AFC 6 Pablo - Eucaristia - Yo Soy El Pan de Vida

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 17

ASAMBLEAS FAMILIARES

CRISTIANAS

TEMA 6

LA EUCARISTÍA

Yo soy el Pan de la Vida

PARROQUIA
SALUDO DEL DUEÑO DE LA CASA

Sed bienvenidos a la Asamblea. A través de los diversos temas,


mes tras mes, nos hemos acercado a la vida y a las enseñanzas
del Apóstol Pablo tal como aparecen en sus cartas. Hoy
reflexionaremos y dialogaremos sobre la Eucaristía. Será un
buen modo de prepararnos a la celebración que muy pronto
tendremos.

ORAMOS

Al comenzar nuestra reunión, nos ponemos en la presencia


de Dios y le pedimos que nos guíe y acompañe. Lo hacemos
rezando juntos la Oración de la Comunidad Parroquial.

SEÑOR JESÚS, que has dicho:”Donde dos o más estén


reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”,
quédate entre nosotros que nos esforzamos por estar unidos en
tu AMOR en esta comunidad parroquial.

AYÚDANOS a tener siempre un solo corazón y una sola alma,


compartiendo alegrías y dolores, cuidando especialmente a los
enfermos, los ancianos, los que están solos, los necesitados.

HAZ que cada uno de nosotros se comprometa a ser “Evangelio


vivo”, donde los alejados, los indiferentes, los pequeños,
descubran el Amor de Dios y la belleza de la vida cristiana.

CONCÉDENOS el valor y la humildad de perdonar siempre, de


salir al encuentro de quien pensara alejarse de nosotros, de
poner de relieve lo mucho que nos une, no lo poco que nos
separa.

2
DANOS unos ojos nuevos para ver tu rostro en cada persona
que encontremos y en cada cruz que se nos presente.

CONCÉDENOS un corazón fiel y abierto, que vibre a cada


toque de tu Palabra y de tu Gracia.

INSPÍRANOS siempre confianza y fortaleza para no


desanimarnos por los fallos, las debilidades o las ingratitudes
de los hombres.

HAZ que nuestra Parroquia sea, de verdad, una Familia en la


que cada uno se esfuerce en comprender, perdonar, ayudar,
compartir; donde la única Ley que nos hace ser verdaderos
discípulos tuyos, sea el amor recíproco. Amén.

PRESENTACIÓN

MONITOR

La Eucaristía ha sido siempre el centro de la vida de la Iglesia,


y sigue siendo, como nos recuerda el Concilio Vaticano II, “la
fuente y la cima de toda la vida cristiana”. Si bien todos los
sacramentos tienen una relación directa con la fe del creyente,
sólo de la Eucaristía se dice en un momento de la celebración:
“Este es el Sacramento de nuestra fe”.

El nombre de este SACRAMENTO (Eucaristía) procede de la


palabra griega “eujaristein” que significa agradecer, expresar
agradecimiento. En realidad, este término es el utilizado para

3
traducir el término hebreo “berakah”, que manifiesta la
alabanza, la bendición que el pueblo dirige a Dios recordando

sus intervenciones salvadoras. Especialmente, el pueblo judío


celebra anualmente su liberación de la esclavitud de Egipto en
una cena pascual; en ella, toda la familia, en la que tienen un
lugar importante los niños, bendice a Dios y le da gracias por
las grandes maravillas y las hazañas prodigiosas que realizó en
su favor. En la pascua, sacrificando y comiendo un cordero,
acompañando la cena con otros signos y cantos de bendición
hacen presente en sus vidas la liberación que sus padres
tuvieron por mano de Moisés al salir de Egipto.

Jesús también celebró esta fiesta. Los evangelios nos narran la


última pascua que Jesús celebra con sus discípulos. El mismo
Jesús manda a Pedro y a Juan diciendo: “Id y preparadnos la
Pascua para que la comamos” (Lc 22,8).
Durante esta cena, Jesús tomó un pan, dio gracias a Dios y lo
repartió entre sus discípulos, y dijo: ESTO ES MI CUERPO
QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS. Después de cenar
tomó una copa de vino y dijo: ESTA COPA ES LA NUEVA
ALIANZA EN MI SANGRE, QUE SE DERRAMA POR
VOSOTROS”.

Desde el inicio, la Iglesia hace memoria de la muerte y


resurrección de Jesús con sus mismas palabras y sus mismos
gestos en la última cena, pidiendo al Espíritu Santo que
transforme el pan y el vino en el Cuerpo y en la Sangre del
Señor.

4
1.- DIOS NOS HA BENDECIDO
La carta de San Pablo a los cristianos de Éfeso se abre con una
bendición:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo que nos
ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes
espirituales y celestiales”.
Todo lo que Dios proyecta para el hombre es una bendición.
Antes incluso de plasmar al hombre en la creación, ya desde
toda la eternidad, había pensado en él, bendiciéndolo. Y todo lo
que sale de sus manos y la misma historia que el amor de Dios
va tejiendo a favor del hombre, para llevarlo a experimentar la
plenitud de su amor, es una bendición constante, porque Dios,
que es amor, siempre “dice bien” del hombre. Y esta bendición
llega a su culmen en la plenitud de los tiempos. En su Hijo, el
Amado, se nos dio a sí mismo. A través de Jesús nos reveló el
misterio de su amor, nos descubrió la grandeza de nuestra
vocación enseñándonos a amar porque Él nos amó primero,
entregando su vida hasta la muerte para que nosotros
tuviésemos vida abundante.
Toda esta riqueza de amor es el que nos llega a nosotros cada
vez que nos acercamos a “aquel sacramento de la fe, en el que
el Señor dejó a los suyos una prenda de esta esperanza y un
viático para el camino, en el que los elementos de la naturaleza,
cultivados por el hombre, se convierten en su cuerpo y sangre
gloriosos en la cena de comunión fraterna y la pregustación del
banquete celestial” (Vaticano II. Gaudium et Spes, 38). Este
banquete que celebramos en la tierra con los elementos de la
creación y de nuestro trabajo, nos llevará a participar en el
banquete definitivo “en los cielos nuevos y la tierra nueva”. Es
el Padre quien nos da el Pan de la bendición que es su propio
Hijo. Jesús lo dijo como una verdadera certeza: “En verdad, en

5
verdad os digo: Mi Padre es quien os da el verdadero pan del
cielo… El que come de este pan, vivirá para siempre”
ESCUCHAMOS (Ef 1, 3 12 . Jn. 6, 48-58)

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que


nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales
y celestiales.
Él nos eligió en Cristo –antes de crear el mundo – para que
fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según su
voluntad y designio, a ser sus hijos, para que la gloria de su
gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido
Hijo, redunde en alabanza suya.
Por Él, por su sangre, hemos recibido la redención, el
perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un
derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de
su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por
Cristo, cuando llegase el momento culminante: recapitular en
Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. …Y así, nosotros,
los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su
gloria.
…………………………………………………………..
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el
desierto el maná y murieron: este es el pan que baja del cielo,
para que el hombre coma de él y no muera.
Disputaban los judíos entre sí: ¿Cómo puede éste darnos a
comer su carne? Entonces Jesús les dijo: Os aseguro, que si no
coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no
tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne
es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que
come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él…

6
Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este
pan vivirá para siempre.

PARA EL DIÁLOGO

1.- ¿Sientes que tu vida es una constante bendición de Dios,


y que te ama en todos los acontecimientos? ¿Qué
acontecimiento o experiencia valorarías tú como una
especial bendición?
2.- Cuando vas a la Eucaristía y te acercas a la comunión,
¿Consideras que el mismo Cristo que se te da en alimento te
llama a hacerte uno con Él?
3.- “El que come de este pan vivirá para siempre” ¿Cómo
explicarías esta frase de Jesús?

1.- A veces nos es difícil tomar conciencia de todo lo que


vivimos. Desde por la mañana hasta por la noche, vamos
moviéndonos y haciendo cosas –muchas veces muy agitados- y
no tenemos ni tiempo para pensar y valorar nuestras acciones y
nuestras vivencias.
Como cristianos, hemos recibido con el Espíritu Santo un don
(la fe) que nos quiere llevar a discernir y valorar todo lo bueno
que Dios va poniendo en nuestras vidas. Por eso, el cristiano,
que es bendecido por Dios, está llamado también a bendecir
(decir bien y hacer bien) y a heredar una bendición, como nos
recuerda el apóstol Pedro: “Tened todos unos mismos
sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed
misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni
insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido
llamados a heredar la bendición” (I Pe 3, 8-9).

7
2.- Dios nos llama a ser santos, identificándonos con su Hijo
Jesucristo. Desde el bautismo nos insertamos en Cristo para
vivir, como miembros de su Cuerpo que es la Iglesia, la
vocación a la santidad. Por la comunión eucarística se reafirma
este vínculo, y como el sarmiento unido a la vid, corre por
nuestra vida su misma Vida con la fuerza del Espíritu Santo
que es el que nos “enseña todo” sobre Cristo.
En su “Exhortación Apostólica después del Sínodo sobre la
Eucaristía, el Papa Benedicto XVI escribe:
“La belleza intrínseca de la liturgia tiene como sujeto
propio a Cristo resucitado y glorificado en el Espíritu Santo
que, en su actuación, incluye a la Iglesia. En esta perspectiva,
es muy sugestivo recordar las palabras de san Agustín que
describen elocuentemente esta dinámica de fe propia de la
Eucaristía. El gran santo de Hipona, refiriéndose precisamente
al Misterio eucarístico, pone de relieve cómo Cristo mismo nos
asimila a sí: « Este pan que vosotros veis sobre el altar,
santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. Este
cáliz, mejor dicho, lo que contiene el cáliz, santificado por la
palabra de Dios, es sangre de Cristo. Por medio de estas cosas
quiso el Señor dejarnos su cuerpo y sangre, que derramó para la
remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente,
vosotros sois eso mismo que habéis recibido ». Por lo tanto, «
no sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo
mismo».Así podemos contemplar la acción misteriosa de Dios
que comporta la unidad profunda entre nosotros y el Señor
Jesús”.

3.- Palabras pronunciadas por Jesús cerca de Cafarnaún, tras la


multiplicación milagrosa de los panes: “Yo soy el pan vivo que
ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para
siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del
mundo” (Jn 6, 51). Estas palabras se verifican con la institución

8
de la Eucaristía durante la Ultima Cena. Por eso, las preguntas
de san Pablo, “el cáliz de bendición que bendecimos ¿no es la
comunión de la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es
la participación del cuerpo de Cristo?” (1Co 19, 16), tienen su
respuesta en el evangelio de Juan: “El que come mi carne y
bebe mi sangre tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el
último día (Jn 6, 54)”. Parémonos a pensar por un momento
hacia dónde vamos, cuál es el final que nos espera. “Este es el
pan que ha bajado del cielo –dice Jesús – no como el de
vuestros padres, que lo comieron y murieron...” (Jn 6, 59).En la
Eucaristía se nos invita a vivir este misterio de amor y de vida:
Cristo, crucificado por nuestros pecados en el altar de la cruz y
resucitado para nuestra redención, ha vencido a la muerte y
“vive para siempre. La "vida eterna", en el lenguaje del cuarto
evangelio, es la misma vida divina que rebasa las fronteras del
tiempo. La Eucaristía, al ser comunión con Cristo, es también
participación en la vida de Dios, que es eterna y vence la
muerte.

2. SABER A QUIÉN RECIBIMOS


Cuando el cristiano asiste a la Eucaristía y recibe la
comunión, se une al Cuerpo glorificado de Jesucristo; el
mismo cuerpo que fue entregado a la muerte en sacrificio
redentor. Comulgar a Cristo es unirse a sus sentimientos e
identificarse con su vida, y a la vez unirse fraternalmente a los
hermanos –miembros del mismo cuerpo-, entregando la vida
por ellos y buscando siempre su bien.
Cuando no se respeta y no se ama a los hermanos, tampoco
se está respetando el cuerpo de Cristo. La sangre del Señor es
una sangre “derramada” para que por todos fluya una misma
Vida.
San Pablo lleva en el corazón a los cristianos que él ha
“engendrado” por el anuncio del Evangelio. En sus cartas

9
vemos cómo anima su fe y estimula sus vidas para el
seguimiento del Señor Jesús. Pero este amor que siente por
ellos no le quita la libertad para corregir seriamente su conducta
cuando sus costumbres desdicen del modo de ser propio del un
cristiano.

En la comunidad de Corinto encontramos uno de esos


casos. San Pablo transmite la tradición de la Eucaristía para
corregir una situación concreta de la comunidad: “Ha llegado a
mis oídos que, cuando os reunís en asamblea hay entre vosotros
divisiones” (I Cor 10, 16-17).Existen varios bandos entre ellos,
y así, cuando se reúnen para la cena del Señor, algunos más
ricos se llenan de la propia comida que han traído, mientras que
otros, que llegan después, pasan hambre y quedan humillados
en la asamblea. Esta comunidad, que ha renunciado a los ídolos
y a las costumbres paganas al abrazar la fe, corre el peligro de
volver a dichas costumbres, totalmente ajenas al vivir cristiano.

Con esta actitud están haciendo engañosa la celebración de


la cena del Señor. Proceden ante la comunidad con mentira,
porque queriendo participar de un Cuerpo “entregado” y de una
sangre “derramada” sin estar ellos mismos “entregados” a sus
hermanos, actúan con mentira. Los que así proceden –
despreciando a los demás- ignoran por completo que la
Eucaristía simboliza y realiza la unión de todos los miembros
de Cristo en un solo Cuerpo.

De este caso de la comunidad de Corinto, pasemos a nuestra


vida de cristianos del siglo XXI. Es tan grande y santo el don
que se nos hace en la Eucaristía que requiere en aquellos que se
acercan a la mesa del Señor no despreciar el sacramento que
Dios nos da en cada hermano. Si somos insensibles al dolor
ajeno, si “nos guardamos nuestra propia vida (lo que somos y
tenemos) egoístamente, nuestra comunión carecerá de sentido,

10
ya que no comulgaremos con el Cuerpo de Cristo, que es
cuerpo “entregado” por amor a todos.

ESCUCHAMOS (Co 11, 23-29)

Porque yo he recibido una tradición, que procede del


Señor y que a mi vez os he trasmitido: Que el Señor Jesús,
en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y,
pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: Esto es
mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en
memoria mía. Lo mismo hizo con el cáliz, después de
cenar, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza sellada con
mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria
mía. Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del
cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Por consiguiente, el que come del pan o bebe del cáliz
del Señor sin darles su valor, tendrá que responder del
cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese cada uno a sí
mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque el que
come y bebe sin apreciar el cuerpo, se come y bebe su
propia sentencia.

PARA EL DIÁLOGO
4.-. Cuando asistes a la Eucaristía, ¿te preparas para recibir la
comunión y das gracias?
5.-. La comunión es para la vida. ¿Tratas de vivir de acuerdo
con lo que significa el don que has recibido?
6.- ¿Hasta qué punto te sientes hermano o hermana de los que
comparten contigo la Eucaristía?

4. Aunque la misma vida cristiana que hemos de llevar, con


todo lo que implica tanto a nivel personal - el trato frecuente
con el Señor por la oración, alimentar nuestra vida de su

11
Palabra - como en nuestra relación fraterna con los demás
-estando atentos para hacer el bien -, es la mejor manera de
prepararnos a recibir el don de la eucaristía al asistir a la Santa
Misa, no obstante, toda la liturgia eucarística, desde el
comienzo, trata de meternos en el misterio del amor que
celebramos. Dios que nos invita, nos acoge como el Padre de la
parábola que preparó la boda de su Hijo. El mismo nos da el
traje de fiesta de su perdón y de su misericordia. Si en nuestro
corazón hay algo contra algún hermano, suscita en nosotros el
deseo de pedir perdón y de dar la paz “antes de presentar
nuestras ofrendas en el altar”.
Después de la comunión, no nos olvidemos de la acción de
gracias al Señor. Es un momento de intimidad con Aquel que
“sabemos que nos ama”; son momentos para el diálogo, para
las confidencias, para agradecer y para pedir, porque tenemos
en nuestro interior al Dador de todo bien. Se trata de pedir a
Jesús que grabe en nosotros los sentimientos de su corazón.

5. San Pablo escribe a los cristianos de Roma: “Por lo tanto,


hermanos míos, os ruego por la misericordia de Dios que os
presentéis vosotros mismos como ofrende viva, santa y
agradable a Dios. Este es el verdadero culto que debéis ofrecer”
(Rm 12,1).
Este culto consiste básicamente en el ofrecimiento de ti mismo
y de cada día de tu vida a Dios. Lo harás cada mañana con la
oración con la que todo cristiano que vive su fe, agradece a
Dios el día que Él le regala y ofrece para llenarlo de buenas
obras como “hijo de la luz”. Todos Estamos llamados a ofrecer
cada día al Señor nuestras vidas “como hostia viva, santa, grata
a Dios” Todos estamos llamados a ofrecer cada día al Señor
como “sacrificio de alabanza” el trabajo, la enfermedad,
nuestras propias limitaciones y los sufrimientos que genera la
convivencia.

12
Como no vives solo, sino que formas arte de un inmenso
mundo en el que tantos necesitan tanto: paz, medios básicos
para vivir, consuelo, alegría, fortaleza, salud, capacidad de
amar y de entregarse a los demás,… pues pones ante Dios, a
través de tus palabras y tus manos, el mundo. Lo ofreces al
Señor para que nos mire a todos con compasión y nos cambie el
corazón para hacernos personas nuevas en el espíritu, con
capacidad de amar y servir a los demás. Pon especialmente
presentes a los más débiles e indefensos, que suelen ser las
víctimas más fáciles del egoísmo humano.

Y para ti, pide al Señor que puedas vivir el día haciendo su


voluntad, como rezamos en el Padrenuestro; porque en poder
hacer la voluntad de Dios está la verdadera felicidad del
hombre.

6. Cristo es el Hombre nuevo, según el proyecto de Dios, y


hace nuevo a todo el que une a Él. Si te acercas a los evangelios
verás en qué consiste esta novedad del vivir de Cristo. Su vida
está abierta a los planes que Dios tiene para Él; no se guarda su
vida sino que la entrega dándose y partiéndose para todos,
como un buen pan; no ha venido para que le sirvan sino para
servir ya dar la vida hasta el sacrificio de su muerte. Pues bien,
este es el camino en el que mete su vida aquél que, llamado por
Dios, acepta a Jesús como su Señor. Y al aceptarlo a Él, acepta
también a todos los que han entrado a formar parte de su
cuerpo. Esta es la razón fundamental del amor fraterno que se
alimenta con la Eucaristía que compartimos.

Escuchemos a San Pablo: “El cáliz de la bendición que


bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan
que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan
es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un
solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan” (I Co 10,

13
16-17). No olvides que tu relación con Dios pasa
necesariamente por la vida de los demás. Nunca la comunión
con Cristo nos aísla, siempre nos abre a la vida y a las
necesidades de los hermanos.

3. SER CRISTIANO HOY


“Sin la Eucaristía no podemos vivir”

Desde los orígenes de la Iglesia, los verdaderos cristianos se


han distinguido por su forma de pensar y sobre todo por su
forma de vivir. Las actas de los mártires y los primeros
escritos de los Padres de la Iglesia nos hablan de ello. Los
cristianos están en el mundo sin ser del mundo. Ya en el
siglo XVI Santa Teresa decía a sus monjas “Hoy nos ha
tocado vivir tiempos recios”.
Veamos nuestro mundo actual y más concretamente nuestra
sociedad. “En nuestro tiempo, en la hora presente, los
cristianos que quieran serlo de verdad, tendrán que saber
estar en el mundo sin ser del mundo, vivir con todos sin
actuar como todos, y tendrán que saber renunciar a muchos
objetivos y aspiraciones que solamente están al alcance de
quienes se someten a la dictadura de lo “políticamente o
culturalmente correcto”. En la actual sociedad española el
cristiano coherente y fervoroso tiene que estar dispuesto a
padecer una cierta marginación social, cultural y hasta
profesional, y en consecuencia, tiene que renunciar a
muchos bienes sociales y económicos, que no están al
alcance de quienes se presentan y actúan socialmente como
cristianos coherentes. Es el martirio moderno que prueba la
autenticidad y consuma la perfección de la fe de los
cristianos que viven y actúan en el mundo” (F. Sebastián).

14
Para encarnar este estilo de vida necesitamos de la
Eucaristía. Sin ella es imposible vivir nuestra vocación
cristiana con alegría, valentía y coherencia, y mucho más
aspirar a la santidad. Así lo entendió San Ignacio de
Antioquia, quien hacia el año 110, camino del martirio,
escribe en su carta a los Magnesios: “¿Cómo podríamos
vivir sin Él?, es decir, ¿cómo podríamos vivir sin la fuerza
interior que nos brinda el Señor en el sacramento de su
cuerpo y de su sangre?”..

Te presento para tu consideración algunos aspectos que


caracterizan la sociedad y cómo podemos responder con
nuestra vida unida a Cristo Eucaristía.
• Ante una cultura actual que quiere relegar la religión
y lo religioso al olvido, entendiéndolo como algo
incompatible con la modernidad, no debemos
esconder nuestro mejor tesoro. Hemos de ser
testigos del amor de Dios en el mundo. No
tengamos miedo de hablar de Dios y de mostrar los
signos de la fe con la frente muy alta.
• Ante una cultura en la que el hombre vive cada vez
más sumido en una profunda soledad, mostremos la
verdad consoladora de la Eucaristía, en la que Cristo
se hace peregrino que acompaña nuestra vida
llenándola de sentido y esperanza. El nos dice: “Yo
estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo” (Mt 28, 20).
• Ante la cultura de muerte, en la que se desprecia la
vida humana, sobre todo la de los más inocentes y
débiles de la sociedad, anunciemos sin cansarnos el
misterio eucarístico, verdadero pan de vida.
• Ante una cultura en la que el hombre pretende saciar
su sed de esperanza y felicidad con sucedáneos, con
realidades efímeras y frágiles que no pueden llenar

15
el corazón, proclamemos en todas partes que Jesús
Eucaristía nos dice: “El que viene a mí nunca tendrá
hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6.
35)

ORACIÓN
Cerca de Ti
¡Qué bien se está cerca de ti, Jesús Eucaristía!
pareciera como si todas las tormentas del espíritu
se disiparan y las inquietudes se volvieran humo
que se lleva el viento.

Cerca de ti, es comenzar a vivir el gozo del cielo


abrir anchurosamente los ojos luminosos
del corazón y dejar que nos invada el misterio
santo, el gozo inefable de la bendita iluminación.

Cerca de ti, el alma encuentra paz, y el corazón


descanso y los anhelos pronta satisfacción.
cerca de ti, ¡ Jesús Eucaristía !,
cómo cambian las cosas de qué manera tan diferente
contemplamos las creaturas
y sus enigmáticos procederes.
Cerca de ti, adquieren su verdadera dimensión,
su valor e importancia todas las cosas.

Así quiero vivir mi existencia, cerca de ti,


Jesús Eucaristía..
Adorándote., amándote..
en una contemplación sin mediodía, ni ocaso,
como será allá en el reino de los cielos.

Cerca de ti. muy cerca de ti, al calor de tu regazo,


en el santuario de tu traspasado corazón,

16
bajo el influjo benéfico del Sacramento.
Cerca de ti, alabando al Padre y amando al
Espíritu e intercediendo por toda la Iglesia.

¡Qué bien se está cerca de Ti, Jesús Eucaristía ¡

San Francisco de Asís

17

También podría gustarte