Introduccion Al Derecho

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REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA

MINISTERIO DEL PODER POPULAR PARA LA EDUCACION UNIVERSITARIA


CIENCIA Y TECNOLOGIA
UNIVERSIDAD NACIONAL EXPERIMENTAL DE LOS LLANOS CENTRALES
“RÓMULO GALLEGOS”
 ÁREA DE CIENCIAS JURIDICAS Y POLITICAS
INTRODUCCION AL DERECHO

Derecho y Religión

Daniela Figueroa
C.I 19.472.412
Ramón Morales
V- 8.999.294
Carlos Rojas
V-13.616.392
Derecho y Religión se encuentran en continua interacción a lo largo de la historia. En el
origen de Occidente, el Derecho, el Poder, la Religión aparecen intrínsecamente unidos,
independizándose de forma progresiva. De hecho, en otras civilizaciones, el Derecho sigue
estrechamente vinculado con la identidad religiosa de un pueblo o de una nación, de forma
que las normas o reglas jurídicas no son sino una dimensión más de la religiosidad.

Entre ambas realidades se han producido relaciones lógicas de dominación conceptual. En


determinados momentos es la Religión quien define o establece los fundamentos del orden
jurídico; «el papel histórico de las diversas religiones en el orden jurídico y político ha sido,
precisamente, el de suministrar a los hombres las bases para un concepto de justicia». En
otros momentos el Derecho se convierte en expresión organizativa del fenómeno religioso,
en lo que conocemos como “derechos confesionales”.
Al producirse de modo progresivo en Occidente una “secularización” del Derecho,
vinculada a la monopolización de lo “jurídico” por lo “estatal”, la interacción a la que antes
nos referíamos, disminuye en intensidad. La Religión pasa a convertirse en objeto de
regulación por el Derecho en dos etapas progresivas, una de ellas ya superada, la otra en
pleno, desarrolló,

En la primera de ellas, vigente hace relativamente poco tiempo, el Derecho y el Estado se


preguntaban, ¿cuál es la religión verdadera?
Buscaban una respuesta, y una vez encontrada, actuaban en consecuencia: adoptaban, como
un elemento más de la definición del Estado, esa religión verdadera que había que
proteger, conservar y promover.
En estos dos últimos siglos, sin embargo, esa pregunta desaparece del horizonte de ese
fenómeno que denominamos Estado democrático de Derecho. En efecto, conforme a sus
postulados, la libertad religiosa —y la consiguiente neutralidad del Estado laico en materia
religiosa— permean cualquier aproximación al fenómeno religioso. Y surge, para el
Derecho, otra pregunta distinta: de entre estos fenómenos sociales, ¿cuáles son
verdaderamente religiónes? Decididamente, el Estado democrático desea comprometerse en
la defensa y protección no ya de una religión, sino de la religión como fenómeno social y
de las libertades que hacen posible el desarrollo de una importante dimensión de la
actividad del hombre. Libertades éstas que tienden a configurarse «no como un dato
objetivable e inmutable, sino como un valor en vías de perenne realización que encuentra
modalidades nuevas de explicitación al compás de la multiplicidad de agravios —supuestos
o reales— que a la subjetividad de la conciencia humana, en su zona de máxima
sensibilidad, puede conferírsele.»
Al insertarse en el Derecho estatal, el hecho religioso se torna multívoco: se relaciona con
la persona jurídica (confesión), “impregna” — valga la expresión— la actividad de la
persona en el Derecho (“factor” religioso con pretensión omnicomprensiva), se hace
finalidad de la acción que el Derecho pretende apreciar (“fines” religiosos) e incluso adopta
la posición de bien jurídico protegido (“sentimientos” religiosos).
Ahora bien,

¿es posible una aproximación jurídica a dicho concepto, a la noción de religión?

El Derecho no puede regular adecuadamente un fenómeno si no conoce sus rasgos y


perfiles. Para proteger los derechos y los deberes que se agrupan en torno a la libertad
religiosa, el Estado necesita disponer de alguna idea acerca de qué es la religión. Además,
en una materia tan delicada como es ésta, es manifiesto que —en política, economía, en los
medios de comunicación y por supuesto en el Derecho — el «retorno de lo religioso no
puede convertirse en moneda falsa para el lucro de algunos especuladores».

Ciertamente, de una forma u otra, los derechos estatales tienen algún tipo noción. En la
inmensa mayoría de los casos, el concepto de religión no se explicita en la Constitución o
en las leyes fundamentales de la convivencia jurídica. Más bien, se hilvana en la práctica
administrativa diaria o en la jurisprudencia.

Pero en su actividad —jurisprudencial, administrativa, legislativa— el Derecho estatal pasa


por los mismos aciertos y errores que cualquier otro sector de la actividad de los hombres.

Para conseguir detectar esos errores y potenciar esos aciertos del Derecho, es preciso
conocer fallos y proponer mejoras. Es la tarea constante de la doctrina académica que, sin
embargo, en lo que me consta, no ha efectuado un estudio particularizado y extenso sobre
esta cuestión.

Las razones de la ausencia de este estudio nos remiten a dos polos de atracción gravitatoria
que distraen el interés por la materia.

De una parte, la atención a la libertad religiosa en su dimensión individual y sus relaciones


con la libertad ideológica, de conciencia y de creencias. Como es bien conocido, para
importantes sectores de la doctrina académica no existe la libertad religiosa como derecho
fundamental autónomocon un objeto específico de protección: el fenómeno religioso.

De otra, la atención preferente de la doctrina por la formulación o expresión jurídica estatal


de los entes colectivos religiosos. En efecto, todo apunta aparentemente a que el interés del
Derecho por el fenómeno religioso no puede ir más allá, como mucho, de la formulación de
la religiosidad en su vertiente institucional, colectiva o asociativa, mediatizada por un
concepto propiamente jurídico.
Además, para delimitar o definir una noción de religión en el Derecho nos salen al paso una
multitud de problemas de diversa índole, un conjunto de interrogantes que parecen incluso
atentar contra las escasas pacíficas bases compartidas sobre las que iniciar una búsqueda
con ciertas esperanzas de éxito.
Entre otras preguntas, podrían enunciarse las siguientes: ¿Puede definirse la religión sin
dejar fuera fenómenos religiosos, sin atentar contra la igualdad de todas las religiones y de
todos los grupos religiosos ante el Derecho? ¿Acaso puede diferenciarse de alguna forma,
mínimamente realista y práctica, religión, conciencia y creencia? ¿Puede definirse qué es
religión sin atentar ya contra la neutralidad del Estado democrático en materia religiosa?
¿Intentar una noción, no es sino perpetuar la inercia del Derecho el intentar someter a unos
límites dogmáticos el concepto de “religión”?

Religión y Derecho:

Históricamente estos dos términos, Religión y Derecho, aparecen siempre el uno al lado del
otro. No sólo porque siempre o casi siempre la vivencia colectiva de las creencias religiosas
termina organizándose colectivamente creando el Derecho confesional, sino también
porque la religión aparece indisolublemente unida a la organización jurídica de la
convivencia civil o Derecho secular.

La religión, o una ética religiosa determinada, tiene siempre la pretensión de ser el


contenido de ese Derecho secular.
Unas veces sobre la base de una auténtica subordinación jurídica del poder secular y de su
Derecho al poder religioso y al Derecho divino, por identificación de ambos, total
(teocracia) o parcial (confesionalidad) con el inexorable resultado de la confesionalización
del Derecho secular y la secularización del Derecho confesional.

En otras ocasiones la Iglesia se arroga una potestad directiva sobre el poder secular y su
Derecho o intenta influir en ese sentido utilizando las mayorías, identificando la ática válida
para todos con la de la mayoría, pretensión a la que responden los partidos políticos
confesionales.

Claro que también ocurre lo contrario: el poder político es el polo dominante invirtiéndose
en ese caso el sentido de la identificación, tanto total dando lugar al cesaropapismo, o
parcial abocando al modelo de Iglesia de Estado. En ambos supuestos es el Estado el que
utiliza a la Iglesia, dando lugar a la secularización del Derecho confesional y a la
equiparación y mimetismo de las Iglesias respecto del Estado.

El Estado es consciente de la capacidad y fuerza de arrastre de las creencias religiosas, para


la legitimación del poder y del Derecho, para la cohesión social y la eficacia en la
consecución de los ideales comunes, en sentido positivo, y para la deslegitimación del
Derecho, la desvertebración social y la obstaculización de la consecución de esos ideales
comunes, en sentido negativo. De ahí su permanente interés en la utilización a su favor de
esa fuerza potencial de las creencias religiosas.

En la historia de Occidente serán la ruptura de la unidad religiosa, política y político-


religiosa, primero, y el fenómeno de la progresiva secularización después, lo que pondrá
freno a la obsesión de ambos polos por dominarse y utilizarse, polarizando en adelante el
grueso de sus energías en la consecución de la autonomía e independencia mutuas.

En el mareo de las coordenadas del progresivo reconocimiento del derecho de libertad de


conciencia y de la recuperación de esa autonomía mutua, viene desarrollándose la historia
del proceso de secularización con un objetivo final cada vez más evidente: la laicidad del
Estado y de su Derecho. Pero quedan todavía importantes reminiscencias del pasado.

Las confesiones religiosas no han abandonado su pretensión de que el Derecho estatal sea
traducción de la ética particular de cada una de ellas a la contra del reconoce miento del
plural ismo como uno de los principios cimeros de los ordenamientos. Han cambiado los
métodos, pero no el objetivo.

Los Estados, por su parte, reivindican la autonomía e independencia de su Derecho de


cualquier moral o ética concretas en aras de ese pluralismo, al tiempo que reconocen la de
las Confesiones para decidir sobre sus asuntos internos con dos importantes limitaciones: la
no contradicción de ese ordenamiento interno confesional con el orden público propio de
una sociedad democrática y su subordinación al ordenamiento estatal en los supuestos en
que este reconozca o atribuya efectos civiles a normas confesionales o a actos y negocios
jurídicos nacidos a su amparo.

Dicho de otra manera, empujados por los tratados internacionales sobre derechos humanos
y el reconocimiento que en ellos se hace del derecho de libertad de conciencia, se proponen
como ideal a conseguir en su relación las creencias religiosas de sus ciudadanos el de la
laicidad en su sentido más moderno de laicidad abierta y positiva que implica
simultáneamente tres cosas. 1.— neutralidad, no sólo religiosa, sino también ideológica,
¿tica y cultural del Estado y de su Derecho, que es a lo que se refiere, y no a otra cosa, la
expresión laicidad abierta; 2.- separación del Estado respecto de las creencias religiosas y
no religiosas de la sociedad y de las correspondientes organizaciones sociales, excepción
hecha de los valores que forman parle de la identidad del Estado social y democrático de
Derecho y 3,— posibilidad de una acción positiva del Estado para hacer que la igualdad y
la libertad sean reales y efectivas o para remover los obstáculos que se opongan a su
plenitud; es únicamente a esta prestación de carácter asistencial, excepcional, por tanto, a la
que se refiere con la expresión laicidad positiva.

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