Tema 2 Medieval Anexos

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TEMA 2

ANEXOS

LA IGLESIA Y EL
NACIMIENTO DE EUROPA

Conversión de Clodoveo

La reina Clotilde continuaba rezando para que su marido pudiese reconocer al verdadero Dios y abandonase su culto
idólatra. Nada podía persuadirle para que aceptase el cristianismo. Finalmente estalló la guerra contra los alamanes y en este
conflicto él fue forzado por la necesidad a aceptar lo que había rechazado libremente. Así sucedió que cuando los dos
ejércitos se encontraron en el campo de batalla hubo gran carnicería y las tropas de Clodoveo estaban siendo aniquiladas
rápidamente. Cuando él vio esto levantó los ojos al cielo, sintió compunción en su corazón y se emocionó hasta el llanto.
“Jesucristo”, dijo, “tú, de quien Clotilde mantiene que eres Hijo del Dios vivo, tú que te dignas ayudar a aquellos que en la
fatiga y en la victoria confían en ti, en esa fe yo te imploro la gloria de tu ayuda. Si tú me das la victoria sobre mis
enemigos, y si yo puedo tener evidencia de ese milagroso poder que la gente dedicada a tu nombre dicen que han
experimentado, entonces yo creeré en ti y seré bautizado en tu nombre. Yo he invocado a mis propios dioses, pero, como yo
veo muy claramente, ellos no tienen intención de ayudarme. Por eso no puedo creer que ellos posean ningún poder, porque
no vienen en ayuda de quienes confían en ellos. Ahora te invoco a ti. Quiero creer en ti, pero antes debo ser salvado de mis
enemigos”. En el mismo momento que él dijo esto, los alamanes se dieron la vuelta y empezaron a huir. Tan pronto como
vieron que su rey era asesinado se sometieron a Clodoveo. “Nosotros te suplicamos”, dijeron, “que pongas fin a esta
carnicería. Estamos dispuestos a obedecerte”. Clodoveo paró la guerra. Pronunció un discurso en el que exigió la paz.
Entonces volvió a casa. Le contó a la reina cómo había obtenido una victoria invocando el nombre de Cristo. Esto ocurrió
en el decimoquinto año de su reinado. La reina ordenó entonces que san Remigio, obispo de la ciudad de Reims, fuese
convocado en secreto. Ella le suplicó que enseñase la palabra de salvación al rey. El obispo pidió a Clodoveo que se
reuniese con él en privado y empezó a instarle a creer en el verdadero Dios, Hacedor del cielo y de la tierra, y abandonar sus
ídolos, que eran impotentes para ayudarle a él o a cualquiera otro. El rey replicó: “Te he escuchado de buena gana, santo
padre. Queda un obstáculo. El pueblo bajo mi mando no acepta abandonar sus dioses. Iré y les expondré lo que tú acabas de
decirme… El convocó un encuentro con su pueblo, pero Dios en su poder le había precedido, y antes de que pudiese
pronunciar una palabra todos los presentes exclamaron al unísono: “Nosotros renunciaremos al culto de nuestros dioses
mortales, piadoso rey, y estamos preparados para seguir al Dios inmortal que Remigio predica”. Estas noticias fueron
transmitidas al obispo. El quedó gratamente complacido y ordenó que la pila bautismal fuese preparada. Las plazas públicas
fueron cubiertas con paños de colores, las iglesias adornadas con lienzos blancos, el baptisterio fue preparado, bastones de
incienso desprendían nubes de perfume, velas perfumadas resplandecían brillantes y el santo lugar del bautismo estaba lleno
de fragancia divina. Dios llenaba los corazones de todos los presentes con tal gracia que ellos imaginaban haber sido
transportados a un paraíso perfumado. El rey Clodoveo pidió ser bautizado el primero por el obispo. Como un nuevo
Constantino se adelantó hacia la pila bautismal, preparado a limpiar los pecados de su vieja lepra y ser purificado en
abundante agua de la sucia mancha que había llevado tanto tiempo (Gregorio de Tours, Libri historiarum II,30-31. Ed. de B.
Krusch y W Levison, Gregorii episcopi Turonensis libri historiarum X. Monumenta Germaniae Historia. Scriptores rerum
Merovingicarum 1, Hahn, Hannover, 1951, pp. 75-77).

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La imagen ideal de un gobernante: Carlornagno según Eginardo

Dispuso la formación de sus hijos, tanto de los varones como de las mujeres, de modo que fueran instruidos primero en las
artes liberales a cuyo estudio él mismo se aplicaba. Después, a los hijos, desde que se lo permitió la edad, les hizo practicar
la equitación al estilo franco, el manejo de las armas y la caza; en cambio mandó que las hijas se avezaran y dedicaran al
trabajo de la lana, de la rueca y del huso para que no las viciara el ocio y que se las instruyera en toda cosa honesta.
De todos sus hijos, sólo perdió a dos varones y a una hembra antes de su muerte: Carlos, el mayor; Pipino, al que había
hecho rey de Italia, y Rotrude, la primogénita de sus hijas, que había sido desposada con el emperador griego Constantino.
De éstos, Pipino dejó un hijo, Bernardo, y cinco hijas: Adelaida, Atula, Gundrada, Bertaida y Teodoreda; a ellos dio el rey
una particular prueba de afecto cuando, al morir su hijo, hizo que su nieto sucediera a su padre y que sus hijas se educaran
entre sus hijas. Soportó las muertes de sus hijos y de su hija con menos resignación de la que le distinguía por su grandeza
de alma, pues su afecto, que no era menor que ésta, lo sumió en el llanto. (Eginardo, Vida de Carlomagno, ed. de A. de
Riquer, PPU, Barcelona, 1986, pp. 85-86).

Los tres órdenes de la sociedad feudal

El pueblo celestial está dividido en varios cuerpos y, según nos dicen, el pueblo terreno está dispuesto a su Imagen… El
orden de nuestra Iglesia se llama el reino de los cielos, y Dios mismo ha establecido en él ministros sin tacha… Para que el
estado goce de la paz tranquila de la Iglesia, es necesario someterlo a dos leyes diferentes… La una, la ley divina, no
establece ninguna diferencia entre sus ministros, según ella, todos son iguales en condición…; el hijo de un obrero no es
inferior al heredero de un rey. A estos la ley clemente prohíbe toda vil ocupación mundana. No aran los campos, no andan
tras la yunta de bueyes… Dios es su único juez… Les ha sometido por sus mandamientos el género humano por entero. No
se exceptúa a ningún príncipe… Por tanto, han de vigilar, abstenerse de muchos alimentos, orar sin cesar por las miserias
del pueblo y por las suyas…
La sociedad de los fieles no forma más que un cuerpo, pero el estado comprende tres. Porque la otra ley, la ley humana,
distingue otras dos clases, en efecto, los nobles y los siervos no están regidos por el mismo estatuto. Dos personajes ocupan
el primer rango, uno es el rey, el otro es el emperador, vemos que es su gobierno el que asegura la solidez del estado. Hay
otros cuya condición es tal que ninguna potencia les obliga, con tal que se abstengan de los crímenes reprimidos por la
justicia real, estos son los guerreros, protectores de las iglesias; son los defensores del pueblo, de los grandes y de los
pequeños, de todos finalmente, asegurando al mismo tiempo su propia segundad. La otra clase es la de los siervos: esta
gente desventurada no posee nada más que a costa de su esfuerzo. ¿Quién podría con la tabla de calcular sacar las cuentas
de las fatigas que sufren los siervos, de sus largas caminatas, de sus duros trabajos? Los siervos proporcionan a todo el
mundo dinero, vestido, alimento, ni un solo hombre libre podría subsistir sin los siervos…
Así, pues, la casa de Dios, que creemos que es una, está dividida en tres: unos rezan, otros combaten, otros, finalmente,
trabajan. Estas tres partes que coexisten no toleran la separación; los servicios que una rinde son la condición para que
puedan actuar las otras dos; cada una a su vez se encarga de sostener el conjunto. Así, esta triple reunión no deja de ser una
sola; y así es como la ley ha podido triunfar y como el mundo goza de paz. (Adalberón, Poema al rey Roberto, en E.
Pognon, L’ An Mille, 224s).

Represión del paganismo entre los sajones (785)

Cualquiera que entre por fuerza en una iglesia y robe algún objeto o incendie el edificio, será condenado a muerte.
Cualquiera que por desprecio al cristianismo rechace el santo ayuno de cuaresma y coma entonces carne, será condenado a
muerte.
Cualquiera que mate a un obispo, un cura o un diácono, será condenado a muerte.
Cualquiera que entregue a las llamas el cuerpo de un difunto, siguiendo el rito pagano, y haya reducido a cenizas sus
huesos, será condenado a muerte.
Todo sajón no bautizado que se oculte entre sus compatriotas y rechace hacerse administrar el bautismo, será condenado a
muerte.
Cualquiera que conspire con los paganos contra los cristianos o persista en secundarles en la lucha contra los cristianos, será
condenado a muerte.
Cualquiera que falte a la fidelidad debida al rey, será condenado a muerte.
(Capitulare ad partes saxonum, recogido en L. Halphen, Charlemagne et 1'Empire carolingien, Paris, 1968, p. 66.)

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Coronación imperial de Otón I

Reinando, mejor, atormentando, y por decirlo con mayor exactitud, ejerciendo la tiranía en Italia Berengario [de Ivrea] y
Adalberto [su hijo], el sumo pontífice y universal papa Juan [XII] [...] envió a Otón, entonces serenísimo y piadosísimo rey
y ahora augusto emperador, como legados de la santa romana Iglesia, al cardenal diácono Juan y al escribano Azón,
rogando y suplicando [...] liberara de las fauces de aquéllos a él mismo y a la santa romana Iglesia a él confiada, y le
devolviese la salvación y su prístina libertad [...]
El piadosísimo rey, convencido por las lacrimosas lamentaciones de éstos, atento no a los propios intereses, sino a aquellos
de Jesucristo, nombró, contrariamente a la costumbre, rey a su hijo homónimo, todavía niño, lo dejó en Sajonia, y reunidas
las tropas marchó rápidamente a Italia. Con celeridad expulsó a Berengario y Adalberto del reino, en tanto se sabe que tuvo
compañeros de armas a los santísimos apóstoles Pedro y Pablo. Y así el buen rey, reuniendo cuanto estaba disperso y
consolidando cuanto estaba roto, restituyó a cada uno lo suyo y después marchó a Roma para hacer lo mismo.
Allí, acogido con admirable magnificencia y nuevo ceremonial, recibió la unción del Imperio del mismo sumo pontífice y
papa universal Juan; y no le restituyó sólo las cosas que le pertenecían, sino que le honró también con grandes presentes de
piedras preciosas, oro y plata. Y del papa en persona y de todos los más importantes de la ciudad recibió el juramento sobre
el preciosísimo cuerpo de san Pedro, que ellos nunca prestarían ayuda a Berengario y Adalberto. Después de lo cual volvió
a Pavía en cuanto le fue posible.
(Luitprando de Cremona, Liber de rebus gestis Ottonis magni imperatoris, en PL, CXXXVI, cols. 898-899. Fragmento
recogido y estudiado por S. Claramunt en Textos comentados de época medieval (siglos V al XII), Teide, Barcelona, 1975,
pp. 332-335.)

Admoniciones contra los abusos de los eclesiásticos especialmente en la administración de los sacramentos

Puesto que dentro del cuerpo de la Iglesia la caridad debe presidir toda función y puesto que debe distribuirse gratuitamente
todo aquello que gratuitamente se ha recibido, es altamente deplorable el hecho de que en algunas iglesias la venalidad haya
tomado una tan amplia extensión; así resulta que por la entronización de los obispos, de los abades o de cualquier persona
eclesiástica, por el establecimiento de los sacerdotes en sus parroquias, por la sepultura y exequias de los difuntos, por las
bendiciones nupciales y otros sacramentos, se exige una compensación hasta tal punto que quienes solicitan estas funciones
no pueden recibirlas si no llenan antes la mano de quien ha de administrarlas. Algunos creen que esta práctica es justa,
puesto que un uso prolongado de la misma da fuerza de ley a la costumbre; no se percatan (pues la avaricia los ciega) de que
estos crímenes son tanto más graves cuanto más tiempo retienen en sus lazos el alma desdichada que termina por ser
totalmente esclavizada. A fin de cortar de raíz estos abusos, prohibimos con la mayor severidad toda exigencia de precio por
el establecimiento de los dignatarios eclesiásticos, la inhumación de los muertos, la bendición de los matrimonios y otros
sacramentos. Todo aquel que se oponga a este mandato compartirá, que lo sepa, la ley de Giezi (2 Re 5,20-27), cuyo crimen
habrá imitado por su parte, al exigir dones infames. Prohibimos además a los obispos, abades y otros prelados imponer a las
iglesias nuevas rentas o aumentar las antiguas o apropiarse para su uso de una parte de las mismas; por el contrario, sería de
desear que los superiores se dediquen a mantener y cumplir de buen grado para con sus inferiores esas mismas libertades
que ellos mismos reclaman y exigen cuando de sí mismos se trata. Todo aquel que obrara de otra manera verá sus actos
anulados. (“Decretos del tercer concilio de Letrán [1179]”, en R. Foreville, Lateranense I, II y III, Eset, Vitoria, 1972, p.
269.)

Sanciones contra el matrimonio contraído irregularmente

Suprimido el impedimento del matrimonio en los tres últimos grados, queremos que sea rigurosamente observado en los
demás. Siguiendo la línea de nuestros predecesores, prohibimos todo matrimonio clandestino, excluyendo además la
presencia de un sacerdote en tales uniones. Por eso extendemos la costumbre existente en algunas regiones a todas las
demás, y en consecuencia establecemos lo que sigue: los matrimonios en vías de una pronta celebración deberán ser
publicados por los sacerdotes en las iglesias, señalando un plazo de tiempo en el curso del cual toda persona que lo desee y
tenga razones para ello podrá denunciar un impedimento legítimo contra los mismos. Los sacerdotes, por su parte, no
pondrán menos interés en averiguar si existe impedimento al matrimonio. En caso de existir un impedimento probable capaz
de ser probado contra el matrimonio proyectado, éste será formalmente prohibido hasta que se logren presentar los
documentos ciertos que aclaren la conducta a seguir. Si alguien contrajera un matrimonio clandestino o en grado prohibido,
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incluso sin saberlo, los hijos nacidos de este matrimonio serán tenidos como ilegítimos, sin recurso posible aun cuando se
adujera la ignorancia de los padres, pues quienes hacen esto manifiestan más bien una ignorancia fingida que una auténtica
falta de conocimientos.
(“Decretos del IV concilio de Letrán”, en R. Foreville, Lateranense IV, Eset, Vitoria, 1972, p. 192.)

El más allá en una vieja tradición cristiana retomada en el siglo XII: san Brandán

El abad Brandán, que era hombre de honda inteligencia y juicio muy prudente y ponderado, comenzó a pensar en cierto
proyecto y, con el fervor del que tiene fe, no cesaba de rogar a Dios por él y por todo su linaje, por los muertos y los vivos
-porque él de todos era amigo-. Y empezó a desear algo por lo que rezaba a Dios con frecuencia: que tuviera a bien
mostrarle aquel paraíso donde Adán estuvo sentado el primero, aquel patrimonio nuestro del que fuimos desheredados; ya
que si bien creía naturalmente que allí estaba la suprema gloria -tal como nos dice la Escritura-, sin embargo, quisiera ver
dónde habría tenido derecho a sentarse si Adán no hubiera transgredido la ley; con lo cual no sólo se quedó fuera él, sino
también nosotros.
Entonces se puso a rogar a Dios con insistencia para que el cielo le mostrara de forma tangible, porque antes de su muerte él
quisiera saber qué morada corresponderá a los buenos, qué lugar habrán de ocupar los malos, qué premio o castigo recibirán
todos.
También le pide que le dejara ver el infierno y qué clase de tormentos padecerán allí estos felones orgullosos, que aquí en
este mundo se lanzan con todo el atrevimiento a guerrear contra Dios y la ley, y no tienen amor ni fe, siquiera entre ellos
mismos.
(Benedeit, El viaje de san Brandán, ed. de M. J. Lemarchand, Siruela, Madrid, 1983, p. 4.)

Las peregrinaciones mayores según Dante

En cuanto hube perdido de vista a los peregrinos, decidí escribir un soneto que manifestara lo que había dicho en mi fuero
interno. Y para que pareciese más lastimero me propuse escribir uno que empieza: “¡Ay peregrinos de faz cavilosa!”.
Escribí peregrinos en la amplia acepción del vocablo, que puede sumarse en dos sentidos: amplio y estrecho.
En el amplio sentido, es peregrino quien se halla fuera de su patria. En el estrecho, sólo se llama peregrinos a quienes van a
Santiago o de allí vuelven. A más, es de advertir que de tres modos se llama propiamente a quienes caminan a servir al
altísimo. Llámase “palmeros” a quienes van a Oriente, pues suelen traer muchas palmas de allí; “peregrinos” a los que van
al templo de Galicia, pues la sepultura de Santiago está más lejos de su patria que la de cualquier otro apóstol, y “romeros” a
los que van a Roma, que era a donde se dirigían mis peregrinos.
(Dante Alighieri, La vida nueva, ed. de F. Almela y Vives, Aguilar, Madrid, 1931, p. 901. Recogido en E. Mitre, Textos y
documentos de época medieval, Ariel, Barcelona, 1992, p. 135.)

Dos versiones sobre la leyenda de la ‘papisa Juana”

Juan el Inglés nació en Maguncia, fue papa durante dos años, siete meses y cuatro días y murió en Roma, después de lo cual
el papado estuvo vacante durante un mes. Se ha afirmado que este Juan era una mujer, que en su juventud, disfrazada de
hombre, fue conducida por un amante a Atenas. Allí se hizo erudita en diversas ramas del conocimiento, hasta que nadie
pudo superarla, y después, en Roma, profundizó en las siete artes liberales (trivium y quadrivium) y ejerció el magisterio
con gran prestigio. La alta opinión que tenían de ella los romanos hizo que la eligieran papa. Ocupando este cargo, se quedó
embarazada de su cómplice. A causa de su desconocimiento del tiempo que faltaba para el parto, parió a su hijo mientras
participaba en una procesión desde la basílica de San Pedro a Letrán, en una calleja estrecha entre el Coliseo y la iglesia
de San Clemente. Después de su muerte, se dijo que había sido enterrada en ese lugar. El Santo Padre siempre evita esa
calle, y se cree que ello es debido al aborrecimiento que le causa este hecho. No está incluido este papa en la lista de los
sagrados pontífices, por su sexo femenino y por lo irreverente del asunto. (Martín de Opava, Chronicon Pontificum et
Imperatum).

Se trata de cierto papa o mejor dicho papisa que no figura en la lista de papas u obispos de Roma, porque era una mujer que
se disfrazó como un hombre y se convirtió, por su carácter y sus talentos, en secretario de la curia, después en cardenal y
finalmente en papa. Un día, mientras montaba a caballo, dio a luz a un niño. Inmediatamente, por la justicia de Roma, fue
encadenada por el pie a la cola de un caballo, arrastrada y lapidada por el pueblo durante media legua. En donde murió fue
enterrada, y en el lugar se escribió: Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum (Pedro, padre de padres, propició el parto de

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la papisa). También se estableció un ayuno de cuatro días llamado ayuno de la papisa. (Jean de Mailly, Chronica
Universalis Mettensis).

EUROPA AÑO 1000

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