Francisco Ferreira de Abreu
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PARTE III
CASTIGO
Homicidio, legalidad procesal y prevención
Francisco Ferreira de Abreu
sería demostrativa no solo del significado de la pena en cuanto negación del delito
con la subsiguiente confirmación del derecho, sino del lugar que ocupa el sistema
de garantías como parte del derecho que se reafirma frente al delito. La pena re-
conocería al infractor en su racionalidad, pero al mismo tiempo en las garantías
de sus derechos, pues de no ser así, la pena, en lugar de reafirmar el derecho,
por el contrario, conformaría el injusto del delito. Visto así, la justicia de la pena
no vendría determinada por la mera reafirmación de la norma infringida por el
delito, en el caso del homicidio, de la norma que prohíbe matar, sino por la justi-
cia del restablecimiento del derecho recurriendo a medios legítimos (Fernández,
2011: 384). En este sentido, la prevención general positiva tendría un sentido
restrictivo, es decir, en cuanto límite de la pena y del poder punitivo antes que
fundamento (Mir, 1994: 137).
Por tanto, la restitución del derecho se alcanzaría afirmando la juridicidad
de la norma lesionada por el delito con la imposición de la pena en un todo
de conformidad con el sistema de garantías, ineludible en el juzgamiento del
infractor, al margen de lo cual —parafraseando al filósofo alemán—, la norma
y la moralidad expresada a través del delito tendría vigencia. De este modo, la
imposición de la pena a quien se declara culpable en un proceso con todas las
garantías, preventivamente, comportaría la superación de la negación del derecho
que dimana del ejercicio de la voluntad de quien delinque o mata sin justa causa y
la afirmación de los valores de un Estado respetuoso de dignidad y libertad de la
persona en cuanto sujeto de derechos. Si se atiende al ideal ilustrado de proteger
al ciudadano frente al ejercicio del ius puniendi (Gabaldón, 1987: 129) y se asume
que el carácter simbólico de la pena ha de realizarse de acuerdo con el modelo
de Estado (Mir, 1994: 137) o de la indisoluble relación con este (Bustos y Hor-
mazábal, 2004: 57), dicha función simbólica de la pena, antes de orientarse a la
retribución de un mal, radicaría en la autoafirmación del Estado de Derecho, el
cual, como enseñan Bustos y Hormazábal, si ha de autoafirmarse frente al trans-
gresor “… lo hará después de un proceso con todas las garantías…” (2004: 58).
Razón por la cual, el proceso y su formalización, al igual que la pena, tendría un
significado simbólico, deontológico y ético-político, con mayor razón, si se tiene
presente que “… En un procedimiento penal propio del Estado de Derecho, la
protección del principio de formalidad no es menos importante que la condena
del culpable y el restablecimiento de la paz jurídica…” (Roxin, 2000: 2).
Por lo demás, si al decir de Jakobs, quien identifica su versión de la prevención
general positiva con la teoría de la pena de Hegel, la pena significa que el com-
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a que el Derecho penal ha de proteger a las personas del delito pero, también, y en
mayor medida, frente a la intervención estatal en su persecución y el juzgamiento
de quienes han delinquido (2006: 137; 2000: 4). Menos aún, lo destacado por
Maier, en orden a que el procedimiento penal solo es comprensible en la tensión
entre el interés individual de preservar los derechos frente al poder punitivo y el
estatal de reaccionar ante el quebrantamiento de la ley penal (2004b: 422). Con
lo cual, preventivamente, la pena confirmaría un ordenamiento jurídico, el cual,
de un lado, tiene normas que prohíben matar sin justa causa y, del otro, normas
en virtud de las cuales no se ha de condenar sin juicio previo realizado con todas
las garantías. Procesar y condenar a quien presuntamente ha cometido un delito,
por tanto, reclamaría la conciliación de la juridicidad quebrantada por la reali-
zación del hecho punible, como el reconocimiento de la dignidad del justiciable,
tanto en la observancia de las formas procesales en el juzgamiento, como en la
imposición de la pena y su ejecución.
Por consiguiente, tales normas, al igual que la prevención y el proceso, se
hallan condicionadas y determinadas las unas por las otras, en el plano instru-
mental y en el del significado, en tanto las formas procesales, destinadas a regular
la persecución penal y el juzgamiento de quien ha infringido la prohibición de
matar, de igual manera implican prohibiciones y deberes, los cuales, habrían
de tenerse en cuenta so pena de incurrir en la contradicción ético-política, a sa-
ber, la de sancionar a quien infringe el ordenamiento jurídico, paradójicamente,
contraviniendo el Derecho que se pretende confirmar. La inobservancia de los
límites que el mimo Estado se ha impuesto, además de implicar un contrasentido
jurídico, comportaría una infracción ética (Maier, 2004b: 426). Por lo demás, si
la relación entre delito, pena y sociedad es de orden comunicativo como también
pone de relieve Bacigalupo (2005: 332), con la prevención general positiva habría
de comunicarse no solo que la norma infringida —por quien ha delinquido— se
mantiene vigente, sino que, es precisamente a través del sistema de garantías del
Derecho penal mediante lo cual se procura la vigencia de la norma. De esta ma-
nera, la observancia de las garantías procesales integraría el discurso preventivo,
inclusive para excluir la aplicación de una pena fundada en un actuar contrario a
Derecho por quienes hacen parte del sistema de justicia penal.
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2.1. La motivación
En cuanto a las sentencias condenatorias, 43 se dictaron conforme al procedi-
miento especial por admisión de los hechos y las 16 restantes, una vez concluido
el juicio. Las condenas por admisión de los hechos fueron dictadas en su mayoría
en fase de juicio (23) y las otras en la fase intermedia (20), vale decir, en la audien-
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Los otros casos en los cuales se verificó la flagrancia, fueron los de una persona
que luego de herir de muerte a otra con un pico de botella fue detenido inmedia-
tamente después de cometido el hecho y cerca del lugar donde ocurrió y el de un
ciudadano que luego de apuñalar a una persona en una aparente riña, llamó al
171 y los funcionarios policiales llegaron al lugar. En ese instante le tomaron una
entrevista en la cual alegó haber actuado en legítima defensa, quedó detenido y
fue presentado por homicidio calificado, siendo condenado a 15 años de prisión
por homicidio intencional simple, al no haberse probado la calificante del ordinal
1° del artículo 406 del CP. Igualmente se estimó la flagrancia en un caso en el
cual se condenó por homicidio concausal a quien fue sorprendido cuando recién
golpeaba a una persona de 90 años para que le indicara dónde estaba el dinero
y otros bienes muebles. El sorprendido intentó escapar, pero fue perseguido y
aprehendido en el marco del clamor popular. La víctima, murió a los días como
consecuencia de los golpes y el estrés que le produjo la situación. Se destaca que
el dolo directo con el cual actuó el condenado no era el de matar, en virtud de lo
cual no se trató de una flagrancia de homicidio, menos aún de un homicidio con-
causal el cual requiere de una acción de matar que confluya con una “concausa”.
Fuera de estos 4 casos, no hubo flagrancias sino interpretaciones amplias de
la norma que la regula. Un ejemplo de ello lo constituyó el caso en el que ante
la sospecha de la comisión de un homicidio, se ingresó a un recinto privado
sin orden judicial y se produjo el hallazgo de lo que posteriormente se trató de
restos de un cadáver calcinado, mientras aún se hallaba en el fuego. Una vez allí
los funcionarios policiales del Cuerpo de Investigaciones Penales, Científicas y
Criminalísticas (CICPC), tomaron una entrevista al presunto autor, quien se
dijo confesó haber dado muerte a una persona y calcinar su cadáver para evitar
ser descubierto. Con tal confesión, vertida en el acta policial contentiva de la
“entrevista”, rendida sin abogado de confianza y sin advertencia sobre el derecho
de no auto-inculparse, fue detenido sin orden judicial, presentado en flagrancia,
acusado y condenado, previa admisión de los hechos, con una motivación con-
tradictoria.
Las aprehensiones en flagrancia fueron lo menos, mientras que las detenciones
policiales sin flagrancia u orden judicial lo más. Cabe acotar que las acusacio-
nes presentadas en todos estos expedientes se limitaron a una transcripción de
lo dicho en la respectiva acta policial. Cuando se intentó dar cuenta de cómo
pudo haber ocurrido el homicidio, lo hicieron con base al acta policial que re-
cogió la entrevista o en la que se recibió la noticia del hallazgo del cadáver y la
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mención de los posibles autores o partícipes del hecho delictivo. En estos casos,
en los cuales se solicitó la declaratoria de la aprehensión en flagrancia, las actas
policiales levantadas por los funcionarios del CICPC dejan constancia de infor-
mación vinculada con el hecho y evidencias de interés criminalístico, obtenida a
través de las denominadas entrevistas, en las cuales se abordó a los sindicados de
haber realizado o participado en el hecho que se investigaba sin que estuvieran
acompañados de abogados de su confianza y elección y, de suyo, sin ponerles al
tanto de su derecho a guardar silencio y no declarar contra sí mismo. De igual
manera, se detuvo sin orden judicial a personas que previamente fueron citadas
por el órgano policial de investigaciones penales, siendo puestos a la orden de
tribunales con solicitudes fiscales de flagrancia. Con relación a tales entrevistas
destacan los supuestos contenidos en 6 expedientes, en los cuales las actas policia-
les dieron cuenta de investigados y citados por el CICPC, quienes comparecieron
“voluntariamente” ante los funcionarios policiales e informaron cómo realizaron
el delito o intervinieron en su realización con otras personas, las cuales, además
de ser identificadas en las “entrevistas” rendidas ante dichos funcionarios, fueron
posteriormente detenidas en el curso de la investigación policial. Los entrevis-
tados, también indicaron dónde se encontraban las armas de fuego con las que
cometieron el delito. Una joven, investigada por la presunta comisión de un fi-
licidio, no solo accedió “voluntariamente” a entrevistarse con los funcionarios,
sino que procedió a confesar sin “apremio” el delito cometido. Cabe destacar acá
la actuación policial acreditada en otro de los expedientes, en el que luego de
actos de investigación y allanamientos sobre la comisión del delito de homicidio
por varias personas, se dictó una orden judicial para entrar a un recinto privado
y buscar a una persona. En el marco de tal orden de entrada para su búsqueda, la
misma fue detenida, procediéndose luego al registro del lugar sin solicitud fiscal
y, por ende, sin orden judicial, interrogando a otra persona que allí encontraba
sobre armas de fuego encontradas en el registro, quien, según consta en el acta de
investigación penal, sin ningún tipo de apremio, manifestó que eran de él, siendo
detenido en el acto y llevado a la sede policial.
Como puede apreciarse, la construcción policial del caso, allende la distancia
de lo afirmado por Gabaldón, Monsalve y Boada (1995), en el marco de la vigen-
cia del Código de Enjuiciamiento Criminal, en los casos aquí estudiados se ha
determinado con fundamento en la detención policial y el uso de la información
suministrada por los investigados. Claro está, con lesión de la legalidad procesal,
muy a pesar del garantismo del Código Orgánico Procesal Penal.
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bunales de control, al igual que en relación a las demás acusaciones en las cuales
no se solicitó el mantenimiento de la prisión preventiva. Prolongándose de oficio,
sin solicitudes fiscales, cabe acotar, mediante decisiones judiciales inmotivadas.
procesal penal hace parte del Derecho penal y ambos dependen entre sí con mi-
ras a la realización de la política criminal del Estado (2004a: 145).
La descripción de los casos aquí discutidos es demostrativa de un abandono
de las formas y las garantías procesales, mediado por la inmotivación de las deci-
siones judiciales. La expresión manifiesta de ello se acredita, de modo general, en
el porcentaje de decisiones inmotivadas (92%) del total de las dictadas en los ex-
pedientes y, específicamente, en la ausencia de argumentos para dictar decisiones
restrictivas de la libertad (flagrancias, aprehensiones, entradas y registros domi-
ciliarios, privación judicial preventiva de libertad, sentencias condenatorias), así
como para admitir acusaciones y mantener privaciones de libertad de acusados
al finalizar la audiencia preliminar, previa solicitud fiscal (17,54%) y de oficio
(82,45%). En este contexto, resalta el predominio del uso de la prisión preventiva
y el dictado de sentencias condenatorias por admisión de hechos, lo que de algu-
na manera pone de manifiesto una relación entre la privación de libertad durante
el proceso y la decisión de los imputados en acortar la duración del proceso me-
diante la admisión.
La inmotivación, concretada de modo concluyente en las sentencias condena-
torias, constituye la expresión de la flexibilización de las formas procesales. Del
formalizado Derecho penal (Silva, 1992; Alcácer: 1999; Roxin, 2000; Binder,
2000; Zaffaroni, 2002; Maier, 2004a; Mir, 2005; Fernández, 2011; Rusconi,
2009), a través de dichas sentencias —la mayoría de ellas dictadas sin juicio pre-
vio, en razón de la admisión de los hechos— se pasó a una respuesta en la cual el
proceso penal versó sobre un mero trámite, como si tales decisiones afectantes de
la libertad fueran autos de mera sustanciación (artículo 157 del COPP). El proce-
so fue un «engranaje» de la construcción policial del caso, en lugar de funcionar
para lo cual se ha dispuesto, a saber, en cuanto instrumento para la realización
de una justicia acorde con los fines del Estado Constitucional democrático de
Derecho y de Justicia, en cuyo vértice se halla la dignidad de toda persona y, por
consiguiente, la garantía de sus libertades y derechos. Así entonces, es notorio que
los justiciables fueron procesados y condenados sin salvaguarda de sus derechos
individuales frente al ejercicio del ius puniendi, bien por la inobservancia de las
formas procesales, bien por ausencia de decisiones judiciales para hacerlas valer.
Las condenas y las penas impuestas en ellas, adolecen no solo de la fundamen-
tación exigida por la ley, sino de haber sido dictadas con lesión de la legalidad
procesal y sustantiva. Al decir de Pastor, citado por Ragués, sin cumplir con el
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produce físicamente algo: así por ejemplo, el preso no puede cometer delitos fuera
del centro penitenciario: una prevención especial segura durante el lapso efectivo
de la pena privativa de libertad…” (2005: 20).
Sin embargo, volviendo la mirada a Hegel y a la prevención general positiva, a
la pena entendida como conciliación del derecho consigo mismo o reafirmación
simbólica de la norma infringida y las previstas para el juzgamiento del infractor,
los valores que se hallan detrás de ellas y del modelo constitucional de Estado
sobre el que descansa la vigencia de tales normas (Gabaldón, 1987; Mir, 1994;
Silva, 1992; Feijoo, 1997, 2007; Alcácer, 1998, 1999, 2002), surgen otras inquie-
tudes: ¿Qué acaban comunicando los citados procesos y las condenas? ¿Cuánto
se ha ganado en libertades con las sentencias condenatorias y las penas impuestas
a los procesados en las causas aquí estudiadas?
Lo primero que simbólicamente comunican el procesamiento y tales con-
denas es que la prevención —represión— del homicidio tiene una importancia
que transciende al mismo proceso y su macro garantía constitucional: el debido
proceso. La gravedad del delito y la lesión del bien jurídico penalmente tutela-
do (vida), justificaría y legitimaría su persecución sin atender a las formalidades
procesales. En virtud de lo cual, las garantías de las libertades que subyacen del
principio de legalidad procesal y del proceso, en tanto derecho constitucional apli-
cado (Hassemer, 1998: 67), acaban diluyéndose. Se vale todo en la persecución,
juzgamiento y condena de los homicidas. Desde detenciones policiales sin orden
judicial y sin flagrancia, hasta el dictado de sentencias condenatorias por admi-
sión de hechos, calculando la rebaja de la admisión a partir de 43 años —una
pena prohibida constitucional y legalmente—, para dejar la pena en 30 años de
prisión o en 29 años de prisión, rebajando por la admisión un año de la pena
a imponer, privilegiando una prevención general negativa de intimidación, en
detrimento del principio de culpabilidad que obliga a valorar la normalidad o
anormalidad de realización del injusto (Mir, 2002: 144). Asimismo, comunican
la poca importancia sobre cómo llega la información al proceso, en el marco de
lo cual la garantía constitucional de no auto-inculparse y el derecho a contar
con abogado de confianza y elección, resultan disfuncionales para la investiga-
ción y la búsqueda de la verdad; del mismo modo que son demostrativas de lo
disfuncional que resulta el control judicial de las actuaciones policiales a través
de las cuales se “entrevistaron” a los sospechosos, se ingresó a recintos privados
sin orden judicial y flagrancia, restringiéndoseles su libertad personal. En este
aspecto, entre los fundamentos de la exclusión de la prueba ilícita que dimana del
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una confesión, es decir, una admisión de culpabilidad (Langbein, 2001a: 66), sin
una valoración exhaustiva de los fundamentos de la acusación, sus elementos de
convicción y la prueba promovida, es expresivo del poco interés sobre la prueba
del delito, ni que decir de la finalidad del juicio previo en cuanto garantía contra
condenas lesivas de la legalidad. En armonía con lo expresado, la admisión del
hecho por parte de los imputados, quienes llegaron a esa instancia procesal pri-
vados de libertad y con retardo procesal, salvo en 3 de los expedientes, fue tenida
como una admisión voluntaria. La búsqueda de la verdad en cuanto fin del pro-
ceso, que en el juicio permite que los jueces interroguen a expertos y testigos, en
el procedimiento especial por admisión de los hechos quedó reducida a la nada.
Mención especial merece la voluntariedad de las admisiones de los hechos.
Su relación con la prisión preventiva y el retardo procesal en la realización del
juicio (Rosell, 2019: 36), así como con la necesidad de acceder a los denominados
beneficios penitenciarios, habrá de estudiarse en investigaciones futuras. Bien,
para tratar de encontrar respuestas al por qué de la renuncia a las garantías del
juicio oral y público, como para explicar la “voluntariedad” de las admisiones,
sobremanera en causas como las revisadas, en las cuales la condena se sustentó en
información obtenida policialmente del mismo investigado sin imponerle de la
garantía constitucional del derecho a no auto-inculparse y del derecho a contar
con un abogado de confianza a tal efecto. Un dato de interés, en tanto antes de
admitir los hechos, los acusados, asistidos por abogados de su confianza y elec-
ción, fueron impuestos de la mentada garantía constitucional.
Está claro que la motivación de las decisiones conforme a la legalidad proce-
sal, de ninguna manera conciliaría la desformalización del proceso y el Derecho
penal concretada en las causas estudiadas y las sentencias condenatorias. Por el
contrario, habría forzado mejores decisiones y muchas absoluciones. No obstan-
te, esto último resulta impensable frente al delito de homicidio, aún cuando la
pena impuesta acabe reafirmando el injusto del delito y el de juzgar al margen
de las formas procesales, en lugar del Derecho. Concretando de este modo po-
líticas duras de castigo (Antillano, 2014: 7), como la requerida en el discurso
del Vicepresidente de la República en el encuentro de Alcaldes y Gobernadores
con ocasión de la presentación de la GRAN MISIÓN ¡A TODA VIDA! VE-
NEZUELA, en el cual, previa exigencia de compromiso del sistema de justicia
penal y el Tribunal Supremo de Justicia, se promueve una reforma del sistema
de justicia penal, para que “… los delitos contra la vida y la integridad humanas
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4. Conclusiones
A lo largo de este trabajo se ha intentado dar respuesta a la pregunta realizada
desde la prevención general positiva, con relación al procesamiento, las sentencias
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condenatorias y las penas impuestas a los imputados de los casos revisados: ¿Pue-
de prevenirse —se ha prevenido— el delito de homicidio intencional sin garan-
tías? En buena medida, esta interrogante pudiera responderse atendiendo a una
noción básica del Derecho penal en cuanto sistema de garantías, limitantes del
poder punitivo. No obstante, la pregunta y la respuesta se han trabajado desde el
proceso penal y su relación con la prevención, la pena y el ideal político criminal,
del cual, el proceso difícilmente puede deslindarse, como no parece posible entre
el Derecho procesal penal y el Derecho penal material.
En este sentido, la aludida interrogante pudiera darse por respondida de modo
negativo conforme a la prevención general positiva, en cuanto la prevención del
delito habría de realizarse desde el respeto de las libertades ciudadanas en cuanto
fundamento del Derecho que pretende reafirmarse simbólicamente con la pena.
No obstante, aun cuando dicha respuesta no puede tenerse por concluyente, exis-
ten suficientes argumentos para seguir indagando en la relación entre garantías y
prevención. Esto es, en orden a las ventajas de una prevención respetuosa de las
garantías procesales.
Por lo demás, si lo simbólico y comunicativamente coherente es que el delito
se niegue desde la juridicidad de las normas y los valores que han sido infringi-
dos con el actuar delictivo, lo correcto es que la pena que se impone a quien ha
delinquido se materialice mediante un proceso con las debidas garantías. De este
modo, la pena que se acaba imponiendo a quien mata sin justa causa, además de
promover la confianza ciudadana en el proceso penal, la administración de jus-
ticia penal y sus decisiones, demostraría que la prevención de un delito tan grave
como el homicidio no permite cualquier respuesta. Desde el prisma deontológi-
co, tan —o más— importante como la prevención del delito —de homicidio—
es la forma cómo se concreta. Con otras palabras, el sistema de justicia y la pena
impuesta al imputado de homicidio no han de fundamentarse en la ilicitud que
implica la desformalización del proceso y lo que esta puede legitimar.
Como ya se anticipó en el desarrollo del trabajo, la prevención del homicidio
y de cualquier delito también puede llevarse a cabo de manera informal, esto es,
sin garantías o con una importante disminución de ellas, mediante ilimitadas e
incontroladas intervenciones policiales, escaso control fiscal y judicial, encarcela-
miento preventivo en cuanto custodia de seguridad, admisiones de hecho deter-
minadas por la prisión preventiva y el retardo procesal, así como con decisiones
y condenas inmotivadas. Sin embargo, las consecuencias de una tal prevención
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