en su mantenimiento. Para Kirkwood el
secreto del envejecimiento queda esclarecido: los genes tratan a los
organismos como si fueran perecederos, invirtiendo lo justo en
mantenimiento para que el organismo pueda durar en libertad y en buena
forma a lo largo de su esperanza de vida. Invertir más superado ese punto
de equilibrio es un despilfarro que la naturaleza no se puede permitir. Para
Darwin se trata de la lucha por la existencia, la mayoría de los animales en
libertad mueren jóvenes: nueve de cada diez ratones perecerán antes de
cumplir un año, morirán de frío, en las garras de un búho o aplastados por
un cepo o por una escoba. Entre los idílicos algodones de una jaula en
cautividad podrán alcanzar los tres años. Las ardillas grises, aunque tengan
la habilidad de trepar hasta las copas de los árboles para buscar refugio,
seguirán la misma suerte: solo treinta de cada cien cumplirán un año y solo
seis llegarán a los dos años. En cautividad, la misma ardilla gris aspirará a
vivir veinte años.
No tiene ningún sentido invertir en los recursos de mantenimiento y
reparación de un cuerpo una vez que sobrepasa la vida útil marcada por su
maduración sexual. ¿Para qué gastar los valiosos sistemas de limpieza
celular en organismos que ya son desechables y que para la naturaleza son
irrelevantes? De este modo los genes no influyen en el sentido de que exista
un envejecimiento programado, sino en cómo se repararán los daños y se
solventará la acumulación de los errores que sufrirá nuestro ADN y nuestras
células con el envejecimiento. La teoría del soma desechable explica por
qué el envejecimiento es una suma tan variable de errores catastróficos, es
decir, por qué con la edad se acumulan tantas enfermedades, tantos fallos
celulares, y por qué ocurren tantas cosas que pueden salir mal y que al final
acaban desbaratando nuestra homeostasis.
Nuestro desarrollo sigue un plan esmerado desde el mismo instante de
la concepción. Todos los recursos disponibles para que la maquinaria
funcione son afinados con mimo y puestos a disposición de ese plan; la
naturaleza vigila para que el crecimiento sea lo más ordenado posible,
invirtiendo toda la energía en la consecución del objetivo marcado: la
reproducción. Sin embargo, esa misma naturaleza no tiene ningún plan una
vez sobrepasado el punto de no retorno; la entropía y la falta de
premeditación desembocan en la acumulación de residuos celulares y en un
conjunto de problemas orgánicos que, al final, destruirán toda una
maquinaria que funcionaba con la precisión de un reloj suizo. Así por
ejemplo, en el caso del ratón, sus posibilidades de supervivencia en estado
salvaje estarían condicionadas por el hecho de que solo el 10 % vivirá más
de un año. La inversión de energía para mantener su organismo en buenas
condiciones, más allá de ese año, sería un claro desperdicio que solo
beneficiaría a ese 10 %. Pero para averiguar lo que sucede en realidad con
el envejecimiento cuando hablamos de problemas de mantenimiento, de
acumulación de errores y de reparación del ADN hemos de descender hasta
lo más pequeño, hasta las células.
3.1.-CALL ME BY YOUR NAME Y CÉLULAS
SENESCENTES
Marcas antagonistas
Desregulación de los mecanismos de la nutrición
Disfunción mitocondrial
Senescencia celular
Marcas integrativas
Agotamiento de células madre
Comunicación intercelular alterada
Veámoslo con más detalle. La inestabilidad genómica implica que el
ADN de nuestras células, debido a amenazas externas o a procesos de mal
funcionamiento interno de las propias células, puede sufrir cambios que
afectan y ponen en peligro su estabilidad. A pesar de que los organismos
cuentan con mecanismos de reparación y mantenimiento, con el paso del
tiempo estos mecanismos van perdiendo eficiencia y los daños se acumulan
en el ADN provocando el envejecimiento.
El acortamiento de los telómeros conlleva, como ya sabemos, que cada
vez que una célula se divide, sus telómeros se van reduciendo hasta
provocar su senescencia o su muerte a través de la apoptosis. Como afirma
Elisabeth Blackburn, la descubridora de la telomerasa:
Lo que ocurre es que no existe una explicación para esclarecer por qué
tener los telómeros muy largos no se correlaciona con una vida más larga.
La investigadora María Blasco y sus colaboradores han aportado, en fechas
recientes, una posible respuesta, al medir en paralelo la longitud de los
telómeros de una gran variedad de especies con vidas y tamaños corporales
muy distintos. Los resultados publicados en la revista PNAS, en julio de
2019, apoyan la idea de que la variable crítica no sería la longitud sino la
tasa de velocidad con la que se acortan los telómeros, que es diferente en
cada especie.[66] La propia María Blasco, junto a sus colaboradores Miguel
A. Muñoz-Lorente y Alba C. Cano-Martín, han desarrollado células
embrionarias de ratón con telómeros más largos (hiperlonger telomeres) sin
manipulaciones genéticas, dando lugar a ratones en los que el 100 % de sus
células tienen estos telómeros súper largos. Estos ratones tienen menos
daño en el ADN al envejecer, permanecen delgados y muestran niveles
bajos de colesterol y LDL, así como una mejor tolerancia a la glucosa e
insulina. Por último, presentan una menor incidencia de cáncer y mayor
longevidad. Esta investigación, también llevada a cabo en 2019, marca un
hito importante en el estudio del envejecimiento, en primer lugar por lograr
aumentar la longevidad sin ningún tipo de manipulación genética, y en
segundo lugar porque se constata por primera vez una relación entre la
longitud de los telómeros y el metabolismo, algo muy relevante dada la
importancia de la ruta genética del metabolismo de la insulina y la glucosa
en el envejecimiento.[67]
Respecto a las alteraciones epigenéticas, los cambios químicos que
sufre el ADN con el paso del tiempo tienen una influencia sobre el
envejecimiento que está dando lugar a un campo de investigación muy
prometedor. Hablaremos con más detalle de la epigenética al final del libro.
La pérdida de proteostasis implica que las proteínas, que son las
encargadas de realizar las funciones en nuestras células, sufren diversos
daños debido a la influencia de factores externos como son, por ejemplo,
los radicales libres o varios tipos de toxinas. El daño en una proteína se
traduce en un plegamiento inadecuado de su estructura, como si tuviéramos
una hoja de papel y no se pudiera doblar de la manera correcta para hacer,
por ejemplo, una pajarita. Las células jóvenes poseen un sistema de
limpieza, la autofagia, para deshacerse de las proteínas mal plegadas; sin
embargo al envejecer, los lisosomas, que son los elementos de ese sistema
de limpieza, pierden eficacia a la hora de eliminar los deshechos celulares.
Con el tiempo, las proteínas mal plegadas se acumulan produciendo
inflamación crónica. Estas proteínas amorfas también forman agregados
que, como los de las proteínas beta amiloide, darían lugar a la enfermedad
de Alzheimer.
La siguiente característica del envejecimiento es la desregulación de
los mecanismos de la nutrición. En nuestros cuerpos existen unas vías de
detección de nutrientes que aseguran el nivel óptimo de alimentación, ni
mucho, ni demasiado poco. Cuando la ingesta de alimentos es excesiva o la
composición de nutrientes está desequilibrada, se acelera el envejecimiento
celular. Estas vías metabólicas están íntimamente relacionadas con los
procesos del envejecimiento, buena prueba de ello es que reducir de manera
sustancial y metódica la cantidad de calorías que ingerimos o restricción
calórica, tiene una repercusión positiva en la longevidad. Trataremos este
tema en profundidad más adelante.
En cuanto a la disfunción mitocondrial, se parte de la base de que las
mitocondrias son las estructuras encargadas de proporcionar energía a las
células. A medida que envejecemos, las mitocondrias van degradándose por
la acción de los radicales libres, lo que hace que a su vez estas produzcan
todavía más radicales libres, acelerando de forma más acusada el
envejecimiento.
Sobre la senescencia celular ya hemos visto que supone una detención
estable del ciclo celular. Está causada por el acortamiento de los telómeros,
aunque también la senescencia celular puede ser estimulada por otros
agentes, como el daño producido en el ADN.
El agotamiento de las células madre implica que, a medida que
envejecemos, pierden la capacidad de dividirse debido a los daños
ocasionados en el ADN, el desequilibrio de los nutrientes, la senescencia y
otros procesos como el acortamiento de los telómeros. El agotamiento de
las células madre es, por tanto, una consecuencia de múltiples daños
asociados al deterioro, y es uno de los principales culpables del
envejecimiento de los tejidos en particular y de los organismos en general.
Por último tenemos la comunicación intercelular alterada. Las células
están constantemente comunicándose entre ellas a través de señales
químicas para coordinar la ingente y compleja cantidad de funciones que
llevan a cabo. Con la edad, la comunicación entre las células puede
volverse disfuncional, lo que conlleva un aumento de la inflamación crónica
y fallos en la función hormonal. El hipotálamo por ejemplo, a medida que
nos hacemos mayores, modifica sus señales hormonales afectando al
metabolismo y a la ingesta de alimentos.
El envejecimiento es un proceso demasiado complejo y podríamos
afirmar, que desde cierto punto de vista, es también inabarcable. La
evolución y la selección natural han priorizado la reproducción por encima
de la eternidad: cada de uno de los organismos que habitamos este planeta
somos envoltorios cobijando el tesoro de la vida, con el objetivo de que las
instrucciones de esa vida escritas en el código genético, pasen de
generación en generación. Desde el origen de todo en los océanos, desde
que unas algas diminutas comenzaron a proliferar poblando el planeta, el
testigo ha ido pasando de mano en mano, de individuo en individuo
salvaguardando así una cadena que en ningún momento se ha interrumpido.
Nosotros, todos los seres vivos, portamos el testigo durante un parpadeo
fugaz entre dos eternidades de oscuridad; cuando la naturaleza nos da el
pistoletazo de salida en esta particular carrera de relevos, estamos listos
para cumplir con aquello para lo que estamos destinados: reproducirnos;
entregado el testigo en la pequeña y tierna mano de nuestros hijos y
conseguido por tanto el objetivo, las luces de la fiesta empiezan a apagarse,
una detrás de otra, susurrándonos el mensaje de que empezamos a sobrar.
Nos ocurre lo mismo que al replicante Roy Batty interpretado por el
recientemente fallecido Rutger Hauer en aquella memorable secuencia de
Blade Runner: completado su ciclo vital programado declama: «Todos esos
momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia, es hora de
morir»; baja la cabeza y deja escapar en su último estertor una paloma
blanca que vuela hacia el cielo plomizo, ante la mirada de Harrison Ford,
cuya voz en off dice: «Todo lo que él quería eran las mismas respuestas que
todos buscamos: de dónde vengo, a dónde voy, cuánto tiempo me queda».
[68] Nuestro tiempo de vida está programado aunque no sepamos cuánto nos
queda. Los científicos intentan de manera desesperada desentrañar toda esa
enmarañada complejidad de senescencias celulares, telómeros menguantes,
genes egoístas y cascadas inflamatorias que nos llevan a la decrepitud y a la
muerte.
Existe una programación para desarrollarnos y madurar según unos
cambios que las hormonas van regulando, y existe una programación para
reproducirnos; pero tal y como decían Medawar, George Williams y
Kirkwood entre otros, no hay una programación para envejecer dado que a
la selección natural le resulta intrascendente lo que ocurra después de la
«vida útil» del individuo. Parece probable que no haya genes Terminator, y
que no tengamos en el ADN una bomba con un reloj de cuenta regresiva
que, llegado el instante preciso, explote poniendo fin a nuestra existencia de
forma determinista e irrevocable. Sin embargo, es obvio que hay un
condicionamiento genético que de alguna forma interviene y modula el
envejecimiento; los seres humanos tenemos una esperanza de vida que no
sobrepasa (supuestamente) los 122 años, los ratones viven cuatro, los
elefantes setenta y las tortugas cien: cada especie tiene asignado un cupo
máximo que es infranqueable, incluso diferentes razas dentro de una
especie tienen patrones específicos de longevidad.
Hemos buceado hasta las profundidades de lo más pequeño, las células
y los genes, arrojando algo de luz sobre las posibles causas del
envejecimiento. Hemos analizado también las razones evolutivas que
explican los errores en el ADN y en el mantenimiento de todo organismo.
Ahora llega el momento de sopesar de qué margen disponemos para alterar
nuestro destino, si las cartas que nos ha repartido la vida en el momento del
nacimiento se pueden barajar de nuevo y aspirar así a una mejor jugada.
Empecemos por una película de extraterrestres que ha plasmado de manera
sorprendente el sueño más deseado por toda la humanidad: vencer al
enemigo.
¿Qué demonios tienen los hombres mayores que resultan tan atractivos para las mujeres?
Solamente son decrépitos. ¿Qué tiene de sexy la pérdida de la memoria a corto plazo? Yo no
quiero envejecer nunca.
Cada uno es responsable de cómo vive. En el lecho de muerte entenderás que tú has sido
el artífice de tu propio sufrimiento: entenderás, ¿demasiado tarde?, que nadie más que tú ha
sido responsable de que no hayas vivido.
Guy Corneau
Cuando me plantee escribir este libro, mi primera intención fue la de
investigar qué rasgos psicológicos y qué actitudes correlacionan con un
envejecimiento exitoso. Es verdad que ya hay incontables páginas escritas
al respecto; es más, la mayoría de los libros que versan sobre esta temática,
abordan con más o menos amplitud y, como no podía ser de otra forma, la
psicología del envejecimiento. Se ha estudiado en profundidad el carácter
de los japoneses centenarios, [80] y se han visitado las llamadas zonas azules
para observar cómo viven y cómo piensan los afortunados que allí viven
(las zonas azules son distintos emplazamientos del mundo como Okinawa
en Japón, Loma Linda en California, la península de Nicoya en Costa Rica,
la isla griega de Icaria o Cerdeña en Italia, donde se da un número
anormalmente alto de personas centenarias). [81] Son muchas las sentencias
que la sabiduría popular ha proporcionado a nuestro acervo cultural y social
para remarcar el papel que juega la dimensión psicológica durante el
envejecimiento: «uno envejece como ha vivido», «un hombre tiene la edad
de la mujer a la que ama» o «no se deja de jugar al envejecer sino que se
envejece por dejar de jugar». De alguna forma intuimos que nuestra manera
de ser influye en cómo envejecemos: una persona optimista, alegre y con
ganas de vivir afrontará la última etapa de su vida de manera muy diferente
a otra pesimista o solitaria. Los déficits, el deterioro y las enfermedades nos
afectarán más o menos según sea nuestra fortaleza mental y nuestra
resiliencia o facultad de sobreponernos a la pérdida de la juventud. Además,
invariablemente al envejecer, nuestros niveles hormonales y los
neurotransmisores cerebrales disminuyen. Estos cambios fisiológicos tienen
una repercusión en nuestro estado de ánimo, lo queramos o no, siendo la
depresión el trastorno afectivo que acecha con más fuerza tras ese
desequilibrio bioquímico. Si reflexionamos, veremos que la depresión
comparte importantes similitudes con la vejez, es más, en muchas ocasiones
apenas se distinguen la una de la otra, ambas son como ese actor o esa
actriz que representa dos papeles en la misma película: aunque la pretensión
es mostrar dos personajes con características físicas, atuendos y
temperamentos diferentes, sabemos que es la misma persona, la misma
esencia. Es muy frecuente que los seres humanos, al empezar a deslizarse
por la cuesta abajo de la decadencia física, comiencen a mostrar síntomas
como la tristeza, apatía, dificultad para sentir placer o anhedonia, falta de
energía y sentimientos de inutilidad. Sin duda alguna, vejez y depresión se
dan la mano, pero ¿qué nos lleva al apagón emocional de la vejez?, ¿por
qué las ilusiones se desmoronan como un castillo de naipes al hacernos
mayores?, ¿por qué dejamos de reír y jugar a medida que cumplimos años?
En la primera parte del libro hemos abordado aspectos generales sobre el
envejecimiento, algo necesario para tener una visión del contexto y poder
orientarnos en medio de contornos a veces demasiado difusos. Uno de los
epígrafes de esa primera parte se titulaba «Todo está en Cocoon», y
precisamente es en los fotogramas de esa película donde se inicia nuestro
viaje por los recovecos del cerebro y por el papel de la dopamina en el
envejecimiento.
Recordemos de nuevo la escena que describimos con detalle en su
momento. Uno de los protagonistas, evaporados los alienígenas efectos
rejuvenecedores de la piscina, permanece postrado en un sofá, sumido en la
penumbra de la habitación de la residencia donde vive junto a su mujer.
Hay una atmósfera de pesadumbre y desánimo envolviéndolo, una vaga
rendición ante la vida, una abrumadora tristeza. ¿Qué les ocurre a los
ancianos cuando comienzan a bañarse en la piscina? Rejuvenecen. ¿Pero
cómo exactamente? En cierto sentido con una regresión a comportamientos
que no son connaturales en ellos, a los ancianos. La alegría, el juego, la
vitalidad, la motivación, enamorarse, reírse a menudo, disponer de energía
ilimitada. Impulsividad. Impulso. La dopamina es uno de los factores que
regula esa miríada de actitudes y conductas que gravitan sobre lo que
podríamos denominar impulso vital; lo que nos hace vibrar e ilusionarnos,
lo que le da un sentido a la existencia aportando disfrute y placer. Pero
cuando este neurotransmisor escasea, y es lo que ocurre al envejecer, los
días se llenan de oscuridad y tristeza, la lentitud y la pereza nos invaden y,
para la mayoría de nosotros, es la despedida definitiva de la juventud y la
aproximación al último aliento.
Exploraremos por tanto el cerebro para conocer qué es la dopamina y
cuáles son sus funciones. Analizaremos cómo alguna de esas funciones,
como la impulsividad, la búsqueda del placer, la motivación y la voluntad
de esforzarnos para alcanzar nuestras metas están íntimamente relacionadas
con la manera de envejecer. Y como indicábamos al principio de este
capítulo, estudiaremos qué rasgos psicológicos influyen en la posibilidad de
prolongar la juventud. La dopamina, en cierto sentido, es una especie de
bala mágica que impacta en el corazón del envejecimiento. Modula
variables ligadas a este como la apatía, la depresión, la energía disponible,
el sistema inmunitario, la degeneración cerebral propia del alzhéimer y
enfermedades como el párkinson; además de la posibilidad de que por sí
misma pueda alargar la vida. Desde otro punto de vista, la dopamina sería
como ese comodín que tenemos la fortuna de recibir de un crupier
imaginario en la partida de póker que es la vida; sería como barajar las
cartas de nuevo y mejorar nuestro juego y nuestras opciones de victoria ante
los demás jugadores. Un comodín por sí solo no es gran cosa, pero si lo
combinamos con los otros naipes que sujetamos en la mano, su valor es
inmenso. La dopamina es el neurotransmisor que inicia, sustenta, mantiene
y fortalece los comportamientos que más influyen en la longevidad, tal y
como afirman reiteradamente las investigaciones sobre el envejecimiento:
la actividad, el ejercicio físico, tener un propósito u objetivo vital,
relacionarnos con los demás, ser extravertidos y el optimismo entre otros.
Sabemos que comer manzanas es sano, pero imaginemos que necesitáramos
llegar hasta las altas e inaccesibles ramas del manzano que está en nuestro
jardín para alcanzarlas, comerlas y poder así beneficiarnos de sus efectos
saludables. La dopamina sería, en cierto sentido, como la escalera que nos
permitiría llegar hasta la fruta madura, jugosa y dulce que son todos esos
comportamientos que frenarán el envejecimiento; los frutos apetitosos y
brillantes como por ejemplo, el ejercicio físico o una motivación que le dé
un sentido a nuestra vida, y que están ahí para el que quiera hincarles el
diente. Ahora bien, si los niveles dopaminérgicos de nuestro cerebro no son
los adecuados, careceremos de la escalera para trepar hasta ellos. Hacer el
esfuerzo de levantarnos del sofá para salir a correr o para quedar con unos
amigos estará cortocircuitado si este neurotransmisor escasea.
1.- ¿ES LA DOPAMINA LA KIM
KARDASHIAN DE LOS
NEUROTRANSMISORES?
Basten por ahora estas pocas líneas para dar unas meras pinceladas
sobre la depresión, volveremos sobre ella a fondo más adelante.
El impulso nervioso es de naturaleza electroquímica y requiere de los
neurotransmisores para comunicarse, serotonina, noradrenalina, dopamina
etc. Con el paso de los años, y sobre todo a partir de la cuarta década de la
vida, la cantidad disponible de neurotransmisores va disminuyendo de
manera gradual. Según Francisco Mora, los sistemas neuronales más
afectados son aquellos que sintetizan los neurotransmisores acetilcolina,
noradrenalina y dopamina. Para él, las vías neuronales que liberan
dopamina en diferentes circuitos cerebrales sufren una degeneración
progresiva. Las neuronas de la sustancia negra que liberan dopamina en los
ganglios basales reducen su número, pasando de 400 000 a unas 250 000 en
un hombre de sesenta años. Mora afirma que:
Cuando me dicen que soy demasiado viejo para hacer una cosa, procuro hacerla
enseguida.
Pablo Picasso
2.1.-LA RECOMPENSA
Recompensa es una palabra equívoca. Nos evoca al lejano Oeste cuando
se le ponía precio a la cabeza de un forajido en busca y captura; un cartel
con la palabra Reward y la recompensa prometida se ilustraba con el rostro
en blanco y negro del delincuente huido. En el contexto de las
neurociencias, el significado posee matices más complejos. El escritor Ian
Mc Ewan explica con exquisita sensibilidad este significado en los
siguientes términos:
2.3.- EXPECTATIVAS
Una expectativa sería una estimación subjetiva de la posibilidad de que
ocurra un determinado acontecimiento. La intensidad de la motivación
dependerá de lo que yo anticipe sobre los resultados y del valor que le doy a
esos resultados. Para el anciano que confeccionaba las cajas con papel de
regalo, su expectativa es hacer un determinado número de cajas en un mes,
suficientes para regalárselas a las personas que quiere, suficientes también
para conseguir los halagos y el reconocimiento por su trabajo, algo que él
considera valioso. Cuanta más elevada sea la expectativa de los resultados
percibidos y más valor le demos a esos resultados, mayor será nuestra
motivación y más probable será que actuemos para alcanzar el objetivo
buscado. Nuestra personalidad y nuestro estilo de pensamiento serán
cruciales para otorgar ese valor y para manejar las expectativas. El paciente
Alberto, rebosante de dopamina y con una personalidad extravertida,
mantendrá altas sus expectativas, puesto que la satisfacción obtenida en las
actividades posteriores las retroalimenta.
La autoeficacia influye enormemente en esa satisfacción, al tener una
confianza plena en nuestras propias capacidades y al creer que nuestros
actos tendrán éxito y provocarán efectos positivos. Mihály
Csíkszentmihályi, el autor del famoso ‘best seller’ Fluir, analizó ya en 1979
cuál podría ser el elemento que favorecería la participación en una actividad
y su disfrute. Para él, cualquier actividad sería intrínsecamente interesante
si se eligen aquellos retos que coinciden con las capacidades percibidas. Si
nuestro estilo de pensamiento es pesimista, valoraremos de manera negativa
nuestras capacidades. Percibir de forma adecuada o no nuestra autoeficacia
dependerá de cómo interpretamos nuestros éxitos y nuestros fracasos y si
recordamos de forma más selectiva o no los errores cometidos. Una persona
deprimida no se verá capaz de afrontar con éxito una actividad cualquiera,
como sería por ejemplo empezar a jugar al golf. Sus expectativas estarán
debilitadas por la forma de juzgar sus habilidades y se dirá a sí mismo
frases como: «yo siempre fui muy torpe para los deportes, seguro que lo
haré mal». El valor otorgado a esa actividad será nulo, puesto que no hay
anticipación de una satisfacción o de algo placentero. En consecuencia,
renunciará casi con seguridad a apuntarse a clases de golf, perderá la
oportunidad de mejorar su estado de ánimo practicando deporte y
socializándose con sus compañeros de golf (cero endorfinas, cero
dopamina), y no descubrirá jamás que el golf se convertiría con el tiempo
en una fuente de satisfacciones.
Ese impulso que nos empuja a innovar, a involucrarnos en diferentes
experiencias vitales y en muchos casos a arriesgar, lo disfrutamos a manos
llenas en nuestra juventud. Somos capaces de embarcarnos en un viaje de
varias semanas con una mochila a la espalda, un saco de dormir, poco
dinero y grandes dosis de audacia. La ilusión desbordante y la esperanza
intacta de diversión y estímulos novedosos serán un motor inagotable; los
cálculos del coste-beneficio o los posibles inconvenientes que nos
encontraremos a lo largo del camino, serán una mera anécdota que en
ningún caso nos hará retroceder. Estamos pues motivados para ponernos en
marcha y actuar. La anticipación mental de nuestras acciones futuras estará
bendecida por la positividad y una fulgurante recreación de lo bien que nos
lo pasaremos en ese futuro resplandeciente. Porque hablar de motivación
implica necesariamente hablar de futuro, puesto que aquello por lo que nos
movilizamos ocurrirá en un momento temporal demorado, es algo que no
ha sucedido todavía. Recordemos que una recompensa es lo que nos
aproxima a algo que para nosotros es bueno, y que pueden ser recompensas
primarias, como el agua cuando tenemos sed. Al considerar el gen de la
dopamina que nos diferencia del resto de los primates, no podemos obviar
que lo que está en juego son recompensas de orden superior y más
sofisticadas que lo que supone satisfacer una necesidad biológica como es
la sed. Un ejemplo extremo es el que citábamos antes del opositor que
sacrifica varios años de su vida por una recompensa que no solo no es
inmediata sino que ni siquiera está garantizada. Nuestra mente debe
entonces imaginarse un escenario futuro en función de las decisiones que se
adopten en el presente y del valor otorgado a las recompensas. El opositor
de nuestro ejemplo viaja en el tiempo y recrea la hipotética visión de un
flamante aprobado en sus exámenes, pongamos por caso, de notarías:
convertirse en notario y resolver su porvenir de manera seguramente
desahogada, adquiriendo un alto estatus social y económico. Nuestras
decisiones sobre escenarios hipotéticos que no han sucedido todavía, se
basan en cálculos complejos de estimación de costes-beneficios y del valor
que le damos a las distintas opciones y a sus correspondientes recompensas;
esos cálculos deben basarse en nuestras experiencias pasadas, en
aprendizajes, en los ajustes que debemos hacer continuamente entre lo que
esperamos que ocurra en nuestro escenario imaginado del futuro y lo que
ocurre luego en realidad.
El Dr. Robb Rutledge de la UCL Wellcome Trust Center for
Neuroimaging y el Max Plank UCL Center for Computational Psichiatry
and Aging, de Londres, Inglaterra, ha dirigido una serie de experimentos
utilizando una aplicación para móviles denominada «The Great Brain
Experiment».[115] Se trata de una especie de juego basado en un sistema de
apuestas en el que, a través de diferentes pruebas, los participantes toman
decisiones más o menos arriesgadas con las que ganan o pierden puntos. El
estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences,
mide la actividad neuronal a través de resonancia magnética. Entrevistando
a los sujetos participantes, se ha podido ver que la influencia de las
expectativas previas a las ganancias de puntos contribuye más a la felicidad
que la propia ganancia en sí. Rutledge y sus colaboradores piensan que, a la
luz de los resultados obtenidos, son nuestros planes, nuestras
representaciones mentales sobre el futuro y, en definitiva, nuestras
expectativas, lo que más contribuye a nuestra felicidad. Gracias a la
resonancia magnética funcional comprobaron cómo las señales neuronales
sobre la toma de decisiones y los resultados de estas decisiones, dependen
del cuerpo estriado y cómo correlacionan a cada momento con las
sensaciones de felicidad. Según Rutledge:
DOPAMINA Y ENVEJECIMIENTO
El cuerpo inerte, viejo, frío, con las ascuas restantes de fuegos anteriores, llegado el
momento, de nuevo estallará en llamas.
Walt Whitman (El Diario de Noah)
1.- IKIGAI
Alan Arkin
La depresión es una grieta en el amor. Para ser criaturas que amamos, debemos ser
criaturas que nos desesperamos por lo que perdemos, y la depresión es el mecanismo de esa
desesperación. Cuando sobreviene, degrada a la persona en lo más íntimo de sí misma y, en
última instancia, eclipsa la capacidad de dar o recibir afecto. Es la soledad interior puesta de
manifiesto, y destruye no solo el vínculo con los otros, sino la capacidad de sentirse bien con
uno mismo. [197]
Douwe Draaisma
Abro los ojos y de pronto no sé en qué dirección voy corriendo ni qué hora es. Sin saber
cómo he perdido la orientación. No sé dónde están los puntos cardinales. No sé si la sombra
tan larga que hay detrás de mí es la del sol ascendiendo o poniéndose. El desconcierto se
convierte en inquietud y la inquietud en angustia.
Esta tesis se ve reforzada por estudios como el del Dr. Leo Zacharski y
sus colaboradores, que indican que:
Esto nos indica que a nuestro cerebro le gustan más los estímulos
novedosos que los ya conocidos. Un chiste no es igual de gracioso
cuando nos lo cuentan por segunda vez. El primer beso es el que
recordamos más especialmente (…) la novedad nos hace más felices.
[284]
Existe pues una creciente evidencia que sugiere una fuerte asociación
entre un déficit de la dopamina y las alteraciones cognitivas y
neuropsiquiátricas relacionadas con la enfermedad de Alzheimer. Tal y
como afirma el propio D´Amelio en una reciente hipótesis unificadora
sobre esta enfermedad:
El sistema dopaminérgico tiene relación con tres fenómenos relacionados con la edad: la
depresión, el declive sexual y la enfermedad de Parkinson. Esta es la razón por la que
podemos llamar a este sistema dopaminérgico el motor de la vida.
Joseph Knoll
Para algunos expertos, que este gen esté asociado con el TDAH (que a
su vez se relaciona con el aumento del 50 % en el riesgo de accidentes
automovilísticos) implica un aumento de conductas de riesgo. Otros
estudios asocian también el DRD4 a una mayor infidelidad y promiscuidad,
lo que conlleva una mayor incidencia de enfermedades de transmisión
sexual.[326] Lo que podemos interpretar a la luz de estos datos es que, si las
personas con esta variante genética superan los años más arriesgados de la
adolescencia y adultez temprana, entonces los beneficios positivos de ser
físicamente más activos durante toda su vida pueden regalarles bastantes
años adicionales. Las personas con TDAH, por ejemplo, tienen dificultades
para permanecer quietas, y esa inquietud y actividad constantes supondría
un efecto muy positivo a la hora de evitar las enfermedades crónicas
asociadas con el sedentarismo. Por otro lado, el comportamiento de
búsqueda de novedades y emociones a menudo requiere esfuerzo físico, por
lo que aquellos que sobreviven a las actividades y situaciones
potencialmente peligrosas pueden vivir más tiempo.[327]
Al margen de estos aspectos psicológicos que relacionan la activación
conductual con la longevidad, y descendiendo de nuevo a niveles
moleculares y genéticos, podemos vislumbrar también caminos distintos
por los que la dopamina alarga la vida. Un grupo de investigadores de la
Universidad de California (UCLA), en Estados Unidos, ha conseguido
alargar la vida de las moscas de la fruta (Drosophila melanogaster) un 25 %
modificando un gen (el gen parkin) relacionado con el párkinson.[328] Para
David Walker, profesor de Biología y Fisiología de dicha Universidad, el
envejecimiento es un factor de riesgo importante en el desarrollo y la
progresión de muchas enfermedades neurodegenerativas como el alzhéimer,
y este descubrimiento arroja luz sobre el mecanismo molecular que las
vincula. Según él, «nuestra investigación podría revelar que el gen parkin es
un importante blanco terapéutico para las enfermedades neurodegenerativas
y, posiblemente, para otras enfermedades del envejecimiento». Aumentar la
actividad de este gen en los seres humanos podría, por ejemplo, retrasar la
aparición y la progresión de la enfermedad de Parkinson, dado que algunas
personas nacen con una mutación de este gen y desarrollan la enfermedad
de forma temprana. El gen parkin, entre otras cosas, detecta las proteínas
defectuosas para ser eliminadas de las células antes de que sea tarde, y
desempeña un papel importante en las mitocondrias que están dañadas
(recordemos que las mitocondrias son las generadoras de energía de las
células). Lo que hicieron estos investigadores fue aumentar los niveles de
este gen en las moscas de la fruta, insectos cuya longevidad es menor de
dos meses; aquellas moscas con el gen parkin modificado vivieron un 25 %
más que las del grupo control. Como afirma Anil Rana, otra investigadora
de este estudio: «Con solo aumentar el nivel de gen parkin, estas moscas
viven significativamente más tiempo, sin dejar de ser saludables, activas y
fértiles».
Aunque ya sabemos que la enfermedad de Parkinson está relacionada
con unos niveles anormalmente bajos de dopamina, vamos a analizar con
más detalle su asociación con el gen parkin. Entraremos de puntillas en este
terreno embarrado para aquellos que no somos biólogos moleculares,
aportando tan solo unas pinceladas. Mientras que las mitocondrias son
fundamentales para generar ATP (una molécula que es la principal fuente de
energía de los seres vivos) en cualquier célula eucariota, las neuronas
catecolaminérgicas dependen sobre todo de su correcto funcionamiento para
eliminar el oxígeno reactivo producido por el metabolismo de la dopamina
y para suplir los altos requerimientos energéticos de la síntesis de las
catecolaminas. Su susceptibilidad al daño oxidativo y al estrés metabólico
hace que las neuronas catecolaminérgicas sean vulnerables a la toxicidad de
la actividad mitocondrial, como parece que ocurre en la enfermedad de
Parkinson. Por tanto, las neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra son
altamente dependientes de mecanismos efectivos para el control de la
calidad, cantidad y distribución de las mitocondrias. En este sentido, los
factores que interrumpen la homeostasis de las mitocondrias, como las
mutaciones genéticas o las toxinas, a menudo están implicados en la
degeneración progresiva de las neuronas dopaminérgicas de la sustancia
negra propia del párkinson. En un estudio con ratas, se comprobó cómo
parkin (interactuando con PGC-1α, un regulador de la biogénesis
mitocondrial) protege de manera significativa las neuronas dopaminérgicas
de la sustancia negra al mejorar el funcionamiento de las mitocondrias.[329]
En otro estudio se ha comprobado que algunas neuronas
dopaminérgicas son más vulnerables que otras en la enfermedad de
Parkinson, y parkin consigue, precisamente, proteger contra esas
vulnerabilidades. Las conclusiones de este estudio son que el gen parkin
controla la utilización de la dopamina en las neuronas dopaminérgicas del
cerebro medio al mejorar la precisión de la neurotransmisión dopaminérgica
y suprimir la oxidación de la dopamina.[330] En otro orden de cosas, se ha
comprobado además que parkin protege a las neuronas dopaminérgicas de
la sustancia negra contra la proteína tau (asociada a los microtúbulos de las
neuronas y que como ya sabemos tiene que ver con enfermedades
neurodegenerativas como el alzhéimer) y contra la sinucleína α (otra
proteína que se autoaglutina en la enfermedad de Parkinson).[331]
Uno de los autores que participó en la investigación sobre el gen
DRD4, Panayotis Thanos, del Research Institute on Addictions de la
Universidad de Búfalo (Nueva York), Estados Unidos, ha estudiado junto a
otros investigadores otro gen del sistema de la dopamina que puede
desempeñar un papel importante en la prolongación de la vida.[332] Estos
científicos han averiguado que el gen receptor de la dopamina D2 (D2R)
influye de manera significativa en el aumento de la longevidad, pero solo si
se combina con un entorno enriquecido que incluya la interacción social, la
estimulación sensorial y cognitiva y, fundamentalmente, el ejercicio físico.
Los ratones estudiados en este experimento, que disfrutaron de un ambiente
enriquecido, vivieron entre el 16 y el 22 % más, dependiendo del nivel de
expresión del gen D2R. Para Thanos:
Para tener buena salud lo haría todo menos tres cosas: hacer gimnasia, levantarme
temprano y ser persona responsable.
Oscar Wilde
Los radicales libres han sido durante mucho tiempo una especie de
bestia negra del envejecimiento y de las enfermedades asociadas a él; eran
culpables de que nuestro cuerpo, como un coche a la intemperie arrasado
por la herrumbre, fuera oxidándose con el paso de los años. De esta forma,
era lógico pensar que los antioxidantes podían frenar el deterioro acelerado
por los radicales libres. La teoría propuesta por Harman en 1956 postulaba
que los radicales libres, producto de la respiración aerobia, provocaban un
daño oxidativo que al acumularse con el tiempo llevaba a la pérdida de la
capacidad funcional de las células y en consecuencia al envejecimiento.[365]
Durante los procesos metabólicos normales se producen moléculas
inestables como los radicales libres, que en una cascada multiplicativa
producen a su vez más radicales libres aumentando todavía más el daño
celular. Sin embargo nuestro cuerpo ya produce de manera natural
antioxidantes para luchar contra este oxígeno reactivo.
La moda de tomar antioxidantes ha sido cuestionada porque se cree
que, proporcionarlos de manera exógena, haría que nuestro organismo
dejara de fabricarlos impidiendo así tener unas defensas naturales. Incluso
un estudio ya clásico relacionaba la toma de suplementos de betacaróteno
con una mayor incidencia de cáncer de pulmón.[366] El estrés oxidativo, en
pequeñas cantidades, parece ser beneficioso al inducir a nuestras células a
aumentar los antioxidantes y hacerse en consecuencia más fuertes.
Igualmente los radicales libres actuarían como moléculas de señalización
para activar una serie de funciones beneficiosas, por lo que deshacerse de
ellos ingiriendo grandes cantidades de antioxidantes no parece una buena
idea.[367]
Cualquier forma de ejercicio físico produce estrés oxidativo en
pequeñas cantidades, y mientras sea así, en pequeñas dosis, lo que consigue
es que nuestro cuerpo produzca antioxidantes y se haga más fuerte. Cuando
el ejercicio es demasiado intenso, el estrés oxidativo sobrepasa la capacidad
del organismo para hacerle frente y el beneficio se transforma en daño. El
corazón es especialmente sensible a la sobrecarga del ejercicio físico; hay
indicios de que el ejercicio excesivo a largo plazo podría conducir a una
fibrosis miocárdica irregular, incluso provocar también una calcificación de
la arteria coronaria.[368] ¿Entonces, qué ocurre con los atletas que practican
disciplinas deportivas extremas como el triatlón? ¿Cómo se explica que el
japonés de 86 años Hiromu Inada que finalizó el ironman de Hawái no se
haya colapsado por una sobredosis de estrés oxidativo? El estudio con el
clarividente enunciado Los triatletas sanos y bien entrenados no
experimentan riesgos adversos para la salud en relación con el estrés
oxidativo y el daño al ADN al participar en eventos de resistencia extrema
podría arrojar algo de luz sobre esta cuestión.[369] La clave está en las
cuatro palabras de este enunciado «sanos y bien entrenados». Todo indica
que con un entrenamiento progresivo, racional y constante el cuerpo se
adapta minimizando los daños del estrés oxidativo; de hecho, se ha visto
que tras unos entrenamientos de alta intensidad o tras la participación en
competiciones extremas como un triatlón, los atletas producen un aumento
de estrés oxidativo moderado que se revierte a los pocos días sin que haya
daños duraderos.
Otra cosa distinta al daño celular y al ADN es el castigo que podemos
estar infligiendo a nuestros tendones y articulaciones si nos pasamos con el
ejercicio. Una buena prueba de esto es que los deportistas de élite suelen
padecer más lesiones y, dependiendo de qué deporte se practique, daños con
especial virulencia en tendones y en las articulaciones de los hombros y
rodillas. La moda del running está sujeta a arduas polémicas entre
practicantes devotos que lo viven casi como una religión y detractores que
consideran que la presión mecánica que cada zancada ejerce sobre las
rodillas acabará destrozándolas. Ni siquiera el cerebro se libra de los efectos
negativos de un sobreentrenamiento: los triatletas que entrenan con
demasiada intensidad generando una fatiga excesiva reprimen la actividad
de la corteza prefrontal lateral, una de las regiones cerebrales involucradas
en la toma de decisiones complejas, lo que implica un comportamiento más
impulsivo y una pérdida de memoria.[370]
Como hemos visto más arriba, nunca es tarde para empezar a hacer
ejercicio físico y beneficiarse de sus efectos positivos. La sarcopenia
favorece la pérdida de masa muscular y compromete la movilidad y la
funcionalidad, con el consiguiente aumento de probabilidades de caerse,
sufrir fracturas óseas y convertirse a la postre en una persona dependiente.
Pero sorprendentemente hasta en las personas muy ancianas este fenómeno
de la sarcopenia puede ser reversible. En una investigación llevada a cabo
por la Universidad de Tufts en Massachusetts, Estados Unidos, a un grupo
de personas de más de noventa años y frágiles de una residencia, se les
sometió a un entrenamiento en resistencia de alta intensidad durante ocho
semanas. Cuando finalizaron el entrenamiento habían ganado un 174 % de
fuerza muscular. El área muscular del muslo aumentó un 9 % y su velocidad
media de la marcha en un 48 %.[371]
En otro reciente estudio español, publicado en enero de 2019 en JAMA
Internal Medicine, se ha comprobado de forma contundente este efecto del
ejercicio en personas mayores. [372] A un grupo de 370 pacientes muy
ancianos sometidos a hospitalización aguda, se les asignó de forma aleatoria
a dos grupos, un grupo control donde no se intervenía y otro en el que
debían realizar ejercicios físicos (de resistencia, equilibrio y caminatas) dos
veces al día. Los ancianos de este segundo grupo mejoraron de forma
significativa en dos índices, uno que mide equilibrio, velocidad de marcha y
fuerza en las piernas y otro que mide la capacidad de ser autónomo en el día
a día; se constataron también mejoras cognitivas (de las asombrosas
repercusiones del ejercicio sobre el cerebro y la cognición hablaremos en
breve). Uno de los autores del estudio, el catedrático de Fisiología de la
Universidad de Navarra Mikel Izquierdo, explica que el hecho de que una
persona mayor esté encerrada en un hospital es devastador: «Suelen salir
con una nueva discapacidad». Leocadio Rodríguez Mañas, jefe de Geriatría
del Hospital de Getafe de Madrid opina al respecto «que pierden el 10 % de
masa muscular cada tres días. Entran andando y salen en silla de ruedas».
Para él, lo novedoso de este estudio es que bastaron solamente cinco días de
ejercicio para paliar la pérdida de masa muscular y evitar la discapacidad.
«Salieron en mejor forma».[373]
Las consecuencias positivas del ejercicio físico se extienden además al
funcionamiento cerebral. Cada vez hay más evidencias de que la práctica de
una actividad física repercute en la mejora cognitiva, en el mantenimiento
de un estado de ánimo adecuado e incluso en la posibilidad de retrasar el
deterioro y la aparición del alzhéimer. En un ensayo aleatorio con 120
personas mayores a los que se les involucró en la práctica de un
entrenamiento aeróbico, se pudo demostrar el aumento del tamaño del
hipocampo anterior, revirtiendo de esta forma la pérdida de volumen que
acaece con la edad.[374] También se pudo observar que, este aumento del
hipocampo, estaba asociado con mayores niveles séricos de BDNF (brain-
derived neurotrophic factor, factor neurotrófico derivado del cerebro, un
mediador de la neurogénesis) y que además tenía lugar una mejora de la
memoria espacial. La importancia de este estudio es notable si tenemos en
cuenta que el volumen del hipocampo se contrae un 1-2 % anualmente en
los adultos mayores, y que esta pérdida de volumen aumenta el riesgo de
desarrollar deterioro cognitivo. Ahora sabemos que esto no es inevitable y
que con el ejercicio aeróbico es posible, de facto, no solo conservar dicho
volumen, sino incluso aumentarlo.
En un estudio posterior se pudo reforzar la tesis de que el ejercicio
podría mejorar nuestra memoria. A tres grupos de sujetos se les asignaron
tres situaciones experimentales diferentes. Todos tuvieron que aprender una
serie de asociaciones de imágenes, pero un grupo no hacía nada a
continuación, otro practicaba ejercicio inmediatamente después y el tercer
grupo cuatro horas después. Pasadas 48 horas se midió con un escáner
cerebral la consolidación de la memoria y el procesamiento neuronal
relacionado con la recuperación de la información memorizada. Pues bien,
el grupo que hizo ejercicio cuatro horas después, mejoraba la consolidación
del recuerdo y aumentaba el nivel de oxigenación de la sangre en varias
regiones cerebrales asociadas con ese recuerdo. Se cree que los efectos
fisiológicos relacionados con el ejercicio, entre ellos un aumento de la
dopamina, la norepinefrina y el BDNF, tendría efectos neuromoduladores y
alterar las representaciones neuronales de los recuerdos codificados
recientemente.[375] En esta misma línea de investigación, existen serias
evidencias de que una mayor expresión del gen BDNF en el cerebro se
asocia con un declive cognitivo más lento en adultos mayores.[376] Y hay
algo más con respecto al ejercicio y el BDNF, y tiene que ver con la
dopamina. La inflamación del cerebro parece ser una de las causas
subyacentes de la enfermedad de Parkinson (y del alzhéimer como ya
vimos), al activar la microglía y la pérdida de neuronas dopaminérgicas; en
este sentido, el ejercicio protegería estas neuronas dopaminérgicas del daño
inducido por la inflamación, y esto se consigue precisamente activando la
vía de señalización del BDNF.[377] Bastan cuatro semanas de ejercicio en
una cinta rodante a una velocidad que aumenta gradualmente hasta el
equivalente a una sesión de intensidad moderada (sesenta minutos al día,
cinco días por semana), para proteger completamente contra la pérdida de
neuronas dopaminérgicas debida a la inflamación. Estos resultados
obtenidos con ratones pueden ser extrapolables a los seres humanos. Se
sabe que el nivel basal de BDNF sérico es más bajo en pacientes con
párkinson, al igual que se ha probado que el ejercicio incrementaría la
producción de BDNF y, precisamente el incremento del factor neurotrófico
derivado del cerebro, consigue atenuar la sintomatología parkinsoniana,
aliviando los temblores y disminuyendo la rigidez muscular.[378]
La testosterona ya hemos visto que está implicada en la conducta
sexual, y que es una hormona cuyo nivel desciende al envejecer; ha sido
señalada como una de las responsables de la pérdida de vitalidad, energía y
deseo sexual que sobreviene a medida que cumplimos años (los culturistas
saben perfectamente que la testosterona está implicada en la ganancia
muscular). Mejorar y aumentar la fuerza muscular puede conseguirse
gracias a la dopamina, debido a los efectos que tiene esta sobre la
testosterona. Los niveles de dopamina adecuados estimularán el crecimiento
muscular mediante el aumento de la testosterona. La relación entre la
dopamina y la testosterona es una calle de doble dirección: si aumentamos
la testosterona aumentarán los niveles de dopamina y viceversa; esta
segunda posibilidad resulta más atractiva que la primera. A pesar de que los
tratamientos para aumentar los niveles de testosterona se han popularizado
entre los hombres de mediana edad, en ocasiones provoca efectos
secundarios indeseables, el más serio, incrementar el riesgo de agravar un
cáncer de próstata cuando se encuentra en los primeros estadios de su
crecimiento.
El neurocientífico y profesor de Psicología del Trinity College de
Dublín (Irlanda), Ian Robertson, ha explorado en profundidad el papel que
desempeñan la testosterona y la dopamina en lo que se denomina «el efecto
ganador».[379] Recuérdese que lo citamos de pasada al hablar de la
depresión. Según Robertson, una parte del cerebro llamada córtex del
cíngulo anterior evalúa las posibilidades de éxito y el riesgo que corremos
antes de un reto, una competición o en definitiva ante cualquier situación
que nos ponga a prueba. Justo antes de competir, los niveles de testosterona
suben y suben hasta más de un 30 % de lo normal para incrementar la
agresividad y nuestra capacidad competitiva. En el caso satisfactorio de
salir victorioso del lance, la dopamina vinculará la recompensa con la
situación vivida para recordar esa victoria de cara al futuro. Cuantos más
retos y competiciones ganamos, más vías neuronales «ganadoras» se crean
en nuestro cerebro, el éxito tenderá a repetirse y la confianza en nuestras
posibilidades crecerá victoria a victoria, medalla a medalla. Como afirma
Robertson:
Yo, como dije antes, hace años abracé convencido las tesis que los
gurús del momento predicaban a los cuatro vientos. Tuve una época en la
que me interesé por el gluten y su potencial y devastador daño
multiorgánico. El cardiólogo William Davis (criterio de autoridad) y el
neurólogo David Perlmutter (más autoridad) abanderaban esa lucha
encarnizada contra todo aquello que contuviera gluten.[399] No hacía falta
ser celíaco para padecer en carne propia una serie de padecimientos y
graves y dolorosas enfermedades provocadas por la ingesta indiscriminada
de alimentos rebosantes de gluten. Decidí probar. Gradualmente fui dejando
de comer pan y pasta entre otras cosas. Adiós a las sabrosas pizzas, a las
tostadas del desayuno, a los espagueti a la carbonara. Los experimentos de
madalenas con harina de coco y harina de almendra y el pan con clara de
huevo resultaban en la mayoría de las ocasiones frustrantes. Pensando que
estaba sacrificándome heroicamente en aras de la salud quizá estuviera
provocándome, sin saberlo, un daño a mi sistema renal por el incremento en
el aporte de proteínas. Adelgacé, es cierto, pero apenas vislumbré
beneficios que compensaran tantas carencias, tantos momentos difíciles al
rememorar una rebanada de pan tostado con tomate triturado y aceite de
oliva. Durante estos años he recorrido el camino que lleva de la
intransigencia y el radicalismo a la tolerancia y el disfrute de la comida. La
relatividad que antes comentábamos de los estudios nutricionales, los años
y la experiencia y, especialmente, valorar otros aspectos que nada tienen
que ver con la composición molecular de los alimentos, han sido claves en
mi reconversión personal.
La acción de poner en la balanza, por un lado los supuestos beneficios
de digamos abandonar el gluten, y por otro lado los sacrificios y tal vez los
inesperados perjuicios que nos pudiéramos ocasionar, está muy bien
argumentado por Anthony Warner en El chef cabreado. Para él (que además
de chef es bioquímico) prescindir del gluten podría suponer una restricción
potencialmente peligrosa.
El movimiento es vida.
¿Pero qué ocurre si, tal y como hizo Joseph Knoll con el deprenilo, nos
planteáramos tomar un medicamento sin padecer una depresión grave?
Aquí se abre ante nosotros un escenario similar al debate que se estableció
hace años con el Prozac, sobre si era ético que algunas personas lo
consumieran simplemente para mejorar su bienestar general o ser más
competitivos y asertivos en su entorno laboral y social. Knoll tomó una
dosis diaria de deprenilo hasta el final de sus días, convencido de que su
poder antienvejecimiento compensaba los posibles efectos secundarios.
¿Por qué tomar deprenilo con la esperanza de sortear las taras de la vejez
puede parecer frívolo y tomarlo para tratar la depresión es adecuado? ¿Por
qué una persona con artritis deberá medicarse con antiinflamatorios o un
diabético tomar insulina pero es incorrecto medicarse para mejorar nuestra
esperanza de vida? ¿Medicarse con Prozac para sentirse bien, sin que se
padezca una depresión atroz, es moralmente reprobable? Tal vez exista en la
sociedad un sustrato judeocristiano que sobrevalora la capacidad de
sufrimiento y que postula que solo es encomiable la superación de las
dificultades con nuestro esfuerzo genuino, sin doping. En este sentido,
existiría ese prejuicio social basado en el precepto de que una ayuda
externa, cuando no es naturalmente adecuada, es sinónimo de hacer
trampas. Reduciendo al absurdo este argumento y llevándolo al extremo,
podría afirmarse entonces que, ponerse unas lentillas progresivas o una
prótesis capilar indetectable nos convierte de facto en unos tramposos; o
inyectarse bótox, o si se quiere, aplicarse una crema antiarrugas; o consumir
antioxidantes y suplementos antiaging. ¿Por qué utilizar todo lo que esté a
nuestro alcance para frenar o disimular la vejez es cuestionable? En el
siguiente capítulo hablaremos de la metformina. La metformina es un
medicamento destinado a los diabéticos que actualmente está siendo
evaluada como un prometedor fármaco antienvejecimiento. ¿Cabría decir
pues, que las personas que no son diabéticas y consumen metformina, se
están dopando ilegalmente para dar esquinazo a la vejez de forma ladina y
taimada? Intentar establecer un límite entre lo que es adecuado e
inadecuado para aspirar a la longevidad es, como vemos, desconcertante y
escurridizo. Un criterio objetivo para dilucidar esta cuestión debe ser el
criterio médico. Los efectos secundarios y las consecuencias que una
sustancia provoca en nuestro organismo dibujan sin duda una línea roja.
Autoadministrarse fármacos sin una supervisión médica puede acarrear
fatales consecuencias; incluso con los preparados herbales y los
suplementos y antioxidantes sería recomendable dicha supervisión, pues un
médico es quien mejor puede asesorarnos sobre interacciones desconocidas
entre distintas sustancias y sus potenciales efectos secundarios. Que un
estudiante consuma anfetaminas para mejorar su rendimiento antes de un
examen sí que podría ser reprobable. En primer lugar porque la manera
natural de aprobar es estudiando, comportamiento que hace innecesaria una
medicación. Y en segundo lugar porque los efectos secundarios pueden ser
graves. Pero en el envejecimiento nos enfrentamos no a suspender un
examen, sino a posibles años aterradores de deterioro y enfermedades
incapacitantes. El cálculo coste-beneficio nos recomienda que, tal vez, sea
preferible asumir unos riesgos sopesando todo lo que se puede ganar. En
cualquier caso hablaríamos de una decisión personal, dado que cada uno de
nosotros establece sus prioridades y sus metas. Tal vez para un fumador sea
más importante disfrutar del tabaco que gozar de buena salud, pero para
bastantes de nosotros merece mucho la pena hacer lo que esté en nuestra
mano para evitar, en la medida de lo posible, años de sufrimientos.
12.- LOS OTROS ELIXIRES ADEMÁS DE
LA DOPAMINA: DE LOS TRASPLANTES
DE TESTÍCULOS DE MONO A LA
EPIGENÉTICA
Cuántas muertes más serán necesarias para darnos cuenta de que ya han sido
demasiadas.
Bob Dylan
Retomando las ideas del libro de Cornaro, que fue rebautizado con el
comercial nombre de Cómo vivir 100 años, un experto en nutrición de la
Universidad de Cornell, en Nueva York (Estados Unidos) llamado Clive
McCay, decidió experimentar con ratas de laboratorio lo que a Cornaro le
había dado tan buen resultado. McCay demostró que, las ratas con una dieta
baja en calorías, podían vivir hasta cuatro años más que aquellas con una
dieta normal, el equivalente a 120 años humanos. Su estudio publicado
junto con Mary Crowell y Lewis Maynard en Journal of Nutrition, en 1935,
puede considerarse un hito al demostrar que los límites de la longevidad en
un ser vivo son maleables con un cambio de la alimentación.[481]
En la isla japonesa de Okinawa hay un dicho que es Hara hachi bu,
que significa que hay que comer solo hasta tener la sensación de haber
llenado el estómago hasta el 80 % de su capacidad. Esta forma de
alimentarse, muy habitual entre los habitantes de Okinawa, es muy probable
que contribuya a su elevada longevidad. Que los okinawenses estén
acostumbrados a reducir sus raciones de comida y lo practiquen de manera
natural, no significa que al resto de los mortales nos resulte fácil
conseguirlo; en efecto, el problema de la restricción calórica estriba en su
dificultad para llevarla a cabo de una forma sostenida. Exige un enorme
sacrificio y una capacidad de renuncia que no todo el mundo está dispuesto
a soportar de por vida. Es más, algunos expertos consideran que practicar
de manera estricta la restricción calórica somete al organismo a un estado
próximo a la desnutrición y genera un estrés que podría resultar peligroso.
Por suerte, existe un rayo de esperanza para aquellos de nosotros que no
estemos dispuestos a pasarnos toda la vida pesando en una báscula las
exiguas raciones de comida. Valter Longo considera que el ayuno
intermitente es una alternativa mejor que la restricción calórica. Longo, en
su libro La dieta de la longevidad afirma que los experimentos realizados
sobre la restricción calórica confirman, es cierto, la disminución de las
enfermedades relacionadas con el envejecimiento, pero también demuestran
que pueden provocar otras enfermedades y dejar al organismo en un estado
de fragilidad. [482] Él propone reducir las horas del día en las que se ingieren
alimentos a una ventana de unas doce horas y practicar lo que denomina
Dieta que imita al ayuno. Además, establece una diferencia entre el efecto
que tendrían en las rutas metabólicas, las proteínas por un lado, y los
azúcares por otro. Según Longo, la ingesta elevada de proteínas activaría el
receptor de la hormona del crecimiento, que a su vez aumenta los niveles de
insulina y de IGF-1. Los azúcares se relacionarían con otro gen llamado
PKA y que parece tener gran relevancia en el envejecimiento. En definitiva,
la restricción calórica, especialmente centrada en la disminución de
proteínas y azúcares, se asociaría con genes implicados directamente en la
longevidad. Recordemos que las «marcas» hallmarks propuestas por Carlos
López Otín y sus colaboradores identificaban nueve posibles causas del
envejecimiento, y que una de ellas era la desregulación de nutrientes. Pues
bien, todo lo que hemos visto sobre el IGF-1, mTOR y la restricción
calórica hace referencia a esto. Las rutas metabólicas y la manera en que
nuestro organismo gestiona las calorías ingeridas o la carencia de las
mismas, bien por la restricción calórica, bien por el ayuno intermitente, está
íntimamente ligado a cómo envejeceremos y a nuestra esperanza de vida.
A finales de febrero de 2020, la restricción calórica ha recibido un
importante respaldo gracias a la publicación de un estudio que no tiene
precedentes.[483] Uno de los coautores de esta investigación es el español
Juan Carlos Izpisúa, que trabaja en el Laboratorio de Expresión Génica del
Instituto Salk de La Jolla, en California (Estados Unidos) y que afirma:
Este estudio muestra que el envejecimiento es un proceso
reversible; hemos mostrado que determinados cambios metabólicos
que llevan a una aceleración del envejecimiento se pueden
reprogramar de una manera relativamente sencilla, reduciendo
nuestra ingesta calórica con la finalidad no ya de extender nuestras
vidas, sino mucho más importante, de que nuestra vejez sea más
saludable.[484]
Metformina
La metformina es el fármaco más recetado del mundo para las
personas con diabetes. Se trata de un derivado de la lila francesa Galega
officinialis que lleva ya en el mercado mucho tiempo, en Inglaterra por
ejemplo se lleva recetando desde 1958, aunque ha sido en los últimos años
cuando se ha erigido en una de las promesas más firmes en la lucha
antienvejecimiento. Actúa disminuyendo la glucosa en el hígado entre otras
muchas funciones, como veremos a continuación y, a diferencia de la
rapamicina que presenta riesgos importantes al deprimir el sistema inmune,
la metformina es totalmente segura y con escasos efectos secundarios. Más
allá de la minoración de los niveles de la glucosa, sus efectos
antienvejecimiento podríamos decir que son de amplio espectro: facilita la
reparación del ADN, disminuye la inflamación crónica, mejora las
funciones de las mitocondrias, disminuye el riesgo cardiovascular y reduce
la respuesta inflamatoria de las células cancerosas. Además de demostrar
que aumenta el tiempo de vida de los ratones.
En un importante estudio llevado a cabo por la Universidad de Cardiff,
en Gales, se trató a 78 241 diabéticos con metformina y se comparó con
otros dos grupos, uno de 12 222 diabéticos que tomaba otra medicación
llamada sulfonilurea y otro de 90 463 personas sanas, observando un
incremento en la esperanza de vida de las personas con diabetes que
tomaban metformina en relación a los otros dos grupos.[506] ¿Cómo puede
conseguir un humilde medicamento que apenas cuesta unos céntimos unos
efectos sobre el organismo tan importantes? Las investigaciones apuntan a
que aumenta la producción de moléculas de señalización de AMPK y en
menor medida de mTOR, que como ya sabemos son rutas metabólicas que
reducen el almacenamiento de grasas y azúcares. Además de regular los
niveles de azúcar en sangre, la metformina, a través de mecanismos de
acción todavía no bien conocidos, disminuye la incidencia de las
enfermedades asociadas al envejecimiento como el cáncer, alzhéimer o
cardiopatías entre otras. Así, la influencia de la metformina para inhibir el
desarrollo del cáncer ha sido respaldada en multitud de estudios, como en
un metanálisis realizado por Vladimir Anisimov del Instituto de Oncología
de San Petersburgo, en la Federación Rusa, donde se comprobó hasta un 86
% de disminución de la carcinogénesis en 17 órganos diana diferentes.[507]
La activación del interruptor de AMPK por parte de la metformina
parece ser la razón de su capacidad para prevenir las enfermedades
cardiovasculares; entre otras cosas protege las células endoteliales que
recubren las arterias coronarias, al aumentar su resistencia ante las
concentraciones de placa aterosclerótica rebosante de grasas y sustancias
proinflamatorias.[508] Nir Barzilai, el investigador del Albert Einstein
College de Nueva York que ha estudiado la privilegiada genética de los
judíos askenazíes, dirige en la actualidad el estudio sobre la metformina y
sus efectos antienvejecimiento TAME (Targeting Aging with Metformin).
Este estudio pionero, aprobado por la FDA, se está llevando a cabo con 3
000 estadounidenses de entre setenta y ochenta años, y dentro de poco
tiempo sabremos hasta qué punto estamos ante un fármaco capaz de retrasar
el envejecimiento de manera fehaciente.
Además de todos estos efectos beneficiosos la metformina podría ser
neuroprotectora, sobre todo en lo que respecta a la dopamina. Son muchos
los estudios que han demostrado las acciones protectoras de la metformina
en la enfermedad de Parkinson. Es posible, además, que tenga efectos
beneficiosos en otras enfermedades como son el accidente cerebrovascular
y la enfermedad de Alzheimer, efectos que probablemente estén
relacionados con la ruta AMPK. En una investigación realizada con
modelos de ratones para la enfermedad de Parkinson, la metformina ejercía
una influencia neuroprotectora en las neuronas dopaminérgicas
independientemente de la ruta AMPK.[509] Se cree que estos efectos
positivos sobre las neuronas dopaminérgicas dependen de una mejora en la
eficacia mitocondrial junto con la reducción del estrés oxidativo; también
parece que la metformina activa las sirtuinas (SIRT1) y aumenta la
expresión de la proteína PGC-1α, cuya carencia se relaciona con la pérdida
de dopamina y la enfermedad de Parkinson.
Klotho
El gen klotho toma su nombre de la diosa griega hija de Zeus y Tamis,
que era la responsable de hilar las hebras de la vida con su rueca
determinando así su longitud, sin duda un nombre muy apropiado. Fue un
equipo de científicos japoneses, liderado por Makoto Kuro-o, quienes se
percataron en 1997 por primera vez de que se trataba de un gen «supresor
del envejecimiento» en ratones.[510] Cuando este gen se silenciaba,
provocaba un síndrome muy parecido al envejecimiento humano, con un
acortamiento de la vida útil, infertilidad, arterioesclerosis, atrofia de la piel
y enfisema entre otras manifestaciones.
El riñón es la fuente principal que secreta la proteína klotho, llegando
al resto de los órganos a través de la circulación. Los científicos españoles
Alberto Ortiz y María Dolores Sánchez-Miño publicaron en octubre de
2018, junto a otros investigadores, un estudio en el que probaron que la
falta de klotho de origen renal provoca un envejecimiento acelerado en
personas aquejadas de una enfermedad renal leve. Según este estudio la
albuminuria (pérdida de proteínas) sería la causante de reducir la
producción de klotho en los riñones y en consecuencia acelerar el
envejecimiento.[511] Estamos ante una patología, la enfermedad renal
crónica, que afecta a uno de cada diez adultos y a uno de cada tres mayores
de 65 años, y si los riñones no producen suficiente klotho se duplican las
posibilidades de morir de manera prematura. Las causas más frecuentes de
la enfermedad renal crónica son la diabetes y la hipertensión arterial. Otro
grupo de científicos, también españoles, ha investigado los efectos de
klotho en el sistema cardiovascular. Tras estudiar a 371 pacientes con
enfermedad coronaria, vieron que existía una relación de esta patología con
los niveles de klotho. La reducción de las concentraciones séricas de klotho
y de la expresión del gen vascular klotho se asociaron con la presencia y la
gravedad de la enfermedad arterial coronaria, y esto además con
independencia de los factores de riesgo cardiovascular establecidos.[512]
Espermidina
La espermidina es una poliamina, un derivado de aminoácidos que se
encuentra de forma natural en el organismo y que va decreciendo a medida
que envejecemos (otras poliaminas son la espermina y la putrescina). Se
sintetizó por primera vez a partir del semen y se encuentra en alimentos
como el queso curado, brócoli, coliflor, lechuga, champiñones, germen de
trigo o soja entre otros.
Su capacidad de prolongar la vida se debe a que promueve la
autofagia, que sabemos que entre otras funciones pone en marcha unos
mecanismos de limpieza celular. Básicamente lo que realizan estos
mecanismos de limpieza es facilitar el rejuvenecimiento de las células, que
se traduce en un poderoso efecto antienvejecimiento de todo el organismo;
de hecho, la autofagia se está aupando en los últimos años como una de las
claves para retrasar el envejecimiento, hasta el punto de que muchos
científicos consideran que todas las manipulaciones conductuales, dietéticas
o farmacológicas que tienen que ver con la mejora de la longevidad están
vinculadas de una forma u otra con la autofagia. Así por ejemplo, la
restricción calórica sería similar a la autofagia en cuanto a los efectos
bioquímicos que se producen en las distintas rutas metabólicas como
mTOR. Además de la autofagia, la espermidina promueve otros efectos
saludables relacionados con la longevidad, como son la reducción de la
inflamación, la mejora del metabolismo de los lípidos o la reducción de las
enfermedades cardiovasculares. Precisamente uno de los estudios más
citados en la literatura sobre la espermidina tiene que ver con la
prolongación de la esperanza de vida en ratones (hasta en un 10 %), gracias
a los efectos de esta poliamina en el sistema circulatorio tras su mejora de la
autofagia y reducción de la inflamación.[513]
En esta misma línea, y a la luz de unos datos novedosos y sin duda
emocionantes, se ha visto que la suplementación con espermidina es
cardioprotectora y prolonga la vida útil, tanto en ratones como en seres
humanos. Los mecanismos que actúan para promover la longevidad estarían
relacionados con la autofagia, la respiración mitocondrial y la mejora de la
función de los cardiomiocitos, las células del músculo cardiaco.[514] En
seres humanos se realizó recientemente un amplio estudio prospectivo de
veinte años de duración con 829 participantes de 45 a 84 años de edad,
pudiéndose comprobar una reducción de la mortalidad debida al consumo
de espermidina después de corregir otros posibles factores como la dieta, la
actividad física, el consumo de alcohol o el índice de masa corporal entre
otros y prolongando la vida sana hasta en cinco años.[515] Para el director de
este estudio, Stefan Kiechl, doctor en Neurología de la Universidad de
Innsbruck, en Austria, «el aumento de la ingesta de espermidina le indica a
la célula que inicie el proceso de autolimpieza protegiendo así contra los
depósitos y el envejecimiento prematuro». Seis años antes ya se había
observado cómo la espermidina, administrada de manera exógena,
promueve la longevidad en levaduras, moscas, gusanos y células inmunes
cultivadas en seres humanos.[516]
Sabemos que nuestros recuerdos más antiguos permanecen grabados a
fuego, pero con la edad el problema surge a la hora de crear nuevos
recuerdos. Una persona mayor puede describirnos su primer día de colegio
con todo detalle, sin embargo es habitual que tenga dificultades para
recordar lo acontecido unas horas antes. La plasticidad sináptica va
perdiendo eficacia con el paso de los años, y es una de las razones que
explican esta pérdida de memoria asociada a la edad. Y las moscas de la
fruta y los ratones no son una excepción; al igual que nosotros, padecen una
merma en su capacidad de formar nuevos recuerdos, y por ejemplo en las
moscas, la alimentación con espermidina parece proteger de ese deterioro
inducido por la edad: trabajos recientes sugieren que la forma en que la
espermidina es capaz de actuar a nivel de las sinapsis mejorando su
plasticidad es precisamente a través de la autofagia.[517]
Si la espermidina va reduciéndose en nuestro organismo a medida que
nos hacemos mayores ¿cómo podemos restituir la que vamos perdiendo por
el camino? Tal y como decíamos al principio, hay alimentos que son ricos
en espermidina como el queso curado, brócoli, setas o germen de trigo entre
otros. Para Frank Madeo, que lidera un importante grupo de trabajo en la
Universidad de Graz, en Austria, dedicado a investigar el envejecimiento
celular, es posible además estimular la síntesis de poliaminas en el
microbioma intestinal mediante la suplementación de prebióticos o
probióticos.[518]
Un último apunte sobre la autofagia. Las últimas investigaciones van
desvelando el importante papel que juega en la longevidad. En una revisión
reciente se ha podido demostrar que la actividad autofágica disminuye con
la edad, y que este hecho empeora las enfermedades asociadas al
envejecimiento como la neurodegeneración o el cáncer entre otras.[519] Una
de las mayores expertas mundiales en autofagia es la española Ana María
Cuervo, colega de Nir Barzilai en el Albert Einstein College de Nueva
York. Para ella «si trasladamos nuestras investigaciones realizadas en
modelos animales al hombre, el declive (de la autofagia) empezaría a los
cincuenta años en edad humana». Cuervo cree que la autofagia se activa
durante el sueño, y que otra forma de potenciarla sería espaciando lo más
posible los períodos de ingesta de alimentos,[520] lo que Valter Longo
proponía con su ayuno intermitente.
12.2.- LAS SOLUCIONES DE AUBREY DE
GREY PARA ESCAPAR DE LA SENESCENCIA
Por último, y una vez revisados los prometedores avances sobre
longevidad de medicamentos como la metformina o la rapamicina, o las
mutaciones genéticas del gen daf-2, adoptemos otro punto de vista
ligeramente más controvertido sobre la lucha contra el envejecimiento.
Aubrey de Grey, dada su formación en ingeniería, entiende el
envejecimiento como un conjunto de fallos en el mantenimiento de un
organismo. Con el paso del tiempo esa degradación debida a la entropía, se
torna en algo natural, una acumulación de daños tal y como decíamos que
ocurre con un coche viejo dejado a la intemperie que va oxidándose y
cayéndose a trozos hasta convertirse en una chatarra inservible. Propone por
lo tanto, en sus postulados reunidos bajo el epígrafe SENS (Strategies for
Engineered Negligible Senescence) que podría traducirse como «estrategias
para un envejecimiento insignificante», un enfoque más propio de la
ingeniería que de la medicina: la reparación de esos daños por diferentes
procedimientos. Para de Grey:
[1] El libro Guinness de los récords. (1977) Guinness Superlatives Limited. Edición española:
Miñón, S.A, p. 18.
[2] Anexo: Personas vivas más ancianas del mundo. En Wikipedia. Recuperado el 25 de abril de
2020 de https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Personas_vivas_más_ancianas_del_mundo
[3] Bassets, M. (14 de abril de 2019) El enigma de Jeanne Calment, la decana de la humanidad.
El País.
[4] Anexo: Las 100 personas más ancianas de todos los tiempos. En Wikipedia. Recuperado el
25 de abril de 2020 de
https://https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Las_100_personas_más_ancianas_de_todos_los_tiempos
[5] OMS: Estadísticas sanitarias mundiales.
https://www.who.int/gho/publications/world_health_statistics/es/
[6] Collado, M. (9 de febrero de 2011). Sexo, cromosomas y Rock´n´roll [fuente de la eterna
juventud] Recuperado de: https://fuentedelaeternajuventud.wordpress.com el 7 de mayo de 2020
[7] De Grey A. (julio de 2005) Aubrey de Grey dice que podemos evitar el envejecimiento.
Recuperado de: https://www.ted.com/talks/aubrey_de_grey_says_we_can_avoid_aging?language=es
[8] Harari, Y.N. (2016). Homo Deus: Breve Historia del mañana. Barcelona: Editorial Debate.
[9] C. Carpallo, S. (17 de marzo de 2017) Hay vida más allá del bótox. El País, Smoda.
[10] Economía Cinco Días (3 de marzo de 2019) El País.
[11] Loewy, M. (2017). Inmortalidad: promesas, fantasías y realidades de la eterna juventud.
Buenos Aires: Autoría Editorial.
[12] Dawkins, R. (1994). El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta. Barcelona:
Editorial Salvat Editores, SA.
[13] Ley empírica formulada en 1965 por uno de los fundadores de la empresa Intel.
Básicamente postulaba que el número de transistores por unidad de superficie en los circuitos
integrales se duplicaría cada año.
[14] Durántez A. (5 de noviembre de 2019) Ciencia de la Longevidad, un trending topic. El
Confidencial.
[15] Cordeiro Mateo, J. L. y Wood, D. (2018). La muerte de la muerte: La posibilidad científica
de la inmortalidad física y su defensa moral. Barcelona: Editorial Deusto.
[16] En Revertir el envejecimiento, de la editorial Natural Ediciones, aparece como autor
Thomas Stanford, un nombre ficticio pero sin duda con más tirón comercial que el del verdadero
autor: Adolfo Pérez Agustí, que tiene publicado un libro prácticamente idéntico.
[17] Nuland, S. B. (2007). El arte de envejecer. Madrid: Ediciones Santillana, p. 24.
[18] Ibíd., p. 86.
[19] Weiner, J. (2012). Aferrados a la vida. Barcelona: Editorial Galaxia Gutenberg, SL, p. 59.
[20] Blanchflower, D. G. y Oswald, A. J. (2008). Is well- being U shaped over the life cycle?
Social Science & Medicine, 66(8), pp. 1733-1749. DOI: 10.1016/j.socscimed.2008.01.030
[21] Durántez, A. Joven a los 100. Todas las claves para vivir más y mejor. 2020. Madrid:
Editorial La esfera de los libros.
[22] El Método Kominski, 2ª temporada, episodio 1, creada por Chuck Lorre y producida por
Netflix y Warner Bros.
[23] Mahoney, D. y Restak, R. (1998). La estrategia de la longevidad. Barcelona: Editorial
Kairos, p. 34.
[24] Tomasetti, C. y Vogelstein, B. (2015). Variation in cancer risk among tissues can be explained
by the number of stem cell divisions. Science, 347(621), pp. 78-81. DOI: 10.1126/science.1260825.
[25] López, R. (4 de febrero de 2012). Tobeña: “El 70 % de la lucidez longeva está determinada
por la lotería biológica”. Faro de Vigo.
[26] Ver por ejemplo el artículo de Manuel Ansede en El País, 11 de abril de 2019.
https://elpais.com/elpais/2019/04/10/ciencia/1554916951_385474.html
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[37] En el artículo de El Mundo (10 de septiembre de 2018) “No hay que buscar el gen que nos
hace listos”, firmado por Mar de Miguel, que entrevista a Víctor Borrell y Adrián Cárdenas, se
describe esta excelente metáfora para introducir de manera pedagógica la inmensa complejidad del
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[352] Como nota curiosa, cabe indicar que Nora Volkow, directora del National Institute of
Drug Abuse (NIDA) de Estados Unidos, es bisnieta del autor de la cita que abre este
libro, León Trotsky.
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