La Rebelde Con Titulo (Los Bermont 2) - Sofia Duran

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UNA REBELDE CON TÍTULO

Los Bermont II

©La rebelde con título

Todos los derechos reservados.


Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del autor, la reproducción
total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento.
Editado: Sofía Durán.
Diseño de portada: @JojoKary

Copyrigth 2020 ©Sofía Durán


Código de registro: 1703131114064
Fecha de registro: 13 marzo 2017

Primera edición.
Contenido
1. Por una pelirroja 7
2. Salvada por un duque 14
3. Pacto de nacimiento 24
4. Aprenderás lo que es ser mujer 32
5. No dirán a nadie 44
6. Ojos verdes 49
7. En una navidad 56
8. Visitas de jardín 64
9. Notas de violín 73
10. Fiesta de compromiso 81
11. La boda del año 94
12. Confrontaciones y malos entendidos 108
13. Confinada 116
14. La voz de la razón 124
15. En un lugar de Regent’s Park 129
16. Esta es la verdad136
17. El palco de la reina 152
18. Estoy segura 169
19. Una jugarreta 177
20. El palacio de Bickingham 188
22. Obligaciones 200
22. Noticias agridulces 211
23. Regreso a Bermont 221
24. Malas noticias 229
25. “Te amo” 238
26. Reencuentro familiar 248
27. Sorpresas 259
28. La incontrolable 270
29. Sentimiento de alarma 278
30. Nueva separación 288
31. El manto negro del destino 296
32. Dos por uno308
33. Las noticias de Marinett 317
34. El dolor de la perdida 323
35. Lo imposible puede pasar 336
36. El amor de su vida 348
37. Siempre haces lo que quieres 358
38. A un juicio de la muerte 366
Con todo mi cariño para Dios, mis Bellas y mi familia
Y porque esta pelirroja para que un día cumpla todos sus sueños
1
Por una pelirroja
Katherine era un alma libre, siempre le había gustado hacer
cualquier cosa que indicaran inadecuado para una mujer solo para
demostrar que era capaz de hacerlo y, por lo tanto, todas las demás
también. Fuese lo que fuese, Katherine lo aprendía, ya fuera montar,
tirar con arco o pistola, leer libros avanzados de política o economía,
usar pantalones y sombreros.
Pese a ello, Katherine Charpentier no dejaba de ser una dama de
la estirpe más alta al ser hija de un poderoso hombre en Francia y
una descendiente de los duques de Bermont o como ella los
llamaba, abuelos. Sus padres la habían mandado ahí para recibir la
educación que toda dama debe tener, aunque dudaba que supieran
de sus andanzas, ella era tan educada como el resto de sus primas,
sabía hablar idiomas, tocaba el violín, recitaba poesía y dibujaba,
aunque no se le daba tan bien ser una recatada mujer, podía dar la
finta de ello.
Ese día despertó de un sobresalto al tener una pesadilla, no era
común que las tuviera, pero esa noche había cenado demasiado y
le había costado un trabajo monumental el dormir y para cuando lo
logró, solo pudo obtener esa clase de malos sueños. Suspiró
aliviada al verse en sus cámaras y sonrió ante el nuevo día que
apenas comenzaba.
Hacía tan solo unos cuantos meses que una de sus muy
queridas primas se había marchado de la casa gracias a su
presurosa boda con un renombrado duque. La verdad era que a
Katherine solo le podía dar risa la indiscreción de su prima, el besar
a alguien era de por sí mal visto, pero el ser encontrada
haciéndolo… sí, era causa de boda forzada.
—¡Katherine! —Annabella entró corriendo a su habitación, su
prima de claros cabellos castaños y verdosos ojos se ocultaba
detrás de ella—, ¡Dile a Charles que me deje en paz!
La pelirroja rodó los ojos y miró a su primo irlandés quién traía
consigo una sonrisa siniestra que también le daba un escalofrío a
ella.
—¿Qué demonios está haciéndote?
—Quiere cortarme el pelo —acusó.
Katherine reparó entonces en las tijeras que tenía su alocado
primo y decidió que era mejor correr que intentar frenarlo, ambas
chicas corrieron por doquier hasta entrar en la habitación de William,
hermano mayor de Kathe y el único que podría parar a Charles en
sus locuras.
—¿Qué demonios? —dijo el adormilado hombre.
—Will, ¡Este loco nos quiere cortar el pelo!
El hombre dejó caer la cabeza en la almohada y replicó con
fuerza.
—¡Fuera de aquí!
—¡Debes protegerme! ¡Eres mi hermano! —pidió Katherine.
—Y yo soy tu prima, es lo mismo.
William se sentó en la cama con molestia y miró a su primo
endemoniado.
—¿En serio? ¿Eres un niño? —se quejó el hombre.
—Se los ofreceré a los dioses —dijo Charles con una sonrisa
retorcida—, además solo es un pedacito.
—¡Qué no! —dijeron a la vez ambas mujeres.
Charles saltó a la cama de William, haciendo que el hombre se
pusiera de muy mal humor y gritara enfurecido, era difícil ver al
hermano de Katherine fuera de sus cabales, la única forma de
lograrlo era no dejarlo dormir, como hacían en ese momento. Esa
era una mañana normal en la casa de Bermont, divertida y llena de
risas y gritos que llenaban esa mansión de emoción y alegría que
hacía que sus abuelos dieran gracias por haber tenido la fantástica
idea de tenerlos a todos juntos y de ese modo sosegar su soledad.
Entrada la tarde, después de horas de lecciones y muchas otras
actividades de damas educadas y de sociedad, las tres primas
habían salido a tomar un poco el limitado sol que Londres era capaz
de ofrecerles, las doncellas habían llevado para ellas una manta y
limonadas para que pasaran el día en los jardines, tal y como les
gustaba.
—Miren esas rosas, necesitan que vuelva a ponerles atención —
observó Annabella desde su posición relajada.
—Sí, les ha de faltar que hables con ellas —se burló Marinett—,
en serio me asustas cuando haces eso, voy paseando
tranquilamente por ahí y de repente te escucho hablando como loca,
en más de una ocasión pensé que se trataba de algún pretendiente
que se te había metido por las venas como para que hicieras alto
tan escandaloso como esconderte para verlo.
—¡Por favor Marinett! —negó Kathe—, Annabella jamás se
atrevería a hacer algo así, es demasiado bien portada.
—¡Claro que lo haría! —se quejó la menor de las primas—, si
fuera por amor, lo haría.
—Lo dudo —concordó Marinett con la pelirroja—, la verdad es
que apenas y haces ruido Anna, no te veo haciendo un desastre.
—Tú tampoco eres de las que va por el mundo haciendo que las
malas lenguas de Londres se desaten —dijo Annabella.
—Eh, niña —se acercó Katherine a ella—, nadie dijo que estaba
bien ser lo contrario, venos a nosotras, siempre en la mira de todos
y no precisamente porque seamos bonitas. Aunque Annabella tiene
razón, Marinett, tú tampoco te metes en muchos líos que digamos.
—Eso es para Elizabeth y tú —sonrió la hermana mayor de la
rubia.
—La extraño tanto —suspiró Katherine.
—Sí, pero ya ves como son los Pemberton, ni siquiera nos han
dejado verla ni una sola vez —dijo Marinett.
—Eso se me hace raro —frunció el ceño Annabella— ¿le habrá
pasado algo malo?
—No lo creo, quizá solo sea que está ocupada o, no lo sé, quiere
pasar tiempo con su nueva familia, tenemos que entender que así
será de ahora en adelante, ella tiene otras cosas en la cabeza.
—No me imagino un mundo donde no pueda verlas a diario —
dijo Marinett—, por mucho que me den ganas de arrancarles la
cabeza de vez en cuando.
—Pero todas nos casaremos en algún momento.
—Sí… —dijo Kathe—, ¿quién irá a seguir?
—¡Yo apostaría por Annabella! —levantó la mano Marinett.
—Sí, yo también digo que ella —aceptó Katherine.
—¡Ey! Pero si soy la más joven entre ustedes.
—Por eso —asintieron las dos con una sonrisa.
Así era la cosa entre la sociedad, entre más joven fuera la mujer,
mayor probabilidad de matrimonio tenían. Marinett y Katherine
tenían dieciocho y diecinueve años respectivamente, comenzaban a
ser mujeres a las cuales se les estaba pasando el tiempo y ambas lo
sabían y no les importaba en lo más mínimo.
—Bien, hora de encontrarme con el abuelo —se puso en pie
Katherine—, las veo al rato chicas.
Las jóvenes asintieron hacia ella y siguieron disfrutando del sol.
Katherine por su parte corrió hasta las caballerizas, tomó su yegua
particular y subió a ella con maestría de quién está acostumbrada a
montar a pesar de tener ese estorboso vestido.
—¡Gracias David por tenerlo listo! —le gritó al mozo de cuadra
quién tan solo alzó la mano para despedirse de ella.
Katherine adoraba salir a cabalgar, el viento chocando contra su
cara, su cabello volando desordenado, la conexión con el animal, la
adrenalina… todo le gustaba, pero lo que más le agradaba era
encontrarse con su abuelo Frederick Hillenburg bajo aquel gran
roble donde se perdían por horas viendo las tierras que había
cuidado durante años.
—¡Abuelo! —bajó de un brinca la chica y abrazó la figura fuerte
del hombre.
—Pensé que no vendrías hoy Katherine.
—No me lo perdería por nada.
La joven se sentó junto al hombre mayor y observó como el sol
se metía lentamente detrás de los árboles, inundando el cielo de
destellos naranjas y rosados surcando el cielo, las aves les daban
su ultimo cantico del día, el viento jugaba con las ramas de los
árboles y el aroma a tierra fresca era embriagadora.
—Sabes niña, el que me acostumbres tanto a tu presencia me
hará difícil el momento en que te tengas que marchar.
—¡Ay abuelo! Ni siquiera te debes preocupar por esas cosas —le
quitó importancia la chica—, soy una desgracia para la sociedad y
los hombres que se me acercan apenas y los tolero, son tan tontos.
—Bueno Kathe, debes comprender que no piensan que deben
tener conversaciones de alto calibre a tu lado, no es común que una
mujer sepa tanto como tú, al menos debes darles una oportunidad.
—Entonces no entiendo abuelo, primero dices que me extrañarás
y luego me dices que me debo dar la oportunidad.
—Jamás dije que no quería que te casaras —la miró el hombre
de plateados cabellos y ojos profundos y azules—, dije que te
extrañaría.
—Abuelo —lo empujó un poco—, yo no soportaría un día sin
esto… sin ti, te echaría demasiado de menos.
—Bueno, no es como que te cases y me muera, aún puedes
venir a verme.
—Sí, pero no sería lo mismo.
—Kathe, tienes que estar en sintonía con lo que pasa en tu
entorno, eres una muchacha brillante y quizá demasiado mimada
por mí y por tu hermano. Pero tus días siendo una niña comienzan a
terminar y ser mujer no es ir paseando por todos lados como una
revoltosa que monta a caballo.
—Lo sé. Por eso alargo mi infancia para vivir lo menos que
pueda mi adultez.
El abuelo dejó salir una carcajada.
—No vayas a sacarle canas verdes a tu abuela en los próximos
días.
Katherine rodó los ojos.
—Lo había olvidado —se quejó—. La temporada empieza
¿cierto?
—Así es y debes asistir a donde ella te diga.
—Dime abuelo ¿Cómo alguien como tu puede aguantar a alguien
como… ya sabes, mi abuela?
—Solo se preocupa de más por ustedes, los ama demasiado —
sonrió con encanto el hombre—, me enamoré de ella desde el
momento en que la vi. Debo decir que me rechazó varias veces, yo
solía ser todo un libertino en mi tiempo, pero insistí y cuando al fin
ella me regresó la mirada que hasta ahora perdura en sus ojos, me
sentí el hombre más feliz del mundo.
—¿Cómo te mira la abuela?
—Con amor, cariño, con amor.
Katherine sonrió tiernamente y miró al hombre a su lado.
—Sabes abuelo, yo quiero que mi esposo sea alguien como tú.
—¡Dios te guarde la hora querida! Yo soy buena gente ahora,
pero cuando era joven tenía un genio de los mil demonios, la verdad
es que tu abuela me domó por completo.
La pelirroja dejó salir una dulce carcajada y negó un par de
veces. Amaba a ese hombre al mismo nivel que amaba a su padre y
a su hermano, eran los hombres de su vida y para ella, eran
perfectos, no pensaba que pudiera querer a un hombre como los
quería a ellos, eran tan importantes que incluso buscaba en los
caballeros por lo menos uno de los aspectos que le gustaban de
ellos, quizá fuera un poco raro, pero esa era Katherine.
2
Salvada por un duque
Katherine entraba junto con sus primos a la velada de Marcus
Sullivan, un renombrado hombre de negocios que hacía poco se
había mudado a Londres y por tal motivo, había decidido ser el
primero en ofrecer una velada, abriendo con ello la temporada. La
abuela no había desaprovechado la oportunidad y las enfundó en
vestidos caros y apretados que las hacían resplandecer entre todas
las damas, incluso llamaban la atención más que las debutantes, se
decía que Violet Hillenburg tenía algún ritual para hacer que sus
nietas no solo brillaran, sino que resplandecieran a donde fueran,
siendo el centro de atención de las miradas masculinas.
Katherine les podía dar la receta por la que tanto aclamaban a la
abuela, se le llamaba tortura de tres horas. No por nada la abuela
había logrado casar a sus cuatro hijas con cuatro extranjeros muy
bien acomodados ¡Y de diferentes nacionalidades! En realidad, era
increíble esa mujer en cuanto a acomodar ganado se refería.
—Dios, si la abuela hacía que apretaran este vestido un poco
más, me haría del baño a cada momento —dijo Katherine, tomando
su cintura y dejando salir el aire con dificultad.
—Eso es asqueroso —frunció la nariz Annabella.
—Pero cierto —aceptó Marinett—, siento que me está robando el
alma.
Las chicas dejaron salir una risita permitida entre la sociedad y
fueron a tomar una copa de una de las bandejas de plata que los
meseros portaban estáticos por el lugar.
—Parece que las chicas Lugart ya pueden salir a sociedad, miren
que asustadas se ven las gemelas —dijo Marinett.
—Pobres, es horrible la primera vez —aceptó Annabella.
—¡Esas de allá están intentando trepar por encima de ese
hombre! —apuntó Katherine con una sonrisa—, pobre caballero, se
ve bastante perturbado.
—Ese es James Seymour —informó Marinett—, uno de los
mejores partidos del momento, es el marqués de Kent.
—No es nada feo, pero parece algo mente suelta —dijo
Katherine—, pero lo recuerdo, son los amigos del duque de
Richmond, los adonis.
—Ellos mismos —asintió la pelinegra de Marinett.
—Dicen que es agradable.
—¿Sabes Annabella? —la miró Marinett—, es muy difícil viborear
contigo.
Katherine soltó una carcajada y siguió indagando por el salón
mientras sus primas comenzaban a discutir.
—¿Quién es ese? —apuntó a un hombre alto, de cabello negro y
ojos azules, separado de la sociedad y con cara de pocos amigos.
—Thomas Hamilton, ese me da verdadero miedo —aceptó
Marinett, lo cual era decir mucho—, pero a lo que sé, quién ha
logrado hablar con él es nuestra querida Anna.
—Muy poco, apenas lo conozco —se sonrojó la joven.
—Así que a Anna le gustan los malvados —sonrió Katherine—
¿Y ese que llegó?
—Se llama Adam Collingwood, es duque de Wellington.
—En serio que eres como una enciclopedia de personas —se
sorprendió Annabella.
—Solo las que me interesan —. Apuntó con la cabeza hacia los
últimos dos—: dicen que el duque es un hombre bastante allegado
de la corona, ha tenido cargos importantes en la guerra pese a ser
bastante joven, es un buen partido.
—Es apuesto —dijo Annabella—, me gustan sus ojos.
—Solo porque los tiene verdes como tú no te hace menos gatita
—se burló Katherine.
—¡No me refería a eso!
—Los tiene de un verde diferente, más esmeralda, los tuyos
Anna sí son como de gato, entre miel y verde.
—¡Oh! ¡Son una pesadilla!
Su prima las dejó sin importar las palabras de disculpas que le
lanzaron, las mayores simplemente sonrieron y siguieron
cuchicheando acerca de los hombres que veían, los más
interesantes eran por supuesto los hombres adonis, pero había
otros partidos bastante aceptables que no tenían tanta atención.
Katherine se había quedado en soledad después de un rato de
seguir platicando con su prima Marinett a quién le habían pedido un
baile, pese a que querían seguir platicando, sería demasiado
descortés que rechazara la invitación. La pelirroja decidió que ella
no tenía ganas de hablar con nadie que no fuera alguien de su
familia, había intentado con Charles, pero este la corrió rápidamente
al estar rodeado de mujeres y William estaba tan desaparecido
como ella quería estarlo.
Se dedicó a buscar la biblioteca del lugar, seguro que había una
y sería interesante ver lo que leía un hombre como Marcus Sullivan
adinerado hombre de negocios, quizá tuviera buenos ejemplares de
economía o algo de administración. Estaba vagando por los pasillos
sin cuidado alguno, cuando de pronto escuchó una voz a sus
espaldas.
—¿Se le ha perdido algo lady Charpentier?
La joven cerró los ojos y maldijo su suerte.
—No señor Gibbs, solo paseaba.
Ese hombre la seguía a todas partes, en cada velada, parque o
lugar, el señor Gibbs la encontraba y la acosaba hasta que ella
literalmente terminaba dejándolo plantado en el lugar, echándolo de
su lado cortésmente o huyendo con una excusa poco creíble, una
vez hasta había dicho algo como: “mire que mal se ve ese árbol,
mejor me voy”.
—Es una casa grande, podría perderse.
—Sí, mejor regresar.
—Considerando que el este pasillo está desértico y bástate mal
iluminado, uno podría pensar que está esperando a alguien.
El corazón de Katherine latió con advertencia.
—No espero a nadie señor, será mejor que regresemos.
—¿Será acaso que busca acomodarse como lo ha hecho su
prima? ¿Quiere comprometer a un hombre?
—¡Jamás haría algo así! ¡Y mi prima tampoco lo ha hecho!
—Por favor Lady Charpentier, todos saben que no le ha salido
nada mal la jugarreta a lady Kügler, un duque, nada más y nada
menos. Yo no soy un duque, pero podría mantenerla como si fuera
uno.
—Será mejor que deje de dar pasos hacía mi señor, si es que no
quiere tener un problema grave.
—A la única que veo en problemas, es a usted.
Katherine dio un paso atrás, sintiéndose momentáneamente
asustada, pero entonces metió la mano en un escondite de su
vestido, diseñado para guardar monederos o artículos de belleza,
pero ella lo usaba para guardar su pistola, miraba al hombre que se
acercaba a ella con esa sonrisa que parecía tener todo resuelto y la
mirada de lascivia que en otras ocasiones había visto, estaba a
punto de sacar la pistola cuando de pronto una voz irrumpió la
escena.
—Espero que en verdad solo sea un mal entendido señor Gibbs
y no esté viendo a un caballero forzando a una dama.
El señor Gibbs parecía asustado, aún no se había vuelto para ver
de quién se trataba, pero parecía reconocer la voz.
—Lord Wellington, un placer verlo en esta velada —se dio media
vuelta—, por supuesto que no, esta dama y yo solo hablábamos.
—¡Hablando y un pepino! —dijo la joven sin una pizca de miedo
—, este hombre pensaba comprometerme de alguna forma, me
asustó en verdad.
El señor Gibbs la miró con furia y se volvió hacia el lord.
—Por supuesto que no, la señorita habrá malentendido el asunto.
—Espero que no lo malentienda nunca más —dijo el duque con
dureza—, puede retirarse señor Gibbs, escoltaré a la señorita hasta
el salón.
—Excelencia —se inclinó el hombre ante el duque y apretó la
quijada al volver una mirada fiera hacia la mujer que sonreía
satisfecha.
Katherine dejó entonces la pistola en su escondite y palmeó un
par de veces el lugar.
—Gracias por salvarme —se inclinó ante el duque—, le debo
una.
—No creo que necesitara mucha ayuda a juzgar por lo que
estaba por sacar de su bolsillo.
La joven elevó ambas cejas y sonrió de lado a lado.
—Así que lo notó —asintió—, es un hombre observador, el señor
Gibbs se iba a sacar un buen susto si llegaba a sacarla ¿Cómo lo ha
notado?
—El bulto en su vestido es bastante obvio y sería la única razón
por la cual estaría usted metiendo la mano ahí, a menos que le
quisiera lanzar monedas, deduje que tenía una daga o una pistola.
—Impresionante. Y bien lord Wellington, ¿espera al menos una
presentación de mi parte debido a que me acaba de salvar?
—Lady Charpentier, la conozco gracias a la boda de mi amigo
Robert Pemberton, su abuela ha hecho las presentaciones
pertinentes creo recordar.
—Oh, lo había olvidado, la abuela me presenta con tantas
personas que a veces las olvido, en esta ocasión lo lamento —
sonrió—. Pero le puedo decir que mi abuela solo busca
emparejarme así que sería buena idea que se alejara de mí en todo
lo que le sea posible.
—Gracias por el aviso señorita, pero resulta ser que estoy
comprometido.
Katherine sintió que su sonrisa estuvo a punto de desaparecer si
no fuera porque se percató de ello y no se lo permitió.
—¿En serio? No tenía idea, aunque ha sido mala idea decirme,
podría ser yo una chismosa.
—Sé que no lo es. Aunque su prima lady Marinett Kügler…
—Sí, ella es alguien especial —sonrió Katherine—. Y bien ¿quién
es la susodicha?
—Es de mi saber que para este tipo de aclaraciones se tiene una
fiesta conmemorativa.
—Claro, es verdad, espero recibir invitación.
El hombre sonrió de lado y asintió ligeramente, sus ojos verdes
había algo que Katherine no sabía identificar.
—Lo tomaré en cuenta.
Katherine miró hacia los lados, dándose cuenta que nuevamente
estaba sola con un hombre, lo miró suplicante y este simplemente
asintió, abriéndole un brazo para que pasara ella primero. Por
alguna razón, Katherine sentía que sus mejillas estaban enrojecidas
y su corazón latía desbocado, intentaba caminar lo más recta
posible y se movía grácil como su abuela siempre le pedía que
hiciera, pero ¿por qué lo hacía? ¿sería acaso porque lord Wellington
le imponía lo suficiente u… otra cosa?
Cuando el ruido de la sociedad volvió a atolondrar sus sentidos,
se volvió hacía el lord que le hacía compañía en silencio y le sonrió:
—Gracias de nuevo, no tengo forma de compensarle más que
con palabras.
—Más que suficientes mi lady.
Katherine dio una ligera sonrisa y prácticamente corrió al interior,
internándose en la fiesta y tomando a Annabella de los brazos del
caballero con el que bailaba, sentía que su corazón palpitaba
irregularmente y necesitaba que alguien llevara su cadáver hasta su
madre si es que moría.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—El señor Gibbs otra vez —dijo en toda respuesta.
Su prima hizo una cara de horror.
—Ya te he dicho que debes tener cuidado con ese hombre
Katherine, no es normal su comportamiento.
—Créeme, en esta ocasión lo ha dejado más que claro, es un
hombre de cuidado —dijo la pelirroja— pero he tenido suerte.
—Ay no, ¿sacaste la pistola?
—No fue necesario, lord Wellington estaba ahí para salvarme.
—¿Lord Wellington? ¿El duque?
—Sí —se sonrojó—, él… fue muy amable.
—¿Estás sonrojada?
Katherine abrió los ojos y se sintió avergonzada.
—¡No!
—Por Dios, hasta te ha quitado tu capacidad de hablar con
elocuencia y sarcasmo, creo que me cae bien desde el día de hoy,
nunca me habías dado una respuesta tan corta.
Katherine se dio cuenta que su prima tenía razón, por lo cual se
decidió a tomar la compostura nuevamente y suspiró tranquila.
—Está comprometido Annabella, no te hagas ideas infantiles en
la cabeza.
—Es toda una lástima ¿cierto?
—No, solo es un hombre menos al cual la abuela acosará. Será
mejor que volvamos, antes de que la abuela note que nos
escondemos nuevamente.
—La que se esconde eres tú prima —sonrió—, no debería estar
tan feliz, pero al fin tengo con qué molestarte.
Katherine rodó los ojos y prosiguió con la fiesta, pero desde ese
momento en adelante no pudo evitar que su mirada cayera una y
otra vez sobre el duque. Se lo topaba charlando con alguno de sus
amigos, con hombres igual de importantes que él, con el dueño de
la casa, bebiendo, riendo y hasta distraído, no podía salir de su
campo de visión y eso la comenzaba a volver loca ¿por qué esa
obsesión?
Comprendió después de un poco de razonamiento, que la había
impresionado, no había conocido otro hombre que fuera tan
impactante como el duque, que la dejara con las palabras en la
boca, era imponente y muy inteligente. Solo lo admiraba, debía ser
eso.
3
Pacto de nacimiento
Katherine estaba sentada en su yegua en una total soledad,
mirando hacia la profundidad de las nubes oscuras que se
encontraban entristeciendo el cielo de Londres, a Kathe le gustaba
el cielo en cualquier tipo de clima, pero en esa ocasión el aire fresco
que traería las lluvias le causaba una paz mental que no encontraba
en ninguna parte desde que el señor Gibbs la había acosado y lord
Wellington salvado.
¿Cómo dos hombres podían ser tan contrarios?
Aunque el haber conocido a un hombre ajeno de su familia que lo
impresionara tanto era algo positivo, al menos de esa forma podría
tener la esperanza de que había hombres inteligentes en el planeta
y no solo idiotas como el señor Gibbs que las intentaban dominar a
la fuerza y las trataban como menos que floreros.
—¡Katherine! —gritó Annabella desde el inicio de la cuesta en la
que ella estaba— ¡Katherine! ¡Dice la abuela que bajes!
—¿Qué?
—¡Dice la abuela que…!
Katherine no escuchaba nada, así que espoleó al caballo y se
posó junto a su prima, quién dio un grito ante la llegada precipitada y
el proceder brusco del caballo.
—¿Qué pasa?
—Tu madre ha llegado.
—Dios santo ¿por qué?
—No lo sé, pero la abuela te llama, te están esperando en el
despacho del abuelo.
—¿Quiénes? ¿Por qué ahí?
—No lo sé Kathe —dijo nerviosa—, pero está toda tu familia.
—Dios, ¿será mejor opción huir?
—No Kathe, parece que es algo grave, me asusta.
—¿Crees que sea algo de…?
—No lo sé, por favor ve.
El corazón la latió a toda prisa, además de William, ella tenía otra
hermana, una que era mayor que su hermano y que normalmente
nunca estaba, se la pasaba viajando y el que Annabella hablara de
esa forma y todos se reunieran podía significar algo de su hermana,
algo de Giorgiana. Bajó tan aprisa del caballo que lastimó su tobillo,
pero no le tomó importancia y siguió presurosa hasta el despacho,
donde se escuchaba una plática leve que solo lograba preocuparla
más, prácticamente subió su vestido hasta las rodillas y corrió hasta
abrir la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Dónde está Gigi? ¿Está bien?
—Tu hermana está bien Katherine —tranquilizó su madre—, pero
lo que te vamos a decir es igual de importante.
—No creo que nada sea tan importante como que pensar a que
Gigi murió —dijo Katherine sentándose en el sofá con alivio que
demostró al momento de suspirar y desparramarse en él.
—Bueno, no es tan malo como eso —dijo su padre—, pero creo
que sí que será importante.
La chica frunció el ceño.
—¿A qué va toda esta reunión familia? —la joven los seguía con
los ojos, todos con caras funestas y miradas evasivas— ¿Abuelo?
El hombre no se atrevió siquiera a mirarla y prefirió empinar el
vaso de coñac que tenía en la mano, William estaba fumando,
incluso frente a su madre lo cuan jamás hacía y sus padres parecían
con los nervios de punta. Kathe no estaba para mejor, en ese punto
comprendía que tenía todo que ver con ella y nada que ver con
ellos.
—No hay forma fácil de decirlo —dijo William—, así que lo diré:
estás comprometida a matrimonio.
Kathe se sentó correctamente en el sofá y ladeó la cabeza en
amenaza, con aquella cara perspicaz y peligrosa que ponía cuando
algo no le agradaba, eso solo significaba que las cosas iban para
mal.
—Disculpa ¿qué?
—Has estado comprometida desde que eran una niña querida —
dijo su madre—, eres hija de marqueses, gente importante en
Francia y bueno, tú sabes los conflictos que se tienen con este país
así que se acordó una tregua que se sellaría con uno de los duques
más importantes de toda Inglaterra y una importante mujer francesa.
—O sea… que soy una moneda de cambio —comprendió la
joven— ¿Y ya? ¿Solo he de decir que sí?
—Esto no tiene nada que ver con nosotros, son ordenes que
ninguno de nosotros puede incumplir —dijo su padre en el tono más
conciliador que encontró.
—Pues Dios salve a la reina por su increíble forma de decidir mi
vida —dijo enojada.
—Ten cuidado con tus palabras cariño, no ofendas así a una
reina que podrías terminar muy mal, sobre todo siendo quién eres —
dijo Violet, tocándole ligeramente el hombro.
—¿Debo tener cuidado siendo quién soy? ¿La francesita que
viene a arreglar todos los problemas? —negó la joven—, ahora
entiendo por qué me mandaron a Inglaterra siendo tan niña, tenían
que ver con sus propios ojos la educación de la mujer que iba
adquirir su corte ¿Cierto? ¡Dios! Ahora hasta entiendo por qué soy la
prima con menos pretendientes, pese a que eres una casamentera y
me presentabas a todo mundo seguro que después les decías que
estaba prometida ¿no abuela?
La mujer bajó la mirada.
—Katherine, sé que no es algo que te agrade, pero no hay nada
que puedas hacer —dijo William—, no fue asunto de nuestros
padres, solo se dictaminó.
—¡Tuvieron que haber dado su aprobación!
—¿Qué querías que hiciéramos cariño? —dijo su madre—
¿Ponernos en contra de Francia e Inglaterra?
Katherine bajó su mirada y derramó sus primeras lágrimas en un
total silencio.
—¿Pasó lo mismo con Giorgiana? —dijo de pronto—, ¿Por eso
se escapó?
—No, Gigi se fue mucho antes de que si quiera se pensara en
esto —dijo su padre—, ella ni siquiera habría seleccionada.
—¿Por qué he de ser yo?
—Porque eres de la edad del heredero y ahora dueño del ducado
—dijo su hermano dando una calada a su cigarrillo.
—¿Y de quién demonios hablamos? —dijo impaciente.
—Wellington —dijo su abuela—. Lord Adam Collingwood duque
de Wellington.
Katherine cerró la boca en cuanto dijeron su nombre, él lo sabía,
el día que la salvó lo sabía ¡No lo podía creer! Incluso dijo que se
pensaría en invitarla cuando hiciera la fiesta de anunciación del
compromiso, pero qué cínico.
—¿Desde cuándo lo sabe él?
—Creo que desde siempre —dijo su madre—, creció sabiendo
que tenía prometida.
—¿Por qué crecí yo en la ignorancia? ¿Temían que me fuera?
—La verdad es que aún tenemos miedo de ello —dijo Edmund
Charpentier, se veía frustrado y cansado, era algo que lo
sobrepasaba y Katherine lo sabía.
Ya habían sufrido una vez la decepción de perder una hija y pese
a que Gigi regresaba a casa y seguía siendo acogida, Katherine
había presenciado la profunda tristeza que les provocaba día con
día a sus padres, la forma en la que se envalentonaban delante de
la gente que preguntaba por su hija mayor y como la defendían
siempre. Eran unos padres increíbles, pero esto… casarla.
Era en contra de ella seguir normas, siempre iba contra corriente,
sobre todo por el ejemplo de su hermana, aunque en una medida
que no lastimara a sus padres, pero jamás pensó en algo como una
boda forzada y ni siquiera por sus padres, sino por el estado, sus
padres jamás le harían algo así, estaba segura que su padre
preferiría que ella nunca se casara, aunque significara mantenerla
de por vida.
—Tengo que salir de aquí —dijo de pronto, sintiéndose ofuscada
por las noticias—, iré a ver a Elizabeth.
Tenía que hablar con alguien simplemente necesitaba sacarlo de
su sistema y Elizabeth siempre había sido buena escuchándola, era
una buena consejera pese a que estaba loca y ella misma solía
tomar malas decisiones, como fuera, la necesitaba, sus primas de
Bermont de todas formas se enterarían, pero Lizzy estaba
incomunicada y la echaba de menos, seguro con ella idearían un
plan ficticio para librarse de esta o por lo menos hacer un plan
maquiavélico en contra de Lord Wellington.
Subió a su caballo y salió de la propiedad en medio de un
torrente de sentimientos encontrados, su familia en contra de su
libertad, su país en contra de su independencia, una boda forzada
en contra de su rebeldía. Cerró los ojos y cuando menos pensó,
había llegado a la hermosa mansión Pemberton.
Bajó del caballo, resintiendo su tobillo y fue hacia la puerta, la
cual tocó con desesperación, por ende entendió al hombre que salió
con cara de pocos amigos, mirándola de arriba abajo con desdén.
—¿Sí?
—Soy prima de Elizabeth Pemberton, necesito verla, avise que
estoy aquí.
—La señora no se encuentra en estos momentos.
Katherine rodó los ojos.
—Y un pepino que es así, sé bien que no quieren dejar que la
veamos, pero le juro señor que, si no se quita de la puerta, le daré
un balazo en la pierna que le recordará eternamente mi cabello rojo
enmarañado y mis ojos azules desquiciados.
El hombre se la pensó, revisando a la mujer de arriba abajo para
comprobar que no tenía nada consigo. Katherine rodó los ojos y
sacó el arma de su escondite haciendo que el hombre se
atragantara.
—Por favor mi lady…
—Vale, lo resolveremos con chelines, ¿Cuánto apuesta a que
cuando finja que entro a la fuerza mi prima les dirá que me suelten y
hará que siempre me dejen pasar?
—La señora Helena ha dicho que la duquesa no quiere ver a
nadie —dijo el hombre con confianza—. Cinco chelines.
—Diez.
—Vale.
Como supuso, su prima salió, ella ganó, el mayordomo la odió y
acabó dándose cuenta que Elizabeth tenía tantos problemas como
ella misma, no quería atiborrarla con más lamentos así que dio una
excusa tonta para disculpar su intromisión y salió de ahí de
inmediato. No había pensado en los problemas que venían después
del matrimonio, pese a que Lizzy parecía enamorada de su marido,
tenía toda una familia conspirativa encima de ella ¿Cómo sería la
familia que le tocaría a ella? ¿Se llegaría a enamorar del hombre
con el que se casara como su prima?
Debía aceptar que Adam Collingwood no era del todo malo, al
menos lo admiraba, pero lo odiaba por pensar de ella como una
idiota, ¿eso era lo que le esperaba? ¿Un hombre como los que tanto
odiaba? ¿Uno que pensara que la mujer era inferior en todos los
sentidos y solo servía para dar hijos? Moriría antes de aceptar algo
como aquello, se revelaría todos los días contra él si fuese
necesario… pero no contra sus padres, nunca los haría sufrir,
menos cuando era algo que dependía de ella. Se casaría. Dios,
sería ella quién se casaría.
Esperaba en serio que la situación de Elizabeth mejorara a lo
largo de los días, pese a que no había sido de mucha ayuda y se
había marchado, aunque sabía que su prima la hubiese deseado
tener con ella en esos momentos, no era buena compañía para
nadie en general. Debía estar sola, tener una conexión real con su
consciencia interna para que por impulsividad no hiciera una idiotez.
4
Aprenderás lo que es ser mujer
La siguiente reunión a la que asistió, lo hizo pensando en
encontrarse con su prometido, no tenía otra cosa en la cabeza
además de que le rindiera cuentas, era una de esas tertulias que
duraban más de un día y era normal que las personas se quedaran
más de una noche en la casa, disfrutando de la hospitalidad de los
dueños de la casa.
Ansiaba verlo llegar e incluso sus primas se encontraban algo
asustadas, Annabella incluso le había pedido que le diera el arma
¿en serio la creían capaz de matarlo? Quizá si solo fuera ella contra
él sería genial, pero eran cuestiones políticas, si la esposa francesa
mataba al esposo inglés, eso significaría Inglaterra contra Francia y
serían demasiadas vidas solo por un capricho ¡Pero era su vida!
Pero por Dios que era lo correcto, cerró los ojos y dio la pistola a su
prima. Eran demasiados sentimientos contradictorios.
Katherine se quedó sentada en una mesa alejada, tocando
insinuante la copa de champagne con las uñas de sus dedos,
mirando sin cesar la entrada de la fiesta, comenzaba a
desesperarse cuando de pronto el chambelán entró en la habitación
y nombró al hombre que había estado esperando durante toda la
noche. Se puso en pie de un brinco, tomó el contenido de su copa y
fue hacia él sin importarle nada.
—Usted —le tocó el pecho con un dedo— ¡Como se atreve!
Adam miró hacia los lados, tratando de no llamar la atención de
la chismosa sociedad Londinense.
—Acompáñeme lady Charpentier.
Katherine sentía que sus mejillas y nariz ardían con furia al
tenerlo cerca, caminó por delante de él hasta escabullirse hasta uno
de los balcones iluminados de la residencia.
—Así que ya se enteró.
—¡Y todavía aparte lo tomó a juego contra mí! —le tocaba el
pecho con un dedo en forma de amenaza— ¿Le parezco una idiota?
—No —apartó su mano de sí—, simplemente no era mi
responsabilidad el decirlo, si su familia le había negado el beneficio
de saberlo, por una razón sería.
Katherine bajó la cabeza y miró hacia un lado. Eso era tan
racional que no tenía como refutarle el argumento.
—¿Y simplemente está de acuerdo? —lo miró—, lo sabe desde
hace mucho, ¿nunca pensó en replicar?
—Es mi deber como parte de este país.
—Pero jamás se enamoró de nadie, ¿jamás quiso romper el
compromiso por una persona que en serio le llamara la atención?
—Cuando creces sabiendo que estás prometido, tu cabeza llega
a aceptarlo y, aunque hay mujeres hermosas que llegan a llamar la
atención, simplemente no entra como una opción siquiera el
intentarlo.
—Es usted demasiado correcto, señor. No se puede limitar al
corazón, no tengo idea como lo ha logrado.
—¿Me va a decir que está enamorada de alguien? —elevó una
ceja.
—No —bajó la cabeza—, pero simplemente no me hago a la idea
de seguir esa orden.
—Entiendo —asintió—, había oído de usted, pero ahora que la
veo en persona, comienzo a dar razón a los rumores.
Ella levantó una mirada furibunda.
—Usted también tiene rumores señor “el hombre de hierro” no es
un apelativo común que se les dé a los hombres, ¿qué significa
eso? ¿Qué es irrompible e impenetrable?
—No sé qué puedan pensar los demás de ese apelativo, no me
identifico con él, solo es algo que la gente piensa de mí.
—Suelen tener razón.
—No le conviene decir eso mi lady, considerando lo que se dice
de usted.
—Es verdad —asintió la joven—, no debería dudarlo ni un
segundo, por eso le ruego que reconsidere aceptar este matrimonio,
al ser usted un hombre importante, podrían escucharlo.
—No haré tal cosa señorita, es todo lo que puedo decirle al
respecto.
—¿¡Es que no le molesta que controlen su vida!?
—Tuve tiempo para digerirlo, pero veo que usted está en los
primeros pasos de esa transición, siendo así, será mejor que la deje
entrar en razón.
—¡Espere! —le tomó el brazo y se sonrojó—, solo… no quiero
llevar mala suerte con esto, me aterra que alguien me quite mi
libertad o quiera cambiarme, soy una mujer… diferente.
—Eso lo sé, la he observado muy bien durante este tiempo —.
Ella alzó la mirada—. Sé que las cosas no serán sencillas y sé qué
harás que todo se complique aún más, sé que no te vas a rendir
fácil con lo que tienes en la cabeza y sé que tienes muy fijos tus
ideales. Pero no soy el monstruo del que hablan, no soy de hierro, ni
tampoco soy imposible de romper, es verdad que no te amo y que tu
no me amas, pero esto es más que eso, esto es deber y a veces
hay que poner el deber encima del querer.
Katherine se quedó sin palabras, algo muy poco común en ella,
el duque era un hombre al cual había llegado a respetar más rápido
que a ningún otro, pero de eso al amor había un largo camino, debía
solo pensar en que al menos se llevaran bien, pero eso involucraba
su parte también.
—Intentaré no complicarlo… demasiado.
Adam dejó salir una leve risotada de su nariz.
—No espero nada más que estemos de acuerdo en algunas
cosas.
—Aún no estoy en el momento de la razón ¿recuerda?
—Lo tengo presente —se inclinó ante ella—, por el momento no
es necesario que estemos juntos, aún no se anuncia nuestro
compromiso así que puede seguir andando por la vida como una
mujer libre.
—Pero no lo soy.
—No, no lo es.
Katherine asintió un par de veces, un tanto ensimismada, quizá
demasiado puesto que no se dio cuenta cuando de pronto el lord
con el que charlaba había desaparecido y ella se encontraba sola en
aquel balcón. Suspiró sintiéndose extrañada, hace unos días no
lograba sacarse a ese hombre de la cabeza y ahora lo deseaba
hacer con todo su corazón.
Regresó al interior de la fiesta, bailó con algunos de sus
pretendientes con algo de reservas, sin dejar de sentirse una mujer
demasiado liberal para alguien que estaba comprometida desde
hacía tanto tiempo ¿las personas a su alrededor lo sabrían? Quizá
sí, quizá por eso le dieran todos aquellos apelativos.
Decidió que no estaba dispuesta a aguantar las miradas de su
abuela, reprochándole su proceder y se fue de ahí, vagando por
entre la gente que paseaba sus vestidos amplios y elegantes trajes,
fumando y con copas a lo alto para no mojar a nadie. Se había
encontrado de pronto con Emma y Alice, unas de sus mejores
amigas quienes parecían despreocupadas y relajadas en una mesa,
bebiendo y platicando amenamente.
Katherine se dejó caer junto a ellas con un graznido.
—¿Y a ti que te sucede?
—Nada, la vida se me viene encima ¿ustedes que dicen?
—Nos dijo Marinett sobre tu compromiso —dijo Emma, una rubia
de ojos verdes con más lengua que una vaca—, nada mal que sea
Lord Wellington el afortunado.
—¿Afortunado? Viviremos un suplicio, no puedo dejar de discutir
y me desespera que me gane la mayoría de las veces.
Alice dejó salir una risilla burlesca.
—Es primo mío, algo lejano, pero lo conozco bien.
—¿En serio?
—Sí, es un hombre sumamente culto, mi padre lo admira mucho
y dice que es un buen hombre, he de admitir que siempre me gustó,
pero… bueno, mi padre me dijo que estaba prometido desde niño
así que lo olvidé con presura.
—¿Te gustaba para casarte con él? —dijo impresionada la
pelirroja.
—Pues sí, es todo un caballero y siempre me trató tan bien… —
Alice abrió los ojos y miró a su amiga—, por supuesto que eso fue
hace mucho y no tengo ningún sentimiento hacía él, no pienses
que…
—Por favor Alice, todos sabemos que estás prendada de mi
hermano, no hace falta que me des sermones sobre esto.
La muchacha se puso completamente colorada y dio un sorbo a
su bebida.
—Eso no es verdad.
—La cosa es… que quiero que termine, no me quiero casar con
él.
—Pero ¿qué dices? Es uno de los mejores partidos del momento
—se exaltó Emma.
—Eso no me importa, no es una inclinación verdadera yo…
estaba preparada para un matrimonio así ¿saben? Pero él me
causa conflicto.
—Es el único hombre que te ha dado batalla ¿Cierto? —sonrió
Alice—, es completamente normal sentirse un poco amenazada por
el hombre que te gusta.
—¡A mí no me gusta!
Las dos amigas rodaron los ojos, pero no siguieron discutiendo
del tema y más bien se enfocaron en otras cosas más triviales y
divertidas, pero pasadas la una de la mañana, Katherine decidió ir a
su habitación a descansar, el duque parecía haberse marchado
hacía ya horas y sus primas querían seguir disfrutando de la fiesta,
así que fue la única se metió a sus cámaras, daba gracias a Dios
que ni siquiera tuviera que subir escaleras puesto que su recamara
estaba en el primer piso.
Despidió a la doncella que habían dispuesto para ella y se puso
el camisón por sí misma, decidiendo que al día siguiente se
levantaría temprano para salir a montar cuando nadie la viera
hacerlo, cayó dormida casi inmediatamente, esperando que sus
primas no hicieran demasiado ruido al momento de su entrada.
Katherine despertó alterada, nuevamente por pesadillas que la
acosaban, se sentó en la cama y encendió una vela, había pasado
tan solo una hora, sus primas aún no llegaban a la recámara, era
normal, todo parecía normal menos la ventana que se encontraba
abierta. Se puso en pie y la cerró de golpe, se sentía estresada y
miró alrededor, cerciorándose que no había nadie.
Al no encontrar nada, decidió dejar las velas prendidas y ponerse
a leer un libro para relajar sus nervios, al menos hasta que llegaran
sus primas, sentía escalofríos por todo su cuerpo y volvía la mirada
continuamente hacia la ventana, pero no había nadie ahí, quizá ella
la hubiese dejado abierta y no lo recordara, estaba siendo
demasiado paranoica.
Daba gracias a Dios que a la media hora llegaran sus primas,
agotadas y contentas de que estuviera despierta para platicarle
sobre lo sucedido cuando había desertado. Katherine se relajó y
cuando Annabella y Marinett se acostaron en la misma cama que
ella, al fin pudo caer completamente dormida.
Al día siguiente, como había dicho en la noche, se levantó
temprano, mirando la revoltura de piernas y brazos que eran sus
primas, se burló de ellas en silencio y se cambió con ropas
masculinas para montar a su antojo, había robado lo suficiente a
Charles para esa ocasión así solo era cuestión de encontrar las
caballerizas y saldría a montar para relajar su mala noche.
Después de muchas sorpresas por parte de los empleados al
verla vestida así, al fin hubo un alma compasiva que le dijo donde
estaban las caballerizas y se ofreció a llevarla. La dejó en las
puertas y se marchó con una inclinación respetuosa pese a que la
dama no pareciera una.
La pelirroja se rio de la actitud y entró al solitario lugar, los
caballos relinchaban y el olor lograba tranquilizarla, en ocasiones
ella misma limpiaba los establos de su abuelo, sin que la abuela se
diera cuenta, le gustaba hacer esa clase de cosas por su yegua
quién siempre se tomaba a bien el que la montara por horas
enteras.
Buscó un caballo que se amoldara a ella, cuando de pronto, de
entre la paja que había amontonada, salió un hombre, hubiese sido
gracioso si Katherine no se encontrara tan espantada.
—S-Señor Gibbs, ¿qué hace aquí?
—Vaya, vaya, veo que la bella durmiente ha despertado.
—¿Qué quiere decir?
—Debo decir que es usted tan inquieta para dormir como lo es
despierta.
Ella abrió los ojos y dio un paso hacia atrás.
—Usted entró en mi habitación.
—Debo decir que tuve el suficiente miedo de que entrara alguna
de sus primas y nos encontraran en una situación…
comprometedora, pero ahora usted sola ha venido a caer en mis
brazos.
—¿Cómo sabía que vendría?
La joven se palpó los bolsillos, pero recordó que el día anterior le
había dado a Annabella su pistola con afán de no matar a su
prometido, estaba desprotegida.
—Es costumbre de usted —sonrió—, la he visto montar muchas
veces en las tierras de su abuelo a estas horas.
—Me vigilaba…
—Por supuesto. Una mujer como usted solo necesita que le den
una lección.
—No lo entiendo señor —la joven buscaba un arma mientras
hablaba, cualquier cosa estaría bien, una fusta, algún pedazo de
fierro, lo que fuera.
—Es mujer que piensa que todo lo puede ¿no? —sonrió—
¿puede contra un hombre cuando está usted desarmada?
La mirada temerosa de la dama develó la veracidad de las
palabras del señor Gibbs.
—Sí usted se atreve a tocarme siquiera, no solo tendrá
problemas con mi familia, mi prometido no estará nada feliz.
—¿Prometido? —dijo el hombre, frunciendo el ceño— ¿Cómo
que prometido?
—El duque de Wellington es mi prometido ¿no sabía?
—Así que todo este tiempo lo supo y solo jugó con mis
sentimientos ¿por qué no decirlo? ¿Quiere decir eso que me desea?
—No señor, no lo deseo, le pido que se quite de mi camino.
El señor Gibbs era un hombre alto y corpulento, de cabellos
rubios como la paja de donde había salido y ojos cafés, perversos y
malvados, sobre todo en ese momento, que le obstruía el paso y se
acercaba cada vez a ella. Sin decir nada, él hombre la tomó con
fuerza de los brazos y la tiró hacía el pajar, Katherine hizo por
ponerse en pie, gritó y pataleó, pero el cuerpo del hombre era lo
suficientemente pesado como para no poderse mover.
—Me has dejado las cosas aún más fáciles, las ropas de hombre
son mucho más sencillas de quitar que la de las mujeres.
Ella gritó cuando sitió que se posaba entre sus piernas y pese a
que ambos tenían ropa sintió la amenaza a través de ella, el hombre
la besaba y disfrutaba de ella, arrancó los botones de la camisa de
Charles, dejando al descubierto la camisola que protegía sus senos
y besó cuanto pudo, disfrutando de que nadie los interrumpiría, la
chica estaba furiosa, sentía como la manoseaban y tocaban sin
ningún miramiento.
—Aprende lo inferior que eres, deja de pensar que puedes
superaron —le decía mientras la ultrajaba.
Katherine se defendía como podía, rasguñaba y se apartaba todo
lo que podía, lo que hizo que el hombre enfureciera y la golpeara
unas cuantas veces en el rostro, pero al notar que la joven en
verdad no permitía ir más allá, se puso en pie y como todo un
cobarde, comenzó a patearla, sacándole el aire de los pulmones y
haciéndole daño no solo físico, sino emocional, se inclinó ante su
magullado cuerpo y continuó con la primera tarea que tenía en
mente.
—¡Katherine! —escuchó la voz de su salvación.
La pelirroja volvió la mirada hacia su joven e inocente prima que
parecía tener una cara horrorizada por la escena que presenciaba,
no sabía de donde había sacado las fuerzas, pero gritó:
—¡Dispara! —gritó—, ¡dispara Annabella!
Su prima había llevado consigo la pistola y la tenía en resiste,
pero se encontraba en shock, pero antes de que el hombre se
quitara de ella, su prima logró disparar dos veces, fallando en el
primer intento y acertando en el segundo, el hombre cayó sobre ella
sin ningún conocimiento.
—Lo maté —dijo la mujer con horror—, lo maté…
Katherine ya no tenía fuerzas para nada más, no podía quitarse
al hombre de encima pese a que su sangre caía sobre ella, cerró los
ojos y pudo darse cuenta que lloraba sin emitir ningún sonido, su
prima seguía horrorizada, repitiendo lo mismo una y otra vez hasta
que llegaron otro par de personas al lugar.
—¡Katherine! —gritó la voz de su hermano, quitando el cuerpo
del hombre— ¡Katherine por Dios!
La pelirroja cerró los ojos y dejó que su hermano maldijera y la
levantara en brazos, antes de caer desmayada, Katherine pudo ver
como Annabella era acogida en los brazos de James Seymour,
quién había quitado la pistola de sus manos y miraba a William con
tranquilidad.
Solo escuchó unas últimas palabras de parte de ese hombre.
—Yo me encargo de esto William.
5
No dirán a nadie
Katherine despertó alterada y en un grito por décima noche
consecutiva. Era terrible, no podía estar tranquila desde aquel día y
el hecho de que su hermano llegara a la carrera y la acogiera entre
sus brazos para hacer que parara de llorar, no comenzaba a hacerla
más fuerte, William y Annabella eran su única protección contra sus
malos sueños y largas noches de insomnio postraumático, Kathe
sentía que la observaban desde casi cualquier ventana, como si una
sobra la persiguiera continuamente.
Lo intentaba de todas las formas que conocía estar bien,
después de los meses que duró de recuperación, volvió a cabalgar,
a salir e incluso se había permitido ir a veladas donde permanecía
muy cerca de sus primas y evitaba constantemente a los hombres,
no les tenía miedo, era un instinto que la hacía dar un brinco hacia
un lado y mirar mal a quién intentó tocarla, aunque fuera en el
hombro, le incomodaba sobremanera por lo tanto el bailar era
estrictamente prohibido y no se molestaba en rechazar a los
hombres de la forma más cruel cuando lo intentaban.
—¿Katherine? ¿Estás bien? —llegó de pronto William al
escuchar el grito que había lanzado después de otra pesadilla.
—Sí, eso solo que… —se tocó la cabeza—, todo vuelve a mi
cabeza una y otra vez.
William asintió gravemente y se sentó en la cama junto a ella,
traía su pijama completa, con una bata amarrada correctamente a
su cintura.
—Tienes que dejar que hable con Lord Wellington, esto… no solo
va a pasar, estás verdaderamente afectada.
—Prometiste que no le dirías a nadie —lo miró duramente—,
todos lo prometieron, incluso dijiste que Lord Hamilton no…
—Nadie dijo nada. Pero creo que se debería de hablar de esto
con él al menos para que entienda —le acarició la mejilla
suavemente, en su cabeza sabía que era su hermano quién hacía
ese toque, pero su cuerpo reaccionaba antes que la razón, por lo
tanto, se quitó. William bajó la cabeza y negó varias veces—. No
puedes ser una mujer casada así.
—¿Qué? ¿Ahora resulta que la única forma en la que pude
librarme de este estúpido compromiso fue porque casi abusaron de
mí?
—Deja de decir tonterías. Y por mucho que ese bastardo haya
hecho contigo —apretó fuertemente los dientes al decirlo y
recordarlo, pero prosiguió—: tu compromiso seguiría en pie, porque
como sabes, es cosa del reino, no de un convenio entre familias.
—Genial, ahora soy ultrajada y además forzada a casarme con
un hombre que podría ser igual de burdo e imbécil que… ese
hombre —dijo con repulsión, mirando hacia un lado con una mueca.
—El duque es un hombre honorable, ciertamente no puedo
hablar de lo que es su trato con las mujeres, pero te aseguro que
sería mucho mejor que supiera lo sucedido, a que llegues al
matrimonio y esté en la ignorancia completa.
—¡He dicho que no! —se alteró—, nadie sabrá que ese hombre
quiso hacerme sentir menos, que incluso lo logró, pero por Dios que
los labios de nadie se dirá que estoy profanada o soy menos pura o
menos mujer.
—Eso nadie lo ha dicho, eso es algo que tú crees —Katherine
mordió el interior de su mejilla con fuerza, evitando las ganas de
llorar. William suspiró—, te pido que lo reconsideres, hay cosas que
deben suceder entre un hombre y una mujer en matrimonio y tú no
estás preparada para ello. Te altero incluso yo, que soy tu sangre,
no me puedo imaginar a alguien más intentando siquiera acercarse.
—Estoy trabajando en ello.
—¡Deja de ser tan orgullosa deja que hable con el duque! —se
exasperó William—, incluso se podría anular tu matrimonio, es lo
que querías ¿o no?
—Sí, claro, ve y haz eso —apuntó a la puerta—, diles a todos los
que ya saben que soy la prometida del duque que no me puedo
casar con él porque hubo otro hombre que me tocó ¿crees que
creerán que no pasó algo más? ¿Qué no soy la cándida princesa
que debe ser entregada cual virgen puritana a su prometido? ¡Todos
lo pensarán! Sí, ansió romper este compromiso, pero no porque el
duque sepa lo que ocurrió.
—Entonces, dudo que lo logres, es más, dudo que el duque
rompiera el compromiso aun sabiendo aquello solo lo haría actuar
diferente —William se puso en pie y caminó de un lado a otro—, la
doncellez se nota, aunque no lo creas.
Katherine se avergonzó por el tema que su hermano estaba
tocando y cubrió su cara y oídos.
—¡No te escucho! ¡Cállate! ¡No te escucho!
Cuando William se exaspero de ella, mandó llamar a su prima
Annabella, quién al igual que la pelirroja tenía un cargo de
consciencia que hacía mella en las noches llenas de silencio.
Irremediablemente, Anna había desarrollado una aversión por el
sonido de un arma y lo que se le asemejase, como un trueno. Solían
dormir juntas para apaciguar sus maltrechos corazones hasta que
llegaba un punto en el que las dos lograban estar en un apacible
sueño.
—¿Han discutido de nuevo? —dijo Annabella, con una almohada
en sus brazos y unas profundas ojeras.
—Sí —dijo la pelirroja con fastidio—, no deja de decirme que
debo hablar con lord Wellington.
—No me parece mala idea —susurró su prima y se explicó ante
la mirada ofendida de su prima—: no lo soportarías Kathe, ahora
has topado con suerte porque lord Wellington ha tenido que salir por
mucho tiempo, pero regresará y tendrás que verle y estar con él
¿Crees lograrlo?
Katherine bajó la mirada.
—Cada vez siento que hago avances, quizá son lentos, pero lo
hago.
—Jamás juzgaría tu forma de auto recuperarte Kathe, eres de las
personas más fuertes que conozco, desde aquel día, nunca te vi
decaída o sintiéndote menos mujer, pero sí asustada, muy
asustada.
—¿Crees que Lord Hamilton diga algo? —cambió de tema.
—No lo creo, no es de su interés —dijo Annabella—, creo que
nada que tenga que ver con nosotras lo es.
Katherine asintió, al menos era un peso menos en su corazón.
No sabía por qué, pero no deseaba que Adam se enterara de lo que
había sucedido, no solo porque era terriblemente vergonzoso,
simplemente no quería que él la viera como una mujer sucia o
manchada, no quería ver una mirada de compasión en sus ojos
verdes o que actuara diferente con ella. Es verdad, la habían
ultrajado, pero al menos el hombre con el que se casaría –al menos
por el momento- debía pensar que era una mujer fuerte, de carácter
dominante, inteligente y con la astucia suficiente como para no
haber vivido aquello.
6
Ojos verdes
Adam Collingwood llegaba de nuevo a su casa de Londres, había
tenido varios asuntos importantes que tratar en el país natal de su
prometida y se había ausentado lo suficiente como para que fuera
una indiscreción y se percibiera hasta desprecio de él hacía su
prometida, lo cual no era así.
Quizá Katherine no era una mujer con la que él imaginaría
casarse, pero le parecía vigorizante la forma en la que le gustaba
retarlo, sus ojos azules brillaban siempre con inteligencia y su boca
no dudaba en soltar palabrerías que no hacían más que notar que
era una mujer versada y gustosa de la lectura.
En definitiva, una mujer diferente, pero al saberse él siempre con
ese compromiso, no se había puesto a pensar en cuál era su tipo de
mujer, simplemente lo había dejado estar y eso era todo, tenía
cosas más importantes en las que pensar y hacer, a pesar de que
una de ellas seguía siendo Katherine, se encontraba bastante más
abajo en su lista de prioridades del momento.
Era un hombre ocupado, no solo con sus tierras, sino con la
política, era embajador de la reina en algunos países de suma
importancia y era necesario hacer reportes diarios hacia ella,
escritos largos y tediosos como bitácoras, se diría que era un
político excepcional y un orador fascinante, pero jamás le había
gustado del todo el tema, lo sabía manejar con maestría gracias a
las enseñanzas tempranas de su fallecido padre y a su capacidad
individual.
—¡Wellington! —saludó de pronto un hombre— ¿Cómo han ido
las cosas en París?
—Bastante bien a mi parecer.
—¿Así que sigue en pie la unión entre aquella revoltosa chica y
tú? —sonrió el lord con una mirada picara y mejillas regordetas y
sonrojadas.
—Sí señor Aldrich, nos casaremos.
—No te ha salido nada mal ese trato, la muchacha es toda una
beldad, aunque se dice que tiene un carácter de los mil demonios y
que ningún hombre pensaría en casarse con ella, me parece que
usted podría dominarla.
—No intentaría hacer tal cosa señor Aldrich, aunque parezca
difícil de creer, la personalidad de lady Charpentier me parece una
bocanada de aire fresco ante la rigurosa sociedad londinense.
—Bueno, al fin y al cabo, francesa es.
—No podría asegurarlo del todo, creo que no deriva a
nacionalidad sino a esencia, pero no nos pondremos a discutir de la
señorita Charpentier en la calle señor Aldrich, sobre todo, cuando
estoy a punto de ir a hacerle una visita a dicha persona.
El señor Aldrich asintió.
—Como todo buen caballero, después de un largo viaje, se tiene
que visitar a su mujer.
Adam simplemente asintió hacia el viejo y entrometido señor y se
marchó, por esas situaciones prefería siempre estar a caballo o en
carroza, nadie lograba hacerte parar para preguntar o decir
estupideces.
Quizá hubiera dicho que visitaría a su prometida solo por zafarse
de la situación, pero no dejaba de ser cierto que todo caballero
respetable iría a ver a su prometida por lo menos una vez a la
semana, él llevaba meses fuera y ni siquiera se le pasaba por la
cabeza. Cerró los ojos, tendría que dar una vuelta por Bermont,
quizá después de la comida para no importunar en demasía.
Sacó su reloj de bolsillo y se cercioró de la hora. Sí aún le
quedaban algunos pendientes y se ajustaba perfecto a su día visitar
a Katherine después de la comida. Por alguna extraña razón, una
pequeña sonrisa quiso salir sin permiso de los labios del hombre de
hierro al pensar en su prometida y en lo fastidiada que se mostraría
al volver a verlo, seguro que durante todo ese tiempo dio gracias a
Dios que no la fuera a ver, quizá hasta pensara que el compromiso
se había anulado, sí, sería divertido ir a verla.

Al final y después de todo un ajetreo matutino, Adam no tenía


fuerzas para nada más, pero recordaba su nota mental en la que
decía que tenía que ver a su prometida, por lo menos ese día que
llegaba después de tantos días de ausencia. Hizo acopio de toda su
fuerza de voluntad y subió a su caballo para llegar a casa de su
prometida.
—Avisaré de su llegada excelencia —dijo el mayordomo tan solo
verlo—, ¿con quién desea la audiencia?
—Lady Charpentier, si me hace el favor.
Lo atendieron de la mejor forma, apenas había entrado al salón
donde esperaría a su prometida y había dispuesto para él una serie
de bebidas y alimentos que seguramente no tocaría, puesto que no
tendía a picar entre comidas. Intentó no desesperarse al esperar a
que su prometida bajara, sabía que lo haría enervar, pero no sabía
qué tan pronto, le gustaba la puntualidad, era algo exasperante
hacer perder el tiempo a alguien.
—Mis disculpas lord Wellington —dijo de pronto una vocecilla que
le llamó la atención de su distraída visión del jardín—, no me
encontraba preparada para sus visitas.
Parecía cambiada, era otra mujer.
Seguía siendo la bellísima dama que había conocido sin que ella
supiera que era su prometida, tenía aquella imagen hechizante de
una ninfa del bosque, con esos cabellos rojizos y ojos azules como
el cielo era fácil prendarse de ella con solo una mirada. Pero tenía
unas marcadas ojeras debajo de sus ojos, parecía cansada y estaba
tan tensa que incluso parecía enderezarse más de la cuenta.
—¿Se encuentra usted bien?
—Bien —sonrió nerviosa— ¿Gusta sentarse?
Adam estiró la mano, indicando que lo hiciera ella primero,
Katherine dudó, miró aquel sofá alargado como si fuese un suplicio
y al final optó por una silla individual y hasta algo alejada. El
comportamiento no fue pasado por alto a los ojos del duque quién
se sentó en otra silla individual, la cual acercó hasta ella.
—Pensé que para este momento usted estaría en Italia.
—Lo he pensado mucho, pero no soy buena para ir en barcos,
siempre me mareo y me la paso verdaderamente terrible. Estoy
segura que en cuanto me encontraran me harían tomar otro de
regreso así que estoy buscando soluciones más… terrestres.
Adam sonrió, al menos no había perdido su elocuencia.
—Ya veo, ¿escocia?
—Quizá, nunca he ido para allá.
A pesar de que la joven hablaba con normalidad con él, parecía
distante, temerosa, notaba como cada movimiento que hacía era
registrado rápidamente por los ojos azules de la dama que había
dejado la puerta abierta para que el mozo que estaba ahí hiciera de
caravana o quizá de protección. Entrecerró los ojos hacia ella.
—Dígame señorita Charpentier, ¿qué ha hecho en estos días?
—Bueno… descansar.
—Sí, he oído que tuvo una grave enfermedad, por eso he venido
el día de hoy, la noto bastante desmejorada pero no veo signos de
enfermedad.
—Estoy mucho mejor excelencia —sonrió la mujer—, gracias.
Adam se acercó a ella, quizá demasiado puesto que Katherine
retiró la cabeza y lo miró extrañada.
—Por Dios ¿qué te han hecho? Jamás pensé tener una
conversación tan correcta contigo. Mucho menos que me llamaras
excelencia.
Katherine se dio cuenta que había estado tan asustada por su
sola presencia que apenas había sido ella misma, acaso el hombre
tenía razón ¿Le había dado una lección y mostrado quién era el que
mandaba?
Eso la enfureció.
—Tiene usted razón —dijo la joven, poniéndose en pie y
escapando de la cercanía—, no sé en qué demonios estaba
pensando, pero he entrado en razón. Ya que está aquí deberíamos
pensar en una forma de romper este estúpido compromiso. Ambos
somos inteligentes, encontraremos algo que nos deje libres el uno
del otro.
No podía creer lo mucho que le aliviaría no estar cerca de lord
Wellington, la ponía más nerviosa que antes, quizá porque sabía lo
que era capaz de hacer como hombre, lo que todos eran capaces
de hacer con tal de demostrarles que eran más fuertes. La verdad
es que quizá el señor Gibbs solo se sintiera amenazado por ella,
¿pero el duque? No, el duque no se sentiría amenazado ni por el
mismo demonio.
—Eso era lo que me esperaba al venir aquí —aceptó—, mi
respuesta sigue siendo no, pero usted puede insistir todo lo que
quiera, con su permiso mi lady.
La conversación con Adam la había hecho volver a sentir esa
chispa en su interior que creía apagada, aquellas ganas de
demostrar que podía hacer cualquier cosa y esta sería una de ellas,
las mujeres eran ultrajadas todos los días, no era tan común entre
las de la alta sociedad, pero había mugre por donde rebuscaras un
poco y más de alguna tuvo que seguir su vida, como lo haría ella,
por Dios que lo haría y volvería a ser la misma Katherine.
Pero para eso necesitaba escapar un poco de la realidad que era
estar en casa de Bermont, rodeada de personas que sabían lo que
le había ocurrido y querían protegerla como si fuera una muñeca de
porcelana.
No. No lo permitiría por más tiempo.
Necesitaba salir de toda esa ceremoniosa travesía de ser la
víctima y mientras permaneciera ahí, no sería de otra forma, así que
decidió irse a casa de la única prima que no estaría enterada del
problema puesto que tenía los suyos propios. Así es, iría con
Elizabeth por unos días, sería un pequeño escape del cual nadie se
daría cuenta hasta el día siguiente, para entonces se encontraría
bajo la protección del duque de Richmond.
7
En una Navidad
Cuando recibió la pomposa invitación por parte de su prima
Elizabeth para que asistiera a las navidades en conjunto con su
familia, Katherine no pudo más que sonreír, era una victoria que la
dejasen hacer algo como aquello, principalmente porque no
recordaba alguna vez haber asistido a una fiesta navideña por parte
de ellos, quizá fueran las buenas nuevas que llegaban desde el
vientre de su prima, no hacía mucho que les habían informado de su
embarazo y ahora celebraban fiestas.
En definitiva, Elizabeth avanzaba, la última vez que se había
escapado de su casa la dejó en una total depresión y sumisión que
no le creía capaz, pero ahora todo parecía fluir de maravilla, incluso
había escrito especialmente para ella para informarle de sus
avances y que, desde el día que había llegado a Pemberton y hasta
el día en que los dejó en la fiesta de los Seymour, ella seguía
estando más y más apegada a su marido, lo cual hacía feliz a
Katherine.
El único inconveniente que le encontró a la invitación fue que
también estaba en la lista su prometido, no le quedaba más
opciones que aceptar, Annabella y Marinett le habían sugerido y
remarcado que sería algo beneficioso salir un poco de Londres e
internarme en otro ambiente un poco más campestre haría bien a
mis nervios, aunque sabía que en el fondo deseaban que ella de
alguna forma comenzara a acoplarse con la presencia de cierto lord
que dentro de poco tiempo llegaría a ser su esposo.
Les daba la razón, aunque fuera solo en su consciencia, pero se
las daba. Cuando puso ambos pies sobre la nevada residencia,
sonrió conforme al ver que era un lugar de lo más hermoso, con un
bosque amplio y listo para la cacería, era emocionante tan solo
pensar en ir y perderse un rato en aquellas desconocidas tierras.
—¡Dios santo! ¡Cuánta nieve! —se quejó Marinett, subiendo su
vestido.
—Es invierno, ¿qué esperabas? —sonrió Annabella.
—Yo solo espero que se me desentuma el trasero —dijo
Katherine rabiosa, estirando las piernas.
—Katherine por favor —pidió Annabella.
La pelirroja solo rodó los ojos, pero logró enfocar el momento
justo en el que Richard Crawford, el primo del esposo de su prima
Elizabeth y el hombre que le daba una mala espina desde el
momento en el que lo conoció, lo vio pasearse ante ella con una
sonrisa que no supo identificar, pero no regaló ni una contestación
hacia él más que una mirada extrañada, fue el primero en entrar ya
que todos esperaron a los anfitriones antes de siquiera pensar en
entrar en su casa.
El asunto de Richard Crawford había pasado a segundo plano
cuando de pronto todos se encontraban cenando y charlando
alegremente entre ellos, la única que faltaba era Elizabeth quién
había sido excusada por su marido, argumentando que el viaje la
había dejado cansada tomando en cuenta el estado en el que se
encontraba.
Nadie le dio más importancia a ello y la velada prosiguió con
normalidad hasta que Katherine, acostumbrada a tener bajo
vigilancia a los hombres a su alrededor, notó que cierto caballero no
se encontraba presente y un instinto casi animal se hizo presente
dentro de ella.
—Señor Pemberton —le tocó el hombro con determinación
obteniendo la mirada de todos los caballeros con los que hablaba—,
disculpe que lo interrumpa señor, pero ¿Dónde está su primo?
El duque pareció notar su ausencia hasta ese momento y algo en
el rostro de su primo político se conjugó con el sentimiento de
angustia que ella sentía, algo pasaba. Katherine lo siguió cuando el
hombre había corrido hacia las escaleras y escuchó el grito
desgarrador que antes no había identificado ¡Dios santo! ¡Era su
prima!
Apenas iba a dar el primer paso hacia el escalón cuando unas
manos fuertes me detuvieron, dejando pasar a dos hombres: Lord
Hamilton y Lord Kent, el que la detenía era Adam.
—¿Qué hace? ¡Es mi prima la que está gritando! ¡Es ella!
—Eso lo comprendo, pero en nada nos puede ayudar en este
momento más que quitándose del camino.
—¿Disculpe?
—Mire Katherine, sé que no está acostumbrada a obedecer, pero
comprenda algo, ese hombre usará lo que esté a su alcance para
hacer que nuestra atención se desvíe, quiere salir vivo y nosotros
somos demasiados, por favor, lleva a tus primas a un lugar seguro y
enciérrense.
—Mis primos no harán tal cosa.
—Por supuesto que no lo haremos —dijo Charles—, mataré a
ese idiota yo mismo.
—No —lo detuvo William—, nosotros esperaremos a que quiera
huir, seguro que es lo que pide justo ahora al verse atrapado,
tendremos caballos afuera.
—Bien —aceptó el duque y miró a la pelirroja que no parecía
nada complacida.
—Yo he sido la que lo he notado, he sido yo quien avisó a lord
Pemberton, soy una mujer fuerte, puedo hacer algo.
—Eso lo sé —le tomó la cara con impaciencia—, pero no querrás
que por cuidar de ti tu hermano o yo salgamos heridos en todo esto
¿Verdad? Sé que al menos tu hermano hará mella en ti.
Katherine pareció entrar en razón, el duque se dio por bien
servido e intentó subir las escaleras, pero entonces la escuchó decir
algo como “Usted también debe cuidarse, tampoco es que le desee
la muerte”, el duque sonrió y siguió en camino hacia el horror que le
esperaba en la habitación. Por su parte ella cumplió, hizo que el
resto de las mujeres se quedaran quietas, inclusive Valentina y
Helena a quienes prácticamente amenazó con un cuchillo para que
se quedaran quietas en el comedor.
¡Le hubiera gustado haber traído su pistola! Se reprocharía toda
la vida no haber podido salvar la integridad de su prima, le
encantaría ser ella quién disparara el arma que matara a ese
estúpido que hizo sentir a otra mujer como ella se sentía a veces…
inferior.
Cuando Adam y William entraron de nuevo al comedor, ella no
pudo contenerse y fue a abrazarlos con fuerza de verlos bien, pero
las noticias que traían no eran las mejores, Elizabeth había sido…
¡Dios! No lo podía ni decir y ver las caras de Valentina y Helena solo
le hacía quererles encajar el cuchillo que tenía aún en sus manos.
—Vayan, necesita su ayuda, el doctor la irá a checar.
Las primas subimos con ella y permanecimos a su lado todo lo
que pudimos, pero al final de cuentas, eran innecesarias ahí, pese a
todo lo que había pasado y lo que le habían hecho a su prima, las
cosas para Elizabeth eran diferentes a lo que Katherine llegó a
sentir, lo único que a ella le interesaba era su marido, quería volver
a verlo y sentirse amada por él, ¡qué diferente se sentía Kathe en
comparación! Quién solo se volvía a reafirmar que los hombres eran
seres horribles que gustaban de hacer barbaridades a la mujer con
tal de molestar a otro o dar un punto a conocer.
Después de muchas horas junto a Elizabeth, ella al fin las había
corrido y Katherine pudo ir a la cocina y beber un poco de leche tibia
con canela, era lo único que la relajaba en una noche de tensión
como aquella, de por sí tenía pesadillas, no podía imaginarse ahora,
en una casa extraña y una prima que había sido profanada en la
misma, ¡era terrible!
—¿Se encuentra bien? —Katherine dejó salir un grito profundo y
se puso de pie, tirando el banquito alto donde estaba sentada—. Lo
siento, no quise asustarla.
—Créame señor, con lo que ha pasado, no es posible que esté
más asustada.
Adam asintió gravemente una sola vez y la miró.
—Debe estar tranquila, Robert volverá.
—Eso es lo que ella espera —dije con desdén— ¿Dónde está
ahora?
—Buscando al hombre que hizo daño a su mujer —elevó una
ceja—, es una actitud normal.
Katherine asintió, comprendiendo por completo el carácter
impulsivo que hacía cometer idioteces, ella lo tenía bastante
desarrollado.
—¿Cómo pueden hacer algo así? —susurró de pronto— ¿Qué
no se dan cuenta que hacen daño?
—No todos los hombres harían tal cosa Katherine, debe recordar
eso.
Ella miró hacia otro lado con fastidio.
—Todos son iguales —escupió—, todos buscan satisfacer algo
con nosotras, somos de su uso, como trapos que pueden ir tirando a
la basura cuando dejan de serles útiles.
—Suena resentida —dijo Adam—, pero no parece ser por lo de
su prima ¿es un sentir propio?
Ella lo miró impactada y ruborizada.
—Es por Elizabeth, estoy bastante contrariada por ello —negó un
par de veces con la cabeza y negó para enfocar sus pensamientos
—, odio a ese hombre, quisiera clavarle algo justo en este momento.
Adam se puso en pie y la abrazó repentinamente, ahí, en la
cocina de la casa de campo de los Pemberton. Ella se tensó en
seguida, sintiendo como su corazón se aceleraba y su cabeza rugía
al darle ordenes de apartarse, pero, por alguna razón, no le daba
miedo que ese hombre la abrazara de esa forma, no le parecía
malintencionado, era como si William la estuviese abrazando,
irradiaba tranquilidad, fuerza y entereza que lograba trasmitirle a
ella.
—Jamás permitiré que nada te pase —dijo Adam—, sé que
Robert también piensa lo mismo hacia tu prima y no se perdona que
haya sucedido bajo sus narices, pero no debes tener miedo de
todos los hombres, no todos somos malos, no todos queremos
hacer daño.
Le tomó la cara y la miró ardientemente, aquellos ojos verdes
hipnotizaron a Katherine y la hicieron sentirse adormecida, su voz
era un susurro perfecto que entraba como miel seductora hasta su
cabeza y le hacía darle la razón a lo que fuera que le estaba
diciendo, ¡Por el amor Dios! Ese hombre era toda una máquina de
hacer papilla el cerebro de los demás.
—Yo… no tengo miedo.
—Estás temblando.
—Sí —se dio cuenta en ese momento—, es por lo cerca que se
encuentra, no es debido.
—No pensé que fuera de las mujeres que sigue todos los
protocolos.
—Creo que recibí una lección bastante dura de por qué se deben
de seguir ciertos protocolos.
El duque lo entendió, pensando que se refería a lo sucedido con
Elizabeth Pemberton, pero Katherine en realidad se refería a ella
misma, a su propia experiencia horrible que la había hecho
temerosa y hasta reacia con los hombres, bueno, al parecer no
todos.
8
Visitas de jardín
Katherine se encontraba en los jardines de Bermont, con la
mirada perdida en algún punto del césped, hacía días que nadie la
veía sonreír, mucho menos cabalgar o hacer otra de las normales
travesuras de la muchacha. Lo único que hacía constantemente, era
tocar el violín y lo tocaba con tal melancolía que lograba poner en
una solemne tristeza a cuanto la escuchaba, la abuela incluso le
había pedido que parara tan funesta sonata y mejor se pusiera a
tirar con arco.
Se sentía un poco derrotada, había sido ultrajada, había
escuchado y visto a su prima en una total desolación después de
haber sido abusada y para ponerle la cereza al pastel, ayudó
forzosamente a Hatty, una comadrona que ayudó de emergencia a
terminar de matar a un pequeño ser vivo y casi ver morir a la madre
al mismo tiempo ¿En qué mundo tan cruel vivían?
—Katherine… ¿Katherine? —Ella apenas y se daba cuenta de
que alguien la llamaba— ¡Katherine!
La mujer levantó la vista de pronto y frunció el ceño hacia el
hombre que estaba parada frente a él.
—Lord Wellington —se puso en pie— ¿por qué no hace el favor
de anunciarse?
—Creo que lo hice —elevó una ceja—, pero usted se encontraba
tan absorta en su tristeza que apenas me ha puesto atención.
Ella se sonrojó y dejó su violín en el estuche.
—¿Qué sucede?
—No sabía que lo tocara —el duque apuntó con la mirada.
—Aún no sabe muchas cosas de mí, mi lord —sonrió la joven—
¿Le complacería escucharme?
¿Por qué le había dicho eso? Nunca le había interesado que
nadie la escuchara, de hecho, era más ella prefería no tener publico
alguno cuando tocaba.
—Claro.
El duque se sentó en la banca que ella ocupaba antes y la miró
expectante. Por la cabeza de Katherine pasaron muchas canciones
que se sabía de memoria, pero por alguna razón, no quería tocar
aquellas que le habían agradado sobre manera en esos días y optó
por una canción alegre que sacó una bella sonrisa de los labios de
lord Wellington, ella parecía tan segura que incluso aunque se
equivocaba, nadie lo notaría, nadie le daría importancia. Cuando
terminó, Katherine dejó salir una carcajada y negó un par de veces
antes de hacer que su frente chocara contra su propia palma.
—Me he equivocado demasiado —sonrió tranquila—, en mi
defensa he de decir que no la practico hace mucho.
—Me ha dicho William que te enfocas más en tonadas de
tristeza.
Maldito fuera su hermano por ser tan chismoso.
—Sí, últimamente sentía que iban bien conmigo.
Adam observó como la joven dejaba el violín en su estuche y lo
miraba con una sonrisa triste.
—Sé que no han sido los mejores meses, han sucedido muchas
cosas —le tomó la mano que había dejado en la banca—, pero
comienza a arreglarse.
Katherine se puso nerviosa ante el toque despreocupado del
hombre y miró hacia los lados, tranquilizando su corazón al darse
cuenta que, desde la entrada, su prima Marinett se mantenía
sentada comiendo algún aperitivo que mandase traer de una tienda
repostera, pero los vigilaba.
—Sí —apartó la mano sutilmente—, lo sé, escuché que el
hombre ese está en prisión igual que Valentina.
—Puede estar tranquila ahora.
—Yo nunca estoy tranquila —susurró, pero el duque lo alcanzó a
oír.
—¿Qué la hace sentir insegura?
Katherine abrió sus ojos con sorpresa de ser sorprendida en sus
pensamientos y sonrió torcidamente, fingidamente.
—Bueno, nosotros, nuestro matrimonio no es de lo más normal
que haya escuchado, pese a que usted no es del todo malo, sé que
tiene demasiado resguardo hacía mí.
—No más del que usted me tiene a mí… —entrecerró los ojos—,
he notado algo extraño en estos días junto a usted.
—¿Ah sí? —dijo nerviosa, alejándose mientras él se acercaba
cada vez más—, ¿de qué habla?
—He llegado a dos posibles conclusiones —dijo el duque muy
cerca de su rostro—: o en verdad le aterro o se siente culpable por
amar a alguien más.
—¿Cómo dice? —frunció el ceño por lo último que el duque
había dicho.
—Son las únicas explicaciones que le encuentro a su reticencia a
estar cerca de mí o a que me acerque, o ama a alguien o en serio
piensa que le haré daño —el duque parecía algo enfadado por tener
que explicar aquello, pero aun así habló—: si es por lo primero, le
recomiendo que hable con el hombre en cuestión y le diga que no
suelo perdonar agravios contra mi persona y el seducir a mi mujer
se consideraría uno…
—Pero ¡qué dice!
—Y si es por lo segundo, debo decirle que jamás he hecho daño
a una mujer, mucho menos a una que guarda una pistola en su
bolsillo como precaución.
—¡Está usted equivocado en todo!
—Entonces, lady Katherine, ¿por qué tiembla?
La joven estaba ya a punto de caerse de la banca, así que
decidió ponerse en pie y mirarlo desde una altura en la que lo
superara.
—¡Porque me ha hecho enfurecer! —dijo segura—, no estoy
enamorada de nadie mi lord, así que considere su honor
resguardado y con lo del miedo… jamás he temido a nadie.
—¿Es contra los hombres en general o ha desarrollado aversión
por mí ya que soy su prometido forzoso?
—¡Agh! Si he tomado aversión hacia usted es por lo
desesperante que puede llegar a ser —abrió ambas manos hacia el
cielo y suspiró— ¿A qué ha venido? Ya logró exasperarme, ahora al
punto.
El duque elevó la vista hacia el cielo despejado de Londres y
respiró con profundidad el aire fresco de Bermont.
—Nada, creo que he cumplido mi cometido aquí.
—¿Qué cometido?
—El de hacerla volver a su cuerpo —dijo sin verla—, su prima
Annabella aseguró que el único que lograría hacerla volver en sí
sería yo y aunque al principio no lo creí, me pareció interesante
intentarlo.
—Annabella habla de más en ocasiones.
—Su hermano me lo ha dicho también.
—¡Quizá sea porque es la persona más exasperante que
conozco!
—Quizá sea eso —aceptó tranquilo.
Lo odiaba, era tan estoico que solo lograba enfurecerla más, el
hecho de que ni siquiera intentara pelear con ella la hacía rabiar,
puesto que pareciese que el duque simplemente daba la batalla por
sentado y siempre a su favor.
—Dios santo, ¡salga de mi vista!
—Lo haré, pero primero quiero saber en verdad como se
encuentra después del día que Helena hizo aquello.
Kathe bajó la cabeza.
—Tan bien como puedo —negó la joven—, solo pensar que una
madre pueda hacer eso… me aterró y me hizo apreciar demasiado
mi vida y agradecer por ella.
—Algún día serás madre y podrás dar el amor que sentiste que
ese bebé no tuvo —dijo Adam tranquilamente, no haciendo alusivo
que, si ella tenía un hijo, sería de él.
Katherine sin embargo sí que lo captó y eso hizo que se
sonrojara y mirara nuevamente hacía su prima, cerciorándose que
se siguiera atragantando con esos dulces calientes de chocolate.
—Claro —dijo nerviosa—, lo tomaré por ese lado.
Adam soltó un suspiro e hizo su cuerpo hacia atrás, dejando que
los rayos del sol tocaran su cara, Kathe lo observaba atentamente;
los fuertes brazos, la recta nariz, sus cabellos negros siempre bien
peinados, las largas pestañas que cubrían unos ojos preciosos y
verdes, su fuerte quijada, su boca suave que solo había sentido
contra el dorso de su mano cuando la saludaba.
—¿Qué ocurre?
Katherine se alteró al tener los ojos antes mencionados sobre
ella, con una ceja arqueada en una clara interrogativa.
—Nada, solo pensaba en qué pasaría si lo empujaba desde esa
posición.
Él arqueó aún más la ceja.
—Seguro caería.
—Seguro que sí —ella lo hizo, no sabía por qué razón, pero
había empujado el pecho reclinado hacia atrás y el duque, en un
intento por sostenerse, se había intentado sujetar de ella,
llevándosela consigo.
—¡Dios! —la joven levantó su torso—, ¡Qué buen golpe me he
dado!
—¿Usted? —dijo molesto el hombre debajo de ella—, he sido yo
quién ha caído de espaldas y todavía aparte, me cayó encima.
—¡Usted fue el que me jaló hacia mi fin!
—Entonces cabe preguntar ¿por qué empujarme si acababa de
decirle que seguro caería?
No encontraba ninguna salida, ella tampoco sabía por qué lo
había hecho, pero ahora que la estupidez estaba cometida, se
percató de su cuerpo sobre el de él, de la mano fuerte sobre su
cintura, impidiendo que cayera al suelo, de la cercanía de sus
rostros. Se sonrojó.
—¡Ey! —gritó Marinett— ¿Están bien?
—Gracias por visitarme Lord Wellington, ha sido de lo más
entretenido —Katherine se puse en pie de un brinco y salió
disparada de la escena, olvidando por completo su violín en el
estuche.
El duque se puso en pie con trabajos y miró extrañado hacia la
prima de su prometida.
—¿Se encuentra usted bien? ¿Katherine le ha hecho algo?
—No, solo… diablos, no sé ni qué fue lo que pasó.
Marinett sonrió a lo bajo y miró hacia la pelirroja que aún era
distinguible en su carrera hacia los establos.
—Parece que ha logrado poner nerviosa a mi prima señor, debo
reconocerle eso, ella jamás se pone nerviosa ante nada ni nadie.
—¿Nerviosa?
—Sí —sonrió pícaramente—, ¿querrá decir eso que a ella le
gusta usted?
El duque la miró con sus penetrantes ojos verdes.
—¿Es por eso que me evade de esa forma? —interrogó el
duque, sabiendo que, si alguien podía saber más de esas actitudes,
sería alguien de su familia, para ese momento, sabía que le
ocultaban algo y ansiaba con todas sus ganas saber qué era.
—P-Pues, no lo sé —dijo nerviosa ante la inspección—, solo ella
se entiende.
—No. Sé que ustedes la conocen muy bien.
Marinett se dio la vuelta para no tener clavados los ojos de ese
hombre en los de ella, sentía que, si decía una mentira, ese duque
lo sabría y lo usaría en su contra.
—Al final somos personas diferentes mi lord —dijo Marinett—,
solo ella puede decirle si algo más pasa. Con su permiso.
Adam dejó salir un sonido gutural de su garganta al ver marchar
a su fuente de respuestas y miró hacia el violín. Quizá estas
personas pensaran que podían tapar el mundo con un dedo, pero él
era mucho más inteligente de lo que podrían pensar y mucho más
analizador también, en los ojos de Katherine no había amor, pasión
o siquiera un querer cuando estaban juntos, quizá un cierto ímpetu y
esas ganas perpetuas que tenía por querer ganar cada discusión
que tenían, pero en ellos lo que más se revelaba, era miedo y eso
era lo último que él quería que sintiera la mujer que iba ser suya con
respecto a él.
9
Notas de violín
Katherine no podía creer que le estuviera haciendo eso. Bajó de
su yegua con tal ímpetu que el pobre mozo de cuadra solo pudo
inclinarse y tomar las riendas de su caballo cuando de pronto había
aterrizado en la hermosa propiedad del duque de Wellington en
Londres. Ni siquiera se dio tiempo de pensar en lo bonita que era,
porque estaba tan furiosa que solo quería sacar su pistola y hacerle
una marca pequeñita a su prometido entre las cejas.
—Lady Charpentier —dijo el mayordomo al abrir la puerta—, el
duque la espera en su despacho.
—¿Así que me espera? —dijo sarcástica—, que bien que me
espere, dígame hacia donde he de ir señor, que estoy a punto de
dejarlo sin el dueño de esta hermosa mansión.
—¿Mi lady?
—Solo lléveme con él.
El hombre caminó apresuradamente debido a que, si no lo hacía,
la joven literalmente comenzaba a igualarlo y caminaba junto a él,
cosa que no se podía y lo hacía mantenerse en un nerviosismo
palpable para todos, menos para la muchacha que lo seguía. El
hombre tocó un par de veces a unas grandes puertas dobles y
pensó en entrar y hacer saber a su amo sobre la reciente visita, pero
Katherine no tenía tanta paciencia así que se introdujo en el
despacho y se plantó ahí con los brazos cruzados.
—Lo siento mi lord, ella simplemente…
—Tranquilo Jacob —el duque levantó la mano—, está bien.
Cuando la puerta se hubo cerrado a las espaldas de la joven, el
dueño de la casa ladeó la cabeza y sonrió sin mostrar ni uno de sus
dientes.
—¿Y bien?
—¿Y bien? —lo imitó ella en un grito— ¿Se atrevió a robar mi
violín y dejarme una nota para que viniera a recuperarlo?
—La verdad es que pensé que no funcionaría, pero ahora que la
veo aquí me siento agradecido puesto que nada se desperdiciará.
—¿De qué habla?
—Nuestra fiesta de compromiso es hoy, esta noche, aquí.
—¡Por eso ha ido a mi casa en la mañana! —tronó los dedos la
joven—, quería decirme esto, pero sabía que me negaría.
—Sin embargo, ahora que está aquí, no puede negarse.
—Claro me negaré ¡Estoy aquí a base de mentiras! —se ofendió
la joven.
—Eso te enseñará a no salirte de tu casa sin avisar a nadie y a
un lugar incierto —dijo Adam con paciencia— ¿O me dirás que
alguien sabe que estás aquí?
—Bueno —ella le enterró la mirada—, pensé que sería algo
rápido, de ir y venir ¡No un secuestro!
—No te estoy secuestrando.
—¿Cómo lo llamarías entonces?
—Un deber.
—Al diablo con tu maldito deber.
—Lo harás —dijo otra voz a sus espaldas—. Y no quiero más
quejas.
La joven se volvió con presura al escuchar el tono de orden,
estaba a punto de gritarle en la cara a quién pensara que podía
hablarle de esa forma, pero cuando se encontró con una mujer,
vestida de luto y con cara de pocos amigos, su garganta se cerró y
su cerebro optó por quedarse callado.
—Madre, te presento a mi prometida, Katherine Charpentier.
—Sí, he oído hablar de ti —la mujer miraba el cuerpo completo
de la que sería su nuera—, es muy hermosa como decían los
rumores. ¿Cómo has llegado querida?
—A caballo —dijo la joven con una sonrisa.
Quizá Adam no quisiera romper el compromiso, pero quizá esa
mujer lo hiciera, a ninguna inglesa le gustaría que su hijo se casara
con una airada francesita que normalmente decían ser superiores a
todos, bueno, esos eran los insultos que le lanzaban a ella. Quizá si
esa mujer se daba cuenta del error que sería ella como duquesa,
toda esa farsa terminara y volvería a ser libre como lo era antes, sin
miedos y sin nerviosismo por el futuro que le esperaría junto al
hombre que estaba sentado en aquel gran escritorio.
—¿Caballo? ¿A pesar de que todos pudieron verte al pasar por
el centro de Londres?
—Sí señora, me agrada montar y además de eso soy boca
suelta, atrabancada y según sugieren las malas lenguas, soy una
pésima mujer y a nadie le gustaría tenerme como nuera.
La duquesa vieja sonrió y miró a su hijo con una ceja arqueada.
—No lo sé en concreto —dijo la madre regresando la vista a la
mujer—, pero creo que tiene buen trasero y hasta los suficientes
pechos para tentar incluso a un muerto. Seguro es por la montada.
—Por Dios madre —Adam había tomado el puente de su nariz y
suspiró con fuerza, como si eso le diera fuerzas para continuar.
Katherine solo pudo pelar los ojos y esperar a que fuera un
sueño y su futura suegra no hubiese hecho un comentario como
ese.
—Me agrada esta chica, me recuerda a cuando yo era joven —
sonrió la mujer—, tienes ímpetu y pareces llena de vida. Además,
tus caderas son anchas y seguro no te cuesta trabajo dar a luz.
—Dios —se sonrojó Katherine—, usted no tiene pelos en la
lengua ¿o sí, duquesa viuda?
—Oh por favor, no me llames así, solo me recuerda que mi
amado Edward ya no está aquí, aunque se parece demasiado a mi
hijo mayor —miró a Adam quién comenzaba a ignorarlas—, aunque
mi Edward reía más a menudo.
Katherine soltó una risita y fue a sentarse junto a la duquesa
viuda, quién la había invitado a hacerlo con la mirada.
—Cuéntame muchacha, ¿Cómo has sobrellevado el enlace?
—Nada bien, no es por nada personal contra su hijo… aunque
me debe algunas cuantas —lo miró plañidera—, es solo el hecho de
que no me gusta que me digan qué hacer.
—Por supuesto, bueno, también es que se enfocan demasiado
en tu persona, eres llamativa en todos los sentidos.
—Lo sé, normalmente los rumores sobre mí dicen la verdad, pero
le juro que no estoy embarazada de su hijo.
Adam casi se atragante con su propia saliva al escuchar aquello,
pero la carcajada de su madre solo hizo que de verdad sintiera que
se asfixiaba.
—No me habían hecho reír así en años —sinceró la mujer—,
creo que nos llevaremos de maravilla.
—Y esa será mi perdición —dijo Adam—, ya que se conocen, me
harían un gran favor saliendo de aquí para que pueda terminar con
todo esto.
Katherine se levantó ofendida.
—¿Disculpa? Yo he venido aquí solo para recoger algo
¿recuerdas?
Adam asintió, se movió un poco y sacó el hermoso violín que
Katherine adoraba con el alma y se notó cuando ella se lo arrebató
de las manos.
—¿Y eso? —frunció el ceño la duquesa viuda.
—Es la forma en la que logré que ella viniera a la velada de esta
noche —dijo Adam—, de la cual ella parece no tener conocimiento o
no recordar que alguien le dijo que se llevaría a cabo.
—Pero si ella no está cambiada para un anuncio como el de esta
noche —dijo la madre, viendo lo desarreglada que venía la joven.
—Por eso te encomiado su preparación de ahora en adelante.
—No puedo aceptar —dijo la joven presurosa—, me he venido
sin permiso alguno, mi familia se preocupará, además de que…
—No lo estarán preocupados, ellos saben que estarás aquí y
ellos mismos vendrán aquí dentro de unas horas —dijo Adam
tranquilamente—, lo planeamos con Marinett.
«Esa maldita arpía» pensó la pelirroja.
—Pero… necesito regresar a mi casa para…
—¡Para nada! —dijo la mujer—, estarás perfecta aquí, te
confeccionaremos un vestido, conozco a alguien que me lo tendrá
listo desde ya y con ese bonito cuerpo que te cargas seguro le será
un placer, yo tenía ese mismo cuerpo…
—Madre.
—Sí, sí, solo decía.
Su futura suegra la arrastró hacia las calles de Londres, por
donde compraron a morir entre ropa, joyería y tonterías, lo que
Kathe consideraba una fortuna, aunque quizá para los Wellington
eso no fuera nada en lo absoluto, para ella era demasiado, siempre
se había considerado una persona sencilla, no le gustaba usar
alhajas y si de vestir se hablaba, ella casi podría ponerse una manta
encima y pensaría que estaba lista.
En verdad debía poner más atención cuando Annabella, su
abuela y su madre hablaban sin parar sobre la boda que cada vez
parecía más cercana, incluso se le había pasado que ese día era la
fiesta de su compromiso y su prometido tuvo que hacerse de
artimañas para atraerla a su casa y no se escabullera del riguroso
ritual, lo cual seguramente hubiese hecho si no tuviera siempre
tantas cosas en la cabeza.
—Lady Collingwood, en serio no creo que sea necesario…
—Oh calla boca impropia —le puso un guante de seda en la boca
—, mi hijo es un impórtate duque de Inglaterra y en esta espléndida
reunión vendrán muchos de sus amigos, sí, pero también muchos
enemigos.
—¿Enemigos?
—Claro cariño, como todo hombre poderoso, tiene quién desea
lo que él tiene —sonrió mientras caminaba, dando la imagen de una
charla perfecta con su nuera—, quieren derrotarlo y hacerlo a un
lado de los oídos de la reina, es un valioso consejero y querido por
algunos parlamentarios, pero no por todos linda, no por todos.
—¿Adam tiene el favor de la reina?
—¿Tú por qué crees que fue elegido para desposarte? —elevó
una ceja—, confía lo suficiente en él y sabe que incluso en tu país
es respetado, ha sido embajador de la reina por mucho tiempo.
—No me siento para nada halagada.
—Y no debes de, esto no concierne en nada a tu persona, solo tu
nacionalidad, pero es cuestión tuya que mi hijo además de ver tu
linda cara, vea lo que tienes ahí dentro —le tocó con fuerza la
cabeza—, eres inteligente y eso le agrada ahora, pero te ve más
como a la chica caprichosa a la cual debe atraer a los compromisos
como si fueran un ratón asustado oliendo un queso.
—¿Quiere decir que deje de luchar contra algo impuesto a costa
de voluntad?
—Hablando en serio ¿qué harías para que esto se rompiera? —
elevó una ceja—, ya sabes que mi hijo no dará su brazo a torcer y
yo no me meto en sus asuntos ¿harás algo deplorable para que el
convenio no tenga validez?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces deja de mostrarte como una niña y comienza a ser
una mujer.
La viuda siguió caminando, dejando a Katherine metida en sus
pensamientos en medio de la calle, la mujer tenía razón ¿así la
vería Adam? ¿Cómo una niña berrinchuda a la cual se le niega algo
que quería por primera vez? Debía aceptar que esa era la impresión
que daba. Su suegra tenía razón, debía ser más lista, más mujer y
dejarse de tonterías, de todas formas, eran cosas que iban a
suceder así que lo tendría que ir sopesando y tomándolo de la mejor
manera.
10
Fiesta de compromiso
Katherine tuvo que soportar el resto del día paseándose entre
salones de belleza, telas, encajes y adornos para el pelo, jamás en
su vida la habían logrado convencer de hacer algo así, pero debía
admitir que la duquesa era alguien sumamente convincente, sabía
manipular la mente de las personas y no le costó trabajo hacerlo con
ella, aunque Kathe se hubiese dado cuenta de sus intenciones, no
quita el mérito de haberlo logrado.
La duquesa parecía feliz de ser quién organizara toda la
orquesta, cosa que normalmente era llevado por su madre o abuela,
pero al venirse la boda y siendo ella tan desinteresada en el asunto
como lo era, que la duquesa se hiciera cargo de este evento no
parecía ser nada por lo que las damas mencionadas se quejaran.
—¡Oh! ¡Se ve hermosa! —asintió la duquesa viuda.
—Me siento una muñeca que ha mandado a hacer —dijo
Katherine, resintiendo en su cintura lo apretado del corsee.
—Y me ha quedado de maravilla —le guiñó un ojo a la pelirroja y
se volvió para pagar todo lo que había invertido en su futura nuera.
La gente no podía más que especular, el que la duquesa viuda
de Wellington y la próxima duquesa vagaran juntas era ya de por sí
fuete de habladurías, pero tomado en cuenta todo lo que habían
comprado en el día, era entendible que se celebraría una importante
velada y no era difícil adivinar cuál sería. Seguro los periódicos del
día siguiente lo ponían como una de las noticias importantes del día,
“la unión que nos daba la paz”, sonaba bastante bien.
—Bien, hay que irnos, seguro nos están esperando.
—¿A qué hora era la dichosa velada?
—A las siete —dijo la duquesa despreocupada.
—Eh, señora, son las siete y media.
—¡Santo Dios! ¡Como se ha ido el tiempo! —la mujer aplaudió un
par de veces y las personas comenzaron a guardar cosas en cajas
de colores y diferentes tamaños para después llevarlos a la carroza
a donde ellas también se encaminaban—. Es tarde, muy tarde. Mi
hijo me matará, jamás es impuntual y yo, su madre, lo hago esperar
¡Y con su prometida a cuestas! ¡Será de mí!
A Katherine tampoco le gustaba la impuntualidad, pero creía que
la duquesa viuda exageraba un poco, quizá era otra compleja parte
de su variada personalidad, pero era divertido y no importaba
cuando se necesitaba quitar los nervios al llegar y ver a toda esa
gente que comenzaba a aglomerarse en la entrada y escaleras de la
residencia de los Wellington. La joven bajó dando una profunda
inhalación, en serio que le faltaba el aire y se desmayaría como
cualquier doncella en peligro en los brazos de su prometido si
alguien no le desajustaba ese vestido.
—Vamos querida, te ves preciosa.
—Sí —se tomó el estómago—, creo que mi cuerpo lo sabe para
este momento.
—Vamos, vamos —la duquesa apuraba sin escuchar.
Katherine se dejó guiar por milésima vez en ese día y se internó
en la fiesta que era en su honor y, por lo tanto, todos querían
saludarla, al igual que a la duquesa viuda quién con su luto, se veía
simplemente hermosa.
—¡Alana! —saludó la duquesa viuda a la madre de Katherine—
¿Qué piensas de tu hija?
—Se ve fantástica Lana, no sabes cómo te lo agradezco, jamás
lo hubiera permitido si yo se lo hubiera pedido.
Ahora que la joven lo recordaba, toda su familia había conspirado
en su contra en ese día, debía recordarse cobrárselas en algún
momento, pero mientras tanto, había visto a una rubia que
necesitaba saludar.
—¡Elizabeth! —saludó Katherine.
—¡Hola Kathe! ¡Dios santo te ves hermosa!
—Gracias, me está costando la vida seguir en pie, así que
bebamos algo para que mi agonía se vea minimizada de alguna
manera.
Su prima sonrió y fue tras ella por una copa, Elizabeth había
dado a luz a un hermoso bebé al cual ya se sentía con la suficiente
fuerza para dejar al cuidado de otros mientras ella no estaba en
casa, Katherine la veía cada vez más madura pero no del todo, al
menos, no con ella.
—Tengo una idea.
—Ay no, no arruines tan bella velada.
—Por favor será algo divertido, sabemos lo que pasa en estas
veladas, hablan sonríen y mienten, necesitamos un poco de
entretenimiento.
—¿Qué sería…?
—Mi prometido tiene un apodo bastante interesante ¿no lo
crees?
Elizabeth elevó una ceja.
—¿Y eso qué?
—Sería divertido hacer que todas esas debutantes y chismosas
mocosas que se la pasan hablando mal de ti intenten algo con el
duque ¿no crees?
—Katherine, ya no me afecta, digan lo que digan, soy feliz con la
familia.
—Pero qué aburrida te has vuelto —rodó los ojos la pelirroja—,
hagámoslo.
Elizabeth no sabía cómo lo había conseguido aquella pelirroja,
pero sonreía junto a ella al ver a todo ese sequito de chiquillas
alrededor del duque, intentando de alguna forma alcanzar sus labios
o hacerlo trastabillar hasta los jardines para así comprometerse con
él, según parecían decir, a lady Elizabeth Kügler le había funcionado
y ahora estaba casada con un duque y otra de las primas iba por el
mismo buen camino.
—¿Qué es tan divertido? —dijo James Seymour, llegando de
pronto para saludar a Elizabeth a quién conocía más por su amistad
con Robert.
—Katherine ha hecho eso —apuntó la rubia con su copa—,
intentar dominar al hombre de hierro.
—Dios, eres una mujer muy extraña —dijo el rubio de ojos azules
a la pelirroja— ¿no es él tu prometido?
La chica se inclinó de hombros.
—Bueno, considerémoslo como una prueba de sangre, por ahora
—sonrió de lado—, además, miren que enervado se ve.
—Pero si no ha cambiado su expresión para nada —dijo
Elizabeth.
—Está molesto —dijo James y miró a la pelirroja—, me
sorprende que sepas cuando se molesta.
—Tiendo a ser yo quién lo hace —se inclinó de hombros.
James dejó escapar una sonora carcajada que llamó la atención
de bastantes personas, pero después de ver que había sido el
marqués, nadie tomó interés y prosiguió en sus asuntos. Katherine
sabía que su comportamiento tenía que ser ejemplar, pese a su
pequeña jugarreta, su persona se mantenía impecable, su actuar
era pulcro y grácil. Saludaba a las personas que generosamente le
daban felicitaciones por el anuncio de esa noche y proseguía con su
camino, era de esperarse que sus primas solteras estuvieran
ocupadas entre tantos bailes y potenciales maridos que se
asomaban por todas partes, pero ella no podía hacer nada de eso,
tampoco Elizabeth y la solución había sido molestar un poco a su
prometido.
—No lo lograrán —dijo James con una mueca, llevándose la
bebida a los labios—, a Adam jamás lo toman de sorpresa, pobres
chicas, las han mandado al matadero.
—Sería bueno que fueras a consolarlas —dijo Elizabeth—,
parece que el duque ya se va.
Katherine también lo había notado, la forma extraña en la que
había llegado el otro amigo de su prometido, Thomas Hamilton, y lo
había tomado con fuerza del brazo para hablar unos segundos y
después irse juntos después de dar algunas disculpas. James
pareció notar que no eran los únicos que se iban y las señas que
Robert le dirigía solo dieron indicio de que algo malo sucedía.
—¿A dónde van todos? —se extrañó Katherine.
—Aún no lo sé —dijo James—, pero seguro eres la primera en
enterarte preciosa.
Los hombres con títulos nobiliarios salieron del salón, pero la
fiesta proseguía, ahí dentro había altos mandos de la policía, ricos
comerciantes, terratenientes y demás personalidades que hacían
interesante la velada, pero Kathe sentía que algo más sucedía, era
una convocación forzosa de la cámara de lores en la casa de uno de
los más importantes nobles del país, ni siquiera su abuelo estaba
presente en ese momento.
—Katherine —le tomó cuidadosamente el brazo su prima
Marinett—, te mandan llamar.
—¿Quién? —no hubiese querido sonar asustada, pero lo estaba.
—Piden que vayas a la cámara de reuniones —se inclinó de
hombros la pelinegra—, no me han dicho nada más, lo siento.
—Vale, iré —ni siquiera sabía dónde era ese lugar, pero seguro
que la duquesa viuda si lo sabía.
Se acercó a ella quién mantenía una conversación alegre con
algunos de sus tíos y sus padres, tan solo verla la duquesa se puso
en pie y se acercó a ella.
—Sigue derecho por este pasillo, darás vuelta a la derecha y
hasta el fondo ¿vale? —Katherine asintió un par de veces—, te ves
hermosa. Recuerda, eres mujer, pero no una tonta, demuéstralo
continuamente, te hará falta.
No supo por qué, pero sabía que la duquesa tenía razón, cuando
iba siguiendo las indicaciones que le había dado, fueron
incrementando sus nervios, casi a la par de las voces varoniles se
escuchaban cada vez más atronadoras y potentes. Katherine tomó
una respiración profunda y abrió las puertas sin tocar ni una sola
vez, las voces inmediatamente se callaron y las miradas recayeron
en ella quién no se amedrentó pese a que no todas eran amistosas.
—Katherine —estiró la mano su abuelo—, ven querida.
Ella caminó tranquilamente, se concentró para que así fuera y
estiró la mano sólo cuando pudo dársela a su abuelo, fue el único
que notó sus nervios al momento de sentir la temblorosa mano
tomar la suya.
—¡Sigue siendo una francesa! —dijo de pronto un lord—, ¡puede
traicionarnos!
Las discusiones volvieron a alzarse en el salón, eran tan
atronadoras que Katherine pensaba que quedaría sorda de un
momento a otro, soltó la mano de su abuelo y se hizo para atrás,
topándose con el cuerpo de su prometido, quién la hizo a un lado y
sin ella siquiera pensarlo le tomó la mano con aprensión ¿Para qué
la llamaban si ni siquiera entre ellos se escuchaban?
—¡Dijimos que acordaríamos la fecha! —gritó otro hombre— No
que cuestionaríamos la decisión de nuestra reina.
—¿Por qué ha de estar ella presente? —dijo otro.
—Porque le concierne —defendió James Seymour, actuando en
honor de su padre ausente.
—Esto es política no una tienda de maquillaje o ropa.
La furia recorrió rápidamente el cuerpo de Katherine, sobre todo
al darse cuenta que el resto de los hombres reían.
—Señores —dijo ella de pronto, acallantándolos en seguida
¿Cómo se atrevía a alzar la voz en un lugar como ese? —, no tengo
ni la menor idea de por qué me han mandado llamar o si quieren
ponerse de acuerdo de en qué momento es más beneficiosa la boda
o no. Lo único que tengo que decir es que, a pesar de que soy
francesa, por mi madre soy inglesa, así que no soy ninguna espía, ni
me interesa serlo. Y con lo que se refiere a su política, si lo que se
desea es que mi país natal apoye a este, dejen de injuriarnos y a su
embajadora que para su mala suerte soy yo en estos momentos, y
marquen un plan de acción concreto.
Los hombres se quedaron callados por mucho tiempo,
observando de mala manera a la chica que se había atrevido a
hablar en un lugar de puros hombres, la opinión de una mujer no
importaba en lo más mínimo, de todas formas, ella alzaba la voz
como si fueran a escucharla.
—La mujer tiene razón —dijo un hombre—, queremos su ayuda
en este momento, así que casémosla cuanto antes con uno de
nuestros mejores hombres para que se den por bien servidos.
Katherine cerró los ojos, sintiéndose denigrada por tal
comentario, pero su prometido tomó su cintura y la jaló hacía atrás,
deteniendo su desplegué de palabras. Muchas voces se alzaron a
favor de aquella petición y aceptando la condición ahora que era
dicha por un hombre.
—En un mes —dijo uno de los más ancianos—, en un mes
deben estar casados y listos para presentarse en la corte inglesa y
si es necesario, en la francesa también.
Pareció unánime esa moción, así que ella había quedado
sentenciada en un mes a casarse con el duque que tenía a un lado,
evitando que arrancara la cabeza de algún parlamentario. Así de
fácil habían decidido que ella se casaba antes de lo acordado, lo
más impresionante era que Adam no había hablado ni una sola vez,
era como si no estuviese presente y no tuviera valor, aunque sabía
que no era el caso.
—¿Por qué no dijiste nada? —le recriminó en cuanto estuvieron
solos en el lugar que ahora parecía enorme.
—¿Qué podía decirles si ya habían tomado la decisión? La
asamblea se alzó debido a que la reina lo pidió, ella sugirió el
adelanto de la boda, ante eso, no había palabras que valieran.
—¡Parecemos marionetas! —dijo frustrada, enojada y hasta
llorando— ¡Dios! ¡No puedo respirar con esto!
La joven en serio necesitaba aire, Adam se acercó en seguida y
lentamente, desabrochó los botones del vestido y aflojó un poco el
corsee, lo cual hizo que el aire volviera a los pulmones de la chica
que de por sí estaba alterada, no se podía imaginar tenerlo que
soportar sin aire en los pulmones.
—¿Te encuentras mejor?
—Sí —respiró profundamente, se avergonzó y miró al duque—,
¿me abrocharía de nuevo el vestido? Me siento mejor ahora que el
corsee no está tan apretado.
Adam no dijo nada en lo absoluto y lo hizo, era una completa
tentación estar abrochando el vestido de la mujer que iba a ser su
esposa, pero la faz de su prometida no era la de una seductora
cortesana, sino de una preocupada muchacha acostumbrada a la
libertad hasta que de pronto le habían quitado el manejo de su vida,
al ser mujer, no tenía voz ni voto, valía mucho menos ante los ojos
de todos los hombres, pero no ante los de él. Se había ganado un
nuevo respeto por la forma en la que se defendió a sí misma delante
de todos aquellos hombres, pese a lo atemorizada que estaba
puesto que había tomado su mano.
—Lamento que tuvieras que escuchar todo esto, normalmente
logramos poner orden, pero el día de hoy ya se encontraban
bebidos en algunos casos, demasiado bebidos.
—Ahora entiendo por qué les pareció razonable una boda en un
mes —sonrió la joven— ¿Qué pasa tan grave como para querernos
casar en un mes?
El duque miró hacia un lado y con eso develó que no podría
decirle las razones.
—Comprendo —asintió—, sé que es totalmente indecoroso todo
lo que acabamos de hacer, pero dado el hecho de que me desajustó
el corsee creo que podemos tomar asiento al menos por unos
minutos antes de regresar allá afuera.
—Por supuesto —Katherine se dejó caer en uno de los sofás,
esperando a que el duque lo hiciera protocolariamente alejado de
ella, lo cual fue así y eso la relajó—, por cierto, muchas gracias por
la comitiva que me mandaste en la fiesta, fueron de lo más
relajantes.
La joven sonrió comprendiendo a qué se refería.
—¿Le ha dicho lord Seymour?
—No hizo falta, lo deduje por mi propia cuenta —elevó una ceja
— ¿Se supone que he de estar agradecido de no tener una mujer
celosa?
—Era un último intento —se inclinó de hombros.
—Seguro encontrará otras formas para intentar salir de esto.
—No —se sentó bien en el sillón—, no lo haré más, debo aceptar
que en esta última estocada ni siquiera agregué el veneno suficiente
para matar, he aceptado que me casaré con usted y no pienso hacer
más que comportarme.
—¿A qué debo tal madurez?
—A su madre, creo —Adam pareció sorprendido—. Sí a mí
también me dejó impresionada, pero me hizo darme cuenta que
haciendo lo que hacía, solo me dejaba en ridículo junto con mi
familia y país.
Adam la miró fijamente por varios minutos, entones se puso en
pie y caminó hacia ella y se sentó lentamente a su lado, Katherine
se había puesto muy erecta, mirándolo dudosa y hasta volviendo la
vista hacia la salida del lugar.
—Agradezco que ahora no tenga que pelear contra su terquedad
—dijo—, pero sigo luchando contra algo más ¿cierto?
—No tengo ni la menor idea de lo que dice —dijo tranquila,
regresando la mirada.
—¿Segura?
Adam se había acercado mucho más de lo permitido, pero su
prometida se imponía el no moverse, tal y como había dicho, tenía
que ir superando poco a poco su reticencia hacia los hombres,
sobre todo hacía el que tenía en frente. Adam había demostrado ser
un caballero, pero había muchos otros que lo aparentaban también
y no eran más que sucios barbajanes.
Katherine lo sintió acercarse lo máximo posible y cerró sus ojos
cuando sintió el leve roce de la nariz recta del duque con su mejilla,
después, en una suave caricia, acercó sus labios a los de ella y los
fusionó en un beso que ciertamente a ella no le desagradó. No era
su primer beso, ya en el pasado un idiota se lo había robado, pero
para ella fue como si se tratara del primero, uno dulce, verdadero y
profundo que la hizo suspirar.
Toda aquella magia acabó cuando sintió la mano de su prometido
tocar su cintura, acercándola a él, de pronto se acumularon
sentimientos, pensamientos y emociones que la obligaron a ladear
la cabeza y separarse del duque con una respiración acelerada y
ojos vidriosos y empañados con el pasado.
—¿Qué pasa? —le tomó la barbilla— ¿Por qué lloras? ¿Te
encuentras bien?
—Tengo que irme —murmuró antes de salir de la habitación de
una sola carrera.
Katherine no se sentía asustada por él sino por lo que provocaba
dentro de ella, su corazón saltaba desbocado en su interior y por
mucho que quiso evitarlo, tuvo que seguir el protocolo y bailar varias
piezas con él entre sonrisas y susurros en los cuales no se decían
nada, pero sabía que Adam la inspeccionaba cuidadosamente,
como si calculara un riesgo de guerra.
11
La boda del año
Katherine había reflexionado por días enteros la solución que
tendría que poner al problema que despertaba lord Wellington sobre
ella, era verdad que en sí a su persona no le tenía miedo, pero cuan
él se acercaba lo suficiente como para ponerla nerviosa… no podía
evitar huir y entrar en un completo pánico que la hacía no dormir por
días y recobrar sus escépticas sospechas de que la vigilaban todo el
tiempo para hacerle daño.
William tocó a su puerta y abrió después.
—¿Cómo te encuentras?
—Bien, ¿qué sucede?
—El duque no dejó de preguntarnos en la velada de hace unos
días sobre tu actitud —le hizo ver—, parece que no lo tienes tan
controlado como pensabas.
—Estoy trabajando en ello William.
—Te casas mañana Katherine y no puedes estar cerca de él, no
comprendo cómo podrás cumplir como mujer.
—Ni siquiera sé que es cumplir como mujer William —sonrió
triunfal al ver la incomodidad de su hermano—: ¿me has venido a
explicar tú?
—Déjate de bromas.
—Lo haré bien, sea lo que sea, cumpliré ¿vale? Deja de
preocuparte tanto.
—No entiendes, si no logras hacerlo, no solo tendrías problemas
—se acercó a ella y la sentó en la cama—, tu matrimonio jamás fue
cosa tuya, pero que sepas que contigo vamos todos, va Francia
entera. Si el duque dice algo que no le gusta o replica… entonces
estamos en guerra de nuevo.
—¿Y si la que replicara soy yo? —dijo ofendida.
William dejó salir el aire.
—Sabes que yo lo mataría, pero en cuanto al estado se refiere,
no importas —Katherine miró molesta hacia un lado—. Escúchame
Kathe, seguro que alguien te vendrá a explicar estas cosas, no me
corresponde, pero conozco a Adam y no es un mal hombre, si llegas
a hablar con él sinceramente…
—¡NO!
—Katherine…
—No, jamás lo permitiré —dijo molesta y avergonzada—, ¡Estoy
a un día de mi boda! ¡Déjame tranquila ahora!
William dejó salir el aire que había almacenado en sus pulmones
y la dejó tranquila. Katherine tomó una almohada y la apretó con
fuerza frente a su cara, estaba harta de que todos y cada uno de
sus primos vinieran a decirle que hacer o que no. Nadie sabía cómo
se sentía… y entonces, entró Elizabeth.
—No me digas que tú también —se quejó la pelirroja.
Elizabeth se sonrojó y negó con la cabeza.
—No creo que nadie te haya dicho lo que vengo a decirte.
—Dios —cerró los ojos—, escupe de una vez.
—Es… sobre tu noche de bodas.
Katherine abrió los ojos sorprendida y negó un par de veces.
—¡No! ¡No serás tú la que me lo digas! ¡Eres hasta menor que
yo! —se tapó los oídos y comenzó a cantar y gritar cuando Elizabeth
intentaba hablar y quitarle las manos de sus posiciones.
—¡Agh! ¡Eres una terca! —se exasperó la rubia, roja de enojo—,
¡ve a tu noche de bodas siendo una tonta si es lo que quieres!
Su prima salió de la habitación con un portazo, dejando a una
sonriente Katherine en el interior, no hacía falta que nadie le dijera
qué pasaría en esa noche, no es que lo supiera con seguridad, pero
sabía que ocurriría en una cama y servía para tener hijos, muchas
veces había visto a sus sementales montarse sobre las yeguas para
obtener los mismos resultados. La primera vez que lo presenció
intentó salvar a la hembra, pero después era solo un acto que le
parecía hasta regular, pero nada que placiera de ver, además de
que parecía doler.
Eso la hizo rememorar nuevamente que ese hombre, tan canalla
y brutal como lo había sido, la iba a tomar de la misma forma y en el
mismo lugar que a los animales que ella tanto amaba. Odio tenerlo
que recordar esa noche, infundiéndole un miedo que pensaba haber
dominado.
«Es diferente, Adam es diferente.» se dijo a sí misma.
Se fue a la cama entre pesadillas y muchos momentos de
insomnio, pero no llamó a nadie, porque después del día siguiente,
no estarían ninguno de ellos para protegerla, solo ella ¿debía confiar
su secreto al duque? ¿La repudiaría? Negó, no podía darse el lujo
de averiguarlo.
Despertó a las cinco de la mañana, sintiéndose poco descansada
y sin ánimos de volver a dormir, se levantó de la cama y fue a
recorrer la propiedad a caballo, como era su costumbre,
despidiéndose silenciosamente de todo lo que alguna vez amo de
ese lugar.
—¿Nervios de novia?
Katherine sonrió hacia su abuelo.
—Supongo —aceptó.
—Nunca pensé que te vería partir de aquí Kathe, para serte
sincero, jamás quise dejarte ir —la miró desde su caballo—, pero el
duque es un buen hombre y sé que te hará feliz.
—Habría que tener un diccionario de lo que la gente piensa que
me hace feliz —sonrió la chica—, yo me complacería solo con
tenerte a ti, mi familia y esta vista.
—Eso dices ahora, eres joven y saludable, pero cuando te
sientes solo y con la vida a cuestas, tener a alguien a tu lado te hace
seguir adelante, te hace seguir intentando.
—Cuando lo amas.
—Bueno, creo que ese muchacho podría conquistarte —el
abuelo lanzó una rápida sonrisa que no pasó desapercibida por su
nieta—, creo que ya ha comenzado sin siquiera intentarlo.
—¡Claro que no abuelo!
—Es un hombre inteligente y deductivo —asintió—, seguro y
gallardo. No le veo problemas a que te guste.
—Abuelo, pasaré el resto de mi vida con ese hombre ¿podríamos
por lo menos en estos momentos no hablar de él?
—Tienes razón —aceptó el hombre mayor y suspiró—, solo
intento sosegar mi alma puesto que me doy cuenta de lo mucho que
te voy a extrañar.
—Y yo te extrañaré a ti abuelo —lo abrazó con cuidado al estar
sobre los caballos que se movían a voluntad propia y sonrió— ¿una
carrera?
Los preparativos estaban listos, los invitados habían llegado a
Bermont a lo largo de esa última semana, el banquete estaba siendo
preparado desde horas tempranas y los arreglos posicionados en
lugares específicos y estrictamente dirigidos, para ello se ocupó de
una total atención de todas las féminas de esa casa, incluyéndola de
forma forzosa pero que terminó siendo satisfactoria para todos
cuando al fin acabó la tortura, la culminación era ese día.
—¡Katherine! —gritó de pronto su madre, haciéndola desmontar
de un brinco.
—¿Sí?
—¡Por el amor de Dios hija! ¡Te pudiste haber matado ahí!
—Claro que no madre, lo hago desde que soy una niña —sonrió
— solo me despedía de la casa.
—Eso mismo le he dicho yo —dijo William, llegando a su lado—,
te merecías tu despedida a caballo, pese a que vistas como hombre.
—¡Me desmayaré! ¡Juro que lo haré! ¡Edmund! —gritó hacia el
interior de la casa.
—Matarás a nuestra madre —sonrió William.
—No antes de que diga que sí en el altar hermano —sonrió la
pelirroja, aceptando que su hermano la abrazara por los hombros y
la metiera a la casa detrás de su madre.
Después de una hora de regaño de su madre, las doncellas
pudieron dar inicio a la sesión de belleza, enfocándose en hacer un
peinado a los hermosos rizos pelirrojos, pintando discretamente la
boca y los ojos para finalizar con el apretado corsee, las medias, la
camisola y demás indumentaria.
—Te vez hermosa —dijo Elizabeth dejando a su hijo entretenido
con la caja de zapatos que había en el suelo.
—Si aún no me ponen el vestido —rio Katherine.
—No, aun así, te ves hermosa.
Marinett se agachó y quitó los zapatos de las manitas del bebé
para ayudar a su prima a colocárselos, Annabella le ponía las joyas
de zafiros que adornaban su cuello, muñeca y oídos; en el pelo
llevaba una hermosa tiara de diamantes que fuera de su madre
cuando se casó.
—Katherine —hablaron sus primas con pesadez.
—¿Qué pasa? —las miró extrañada.
—Le contaras ¿verdad? —pidió Annabella.
—No sé de qué hablas —se volvió hacia el espejo nuevamente.
—Katherine es importante que sepa —recriminó Marinett.
—Kate, este día… —Elizabeth se sonrojó—, bueno… ¿Por qué
no nos dejan solas?
—¿Qué? ¿Es tema de casadas? —se burló Marinett.
—Sí, lo es.
—No me digas que lo intentarás de nuevo —dijo Kathe en cuanto
sus primas solteras salieron de la habitación.
—Lo haré, no te dejaré ir como una tonta, sé que te han pasado
cosas que te dan una idea de lo que sucederá, hasta has visto por
donde han de nacer los niños que engendrarás, cosa que yo me
enteré hasta que lo tuve —Kathe se sonrojó al igual que su prima—,
pero te diré esto solo para que no te tome por sorpresa ¿vale?
Al exterior de aquella habitación, dos jóvenes se empujaban y
peleaban con tal de escuchar mejor aquella “platica de mujeres” de
la cual ellas no se podían enterar hasta que el día de su boda
llegara, solo gracias a su pelirrojo primo irlandés, Charles Donovan,
esas dos chicas se quedaron con la duda del posterior grito de
Katherine ya que se las llevó cargando como dos costales de papas.
—¡No te creo Elizabeth! —le gritó la pelirroja.
—Solo quiero decirte que no tengas miedo ¿vale? —era lo más
bochornoso que hubiera hecho en su vida y se disponía a no volver
a hacerlo jamás—, ahora me voy.
Katherine observó cómo su prima salía con su hijo de la
habitación mientras ella intentaba normalizar su respiración. No era
cierto, se decía a sí misma, era una broma que Elizabeth le hacía
para que le contara la verdad a Adam, tenía que ser eso, se
convenció, era solo eso.
—Katherine ¿estás lista? —le dijo la voz de su padre desde
afuera.
—S-Si, ya voy —contestó insegura.
Solo buscaba asustarla, era eso y no le daría ese gusto a esa
bruja rubia que tenía como prima. Salió de la habitación
encontrándose con su padre, quien casi lloró al verla, Katherine
compuso una sonrisa y le tomó el brazo.
—Te ves muy hermosa hija.
—Gracias papá —respondió mecánicamente, con sus
pensamientos en otra cosa.
Llegaron a donde se efectuaría la misa, suspiró al ver como
todos se ponían de pie y la miraban fijamente, como si esperaran a
que hiciera algo descabellado… como correr, sí, correr les daría de
qué hablar, estaba a punto de tomar su vestido y hacer lo que había
pensado, hasta que vio a Adam parado al final del pasillo,
mirándola. Sus ojos verdes mostraban asombro, hasta algún tipo de
felicidad y orgullo, solo eso evitó que saliera corriendo en la
dirección contraria al altar.
Su padre la entregó después de darle un beso y entonces,
comenzó una misa interminable que no escuchó, unos votos que
dijo porque los aprendió, deslizó un anillo y sintió como le
deslizaban uno, puso atención hasta que tuvo que decir “acepto” y
dio el beso para cerrar el trato. Todos parecían tan contentos, ella
lograba ver tantas sonrisas y recibía tantas felicitaciones, que hasta
pensó que también debía de estar muy contenta, pero no era así.
Temblaba constantemente por cada toque que su ahora marido le
propiciaba y temía cuando estuvieran los dos solos, puesto que no
habría como escapar.
Estaban cenando cuando de pronto una voz conocida y a la vez
no tanto, se escuchó.
—¡Déjenme pasar por Dios! —decía gustosa la voz— ¡Soy la
hermana!
Los Charpentier se pusieron de pie en seguida, casi al mismo
tiempo, se miraron entre sí, como si no creyeran lo que estaba
pasando y entonces apareció ante sus ojos una joven de cabellos
negros como los de William y los ojos azules como los de Katherine.
—Hola familia —dijo teatralmente— ¿Me extrañaron?
Katherine fue la primera en reaccionar y fue corriendo hacia ella.
—¡Giorgiana! —la abrazó— ¡Llegaste!
—Pues claro —se apartó—, no me perdería la boda de mi
hermanita.
—¿Quién es? —preguntó Adam a Annabella que estaba tan
asombrada como él.
—Es la hermana mayor de los Charpentier, normalmente viaja
mucho.
Después de una calurosa bienvenida de la prima mayor de todos
los Bermont, la joven tomó asiento junto a sus padres, quienes la
miraban con algo de reproche que ella no notaba, estaba
entretenida platicando a sus oyentes sobre sus aventuras.
—No sabía que tenías una hermana —se acercó Adam a su
esposa.
—Es que no hablamos mucho de ella.
—¿Por qué?
Lo miró unos segundos.
—Porque escapó de casa y dejó el apellido.
Adam se sorprendió sobremanera.
—Por eso mi madre es así conmigo, siempre temió que hiciera lo
mismo —sonrió—No soy capaz de tanto, esa es la razón por la que
no dije que no a esto, no quería que sufrieran lo mismo otra vez.
— ¿Hubieras querido seguir sus pasos?
Katherine miró a su hermosa hermana, su plática amena y
basada por supuesto, en ella. Giorgiana siempre tenía aventuras
increíbles, amores extravagantes y ropa rara.
—No —aceptó—. Pero la admiro por lo que hizo, jamás se
doblego ante nadie.
—Y tú no lo lograste —levantó la ceja notando a dónde iba el
tema.
—Soy más cobarde que ella —sonrió de lado—, no abandonaría
a mis padres por un capricho, o a mi hermano, o le daría la espalda
a mi país.
—Entonces se podría decir que te conduce la empatía.
—O el miedo.
—Me voy por lo segundo —contrapuso—. No creo que tengas
miedo y si lo tienes, es solo de hacer sufrir a tu familia, que no es
malo.
La cena pasó sin más desfiguros, las personas en la casa de
Bermont eran todas distinguidas e importantes, los invitados por
parte de Adam eran poderosos miembros de la corte y el
parlamento, por lo que todo debía parecerles perfecto y así era,
sobre todo al ver a la pareja charlar, reír y hasta bailar junta sin
ningún problema.
Eso parecería a menos que se acercaran y escucharan a la
pareja. No era que pelearan, pero parecían gustar en discrepar en
todo lo que el otro pensaba.
—¿Puede dejar de analizarme? Me resulta exasperante.
—¿Cómo sabe cuándo estoy analizando a alguien? —se burló.
—Lo hace todo el tiempo —rodó los ojos—, quizá su cara no diga
mucho, pero si sus ojos.
—Lo que me lleva a pensar que le gustan mis ojos.
—Sí —dijo sin pensar para después regresar una mirada
enervada hacia él—, no se haga el gracioso y le he pedido que deje
de intentar analizarme.
—¿Intentar? —se burló él dando una vuelta un poco más rápida
para evitar a las parejas que comenzaban a unírseles—, creo que
podría dar un buen resumen de usted en este momento.
—En verdad que es vanidoso.
—Puede ser, pero ¿qué sabe usted de mí? —Katherine se dio
cuenta que no sabía nada, absolutamente nada sobre el hombre
con el que se había casado. Normalmente le era sencillo descubrir a
las otras personas, no debería estar en blanco como en ese
momento. Adam sonrió y la picó solo un poco más—: ¿Nada? Ahora
veo quién va ganando entonces.
—¿Y usted que sabe de mí? —intentó defenderse.
—Le asustaría saberlo —ella elevó una ceja burlesca lo cual lo
incitó a continuar—: muy bien, como prefieras; sé que entra a la
biblioteca de su abuelo y probablemente haya leído la mayoría de
los libros que se encuentren en el lugar, no cree en el romance, pero
seguro esperaba que le sucediera, odia el color naranja porque
piensa que parece una flor al vestirlo, cuestiona la forma en la que
se dirige el mundo, es una mujer fuera de tiempo le gusta darlo a
entender, maneja con maestría el arco, la pistola y creo entender
que los caballos. Ama a sus primos y tiene un especial aprecio por
su abuelo… ¿continuo?
—¿Cómo sabe todo eso? —se quedó lívida.
—Soy muy observador.
—¿Soy tan transparente? —se sorprendió la joven—, parece
haberme descifrado en cuestión de horas ¿con quién creció usted
para que fuera así?
—Te has molestado.
—¿Lo nota por mi rostro? ¿Alguna expresión en específico
quizá? —dijo enojada.
—Normalmente muerdes tus labios, pero en esta ocasión es solo
por la forma en la que aprietas mi hombro.
—¡Dios! Es usted insoportable.
—Se está molestando por cosas banales, además, recordemos
que usted lo preguntó.
—¡No creí que supiera hasta mis marcas de nacimiento!
—En realidad…
—Ni siquiera lo intente, lo mataré si es que las sabe —bajó la
cabeza molesta y lo miró—, creo que es justo que yo sepa algo de
usted, dadas las circunstancias.
—Creí que era solo lo que habíamos descubierto el uno del otro.
Katherine iba a replicar, pero entonces los interrumpieron, una
jovencita conocida de la familia de Adam había pedido bailar con el
duque pese a que disfrutaba un baile con su mujer, Kathe no tuvo
problemas en soltar a su marido y entregarlo a la muchacha que
parecía estar completamente prendada por su marido, aunque este
apenas lo notaba, parecía ser que solo era capaz de analizar a
quién fuera de su interés.
12
Confrontaciones y malos entendidos
Después de unas cuantas horas de diversión, baile, comida y
bebida bajo el techo de los acaudalados Bermont que se codeaba
con la más alta estirpe del pueblo inglés, era el momento de
despedirse de todos sus conocidos y dirigirse a su nuevo hogar,
Katherine temblaba inconscientemente mientras se despedía de su
alborotada familia y aunque trataba de controlarse, no lograba
hacerlo.
—Cariño va a estar perfecta con nosotros —sonreía la madre de
Adam a la de Kathe.
La duquesa viuda lanzó una mirada hacia la pareja y salió hacia
la carroza, donde los estaría esperando mientras Adam esperaba
pacientemente a su esposa mientras ella se despedía.
—Tranquila Kate —le sobó el brazo Elizabeth—, todo estará bien.
Katherine la miró y sonrió tranquilamente.
—Oh, claro que sí. Pienso saltar del carruaje.
Sus tres primas la miraron asustadas hasta que ella soltó una
carcajada.
—Jamás se cuándo bromea —se quejó Annabella tocando su
estómago.
—Nadie —le dijo Marinett—. Con esta mujer toda puede pasar.
—Katherine —Adam la llamó usando su nombre de pila sin
resentimiento alguno.
La joven miró azorada a su marido y caminó hacia él, tomando el
brazo que estiraba para escoltarla al exterior helado que ofrecía
Londres en esas épocas del año, se encogió en sí misma, tratando
de mantener el calor, pero la angustia le duró poco al sentir la
gabardina que su esposo colocaba sobre sus hombros. Ambos
subieron a la carroza y esa sería la última vez que la joven vería esa
casa como la suya, a partir de ese momento era una Wellington.
Katherine notando el mutismo de ambos y al no tener nada más
que hacer, se dedicó a pensar, sobre todo en las palabras de su
prima Elizabeth ¿Cómo se atrevía a decirle eso? Solo había logrado
ponerla más nerviosa y si era posible, más a la defensiva. Tenía que
encontrar la forma de hacerle entender a Lord Wellington sin darle
explicaciones, que no podría ser su esposa.
Antes de lo pensado, Katherine recibía la mano de su marido
para ayudarla a bajar de la carroza. Inicialmente se mostró reticente
a bajar, pensando que tal vez tenia retorno, pero concluyó que era
improbable y terminó aceptando la mano que atentamente se le
ofrecía.
Dentro de la casa, un desfile de personas vestidas en colores
negro y blanco permanecían estáticos y con la mirada perdida en
algún puto, con una ceja sarcástica miró a su marido quien solo se
aclaró la garganta y comenzó las presentaciones del personal
primordial o de mayor rango de la casa. Katherine estaba
impresionada, le había dicho nombres y muchos más puestos, pero
no recordaba ninguno.
—No hace falta que te los memorices todos ahora —aconsejó su
esposo con tono cortante—, te acostumbraras con el tiempo.
—Excelencia —la llamaron, pero ella no presto atención a ese
exuberante sobrenombre, estaba más concentrada en la cara de
uno de los lacayos que parecía no parpadear desde hace cinco
minutos— Excelencia.
—Katherine, te están hablando —dijo su esposo.
—Creo que no me acostumbrare nunca a que me llamen así —
peló los ojos.
—Así se le llama a todo cuanto vive en esta casa —dijo la adusta
mujer.
—Entiendo, pero yo preferiría…
—Katherine —la cortó Adam.
—Excelencia sus doncellas la llevaran a sus cámaras —
Katherine asintió—. Ya hemos acomodado sus cosas en los
armarios de la habitación.
—No sabía que mis cosas estaban aquí —se extrañó Katherine.
Era verdad que hace días comenzaron a empacar sus cosas y el
ajuar pedido de Francia llegó hace dos semanas, pero estaba
extrañada de que todo se encontrara en esa casa, como si siempre
la hubiera habitado.
— ¿Nos acompaña Excelencia?
Katherine siguió a sus doncellas por interminables escaleras,
pasillos y puertas, parecía algo interminable. Nadie podría quejarse
de la casa del duque en Londres, todo ostentaba con bastante
petulancia que la gente que vivía ahí era rica y bien posicionada,
pero ¿tenían que poner todo tan lejos? Sentía que antes de llegar a
su alcoba le daría un ataque al corazón o un paro pulmonar.
—Esta habitación es la de la Duquesa viuda —apuntó una puerta
que estaba lejos de ser el final del pasillo—. La de allá es la de su
hermana menor.
—¿Hermana?
—Si excelencia —asintió la doncella, acostumbrada a que no se
supiera de su presencia—. El duque es muy reservado con temas
familiares, se acostumbrará.
—¿Qué más familia hay de la cual no tengo conocimiento?
—Son cuatro mi lady, todos más chicos que la señorita Emilia, de
catorce.
—Son pequeños.
Katherine quiso correr cuando al final del pasillo solo se
encontraban dos grandes puertas, una separada de la otra por una
considerable distancia. La pelirroja miró inquisitiva a la joven que
solo le sonreía. Kathe siguió a sus doncellas hasta la puerta abierta
del lado derecho y asomó su cabeza como quien pisa por suelo
inestable, inevitablemente tuvo que abrir la boca y miró sorprendida
la hermosa recamara que en pocas palabras era grande, hermosa y
llena de comodidades que ni siquiera en Bermont había.
Permitió que las doncellas le quitaran el fino vestido de novia,
deshicieran el peinado y quitaran el maquillaje cuando estas dieron
el grito en el cielo cuando quiso hacerlo por sí misma, le colocaron
un camisón, que casualmente combinaba con toda la habitación,
haciéndola sentir otro adorno dentro de esa casa -prácticamente lo
era- y salieron.
¿Ahora qué haría? Tenía que escaparse de alguna manera, dio
una vuelta completa buscando una salida, enfocó una puerta que
estaba en la pared frente a ella, pero no era idiota, sabía
perfectamente que esa puerta comunicaba con la de su esposo y no
estaba dispuesta a salir por ahí, su corazón comenzó a latir con
rapidez que le entumecía los oídos y le encrespaba los nervios.
—¿Algún lugar te pareció factible para escapar?
Katherine se volvió con un brinco de sorpresa. Adam estaba
recostado sobre la puerta, la miraba con unos ojos enternecidos y
una ceja arqueada en una eminente de burla hacia ella. Kate no
tenía tiempo ni para pensar en contestar, simplemente comenzó a
dar pasos hacia atrás, acercándose cada vez más a la ventana.
—Si te avientas de ahí, morirás —Adam no se había movido en
lo absoluto.
—N-No pensaba aventarme —dijo después de un ligero titubeo.
—Entonces, ¿Qué piensas hacer?
—N-Nada —tembló cuando él dio un paso al interior y cerró la
puerta.
—Ya veo…
El hombre comenzó a husmear la habitación como si nunca
hubiera entrado ahí.
—Ha quedado bastante bien —se admiró del trabajo que había
mandado hacer después de su compromiso.
—Es muy bonita.
—Katherine puedes dejar de temblar, no te hare daño.
—Eso no lo puedo saber— respondió altiva y segura.
—¿Quisiera saber por qué piensas eso? —tomó asiento en un
sofá de la habitación.
—No entiendo que dices.
—No creas que no he notado esa actitud, la tienes desde hace
algunos meses.
—¡No siga analizándome! Si quiere saber algo, solo es cuestión
de preguntar.
—Eso hago, pero solo me dejas la otra alternativa.
Se puso en pie y se acercó a ella con paso firme, Katherine hizo
el ademan de encogerse sobre sí misma y cubrirse la cara como si
quisiera evitar algún golpe, pero Adam no lo tomó de esa forma,
estaba comenzando a pensar lo peor de esa joven, al no estar
seguro si su deducción era certera, continuo con su experimento,
tocó su brazo en una caricia y eso fue suficiente para sacarla de sí.
—¡Déjeme! —dijo enfurecida— ¡No me toque!
—¿Por qué no?
Quería la verdad y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de
conseguirla, era una faceta que Katherine no conocía, el hombre
llegaba a ser la persona más dura y obstinada con tal de obtener lo
que quería.
—¡No puedo! —intentó de zafarse de sus brazos, claramente
desesperada— ¡Déjeme! ¡No me toque!
Adam lo hizo, se alejó de la mujer quien se desplomó cayendo de
rodillas y tapando su cara con sus manos.
—No eres pura ¿verdad? —la miró con incredulidad— Por eso
deseabas tan fervientemente deshacer el compromiso, no quería
aceptar que eras una de esas mujeres enamoradizas que se cegaba
ante primer idiota con facilidad, simplemente te consideraba más
inteligente.
—¿Qué dice? —le dijo sorprendida, saliendo de su escondite.
—¡No lo puedo creer! —se mostró enojado, revelando un
musculo en la quijada que mostraba disgusto y sus labios habían
formado una delgada línea apretada— Tú… Jamás pensé…
Caminó como una fiera encerrada, sus largas y seguras
zancadas estremecían el cuerpo de la joven que lo miraba
atentamente. No entendía que era lo que quería decir ¿Pura? ¿Pura
de qué?
—No te quiero volver a ver —se volvió molesto— ¡¿Cómo se
atrevieron a engañarme?!
—¿De qué hablas?
—Ahora entiendo por qué pedías que te rechazara yo ¡Todo tiene
sentido! —se rio con cinismo.
—Adam…
Estaba cada vez más asustada ¿La iría a golpear? ¿Gracias a lo
que le habían hecho se le consideraba como impura? Entonces lo
era, era una mujer sin dignidad.
—¡No menciones mi nombre! —se acercó a ella de manera tan
amenazante que hizo gritar a Katherine y se encogiera por el miedo
—. Pese a todo, nunca he golpeado a una mujer… aunque lo
merecieras.
El duque caminó rápidamente hacia la puerta que conectaba con
la de él, miró a la mujer que se encontraba llorando en el suelo,
nunca había visto a alguien llorar de aquella manera, ni siquiera
había intentado defenderse. Cerró los ojos con pesadez y azotó la
puerta.
Katherine fue a la cama y quitó las sabanas para introducirse en
ellas, se hizo un pequeño ovillo y siguió llorando, seguía asustada,
tenía miedo de que regresara e intentara algo nuevamente, Aunque
no le había visto intenciones de querer hacerle nada, ni siquiera le
había gritado, habló con dureza y aparente decepción, pero jamás le
gritó.
¿Cómo se habría enterado? ¿Quién le habría contado? La
habían arruinado.
13
Confinada
Katherine había sido confinada a su habitación, nadie podía
verla, ni tampoco hablarle, ni siquiera la duquesa viuda se atrevió a
incumplir aquella petición de su hijo, pese a no saber lo que
sucedía, nunca había visto tan molesto a Adam y fuese lo que fuese
o pasara en la habitación de dos esposos, eso no le concernía a
nadie, pero todos en la casa murmuraban que los duques no habían
dormido juntos y en la sabana de ninguna de las dos camas se
había encontrado la marca de pureza virginal de la joven lo cual solo
daba dos opciones: o nunca consumaron el matrimonio o la mujer
no era cándida a la hora de llegar a los brazos de su marido. Las
malas lenguas se inclinaban por lo segundo puesto que sería la
única razón por la que el duque se encontrara tan molesto.
Para el duque no era más que un ser invisible y no era que a ella
le interesara en lo más mínimo, pero el confinamiento la estaba
enloqueciendo, la soledad y silencio solo la hacían rememorar una y
otra vez lo que con tanto esfuerzo trataba de suprimir y que
normalmente solo llegaba en sueños. Pero desde el enfrentamiento
con su esposo, Katherine había rememorado con lujo de detalle
aquellos golpes, aquellos besos que ese hombre había regado por
su cuerpo, era una tortura que la perseguía prácticamente desde el
día que sucedió.
Adam por su parte tampoco sabía qué hacer, las constantes
preguntas de su madre sobre su esposa claramente lo molestaban,
sus hermanos menores no dejaban de necear sobre la inquilina de
la que jamás se hablaba. Había pasado una semana en la que no
había visto a Kate, y justo en ese momento decidió lo que haría. Al
darse cuenta de que no estaba completamente en sus cabales,
decidió ir a casa de uno de sus mejores amigos, James Seymour,
marqués de Kent.
Dejó que el mayordomo de su amigo lo llevara hacia el despacho
de su amigo, donde no se encontraría solo, la casa de los Kent era
siempre ruidosa y llena de algarabía, no por nada era una familia
grande siendo James el mayor, pero eso no significaba que fuera el
más maduro y centrado de la familia. Mucho antes de que Adam
pusiera un pie en el interior, su amigo le abrió la puerta, con una faz
preocupada y lo hizo pasar.
—¿Qué demonios ocurre en tu casa? —preguntó el rubio—
¡Todo Londres habla de ello!
—Maldita sea, esas doncellas no tienen un límite de chismorreo
al día —dijo molesto.
—Es su trabajo pasar chismes, casi por so son contratadas —dijo
el hombre con tranquilidad—, sabes, todo el mundo piensa qué si
dos personas no se pueden llevar bien, dos países menos.
—Sé que todo el maldito país nos vigila, pero esto sobrepasa lo
decente ¡Maldita sea! ¡Me han visto la cara de idiota! ¡A todos!
—¿De qué vas amigo? En serio me encuentro perdido.
—De Katherine, por supuesto —negó apesadumbrado y se sentó
—, por un segundo creí que era una mujer diferente, pero por Dios
que no me esperaba que no fuera virgen.
—¿Qué? —James se puso en pie de un brinco— ¿Cómo que no
lo era? ¿Lo comprobaste?
—No hizo falta, toda ella me lo gritaba —dijo con enojo—, ni
siquiera me disgusta el hecho de que lo sea o no, pero la mentira,
que quisieran utilizarme como tapadera de una reputación dañada.
—Te estás equivocando.
—¿Disculpa? —se puso en pie también y enfrentó a su amigo—
¿con qué argumentos puedes decirme que estoy equivocado?
—Para nuestra desgracia, no puedo decírtelos. Hice una
promesa de no hablar del tema.
—Entonces lo sabías —dijo enojado— ¡Maldita sea que lo sabías
y me dejaste hacerlo!
—No puedo decir que no lo sé, pero no es lo que piensas.
—Me largo.
—Deberías intentar hablar con ella —sugirió el marqués antes de
que su amigo diera un tremendo golpe a su puerta al momento de
cerrarla.
James respetaba a Adam más que a ningún otro hombre en la
tierra, siempre le salvaba el pellejo, era honorable, analizador, fiel y
daba tanto miedo cuando estaba enojado que no podías más que
inclinar la cabeza, no sabía cómo estaría la pobre chica en esos
momentos, pero si se había tenido que enfrentar al mismo hombre
que lo acababa de visitar, solo podía confiar en que su amigo,
además de todas sus virtudes, fuera lo suficientemente estoico
como para no haber hecho algo de lo que después se arrepintiera.

Katherine se había atrevido a salir de la habitación después de


comprobar que su marido había salido de la casa. Tenía intenciones
de irse de ahí, por lo menos escaparse algunos días a casa de
Elizabeth nuevamente, ella en realidad no tenía conocimiento de los
chismes que se habían divulgado a tan solo unas noches de su
boda. Para ella era simplemente una situación que no podía
resolver, le había pasado y ella no tenía la culpa, no permitiría que
nadie la intimidara, ni siquiera el duque de Wellington.
Había vagado por el enorme lugar, introduciéndose a
habitaciones y quedándose horas frente a pinturas hermosas que
había en los muros del lugar, no se había topado con la duquesa
viuda, seguramente sería difícil encontrarse con alguien en aquel
lugar, pero rápidamente le habían dado una lección cuando casi
asesina a su gracioso y pequeño cuñado al caer encima de él.
—¡Auch! ¡Eso me dolió!
—Lo siento —se rio Katherine—, deberías mirar por donde vas.
—Lo sé, pero mi hermana me está persiguiendo justo ahora y si
me atrapa…
—¡Liam! ¡Te mataré! —gritaba una niña aún más chica que Liam.
—¡Ayuda!
Los niños corretearon a su alrededor, mareándola y haciéndola
trastabillar puesto que se tomaban de los pliegues de su vestido
para seguir corriendo sin caerse. Les pronosticaba unos doce y diez
años.
—¡Vamos chicos, deténganse! —decía entre risas la pelirroja.
—¡Dile a Liam, dile que me de mi muñeca! —exigió la niña
—¡Yo no la tengo Clarisa! —gritó Liam desde atrás de Katherine.
—¡Basta! —gritó otra voz, un poco más madura, pero seguía
siendo infantil, Katherine supuso que era Emilia—, creí haber
resuelto esto.
—No me la regresó —dijo Clarisa.
—Porque no la tengo.
Emilia rodó los ojos y miró ceñuda hacia la mujer pelirroja que
parecía divertida con todo el asunto de sus hermanos. Sabía bien
quién era y no le agradaba por el simple hecho de que su hermano
se encontraba de un pésimo humor gracias a su llegada, iba a
decirle algo, pero la visión de su hermano con aquella cara molesta
a las espaldas de la joven le dio la sonrisa que desconcertó a
Katherine hasta que escuchó la voz de su marido.
—¿Qué estás haciendo?
—Paseaba —le dijo tranquila y sin ningún miedo.
—¿Quién es ella Adam? —preguntó Clarisa.
El duque pareció entrar en una confrontación interna, pero al final
logró sacar el aire de sus pulmones, acarició el cabello de su
hermana y respondió.
—Es mi esposa —los niños no parecieron darle demasiada
importancia al asunto, pero Adam estaba molesto—. Emilia, llévalos
afuera.
Katherine esperaba en el mismo lugar, plantada cual pilar,
mirándolo a los ojos, pero su marido simplemente pasó de largo,
como si ella no estuviera ahí, ella comprendió que así serían sus
días en esa casa, sería repudiada hasta el día de su muerte y no
tenía idea de cómo afrontar algo así.
Decidió ir a sus cámaras nuevamente, no tenía con quién
conversar y si acaso se le presentaba, seguro Adam lo volvía a
evitar, no era como si se sintiera bienvenida de todas formas, la
servidumbre la miraba de mala manera, los hermanos no se habían
vuelto a aparecer y la madre estaba tan ausente como en el
pasado. Ya en su habitación se cambió sola a un camisón y se
metió a la cama desde temprano, agradeció que por lo menos se
hubiese dormido rápido, aliviando de alguna forma el peso que
sentía en sus hombros y el nudo que se formaba en su estómago.
Adam subió pasadas las doce de la noche, no había salido de su
despacho desde que llegó a casa con afán de no encontrarse con
su descarada esposa que incluso se atrevía a salir de sus cámaras
con esa mirada tan airada y porte perfecto. Estaba cansado de la
situación, se quedó a mitad de las dos recamaras, mirando
altivamente hacia la puerta cerrada de su esposa ¿qué tendría que
decir en su defensa? ¿Deseaba escucharla? Ni siquiera lo sabía.
Entró a su recamara y cerró la puerta con enojo, estaba
cambiándose cuando de pronto escuchó un grito desesperado.
Se detuvo por un segundo tratando de verificar si había sido solo
su imaginación o en realidad lo había escuchado, pero entonces el
grito se repitió y veía del cuarto de su esposa. Entró ahí sin pensarlo
demasiado, topándose con la imagen de una mujer siendo
amenazada en sueños, retorciéndose, gritando por auxilio, estaba
sufriendo.
—Katherine despierta —se acercó a ella y la tomó de los
hombros— ¡Despierta Katherine!
Cuando logró despertarla, ella simplemente se lanzó a los
primeros brazos que encontró entre el llanto, seguramente no
estaba plenamente consciente de que fuera él, pero lo permitió solo
por lo consternado que se encontraba de haberla visto en ese
estado, pero no la abrazó de regreso.
—Katherine —le habló sin sentimiento en su habla.
—¿Qué está haciendo aquí? —dijo la joven en un susurro.
—Gritabas.
—Me pasa a veces —dijo sincera y lo miró con aplomo—, pero
estoy bien ahora.
—Me doy cuenta —se puso en pie y se marchó sin dirigirle una
mirada más.
Katherine en ese momento se permitió respirar y palpo su
mojada frente, sintiendo entre sus dedos su cabello sudoroso. Cerró
los ojos intentando alejarse del pasado y centrarse en el presente,
centrándose en su respiración y el latido de su corazón.
«Estoy bien» se dijo «Estoy bien»
14
La voz de la razón
A la mañana siguiente, como cada día desde que tenía vida,
Katherine se despertó temprano, dándose cuenta que su realidad no
era otra más que pasar sus días en la casa de los Wellington, que
distaba mucho de ser su hogar. Se sentó en la cama y tomó sus
rodillas entre sus brazos, esperando ver el amanecer por aquella
ventana que era su única conexión con el exterior, se asombró al
percatarse que no había salido a los jardines ni una sola vez.
Escuchó entonces sonidos en la recamara de al lado, el duque
comenzaba a levantarse, así que Katherine se levantó también y fue
a ponerse un vestido sencillo que le permitiera vagar en el campo,
sonrió al recordar los intentos de su abuela por tirar esas ropas a la
basura, juzgándolas como inadecuadas para una duquesa, pero ella
las había rescatado de su funesto destino. Se colocó el suave
vestido de algodón, carente de todo corsee y se trenzó el largo
cabello cobrizo en una trenza, abrió la puerta mientras colocaba un
abrigo sobre sus hombros y unos guantes en sus manos.
Adam se quedó pasmado, mirando la coincidencia como parte de
su tortura mental. La miró con detenimiento, seguramente alguien la
regañaría si la viera vestida de esa forma tan holgada y sin decoro,
muy probablemente ese no fuera el más austero de sus atuendos,
sin embargo, la joven sabia lucirlo con esplendorosa elegancia.
Reaccionó cuando la joven, sin ningún tipo de timidez o azoramiento
caminó por su lado para dirigirse a los jardines.
El momento que el aire libre le provino fue reconfortante, echaba
de menos Bermont, pero no se podía quejar de lo que los jardines
de los Wellington le ofrecían, era capaz de escuchar el relinchar de
los caballos, escondidos en algún establo, también veía casitas,
seguramente de los empleados que estaban casados y donde se
encontraban los cultivos y las granjas y si se observaba hacia un
lado, el bosque se alzaba penetrante y oscuro, aquello le produjo un
poco de felicidad.
Hacia sus comidas en una sala individual, con tal de no toparse
con la familia del duque, la cual no estaba dispuesta a enfrentar en
mucho tiempo después de ver la reacción de su esposo por
hablarles, le había dejado en claro que no le agradaba para nada
que una mujer manchada como ella se acercara a su orgullosa
familia. No le importaba, o eso se repetía.
Sabia entretenerse sola, siempre lo había hecho, no le costaba
nada de trabajo introducirse al despacho de su esposo cuando este
no estaba y tomar uno que otro libro sin que lo notara. Tocaba el
violín, el cual había descubierto en una sala de música al
encontrarse pérdida en una ocasión, dibujaba en algunas ocasiones
o se dedicaba a escribir cartas. Solía salir al jardín y se tiraba por
horas en el pasto, solo viendo pasar las nubes frente a sus ojos,
justo como en ese momento, en el que el sol comenzaba a
descender, dándole al cielo colores agradables y llenos de
esperanza.
—Señora. Tiene visitas.
—¿De quién? —preguntó sin inmutarse por el obvio enfado de la
doncella por tenerle que avisar.
—Un señor, no lo sé —dijo con desdén.
Katherine se volvió con lentitud y elegancia, miró severamente a
la mujer quien atino a dar un paso hacia atrás.
—Que no se te olvide, que la dueña de todo esto, soy yo, aunque
eso no les agrade.
Katherine soltó el aire enojada y fue en seguida a atender esa
visita.
—¡William! —sonrió al ver a su hermano, lo abrazó con fuerza—.
Perdona la demora, me he perdido. No recibo mucha ayuda de esta
casa.
—De eso mismo vengo a hablarte —la separó William—. Tienes
que decirle a tu esposo la verdad.
—¿Qué? —lo empujó lejos de ella— Juramos no hablar del tema.
—Sí —acepto—. Pero no pensé que no serias capaz de cumplir
como esposa.
—¿Cómo te enteraste?
—Medio Londres lo sabe.
Ahora entendía muchas actitudes de los empleados, creían que
ella repudiaba a su señor y se negaba a ser su esposa.
—Va mucho más allá de lo que te imaginas —la pelirroja lo miró
sin entender.
—Katherine, odio tener que ser yo quien te diga esto, pero es
necesario.
— Bueno, entonces dime.
—Tú sabes que es ser una doncella ¿no? una mujer pura y casta
para el matrimonio.
—Supongo.
—Bueno pues tu marido ha malinterpretado tu renuencia,
atribuyéndolo a tu falta de doncellez, te juzga de impura y cree que
ha sido engañado por nosotros.
— ¿Cómo sabes eso?
—El marqués de Kent me mandó carta. En ella me informaba de
una acalorada conversación dando a entender esto que te digo.
—Pues… entonces él tiene razón.
William abrió tato los ojos que Kathe pensó que se le saldrían.
—¿De qué demonios me hablas?
—No soy pura —dijo sin más—, aquel hombre… él…
—¡Maldición Kathe! —se alejó su hermano—, eso no te hace
menos virgen ¡de eso es de lo que hablamos!
—¿Virgen?
—Elizabeth te explicó ¿cierto?
Katherine se sonrojó y bajó la cabeza.
—Sí.
—Bueno, el duque piensa que todo eso ya pasó con otro hombre.
Katherine frunció el ceño y levantó la vista enojada.
—¿Cómo es posible que piensen eso de mí?
—Es razonable Katherine, ¡piensa por favor!
—Pero… eso no es verdad ¿Qué puedo hacer?
—¡Contarle la verdad! —explotó su hermano— No puede decirlo
ninguno de nosotros, te dimos nuestra promesa, pero tú si puedes.
Se ha puesto en duda Francia y el apellido de tu familia.
—Ni siquiera me permite hablarle —dijo azorada.
—Inténtalo hasta que lo haga y hazlo cuanto antes.
Los oídos de Katherine reproducían un sonido muerto dentro de
su cerebro. Se sentó sobre un sofá que había en el recibidor de
visitas y se tocó el abdomen intentando controlar las emociones que
experimentaba. Se puso en pie de un salto, tenía que hacer lo que
su hermano ordenaba, lo sabía, no sería fácil y estaba la
probabilidad que no le creyera, pero no dejaría que nadie creyera
que ella era una descarriada, una mujer que no había tenido pudor y
se había entregado a otro hombre antes de estar casada con él, de
eso nada.
15
En un lugar de Regent’s Park
Después de casi una hora de interrogar a la servidumbre
reticente del hogar de su marido, una joven doncella llamada
Margaret había dicho el paradero de su esposo, muy a pesar de que
todos la cuestionaran y se molestaran con ella, la mujer había dicho
el nombre del lugar exclusivo de hombres, llamado Tramp o Aura.
El mayordomo había hecho especial hincapié en que no podía ir
a un sitio como aquel puesto que el duque se disgustaría sobre
manera y probablemente correrían a todo el personal si la dejaban ir
en su búsqueda, pero la joven puso en su cara la mejor sonrisa de
inocencia y alegó que jamás pensaría en ir a un lugar como aquel,
solo tenía curiosidad de saber dónde se encontraba su esposo en
esos momentos.
La servidumbre, nada convencida, había hecho algunas guardias
en su alcoba el resto de la tarde, pero para cuando el lacayo que
vigilaba se dio cuenta, Katherine había tomado a Margaret y un
carruaje que iba directo al “lugar exclusivo de hombres” lo cual no
entendía y lo veía con bastante malos ojos ¿por qué se le prohibiría
la entrada a una mujer?
Katherine llevaba un bonito vestido de muselina azul que había
llevado para después del desayuno y solo tenía una capa para
cubrir su finura y elegancia, por alguna razón se encontraba
completamente entusiasmada de ir a aquel club que tanto le
prohibía la entrada. No podía decir lo mismo de la pobre Margaret, a
quién había arrastrado hasta ahí a fuerzas y se mostraba lo
suficientemente pálida como para descubrir que estaba realmente
preocupada.
—No te preocupes por nada, eres de mi confianza ahora, nada
va a pasarte.
—Es que no creo que al señor le agrade mi lady, deberíamos
volver.
—¡No! Ya he llegado hasta aquí, me importa un comino que le
agrade o no.
El mozo de cuadra parecía bastante inseguro al momento de
abrir la puerta para su señora, conocía bien el lugar, a pesar de que
no se le permitía la entrada a gente de baja categoría, todos sabían
que era un club donde los hombres, además de jugar y beber,
también tenían privilegios con mujeres.
—Lady Wellington, no entrará sola, esa es mi única petición.
Katherine pareció pensarlo por un segundo, pero finalmente
aceptó.
El lugar era grande y lujoso, prácticamente una casa, solo que
redecorada con mesas en lugar de un hall, los caballeros eran el
principal espécimen del lugar si no se contaba a esas mujeres que
vagaban con una ropa provocativa y en ocasiones subían las
escaleras acompañadas de hombres elegantes, Katherine dudaba
que esas mujeres fueran sus esposas y decidió mejor no preguntar.
Las habitaciones rodeaban el lugar en forma rectangular y era
visible quien entraba y salía desde la parte de abajo.
—¿Qué es este lugar? —se mostró perturbada la joven.
—Le dije que no era un lugar para usted señora.
—Vaya, vaya —dijo una voz totalmente desconocida— Unas de
la alta sociedad, no es muy común ver a las amantes de los nobles
por aquí.
Un elegante hombre con una copa de Champagne en la mano
las miraba de forma grotesca, a Katherine se le erizo la piel, esa
mirada se parecía tanto a la de ese hombre, pero ¿Qué había
dicho? ¿Amantes de los nobles?
—Son muy hermosas, ambas.
—No somos cortesanas ni amantes de nadie —defendió
Margaret.
—¿Ah no? Bueno, entonces debo suponer que son unas nobles
a las que les agrada en demasía este club —se burló.
—Buscamos a Adam Collingwood —dijo Katherine.
—Pero ¡qué va! —se rio el hombre— Van contra los más ricos,
un duque ¡Válgame! Cada vez son peores, está recién casado.
—¿Sabe dónde está o no? —dijo Margaret.
—Bueno, no puedo pagar tanto como él —dijo el hombre sin
escuchar a las dos damas—. Pero no sería tan mala ganancia si lo
intentaran conmigo.
Se acercó a Katherine y la tomó de la muñeca con fuerza
estridente que la hizo propinar un gemido de dolor.
—¡Suélteme!
—Vamos querida —se acercó a ella con espantosa familiaridad
—. Te juro que lo vas a disfrutar, no tienes oportunidad con el
hombre de hierro, sería demasiado bajo caer en tus brazos.
—Sr. Andrew, espero que me dé una explicación —la voz de su
esposo fue gloria a oídos de Katherine, sorpresivamente deseaba
con todo su ser que la abrazara y la sacara de tan espantoso lugar.
—Wellington. No sabía que tenías una particular ¡No sabía que
tuvieras alguna! —alzó la muñeca de Katherine, haciendo que se
acercara peligrosamente al desconocido.
—Suéltala —Adam hablaba con una voz que en apariencia era
tranquila, pero su mirada amenazante era suficiente para
amedrentar a cualquier ser con vida.
—No es de tu propiedad Wellington.
El hombre sonrío y pasó la otra mano por la cintura de Kate,
pegándola a su cuerpo, acercó la cabeza peligrosamente a su
cuello, únicamente oliéndola y haciendo un sonido al momento de
respirar. En ese momento la joven soltó un suspiro asqueado y cerró
los ojos para aminorar las ganas de llorar.
—No suelo repetir —dijo—, suéltala, ahora.
El hombre sonrió complacido de que un duque se mostrara tan
entusiasmado con una mujer de la mala vida a solo unas semanas
de su matrimonio, aventó con fuerza a la mujer hacia el cuerpo de
quién la protegía.
—Es tuya —rio— No te sobresaltes, ni es necesario que me
lances esa mirada tuya.
La respiración de Adam era regular, al igual que su corazón, pero
su quijada estaba apretada con fuerza, Katherine había aprendido
que de ahí derivaba su auto control, parecía a punto de romperse
los dientes.
—Adam…
—¿En qué has venido?
—Carroza —respondió con miedo.
Si él no la tuviera aun sostenida por la cintura ya hubiera corrido
lo más lejos posible.
—Vamos —la tomó del brazo y la llevó hasta donde estaba la
carroza con el escudo de los Wellington.
—Puedo ir sola —se zafó de él.
—Sube —ordenó, mirando hacia el carruaje, evitando tocarla
nuevamente.
Margaret no queriéndose entrometer entre la furia de su amo, fue
hacia donde estaba el cochero para viajar a su lado en la parte
exterior de la carroza.
—¿Te iras conmigo? —lo miró mientras tomaba con más fuerza
el abrigo que tenía, el frío le helaba hasta las ideas.
—No.
—Entonces me quedo —se plantó en el suelo.
—Katherine, te juro que estoy a punto de estrangularte en este
momento ¡Sube ya!
—Puedes hacer lo que quieras, pero necesito hablar contigo.
—No.
—Entonces me quedo.
Adam soltó un sonido gutural de clara desesperación.
—¡Cómo se te ha ocurrido venir aquí! —le gritó por primera vez
desde que lo conocía— ¡Te prohíbo volverlo a hacer! ¿Entendiste?
—Sí, pero…
—¿¡Sabes lo que te pudieron haber hecho!? ¡No tienes un
mínimo de conciencia! Si no hubiera llegado a tiempo…
—¡Claro que sé lo que hubiera pasado! ¡Ya me ha sucedido
antes! —grito sin poderse contener más.
Adam pareció ignorar su comentario y miró a otro lado,
intentando no propinarle un golpe.
—Sube al carruaje.
—Solo si vienes conmigo —dijo tercamente.
—¡Con un demonio!
—¡Basta ya! —le grito— ¡Ven conmigo!
— No vengas a querer darme ordenes —la amenazó,
apuntándola con un dedo.
—¡No te lo estoy ordenando! —bajó la voz—: te lo estoy
suplicando.
Adam mostró unos ojos sorpresivos, el único cambio que
Katherine pudo notar en su expresión. Pareció debatirse unos
minutos en lo que decidía que hacer, para nuevamente repetirle la
orden de que se marchara, la joven frunció el ceño, advirtiéndole
que daría la misma respuesta.
—Me voy también —concedió.
Katherine lo miró con dudosa, la seriedad de su esposo le
indicaba que lo decía enserio, pero se quedó parada, esperando
que subiera primero para no tener duda alguna. Adam ya no tenía
paciencia para eso, tomó la cintura de su esposa y la subió a la
carroza con facilidad que pareció aterrarla, pero al mismo tiempo
volvió la cabeza con brusquedad y clavó sus ojos en él, esperando a
que subiera.
—Volveré cuantas veces sea necesario —advirtió.
—Maldición —murmuró, apoyando un pie en el escaloncito para
subir.
Katherine disimuló una sonrisa por su pequeña victoria, aun así,
lo peor no había llegado, tenía que hacerlo escuchar y lo peor, tenía
que hacer que creyera en ella.
16
Esta es la verdad
El camino fue lo más tortuoso que Katherine hubiera pasado en
su vida, no podía contener las emociones que sentía, era una
mezcla rara entre algún tipo de enojo contra el hombre que pensó lo
peor de ella y que ni siquiera lo había puesto en duda; una clara
vergüenza por que lo hubiera pensado, también estaba atemorizada
de que no la entendiera y nerviosa por tenerlo que hablar.
Prácticamente quería llorar y la impenetrable cara de su esposo no
le daba mejores esperanzas, estaba claramente molesto, no la
miraba, sus cejas estaban muy juntas mostrando una férrea
frustración y su quijada se mantenía con ese tic que de alguna
forma lo controlaba, estaba sentado con una postura intimidante y
severa.
Llegaron a la casa, donde la madre de Adam la esperaba
despierta y sentada en la salita donde solía tomar el té con Emilia su
hija. Katherine pasó de largo la mirada de reproche que el
mayordomo le asestó y fue directamente con su suegra, que no
estaba más contenta.
—No puedo creer lo que has hecho —recriminó la dama—.
Estuvo fuera de lugar, de clase y educación. No creo que tus padres
te enseñaran ese comportamiento.
—No Lady Wellington.
—Madre —habló Adam—, me iré a dormir.
Esperaron a que el duque saliera de la habitación, Katherine
seguía en su misma posición, con las manos entrelazadas en frente
de ella, la mirada gacha y una pequeña mueca de arrepentimiento.
—Jovencita —la llamó—. Ahora podrás dime con libertad como
es ese lugar.
Katherine levantó la mirada descolocada ¿Había oído bien?
—¿Qué dijo? —preguntó sin creérselo.
—Linda, ¿crees que esto me hace enojar? —sonrío e hizo un
ademan con la mano restándole importancia— Te espere levantada
porque quiero detalles.
Katherine sonrío y negó varias veces.
—Usted es toda una calamidad duquesa.
—Oh me estoy haciendo grande… así que necesito vivir de las
aventuras de otros.
Katherine repentinamente bajó la mirada, avergonzada. Recordó
todo lo que se decía de ella y los probables chismes que abundaban
en la capital no serían agradables para esa honorifica mujer que
tenía sentada en frente.
—Con respecto a lo que se dice… —comenzó azorada.
—Yo no tengo por qué saberlo querida —le tocó las manos—,
son chismes de la gente, con el que debes hablar es alguien más.
Katherine agradeció el hecho de tener a esa mujer como suegra,
ella le mostraba siempre una sonrisa ante sus impertinencias, como
si le rememoraran algo que había extraviado. Después de su plática
con su suegra, entró a su habitación, donde Margaret la esperaba
pacientemente para colocarle su camisón, puesto que la había
seleccionado como doncella personal para salvarla de un seguro
despido y porque en verdad era en la única persona en la que
confiaba dentro de la servidumbre de la casa.
Cuando la doncella hubo terminado y la dejase en soledad, fue
momento en el que entró en una crisis nerviosa y bailoteaba por la
habitación. No se decidía, ¿Debía esperarse hasta mañana? ¿Debía
posponer un asunto tan importante?
No, no debía, ahora que sabía dónde se encontraba su esposo,
tenía que confrontarlo, porque en cuanto llegara la mañana, Adam
desaparecería con la única razón de no verle la cara a ella, tenía
que ser esa noche. Tomó aire, inundándose de valor y fue directa a
esa puerta por la que una vez vio salir a su marido, para jamás
entrar nuevamente. ¿Debía tocar? Se preguntó con paranoia, sus
piernas y manos temblaban a la espera de lo que haría. Intento
controlarse. No tocaría, simplemente se introduciría, esa era su
mejor opción, porque cabía la posibilidad de qué si tocaba, su
marido podría echarla.
La recamara estaba en silencio, pero Adam no estaba dormido,
estaba recostado en su cama, con la chimenea encendida para
proporcionarle calor y una vela en su mesa de noche para poder
leer el libro que le ocultaba la cara. Aún no había notado su
intromisión, pero Katherine si era consiente de él, de su torso
descubierto, de sus fuertes brazos y de su varonil aroma.
—Adam —llamó susurrante, pero ante aquel silencio, su voz
pareció hacer eco entre las paredes.
El duque, un poco descolocado, se sentó en la cama
rápidamente, enfocando a su esposa parada en medio de su
habitación. Admiró rápidamente su pequeña figura que se mostraba
intimidada ante él, estaba cubierta por un fino camisón de seda, con
un escote que su bata intentaba cubrir. Su cabello rojizo estaba
trenzado y le caía holgado en su hombro, alzándose ante lo orondo
de su seno.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó con dureza al
percatarse que se había distraído.
—Quiero hablar contigo.
Adam levantó la ceja sin poder creérselo.
—Es tarde.
—Tengo tiempo —contesto con rapidez sin vencida ante la
negativa.
—El problema es que yo no —se volvió a acostar y regresó su
mirada al libro.
—Puedes continuar leyendo tu bendito libro —dijo enojada—.
Pero te hablare, aunque no me quieras poner atención.
Adam no bajó el libro y Katherine continúo al no ser echada.
—Por lo menos me defenderé ante ti —dijo orgullosa, intentando
llamarle la atención. Nada, en realidad parecía que ella se hubiera
ido, porque el hombre no se movía y continuaba oculto detrás de su
ejemplar—. Bien, el día de la boda… yo no entendí a qué te referías
con falta de pureza, podrás pensar lo que quieras, pero soy inocente
en el aspecto marital.
Adam la miró con furia, evidentemente creyendo mentira lo que le
decía. Pero para Katherine ya había sido una ganancia que sus ojos
la enfocaran a ella en lugar de al libro.
—No negué nada —continuó la joven más esperanzada al notar
que siempre le restó atención—, porque si me considero impura,
pero no por mi falta de “castidad” como ustedes le llaman, yo…
La joven no había podido seguir, su cuerpo temblaba y sus
palabras se atoraban en su garganta sin poder evitarlo.
—¿Qué? —la incitó a continuar.
—¡Fui profanada!
—¿Cómo dices? —Adam se recostó con seriedad en la cabecera
de la cama, con la mirada fija en ella
—Fue en una fiesta, ni siquiera recuerdo cual, yo… desperté
temprano, no había tenido buena noche, me sentía observada todo
el tiempo hasta que llegaron mis primas, así que… cuando desperté,
fui a las caballerizas, quería montar, pero… —el temblor de
Katherine había aumentado y sus lágrimas resbalaban lentas y
silenciosas por sus mejillas— él me estaba esperando ahí, dijo que
me había vigilado en la noche mientras dormía… él me forzó ahí
mismo, como si fuera yo menos que un trapo viejo. Quería hacerme
entender mi posición inferior, mi posición de mujer.
Katherine calló por un momento, como si pensara que la
discusión no tenía sentido y se viera tentada a salir corriendo de la
habitación, pero entonces Adam la abrazó, ella ni siquiera se dio
cuenta que se había puesto en pie e incluso había colocado una
bata cuando de pronto ya estaba entre sus brazos, donde se sintió
acogida y protegida.
—Jamás se detuvo Adam —lloró en su hombro—, me golpeó
hasta que me dejó casi inconsciente, seguía diciendo… que debía
darme una lección, él…
—No digas más, jamás querré que te sientas menos mujer, ni
siquiera menos que yo —la apartó de sí.
—William me dijo que te lo dijera —negó Katherine—, pero no
quería que me vieras como una tonta que cayó en esa trampa, que
fue sobajada por un hombre. Pero el día de la boda… en nuestra
noche de bodas… no pude, me asusté, pero jamás permití que
llegara hasta donde tú piensas, él nuca…
—No digas más. Y jamás vuelvas a decir que eres tonta, no lo
eres —le limpió las lágrimas—, debiste decirme, eso solo lo hace un
cobarde que se sintió amenazado por ti.
—¿Me crees? —lo miró suplicante al ver su mutismo— Hice jurar
a todos que jamás lo contarían, incluso a lord Seymour, lo hice a
pesar de que me casaría y sabía que había desarrollado una fobia a
los hombres, creí que lo superaría… en serio siento que todos
hablen de ello y que tu familia se vea en la boca de todos.
Adam recordó las palabras de James, ahora parecían tener tanto
sentido, la abrazó con fuerza para callar sus disculpas las cuales no
tenía ni siquiera que decir.
—Perdóname Katherine, no te di oportunidad de hablar aquella
noche.
—¡¿Me crees?! —repitió con nerviosismo tomando las solapas de
su bata.
Adam la separo de él y la miró a los ojos. Sus azuladas
profundidades mostraban esperanza de que su discurso hubiera
llegado a su razonamiento, sus labios carnosos y rojizos estaban
apretados en una fina línea de contención, su cuerpo temblaba
como si en cualquier momento fuera a desplomarse y las lágrimas
habían dejado un rastro sobre sus mejillas.
—Puede hablar con lord Seymour, le dirá lo mismo que yo.
—Te creo —dijo al fin, mientras limpiaba tiernamente las lágrimas
que resbalaban por sus mejillas—, lo siento, me sentí engañado,
pensé que… fui un idiota, ni siquiera pregunté, di por hecho las
cosas por tus actitudes.
Un escalofrió de alivio recorrió el cuerpo de la joven, apretó las
ropas de su esposo aun entre sus manos y recostó la cabeza su
pecho. Adam sin saber que más hacer, la abrazó con cuidado,
esperando no asustarla, porque con seguridad podía decir que
estaba aterrada.
—Te creo —le repitió mientras acariciaba su cabello rojizo—, solo
tengo una pregunta: ¿Quién fue?
Ella bajó la mirada.
—Una vez me salvaste de él.
—Gibbs —dijo con molestia.
—Sí —se estremeció al oír su nombre—, pero ya no está aquí, mi
pobre prima tuvo que dispararle para quitármelo de encima y…
digamos que acertó muy bien en su tiro.
Katherine levantó la cabeza para mirarlo y se sonrojó
repentinamente darse cuenta que estaba en bata, aunque tenía un
pantalón de pijama, era suficiente para avergonzarla.
—¿Estas bien?
—Sí —dijo en medio de la ensoñación—, creo… que será mejor
que me vaya.
—¿Quieres irte? —Katherine lo miró nuevamente ¿Quería? —, ni
siquiera puedes mantenerte.
—Puedo —afirmó.
—Sé que puedes, pero déjame ayudarte. ¿Sabes?, he aprendido
que la fortaleza no es hacerlo todo solo, también se le llama
fortaleza cuando se acepta que necesitas ayuda.
—¿Eres alguna clase de filosofo? —se burló para borrar su
asombro.
Adam curveo los labios.
—Lo tengo en mi lista de quehaceres —aceptó la burla.
Katherine no puso replica cuando le pasó un brazo por debajo de
las rodillas, alzándola contra su pecho, no podía decir que estaba
enteramente cómoda, pero extrañamente se dio cuenta de que la
hacía sentir protegida ¿Era posible? Adam caminó hasta su
recamara, guiado por el calor de la chimenea que Margaret había
acertado en encender y la dejó en la cama.
—Gracias.
Adam se inclinó y tocó con ternura el cabello de la joven, la miró
por unos minutos indescifrables, para después, con algo resuelto en
su interior, de lo cual Kate no tenía conocimiento, se inclinó y besó
su frente, quedándose varios minutos en el lugar, esperando oler
cada cabello y sentir cada poro de su piel. Katherine miró
consternada como caminaba hacia aquella puerta por donde alguna
vez salió furioso y se acomodó sobre su cama. Adam le creía, pero,
¿Eso que cambiaba? ¿Qué debía esperar de ahora en adelante? Se
mantuvo dándole vueltas al asunto hasta que se quedó
profundamente dormida. O eso creía…
Lo veía, nuevamente estaba acorralada entre sus brazos, sentía
sus abruptas caricias y tenía esos ojos sobre ella, la miraba con algo
abominable dentro del iris. Esta vez estaba sola, nadie la ayudaría,
no tenía voz para gritar o fuerzas para luchar. Se estaba dando por
vencida, pero esa mujer no era ella, no podía ser ella, porque ella
era fuerte ¿Cierto? Siempre lo había dicho, era valiente, pero ahora,
frente aquel hombre, a sus carisias e insultos se sentía tan pequeña
y desolada, quería ayuda, por primera vez la imploraba
desesperada.
—¡Katherine!
Pero el hombre no paraba, incluso comenzó a suplicarle a él,
pero no funcionaba, la mirada de decisión y lascivia estaba inscrita
en todo su rostro, sabia, que ya no tenía salida.
—¡Despierta!
Katherine abrió los ojos acompañado de un pequeño grito de
sorpresa, tragó saliva con un abrupto sonido y tardo en darse cuenta
donde estaba, por un momento se sintió perdida. Pero los ojos
verdes que la miraban no eran los de ese hombre, esos eran mucho
más cálidos, le infundían serenidad y el rastro de preocupación en
ellos la reconfortó lo suficiente como para lanzarse a sus brazos,
esta vez sabía que era él, no imaginó que era Annabella o Marinett.
Era Adam, era consciente de eso, tato como lo era de los brazos
que la rodearon.
—Tranquila —le susurró— estoy aquí.
Después de un rato en el que se logró controlar, Katherine se
separó y limpió ella misma esas lagrimas que no dejaban de salir.
Sonrió avergonzada por haberlo levantado y bajó la mirada.
—Parece que recordaste muchas cosas.
—Eso parece.
Permanecieron en un silencio que distaba de ser incomodo, más
bien, era como si por primera vez se comprendieran un poco.
—¿Estas mejor?
—Sí.
—Cualquier cosa, me puedes llamar —le tocó la mejilla con
suavidad, disponiéndose a ir a su habitación.
—¡Espera! —le tomó la mano sin entender por qué.
La acción se había formado tan rápido como se desvaneció. Kate
prácticamente aventó la mano casi como si le hubiera quemado.
—¿Qué sucede?
—No sé… —¿Por qué la habrían creado tan impulsiva y torpe?
levantó la mirada avergonzada, tenerlo cerca le proporcionaba una
tranquilidad que no le brindaba nadie—Supongo que quiero que te
quedes.
—¿Estás segura?
—Sí.
Adam se quedó de pie, solo observando su rostro, Katherine
sabía que la estaba analizando, como tantas otras veces había
hecho, intentaba descubrir que tan en sus cabales estaba al hacerle
esa petición.
—¿Puedo? —señaló la cama.
La joven asintió varias veces y se alejó de ese lado para que él
pudiera recostarse. Katherine tenía una sensación de adrenalina,
estaba nerviosa, nunca había dormido con un hombre que no fuera
su hermano o su padre. Tener a Adam era toda una nueva
experiencia, y eso le encantaba, se tranquilizó al notar que él no
hacia ningún intento por tocarla o acercarse a ella, se cubrió con las
mantas y se acomodó tranquila, de alguna manera evitando la
vergüenza por hacerle tal proposición.
Adam por su parte, permaneció unos minutos mirando hacia el
techo, estaba conmocionado por lo que escuchó de los labios de su
esposa, no podía asegurar que fuera verdad, pero algo en su
semblante le hacía pensar lo contrario. Recordó como ella le había
recomendado visitar a James, estaba tan segura de que decía la
verdad, que lo mandaba a cuestionar a uno de sus mejores amigos.
Soltó un suspiro y giró para colocarse de costado y poder ver la cara
durmiente de Katherine.
La admiró embelesado por un tiempo indeterminado, ¿Cómo era
posible que alguien que parecía tan frágil, fuera tan fuerte? Adam
sentía unas fuertes ganas de mantenerla segura, aunque sabía que
su esposa no tenía nada que ver con esas damas que ni siquiera
sabían ponerse sus propios zapatos, Katherine le había demostrado
que era capaz de tener miedo, pero no de pedir ayuda, creía que
era competente de hacerlo todo por su cuenta y en eso eran iguales.
Alargó una mano para tocarle una blanca y suave mejilla y
colocar un mechón de cabello detrás de su oreja. Calculó que no
podría hacer nada a menos que ella lo permitiera y para que eso
sucediera, tendría que esperar sentado. La única razón por la que lo
había contado era precisamente porque se sintió herida en su
orgullo, que era la forma perfecta para manipularla. “Me defenderé”
había mencionado en su discurso. Y Adam pudo asegurar que lo
haría siempre.
Katherine comenzó a tener conciencia poco a poco,
desemperezándose de sus sueños y sumiéndose en la realidad de
sus pensamientos, continuaba con los ojos cerrados, no deseaba
levantarse aún, raro en ella quién solía levantarse con el alba, esa
vez, se sentía tan cómoda que desechó la idea por un segundo,
pero al final la luz del sol sobre su cara no le permitía hacer otra
cosa más que abrir sus ojos y se acomodó sobre la almohada,
queriendo caer ante el sueño, pero entonces su almohada suspiró
¿Su almohada qué?, abrió los ojos totalmente desconcertada, se dio
cuenta de que su magnífica almohada no era otra cosa que Adam
¡Tenía que quitarse de ahí sin que se diera cuenta!
Con un poco de miedo por darse cuenta de que ella era la que lo
estaba incordiando, porque era ella quién lo abrazaba, Kathe podía
jurar que se mantenía en la misma posición que cuando se acostó.
Movió la cabeza lentamente hacia arriba esperando que estuviera
dormido y parecía estar todo a su favor porque parecía ser que así
era, sonrió, tenía que hacer movimientos pausados para no
despertarlo. Lentamente levantó el brazo con el que lo mantenía
abrazado y después movió la cabeza de su pecho, estaba a punto
de rodar hacia un lado cuando de pronto el brazo de Adam la pegó
nuevamente a él.
—Demonios… —susurró la pelirroja, aunque al menos ahora no
parecía su culpa.
—Hubiera sido más rápido que simplemente giraras —dijo la voz
completamente desperezada de su esposo.
Katherine levantó la cabeza a una velocidad impresionante,
encontrándose con la sonrisa de Adam en los labios ¡No estaba
dormido! ¡Probablemente no lo estaba hace horas! La joven frunció
el ceño y se alejó de él, sentándose sobre la cama.
—Si sabías que me quería quitar, porque no simplemente me
dejaste —se cruzó de brazos volteando la cara de vergüenza.
—Fue divertido ver tu agonía —sonrió el hombre.
Katherine, aunque momentáneamente embelesada por la sonrisa
que jamás había visto, supo reaccionar con rapidez al insulto, le
lanzó la almohada en la que había dormido, o más bien en la que se
había acostado por lo menos dos minutos. Adam se rio ante la
respuesta de su esposa y le regresó la almohada para que la tomara
con facilidad.
—Inténtalo de nuevo —la picó—. Esta vez intenta darme.
Katherine enrojeció de rabia, pero no logró desquitarse porque su
esposo ya se alejaba en dirección a su habitación. No sabía que
tenía que hacer ahora, parecía que todo estaba resuelto ¿Eso
cambiaba algo de su estancia en la casa? ¿La dejaría ver a su
familia ahora?
—¿No piensas llamar para que te ayuden a cambiarte? —
cuestionó desde la otra habitación.
Katherine abrió los ojos en sorpresa, sonrió y rápidamente llamó
a Margaret para que la ayudara a colocarse algún vestido adecuado
para bajar. Salió de la habitación al tiempo que Adam lo hacía, lo
miró sin saber cómo reaccionar ¿Debía seguir esperando a que él
hiciera algo o simplemente seguir con su camino?, como no se le
daba muy bien la paciencia, decidió hacer como si no estuviera ahí y
bajar sola como siempre lo hacía desde que llegó.
Estaba a punto de pasar de él cuando sintió como una mano se
posaba en su abdomen, deteniendo su caminar.
—Espero que dejes que te acompañe —la giró hacia él—. A
menos que sigas molesta por lo de en la mañana.
Katherine se ruborizó al recordar la situación.
—¿De qué hablas?
Adam cerró los ojos y arqueó las cejas.
—Entonces, a tu ver, no nos hemos visto hasta este momento ¿o
me equivoco?
—No te equivocas, pero me da gusto que despertaras de buenas
—sonrió—. Ahora tengo que desayunar, muero de hambre.
La mano de Adam la volvió a detener en su lugar.
—Si ese es el caso, espero un saludo más cordial para un
esposo.
—¿Desea que me incline ante usted o algo parecido? —levantó
la ceja.
—Un beso también serviría.
—Mejor me inclino —rechazó la invitación.
Antes de que Kate reaccionara, Adam se había adueñado de sus
labrios, uniéndolos en una suave y lenta caricia, él entorno su
cintura con las manos y la pegó a sí ¿Era posible que la actitud de
un hombre cambiara con esa rapidez? Adam cortó el beso
lentamente, dando después pequeños roces hasta que por fin se
alejó de ella.
—Entonces, ya que nos vemos por primera vez, buenos días.
Ella sonrió y asintió.
—Buenos días.
Ella bajó la cabeza y suspiró.
—Te agradezco lo de anoche, sobre todo por escuchar lo que
tenía que decir.
—Debí poner más atención, lamento haberlo postergado hasta
ahora.
—¿Queda olvidado?
—Por favor, tan solo… iniciemos de nuevo.
—De acuerdo.
—¿Vamos a desayunar?
Ella asintió con una sonrisa deslumbrante y lo siguió por el pasillo
hacía el comedor, al menos las cosas parecían haberse arreglado
en el sentido en el que su esposo no pensaba que era una mujer sin
pureza que se había metido en la cama de alguien en la primera
oportunidad.
17
El palco de la reina
Una semana después del altercado, las cosas comenzaron a
calmarse, aún estaba el hecho de que el matrimonio no se había
consumado y como su madre se placía en recordarle en cada carta
que le mandaba, ella no estaba segura ahí hasta haber formalizado
ese matrimonio.
Era verdad que las cosas habían cambiado, Adam era dulce con
ella cuando estaban a solas, algunas noches él simplemente llegaba
a sus cámaras para dormir abrazado a ella provocando que las
pesadillas de Kate se hicieran casi nulas, incluso, Adam se había
creado la agradable costumbre de despedirse o saludarla con un
beso y aunque jamás le había exigido nada, Katherine no era tonta,
sabía que pensaba igual que su madre, aun así, no se sentía lista
¿Pero cuando lo estaría?
En todo caso, Katherine había regresado a su vigor normal, salía
a montar a caballo acompañada de su esposo para no perderse,
leía, tocaba el violín y dibujaba, estaba feliz.
—Señora —la llamó uno de los mayordomos—, la llama el duque
a su despacho.
Kate se puso en pie a pesar de los berreos por parte de Liam y
Clarisa, a quienes ayudaba a armar una travesura, las cuales
habían aumentado agravantemente desde la llegada de Katherine o
al menos eso le decía muy enojada la hermana menor de Adam,
Emilia. La cual parecía reticente a aceptarla en su casa.
—¿Dijo que desea?
—No excelencia —Kathe arrugó el entrecejo, ese hombre era de
los pocos que la seguían desobedeciendo en su deseo de no ser
llamada así.
Se sumergieron entre los grandes pasillos del lugar, los cuales
Kathe no se molestó en memorizar, jamás la dejaban ir sola a
ninguna parte, según decían, era para que no se hiciera daño, pero
ella podía asegurar que temían que se escapara o causara alguna
catástrofe, por lo cual era totalmente razonable el esfuerzo que
ponían al mantenerla vigilada.
—¿Me llamaste? —entró en el despacho sin anunciación.
—Sí —contestó monótonamente, enfocado en sus papeles.
—¿Y bien? —le exigió desesperada al notar que no decía nada.
—Iremos a la opera esta noche —dijo aun sin mirarla— espero
no tener replicas.
—No es como si fuera una tortura —rodó los ojos, en realidad, le
gustaba mucho la ópera y hacia un tiempo que la temporada había
dado inicio.
—Oh si lo será. Te presentaras por primera vez, así que, si te
sentiste intimidada ante unos cuantos varones y marqueses en la
boda, hoy lo estarás más.
Y así eran las cosas. Adam podía ser el hombre más tierno en la
habitación, pero fuera de ahí se mostraba tal y como su apodo
decía, como el hombre de hierro.
—No es fácil intimidarme —rodó los ojos— ¿Quién crees que
estará? ¿La reina?
—Bastante certera tu deducción pregunta cariño —dijo sarcástico
—. Es precisamente a quien me refería.
—¡Vaya! Una corte inglesa y una duquesa francesa —sonrió de
lado—. No sé qué saldrá de esa rivalidad.
Adam la miró con detenimiento.
—Te lo advierto Katherine, es imperativo que no cometas locuras.
—Ellos sabían a lo que se enfrentaban al entregarme a ti en
matrimonio —levantó los brazos—. No me pueden pedir que sea
diferente.
—No te has entregado a mí en todo caso, así que el trato no se
ha cumplido.
Kathe dio un paso atrás y lo miró herida. Pensaba que la
comprendía, ¡pero que tonta fue! Solo esperaba la forma correcta
para meterla en su cama y hacerla su mujer, en realidad no le
importaba todo lo que le había contado, cerró los ojos ¡Que
estúpida, estúpida fue!
—Katherine yo no…
—¡No! Tiene usted razón —lo miró con rabia—. Puede venir a la
habitación y cumplir con lo que lo atormenta, le prometo que no me
moveré o rechistaré de nada.
—No era mi intención…
—Pero lo piensas, sino lo hicieras, no lo dirías.
Adam cerró la boca, no había deseado lastimarla, pero era algo
en lo que se debía pensar, no era como si pudieran llegar frente a la
reina sin ser marido y mujer, lo que se buscaba era la amnistía de
los países, pero si ni siquiera una pareja se podía compenetrar,
mucho menos dos potencias.
—Es verdad que pienso en que se debe consumar el matrimonio
—dijo con seguridad—, creo que piensas lo mismo.
—Me lo han hecho saber —escupió las palabras.
—Es importante —se levantó de su asiento y se acercó a ella,
pero no lo suficiente como para invadir su espacio personal—, te
estoy permitiendo que se acostumbres a mi casa, y a mi persona.
Pero tienes que ser consciente que va a suceder.
—Preferiblemente antes de que partamos —dijo con una mueca.
Adam la miró extrañado ¿Cómo sabia esa información? No le
había mencionado nunca que se irían.
—Todo el mundo comenta lo divertido que será ver a la francesita
rebelde en la corte, no hace falta ser muy listo para deducir a lo que
se refieren.
—Es verdad —asintió—. Todo se complicaría si llegamos a la
corte y seguimos en la misma condición, la gente habla, sobre todo
en la corte, tendremos que callarlos con hechos.
—¡Esta bien! —se avergonzó de pronto al tener que hablar tan
deliberadamente de un tema que le era tan bochornoso.
—Katherine ¿Puedes escucharme?
Adam soltó una carcajada por primera vez al ver que Katherine
literalmente se tapaba los oídos como su hermano Liam y
comenzaba a hablar burucas para no escuchar lo que le decían.
—¿Qué haces? —dijo entre risas persistentes.
—No te oigo —dijo con los oídos tapados y gritando.
En ese momento la duquesa viuda llegó a la estancia, abriendo la
puerta imperativamente para lograr introducirse en el interior. Miró a
la pareja sorprendida como si no entendiera el contexto.
—¿Madre? ¿Qué sucede?
—Pensé… Por Dios, juro que escuche la risa de mi Edward —se
tocó el pecho.
La mujer se veía tan contrariada que Kate se destapo los oídos y
caminó hacia ella.
—Era Adam —la miró extrañada.
—¿Adam? —Lana despegó los ojos de su nuera para enfocarlos
en su hijo quien regresaba a su estado impenetrable y se sentaba
en la silla del escritorio.
—¿Debo entender que Adam no ríe nunca? —se asombró
mirando divertida a su marido.
—Al menos no muy seguido.
La duquesa parecía más extrañada que la misma Kathe, la joven
se dio cuenta que había logrado sacarle una risa al hombre de
hierro ¡Punto para Kathe! Adam regresó una mirada fría hacia su
esposa al saber lo que estaría pensando.
—Muy bien ustedes dos, hagan favor de salir ahora.
—¿Corres a tu madre?
—¿Y a tu esposa? —se incluyó con una contención de
carcajada.
—Katherine —la advirtió Adam.
—De todas formas, tenemos que ver que nos vamos a poner
para la ópera —lo ignoró la joven— ¿Gusta acompañarme
duquesa?
—Lana niña, Lana —la corrigió mientras salían del despacho.
****
Margaret estaba terminando de peinar a Katherine cuando la
puerta que comunicaba ambas habitaciones se abrió, dibujando la
silueta de su marido que ya estaba completamente cambiado,
haciendo gala de su prefecta figura enfundado en un elegante traje.
—¿Estás lista? —se acercó a ella mientras que la doncella se
alejaba respetuosa.
—Sí, sí tan solo pudiera respirar —se quejó tocando su apretado
vientre, que gracias al corsee se veía increíblemente delgado en
aquel vestido color champagne.
—Te vez hermosa.
Katherine levantó la ceja juzgándolo por loco al propiciarle un
halago.
—¿Es tu forma de disculparte por lo de la tarde?
—No —respondió—, es simple admiración, pero, espero que esto
sí.
Buscó entre en los bolsillos de su saco una pequeña cajita y la
abrió para ella, mostrándole un hermoso anillo.
—Es demasiado por una disculpa —Kathe arqueó una ceja.
—No solo es la disculpa —le tomó la mano izquierda,
comenzando a deslizar el anillo en su dedo anular—. Me di cuenta
que no te di anillo de compromiso.
Katherine admiró la argolla que ahora se posaba junto al de su
matrimonio. El diseño era de un gusto impecable, con un zafiro de
tamaño considerable que se rodeaba por muchos diamantes y oro
blanco, al igual que sus anillos de boda, el cual Adam portaba esa
noche también.
—No sé qué decir.
Adam sonrió, le tomó la mejilla y propició un beso tan
apasionante que Katherine suspiró y lo abrazó, pudieron ser horas
en las que se habían enfrascado en ese beso, pero más pronto de lo
que hubiera deseado, Adam se separó, dejando a Katherine inquieta
y quizá un poco frustrada, solo se contuvo de rechistar al ver a su
suegra parada en la puerta, con una sonrisa celestial y los brazos
cruzados.
—Me parece que están ocupados —dijo maliciosa— ¿Les
importaría dejarlo para después?, la opera comienza a las ocho.
—Madre, por favor —Adam aún sostenía la cintura de su esposa.
Katherine sonrió sonrojada y fue la primera en caminar hacia la
salida, todo bajo la atenta y picara mirada de la duquesa viuda,
quién no la dejó tranquila mientras pudo verla.
—El anillo de la familia —dijo entonces la madre—. Creí que no
se lo darías.
—Es mi esposa ¿no? —se arregló el corbatín.
—Habías jurado que solo darías ese anillo a alguien que amaras.
—Era muy ingenuo en ese entonces, ese anillo pertenece a la
esposa del duque de Wellington, no veo por qué negarle ese
derecho.
Con eso dicho, Adam escoltó su madre hasta la carroza que
rápidamente tomó camino hacia el teatro, Kate comenzó a sentir los
nervios que antes no tenía, en realidad, conocer a la reina era más
intimidante de lo que pensó, no recordaba ninguna de las clases de
modales que su abuela le había hecho tomar, ahora se arrepentía
sobremanera.
«Tal vez no hables con ella» se dijo para tranquilizarse «¿Si
cometo alguna equivocación me cortaran la cabeza?» negó varias
veces sacudiendo su peinado, era absurdo, ¡Degollada por decir
una tontería!, eso no era posible ¿O sí?
—Tranquila —Adam le tomó las manos.
—Estoy tranquila —aseguró.
—Claro y el tamborileo de tu pie es de lo más normal.
—Soy hiperactiva —se defendió.
—Y nerviosa —agregó, ganándose la mirada furibunda de su
esposa.
Si Katherine pensaba replicar, lo olvidó cuando la carroza se
detuvo repentinamente haciéndola salir disparada hacia el frente, de
no ser porque Adam la detuvo, estaría experimentando un feo dolor
de cabeza. El duque se cercioró si su esposa se encontraba bien y
miró por la ventanilla, dándose cuenta que había pasado lo mismo
con las carrozas de adelante, sonrió al escuchar la queja de parte
de la pelirroja pero después del susto pareció soltarse a reír. Adam
descendió primero para ayudarla a bajar y escoltarla al interior del
hermoso lugar, notando la ausencia de la usual valentía de su
esposa, colocó su mano sobre la de ella, relajándola en seguida.
—No te preocupes.
—Tu no entiendes —dijo en un susto—, mi impertinencia sale
como mi habla, no tiene límites ni control.
—Eso lo sé, créeme.
—Entonces no entiendo a qué viene tu calma.
El se inclinó de hombros con una mueca despreocupada.
—Qué más da.
—Eso dices ahora.
Llegaron a uno de los palcos especiales para las personas
prestigiosas, como lo eran ellos, no era como si Kate jamás hubiera
tenido un lugar preferencial en alguna parte, pero se sentía
diferente, quizá fuera porque su palco en específico recibía una
especial atención por parte de los espectadores del día, normal si se
tomaban en cuenta los múltiples chismes alrededor de los duques
de Wellington.
Se encontraba un poco inquieta, las miradas amenazantes
recaían sobre ella a cada segundo y se negaba a pensar que era
solo porque se había casado con un poderoso duque, sino por su
nacionalidad, los ingleses y los franceses jamás se habían llevado
bien. Sintió de pronto como le tomaban la mano, miró unos
momentos el enlace que su marido había formulado entre ellos, al
entornar los ojos hacia la cara de Adam, se dio cuenta de que tenía
la vista enfocada en el escenario, una caricia que nadie notaria más
que ellos dos. Katherine sonrió y apretó la mano, viendo el
escenario con la misma altivez que él mientras las notas se
elevaban petulantes hasta los oídos de los espectadores, los
cantantes alzaban la voz, entonados en una misma sintonía, dando
como resultado una obra tan majestuosa que provocaban llanto o
estremecimiento en la joven duquesa de Wellington.
Antes de lo que hubiera deseado todo había terminado, Adam la
había tomado de la cintura para incitarla a pararse y posteriormente
dirigirse al salón donde los nobles se juntaban a hablar y disfrutar de
una placida velada serena y sofisticada. Caminaron en medio de las
miradas perspicaces, Adam andaba por el lugar como si fuera su
dueño, no se paró ni un segundo a saludar a nadie, pese a que
hubo varios intentos, Katherine aún no comprendía el importante
papel que su esposo desempeñaba en Londres.
—Pero si es Adam Wellington —dijo una voz a sus espaldas—.
El magnífico e inalcanzable hombre de hierro.
Una beldad de Londres había llegado ante sus ojos, una chica
rubia con ojos azul intenso, su vestido le era favorable y se ganaba
más de una mirada al apretarle de una forma escandalosa los
senos. Katherine reprimió su mueca, Giorgiana era muy exigente
con temas de moda y gracias a ella, Kathe sabía diferenciar de un
buen gusto a uno pésimo.
—Lady Müller —se inclinó Adam.
—¡Vaya! —exclamó con una risotada—, resulta que ahora soy
lady Müller, recuerdo que me llamabas Beca anteriormente ¿Qué ha
sucedido?
Katherine no era idiota como para no comprender lo que sucedía
y parecía que la mujer quería ser lo suficientemente obvia para que
a ella no se le escapara.
—Mi esposa —introdujo Adam seriamente— Katherine
Collingwood.
—Querida, pero que mona eres —sonrió, mostrando sus blancos
dientes—, supongo que Adam ya te ha contado de mí.
—Para nada Lady Müller, pero supongo que se le habrá pasado
al tener cosas importantes que decirme.
La mirada azulada de la rubia se endulzó con la grata bienvenida
de un reto.
—Nosotros solíamos pasar mucho tiempo juntos, nos divertíamos
machismo.
—Me imagino que si —dijo sarcástica.
La mujer sonrió y miró a al hombre presente en la disputa.
—Solo veía a avisarte Adam —acentuó su nombre—, que la
reina te busca.
—Bien, tenemos que irnos Katherine —sintió como la posesiva
mano de Adam instalaba en su talle— te presentaré ante la reina.
—Está bien —sonrió y miró a Lady Müller—, un placer conocerla.
Se detuvieron otras tres veces a conversar con varias personas,
Kathe no dejaba de percatarse que la fama que su marido tenía no
solo era por ser el hombre de hierro, sino que entre las mujeres era
bastante popular, insinuándosele de forma descarada aún ante ella,
pero lo peor aún estaba por venir.
—Este es el palco de la reina, seguro estará lleno con sus damas
de compañía.
—¿Debo entender que son parte de tus muchas conquistas? —
estaba un poco harta.
Adam la miró sonriente.
—¿Estás celosa?
—Por supuesto que no, pero parece una competencia de
humillación hacía mí —dijo la joven—, cada vez que nos detenemos
se vuelven más descaradas.
—No tienen nada que ver conmigo Katherine.
—Claro, ellas lo hacen solo porque están locas —rodó los ojos.
Adam la detuvo cuando estuvieron frente a dos grandes puertas
dobles, la acercó a sí e inspeccionó su rostro que a lo largo del
camino se había descompuesto un poco.
—Estarás bien, lo has hecho perfectamente esta noche —le tocó
la mejilla—, recuerda que a la reina también le interesa la unión, no
viene solo de la parte francesa.
Katherine asintió y esperó a que las puertas de su majestad la
reina, fueran abiertas ante ellos. El palco de la realeza era
exuberante, fácilmente se deducía que dentro había personas
importantes, un mayordomo los llevó hasta la gran cortina rojiza que
caía hasta el suelo, ocultando a la persona del otro lado.
—Su majestad, piden audiencia los duques de Wellington.
—Háganlos pasar —se escuchó la voz diligente de la mujer que
llevaba a todo el país.
Katherine hubiera querido salir corriendo, pero Adam se había
puesto justo detrás de ella, adivinando los pensamientos de su
esposa y cercenando su plan a la mitad.
—Ven cariño —le dijo afectuosamente, estirando una mano que
ella tomó.
La reina era una figura imponente, tenía una mirada penetrante
que parecía atravesar el alma de quién se le parara enfrente, a
pesar de que era una mujer mayor, su garbosa figura no permitía
más que alabanzas hacia ella.
—Su majestad —se inclinó Adam y al mismo tiempo lo hizo
Katherine—, vengo a mostrar mis respetos y a presentar a la que
ahora es mi esposa, Katherine Collingwood.
—Lord Wellington —la voz de la reina era pausada y vehemente
—, me alegra verlos, a ambos. Lady Wellington, sépase bienvenida
en esta corte, espero que se sienta cómoda.
—Bastante su majestad, es un honor para mí conocerla.
La reina asintió.
—Espero en verdad que de esta unión sea beneficiosa para
ambos países que hemos logrado unir —la reina miró a la delgada
mujer frente a ella—, aunque espero que pronto piensen en
encargar, eso sería el sello en toda esta apuesta que hemos hecho.
Katherine se sonrojó poderosamente y bajó la mirada apenada.
—No deberías de apenarte querida —dijo la voz de alguien más,
llegando al lugar de repente—, es una petición aceptable dadas las
circunstancias.
—Una de mis damas de compañía —dijo la reina—, lady
Eleonora de la Fonteine, venida de Austria y esposa del marqués de
Arlongford, la recordará ¿cierto lord Wellington?
Era una mujer joven, quizá de treinta años, sus ojos oscuros se
acentuaron con una chispa despampanante al tener a Adam en su
presencia, parecían conocerse, la presentación de la reina iba más
dirigida hacía ella, lo comprendió casi en seguida.
—La recuerdo claramente su majestad —dijo el hombre con
vehemencia—, me alegra volverla a ver Lady Arlongford.
—¡Dios mío! —sonrió la mujer— ¿Desde cuándo tantas
formalidades?
Adam se aclaró la garganta y tomó la cintura de su esposa
disimuladamente para adelantarla ante la mirada de Eleonora.
—Espero que mandes mis respetos al marqués —dijo Adam— y
ya que se encuentra aquí, le presento a mi esposa, Katherine
Collingwood.
—Ah, la francesa —la miró despectiva—, he oído hablar de ella.
Era fácil percibir el cambio de entonación muy a pesar de que la
reina le recriminó el actuar con la mirada, la mujer lograba zafarse
del asunto con una sonrisa encantadora, no era la única dama de la
reina que la miraba de la misma forma.
—Espero su presencia en la corte en poco tiempo ¿cierto lord
Wellington? —retomó la reina.
—Por su puesto su majestad, estaremos encantados de ir. Según
tengo entendido, se ha hecho la citación para dentro de dos
semanas.
—Ah, ¿eso quiere decir entonces, que llevarás a tu esposa a la
corte Adam? —volvió a interrumpir Eleonora.
—Como he pedido —dijo la reina con dureza—, me alegrará
poder hablar contigo muchacha, tengo entendido que eres una joven
bien instruida.
—Gracias su majestad, espero no defraudarla.
—Dudo que lo hagas —dijo la imperiosa mujer, recibiendo una
nota de parte de su mayordomo, la leyó y los miró—: ha sido un
gusto conocerla lady Wellington y esperaré el momento de su
llegada. Pero me temo que tengo que disculparme, he de
marcharme ahora.
La pareja se inclinó y se dispuso a salir del palco, Katherine
dirigió una última mirada hacía las mujeres preferidas de la reina,
entre las cuales se encontraba lady Müller y la ahora conocida lady
Arlongford, quienes tenían una sonrisa falsa en sus labios al
momento de despedirse de ella. Estaba segura que cuando
estuvieran todas en la corte, sería lo mismo que estar en una batalla
campal, ellas habían declarado la guerra primero, Katherine solo
haría el honor de responderles.
Pero algo había quedado perfectamente claro en aquella visita al
teatro, los chismes acerca de su matrimonio habían llegado a oídos
de la reina quién dejó todo en claro al declarar tan ominosamente
que deseaba que ella encargara pronto, siendo mucho más
concisos, pedía que el matrimonio se consumara pronto.
¿Qué pensarían ahora del hombre de hierro? ¿Se burlarían de él
a pesar de que el hombre caminaba tan seguro y garboso a su
lado?
Era uno de los hombres más importantes de su país y no había
logrado hacer que una mujer le permitiera entrar a su lecho y lo que
era peor, todo el mundo parecía saberlo y, aunque no parecía ser un
especial problema para él a quién todos trataban con el máximo
respeto, ella por el contrario era recibida con gestos y malas formas,
tanto por hombres como mujeres, quienes no parecían comprender
por qué razón rechazaría a un hombre como lo era su esposo y al
que parecían conocer de pies a cabeza.
Quizá debería pensar nuevamente en intentar cumplir con su
esposo, como lo había dicho en el despacho aquel mismo día, era
algo necesario y que era mejor hacerlo antes de ir a la corte. Se
sintió nerviosa, pero era un hecho, no volvería a permitir que nadie
se burlara de ella como lo habían hecho todos esos ingleses en ese
día. Sí tantas mujeres desfilaban por sus ojos diciendo querer o
haber querido estar en los brazos de su marido, debía ser por algo,
quizá no fuera tan espantoso como su mente lo imaginaba.
18
Estoy segura
Habían llegado a casa temprano muy a pesar de la duquesa
viuda quién estaba bastante molesta por ello, pero Katherine le
había pedido a su marido que se marcharan porque simplemente no
soportaba más estar ahí, dibujando sonrisas falsas y mintiendo ante
la gente que ni siquiera hacía el mínimo de cortesía hacia ella
cuando su esposo no estaba presente.
—Has estado muy callada durante el camino.
—¿Tú crees? —le dijo sarcástica, subiendo las escaleras.
—Supongo que te habrán incordiado lo suficiente.
—No fue tan malo —mintió.
Cuando estuvieron en el tercer piso, se separaron para ir cada
quién a sus cámaras para colocarse un atuendo más cómodo para ir
a la cama. Katherine estuvo lista rápidamente gracias a Margaret y
esperó impaciente por toda una larga hora a que su esposo se
presentara en su recamara esa noche para acompañarla a dormir,
no era que lo hiciera siempre, pero en esa ocasión hubiera sido feliz
de que lo hiciera.
Estaba sentada en la cama, comprendiendo que Adam no iría
esa noche, pero no podía permitirse un día más en esa misma
situación que parecía ser fuente de burlas y torturas hacía su
persona. Inconscientemente se puso en pie con la vela en mano y
fue hacia la puerta que comunicaba con la habitación de su marido y
giró la perilla, sacando valor de donde no lo había, sabía que, si iba
a pasar algo entre ellos, tenía que ser ella quién diera el paso, Adam
le había dado esa prerrogativa hacía bastante tiempo.
La recamara del duque se encontraba en completa penumbra,
Katherine debía agradecer la luz de su pequeña vela, la cual la
dirigió efectivamente a la cama donde su esposo se encontraba
completamente dormido, dejó la vela en la mesa de noche de Adam
y permaneció de pie a su lado, observándolo dormir con su toso al
aire quitándole paz y haciendo que su confianza se viniera abajo y
deseara salir corriendo.
—¿Katherine? —la voz de su esposo sonaba más gruesa de lo
normal al estar recién levantado— ¿Qué sucede? ¿Tuviste una
pesadilla?
—No, estoy bien.
—Entonces ¿qué sucede?
—Yo… —se avergonzó—, Adam he pensado que…
—¿Segura que estás bien?
Katherine hizo de sus labios una fina línea, era más complicado
de lo que pensó en un inicio, no sabía cómo decirle a su esposo que
lo que quería era la consumación de su matrimonio. Pensó en
muchas formas en las que no se escuchara tan bochornoso, pero
cada segundo ahí parada le daba la resolución de qué quizá no se
necesitaran palabras.
Se sentó en el borde de la cama, pero en vez de que Adam
comprendiera algo, él simplemente se hizo a un lado, pensando que
quería dormir a su lado, Katherine podía gritar de desesperación,
pero no lo hizo, en cambio tomó la cara de su marido con ambas
manos y ante la ceja levantada de su marido, tomó sus labios.
Adam estaba sorprendido, su esposa era inexperta, pero sus
labios era una tentación que él jamás se imaginó, tomó el mando de
aquel beso y la envolvió con sus brazos, acercándola a él,
sorprendentemente, su esposa no se mostró conforme con ello y se
sentó a horcajadas sobre su regazo, permitiéndole pegarla por
completo a su cuerpo.
—Katherine —susurró Adam, apartándose de sus labios— ¿Qué
demonios haces?
Ella no tenía la valentía para responder, así que se inclinó y
volvió a tomar los labios de su esposo. Adam recorrió la espalda de
su esposa con vehemencia, provocándole un suspiro cuando lo
sintió besando su mandíbula… su cuello… y con un movimiento
rápido, la había recostado en la cama, quedando sobre ella, solo
siendo elevado por sus brazos para no abrumarla.
—¿Por qué lo haces? —la miró controlado—, sabes lo que estás
provocando.
Ella se impresionó de que se encontrara tan tranquilo cuando ella
sentía su corazón palpitando con rapidez y su respiración agitada.
—Porque es lo que se necesita —dijo azorada y con algo de
temor al reconocer esa posición que le había sido tan desagradable
en el pasado— ¿Adam?
Su esposo se había vuelto a recostar en la cama con un gruñido
molesto.
—¿Qué te hizo pensar que te querría de esta forma? —dijo
resentido— ¿crees que esperaba que te lanzaras a mis brazos
después de que toda la sociedad te incordiara con ello?
—Todo el mundo habla de ello —se sentó, atrayendo sus piernas
a su pecho.
—¿Y te importa demasiado?
—A ti sí.
—¿Desde cuándo sabes lo que pienso?
—Me lo dijiste en el despacho esta mañana —le recordó.
—¡Por Dios Katherine! —se sentó—, te dije que tuvieras presente
que tenía que ocurrir, nunca pensé en que te presionaras para
hacerlo, si fuera esa clase de hombre ya te habría obligado hace
mucho tiempo a cumplir.
—Puedes hacerlo ahora —dijo con una vocecilla entre sus
rodillas—, puedes consumar, cumpliré.
—No así, no cuando noto el miedo en tus ojos y yo no seré el
causante de ello —Katherine se quedó en silencio y él solo suspiró
—, vamos a dormir.
Adam la incitó a recostarse sobre él y cerró los ojos, sintiendo
como ella lo abrazaba lentamente, pegándose a su cuerpo. La joven
respiraba agitadamente pese a que sentía como su esposo se
relajaba poco a poco, pero se dio cuenta que no quería que se
relajara, quería que continuara.
—Adam.
—¿Mmm…?
—Quiero que continúes.
—¿Qué continúe con qué? —dijo adormilado.
Ella se apartó de su cuerpo y se sentó a su lado, mirándolo
fijamente.
—Quiero que continúes quitando miedos en mí —dijo segura—,
sé que te preocupas por mí, estás dispuesto a esperar a que esté
lista, no necesitas hacerlo más, quiero que seas tú quién quite este
miedo de mi persona, lo haces todos los días ¿por qué no hacerlo
con esto?
Adam suspiró y cerró los ojos.
—No te haré el amor si es solo por presión de la sociedad.
—No —se sonrojó—: hazlo porque en serio lo deseo y porque en
serio lo deseas.
—¿Por qué lloras?
—No lo sé —sonrió limpiando sus mejillas—, creo me da
vergüenza.
Adam sonrió y la abrazó, sintiendo el acelerado corazón de ella
pegado al suyo, no podía creer que al fin tendría a esa mujer entre
sus brazos. La apartó de sí y tomó su rostro entre sus manos,
mirándola detenidamente antes de comenzar a besarla,
recostándola lentamente sobre la cama.
—¿Estás segura? —le dijo besando su cuello—, puedo
detenerme en cuanto me lo pidas, no tienes que forzarte a nada.
—No te detengas —se sonrojó—, estoy segura.
Adam no lo volvió a preguntar, se recostó sobre el cuerpo de su
esposa y aprisionó sus labios en un beso desesperado y ansioso, la
deseaba tanto que apenas le era posible contenerse, pero deseaba
hacerla disfrutar, deseaba que todas aquellas imágenes que la
perturbaban se borraran por completo de su memoria y fueran solo
sus caricias las que recordara.
Fue ella quién quitó primero la camisa del pijama que Adam
portaba, necesitaba sentir su piel y el calor que irradiaba aún con la
ropa puesta, suspiró cuando tocó sus brazos fuertes y la rigurosidad
con la que se marcaba cada borde del cuerpo varonil que se cernía
sobre ella y no separaba los labios de su piel. Adam parecía experto
en hacerla expresar de las formas más vergonzosas que disfrutaba
de su toque, de sus labios y de su cuerpo, sintió unos repentinos
celos por todas aquellas mujeres que afirmaban haber estado entre
los brazos de su esposo, decidiendo que no era muy dada a
compartir, lo hizo dejar de besar su cuello y lo obligo a besarla,
queriéndose asegurar que fuera solo de ella, que solo a ella la
hiciera sentir tan especial y que fuera solo ella quién despertara en
él sensaciones de placer.
Adam apartó por fin la tela que impedía sentir el cuerpo de su
esposa con plenitud y se pegó a ella sintiéndola totalmente suya,
recorriendo las finas curvas de su cuerpo, entendía bien que tenía
que ir derribando barreras que ella se había esforzado en plantar,
por tal razón la acariciaba con extrema ternura, la besaba con
delicadeza y le encaminaba con lentitud a experimentar con él todo
el placer que se podía obtener.
Ella lo miró con un poco de miedo cuando la había acomodado
en la cama y él se recostó sobre ella para unirse por fin a su cuerpo,
se dispuso a tranquilizarla lo antes posible.
—Soy yo Katherine —le besó los labios y susurró, ella asintió
varias veces, intentando concentrarse en la cara que tenía enfrente
y no en los vagos recuerdos que la atemorizaban—, no te haré
daño.
Katherine lo acercó lo más posible a sí, porque necesitaba
inundarse de él, olerlo, escucharlo y sentir que solo era él, que nadie
más estaba regalándole esas sensaciones, que nadie más que él se
había adueñado de cada centímetro de su cuerpo y que era el único
que la había hecho confiar tan plenamente. Se dejó llevar por los
brazos expertos de su marido, confiada y extasiada por sus dulces
caricias, embriagada por un férreo sentimiento que comenzaba por
consumirla, no tenía conocimientos de ello, pero no tenía miedo.
Y entonces, lo descubrió, todo aquello que buscó a través de ese
tiempo en el que se había entregado a su marido se resumía en
aquel ir y venir lento y dulce que Adam imponía mientras besaba
sus labios, susurraba palabras y permitía que ella lo mirara y
descubriera en sus ojos todo lo que no decía, los sentimientos que
se guardaba y las emocionas que disimulaba, todo aquello que
escondía era rebelado en su verdosa mirada que la hicieron
perderse y la llevaron a sentirse fuera de sí y muy lejos de ahí, un
lugar que él había creado para ella.
Se sintió conmocionada cuando él se alejó de su cuerpo después
de un tiempo indefinido, dejándose caer en la cama con respiración
agitada y un velo de sudor cubría su cuerpo, mantenía los ojos
cerrados, intentando volver a la realidad; Kate se dio cuenta que ella
se encontraba en la misma situación, con el único conocimiento de
que nunca había sido tan feliz, se sentía completa y plena. Una
mano se alargó hacia ella y la incitó a acercarse al cuerpo de su
esposo, Kate no renegó y posó su cabeza sobre el pecho que
continuaba subiendo y bajando irregularmente.
—¿Estás bien? —preguntó cuándo estuvo más tranquilo,
acariciando su espalda—, ¿Te hice daño?
—No —sonrió ella a pesar de que él no la vería y besó su pecho
—, estoy bien.
Adam suspiró tranquilo y la apretó más contra él, dejándose
llevar después de unos minutos por el cansancio y el sueño que lo
acosaban, para sorpresa de Katherine, ella lo siguió y no se levantó
ni una vez más, no volvió a tener pesadillas.
19
Una jugarreta
Katherine despertó al oír el leve tintinear de unas tasas de té
siendo puestas en mesita que su marido tenía en la habitación,
levantó lentamente la cabeza, sintiendo curiosidad y al mismo
tiempo extrañeza de quién se atreviera a entrar en la habitación, le
había costado acostumbrarse a ello, las doncellas se introducían
mucho antes de que despertara para apagar la chimenea y dejar
una bandeja con comida, al igual que en ese momento, pero era
diferente ahora, porque se encontraba en la cama de su marido,
desnuda y abrazada a él de forma desvergonzada.
—Buenos días señora —dijo pícaramente Margaret, saliendo
presurosa cuando su señora dejó caer la cabeza de forma abrupta
que despertó al hombre a su lado.
Adam elevó la cabeza, miró con satisfacción a la mujer a su lado
y la acercó más a él, acurrucándose contra su espalda y enterrando
la cabeza en su cuello.
—Adam, tenemos que levantarnos —sonrió apartándolo—,
Margaret me ha visto aquí.
—¿Y eso que? Eres mi mujer, es normal que en las noches te
haga el amor.
—Tal vez su alteza real esté acostumbrado a que la servidumbre
entre a su recama, pero para mí es vergonzoso, incluso cuando
estoy sola en mi recámara.
—Entonces pediré que no entren más ni a tu recamara, ni a la
mía —sonrió y la abrazó con fuerza—, puesto que no pienso dejarte
sola de ahora en adelante.
Adam le dio un beso en la mejilla y se puso en pie, colocando
una bata sobre su cuerpo para comenzar su día con normalidad,
Katherine se sentó y aceptó el camisón que él le tendió para que
lograra ponerse en pie sin sentirse ofuscada.
La joven se dirigió a su recamara con una sonrisa que no lograba
quitar de sus labios, Margaret llegó después de que ella jalara unas
cuantas veces del cordón y la vistió rápidamente para que bajara a
desayunar en compañía del duque quién estaba casi listo. Kathe
salió de su habitación y miró al hombre que la esperaba
pacientemente en pasillo.
—¿Esperas a alguien?
Adam sonrió y la tomó desprevenida, dándole un beso en los
labios que la dejó desorientada y deseando obtener más, pero su
esposo se separó un poco de ella y rozó suavemente su nariz con la
de ella.
—Vamos.
Después del desayuno en el que la duquesa viuda intentó
indagar todo lo posible sobre la noche anterior, Kathe seguía a su
marido hacia el despacho de este sin importar que no la hubiese
invitado, entraron a la hermosa estancia y ella fue rápidamente a
tomar uno de los libros de su esposo para comenzar a leerlo, Adam
tenía toda clase de ejemplares, algunos de los títulos jamás los
había escuchado, por lo tanto era extremadamente feliz de poder
entrar a sus anchas al lugar y tomar lo que le fuera en gana.
—Recuerda que nos iremos a palacio en unas semanas —
mencionó su esposo, ya enfocado en su trabajo.
—¿Tengo que ir yo?
—Ya te lo había dicho, tienes que ir, no podemos rechazar la
invitación.
—Quizá tú no puedas, pero yo sí, y no me mires así, sabes bien
que no soy bien recibida entre tu gente.
—Independientemente de todo, eres mi mujer y te digo que irás
conmigo.
—¿Me lo ordenas? —lo miró enojada.
—Sí Katherine —dejó los papeles—, te lo ordeno si es necesario.
—Pues no voy —se cruzó de brazos.
—Harás lo que diga —aseveró.
Katherine tomó su último recurso, aunque no era el que más le
agradaba comenzó a llorar, intentando manipularlo, ningún hombre
sabía qué hacer cuando una mujer lloraba.
—¡No quiero ir! —dijo— ¡Todo el mundo me odia allí!
—Dios mío, no hagas berrinches —la miró— y deja de fingir, no
se te da.
—Tú no sabes que es estar en mi lugar, a ti todo el mundo te
idolatra mientras que a mí me hacen caras y me insultan —no
mentía, eso era lo que sentía, aunque un tanto exagerado.
—Ha sido un buen intento cariño —dijo sin inmutarse—, pero a
mí no puedes engañarme, ve a ver que vestidos te llevarás.
Katherine limpió sus lágrimas falsas y salió de la habitación con
el orgullo que le quedaba, azotando la puerta, logrando hacer
sonreír al hombre en su interior. Ya vería como contentarla, por el
momento necesitaba que hiciera lo pertinente para cuando
partieran.
La joven despotricaba entre dientes, haciendo una graciosa
interpretación de su marido cuando la regañaba, caminaba tan
furiosa que casi se lleva al pequeño Liam con ella.
—¡Ey! ¡Casi me matas Katherine!
—Lo siento Liam —sonrió la joven— ¿Qué haces tirado en el
piso?
—Me aburro —sinceró—, Clarisa está en clases y no tengo nada
que hacer.
—¿Quieres hacer algo divertido?
—Sí —se inclinó de hombros—, ¿qué cosa?
—¿Qué le molesta mucho a Adam que hagas?
—Que lo abrace cuando estoy cubierto de lodo, se molesta
muchísimo.
—¿Y hace cuanto que no lo haces?
—Mmm… —el niño sonrió—, creo que demasiado.
—Bueno, creo que en esta ocasión se lo merece, así que
deberías darle un fuerte abrazo de lodo a tu hermano de mi parte y
deberías decirle a Clarisa que también le de uno.
—Me parece bien si cuando me castigue me llevas galletas de
chocolate.
—Tenemos un trato —le apretó la mano.
—Liam, ¿qué estás haciendo? Tu tutor te está buscando por
todas partes.
—Hablaba con Kathe —sonrió—, pero ya voy para allá.
El niño corrió despavorido, pero hacia la dirección contraria de
donde le indicaba su hermana, Katherine sabía que probablemente
Adam descubriría quién había sido la mente maestra de la
travesura, pero se lo merecía por haberla hecho enojar de esa
forma, volvió a la realidad cuando Emilia soltó un gruñido e iba a
caminar detrás de su hermano.
—Emilia —la detuvo— ¿Quieres acompañarme a elegir vestidos?
—¿Por qué habría de hacer eso?
—Son bastante bonitos y pronto entrarás a sociedad, quizá
alguno te quede.
—Me faltan dos años.
—Pero sería bueno que comenzaras a darte cuenta que vestidos
te favorecen y qué colores te gustan.
—¿Intentas comprarme con ropa? —elevó una ceja.
—Sí, algo así, yo tendré compañía y ayuda para hacer mi baúl y
tu tendrás dos vestidos en tu armario ¿qué dices?
La joven sonrió.
—Me parece bien.
Una hora y media más tarde, la recamara de Katherine se había
convertido en un desastre, los vestidos estaban regados por todas
partes mientras Margaret se las arreglaba para guardar los
seleccionados y Emilia solo empeoraba las cosas al estarse
probando uno que otro vestido, para ese momento la menor ya
había llegado a apreciar a su cuñada con quién en realidad nunca
había hablado.
—¡KATHERINE! —gritaron de pronto.
Las tres chicas se pusieron de pie en seguida y se miraron
asustadas, era la voz del duque y no parecía nada feliz. Kathe solo
pudo pensar en retener una carcajada, seguro que su plan había
funcionado y era la hora de afrontar a su marido.
—¿Por qué está tan enojado? —se estremeció Emilia.
—Culpa mía.
—¡Katherine, baja ahora!
—¿Cómo ha sido su culpa si ha estado aquí todo el tiempo? —
inquirió la doncella.
—No hace falta que esté presente para ocasionar problemas.
Katherine colocó una bata sobre su ropa interior y bajó las
escaleras, donde su apuesto esposo se encontraba esperándola,
cubierto de lodo.
—¡Cariño! ¿Cómo te has hecho eso?
—Katherine, te juro que te mataré —le dijo furioso—, ven aquí
ahora.
—No lo creo, prefiero quedarme aquí, donde seguiré respirando.
—¿Por qué incitaste a mis hermanos a esto? —se quitó lodo del
traje arruinado— ¿Estás loca acaso?
—¿Yo lo he hecho? Pero si he estado con Emilia todo este
tiempo.
En ese momento, el resto de las mujeres en su habitación e
incluso la duquesa viuda bajaba las escaleras para apreciar con sus
ojos lo que parecía un intento de asesinato. Todas retuvieron una
carcajada al ver a tan imponente hombre cubierto de lodo.
—Hijo mío, pensé que habías superado jugar en el lodo —todas
se echaron a reír.
—¡Basta ya! —gritó—, ¡Ordenen un baño para mí, ahora!
La doncella salió corriendo para evitar que el duque viera la
carcajada que estaba por soltar, pero fue inútil, su risa se escuchaba
por todo el castillo.
—Espero que tus hermanos estén bañándose también, pero por
ahora, ¿por qué no nos cuentas qué pasó cariño? —sonrió
Katherine.
—Váyanse antes de que las asesine también —dijo el duque—,
tú no Katherine.
—¡Adiós Kathe! —sonrió Emilia, subiendo las escaleras de
nuevo.
—Traidoras… ¡Uy no amor! No deberías moverte, ensuciarás
todo.
—¡Me importa un comino!
—No grites.
—Katherine te juro que…
—Señor —interrumpieron—, su baño está listo.
—Será mejor que me vaya antes de que me asesines o algo por
el estilo.
—No te atrevas a irte Katherine.
La duquesa miró a su marido con el juego pintado en sus ojos y
salió corriendo para perderse de su vista durante todo el resto del
día, en el cual se dedicó a consentir a los dos pillos que ahora
estaban confinados a sus habitaciones. Emilia no se le había
despegado desde el momento en el que aparentemente se habían
hecho amigas, seguían riéndose de lo sucedido con su hermano
hasta que se vieron obligadas a separarse para ir cada una a
descansar a su habitación.
Katherine tenía un grave problema, no pensaba que su marido se
fuese a quedar con los brazos cruzados después de aquella
jugarreta, debía pensar en una forma de contentarlo antes de que
enserio se arrepintiera. Abrió su habitación donde sus baúles
estaban hechos y todo estaba recogido, Margaret era una verdadera
bendición, se cambió por si sola y comenzó a trenzar su pelo
cuando escuchó que la puerta de Adam se abría, instintivamente se
puso a la defensiva.
—Sí te mereces una represalia, pero estoy demasiado cansado
—Adam caminó hasta la cama y se recostó en uno de los lados.
—¿No harás nada?
—No por ahora.
La joven lo miró incrédula.
—¿No piensas venir a la cama? —le dijo mientras abría su libro.
—Sí —entrecerró los ojos, tomó su propio libro y fue hasta la
cama.
Miró por debajo de las sabanas, levantó la sabana y apartó la
almohada que ella ocuparía, buscando algo que le pudiera hacer
daño, su esposo sonrió y negó un par de veces.
—Sí piensas que será tan fácil, estás equivocada.
Katherine chasqueó la lengua y se metió junto a él quién
continuaba leyendo tranquilamente, ansiosa por tenerlo cerca,
escabulló debajo de sus brazos y abrió su libro colocándolo sobre su
abdomen, Adam bajó la mirada verla.
—¿Te encuentras cómoda?
—Si me abrazaras se me quitaría el frío, pero si no quieres solo
subiré las mantas.
Adam negó y continuó con su lectura, no supo cuánto tiempo
había pasado hasta que escuchó un leve golpe que lo sacó de las
páginas de su ejemplar y observó a su alrededor, Katherine se había
quedado dormida, por lo cual el libro había caído al suelo. Adam
suspiró y la colocó sobre la cama.
—No te vayas —dijo inconsciente—, lo siento.
—Sí que debes estar dormida como para disculparte —la abrazó
por la espalda y ella simplemente suspiró complacida—, ni creas
que te salvas de esta.
Katherine abrió los ojos abruptamente al sentir como alguien la
levantaba de su cálido lecho, la pelirroja no entendía lo que sucedía
hasta que enredó los brazos en el cuello de su esposo, quién era el
culpable de ese despertar.
—¡Adam! ¿Qué haces? —le gritó.
—Te la regreso, mi amor.
—¿Qué?
—Digamos que tú me ensuciaste y yo te voy a limpiar —se dirigió
al baño que ambos compartían y la acercó a la tina llena de agua—
Veamos cómo está el agua… bueno, en realidad tú sabes como
suelo tomar los baños yo.
—¡No! —gritó al sentir que la bajaba aferrándose a él— ¡Me dará
hipotermia!
—Entonces, supongo que estás dispuesta a hacer un trato
conmigo.
Ella lo pensó.
—No, sería lo mismo que hacer un trato con el diablo —dijo
orgullosa, pero al ver que nuevamente la bajaba, gritó—: ¡Esta bien!
¡Un trato! ¡Un trato!
—Qué inteligente, entonces harás lo que yo quiera, solo por una
vez y sin chistar.
Katherine parecía querer volver a la parte donde no había cedido,
pero Adam la acercó a la bañera, sacándole gritos de aceptación.
Su esposo sonrió y la besó tiernamente, levando a su esposa a una
ensoñación que le hizo no darse cuenta que él la bajaba hacia la
tina y la metía en ella.
—Está caliente —razonó la joven después de unos momentos—
¡Está caliente! ¡Me engañaste!
Adam sonrió y la miró desde su altura.
—La pedí hace un rato para ti.
—¡Eres un tramposo!
—Y tú mi amor, pero no creo que rompas tus promesas ¿o sí? Al
final de cuentas, te engañé justamente.
Salió del baño soltando una risa contenida mientras escuchaba
como su esposa salpicaba el agua enojada por haber sido
engañada y tener que cumplir con el trato que habían establecido.
20
El palacio de Buckingham
Las semanas de paz había acabado y los Wellington habían
tomado camino para el palacio donde formarían parte del ordinario
vivir de la reina en conjunto con otros muchos nobles que habían
sido llamados, lo cual le brindaba a Katherine un poco de
tranquilidad puesto que su prima Elizabeth estaría en el lugar por
ser esposa de otro duque importante e igualmente requerido, pero
aun así seguía molesta con su marido, no había importado que tanto
le rogó, pidió y amenazó para que la dejara quedarse, Adam se
había negado y la llevaba en esa carroza con su sentencia de
muerte en cuanto tocara las primera baldosas del hermoso castillo.
—¿Seguirás negándote a hablarme? —inquirió Adam cuando ya
caminaban hacia el palacio.
—Sí.
—Katherine, prometo estar junto a ti todo el tiempo.
—Claro, como si no supiera que todos estos nobles vienen a
reuniones importantes, no a pasar el día festejando —lo miró—,
además, no te necesito todo el tiempo, solo quisiera un poco de
respeto por ser yo, no por ser tu esposa.
—Te respetan.
—Eso no es verdad. Además, creo recordar que tus muchas
conquistas tampoco me dejaban tranquila el día de la ópera y ahora
las tendré todo el día para que estén tras de mí.
—Estás hablando como una mujer celosa —sonrió— y no te
queda.
—Celó más mis zapatos azules que a ti.
—¿Te han dicho que eres terriblemente caprichosa?
—No soy caprichosa —dijo, dándose cuenta que habían llegado
ante las grandes puertas por donde más nobles se hacían pasar con
sonrisas y saludos—: ni loca entraré allí.
—No pensé que fueras tan cobarde —la cucó.
—Ni siquiera lo intentes —entrecerró los ojos—, si en verdad no
quieres tener una pelea no intentes meterte en mi cabeza.
Adam sonrió, era obvio que había funcionado, su esposa caminó
sin quejas hasta el salón donde rápidamente saludaron a la reina
con una ominosa inclinación y pasaron al salón donde la gente
comenzaba a beber y charlar entre sí.
—Trata de ser prudente Katherine.
—No quisiera hacer que me odiaran —dijo sarcástica.
Katherine admiraba con lujo de detalle cada pequeño espacio de
aquella imponente morada de reyes, era hermosa e impresionante
el lujo con el que se podía llegar a vivir y aunque conocía en
persona el palacio de Versalles, este no estaba nada mal.
—¡Los duques de Wellington!
La joven dio un brinco junto a su esposo ¿hacía falta gritar de
esa forma? ¡Casi le propiciaban un infarto! Pero aquello pasó rápido
debido a las miradas que se habían clavado sobre ellos, las
murmuraciones no se hicieron esperar y los gestos entre las
personas no eran fáciles de ocultar desde la parte más alta de esas
escaleras, las cuales tendrían que bajar para incluirse en la
recepción. Adam se vio en la necesidad de apretar fuertemente la
mano que Katherine tenía en su brazo para que esta no saliera de
regreso por esa puerta, fastidiada desde el primer momento.
—Juro que te voy a cobrar todo esto.
—No tengo ninguna duda de ello.
—¡Wellington! —saludaron efusivamente a su esposo—, ¡Me
alegro de verte!
—Hola Michael —dijo su esposo con un deje de fastidio.
—Vaya, hola preciosa —el galante hombre había tenido su mano
para que Katherine posara la suya y fuera besada. Ella lo hizo.
—Michael, mi esposa Katherine —presentó—, Katherine, el
marqués de Arlongford.
—El esposo de lady Eleonora —comprendió la joven.
—Sí, esa mujer —rebuscó entre la gente—, siempre logra
perderse de mi vista ¡Y lo agradezco! Así puedo admirar con libertad
a tan hermosa dama. Eres afortunado Wellington, tu matrimonio no
parece ser una tortura pese a ser arreglado.
—Hablas demasiado Arlongford, como siempre.
—Y tú hablas muy poco —dijo el hombre con una sonrisa
retorcida—, pero yo creo que tu esposa tiene más lengua que tú ¿o
me equivoco?
Katherine frunció el ceño y miró a su esposo.
—Se equivoca ¿por qué piensa eso?
—Las francesas suelen ser muy desenvueltas —dijo tranquilo—,
más liberales.
—¿En serio? —sonrió la joven— ¿Y las austro-húngaras no lo
son?
—Por todos los dioses —se rio el hombre—, no, claro que no.
Katherine comenzaba a entender que el matrimonio entre
Michael y Eleonora no estaba en los mejores términos, por no decir
que parecía ser que el hombre la odiaba y si no se equivocaba –y
no creía hacerlo- esa era la razón por la que la mujer buscaba otras
opciones para verse divertida o al menos apreciada. Michael no era
un hombre feo, pese a no ser una beldad, tenía un cuerpo fuerte y
tenía un carácter llamativo.
—Michael —llegó de pronto Eleonora—, mira a quién te has
encontrado.
—Los Wellington —dijo el hombre—, justo estaba admirando a la
hermosa esposa de este hombre.
—Claro, es de tu estilo —susurró acida.
—Sería del estilo de cualquiera.
—Creo que nosotros seguiremos caminando —dijo Adam—, nos
veremos luego.
—Ah, eso lo apuesto —sonrió el hombre—, hasta luego lady
Wellington.
—Lord Arlongford —se inclinó la joven, alejándose junto a su
marido.
Eleonora miró a su esposo con fastidio, siempre era lo mismo con
él, pero ella tenía un especial interés en el hombre que acompañaba
a la nueva fuente de deseos de su marido, Adam Collingwood era
un hombre al cual quería tener en su cama al menos por una vez, si
lograba convencerlo, quizá fuera por mucho más tiempo.
—Ni lo pienses Eleonora —sonrió su esposo—, nunca te hará
caso. Mucho menos teniendo una esposa como esa.
—Tu que sabes —dijo la mujer—, tengo mis formas.
—¿El hombre de hierro? ¿En serio? —negó—, ¿es tu nueva
fantasía?
—Sí dijera que sí ¿qué harías.
—Nada —se inclinó de hombros—, a mi qué me va a importar
con quién te acuestas, de todas formas, no eres fértil, ni siquiera me
tengo que preocupar por tener que soportar a un bastardo de otro,
mientras que tú… bueno.
—Eres un imbécil.
—Puede ser —dijo galante—, pero soy lo único que te queda y
me tienes que aguantar para sobrevivir aquí ¿cierto?
Eleonora sintió que se le encrespaban los vellos de la piel, le
gustaría darle una bofetada, pero sabía bien que el carácter de su
esposo no era pura dulzura, si acaso ella se pasaba de lista, él la
mataría sin pensarlo dos veces.
Katherine se había encontrado rápidamente con Elizabeth y
Marinett, quién había acompañado a los Pemberton de último
momento, lo cual solo podía darle más alegría al tener más gente
con la que departir, su esposo también parecía estar tranquilo entre
sus amigos más íntimos y habían formado una agradable
conversación solo entre ellos.
—Me alegra que estén aquí, al menos no estaré sola.
—No estás sola, vienes con Lord Wellington —dijo Marinett
extrañada.
—¿Ese hombre? Yo no lo conozco.
Adam negó varias veces, debía recordar que el resentimiento de
su esposa no tenía límite alguno, se acercó a ella y depositó un
beso en su frente.
—Nos vemos en la cena.
—Es un buen hombre —sonrió su prima—, me alegra que todo
se solucionara.
—¿Crees que estar aquí es solucionar algo? —negó con la
cabeza—, no deseaba venir y él lo sabía.
—Sabes Katherine, él será un duque, pero no es un rey, tiene
que obedecer y tu matrimonio es el perfecto ejemplo de ello —dijo
Elizabeth.
—No importa, de todas formas, soy su esposa y puedo hacer lo
que quiera.
—Dios lo bendiga por tenerte como esposa —dijo Marinett.
Caminaron sin rumbo fijo por media hora sin encontrarse a nadie
conocido, algunos hombres se interesaban en ellas, pero
descartaban a las casadas rápidamente, enfocándose en la pobre
Marinett que estaba harta de ser lanzada como carnada viva. Sobre
todo, casi se desmaya cuando Katherine la lanzó a los brazos de
James Seymour, el hombre que, según la pelirroja, sería su futuro
marido y aunque a Marinett no le desagradara la idea, el hombre
tenía la cabeza en otros asuntos, como el ser un libertino.
Katherine se había quedado sola tras lanzar a su prima a un
buen candidato, no deseaba hablar con nadie en particular, sobre
todo para no dañar verbalmente a nadie, al menos se comportaría
en el primer día. Se había enfrascado en ver pinturas, escuchar
conversaciones ajenas y huir de botonazos de hombre gordos, lo
cual la enfurecía, había niños en los huesos y esos hombres
estaban todos a rebosar en grasa.
—Lady Wellington —trató de hacerse la tonta—, ¿Lady
Wellington?
—¿Sí? —se volvió con cara de disculpa—, lo siento aún no me
acostumbro.
—Claro —dijo Beca Müller—, hace muy poco que se casó.
—Así es, pero dígame lady Müller ¿qué puedo hacer por usted?
—Nada, solo quería liberarla un poco de su soledad, se ve
bastante contrariada en estos momentos —sonrió malévola.
—¿En serio? Me encuentro perfectamente.
—Ah y supongo que ya se habrán encontrado con los Arlongford.
—Sí, los vimos cuando llegamos.
—He de suponer que sabe la historia entre su esposo y lady
Arlongford.
—Cómo ha de suponer, antes de que me enterara que estaba
comprometida con él, no me interesaba nada su vida.
—Oh, pero claro, usted vivía en aquella casita de Bermont sin
poder venir a la corte —asintió—, pero no se preocupe, le contaré.
Katherine había tenido que manejar su furia con todos los
métodos que su prima Annabella le había enseñado, ¿estaría muy
mal visto si tiraba a lady Müller por el balcón? ¿Por qué tenía que
decirle que Adam había estado enamorada de esa mujer? Cabía la
posibilidad que fuera mentira, pero ella había notado como se
reconocían cuando conoció a la reina. Parecía ser que había sido
Adam la primera opción para el matrimonio por conveniencia con la
mujer, pero al surgir el problema con Francia se había redirigido su
destino hacía ella, lo cual quería decir que estuvo a punto de romper
el compromiso con ella para casarse con Eleonora de la Fonteine.
Lady Beca Müller había logrado su cometido, la dejó con la duda
en la cabeza y sería algo que no podía preguntar por temor a ser
indiscreta, mucho menos a su marido a quién inexplicablemente no
encontraba y eso logró molestarla nuevamente.
—Me conmueve ver que te interesan los retratos de los reyes —
dijo la voz conocida de su esposo—, pero creo que no estás
prestando verdadera atención ¿o me equivoco?
—Me gusta que en tú país haya reinas —dijo sin más la pelirroja.
—Pues gracias, es el primer halago que haces a Inglaterra desde
que te casaste conmigo.
—Amo Inglaterra, aquí crecí —dijo la joven—, pero no me gusta
lo que hace ahora conmigo, parece una mala pasada que sea aquí
donde me sienta menos en casa.
—Esta es tu casa —le tocó el hombro—, se acostumbrarán o lo
olvidarán, siempre hay algo nuevo que comentar, eres solo la mujer
del momento.
—¿Eleonora Arlongford lo fue en algún momento?
—¿A qué se debe tu pregunta?
—Bueno, los acabamos de conocer y ellos parecen ser otro
matrimonio forzado.
—Nunca fue tan comentado como nuestro matrimonio, pero se
debatió mucho en su tiempo —Adam notó el escrutinio en que lo
tenía su esposa— ¿Sucede algo?
—No.
La cena había llegado y pasaron hacia el enorme comedor en
donde se serviría el banquete de bienvenida. Después de un
pequeño discurso de la reina, en donde se habló de los pormenores
de la visita y lo agradecida que estaba por la presencia de todos, se
inició la comida y las amenas pláticas entre las personas que se
encontraban a los lados. Katherine no pudo dejar de notar que su
asiento y el de su esposo estaban considerablemente alejados,
según habían informado, una de las damas de compañía de la reina
había asignado los lugares y no era de inteligentes saber quién
había sido la seleccionada. Agradecía que estuviera en medio de
sus primas, por desgracia, ellas tenían asuntos más importantes,
Elizabeth con su marido a un lado y Marinett con Lord Seymour al
otro, la dejaban en la triste situación de comer en silencio la mayoría
del tiempo.
Eso la dejaba con la delirante alternativa de vigilar a su marido,
quién estaba sentado junto a la reina, con quién conversaba
efusivamente en conjunto con otro caballero dispuesto al otro lado,
no pudo evitar notar que lady Arlongford estuviera sentada junto a
su esposo, incluso ella lo notó y levantó una copa hacia ella al
mismo tiempo que Michael hacía lo mismo junto a su esposa.
Cuando la cena terminó y todos comenzaron a ir a sus
habitaciones, Katherine había recuperado su mal humor y lo hacía
notar evitando a toda cosa ir a la cama junto a su marido, quién
llevaba minutos enteros observándola, intentando descifrar qué era
lo que le sucedía.
—¿A qué hora vas a venir a la cama? —ella no contestó, no
sabía lo que sentía en su interior, pero amenazaba con ser
destructivo— ¿Sucede algo? Estás demasiado extraña.
Katherine lo miró por primera vez desde que se introdujo a la
habitación, se había mantenido ocupada peinándose y haciéndose
tonta otra media hora frente al espejo.
—No pasa nada.
—Vaya, sí que pasa algo —elevó una ceja— ¿Qué es?
—No es nada, estaba enojada desde que llegamos ¿recuerdas?
Se me pasará.
La joven fue hacia la cama y se recostó lo más lejos del cuerpo
de su marido, pero sintió como Adam se acercaba a ella y la
abrazaba por la espalda, acomodándose para susurrarle al oído.
—Lo que pasa es que estás celosa —sonrió— ¿Quién me ha
hecho en favor de meterte ideas en la cabeza?
—Yo no estoy celosa.
—Eso espero, puesto que no debes de estarlo —le besó el cuello
—, eres la única mujer que estará en mi vida Katherine, cuando yo
digo algo, tiendo a cumplir.
A la joven duquesa le estaba costando trabajo apelar los
argumentos que su marido le lanzaba al sentir como sus manos la
acariciaban y sus labios desfilaban por su cuello y hombros, era el
resultado que tenía en ella, ese hombre era capaz de volarle la
cabeza.
—Los hombres… se aburren rápido.
—Qué bueno que mi esposa está llena de sorpresas en ese
caso.
La giró hacia él y tomó sus labios entreabiertos que suplicaban
su atención al igual que todo su cuerpo, Adam había aprendido a
venerar a su mujer cuando estaban en la cama, ella lo hacía
sentirse vivo aun cuando estaba peleando con ella, adoraba cada
gesto, cada suspiro y cada caricia que ella le propiciaba. Incluso
adoraba cuando discutía con él, puesto que nadie más se atrevía a
hacerlo, era la primera persona que conocía que podía durar horas
debatiendo con él sobre el tema que se les ocurriera y eso le
fascinaba más de lo que ella misma sabía.
De esa forma habían iniciado su estadía en la corte de Inglaterra,
Adam había querido mostrarle a su mujer que podía tener al mundo
en contra, pero él no lo estaría jamás, le hizo el amor y después
durmió abrazado junto a ella y eso no lo había tenido ninguna otra
mujer, ni tampoco lo obtendría otra más que su esposa.
21
Obligaciones
Katherine despertó al escuchar los leves llamados de la puerta,
era cada vez más normal que Adam tuviera que salir de la
habitación incluso en horas poco usuales como lo eran las tres de la
mañana, su esposo, pensando que ella seguiría dormida, se apartó
de ella con delicadeza y comenzó a vestirse.
—¿Adam? ¿Qué sucede?
Su esposo suspiró y la miró solo con una bata puesta, en serio
hubiera preferido que siguiera dormida.
—Parece ser otra reunión de urgencia —le tocó la mejilla—,
tranquila volveré pronto, vuelve a dormir.
Sin embargo, ella se puso de pie y colocó las cosas que su
marido necesitaría para salir, no le gustaba nada lo que estaba
sucediendo, fuera lo que fuera, Adam intentaba ocultarlo tanto como
podía.
—¿Me dirás al fin que está sucediendo?
—Son cosas del estado, no te interesaría.
Katherine se volvió rápidamente, elevando una ceja.
—¿Bromeas cierto? —vació el agua sobre el palanganero y negó
furiosa— Claro, ahora entiendo, sería desafortunado que la esposa
del duque fuera una espía ¿cierto? Sabes Adam, me gustaría que
por lo menos en algunos momentos, dejaras de ser el hombre de
hierro y te portaras como un hombre normal.
—No me porto como tal Katherine.
—Ni siquiera cuando me haces el amor dejas de serlo —le dijo
tristemente—, al menos deberías intentar confiar en mí.
—No digas tonterías —dijo molesto—, nuestra relación es punto
y aparte de lo que sucede entre la cámara de Lores.
—¿En serio? —se cruzó de brazos—, ¿me vas a decir que
ninguno de esos hombres cuenta a sus mujeres lo que está
pasando?
—Te puedo asegurar Katherine, que si vas y preguntas a tu prima
estará tan en blanco como lo estás tú, son cosas que simplemente
aún no tienen resolución y no encuentro prudente preocuparte.
La joven se cruzó de brazos y volvió la cara hacia otro lado
cuando su esposo pasó por su lado para ir a lavarse antes de
comenzar a vestirse, ella por su parte fue en busca de su camisón,
el cual había sido lanzado por Adam, quién siempre era
impredecible cuando hacían el amor, aunque si lo pensaba bien, él
siempre lo era. Sintió de pronto como él la abrazaba por la espalda y
apartó el cabello de su espalda para poder besar su cuello.
—Espero que cuando vuelva no tengas un veneno especial para
mí.
Katherine suspiró y cerró los ojos.
—Tendré que hacer algo menos predecible.
Adam soltó una pequeña carcajada y asintió.
—Te veré en unas horas.
Recibió un beso en los labios y entonces salió de la habitación,
Katherine no pensaba quedarse más en la alcoba, se cambió a su
ropa ordinaria y se apuró a bajar las escaleras que la llevarían a las
cocinas del castillo. Desde que llegó había desarrollado la
costumbre de llevar comida a algunos necesitados que había
encontrado cerca del castillo, tenía que despertarse más temprano
de lo acostumbrado, pero Adam no ponía resistencia a ello con tal
de mantenerla ocupada y a sabiendas que era algo que la hacía
feliz, ella solía regresar antes de que él despertara o regresara de
las reuniones sorpresa a los que era llamado y él fingía que no se
daba cuenta de lo que hacía.
Después de su rutina normal de las mañanas, la joven regresó
sintiéndose más cansada de lo normal, quizá se hubiera esforzado
de más ese día al tener que llevar ella más canastas de las usuales,
pero no era como para sentirse de esa forma, quizá solo se
estuviera haciendo cada vez más floja, terminó de subir las
escaleras hasta su recamara, la cual continuaba vacía pese a ser
las seis de la mañana, no había rastro de Adam por ningún lado.
No le dio más importancia y se metió a bañar.
Mientras se relajaba en el calor de la tina, escuchó de pronto
voces, una de ellas conocida, se habían metido a la recamara y
parecían discutir, pero al final solo quedaron pasos que caminaban
incesantes de un lado a otro para después entrar en el baño.
Katherine soltó un grito y atrajo sus piernas hacia su pecho para
cubrirse de la mirada que solo podía ser de su esposo.
—¡Adam! ¡Me has asustado!
—Lo siento —dijo seriamente—, no sabía que estabas aquí.
—¿Por qué no habría de estarlo?
—Te escapas últimamente bastante temprano —levantando la
ceja—, no pensaste en serio que no lo sabía ¿o sí?
—Tenía la esperanza —sonrió de lado—, ¿estás molesto?
—En realidad, no tengo tiempo para discutir sobre esto —dijo
lavándose los brazos en el lavabo.
—¿Está todo bien? —lavó sobre sus hombros—, has estado más
serio y cortante de lo usual.
—No pasa nada.
—¡Ves! —lo apuntó—, algo te pasa.
—Katherine, te dije que no deseaba discutir.
—No, dijiste que no querías hablar de mis escapadas, esto es
diferente.
—Bueno, entonces simplemente no quiero hablar contigo.
Katherine lo miró dolida.
—Bien —tomó su bata de una elegante silla cercana a la tina y
fue aponérsela.
Adam cerró los ojos, había sido duro con ella, de alguna forma se
había desquitado con la persona que deseaba proteger. Caminó
hasta ella y la abrazó por la espalda, como esa misma mañana
cuando despertaron forzosamente después de unas horas de haber
hecho el amor.
—¿No dijiste que no querías hablar conmigo?
—No estaba hablando —le besó el cabello mojado.
—En ese caso, yo no quiero tus abrazos —forcejeó para
quitárselo de encima.
—Lo siento Katherine —la apretó más—, estoy un poco tenso.
—Aun así, no me dirás que está sucediendo.
—No.
Adam le dio la vuelta solo para poder ver el fastidio en la cara de
su mujer, Katherine tendía a arrugar su nariz de forma graciosa y le
lanzaba aquella mirada que pretendía ser letal, sintió de pronto que
el corazón se le detenía al verla y lentamente bajó la cabeza, besó
la respingada nariz y después la mejilla de su esposa, la abrazó con
desesperación, haciéndola enterrar la cabeza en su hombro.
—¿Qué pasa? Me estás asustando.
El duque la alejó un poco de él y sonrió.
—No pasa nada —le besó fugazmente los labios y la atrajo
nuevamente.
Katherine sabía que era mentira, algo lo preocupaba más de lo
normal, su marido parecía cada día más cansado, su rostro
mostraba frustración y cuando estaban solos, él solía aferrarse a
ella con tanta fuerza que incluso la lastimaba, parecía que sintiera
que la iba a perder.
—Tenemos que bajar —dijo pesaroso—, aunque me encantaría
quedarme y hacerte el amor y después quedarnos dormidos.
Ella sonrió y le tocó el pecho dulcemente.
—No me parece mala idea, con lo poco que me gusta estar con
todas esas mujeres que se dedican a coser o chismear.
—Sabes que tienes que asistir —elevó ambas cejas—, el no
hacerlo sería una descortesía de tu parte.
—Lo sé —bajó la cabeza.
—Terminará pronto —le tocó la mejilla—. Cámbiate.
Ella asintió y salió del baño, la protegería en todo lo posible,
aunque eso significara que estuviera molesta con él la mayoría del
tiempo.
Salieron de la habitación unas horas después, bajarían al jardín
donde se pensaban encontrar con el resto de la corte, pero una voz
insinuante se acercó por sus espaldas.
—Wellington —llamaron a su esposo.
—Jefferson —elevó una ceja— ¿A qué se debe esto?
—Nada, creo que no había tenido el placer de ver con mis
propios ojos a la personificación de nuestros problemas.
Katherine rodó los ojos.
—Si viniste a eso, mejor márchate, no pienso dejar que la pongas
de mal humor tan temprano.
—Sabes bien que gracias a esta unión “ventajosa” nosotros
tendremos que responder a Francia como ellos nos lo pidan.
Katherine volvió rápidamente la mirada hacia Adam, ¿qué quería
decir eso?
—Basta —se mostró molesto—, pensé que un duque sabría
medir sus palabras fuera de la cámara de lores, como sería de
esperarse.
—No puedo evitarlo —el hombre miraba a Katherine con odio—,
me molestan todos los franceses, no son más que mente floja con
tendencia a divertirse de más, parece ser que las mujeres les vuelan
la cabeza y los deja como idiotas.
—¿Disculpe? —se adelantó la joven, pero Adam levantó un
brazo para frenarla.
—Espero que te retractes Jefferson, a menos que quieras un
duelo conmigo.
El caballero miró fijamente a Adam por largo rato, decidiendo si
sería lo suficientemente idiota como para seguir esa discusión y
poner en contra al hombre que tenía frente a él. No, no era
conveniente tener a ese hombre enojado y mucho menos cuando
era por una francesita que ni siquiera se llevaría a la cama.
—Me retracto —dijo con la mandíbula apretada—, lo siento lady
Wellington si la he molestado.
—Vete.
Los dos duques se miraron en una batalla campal que Adam
ganó, Katherine se sentía furiosa, sus ojos contenían lágrimas y se
obstinaba a no mirar a su marido.
—Tranquilízate Katherine.
—¡Qué me tranquilice! —dijo furiosa— ¡Son ellos quienes vienen
a molestarme todo el tiempo! No lo soporto, no he hecho nada para
merecer este trato.
—Es verdad —le tomó el rostro—, prometo que te sacaré pronto
de aquí, mientras tanto, sé que estarás bien, eres una mujer fuerte.
—No quieras manejar mi mente —dijo enojada, limpiando sus
lágrimas—, estoy enojada.
—Lo sé —la abrazó—, pero solo espero que aguantes un poco
más.
Katherine no podía creer que Adam la estuviera abrazando de
forma tan despreocupada cuando se encontraban en medio de un
pasillo que era bastante transitado, normalmente era muy precavido
en el toque que le daba en público, siendo más bien frío y distante
como se esperaría de los modales ingleses.
Ambos se separaron después de una hora de tiempo libre en el
jardín, ella tenía que reunirse con el resto de las mujeres mientras
que él seguiría en reuniones o con los demás lores.
—Oh, lady Wellington —sonrió Beca junto a Eleonora—, al fin se
nos hace verla, pensamos que intentaba evitarnos.
Lo cual era verdad, pero Katherine no podía decirles eso.
—Para nada, me es agradable verlas de nuevo.
—Esta estancia se está volviendo cada vez más estresante ¿no
lo cree? —dijo Eleonora—, con todas esas malas noticas uno no
puede más que desanimarse.
—¿Qué noticias?
Las mujeres la miraron con tristeza.
—Así que lord Wellington no hace por contarle demasiado —dijo
Beca—, es entendible, al final de cuentas, hablamos sobre su
verdadera nación.
—Me da gusto saber que es leal a la corona, aunque era de
esperarse de él —dijo Eleonora—, por eso la reina lo tiene en tan
alta estima, al igual que todos.
—Sí —dijo Katherine con molestia—, al final es su hombre ¿no?
—Oh no se debe molestar lady Wellington, al final de cuentas es
un honor estar casada con un hombre como él, pese a lo mucho que
se sufre junto a ellos, sobre todo cuando tienen que cumplir con su
obligación.
—¿Obligación?
—Claro —sonrió Beca—, el titulo no solo da renombre y riqueza,
sino que se tienen tareas que cumplir, como el casarse, el pensar
por el bien de Inglaterra o… defenderla.
—¿Defenderla? ¿De qué cosa?
—¡Katherine! —la llamó entonces su esposo, interrumpiéndolas
—, lo siento señoras, tendré que abstenerlas de la presencia de mi
esposa.
—No debe usted de pedir permiso lord Wellington.
Adam se inclinó ante ellas y se llevó a su esposa fuera del
peligro, al menos eso esperaba, puesto que la pelirroja a su lado
tenía una cara funesta y pensativa mientras caminaba a su lado.
—¿A dónde vamos?
—A la habitación.
—¿Por qué?
Adam no le contestó, simplemente la introdujo y la comenzó a
besar con desesperación, como lo hacía durante esos últimos días.
Katherine sintió como él se impacientaba de tener que quitar botón
por botón y simplemente los rompió.
—Adam —le dijo asustada—, ¿Qué pasa? ¿Qué tienes?
—Nada.
Prosiguió con lo que hacía, tirando el vestido y aflojando el
corsee hasta que el cuerpo de su esposa estuvo casi desnudo, la
atrajo hacia él nuevamente conectándolos en un beso mientras la
llevaba hasta la cama. Estaba actuando tan fuera de sí, tan poco
cariñoso, parecía enfocado en su objetivo, ese no era el hombre que
conocía, ella intentó seguirle la pista o al menos hacer que la
besara, pero cuando él se mostró tan distante, ella simplemente
negó.
—¡Basta Adam, me asustas! —lo alejó, cubriendo su cuerpo con
una manta.
Su esposo pareció darse cuenta de lo que hacía y cerró los ojos,
pasó sus manos por la cintura de ella y dejó caer la cabeza sobre su
hombro.
—Lo siento —susurró—, no pretendía asustarte. Solo quiero
estar contigo.
—Parecías solo querer satisfacerte en mí —le recriminó.
—Dios, no digas eso —la miró—, jamás te he tocado sin
pretender hacerte el amor, es mi delirio que disfrutes conmigo.
—No parecía serlo ahora —dijo a la defensiva— ¿Qué te ocurre?
Adam se dejó caer sobre la cama con un brazo tapando los ojos.
—Nos podremos ir pronto de aquí.
—¿Ya se ha decidido algo?
—Sí.
—Y es lo que te tiene tan molesto —entendió—, no estás de
acuerdo.
—No, si estoy de acuerdo, pero no quisiera hacerlo.
Ella se sentó cerca de él.
—Entonces no lo hagas —dijo suplicante.
Adam la miró con ternura, tomó sus hombros y la recostó sobre
él, apretándola y besando su cabello. Katherine lo apretó con fuerza,
tenía el presentimiento que querían separarlo de ella y pese a que
quisiera negarlo, no podría soportarlo.
22
Noticias agridulces
Katherine despertó tarde aquella mañana, dándose cuenta que
su esposo no había sido molestado por la noche desde hace varios
días y era la razón por la que se le pasaban las horas entre sus
brazos, era tan apacible dormir con él, sentirlo cerca, disfrutar de su
esencia, de sus caricias. Se removió para intentar liberarse sin
despertarlo, pero solo lograba que apretara más el agarre y soltara
quejidos por ser molestado.
—Katherine, ¿podrías quedarte quieta por un momento?
—Lo siento, tengo que ir al baño —sonrió.
Adam la soltó, dándose vuelta en la cama con enojo marcado,
Kathe sonrió y besó aquel hombro desnudo y salió corriendo de la
habitación, se le había hecho terriblemente tarde, no se podía
perdonar no ir con aquellas personas que siempre eran tan
amables.
Estaba por llegar cuando de pronto escuchó grito atronador que
amenazó con tronarle los tímpanos, algo parecía estar bastante mal,
pensó por un momento que habría algún disparo o una línea de
humo indicando fuego, pero nada. Corrió rápidamente hasta la
pequeña zona donde vivía aquella gente, pero tuvo que parar en
seco para comprender lo que estaba viendo.
Eran hombres los que cometían aquellos actos tan repugnantes
contra aquellas mujeres indefensas que lanzaban esos gritos tan
horribles. Lo peor era, que ella los conocía, cada faz “noble” que
estaba ahí le había sido presentada durante los días anteriores, se
sentía asqueada y enojada al pensar que muchas más mujeres
habían llevado esa misma suerte.
—¡Maldición! —se quejó un hombre— ¡Ey! ¡Hay una intrusa aquí!
Los cinco hombres encajaron su mirada en Katherine quién
continuaba horrorizada.
—Si es la belleza francesa —sonrió uno, como si no hubiera
hecho nada atroz.
—¡Como han podido! —dijo molesta.
—Son sirvientes —se inclinó de hombros uno—, esclavos.
Katherine dio un paso hacia adelante con enojo.
—¡Miren! ¡Se ha enojado! —se rio otro— ¿Qué harás preciosa?
—Mi lady, váyase por favor —dijo una joven con voz queda.
—¿Ves preciosa? Lo disfrutan.
Katherine no pudo contenerse y bofeteó aquella mejilla
impertinente, eran escoria para ella, lo eran para la humanidad, no
merecían vivir, mucho menos portar títulos que los vanagloriaban. El
hombre enfureció y regresó el golpe, tumbando a la mujer frente a
él.
—¡Maldición! —gritaron los demás— ¡Es la mujer de Wellington
idiota!
Katherine se puso en pie y sacó el arma que siempre la
acompañaba, tenía lágrimas en las mejillas y el golpe comenzaba a
ponerse de un mal color.
—Largo —dijo enojada—, no parecen tan preparados en este
momento como yo.
—¿Qué dirás si acaso nos disparas? —sonrió uno—, meterías en
problemas a tu esposo.
—¿En serio? ¿Con qué excusa dirían que lo hice? —devolvió la
joven—, porque no creo que vayan a decir a la reina lo que hacían
aquí y en otra situación no entro en la jugada.
—Vámonos ya —lo jalaron los demás, subiéndose los pantalones
y corriendo.
Katherine se agachó y ayudó a las mujeres que habían sido
heridas y ultrajadas, claramente en desventaja contra aquellos
cobardes.

Adam despertó sintiendo la cama vacía, se extrañó al pensar que


a su esposa se le había hecho tarde, ella solía estar en la habitación
a tiempo para cuando él se despertaba. Más no le dio importancia,
sabía que terminaría por llegar, inventando una buena excusa para
que no la regañaran. El duque se puso en pie y comenzó a
cambiarse cuando de pronto escuchó la puerta ceder.
—Llegas tarde —dijo sin volverse.
—¿En serio? No pensé que me esperaras después de todo este
tiempo.
Adam volvió la mirada rápidamente al darse cuenta que no era su
mujer la que entraba, sino Eleonora Arlongford. Caminaba sedante
hacia él, había logrado desconcertarlo lo suficiente como para que
no reaccionara en seguida.
—¿Qué hace aquí? —dijo extrañado—, salga ahora.
—Supongo que lady Katherine estará atendiendo a los pobres en
estos momentos.
—Lady Arlongford, lo que sea que quiera hablar conmigo lo hará
cuando estemos fuera de esta habitación.
—¿Por qué? ¿Le da miedo que llegue su esposa? —elevó una
ceja—, podemos hacer las cosas rápido.
—No sé de qué habla, y te pido que te vayas.
—Es comprometedor que esté aquí justo ahora Adam, lo sabes,
así que lo menos que puedes hacer es escucharme, no creo que
quieras una disputa con mi marido.
—No tengo porque pelearme con él, sé que no tiene
inconveniente con tus tropiezos.
—De todas formas, no parece ser algo de lo que te gustaría que
se te cuestione, al impecable e inquebrantable hombre de hierro.
—Di lo que quieras y sal de mi vista.
—No tengo mucho que decir, solo que hacer.
Para sorpresa de Adam, la mujer se le lanzó y lo besó, pero él
rápidamente la apartó completamente molesto, estaba a punto de
gritarle algo cuando de pronto un gemido dolorido salió de los labios
de una voz que si conocía.
—¡Dios! —sonrió Eleonora—, mal momento para llegar.
La mujer se separó y llegó hasta la puerta, donde la joven
pelirroja mantenía la cabeza gacha sin poder hacer nada más que
llorar, incluso venía llorando desde antes.
—Lady Katherine.
—Eleonora —dijo con seriedad.
Katherine levantó la mirada en cuanto la sintió alejarse y lanzó un
distintivo reproche a su marido, dio media vuelta y caminó para irse
de ahí. Adam logró atraparla antes de que comenzara a correr y la
encerró en la habitación con él.
—¡Suéltame Adam!
—Escúchame.
—¡No! No tengo nada que escuchar, lo vi todo, no se necesitan
palabras.
—Estás pensando justo lo que ella quiere —dijo enojado,
acorralándola contra el colchón mientras ella seguía intentando
liberarse—, sabes bien que no soy estúpido, tendría que serlo para
traer a una amante aquí a una hora que sé perfectamente que tú
estás aquí o estás por regresar. Si quisiera tener una amante no
sería tan estúpido como para meterla en nuestra habitación, donde
te podrías dar cuenta.
Katherine pareció razonar aquello, tenía razón, era totalmente
ilógico que hiciera algo así. Ya no se movía, pero mantenía su
cabeza ladeada sin dar tregua a su marido.
—Suéltame ya.
—¿Me crees? —no la soltó.
—¿Debería?
—Sí —le tomó la barbilla para que lo mirara—, nunca haría nada
que te lastime.
Katherine lo miró insegura, podría decir lo que quisiera, pero ese
beso le había dado una estocada a su corazón, la joven abrió los
ojos y entonces comprendió. A su corazón, sí, porque lo amaba, esa
era la única razón para que le doliera tanto, lo amaba tan
desesperadamente que comenzó a llorar, sintiéndose débil al
aceptarlo al fin.
—Katherine, digo la verdad, tienes que creerme —dijo
conflictuado—, no llores por favor.
Ella lo miró y suspiró, le creía, deseaba creerle porque si acaso
no fuera esa la verdad, se moriría en ese momento entre la tristeza
más profunda, se levantó y lo abrazó con fuerza.
—Te creo —asintió—, pero no me besarás hasta que considere
que no sentiré su saliva.
Adam dejó salir una pequeña carcajada y la abrazó con fuerza,
se levantó para poder mirarla y entonces su expresión cambió
drásticamente, alargó la mano y tocó la parte morada de la mejilla
de su esposa.
—¿Qué demonios…?
—Adam… —ella se puso en pie y caminó de un lado a otro—,
fue tan horrible, no sabes lo que he visto.
—Dime qué pasó.
Katherine le relató la historia tal y como la recordaba, no se
sorprendió cuando su marido se puso como furia al escuchar la
insensatez de haber golpeado a un hombre para después
amenazarlos, cuando eran muchos más.
—¿Cómo se te ocurre? —le dijo de nuevo.
—¿Qué se supone que debía hacer?
—Te alejas, vienes y me avisas.
—Era demasiado tiempo, por lo menos se detuvieron.
—¿Quién te asegura que no volvieron?
La joven se mostró horrorizada.
—Tienes que hacer algo Adam —pidió desesperada.
—No puedo.
—¿Por qué no?
—Porque no tengo pruebas Katherine, tu palabra no servirá para
acusar a nadie, eres una mujer que estaba en un lugar que no le
correspondía —suspiró—, pero puedo ayudarles a ellos, dime donde
se encuentras e iré a ver qué puedo hacer.
—¿En serio? —sonrió esperanzada.
—Sí.
Ella se lanzó a sus brazos y lo besó, solo para recordar que no lo
iba a hacer, por lo cual se molestó y se alejó de é con el ceño
fruncido, Adam simplemente se burló de ella y la volvió a besar y
continuó arreglándose para salir. Katherine se dio un baño e hizo lo
mismo que su marido, para después bajar a desayunar y tener un
día bastante relajado para ser verdad, incluso su marido se había
quedado a su lado la mayoría del tiempo y habían podido ir al
poblado de gente humilde y puesto soluciones en conjunto con el
duque.
—Me parece extraño tenerte para mí sola —dijo Katherine
mientras bailaban después de la cena.
—¿Te complace? —elevó una ceja—, me parece extraño.
—Eres el mejor de mis males —sonrió maliciosa.
—Creí pensar que estabas cómodas por tus primas.
—Ellas tienen cosas en las qué pensar, además a ellas no
parecen odiarlas como a mí y bueno, Elizabeth tiene un hijo y
Marinett parece haberse comprometido con un caballero en estos
días.
—¿Te decepciona que no fuera James?
—Demasiado —aceptó—, tú amigo es idiota si me lo preguntas.
—Se dará cuenta después.
—¿Cuándo ella ya esté casada con otro? ¿De qué le servirá?
—De arrepentimiento al menos —la sonrisa de Adam se
desvaneció cuando Katherine dio un pequeño tropiezo y respiró
profundamente— ¿Katherine? ¡Kathe!
La joven despertó alterada al sentir que tenía que ir a vomitar al
baño, se inclinó sobre el lavabo para dejar salir la cena de esa
noche, sintió como lentamente le tomaban el pelo y sobaban su
espalda.
—¡Dios! —se recostó contra la pared—, me duele la cabeza.
—Venga, lávate —le tendió un vaso de agua con menta y ella lo
aceptó gustosa, enjuagando su boca.
—¿Qué sucedió? —miró a su esposo—, sé que me desmayé,
pero ¿qué ha dicho el médico?
—Ha dicho —sonrió—, que tenía que felicitarme, porque mi
esposa estaba en cinta.
Ella abrió los ojos y se enderezó.
—¿Cómo?
—Sí —dijo satisfecho—, tendremos un hijo.
Katherine elevó ambas cejas, parecía desconcertada y tocó su
vientre completamente plano, no parecía ser cierto que tuviera algo
vivo dentro de ella.
—¿De verdad?
—Sí —pegó su frente a la de ella— y diste la noticia de la forma
más dramática posible, toda la corte lo sabe ahora. Tus primas se
fueron hace un rato.
La joven se lanzó a los brazos de su marido y lo besó
entusiasmada, no podía creer que tendría un hijo del hombre que
más amaba, ahora comprendía que Adam había logrado superar el
cariño hacía su padre, hermano y abuelo, los amaba, pero con su
esposo era todo tan diferente, nunca pensó que un hombre que no
conocía de toda su vida ocuparía un lugar tan importante en su
corazón.
—Ven, vamos a que te recuestes —la tomó en brazos y la dejó
sobre la cama—, nos iremos mañana temprano.
—¿En serio? ¿Al fin podremos irnos?
—Sí —dijo serio.
—¿Qué ocurre? ¿Qué me ocultas?
—Han traído nota de Bermont —dijo pesaroso—, parece que tu
abuelo se ha puesto algo mal.
—¿El abuelo? —se sentó asustada.
—Tranquilízate —la recostó sobre él—, iremos directos para allá,
pero no tienes que alterarte ¿recuerdas?
—Sí —se tocó el vientre, pero eso no hacía que se le quitara lo
asustada que estaba por su abuelo—, ¿dijeron que fue lo que
sucedió?
—No, solo estaban informando a los lores de su ausencia que se
hizo notoria al pasar los días y se nos dijo eso.
Katherine asintió y se abrazó a su esposo sintiéndose tranquila y
feliz cuando la besó.
23
Regreso a Bermont
Las primas que habían tenido que ir a la corte bajaron presurosas
de los carruajes que acababan de parar frente a las puertas de la
mansión Bermont, sintiendo que el corazón se salía de su lugar al
comprender que su abuelo estaba enfermo a tal grado de faltar a
una importante reunión a la corte.
—¡Abuela! —gritó Katherine— ¡Abuela!
—¡Santo Dios niña! —dijo la abuela con molestia, saliendo de un
salón— ¿Por qué gritas?
—¿Dónde está el abuelo? —se adelantó Elizabeth.
—Nos informaron que enfermó.
—¿El abuelo? —dijo Annabella, con una cara de extrañeza—,
está montando.
—¡¿Montando?! —dijeron las tres al mismo tiempo.
Adam y Robert casi quedan sordos al escuchar tales replicas
venidas de tres voces agudas y bastante impresionadas.
—¿Por qué dijeron entones que estaba enfermo en la cámara de
lores? —las chicas miraron a sus respectivos esposos.
—¡Ah! Eso —dijo la abuela—, no quería ir, así que se inventó una
enfermedad.
—Eso es grave duquesa —dijo Robert—, si acaso se sabe…
—Nadie lo dirá —le quitó importancia Elizabeth, pasándole su
hijo a su marido—, pero casi nos da un infarto.
—¿Dices que está montando? —sonrió la pelirroja.
—Kathe —se adelantó Adam—, no puedes montar si es lo que
estás pensando.
La joven frunció el ceño desconcertada y por un momento pensó
que Adam le jugaba una broma.
—El duque tiene razón —dijo Elizabeth—, una mujer
embarazada no puede montar, es muy riesgoso, podrías perder al
niño.
—¿Niño? —se adelantó la abuela, empujando a Marinett—
¿Cómo que niño?
Katherine sonrió y miró a Adam.
—Estoy embarazada abuela.
La abuela Violet prácticamente había gritado, abrazado y
felicitado un millón de veces desde que le dieron la noticia, obligó a
que se quedaran todos por lo menos esa noche y festejaran el
momento en el que la nieta más revoltosa que tenía al fin tenía un
marido y un hijo en camino.
—Frederick, al fin algo bueno ha salido de esa cámara de lores,
gracias a ello nos han traído esta grata noticia ¿no te parece?
—Sí querida, de lo más grata —decía el abuelo, ignorando a su
mujer y más interesado en lo que los duques tenían que contarle.
—¿Dónde está William? —preguntó Katherine.
—Regresó a Francia hace como un mes o más —dijo Annabella
—, pensé que te diría.
—No me dijo nada —frunció el ceño—, no entiendo por qué
regresaría.
—Es William —quitó importancia Charles—, seguro quería ver
que sucedía con las tierras, según entiendo, tu padre quiere dejarle
el titulo cuanto antes.
Katherine asintió un poco contrariada y miró la forma en la que
los tres duques intercambiaban información, parecían concentrados,
pero al mismo tiempo pendientes en no dejar que nadie más los
escuchara, se notó aún más cuando de pronto ella se acercó y
todos callaron.
—Katherine mi niña —la abrazó el abuelo—, no puedo creer que
te hayas convertido en toda una mujer.
—¡Abuelo! —se molestó la joven—, era una mujer antes de
casarme.
—¡Pamplinas! —gritó la abuela con una uva en la boca—, eras
una niña berrinchuda con un carácter terrible.
—Lo sigues siendo —susurró Adam a su oído, sacando una
mirada recriminatoria de su esposa.
Katherine en conjunto con sus primas y abuela se interesaron en
buscar nombres mientras los hombres iban a otra habitación para
poder fumar y beber algo, la joven había recibido gustosa el beso
que su marido le dio en la mejilla, pero notaba lo preocupado que
estaba por hablar con su abuelo.
—Así que, guerra —dijo Frederick Hillenburg, abuelo de los
Bermont—, ahora entiendo por qué William fue llamado a Francia.
—Apoyaremos a Francia en el frente de España —dijo Robert—,
Portugal está recibiendo ayuda por el momento del imperio Austro-
húngaro e Italia, pero sabemos que vienen para acá.
—Cuando piensan partir —inquirió el anciano.
—Un mes cuando mucho —dijo Adam—, estamos juntando
tropas de Escocia e Irlanda también.
—Comprendo —el hombre bajó la mirada, desanimado—
¿Cuándo piensan decirles a sus esposas? Por lo que veo ellas no
saben nada.
—No —suspiró Robert—, no pensamos que terminaría en guerra,
pero al parecer, después de intentar negociar, se negaron.
—Dios mío, qué mal momento —dijo el abuelo—, le debo mis
respetos duque, aceptar tan alta posición en la guerra después de
recibir la noticia de mi nieta, requiere valor.
—Los quiero a salvo a ambos —dijo el duque—, tampoco es
como si pudiera negarme.
—Ninguno podemos —dijo Robert—, no es que me dé especial
gusto dejar a mi mujer e hijo aquí, solos.
—Mis nietas siempre serán recibidas aquí —dijo el abuelo sin
ningún problema—, aunque sé que Katherine tendrá compañía con
la duquesa viuda y sus hijos, si desean regresar por mí no habrá
problema.
—Creo que yo tomaré su palabra señor —dijo Robert—, pienso
que lo mejor es que Elizabeth esté aquí con ustedes.
—¿Y Helena? —dudó Adam.
—Ingresó a un internado como maestra hace algunos meses,
nada le gusta más que los niños.
—¿Robert? —entró en el despacho Elizabeth—, lo siento por
interrumpir.
—No hay problema hija —dijo el abuelo—, pasa.
—Robert, creo que Archie se encuentra mal y quisiera que
trajeran a un médico.
—Lo llamaré tranquila —asintió Robert, mirando hacia el resto de
los hombres—, me retiro.
La rubia tenía consigo al pequeño que parecía tener calentura
por la forma en la que sus mejillas se habían sonrojado y se
recostaba en su madre, Robert llegó hasta ellos y tocó la frente de
su hijo y después la mejilla de su preocupada esposa.
Adam miró al duque quién a su vez no separa sus ojos de él,
sabía por lo que le habían dicho que Katherine y su abuelo eran
bastante allegados, por lo que entendía a la perfección la
preocupación que se le notaba en aquel semblante.
—Trataré de que lo entienda de la mejor manera —Adam
respondió al silencio en la habitación.
—Es una mujer fuerte, sin embargo, esto es nuevo para ella,
tener un hijo no es cualquier cosa, pero llevarlo dentro de ti… no
puedo imaginar lo que es pasar por algo así.
—Me gustaría poder decir que hay forma de que esto no pasara
—dijo Adam seriamente—, pero no la hay.
—Lo sé muchacho —le tocó el hombro—, solo me interesa que
sea feliz, ella de entre todas mis nietas, era la más especial para mí,
por el simple hecho de que ella me eligió cuando nadie más lo había
hecho.
—Lo entiendo, e intento hacerla feliz.
—Adam —entró Kathe al lugar.
—¿Qué ocurre? —la miró sin separarse del abuelo de su mujer.
—Estoy cansada —se introdujo al despacho—, quiero ir a dormir.
—Está bien, puedo alcanzarte en un rato.
La joven bajó la mirada.
—No te preocupes por mí —dijo el abuelo—, creo que lo que
esta jovencita quiere es que subas con ella.
Katherine se sonrojó notoriamente.
—¡No! No lo decía por eso, es solo que me he sentido un poco
mal.
—¿Estás bien? —se preocupó el hombre— ¿necesitas que pida
algo para ti?
—No —ella rodó los ojos—, no debí decir nada, me voy.
La pelirroja salió del lugar dejando a su abuelo sonriente y a
Adam completamente desconcertado.
—Ve, ella no hubiera venido si no te quisiera a su lado.
Adam simplemente asintió y siguió a su mujer a quién alcanzó en
la escalera, ahora que lo pensaba, era buena idea que la siguiera
porque en realidad no sabía hacia dónde dirigirse.
—Dije que no era necesario.
—Y aquí estoy de todas formas —se acercó a ella y subió a la
par las escaleras—, además, no sabría dónde queda tu recamara.
Katherine se avergonzó al pensar que su marido entraría en la
habitación que fuera de ella cuando era soltera, cuando ni siquiera
pensaba en lo que era un esposo y su inocencia estaba intacta.
Abrió la puerta y por puro instinto, trató de cerrarla a él para
cerciorarse de que las cosas estuvieran en su sitio, ella era muy
dada a aventar incluso sus corsee por doquier, pero era estúpido,
porque Adam ya lo sabía, él dormía con ella todos los días.
—Eh ¿Kathe?
—Sí lo siento —abrió la puerta—, solo me parece extraño.
Adam sonrió y miro a su alrededor.
—Así que la recámara de niña de mi esposa —asintió—, nada
mal.
—¿De qué hablaban con el abuelo? —se acercó para tomar las
cosas de las que su esposo se despojaba.
—Algunos asuntos de la cámara de lores, nada de lo que debas
preocuparte.
—Él… ¿estaba contento? —Adam frunció el ceño, Kathe
especificó—: por el bebé.
—Creo que sí —sonrió— ¿Por qué lo preguntas?
—No lo sé, creo que él jamás me vio con un hijo a cuestas, yo
tampoco hasta que de pronto ya lo tengo conmigo.
—Serás una madre extraordinaria, estoy seguro.
—Soy un desastre la mayor parte del tiempo —se estresó un
poco—, creo que tú eres más indicado para estas cosas, más
consciente y todo eso. Por Dios, yo sigo haciendo que tus hermanos
hagan travesuras.
—Eh —le tomó el rostro—, lo harás bien, nadie es el mejor
padre, pero debemos dar la mejor versión de nosotros mismos.
Cuando tengas a ese bebé en tus brazos, el instinto materno te será
natural.
Ella asintió y lo abrazó, cada día le parecía más fácil amarlo y
más difícil decírselo, ¿habría un día en el que se armara de valor?
¿Sentiría lo mismo por ella?
24
Malas noticias
Según pasaban los días y ya de regreso en la residencia de los
Wellington, Katherine iba sintiéndose cada momento más acorde
con lo que su estado representaba: un montón de mareos, vómitos y
debilidad. Todo lo anterior comenzaba a preocupar sobre manera al
duque quién intentaba en todo lo posible que su alborotada esposa
se quedase quieta por el mayor tiempo posible, pero simplemente
Katherine se volvía loca ante esas exigencias y lograba sacarlo de
quicio la mayoría del tiempo.
Adam había prohibido sobre todas las cosas que se le dijera a su
esposa sobre la eminente guerra y gracias a su reciente estado, ella
había sido casi confinada a sus habitaciones por el médico quién
parecía prever un embarazo poco usual pese a que la joven
asegurara lo contrario.
Su esposa no era tonta, comenzaba a sospechar que algo malo
sucedía, pese a que todos lo ocultaran de la mejor forma, no eran
buenos disimulando del todo las emociones que sentían al tener que
dejar ir a su hijo y hermano a una batalla donde podía morir, por lo
cual solían esconderse de ella durante todo el día y la visitaban
poco cuando se sentía lo suficientemente mal para levantarse.
Esa tarde, después de mucho descanso, decidió bajar al
despacho de su esposo a quién no veía desde en la mañana y por
mucho que le extrañara, solía salir todo el día y regresaba tarde,
muy tarde por la noche, estaba decidida a saber qué era lo que
todos pretendían esconderle, pero mucho antes de que lograra abrir
la puerta se dio cuenta de la conversación que afloraba en el
interior. No solía ser de las que escuchara tras las puertas, pero al
percatarse de la intervención de su nombre en la conversación, no
pudo hacer lo contrario.
—No Adam, no permitas que la lleven ahí —decía la duquesa
viuda—, pese a que sea requerida no encuentro manera de que ella
sobre pase todo esto lejos de su familia, de nosotros.
—Madre, ¿crees en serio que deseo mandarla ahí cuando yo no
esté?
Katherine sintió que su corazón se detenía ¿por qué Adam no
habría de estar? Instintivamente se pegó más a la puerta y trató de
pasar su oído al otro lado para escuchar mejor, pero parecía
haberse instalado un silencio sepulcral.
—¿Por qué su majestad querrá a todas las mujeres de sus altos
mandos junto a ella?
—No lo sé, quizá sea una forma de que hagamos lo que tenemos
que hacer —se inclinó de hombros—, o es asegurarnos que estarán
a salvo, pero no veo como me daría tranquilidad que mi esposa esté
protegida cuando el resto de mi familia no lo estaría.
—A veces se piensa que lo único que les importa a los hombres
es la mujer con la que comparten su vida, hijos y lecho —aseguró la
madre— ¿Te negarás?
Adam suspiró.
—No lo sé —se oía tensionado—, ni siquiera he podido decirle.
—Sé que esto no es sencillo para nadie, peor deberías irla
previniendo de lo que sucederá, sí la guerra parece tan inminente
como me dices, entonces ella tiene derecho a saber lo que le
espera.
¿Guerra? Katherine sintió que la mente se le nublaba. Guerra,
eso era, había sido tan estúpida, era más que obvio que de eso se
trataba y si ella se había unido a su marido por conveniencia eso
quería decir que Francia e Inglaterra estarían del mismo lado, lo cual
también quería decir que su hermano había regresado a su país no
a ver cómo iban las cosas, sino a luchar.
Ahora entendía todas aquellas replicas e insultos de esos nobles,
la culpaban de tener que dejar sus familias y comodidad para
apoyar la alianza que ellos mismos habían forjado con Francia. Le
dolía la cabeza, era una punzada que atravesaba todo su cráneo y
terminó por dejarla inconsciente.
Los fuertes tufos de las sales despertaron abruptamente a
Katherine, ese olor repugnante que amenazaba con destruirle la
nariz fue apartado con firmeza por la blanca y suave mano de la
joven, miró a su alrededor para encontrarse con la palidez de su
suegra, sentada a solo unos centímetros de ella con aquella triste
sonrisa que le indicaba que no había sido un sueño lo que había
escuchado. Miró a su esposo, quién se mantenía alejado de ella.
—Bien, me alegra que despertaras —le tocó la frente y suspiró—,
iré a pedir que te suban algún caldo para asentarte el estómago.
Emilia, trae a tus hermanos.
—Sí —la joven se puso en pie—, me alegra que estés mejor
Kathe.
—Adiós Kathy —sonrieron los más jóvenes tomados de las
manos de su hermana.
La duquesa viuda miró a su hijo y tocó su hombro dulcemente
antes de dejarlos en soledad. Katherine no apartó su fiera mirada de
la de su marido, instalando un silencio largo.
—Katherine —dio un paso hacia ella.
—No te me acerques —dijo tan duramente que Adam paró en
seco.
—Escúchame.
—No —bajó la mirada y mordió su labio—, sé lo que me vas a
decir.
—No me puedo negar.
Katherine levantó la amenazadora mirada hacía él y entonces
explotó:
—¡Siempre dices lo mismo! —reprochó— ¡No te puedes negar!
No te negaste a casarte conmigo, ni a ir a la corte y ahora a la
guerra, ¿Es acaso una broma todo esto?
—Y no puedo hacerlo, son ordenes de la reina, me han dado el
cargo más alto del ejército.
—¿Debo felicitarte?
—No. Sé lo enojada qué estás en este momento, pero al menos
intenta comprender mi posición, sé que odias que manejen tu vida,
pero ahora más que nunca te necesito a salvo, haré lo que pueda
para conseguirlo.
—Entonces debes quedarte conmigo ¡Por Dios! Tengo un hijo
tuyo ¿y piensas abandonarme ahora? —bajó la voz y se le quebró
de pronto—, eres bastante cruel.
—Cálmate Katherine —se sentó a su lado en la cama—, te hace
daño y al bebé igual.
—No vengas a decirme nada sobre el bebé —lo apuntó—, no
estarás presente como para decir algo.
—Sigo siendo su padre.
—¿Y eso qué? —dijo molesta e irracional—, no quiero que me
digas que hacer en nada que tenga que ver con mi hijo.
—Comienzas a verte cada vez más irracional —la tomó de los
hombros con delicadeza—, hago esto por ustedes, para
mantenerlos a salvo. Es verdad que no puedo negarme, pero ahora
que tengo una familia a quién cuidar porque dependen plenamente
de mí, simplemente no dejaré que esa guerra llegue hasta aquí.
—Antes de mí ya tenías una familia que dependía de ti —le
recordó.
—Pero no es lo mismo, mi madre siempre se hará cargo de mis
hermanos, pero tú dependes de mí, porque eres mi mujer.
—¿Debo agradecer que des tu vida y me dejes sola con un hijo
tuyo en el vientre?
—No espero que lo entiendas, pero es lo que haré, no importa
cuánto me arriesgue, proporcionaré paz a mi hijo y te mantendré
con la vida que acostumbras —la miró—, sé que podrás con esto.
Ella negó tristemente ¿Qué no lo entendía? Lo único que
necesitaba en la vida para estar bien, era tenerlo a él a su lado,
viendo crecer a su hijo y siendo felices juntos, fueran pobres o ricos,
huyendo o escondidos, lo que fuera, pero con él, siempre con él.
Katherine atrajo sus piernas hasta su pecho, escondiéndose en sus
rodillas.
—Estaré bien —dijo, manteniéndose la anterior posición—,
siempre lo estoy, nunca he necesitado a nadie y ahora no será
diferente.
—Parece que me das por muerto.
—¡Ni siquiera lo repitas! Pero si es lo que decidiste, no habrá
poder humano que te detenga, ni siquiera amarrándote lo lograría —
Adam sonrió, pero Katherine no hizo lo mismo—, no estoy de
acuerdo, me siento furiosa, decepcionada y…
La joven ahogó un grito al sentir como era repentinamente
rodeada por los brazos de su esposo solo reaccionando para
fortalecer el enlace y esconder su rostro en el hueco de su cuello,
evitando por todos los medios que sus lágrimas salieran.
—Volveré.
—¿Cuándo te irás?
—Tal vez una semana —ella por fin lloró—, o dos.
Katherine mordió sus labios con tanta fuerza que pensó que se
sacaría sangre, su esposo se dedicaba a quitarle las lágrimas de los
ojos, pero ella simplemente negó ¿Cómo viviría mientras lo sabía en
el campo de batalla? Tomó aire, controlándose y se acercó
lentamente hasta pegar sus labios al oído de Adam para susurrarle.
El duque se separó de ella para mirarlo a los ojos, como si dudara
de hacer un movimiento equivocado.
—¿Estás segura?
—Sí.
Y por si su esposo aún tenía dudas, comenzó a desabrochar los
botones de su chaleco y posteriormente su camisa, revelando el
pecho del hombre que amaba, lo acarició lentamente hasta dejar
sus manos sobre los hombros fuertes de su esposo.
—¿Me besarías?
Adam la atrajo hacía sí y comenzó a devorar sus labios como si
de eso dependiera su vida, tocó la suavidad de su piel y se deshizo
de la ropa que la protegía de su mirada, de sus manos. Katherine
sintió como un escalofrío recorría todo su cuerpo cuando él apartó
todo aquello que le estorbaba y la pegó a él ansioso, besando cada
parte de su cuerpo, marcándolo, recordándole que le pertenecía con
aquella devoción ferviente que le tenía.
La mujer debajo de él respondía pasionalmente, arqueándose
hacía él, lanzando suspiros y besando todo cuanto tenía alcance al
permanecer abrazada a él, no quería soltarlo porque eso solo le
recordaba que pronto no podría hacerlo más. Adam se dejó caer
sobre ella por unos segundos para después alzarse sobre sus
codos, normalizando su respiración y brindándole besos tranquilos
hasta que tuvo la fuerza para rodar a un lado.
—Es tu forma de devolvérmela, muy astuta.
—Más bien creo que estoy siendo masoquista —susurró.
Ella comprendió en el momento en el que se separó de ella que
quizá Adam pudiera extrañar su casa, temeroso de perder la vida,
quizá hasta la echara de menos y se reprocharía por no ver a su hijo
crecer en el vientre, pero la que sufriría más sería ella, porque lo
amaba.
—Ven aquí —Adam la atrajo hacía él al notar que volvía a llorar.
Katherine se pegó contra su pecho como en tantas otras
ocasiones había hecho, pero en esa ocasión lo apretó tan fuerte que
creyó que Adam la apartaría, pero no lo hizo.
—No quiero perderte —confesó vacilante.
—No vas a perderme —la apretó contra sí—, tengo demasiado
por lo que volver.
Katherine alzó su mirada para encontrarse con las verdosas
profundidades de su marido, pero al sentir su mano en el vientre
plano haciendo pequeños círculos donde en algún momento habría
un abultado vientre, desvió su vista y posó su propia mano encima.
—Espero que no tenga tu carácter —susurró la joven.
—Y yo espero que tampoco tenga el tuyo —ambos sonrieron.
Katherine se levantó y acercó sus labios a los de su esposo,
dejándole el trabajo de unirlos en un suave roce, la mujer se volvió a
recostar sobre él quedando casi encima de él, dispuesta a dormir y
disfrutar de lo que le quedara en compañía de su esposo.
25
“Te amo”
—Espero tengan un buen viaje —se despedía de ella la duquesa
viuda con una sonrisa triste y lágrimas en sus ojos—, nos veremos
pronto.
—Adiós duquesa —la abrazó con fuerza Katherine.
—¡Ten cuidado niña! ¡No aprietes demasiado al bebé!
Katherine se alejó con una pequeña sonrisa y miró a su esposo
acercarse a su madre, si Lana viera la forma en la que ella abrazaba
a su hijo no se preocuparía tanto por darle un abrazo cuando se
despedían.
—Madre —Adam la despegó de él.
—Cuídate hijo —le tocó la mejilla—, aquí estaremos bien, no
tienes por qué preocuparte.
Los hermanos de Adam fueros los siguientes en llenarlos de
abrazos y besos que los dejaron sin aliento por un momento, pero
después tuvieron que subir a la carroza e ir en dirección del palacio
donde sería la última estancia en la que permanecerían juntos y
donde Katherine tendría que quedarse junto a muchas otras nobles
que harían de compañía a la reina y a sus respectivas hijas que se
quedarían en casa.
Cuando Adam estiró la mano para ayudar a su esposa a bajar,
viendo como ella intentaba guardar la compostura, seguramente en
su cabeza estaría gritándole a la reina una sarta de maldiciones,
pero en el exterior ella parecía tranquila y caminaba con bastante
seguridad hacia la que sería su morada.
Ya en el interior se armaba un buen revuelo que se vio
intensificado con la llegada del que sería el general el rango más
alto de los ejércitos ingleses, Katherine se sintió rápidamente
abrumada por la efusividad con la que se recibía al hombre y se le
tocaba mientras caminaban hacia el interior del salón.
—¿Cómo te encuentras prima? —dijo Elizabeth, apareciendo
repentinamente a su lado, con una copa en la mano.
—Tan mal como podría esperarse —suspiró Katherine— ¿tú?
Su prima dejó salir una risa que solo retumbó en su interior.
—Lo quiero asesinar con mis propias manos —dijo enojada, pero
miró a Katherine y sonrió—, ¿Lo amas cierto?
Katherine levantó la vista hacia el hombre que era rodeado por
diferentes hombres uniformados.
—Muchísimo.
—¿Se lo has dicho?
—No —susurró— y creo que ahora no necesita saberlo, debe
concentrarse para poder volver con nosotros, no lo abrumaré con
tonterías.
—Primita —ladeó la cabeza—, el que lo amaras le daría aún más
razones para querer volver.
—Y lo haría que se distrajera pensando en que sufriré por él —
negó—, lo prefiero con vida a pesar de que piense que no lo amo.
—Tonterías Katherine, un hombre siente valor al pensar que
volverá a una familia amorosa, donde es esperado.
—Adam es listo —se inclinó de hombros—, seguramente ya lo
sabe.
Los ojos azules de la pelirroja siguieron con la vista al sonriente
hombre que era su marido ¿Cómo podía sonreír así cuando ella se
sentía que moría por dentro? Suspiró de pronto cuando él fijó sus
ojos en ella, haciendo una pregunta silenciosa a lo que ella solo
sonrió y asintió para después volverse hacia otro lado con su prima
Elizabeth.
Adam volvió la vista cuando sintió un golpe amistoso en su
espalda, James había llegado a su lado con una sonrisa
inquebrantable en conjunto con sus otros dos amigos, Thomas y
Robert.
—¿Qué tan mal ha sido cuando le avisaste que te irías? —sonrió
el rubio—, conociendo a esa pelirroja seguro te encajó algo en el
cuerpo o te lanzó una flecha.
Los hombres con los que se rodeaba eran importantes mandos
del ejército, al igual que él, pero en ese momento el Teniente James
Seymour recibió una fría mirada por parte del hombre que tenía
varios rangos por encima de él, normalmente le eran graciosas las
idioteces de su amigo, pero en ese momento simplemente no podía
aguantarlo.
—Eres bastante más estúpido de lo que recordaba —dijo Robert
—, espero que la guerra te haga madurar un poco.
—Lo siento caballeros —se inclinó de hombros—, pero el no
tener mujer por una vez ha sido lo mejor.
Thomas golpeó la nuca del rubio para que se callara de una vez,
siendo consciente de la incomodidad de los dos hombres de alto
rango frente a ellos, no se podía imaginar lo que sería dejar a su
familia, puesto que él tampoco la tenía.
—Me han dicho que tu mujer está embarazada Adam,
felicidades.
Adam lo miró con seriedad y asintió.
—Gracias Thomas.
—¿Katherine está embarazada? —James elevó las cejas.
—Sí.
James pareció avergonzado por sus anteriores palabras, sobre
todo cuando de pronto aquella pelirroja llegó junto a su marido,
jalándolo un poco para que se inclinara y de esa forma hablarle al
oído, Adam simplemente asintió y se despidió para seguirla. Robert
dejó a los dos solteros después de dirigir otra fría mirada hacia su
amigo rubio, decidiendo hacer como su amigo y pasar los últimos
momentos de paz junto a su esposa, quién se encontraba en medio
de un melodrama tal que lo dejaba desconcertado en más de una
ocasión.
—¿Qué sucede Katherine?
—Quiero darte algo —lo jaló por los pasillos del palacio hacia la
habitación que ella ocuparía hasta su retorno.
La joven entró en la habitación y se agachó frente a un enorme
baúl que se notaba que Margaret había tardado en arreglar y ahora
su esposa hacía lo contrario, aventando algunas cosas al suelo para
encontrar lo que deseaba, sacó entonces un alhajero y lo abrió con
una sonrisa.
—Mi padre me regaló esto cuando cumplí dieciséis años —se
puso en pie y se acercó a él, intentando que su voz no se quebrara
—, me gusta mucho así que espero que me lo regreses pronto.
Adam miró su mano donde ella había dejado un hermoso
relicario redondo de tamaño considerable, tenía finos dibujos de
flores marcadas artesanalmente en el oro, la miró antes de abrir
aquel preciado tesoro, dándose cuenta que tenía una foto reciente
de su esposa y del otro lado la frase “L'amour le plus fort perdure
malgré les distances”.
—Quiere decir “el amor más fuerte perdura a pesar de la
distancia”, viví la mayor parte de mi vida lejos de casa, así que es lo
que mi padre siempre me decía cuando me veía —Adam sabía el
idioma a la perfección, pero parecía que era algo que su mujer
quería recalcar—. Me la devolverás ¿De acuerdo?
Adam la abrazó con fuerza, permitiéndole soltar las lágrimas que
retenía.
—Tengo dos muy buenas razones para volver Katherine.
—Bien —asintió la joven.
Adam limpió el rostro de su esposa y levantó su barbilla
lentamente para poder observar su cara con detenimiento, ella
apretaba los labios formando una fina línea con ellos, él contorneó
con el pulgar el área, haciendo que los entreabierta para después
tomar posesión de ellos con dulzura y vehemencia que rápidamente
los condujo hasta la cama, donde hicieron el amor y después se
quedaron profundamente dormidos, resentidos contra el tiempo que
no les daba ninguna tregua y parecía avanzar con más rapidez para
lograr sepáralos.
Adam se separó de ella para irse a su propia recamara, apenas
caía la noche y por tal motivo no la despertó, simplemente la
acomodó sobre la cama y la cubrió con las mantas, se dio cuenta de
lo difícil que le parecía separarse de ella, hubiese querido
permanecer a su lado durante toda la noche, pero era costumbre no
tener distracciones cuando se estaba por ir a la guerra, así que se
les daban habitaciones separadas. Tomó el relicario que ella le
regaló y lo colocó en su cuello, sintiendo la fría alhaja contra su
pecho, justo al nivel de su corazón, se acercó a su mujer y la besó
en el estupor del sueño profundo para después desaparecer.
Cuando entró a su nueva habitación se sintió desmoralizado,
hacía solo unos instantes había estado entre los brazos de su
esposa, en esa habitación vacía hacía falta su aroma, su cuerpo, su
sonrisa socarrona y sus vibrantes ojos azules que lo ponían de
rodillas. Inhaló fuertemente y comenzó a quitarse la ropa para
descansar en la que podía ser su última noche de paz, se enfocó en
su objetivo, tenía que mantener a su familia a salvo. Tomó el
relicario en sus manos y lo miró por largo rato, los ojos de su esposa
encajándose en los de él con aquel fuerte carácter que se ocultaba
tras la sonrisa. Se sintió más tranquilo y cayó dormido.
Adam sintió de pronto un cuerpo femenino que se acoplaba a su
pecho, sonrió internamente al reconocer el calor de Katherine y su
manía por abrazarse a él mientras dormían, actuó por instinto
cuando la apretó contra él, hundiendo su nariz en el conocido hueco
de su cuello para embriagarse con su conocido olor.
Se puso en pie rápidamente al comprender que olía a lavanda,
su mujer odiaba la lavanda, era imposible que fuera una colonia de
su elección, encendió la vela que descansaba en su mesa de noche,
iluminando a la mujer que se le había metido en su cama en el
estupor del sueño.
—Eleonora —dijo con molestia—, no preguntaré que haces aquí,
solo te pediré que te vayas.
La mujer se sentó sobre la cama, poco le importaba que la viera
desnuda.
—¿No le agrado general? —sonrió— ¿no soy lo suficientemente
hermosa.
—Vete.
—En esta habitación nadie nos escuchará, la seleccioné
especialmente para ti por esta misma razón —se puso en pie y
colocó su bata, caminando seductora hacia él.
—Te has tomado una molestia innecesaria, no pienso repetirlo,
sal de aquí ahora.
—¿Puedo saber por qué despreciarme?
—Estoy casado.
—Eso nunca ha impedido que…
—Y enamorado de mi mujer —la interrumpió.
—¿Enamorado? —dio un paso hacia atrás—, es usted
sorprendente ¿lo sabía? Logró hacer que su corazón sintiera algo
por una mujer a la que le entregaron a la fuerza, ¡pero que locura!
Como sea, no diré nada de esta noche en la que nos divertiremos
juntos.
—Sí quisiera dormir con alguien esta noche, sería con mi mujer
Eleonora, pero como vez he venido hasta aquí porque es lo mejor —
la tomó del brazo y la sacó de la habitación—, no quiero volverte a
ver por aquí.
—Usted no sabe en lo que se está metiendo.
—Voy a una guerra, nada podría salir peor.
—¿Seguro? —levantó una ceja—, espero que su familia se
encuentre muy bien, sobre todo ahora que estarán aquí en palacio.
Adam respiró con agitación.
—Si les pones un dedo encima Eleonora será lo último que
hagas ¿entiendes? Yo no me limitaré en asesinarte con tal de
vengarme.
Intimidada por aquella mirada fiera que dejaba a ciencia cierta
que decía la verdad, Eleonora cerró adecuadamente la bata sobre
sus hombros y se alejó ed ahí. Adam cerró de un portazo y se
quedó pensativo, tendría que dejar bajo aviso para que le echaran
un ojo a Katherine, debía agradecer que el abuelo de la misma junto
con el resto de su familia había sido requerido también, de esa
forma era menos probable que Eleonora pudiera hacerles algo. No
por nada esa mujer se había ganado el cariño de la reina y no era
por otra cosa sino por su inteligencia, lo último que quería era a una
mujer despechada molestando a Katherine.
Los ojos azules de Kathe se abrieron a las cinco de la mañana,
como si hubiera en ella un pequeño reloj que le indicara cuando era
momento de despertar, estiró la mano hacia el otro lado para tocar a
Adam, dándose cuenta entonces que no estaba. Se sentó sobre la
cama, sosteniendo la sabana para cubrir su desnudez y sintió el
peso de no haberse despedido de él ¿A qué hora se había
marchado?
—Aquí estoy —dijo de pronto su voz, entrando a la habitación.
—¡Pensé que te habías ido sin despedirte! —se levantó
enredada en las sabanas.
—No podría hacer algo como eso.
Adam estaba completamente vestido con el uniforme de gala y
las correspondientes medallas encima, pensaría que se veía
apuesto si no tuviera que irse a la guerra. Sacándola un poco de sus
pensamientos, su esposo se agachó y le tomó la cintura para
acercar el vientre a su rostro, donde permaneció recostado por unos
minutos, Kathe se había acostumbrado a esa manía de su marido,
era su forma de despedirse de su hijo. Besó su vientre y después
besó los labios de su esposa.
—Promete que tendrás los ojos abiertos —advirtió su marido—,
no confíes en nadie aquí dentro ¿entendido?
—Sí.
—Preferiría que pasaras los días con tus primas y tus abuelos,
no te despegues de ellos.
—¿Sucedió algo?
—No —le acarició la mejilla—, solo son medidas para que estés
bien.
—Estaré bien —sonrió—, soy una mujer fuerte.
—Lo sé —la abrazó y acercó sus labios al oído de su esposa
para lograr susurrarle—, pero no podía irme sin decirte antes esto…
Ella asintió, pero no comprendió que la oración no había
terminado.
—Te amo —le besó los labios, miró su consternación con una
sonrisa y salió.
26
Reencuentro Familiar
Katherine se quedó pasmada por varios segundos que le valieron
no alcanzar a su marido pese a que corrió para hacerlo, su corazón
se mostró afligido cuando las muchas carrozas comenzaron a
avanzar y en una de ellas, iría su marido. No le importó estar en
bata ni mucho menos que las demás mujeres estuvieran ahí
completamente cambiadas y arregladas, ella era la única que seguía
en bata y ahora se encontraba completamente llorosa, con las
palabras atoradas en su garganta.
—Yo también te amo —susurró justo cuando su prima llegaba
hasta ella y la abrazaba.
—Todo estará bien Katherine —Elizabeth besó su frente—,
estaremos bien.
Katherine negó un par de veces y se cubrió la cara.
—No se lo dije —dijo en un susurro—, quizá no lo vuelva a ver y
no le dije que lo amaba.
—Volverá cariño —le acarició el pelo—, ambos lo harán.
Katherine se dejó caer sobre sus rodillas, llevándose a su prima
con ella quién seguía intentando consolarla, Elizabeth era la única
otra persona que como Kathe continuaba en bata a pesar de estar
en el palacio.
—Vaya, vaya —sonrió Eleonora—, no pensé ver tan afligida a
una pelirroja.
—Lady Eleonora —frunció el ceño Elizabeth—, haga favor de
dejar a mi prima tranquila, cuando se tiene a un esposo al que se
ama, es normal sentirse afligida cuando se marcha.
—Claramente —asintió la mujer—, aunque no sabemos sí el
sentimiento sea reciproco.
—Me ama —dijo Katherine más para sí misma que para alguien
—, me ama…
—Eso se nota Kathe —la abrazó con fuerza—, no tienes ni qué
decirlo, venga, vamos a tu habitación para que te cambies.
Elizabeth pasó primero por su bebé y luego fue a la recamara de
Katherine donde aconsejó a su prima de estar tranquila, asegurando
que parte del desenfreno de sus emociones se debía a su
embarazo, pero Kathe sabía que no era solo eso, descubrir que su
esposo la amaba le ocasionaba una felicidad poco común y le había
proporcionado fuerzas necesarias para encontrarse bien. Sus
primas tenían razón, el saber que la amaba había cambiado todo.
—Vamos Elizabeth —sonrió la pelirroja—, hay muchas cosas que
hacer para cuando lleguen los abuelos y mis primas.
—Supongo que lo hay… espera ¿Qué quieres hacer?
—No puedo dejar de pensar en que Adam estará en peligro
constante en tierras desconocidas —suspiró—, pienso hacer todo lo
que pueda para ayudarlos y así sentiré que los estaré ayudando a
ellos.
—Dios, ¿qué tienes en mente?
La pelirroja sonrió malévola.
El resto de la familia Bermont llegó pasado el mediodía, sus
primas como era de esperarse venías sumidas en una profunda
alegría que Elizabeth y Katherine no podían llegar a compartir pese
a que se alegraban de verlas, sobre todo cuando Giorgiana llegó a
escena, otra francesa en la corte sin más remedio que ser recibida
puesto que estaba de visita en Bermont cuando todo había ocurrido.
—Hermanita —sonrió la mujer—, me da gusto verte y supe que
estás embarazada, me alegro por ti y el duque, no me parece un
mal hombre, de hecho, creo que es de los poco que respeto ¡Oh,
Archie! Pero qué monada, ven con tía G.
—¿Cómo te encuentras Katherine? —la abrazó Annabella.
—Bastante mejor de lo que pensaba —asintió la pelirroja—, me
es reconfortante saber que Elizabeth está conmigo, sintiendo lo
mismo que yo.
—Así que ya aceptaste que lo amas —elevó una ceja Marinett—,
me alegro por ti.
—Yo no siento lo mismo —suspiró la pelirroja—, no cuando tengo
tanto miedo de poder perderlo.
—Oh, no arruinemos esto —le quitó importancia Giorgiana—, sus
esposos regresarán así que no deben ni siquiera pensar en lo
contrario, por ahora deberían concentrarse en decirme quienes son
esas mujeres que nos ven tan espantosamente.
Katherine y Elizabeth alargaron el cuello para ver a Eleonora y
Beca paradas en un lugar cercano de ellas.
—Agh, como las detesto —dijo la rubia.
—Son damas de compañía de la reina —dijo con molestia
Katherine—, especialistas a estar contra las francesas, más contra
una que tiene el pelo rojo.
—¡Tonterías! —se molestó la mayor—, nadie te molestará por tu
color de pelo, aunque no es usual, para mí es hermoso y por lo de
francesas… deja que haga un comentario y la haré desear cavar su
propia tumba.
—Gracias Gigi, aunque preferiría que no te bronquearas con
nadie —pidió la menor.
—Solo si no se meten conmigo.
Elizabeth se acercó a su prima pelirroja y le tocó débilmente en el
hombro.
—¿Qué es eso que querías hacer?
Katherine sonrió y sus primas no pudieron más que asustarse,
que Kathe tuviera una sonrisa así solo aseguraba problemas para
todos los que estuvieran a un metro a la redonda. Las chicas en
realidad no habían puesto oposición alguna en un inicio, cuando su
prima les había contado la idea fantástica que llevaba pensando
desde que su marido se fue, pero ahora que lo hacían notaban lo
cansado que era estar en un hospital. Era idea de Katherine ayudar
en cuanto pudiera a todo quién llegara y aunque la guerra apenas
comenzaba para ellos, los hospitales comenzaban a prepararse
para la inminente llegada de los heridos.
—¡Dios! —se quejó Marinett, dejándose caer en una camilla—,
es más difícil de lo que pensé en un inicio.
—Sí —dijo Elizabeth más animada que cansada—, pero tú
también tienes por qué ayudar ¿cierto? Tu prometido también ha ido
a la guerra.
—¿Prometido? —se acercó Giorgiana—, me voy unos meses y
pasa todo esto.
—Es un buen hombre —asintió Katherine—, pese a que no es
con quién esperaba que se casara Marinett, el barón Fidman parece
un candidato ideal.
Su prima regresó la mirada con rapidez.
—Pensé que nunca lo aceptarías.
—Sí lo amas —se inclinó de hombros—, no puedo hacer nada.
—Sí —Marinett bajó la mirada pensativa—, es bueno conmigo.
—¡Ah! ¡Dios! Yo no puedo con esta cosa —se quejó Annabella,
empujando la cama que se suponía que tenía que armar—, es una
monstruosidad.
Las chicas rieron y siguieron con su trabajo de voluntarias, debía
admitir que el estar ahí con ellas le propiciaba una cierta felicidad
que creía haber perdido cuando Adam partió esa mañana. El
mantenerse ocupada solo era otra forma en la que lograría no
pensar en ello y de alguna forma sentiría que estaría ayudándolo
pese a que no podía hacer nada más que eso.
Regresaron al palacio para la cena que la reina ofrecería para
ellas, todas las mujeres desamparadas que debían soportar el
hecho de la guerra y la probable perdida de sus esposos, quizá no
todas las damas ahí presentes se sintieran tan desdichadas como
Elizabeth o como ella misma, la diferencia radicaba en que ellas
amaban a los hombres que se habían marchado.
—Querida lady Wellington —se sentó de pronto Eleonora—,
espero que no le incomode que me siente con usted.
—No veo por qué quiere hacerlo —sinceró Katherine—¸ pero no
me molesta.
—Bueno, asigné los lugares pensando en que todos estuvieran
cómodos —sonrió—, pero jamás pensé en mi lugar, qué tontería
¿no?
—Parece que sí.
—Es usted adorable estando embarazada —sonrió—, me han
dicho que apenas se enteró, muchas felicidades.
—Gracias.
—Supongo que Adam estará fascinado con la noticia.
—Lo está.
—Espero que sea varón, así, si cualquier cosa pasara, usted se
encontraría protegida con el título de su marido.
Katherine sintió que el corazón se le apretaba con tan solo
considerar la idea.
—Espero no tener que necesitar de ello y que mi esposo regrese
con bien —dijo molesta—, supongo que usted ya tendrá a su hijo
varón por si acaso.
La pelirroja pudo sentir la ardiente mirada de esa mujer sobre ella
y negó con una falsa sonrisa.
—Desgraciadamente, no fui designada para poder concebir —se
inclinó y tomó una cucharada de su sopa.
—Lo siento, no tenía idea.
—No pasa nada lady Wellington, en un inicio pensé en lo
desafortunada que era al no poderle dar un hijo a mi marido —la
miró sonriente y malvada—, pero luego me di cuenta de las ventajas
que representaba no poder tenerlos.
—¿Ventajas?
—Bueno, a los hombres no les gusta tener… hijos de otras de
sus mujeres, les gusta tenerlos de las oficiales y a mí me gustan los
hombres en general, así que resulta que soy la compañera perfecta
para cualquier hombre un poco harto de los mismo.
Katherine abrió los ojos por la forma tan desvergonzada en la
que esa mujer hablaba, pero sabía que se lo estaría diciendo con
una intensión, no solo para exponerse ante ella de esa forma tan
vergonzosa.
—¿Por qué me dice esto?
Ella simplemente sonrió.
—Solo doy mis ventajas —dijo la joven—, me parece justo que si
un hombre puede engañar una mujer también.
—Espero que no esté estresando a mi hermana —se sentó
Giorgiana del otro lado de Katherine—, no lo sé con certeza, pero
me han dicho que cuando una está en cinta, debe permanecer
calmada, sé que su esposo no nos perdonaría si acaso Kathe
sufriera algún desperfecto.
—Ah, Giorgiana, claro, debí saber que nada de impediría venir.
—Hola Eleonora, ¿ahora te dispones a meter tu veneno en otra
corte?
—¿Se conocen?
—Solo de vista —sonrió Eleonora—, tu hermana ha visitado más
cortes de las que yo puedo contar.
—¿En serio? No sé por qué será entonces que yo en todas he
escuchado de ti.
Eleonora miró a Giorgiana con rivalidad, pero la pelinegra apenas
y se sentía retada.
—Creo haberte dispuesto en otro lugar Giorgiana.
—Sí —aceptó la joven bebiendo de la copa de vino—, pero hice
que la mujer que habías “dispuesto” aquí, me cambiara.
—Dices que la amenazaste.
—Con todo y pistola Eleonora —sonrió la joven—, no querrás
que haga lo mismo ahora.
—Sería deplorable que una francesa levantara armas contra la
corte inglesa, no quedaría muy bien en los libros de historia.
—Claro, pero siempre ocurren accidentes.
A Eleonora le brillaron los ojos, pero se puso en pie y fue directa
hacia la reina, donde pasó el resto de la velada. Giorgiana suspiró y
sonrió hacia su hermana.
—Ten cuidado con ella, conozco a las de su clase y te aseguro
que corres peligro, sobre todo si se fijó en tu marido.
—Creo que lo hizo —Katherine rodó los ojos—, pero sé que
Adam no la aceptaría.
—Peor, eso solo nos complica las cosas.
—¿Peor?
—Bueno hermanita, sé que te gusta pensar que tu marido no te
pondrá los cuernos, pero te aseguro que eso nos complica esto, una
mujer despechada es peligrosa.
—Esto es el palacio, no creo que se atreva a hacer nada aquí.
—No seas tan ingenua hermana —se burló Giorgiana—, han
matado a reyes entre estas paredes, no veo por qué no harían lo
mismo con una noble.
La cena prosiguió sin más cambios, después de aquella
intromisión, su hermana mayor parecía haberse adjudicado el
nombre de guardaespaldas puesto que no dejaba ni un segundo
sola a Katherine, lo cual hacía que nadie se le acercara con ofensas
a las que comenzaba a acostumbrarse e ignorar, pero Gigi nunca
fue dada a dejar pasar las cosas y su fiera mirada lo demostraba a
cada segundo.
Se alejó de sus primas por un momento y se acercó a su abuelo
quién parecía querer huir de tanta faramalla, siendo uno de los
pocos hombres que no había podido asistir a la guerra por edad y
cuestiones de salud, se mostraba acorralado por mujeres, casi creía
que su abuelo preferiría estar en la guerra.
—Abuelo.
—¡Oh Katherine! —la abrazó el mayor—, al fin una conversación
decente, debo admitir que incluso una plática con la histérica de
Elizabeth me vendría bien en estos momentos, mira que las amigas
de tu abuela…
—Abuelo —lo interrumpió—, me alegra que estés aquí.
—A mí también me alegra cariño —sonrió—, agradezco poder
cuidarte mientras tu marido no está, ambos me las encargaron en
demasía.
—¿Adam habló contigo?
—Claro cariño, lo hizo, por esa razón estoy aquí ¿Crees que
hubiese venido si acaso hubiera algo menos importante que cuidar a
dos de mis nietas?
—Gracias abuelo —lo abrazó—, todo parece más sencillo ahora
que estás aquí.
—Mañana pienso dar una caminata ¿gustas acompañarme?
Conozco lugares preciosos en el castillo.
—Nada me complacería más.
—Supe que estás haciendo iniciativas para ayudar en la guerra.
—Sí —se sonrojó—, no lo he podido evitar.
—Es muy dado de ti —asintió—, creo que las familias de esas
personas te agradecerán que te muestres interesada por ellos.
—Las demás también son de ayuda, aunque creo que Giorgiana
podría descarrilar un poco a las niñas, aunque no lo veo
precisamente como algo malo, seguro que a las madres no les
agradará.
—Esa Gigi, siempre haciendo travesuras —le tomó la nariz a la
pelirroja—, no por nada son hermanas.
Katherine sonrió y asintió, pese a que ella y Giorgiana no fueran
parecidas en todos los aspectos, solían compartir muchas de las
metas, aunque las sabían llevar a su forma muy peculiar.
27
Sorpresas
La guerra era la peor creación del hombre, Adam no podía
encontrar una forma más horrorosa de auto destrucción, lo peor
podían ser las causas de ella, las cuales eran superfluas si se
tomaba en cuenta que esas tierras, oro y demás ganancias eran
tomadas a costa de la sangre de miles de guerreros y lágrimas de
miles de familias.
El general de hierro era sin dudas una figura de consuelo para
esos agotados hombres que luchaban diariamente por su patria,
aunque fuera en las tierras de otros, el frente español estaba
haciendo todo lo posible por resistir a la eminente invasión de
Portugal y futuro avance hacia Francia, el general, solía combatir a
su lado influyendo valor y generando ánimos entre las tropas, era
una figura que ocasionaba respeto y honor a su paso, nadie dudaba
de sus cualidades estratégicas, o de su capacidad con el sable o el
fusil.
Lo que no lograban comprender era como aquel hombre podía
seguir mostrando aquella fortaleza y animosidad cuando muchos de
ellos la habían perdido hacía mucho, pese a que tenían familias y
personas a las cuales proteger, nadie parecía más interesado en
volver que ese general quién solo pensaba en volver a ver aquellos
ojos azules que tanto amaba.
Habían pasado tres meses desde que todo había comenzado y
para ese momento, los ejércitos estaban diezmados, había heridos,
hedor y hambruna, pero seguían teniendo esperanza de que, en
alguna parte, sus esposas estuvieran a salvo, despertando
tranquilas en sus tierras natales.
Katherine había encontrado la forma de no pensar en ello, se
despertaba temprano y se ocupaba durante todo el día pese a que
solían haber reuniones y eventos entre las damas de la corte, las
Bermont habían conseguido el permiso de la reina para hacer sus
propias actividades, lo cual la había dejado complacida y aceptó
pese a que Eleonora Arlongford y Beca Müller se quejaron
innumerables veces.
—Lady Wellington, espero que no se esté sobrepasando el día
de hoy.
—No doctor Bruke, me encuentro bastante bien en este día.
—Por favor mi lady, es malo engañar al hombre que lleva su
embarazo desde el día que llegó —dijo el hombre—, sé por sus
primas y hermana que esta no es su única labor.
—Exageran —alegó la joven, dejando una bandeja al alcance de
una enfermera que se encargaba de un herido con un hueso
expuesto.
—Seguro que sí —dijo sarcástico—, vaya a palacio, agradezco
su ayuda el día de hoy, pero creo que es suficiente, no queremos
que se desmaye de nuevo.
—Oh doctor, solo ha sido en aquella ocasión en la que…
—Es un niño fuerte lady Wellington —elevó una ceja—, debe
tomar las precauciones necesarias.
—Quiero ayudar.
—Eso lo sé —le tocó el hombro—, vaya a casa a descansar.
Katherine pasó la vista por el atestado hospital, para ese
momento les hacían falta camillas y los hombres se regaban en el
suelo con tal de ser atendidos cuanto antes, había necesidad de
todo, desde una venda hasta de instrumentos, pero se las
arreglaban.
—No me haga tener que correrla mi lady.
Katherine aceptó y jaló al resto de sus primas consigo, todas se
habían mostrado más que contentas de ayudar, incluso Elizabeth
que solía marearse con la sangre se había comportado a la altura,
Giorgiana parecía fascinada cada vez que tenía que ayudar a poner
puntadas, Annabella parecía preferir acomodar huesos y Marinett
simplemente estaba.
—En serio que no tienes control —dijo Elizabeth bajando del
carruaje para ir con los niños de Katherine.
—Deberías poder controlarte —dijo Marinett—, a este paso seré
doctora antes que los hombres que estudian para ello.
—Sería divertido ver una mujer doctora —dijo Gigi—, seguro los
hombres se volverían locos, ojalá tuviera el don.
—Te veías fascinada con esa última herida —dijo Annabella.
—Pues sí, me gusta ver como cosen, pero en general es así —se
inclinó de hombros y sonrió—, aunque prefiero las telas a la piel.
Las chicas rieron y se esparcieron por el lugar, clasificando por
edades a los chicos y enseñándoles lecciones de su preferencia, era
por demás decir que todos preferían las clases de Gigi que
derivaban más a la aventura que a instrucciones matemáticas o de
lenguaje, pero normalmente lograban mantenerlos entretenidos y sin
escapes a la clase de la mayor de los Bermont.
Era usual que las chicas llegaran a palacio pasadas las seis de la
tarde, después de miles de obligaciones que ellas se habían
impuesto, era normal que terminaran derrotadas, cenaran y se
fueran a sus habitaciones, pero ese día al entrar por las esplendidas
puertas de palacio, se notó una conmoción que hizo que el corazón
se les acelerara.
—¿Qué estará pasando? —dijo Annabella desde el carruaje.
—No lo sé —dijo Elizabeth preocupada—, pero no me parece
normal que se junten así, algo anda mal.
—Tienes razón, esas mujeres parecen odiarse entre sí —asintió
Giorgiana.
Katherine bajó de un brinco de la carroza al igual que Elizabeth,
ambas corrieron hacia el grupo de mujeres que parecían atestarse
contra alguien en el centro. Ambas chicas miraron con
estupefacción al hombre uniformado en el centro quién traía consigo
una hoja y recitaba nombres que sacaba lamentos o alegría por
parte de las damas presentes.
—¿Habrá mencionado a Robert? —dijo asustada Elizabeth—, no
hemos llegado a tiempo.
—No lo sé —le tomó la mano—, no alcanzo a ver bien, quizá nos
dejen leerla después de que termine.
El uniformado daba la espalda hacía ellas, tenía la gorra puesta,
Katherine no quería alarmarse cuando el hombre terminó y se giró
muy recto para salir de ahí, dejando ese tumulto de mujeres con
emociones variadas.
—¡Disculpe! —intentó Elizabeth, pero aquel militar siguió sin
poner más atención.
—Tranquila Lizzy —Marinett abrazó a su hermana—, veré como
traer información.
La rubia asintió desesperada, pero entonces Katherine vio a lo
lejos otro uniforme característico de los ingleses, parecía hablar
enérgicamente con su abuelo por lo cual se atrevió a acercarse y
bajo la atenta mirada de Frederick Hillenburg, tocó el hombro de
aquel hombre, esperando no importunar demasiado con sus
preguntas.
—Disculpe, soy Lady Wellington señor, quisiera saber si ha
sucedido algo.
—Sé quién es, reconocería en cualquier parte la voz de mi mujer.
El abuelo sonrió ante la expresión de Katherine quién no cabía
de la impresión cuando de pronto el general se había vuelto hacia
su esposa, evidenciando sus ojos verdosos.
—¡Adam! —el general sonrió ante el efusivo abrazo y la besó.
—¿Cómo te encuentras? —la separó un poco de sí.
—Perfecta —lo besó rápidamente— ¿Qué sucede? ¿Estás bien?
¿Por qué has vuelto?
—Estoy bien, tenía que regresar para dar algunos informes y
administrar los suministros.
—¡Lord Wellington! —gritó de pronto Elizabeth—, Robert…
¿Él…?
—Está bien lady Pemberton —sonrió—, tengo una carta para
usted.
La rubia tomó aquella nota y la pegó a su pecho.
—Gracias.
Katherine sonrió hacia su prima y se volvió rápidamente a su
marido, a quién simplemente le tocó la mejilla, esperando que no
fuera solo un delirio de su dotada imaginación.
—Estás aquí —dijo feliz.
Adam tocó discretamente aquella pancita donde se escondía su
hijo y sonrió.
—Pero cuanto ha crecido —la miró— ¿Cuánto tienes ahora?
—Serán cuatro meses —colocó una mano sobre la de su esposo.
—Por Dios —asintió—, ven, vamos a la habitación.
Katherine lo siguió como si se tratara de un sueño, ansiaba con
toda su alma estar cerca de él, sentirlo y abrazarlo, se volvía loca
cada vez que iba a la cama y tenía que rezar por él, para que nada
malo le sucediese en ese lugar tan horrible, a veces despertaba
llena de pesadillas que la hacían llorar por horas enteras, sueños,
en los que él nunca volvía.
—Te ves cansado —le dijo en cuento entraron a la habitación.
—Ha sido un día bastante largo —Adam se quitaba el uniforme y
la miró—, uno en el que no te vi ¿Dónde estabas?
—Bueno, digamos que tengo… algunas cosas que hacer durante
el día.
—¿Algunas? —negó con una sonrisa—, a lo que sé, te
sobrepasas, como siempre.
—No es verdad.
—¡Por favor Katherine! —le dijo alterado—, me lo han dicho,
¿debo recordarte que estás de encargo?
—Sé que lo estoy —bajó la cabeza—, pero no estoy invalida,
puedo hacer las cosas.
—Dame fuerza —imploró el hombre—. Sé que quieres ayudar,
pero justo ahora preferiría que te estuvieras quieta por lo menos un
tiempo.
—No hace falta, puedo hacerlo, mientras no me sienta mal no
dejaré de hacerlo.
Adam se dejó caer en la cama con un gruñido y tapó sus ojos
para intentar descansar.
—Te ves agotado —se sentó junto a él, pasando una mano por
su cabello—, te pediré un baño.
—Bien.
Katherine llamó presurosa y vigiló atentamente a que todo
estuviera en orden, notando como Adam se quedaba dormido en la
cama, no sabía a qué hora había llegado, pero a lo que comprendía,
desde muy temprano.
—Adam, tu baño está listo —dijo la joven, internándose
nuevamente en el cuarto de baño.
El general se puso en pie, inhaló un poco el aroma tan familiar de
su esposa y reparó momentáneamente en las montañas de costura
que ella tenía por doquier, parecía ser toda una máquina de nervios
puesto que había pequeños zapatitos bordados, cobijitas y
suetercitos, adecuados solo para el tamaño de un bebé, de su bebé.
—Ah, me he estado enseñando —dijo Katherine, colocándose
junto a él—, ¿a qué son pequeños? ¡No es impresionante! De ese
tamaño será el bebé.
—Sí… pareces una maquina en lugar de persona.
—Me pongo a tejer cuando se me va el sueño —bajó la cabeza
—, me pasa seguido.
—Se nota —Adam dejó en la silla aquella pequeña botita y miró a
su mujer— ¿Listo?
Katherine asintió y vio a su esposo pasarle por un lado para
encerrarse en el baño, cosa que aprovechó para recoger un poco la
recama, sinceramente, estaba hecha un desastre, incluso la abuela
Violet había intentado arreglarla y fracasado, como había dicho a su
esposo, no podía evitar levantarse de noche y ponerse a tejer, lo
cual aseguraba un desastre al día siguiente. Cuando estuvo
considerablemente más presentable, la joven fue hacia el baño y
abrió la puerta sutilmente, intentando no hacer ruido para lograr
sacarle un susto de muerte a su marido.
—Espero que tu silencio solo sea de cortesía —Kathe soltó el
aire de golpe y lo miró mal.
—¿Cómo lo has notado?
—Tú olor mi amor.
—¿Mi olor? —ella frunció el ceño—, toda la habitación huele a lo
mismo.
—Quizá solo sea mi instinto de supervivencia —sonrió— ¿Qué
deseabas?
—Matarte de un susto, pero me has vencido.
—Fingiré para la próxima.
Adam abrió los ojos cuando sintió las frías manos de su esposa
sobre su brazo mojado y recostado en el borde de la tina. Ella lucía
tan hermosa que le era abrumador, era aún mejor verla ahí
acuclillada y algo desastrosa, que en la imagen que llevaba consigo
en el relicario, su esposa tocó dulcemente aquel tesoro y sonrió
hacia él.
—Te eché de menos —le dijo sonriente.
Adam suspiró y levantó su espalda para tomar los labios de
Katherine, sintiendo como su esencia y su paz comenzaba a serle
transmitido a cada parte de su cuerpo, se alejó y le tocó la mejilla.
—No deberías agacharte de esa forma, te puede hacer daño.
—Sí, no me acostumbro —se levantó con esfuerzo—, ¿ya vas a
salir?
—Dame unos minutos.
—Bien, esperaré afuera.
Adam se quedó todavía un buen rato en la comodidad del agua
cliente, pese a que era su costumbre ducharse con agua fría, el que
su esposa le pidiera ese pequeño lujo le resultó más satisfactorio,
sobre todo después de meses de guerra y sufrimiento. Salió del
cuarto de baño solo para encontrarse a su esposa sentada en la
cama y con una expresión extraña en su rostro.
—¿Qué pasa? —se acercó a ella— ¿Te sientes mal?
La joven alzó la vista, mostrando sus ojos con lágrimas
contendidas y sonrió, estirando una mano para que él se acercara,
Adam lo hizo casi de inmediato y cuando ella condujo su mano
hacia su vientre, el hombre simplemente no comprendió.
—Espera —le dijo tranquila.
—Katherine ¿Qué…? —Adam abrió los ojos— ¡Cielos!
—Sí —sonrió—, creo que sabe lo feliz que estoy de que su papá
haya vuelto.
Adam se concentró en aquellas pequeñas pataditas que
provenían del vientre hinchado de su esposa, la cual parecía
sentirse orgullosa y feliz de que respondiera ante su padre, él no
podía opinar diferente.
—Es muy fuerte.
—Eso mismo me dice el doctor —asintió la joven, dejando la
mano de su marido sobre la cama y mirándolo—, le hablo todos los
días de ti, de cuan valiente eres, la paciencia que me tienes, de lo
mucho que esperas por verlo y… de cuanto te amo por ello.
Adam levantó la vista.
—¿Qué?
—Te amo… muchísimo —bajó la mirada—, no logré decírtelo
aquella vez, pero no sabes cuantas noches despierto horrorizada de
pensar que jamás te lo dije y que tu… te amo.
Adam sonrió y se acercó a los labios de su mujer para besarlos
con dulzura que la hizo suspirar y acercarse lo más posible a él,
Adam simplemente la acarició y cuando se separaron, ambos
concordaron silenciosamente en ir a dormir, estaban tan cansados
que no tardaron en caer con la certeza de que estaban juntos y
despertarían abrazados.
28
La incontrolable Kathe
Katherine se encontraba sentada en la cama, con el camisón aún
sobre su cuerpo y una sonrisa encantadora al ver a su marido ahí,
cambiándose a su ropa normal para pasar un día con labores
normales que, aunque tenían que ver con la guerra, no era lo mismo
que estar en ella.
—Noté que estás inquieta en la noche —la miró de soslayo su
marido— ¿Hay algún problema?
—No en realidad —salió de la cama—, solo te extraño, me es
difícil conciliar el sueño sin ti y sobre todo al saberte en la guerra.
—Kathe, tienes que descansar bien, te aseguro que cuando ese
bebé nazca querrás regresar el tiempo para poder hacerlo.
—Lo sé —suspiró—, pero no es que pueda hacer mucho con
ello, simplemente es una preocupación inminente con la cual no
puedo luchar.
Adam dejó lo que hacía y tocó suavemente su mejilla.
—Te amo, lo sabes ¿no?
—Sí —bajó la cabeza avergonzada—, gracias al cielo ahora lo
sé. Quería preguntar… ¿Has visto a mi hermano?
—Sí, está al mando del ejército francés, nos vemos con
frecuencia.
—Eso quiere decir que está bien —dejó salir aire de forma
abrupta— ¿Charles, Greg…?
—Todos bien —asintió—, lo que ahora me preocupa eres tú,
quién pareces no tener límites.
—Oh por favor Adam, no comencemos con esto de nuevo.
—De hecho, planeo pasar el día de hoy contigo —advirtió—,
quiero saber qué está pasando durante el día de mi esposa e hijo.
—O hija —señaló— ¿Te he dicho ya que tengo los nombres
seleccionados?
—Eso quiere decir que no tengo siquiera probabilidades elegir.
—Así es —asintió la joven—, la verdad es que todos ayudaron
con ello, pero al final ganaron los nombres que más me gustaban a
mí.
—Quisiera saberlos, si es que me lo permites.
—Sí es hombre, quisiera que se llamara Adrien y si es mujer,
Rose.
—Siempre me gustó Blake —dijo Adam—, para una niña, aunque
lo he escuchado para varón.
—¿Quieres ponerle nombre de hombre a mi hija?
—Me agrada —se inclinó de hombros—, además, pensé que ya
lo tenías solucionado.
—Bueno, puedo hacer un trato contigo —sonrió—, si este bebé
es niña, entonces le ponemos Blake y si es varón, le ponemos
Adrien ¿qué dices?
—Me parece bien —sonrió y tocó su vientre—, en ese caso me
gustaría ganar.
—¿Qué sea niña?
—Sí —aceptó el padre—, imagina a una pequeña Blake, justo
igual a su padre.
—¡JA! Será pelirroja ya verás.
Adam sonrió y siguió vistiéndose dejando que su esposa hiciera
lo mismo, ambos salieron entre risas y juegos que fueron captados
rápidamente por los ojos de Eleonora quién chistó y miró hacia otro
lado para no continuar viéndolos, pero tendría que estar con ellos
durante el desayuno con la desagradable noticia de que su esposo
seguía tan vivo como siempre, seguro siendo feliz entre la guerra
donde se les proporcionaba a los hombres todo tipo de
distracciones.
—Lord Wellington —irrumpió la feliz escena un mayordomo—, la
reina pide su presencia.
—Bien —volvió hacia su esposa y besó su frente—, te veré en el
hospital.
Ella simplemente asintió y siguió su camino hacia el comedor.
Odiaba que incluso en ese poco tiempo que tenían, la reina lo
mandara llamar, pero al final de cuentas, Adam solo había podido
volver porque necesitaba informar y hacer cosas de la misma
guerra, al menos tenía que dar gracias de estarlo viendo.
—¡Kathe! —le hablaron sus primas desde una mesa en el jardín.
—Hola —se dejó caer la joven en el asiento vacío.
—Pensamos que no saldrías de esa habitación.
—¡Por favor Elizabeth! Modera tu lengua —pidió Annabella.
—Seguro que estás feliz de tenerlo cerca —sonrío Marinett.
—Me parece un sueño del cual no quiero despertar —dijo con
ilusión, pero sacudió la cabeza rápidamente—, me ha dicho que
todos los primos están bien, espero Marinett que tu prometido
también lo esté.
—Sí, no está en la lista, lo cual me da esperanzas.
—Tú marido piensa venir al hospital hoy ¿cierto? —dijo
Giorgiana.
—Supongo —asintió desanimada—, creo que quiere hacer que
deje algunas cosas de lado.
—¡Al fin! —sonrió Elizabeth—, alguien que te controle.
—¡Ey!
—Es la verdad —dijo Annabella con el pequeño Archie en
piernas—, estás embarazada, no deberías tomarte las cosas tan a
la ligera.
Las primas terminaron con su desayuno y fueron a hacer las
obligaciones de las cuales estaban tan acostumbradas,
normalmente se separaban para lograr abarcar todo, pero Katherine
siempre gustaba de ir al hospital, sentía que de esa forma estaba
más cerca de Adam y las personas que quizá lo vieron por lo menos
unos segundos. En más de una ocasión le había tocado escuchar
conversaciones que lo involucraban, hablando de su marido como si
fuera un héroe.
—Hola señor Marlon —se inclinó la joven pelirroja ante uno de
sus pacientes— ¿Cómo se encuentra el día de hoy?
—Bastante bien mi lady, gracias —sonrió el hombre subiendo su
pierna vendada a la cama para que la mujer tuviera mejor acceso—,
escuché que el general está por la zona.
—Es verdad —dijo concentrada en las quemaduras.
—Lady Wellington, creí decirle que necesitaba más reposo —dijo
de pronto el doctor Bruke, llegando a donde mismo que ellos en
conjunto con su marido.
—¿Es acaso una molestia doctor? —dijo Adam.
—No general, le aseguro que estos hombres se deleitan con su
presencia bondadosa, pero la duquesa está embarazada y necesita
reposo.
Adam volvió la vista hacia su esposa quién se dedicaba a
ignorarlos, debía tener muchísima paciencia con esa mujer, pero
sinceramente estaba a punto de perderla.
—Katherine.
—Espera, en un momento te atiendo.
El hombre en cama se encontraba completamente incomodo,
viendo la profunda mirada verdosa del general de hierro justo sobre
la pequeña figura que se entretenía en curarlo, le hubiera gustado
hacer que la mujer se marchara de una vez, pero simplemente no
pudo reaccionar. El doctor Bruke en cambio, parecía calmado y
hasta sonriente por el desenvolvimiento de la pareja, el hombre
mayor tocó el hombro de la joven pelirroja y la miró con una ceja
levantada.
—Vamos duquesa, el general la está esperando.
—Puede esperar un poco más.
—No duquesa —la puso de pie—, creo que necesita hablar
ahora con usted.
Katherine suspiró y miró la imperiosa figura de su marido y rodó
los ojos. Lo siguió hasta el área de los jardines, donde los hombres
en recuperación daban sus primeros pasos con ayuda de
enfermeras o en su debido caso, con personas especialistas en
hablar con ellos si ya no podrían caminar o habían perdido alguna
extremidad.
—¿Qué sucede? ¿Cuál es la urgencia?
—Creo que tengo varias cosas que decir —dijo molesto—,
estuve hablando con el doctor Bruke, parece que tienes un
embarazo diferente, te fatigas y has llegado al límite de querer
desmayarte.
—¡Solo ocurrió una sola vez!
—¡Eso no es lo importante Katherine! —se pasó una mano por
los cabellos—, por favor mujer, si no lo haces por ti, hazlo por tu hijo.
Intento protegerlos ¿no te das cuenta?
—No pongas a mi bebé en medio de esto —lo apuntó—, tú estás
enojado porque estoy rodeada de hombres aquí.
—Ese es otro punto a considerar mi amor, no me agrada para
nada.
—¡Dios! Sabes que te quiero a ti ¿Cuál es el problema?
—Estos hombres, son hombres y parecen prendados por ti.
—Cariño, no soy la única mujer que viene aquí.
—Parece que sí.
—Eres un celoso —se cruzó de brazos— ¡Cuantas veces tendré
que decirte que…!
—¿Katherine? ¡Kathe!
La joven despertó con un terrible dolor de cabeza y nauseas
profundas, no podía creer que su bebé la traicionara de esa forma
en frente de su padre, le estaba dando la razón cuando no era nada
común que le pasaran ese tipo de cosas, ¡Desmayarse! ¡Qué
tontería!, ahora Adam tendría armas para hacerla hacer lo que
quisiera.
—Despertaste —estrujaron su mano— ¿Cómo te sientes?
—Perdedora, así me siento.
—Me da gusto que lo comprendas —le acarició la mejilla—, no
volverás aquí.
—¡Adam! —lo miró frustrada—, tendré más cuidado y no me
excederé, lo prometo.
—No —el hombre se puso en pie y la cargó.
—¡Adam! ¡Estamos en público!
—No me interesa, te quedarás en cama esta tarde.
—¿Por qué? —dijo asustada— ¿El doctor Bruke dijo algo? ¿El
bebé está bien?
—El bebé está bien, cálmate. Pero parece que te agota en
demasía, el doctor piensa que debes tener más reposo.
Katherine no dijo nada más, simplemente dejó que la metiera a la
carroza y se recostó en él cuando se sentó a su lado.
—No puedo quedarme estática Adam, me volvería loca
¿comprendes?
—Solo intento protegerlos —la abrazó—, no quiero hacerte sufrir,
pero creo que es lo mejor para los dos.
—Adam, tú te volverás a ir —dijo con tristeza—, y esta es la
forma en la que me siento cercana a ti, es la forma en la que siento
que como yo ayudo a alguien aquí, alguien te ayuda a ti. Solo quiero
que vuelvas y veas crecer a este bebé.
Se tocó el vientre con dulzura, aceptando que su marido hiciera
lo propio y la besara.
—Volveré.
—Más te vale —sonrió con tristeza.
Llegaron al castillo y Katherine fue condenada a su habitación
donde se dedicó a dormir y comer, por primera vez no había puesto
oposición alguna en ello, le daría el gusto a su marido, al menos
mientras estuviera ahí.
29
Sentimientos de alarma
Adam se paseaba por el salón donde las damas de sociedad
pasaban aquella velada de beneficencia, evento elaborado por su
mujer y al cual le había prohibido bajar debido a sus condiciones de
salud, estaba por demás decir que estaba furiosa, pero al menos lo
había obedecido.
—Oh, lord Wellington, es tan bueno tenerlo de regreso —sonrió
Beca Müller—, da esperanza a todas estas mujeres abandonadas.
—Lady Müller, es un suplicio que se sufren por los dos lados —
aseguró el hombre—, esperemos que no tarde mucho más tiempo.
—Escuchamos que la duquesa no se encuentra del todo bien —
dijo Eleonora—, ¿acaso hay un problema con el bebé?
—En lo absoluto lady Arlongford, es solo que ella es poco
cuidadosa con su actuar, le hacía falta descansar.
—Una completa pena en verdad, ya que ha sido ella quién ha
elaborado todo este evento —decayó otra dama que al parecer le
tenía aprecio a la pelirroja.
—Tranquila Edwina —rodó los ojos Beca—, esto va a salir bien a
pesar de que Lady Wellington no haya podido venir.
—Vaya, vaya con todas ustedes —dijo la melodiosa voz de
Giorgiana—, parece que mi hermana desaparece y ustedes no
pierden el tiempo para tejer su telaraña.
—Discúlpenos lady Charpentier, pero solo estamos conversando
con alguien que sabe de nuestros maridos.
Gigi chasqueó la lengua.
—Por favor, sé que rezan porque no regresen.
—Giorgiana —la tomó del brazo su cuñado—, ¿vendrías
conmigo?
—¿Qué, por qué?
—Por favor —el hombre se inclinó ante todas las damas y
escoltó a su cuñada hasta un lugar alejado—, por Dios señorita, de
verdad que es impertinente, está a la altura de su reputación.
—Es solo que ellas son peor que la peste —se cruzó de brazos
—, no permitiré que mi pobre hermana quién solo cometió el error
de embarazarse sufra por culpa de esas trepadoras.
—No tiene de qué preocuparse, estoy enamorado de su
hermana.
—Eso lo sé —asintió—, tiene esa mirada de bobo cada vez que
la ve.
—¡Giorgiana! —la regañó su prima Annabella, tomándola de la
mano para llevársela—, por favor, discúlpenos Lord Wellington.
Adam volvió la vista hacia las damas que había dejado atrás y
entrecerró los ojos, parecía estar meditando sobre algo que se
había internado en sus pensamientos.
—Yo también tengo dudas sobre ella —dijo una hermosa mujer
de largos cabellos negros y profundos ojos grises.
—Lady Kügler.
—Adam —inclinó un poco la cabeza—, la verdad es que las
tengo en la mira en mis investigaciones.
—¿Investigaciones? —elevó la ceja.
—Digamos que cuando quiero saber algo de alguien, son la
persona indicada.
—Lo sé, usted tiene toda una libreta sobre esto, me parece
interesante como alguien puede tener tanta suspicacia para atinar
en sus investigaciones, aún sin hablar con las personas.
—Soy buena observadora, señor —sonrió.
—Ojalá Thomas estuviera aquí —dijo para sí—, a él es al que
necesito.
—¿Por qué a lord Hamilton?
—¿Disculpa?
—Dijo que necesitaba a lord Hamilton, ¿por qué?
—Nada —sonrió—, un pensamiento.
—Pero él está en la guerra y yo estoy aquí —dijo vanidosa—, le
aseguro que, si algo le preocupa, podría hacer tan buen trabajo
como él.
Adam lo dudaba, no porque creyera incapaz a la dama presente,
sino porque nadie se podría comparar con su amigo en esos temas
escabrosos, por algo tenía ese magnífico apodo en su haber.
—Gracias lady Kügler, lo que más me preocupa es que Katherine
esté bien.
—Sí, a nosotras también, por esa razón no le quito los ojos de
encima a esa mujer, así como ella no se los quita a usted —Marinett
elevó una ceja—, acaso le hizo una insinuación.
—Lo hizo, pero le fue negada.
—Eso es malo —asintió—, se le pudo convertir en una obsesión,
caso típico en su clase debido al desprecio de su marido por ella.
Adam estaba a punto de decir algo, pero entonces algo le llamó
la atención, o más bien alguien.
—No lo puedo creer.
Marinett siguió la mirada de su primo político y sonrió, negando
un par de veces.
—En serio no creyó que ella le haría caso así sin más.
—De verdad que es una insensata.
Katherine pensaba que su marido tardaría más tiempo en
encontrarla en medio de todas esas mujeres, pero cuando lo tuvo
justo frente a sus ojos una sonrisa se paralizó en sus labios y sentía
inmensas ganas de correr, lo cual hizo, escondiéndose rápidamente
entre la gente que la ocupaba en diferentes eventos que ella misma
había organizado.
—Katherine —la interrumpió mientras hablaba con lady Piquet
sobre algunas donaciones.
—Lo sé querido, lo sé, pero ya estoy aquí así que por lo menos
me dejarás hacer mi trabajo antes de que quieras cortarme en
rebanadas.
—Oh, mi lord, sé que se preocupa por su esposa, pero ha estado
tan emocionada con esto que simplemente no puede quitarle el
gusto de estar presente, incluso la reina la ha felicitado por sus
esfuerzos —dijo Lady Piquet.
—Y yo también lo estoy —asintió el duque, dejándolas tranquilas,
por el momento.
Katherine vio cómo su esposo desaparecía y suspiró aliviada.
—Gracias lady Piquet, no sé cuánto tiempo aguante con esa
respuesta antes de venir a gritarme frente a todas.
—Es un hombre bueno, se ve que la adora lady Katherine.
—Y yo lo adoro a él, pero si dejara de ser tan sobre protector
entonces nos entenderíamos más.
—Cuando una está en cinta es cuando los maridos más se hacen
presentes —sonrió descarada—, les fascina la expectativa del
varón.
—Oh, Adam está esperando que sea mujer —rodó los ojos—, le
quiere poner un feo nombre a mi pobre hija, pero logró su cometido,
en serio espero que sea varón.
La mujer rio y continuaron con la organización de varios eventos;
entre ellos estaban las subastas, concursos y demás actividades
que además de ser divertidas, requerían un costo que sería dado
para las campañas militares y para el hospital.
—Lady Katherine, permítame felicitarla —dijo Eleonora, tocando
levemente su hombro—, nada más satisfactorio que ver que todo
marcha a la perfección ¿no es así?
—Gracias lady Eleonora, espero que así sea —asintió hacia ella
y pretendió irse.
—Me ha dicho Adam que se sentía algo indispuesta.
La pelirroja tuvo que tragarse las ganas de escupirle en la cara a
esa mujer.
—Todo está perfecto —se tocó el vientre protectoramente—, mi
marido exagera.
—Claramente lo hace —le tomó del brazo con fuerza y la acercó
a ella—, solo espero que sepas cuidarte durante los próximos días
del embarazo, cuando no esté más tu marido y tengas que valerte
por ti misma.
—¿Es eso una amenaza? —se soltó la pelirroja—, tengo mucho
con qué defenderme a mí misma Eleonora y si no lo has notado,
toda mi familia está aquí, estoy bastante segura que por más que
ansíes que pierda a este bebé, no lo lograrías.
—¿Segura? —sonrió.
Katherine respiraba con dificultad y la miró extrañada.
—¿De qué te serviría hacerme daño? —negó confundida—, no te
he hecho nada en lo absoluto.
—Katherine —llegó Adam— ¿Todo en orden?
—Creo que es mejor que los deje —sonrió Eleonora—, adiós
Adam.
Kathe se volvió hacia su marido con extrañeza.
—¿Acaso algo volvió a suceder entre ustedes?
—¿Qué?
—Sí, ella está aún peor que antes —apuntó con la cabeza hacia
Eleonora—, ahora incluso amenaza con la vida del bebé, ¿A caso
estoy en peligro al quedarme aquí?
—No lo sé —suspiró—, no quiero averiguarlo.
—¿Qué haré?
—No lo sé —suspiró—, quizá pueda pedir permiso para que te
retires.
Katherine asintió y miró en dirección de Eleonora, nunca había
sentido miedo de nadie, pero ahora que estaba embarazada,
lograba sentirse indefensa y no capaz de defenderse, el perder a su
bebé podría ser el golpe más fuerte de su vida y simplemente no lo
permitiría.
—Pide permiso, no voy a arriesgarme aquí —Adam asintió e hizo
por apartarse de ella— ¡Espera! Pensé… que quizá ya fuera hora de
retirarnos.
Adam la miró seriamente.
—¿En serio?
—Sí, me encuentro algo cansada, Gigi y Marinett me han dicho
que se encargarían del resto, Elizabeth tuvo que quedarse con
Archie y Annabella se fue con ella hace un rato.
—Como quieras.
—¿Estás molesto?
—¿Tú que esperabas Katherine?
La joven no podía decir nada en su defensa, le había pedido de
favor que se quedara a descansar esa noche, incluso el doctor
Bruke lo pidió, pero ella había organizado todo aquello, no podía
simplemente, no asistir. Caminaron juntos hasta la habitación,
Katherine había intentado sacar temas de conversación, pero su
marido no contestaba nada, ni siquiera cuando intentó hacer una
escena de celos funcionó.
—Entonces me ignorarás. —Como era de esperarse, el silencio
fue su respuesta—, Adam, lo lamento, tenía que ir.
Su marido pasó por su lado y comenzó a cambiarse a su ropa de
dormir.
—¡Eres como un niño! ¡No puedes dejarme hablando así!
Adam simplemente se metió en la cama y comenzó a leer un
libro, continuando con su estrategia de borrar a su mujer de la faz de
la tierra, jamás pensó que eso funcionaría con Katherine, pero
parecía ser que era lo que lograba afectarla más. La sintió meterse
a su lado y se recostó lejos, para ni siquiera tocarlo, pero sentía su
mirada encajada en él, como dos balas bien direccionadas a su
corazón, pero no cedió y notó cuando ella se quedó dormida entre
una angustiosa pesadilla.
—Tranquila Kathe, estoy aquí. —Su esposa se acercó a él y se
acurrucó a su lado, ansiosa por sentirlo cerca y no en la guerra en la
que se encontraba en sus sueños—. Debes entender que me
preocupo por ti.
Katherine despertó temprano a la mañana siguiente, se sentía
mucho mejor y las ganas de levantarse solo se vieron menguadas
cuando sintió los brazos de su marido alrededor de ella, quizá
estuviera furioso, pero al menos la abrazaba como cada noche
cuando estaban juntos. Lastimosamente, después de unos minutos,
Adam despertó y no dudó en separarse de ella.
—Adam, lo siento —intentó, pero su esposo la miraba
expectante, no parecía ser suficiente su disculpa—, no estuvo bien
lo que hice.
—Me desobedeciste, incluso ignoraste las indicaciones de tu
médico —ella abrió la boca, pero Adam continuó—, sé que estás
acostumbrada a cumplir tus caprichos, pero ya no solo eres tú. No te
cuidas en ninguna forma y, por si fuera poco, no dejas que nadie
más lo haga tampoco.
—No estoy enferma.
—Quizá no, pero no te sientes bien todo el tiempo ¿o me
equivoco? —la miró, ella mantenía la cabeza gacha— ¿Qué pasará
si no hay nadie cerca? ¿No entiendes que no puedo irme tranquilo
dejándote así?
—Sé… que no comprendes lo que hago.
—Sí que lo entiendo Katherine, pero, aunque quieras ayudarme,
esto simplemente no lo hace, solo pensar que me iré y seguirás
arriesgándote de esta forma… me volveré loco.
—Me cuidaré.
—No lo harás Katherine —suspiró—, pediré permiso para que te
marches de aquí, pero no quiero que vayas más al hospital, ni
tampoco vagando por las calles.
—¿Pretendes que sea una tonta metida en su hogar sin hacer
nada?
—No diría que estás haciendo nada, estás formando una vida y
lo único que te pido es que la cuides.
—Yo debí nacer hombre —se quejó—, así no tendría tantos
problemas.
—Eres una mujer perfecta —se acercó y la abrazó—, no tienes
que ser hombre para lograr tus objetivos, lo has demostrado todos
los días de tu vida cariño y simplemente lo que haces ahora, tener
un bebé en el vientre, es algo que ningún hombre podrá hacer
jamás, es una conexión que nosotros jamás entenderemos.
Katherine sonrió y lo abrazó.
—¡Te amo tanto! eres el esposo más astuto que conozco,
siempre sabes qué decir.
30
Nuevamente separación
Katherine sintió que el mundo se le volvía a venir encima cuando
Adam volvió a colocarse el uniforme, listo para volver a la batalla.
Ese ella día también se iría, su esposo había conseguido el permiso
para que regresara a casa por sus condiciones de salud y Gigi al no
tener nada que hacer en esa corte cuando era tan despreciada
como su hermana, partiría con ella para cuidarla de que no hiciera
tonterías, aunque era la menos indicada para la tarea.
—Listo —dijo cuando hubo acabado de acomodarle las medallas
en el uniforme.
—¿Vas a estar bien? —le acarició la mejilla.
—Yo no soy la que se va a la guerra —lo abrazó—, vuelve.
—Te hice una promesa Katherine y nunca he roto una —le besó
la cabeza—, te amo.
Katherine sonrió dulcemente, sintiendo en su interior el
significado de aquellas palabras, la importancia de ellas y lo feliz
que la hacían. Lentamente elevó sus manos hasta el primer botón
del uniforme.
—¿Qué haces? —sonrió Adam.
—Te ayudo —dijo sin más, continuando con su labor.
Katherine no se detuvo hasta quitar todas las ropas de encima de
su marido, para después lanzarse a sus brazos y besarlo con
desesperación. Para el momento en el que le quitó el cinturón que
resguardaba la espada, la joven se encontraba totalmente sonrojada
y a punto de acobardarse, sin embargo, la mirada oscurecida y
verdosa de su marido se fijaba en ella de forma provocativa.
Katherine le tomó la mano y lo condujo hasta la cama donde se
sentó sobre su regazo y comenzó a besarlo, Adam, completamente
complacido, se dejó caer de espaldas comenzó a desnudarla
también, solo hizo falta que ella levantara las manos para que
sacara el camisón que llevaba puesto.
Rodaron varias veces sobre la cama, peleando por el control de
la situación, Katherine se dio cuenta que en realidad así era su
relación y como era de esperarse, Adam fue quién ganó la disputa y
terminó siendo el dueño del momento, ella no podía quejarse, la
forma en la que su esposo la besaba y la acariciaba era tan delicada
y llena de un palpable amor que lograba enloquecerla, la hacía
soltar su nombre entre suspiros y provocaba que no quisiera separar
sus labios de los de él.
—Te amo tanto Katherine —le dijo que entre susurros y besos
tranquilos.
—No quiero que te vayas —se apretó contra su cuerpo cuando
ella había regresado a la realidad después del éxtasis al que la
había llevado.
Adam la apretó fuertemente contra él suspiró, no podía
responderle nada ¿Qué podía decirle para confortarla cuando
estaba a punto de separarse de ella para irse a la guerra? Lo único
que le quedaba era hacerle saber cuánto la amaba y al bebé que
residía dentro de ella.
Pasó un buen rato hasta que Adam comenzó a colocarse
nuevamente el uniforme, esta vez sin ayuda de su mujer quién se
mantenía sentada en la cama, con la sabana cubriéndola lo mejor
posible y la mirada pesarosa perdida entre los pliegues de la cama.
Notó el intento que hizo por sonreírle cuando se acercó a ella, pero
pareció imposible cuando él acarició su cabello, instintivamente tuvo
que bajar la cabeza para mantener las lágrimas a raya.
—Estaré de vuelta pronto —sonrió el hombre, haciendo que
levantara su mirada—, cuídate por favor.
—Lo mismo digo.
—¿Necesitas ayuda para cambiarte? —le dijo—, tienes que irte
también, quisiera ver que tu carroza se va cuando yo lo haga.
—Sí —se puso en pie—, necesito ayuda.
Katherine estuvo lista en menor tiempo gracias a que su esposo
la ayudó en la tarea, salió de la habitación aferrada a su brazo,
imaginando que irían a casa y no se separarían más. Se encontró
con su hermana, trepada a la parte superior de la carroza intentando
acomodar una maleta mientras que un mozo histérico trataba de
hacerla bajar.
—Creo que estarás en buenas manos —sonrió Adam.
—¡Ah, hola! —saludó la pelinegra desde el techo de la carroza—
¿Estás lista Kathy?
—Sí —regresó la mirada hacia su marido y sonrió—, te veré
después.
Adam simplemente asintió y sonrió hacia ella, quién con un aire
renovado fue hasta su hermana a la cual convenció de bajar y
después ambas estaban peleando en la carroza, parecían divertidas
y relajadas de poderse ir del palacio y él no podía decir lo contrario.
Levantó la mano cuando los ojos de su mujer lo enfocaron al
marcharse del lugar e intentó infundirle toda la tranquilidad que
podía por medio de su mirada.
—Parece que usted logra lo que se propone general —dijo
Eleonora a sus espaldas—, ¿tanto miedo le ha dado dejarla aquí?
—Son simples precauciones lady Arlongford, así al menos la
podrán retener.
—Lo dudo, pero bueno, me complace saber que me tiene más
miedo del que yo pensé.
—No tengo miedo a nada —la miró duramente—, excepto a
perder a mi mujer e hijo.
—Entonces es más débil de lo que pensé.
—Puede ser —asintió—, pero es mejor eso a no tener nada con
qué serlo.
Adam caminó hacia la propiedad, donde otra pelinegra se
encontraba tranquila mientras veía la carroza partir de palacio.
—Marinett —la observó—, ¿lo comprendes?
—No debe preocuparse duque —sonrió—, sé que hacer.
—Por favor, no se arriesgue demasiado, es más, no se arriesgue
nada, cualquier cosa que se complique le pido que se aleje y me
mande avisar.
—Estaré bien general, no debe preocuparse por mí.
Adam dudaba que esa mujer entendiera en lo que se estaba
metiendo, pero era tan obstinada como su propia esposa o cualquier
integrante de su familia, se le había metido una idea en la cabeza y
era prácticamente imposible hacerla cambiar de opinión. Solo
esperaba que todo saliera bien y él pudiera regresar lo antes posible
con su familia para poder defenderla y no depender de una chica
que parecía más aburrida que nada para desear ocuparse de algo
así.
Katherine y su hermana llegaron al hospital antes de dirigirse a la
casa de los Wellington, habían logrado saquear un poco el palacio y
pensaban llevar algo de comida, mantas e indumentaria para el
hospital, aprovechando para despedirse y hacerse una rápida
revisión.
—Tenían razón —dijo de pronto el doctor.
—¿Sobre qué cosa doctor?
—Sobre las Bermont, además de muy hermosas, tienen una
personalidad electrizante —dijo el hombre, viendo como Giorgiana
se había subido nuevamente al techo de la carroza y aventaba
maletas al suelo.
—Yo diría más bien, escalofriante —sonrió—. Pero ¿qué me dice
doctor? ¿Cómo me encuentro?
—Diría que bien lady Wellington, pero yo sigo recomendando que
se quede más tranquila, pese a que será una tristeza ya no verla por
aquí.
—Sí, mi marido piensa lo mismo.
—Supongo la tensión que tendrá el general de dejarla aquí
cuando está en estos meses de su gestación, pero le aseguro que
las cosas se vuelven más tranquilas desde aquí.
—Claro, sobre todo por el parto —rodó los ojos— ¿Duele tanto
como me han dicho?
El doctor Bruke sonrió y miró hacia otro lado.
—Mejor no piense en ello.
—¡Katherine! —gritó Giorgiana— ¡Tenemos que irnos!
La pelirroja asintió hacia su hermana, lanzó una mirada a su
doctor y fue hacía la carroza que por fin la llevaría a su hogar, junto
a la familia de Adam que seguro ya estaría esperando ansiosa por
su llegada.
Adam llegaba al campo de batalla después de semanas
navegando y algo de camino hasta el frente español. los caballos
hacían tronar sus herraduras entre el musgo y la tierra, los hombres
alistaban sus armas y afilaban espadas, los altos mandos se
encargaban de que no hubiera peleas y dictaminaban los
quehaceres del día. El ambiente era pesado, tenuemente relajado
entre la música que algunos caballeros se dignaban en tocar,
acompañados por mujeres de baja estima para subirles la moral. El
general se paseaba sobre su caballo, recibiendo los saludos
orgullosos que le brindaban los hombres bajo su rango.
—Mi general —saludó uno de los soldados.
—Dígame cabo.
—General, lo esperan en la tienda de estrategias —dijo sin verlo
al rostro.
Adam asintió y espoleó su caballo hacia el lugar donde los más
altos rangos se aglomeraban con el fin de buscar la forma de luchar
perdiendo el menor número de vidas. Adam abrió las cortinas que
se imponían ante su paso, los hombres situados en el interior se
pusieron rápidamente de pie ante él, dándole un saludo respetuoso.
—Caballeros, ¿qué tienen que decirme?
—Los portugueses han perdido la mitad se su ejército, por lo
tanto, el nuestro esta considerable ventaja en este momento —
comenzó uno de los tenientes menores.
—Eso no importa —refutó otro hombre—. Los españoles tienen
ayuda de Italia y Austria, se restablecerá prontamente.
—Sus estrategias también son predecibles, aunque es bastante
obvio que tienen una buena fuente de información que les avisa
sobre nuestros planes.
—Hendaya está tomada desde hace días, el campamento del
enemigo se logra deslumbrar desde aquí.
—¿Qué dicen los franceses? —preguntó Thomas Hamilton.
—Decimos que ataquemos al amanecer —dijo William, hermano
de Katherine—. General, al fin podremos ponernos de acuerdo.
—¿Qué sugiere?
William asintió y fue hasta la mesa donde se extendía un mapa,
mostrando el territorio español y la colindancia con Portugal.
—Los portugueses no han logrado pasar esta barrera —señalo
un punto—, pienso que si nos colocamos aquí sería una victoria
irrefutable.
—Imposible general —lo contradijo Robert—, esta zona es
propicia de emboscadas.
—Si nos colocamos de este lado —apuntó James—, tendríamos
una mínima posibilidad…
En ese momento un hombre entro en la tienda abruptamente.
—Mi general —saludó a Adam con presura—, nos atacan mi
general.
Los hombres rápidamente se pusieron de pie.
—Preparaos lo más rápido posible —ordenó el general de la
fuerza inglesa.
31
El manto negro del destino
Los meses invernales habían llegado y con ellos, la pronta
llegada del bebé de los Wellington, la joven mujer se mostraba más
cansada que nunca y agradecía tener a su hermana y madre en
casa para cuidarla, pese a que se llevaba perfectamente con su
suegra y sus cuñados eran una delicia, no podía sentirse tan
cómoda como lo estaba ahora con Gigi y su madre a su lado.
—¿Cómo te sientes hoy querida? —su madre se introducía a la
habitación con una bandeja de comida—, me dijo Margaret que no
te sentías del todo bien ayer.
—No podía dormir —sonrió la joven, tomando la bandeja—, pero
estoy bien.
—Es normal ese tipo de incomodidad, en estos últimos meses
querida.
—Además de que tu panza es enorme —dijo Giorgiana, entrando
con un jugo.
—Muy graciosa hermanita —rodó los ojos Katherine.
—Hablo en serio, totalmente en serio —sonrió la pelinegra—, no
me parece del todo normal que sea tan… enorme.
—Oh no deben preocuparse —dijo Lana, la duquesa viuda—,
Adam también era grade cuando nació.
—Quizá por esa razón me encuentro tan cansada —dijo Kathe—
y no me deja dormir.
—¿Por qué no vamos a dar una vuelta? —sonrió Giorgiana—,
quizá te haga falta un poco de aire fresco.
—Ansío con todas mis ganas salir de esta habitación —asintió la
joven, mirando la recamara de su marido con cariño, pero realmente
estaba harta.
Se había acomodado en esa habitación prácticamente desde que
llegó, era una forma en la que sentía que se encontraba cerca de su
marido, incluso, en las noches, ella solía ponerse sobre los hombros
camisas o batas que tenían impregnados el olor de Adam.
Después del desayuno, Giorgiana la acompañó a dar un
recorrido por los jardines de la propiedad, los cuales se habían
cubierto de nieve y se mostraban extensas ante ellas en un paisaje
que deleitaba la mirada. Katherine tomó aire con fuerza y se sintió
aliviada de inmediato.
—Extrañaba esto —sonrió, pasando un brazo por el de su
hermana, ayudándose de esa forma a caminar con un poco más de
normalidad con aquél prominente vientre, estaba a punto de cumplir
sus nueve meses y su estómago representaba un estorbo
considerable para hacer cualquier cosa.
—¿Has escuchado los rumores? —sonrió de pronto Giorgiana.
—Sí es sobre el mayordomo y lady Hollfer, pues sí y no me
interesa.
—¡No tonta! —rio la joven—, aunque eso suena interesante.
—Gigi…
—Sí, lo que quería decirte, es que hay rumores de que la guerra
termina.
—¿En verdad? —dijo esperanzada.
—Así es —siguió caminado la pelinegra—, parece que Adam
regresará pronto.
—Dios mío —Katherine no cabía de la emoción— ¡Es la mejor
noticia que me han dado! Bueno, después de saber que estaba
embarazada.
—¿Has tenido noticias de él?
Katherine bajó la mirada y negó sutilmente.
—No sé nada desde que se fue —suspiró—, eso me vuelve loca,
sobre todo porque veo que William manda cartas a mamá todo el
tiempo.
—Tranquila, seguro que todo está en orden.
—Sí, me gustaría que él me lo dijera —rodó los ojos.
Desde las puertas del castillo Wellington las madres de Adam y la
de ellas les hacían señas para que volvieran a la casa, seguramente
les estaría dando el infarto al notar que se habían escapado durante
tanto tiempo, pero en el interior Katherine solía sentirse un poco
fuera de lugar, el que todos tuvieran sonrisas o las disimularan
delante de ella, no la ayudaba a sentirme mejor con el hecho de que
Adam no había escrito en demasiado tiempo y eso llegaba a
aterrorizarla.
La joven se puso en pie de donde se encontraba toda su familia y
fue directa hacia el despacho de su marido, pese a que sabía que
no estaría ahí. Abrió la puerta conocida y respiro el interior de la
habitación, Adam tenía la facultad de dejar marca donde quiera que
fuera, inclusive en su propia casa. El corazón de Katherine se
comprimió en un doloroso recuerdo, casi podía imaginárselo
sentado en el escritorio, mirándola de reojo para cerciorarse de que
no hiciera alguna atrocidad. Era una tortura, lo sabía, pero era lo
único que la hacía sentir verdaderamente cerca de él. Miró aquel
escritorio y camino a paso lento, tocando la lujosa madera, hasta
sentarse en aquella silla y entonces algo le llamó la atención. Se
acercó a tomar aquel único portarretrato y lo miró con ojos llorosos,
aquella fotografía era del día de su boda, en la que ella sonreía
mientras Adam la tenía tomada de la cintura.
Fue su madre quién la encontró en aquél estado catatónico y la
obligó a ir a recostarse para que recuperara las fuerzas, Katherine lo
hizo y se mostró reconfortada al usar las prendas de su marido
sobre las suyas para recordar su olor y se quedó dormida sin más,
eso, hasta que de pronto escuchó un especial alboroto en la casa.
Abrió los ojos sintiéndose un poco desorientada y miró a sus lados.
Salió de la cama lentamente y colocó zapatillas rápidamente para
bajar las escaleras.
—¿Qué está sucediendo? —frunció el ceño la joven.
—¡Katherine! —se volvió su madre—, mi cielo, deberías estar
descansando.
—Escuché el desastre.
—Sí, bueno, aquí hay una mujer que parece mandada de la
corte.
Katherine miró a la bonita muchacha, no debía tener más de
diecisiete años, pero parecía orgullosa y se plantaba en el hall como
si ya le perteneciera al momento de pisarlo.
—Lady Wellington, mi tía, la reina me envía a su casa con la
esperanza de que pueda enseñarme algo de conducta y educación
—dijo la joven.
—Señorita…
—Lourdes, solo Lourdes.
—Lourdes. No creo ser la más indicada para ello, como verás,
estoy embarazada y dentro de poco daré a luz, no podría ser una
buena instrucción para usted.
—La reina lo sabe, pero la duquesa viuda me puede ayudar y su
hermana y madre son de la corte francesa, lo cual no caería nada
mal a mi tía.
—¿Su tía es la reina? —preguntó la duquesa viuda.
—Sí, aunque me pareció extraño que me encomendara a la
rebelde de Londres, pero si ella cree que debo aprender algo de
usted, no soy nadie para cuestionarla.
—Ciertamente no —dijo Katherine—, por su puesto Lourdes, te
daremos habitación y se acatarán las ordenes de su majestad.
—Aquí tengo la carta en donde la reina le agradece su
hospitalidad.
Katherine la tomó observando aquel galante sello en esa carta
exquisita y sonrió hacia la muchacha que ya era llevada hacia una
de las habitaciones, Giorgiana se acercó a su hermana con el
mismo ceño fruncido que ella.
—De lo más extraño —dijo la mayor.
—Pero tiene el sello de la casa real —lo mostró a los ojos azules
de su hermana— y la firma.
Giorgiana suspiró.
—A saber, que estén tramando —negó—, algo me da mala
espina.
—A mí también, me causa verdadero conflicto comprender que
esta mujer llega justo cuando tengo tanto tiempo sin tener noticias
de Adam ¿crees que algo pasó?
—Por ahora, debes concentrarte en ti, no bajes la guardia ni un
segundo Katherine.
El escepticismo de su hermana le resultaba justificado, no era
común que llegaran imposiciones de ese tipo a menos que fuera
una verdadera urgencia. La carta de la reina aseguraba que el padre
de la chica había fallecido en la guerra y no tenía madre desde su
nacimiento, por lo cual pedía su ayuda para que le fuera una
distracción y consuelo, tomando en cuenta la alegría que Katherine
se cargaba normalmente. Suspiró. Tendría que acatar las órdenes.
Sin embargo, había notado con prontitud y el pasar de las
semanas que Lourdes en realidad era una chica temeraria como lo
era ella misma, alegre y le proporcionaba una distracción que hasta
el momento nadie había logrado, solían quedarse platicando hasta
altas horas de la noche sobre las travesuras que ambas llegaron a
hacer, reían, bailaban y más que nada se divertían.
Esa noche, Katherine se había quedado dormida en la cama de
Lourdes tras uno de sus encuentros, pero, como ya le era
costumbre, despertaba aterrada por terribles pesadillas que la
dejaban asustada y empapada en sudor, se colocó las zapatillas de
dormir, esperando no despertar a la joven a su lado y se dispuso a
irse a su habitación, sabía que la única forma en la que esas
horribles apariciones nocturnas se esfumaran era sintiendo a Adam
cerca y tomando un vaso de leche caliente.
Se dedicaba a bajar las escaleras con cuidado, agradeciendo
que la servidumbre dejase velas encendidas debido a sus
constantes deambulaciones nocturnas. Katherine intentaba
convencerse de que eran solo sueños, que Adam no había muerto,
que su bebé seguía vivo en su interior y que pronto los vería a
ambos en medio de una felicidad absoluta, se logró sentir un poco
mejor, ya le faltaban solo unos escalones para estar en el hall,
cuando de pronto sintió que se desequilibraba, o más bien dicho,
que la empujaban.
En ese momento no entendió lo que pasa, lo único que hizo fue
reaccionar en intentar proteger a su hijo, pero no pudo evitar caer,
sintiendo como los golpes sobre su cuerpo.
—¡Adam! —lloró, pero al recordar que él no podría escucharla
gritó a la persona que seguro la ayudaría, como siempre lo había
hecho—: ¡Mamá!
Cerró los ojos sintiendo un estridente dolor.

****
En aquella desolada tierra carcomida entre la penuria y la
desesperación seguía transcurriendo una guerra, un hombre a
caballo se introducía desaforado entre las campañas de militares, en
dirección a la tienda más grande del lugar, la tienda del general de la
unificación inglesa. El hombre desmonto rápidamente con una
misiva en las manos, se introdujo a la tienda después de que los
guardias le dieran el visto bueno.
—Mi general —saludó militarmente—. Le traigo noticias.
Adam se volvió, había estado admirando un mapa que estaba
colgado en un extremo de la tienda, acompañado por sus tres
mejores amigos y de altos rangos militares, quienes se esforzaban
por terminar la guerra de la forma más rápida posible. Las bajas
para ambos países eran impresionantes, aunque Inglaterra no
estaba siendo verdaderamente afectada, las vidas en juego eran
muchas.
—¿De qué frente? —preguntó con seriedad, extendiendo la
mano para recibir el mensaje.
—No señor —negó el hombre con determinación—. Proviene de
Wellington Palace.
Adam miró a sus amigos rápidamente antes de tomar la carta
con rapidez, comenzó a abrirla en seguida, despedazando el sello y
el sobre a la vez. Los tres pares de ojos pertenecientes a sus
amigos se posaron en la figura del general quien prontamente
cambio su expresión de manera casi imperceptible para el cabo
presente.
—Eso es todo cabo —lo despidió Robert.
Cuando el hombre salió de la tienda, Adam se permitió dejarse
caer sobre la silla que tenía cerca y tomarse el puente de la nariz
con dolor.
—Adam, ¿Qué sucede? —preguntó Thomas.
El hombre levanto sus ojos verdes, inyectados en el más puro
dolor y desesperación.
—Lo perdió —dijo llanamente—. Katherine tuvo un accidente.
—¿Cómo esta ella? —se adelantó Robert.
—Delicada, parece ser que cayó por las escaleras, no me dan
esperanzas de recuperación.
—Lo lamento mucho —James bajo la cabeza.
—¡Maldición! —golpeó la mesa con el puño cerrado— ¡Debí
estar ahí, maldita sea!
—Adam —lo llamó Robert—. Sé que es imposible, pero intenta
contrólate o morirás tú también.
—¡Esta maldita guerra! ¿de qué demonios me serviría volver si
no tendré a mi mujer, ni a mi hijo? —continuó molesto.
En ese momento el cabo volvió a entrar, ganándose la mirada
furiosa de los cuatro caballeros en el interior.
—¡Es una emboscada! Vienen por el oeste.
Adam miró a sus amigos y retomó la compostura.
—¡A los caballos! —ordenó a sus amigos—. Llamen a los jinetes
que se pongan en formación “Gala”, que los hombres se armen lo
antes posible.
Los cuatro caballos destinados a cada uno de los amigos fueron
dispuestos como siempre afuera de la tienda del general.
Rápidamente montaron y se dividieron con intención de movilizar al
ejército antes de que les dieran alcance.
Adam cabalgaba por encima de las trincheras, intentando que los
hombres se replegaran y encaminaran a la batalla, dando órdenes
con fuerza y moviéndose con gracia ante los aturdidos hombres. De
pronto, a lo lejos, los gritos de soldados en pos de guerra
comenzaron a escucharse, detrás de él, cientos de jinetes salían en
auxilio de los desprevenidos soldados, al igual que los que se
encontraban descolocados a su lado.
—¡Moveos! —exigió— ¡Que vuestros compañeros mueren!
Los hombres tomaban sus armas y cascos de manera
precipitada para salir al combate. Era poco decir que la situación
estaba basada en el caos, las líneas de los soldados tenia huecos
que los enemigos aprovechaban. Las retiradas eran ordenadas con
precipitación, cediendo terreno, pero siendo esa la mejor opción
para sobrevivir.
Adam volvió la vista en el momento en que James era derribado
de su caballo al ser herido de muerte. El rubio se puso de pie con
una espada en mano, esperando el ataque de sus contrincantes a
caballo que se acercaban con las espadas desfundadas.
—No lo logrará —dijo Adam para sí mismo.
No pensó, ni tampoco dudó en espolear su caballo en dirección a
su amigo. La guardia que se encargaba de proteger al general tardo
cinco segundos en darse cuenta de lo que el duque pretendía. Al
igual que él y guiados por el honor que significaba morir por ese
general lo siguieron a trote. Robert vio dentro de la batalla como
Adam se adelantaba a galope seguido por su guardia, vio la locura
que su amigo intentaba cometer.
—¡Adam! —le gritó para detenerlo, pero era inútil— ¡Reagrupaos!
Les gritaba Robert a los soldados que comenzaban a salir de su
letargo, mientras él con un arma en mano disparaba con bastante
habilidad.
—¡James! —gritó Adam a toda voz— ¡¿Qué haces, idiota?!
Si no llegaba a ayudarlo no se lo perdonaría jamás. James
ordenaba desde el suelo a los soldados que se encontraban cerca,
los hacia posicionarse en un modo adecuado de guerra. Era
imposible, los hombres seguían colapsados ante el inesperado
ataque y acataban las órdenes a medias.
—¡Maldición! —masculló James disparando su arma desde una
trinchera.
Prontamente se fue quedando sin militares a su lado, el
sentimiento de la muerte comenzó a inundarlo, sus pulmones
forcejeaban ante lo inminente y su corazón latía con fuerza de quien
sabe que moriría. Pero no como un cobarde, no caería dentro de
una trinchera como un soldado más, él era un coronel, y moriría con
honor si debía hacerlo. Después de varias bocanadas de valor, el
rubio hizo un esfuerzo y salió de la trinchera con su arma en guardia
y un grito atronador.
—¿¡ERES UN IMBÉCIL O QUE!? —gritó el general a su amigo.
Adam se interpuso frente a él al momento que un sonido sordo
se escuchó. James vio en cámara lenta como ocurría la escena
delante de él, no pudo hacer nada, se sintió impotente y un idiota
cuando vio a su amigo caer inerte justo frente a sus ojos, sin
movimientos, sin quejas, muerto.
32
Dos por uno
Katherine tenía un dolor terrible que la hacía gritar y retorcerse
en la cama de su marido, estaba teniendo a su bebé, eso lo sabía,
pero estaba aterrada, alguien la había empujado de esas escaleras
y era el culpable de que su hijo estuviese naciendo antes, pese a
que se encontraba en el último mes, ella tenía la esperanza de que
fuera naturalmente como ese bebé vendría al mundo, no
forzosamente como había llegado ella a ese matrimonio el cual
ahora adoraba, quizá fuera otra burla del destino que naciera así.
—Mamá ¡Esto es terrible! —dijo fuera de sí, conteniendo un
pujido— ¡Me mentiste! ¡Duele terriblemente!
—Tranquila hija, pasará, verás cómo olvidas todo cuando tengas
a tu bebé en brazos.
—Bien Lady Wellington intentemos trabajar con esto —dijo el
doctor, revisando el vientre de la mujer, los golpes eran variados y el
parto se había inducidos sin remedio alguno, pero con suerte no
habría más daños que los moretones que la joven mujer tenía por el
cuerpo.
A las afueras de la habitación, Giorgiana miraba con suspicacia a
la única intrusa del lugar, Lourdes parecía asustada y recién
levantada, pero sabía por experiencia que había sabandijas que se
escondían perfectamente ante la atrocidad que habían cometido.
—¿Dónde estabas cuando cayó Lourdes? —inquirió la pelinegra
—, me parece que ella salía de tu recamara en ese momento.
—Sí, pero no vi quién pudo haberla empujado —negó asustada y
bastante conmocionada por los gritos del interior— ¿Estará bien?
—Katherine es dura como un tronco —dijo Giorgiana—,
seguramente sobrevivirá y contará quién fue quién le hizo esto.
—¿Estás diciendo que he sido yo? —dijo indignada la mujercita
— ¡Nunca lo haría!
—No te creo nada.
—Sé que todas estamos muy tensas —dijo Emilia—, pero creo
que no es momento para que nos peleemos, si Giorgiana tiene
razón, Katherine lo dirá, pero primero tenemos que ver que todos
estén bien allá adentro. Nada de diálogos viperinos hasta entonces.
Giorgiana aceptó el concejo de la menor, no podía creer que los
Wellington fueran todos iguales, se notaba que era la hermana de
Adam, pero miró inquieta a la entrada, se maldijo por no tener un
bebé ya para que la dejasen pasar junto a su adolorida hermana
que no paraba de gritar. De un momento a otro, las dos madres
fueron echadas de la habitación, lo cual solo quería decir que todo
comenzaba a complicarse.
—Mamá ¿Qué sucede? —dijo Giorgiana preocupada.
—No puede dar a luz —dijo Alana preocupada, llorando un poco
—, el doctor ha pedido que saliéramos.
—Dios santo —se tapó la boca Emilia—, todo saldrá bien, lo
hará, es Katherine, tiene que estar bien.
Todos quisieran asegurar eso como lo hacía la chiquilla, pero los
gritos y la falta de un pequeño llanto estaba poniéndoles los pelos
de punta, sabían que si un parto duraba demasiado podía derivar al
nacimiento del niño, pero la muerte de la madre o viceversa. Justo
cuando el corazón de todas las féminas comenzaba a sosegarse
con la perdida, un llanto se escuchó desde el interior. Las miradas
cayeron rápidamente en la puerta que minutos después se abrió.
—Doctor, mi hija —acudió desesperada la madre.
—La duquesa ha dado a luz a un varón sano —dijo el hombre—,
ella está descansando, pero se repondrá.
Un suspiro invadió el lugar, sin notar que todas habían contenido
la respiración durante todo ese tiempo, pero entonces, las buenas
noticias se vieron nubladas por un nuevo grito de dolor por parte de
Katherine.
—Doctor, la duquesa…
El hombre no espero una palabra más, dejando a la joven con la
palabra en la boca, se introdujo a la habitación acompañada por la
madre de la joven pelirroja, la suegra, hermana y prima de esta. La
escena era escalofriante, la demacrada cara de Katherine era
devastadora para la familia, su cabello estaba empapado en sudor y
sus ojos se inyectaban en el dolor.
—¡¿Qué le sucede a mi hija doctor?! —demandó Alana con
urgencia, no dándose cuenta que su insistencia solo le complicaba
las cosas al hombre que intentaba salvarle la vida a su hija.
—Sáquenla ahora —ordenó el hombre.
Giorgiana fue la que reaccionó, tomando delicadamente los
brazos de su madre para dirigirla a la salida. La hermana de la
parturienta consiguió sacar a su madre de la habitación, inundada
en lágrimas y en preguntas que la joven no podía contestar.
La duquesa viuda por su parte, tenía la boca cubierta con la
mano al ver a su nuera de esa forma, un pequeño llanto opacado
por los gritos de la madre llegó hasta los oídos de la duquesa viuda.
Un pequeño bultito estaba siendo olvidado, sobre uno de los sillones
de la habitación. Lana caminó con presura hasta ese lugar y miró
por encima del respaldo del sillón. Ahí recostado y envuelto entre mil
mantas estaba su nieto. El pequeño hijo de Adam. Con unas
lágrimas en los ojos levantó en brazos al bebé, quien al sentir su
presencia calmó su llanto en seguida y se dedicó a acoplarse al
acogedor abrazo.
La mujer sonrió y comenzó a descubrir la pequeña cabeza,
enseñando el escaso cabello negro que él bebe poseía. Unas
pequeñas lágrimas salieron de los ojos de la duquesa viuda al
recordar de alguna forma a su hijo, con ese mismo color de cabello.
—¡Duquesa no se duerma! —gritó el doctor— ¡Esfuércese!
La pelirroja continuaba gritando y retorciéndose, comenzaba a
quedarse sin fuerzas y su cara estaba tan roja que parecía a punto
de estallar. La duquesa viuda se acercó a la cama donde el
emblemático problema se desarrollaba.
—¿Qué sucede? —preguntó alterada.
—Viene otro bebé —dijo una doncella asustada—. Parece que
ella no podrá.
La mujer abrió los ojos y miró a la pelirroja que parecía
desfallecer.
—Si no logramos sacarlo, la duquesa y el niño corren peligro —
anunció el doctor.
—Ya no puedo —negó la joven sobre la cama— Ya… no puedo.
Segundos después comenzó nuevamente a gritar de dolor.
—Bien duquesa —sonrió el doctor—, al fin parece querer nacer.
Katherine dio su último suspiro cuando el nuevo bebé comenzó a
llorar, anunciando su llegada al mundo.
—Eso es todo —dijo el doctor satisfecho—. Lo ha logrado
duquesa.
Pero al levantar la vista, la mujer se encontraba desfallecida
sobre la cama.
—¡Katherine! —replicaba la duquesa viuda— ¡No nos puedes
dejar! ¡Despierta!
El doctor delego la tarea de limpiar al bebé, para ir a revisar a la
madre bajo la atenta mirada de la antigua duquesa. Posicionó dos
dedos sobre la aorta para comprobar su pulso, el doctor se quedó
unos segundos callado bajo las insistentes miradas.
—Esta desmayada, está muy débil, pero se pondrá bien.
La duquesa viuda dejó salir un suspiro de plenitud y miró
nuevamente a su nuera, quien estaba en la inconciencia. Se agacho
y besó su frente con detenimiento.
—Estarás bien mi niña, has hecho un buen trabajo trayéndolos al
mundo.
—Aun así, necesitamos tenerla vigilada, cualquier cosa me
informan inmediatamente.
En cuanto el doctor Bruke cerró la puerta, las doncellas se
dedicaron a limpiar y cambiar sabanas donde Katherine estaba
recostada tranquilamente. Minutos después, el resto de la familia
comenzó a entrar con una cara intranquila, a visitar a la joven que
recién despertaba con fuerte dolores por todo el cuerpo. La madre
de la joven fue directa hacia ella, sentándose sobre la cama y
masajeando sus cabellos mojados.
—Mi cielo, lo hiciste muy bien.
—Kathy —sonrió Giorgiana—. No puedo creer que tuvieras dos
bebes al mismo tiempo, hasta en eso eres diferente.
—Dímelo a mí —sonrió la pelirroja con cara de cansancio—, no
fue fácil sacarlos de ahí, eso te lo aseguro.
—Son dos hermosos bebes —dijo la duquesa viuda, quien tenía
en brazos a uno de los mellizos.
—Dios mío —Katherine estiró los brazos para recibirlo—. Es
precioso.
— Lo es —sonrió Giorgiana asomándose para contemplar al
pequeño.
—Y aquí está la nena —sonrió Giorgiana con otro pequeño bulto
en los brazos, entregándosela a su madre también.
Katherine sonrió y esperó a tenerlos a ambos en sus brazos para
admirarlos como era debido, desde ese momento sintió que los
amaba con locura y no cabía de la impresión de que esos dos seres
hubiesen salido de su interior, eran un pedacito de ella y uno de
Adam… la pelirroja frunció y el ceño y ladeó la cabeza.
—¿No piensan que son increíblemente parecidos a Adam? —las
mujeres presentes rieron y asintieron ante lo dicho—. No lo puedo
creer, estoy escuchando su risa cuando sepa que incluso me ha
ganado en esto.
—Es verdad —dijo Giorgiana—, pero creo que es más importante
ahora saber qué fue lo que te hizo caer.
—No caí, me empujaron —dijo Katherine—, pero no lo entiendo
¿por qué alguien aquí hubiese querido hacerlo?
—No lo sé —dijo la pelinegra—, pero la única persona extraña en
la casa es esa mujer que llegó de la nada.
—¿En serio crees que fue ella? —Katherine frunció el ceño—,
pero si se ha mostrado tan dulce conmigo, ¿Dónde está ahora?
—La tengo encerrada en una recamara —dijo Giorgiana—, como
precaución.
—¡Gigi! —se exaltó su madre—, no puedes encerrar a la sobrina
de la reina.
—Su sobrina mis polainas —negó—, no le creo nada.
—Creo que tu hija hizo bien Alana —asintió la duquesa viuda—,
esto no me suena nada bien.
Katherine sonreía hacia le producto de su vientre, pero estaba
sucumbiendo al cansancio y ni siquiera tenía ganas de pensar en lo
sucedido en aquellas escaleras, al menos, gracias a ello, tenía a sus
dos hijos a su lado.
—¿Cómo los llamarás?
—Blake y Adrien —sonrió—, quedó perfecto al ser dos.
—Seguro Adam se lleva toda una sorpresa cuando llegue —dijo
la duquesa viuda.
—Sí que haces todo diferente mi amor —sonrió su madre.
Katherine repentinamente se puso seria y miró a Giorgiana,
comunicándose con ella silenciosamente y de manera muy sutil para
que nadie más en la sala se diera cuenta de nada.
—Lo tengo en mente —tranquilizó Giorgiana sin dar
explicaciones—, los dejo por el momento ¿vale? Felicidades Kathe.
—Gracias.
La mayor dio una última sonrisa hacia todos en la habitación
llena de dicho y bajó las escaleras lentamente hasta la habitación
donde había confinado a Lourdes. La mujer parecía furiosa y
permanecía con los brazos cruzados en muestra de desaprobación.
—¡Qué sepas que mi tía sabrá de esto!
—Mejor —Giorgiana tomó una silla y se sentó en ella—, es
momento de la verdad pequeña mentirosa, y la quiero toda, no sé si
sepas de mí, pero mi paciencia es mínima.
—No sé qué quieres que te diga.
—Tu nombre verdadero, sería un buen comienzo —Giorgiana
adelantó su cara—, y la razón por la que has venido también.
—Vine por órdenes reales, lo he dicho.
—¿A hacer qué? No es que cuestione a la reina, pero hay
muchos achichincles por ese lugar y quiero saber para cual trabajas.
—Soy sobrina de la reina.
—¿Vas a seguir con la misma cantaleta? Eso solo te delata más.
—Es la verdad.
—Bien —se puso en pie—, me obligas a recurrir a otros métodos.
—¿Me torturarás? —dijo escandalizada la mujer.
—Por Dios, no, ¿quién haría semejante barbarie? —se lo pensó
—, vale, yo lo haría, pero no. Tengo otros métodos de saber la
verdad, veamos que dicen mis propios espías.
33
Las noticias de Marinett
Había pasado un mes desde que Blake y Adrien habían nacido,
para la madre era la batalla más grande que hubiese librado, incluso
más que el hecho de aceptar casarse con su esposo y después
enamorarse de él. Como le gustaría que los pudiera ver, que los
tomara en brazos y viera lo mucho que se parecían a él día tras día.
Sobre todo, Blake, era una pequeña tranquila con ojos abiertos
hacia el mundo, se giraba continuamente y lloraba casi
armoniosamente, muy a diferencia de Adrien, quién era más
parecido a ella, revoltoso, se enojaba con facilidad y quería las
cosas cuando las pedía.
No había tenido noticias de su esposo en demasiado tiempo y
era una cuestión que todos parecían evitar por el hecho de no
querer atraer malas suertes, el comportamiento de Giorgiana era
otra cosa excepcional en el asunto, su hermana parecía obstinada
en no separarse de Lourdes, pero Katherine no podía decir si había
sido ella o no, no había visto quién la había tirado de la escalera,
pero había aprendido con el tiempo que el instinto de Giorgiana
siempre era bueno.
Iniciaba el día como cualquier otro, cuando de pronto anunciaron
la llegada de Marinett Kügler, quién se había quedado en la corte en
conjunto con su hermana menor Elizabeth, nada parecía concordar
con que ella se encontrara ahí, pero tenía un aura asesina que
seguramente dejaría sin vida a quién se topara frente a ella.
—¿Marinett? —se acercaron a la vez Giorgiana y Katherine.
—Tengo algo importante que decirles.
Katherine dejó a sus hijos al cuidado de su madre y fueron a un
salón en medio de un misterio que a Marinett le encantaba
mantener.
—¿Qué pasa? Me vas a volver loca ¿no sabes que las hormonas
de una mujer son peor en los embarazos y después de ellos.
—Sí, lo sé —suspiró la pelinegra—, por eso te pido que tomes
esta información de la manera más tranquila que se te ocurra
pelirroja.
—¿Información de qué? —dijo enojada Katherine.
—De un espía que pudo ser el ocasionarte de todas esas
emboscadas y traiciones que han estado surgiendo en la guerra.
—¿De qué hablas? ¿Cómo lo sabes? —después de muchas
semanas, la chispa ordinaria de Katherine había vuelto a sus ojos.
—Adam me pidió que tuviera un ojo puesto en Eleonora de la
Fonteine e hizo bien.
—¿Qué es lo que sabes?
—Ya sabes que ella es parte de Austria-Hungría.
Katherine abrió los ojos y negó incrédula.
—Pero Eleonora es parte de las damas de confianza de la reina.
—Pero está casada infelizmente, su marido se la pasa con
amantes y es bastante obvio que la desprecia.
—¿Eso haría que traicione a todo un país?
—Quizá no… pero que tal sonaría si quedara viuda y muy bien
acomodada porque el el escuadrón que atacaron estaba su marido
y, casualmente fuera uno de los que murió.
—Sería una coincidencia —dijo Kathe, queriendo tener algo
sólido con lo que atacar—, no puedes acusarla por eso.
—En eso tienes razón —dijo Giorgiana— por eso tenemos que
regresar a la corte, debemos de encontrar evidencia.
—Gigi, no creo que sea tan tonta para mantener las cartas que
haga para para ir en contra de un país.
—No, pero seguro que le tienen que seguir llegando, ahora que
se ha metido, y a lo que sabemos, no ha tenido éxito en su objetivo,
tiene que seguir ayudando.
Katherine asintió.
—¿Cuándo partimos?
—No lo sé ¿qué excusa pondremos?
—Elizabeth sigue allá, además, todas las mujeres que tienen
maridos en guerra son bienvenidas en la corte, podemos decir que
Elizabeth nos solicitó
—Estás siendo demasiado arriesgada —dijo Giorgiana.
—Lo siento, pero esto significa que alguien está haciendo morir a
los hombres que amamos —dijo Katherine con determinación—,
quizá sea mejor que tú te quedaras Giorgiana.
—¿¡Qué!?
—No tienes razón de ir —especificó Katherine—, además,
ayudarías a que mamá y la duquesa viuda no me eviten ir.
—¿Una madre loca que piensa dejar a sus hijos a la deriva?
¿Cómo crees que podré evitar algo así? —se cruzó de brazos la
mayor.
—¿Quién dijo que los iba a dejar?
—Oh Kathe, te has zafado completamente —negó Marinett.
—Lo siento, pero esto significa que alguien está haciendo morir a
los hombres que amamos.
—Elizabeth está por las mismas, pero al igual que tú, tienes un
bebé por el cual preocuparte —Marinett negó.
—Sí, creo que lo mejor es que los niños se quedaran aquí —dijo
Giorgiana.
—No, no dejaré a mis hijos, están más seguros conmigo.
—Katherine…
—No cambiaré de opinión.
La pelirroja se puso de pie y caminó hacia el pasillo dando
órdenes para que hicieran maletas para ella y sus dos pequeños
hijos, estaba decidida y no había nada que pudiera frenarla en ese
momento, lo sabían en cuanto se lo dijeron, pero no las dejó
terminar, en realidad, por lo que querían decirle a ella era
primeramente por Lurdes, la chica que había venido a asesinar a
Katherine y los posibles herederos que pudiera tener.
—Bien, eso no salió del todo bien —suspiró Marinett— ¿Dónde
tienes a la chica?
—¿Por qué? ¿Harás de detective malo?
—Se está metiendo con dos personas que amo, quiero saber por
qué.
Giorgiana dirigió a su prima por las escaleras de intendencia
hasta los cuartos de las doncellas y sacó una llave para abrir aquella
puerta donde se escondía una asustada muchacha que pese a estar
ilesa, le había desarrollado un miedo férreo a Giorgiana.
—Bien mocosa, dime toda la verdad si no quieres en serio que
estemos en grandes problemas.
—¿Tú quién eres?
—Solo no soy tu amiga —sonrió—, dime quién eres.
—Soy Lourdes, sobrina de la reina.
—No.
—En verdad, lo soy.
—No —dijo Marinett con más seguridad.
—Eres sobrina, pero de Eleonora ¿me equivoco?
—Yo…
—Sí, no hace falta mentir más ¿Vale? —negó— ¿Por qué te
mandó aquí?
—No lo sé, ella dijo que viniera y me diría que hacer.
—¿Ah sí? —se adelantó Giorgiana— ¿Cómo?
Lourdes se hizo para atrás al ver los fieros ojos de Giorgiana tan
cerca de los de ella.
—Ella dijo… que me mandaría una nota.
—Ah, te la mandaría —Marinett sonrió— ¿La quemaste?
—¿Qué?
—¡Qué si la quemaste! —le gritó Giorgiana haciéndola chillar, la
mujer chasqueó la lengua y miró mal a la chiquilla—, eres tan
llorona que hasta me provocas no ser tan mala.
—Lourdes, esto puede salvarte ¿quemaste o no la carta?
—No —dijo con un hilo de voz.
—¿Dónde las tienes? —dijo alegre Giorgiana.
—E-En el cajón de allá —apuntó con manos temblorosas.
—Si nos apoyas Lourdes, quizá logres librarte de todo el
problema en el que se ha metido tu tía.
—¡Ella dijo que yo estaría bien! —se excusó—, ¡que me casaría
bien aquí!
—Sí, supongo que eso prometió —negó Giorgiana.
—Te quedarás aquí —dijo Marinett— y harás lo que Gigi diga…
ella promete que no hará nada que dañe tu integridad.
—Quizá —se cruzó de brazos la aludida.
—¡Gigi!
—¡Vale, pero casi mata a mi hermana!
—¡No quería hacerlo! ¡No quería!
Marinett y Giorgiana salieron de la habitación con la carta en la
mano, ahora tenían la letra y la firma de Eleonora en esa nota, había
sido ilusa al confiar en una niña que, además, desarrolló un cariño
por Katherine, aunque esa ambición no le impidió que la aventara
por las escaleras.
34
El dolor de la perdida
Cuando llegaron a la corte, tanto Marinett como Katherine fueron
bien recibidas por Elizabeth que parecía a punto de quererse salir
de sí y no por las ganas que tenía de que todo fuera descubierto,
sino por las malas noticias que venían para su prima y que hubiese
querido evitar a toda costa para ella, sobre todo al ver a los
pequeños niños que la acompañaban.
—¿Qué pasa Elizabeth? —frunció el ceño Marinett.
Ella negó un par de veces, pero entonces un hombre, con el traje
militar sucio, una cara pálida y demacrada se acercó en persona a
las mujeres que lo miraban asombradas, Katherine con los nervios
de punta, puesto que, si Elizabeth estaba tranquila, la noticia solo
podía ser para ella.
—No… —dijo mucho antes de que el hombre terminara de
acercarse— No, no…
—Señora Collingwood —dijo el hombre reacio.
—No, ¿James? Por qué me hablas así, nos conocemos…—
quitaron a los bebés de sus brazos, permitiéndole poner ambas
manos sobre su boca—, No, no, no es cierto, no…
—Katherine, tengo el informe de que el general ha caído con
honores al salvar a otro recluta que estaba en batalla —James bajó
la cabeza—, específicamente a mí.
—¿Qué dices? —negó ella— ¿Por qué a ti?
—Me arriesgué… él, no lo sé, le llegó una carta, parecía
devastado.
—¿Fue tu culpa? —dijo furiosa— ¡Tuviste la culpa!
—Sí —bajó la cabeza—, lo siento.
—¡Idiota! —lo golpeó con los puños— ¡Él tenía familia!
—¡Katherine! —intentó frenar Elizabeth, pero se imaginó si acaso
fuera Robert y simplemente no pudo detenerla.
—¿Cómo lo sabes? ¿Dónde está su cuerpo? No te voy a creer a
menos que lo vea.
—Lo siento Katherine —se dejaba golpear—, me separé de él en
cuanto salvé su cuerpo, Thomas se lo llevó consigo.
—Entonces no lo sabes —dijo en un suspiro—, no lo sabes, no
estás seguro.
—Katherine, lo vi caer, tenía la herida demasiado…
—¡NO! ¡No lo sabes! ¡No lo sabes!
—Lo siento, Katherine, en serio lo siento, le anunciaron que
estabas al borde de la muerte y que habías perdido a tus hijos.
—¿Qué? —lo miró llorosa.
—Eso fue lo que dijo, le llegó una misiva con esa información,
seguro que pensó que para ese tiempo estarían enterrándote junto a
tu hijo.
—Lo dejó sin ganas de vivir —dijo Georgina.
—Pero era mentira… —lloró Katherine—, no tenía por qué hacer
cosas tan estúpidas, todavía tenía por qué vivir… al menos
comprobar que era cierto… no, él no lo hizo por eso.
—Quizá no, Adam lo hizo sin pensar, me quiso salvar, es mi
culpa.
La pelirroja enfocó sus furiosos ojos azules sobre él y asintió.
—¡Es tu culpa! ¡Lo es!
—¡Katherine! —la abrazó Elizabeth con dulzura, aceptando que
su prima llorar histérica sobre ella—, lo sé, lo sé.
Elizabeth procuraba calmarla acariciando su cabeza y mirando
desesperada a su hermana mayor, quién simplemente negaba sin
poder hacer nada.
—Se fue Elizabeth —las piernas le flanquearon y ambas cayeron
hasta el suelo—, no lo volveré a ver, no verá a sus hijos…
—Katherine, entremos al palacio —pidió Marinett al ver las nubes
grises avecinarse.
—No —la pelirroja se puso en pie y corrió lejos de ahí, hacía los
jardines de Buckingham.
—Déjala —Marinett se interpuso en el camino de James y le
tendió a uno de los gemelos, le sorprendió ver con la maestría con
la que cargaba al bebé—, necesita estar sola.
James miraba la figura que corría despavorida y suspiró.
—¿Qué fue lo que pasó? —dijo Elizabeth— ¿Cómo que le llegó
una carta?
—Eso fue lo que nos dijo justo antes de que nos emboscaran.
Las hermanas intercambiaron una rápida mirada.
—¿Qué? ¿Qué sucede?
—Creo que tenemos mucho de qué hablar —dijo Marinett.

*****
Katherine había corrido sin control por aquellos cuidados
jardines, se había levantado las faldas y las enaguas casi hasta las
rodillas, dejando a la vista sus tobillos y los zapatos, nada le
importaba, ni que el peinado del cabello rojizo se deshiciera o que
sus mejillas se cubrieran de surcos de agua salada, no quería
creerlo, pero cuando James Seymour se lo dijo, simplemente no
pudo negarlo.
¿Muerto?
Muerto. Adam estaba muerto, la había dejado sola cuando le dijo,
no, le prometió que volvería con ella, que vería crecer a sus hijos
¡Todo había sido mentira! No tenía sentido, había desperdiciado
tanto tiempo odiándolo que ahora le hacía falta para amarlo ¡Cuánto
lo amaba! Y lo había perdido, no tenía nada… ¿Por qué le hacía
eso? ¿Era acaso una revancha? ¿Una forma muy suya de ganarle
en algo? Negó, estaba divagando, estaba enloqueciendo.
Sintió las primeras gotas de lluvia caer sobre su cara, elevó la
vista, ni siquiera el cielo le daba tregua, se sentó en una banca y
dejó que esta la empapara, sus ropas le pesaban, el frío le calaba
los huesos y se sentía incomoda, pero ninguna sensación anterior
se asemejaba con lo que sentía en su corazón.
—Katherine —. La mujer levantó la vista tan lentamente que
incluso parecía que le costara un esfuerzo monumental hacerlo—.
Lo lamento tanto…
—James —lo miró ahora con ilusión— ¿Cómo lucía él? ¿Se veía
fuerte? ¿Había comido bien? No logra dormir cuando algo le
preocupa, lo conozco.
James desfiguró su cara en dolor e incomprensión, pero asintió.
—Lucía bien.
—Me alegro.
—Kathe…
—Seguro que Marinett y Elizabeth te han puesto al tanto —dijo
rápidamente—, creemos que hay una espía aquí, tengo a su secuaz
en mi casa.
—Lo sé, pero…
—Sé de lo que quieres hablar —dijo Katherine—, pero no lo
puedo creer ¿Vale? No puedo.
—Katherine, lo vi caer de ese caballo, no se movía, aunque
Thomas fue con él, no parecía tener buenas esperanzas con el
asunto, de hecho, lo dio por perdido.
—¿Te quedaste a comprobar?
—Decidí venir cuanto antes, no quería que recibieras una simple
nota.
—¿Comprobaste que murió? —reiteró.
—¡Sí, Katherine! ¡Lo comprobé!
Ella parecía inclinarse a llorar, pero negó nuevamente.
—No te creo —se llevó una mano a su corazón y estrujó la tela
de la zona con fuerza—, lo siento, si él no estuviera aquí… yo lo
sabría.
—Dios Katherine, la bala le dio en el pecho, él no respiraba, no
tenía pulso, no quiero ser cruel, pero Adam no quisiera que vivieras
en una ilusión, tienen que vivir el duelo. Murió salvando a un idiota y
prometo que cambiaré, seré el hombre que cuide de ti.
—Yo no necesito que nadie más me cuide —dijo enojada y se
puso en pie—, si me disculpa.
James dio un largo y profundo suspiro, definitivamente la mujer
de Adam era un caso aparte de todas las mujeres de ese planeta, él
mismo le estaba diciendo la situación y no parecía ser suficiente
para ella, incluso lo hacía dudar a él, pero no, no había forma de
que sobreviviera, menos en esas condiciones.
Fue tras la mujer del hombre a quién le debía la vida, había
jurado protegerla a ella y a los hijos que había traído al mundo, qué
feliz sería Adam ahora si tan solo estuviera presente, al ver a esos
dos engendros tan parecidos a él.
—¡Katherine! —se espantó Eleonora al verla de pronto en el
pasillo y totalmente empapada— ¡Mi más sentido pésame!
—No está muerto.
—Oh, querida —la abrazó lady Müller—, es normal estar en
negación.
—No está muerto —repitió con más fuerza y se zafó de ellas.
—Señoras —dijo la voz de James a sus espaldas, mandando
una clara señal de que la dejasen tranquila.
—Vaya, tan solo se muere uno y ya tiene el remplazo a sus
órdenes.
Katherine era impulsiva, siempre lo había sido, pero jamás
esperó que golpeara a esa mujer a puño cerrado y la mandara al
suelo… quizá se sobrepasó un poco, al fin de cuentas, ella solía
jugar con sus hermano y primos con bastante rudeza, quizá una
bofetada hubiese sido más elegante, pero no había tiempo para
elegancias.
—Ah, lo siento —sonrió Katherine—, creí ver una araña, espero
la haya matado porque era horrible.
La mojada mujer dio media vuelta y subió las escaleras, no tenía
idea de a donde se dirigía, pero no le interesaba. James tuvo que
poner en pie a lady Müller quién ya lanzaba una sarta de impropios
hacia la salvaje francesa y su falta de decoro.
Cuando abrió la puerta de su habitación en la corte, se sintió
extrañada, todo le recordaba a su esposo pese a que no fuera una
habitación que ellos hubiesen usado en demasía, pero era la misma
y casi podía imaginarlo sonriendo, riendo y jugando con las palabras
para vencerla terminantemente en una discusión.
—Kathe —la sorprendió Marinett— ¿Estás bien?
—¿Bien? —dijo molesta— No, no estoy bien.
—Lo sé —bajó la cabeza—, no debí decir eso.
—No importa —se inclinó hacía el bebé que lloraba y lo abrazó
con fuerza, como si con ello abrazara a su marido fallecido.
—Katherine, creo que tengo cosas importantes que decirte.
—¿Ahora? —sonrió tristemente— Ahora nada me importa, lo
siento, pero quisiera estar sola.
—Sí lo entiendo —dijo Marinett—, te dejaré tranquila.
La pelirroja asintió y siguió con sus hijos, ensimismándose de
una forma en la que parecía que nadie lograría sacarla, la alegría y
positivismo que dirigía a Katherine había desaparecido y de alguna
forma nadie parecía capaz de sacarla de ahí.
En el interior de la habitación, Katherine vio la carta sellada
donde daban crédito a que Adam había fallecido con honor y por su
país, eso solo despejaba dudas, no le interesaba nada en lo
absoluto de esa carta. Se tiró en la cama y comenzó a llorar con los
dos cuerpecitos en total silencio a su lado, parecían comprender el
dolor de su madre.
—Katherine ven —entró su Elizabeth sin hacer caso a la
indicación de Marinett—, te tienes que bañar.
—No quiero…—suspiró con ojos medio cerrados—, estoy
cansada.
—Te enfermarás.
—No me importa.
—Quizá no te importe, pero a tus hijos sí, tienes que poder
cuidarlos Katherine.
—No tengo fuerza.
—Te ayudaré.
Elizabeth Pemberton tomó el cuerpo mojado y sin vida de su
prima y la ayudó a ponerse de pie, gritó porque alguien cuidara de
los niños de la misma y la metió a una tina en la cual no se movió,
permanecía con la mirada perdida mientras las lágrimas se
mezclaban con el agua de la tina. El dolor de Katherine era como
romperle el corazón.
—¿Quieres que te ayude?
—Como quieras.
Elizabeth, con toda la paciencia del mundo, la ayudó a lavarse el
cabello, el cuerpo y la secó, Katherine no ayudaba en nada,
simplemente no le interesaba, parecía casi dormida.
—¿Quieres acostarte?
—No lo sé.
—Vamos.
—Dime Lizzy ¿es esto solo una pesadilla?
Elizabeth hizo una fina línea de sus labios.
—No linda, no lo es.
Katherine asintió un par de veces y suspiró.
—Sí quiero dormir.
Su prima la metió a la cama y la arropó, le dio un beso en la
frente y la miró por largo rato, dándose cuenta que no se movía, no
cerraba los ojos, ni siquiera emitía sonido alguno, solo derramaba
lágrimas.
—¿Podrías cuidar de ellos por un rato, Lizzy?
—Sí, cariño, están en buenas manos.
—Necesito dormir un poco.
—Descansa.
Katherine se quedó dormida por más que unos minutos, lo hizo
por horas que parecían interminables, desde ese momento, se
turnaban para ver si la joven no habría muerto de alguna forma
extraña, puesto que ni siquiera se movía.
Era el turno de Marinett para cuidarla cuando de pronto,
Katherine despertó de un brinco agitado, gritando el nombre de su
marido y volviendo la cara hacia un lado, donde debía descansar
Adam Collingwood normalmente.
—Tranquila Katherine, aquí estoy.
Ella asintió un poco desorientada.
—¿Adam?
Marinett negó un par de veces, entonces su prima se volvió a
aventar en la almohada y se acurrucó entre las sabanas, Marinett
suspiró y se acostó a su lado, abrazándola y dándole un beso
cariñoso.
—Aquí estoy Katherine.
—Lo sé —lloró—, pero no eres a quién quiero aquí.
—Lo sé cariño. Lo sé.
—No lo sé Marinett, jamás pensé que sería dependiente de un
hombre, sé que tengo dos hijos a los cuales amo, pero siento que
me quiero morir.
—Es normal que te sientas así, no te hace menos mujer o madre.
—¿Cómo lo haré sin él? ¿Cómo?
—Podrás.
Katherine se volvió a quedar dormida y Marinett salió de la
habitación, era horrible ver a un ser querido de esa forma,
prácticamente estaba muriendo en vida, llevaba así más de tres
días, no salía de la cama, comía solo para que le pudiera dar de
comer a sus hijos y de ahí en más, dormía. Dejaba el cuidado de
sus hijas a ellas a quién fuera, cuando los veía, lloraba durante todo
el rato, los apretaba tanto que a veces los bebés lloraban también,
no parecía ser una buena idea que estuvieran con ella más de lo
necesario, pero Kathe tampoco quería descuidarlos.
—¿Cómo está? —dijo Elizabeth en cuanto Marinett salió.
—Igual —suspiró la mayor—, al menos sé que está luchando.
—No esperaría menos.
—¿Tú qué sabes de lo que hablamos ese día?
—Todo parece indicar que les avisaron cuando atacar, estoy casi
segura de que fue ella quien pasa información.
—No podemos acusar sin más, debemos estar seguras de lo que
tenemos.
—Katherine no ha dejado que hablemos de esto.
—No tiene cabeza —negó Marinett—, por el momento lo que
tienen ayuda y que tengamos a esa mocosa encerrada nos da otro
punto a favor.
—De todas formas, no sabemos cómo demonios vamos a hacer
para llevarlo a la vista, nadie creerá a unas mujeres ¿quién se
meterá en esto por nada?
—No lo sé, supongo… —Marinett chasqueó los dedos—, sé
quién lo hará.
Ambas se miraron con una sonrisa al ver que el chico rubio con
una cara pesarosa pasaba por su lado.
—¡JAMES!
35
Lo imposible, puede pasar
Katherine estaba segura que tres meses podían ser iguales a un
año, pero uno de puro dolor y pena, era verdad que tener dos hijos
la mantenían sosegada y no se permitía irse de la corte y la reina
parecía no poner objeciones tampoco, la cosa era, que no quería
regresar a su casa, odiaría llegar y darse cuenta que Adam no
estaba, regresar sin él sería aceptar de una vez que jamás llegaría,
aunque eventualmente tendría que hacerlo, había dado a luz al
heredero de ese ducado, por mucho que parecía molestar a
Eleonora.
Sabía, además, que sus primas no habían menguado esfuerzos
que conjuntaron con James en descubrir sus andanzas, pero lo
único que tenían era la carta en la que pedía a su sobrina encerrada
en Wellington que se deshiciera de ella y los posibles herederos
¿para qué? Solo ella lo sabía, pero no se metía en ello, no le
interesaba, si el hombre por el que tenía estaba muerto, por qué
esforzarse, era lo suficientemente demándate tener hijos como para
agregarle una investigación.
—Mi pequeña Blake, siempre tan bien portada —la dejó sobre su
cunita provisional y miró al berrinchudo de junto— y tú eres igualito
a mí, aunque solo sea en carácter.
—Hola Kathe.
—James —sonrió hacia él—, mira como mueve las manitas.
El hombre, después de rondarla y pedirle disculpas por más de
un millón de veces, había conseguido que ella reflexionara y al fin le
permitiera estar a su lado, solo como su escolta, con él a su lado,
nadie se atrevía a molestarla, siquiera dirigirle la mirada. Katherine
incluso se disculpó por el arranque desmedido en su contra, al fin y
al cabo, era Adam del que hablaban, si quería hacer algo, lo haría y
punto.
—Se parecen cada vez más a…
Katherine suspiró y sonrió.
—A Adam, seguro ha de estar fascinado —lo miró— ¿noticias
sobre eso? ¿Sobre… su cuerpo o… alguna pertenencia?
—No han regresado muchos soldados Katherine, ni siquiera
Thomas o Robert.
Ella asintió.
—Ellos lo traerán consigo ¿verdad? —pidió esperanzada.
—Jamás lo dejarían.
—¿Por qué no escriben?
—Quizá no tienen como, es difícil comunicarte en la guerra y,
aunque lo intentes, a veces las misivas nunca llegan.
—Entiendo… solo espero que Robert esté bien, mi pobre Lizzy
muere de angustia todo el tiempo.
—Espero que así sea Katherine.
Ella sonrió.
—No tienes que ser tan formal, no eres un guardia, eres un
amigo —ella elevó una ceja—. Hablando de amigos…
—Oh, no por favor.
—Mi prima Marinett, ¿a qué es una monada?
—Lo es, pero no creo ser hombre para nadie, soy un fracaso.
—Eso no lo creo —Katherine tomó a un bebé y la arrulló—,
siempre te ha gustado, lo noto en tus ojos.
—Ella tiene un prometido.
—¿Y qué? —James la miró impresionado— ¿Piensas que
puedes perder?
—Parece que lo quiere, siempre está al pendiente por no verlo en
listas.
—Sí, me imagino que es cruel poner mis sentimientos personales
sobre los de otra persona, tienes razón… pero estarían perfectos
juntos.
James sonrió y negó un par de veces.
—¿Quieres descansar?
—Sí, excúsame en la cena, pienso dormir todo lo que pueda a
partir de ahora.
—Bien, con permiso.
Katherine alimentó a sus bebés, los bañó, cambió y durmió con
una maestría que le había sacado canas verdes y algunos
mechones menos de cabello, ahora se podía decir que era una
experta en cuidar gemelos… bueno, quizá no, pero al menos era
mejor que en un principio, cuando los vio dormir por más de diez
minutos, supo que podía colocar su camisón e instintivamente tomó
la camisa que había hurtado de Adam, solía colocársela arriba pero
en esa ocasión, la miró con cariño y la dejó en el taburete.
Tenía que dejarlo ir, tenía que dejarlo descansar y ella tenía que
hacerlo también. Abrió las sabanas de la cama y se metió ante el
acogedor fuego de la chimenea. La pesadez de su cuerpo fue
llegando lentamente y cuando menos pensó, ya se encontraba en el
estupor del sueño.
Abrió los ojos ante el un sonido en el exterior de la puerta, se
levantó desubicada, encendió una vela y miró el reloj que colgaba
sobre la pared, las tres de la mañana, frunció el ceño y agudizo el
oído. Una extraña sensación se apoderó de ella cuando se puso en
pie.
¿Estarían sus bebés en peligro?
Miró ansiosa la cuna donde descansaban sus hijos, pero el ruido
había parado, sabía que muchos soldados regresaban al palacio
para reencontrarse con sus mujeres, habían sido escenas que
Katherine no había logrado soportar y por eso mismo se brincaba
las cenas y veladas. Aun así, escalofríos acudían a la espalda de la
joven, anticipando algo. Sintió como sus pulmones embargaban aire
y su corazón latía desbocado al ver como la puerta comenzaba a
ceder, su cuerpo comenzó a temblar y sus pupilas intentaban
ajustarse a la nueva figura que entraba a la habitación.
Cayó de rodillas y temió por desmayarse.
—¿Katherine? ¿Estás bien? —unos brazos fuertes hicieron por
ayudarla, pero ella se dio un brinco y se alejó lo máximo posible.
—No es cierto.
—¿De qué hablas? —preguntó extrañado.
—Estas… me dijeron que, pero ahora estás… no. T-Tú estás…
estás muerto.
—¿Qué? —Adam frunció el ceño— ¿Cómo que muerto?
—Me estoy volviendo loca —se tomó la cabeza entre las manos
—. O es un sueño… ¡Sí eso es! Estoy soñando de nuevo.
—Katherine, ¿Qué te ocurre? —intentó acercarse nuevamente.
—¡No! —lo detuvo estirando una mano para impedirle el paso—.
Quédate donde estas, te lo digo de una vez, déjame en paz. Te amo
y siempre lo haré, pero no me puedo mantener en esta depresión
por siempre.
—¿Depresión? —Adam negó varias veces— ¿De qué demonios
hablas?
—¡Basta! ¡Basta ya! —se tomó nuevamente la cabeza y lloró—
¡Me torturas! ¡Solo me torturas!
—Katherine, no estoy muerto —se acercó a pesar de que corrió
de él.
La tomó en sus brazos y la pegó a su pecho.
—Ya me ha pasado antes —decía mientras forcejeaba—.
Despertaré y nada será real.
—Soy real mi amor, tócame ¿Qué no me sientes?
—¡Siempre es lo mismo! —se retorcía— ¡En todos mis sueños!
—Kate, basta —dijo con voz fuerte—. Mírame.
—¡No!
— ¡Mírame!
La joven dio un brinquito entre sus brazos. Tardo varios segundos
hasta que comenzó lentamente a levantar la mirada y enfocó esos
ojos tan conocidos, eran tan intensos como cuando estaba vivo, tan
profundamente verdes y sabios como los de Adam. Kate lloró
nuevamente, ya no le daría la contraría, ni en sus sueños era capaz
de ganarle.
—Suéltame… —suplicó.
Adam lo hizo un resentimiento y la miró recargarse sobre la
pared como si no soportara su cuerpo, intentaba normalizar su
corazón y acallantar sus lágrimas.
—¿Qué demonios te sucede? —le preguntó.
—Nada. Ya no luchare contra ti, solo me iré a dormir.
—¿Qué? —la retuvo— ¿Acabo de llegar y me dices eso?
—Te iras en cuanto abra los ojos, así que no me molestes.
Adam la admiró mientras lo rodeaba, tomando especial espacio
entre sus cuerpos y abrió las mantas para comenzar a dormir, justo
como ella le había indicado.
—Katherine, por Dios, ¿Te puedes explicar?
—Buenas noches.
Adam rodó los ojos ya molesto y fue a tirarse al otro lado de la
cama con una expresión funesta. La pelirroja rápidamente le dio la
espalda, pero en ese momento un llanto inundó la habitación.
Katherine no lo podía creer, era el colmo, había sueños en los que
también se incluían sus hijos, resultaba ser lo doble de cansado, los
atendía despierta y dormida. La madre aventó la sabana molesta y
fue a ponerse de pie. No notando la consternación de su marido
quien se sentó también con una expresión de sorpresa.
Adam siguió los pasos de Katherine hasta la cunita que
extrañamente jamás notó, quizá por la loca pelirroja que se negaba
a por lo menos darle un beso de bienvenida. Los ojos verdes
observaron cómo su mujer sacaba un pequeño bulto de la cuna y lo
arrullaba contra su pecho y se destapó un hombro para comenzar a
lactar al pequeño berrinchudo. La joven sonrió y fue a sentarse a
una mecedora que estaba dispuesta en la estancia. Adam se acercó
contrariado y se inclinó ante su esposa e hijo. Lo miró con ojos
alucinantes y después toco la cabeza del niño pegado al seno de su
madre.
—¿Es nuestro? —Katherine despego los ojos del bebé para
enfocar a su difunto marido que parecía no querer desaparecer.
—Sí —lo miró duramente y volvió la vista al nene.
Justo en ese momento otro pequeño llanto, nada comparado con
el de Adrien, inundó los oídos de ambos padres. Katherine estiró el
cuello para ver a su pequeña comenzar a enojarse por falta de
atención. ¿Había mencionado ya que tener mellizos era difícil?
—Sabes, si por lo menos en los sueños estas aquí, me vendría
bien una ayuda —se quejó Katherine ante la consternación de su
esposo.
El hombre la miró extrañado sin entender nada, la joven por toda
explicación apuntó la cuna con la cabeza, indicándole el sitio que
debía atender. El padre se puso en pie, dándose cuenta de que otra
pequeña cabeza con los ojos abiertos estiraba los bracitos enojada.
Adam solo observó por unos minutos, sin comprender.
—Si no la levantas, no dejara de llorar —le informó.
Adam bajó los brazos y tomó al bebé en brazos, acunándola
contra su pecho. La pequeña le dirigió una mirada extrañada y se
hundió en el mutismo, como si al tiempo que lo reconocía, no lo
hacía. El padre sin poderlo evitar lloró, eran lágrimas de la más
sincera felicidad.
—Listo, dámela —exigió Katherine, pasándole al otro bebé a los
brazos para poder alimentar a Blake.
Adam no entendía nada, ni la actitud de su esposa, ni la
presencia de aquellos niños en la habitación, estaba totalmente en
consternado. Pasaron unos minutos en los que él solo se dedicaba
a mecer al niño que ya se encontraba dormido y observar a su
esposa alimentar al otro bebé con ternura desmedida. Katherine
subió su camisón hasta dejarlo en la posición adecuada, meció a la
niña sacándole el aire y la durmió en seguida, dejándola
posteriormente en la cuna. Miró a su esposo con una ceja
levantada.
— Puede dormir en la cuna —le dijo sarcástica.
Adam en ese momento reaccionó y fue a dejar a su hijo sobre su
camita. La madre los arropó con detenimiento y finalizó la labor con
un dulce beso, para después salir de la habitación nuevamente,
dejándolo solo con ellos, permitiéndole verlos y tocarlos a su antojo,
aunque no por mucho tiempo.
— Los vas a despertar —susurró desde la entrada.
Adam la miró, a pesar de que estaba de un humor insoportable,
estaba fascinado de verla nuevamente, con su cabello rojo
alborotado, sus ojos azules llameantes y su boca que deseaba con
tantas fuerzas besar. Cuando le dio alcance en la habitación, la
joven ya estaba enfundada en las cobijas y aparentemente estaba
dormida. Adam sonrió, tal vez era que estaba cansada por el
cuidado de los bebés. Fue a su armario y comenzó a cambiarse con
normalidad, se introdujo en la cama y al igual que Katherine,
prontamente se quedó dormido.
Kate abrió los ojos ante la luz del día. El sueño de siempre se
había presentado ante sus ojos y como cada mañana, volvió la
mirada rápidamente solo para comprobar que la cama estaba vacía.
Y así era. Tocó las sabanas donde en sus sueños Adam se había
recostado, la almohada que su cabeza debió ocupar… le dieron
ganas de llorar nuevamente, por eso odiaba esos sueños, aunque
amaba verlo de nuevo y experimentar lo que sería tener una familia
normal, cuando despertaba era insoportable. Se recostó sobre la
almohada y lloro con fuerza, ya no deseaba eso. Quería que esos
sueños desaparecieran para siempre.
—¿Por qué lloras? —Katherine abrió los ojos y se sentó en la
cama de un brinco.
Observó a su esposo en bata de baño, mirándola de manera
consternada.
—¿Sigo dormida?
—No —se acercó Adam y le tocó la mejilla— ¿Estás bien?
La cabeza de la joven se apretó contra la mano cálida de su
esposo, reconociendo el tacto y o miró con ojos vidriosos.
—Estás muerto…—lloró.
—No lo estoy ¿Por qué sigues repitiéndome eso?
Katherine rápidamente se paró y fue corriendo para sacar de uno
de los cajones del escritorio la carta que le había llegado
anunciando el fallecimiento del hombre que estaba sentado sobre la
cama. Se la tendió con aplomo para que él mismo la leyera. Adam
miró el sobre con la marca real por unos momentos antes de sacar
la carta y comenzar a leerla.
Rápidamente su expresión cambio y levantó la vista sorprendido.
—¿No pensaste que podía ser mentira?
—Claro —ironizó—. El sello real y la firma de la reina nunca son
lo suficientemente convincentes, además James me dio la noticia en
persona. Todo indica que estoy loca.
—Mi amor, escúchame. Estoy vivo, jamás morí.
Katherine continuaba viéndolo con aquella extraña expresión,
ahora Adam lo entendía todo, prácticamente su esposa creía estar
viendo un fantasma. El escepticismo que presentaba era más que
normal.
—Llama a tu doncella, a toda la maldita casa.
—No, ni loca. Nadie se dará cuenta de mi imaginación se crea
una imagen de ti.
Adam rodó los ojos y se puso en pie se cambió a todas prisas y
colocó presurosamente la bata sobre el cuerpo de su esposa para
después tomarla en brazos a pesar de que ella se quejaba una y
otra vez. De esa forma salieron de la habitación, no importándole
que ella estuviera en camisón y él en bata de baño.
—¡James! —gritó— ¡Marinett! ¡Elizabeth! ¡Robert!
En ese momento dos personas más subían las escaleras con
presura ante el ajetreo de la mañana, tanto Marinett como James
pensaron lo peor. Imaginaron que Kate había tenido alguna clase de
recaída o algo había ocurrido con alguno de los bebés.
—Adam…—dijo James sin podérselo creer.
El hombre levantó la vista hacia su amigo quien no se atrevía a
dar ni un paso más.
—James —lo llamó.
—¡Imposible! —se tapó la boca la pelinegra.
—Si serás imbécil —sonrió James caminando hacia él con
presura y lo abrazó— ¿Qué carajos sucede aquí? Yo te vi morir con
mis propios ojos.
—Fui herido, eso es verdad, pero Thomas me salvó, el maldito
bastardo sabe lo que hace, le debo la vida.
—Oye, creo que alguien ocupa tu atención —Marinett apuntó con
la cabeza hacia Katherine, quien continuaba arrodillada sobre el
piso, cubriéndose la boca con ambas manos ahogando los sollozos
que intentaban salir ante su desesperado llanto.
Adam fue hacia el cuerpo de su esposa y la levantó en brazos
para llevarla a la habitación mientras ella soltaba sollozos escondida
entre su hombro. No podía creer que estaba pasando ¿Cómo era
que todo había logrado enredarse de aquella manera?
36
El amor de su vida
Adam entró con Katherine en brazos, quién parecía no poder
sostenerse a sí mima por más tiempo, simplemente no podía creer
que estuviera vivo, después de tanto tiempo estando
mentalizándose de que había muerto, para ella seguía siendo una
más de sus alucinaciones, pero no era posible que fuera algo en
común, que todos estuvieran en la misma locura que ella, Adam
estaba ahí, pero ¿Cómo?
La depositó suavemente sobre la cama y sentándose a su lado,
Adam observó cómo su esposa bajaba la mirada y se enfocaba en
el roce constante de sus dedos, seguía turbada por la situación y
era comprensible.
—¿Katherine? —levantó su barbilla para que lo enfocara,
rebuscó algo en su cuello y se lo entregó—, te dije que te lo
devolvería.
Ella miró aquel medallón que fuera regalo de su padre a los
dieciséis y lo miró impresionada.
—¿Por qué no dijiste nada? —reprochó con el ceño fruncido—
Estuve dos meses pensando que estabas muerto y de repente
llegas como si nada sucediera.
—No entiendo por qué piensan que morí —dijo, negando
repetidas veces con la cabeza—. Es verdad que me hirieron cuando
salvé a James, pero jamás mandaron una carta de defunción.
La pelirroja intentó que su cerebro funcionara con normalidad y
que lo hiciera más rápido de lo natural para que lograra comprender
lo que sucedía con la situación actual.
—Por mi parte también tengo preguntas —dijo él de pronto.
—¿Qué preguntas?
—¿Cómo es posible que estén vivos? Yo tengo una carta que
dice que los perdiste.
—¿Perderlos? ¿A los niños?
—Sí, en ella ponían que te caíste de las escaleras y sufriste un
aborto instantáneo — el duque recordaba de memoria todo ese
contenido, puesto que jamás dejaría de reprocharse el que no
estuviera presente en el suceso, probablemente esa carta le hubiera
costado la vida de no ser porque fue herido antes de tiempo, había
sido una noticia con demasiado impacto como para no afectarlo—.
Además, ponía que estabas muy delicada de salud y seguro
morirías.
La pelirroja negó varias veces.
—Es verdad que me caí, pero jamás hubo riesgo de que los
perdiera, después del accidente estaba perfecta.
— ¿Entonces quien me envió esa carta?
—No lo sé —dijo la joven totalmente abrumada—. Los únicos
que estaban durante la caída eran los sirvientes, mi madre,
Giorgiana y tu familia, no hay posibilidad de alguien te la mandara…
La joven se quedó callada momentáneamente.
—¿Qué sucede?
—Esa mujer, la supuesta “sobrina de la reina” llegó poco antes
de que nacieran los niños y es de la única que podemos sospechar,
de hecho, Giorgiana la tiene encerrada y han descubierto que está
con Eleonora.
—¿Eleonora?
—Parece que me quiere muerta al igual que a ti.
Adam recordó la última vez que había visto a esa mujer, había
dicho que se vengaría de la humillación que le había hecho al
rechazarla, y se iría en contra de su familia.
—¿Qué es lo que sabes?
—Debo aceptar que después de que me enteré de que moriste,
no me importó nada más. Pero sé quién si está al tanto de todo.
—¿De quién hablas?
—Giorgiana, Marinett y Elizabeth creen tener acorralada a
Eleonora, creen que es una espía de Austria-Hungría, tenemos una
carta en la que le indicaban que debía matarme, pero no sé qué
más tengan.
—¿Tienes la carta que te dieron de defunción?
—Sí.
Katherine se puso en pie y rebuscó la carta sellada y sin abrir
que tenía arrinconada en uno de los cajones y se la tendió.
—Esto es extraño —dijo en cuanto la abrió—. Creo…
Adam se vio interrumpido por dos sincronizados llantos que
llamaban a su madre en busca de atención. Katherine sonrió hacia
Adam y levanto una ceja sarcástica.
— ¿Me ayudas?
Katherine no se detuvo a mirar si Adam la seguía o no, su papel
como madre la envolvió en seguida y sus sentidos solo estaban
enfocados en atender a los dos niños. El duque por su parte
continuaba sentado en la cama, consternado al ver a su mujer
convertirse en otra persona, en una madre amorosa, cuidadosa y
responsable.
La joven comenzó con sus labores cotidianos con los mellizos,
pero ahora, considerando que Adam estaba con ella en la
habitación, le hacía falta su ayuda, pero su mirada verdosa estaba
pérdida en la adversidad y, aunque su cuerpo aparentemente estaba
relajado, Kate conocía a la perfección ese rostro como para
entender que estaba nervioso por algo y ese algo eran sus hijos.
Katherine no se detuvo a mirar si Adam la seguía o no, su papel
como madre la envolvió en seguida y sus sentidos solo estaban
enfocados en atender a los dos niños. El duque por su parte
continuaba sentado en la cama, consternado al ver a su mujer
convertirse en otra persona, en una madre amorosa, cuidadosa y
responsable.
La joven comenzó con sus labores cotidianos con los mellizos,
pero ahora, considerando que Adam estaba con ella en la
habitación, le hacía falta su ayuda, pero su mirada verdosa estaba
pérdida en la adversidad y, aunque su cuerpo aparentemente estaba
relajado, Kate conocía a la perfección ese rostro como para
entender que estaba nervioso por algo y ese algo eran sus hijos.
—¿Sabes Adam?, un poco de ayuda me caería en gracia.
—¿Qué tengo que hacer? —la miró con ojos de quien desea
aprender algo nuevo.
—¿Puedes tomar a Adrien? —señalo al pequeño con el
mameluco azul— Yo llevaré a Blake.
El hombre estrechó al niño contra su pecho, permitiendo que le
tomara un dedo el cual en seguida se metió a la boca.
—Vamos —indicó su esposa cuando la pequeña estuvo fresca y
relajada en los brazos de su madre.
Caminó hacia la cama, incitándolo a que hiciera lo mismo
dejando a su hija para tomar al bebé en los brazos de su esposo y
darle de comer sin ningún reparo. Adam no podía sentirse más fuera
de lugar, no se sentía el padre de esos niños, sabía que lo era, pero
se sentía ajeno a todo. Ofuscado, hizo ademan de irse, pero
rápidamente fue detenido por la voz de su esposa.
—Adam ¿A dónde vas? —su mirada cristalizada lo hirió más que
aquella bala en el pasado. El duque no contestó, simplemente la
miró con la impenetrabilidad que lo caracterizaba— ¿Puedes
sentarte aquí conmigo?
El antiguo general asintió y fue a sentarse junto al cuerpo
extendido de la niña, la cual lograba entretenerse sola al admirar
sus manitas que se abrían y cerraban en intervalos regulares.
—¿Qué sucede? ¿Por qué te quieres ir? —preguntó herida.
—No —estiró la mano hasta su mejilla—. Solo que es nuevo para
mí.
—Pero si te vas seguirá siendo nuevo ¿Es que no estas
contento?
—Claro que estoy contento, es solo que no lo puedo creer, pero
son hermosos.
—Todos dicen que son iguales a ti —sonrió la joven.
—Por eso digo que son hermosos —sonrió satírico ante la
mirada amenazadora de su esposa.
El hombre rio con franqueza y se levantó para alcanzar los labios
de su esposa.
—Te amo y a ellos también.
—No sabes cuánto te amo yo —sonrió, acariciando al bebé en
sus brazos.
Después que dejaron a los niños recostados y bien arropados,
Katherine tomó la mano de su esposo y la posó sobre su cintura,
mientras acariciaba lentamente la mejilla de su esposo. Adam la
presionó contra él. En realidad, no se imaginaba lo mucho que la
había echado de menos.
—Adam, explícame lo que sucedió, sigo pensando que
despertaré y todo esto será un sueño.
El hombre besó suavemente su frente y la encaminó hacia la
puerta que dirigía al pasillo. Deseaba ponerse al corriente en
muchas cosas, al parecer había demasiada información que no
tenía sentido y era preciso que todos los involucrados se juntaran
para llegar a una conclusión, una cuerda.
Katherine dejó a los bebés al cuidado de su doncella de
confianza y salió junto a su marido a quién no dejaba de aferrarse,
los pasillos de Buckingham parecían silenciosos, casi siniestros,
como si se esperara una revuelta en cualquier momento,
encontraron al resto de los involucrados mucho antes de lo
esperado.
—Robert ¿entiendes algo? —le dijo al ver a su amigo, quién
había llegado con él.
—Ni un poco —dijo, aceptando que Elizabeth no le soltara la
mano.
—Hice lo que me dijiste Adam —dijo Marinett con una libreta de
cuero en las manos—, tengo cosas que contarles.
—Bien, no hablemos aquí —recomendó James—, es algo
delicado en todo caso.
—¿Tú sabes algo?
—Sí, me lo han contado antes de que llegaran y supiéramos que
estabas vivo Adam.
—Vale, salgamos de aquí —dijo Robert exasperado.
Todos caminaron hacia el jardín y se sentaron en unas mesas
alejadas al palacio, nadie parecía ansioso por iniciar la conversación
a excepción de aquella rubia revoltosa.
—Bien, ya dime como reviviste o explotaré.
—Elizabeth, no morí —dijo Adam—, la cosa es, que en realidad
me hirieron de gravedad, pero Thomas hizo lo indicado en el
momento justo, prácticamente le debo la vida.
—Pero yo te vi…—dijo James—. Te vi morir y prácticamente no
reaccionar.
—En realidad tienes razón, por unos momentos perdí la
conciencia, y según dicen los doctores, por varios minutos mi
corazón se paralizo, James —lo miró—. No pudiste saber que
pasaba, seguramente ni siquiera comprobaste mi pulso.
James bajó la cabeza, avergonzado, ni siquiera lo había
pensado.
—Ni tampoco lo hizo Robert, no había tiempo, era una guerra y
había que moverse, así que Thomas me cargó y pensó en llevarme
a un lugar donde pudiera atenderme o darme por muerto, porque ni
siquiera ahí él lo podía saber —continuó Adam.
—¿Lo que significa que moriste? —dijo Elizabeth horrorizada.
—Prácticamente sí. La bala no atravesó ningún órgano, pero si
una costilla perdí sangre y el conocimiento debido a que caí del
caballo.
—Pero Thomas se dio cuenta a medio camino —se internó en la
plática Robert—. En el camino hacia la tienda que servía como
hospital, Adam comenzó a tomar conciencia.
—Thomas me dejó al cuidado de los doctores y cuando regreso
al frente, James ya se había marchado para avisar en persona a
Katherine, entiendo la necesidad que tenías, pero debiste
comprobar antes James —dijo el hombre.
—Mandé una misiva inmediatamente —dijo Robert—, con la
esperanza de que llegara antes que James, cosa que por supuesto
no paso.
—En vez de eso, llegó la carta confirmando tu muerte —dijo
Katherine.
—Lo que nos deja como pregunta final…—dramatizó Elizabeth
—¿Dónde están las cartas?
—¿Y quién escribió las falsas? No todas son con la letra de
Eleonora, la reconozco, es la persona de confianza de la reina
escribe muchas de sus notas, pero no debería hacerlo sin
autorización y tampoco debería dejar que alguien más lo haga.
Un tenso silencio se instaló en el comedor, todos tenían
conjeturas diferentes.
—Eso es suficiente para acusar a Eleonora en todo caso ¿no? —
dijo James.
—No lo creo —suspiró Robert.
—Además, sé que pasa información al enemigo, o lo hacía —dijo
satisfecha Marinett.
—¿Cómo se supone que sabes eso? —elevó una ceja Adam.
—Tengo mis propios métodos —sonrió—, son amigas y algunas
doncellas que he comprado.
—Pero, así como tú las compraste, ella las pudo comprar —dijo
el mismo Adam.
—Sí, pero no cuando se trata de engañar al país, al final, si
ganara Austria nosotros nos veríamos en problemas.
—No podemos confiar en doncellas —dijo Robert—, tendríamos
que infiltrarnos por nuestra cuenta.
—Además, hay demasiadas cartas retenidas —dijo Adam—,
tanto que mandamos nosotros como las que ellas intentaban
mandarnos, simplemente ninguno tenemos nada.
—Es verdad, jamás recibí carta de Robert —dijo Elizabeth.
—Ni yo tampoco de Adam, sabían que si llegaban a nosotras
teníamos acceso a ellas, entonces sabríamos que no estaba
muerto.
—¿A quién le convenía que todo esto pasara?
—Creo que han llegado a la conjetura correcta: a mi mujer, pero
las cosas no han salido como esperaba ¿cierto?
Las personas se miraron entre impresionadas y algo acorraladas,
la cosa era que nadie se diera cuenta que estaban ahí,
confabulando contra una de las personas más influyentes en la corte
como lo era Eleonora de la Fonteine.
37
Siempre haces lo que quieres
—¡No Adam! —le gritó Katherine entrando a la habitación— ¡No
es necesario, estamos bien ahora!
—Casi te asesina —Adam cerró la puerta en cuanto se internó en
la habitación que ambos compartían.
—¡Por eso mismo! Basta de esto, volvamos a casa,
regresemos… —le exigió—. Te quiero aquí conmigo, no te
perdonare que me dejes ni una vez más.
—Katherine…
—Si haces esto —le advirtió—, no me volverás a ver, ni a tus
hijos.
Adam cerró los ojos. Suspiró y se acercó a ella para atraerla
hacia sí y plantarle un beso en los labios.
—Está bien —provocó que pegara su cabeza a su pecho y
enterró la nariz en sus rojizos cabellos— No lo haré.
—No te creo.
—Te lo prometo Kate —la separó de él— Ahora… puedes
comportarte como una esposa que vuelve a ver a su esposo
después de la guerra.
Katherine sonrió y le tomo del corbatín.
—¿Y cómo es esa forma?
Adam levantó la ceja y se inclinó para besar los labios
rozagantes de su mujer, la pegó a sí, Katherine sonrió y elevó la
barbilla para continuar besando a su marido, quien la veía divertida.
—Eres hermosa —le dijo entre besos—. No hay mujer más bella
sobre la tierra.
Katherine se sonrojó ligeramente, se lanzó a los brazos de su
marido, incitándolo a proseguir. Adam comenzó a quitarle los
botones del vestido, impaciente por sentir su piel bajo sus manos.
Por su parte, Kate hacia lo mismo con su camisa, estaba claramente
desesperada por tenerlo cerca de ella en la forma más íntima de la
palabra.
Adam caminó hacia la cama, aun con sus labios presionados
sobre los de Kate, moviendo la cabeza para buscar el ángulo más
adecuado para lograr introducirse a su boca y saborear aquel
conocido sabor de la boca de su mujer, era tan dulce y embriagante
que lo enloquecía. Decir que estaba desesperado por sentir su
cuerpo era poco; sus alientos se entremezclaban en los suspiros y
jadeos que salían de sus gargantas de manera precipitada y
extasiada, las manos de Adam parecían ser imparables en su
escaneo por el cuerpo de Katherine, provocando que la mujer se
saliera de si y pegara con ansias su cuerpo al de él, deseosa y
desesperada por lo que podía obtener.
Katherine recorría ese cuerpo con afán, sabiéndolo ahí con ella,
habían pasado tanto tiempo separados que era insaciable las ganas
que tenia de sentirlo presionado contra ella. En un momento de
locura, Katherine rodo sobre él y se sentó sobre su abdomen,
contemplando la negrura de la mirada de su esposo; Adam hizo
ademan de elevar sus manos para tocarla, mas Katherine reaccionó
rápidamente y atrapó sus manos contra el colchón, entrelazando
sus dedos, disfrutando de la expresión que le regalaba, con una
sonrisa juguetona bajo sus labios nuevamente para fundirse en un
beso pasional que parecía quererle robar la respiración, liberando
lentamente las manos de su esposo para lograr ponerlas sobre su
mandíbula que se movía frenética para comerla si era posible. Adam
la presionó nuevamente sobre si, sintiendo el cuerpo de mujer
contra el suyo, extasiándolo. Katherine despego la boca para
recorrer la mandíbula y el cuello de su esposo, bajando hasta su
pecho, desencadenando en el lugar miles de besos y roces que lo
hacían enloquecer.
En un movimiento rápido Adam volvió a tomar el control de la
situación y se posicionó sobre ella, no siendo capaz de contenerse
un minuto más. Besó el cuello de su esposa y se mantuvo ahí al
momento en el que no existían más dos cuerpos y se fundían en un
abrazo interminable y apasionante. La dulzura que principalmente
se había instalado entre ellos paso a la historia, dando lugar a un
frenesí descontrolado en busca de la máxima felicidad, que al final
encontraron juntos.
Adam cayó rendido sobre ella. Respirando con irregularidad. Una
sonrisa marcaba sus labios, plenamente satisfecho al sentir a su
mujer nuevamente suya. Levantó la mirada para contemplar aquel
rostro sonrojado, la joven conservaba los ojos cerrados, inundada
en el mundo que ambos creaban cada vez que hacían el amor.
El duque sonrió y dando pequeños roses sobre los labios de su
esposa, logró que esta abriera los ojos y le regalara una de esas
sonrisas que no le dirigía a nadie más que a él.
—Te amo —susurró ella, presa de la felicidad más pura— Te amo
tanto.
Adam levantó una ceja engreída y rodó sobre la cama,
llevándosela con él para relajarse por un momento. Pasaron unos
minutos en los que no se habló de nada, simplemente disfrutaron de
la satisfacción de mantenerse juntos y a sabiendas de que ahora su
familia estaba completa.
—Adam —le llamo la atención—, quieres ir a la corte a presentar
el caso ¿no es así?
Su esposo dio un suspiro y la pego más a su cuerpo.
—Dijiste que no querías que lo hiciera.
—Lo sé, pero entonces ¿Quién lo hará?
—Pediré ayuda a James.
—¿Cómo harán para averiguar? —posicionó un codo sobre la
cama para verlo—Sigue siendo la mujer de confianza de la reina.
—Él sabe hacer las cosas —sonrió Adam y le dio un beso—. No
debes preocuparte.
—Preferirías hacerlo tú ¿Verdad?
—No tiene ningún caso que te lo diga.
—Entonces no me regreses a casa —sugirió—. Así no habrá
problema.
Adam negó y descartó la idea rápidamente.
—No —la abrazó con más fuerte—. Tienes que estar con los
niños.
—Adam, no estaré tranquila en ningún momento y llevo
demasiado tiempo estando intranquila.
—No —dijo tajante—. No arriesgare a mis hijos a nada y a ti
tampoco.
—Pero…
— Si no deseas que lo haga, lo acepto, pero de eso a tenerte
aquí en el peligro —negó —. No lograrás que eso suceda.
—Si te dejara hacerlo —bajo la mirada— Y algo malo
sucediera… ¿Qué se supone que haga si te vuelvo a perder?
—Katherine, nunca me has perdido.
—Por tres meses sí.
—Pero aquí estoy.
—Eso no quita lo que sufrí.
—En todo caso, ¿Por qué discutimos? ¿Que no dije que no lo
haría?
—Si —aceptó la joven—. Pero la única forma en la que se me
ocurre que Eleonora bajaría la guardia es contigo, fingiendo que te
interesa y por esa razón me regresas, el esposo de ella fingirá
interés en Marinett y eso hará que esté aún más molesta, ella quería
que él muriera.
Adam la miró incrédulo.
—No haré algo como eso —entrecerró los ojos—, deberías
conocerme lo suficiente como para saber que de esa forma no
obtengo las cosas.
Katherine bajó la cabeza. Sabía que sonaba descabellado, pero,
¿Qué otras formas harían para que la reina revelara la verdad?
—No te preocupes, nosotros sabemos manejar estas situaciones.
—No esclarezco esas formas.
—No es necesario que lo hagas —la recostó nuevamente—. Yo
siempre logro lo que quiero, complácete con eso.
—¿Qué se supone que has logrado?
—Te logré conquistar ¿no? Creo que es un buen logro.
—No bromees.
—No lo hago —le acarició la espalda—. Solo no quiero que te
preocupes.
Katherine se sentó sobre la cama con las sabanas cubriendo su
desnudez, mostrándole a su esposo el desacuerdo. Pero la tregua
que sus hijos les habían brindado había llegado a su fin y
nuevamente exigían atención de su madre. Katherine se paró
rápidamente y se colocó una bata para dirigirse a la habitación
continua y traer a los bebés a la cama.
Adam rápidamente estiró los brazos para acoger a alguno de los
mellizos, facilitándole la tarea a su esposa. Como siempre, Adrien
era el más desesperado y llorón de los dos, mientras Blake se
conservaba calma en los brazos de su padre.
—Supongo que ya lo tienes decidido —suspiró Katherine—
¿Cuándo quieres que me marche a la casa?
—¿Tu qué quieres que haga? —le dejó la prerrogativa.
—Quiero que se solucione, si dices que no acabará aquí,
deberíamos hacer algo.
—En toces deja que haga esto y regresa hoy mismo a casa —se
sentó sobre la cama cuidando que el bebé que dormía en su pecho
no se despertara—. Es la forma más rápida.
—¿Desde cuándo me pides permiso para hacer algo? —
entrecerró los ojos.
Adam se inclinó de hombros.
—Es más fácil que pienses que tienes el control.
— Aun así, no lo tengo.
—Lo siento amor, pero quiero resolver esto lo antes posible.
Katherine suspiro.
—¿Y si algo malo sucede?
—No, te lo prometo.
—No puedes hacer eso. Pero supongo que no tengo opción,
harás lo que quieras de todas formas.
—En eso nos parecemos ¿No cielo?
—Tienes una familia Adam —le recordó—. Piensa que te
necesitamos.
—Lo sé. Por eso hago todo esto —besó la cabeza del bebé en
sus brazos—. Si Eleonora tiene obsesión con esta familia, el
atentado durante el embarazo fue solo el principio, si lo que dice
Marinett es verdad, hay una forma de destituirla.
—Pero es arriesgado.
—Es lo único que podemos hacer, además, tenemos a su marido
de nuestro lado.
—Me fascinan los hombres que piensan tener todo bajo control
—negó—, pero somos las mujeres quienes lo resolvimos antes.
—Lastimosamente mi amor, los que podemos actuar en estas
situaciones somos nosotros, iremos a juicio.
—Los odio… menos a Adrien.
Adam sonrió, con eso resuelto, pondría a su esposa en la
primera carroza que hubiera dispuesta y la mandaría lejos de ahí
para mantenerla lejos de todo ese desastre, por mucho que se
enojara y replicara era lo mejor.
38
A un juicio de la muerte
Katherine había llegado a la casa Collingwood desde hacía dos
días y no había encontrado la paz desde entonces, se había
sumergido en el más profundo nerviosismo, caminaba de un lado a
otro inquieta y sin encontrar la manera de serenarse.
—Katherine por favor tranquilízate —sugirió la duquesa viuda.
—No puedo —se negó la joven—. Esto es una locura, no debí
permitirlo nunca.
—No es como que Adam te hubiera hecho caso —dijo Giorgiana.
En ese momento hacia su entrada triunfal Lourdes. Adam
consideró certero el dejarla ahí sin permiso a comunicarse con nadie
ajeno a la casa, por miedo a que la joven llegara a dar aviso a la
Eleonora de lo que se proponían. Katherine y el resto de las mujeres
que la acompañaban dirigieron a la intrusa una mirada funesta y
reveladora de los más oscuros sentimientos que albergaban.
—No es mi culpa que lleven las de perder —les dijo la mujer de
forma altiva.
—Nosotros no llevamos nada de perder —la miró Katherine—.
No estamos haciendo nada contra ninguna ley.
—¿Segura? —levantó la ceja— ¿Estas plenamente convencida
de que esto no sigue siendo una trampa que mi tía y yo les
seguimos tendiendo? ¿Qué tal si yo he dicho justo lo necesario para
que tu marido alzara falsos contra alguien a quién la reina ama
tanto, tanto como a una hija?
—No es cierto —negó la joven—. Estas mintiendo.
—Tal vez —sonrió dulcemente— O tal vez no ¿Cómo saberlo?
—¿Qué haces aquí? —gritó Giorgiana—. Nadie te ha permitido
salir.
—No soy una prisionera —refutó—. En cuanto me marche los
acusaré de secuestro.
Katherine permaneció callada, no sabía que más decir, ni
siquiera tenía ánimos para insultar a Lourdes ante sus desplantes.
Para su desgracia, esa chiquilla la dejo pensando y ella misma sabia
el peligro que surgía si pensaba demasiado, estaba por demás decir
que era una atolondrada que seguro haría cosas estúpidas.
—Ni lo intentes —le tomó del brazo Giorgiana, sacándola del
estupor en el que se encontraba perdida—. Es peligroso.
—No sé de qué me hablas —se inclinó de hombros la pelirroja y
negó varias veces mientras salía del saloncito.
¿Sería una locura en verdad? O tal vez, por una única ocasión,
su alocado pensamiento le estaba indicando la forma de salvar a su
esposo y por ende a su familia.

****

—¿Qué es lo que planeas hacer Adam? —preguntó James


caminando a su lado en el pasillo—. Entiendo que tengas métodos
de persuasión, pero de eso a hacer que una reina acepte un mal
comportamiento de alguien de su plena confianza, hay un trecho
grande.
—Tenemos que encontrar las cartas —lo miró serenamente.
—¿En los aposentos de la reina? —levanto la ceja—. Ni siquiera
preguntaré como piensas hacer eso, sabes que Eleonora duerme en
una cámara conjunta desde que murió el rey y estas están siempre
juntas.
—Por eso estás aquí —sonrió malévolo—. Serás la distracción.
—Si hablamos de distracciones, tú serias una mejor para
Eleonora.
—No si te le insinúas.
—Vaya —se conmociono el hombre—. Me tiras a la prostitución.
—Nadie dijo que tienes que llegar a ese extremo —acomodó sus
palabras de tal forma que lo favorecieran a él y desfavorecieran a su
adversario, era algo que Adam hacia casi inconscientemente—.
Pero si quieres hacerlo yo no diré nada.
—Halagador en verdad —asintió sardónico—. Pero no gracias.
Pensé que el maldito esposo de Eleonora nos ayudaría más.
—Michael nos ayudará, pero no se meterá en problemas, quiere
deshacerse de ella tanto como nosotros, pero no se inmiscuirá en
esa habitación, ellos ni siquiera comparten cama.
—Genial para nosotros.
—Pero dado el caso, estaría en su derecho —dijo Adam—,
podría convencerlo, pero Eleonora podría llegar a sospechar.
—Aun no entiendo nada —dijo James intentando que su amigo le
diera por lo menos una pista de lo que pasaba por ese cerebro que
trabajaba tres veces más rápido que el de los demás.
—Tú no te preocupes.
—Claro, eso me deja mucho más tranquilo.
—No te preocupes James, tengo un plan, pero debo decirte y
pedirte de favor —se quedó parado—. Es arriesgado y puede salir
terriblemente mal.
—Me salvaste la vida una vez —le dio una palmada en el hombro
al posicionar su mano en el lugar—. Digamos que te debo una.
Adam asintió complacido y comenzó a caminar nuevamente,
internándose en un camino desconocido y del cual, no sabía si
tendría retorno alguno. Solo lo motivaba el tener a salvo a su familia,
y por el momento, nada más le importaba.

****

Katherine estaba en su habitación dando vueltas. Una semana.


Una semana había pasado desde que Adam la mandó de regreso,
no había misivas, telegramas, cartas, siquiera una porta voz que le
informaran que pasaba, sus dudas incrementaban rápidamente,
siempre solventadas por las palabras de esa loca de sobrina de
Eleonora.
—Solo desea asustarte —le decía una y otra vez Giorgiana,
quien siempre estaba con ella y justo ahora cargaba a uno de los
mellizos.
—Lo ha logrado —la miró con aprensión—. No soporto los
nervios.
Se acercó a su hermana y observó el estado de su hijo varón,
sus ojos estaban cerrados entre el estupor de los sueños, mientras
que su hija, quien, aunque no estaba dormida, lo parecía, puesto
que apenas y soltaba buruca alguna. Sonrió complacida y volvió a lo
que la atormentaba.
¿Qué podía hacer para ayudar?
Muchas veces la habían detenido en sus arranques de ir a la
corte, era un delito grave presentarse a la casa de la reina sin ser
invitada, mucho peor siendo mujer. Podría ser causa de muerte.
¿Pero que más opción tenia?
Se podría quedar en casa tranquila, cuidado a sus hijos, pero
bien sabia ella que no iba con su personalidad el quedarse de
brazos cruzados, lo único que la había logrado retener eran sus dos
hijos que necesitaban de ella.
—Señora —llamarón desde la puerta.
Katherine volvió la vista y con el ceño fruncido, admiró a la
doncella de confianza.
—¿Qué pasa Margaret? —le dijo extrañada.
—Tengo que hablar con usted.

****

Adam no podía creerlo, llevaban días en el castillo y no habían


encontrado nada que pudiera acusar a Eleonora de una traición, ¡Ni
siquiera de un amante!, era ilógico. Para colmo, el único método que
había funcionado para internarse en esas habitaciones, era que
Adam la distrajera, justo como su esposa le había dicho, era el único
método que hasta ahora funcionaba con la mujer, cosa que jamás
admitiría ante Katherine, si podía, ocultaría siempre que tuvo que
recurrir a tan baja estirpe de actos para llegar a su cometido.
Mientras él hacia eso, James y Marinett inspeccionaban
cuidadosamente cada cajón y encimera que Eleonora poseyera.
La frustración les llego a ambos al pasar los días y no encontrar
nada.
—No he encontrado nada nuevamente —informó el rubio a su
amigo.
Adam se encontraba desfallecido en un sofá que su habitación le
proporcionaba, las cosas se salían de control, tal vez ni siquiera
existieran esas cartas.
—Nos iremos —dijo Adam.
—¿Qué? —se paró de su cómodo asiento en el que se acababa
de instalar—No.
—Sí, ya nos hemos arriesgado mucho, sobre todo tú y Marinett.
—No me he quejado y esa mujer parece más entusiasmada que
nada —negó—, es toda una calamidad.
—No necesito que lo sigan haciendo, aunque para Marinett sea
una aventura —se tocó las sienes—. Sé cuándo parar en una
causa.
—¡No puedes rendirte tan fácil! —recriminó— Solo van unos
días.
—En los que no encontramos nada —recordó—. No es como si
pudieras descubrir una habitación secreta o algo por el estilo.
—Lo intentaré.
—He dicho que no —lo miró duramente—. Agradezco tu ayuda,
pero no permitiré que te atrapen, ya sospechan que algo sucede.
—Eres un paranoico —le quitó importancia el rubio—, Eleonora
parece haberse tragado el hecho de que ya no amas a tu esposa,
que has cambiado, actúas de maravilla, debo decir.
—James, en serio —dijo cansado—. Mañana nos vamos, quizá a
Eleonora ya se le haya quitado el afán y nos deje a todos tranquilos,
quiero a mi mujer, a mis hijos y mi familia.
—¿Crees en serio que después de todas las atenciones que le
has dado se quedará tranquila?
Aquel marqués no era dado a recibir de buen agrado una orden,
aun siendo Adam el que se la diera, James era de naturaleza libre y
el que le quisieran imponer algo, solo hacía que deseara hacer lo
contrario. Dio la aceptación que Adam necesitaba para descansar
en paz, y fue directo a hacer lo que le prohibieron. Iría a la
habitación de Eleonora una vez más.
James pasó de largo por varios pasillos, caminando seguro de
quien sabe a dónde va, incluso saludaba a algunos lacayos que
pasaban por el lugar. A esa hora, la reina se encontraría con sus
principales damas de compañía en el jardín trasero, como lo hacía
cotidianamente para tomar el té.
James se cercioró por varios minutos de que el pasillo estuviera
despejado, llevaban varios días en el palacio, simplemente
calculando tiempos, horas de entrada y de salida de la reina y sus
doncellas a las habitaciones. El rubio recordaba cada indicación que
Adam le había proporcionado, y era hora de intentarlo una vez más.
Abrió la primera puerta de la habitación, dando paso a sus ojos a
un pequeño hall que Eleonora tenía antes de entrar a la recamara.
Pero todo lo que veía ya había sido minuciosamente inspeccionado.
Las cartas tendrían que estar en otra parte que no fuera la estancia,
quizá, la recámara personal de Eleonora.
Paso de largo aquella estancia, y fue directo a la habitación
donde la cama se encontraba recién hecha y se instalaba un
ambiente de paz y soledad. James no perdió tiempo y fue
nuevamente al escritorio, abrió cajones, revisó bajo el colchón,
buscó puertas escondidas en los muebles, abrió alhajeros. Pero no
había nada, ¿Dónde podía esconder una mujer como esa las
cartas?, cabía la posibilidad de que las hubiera quemado, pero su
instinto le decía que no era tan lista como para actuar de esa forma.
Era sabido que Eleonora tenía un resentimiento grande contra el
ue era su marido debido a sus muchas amantes y su falta de
atención hacia ella. Por lo tanto, tendría esas cartas en su poder,
solo para regocijarse de haberlo traicionado frente a sus narices,
provocando que casi lo mataran y quizá, hasta dando pie a otra
guerra si movía las cartas necesarias.
James cerró bruscamente un cajón donde la reina tenía otros
muchos papeles sin importancia, sin encontrar lo que deseaba.
—¿Qué hace usted aquí? —preguntó una voz altiva— ¿Qué está
buscando entre mis cosas?
Los parpados del rubio cayeron pesadamente, encubriendo
aquellos ojos celestes. Esto estaba a punto de tornarse peor.
Adam llevaba horas buscando a su amigo, tal parecía que la
tierra se lo hubiese tragado, incluso ninguna mujer de la corte lo
había visto y eso ya era de preocuparse, James era… galante, por
lo tanto, siempre había alguna “dama” que supiera su paradero.
Adam caminó seguro hacia el despacho de la reina seguro
estaría tratando asuntos del estado y pormenores de la guerra.
Viendo que no encontraría a James por ningún lado, se le hizo
buena idea ir directo hacia ese lugar para tratar unas últimas
cláusulas del tratado con las contrapartes de una guerra provocada
por una sola mujer, Adam pensó que jamás habría que subestimar
el coraje de una dama herida.
Estaba seguro de que, gracias a la influencia de Eleonora y su
traición, habían provocado que Inglaterra saliera afectada a la hora
de hacer el acuerdo, aunque no sobremanera, en realidad Francia
estaba en peores condiciones, entre todos, ellos habían sido los
principales afectados.
—Lo siento señor duque de Wellington —le impidió el paso un
hombre uniformado que se encargaba de vigilar la seguridad de la
reina de Inglaterra— La reina se encuentra en juicio.
—¿Juicio? —se extrañó Adam, normalmente lo llamaría dado el
caso— ¿Juicio de quién?
—El marqués de Kent, mi señor —informó sin verlo—. Por alta
traición a la corona.
—¿¡Qué!?
Adam prácticamente corrió hacia la sala donde se atendían toda
esa clase de ceremonias en las que una persona era sentenciada
dependiendo de sus delitos, que la misma reina estuviera presente
no era un buen indicio. Ese idiota. El duque de Wellington se
encontró rápidamente con el impedimento de dos guardias, que tan
solo verlo le abrieron las puertas de par en par, brindando un sonido
sordo en la silenciosa habitación donde James ya estaba siendo
inculpado de sus cargos.
—Duque —lo miró duramente la reina—. No ha sido requerido en
esta audiencia, retírese.
—Lo lamento excelencia —se negó Adam—. Estoy seguro de
que lo inculpan por algo relacionado a mí.
—No… —dijo James entendiendo hacia donde iba el asunto—
No, sáquelo, no necesito de su presencia.
—El asunto es —dijo Adam—, que tengo conocimiento de los
cargos aun sin haber estado presente, lo que me hace el autor
intelectual del delito.
La reina lo miró con duda y esperanzado en que lo que decía
fuera mentira. Adam siempre había sido hombre de su confianza, se
negaba a creer que le traicionara.
—Diga los cargos si los sabe —lo tentó la reina.
—Allanamiento de las habitaciones de una de las damas reales
—James cerró los ojos.
—¡No lo puedo creer! —se quejó la reina, con furia grabada en
sus ojos— ¡Cómo es posible! ¡Tú! ¡Uno de mis hombres de
confianza!
—Por esa misma razón lo hice excelencia —Adam presentaba
una calma exorbitante, impresionando una vez más a James—.
Tenía el conocimiento de una infracción por parte de mi lady
Eleonora de la Fonteine casada con Michael marqués de Arlongford,
debo decir que siguiendo las pistas brindadas por Leonora de la
Fonteine, quien llegó a mi casa fingiendo ser sobrina de la reina
quién afirmaba haber sido mandad por la reina para que residiera en
mi casa acompañada de una carta. Esa misma sobrina confesó
haber sido mandada para matar a mi esposa, todo en una carta, al
mismo tiempo de que se nos ha informado que tiene
correspondencia con el enemigo.
—¡Pruébelo! —dijo la aludida con molestia, Eleonora tenía en su
faz la culpabilidad.
—¿Acusa a una de mis damas de más confianza de traición?
Adam calló, no era necesario que respondiera eso delante de los
parlamentarios y algunos nobles que estaban presentes. Se había
metido en una grande y no había forma de salir.
— Se puede saber— siguió la reina al ver que el duque no
hablaría— ¿Si tiene usted pruebas?
—No excelencia.
—Entonces todo es infundado —lo miró con resentimiento— ¿No
es necesario que dictamine en voz alta la sentencia verdad Duque?
—Le pido por favor que lo haga —dijo orgulloso. Haciendo gala
de su temple ante situaciones difíciles—. Moriré sabiendo que tenía
razón.
—¡Inconcebible!
Eleonora miraba desolada al hombre que amaba, no podía
permitir que Adam muriera. A pesar de que no era correspondida,
jamás deseó que muriera, mucho menos delante de sus ojos. Pero
no haría nada, no levantaría la voz en su favor. Seria esclarecer de
lo que el duque la acusaba y la guillotinada sería ella.
—Muy bien —dijo la reina—. Dando las circunstancias…
—El duque de Kent no tiene nada que ver con esto.
—¿Qué? —lo miró James furioso— No, fui encontrado, me
acusan de alta traición por buscar información.
—¡CALLAOS! —gritó la reina impaciente.
La sala entera ardía en la completa excitación, nadie comprendía
lo que sucedía a ciencia cierta, la culpabilidad del marques de Kent,
la intromisión del duque de Wellington y la deshonestidad que se en
el semblante de la dama predilecta de la reina.
Todos mensajes contradictorios. Además, entraba en duda la
palabra del duque de Wellington, nadie nunca dudaba de sus
palabras, eran casi como apelar contra una ley, más, aparentemente
la reina no daba a dudas su culpabilidad, mientras que el resto del
parlamento deseaba apelar a su favor.
—Los sentencio a…
—¡NO! —gritó una voz estridente abriendo las puertas de manera
brusca.
Adam bajó la mirada, había tardado más de lo esperado, ni
siquiera se molestó en volver la vista, no era necesario. Los
murmullos comenzaron a expandirse alrededor de toda la sala, las
palabras “es una mujer” eran las que más resonaban entre las
paredes. Katherine sabía a lo que se atenía al presentarse ante el
rey sin ser llamada. Pero cuando escuchó de lo que sucedía, nadie
pudo evitar que metiera sus narices al lugar. No había forma de que
James y Adam se salvaran sin la información que ella poseía.
—¿¡Cómo se atreve a presentarse ante mí!? —se puso en pie la
reina desde su silla.
—Sé lo que significa su alteza y me apego a su protocolo —
inclinó la cabeza respetuosamente—. Pero antes de que dé
sentencia a mi cabeza, tengo algo que entregarle, no le ofenderé al
hablarlo a voces ante usted.
Eleonora se puso en pie también, acercándose lo máximo posible
a la reina sin dejar de darle su lugar. La mujer con la corona parecía
a punto de estallar, esos nobles deseaban matarlo y bien sabía que
lo estaban logrando.
—Mi señora —dijo Kate al ver que la reina no respondía—, eso
es lo que hace incuestionables las palabras de mi esposo.
—¿Y que son, según usted?
—Cartas —respondió llanamente.
La reina volvió la vista rápidamente hacia su dama,
contemplando un semblante de horror innegable.
—Acércate —dijo duramente.
Katherine caminó segura ante las muchas miradas masculinas
que se fijaban en su persona, evitando especialmente la de Adam
quien se encontraba parado junto a James en el centro de la
habitación, donde era la principal atracción. Katherine entregó un
monte de cartas a un hombre serio y con la mirada perdida, el cual
en seguida se dirigió hacia el rey y entregó el paquetito con respeto.
La reina tomó las cartas y pasó una a una, aumentando la velocidad
de cambio con cada carta.
—¡Que significa esto! —se quejó la máxima autoridad en la sala
con dureza tal que hizo que Katherine se estremeciera, tenía que
dar gracias que no la veía a ella, sino a Eleonora.
—¿¡Donde!? —miró furioso a Katherine— ¿Dónde las has
encontrado?
—Su señoría —dijo nerviosa ante la fiera mirada— he
encontrado las cartas en la alcoba de su excelencia, una de mis
doncellas fue la que me habló de esto, lady Eleonora mantuvo a mi
doncella bajo chantaje hasta ahora.
—¡Traiga a esa mujer! —gritó— ¡Pónganla ante mi presencia! Al
igual que al marqués de Arlington.
Katherine se sentía desmayar, pero consiguió mantener el temple
cuando recitó el nombre de su doncella de confianza.
—Margaret.
—Búsquenla —dijo con amenaza a uno de los guardias que
estaban cerca.
Pasaron unos minutos interminables donde Katherine apenas
lograba mantenerse en pie, no volvía la mirada hacia Adam o su
amigo, no lo soportaría. Lo único que deseaba era que esto se
acabara lo más rápido posible. Las puertas se volvieron a abrir
dando entrada a Margaret escoltada por dos guardias que no eran
necesarios, ya que la joven venia por disposición propia.
—Cuéntame los hechos —demandó la reina— A detalle.
—Su excelencia —se inclinó respetuosa—, Soy la doncella de
confianza de Lady Katherine Collingwood duquesa de Wellington. Mi
nombre es Margaret y llegue a este palacio al tiempo en que mi
señora llegó. Durante mi estancia fui llamada varias veces ante lady
Eleonora para ponerla al corriente de la relación entre mis señores.
La reina miró con enojo a su dama.
—Me vi obligada a ser la informadora de su majestad, dándome
cuenta de algunas cosas. Las cartas que le ha entregado mi señora
estaban en las habitaciones de la misma reina.
—¿Por qué ahí? —interrumpió la reina.
—Lady Eleonora un día mencionó que era una clase de broma.
Una clase de broma porque en ella se burlaban de la corona de
Inglaterra ¿que sería más cómico que tenerlas escondidas en sus
propias habitaciones? Las cartas que llevarían el desastre al imperio
inglés, bajo la misma habitación de su monarca.
—Para ya —levantó la mano haciendo gala de sus anillos con
piedras preciosas.
—Su excelencia —se inclinó la joven nuevamente retirándose de
la presencia de la reina, aunque no en su totalidad.
La reina de Inglaterra parecía abatida bajo su capa de serenidad.
Nadie tomaría bien una noticia como esa, y mucho menos delante
de todos los parlamentarios y nobles que de inmediato comenzaron
a pedir la cabeza de una de sus damas de máxima confianza y es
que, no había petición más lógica que esa. Prácticamente la mujer
deseaba destruir el país.
—¡Silencio todos! —demando la reina después de dejar que las
habladurías se elevaran.
Nuevamente un silencio sepulcral se instaló en la sala del juicio.
—Con referencia a la sentencia para el duque de Wellington y el
marqués de Kent —los miró— Quedan expiados de toda sanción,
con la única prohibición de su presencia en el palacio a menos que
sea una exigencia de mi parte. Lady Wellington, la intromisión a la
corte sin ser llamada es causa de muerte y dado el caso de que
incluso se atrevió a entrar en un juicio, debo decir que su castigo
tiene que ser exuberante.
Rápidamente algunos de los parlamentarios y nobles
comenzaron a quejarse, aparentemente de acuerdo en que la joven
había salvado a la nación de más perdidas encausadas a la
deslealtad de la reina.
—Pero —miró hacia los hombres sentados en las bancas
alrededor de la sala—, dado que ha sido la mujer que trajo la posible
paz y prosperidad a Inglaterra, se puede retirar sin sentencia.
Katherine dio un paso hacia atrás mientras se tocaba el pecho,
temía que pronto le diera un infarto. Respiró varias veces antes de
regresar la mirada hacia su esposo con una sonrisa radiante que él
también tenía, no le importó estar en medio del tumulto inglés o
incluso la reina. Simplemente no pensó, como tantas otras veces, se
lanzó a los brazos de su esposo quien la pego a él gustoso de
saberla a salvo.
Adam y Katherine habían tomado inmediatamente la carroza
para regresar a su casa, no habían podido desear una mejor
resolución que jamás pisar la corte, por ellos mejor.
—¿Cómo has podido hacer eso? —Adam comenzó a regañarla
después de una sesión interminable de besos— ¿Estas acaso mal
de la cabeza?
—¡Estarías sentenciado a muerte si no fuera por mí! —refutó la
pelirroja.
Adam la contempló unos minutos para después pegarla a él. No
podía estar más agradecido por los arranques de su esposa, gracias
a ello, James y él estaban a salvo, incluso de alguna manera logró
salvar su propio pellejo. Era indudable que la belleza pelirroja de
Bermont era y seguiría siendo la rebelde de cualquier apellido,
Adam solo esperaba tener la suerte de que sus hijos no fueran tan
extremos como su madre y por lo menos pensaran dos veces antes
de cometer una acción.
De lo que estaba completamente seguro era que amaba a esa
mujer. Cada uno de sus desordenados cabellos, ese par de ojos
azules que llameaban cuando la molestaba, ese cuerpo que lo
sentía tan suyo, sus labios que se acoplaban tan bien con los de
él…
En unas pocas palabras era suya y no permitiría que ese hecho
cambiara jamás, porque desde ese momento, nunca la volvería a
dejar.
Tampoco era que se lo fuera a permitir.

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