Virtudes Humanas. Una Guía Práctica para La Educación en Valores y Principios Desde La Familia

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José Antonio Alcázar

Fernando Corominas

VIRTUDES
humanas

Una guía práctica para la educación en valores
y principios desde la familia

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Colección: Hacer Familia

Director de la colección: Ricardo Regidor
Coordinador de la colección: Fernando Corominas

© José Antonio Alcázar - Fernando Corominas, 2014
© Ediciones Palabra, S.A., 2014
  Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)
  Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39
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  [email protected]

Diseño de la cubierta: Raúl Ostos
Imagen de portada: © Thinkstockphoto
Edición en ePub: José Manuel Carrión
ISBN: 978-84-9061-031-2



Todos los derechos reservados.
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento
informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea
electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,
sin el permiso previo y por escrito del editor.

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INTRODUCCIÓN

La sociedad actual reclama con insistencia una educación moral para la juventud,
quizá como consecuencia de la crisis social generalizada que tiene sus manifestaciones
en la inseguridad ciudadana, la corrupción de la vida política, la extensión de algunas
enfermedades o en los atentados a la vida o al medio ambiente. En los ambientes
sociales, culturales y políticos se ha abierto camino la necesidad de un planteamiento
ético elemental sobre el que puedan apoyarse las relaciones humanas, tanto en la esfera
privada como en la pública.
La crisis económica vivida a comienzos del siglo XXI tiene su raíz en esa falta de
valores generalizada en una sociedad cada vez más globalizada. Cuando se pierde el
referente de Dios y, por ende, el reconocimiento de una ley natural que rige todo lo
creado, el siguiente paso es la falta de respeto hacia la dignidad humana. Pero esta falta
de consideración no solo afecta a la destrucción del ser humano dentro del vientre de su
madre, sino a la utilización para provecho propio de todo lo que existe sin considerar su
dimensión moral, como Charles Darwin diría «la supervivencia del más fuerte».
Como hemos mencionado, esta terrible crisis financiera se produce por el abuso del
sistema de unos pocos para beneficio propio. Pero esto no es un problema de los
banqueros y políticos, es una crisis de la sociedad en general.
No seamos inocentes, esta crisis de valores no es de hoy, se ha ido fraguando de
manera silenciosa principalmente en los últimos 50 años, hoy estamos viendo los
resultados.
Es imprescindible enfrentar la plaga de analfabetismo moral que lentamente va
extendiéndose en las capas más jóvenes e indefensas de la sociedad. Va siendo habitual
despertarnos asombrados por situaciones lamentables provocadas por actos de violencia,
injusticia, corrupción pública, insolidaridad… Y no se nos oculta que estas situaciones
son el resultado de un modo empobrecido de vivir, propio de una sociedad
desmoralizada.
La respuesta de la familia no puede ser otra que la promoción de lo valioso, a la altura
de la dignidad del ser humano: la educación de las virtudes humanas, de modo que se
formen personas capaces de enfrentarse a la vida con un proyecto personal, con madurez,
con ideales.
En este libro vamos a tratar la educación de los valores y virtudes en el seno de la
familia: en definitiva, cómo enseñarles a vivir con dignidad, de modo que puedan ser
felices.

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Estos valores tiene claramente una raíz judeo-cristiana basada en el concepto de Dios
como creador de un orden en la naturaleza a nivel físico, intelectual y espiritual. Si existe
un orden en la naturaleza, es porque alguien se lo ha dado con una clara intención dentro
de la economía de la salvación del hombre. Mientras mejor conozcamos a Dios, mejor
conoceremos el propósito de lo creado y nuestro papel en la creación.
La educación integral de los hijos busca promover en ellos aquellos hábitos que les
permitan obrar bien en cualquier circunstancia y por voluntad propia, estén o no sus
padres presentes. Son los hábitos que tienen un sentido positivo en la existencia de cada
persona y le perfeccionan, es decir, las virtudes o valores humanos.
En su sentido más pleno, los valores configuran profundamente la personalidad de
nuestros hijos. No se trata de un mero barniz, sino una parte fundamental de la
educación.
Las virtudes son hábitos operativos que se adquieren por la repetición de actos y
conceden al hombre la facilidad para obrar en ese determinado sentido, como decir
siempre la verdad, en el caso de la sinceridad; o pensar en los demás, en el de la
generosidad.
Podemos pensar que son muchos los valores que interesa educar. Es cierto, pero hay
un principio de armonía entre todos: cuando mejora alguno, se perfeccionan al mismo
tiempo los demás. Todos residen en la unidad de la persona: quien mejora es la persona
completa de nuestro hijo o hija.
Nos centraremos más en aquellos valores que deben desarrollarse en la etapa entre
ocho y doce años, por ser uno de los períodos más importantes en la vida de nuestros
hijos y alumnos.
Existen unos valores nucleares en los que se debe incidir especialmente, que incluyen
y resumen mucho otros.
— El orden.
— La sobriedad y la sinceridad.
— El esfuerzo y trabajo.
— El aprovechamiento del tiempo.
— La generosidad y la justicia.
— La obediencia, la solidaridad y el compañerismo.
— La responsabilidad.
— La alegría y el optimismo.
La familia es la primera y principal escuela de valores. En la familia se consigue que
los hijos crezcan en valores porque están motivados por el amor, porque se ven queridos
por lo que son.

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La familia es el ámbito propio para la formación de la persona. Es en el seno de la
familia donde se fraguan las actitudes más profundas ante la vida, donde se aprende a
usar responsablemente de la libertad y donde, en general, se desarrolla más
adecuadamente la personalidad.
En la familia, los valores se adquieren a través de las vivencias más corrientes.
Importan más los hechos y los ejemplos vivos que las palabras. En la vida familiar
surgen la mayoría de las oportunidades educativas: en la convivencia diaria, los padres
pueden promover los valores que quieren que se vivan en el hogar. El amor, la confianza
y el agradecimiento favorecen la formación en los valores y son condiciones básicas de
un ambiente educativo.
El padre y la madre son siempre los primeros y principales educadores de sus hijos.
Al centro escolar solo le corresponde una labor subsidiaria que potencie lo que se
aprende en la familia. Nunca debe pensarse que es posible delegar esta función en el
colegio.
La acción de los padres es, por tanto, básica y la vida en familia se destaca como la
primera y principal escuela de valores. Además, muchos centros educativos incorporan
como parte importante de su proyecto educativo un programa sistemático de educación
de los valores humanos. Así, la atención que se presta en la familia a los valores se ve
reforzada en el colegio, potenciándose mutuamente las influencias de los dos ambientes.
Solo con la estrecha colaboración entre padres y educadores se logra una educación en
virtudes eficaz y la madurez armónica del niño.
Al final del libro se incluyen unas guías de trabajo que ayudarán a los padres a
trasladar el contenido del libro a una mejora eficaz de cada hijo o alumno.
El ataque a la familia y al núcleo de esta, el matrimonio, está teniendo consecuencias
graves a nivel global de la sociedad. Cuando se atenta contra el orden de las cosas y la
ley natural, se acaba pagando un precio alto. El antídoto está en volver a los orígenes:
potenciar a la familia a través del fortalecimiento del matrimonio.

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PRIMERA PARTE:
TEMPLANZA, SOBRIEDAD Y SINCERIDAD

Lo admirable que tienen las virtudes es que,


después de practicarlas, llenan el alma de dulzura
y suavidad sin igual.
San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, V, 11.

Son muchas las virtudes que interesa educar. El principio de armonía de las virtudes
nos enseña que, cuando mejora alguna de estas cualidades, quien mejora es la persona
completa del hijo y, por lo tanto, se perfeccionan indirectamente todas las demás
virtudes.
Hay una serie de virtudes fundamentales que constituyen puntos de referencia para
toda la actividad implicada en la educación de los hijos: el orden, la templanza, la
sobriedad y la sinceridad.

TEMPLANZA, SOBRIEDAD Y SINCERIDAD
¿Cuáles son los valores humanos fundamentales?
¿Cómo educar en valores en cada etapa?
¿Cómo vivir el orden?
¿Cómo vivir la sinceridad y cómo saber por qué mienten?

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Educar las virtudes humanasCAPÍTULO 1 | 


Motivados por el amor


En la familia se puede conseguir que los hijos crezcan en valores motivados por el
amor. Cada hijo es un mundo y nace con una serie de cualidades y características:
algunas positivas y otras negativas. En la familia es posible llegar a asumir los puntos
débiles porque los hijos saben que sus padres y hermanos les quieren como personas
únicas y valiosas, con sus defectos y virtudes.
Este es el punto de partida para que se propongan luchar por superarlos y por adquirir
los valores que se les proponen. Para ello, podemos apoyarnos en los puntos fuertes que
tiene cada hijo.
Los padres tienen, en las ocasiones normales de la convivencia familiar, numerosas
ocasiones de actuar educativamente con los hijos. Este modo de actuar configura un
estilo familiar de educación. Así, todos los miembros comparten y respetan una serie de
criterios y comportamientos.

La triple dimensión
de la educación en valores
La educación de las virtudes humanas tiene componentes cognitivos, volitivos,
afectivos y conductuales. Una vez adquirido un sistema de ideas morales, la aplicación
de las normas morales a las circunstancias de cada situación exige el discurso racional y
prudencial. Para pasar a la acción concreta, además de la decisión, hace falta la
orientación de los afectos y, por otra parte, la fuerza de voluntad necesaria para que sea
capaz de seguir la propia decisión.
El componente cognitivo se materializa en la formación del entendimiento. Se trata
de ayudar a los hijos a asimilar y hacer suyos los valores y criterios de vida que se les
presentan, de tal modo que se fomente en ellos un sano espíritu crítico. Se ha de lograr
un clima familiar en el que los hijos puedan exponer y defender sus propias razones. Los
padres han de escuchar con atención y respeto esas reflexiones, procurando ofrecerles los

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puntos de apoyo indispensables para que encuentren por sí mismos una sólida
fundamentación racional.
Quien asume una actitud de diálogo sincero toma en serio su libertad y la de los
demás, tiene en cuenta sus derechos y los de los demás, adopta una actitud de solidaridad
propia de quien sabe que, con palabras de Terencio, nada de lo humano puede resultarle
ajeno.
No obstante, pensar es requisito indispensable pero no suficiente. Es necesario ayudar
a los hijos y a los alumnos a tener fuerza de voluntad mediante la adquisición de las
virtudes. La fuerza de voluntad fomenta su autoestima y su seguridad personal, al
proporcionarles facilidad y energía para conseguir las metas a que aspiran. Para una
actuación coherente con los objetivos y valores que conforman el proyecto personal de
vida, es necesaria la fuerza moral.
Junto con el cultivo de la inteligencia y de la voluntad, es necesario además atender al
desarrollo de la afectividad. La educación moral dirige también la atención a la
ordenación de la afectividad, favoreciendo una disposición generosa hacia el bien que,
en ocasiones, exige sacrificio y renuncia para superar el propio egoísmo. Tener «buenos
sentimientos» facilita una firme voluntad para el bien. Las vivencias y valores que se
apoyan en el sentimiento y la afectividad enraízan más fuertemente en la persona. Los
afectos y sentimientos aportan la energía que lleva a la acción moral.
La educación del afecto moral es asunto complejo. En parte, porque la mayor parte de
las emociones morales se desarrollan antes de los ocho años, es un tema poco
investigado y que escapa de la sistematización de un programa educativo. Lo que está
claro que se debe hacer es guiar las sensibilidades morales, ayudar a modelarlas, de
modo que los niños aprendan a identificarlas, expresarlas, comprenderlas, juzgarlas y
dirigirlas.
En resumen, el objetivo de la educación en valores es precisamente el de integrar la
razón, la voluntad y el sentimiento, en cada actuación de la persona. Esto es, alimentar la
inteligencia con el conocimiento de los valores, enseñar a reflexionar, para decidir lo
más adecuado en cada situación, y de examinar luego si la actuación que se ha decidido
concuerda con el fin que se buscó. Por otra parte, para fortalecer la voluntad es preciso
proporcionar al niño, de acuerdo con su grado de madurez, ocasiones de actuar
libremente de acuerdo con los fines que se han hecho propios; esto es, facilitarle
oportunidades de ejercicio.
Hay que educar enseñando a esforzarse día a día en hacer lo que
Los hijos deben uno entiende que debe hacer: aprovechar el tiempo, sacar partido a
sentirse queridos.las propias capacidades personales, procurar vencer los defectos del
propio carácter, buscar siempre hacer algo más por las personas que

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están a nuestro alrededor, mantener una relación cordial con todos, etc. Para todo este
programa de educación hace falta una motivación (la voluntad mejor dispuesta es la más
motivada), que es la clave de la educación de los sentimientos.

Valores humanos fundamentales


Podríamos pensar que son muchas las virtudes que interesa educar. Es cierto, pero el
principio de armonía de las virtudes nos enseña que, cuando mejora alguna de estas
cualidades, quien mejora es la persona completa del hijo y, por tanto, se perfeccionan
indirectamente todas las demás virtudes.
Un solo acto no supone una virtud. Tampoco unos cuantos repetidos al azar o en unas
determinadas circunstancias o sin voluntariedad. La virtud supone una repetición de
actos con sentido: sabiendo qué se hace y por qué se hace, y queriendo actuar así en
cualquier circunstancia y ambiente, estén otros presentes o no.
Es posible identificar una serie de virtudes fundamentales que constituyen puntos de
referencia para toda la actividad implicada en la educación de los hijos.
Al estudiar el elenco de virtudes nucleares y anejas se caerá en la cuenta de que no es
fácil agrupar las virtudes, ya que unas llevan a otras y todas ellas se implican
mutuamente, y caben muchos modos de hacerlo, todos ellos válidos.
En primer lugar, podemos pensar en la tendencia fundamental del hombre a la
felicidad, a la complacencia en la participación del bien, es decir, a buscar la alegría en
cualquier acto que realiza. Esta tendencia universal, propia de toda actividad humana,
puede ser considerada como el motor interior de la actuación en la que se manifiesta la
persona. La alegría es la síntesis de las aspiraciones del hombre. Además de la alegría,
que es fruto de la vida conforme a la virtud, consideramos cuatro núcleos de virtud, cada
uno de los cuales representa un tipo de disposiciones humanas para enfrentarse con la
vida y de obrar en el mundo:
Autodominio-orden.
Trabajo-esfuerzo.
Generosidad-solidaridad.
Madurez-responsabilidad.
El orden no es solo capacidad para organizar los objetos materiales; es, sobre todo,
armonía interior de conocimientos y tendencias. Una expresión del orden es la presencia
y el decoro personal externo. El orden interior, o autodominio, es a la vez dominio de sí
mismo y fuerza para abrirse al mundo exterior de cosas y personas, situando en el
espacio y tiempo adecuados los elementos materiales y espirituales de la vida.

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El trabajo es la proyección exterior de la persona que usa las cosas y las perfecciona
según sus necesidades, participando en la obra creadora de Dios. La exigencia de trabajar
bien, conditio sine qua non para que un trabajo sea educativo, lleva aparejado el
esfuerzo, el ejercicio de la fortaleza y la laboriosidad.
La solidaridad supone una constante disposición a aceptar y realizar lo que a uno le
corresponde como miembro de un grupo para el bien común. La generosidad es la
culminación de las relaciones humanas: si la justicia es la base de las relaciones sociales,
en las que «se da a cada uno lo suyo», la generosidad va más allá: es dar y darse sin la
estricta medida de la justicia.
La responsabilidad es un reflejo de la madurez de la persona que es capaz de vivir su
libertad, que compromete su vida con la verdad y el bien, con todas sus consecuencias.
Los hábitos buenos de comportamiento asumidos consciente y libremente (las
virtudes) son excelentes medios para educar y formar a los hijos. No son fines en sí
mismos: si los considerásemos como tales, la educación sería un entrenamiento o
adiestramiento sin sentido. La virtud, una vez adquirida con esfuerzo, potencia la
libertad de la persona.
El hombre y la vida:
- Virtudes núcleo.
- Virtudes anejas.
El hombre –ser creado, caído y redimido– está presente en el mundo con un porte
personal (externo e interno):

VIRTUDES NÚCLEO VIRTUDES ANEJAS

Dominio de sí. Templanza.


Conocimiento propio. Humildad.
Sencillez.
AUTODOMINIO
Equilibrio personal.
Serenidad.
Veracidad. Sinceridad.

Sentido de la economía y del ahorro.


Sobriedad.
ORDEN Respetar el orden natural.
Higiene y limpieza.
Orden material.

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Se relaciona con las cosas y las usa para construir:
VIRTUDES NÚCLEO VIRTUDES ANEJAS

Empeño en la obra bien hecha.


Esfuerzo.
TRABAJO Fortaleza. Reciedumbre.
Laboriosidad. Aprovechamiento del
tiempo.

Paciencia. Perseverancia. Constancia.


ESFUERZO
Magnanimidad. Audacia.


Se relaciona con otras personas y las trata según su dignidad:
VIRTUDES NÚCLEO VIRTUDES ANEJAS

Lealtad. Fidelidad.
GENEROSIDAD Agradecimiento. Perdón.
Respeto. Tolerancia. Comprensión

Justicia. Sentido del deber.


SOLIDARIDAD Ciudadanía.
Compañerismo. Amistad.


Todo esto en un ámbito de libertad consciente, que se va comprometiendo:
VIRTUDES NÚCLEO VIRTUDES ANEJAS

Aceptación de las normas. Obediencia.


Uso responsable de la libertad.
MADUREZ Prudencia. Reflexión.
Criterio propio. Espíritu crítico.
Autonomía. Iniciativa.

Capacidad de compromiso con la


verdad. Coherencia. Autenticidad.
RESPONSABILIDAD
Decisión. Valentía.
Firmeza de convicciones. Flexibilidad.

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En la búsqueda de una vida feliz, plena, satisfecha, buena:

Conciencia y satisfacción por la obra


bien hecha.
ALEGRÍA Optimismo. Talante positivo.
Buen humor. Deportividad.
Paz.

Un programa de vida
En cualquier hogar con hijos apenas hay tiempo para pensar seriamente acerca de
cualquier asunto a largo plazo. Muchas actividades pueden impedir fácilmente esta
reflexión. Además, los hijos son tan encantadores que es difícil imaginarlos quince o
veinte años después, como adultos maduros, con los problemas que se les van a
presentar.
Lo que se hace o se deja de hacer en la infancia influye directamente en cómo se
enfrentarán después los hijos a la vida. Hay que pensar lo suficiente, por tanto, acerca de
qué tipo de hombres y mujeres deseamos que sean nuestros hijos.
A veces, cuando se trata del futuro de los hijos, nos
Lo que se hace o se deja centramos fundamentalmente en las notas que deben sacar
de hacer en la infancia y en la carrera que deben estudiar. Es decir, podemos
influye directamente pensar en lo que harán, en vez de en lo que serán. Se
en cómo se enfrentarán reflexiona poco sobre los valores, sobre las posibilidades
después los hijos a la vida.con las que podemos dotarles:
Autodominio.
Fuerza de voluntad.
Confianza en sí mismos.
Por eso puede resultar bueno detenerse a formular una idea clara y bien pensada del
tipo de adultos que queremos que lleguen a ser. Con esta imagen en la mente, con este
modelo, deberemos descender después a los detalles de la vida familiar para actuar en
consecuencia. Habrá que concretar cómo vivir en el hogar esos valores que nos hemos
propuesto fomentar.
La finalidad de la educación podría resumirse en el intento de que en todos y cada
uno de nuestros hijos y alumnos se despertara y reforzara continuamente el propósito de
SER:

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— Ordenado, en su porte personal y en la administración de su esfuerzo y tiempo.
— Trabajador, en su aspiración constante y esforzada por la obra bien hecha.
— Generoso, en compartir no solo sus cosas, sino su vida con quienes tiene
alrededor.
— Responsable en su actuar libre, comprometido con su propio proyecto personal de
vida.
Y, como fruto, alegres frente al mundo y la vida.

Programa de educación en valores


para cada etapa educativa
Ofrecemos a continuación un programa de trabajo para las diferentes edades y etapas
escolares, en el que se señalan los grandes objetivos y los valores que atraviesan su
período sensitivo o crítico en esos años.

Educación Infantil (3 a 6 años)

En los niños de estas edades no cabe hablar de valores, pero sí de hábitos buenos que
se convertirán en valores con el uso de la razón porque en el momento oportuno tuvieron
la ayuda necesaria para adquirirlos. En los primeros años, el aprendizaje se realiza
fundamentalmente por imitación y repetición, por lo que es fundamental el ejemplo de
los padres.
En esta edad es importante que los padres le den una
El ejemplo de los padresreferencia de trato con Dios a través del ejemplo. Rezar con
ayuda a educar bien. los hijos antes de acostarse, algún tipo de devoción mariana
en familia, leer un rato diario o semanal todos juntos las
sagradas Escrituras y comentar de manera sencilla el evangelio del domingo antes de ir a
misa. Es importante asentar la referencia de Dios de cara a ir estableciendo las bases de
los valores que se van asumiendo. No hay que inventarlos, solo descubrirlos. El libro de
instrucciones del cristiano son los evangelios.

Objetivos:

1. Establecer límites a la actividad del niño, de modo que comprenda que el deseo subjetivo
no puede ser absoluto. Mostrar al niño la existencia de unas reglas ajenas a él, que deben
respetarse.
2. Desarrollar la capacidad de autocontrol del niño.

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3. Inicio de la formación del carácter mediante el ejercicio en la vida diaria de hábitos
básicos:
Orden en horarios y juguetes.
Obediencia.
Aceptar las reglas de los juegos.
Compartir objetos.
Vencer caprichos.
Decir siempre la verdad.
Resolver autónomamente pequeños encargos.

Educación Primaria (6 a 12 años)

Normalmente, los niños y niñas entre los seis y los doce años (madurez de la
infancia) poseen una disposición natural a desarrollar una intensa actividad, que se
manifiesta de muy diversas formas. Por esta razón, es un período óptimo para educar
determinados hábitos intelectuales y de conducta, de gran trascendencia para su vida
futura.
Nos encontramos en la edad de oro de la educación de las virtudes y valores. De tal
modo que, si los educadores se ocupan de los niños y niñas en la medida necesaria, se
podrán evitar la mayor parte de los problemas que surgen en los años críticos de la
adolescencia.
Interesa ofrecer muchas posibilidades para que puedan esforzarse por realizar actos
de valores, aunque los motivos puedan parecer, en principio, insuficientes. De esta
manera adquirirán los hábitos. A la vez, habrá que ir proporcionándoles motivos más
sólidos para su actuación.
Conviene plantear a los hijos retos razonables, que les supongan un pequeño
esfuerzo, apoyándose en el sentimiento natural que tienen de agradar y de ser útiles, de
sentirse valorados.
Seguir fomentando el trato con Dios con el ejemplo y actividades en familia. Sin
embargo en estas edades es conveniente que dentro de nuestra misión de fortalecer la
comunicación entre padres e hijos se les hable de las razones de la fe. Hay que propiciar
momentos de intimidad en las que de manera planificada vayamos comentando con ellos
el porqué de lo que creemos. Para ello se pueden utilizar lecturas, películas, viajes y
paseos por el campo. Dios es la razón de nuestra existencia y tiene un plan para nosotros
que nos llevará el cielo y a la felicidad eterna. Dios nos ama como padre.

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Objetivos:

1. Lograr en la familia, en el colegio y en el aula un clima basado en la justicia, en la


sinceridad y en la preocupación por los demás.
2. Fomentar el crecimiento del niño como persona que aprende, piensa, siente, decide y
actúa.
3. Promover el desarrollo de relaciones de cooperación, ayuda y respeto mutuo, frente a un
excesivo individualismo y egocentrismo.
Se trata de estimular en cada niño:
—El sentido de auto-respeto y de respeto a los demás.
—La conducta cooperativa con sus hermanos y compañeros.
—La capacidad de ponerse en el lugar del otro.
—El amor a la verdad y la sinceridad.
—La responsabilidad, amabilidad, compañerismo y amistad.
—El sentido de justicia y generosidad.
—El hábito de tomar decisiones que supongan llevar a la práctica sus razonamientos o sentimientos morales.
—El esfuerzo y la sobriedad.
—La actitud de participar y de compartir responsabilidades en la familia y en el aula.
—El hábito de cumplir sus deberes cívicos y cooperar en la vida social.
—El darse cuenta de que es fácil decir lo que es correcto, pero suele ser costoso ponerlo en práctica.

Educación Secundaria y Bachillerato


(13 a 18 años)

Con la entrada en la adolescencia se torna más patente la necesidad de unos


principios claros que rijan la conducta. Los hábitos adquiridos con anterioridad van a ser
muy importantes en la formación moral de los próximos años, en los que se produce una
transformación profunda de la personalidad, tanto en la maduración afectiva como en la
intelectual.
Se comienza a buscar con más radicalidad el sentido del por qué y para qué vivir. Su
razonamiento moral se basa esencialmente en las experiencias, por lo que los principales
medios para estudiar las situaciones serán la reflexión y el diálogo.
Sienten la necesidad de sentirse útiles, de encontrar significado a lo que hacen. Esta
situación explica, en parte, sus radicalismos: no son amigos de las medias tintas y buscan
«atenerse a las consecuencias», lo que no quiere decir que, de hecho, sean consecuentes.
Y junto con el radicalismo se da la insatisfacción cuando no responden con su vida a los
principios y valores que la presiden.
Es típica de estas edades la actitud crítica, ya que empiezan a pensar «por propia
cuenta», a querer conquistar su libertad, y se produce un enfrentamiento con los valores,
ya que se viven con una profundidad nueva. Pasan por el tamiz de su propio juicio todo

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lo que se les dice, no aceptando con facilidad las ideas ajenas, aunque ellos mismos no
estén seguros de lo que piensan o quieren.
Esta etapa de la vida es la de más reto para los padres de cara a hablar de Dios, pero
la más enriquecedora a nivel personal. Tenemos que conocer a fondo nuestra relación
con Dios a nivel espiritual, intelectual y de prácticas religiosas, nuestros hijos nos
pondrán a prueba y necesitamos ser una referencia para ellos y un lugar donde puedan
acercarse para consultar sus inquietudes. Vamos a necesitar ayuda, tengamos un director
espiritual al que podamos acceder las veinticuatro horas del día en caso de que las
inquietudes de nuestros hijos vayan más allá de nuestros conocimientos del momento.
En las escuelas de familia siempre se dice que una pregunta de un hijo es siempre un
regalo que no se puede desaprovechar ya que nos da la oportunidad de ganar su
confianza, fortalecer la comunicación y formarle con criterios sólidos. En el caso de un
adolescente, una pregunta es una joya que tenemos que tomarnos muy en serio. Si no
sabemos la respuesta, no importa, les diremos que no se preocupen, que lo vamos a
consultar y les informaremos tan pronto hagamos las averiguaciones. Esto entre otras
cosas mostrará respeto hacia ellos y estarán más interesados en nuestra respuesta.
En esta etapa es importante dejarles claro que hacer la voluntad de Dios no es ir en
contra de nuestra felicidad ni de lo que más nos conviene. Lo que más nos conviene, nos
hace feliz y nos llevará a la vida eterna coincide con la voluntad de Dios.
Por ejemplo, Dios no necesita que nos confesemos, los que necesitamos la confesión
somos nosotros y Dios a través de la Iglesia nos lo establece para ayudarnos. Jesus no
necesitaba morir en la cruz, nosotros necesitábamos que muriera para que nuestros
pecados fueran redimidos. Dios es como un GPS, nos indica en todo momento el camino
para ir al cielo y nos da las gracias necesarias para hacerlo. Sin embargo, ya que somos
sus hijos y no esclavos, tenemos la libertad de ir en contra de lo que más nos conviene
(la voluntad de Dios) y no hacer caso al GPS. Sin embargo el GPS se vuelve a
reprogramar y junto a las gracias necesarias se nos vuelve a dar la oportunidad de
acercarnos al cielo.
Tenemos que estar disponibles para nuestros hijos y crear oportunidades para hablar
con ellos.

Objetivos:

1. Lograr un conocimiento suficiente de los principios y normas morales y el hábito del


razonamiento moral, de modo que sean capaces de valorar con criterio objetivo los
acontecimientos, las personas, las situaciones… que inciden en su vida.
2. Promover los hábitos de tomar decisiones coherentes con su pensar y cumplir los

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compromisos libremente adquiridos, de modo que –con su actuación personal
responsable– superen la inseguridad o miedo a manifestarse como se es, por el «qué
dirán».
3. Fomentar la participación social responsable y el afán por influir positivamente en la
sociedad, con espíritu de servicio

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La virtud del ordenCAPÍTULO 2 | 


Al hablar de orden no nos referimos ni exclusiva ni fundamentalmente al orden


material, de las cosas, sino al orden de la persona.
El orden es un valor que se encuentra en la base de todos los demás valores humanos,
a los que sirve de apoyo. El orden, en su acción directa, nos ayuda a disponer de más
tiempo, ser más eficaces, aumentar el rendimiento y conseguir más fácilmente los
objetivos previstos. El orden nos proporciona tranquilidad, confianza y seguridad, nos
evita disgustos y contratiempos y nos ayuda a ser más felices con menos esfuerzo.
Los primeros años de vida de nuestros hijos resultan muy importantes para una buena
educación en el orden, ya que el período sensitivo de este valor se vive con la máxima
intensidad entre el primer y tercer año. A partir de los siete, por otro lado, interesa que
los hijos interioricen los buenos hábitos adquiridos en los años precedentes.
El orden se manifiesta en múltiples facetas que podemos observar en la vida diaria:
Cómo organizan los hijos sus juguetes y pertenencias.
Cómo distribuyen sus actividades.
Cómo organizan su tiempo de estudio.
Cómo organizan su vida espiritual.
Cómo preparan un viaje o una excursión, etcétera.
El orden facilita la convivencia familiar, a través de pequeñas
El orden es la basenormas de conducta que permiten una convivencia grata y
de todas las demás «ordenada» en la distribución de las responsabilidades, en el
virtudes. horario básico (comidas, trabajo, descanso). El orden es la base de
  todas las demás virtudes.
No se trata de «cuadricular la vida», sino de establecer unos
mínimos que faciliten conseguir algunos objetivos muy valiosos, como es la vida en
familia.
Sin embargo, existe también el peligro de centrarse únicamente en que los hijos
adquieran destrezas, simples hábitos de orden que no llegarán a ser incorporados a su
personalidad; como si nunca se hiciesen adultos.

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Es cierto que los hábitos son la base de las virtudes, pero hay que completarlos con la
autoconsciencia y la libertad hasta conseguir que se actúe con orden porque se conoce
qué significa ser ordenado y se quiere para sí. De este modo, el orden será algo
connatural a la persona, nunca una manía que no da razón de ser.
Al hablar de orden no nos referimos ni exclusiva ni fundamentalmente al orden
material, de las cosas, sino al orden en la persona:
A la armonía.
Al equilibrio interior.
A la moderación.
Al autodominio.
Por eso, junto al orden consideramos un bloque de virtudes relacionadas, como:
Dominio de sí.
Templanza.
Sobriedad.
Austeridad.
Equilibrio personal.
Serenidad.
Sentido de la economía.
Sentido del ahorro.
Higiene.
Limpieza.
El espíritu.

Antes de los seis años


El período sensitivo del orden se vive con la máxima intensidad entre el año y los tres
años. Un niño de dos años sabe perfectamente que cada cosa debe tener su sitio.
Un niño de corta edad es capaz de disfrutar siendo ordenado y, además, necesita
orden y estabilidad en su ambiente. Cuando un niño se acostumbra a tener los juguetes
ordenados en el mismo sitio, tenderá a mantener el orden, lo hará como un juego más y
encontrará satisfacción en hacerlo. Para un niño ordenar debe ser un juego.
La educación del orden comienza con la propia vida del niño
Para un niño ordenary es necesario para su correcto desarrollo. Ya desde que son
debe ser un juego. bebés se puede intentar dar cierta regularidad a los horarios de

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  comida, a las horas de sueño, a los paseos, necesidades
fisiológicas, etc.
En estas edades, no es difícil lograr que el niño guarde sus juguetes o su ropa en el
mismo lugar. Para ello, hay que jugar con él repetidas veces a poner las cosas en el
mismo lugar y en el mismo orden. Cuando lo aprende, disfruta poniendo las cosas en su
sitio. El niño también piensa que tiene su lugar donde situarse y normalmente le gustará
dormir en la misma cama y sentarse a comer en la misma silla.
A los niños de esta edad les gusta jugar al escondite, pero con un sentido diferente al
que nosotros tenemos. Para el niño el juego del escondite no consiste en encontrar algo
que se ha ocultado, sino en encontrarlo en su sitio de siempre.
Cada vez que lo descubre en su sitio le da alegría. Si le pides que lo esconda, él lo
guardará en su sitio y le gustará que su madre lo descubra en el mismo lugar y, al ver que
está en su sitio, se ponga contenta. Si le guardas el juguete en un lugar diferente, no
pondrá demasiado entusiasmo en buscarlo fuera de su lugar y, si lo descubre, no se
pondrá contento hasta que lo lleve al lugar de siempre; para el niño el juego del
escondite no es descubrir lo que se ha escondido, sino encontrarlo en su sitio y con eso
disfruta.
Este instinto lo tienen todos los niños, es el instinto guía del orden y lo tienen todos a
la misma edad en su período sensitivo. Reforzar esta tendencia natural es sencillo y es
ayudarles a adquirir el hábito del orden.
Si el niño vive en un ambiente de orden y le ayudas a ser ordenado, que disfrute con
el orden, le estás ayudando a que el hábito del orden lo adquiera para toda su vida, le
gustará siempre ser ordenado.
Los niños van desarrollando su propio sentido del orden lógico y tienden a ordenar
por tamaños, por tipos, etc. Así vemos que guardan todos los coches juntos, todas las
muñecas juntas, o que han distribuido un grupo de libros en grandes y pequeños.
Hasta los seis años, lo que vamos a enseñar a nuestro hijo consiste, más bien, en el
orden material: colocar cada cosa en su sitio, que todo quede limpio, etc. Pero este es tan
solo un primer paso.
Cuando crezca, el hábito adquirido primero con los objetos materiales, le ayudará a
mantener en orden su cabeza y a ser más eficaz en todo lo que se proponga.
Saber organizarse es algo que se aprende de pequeño, empezando por organizar los
juguetes en el cuarto. No se improvisa. El orden es un hábito base para muchos otros.
Gracias a él, podemos organizar mejor el tiempo y las ideas, somos capaces de sacar
mayor partido a lo que vemos y aprendemos, etc.
Un niño que se habitúe a vivir en el caos, sin que le enseñen a ordenar, cuando crezca
tendrá más dificultad para elaborar un simple informe estructurado en su empresa o

21
incluso para establecer sus propias prioridades en la vida.
Pero ¿cómo lograr que los niños dejen las cosas en su sitio sin tener que recordárselo?
En primer lugar debe estar claro cuál es el sitio de cada cosa. Interesa que los niños
dispongan de un cajón o caja, estantes y un juguetero a su alcance donde puedan guardar
sus cosas. Así se les acostumbra a que cada cosa tiene un sitio y siempre el mismo.
Por ejemplo, en lo que se refiere al cuidado de la ropa, resulta eficaz ayudarle a
colgar las prendas que se quita y ponerlas en un colgador que esté a su alcance; si deja
las prendas fuera del lugar asignado, debemos enseñarle que se ensucian o se arrugan y
hacer que las ponga en su sitio.
A continuación, habrá que ser muy paciente y muy perseverante en la presentación de
modelos de conducta ordenada. Para que los niños puedan desarrollar el hábito del
orden, además de enseñárselo, debemos proporcionarles un modelo repetido.
Necesitará que sus padres o personas mayores le sirvan de modelo repetidas veces,
para poder imitarlos. Con la misma facilidad con que son capaces de imitar el orden
tienen habilidad para imitar el desorden, si se les acostumbra con el ejemplo a dejar las
cosas cada vez en un lugar diferente.
Son muy eficaces para los más pequeños las cadenas de sucesos (acciones repetitivas,
constantes y sistemáticas, con un orden prefijado), por ejemplo, al regresar del colegio
para comer han de:

1. Saludar a sus padres.


2. Colgar el abrigo.
3. Lavarse las manos.
4. Ir a la cocina a por las servilletas.
5. Sentarse a comer.

Pueden establecerse cadenas para la hora de:


Levantarse.
Acostarse.
Ponerse a jugar, etc.
Por ejemplo, los niños deben habituarse a:
— Dejar todo para comer, cuando su madre les llama.
— Guardar los juguetes al terminar de jugar.
Otros ejemplos de cadenas de sucesos relacionados con los hábitos de higiene pueden
ser:

22
Al levantarse:
Ir al aseo.
Lavarse las manos.
Lavarse la cara.
Cepillarse los dientes.
Peinarse.
Antes de comer: lavarse las manos.
Después de comer:
lavarse las manos y
cepillarse los dientes…
Con este tipo de encadenamientos lógicos, los niños responden a sus necesidades
básicas con poco esfuerzo y con menos riesgo de olvido, y la rutina les proporciona
seguridad.

Padres ordenados

También es interesante invitar a los niños a participar en actividades de orden de los


padres:
Ordenar los libros de la biblioteca.
Limpiar y ordenar la casa.
Ordenar los utensilios en la cocina.
Observar cuando se hace la maleta.
Arreglar un armario o el trastero, etc.
También se les pueden pedir razones de su propio sistema de ordenar las cosas para
que vayan captando el interés que tiene el encontrar el sitio apropiado para cada cosa, de
modo que no se estropee y se encuentre con facilidad cuando sea necesario.
Del mismo modo, interesa enseñar a utilizar los objetos ordenadamente: telefonear,
pegar unas fotos en un álbum, etc. En cada caso existen unas reglas o pasos para que los
hijos lleguen a utilizar los objetos adecuadamente.

Un verdadero desorden

No puede decirse que hay orden cuando…

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Se recoge la habitación a última hora de la noche.
El desorden ha llegado a un extremo que ni nosotros ni el niño somos capaces de
afrontarlo.
Se distribuye al azar por cajones y cestos los diversos juguetes, etc., para
quitarlos de la vista, sin colocarlos en el sitio que corresponde a cada uno,
creando un desorden que –aunque no se vea– es aún mayor.
Se ponen en su sitio los lápices sin afilar.
Se coloca en el armario la ropa sucia.
Se guarda en la caja juguetes rotos. Al recoger, hay que revisar las cosas, para
retirar lo que hay que limpiar, arreglar o tirar.
Se guardan las piezas de construcciones cuando aún hay un hermano que no ha
terminado su montaje. Cada cosa tiene su momento, y ordenar, también. No
podemos convertirlo en obsesión.

El orden ayudaDe los siete a los doce años


a ser más feliz.
Con el uso de razón, no se trata de que los niños imiten el concepto

de orden que tienen sus padres, sino de que quieran y aprendan a vivir
el orden. Habrá que exigirles que sus cosas estén ordenadas, pero de
acuerdo con criterios propios a su edad. Para ello conviene, durante algún tiempo,
supervisar las actividades en las que no tienen experiencia y que supongan orden.
También interesa pedir razones de su propio sistema de ordenar las cosas. Así irán
captando el interés que tiene el encontrar el sitio apropiado para cada cosa, de modo que
no se estropee y se encuentre con facilidad cuando sea necesario.

Un horario
Un pequeño horario facilita el orden y el aprovechamiento del tiempo. Este horario
básico debe limitarse a lo que hay que hacer regularmente, más o menos a la misma
hora.
Por ejemplo, la hora de:
Merendar.
Empezar a estudiar.
Hacer las tareas escolares.
Bañarse.
Cenar.

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Rezar.
Acostarse.
Un horario facilita que se exijan las mismas cosas a la misma hora (con flexibilidad)
y favorece la creación de hábitos (base de los valores).
Puede ser interesante elaborar con el hijo un horario y ponerlo en un lugar visible en
casa, a su alcance. Periódicamente le podemos pedir que lo consulte para saber qué debe
hacer en ese momento.
Interesa no estar recordándole constantemente al hijo lo que ha de hacer, ya que en
ese caso no irá adquiriendo hábitos de responsabilidad personal, sino de mero
colaborador que hace lo que le piden.
En cuanto al horario de trabajo o estudio, es importante establecerlo a principio de
curso y exigirlo desde el primer día. Que dediquen un tiempo diario a estudiar (a
aprender), además de realizar sus tareas escolares.
Si no hay exigencia, no comienzan a estudiar hasta que llegan
Vivir un horario en los exámenes. La experiencia demuestra que los hijos que
la familia facilita la empiezan a estudiar todos los días desde el principio de curso,
creación de hábitos.aunque no sea mucho tiempo (por ejemplo, media hora a los doce
  años), mejoran notablemente sus resultados escolares.
Es muy interesante ayudarles a planificar y prever el tiempo
necesario para cada actividad que se proponen realizar. De este modo, desarrollarán la
capacidad de relacionar el tiempo con sus actividades y, en consecuencia, serán más
ordenados.

Orden en el tiempo libre


También se pueden aplicar criterios de orden al uso del tiempo libre. Se puede ayudar
a los hijos a planificar con tiempo, por ejemplo, desde el martes o miércoles, qué van a
hacer el fin de semana próximo: deporte, salir con amigos, trabajo, encargos familiares,
etc. De este modo se evita que «les llegue» el sábado sin saber lo que hacer y pierdan el
tiempo. Vivir un horario en la familia facilita la creación de hábitos.
Hacia los nueve o diez años es un buen momento para enseñarles a utilizar una
agenda escolar en la que anotar:
Sus tareas.
Horarios de clases.
Encargos.
Normas espirituales.

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Cumpleaños.
Citas, etc.
La experiencia aconseja recordarles, con frecuencia al principio, que anoten en su
agenda y que la consulten varias veces al día, por ejemplo, por las mañanas, al ponerse a
estudiar y por las noches, al preparar su material escolar para el día siguiente.
Es muy importante ganar la batalla del orden antes de la entrada en la adolescencia.
Entonces habrá que poner la exigencia en otras cuestiones propias de la nueva etapa del
desarrollo que se inicia. Y el orden, al estar en la base de las demás virtudes, va a ser
muy necesario.

Objetivos de orden: siete a doce años


Antes de la adolescencia deben ser ordenados. Posibles objetivos de planes de acción
relacionados con el orden:
–Al terminar la jornada, dejar la habitación ordenada.
–Apagar las luces cuando no son necesarias.
–Dejar las prendas de abrigo bien colgadas.
–Cuidar los libros, cuadernos y todo tipo de material.
–Dejar ordenada la indumentaria deportiva después de hacer deporte.
–Cerrar con cuidado los cajones y las puertas de los armarios.
–Dejar cada cosa en su sitio al terminar un trabajo.
–Usar una agenda escolar.
–Aprender a planificar los fines de semana.
–Hacer y respetar un horario.
–Hábitos básicos de higiene personal.
–Puntualidad:
al levantarse,
al ponerse a estudiar,
en las comidas, etc.

–Cerciorarse de que lo que se tira no vale.


–Dejar la pizarra borrada y dispuesta para que la usen otros.
–Dejar la ropa bien doblada y en su sitio.
–Dejar la ropa que sea para lavar en su sitio.

26
Templanza, sobriedad,CAPÍTULO 3 | 
sinceridad  

Los padres tenemos mil oportunidades para ir inculcando en los hijos el saber usar las
cosas materiales y el amor por la sinceridad. Son dos valores que los hijos han de
comprobar que se viven en su propia casa.
La sinceridad y la sobriedad son dos valores muy relacionados con el orden y por eso,
como él, están en la base de la educación. Se trata de que los hijos cuenten con un orden
en las tendencias, de modo que los bienes materiales encuentren el hueco justo:
sobriedad. Y que cuenten con un orden en la verdad, aprendiendo que mentir es malo:
sinceridad.
Con una simple sesión de cinco minutos de anuncios, llegaremos a la conclusión que
la sociedad actual se basa, en gran parte, en el consumo. Por eso, la educación en la
sobriedad cobra más importancia, ya que los hijos deben aprender a vivir sin el lastre que
suponen los bienes materiales.
No se trata de negar sistemáticamente todo capricho, sino de enseñar a los hijos a
reconocerlos y también a distinguir las cosas necesarias de las que no lo son tanto.
En el caso de la sinceridad, los hijos entran en el Período Sensitivo a partir de los tres
años, aproximadamente, pero lo viven mucho más intensamente a partir de los siete. Esta
edad, por tanto, resulta la más oportuna para ayudarles a formar su propio criterio
respecto a la verdad. Hay que ayudarles a que adquieran una visión positiva de la
sinceridad, comprobando que decir la verdad es algo bueno siempre.
La educación en la sinceridad ayudará también a nuestros hijos a saber escoger sus
amigos, pues procurarán que estos sean chicos sinceros. La mentira les resultará
incómoda y poco compatible con la confianza que debe reinar en su grupo, de forma que
tenderán a ser más exigentes con sus compañeros.

Templanza y sobriedad
El comprar y poseer cuanto apetece se presenta como una manifestación de libertad y
poder, sin caer en la cuenta de que el hombre dominado por el impulso inmoderado de

27
adquirir cosas se esclaviza; y cuando pone el corazón en ellas comprueba cómo se le
escapa la felicidad que esperaba en su disfrute.
Los niños se han convertido en un importante sector de consumidores. Un estudio
realizado en Francia pone de manifiesto que el 43% de las compras familiares (que
suponen el 15% del gasto total de las familias) son provocadas por la influencia total o
parcial de los niños. La natalidad desciende en Europa, las familias tienen menos hijos y
los padres tienden a concederles cuanto desean: de todo, y la última versión; algunos
trabajan muchas horas para que sus hijos tengan cuanto deseen, lo que les impide
proporcionarles lo que realmente necesitan: tiempo compartido.
Por otra parte, la presión social provoca familias permisivas que no quieren, o no
saben, o no se atreven a exigir a sus hijos; son familias que asientan su unidad sobre una
base sentimental quebradiza y, para evitar tensiones y enfrentamientos, se muestran
dispuestas a renunciar al compromiso con los valores morales objetivos que marquen
una dirección cierta a su proyecto educativo familiar.
Así, los niños hiperprotegidos, a quienes sus padres consienten hábitos consumistas a
capricho, terminan por ser personas egocéntricas, esclavos de sus sensaciones
momentáneas, sin recursos para mantener el interés en algo durante un tiempo, incapaces
de comprometerse, de darse, de servir, de amar.
La escuela tiene un papel limitado en la educación para el consumo: es evidente que
su labor facilita que los alumnos ponderen mejor las alternativas, la relación calidad-
precio y la necesidad de no dejarse llevar del primer impulso.
Tienen más influencia los amigos y, sobre todo, la familia. Los hijos aprenden
observando a sus padres: si lo piensan antes de comprar algo; si ceden a los caprichos
personales; si aprovechan bien lo que hay en casa; si llevan un control elemental de los
gastos; si examinan las facturas y comprueban el cambio; si saben comprar calidad a
buen precio, y aprovechan las rebajas; si estiran el uso de una prenda un año más y
acostumbran a los pequeños a utilizar prendas que ya no sirven al mayor… y tantos
detalles que van consolidando sus hábitos de consumo desde pequeños, antes de que a
los once o doce años aparezcan las primeras dificultades serias en la educación del
carácter.
Hay padres preocupados por la presión consumista del ambiente que no se ocupan de
formar a sus hijos en la práctica: y dotan de televisión y ordenador el dormitorio de cada
hijo, procuran que todo lo que usen sea «de marca», o ir a la moda, ponen a su
disposición el último modelo de móvil y luego no aciertan a explicarse cómo es posible
que tengan tan poca voluntad, sean tan influenciables y poco dueños de sí mismos:
personas que apenas logran tomar las riendas de su existencia.

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Hemos recibido de Dios el don de la libertad, pero para ser libres se requiere el
esfuerzo; el edificio de la libertad necesita los cimientos de la templanza, que modera las
apetencias y nos facilita alcanzar las metas que libremente nos hemos propuesto.

¿Cómo anda mi familia de templanza?


Presentamos algunos indicadores de riesgo en la vida familiar directamente
relacionados con la virtud de la templanza, que pueden servir a los padres para
reflexionar. Si en la propia familia detectamos estos síntomas, sería necesario tomar más
en serio la educación de los hijos en el autodominio:
 1. Los padres no acompañan sus ideas generales sobre la educación de los hijos
con acciones educativas específicas. Esto puede llevar a falta de coherencia: así,
se critica la competitividad, pero se estimula con ella; se censura el consumismo,
pero se da al hijo cualquier cosa que pida; se considera que el uso abusivo del
internet hace daño, pero toda la familia dedica muchas horas a estar conectado ya
sea por medio del ordenador o dispositivos móviles; se piensa que la vida plantea
dificultades, pero no se fortalece la voluntad ni se educa en el esfuerzo.
 2. Los padres ceden fácilmente ante los deseos de sus hijos, aunque a veces sepan
que no deberían rendirse ante las pataletas y lloros de los pequeños o ante la
agresividad e insistencia de los mayores. De este modo, los hijos aprenden a
coaccionarles convenciéndoles de que todos lo tienen, y los padres permiten lo
que no aprueban. Los niños se habitúan a dejarse llevar por el deseo, la luz de la
conciencia se oscurece, el me gusta o me apetece se convierte en norma de
actuación, y un etéreo todos lo hacen en regla de conducta.
 3. Los hijos tienen demasiadas cosas, que consiguen sin esfuerzo: televisión,
equipo de música, ordenador personal, dispositivos móviles, todo tipo de
juguetes, ropa o prendas deportivas; no han de esperar para conseguirlas, ni
mucho menos, ganarlas con esfuerzo, por lo que las valoran y disfrutan muy
poco, abandonándolas al tenerlas. La insatisfacción provoca un ansia de tener
nuevas cosas en una espiral inacabable, porque no han adquirido la capacidad de
disfrutar y de hacer rendir lo que se posee. Por el contrario, los hijos educados en
un ambiente de sobriedad saben lo que las cosas cuestan, aprenden a valorarlas y
las disfrutan mucho.
 4. Pérdida de las buenas maneras en la vida familiar. Las normas de buena crianza
facilitan una grata convivencia y suponen dominio de sí: moderación de los
impulsos, de la curiosidad, de la lengua –en resumen, orden y medida en los
sentidos internos–, así como la capacidad de salir de uno mismo para procurar
hacer amable la vida a los demás.

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 5. Los hijos soportan mal las molestias o incomodidades. Ocupan como la cosa más
natural del mundo el asiento más cómodo, tienden a responsabilizar a otros de los
propios fracasos o errores, se quejan con frecuencia ante pequeñas contrariedades
–el clima, un cambio de planes, un retraso explicable– o ante el dolor o malestar
físico: treinta segundos después de tomar un analgésico, piden otro porque no se
ha pasado el dolor de cabeza.
 6. Los hijos disponen habitualmente de dinero y no ahorran. Gastan lo que tienen
en refrescos y chucherías, a diario. No conocen el valor del dinero y no saben
administrarlo. Les falta generosidad y gastan solo para ellos.
 7. Se permite a los hijos comer a deshora y por capricho. Se puede cenar lo que se
desee, no lo que está preparado: el frigorífico, bien surtido de lo que les gusta,
está disponible para cuando les apetezca; y en cada comida toman el refresco que
desean. En algunos casos se les acostumbra a una alimentación especialmente
costosa, de tienda especializada, con gastos desproporcionados. Un cumpleaños
se celebra con una comida fuera: todo muy cómodo y apetecible, pero menos
familiar y menos formativo.
 8. Las conversaciones familiares (cuando la televisión o los móviles las permiten)
giran casi exclusivamente sobre gustos (comidas, diversiones, ropa) y sobre lo
que tienen o no tienen los demás: no se puede ser menos que el vecino o que el
amigo.
 9. Muchas horas ante el televisor o los dispositivos móviles. Los hijos crecen sin
aficiones fuera de ver la televisión, escuchar música estridente o estar
continuamente conectados. Su mundo es el mundo que la televisión y las redes
sociales les presentan todos los días; una realidad deformada, al tiempo que
excita los sentidos y adormece el sentido crítico y la imaginación creadora; la
conciencia se deforma fácilmente, se aniquila la voluntad –solo están entrenados
para la pasividad receptora– y se pone en peligro la auténtica vida de familia.
Buscan una manera de ir creando una realidad que se acomoda a sus deseos, fácil
de vivir, encontrando al final frustración y desengaño.
10. Los hijos adolescentes dan por hecho que solo se puede disfrutar en la movida,
bebiendo y bailando hasta bien entrada la mañana. No tienen imaginación para
disfrutar de otras formas de descanso en las que lo pasarían mucho mejor.
11. No se da importancia a pequeños «derroches»: se tira el tubo de pasta de dientes
antes de apurarlo, se deja un grifo abierto todo el tiempo mientras se cepillan los
dientes; se desecha ropa aprovechable, y tantos detalles más.
12. Los hijos «siempre van a todo»: excursiones, cursillos de esquí, campamentos,
viajes, equitación, a veces con gran sacrificio de los padres y en detrimento de la

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vida familiar.
13. Falta de comunicación y actividades en familia: Las redes sociales, el whatsapp
y el internet en general sustituye las sobremesas y conversaciones familiares. No
se consulta a otros miembros de la familia cuando se necesita saber sobre algo o
se tiene alguna duda. Estas nuevas tecnologías son muy buenas… si se utilizan
con control y mesura.
14. El cotilleo y la crítica generalizada de los demás: Que la conversación cotidiana
de la familia ronde acerca del cotilleo y la crítica generalizada de las personas a
nuestro alrededor.
Es urgente redescubrir el valor de la templanza, que no es la virtud más importante en
la educación de los hijos, pero es indispensable para que puedan arraigar las demás
virtudes y condición de la auténtica libertad, especialmente para los niños y jóvenes:
para que consigan sustraerse a la presión de comprar cuanto antes el bollycao o el
videojuego que acaban de anunciar en televisión, o de satisfacer inmediatamente
necesidades inducidas por la publicidad o las modas surgidas en el grupo de amigos.
Hay personas a las que entristece no tener todo lo que tiene el compañero o vecino,
sobre todo cuando tener de todo o ser como todos es el medio para buscar la aceptación
del grupo o para superar la inseguridad. Esta presión se agudiza en la adolescencia,
especialmente con la ropa, por su alto valor simbólico de identificación.
Desde luego, el bienestar no es algo malo, ni la educación exige una lucha crispada
contra el deseo de poseer cosas, pero en las circunstancias de hoy es preciso insistir en el
valor de la templanza, del autodominio, en ser capaces de poner límites a las exigencias
que presenta el apetito, de modo que no nos impidan alcanzar los valores superiores que
deseamos.
La templanza y la sobriedad liberan de lo superfluo, impiden que anide el egoísmo o
el afán inmoderado de comodidad que hacen a la persona torpe y perezosa. Son virtudes
que aportan a la conducta señorío y, con él, la capacidad de entrega a los demás, de
compartir lo propio y dedicarse a tareas grandes y nobles.
En la sociedad de consumo de hoy en día, el valor de la sobriedad es especialmente
importante. La persona sobria, que no está atenazada por sus caprichos y ficticias
«necesidades», es más libre y dueña de sí. La sobriedad supone poner armonía y orden
en los deseos. Las personas sobrias están más preparadas para soportar carencias y para
superar las inevitables pequeñas frustraciones de la vida.
En estas edades se puede centrar la atención en los caprichos, deseos transitorios y
superficiales, sin justificación, no cediendo ante ellos y desarrollando el autodominio de
los hijos, de modo que sean capaces de colocarse por encima de los deseos insatisfechos
y de las apetencias.

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En el hogar

La vida familiar ofrece numerosas ocasiones de ejercitarse en la sobriedad, no


disgustándose o haciendo un esfuerzo por dejar algo que podrían conseguir, con alegría,
de modo que no se vea la sobriedad como algo desagradable. Es bueno que los hijos
aprendan a valorar las cosas, a saber lo que es necesario y lo que no lo es, de modo que
los hijos deben saber distinguir el capricho de la necesidad.
De vez en cuando, compensa revisar las
La vida familiar ofrece «pertenencias» de cada hijo para ver si hay juguetes u
numerosas ocasiones de objetos que no necesitan ni utilizan: pueden servir para
ejercitarse en la sobriedad, otro hermano o para personas necesitadas. Todos
no disgustándose o haciendotendemos a tener un pequeño (o gran) almacén de
un esfuerzo por dejar algo objetos que no utilizamos nunca y no hacen más que
que podrían conseguir. ocupar espacio en los armarios, para desesperación de
  las madres.

Uso del dinero

Es necesaria una educación en el uso del dinero, de forma que los hijos aprendan a
considerarlo como lo que es: un medio. No es posible proponer un sistema para enseñar
a ganar dinero, a gastarlo, a ahorrar o a dar y a ganarlo, porque depende de las
circunstancias de cada familia; sí se pueden sugerir algunos criterios comunes:
a) Es recomendable que los hijos no dispongan de demasiado dinero y se
acostumbren a no despilfarrarlo en refrescos, chucherías o máquinas tragaperras.
b) Interesa enseñarles a no gastar el dinero de inmediato, a valorar distintas ofertas, a
comparar precios.
c) Han de aprender a administrar las pequeñas cantidades que reciben de sus padres o
familiares, ya sea como asignación semanal –que ha de ser una cantidad discreta,
adecuada a la edad de cada hijo– o como remuneración por trabajos especiales, como dar
clase todo un mes a un hermano menor. Pero no es conveniente remunerar los encargos
ordinarios de casa.
d) No se deben premiar o castigar con dinero las conductas de los hijos, porque se
corre el peligro de que el dinero se convierta en móvil de las actuaciones, con la
materialización consiguiente.
e) Conviene dar una autonomía progresiva, para que aprendan a ajustar a un
presupuesto sus aficiones, los regalos que han de hacer y sus gastos ordinarios. Puede ser

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interesante enseñar a llevar una contabilidad sencilla: ser consciente de cuánto y en qué
gastan les ayudará a responsabilizarse.
f) Es interesante aprovechar ocasiones –compras, un día de trabajo– para que
conozcan el valor del dinero y lo que cuesta ganarlo.
g) Enseñarles a ahorrar y a no gastar en caprichos. Puede ser interesante que algunas
cosas en las que están empeñados –por ejemplo, una prenda de ropa de marca– la paguen
en parte con su dinero: los padres pagan un pantalón normal, pero, si quiere ese
pantalón, que aporten la diferencia; les ayudará también a cuidar su ropa, para que dure.
h) Pero no solo deben ahorrar para ellos: también han de hacerlo para poder hacer un
pequeño regalo a sus padres o hermanos en sus fiestas y para practicar la limosna.
i) Es interesante hacerles reflexionar sobre el porqué de sus gastos, y procurar que
conozcan las necesidades de otras personas; por ejemplo, cuando acompañan a sus
padres a socorrer a un menesteroso o a entregar ropa usada en buen estado para personas
sin recursos.
j) Interesa que los padres informen a los familiares (especialmente a los abuelos) de
los criterios educativos de la familia en este tema. Lo ideal sería que el dinero que
pensaban darle se lo den a los padres para que le ayuden a administrarlo.

Algunos detalles para educar la templanza


en la familia

Además de ayudar a los hijos a hacer buen uso de su libertad mediante la reflexión y
el diálogo, y de enseñarles a conocer el valor del dinero y a administrarlo bien, se
enumeran a continuación algunas ideas concretas que pueden potenciar la capacidad de
autodominio en la vida familiar:
a) Ser ejemplo de templanza y no multiplicar innecesariamente, aunque se cuenten
con medios económicos, los bienes que se utilizan: radios, móviles, televisión, tablets,
DVD’s, video games, etc. Los padres han de ser los primeros en procurar no crearse
falsas necesidades, en ceder a la vanidad, al capricho o al afán de comodidades.
b) No darles demasiadas cosas y que se acostumbren a agradecer las que reciben: que
adviertan su valor por lo que cuesta a los demás alcanzarlas, procurando que pongan de
su parte un esfuerzo razonable y se acostumbren a cuidarlas y a mantenerlas en buen uso.
c) Prestar atención a la ropa: que conozcan el precio de la ropa que se les compra,
acostumbrándoles a elegir lo que conviene, no lo más caro. Enseñarles a cuidarla, a
doblarla, guardarla, prepararla para el día siguiente. Si hay varios hermanos, que se
acostumbren a «heredar» la ropa que está en buen estado. En definitiva, evitar que la

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moda les esclavice y, en el caso de los pequeños, que no tienen capacidad de elegir,
evitar proyectarse en los hijos haciéndoles vestir a la «última».
d) Ayudarles a vivir la autodisciplina en lo ordinario: orden en la habitación,
puntualidad en sus deberes, cumplimiento del horario familiar, responsabilidad en los
pequeños encargos domésticos, etc.
e) No permitirles que entren en una constante comparación con los demás: marcas de
ropa, material deportivo, libros, etc.
f) Evitar los caprichos en las comidas y bebidas: comer lo previsto para todos, no
fuera de hora, en demasía o habitualmente con refrescos; tener al alcance de los hijos lo
imprescindible; programar menús en los que entre de todo: lo que gusta más y lo que
menos, para acostumbrarles; que aprendan a servirse la comida, sin elegir lo mejor para
ellos; y a cuidar los modales en la mesa.
g) Acostumbrarles a llevar un ritmo ordenado de vida, a aprovechar el tiempo; a
levantarse y acostarse según lo previsto, respetar el plan de estudio establecido sin
interrupciones; a mantener el tiempo ocupado, con un horario flexible en el que no faltan
los tiempos de esparcimiento y de colaboración para sacar entre todos las cosas de la
casa.
h) No ahorrarles sacrificios razonables: que aprendan a no dar excesiva importancia a
una situación de escasez o incomodidad, a colaborar en determinadas tareas domésticas,
a hacerse la cama, limpiar la ducha, ventilar el cuarto, hacer pequeños arreglos, recoger
la mesa, encargarse de comprar la prensa o de bajar la basura.
i) Enseñarles a tener buen humor y buen gusto, aspectos que guardan mucha relación
con la templanza: solo quien sabe separarse de las situaciones y de las cosas puede verlas
en su justa perspectiva, con humor; y el auténtico buen gusto consiste en saber utilizar
los sentidos para disfrutar con medida de los bienes que Dios nos ha dado.
j) De vez en cuando, ayudarles a revisar sus pertenencias para ver si hay juguetes u
objetos que no necesitan ni utilizan: pueden servir para otro hermano o para personas
necesitadas.
k) Sobre todo, enseñarles a servir a los demás, a preocuparse y ocuparse sinceramente
por los que tiene cerca, a dejar sus cosas cuando las necesidades ajenas lo piden, aceptar
los cambios de planes para atender a los demás, incluso cuando puede costar más, como
puede ser en época de exámenes.

Objetivos de planes de acción


relacionados con la sobriedad

—Que se ocupe de mantener ordenada y limpia su habitación.

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—Que tenga bien plegada la ropa por la noche.
—Que se coma de todo a su hora, no entre comidas.
—No ver demasiada televisión ni crearse adicción a las maquinitas.
—Horarios en la utilización de las tecnologías.
—Conformarse con lo que se tiene sin crearse necesidades.
—Que el niño no disponga de demasiado dinero y no se acostumbre a despilfarrarlo en
refrescos, chucherías o máquinas tragaperras.
—Que aprenda a administrar las pequeñas cantidades que recibe, ya sea como asignación o
como remuneración por pequeños trabajos especiales (no encargos) en casa.
—Que aprenda a ahorrar. Algunas cosas que desee comprar (ropa de marca, por ejemplo)
puede pagarla él en parte con su dinero. También debe ahorrar para algún pequeño regalo
a sus padres o hermanos en sus fiestas.
—Hacerles reflexionar sobre el porqué de sus gastos, y hacerles ver la necesidad que pasan
muchas personas. Pueden, por ejemplo, acompañarnos a entregar ropa usada en buen
estado para personas sin recursos.

La sinceridad
El período sensitivo de la sinceridad se vive de forma especialmente intensa entre los
tres y los diez años y, al principio, los chicos se sienten inclinados naturalmente a ella.
Desde que son pequeños, chicos y chicas distinguen entre
Premiar o castigar verdad y mentira. Saben que mentir es algo que no debe
con dinero ayuda a quehacerse, aunque, durante la etapa infantil, el motivo
los hijos se vuelvan fundamental para ser sinceros reside en que así sus padres y
materialistas. profesores les quieren, les ayudan y no les juzgan.
  Al llegar al uso de razón, comienzan a entender la
importancia de la sinceridad y su valor moral: lo bueno es
decir la verdad. Será entonces cuando se esfuercen por vivirla, aunque en ocasiones les
pueda ser costoso.
Los chicos suelen tener una gran sensibilidad a ser engañados y una gran facilidad
para captar la sinceridad de sus educadores. En este campo, como en todos, el ejemplo
de los padres y profesores juega un papel fundamental y pueden aprender tanto a amar la
verdad como a ser unos excelentes mentirosos.

¿Por qué mienten?

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Las mentiras de los niños, cuando se dan, preocupan a los padres. Es importante
conocer la razón por la que los niños mienten. El motivo de la mentira nos indicará el
camino para conseguir su corrección. Cuando los padres y educadores analizan las
causas que han provocado la mentira están en mejores condiciones de razonar con ellos y
corregirles. En la medida en que padres y educadores muestren afecto e interés sincero
para con sus cosas y preocupaciones, aunque se trate de asuntos de poca monta, se
facilita la confianza y la sinceridad de los alumnos e hijos.
Por lo general, cuando mienten los más pequeños se trata de llenar un vacío interior:
acuden a la fabulación y distorsionan la realidad a su gusto. Falsear la verdad por
fantasía es muy normal entre los tres y los seis años y no debe considerarse una mentira.
Ellos creen en la fantasía como algo real y la expresan así, sin llamarlo mentira.
Sin embargo, resulta conveniente que vayan diferenciando el campo de lo real y de lo
imaginario.

Para quedar mejor

Los niños también pueden sentir el impulso de quedar bien o mejor que sus
compañeros, o evitar quedar mal y falsificar la situación de sus padres, de sus
posesiones, de dónde han estado de vacaciones, etc. No es fácil compensar esa necesidad
e interesa estar atentos en el colegio cuando un niño alardea de sus posesiones o
situación. Convendrá hablar con sus padres, pues es posible que en el ambiente familiar
se esté dando excesiva importancia al «tener».
En estos casos es necesario razonarle con cariño lo que él vale, independientemente
de los bienes materiales que posea. Y también hay que hablarle sobre lo que valen sus
compañeros y las personas con las que convive.

Una defensa

La mentira por defensa, por evitar un castigo, es más peligrosa y debe atajarse con
firmeza porque es fácil que acabe por convertirse en hábito. Por ejemplo, un niño que
rompe algo y asegura que ya estaba roto cuando llegó. Habrá que mostrarle que no ha
ocurrido así.
No se trata de poner al descubierto la falsedad con razonamientos, sino de hacerle ver
que no ha sido así y que no vamos a juzgarle o castigarle por haberlo roto. De este modo,
eliminamos la necesidad de mentir. Ser sincero compensa.
En este sentido, no es conveniente imponer castigos con frecuencia: lo ordinario será
agradecer la sinceridad (no podemos olvidar que lo prioritario es la persona) y pensar

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juntos cómo se puede solucionar el «desaguisado». El esfuerzo por reparar el daño es
suficiente correctivo. Sí conviene castigar cuando más que una acción aislada se trata de
un hecho repetido. En todo caso, es aconsejable el castigo siempre que el hijo o alumno
reconozca su falta y también reconocer el mérito de su sinceridad.
Conviene que los padres y profesores eviten que los niños adquieran esta actitud
retirándoles la oportunidad para mentir y no dramatizando. Será más fácil si los niños se
sienten arropados por la seguridad del cariño de sus padres. Conviene ayudarles a
rectificar y a decir la verdad, sin que resulte humillante.

Por orgullo

Ya en estas edades pueden empezar a mentir por orgullo, por no admitir una
limitación o tropiezo. En este caso, la educación de la sinceridad irá paralela a la
educación de la sencillez y la humildad –virtudes con las que está muy relacionada–. Se
trata ahora de ayudar a los hijos a reconocer y valorar las cosas –y sobre todo a ellos
mismos– tal y como son.
Suele ser eficaz insistirles (con ejemplos y anécdotas que comprendan fácilmente, por
ejemplo, con experiencias personales de cuando éramos niños o de otros chicos o chicas
de su edad) en la importancia de no hacer trampas en los juegos y de no refugiarse en las
excusas.
También es necesario que comprendan que donde hay un ambiente de sinceridad se
está bien y hay alegría.
En cualquier caso, es muy importante saber que la virtud de la sinceridad es básica en
la adolescencia y, por ello, deben vivirla desde pequeños y conocer su valor.

Espontaneidad, ¿hasta dónde?


Sin duda la espontaneidad es un valor emergente en la sociedad de nuestros días. Es
algo que hoy, afortunadamente, se valora mucho y que esconde innegablemente un
avance positivo. Pero echar fuera lo primero que a uno se le pasa por la cabeza sin
apenas pensarlo, o dejar escapar los impulsos y sentimientos más primarios
indiscriminadamente, no puede considerarse un acto virtuoso de sinceridad. La
sinceridad no es un simple desenfreno verbal. Hay que decir lo que se piensa, pero se
debe pensar lo que se dice.
El que se encuentra a un amigo que acaba de perder a su
Decir siempre la verdad padre y dice que no lo siente lo más mínimo porque su padre
con valentía y confianza.era antipático e insoportable, no es sincero, aunque lo

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  sintiera realmente, sino un auténtico salvaje. Como señala J.
B. Torrelló, bajo la excusa de esta falsa sinceridad se
esconden a menudo arrogancia, grosería, tendencia malsana a la provocación… Quienes
actúan así son figuras tristes de hombres y mujeres sin freno, que se dejan llevar por sus
impulsos más arcaicos y que distan mucho de alcanzar un mínimo de madurez en su
carácter.

Objetivos de planes de acción


relacionados con la sinceridad

—Pedir perdón cuando se ha molestado a alguien y compensarle.


—Evitar los «motes» y los gestos hirientes.
—Evitar el ridículo a los demás.
—Hablar confiadamente con los padres de sus preocupaciones.
—No mentir en los juegos, no hacer trampas.
—Participar en las tertulias familiares.
—No acusar a los compañeros o hermanos.
—Avisarles para que puedan rectificar.
—No hablar mal de los hermanos o compañeros.
—Admitir el error o equivocación sin excusarse.
—Decir siempre la verdad con valentía y confianza.

Siete orientaciones educativas


En la educación de la sinceridad han de tenerse en cuenta una serie de orientaciones.
Nuestros hijos sienten, desde pequeños, inclinación por decir la verdad y se dan cuenta
de que mentir está mal. Esta tendencia natural es la que tenemos que reafirmar.
1.- En ningún caso se debe tratar a los hijos como mentirosos, sino como personas
dignas de confianza, aunque tengamos datos para demostrar que mienten. En general, al
corregirles, no debe llamarse mentirosos a los hijos. En realidad, no son mentirosos ni
desean la mentira.
Lo que ha sucedido es que han dicho una mentira. En este caso, resulta negativa la
mentira, pero no ellos. Es la forma de motivarles positivamente hacia el bien y ayudarles
a luchar para ser lo que ellos saben realmente que son: sinceros. La mentira fue un
accidente que pasó y que no quieren repetir.
2.- Ante este u otros problemas, lo más importante es la persona que lo sufre: se debe
reflexionar fundamentalmente en quién lo ha hecho y por qué. Es sumamente importante

38
el diálogo frecuente de los padres con los profesores para buscar una actuación común.
3.- Podemos fomentar el hábito de la sinceridad estimulando a los niños para que
cuenten cosas de su vida diaria, por ejemplo, en las tertulias familiares. Si no hay
comunicación, no podremos orientarles. Interesa escuchar con interés, sin juzgar cada
cosa que dicen.
4.- Conviene facilitar la adquisición de esta virtud. Si hay que reprender, que habrá
que hacerlo en algunas ocasiones, interesa escoger un momento adecuado, estando a
solas, procurando no humillar, dejando una salida airosa, mostrando afecto y seguridad
en que se va a mejorar.
5.- Algunos niños y niñas necesitan que les enseñemos a defenderse de las agresiones
sin entrar en el juego de las mentiras y murmuraciones, de modo que se acostumbre a
hablar bien de los demás y a no burlarse.
6.- La confianza en los hijos y alumnos ayuda a que le duela interiormente el haber
defraudado cuando no se ha sido sincero. Las actitudes de desconfianza en los padres y
educadores, por el contrario, hacen más fácil que los chicos y chicas de estas edades
mientan.
7.- La educación de la sinceridad ha de tener un enfoque positivo. Más que estar
pendiente de descubrir y castigar las posibles mentiras, actitud que encierra un fondo de
desconfianza, se trata de insistir en el valor de la sinceridad como algo propio de niños
valientes y de alabar los actos concretos de sinceridad. Actuando así estamos «educando
en positivo».

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UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Cajas de colores para juguetes

Imagina una familia con una niña de tres años y un bebé. Ha llegado el momento de
mudarse a una nueva casa y, con más espacio, temen que el desorden reine en casa ya
que los padres piensan destinar una habitación a sala de juegos y, además, la mayor
contará con una habitación para ella sola.

OBJETIVO:
Educar en el orden.

MEDIOS:
Para ello, decidieron decorar la habitación de su hija con baúles de colores, cestos,
cajas forradas y baldas. Y pensaron que cada uno de estos elementos serviría para
guardar un tipo determinado de juegos. Así su habitación estaría muy ordenada y ella iría
adquiriendo unos hábitos muy saludables de orden (y, por cierto, de clasificación).

MOTIVACIÓN:
Para motivar a la niña con estas cajas, se pasaron todo un sábado por la tarde
pintando con ella unos dibujos alusivos a cada uno de sus juguetes. Así, para el cajón de
las muñecas, dibujaron una pepona gorda y rubia, con un sol en lo alto; para los
rompecabezas, coches, etc., lo mismo.
Así, le resultaría más divertido y fácil de identificar cada lugar. Además, la mudanza
a la casa nueva también le había hecho mucha ilusión.
Ella misma, con tres años, tuvo que hacer unos paquetes con sus cosas para
trasladarlas a su nueva habitación, lo que le sirvió de buen entrenamiento.

HISTORIA-RESULTADO:
Cuando compraron las cajas, pusieron los dibujos que habían hecho en cada una, con
lo que quedaba claro qué guardaban en su interior. A continuación, distribuyeron sus
juguetes bien ordenados en cada uno de los estantes, cajones, etc., e hicieron ver a su hija
que ese era su sitio.

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El primer día jugó con una muñeca y, a una indicación de su madre, la guardó en su
sitio. Durante las semanas siguientes, como puede suponerse, no fue nada fácil que se
acostumbrara a ordenar; unas veces se enfadaba y no quería; otras veces lo hacía ella
sola.
Pero lo que sí está claro es que le ayuda muchísimo contar con lugares determinados
para sus juguetes y, poco a poco, va siendo más ordenada.

COMENTARIO:
Para que los hijos aprendan a ordenar han de saber primero cómo ordenar y disponer
de lugares adecuados para ello. Si lo hacemos como un juego, es decir, si, después de
jugar, volvemos a jugar a ordenar, adquirirán este hábito de una manera más estable.

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UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Los diez positivos

Un matrimonio con tres hijos se dieron cuenta de que inculcar el orden a sus hijos era
fundamental no solo para la convivencia de la familia, sino para el arraigo de otras
muchas virtudes. Por ello, decidieron poner en práctica un plan de acción.

OBJETIVO:
Conseguir que sus hijos fueran ordenados, ya que es la base para otras actuaciones.
Tenían tres hijos, de seis, cuatro y dos años.

MEDIOS:
En un corcho, que colgaron en el pasillo, pincharon una cartulina con el nombre de
cada hijo. Cada vez que uno de ellos realizara un acto de orden por propia iniciativa, le
apuntarían dos puntos positivos.
Cuando tuvieran que recordárselo, porque se le ha olvidado, y obedezca, solo le
apuntarían uno. Si sigue sin ordenar, perdería un punto.
Cada diez positivos, el niño podría elegir un postre, el juego a jugar en familia, la
película de vídeo del sábado o decidiría si invitaban a los primos a jugar.
Contaría para el orden: cómo estaban colocados sus juguetes, cómo dejaban su ropa,
si recogían algo que veían por el suelo y lo llevaban a su sitio…

MOTIVACIÓN:
Era la primera vez que iban a realizar un plan de acción, pero los padres estaban muy
animados.
Lo hacían por el bien de sus hijos, y no les importaba estar encima para que saliera
bien. También, durante la comida, el padre contó la idea a sus hijos. Escogió un
momento en el que estaban tranquilos y felices.
Costó poco animarles, especialmente cuando dijo que con diez positivos podrían
elegir un plan especial. La pequeña casi ni se enteraba de nada, pero como todos estaban
tan felices y animados…

HISTORIA-RESULTADO:

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Primero había que pintar las cartulinas, algo en lo que tardaron poco. Las colocaron
en una parte del pasillo en la que se veían muy bien. Y comenzó la prueba.
Todos los días, la madre aparecía por la habitación de los niños para ver cómo tenían
las cosas, cómo colocaban la ropa. Cuando la dejaban tirada, les recordaba que había un
sitio para la ropa.
Al principio, hubo que tener manga ancha y dar varios positivos «al límite». En una
semana, el mayor llegó a los diez positivos y decidió ver una nueva película de vídeo.
Para su sorpresa, los padres llevaron unas palomitas.

43
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

¡Nada de consumistas!

Una familia con varios hijos se han dado cuenta de que, si bien no son especialmente
consumistas, hay muchos campos en los que mejorar si quieren educar a sus hijos en la
sobriedad y la austeridad. Han pasado a la acción y han comentado este tema con sus dos
hijos mayores, de siete y once años.

OBJETIVO:
La sobriedad. Hay que saber usar las cosas que poseemos sin que estemos
enganchados a los bienes materiales.

MEDIOS:
Los propuestos por los propios hijos. Aunque parezca mentira, ellos mismos tenían
claro que había que saber usar lo que tenían. Nadie mejor que ellos para saber dónde
había que actuar: no comprar chucherías así como así, hablar menos por teléfono, no
tirar los lápices apenas usados solo porque ya no nos gustan sus colores… Una vez
motivados, aplicaríamos todas estas ideas a la familia al completo.

MOTIVACIÓN:
En esa conversación, y en otras a lo largo de los días, hablaron con los hijos de que
había que apreciar lo que tenemos, ya que otros no tienen nada. Hay niños y familias que
con el poco dinero que nos gastamos en ir al cine o comprar una chuchería, podrían
subsistir durante varios días. También hablaron de la obligación de dar cosas en buen
estado, ropa, juguetes… a los necesitados.

HISTORIA-RESULTADO:
Se hizo una lista muy larga de temas a cuidar: menos caprichos (zapatillas de marca,
cuadernos y carpetas con fotografías especiales y caras, comidas preferidas y odiadas,
menos chucherías…), con una cosa es suficiente (una gorra de béisbol, un solo balón),
ahorrar para poder ayudar a otros, cuidar la ropa, hablar menos por teléfono, etc. La lista
era interminable. Nos propusimos que cada semana tendríamos que poner más cuidado
en una de ellas, aunque se seguirían cuidando las ideas anteriores.

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Llevan ya un mes y se nota que hay que volver a motivar y animarles para que la
lucha no decaiga. Ahora mismo nos hemos propuesto hacer una lista de cosas que cada
uno podría dar a una institución que luego las distribuye entre gente con problemas.

COMENTARIO:
Se trata de un plan de acción de presente pero también algo de futuro, porque está
asegurando a estos hijos un dominio sobre los bienes materiales. Tenían razón los primos
de los Estévez, es muy fácil caer en el consumismo por lo que a los hijos hay que
educarles en la virtud de la sobriedad cuanto antes.

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UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Realidad y fantasía

Nuestro hijo ya es mayor, acaba de cumplir cuatro años. Su imaginación resulta


desbordante para todo. Habla por los codos y le gusta contar sus aventuras en el colegio.
Pero ocurre que, muchas veces, la mitad de lo que cuenta es verdad y la otra mitad,
contada a su manera. Además, siempre tiene a mano una historia para defenderse de
todo.
Sabemos que está en una edad en que la fantasía se mezcla con la realidad, no
sabemos si realmente sueña y se lo imagina o si tiene conciencia de que no todo lo que
dice es verdad. En todo caso, tenemos que ayudarle a aclararse, fomentando también su
imaginación prodigiosa.
Hemos decidido realizar un plan de acción para ayudarle a ser sincero y a decir la
verdad. Si realmente miente, será uno de pasado; y si realmente es imaginativo, será de
futuro. En cualquier caso lo hicimos.

OBJETIVO:
Decir la verdad.

MEDIOS:
Utilizaríamos los cuentos para ayudarle a diferenciar la realidad de la fantasía. Por un
lado, le contaríamos historias fantásticas, dejándole claro que son imaginativas. Por el
otro, pondríamos como lema: «Contar las cosas como son realmente». Entonces, debería
contar cosas reales y nosotros le haríamos preguntas acerca de sus compañeros, del
colegio, etc., hasta que aprendiera a contar la verdad.

MOTIVACIÓN:
Para motivarle le hablamos de la diferencia entre contar un cuento, todo inventado, y
contar algo real. Cada actividad era muy bonita, tanto imaginarse como saber contar lo
que ha ocurrido realmente. Propusimos que todos en la familia contaríamos algo nuestro,
de lo que hacemos normalmente a lo largo del día. Fijamos la hora antes de ir a la cama.

HISTORIA-RESULTADO:

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Resultó bastante difícil explicárselo a nuestro hijo. No lo entendía muy bien, porque
aún es pequeño. Al principio, seguía inventando y tras un poco de tiempo con el plan no
se notaron demasiadas mejorías. Después de dos meses, sin embargo, los avances han
resultado realmente grandes. Ahora, ya sabe diferenciar entre lo que es un cuento y lo
que es realidad.
Ha supuesto mucho trabajo de hablar con él, de contar cosas y de saber discriminar lo
que decía jugando con él a: «¿Y ahora vamos a contar algo que ha pasado de verdad?».
Con lo que llevamos de plan, tiene claro que no decir la verdad es inventar y no es bueno
hacerlo. Inventar hay que dejarlo solo para los cuentos, para las historias y para los
dibujos que hace en clase.

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PARA RECORDAR:
Es en el seno de la familia donde se fraguan las actitudes más profundas ante la
vida, donde se aprende a usar responsablemente la libertad y donde, en general,
se desarrolla más adecuadamente la personalidad.
La familia es la primera y principal escuela de virtudes.
Hemos recibido de Dios el don de la libertad, pero para vivir como personas
libres se requiere esfuerzo.
El edificio de la libertad necesita los cimentos de la templanza que modera las
apetencias y nos facilita alcanzar las metas que libremente nos hemos propuesto.
Piensa que la educación de tus hijos es más fácil si en la familia hay un ambiente
de participación y servicio. Los hijos aprenderán a ser generosos respirando ese
ambiente en su propia casa.

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PARA PROFUNDIZAR:
Alfonso Aguiló, Tu hijo de 10 a 12 años, Col. Hacer Familia, nº 29, Ed. Palabra.
En sus páginas, el lector encontrará las ideas que necesita para ayudar a su hijo a ser
una persona libre y responsable, así como ejemplos, anécdotas y casos reales que le
ayudarán a aplicarlas.
José Luis Aberásturi, Educar la conciencia, Col. Hacer Familia, nº 81, Ed. Palabra.
Según los hijos van creciendo debemos ayudarles a saber lo que es el bien y el mal,
en cada edad se les presentan temas diferentes que debemos resolverlos, en la medida
de lo posible, antes de que se los planteen.

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SEGUNDA PARTE:
ESFUERZO, JUSTICIA Y GENEROSIDAD

Para medir la virtud de un hombre no hay que mirar


sus esfuerzos extraordinarios, sino su vida cotidiana.
Pascal, Pensées, VI, 352.

La fortaleza y la capacidad de esfuerzo resultan imprescindibles en la educación. Son


como el cimiento de los demás valores. La fuerza de voluntad es esa fuerza interior que
ayudará a los hijos a vivir con dignidad de personas.
La generosidad es uno de los valores más importantes: no solo consiste en dar cosas,
sino en darse también a sí mismo, y tiene mucho que ver con el amor y la justicia. La
generosidad es una de las virtudes que más acerca a las personas a la felicidad.

ESFUERZO, JUSTICIA Y GENEROSIDAD
¿Cómo desarrollar el hábito del estudio?
¿Qué importancia tienen las aficiones y los planes familiares?
¿Cómo educar en la justicia?
¿Cómo practicar la generosidad en la familia?

50
Esfuerzo y trabajoCAPÍTULO 4 | 


A través del trabajo nos realizamos a nosotros mismos, ganamos el sustento propio y
el de nuestra familia y contribuimos al bien común y al progreso de la humanidad. El
trabajo es, por tanto, un derecho fundamental del hombre y un deber de primera
importancia. Entre los siete y los doce años se encuentra le etapa ideal para educar en el
trabajo y en el esfuerzo, ya que chicos y chicas se encuentran bien predispuestos.
Para que el trabajo sirva como medio de educación ha de dar prioridad a la persona,
no al resultado objetivo. En consecuencia, importa más el esfuerzo del hijo o hija, en vez
del nivel objetivo alcanzado.
También ha de ser libre y consciente por parte de los hijos. Por lo tanto, es preciso
ofrecerles las razones de su trabajo, despertando en ellos la satisfacción por la obra bien
hecha. Solo lo bien hecho educa.
El trabajo es uno de los instrumentos que tenemos para colaborar en la obra de la
creación con Dios. Hemos sido creados con una misión y esta es importante, única e
insustituible. Mientras más tenemos a nivel material, intelectual y espiritual, más
podremos dar a los demás y mejores instrumentos seremos en las manos del Creador. La
razón y el intelecto son caminos para conocer la verdad, creados por Dios para
ayudarnos a llegar al cielo.
Por último, hay que trabajar bien, lo que conlleva el
Para que un hijo puedaesfuerzo y el ejercicio de la fortaleza.
realizar con calidad su Educa al incidir directamente en la mejora personal de cada
trabajo, además de uno. Por eso, importa mucho exigir habitualmente un trabajo
suficiente capacidad y bien hecho. De alguna manera, es un error, muchas veces
dedicación, necesita incluso involuntario, evitar el esfuerzo a los hijos, haciendo
también conocer el por ellos un trabajo que puede contribuir a su formación. Así,
modo de realizarlo. estaríamos limitando su progreso humano y empobreciendo
  sus naturales aspiraciones educativas.
El buen ejemplo de los padres ha de estar también siempre
presente en la vida familiar. Al igual que el empeño por animarles, siempre que sea
posible, a esforzarse en la vida diaria, para que arraiguen los hábitos de trabajo y

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El buen ejemplo de los padres ha de estar también siempre presente en la vida
familiar. Al igual que el empeño por animarles, siempre que sea posible, a esforzarse en
la vida diaria, para que arraiguen los hábitos de trabajo y fortaleza.
Algunos de los valores relacionados con el trabajo son:
— Empeño en la obra bien hecha. Esfuerzo.
— Fortaleza. Reciedumbre.
— Laboriosidad. Aprovechamiento del tiempo.
— Constancia. Perseverancia.
— Generosidad. Espiritualidad.
— Magnanimidad. Audacia.
— Paciencia.

Trabajo
El trabajo es un medio educativo por excelencia, sin el cual no es posible conseguir la
formación de la personalidad ni el arraigo de los demás valores humanos. Un hijo fuerte
es capaz de realizar esfuerzos sin quejarse, como, por ejemplo:
Levantarse a su hora.
Estar estudiando el tiempo previsto.
Cumplir sus compromisos aunque no tenga ganas.
Soportar un pequeño malestar sin quejas…
Sin embargo, la fuerza de voluntad es una de las grandes
Si no hay esfuerzo,carencias de la juventud de hoy en día. Es necesario, más que
no es posible nunca, ayudarles a generar esa energía interior, básica para afrontar
adquirir virtudes. las dificultades, retos y esfuerzos que la vida plantea
  continuamente. Para que los hijos desarrollen su propia
personalidad y resistan las influencias negativas del ambiente y la
tendencia natural a la pereza, necesitan de esta energía interior. Este es el modo de
conseguir una vida que valga la pena.
Por lo tanto, la fortaleza y la capacidad de esfuerzo resultan imprescindibles en la
educación. Son como el cimiento de los demás valores: si no hay esfuerzo, no es posible
adquirir virtudes.
En un ambiente como el actual, donde se reciben tantos influjos (y algunos muy
negativos), la fuerza de voluntad es esa fuerza interior que les ayudará a vivir con
dignidad de personas.

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atmósfera de permisivismo, fruto de un mal entendido sentido de la libertad que ha
impedido formar en la exigencia. El fracaso del permisivismo refuerza la idea –de
sentido común– de que toda persona ha de aprender a esforzarse seriamente si quiere
conseguir cualquier objetivo valioso en su vida. Y sobre todo en las primeras etapas de la
vida en las que se va conformando el carácter.
Por otra parte, para aprender a esforzarse seriamente resulta muy práctico procurar
sujetarse –libremente, pero sujetarse– a un plan exigente. Y esto es así porque hacer lo
que uno entiende que debe hacer supone muchas veces un esfuerzo considerable. Por
eso, una educación para la libertad responsable ha de llevar a plantear –o plantearse– un
alto nivel de exigencia personal.
La educación de la voluntad tiene como objetivo procurar que cada hijo se forme en
el esfuerzo y en la responsabilidad personal, desarrollando hábitos que fortalezcan su
capacidad de decisión y le permitan ejercer su libertad. La voluntad se educa mediante la
repetición de actos que permiten la formación de hábitos operativos, esto es, mediante el
desarrollo de las virtudes humanas que facilitan vivir de acuerdo con criterios éticos de
conducta libremente aceptados, conformes con la dignidad personal.
La exigencia es imprescindible en la educación y su sentido no es otro que el
enfrentar a la persona con su propia responsabilidad: el desarrollo de la responsabilidad
exige un ejercicio adecuado de la autoridad.
Exigir a los hijos con una exigencia cordial y amable que les ayude a reflexionar
sobre su propia situación y a esforzarse por superar los defectos y por consolidar sus
cualidades positivas es una muestra patente de cariño. De la misma manera que no exigir
lo que se puede y se debe exigir es una muestra evidente de falta de respeto.
El desarrollo de la capacidad de trabajo y esfuerzo (y de sus valores relacionados
como la constancia, perseverancia, paciencia, etc.) vendrá de la mano de una exigencia
adecuada por parte de los padres. Exigir a los hijos cuesta esfuerzo; parece que todo va a
ser más rápido y menos conflictivo si los padres cargan con todos los esfuerzos,
renuncias y sacrificios…
Sin embargo, si privamos a los hijos de oportunidades para esforzarse, de las
exigencias, no se desarrollarán como personas. Y llegarán a la adolescencia sin una base
para resistir tranquilos a los problemas de esa etapa.
Algunas veces, los padres, con un cariño mal entendido, pretenden
No tener miedoevitar a sus hijos las dificultades que ellos tuvieron que superar en su
a los riesgos juventud. Los protegen y sustituyen, llevándoles sin darse cuanta hacia
ni al fracaso. una vida cómoda, sin exigencias, donde por poco o nada de esfuerzo
  consiguen todo lo que quieren… Pero, más que proteger a los hijos para
que no sufran, se trata de acompañarles y ayudarles para que puedan

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ni al fracaso. Algunas veces, los padres, con un cariño mal entendido, pretenden
  evitar a sus hijos las dificultades que ellos tuvieron que superar en su
juventud. Los protegen y sustituyen, llevándoles sin darse cuanta hacia
una vida cómoda, sin exigencias, donde por poco o nada de esfuerzo consiguen todo lo
que quieren… Pero, más que proteger a los hijos para que no sufran, se trata de
acompañarles y ayudarles para que puedan superar el sufrimiento. Y esta es tarea de
padres.
El fracaso no es un mal en sí mismo, es la actitud que tomemos frente a él. De los
fracasos sale la fuerza para lograr el éxito.

Período sensitivo
Entre los siete y los doce años transcurre el período sensitivo de estos valores, y es el
momento para que los hijos se esfuercen. A esa edad, los hijos pueden adquirir los
hábitos con mayor arraigo y naturalidad.
En el día a día de la convivencia familiar, y mediante pequeños esfuerzos, adecuados
a su edad y personalidad, podemos hacer de ellos personas acostumbradas a enfrentarse
y superar las dificultades que exijan empeño y esfuerzo.
Si ahora dejamos de lado este importante aspecto de su educación, cuando llegue la
adolescencia nos encontraremos con que no se dejan exigir. Probablemente entiendan lo
que les decimos y les gustaría actuar así y hacernos caso… Pero no tienen la fuerza y el
entrenamiento necesario para conseguir esas metas. Y se encontrarán a un paso de caer
en la comodidad, como forma de vida.

Con razones

Para que los hijos adquieran el hábito y la capacidad de esforzarse como algo
personal, es necesario que entiendan por qué tienen que sacrificarse, renunciar a lo más
cómodo, etc. Es el modo de que, por lo tanto, quieran hacerlo por ellos mismos y no
únicamente cuando lo digan sus padres. Durante estas edades, los motivos no pueden ser
muy elevados porque no los comprenderían.
El ejemplo de los padres puede ser un motivador crucial: Han de observar la alegría
en los sacrificios para que no vean este valor como algo pasado y desagradable. Quejarse
del trabajo, o de los esfuerzos que es preciso realizar, contribuye a crear un ambiente
familiar contrario a la fortaleza.
Pero también el reconocerles y valorar positivamente cuando se han vencido en algo
que les costaba esfuerzo les ayuda a adquirir este valor. Como, por ejemplo, si le

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Satisfacer a los padres.
Parecerse a Jesús.
Vencerse a sí mismos.
Que los demás tengan buena imagen de ellos, etcétera.

Vida cotidiana

Existen muchas oportunidades en la vida cotidiana de la familia para que los niños se
ejerciten en el valor de la fortaleza:
Resistir un impulso.
Soportar un dolor o molestia.
Superar un disgusto.
Dominar la fatiga o el cansancio.
Acabar las tareas encomendadas en el colegio.
Cumplir el tiempo de estudio previsto antes de ponerse a jugar.
Cumplir los deberes familiares con constancia, etc.

Hay que procurar, sobre todo, que los hijos sean capaces de emprender acciones que
lleven consigo un esfuerzo prolongado. Es mejor que pongan la mesa todos los días a
que un solo día estén toda la mañana ayudando en la cocina, por ejemplo.
Esta es la razón por la que la práctica deportiva frecuente es un medio muy adecuado
para promover la fortaleza. Haciendo deporte, los hijos e hijas han de superar la fatiga y
el cansancio, llegar hasta el final con perseverancia, superar adversidades, etc.

Valores relacionados
Junto a la fortaleza, o capacidad para realizar esfuerzos sin quejarse, sin amilanarse
ante los problemas, encontramos otros valores relacionados:

La valentía

Consiste en tener decisión y empuje, de modo que los «miedos» infundados no


atenacen la personalidad. Los hijos han de ser capaces de «dar la cara» cuando sea
necesario, sin acobardarse por las opiniones de los demás o por vergüenzas tontas.

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Consiste en tener decisión y empuje, de modo que los «miedos» infundados no
atenacen la personalidad. Los hijos han de ser capaces de «dar la cara» cuando sea
necesario, sin acobardarse por las opiniones de los demás o por vergüenzas tontas.

La audacia

No tener miedo a los riesgos ni al fracaso, que para una persona fuerte no es más que
una experiencia de la que puede aprender. No se trata de empujar a los hijos a la
temeridad, sino de ayudarles a no ser cobardes ni tener miedo al ridículo. Solo así serán
capaces de comprometerse en empresas valiosas.

La serenidad y la paciencia

De modo que no se desmoronen ante la contrariedad o los pequeños contratiempos e


imprevistos. Sin perder la calma si las cosas salen mal. La paciencia tiene mucho que ver
con la paz interior, con la serenidad, con la seguridad.

Objetivos de planes de acción


relacionados con la fortaleza
—Enseñar a no quejarse.
—Enseñar a hacer pequeños sacrificios para la buena marcha de la casa o de la
clase.
—Aguantar la sed en una excursión o el calor del verano o el cansancio, sin irlo
pregonando cada dos minutos.
—Superar, si aún perviven, los miedos infantiles de quedarse solo o a oscuras, la
vergüenza para hablar, o para reconocer la propia culpa o el sentido del ridículo.
—No patalear cuando las cosas no salen como quisiéramos o al sufrir cualquier
contratiempo (por ejemplo, si se pierde en un juego).
—Adoptar posturas correctas en clase y en casa, no tumbarse.
—Procurar comer de todo y terminar toda la comida.
—Hacer los deberes antes de ponerse a jugar.
—Levantarse a una hora fija y cumplir un horario.
—Hacer bien los trabajos y tareas.
—Cumplir el encargo en el momento previsto para ello, aunque no tenga ganas.
—Participar en un equipo deportivo.

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El hábito de estudio
Antes de la pubertad, los hijos manifiestan un gran afán de
Es un buen momento aprender y una curiosidad muy viva por lo que les rodea. Les
para educar la gusta hacer cosas nuevas y luego repetir lo conocido: les gusta
laboriosidad, de modoabrir la puerta, coger el teléfono, poner la mesa, resolver
que arraigue el problemas sencillos de los que hayan aprendido bien la técnica,
hábito de un trabajo coleccionar cosas…
serio y ordenado. Los niños y las niñas de ocho a once años están
  predispuestos a estudiar y a trabajar. Atraviesan los períodos
sensitivos de afán de aprender y de tendencia a la curiosidad
intelectual. También les gusta destacar y están dispuestos, incluso, a luchar por ser los
mejores.
De hecho, cuando un niño de estas edades se desentiende de sus estudios suele existir
generalmente un problema de aprendizaje, de rechazo afectivo o de vida familiar.
Con niños o niñas de estas edades el problema nunca es «que no estudian», sino «por
qué no estudian», entre otras causas, puede ser por falta de:
Capacidad.
Esfuerzo y sacrificio.
Motivación suficiente.
Técnicas adecuadas que hagan fructífero su trabajo…
Al procurar que el niño sea trabajador, laborioso, hemos de tener en cuenta la
dificultad del trabajo que se le encomienda, ya que tan desmotivador es encargarle tareas
demasiado difíciles, como demasiado fáciles.
Para educarles en la laboriosidad hace falta la motivación de los
Hay que enseñarlespadres y los profesores: que les enseñen a trabajar bien.
a trabajar bien. Hay que concretarles pequeñas metas de mejora; hay que
  exigirles… Por eso, los hijos necesitan un horario claro de trabajo.
Han de saber lo que tienen que hacer:
Qué ejercicios han de realizar.
Cuántas lecciones tienen que aprenderse.
Cuándo tienen que estudiar (antes de merendar, etc.).
Cómo tienen que estudiar y trabajar.
Necesitan aprender desde muy pronto a organizarse: sus libros, sus cosas y el tiempo
de que dispone. En un horario ha de tener cabida el:

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Cómo tienen que estudiar y trabajar.
Necesitan aprender desde muy pronto a organizarse: sus libros, sus cosas y el tiempo
de que dispone. En un horario ha de tener cabida el:
Estudio.
Descanso.
Tiempo para cultivar las aficiones.
Tiempo familiar.
Tiempo para Dios.
Tiempo de cumplir sus encargos.
El descanso no va contra la laboriosidad, sino que forma parte de ella. Se descansa
para reponer fuerzas y para trabajar más y mejor.
Un error muy extendido es preocuparse exclusivamente por las calificaciones, la nota
media y la carrera que estudiará. Si queremos educar la laboriosidad, el centro de nuestro
interés ha de incidir en «qué persona será», persona capaz de esforzarse, querer aprender,
trabajar bien y poner empeño en lo que haga…
Cada vez es más importante capacitar a los hijos para estudiar bien: ayudarles a
desarrollar las capacidades y habilidades implicadas en el estudio, de modo que sean
capaces de aprender autónomamente.
La mera acumulación de conocimientos tiene cada vez menos sentido. Lo que de
verdad importa es la capacidad de:
Poner esfuerzo.
Ser ordenado.
Ser constante.
Seleccionar y analizar la información.
Identificar, plantearse y resolver problemas.
Tomar decisiones…

¿Y en la adolescencia?
Con la llegada de la pubertad, el adolescente se preguntará por primera vez qué
significa para él el trabajo, y si sus estudios son realmente lo que deberían ser. El
ejemplo de los padres, junto con un mayor sentido de la libertad y la responsabilidad,
han allanado el camino para llegar hasta aquí. Sin embargo, el ejemplo no es lo único: El
esfuerzo personal es insustituible.

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para que pueda hacer lo importante no son solo los hábitos de estudio, la
suyos los valores adquisición de la laboriosidad y la capacidad de esfuerzo
familiares que se le debió comenzar mucho antes, alrededor de los siete años, sino
han transmitido. la motivación y la actitud que se tenga ante el estudio. La
  educación del adolescente se debe orientar a hacer pensar,
para que pueda hacer suyos los valores familiares que se le
han transmitido.

Capacidad intelectual

Durante la adolescencia, los jóvenes tienen capacidad para un esfuerzo intelectual


continuado y aun para el extraordinario. Sin embargo, buscan inmediatez en los
resultados y les faltan la planificación y el orden necesarios para desarrollar hábitos de
estudio diario. Utilizan insuficientemente las técnicas de trabajo intelectual y suelen
poner su empeño en memorizar más que en comprender, buscando esforzarse menos.
Suelen estar poco interesados por cuestiones culturales y no ven su trabajo como
servicio a la sociedad. Necesitan ayuda para planificar su trabajo y supervisión y
estímulo constantes para conseguir el hábito de estudiar a diario.
Interesa fomentar las aficiones culturales, más centradas en el desarrollo de su
inteligencia y de su sensibilidad:
Lecturas.
Hacer teatro.
Cine fórums.
Asistir a representaciones.
Charlar de estos temas.
Realizar revistas…
Aparece la capacidad de ilusión, en virtud de la cual remontamos las dificultades. Es
una ilusión distinta a los meros intereses concretos que tenían cuando eran niños. Por
eso, es en la adolescencia cuando interesa profundizar en el sentido del esfuerzo y del
trabajo, transmitiendo ideales por los que valga la pena esforzarse.

Paciencia y exigencia

Los educadores, padres y profesores, deben vivir e inculcar en el adolescente la


necesidad de la paciencia, ya que las cualidades se desarrollan poco a poco.

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Los educadores, padres y profesores, deben vivir e inculcar en el adolescente la
necesidad de la paciencia, ya que las cualidades se desarrollan poco a poco.
Hay que enseñarle a que tenga paciencia consigo mismo y con lo que le pasa,
especialmente en los «malos ratos», con los que también se aprende y se madura.
No conviene fomentar su impaciencia exigiendo en minucias o cosas accidentales,
queriendo arreglarlo todo a la vez o destacando solo lo negativo.
La exigencia, para lo fundamental:
En el estudio.
En la generosidad.
En el respeto a los padres y hermanos.
En su relación con Dios.
En el respeto a los profesores y compañeros…
No olvidemos que no están en condiciones de dar mucho, ya que en esta etapa su
rendimiento, en todo lo que suponga esfuerzo personal, disminuye.

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Aprovechar el tiempoCAPÍTULO 5 | 


Saber aprovechar el tiempo, especialmente el tiempo libre, quizá sea una asignatura
pendiente en muchas familias. Conviene educar a los hijos de manera que sean capaces
de dar respuestas creativas y personales al tiempo del que disponen.
El tiempo libre es un tiempo para vivir, para crecer, para aprender, para descansar y
recuperar fuerzas; en definitiva, un tiempo que debe enriquecer a la persona. Las
posibilidades que se abren ante nuestros hijos, ya sean niños o se encuentren en la
adolescencia, se multiplican por mil durante las vacaciones: practicar deportes, adquirir
nuevas aficiones o dedicar más tiempo a las que más le gustaban, leer… Y, sobre todo,
estar en familia y organizar planes todos juntos.
El tiempo libre de nuestros hijos, como el nuestro, ha de cumplir una triple misión: ha
de ser un tiempo de descanso, diversión y desarrollo. Y, si no, estaremos perdiendo el
tiempo en vez de aprovecharlo.
Al hablar de «tiempo libre» nos referimos, sobre todo, al tiempo disponible: esto es,
al tiempo no ocupado por las actividades escolares ni asignado a otras obligaciones.
Durante el curso, el tiempo disponible no es muy amplio, aunque, por otro lado, resulta
muy fácil de perderlo, a pesar de ser tan poco.
Sin embargo, el que queda durante los fines de semana y las vacaciones exige una
atención particular por parte de la familia y del colegio. Hay que evitar el peligro de que
se destruya en poco tiempo lo que se ha venido construyendo con mucho esfuerzo
durante todo el año: hábitos de trabajo, de esfuerzo intelectual y progreso en valores.
Por el contrario, es preciso que este tiempo disponible se convierta en un marco para
realizar esa multitud de actividades enriquecedoras al alcance de la mano de cualquiera.
Saber aprovechar el tiempo libre es algo con lo que nuestros hijos no nacen: lo
aprenden. El ejemplo que les proporcionemos será la mejor escuela, ya que los padres (y,
atención, también los hermanos mayores) son el referente más cercano de los que
disponen, y al que más atención prestan.

La práctica de aficiones

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Las aficiones son formas de actividad inteligentes y capaces de ofrecer nuevas
habilidades y enriquecimientos intelectuales y artísticos. De ahí el interés por
fomentarlas. Las aficiones o pasatiempos son la mejor vacuna contra el aburrimiento,
además de saber que, mientras las practican, están aprovechando el tiempo y
aprendiendo.
En los períodos de vacaciones, los padres y madres pueden organizar para sus hijos y
los amigos de sus hijos clases de pintura, cocina, tenis, costura, judo o cualquier otra
afición. Además de ocupar con provecho el tiempo, las aficiones desarrollan la
creatividad y facilitan que podamos descubrir las inclinaciones profesionales de los
hijos. Tienen mucho que ver con la personalidad y la forma de ser, ya que no se pueden
imponer: cada uno se aficiona a lo que realmente le gusta y por eso las elige libremente.
Es muy interesante fomentar su práctica (coleccionismo, bricolaje, maquetismo,
electrónica, etcétera), ayudando a los hijos a ser constantes. Lo más útil será procurar
compartir con los hijos las propias aficiones, sin pretender que les guste a toda costa.

El deporte
Se trata de una actividad muy aconsejable desde edades
El deporte estimula tempranas. Haciendo deporte, se experimenta el esfuerzo físico,
el afán por la frente a la comodidad. También es ocasión de diálogo y de ayuda
superación personal.mutua, en situaciones que sirven para conocerse mejor y para
  disfrutar juntos en un ambiente distinto al del hogar.
El deporte tiene grandes posibilidades educativas. Por
ejemplo:
—Fomenta el trabajo en equipo y el esforzarse por conseguir un objetivo común.
—Ofrece muchas ocasiones de ejercitar el espíritu de sacrificio.
—Enseña a respetar al contrario y también unas normas de juego.
—Se aprende a ganar y a perder.
—Estimula el afán de superación personal.
—Ayuda a crecer en los valores humanos, como el compañerismo, el valor, el
sentido de la justicia, la solidaridad…
Por estas razones, no suele ser conveniente, como norma general, que los castigos
hagan peligrar las aficiones deportivas. No compensa privarles de algo que les beneficia.
El deporte ofrece más posibilidades en verano que durante el resto del año. Hay
deportes para todos. Un programa bien estudiado para estas edades podría ser el
siguiente:

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• De 0 a 3 años:
—Natación.
—Correr, saltar, subir y bajar escaleras.
—Triciclo.
—Tirar y dar patadas a pelotas.
—Volteretas.
—Tobogán.
—Avanzar colgado de una barra.
• A los 3 años:
—Bailar.
—Caminar sin pisar raya.
—Caminar sobre una raya recta pisándola siempre.
—Juegos de equilibrio (pata coja, andar marcha atrás…).
• De 4 a 6 años:
—Bicicleta.
—Patines.
—Fútbol.
—Pimpón.
—Ballet y gimnasia rítmica.
—Judo, kárate.
—Correr.
—Caminar por la montaña.
—Tablas de gimnasia.
—Juegos de habilidad (manuales, de puntería).
—Saltar a la comba.
• De 7 a 10 años: Los anteriores y además:
—Bádminton.
—Tenis.
—Voleibol.
—Baloncesto.
—Balonmano.

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—Juegos en el agua.
—Bucear.
—Golf.
—Esquiar.
• De 10 a 13 años: Los anteriores y además:
—Casi todo el atletismo.
—Saltos de vallas.
—Pescar.
—Cazar.

Las lecturas
El hábito de la lectura permite emplear el tiempo libre de modo particularmente
enriquecedor. La lectura:
—Perfecciona el lenguaje.
—Enriquece la forma de expresión.
—Mejora la comprensión de la realidad.
—Proporciona conocimientos.
—Presenta ideales y modelos.
—Potencia la creatividad.
—Desarrolla la capacidad crítica.
Probablemente, junto con la televisión, internet (las redes sociales) y la influencia de
los amigos, el influjo de las lecturas es uno de los más importantes en la conformación
de la personalidad del adolescente. De ahí la doble conveniencia de reforzar la afición a
la lectura.
Y al mismo tiempo neutralizar sus posibles efectos
Junto al ejemplo negativos. También en este campo el ejemplo de los padres es
de los padres es decisivo. Es ya pensamiento común que, cuando los padres
menester que se dé otraleen, los hijos leen. Junto al ejemplo de los padres es menester
condición: que los que se dé otra condición: que los muchachos tengan a su
muchachos tengan a alcance material de lectura adecuado.
su alcance material
de lectura adecuado.

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especializadas de confianza.
Compensa dedicar tiempo a «contagiar» a los hijos el amor por la lectura y ayudarles
a formar su propia biblioteca, regalándoles libros con ocasión de las fiestas familiares, de
viajes del padre o de la madre, de su santo o cumpleaños, etc., al tiempo que les
ayudamos a formar su criterio, para saber lo que conviene leer y lo que no en cada etapa
de su vida.
Es muy conveniente seleccionar bien las revistas y periódicos que entran en el hogar,
porque de ordinario serán leídas por los miembros de la familia: por eso conviene evitar
aquellos títulos que no nos gustaría ver en manos de los hijos.
Hasta una determinada edad los tebeos son un buen material para reforzar la afición a
la lectura siempre que no se abuse de este medio en detrimento de lecturas más
formativas. Será conveniente seleccionarlos bien y procurar no solo que carezcan de
inconvenientes de contenido, sino que, por su enfoque general, resulten positivos para la
formación de los muchachos.
No olvidemos la lectura de los evangelios y libros espirituales. Aquí el ejemplo es
fundamental. Ya sea en familia cuando son pequeños o individualmente de mayores,
nuestros hijos tienen que vernos que leemos y hacemos oración con libros adecuados.

Música, televisión e internet


También es muy bueno oír música, actual y clásica, con los hijos. No se trata de
escuchar todas las canciones de los grupos musicales de moda, con nombres más o
menos estrafalarios, sino de estar en condiciones de ayudar a los jóvenes a no dejarse
llevar por el afán de adquirir enseguida el último disco aparecido al mercado, sin sentido
crítico.
Oír música con los hijos presentará múltiples ocasiones para fomentar el gusto por las
buenas composiciones actuales y clásicas y para educar la sensibilidad y la capacidad de
disfrutar la belleza. En este sentido, cuando cuenten con las aptitudes básicas
indispensables, es interesante procurar que los hijos aprendan a tocar algún instrumento
musical.
Los viajes son momentos estupendos para escuchar música en familia, escojamos los
CD adecuados que gusten a todos y nos den la oportunidad de desarrollar el gusto por la
misma. Se puede repetir el mismo CD sin problema y, cuando son pequeños, además les
ayudamos a desarrollar la memoria y el acento de otros idiomas. Cantemos juntos.

Televisión, ¿un buen entretenimiento?

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Televisión, ¿un buen entretenimiento?

La televisión puede ser el entretenimiento al que más tiempo dedican los hijos y
quizá también sus padres. Es un buen medio para adquirir conocimientos y para
divertirse, pero su abuso tiene efectos muy negativos: el primero, que emplear un tiempo
desproporcionado para ver televisión perjudicará el rendimiento escolar y resultará un
estorbo para la formación de la capacidad crítica, reflexiva y creativa de los hijos.
El uso de la televisión como recurso fácil para que los chicos no molesten en casa
tiene consecuencias muy negativas. Fomenta la pasividad, impide el desarrollo de la
creatividad, facilita la asimilación de contravalores que nada tienen que ver con la
formación que procuramos a nuestros hijos y un largo etcétera de efectos
contraproducentes que han sido insistentemente denunciados en los últimos años por los
especialistas.
Educar a los hijos en este aspecto es mucho más sencillo si se les ha habituado desde
muy pequeños a pedir permiso para ver programas concretos de televisión. Además, solo
podrá encenderse dentro de un horario concreto, establecido para que no se perturbe el
trabajo o descanso de los demás.
Conviene que no haya más de un aparato en casa, porque de lo contrario será más
difícil controlar el uso de la televisión. También se fomentaría el egoísmo, al permitir
que cada uno viera su canal preferido prescindiendo de los demás. Interesa evitar, sobre
todo, que haya televisores en los dormitorios.
Un modo de enseñar a ver la televisión es seleccionar cada
Debemos educar semana con los hijos y ver juntos los programas que parezcan
a los hijos para que de interés, incluso alguna película algo más delicada –siempre
ellos solos se controlenque pueda verla sin inconvenientes un adulto bien formado–,
los programas. comentando el fondo y la forma, el mensaje y el modo de
  presentarlo. Ver televisión con los hijos y comentar luego el
programa es un medio de descanso y un excelente medio
educativo.
Además, la presencia de anuncios y programas inconvenientes a cualquier hora hace
aconsejable que los hijos no vean solos la televisión hasta que tengan el suficiente
criterio y hayan adquirido la costumbre, gracias al ejemplo de los mayores de la casa, de
desconectarla si aparece algo inconveniente o sin interés. Debemos educar a los hijos
para que ellos solos se controlen los programas.

Vídeo

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verlo antes que ellos. Podemos escoger buenas películas, documentales o cursos de
idiomas, pero interesa evitar el peligro de que robe mucho tiempo en detrimento del
estudio, la lectura u otros planes de descanso.

Internet y las redes sociales

Es una situación parecida a la televisión. Son herramientas estupendas si se utilizan


de manera inteligente y controlada. Se pueden poner horarios para su utilización y, como
el caso de la televisión, no estar pendiente durante las comidas, reuniones o
acontecimientos familiares.
Los padres tenemos que estar al tanto de la utilización que se da al internet por
nuestros hijos. Hablemos con ellos y mantengamos la comunicación abierta para darles a
conocer las oportunidades y los peligros que existen con este tipo de tecnologías.
Los lugares públicos son los mejores lugares para tener los ordenadores y, en la
medida de lo posible, los accesos a internet.

Dedicar tiempo a los hijos


La primera regla en la educación consiste en estar con los hijos, hablar con ellos y,
sobre todo, escucharles. Y, para esto, los padres hemos de defender nuestro tiempo libre,
tan necesario para que haya una auténtica vida familiar. Hay que resolver la aparente
tensión entre un trabajo profesional absorbente y la atención a la familia, sin inventarnos
falsas incompatibilidades.
Con imaginación encontraremos situaciones profesionales en las que podemos pedir
la colaboración de algún hijo, haciéndole participar de ese modo en nuestros asuntos.
Y la profesión del hijo, que es el estudio, será ocasión de trato mutuo si comentamos
con él la marcha del curso, sus éxitos, sus dificultades o las relaciones con los
profesores; en definitiva, si nos interesamos por su mundo, por sus cosas.

Organizar planes familiares


Como en todos los aspectos de la educación, es decisivo el ejemplo personal de los
padres, que han de procurar moderar oportunamente sus planes de descanso y diversión
y aprovechar bien su tiempo de ocio.
Los padres son blanco de las miradas de los hijos y, muchas veces, tendrán que
renunciar a unos planes más «suyos» para enseñar a los hijos las mil maneras que hay de
aprovechar el tiempo. La educación exige ejemplaridad y ser ejemplar requiere esfuerzo.

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Los padres son blanco de las miradas de los hijos y, muchas veces, tendrán que
renunciar a unos planes más «suyos» para enseñar a los hijos las mil maneras que hay de
aprovechar el tiempo. La educación exige ejemplaridad y ser ejemplar requiere esfuerzo.
El trato frecuente y confiado con los hijos ofrece numerosas ocasiones de conocerlos
mejor, aconsejarles y enseñarles modos prácticos de descansar y divertirse. Los planes
familiares permiten a los hijos aprender desde pequeños a pasarlo bien; y ayudan a los
padres a descubrir hasta qué punto divierte, descansa y enriquece programar y disfrutar
el tiempo de ocio con los hijos.
Los planes familiares es un campo muy amplio en el que se pueden organizar:
Tertulias familiares con juegos.
Concursos.
Canciones.
Anécdotas.
Deportes.
Paseos.
Excursiones; romerías.
Visitas culturales (a un pueblo o a una exposición).
Colaborar con la parroquia, visita a enfermos.
Las fiestas de santos o cumpleaños.
Las actividades de ocio en familia fomentan la unión, la comunicación y la
participación en la familia. Las fiestas de santos o cumpleaños pueden prepararse entre
todos los miembros de la familia en honor de quien celebra…
Si procuramos disfrutar juntos el tiempo libre desde que los hijos son pequeños,
colaboraremos a crear un ambiente en el que se transmite ilusión, afán de superación,
fortaleza y buenas aficiones. No obstante, conviene procurar que la organización familiar
de las actividades de tiempo libre no ahogue la iniciativa de los muchachos, sino que la
fomente.
El punto de equilibrio puede lograrse procurando que los hijos, desde pequeños,
participen activamente en la preparación de los planes familiares.
De todos modos, el tiempo que pasemos con los hijos no ha de perjudicar a sus ratos
de juego.
Nosotros podemos sugerirles en cada momento una gama amplia de posibles
entretenimientos que les enriquezcan, juegos:
Funcionales (movimientos).

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Un programa de actividades
para las vacaciones
Si nos lo proponemos, el tiempo de las vacaciones puede ser muy aprovechado. Son
momentos privilegiados para convivir en familia. La mejor forma de descansar no
consiste en no hacer nada, sino en realizar actividades distintas de las habituales.
—Elegir el lugar apropiado. No es obligatorio ir a la playa o donde haya más gente.
—Evitar los dos extremos: llenar las vacaciones de cosas que hay que hacer o no
hacer nada.
—Las vacaciones son buenas oportunidades para visitar a los parientes, dedicar
tiempo a los amigos, leer buenos libros, disfrutar de la naturaleza…
—Practicar deporte con más intensidad. Aprender algún deporte nuevo
(montañismo, natación, tenis, voleibol, etc.).
—Conocer más y mejor la naturaleza y la vida cultural que nos rodea.
—Organizar excursiones, salidas al campo, paseos en bicicleta.
—Ayudar en las reparaciones caseras.
—Organizar fiestas familiares e invitar a los amigos.
—Jugar más en casa y al aire libre.
—Cantar en familia, con los amigos, solos… Aprender canciones nuevas.
—Visitar museos o exposiciones que puedan resultarles atractivas. (No meter la
cultura con «calzador»).
—Practicar o adquirir alguna afición.
—Visitar a familiares, amigos, enfermos.
—Trabajar, según la edad, ayudando a alguien o para ganar un dinero que suponga
ayudar a la familia, ahorrando gastos de ropa, libros, viajes…
—Juegos en familia. Hay muchos y muy interesantes para todas las edades.
—Proponerse alguna actividad de más duración, como aprender un idioma, ir a un
campamento o convivencia con los amigos.
—Un tiempo dedicado al repaso del curso o a las actividades de verano que señalan
en el colegio.
—Establecer, desde el principio, un horario claro que asegure la convivencia
familiar: hora de levantarse y acostarse, de las comidas, tiempo para leer,
momentos de ayudar en casa y cumplir los encargos, etc.
—Desayunar, comer y cenar con los hijos y no poner la televisión durante la cena.
Se puede aprovechar para charlar y para educar en los buenos modales en la

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—Establecer, desde el principio, un horario claro que asegure la convivencia
familiar: hora de levantarse y acostarse, de las comidas, tiempo para leer,
momentos de ayudar en casa y cumplir los encargos, etc.
—Desayunar, comer y cenar con los hijos y no poner la televisión durante la cena.
Se puede aprovechar para charlar y para educar en los buenos modales en la
mesa.
—Estar pendientes de que no abusen de la televisión. Una hora
Las vacaciones son diaria ya es mucho. El exceso de televisión impide la
momentos privilegiados conversación, fomenta la pasividad, impide el desarrollo de la
para convivir la familia.creatividad, facilita la asimilación de contravalores que nada
  tienen que ver con la formación que procuramos a nuestros
hijos y un largo etcétera de efectos contraproducentes. Mejor
algo de vídeo.
—Organizar un rato de tertulia en la sobremesa, en la que pueda intervenir toda la
familia.
—Actividades que nos ayuden a conocer mejor nuestra religión (por ejemplo, hacer
el Camino de Santiago o visitar algún lugar bendecido por la aparición de la
Virgen María).
—Distribuir encargos de colaboración familiar entre los hijos. Tener un encargo
concreto del que responsabilizarse desarrolla el hábito de estar pendiente de los
demás y de preocuparse por mantener un clima familiar acogedor.
—Dedicar un tiempo a cultivar una afición (coleccionismo, bricolaje, maquetismo,
electrónica, etc.), ayudando a los hijos a ser constantes. Lo más interesante es
compartir con los hijos las propias aficiones, sin imponerlas.

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Justicia y generosidadCAPÍTULO 6 | 


La generosidad es uno de los valores más importantes: no solo consiste en dar cosas,
sino en darse también a sí mismo. La generosidad tiene mucho que ver con el amor y la
justicia. La generosidad es una de las virtudes humanas que más acerca a las personas a
la felicidad.
El hombre, en el transcurso de su vida, trata a otras personas: es un ser naturalmente
social. Y la tendencia natural es que estas relaciones sean positivas y contribuyan a su
pleno desarrollo personal. La base de estas relaciones humanas es la justicia.
La justicia es la virtud o valor por el que damos a cada uno lo suyo, aquello a lo que
se tiene derecho. Y la generosidad se sustenta en ella.
La justicia es el cimiento que permite y facilita la convivencia. Es la base donde se
asienta un valor que la trasciende y que va más lejos del mero respeto a los derechos: la
generosidad.
La generosidad es la disposición firme y estable de la voluntad
Ser generosos nos para dar todo lo que se puede, aun sobrepasando la medida de lo
ayuda a ser felices.justo.
  La justicia exige dar a cada uno lo suyo y la generosidad pone el
acento en dar más de lo que la justicia reclama. No son virtudes
contrapuestas: la justicia es el cimiento de la generosidad, sin condición. La generosidad
es el perfeccionamiento de la justicia y la excede al dar más de lo que en justicia se
reclama.
En el marco de estas dos virtudes sociales se pueden considerar los demás valores
humanos que han de presidir la relación entre las personas, como son:
La aceptación y respeto de los otros.
La tolerancia.
La comprensión y la apertura.
La aceptación de las normas y la obediencia.
La amabilidad.
La cortesía y el agradecimiento.

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El compañerismo y la amistad.
La ciudadanía y la participación social.
El espíritu de servicio.
La colaboración, la ayuda y la solidaridad.

Educar la justicia
Los niños aprenden en sus primeros años, con la orientación de sus padres, profesores
y hermanos mayores, qué es lo que «está bien», lo justo, y lo que «está mal», lo injusto.
Todo ello es una preparación para que más adelante, cuando vayan creciendo, se
comporten bien, con justicia, de una manera consciente y autónoma.
Chicos y chicas aprenden de una manera muy especial a
Explicar a los hijos través del juego y de las reglas, ya que las aceptan con mucha
por qué ser generoso esfacilidad. De este modo, se les puede educar en la justicia. Al
un deber de justicia. principio, este aprendizaje se adquiere en la relación diaria
  con los hermanos que tienen una edad parecida y con sus
compañeros de juegos. Además, los padres también van
señalando pequeñas reglas de lo que se puede hacer y de lo que no; luego vendrán las
normas y reglas impuestas por el colegio y los amigos…

Pequeñas normas

Hasta los ocho o nueve años conviene plantear una educación de la justicia que
destaque ciertas normas en los juegos, en la convivencia familiar y en el colegio. Estas
normas deben mostrar con claridad lo que es justo y lo que no. No se trata de que los
chicos comprendan con profundidad los motivos, de lo que aún no son capaces, sino más
bien de ayudarles a adquirir los hábitos con cariño, comprensión y exigencia, y de
procurar que vayan distinguiendo lo justo de lo injusto.
Por eso es importante reconocer lo bien hecho y hacer reflexionar a quien ha actuado
mal para que sea consciente de que su conducta no ha sido justa. Todo lo anterior es una
preparación para que, más adelante, sean conscientes de que las personas tienen derechos
y deberes.

Hacerles reflexionar

Han ido comprendiendo lo que es justo, en parte, a través de las reglas de los juegos y
de la obediencia a sus padres. De ahí la importancia que tiene el ejercicio de la autoridad

72
de los padres para la educación de la justicia.
También perciben lo que es «injusto» por la sensación de rebelión interior que las
situaciones injustas les provocan. Conviene aprovechar estas situaciones, el haber
sufrido una injusticia, y ayudarles a reflexionar:
«¿Por qué está mal lo que te han hecho?».
«¿Qué es lo que habría sido justo?».
«Tú, en situaciones parecidas, ¿cómo has actuado?».
Esta reflexión es importante y debe llevar a juicio de situaciones, a saber ponerse en
el lugar del otro, a la comprensión y al perdón, más que a la venganza. En el caso de que
el hijo o hija sea el causante de la injusticia también se impone la reflexión a través del
diálogo y la confianza:
«Si tú eres bueno, ¿por qué has actuado así?».
«¿Qué sentirías si te hubieran tratado así?».
«¿Cómo podemos reparar el daño que has causado?».
«¿Cómo pedir disculpas?».
Hacia los diez u once años, los niños empiezan a darse cuenta de que ser justo no
tiene por qué ser dar o tratar a todos del mismo modo. Interesa apoyar este
descubrimiento ayudándoles a considerar las diferencias entre las distintas edades y las
distintas necesidades de sus hermanos o compañeros. Las tertulias familiares son muy
útiles para este fin.

Los castigos
Para que los hijos adquieran un concepto adecuado de la justicia y se ejerciten en ese
valor humano, los padres han de ser ellos mismos justos en la relación con sus hijos. Los
hijos esperan que sus padres actúen con justicia y esto incluye los castigos necesarios y
oportunos.
Para que sean eficaces educativamente se requieren unas cuantas condiciones: que
sean pocos, de corta duración, proporcionado a la falta cometida, educativo, aplicado
inmediatamente y –si es posible– avisado con antelación.
Pocos. Cuando se está castigando continuamente, como cuando se grita por todo,
este medio educativo pierde su eficacia.
Corto. Es mucho más eficaz que uno largo. Lo importante es que tu hijo sepa que
por su mala actuación merece –en justicia– un castigo y que lo tenga. De
ordinario no hará falta que «cumpla condena» durante semanas.

73
Proporcionado. El castigo debe imponerse en función de la falta cometida. La
desproporción –que suele ser la causa de que después no se exija– viene
motivada con frecuencia por lo irritados que estemos en el momento de
imponerlo.
Educativo. A través del castigo se pretende modificar una conducta inadecuada
del niño. Por eso, los mejores castigos son los que favorecen el hábito contrario.
Por ejemplo, si tu hijo ha dejado los juguetes desparramados por la sala de estar,
un buen castigo sería recogerlos y, además, ayudar al más pequeño a recoger los
suyos. Para que sea más ordenado, de poco sirve dejarlo sin postre.
Para que un castigo eduque, ha de ser comprendido. Tu hijo tiene que saber por tus
propias palabras por qué se queda sin ver la televisión –lo que es más importante–, por
qué tiene que pedir perdón cuando ha molestado a alguien.
Inmediato. Con los más pequeños, el castigo debe ir precedido inmediatamente
de una mala acción. Resulta poco eficaz poner un castigo al niño el día siguiente
de haber cometido la falta. A partir de los nueve o diez años puede ser
conveniente que la hija o hijo piensen ellos mismos qué castigo merecen por su
comportamiento injusto.
Avisado con antelación. Es más eficaz que la primera vez se razone por qué eso
está mal y se advierta que la siguiente vez habrá un castigo. Cuando las faltas son
graves o en cuestiones obvias no es preciso que el hijo esté advertido.
Y, si el castigo cumple las condiciones que hemos repasado, aplícalo. Si
habitualmente, ante sus súplicas, levantas el castigo, los hijos se acostumbran a no
enfrentarse a lo que se han merecido.
Como hemos hablado de castigos, también vamos a comentar el mejor premio: la
alegría y satisfacción íntima que produce hacer bien las cosas. Procura que tu hijo no se
lo pierda. Ayúdale a que se dé cuenta de lo contento que se está cuando se ha actuado
bien. Reconoce sus esfuerzos y su justicia.

Objetivos de planes de acción


relacionados con la justicia
—Establecer un acuerdo con un hermano y luego cumplirlo.
—Conocer, aceptar y respetar las reglas de los juegos.
—Respetar la propiedad ajena: no quitar, no romper, pedir permiso para usar lo que
es de otro, etc.
—Respetar necesidades y derechos ajenos: las habitaciones de los hermanos, el

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silencio en momentos de estudio o trabajo, escuchar al que está hablándonos,
llamar a la puerta, no interrumpir en una conversación…
—Explicarles lo que es justo e injusto y el porqué.
—Ayudarles a reflexionar ante hechos injustos (sufridos o cometidos).
—Enseñarles a pedir perdón y a rectificar (a reparar la injusticia).
—Ayudarles a considerar la diferencia de condiciones y circunstancias de distintas
personas.
—Enseñarles a ponerse en el lugar de otro.
—Devolver lo prestado en mejor estado.
—Dar las gracias cuando se nos ayuda.
—Respetar las normas de convivencia familiar: horarios, encargos, etc.

Educar la generosidad
Los niños pequeños tienden al egoísmo, y cuentan con un gran sentido de la posesión.
A pesar de ello, la siembra hay que hacerla desde que nacen y, con el arma de nuestro
ejemplo, acostumbrarles a dar cosas.
A partir de los seis o siete años, se encontrará en pleno período sensitivo de la
generosidad y es entonces cuando podemos convertir esa mera costumbre en un
auténtico acto de generosidad.
Los niños, alrededor de los tres años, viven su primera crisis del «yo». En su
afianzamiento como yo-cuerpo, descubren que son diferentes a los demás. Es la edad del
«no», donde la terquedad, como autoafirmación, y la fácil irritabilidad tienen cierto
parecido con la crisis de la pubertad, en la que vendrá el segundo afianzamiento del yo,
esta vez del sí mismo, del yo-espíritu.

Los primeros años

A partir de los dos o tres años distinguen perfectamente el mío-tuyo y les gusta dejar
clara la diferencia. Desde esta edad, hay que fomentar el hábito de dar como una
costumbre, más que como una virtud. Nos servirá el establecer una relación entre el dar
con la alegría y el querer a los demás: DAR algo es una muestra de cariño; dos personas
que se quieren y son amigas se dan cosas.
En estas edades interesa que el niño aprenda a esforzarse por
Desde esta edad ser generoso con las personas que quiere o que le son simpáticas,
hay que fomentar el buscando agradarles. La sonrisa, el agradecimiento lleno de

75
hábito de dar como afecto que reconoce el esfuerzo le motivarán a realizar esos actos
una costumbre, más también con otras personas.
que como una virtud. Hay que enseñarlo como un juego y acostumbrarle a
  relacionar las palabras: Dar. Amor. Alegría. Bueno.
En la familia conviene fomentar que los hermanos se presten
cosas unos a otros, aunque busquen la contraprestación. Se trata de proporcionarles
muchas posibilidades para que se esfuercen en dar y compartir, aunque los motivos sean,
en principio, insuficientes.
Además, con paciencia, interesa sugerirles actos de generosidad y explicarles la
necesidad de muchas personas, para que vayan desarrollando el hábito de actuar en favor
de los demás.

Período sensitivo

El período sensitivo de la generosidad se vive de modo especialmente intenso entre


los ocho y los diez años. Experimentan el impulso de prestar
servicios y ayudar, una mayor apertura hacia los padres, una tendencia a obedecer, así
como un sentido natural de la justicia y el comienzo de la sociabilidad.
Ya desde los seis o siete años, los niños experimentan el impulso de ser generosos,
prestar servicios, hacer encargos y ayudar. Es necesario encauzar esta tendencia natural,
haciéndoles descubrir la necesidad de ser generosos y la alegría que se siente después de
serlo.
Son actos de generosidad:
Escuchar.
Agradecer.
Perdonar.
Ayudar en casa.
Cuidar a un hermano menor.
Prestar cosas a un amigo.
Repartir las golosinas.
La generosidad es una de las virtudes que más perfecciona a la persona, ya que está
muy relacionada con el amor y la justicia y necesita de la responsabilidad y la fortaleza
para ponerse en ejercicio.

Auténticos actos de generosidad

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Desde los ocho o nueve años, ya pueden convertir la costumbre de dar cosas que han
ido adquiriendo desde niños en una auténtica virtud. A partir de ahora necesitan que les
demos motivos para esforzarse en ser generosos en vez de buscar contraprestación u otro
interés.
Se trata de abrir nuevos horizontes sugiriéndoles actos que sean una auténtica muestra
de generosidad, o exponiéndoles la necesidades de los demás.
Interesa explicarles que la generosidad y el
servicio a los demás es un deber de las personas que se gratifica por sí mismo, con la
alegría del deber cumplido y con la satisfacción de realizar algo bueno para los demás.
A esta edad ya se comprende este lenguaje, pero lo entienden mejor si se les ponen
ejemplos gráficos de personas generosas y de la tristeza que produce el egoísmo.
Se trata de aprovechar las oportunidades que ofrece la vida diaria, como una ocasión
en la que el hijo o hija se haya emperrado en no prestar algo o en no ayudar a alguien,
para hacerle ver lo mal que lo pasó y que lo hizo pasar a los demás; o, por el contrario, lo
bien que se sintió al ayudar al hermano o a mamá o al dar aquella limosna.
Entre los doce y quince años, los hijos tienden a distanciarse de sus padres y tratan de
resolver sus conflictos por sí solos. Respecto a la generosidad pocas cosas se pueden
hacer. El retroceso es inevitable pero natural. En este momento los padres deben estar
más disponibles que nunca y poner todos los medios a su alcance para que la
comunicación no se cierre.
A partir de los quince años, los hijos irán consolidando su
Enseñar a dar algopersonalidad. Aparecerá una vuelta a los valores así como una
de uno mismo preocupación por su futuro.
con esfuerzo. Cuando se ha desarrollado bien la generosidad antes de los once
  años, en esta etapa será fácil que vuelva a vivirse haciéndola suya,
a veces hasta con entusiasmo. Si el espíritu de generosidad brilló
antes por su ausencia, será conveniente una labor de las personas que, como educadores,
tengan prestigio ante ellos para que, basándose en sus puntos fuertes, les ayuden a
descubrir su valor.

Generosidad en la familia
La generosidad, como toda virtud, se logra a través de la repetición de actos hasta que
sea algo natural comportarse de ese modo. Todo esto es más fácil si en la familia hay un
ambiente de participación y servicio. Los hijos aprenderán a ser generosos sobre todo
respirando ese ambiente en su propia casa.

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En un hogar en el que se vive la generosidad se habla bien de la gente, sobre todo
cuando no está presente; se escucha con paciencia a los demás sin atropellarlos; se
escogen temas de conversación que interesen a los demás; se aceptan los encargos con
alegría e ilusión por colaborar en casa; se cuida y acompaña a los enfermos y se visita a
los amigos; y un largo etcétera.
Se trata de ofrecer numerosas posibilidades de ejercitarse en la generosidad a la vez
que se van ofreciendo los motivos por los que es bueno actuar de ese modo. Los demás,
en primer lugar sus padres y hermanos, les necesitan.

Unos buenos motivos

La virtud de la generosidad es muy difícil de apreciar objetivamente por otros, pues


depende más del esfuerzo y de los motivos internos de la persona que entrega, que del
acto exterior que podamos contemplar: dar de lo que nos sobra, o solo al que nos cae
bien, o esperando alguna recompensa, por vanagloria o por quitarnos de encima un
problema no es generosidad.
Para que un acto sea generoso ha de darse algo de uno mismo con esfuerzo, con la
intención de cubrir una necesidad de otra persona para su bien.
Al educar este hábito no se debe caer en el peligro de alentar a dar «de lo que sobra»
ni en el de «quedar bien» o «aparentar», se trata de fomentar la decisión libre de entregar
algo de lo que se tiene para hacer la vida más agradable a los demás.

Objetivos de planes de acción


sobre la generosidad
—Enseñar a descubrir las necesidades de otras personas.
—Prestar a sus compañeros el material de clase, aunque a veces lo puedan
estropear.
—Ayudar en el estudio a un hermano o compañero.
—Saber perdonar y pedir perdón.
—Acordarse de dar las gracias.
—Pedir las cosas por favor.
—Cuidar a un hermano pequeño.
—Ayudar a los hermanos a cumplir sus encargos.
—Visitar a los abuelos y pasar un rato con ellos.
—Dar una parte de su paga como limosna.

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—Jugar con los demás compañeros, aunque no le caigan bien.
—Escuchar con interés al que habla y respetar el turno de palabra.
—Prestar a los hermanos la ropa o juguetes.
—Dedicar tiempo a las cosas de Dios.

El perdón
Perdonar, perdonar de verdad, de corazón, es uno de los actos más perfectos de la
generosidad, de los que más cuesta realizar.
El perdón en una familia cristiana tiene que ser reflejo del perdón de Dios, es
necesario buscar las oportunidades para hablar a nuestros hijos de que Jesus murió en la
cruz para perdonar nuestros pecados con una generosidad infinita, ya que nosotros no
éramos merecedores de ese perdón. El perdón más completo es el que no busca
contrapartida. También hay que hablarles a nuestros hijos de la confesión, el sacramento
del perdón.
Para perdonar hace falta seguridad interior y deseo de
Perdonar, perdonar servir. Perdonar no es quitar importancia a lo que la tiene ni
de verdad, de corazón, ser un ingenuo que no se da cuenta de lo que pasa. Es
es uno de los actos reconocer la necesidad de la otra persona de recibir cariño,
más perfectos de la aceptación y confianza a pesar de lo que haya hecho.
generosidad, de los que Los hijos sabrán perdonar si nos ven perdonar. Si
más cuesta realizar. promovemos en la familia una dinámica que haga del perdón
  algo natural. La facilidad para perdonar, como todo lo
relacionado con la generosidad, es algo que se respira en una
casa. Y la resistencia a hacerlo, más todavía.
La ofensa es como una herida y el perdón es el primer paso para la curación.
Perdonar supone desterrar el resentimiento y la amargura, que conducen a la infelicidad
y no resuelven nada.

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UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Verano de todos

Un matrimonio que tiene tres hijos de cuatro, siete y diez años, después de haber oído
una conferencia sobre temas familiares, se propone aprovechar el tiempo libre del verano
que se avecina para que los hijos adquieran hábitos buenos, de modo que, al terminar las
vacaciones, los hijos hayan mejorado.

OBJETIVO:
Aumentar la fuerza de voluntad.

MEDIOS:
Intentarán aprovechar el tiempo (y enseñar a los hijos a hacerlo) mediante unas
actividades de verano y manteniendo un horario.

MOTIVACIÓN:
Para hablar con los hijos de lo que han decidido, les explican lo que es la teoría «Z»,
pero sin llamarlo por ese nombre. En definitiva, les comentaron que toda la familia junta,
con actividades y planes colectivos, lo pasarán mejor en el verano.

HISTORIA-RESULTADO:
Antes de salir de veraneo, se reunieron todos de un modo algo especial: los padres
más los tres hijos. Les dejaron a ellos decir lo que les gustaría hacer durante las
vacaciones: excursiones, ir al río a pescar, montar en bicicleta, jugar a la pelota, hacer
colección de insectos, jugar a ese juego tan divertido del año pasado, ir a bañarse al
pantano…
Entre todos hicieron un horario de actividades para el verano: levantarse todos a la
misma hora, desayunar juntos, comer juntos en el salón y después aguantar un rato
hablando, etc. Además fueron programando de antemano todas las actividades elegidas.
Llevan cuatro semanas de vacaciones y ha pasado de todo. En principio hay un buen
clima de exigencia con el horario: a todo el mundo le cuesta alguna cosa, pero los padres
están encima para recordar y motivar. Además, el programa de actividades ha sufrido

80
algunos cambios. Los padres están muy satisfechos: no tiene nada que ver con el verano
anterior.

COMENTARIO:
Se trata de otro plan de acción de futuro que busca que los hijos adquieran unos
hábitos antes de que lleguen épocas difíciles. El horario de actividades les ha servido
para aprovechar mucho más el tiempo: sujetarse a un horario les servirá en el futuro para
adquirir unas capacidades muy importantes como la constancia, la laboriosidad, etcétera.
A los padres también les cuesta, porque ellos también se han comprometido. Un efecto
paralelo del plan de acción ha sido fomentar la vida en familia.

81
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Un horario para practicar las aficiones

Como todas las vacaciones, los padres quieren que se aproveche al máximo el tiempo
y se cultiven aficiones. Son unos días que fácilmente se pueden desperdiciar y más si
están lejos de casa.

OBJETIVO:
Aprovechar el tiempo durante las vacaciones.

MEDIOS:
Establecerían un horario de verano, para que todos supieran que había que aprovechar
muy bien esos días. Un buen horario de verano ha de dejar tiempo para practicar
aficiones, hacer deporte, realizar encargos, leer algún libro, hacer algunos deberes… En
concreto, estaban muy interesados en que los hijos pudieran practicar distintas aficiones.
Sabían que el horario no podía ser rígido, pero al menos debería servir de planilla. Ya
se encargarían las circunstancias de cambiar los planes.

MOTIVACIÓN:
No hubo necesidad de gastar tiempo en motivar: los hijos estaban más motivados que
los padres. Eran unas vacaciones distintas, había novedad.

HISTORIA:
El plan que se propusieron fue el siguiente:
• Mañana:
—Levantarse a las 9 horas.
—Aseo (preferencia los que van a misa).
—Misa (voluntaria) 9:30 en bicicleta.
—Desayuno 10:00.
—Ayudar a ordenar camas y habitaciones a las 10:30-11:00.
—Estudio: Deberes escolares de verano.
—Lecturas complementarias, entre las 11.00 y las 12:30.

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—Baño (piscina, playa, lago), entre las 12:30 y las 14:30.
• Tarde:
—Regreso del baño, recogida y limpieza de bañadores, aletas, gafas y flotadores.
—Ayudas en la mesa entre la 14:30-15:30.
—Comida, entre las 15:30 y las 16:30.
—Tertulia, entre las 16:30 y las 17:30.
—Tiempo libre: aficiones, hobbies, coleccionismo, juegos de mesa, fotografía,
pintura, modelado, música (audición, interpretación), entre las 16:30 y las 18
horas.
—Actividades diversas programadas: deportes, fútbol, tenis, pimpón, patinaje,
ciclismo, vela, natación, excursiones, meriendas, reuniones en casa, lecturas,
sesiones de televisión, entre las 18 y las 22 horas.
• Noche:
—Cena, rosario, tertulia, entre las 22 y las 23 horas.
—Ayudar a recoger (mesa, sillas), a las 23:30 horas.
—Rezar todos juntos y a dormir, a las 23:30 horas.
No siempre se podía cumplir pero fue una buena referencia.

CONCLUSIÓN:
Aún no ha terminado el verano, hasta este momento una cosa se puede ya decir: la familia se encuentra
más unida que nunca.

83
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Los demás también cuentan

«En esta familia falta orden, los niños no tienen normas claras». Esa es la cantinela con la que empiezan
muchas veces las conversaciones de muchos matrimonios sobre su familia. Pensemos en una familia de tres
hijos de quince, diez y ocho años en la que los padres trabajan y que, además, se tienen que ocupar de los
abuelos.
Los pasados Reyes Magos dejaron mal sabor de boca en el padre: hubo más peleas por no dejarse los
regalos unos a otros que alegría. Además, a los pocos días desapareció la calculadora de uno de ellos. Su
mujer descubrió que el pequeño la tenía escondida en su mochila del colegio porque su hermano no le
dejaba la pelota de baloncesto.
Además, en el colegio les han advertido de que su hijo pequeño tiene dificultades con la lectura y que
deben tomarse en serio este tema, porque influye mucho en el rendimiento escolar posterior…
Se animaron gracias a un matrimonio amigo, que tenían problemas similares y que también se
decidieron a poner remedio mediante planes de acción. Ellos también acordaron poner en marcha varios
planes de acción en su familia.

OBJETIVO PRIMERO:
La justicia. Conocer y respetar unas normas básicas de convivencia familiar.

MEDIOS:
Empezaron por unas pocas reglas que incidían directamente en la mejora de la convivencia diaria
familiar:
—horario de la tarde: tiempo de estudio, tiempo libre o de juegos y cumplimiento de los encargos;
—pedir permiso para usar las cosas de los demás;
—pedir las cosas por favor;
—llamar a la puerta antes de entrar en una habitación;
—ser puntuales en las comidas.

MOTIVACIÓN:
Los padres decidieron tomar a su hija mayor como aliada, porque los dos pequeños la quieren mucho y
es un ejemplo para ellos. Además, ella se sintió tratada como una adulta y se tomó muy en serio su papel
cuando le explicaron el plan.
Después de comer, tuvieron una reunión familiar y expusieron a los pequeños las nuevas normas para
mejorar la convivencia familiar. Hicieron todos juntos un cartel que se colgó en el cuarto de estar para que
todos las recordasen.

HISTORIA-RESULTADO:
Con sus más y sus menos, las normas se van cumpliendo. La colaboración de la mayor está siendo
fundamental para suavizar pequeñas «rebeliones justicieras», sobre todo entre los dos pequeños: «Por qué
sí él y yo no…» y asuntos de ese estilo.

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Los padres están pendientes de reconocer los esfuerzos y felicitar a los pequeños cuando lo hacen bien.
Al más pequeño es al que más le cuesta cumplir el horario de trabajo y ser puntual en las comidas, porque
se entretiene jugando. Papá le advierte que tendrá que ponerle un pequeño castigo si no se esfuerza. Hasta
ahora solo ha hecho falta castigarle una vez a recuperar el tiempo que había perdido de tareas escolares en
vez de irse a jugar con los amigos.

COMENTARIO:
Podría pensarse que un buen clima en la familia o la actuación positiva continuada de los padres pueden
hacer innecesarias las normas de convivencia, pero sería no caer en la cuenta de que esas reglas de
actuación son los puntos de apoyo que hacen posible ese buen clima familiar. El respeto a las personas y a
las propiedades, la ayuda a los hermanos, el orden y las buenas maneras exigen que todos los que conviven
en la familia acepten unas normas básicas de convivencia y se esfuercen día a día por vivirlas. El buen
clima de un hogar no se improvisa, es cuestión de coherencia, de tiempo y de constancia.
Para que esas normas sean eficaces, es necesario:
a) Que sean pocas y coherentes con el Proyecto Educativo Familiar.
b) Que estén formuladas y justificadas con claridad y sencillez.
c) Que sean conocidas y aceptadas por todos: padres e hijos.
d) Que se exija su cumplimiento.
La convivencia armónica y solidaria entre todos los miembros de una familia es la consecuencia de un
proceso de formación personal que lleva a descubrir la necesidad y el valor de esas normas elementales de
convivencia; que ayuda a hacerlas propias y a aplicarlas a cada circunstancia, con naturalidad y sin especial
esfuerzo, porque se ha traducido en hábitos de autodominio que se manifiestan en todos los ambientes
donde se desarrolla la vida personal.

OBJETIVO SEGUNDO:
La generosidad. Atender a los abuelos que necesitan ayuda. Preocuparse con hechos por las personas de
la familia.

MEDIOS:
A la vez, se plantearon la necesidad de ayudar a los abuelos y la importancia de que los mayores
aprendan a preocuparse y colaborar con quien más lo necesita.
Los mayores se encargarían de ayudar a mamá en la atención de los abuelos. Paco pasaría por casa de
los abuelos nada más terminar las clases a las 5 de la tarde y acompañaría al abuelo una hora para que la
abuela pudiera hacer sus cosas con más libertad.
A las 7 de la tarde la mayor (que tiene las clases por la mañana y a esa hora ya ha terminado su tiempo
de estudio) se pasaría por casa de los abuelos para hacer los recados que la abuela le encargase. Si algún
día, por algún motivo especial, no podían atender a los abuelos, mamá les sustituiría.

MOTIVACIÓN:
Fue fácil motivarles, pues todos quieren mucho a los abuelos, aunque no tengan la costumbre de
sacrificarse por los demás.
Papá les hizo algunas reflexiones en voz alta sobre la importancia de darse a los demás, de la alegría de
poder servir, de lo mucho que todos les debían a los abuelos y del momento de necesidad que estaban
atravesando.

HISTORIA-RESULTADO:

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Mejor de lo previsto inicialmente. En un mes solo han sido necesarias cuatro «sustituciones». Se les
nota a los dos: también en casa están más serviciales. Su hijo, de solo diez años, le compra chocolates al
abuelo de su dinero. Y se está enterando de la historia de la familia con todo lujo de detalles.
En esta misma línea de ayuda a los demás, una vez que el abuelo pueda valerse y no necesite la ayuda
diaria, piensan proponer a su hija mayor que ayude al más pequeño con la lectura.

COMENTARIO:
La educación de la generosidad y, más en general, la formación de las virtudes sociales y los buenos
sentimientos y actitudes hacia los demás (comprensión, tolerancia, aceptación, compasión, solidaridad,
justicia…) han de comenzar en el entorno social más inmediato al niño: la propia familia.
La acción que es fruto de la reflexión fomenta actitudes profundas, y es el principal criterio educativo en
la formación de las virtudes. Un planteamiento educativo coherente ha de procurar que los hijos presten
servicios reales a otras personas, sin quedarse en meras especulaciones sobre las necesidades de los demás.

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PARA RECORDAR:
Para que podamos hablar de virtud es necesaria la voluntariedad. Sin ella solo podemos hablar de
hábitos o destrezas. De este modo la virtud será algo connatural a la persona.
Las virtudes necesitan de la libertad y, una vez adquiridas, potencian la libertad.
Educar en la generosidad es enseñarles a servir a los demás, a preocuparse y ocuparse
sinceramente por los que tienes cerca, a dejar sus cosas cuando las necesidades ajenas lo piden,
aceptar los cambios de planes para atender a los demás.
Enseñar a dar algo de uno mismo con esfuerzo.
Podríamos pensar que son muchas las virtudes que interesa educar. Es cierto, pero el principio de
armonía de las virtudes nos enseña que, cuando mejora alguna de estas cualidades, quien mejora
es la persona completa del hijo.

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PARA PROFUNDIZAR:
Alfonso Aguiló, Educar el carácter, Col. Hacer Familia, nº 65, Ed. Palabra.
Lo que los padres son, lo que hacen y lo que dicen, va calando día a día en el carácter de los hijos. La
educación es muy importante a la hora de forjar la forma de ser de cada uno y, en definitiva, el carácter
y la personalidad.
José Antonio Alcázar y María Ángeles Losantos, Tu hijo de 8 a 9 años, Col. Hacer Familia, nº 27, Ed.
Palabra.

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TERCERA PARTE:
SOLIDARIDAD, RESPONSABILIDAD Y ALEGRÍA

Educar a un niño es hacerlo


fuerte como un roble
y alegre como una castañuela.
Víctor García Hoz

Para educar en la solidaridad, hay que comenzar en el entorno social más inmediato
al niño: la familia. Solo cuando se vive la comprensión, la aceptación de los demás, la
colaboración, etc., en la familia, los hijos pueden dar el siguiente paso y proponerse
ayudar a los demás.
No basta, a la hora de adquirir estos valores sociales, con la teoría. Hay que procurar
que los hijos presten servicios reales a otras personas, sin quedarse en meras
especulaciones sobre las necesidades sociales.

SOLIDARIDAD, RESPONSABILIDAD Y ALEGRÍA
¿Por qué es importante la amabilidad y la delicadeza?
¿Cómo establecer los encargos familiares?
¿Qué es la autoestima?
¿Cómo mejorar la autoestima de los hijos?

89
Obediencia, compañerismo,CAPÍTULO 7 | 
solidaridad  

Como el hombre es sociable por naturaleza, todos los valores que tengan que ver con
sus relaciones con los demás son siempre importantes.
La vida social y las relaciones entre los hombres son tan ricas que exigen ir más allá
de la generosidad y la justicia. No basta con dar el propio tiempo, por ejemplo, sino que
también hay que hacerlo de buenos modos, con cortesía. No basta con ser justo a secas,
hay que ser buen compañero y solidario.
Podría hacerse un catálogo muy amplio de valores relacionados con la generosidad y
la justicia, y aún nos quedaríamos cortos:
Ciudadanía.
Hábitos cívico-sociales.
Aceptación de las normas.
Obediencia.
Lealtad.
Respeto.
Tolerancia.
Apertura.
Comprensión.
Colaboración y ayuda.
Solidaridad.
Espíritu de servicio.
Compañerismo y amistad.
Cortesía.
Delicadeza.
Amabilidad.

En este capítulo centraremos nuestra atención en algunas de ellas, como la
obediencia.

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La obediencia consiste en aceptar y realizar con prontitud e interés las decisiones de
quien tiene la autoridad.
Aunque en muchos lugares esté desprestigiada, para los niños es algo básico el que
aprendan a obedecer, no de una manera ciega, sino comprendiendo los motivos.
También hablaremos de solidaridad y compañerismo, valores emergentes en la
sociedad actual y que siempre han de estar en primera línea de la educación. Como
colofón, hablaremos de la amabilidad y la delicadeza en el trato que deberían presidir
siempre las relaciones sociales.

La obediencia
Los padres corren el peligro de contentarse con una obediencia más o menos ciega,
que produzca una apariencia de paz y orden, y no darse cuenta de que el mero cumplir lo
mandado no desarrolla el hábito de la obediencia. No se trata de conseguir que los hijos
obedezcan sin más, sino de que adquieran el valor de la obediencia.

Obedecer por edades

El niño pequeño obedece porque reconoce intuitivamente la autoridad de sus padres.


Ellos le dan seguridad y cariño y todo ello le lleva a cumplir sus deseos, aunque, a la
vez, se sienta inclinado a desobedecer para probar su propia fuerza y sus posibilidades de
actuar con independencia.
Hacia los tres años surge lo que suele llamarse la edad del no. Es un momento del
proceso evolutivo normal de un niño –tan molesto para los padres– que supone la
naciente voluntad infantil. Ya entonces se hacen necesarias las primeras
argumentaciones de los motivos que, poco a poco, irán fundamentando su libertad.
Desde los cinco años en adelante, si no antes, conviene combinar la exigencia con el
razonamiento de lo que se exige. De tal modo que el niño obedezca también (si es
posible) porque ve que es razonable. También puede cumplir por cariño hacia sus
padres, reconociendo que su obediencia es un modo de manifestarlo. Pero es muy
importante que este valor esté arraigado antes de la pubertad.

Obediencia y autoridad

Una actuación ordenada por parte de los padres facilita la obediencia.


Entorpeceríamos la adquisición de este hábito si nos comportásemos de un modo

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cambiante e imprevisible, según el estado del ánimo de cada momento, y exigiésemos
unos días unas cosas y otros días no.
Obediencia y autoridad están íntimamente relacionadas:
No conviene que los Para que la obediencia pueda ejercitarse, la autoridad ha de
niños se acostumbren a ejercerse.
que sus padres repitan Los padres han de esforzarse por exigir el cumplimiento
muchas veces cada de todo lo que se manda. Si se ordena algo a los niños, no se
orden, pues cada vez debe cejar hasta que lo hayan hecho. Esto supone, de hecho,
tardará más en obedecer.que habrá que pedir obediencia en menos cosas de las que
  generalmente se pide.
No conviene que los niños se acostumbren a que sus
padres repitan muchas veces cada orden, pues cada vez tardará más en obedecer. En
algunas ocasiones, la crisis de obediencia es en realidad crisis de autoridad de los padres,
que se desautorizan el uno al otro.

 Atención a…
Conviene estar atentos para procurar que:
Aprendan a cumplir excediéndose, no sujetándose estrictamente a la letra, buscando solo
cumplir.
Obedezcan sin criticar a la persona que manda.
Eviten las excusas para esquivar la orden.
Acepten lo mandado sin intentar que lo tenga que hacer otro: hermano, compañero.
Obedezcan con prontitud, sin que haya que repetir.
Obedezcan con alegría, sin ir refunfuñando.

Para obedecer… saber qué hacer

Para que los hijos obedezcan, es imprescindible que les demos una información:
Clara.
En el momento oportuno.
Apoyada.
Y reconocer sus esfuerzos después.
Clara, ya que, para obedecer conscientemente, los hijos necesitan conocer qué se
espera de ellos. En los asuntos importantes puede ser interesante asegurarnos de que ha
entendido bien qué ha de hacer, cuándo y cómo.

92
Lo que se ordena En el momento oportuno, no en momentos de irritación o enfado.
debe cumplirse. Apoyada, con una exigencia serena, perseverante, amorosa y
  alegre, en un ambiente de orden.
Y reconocer sus esfuerzos después, ya que, si saben que nos
interesan, tendrán más interés en obedecer.

Solidaridad y espíritu de servicio


Para educar en la solidaridad, hay que comenzar en el entorno social más inmediato
al niño: la familia. Solo cuando se vive la comprensión, la aceptación de los demás, la
colaboración, etc., en la familia, los hijos pueden dar el siguiente paso y proponerse
ayudar a los demás.
No basta, a la hora de adquirir estos valores sociales, con la teoría. Es decir, no basta
con lamentarse de la situación de los inmigrantes o de los pobres que vemos a lo largo
del día en nuestros desplazamientos por la ciudad. Hay que procurar que los hijos
presten servicios reales a otras personas, sin quedarse en meras especulaciones sobre las
necesidades sociales.
Este modo de actuar es el mejor antídoto para la concepción del desarrollo personal
como un exclusivo, y exclusivista, auto-perfeccionamiento egoísta y solitario.

La satisfacción de ayudar

Hoy día, es un hecho comprobado que existe una multitud de jóvenes rodeados de
medios materiales que no han ganado con su propio esfuerzo. Son jóvenes a los que sus
padres –con una mal entendida buena intención– han ahorrado trabajos y obras de
servicio hasta en la propia familia. Son muchos los que no han recibido la recompensa de
la satisfacción por haber hecho algo bueno, útil y valioso por los demás.
Por eso hay mucha gente que opina que la crisis económica que nos ha golpeado a
comienzos de este siglo XXI va a enseñar a las nuevas generaciones a valorar las cosas
(por ejemplo, el trabajo), la escasez, la solidaridad familiar, el sacrificio y el esfuerzo
para lograr lo que uno quiere.
Pero no esperemos a tener una crisis para aprender estos valores necesarios para la
convivencia diaria. Por lo tanto conviene insistir en la importancia de la formación de
hábitos que provoquen el interés por los demás y sus cosas.
Hay que fomentar obras de servicio concretas en la vida diaria:
En el seno familiar.

93
Con los hermanos.
Con los familiares.
Entre los vecinos.
Con los amigos…
Hay que hacer consciente a cada hijo que tiene mucha importancia descubrir las
necesidades de los más cercanos como primer signo y manifestación de un amor
generoso y abierto a todos los hombres.
Cada uno de los actos aislados de solidaridad no deben ser considerados nunca como
fines, sino como medios para hacer conscientes a nuestros hijos de que, en la vida, o se
sirve a los demás o el egoísmo incapacita al hombre para la felicidad.

 Atención a…
Algunos posibles objetivos para establecer planes de acción relacionados con la solidaridad
pueden ser:
—Vivir bien los encargos de mutuo servicio en la familia.
—Ocuparse de la atención de enfermos.
—Ayudar a algún hermano con dificultades en su estudio.
—Ayudar a algún compañero con tu tiempo en su estudio.
—Atención a familiares ancianos, enfermos o desvalidos.
—Participar en colectas para personas necesitadas.
—Ayudar, en familia, a personas necesitadas.

El compañerismo
Al comenzar la escolarización, el niño se encuentra con un ámbito más formal que el
de la familia, en el que existen reglas de comportamiento, horarios de clase,
calificaciones… Este hecho ofrece numerosas oportunidades para que amplíe su campo
de relación social: en su clase se encuentra con niños muy distintos con los que tendrá
que convivir, en situaciones (normas, horarios) más exigentes que las de la vida familiar.
A los padres suele interesarles saber si, en el colegio, su hijo juega con otros, si habla
con otros, si es generoso, si pasa más tiempo con algunos niños que con otros, si se lleva
bien con sus compañeros, si va haciendo algunos amigos. Es un tema muy importante
para hablar en las conversaciones con el profesor-tutor.

Peque-compañeros

94
El niño siente la necesidad de agruparse. Los juegos colectivos sustituyen a los
individuales, que tienen ahora menos atractivo. Hacia los seis años, los grupos de juego
(con un claro predominio de los juegos de competición, en los que ponen a prueba sus
capacidades y nuevas destrezas) suelen ser más grandes y más estables que en Educación
Infantil, lo que ofrece mayores posibilidades para una correcta adaptación social.
En el trato con los demás, empieza a reconocer su papel dentro del grupo, qué puede
aportar y qué puede recibir. Lo habitual en los seis y siete años es que la camaradería no
sea aún muy sólida y que el grupo esté dirigido por un cabecilla que imponga una
auténtica dictadura. Los niños de carácter débil, tímidos o que han sido sobreprotegidos
por sus padres encontrarán más dificultades de adaptación: desconfianza de sus
compañeros, temores.
Conviene explicar a los niños con frecuencia en qué consiste ser un buen compañero
y por qué hay que serlo. También hay que favorecer oportunidades para que los niños se
traten y se conozcan, como, por ejemplo:
—Grupos pequeños o equipos para estudiar o jugar.
—Encargos compartidos por varios compañeros de clase (por ejemplo, colocar
pósters, noticias, anuncios, etc., en el tablón de anuncios o corcho de la clase).
—Facilitar que algunos compañeros vengan a casa a jugar.
—Ayudar a superar la timidez.

Importancia de las reglas

A partir de los ocho años se comprende mejor el sentido de las reglas y la necesidad
de ajustarse a ellas, así como la conveniencia de sacrificar los gustos personales en
interés del grupo. El respeto a las reglas favorece el sentido de la justicia, de la lealtad,
del orden, del derecho y el deber.
Entre los nueve y los doce años aumenta la necesidad del
Un buen regalo escompañerismo y la actitud de solidaridad hacia el grupo. Un buen
jugar con tu hijo. ejemplo de ello es que los niños ya no se acusan entre sí. A la vez,
  los grupos son más selectivos y reducidos que antes, dando lugar a
la pandilla infantil.
La convivencia con sus compañeros de pandilla puede suponer un estímulo muy
positivo para el desarrollo de las virtudes sociales, como la lealtad, la generosidad, el
contar con los demás. Además, se siente juzgado por sus compañeros por lo que dice y
hace cada día, de un modo distinto que por sus padres, lo que contribuye a la formación
de un autoconcepto más realista.

95
Labor de los padres

Los padres pueden ayudar a sus hijos a desarrollar el compañerismo procurando que
los hijos tengan tiempo para jugar con sus compañeros, y no solo para ver televisión o
hacer tareas escolares. Conviene dar facilidades para que sus compañeros vengan a casa
a jugar o a celebrar el cumpleaños.
En los juegos, los padres pueden estar pendientes de enseñarles a ganar y a perder, a
que no hagan trampas ni se retiren del juego si van perdiendo. Debe aclararse a los niños
que quienes actúan así difícilmente tendrán compañeros y amigos. Así como que no
deben despreciar a nadie, aunque no sea de su pandilla.
Además de explicar a los niños la importancia del compañerismo y los modos
prácticos de vivirlo en el colegio, interesa alabar las conductas positivas de
compañerismo y corregir las faltas que se produzcan con delicadeza, para no provocar
rechazos.

Inicio de la amistad

Entre los once y los doce años empiezan las primeras relaciones de amistad
desinteresada de los hasta entonces compañeros de clase o de juegos. Las niñas van por
delante en la madurez y hacia los diez u once años empiezan ya a buscar la amistad.
Es el momento de enseñarles a portarse bien con los amigos. Para conocerlos mejor y
poder ayudarles, interesa que los traigan a casa. También conviene conocer a los padres,
por ejemplo, procurando coincidir en alguna fiesta del colegio. No se trata de ser pesados
insistiéndoles continuamente en qué tipo de amigos les convienen. Se les puede explicar,
y pueden entenderlo, pero conviene respetar sus preferencias, sin imposiciones directas,
salvo casos de claro peligro.

Los tímidos

Algunos hijos, más introvertidos y menos sociables, no ponen empeño en hacer su


grupo de amigos, y pueden perder toda la riqueza educativa que tiene el contacto con
otras personas de su edad.
Sin forzar la relación con alguien en concreto, interesa ponerle en contacto con
grupos deportivos, animarle a que traiga a casa a algún compañero a estudiar, motivarle
a que comparta con algún conocido una de sus aficiones. A la vez, si es el caso, habrá
que limitarle las horas de videojuegos, ordenador, televisión u otras actividades que
potencien su aislamiento.

96
Lo habitual es que seleccionen bien sus amistades, pero podemos facilitárselo
procurando que se mueva en unos ambientes en los que trate chicos de su edad que
puedan hacerle bien, de familias sanas y que tengan costumbres y modos de divertirse
sanos. Existen diferentes clubes juveniles y asociaciones que ayudan a educar en el
tiempo libre.
Es conveniente fomentar que los niños tengan más de un grupo diferente de amigos,
ya que, si en uno de ellos el ambiente se deteriora, puede tener acogida en los otros. Los
grupos podrían ser el del cole, el vecindario, el equipo de fútbol, los primos, la
parroquia, el club juvenil, el grupo del verano, etc. Esto permitirá que nuestro hijo sea
más dueño de su forma de actuar, no quedándose solo en caso de no gustarle el ambiente
en alguno de los grupos y lo hace menos vulnerable al bullying.

 Atención a…
Posibles objetivos de planes de acción relacionados con el compañerismo:
—Ayudar a los compañeros, al que no entiende una lección o no sabe hacer un problema, al
que no puede correr en el patio.
—Visitar y tomar las tareas a un compañero enfermo.
—Traer algún día a casa (o ir a casa de otros) compañeros para trabajar o jugar.
—Explicar la importancia que los buenos compañeros y amigos tienen en la vida.
—Participar en las actividades de un club juvenil.
—Compartir aficiones.

Amabilidad, cortesía
y delicadeza en el trato
Por ser los últimos valores no significa que sean menos importantes. La amabilidad,
la cortesía y la delicadeza en el trato parece que han de ir unidas siempre a cualquier
relación entre personas, porque ¿quién se imagina a alguien muy generoso y justo, pero
desabrido y maleducado?
La amabilidad es una derivación de la amistad, que significa sintonía con la situación
y sentimientos de otro. Para ser verdaderamente amable hay que intentar sentirse amigo
de aquel a quien nos dirigimos. La amabilidad tiene su expresión en las buenas maneras,
en la cortesía, es decir, en palabras y actitudes que hacen agradable a los demás las
relaciones que con ellos establecemos.
La delicadeza en el trato se manifiesta en pequeños detalles que tienen como
finalidad el hacer la vida más agradable a los demás. Cada uno de estos pequeños actos

97
puede convertirse en un hábito y la edad más eficaz para lograrlo, entre los seis y los
once años, antes de la llegada de la pubertad.
Algunas pequeñas normas de cortesía, que pueden convertirse en objetivos de planes
de acción, podrían ser:
—Utilizar correctamente los cubiertos en la comida.
—Usar adecuadamente la servilleta y el pañuelo.
—Vestir con corrección.
—Comer y beber sin hacer ruido.
—Evitar tocarse la nariz.
—Pedir permiso para algo que no es habitual.
—Dar las gracias.
—Evitar hacer ruidos malsonantes (bostezos, estornudos).
—Evitar pasar entre dos o más personas cuando están hablando.
—Adoptar posturas correctas en clase, vestíbulos y pasillos.
—Evitar las palabras ofensivas.
—Evitar las palabras malsonantes o chabacanas.
—Pedir las cosas por favor.
—Saludar y despedirse.
—Ceder el paso.
—Pedir perdón cuando se haya molestado a alguien.
—Hablar sin gritar.
—Respetar el turno de palabra.
—Escuchar en silencio al que habla.

98
La responsabilidadCAPÍTULO 8 | 


La responsabilidad es un valor que hoy en día se cotiza muy al alza. La mayoría de


los padres consideran muy importante que sus hijos desarrollen una actitud responsable,
ya que supone un reflejo de la madurez personal. Un hijo responsable es capaz de vivir
su libertad, de comprometer su vida con la verdad y el bien en un proyecto propio, con
todas sus consecuencias.
La mejor edad para que arraigue el valor de la responsabilidad es entre los seis y doce
años. En esa época, se dan en el niño unos períodos sensitivos que hacen más fácil la
conducta responsable. El amor a la justicia, la disposición pronta para ayudar y
colaborar, el deseo de quedar bien, el afán de superación… surgen y crecen en él casi
espontáneamente.
Son tendencias que cooperan directamente con la necesidad de cumplir con el deber,
elegido o asumido. Se trata de predisposiciones que facilitan el realizar con perfección
los compromisos.

TEST: ¿ES RESPONSABLE MI HIJO?
Mi hijo/a, habitualmente…
Realiza sus tareas sin que haya que recordárselo en todo momento.
Estudia a diario.
Ante unos resultados por debajo de sus posibilidades, acepta –de entrada– su
responsabilidad.
Cuida sus cosas: ropa, útiles de estudio, etc.
Es capaz de exponer los motivos, las razones de por qué ha actuado de tal o cual manera.
No se deja influir con facilidad por los comentarios de los compañeros/as.
Juzga sin precipitación, sin dejarse arrastrar por un sentimiento pasajero.
No echa la culpa a los demás sistemáticamente.
Es capaz de escoger entre alternativas diferentes, razonando la elección.
Se compromete libremente en proyectos y asume –con constancia– las lógicas
incomodidades.
Pide perdón cuando se ha equivocado.

99
Se informa adecuadamente antes de tomar una decisión.
Termina lo que empieza.
Consulta con sus padres algunas decisiones personales.
Tiene claro en qué puede decidir por su cuenta y en qué ha de pedir permiso.
Puede tomar decisiones que difieren de las que otros toman en los grupos en los que se
mueve (pandilla, compañeros de colegio, familia…).
Hace lo que dice que va a hacer.
Cumple sus encargos familiares.
Respeta las decisiones de los demás.
Ayuda y está pendiente de sus hermanos menores.
Reconoce sus errores sin necesidad de complicadas justificaciones.
Es capaz de tomar decisiones y llevarlas a cabo, aun a sabiendas de que no va a estar
«bien visto» por algunos compañeros.

Autocorrección

19 a 22 cuestiones marcadas afirmativamente: Muy bien. Este chico/a está en


proceso de ser un/una joven responsable.
15 a 18 cuestiones marcadas afirmativamente: Bien. Interesa convertir en Planes
de Acción educativa los aspectos que están fallando.
10 a 14 cuestiones marcadas afirmativamente: Es importante plantearse una
acción educativa concreta de la responsabilidad.
Menos de 10 cuestiones marcadas afirmativamente: Este/a chico/a necesita una
acción educativa urgente e intensa sobre esta virtud.

Condiciones para una actuación responsable

El error más frecuente, al hablar de la responsabilidad, consiste en confundirla con la


obediencia. Ejecutar órdenes a pies juntillas no significa ser responsable. Cuando una
persona obedece, lo hace para agradar a otra, para evitar un castigo, etcétera. Sin
embargo, actúa responsablemente cuando decide qué hacer y se motiva a sí misma para
hacerlo.
Al obedecer, el hijo hace lo que le mandan sin tener por qué estar de acuerdo: tanto la
decisión como la motivación son externas al niño. Sin embargo, una actuación
responsable implica una aceptación personal y libre de la tarea y una motivación interna,
personal, para llevarla a cabo.

100
Cuando solo se actúa por obligaciones impuestas, los hijos no llegan a experimentar
el éxito o el fracaso como consecuencia de una decisión personal de la que son
responsables. Y equivocarse, tanto como acertar, son necesarios para aprender a ser
responsable.

Bases de la responsabilidad

Tener información.
Dar oportunidades de escoger.
Contar con capacidad para auto-motivarse.

Tener información. Los hijos han de saber lo que deben hacer y cómo hacerlo. Por
eso, es importante indicarles el propósito de la tarea y la forma de realizarla,
animándoles a hacer las preguntas necesarias para entenderlo bien.
Dar oportunidades de escoger. Que el hijo pueda aceptar hacer una determinada tarea
supone también que pueda no aceptarla. Si puede escoger libremente, estará ejercitando
la responsabilidad. Está claro que algunas tareas han de realizarlas por obligación, pero
también es interesante considerar que, para que, los niños aprendan a pensar y a decidir
por sí mismos, deben practicar la toma de decisiones… y esto también se logra diciendo
«no» algunas veces.
Contar con capacidad para auto-motivarse. A medida que los
Soy responsable hijos van creciendo, los padres han de procurar que la
de lo que he decididomotivación sea cada vez más interna (que provenga de ellos
con libertad. mismos) que externa. Cuando son más pequeños se les dan
  motivos; después interesa presentarles algunos motivos, para que
–si quieren– los hagan propios.
Si queremos hijos responsables, habrá que correr el riesgo de la libertad: soy
responsable de lo que he decidido con libertad.
Esto no significa ausencia de ayuda o consejo. Cuando no se dan ocasiones para
ejercitar la propia libertad, no se puede pretender que los hijos crezcan como personas
responsables: quizá puedan ser dóciles y sumisos, pero no responsables.

¿Cómo desarrollar la responsabilidad?

Encomendando responsabilidades a los hijos.


Informándoles de cómo lo están haciendo.

101
Ayudándoles a pensar.

Encomendando responsabilidades a los hijos. Según crezcan, cada vez será mayor el
número de situaciones de las que puedan responsabilizarse y su sentido de la
responsabilidad se irá perfeccionando. Se aprende a ser responsable enfrentándose a
responsabilidades concretas.
Informándoles de cómo lo están haciendo. Los niños necesitan información sobre si
sus conductas son las esperadas por sus padres o no. El reconocimiento de lo bien hecho,
la satisfacción manifestada por los padres, la alabanza, cumplen esta función. También
es necesario informar de que no se ha actuado bien o como se esperaba.
Ayudándoles a pensar, a sopesar distintas posibilidades de realizar lo que han
decidido. En su acepción más común, responsabilidad es la capacidad para decidir
apropiadamente y con eficacia. Los hijos necesitan aprender a tomar decisiones
personales con responsabilidad. Para ello es muy interesante hacerles conscientes de las
decisiones que continuamente están tomando y ayudarles a prever las consecuencias de
las que son responsables.

Libertad y responsabilidad
La libertad de cada persona es el dato previo fundamental de cualquier programa de
educación en una familia. Y la responsabilidad, por tanto, presupone la capacidad de
decidir libremente, de poder auto-dirigirse.
La libertad nos hace capaces de elegir el bien; la
Hay que educar en unaresponsabilidad, de poner en práctica esas decisiones y de
libertad responsable. cumplir con los propios deberes lo mejor posible, con
  autonomía e iniciativa.
El principal medio para educar en y para la libertad
responsable lo constituye la misma convivencia familiar. Cuando hay auténtica
convivencia familiar, los hijos aprenden a asumir distintos papeles y adquieren
habilidades de relación, comprensión, apertura y comunicación.
Hablar con los hijos supone darse a conocer. Ese conocimiento engendra y aumenta
el amor; supone expresar las propias emociones y enseñarles a expresar las suyas;
supone enseñar a resolver los problemas dialogando y un largo etcétera de efectos
positivos.
Las ocasiones en que se puede razonar con los hijos sobre estos temas se presentan
abundantes en la vida normal, y es cuestión de no dejarlas pasar. Se trata de coger al
vuelo, con naturalidad, esas ocasiones.

102
Ayudar en las propias decisiones

Los padres no han de suplantar la voluntad del hijo limitándose a señalarle qué debe
hacer, sino ayudarle a tomar sus propias decisiones, a actuar con libertad personal,
poniéndole frente a sus responsabilidades.
Si la relación padres-hijos se limitase a un trato superficial estereotipado, quizá
lograría que el hijo aceptara externamente sus consejos (por quedar bien o para librarse
de su insistencia), pero habría perdido la ocasión de educar, de ayudarle a conocerse, a
hacer suyos unos criterios de conducta y a vivirlos con libertad personal.
No conviene sustituir al hijo en la responsabilidad de asumir las consecuencias de sus
actos. Por ejemplo, si en un momento de enfado ha roto un juguete de un hermano
pequeño, además de pedir perdón, ha de arreglar o pagar al menos parte de ese juguete
con dinero de sus ahorros o con parte de su asignación, poco a poco. Es decir, debería
reconocer el hecho, pedir perdón y reparar el daño causado.
Por lo tanto, educar la responsabilidad supone un estilo y ambiente familiar que
propicie un progresivo y recto uso de la libertad responsable.
El padre y la madre que educan en y para la libertad responsable:
—Observan y escuchan a sus hijos con sumo interés.
—Procuran conocer cuáles son sus intereses, sus pasiones, sus curiosidades, sus
anhelos, su experiencia en la vida.
—Se esfuerzan en conocer y comprender a una generación que no es la suya.

ACTUAR EN LA PRÁCTICA DIARIA

1. Poner unos límites.


Cuando el niño vive dentro de unos límites dispone de un sentido de alarma
permanente: puede darse cuenta, antes de tomar una decisión, de que las
consecuencias pueden ser inaceptables.
2. Ser claros.
Exponiendo el comportamiento que nos molesta, en lugar de etiquetar o calificar el
carácter o la personalidad de los niños.
3. Describir lo que ocurre.
En lugar de echarle la culpa a los hijos.
4. Invitar a los niños a contribuir.
Para resolver las dificultades. Por ejemplo: «¿Qué crees que podríamos hacer para
que tu cuarto estuviera limpio?», y no: «Como no limpies tu cuarto… seguirás
estando castigado todo el tiempo que haga falta».
5. No hacerles las cosas.

103
Aunque nos resulte más fácil, cómodo y rápido.

Los encargos o responsabilidades familiares


Los pequeños encargos han demostrado ser un medio estupendo para educar en la
responsabilidad. Además, parece muy razonable y justo que las tareas familiares
recaigan de manera proporcionada sobre todos los miembros de la familia. Los encargos
han de ser útiles y relacionados con la buena marcha de la casa. Interesa motivar a los
niños haciéndoles conscientes de que gracias al esfuerzo de cada uno funcionará todo
muy bien.
Para que un encargo desarrolle la responsabilidad, el niño ha de ser consciente de que
debe responder ante alguien (sus padres o hermanos) del trabajo realizado o de la ayuda
prestada. Uno de los padres debe controlar periódicamente su cumplimiento. También
puede ocuparse de este cometido un hermano mayor.
La auténtica responsabilidad supone aprender a tomar decisiones personales con
iniciativa ya sea en la elección del encargo, ya sea en la elección del modo de cumplirlo
mejor. Conviene fomentar la iniciativa personal y animar a los niños a sugerir modos de
cumplir el encargo, atenderles con interés y felicitarles cuando proponen sus iniciativas.
Debe explicarse a cada niño en qué consiste su encargo, para que pueda cumplirlo
bien desde el primer momento. También conviene considerar, al distribuirlos, cuál puede
ser más educativo para cada hijo según su carácter, virtudes o defectos.

Ventajas de los encargos

Además de promover la adquisición de la responsabilidad y facilitar un clima


educativo adecuado, los encargos…
Potencian la confianza del niño en sí mismo.
Desarrollan capacidades y habilidades.
Fomentan la preocupación por los demás.

—Potencian la confianza del niño en sí mismo al fomentar la confianza en su
capacidad para cumplir bien el encargo; refuerza la seguridad personal, le da el
valor y la energía necesarios para afrontar esa tarea.
—Desarrollan capacidades y habilidades a través de la experiencia: al hacerse
cargo de una pequeña responsabilidad, el niño –con frecuencia– aprende a hacer
algo que antes no sabía, fomentando la satisfacción personal por la obra bien

104
hecha.
—Fomentan la preocupación por los demás, el espíritu de servicio y el sentido de
la cooperación a través de la conciencia de ser útil para los demás y del
reconocimiento del trabajo realizado por sus hermanos.

Función de padres

La función principal de los padres respecto de los encargos es ejercer adecuadamente


la autoridad: dirigir la participación de los hijos en la vida familiar orientando su
iniciativa. Junto a la distribución de tareas familiares en forma de pequeños encargos, los
padres han de fomentar la colaboración continua de todos, para conseguir una situación
en que todos se sientan responsables y, además, corrijan con afecto a sus hermanos
cuando no cumplan.
Es interesante que, orientados por los padres, la familia reunida
Los encargos distribuya estas pequeñas tareas, explicando con paciencia y
bien asignados claridad a los hijos en qué consiste su encargo. También interesa
fomentan la alegría.ayudarles a decidir cuándo lo van a cumplir. Importa mucho
  procurar que cada hijo tenga aquellos que puede cumplir bien. Los
encargos bien asignados fomentan la alegría.
La marcha de los encargos puede controlarse también en grupo familiar, en tertulia,
con sentido positivo. De este modo los hijos aprenderán a dar cuentas y a sugerir
mejoras.

Responsabilidades familiares
Con las responsabilidades familiares, los hijos aprenden, desde pequeños, a colaborar
con obras en la buena marcha del hogar. Tener un encargo concreto a los cuatro o cinco
años hace posible que a los quince o dieciséis vean lógico y natural preocuparse del
conjunto del hogar y de mantener un clima familiar acogedor.
Los más pequeños comienzan ayudando a realizar algún trabajo del hogar. Más
adelante se responsabilizarán de una tarea. Con ellos, es muy importante pedirles ayuda
en pequeñas tareas que puedan hacer bien, para que disfruten con la satisfacción de un
trabajo bien hecho por ellos mismos.
De este modo, el niño aprenderá con placer y cultivará el afán y voluntad de actuar
por sí mismo. Pronto podrán pasar de la ayuda a la colaboración, entendiendo que los
trabajos del hogar son de todos, según las posibilidades de cada uno.

105
Desde muy pequeños, los hijos ya pueden tener encargos, siempre adecuados a su
edad.

ENCARGOS POR EDADES
1- 2 años:
Llevar su pañal al cubo de la basura.
Poner en su sitio sus juguetes, sus zapatos.
Poner el chupete a su hermano.


2-3 años:
Poner ocasionalmente algunas cosas en la mesa: sacar las servilletas o cosas pequeñas.
Ayudar en tareas concretas, como: regar plantas en el exterior, acompañar a sacar la
basura…


3-5 años:
Disponer sistemáticamente cosas fáciles en la mesa.
Ser el responsable de ayudar y en algunos casos poner la mesa.
Cuidar de alguna cosa: flores, animales… (con recordatorios y supervisión).
Ayudar a hacer su cama.


5-7 años:
Ayudar en la limpieza de algún animal.
Tareas domésticas simples: ordenar las sillas, barrer algo sencillo…
Quitar la mesa, sacar la basura, limpiar alguna cosa sistemáticamente (cuarto de baño:
bidé, lavabo…).
Poner la ropa sucia en su lugar correspondiente.
Vestirse y bañarse solo.
Atender al teléfono y a la puerta exterior.
Tareas sencillas relacionadas con el jardín, plantas o azoteas…
Hacer su cama.


7-9 años:
Compra diaria de productos básicos: pan, leche… y hacerse cargo de los «recados»
ordinarios.
Lavar los platos o piezas fáciles. Meter el lavaplatos.

106
Preparar la merienda.
Ordenar su dormitorio. Dejar el aseo como lo encontró.
Puede barrer lugares sencillos. Ordenar la cocina.
Es capaz de cuidar un bebé, esporádicamente y por poco rato.
Pasar la aspiradora.
Limpiar los zapatos.
Ayudar en la atención de hermanos pequeños: leer cuentos, jugar con ellos, darles de
comer, vigilarles…
Usar el ordenador ayudando a sus padres o hermanos. Encargarse de la casa por horas.


9-11 años:
Lavar los platos normalmente.
Limpiar animales y darles un paseo.
Recoger y limpiar cuartos de baño.
Puede cuidar un bebé, darle el biberón y alguna comida fácil.
Puede fregar el suelo, sabe escurrir bien.
Ayudar a la atención de personas mayores: leerles, llevarles algo que necesiten, ayudas
sencillas.
Lavar coches. Tareas de jardín con alguna dificultad.
Conectar internet, abrir el correo electrónico y proponer contestaciones y en algún caso
contestar.
Arreglar habitaciones de niños pequeños o personas mayores, incluido hacer las camas.


11-13 años:
Poner la mesa en alguna festividad y hacerlo con criterio.
Limpiar el polvo de cualquier sitio.
Salir fuera de casa a hacer encargos, compras, recados con ciertas restricciones por existir
algún peligro.
Vestir, desnudar y cambiar a hermanos pequeños…
Dar clases a sus hermanos pequeños en áreas que ellos dominen.
Manejar los electrodomésticos sencillos. Planchar.
Hacer comidas fáciles: huevos, sopas, algunos postres…
Quedarse al cuidado de una casa, faltando los padres, por períodos cortos dentro de un
día.
Tareas de jardín con alguna dificultad.


13-15 años:

107
Hacer la limpieza general de su habitación.
Ocuparse del orden de algún lugar común: cocina, sala de estar…
Colaborar en arreglos caseros. Cambiar bombillas, arreglar grifos…
Hacer la compra de la comida proponiendo ellos las cosas necesarias que hay que
comprar.
Hacer la limpieza general de un ambiente, aspirar alfombras.
Dar clases particulares en el entorno de la casa.
La organización completa de una excursión.
Cuidar enfermos.


15-17 años:
Pintar algo sencillo de la casa.
Cuidar niños de familias cercanas.
Llevar la contabilidad de los gastos comunes de una casa.
Quedarse al cuidado de una casa, faltando los padres, por períodos cortos de uno o dos
días.
El seguimiento de unas instrucciones establecidas previamente: Por ejemplo: el hacer una
maleta, el hacer las operaciones necesarias antes de cerrar una casa, el preparar un viaje…
Atender a los amigos de los padres cuando vienen a casa, incluido el servir una comida
formal.
Ayudar directamente en la educación de los hermanos más pequeños.


18 años:
Hacer encargos conduciendo motos o coches.
Hacer operaciones sencillas en los bancos.
Hacer reclamaciones o pagos de recibos.
Ayudar en trabajos profesionales a los padres.
Ayudar en casa económicamente haciendo trabajos compatibles con sus estudios.
Dar clases particulares fuera de casa. Cuidar niños de otras familias.
Hacer arreglos de la casa con dificultad: eléctricos, arreglos de muebles…
Y además todos los encargos semejantes a los expuestos y que se necesiten en una
familia.

Notas:

1. - Para que los encargos sean bien realizados es necesario enseñárselos y en

108
algunos casos realizar prácticas con un experto.
2. - En cada caso hay que estudiar situaciones especiales que no hagan aconsejable
el encargo. Cada familia es diferente y cada hijo es único.
3. - En cada caso hay que tener en cuenta la madurez de las personas en relación
con su edad.
4. - La complejidad de algunas familias hace necesario restringir algunos de los
encargos señalados.
5. - En cada edad son válidos todos los encargos anteriores.

Conductas que fomentan


la libertad responsable
La responsabilidad va de la mano de la libertad y la presupone. No serviría de nada
intentar que nuestros hijos asuman los resultados de sus decisiones si antes no hemos
procurado que puedan decidir. La familia es la mejor escuela de una educación en y para
la libertad responsable.
1. Ofrecer la verdad. Hacer pensar.
—Aprovechar las ocasiones que ofrece la vida familiar para hablar con los hijos,
potenciando su sentido crítico.
—Prevenirles contra la influencia manipuladora de los medios de comunicación.
—Fundamentar lo que se dice. Distinguir la verdad objetiva de la opinión personal.
—Enseñarles a considerar las cosas y a razonar, para que no se dejen arrastrar por
estados emocionales pasajeros y a no juzgar con precipitación.
—Exponer las razones, los motivos que aconsejan actuar de un modo u otro.
—Ayudarles a prever las consecuencias de sus decisiones libres.
—Enseñarles a sopesar las razones y argumentos de las distintas opiniones.
—Enseñarles a buscar sinceramente la verdad y a ser coherentes.
2. Respetar a la persona. Comprender. Confiar.
—Respetar las indicaciones y aptitudes que tiene cada uno.
—No violentar a nadie, no forzar, no pedir imposibles.
—Reprender, cuando sea necesario, sin insultar ni humillar.
—Ofrecer confianza.
—Escuchar con atención, esforzándose por comprender a los hijos, pues no hay
clima de libertad si el diálogo sereno no preside la relación interpersonal.

109
—Reconocer y valorar sus decisiones acertadas.
—Comprender y hacer comprender que hacer lo que se entiende que se debe hacer
supone, muchas veces, un esfuerzo considerable, y no siempre se logra.
3. Fortalecer la voluntad con el ejercicio de las virtudes. Estimular la responsabilidad.
—Acostumbrar a que sean valientes, a que respondan personalmente de sus obras
sin pretender esconderse en el anonimato.
—Animar, con talante positivo, a volver a empezar una y otra vez, sin dejarse
vencer por el desánimo.
—Proporcionar ocasiones de ejercitar las virtudes, de asumir responsabilidades, de
acuerdo con sus posibilidades, en la vida familiar.
—Fomentar la participación activa y responsable en la familia mediante los
encargos o la ayuda entre hermanos.
4. Fomentar la iniciativa personal.
—Ayudar a encauzar rectamente sus afanes e ilusiones.
—Promover hábitos –proporcionando ocasiones de ejercitarlos– de:
• Autonomía y autodominio.
• Iniciativa.
• Elección.
• Decisión y participación.
—Facilitar ocasiones en las que hayan de tomar sus propias decisiones.
—Respetar las decisiones responsables.
—Animar a que organicen por su cuenta algunas actividades y a que participen
responsablemente en otras.
—No tomar decisiones que los hijos puedan tomar por sí solos.

110
Alegría y optimismoCAPÍTULO 9 | 


Puede decirse que la alegría es el valor de los valores o, también, el denominador


común de todos ellos. Cuando se intenta ser responsable, generoso, trabajador… la
alegría aparece como un fruto maduro de este intento. Desarrollarse como persona lleva
consigo, siempre, la alegría y la felicidad. Todos los valores acercan al hombre a la
felicidad y, por eso, la educación ha de ser una educación para la alegría.
La alegría es fruto de la cercanía a Dios y de hacer su voluntad. Como hemos
mencionado anteriormente, lo que más nos conviene y nos hará más felices coincide con
la voluntad del Creador, que como padre sabe de antemano lo que es bueno para
nosotros. El amar y ser amado es el centro de esta alegría y nuestra relación libre con el
Supremo es llevar este intercambio a su máxima expresión. La alegría se aprende. Este
aprendizaje es una de las tareas primordiales de la educación. Para «enseñar alegría» es
muy importante vivirla. Los educadores somos mediadores entre el niño y los valores.
Estos se aprenden fundamentalmente por contagio y su asimilación será mayor cuanto
más los presentemos encarnados en nuestro ser y nuestra conducta.
Esta tendencia fundamental del hombre a la felicidad y
Para llegar a la alegría la alegría supone un optimismo radical y realista fundado en
es preciso luchar por la idea de que en el mundo hay algo bueno, valioso, que es
alcanzarla e incorporarlaposible y conveniente alcanzar. Pero conviene aclarar que
a nuestra personalidad. se trata de un optimismo realista; los idealistas no tienen por
  qué ser optimistas. Solo hay verdadera alegría si aceptamos
sinceramente la realidad.
De la tendencia a la alegría surgen, entre otros, los valores de:
—Optimismo realista. Esperanza.
—Talante positivo.
—Seguridad. Autoestima.
—Conciencia y satisfacción por la obra bien hecha.
—Buen humor.
—Deportividad.

111
—Paz, etc.
El hombre tiende a la felicidad y la alegría. Por eso, la vida misma es un generador
constante de alegría. Cualquier bien puede ser fuente de alegría.

Enseñemos a ser felices


Los hombres no nacemos felices o infelices, sino que aprendemos a ser lo uno o lo
otro. Cada uno nace con una cierta disposición a la alegría, con distinto humor. Junto a
este hecho, para llegar a la alegría es preciso luchar por alcanzarla e incorporarla a
nuestra personalidad… sobre todo, cuando aparezcan las preocupaciones.
La tarea de «aprender a ser feliz» ha de ser un objetivo constante en todas las
familias. Con la alegría no se topa nadie a la vuelta de una esquina, sino que hay que
fomentarla día a día. Solo con que todos los miembros de la familia intentaran sonreír
siempre y que no hubiera nunca caras largas en casa, se habría conseguido mucho. ¿Cuál
es la actitud necesaria para aprender a ser feliz?
1.- Disfrutar de las cosas sencillas y cotidianas.
Están presentes en nuestra vida: la conversación, el descanso, el trabajo, la naturaleza,
la amistad… Siendo consciente de que la búsqueda ansiosa y descontrolada de
satisfacciones (por lo general, materiales) conduce a la pérdida del equilibrio interior.
2.- Mostrar un sentido positivo ante las personas y los acontecimientos.
Es lo opuesto a los derrotismos y a las actitudes deprimentes y desesperanzadas, a la
visión negativa de la vida, que conduce a la inquietud y el desasosiego. Encontraremos
alegría cuando nos esforzamos por descubrir lo positivo que siempre (y en mayor
medida que lo negativo) hay en las personas y situaciones en las que nos encontramos.
Aprovechar los errores para aprender. Esforzarse por descubrir lo positivo en mayor
medida que lo negativo, que es el primer paso para «educar en positivo».
3.- Aceptar las propias posibilidades y limitaciones.
Vivir con alegría lo que tenemos, sin renunciar a
Esforzarse por descubrir mejorar, pero sin tener nuestra atención centrada casi
lo positivo en mayor medidaexclusivamente en lo que nos falta. No perder el tiempo
que lo negativo. en lamentaciones o quejas inútiles sobre lo que ya ha
  ocurrido o es irremediable. Aceptar a cada hijo como es y
por lo que es.
4.- Hacer de nuestras ocupaciones habituales una fuente de alegría.

112
Nuestro trabajo, sea el que sea, es la expresión de nuestra capacidad y nuestra
aportación a la sociedad en que vivimos. Es uno de los ámbitos, junto con el juego y el
amor, principales de la vida humana y, por lo tanto, una de las fuentes de satisfacción y
alegría más importantes.
5.- Pasarlo bien en familia.
Reír en familia con frecuencia y contagiar la alegría. Crear oportunidades de «pasarlo
bien» todos juntos: comidas especiales, fiestas, excursiones… No se trata de hacer cosas
muy especiales, sino de hacer «especial» el estar juntos, por ejemplo, viendo un vídeo en
casa con palomitas de maíz y refrescos. Los hijos deben sentirse necesarios dentro de la
familia.
6.- Tener una buena relación con Dios.
Los hijos deben Hay que tener prácticas religiosas en familia, dependiendo de
sentirse necesarios la edad de los hijos. No tener reparos en que nos vean cómo
dentro de la familia.vivimos con naturalidad nuestra fe, dando la importancia debida a
  los eventos religiosos sin obsesionarnos. Mostrar respeto hacia las
creencias de los demás a través del conocimiento de nuestra
propia fe y curiosidad por la de los demás. El saber nos da solidez en nuestras creencias
y capacidad para ayudar a los demás, empezando por nuestros hijos. Una práctica
religiosa que no resulta en amor, tranquilidad y alegría no está bien vivida. Las preguntas
de nuestros hijos sobre la fe son oportunidades (no amenazas) que no podemos dejar
pasar.

La autoestima
La autoestima es consecuencia de lo que somos: Hijos de Dios. Todos somos sus
hijos, independientemente de que creamos en Él o no. Por eso existe la dignidad en todo
ser humano. Seamos altos, bajos, gordos, flacos, listos, tontos, etc., hemos sido creados
con un propósito único y exclusivo que nos hace importantes.
Las personas con autoestima muestran sentimientos y actitudes positivas hacia sí
mismos y hacia los demás. Es más fácil que sean personas sonrientes, acogedoras,
optimistas, capaces de ilusiones y proyectos, etc.
Son esas personas que nos encontramos por la calle, seguras de sí mismas pero sin
avasallar, a las que nos gustaría parecernos. No se trata de engañarse acerca de la propia
valía: una cosa es la autoestima y otra, la soberbia, el creerse más y mejor que los demás.
La autoestima consiste en el valor que una persona se da a sí misma. Nos solemos
valorar a nosotros mismos, dependiendo, en buena medida, del concepto que tengan las
personas más significativas (padres, familiares, amigos y maestros) que nos rodean.

113
Cuando los hijos se sienten estimados, se pueden proponer metas más realistas,
aceptan a los demás como son, aprenden con mayor eficiencia y aplican su creatividad
en las situaciones nuevas que se les plantean.
Podemos potenciar su autoestima haciendo que se sientan importantes y necesarios en
la familia, en el colegio… de modo que sean apreciados y tenidos en cuenta por los
demás. Tratar a los hijos con actitud positiva supone:
Reconocer el esfuerzo y los logros obtenidos.
Estimular informando de lo bien hecho y de lo que puede hacerse mejor.
Animar para que construyan una imagen real y positiva de sí mismos y refuercen los
sentimientos de eficacia y seguridad.

¿Cómo mejorar la autoestima de los hijos?


1.- El amor es incondicional.
Los hijos han de saberse queridos por ser ellos mismos, por el mero hecho de existir,
con independencia de sus cualidades y aptitudes y, por supuesto, de sus calificaciones
escolares.
2.- Primero, lo positivo.
En un hijo lo positivo siempre es mayor que lo negativo, aunque a veces no caigamos
en la cuenta. Partir de este principio y actuar en consecuencia es «educar en positivo».
Puede ser interesante que nos paremos a pensar y hacer una lista de las cualidades
positivas de cada hijo. Con frecuencia, podemos quedarnos demasiado pendientes de lo
que hace mal y perder de vista las cosas interesantes, deliciosas, inteligentes y amables
que hace.
3.- Enviar mensajes positivos.
Una sonrisa es un mensaje positivo. O decirle que nos gusta cómo ha hecho este
trabajo. En definitiva, darse cuenta de lo positivo y decirlo. No se trata de elogiar por
elogiar, sin moderación ni motivo. Los elogios más eficaces son los que se refieren a
actuaciones concretas, que ayudan al niño a desarrollar una mayor conciencia de lo
bueno y lo malo.
4.- Dedicar a cada hijo un tiempo especial.
Se trata de un tiempo para disfrutar juntos, no para dar lecciones ni para repasar su
comportamiento de los últimos días. Se trata de ir a un sitio que le guste y pasar un rato

114
juntos, hablando de las cosas que él o ella quieran. El trato personal y frecuente es un
generador de confianza.
5.- Reconocer el esfuerzo, el interés, la dedicación.
Más que el resultado. Esta actitud es especialmente eficaz con niños perfeccionistas o
con muy baja autoestima, que piensan que hacen mal las cosas.
6.- Enseñar a convertir las quejas y críticas en sugerencias y peticiones.
Los niños con baja autoestima suelen tener una imagen negativa de sí mismos, y son
muy autocríticos. Si aprenden a pedir y sugerir, se reducirá la tensión interior.
7.- Animar a tener iniciativas y a hacer cosas por su cuenta.
Una de las grandes alegrías de la infancia es descubrir algo nuevo y saberse capaz de
hacer algo por sí mismo. Si ellos pueden buscar una respuesta, no conviene dársela. Por
el contrario, si les damos a entender que creemos que no son capaces, y no les
permitimos intentarlo, favorecemos las dudas sobre su propia capacidad, lo que genera
pasividad y retraimiento.
8.- Escuchar a los hijos sin juzgarlos continuamente.
Escuchar con el corazón, con sincero interés, sin estar aconsejando o comentando lo
que dice continuamente. Evitar los interrogatorios.
9.- Descubrir la excelencia. Apoyarse en los puntos fuertes.
Descubrir e informar de las cualidades especiales: «Haces unos dibujos
encantadores». Apoyarse en sus puntos fuertes (el deseo de agradar a sus padres, su
buena disposición para colaborar, etc.) para conseguir que quiera mejorar en algún
aspecto concreto.
10.- Premiar, más que castigar.
A veces, es necesario castigar a los hijos por transgredir ciertas normas o reglas. Pero
también, en justicia, deberíamos reconocer sus buenas actuaciones, que siempre son más
numerosas. No se trata de premiar con algo material, lo que desvirtuaría los motivos del
buen comportamiento, sino de agradecer y reconocer lo bien hecho.
11.- Exigencia proporcionada.
Proporcionada a lo que se sabe y se puede hacer. De modo que con esfuerzo, y a
veces con ayuda, se pueda realizar bien. No conviene pedirles tareas o responsabilidades
complicadas sin explicarles bien qué han de hacer y qué se espera de ellos.
El tono de voz, la expresión del rostro… pueden transmitir muchas veces un mensaje
más claro que las palabras. Si saludamos a los hijos con aprecio, alegría y cariño,

115
reconocerán nuestra alegría en los modos de expresarnos, en el cariño que ponemos al
dirigirnos a ellos.
Esto será para ellos fuente de seguridad y de satisfacción. Aunque también con las
palabras les podemos hacer ver lo contentos que estamos de tenerlos y de estar con ellos.
Una sonrisa y unas palabras afectuosas son muchas veces una magnífica recompensa.
Es sorprendente que se refuercen las conductas negativas (prestándoles mucha atención,
aunque sea para reñir) y que pasen desapercibidas las actuaciones meritorias.

Talante optimista
El optimismo no consiste en cerrar los ojos a la realidad, falsificándola o
idealizándola; al contrario, el verdadero optimista es realista y busca lo positivo.
Suele decirse que ante el sufrimiento y las contrariedades es donde la mayor parte de
la gente muestra su verdadero rostro. Entonces, se distingue muy bien a la gente positiva
y a la negativa.
Podemos encontrarnos, por ejemplo, a unos enfermos que sonríen, que dicen que las
cosas van bien… Son la gente positiva. Y otros, que no paran de hablar de sus
enfermedades, de sus terribles dolores, de los imperdonables fallos de los demás… Son
la gente negativa.
El talante positivo es propio de aquellos que miran a la vida con optimismo, un valor
muy importante de la persona. Consiste en intentar ver siempre lo bueno de las cosas,
aun cuando hay dificultades.
El optimismo no consiste en cerrar los ojos a la realidad,
El verdadero optimistafalsificándola; ni simular que no pasa nada, con ingenuidad.
es realista: busca Cuando el optimista se centra en las dificultades es para ver
lo positivo. qué oportunidades positivas encierran. Tiene en cuenta las
  dificultades, pero sabiendo que muchas veces pueden
superarse.
¿Quién sería el realmente optimista de este ejemplo? Un día de lluvia, con el cielo
totalmente encapotado, dos personas opinan:
—«Dentro de poco podremos dar ese paseo que teníamos previsto, porque seguro
que saldrá el sol».
—«Vamos a encender el fuego y a jugar a algo que me han enseñado. Así seguro que
lo pasaremos bien».
No, no es la primera. La primera persona falsifica la realidad y la segunda sabe
aprovechar las circunstancias reales.

116
El optimismo supone confianza. No se es optimista porque todo sale siempre bien,
sino porque, aunque salga mal, confío en personas que me ayudarán a superar las
dificultades (de modo especial, los padres).
A los niños confiados en sí mismos y capaces, convendrá ponerles metas mayores y
procurar que aprendan a encajar un «fracaso» con alegría y a descubrir lo positivo de una
situación en principio negativa.
Los niños que desconfían de su propia valía o que fracasan
Aprender a ser feliz, con frecuencia, necesitan ocasiones de tener éxito, de
potenciar la autoestima,conseguir –tras el esfuerzo– lo que se habían propuesto, con
tener talante positivo, la ayuda de sus padres.
sonreír, es educar Todos necesitamos vivir en un ambiente de alegría. Dentro
en positivo. de una familia, este ambiente proviene, en parte, de que los
  padres se apoyen continuamente en los puntos fuertes de sus
hijos, exigiéndoles y estimulándoles según sus capacidades y
posibilidades.
Este ambiente ha de mostrar con claridad el cariño, que no ha de identificarse con
sobreprotección ante los pequeños fracasos o dificultades que los hijos puedan tener. Los
hijos aprenderán a confiar en sí mismos razonablemente y a confiar en sus padres.
Dios siempre está en control aunque no lo entendamos momentáneamente, y ha
querido necesitarnos para ayudarle en su proyecto de Creación. Este hecho solo puede
ser fuente de optimismo, confianza y alegría.

117
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

De todos modos…

Juan tiene siete años. Es el pequeño de tres hermanos. Ana y Daniel, sus padres, están
preocupados porque es muy remolón para obedecer y con frecuencia se queja ante
cualquier encargo.
Hace unos días, tras decirle cuatro veces que bajase la basura, se excusó diciendo que
estaba cansado. Al insistir su madre, se queja de que sus hermanos nunca la bajaban, lo
que no es cierto, y al final tuvo que bajarla Ana, con un enfado considerable.
Han comentado esta preocupación varias veces y también con su profesor en la
última entrevista. Han decidido elaborar juntos un Plan de Acción.

OBJETIVO:
Juan debe mejorar la virtud de la obediencia.

MEDIOS:
Daniel y Ana mantendrán la siguiente actitud:
— tener cuidado de no mandar excesivas cosas;
— no responder nunca a las protestas de Juan para obedecer;
— ante cualquier protesta, queja o lamento, se insistirá sin perder la calma: tienes que
hacerlo ahora. Así, si está viendo la televisión, Ana la apagará;
— con serenidad, debe quedarle claro a Juan que, de todos modos, va a realizar lo
mandado en ese momento. Por ejemplo: ya sé que ayer también bajaste tú la basura, pero
de todos modos la vas a bajar ahora.

MOTIVACIÓN:
Daniel hablará con Juan para exponerle seriamente lo preocupados que están con su
actitud y cómo mamá no puede estar contenta. A partir de ahora tendrá que esforzarse
más.
Daniel se interesará todos los días por las veces que Juan ha obedecido con prontitud
y buena cara y llevará la cuenta de cuántas veces son. Si mejora, harán juntos un plan
que le gusta a Juan: ir a merendar hamburguesas.

118
HISTORIA-RESULTADO:
Los primeros días, tras la conversación de Juan y Daniel, se le notó esforzarse más
por obedecer, pero pronto volvió a mostrarse quejoso. Ana actuó como estaba acordado
y, aunque a veces a regañadientes, fue obedeciendo.
Ha pasado un mes. Van pasando las malas caras y obedecer va siendo lo habitual,
cada vez con menos quejas. Ana está muy sorprendida de la eficacia de las palabras: «de
todos modos…». Daniel pensó en que ya era hora de ir a merendar. Fueron Daniel, Ana
y Juan. Lo pasaron muy bien.

COMENTARIO:
El camino emprendido es positivo. Interesa no retrasar tanto el premio en estas
edades. Conviene que Daniel tenga cuidado para no restar autoridad a su esposa. Interesa
que la siguiente conversación, para analizar la marcha del objetivo y ver los logros
(actuará como refuerzo de la conducta de Juan), la mantenga Ana en vez de Daniel.

119
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Un doble encargo

Un matrimonio que tiene tres hijos: un chico de once años, una niña de siete y otro
niño de tres. Los dos trabajan fuera de casa aunque la madre, al ser profesora, llega a la
misma hora que los niños y tiene las tareas domésticas por delante y va con la lengua
fuera.
Han hablado con un amigo, sobre su experiencia con sus hijos. Este les ha
recomendado ir implicando a su hijo mayor en las tareas familiares para fomentar su
responsabilidad.

OBJETIVO:
La responsabilidad de su hijo mayor.

MEDIOS:
Mejorar en la responsabilidad a través de encargos concretos que, al mismo tiempo,
descarguen de trabajo a mamá. Los padres hicieron una lista de cuatro posibles encargos
que podía realizar, el hijo mayor los estudió un buen rato, eligió uno de ellos y propuso
uno nuevo:
1°- Orden con la basura. Concretado en bajar todos los días la basura y colocar la
nueva bolsa de plástico en el cubo.
2°- Leerle dos días a la semana un cuento a su hermano pequeño, los días que mamá
tenía que ir a buscar a la niña al ballet.

MOTIVACIÓN:
El padre se sentó con su hijo mayor y le razonó en los términos siguientes: «La
familia la formamos los cinco y tenemos el deber de ayudar en la medida de nuestras
posibilidades, todos tenemos que asumir obligaciones. Tus padres trabajan fuera y
ayudan en la casa, en tu caso estudias y también debes colaborar en la casa». Le comentó
la importancia que tenía el llevar a cabo los encargos que él había elegido. Le dijo lo
satisfechos y orgullosos que estaban sus padres de él por su comportamiento habitual y
el esfuerzo que ponía en superarse en los estudios.

HISTORIA-RESULTADO:

120
Ha transcurrido un mes desde el día que habló con su hijo y hasta ahora las cosas han
ido bien. Las primeras semanas cumplió sin problemas. Su madre también le mostró su
satisfacción por la colaboración con la basura. La última semana estaba de exámenes y
dos días no le leyó el cuento a su hermano, aunque sí bajó la bolsa. Había una razón y no
le dimos mucha importancia. Realmente, si hubiese ordenado su tiempo bien, lo habría
podido hacer. Cada semana su madre revisaba con él el cumplimiento de sus encargos.

COMENTARIO:
Sus padres plantearon bien la mejora de su hijo y les salió bien. Él escogió libremente
los encargos que quiso y se responsabilizó de ellos porque le parecía una decisión
correcta, y además la cumplió.

121
UNA PROPUESTA
DE PLAN DE ACCIÓN

Disfrutar de la familia

Tengo una familia normal: mi marido, yo y tres hijos, que van desde los quince a los
once años. Yo creo que somos lo que se dice una familia feliz y nos lo pasamos bien
juntos. Tenemos los disgustos y riñas de todas las familias: los estudios, los amigos, el
orden en la habitación, el que no quieren comer pescado… Lo de siempre. Sin embargo,
nos parece que a veces mi marido y yo exigimos demasiado a nuestros hijos. Quiero
decir que en algunos momentos estamos pendientes de ellos, en vez de disfrutar con
ellos.

OBJETIVO:
La alegría. Aumentar el ambiente de alegría y el clima feliz en casa.

MEDIOS:
Para conseguir un buen ambiente alegre en casa, nos hemos propuesto que, una vez a
la semana, por lo menos, vamos a estar con los hijos solo para disfrutar con ellos. Nada
de preguntarles por el colegio, de decirles si han hecho los deberes, etc. Es un plan
bastante dirigido a nosotros como padres. También nos avisaremos cuando creamos que
nos ponemos demasiado en plan «maestros».

MOTIVACIÓN:
Nosotros estábamos motivados de sobra. Habíamos oído a algún matrimonio amigo
decir: «No tengo tiempo para disfrutar de mis hijos». Sabíamos que era una exageración,
pero nos hizo pensar y nos motivó a proponernos este plan. A nuestros hijos les dijimos
durante la comida que cada semana íbamos a pasar un tiempo con ellos, sin decirles que
tenían que…, ni qué tal tus amigos…, etc. Lo acogieron con agrado, ya sabéis cómo son
los niños.

HISTORIA-DESARROLLO:
Pensamos en el domingo por la mañana para poner en práctica el plan. Y decidimos,
sin más, ir a pasear a un parque de la ciudad. No había allí nada especial: ni circo, ni era
el cumpleaños de nadie, ni era un día de fiesta… Lo importante y especial era que
estábamos paseando y, realmente, fue muy divertido. Los pequeños jugaban y

122
correteaban, el mayor iba hablando con nosotros. Nos paramos a tomar un refresco en el
bar… Lo más sencillo del mundo.
Cuando volvimos a casa, todos comentaron que se lo habían pasado muy bien. Y yo
pensaba para mí: «si no hemos hecho nada». Hemos aprendido que se puede disfrutar de
las cosas más sencillas, sobre todo si estamos todos juntos. La próxima semana creo que
veremos una película cómica y haremos las palomitas en casa.

COMENTARIO:
Es muy importante darse un tiempo para disfrutar juntos en familia. Conocer y educar
a los hijos también se hace mediante esas escapadas juntos, sin hacer nada especial; o
también durante esos ratos en que todo el mundo está leyendo en silencio en el salón: los
hijos, sus libros y tebeos; nosotros, nuestros periódicos. No hace falta hablar.

123
PARA RECORDAR:
Obediencia y autoridad están íntimamente relacionadas.
Para que la obediencia pueda ejercitarse, la autoridad ha de ejercerse.
Los padres han de esforzarse por exigir el cumplimiento de todo lo que se manda.
Hacer de lo habitual y ordinario una fuente de alegría ayuda a educar bien.
Una señal inequívoca de que en la familia se educan las virtudes es la alegría.
Reír en familia con frecuencia y contagiar la alegría.
Crear oportunidades de «pasarlo bien» todos juntos: comidas especiales, fiestas,
excursiones.

124
PARA PROFUNDIZAR:
Juan José Javaloyes, El arte de enseñar a amar, Col. Hacer Familia, nº 82, Ed. Palabra.
Alfonso Aguiló, Educar los sentimientos, Col. Hacer Familia, nº 63, Ed. Palabra.

125
ANEXO

GUÍAS DE TRABAJO
PRIMERA PARTE (Capítulos 1, 2 y 3)

OBJETIVOS:
— Educar en valores.
— Mejorar en el orden.
— Templanza y sobriedad.

TRABAJO INDIVIDUAL:

1. Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante.


2. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto.
3. A partir del final del capítulo 1 encontrarás un programa de educación en valores
para cada etapa educativa, sitúate en la etapa que corresponde a la edad de tu hijo
y escoge un objetivo, ahora pon creatividad y haz tu mejor plan de acción; si te
quedan fuerzas, haz dos.
4. Si tu hijo tiene menos de seis años, haz un plan de acción estableciendo una
cadena de sucesos creada por ti, inspírate en el primer apartado del capítulo 2. Si
tiene más de siete años, elige un objetivo de los 16 indicados en el apartado
«Objetivos de orden: siete a doce años» del capítulo 2 y haz un plan de acción.
5. ¿Cómo anda mi familia de templanza? Lee los doce indicadores de riesgo y
refuerza el autodominio de tus hijos a partir del indicador que creas necesario
mejorar.
6. En el último número que tengas de la revista Hacer Familia busca la sección «El
arte de Educar». Lee despacio las primeras páginas relativas a la edad de tu hijo,
y escribe las dos ideas que te parezcan más interesantes.
7. Estás trabajando en un sistema de mejora continua, ¿pones en práctica procesos
continuos de planes de acción y comunicas los éxitos en los grupos de trabajo
para mejorar todos? Escribe un ejemplo concreto de esta mejora.

TRABAJO EN GRUPO:

1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto.
2. Siguiendo el punto n° 5 del trabajo individual, sobre la templanza, cada asistente
contará el indicador que ha elegido para reforzar el autodominio de su hijo y

126
expondrá los resultados.
3. Cada participante comentará las dos ideas más interesantes que ha seleccionado
de la sección «El arte de Educar» de la revista Hacer Familia y explicará la
razones de la elección.
4. Comentar los planes de acción realizados en el trabajo individual y aportar otros
planes seleccionados en otros grupos de trabajo.
5. Seleccionar los tres mejores planes de acción aportados en esta sesión.
6. Estamos en un sistema de mejora continua, cada asistente expondrá el ejemplo
concreto que ha escrito en el punto 7° del trabajo individual.
7. TRABAJO OPCIONAL: Es necesaria una educación en el uso del dinero, leer
los criterios que se exponen en el apartado «Uso del dinero» en «Templanza y
sobriedad», del capítulo 3 y, haciendo un esfuerzo de creatividad, cada asistente
añadirá un criterio nuevo.

127
GUÍAS DE TRABAJO
SEGUNDA PARTE (Capítulos 4, 5 y 6)

OBJETIVOS:
— Crecer en fortaleza.
— Aprovechar el tiempo libre.
— Justicia y generosidad.

TRABAJO INDIVIDUAL:

1. Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante.


2. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto.
3. La fortaleza y la capacidad de esfuerzo son imprescindibles en la educación,
debemos enseñarles a afrontar las dificultades, retos y esfuerzos que la vida
plantea continuamente. En el apartado «Objetivos de planes de acción
relacionados con la fortaleza», del capítulo 4, tienes más de doce objetivos
relacionados con la fortaleza, elige uno y haz un plan de acción. Si tu hijo es
adolescente, inspírate en la última parte del capítulo 4.
4. Saber aprovechar el tiempo libre es una asignatura pendiente en muchas familias.
A los hijos les gusta hacer lo que saben que hacen bien. Hay que enseñarles a
hacer deportes, a jugar, a entretenerse. Lee despacio el capítulo 5 y haz un plan
de acción para aprovechar mejor el tiempo libre.
5. Para que los castigos sean justos y eficaces deben cumplir ciertas condiciones,
algunas están expuestas en el apartado «los castigos», en «Educar la justicia», del
capítulo 6, léelas despacio, añade otra pensada por ti y escríbela para contarla en
el trabajo en grupo.
6. Repasa los objetivos de planes de acción sobre la generosidad del capítulo 6,
basándote en ellos ten una conversación con alguno de tus hijos para que mejore
en esta virtud, anota los resultados de la conversación.
7. Anota en un papel las tres características más importantes, según tu criterio, de
educar en positivo.

TRABAJO EN GRUPO:

1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto.
2. En el punto 5° del trabajo individual anotaste una nueva condición que, según tu

128
criterio, deben cumplir los castigos justos, cuéntala.
3. Si lo consideras oportuno, cuenta las anécdotas de los resultados de conversar
con tus hijos sobre los objetivos de generosidad.
4. Comentar los planes de acción realizados en el trabajo individual y aportar otros
Planes seleccionados en otros grupos de trabajo.
5. Seleccionar los tres mejores planes de acción aportados en esta sesión.
6. Cada asistente expondrá las tres características más importantes, según su
criterio, de la Educación Positiva. Ordenarlas todas según su importancia.
7. TRABAJO OPCIONAL: Entre todos los asistentes hacer una «TORMENTA DE
IDEAS» sobre planes familiares a hacer durante un día de fiesta, referidos a las
edades de los hijos del grupo.

129
GUÍAS DE TRABAJO
TERCERA PARTE (Capítulos 7, 8 y 9)

OBJETIVOS:
— Educar en la Solidaridad.
— Mejorar en la Responsabilidad.
— Potenciar la Autoestima y la Alegría.

TRABAJO INDIVIDUAL:

1. Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante.


2. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto.
3. La amabilidad y la cortesía son partes integrantes de la solidaridad. Algunas
pequeñas normas de cortesía pueden convertirse en objetivos de planes de acción,
lee el apartado «Amabilidad, cortesía y delicadeza en el trato», del capítulo 7 y
haz un plan de acción para mejorar en una de ellas.
4. Es importante saber si, realmente, tus hijos son responsables. Aplica a tus hijos el
TEST del comienzo del capítulo 8. Haz la autocorrección y actúa en
consecuencia.
5. Desde pequeños los hijos deben tener responsabilidades en casa y cumplirlas.
Lee el apartado «Responsabilidades familiares» del capítulo 8, céntrate en las
edades de tus hijos y haz algún plan de acción para mejorar en la responsabilidad.
6. Una autoestima alta ayuda a estar alegres. En el apartado «¿Cómo mejorar la
autoestima de los hijos?» encontrarás 11 modos de mejorar la autoestima. Escoge
uno de ellos y haz un plan de acción para mejorar la autoestima en uno de tus
hijos.

TRABAJO EN GRUPO:

1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto.
2. Comentar los resultados positivos de la aplicación del TEST del punto 4° del
trabajo individual.
3. Leer nuevamente las responsabilidades familiares del capítulo 8, centrarse en las
edades de los hijos del grupo y cada asistente añadirá una nueva responsabilidad.
Poner creatividad.
4. Comentar los planes de acción realizados en el trabajo individual y aportar otros

130
planes seleccionados en otros grupos de trabajo.
5. Seleccionar los tres mejores planes de acción aportados en esta sesión.
6. TRABAJO OPCIONAL: Recordar entre todos los asistentes: a) Preguntas que es
bueno hacer a la persona que ha contado un plan de acción. b) Preguntas que no
es bueno hacer a la persona que ha contado un plan de acción. Hacer ejercicios
sobre un plan de acción concreto que se haya contado anteriormente.

131
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PRIMERA PARTE: TEMPLANZA, SOBRIEDAD Y SINCERIDAD

CAPÍTULO 1 | Educar las virtudes humanas


Motivados por el amor
La triple dimensión de la educación en valores
Valores humanos fundamentales
Un programa de vida
Programa de educación en valores para cada etapa educativa
CAPÍTULO 2 | La virtud del orden
Antes de los seis años
De los siete a los doce años
Un horario
Orden en el tiempo libre
Objetivos de orden: siete a doce años
CAPÍTULO 3 | Templanza, sobriedad, sinceridad
Templanza y sobriedad
¿Cómo anda mi familia de templanza?
Objetivos de planes de acción relacionados con la sobriedad
La sinceridad
¿Por qué mienten?
Espontaneidad, ¿hasta dónde?
Objetivos de planes de acción relacionados con la sinceridad
Siete orientaciones educativas

UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Cajas de colores para juguetes


UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Los diez positivos
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: ¡Nada de consumistas!
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Realidad y fantasía
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR

SEGUNDA PARTE: ESFUERZO, JUSTICIA Y GENEROSIDAD

CAPÍTULO 4 | Esfuerzo y trabajo


Trabajo
Período sensitivo
Valores relacionados
Objetivos de planes de acción relacionados con la fortaleza
El hábito de estudio
¿Y en la adolescencia?
CAPÍTULO 5 | Aprovechar el tiempo
La práctica de aficiones
El deporte
Las lecturas
Música, televisión e internet
Dedicar tiempo a los hijos
Organizar planes familiares
Un programa de actividades para las vacaciones

132
CAPÍTULO 6 | Justicia y generosidad
Educar la justicia
Los castigos
Objetivos de planes de acción relacionados con la justicia
Educar la generosidad
Generosidad en la familia
Objetivos de planes de acción sobre la generosidad
El perdón

UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Verano para todos


UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Un horario para practicar aficiones
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Los demás también cuentan
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR

TERCERA PARTE: SOLIDARIDAD, RESPONSABILIDAD Y ALEGRÍA

CAPÍTULO 7 | Obediencia, compañerismo, solidaridad


La obediencia
Solidaridad y espíritu de servicio
El compañerismo
Amabilidad, cortesía y delicadeza en el trato
CAPÍTULO 8 | La responsabilidad
Bases de la responsabilidad
Libertad y responsabilidad
Los encargos o responsabilidades familiares
Responsabilidades familiares
Conductas que fomentan la libertad responsable
CAPÍTULO 9 | Alegría y optimismo
Enseñemos a ser felices
La autoestima
¿Cómo mejorar la autoestima de los hijos?
Talante optimista

UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: De todos modos


UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Un doble encargo
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Disfrutar de la familia
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR

ANEXO

GUÍAS DE TRABAJO PRIMERA PARTE (Capítulos 1, 2 y 3)


GUÍAS DE TRABAJO SEGUNDA PARTE (Capítulos 4, 5 y 6)
GUÍAS DE TRABAJO TERCERA PARTE (Capítulos 7, 8 y 9)

133
Índice
INTRODUCCIÓN 4
PRIMERA PARTE: TEMPLANZA, SOBRIEDAD Y
7
SINCERIDAD
CAPÍTULO 1 | Educar las virtudes humanas 8
Motivados por el amor 8
La triple dimensión de la educación en valores 8
Valores humanos fundamentales 10
Un programa de vida 13
Programa de educación en valores para cada etapa educativa 14
CAPÍTULO 2 | La virtud del orden 19
Antes de los seis años 20
De los siete a los doce años 24
Un horario 24
Orden en el tiempo libre 25
Objetivos de orden: siete a doce años 26
CAPÍTULO 3 | Templanza, sobriedad, sinceridad 27
Templanza y sobriedad 27
¿Cómo anda mi familia de templanza? 29
Objetivos de planes de acción relacionados con la sobriedad 34
La sinceridad 35
¿Por qué mienten? 35
Espontaneidad, ¿hasta dónde? 37
Objetivos de planes de acción relacionados con la sinceridad 38
Siete orientaciones educativas 38
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Cajas de colores para juguetes 40
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Los diez positivos 42
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: ¡Nada de consumistas! 44
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Realidad y fantasía 46
PARA RECORDAR 48
PARA PROFUNDIZAR 49
SEGUNDA PARTE: ESFUERZO, JUSTICIA Y GENEROSIDAD 50
CAPÍTULO 4 | Esfuerzo y trabajo 51
Trabajo 52

134
Período sensitivo 54
Valores relacionados 55
Objetivos de planes de acción relacionados con la fortaleza 56
El hábito de estudio 57
¿Y en la adolescencia? 58
CAPÍTULO 5 | Aprovechar el tiempo 61
La práctica de aficiones 61
El deporte 62
Las lecturas 64
Música, televisión e internet 65
Dedicar tiempo a los hijos 67
Organizar planes familiares 67
Un programa de actividades para las vacaciones 69
CAPÍTULO 6 | Justicia y generosidad 71
Educar la justicia 72
Los castigos 73
Objetivos de planes de acción relacionados con la justicia 74
Educar la generosidad 75
Generosidad en la familia 77
Objetivos de planes de acción sobre la generosidad 78
El perdón 79
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Verano para todos 80
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Un horario para practicar
82
aficiones
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Los demás también cuentan 84
PARA RECORDAR 87
PARA PROFUNDIZAR 88
TERCERA PARTE: SOLIDARIDAD, RESPONSABILIDAD Y
89
ALEGRÍA
CAPÍTULO 7 | Obediencia, compañerismo, solidaridad 90
La obediencia 91
Solidaridad y espíritu de servicio 93
El compañerismo 94
Amabilidad, cortesía y delicadeza en el trato 97
CAPÍTULO 8 | La responsabilidad 99

135
Bases de la responsabilidad 101
Libertad y responsabilidad 102
Los encargos o responsabilidades familiares 104
Responsabilidades familiares 105
Conductas que fomentan la libertad responsable 109
CAPÍTULO 9 | Alegría y optimismo 111
Enseñemos a ser felices 112
La autoestima 113
¿Cómo mejorar la autoestima de los hijos? 114
Talante optimista 116
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: De todos modos 118
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Un doble encargo 120
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN: Disfrutar de la familia 122
PARA RECORDAR 124
PARA PROFUNDIZAR 125
ANEXO 126
GUÍAS DE TRABAJO PRIMERA PARTE (Capítulos 1, 2 y 3) 126
GUÍAS DE TRABAJO SEGUNDA PARTE (Capítulos 4, 5 y 6) 128
GUÍAS DE TRABAJO TERCERA PARTE (Capítulos 7, 8 y 9) 130
ÍNDICE 132

136

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