La Rebelde Con Titulo (Los Bermont 2) - Sofia Duran
La Rebelde Con Titulo (Los Bermont 2) - Sofia Duran
La Rebelde Con Titulo (Los Bermont 2) - Sofia Duran
Los Bermont II
Primera edición.
Contenido
1. Por una pelirroja 7
2. Salvada por un duque 14
3. Pacto de nacimiento 24
4. Aprenderás lo que es ser mujer 32
5. No dirán a nadie 44
6. Ojos verdes 49
7. En una navidad 56
8. Visitas de jardín 64
9. Notas de violín 73
10. Fiesta de compromiso 81
11. La boda del año 94
12. Confrontaciones y malos entendidos 108
13. Confinada 116
14. La voz de la razón 124
15. En un lugar de Regent’s Park 129
16. Esta es la verdad136
17. El palco de la reina 152
18. Estoy segura 169
19. Una jugarreta 177
20. El palacio de Bickingham 188
22. Obligaciones 200
22. Noticias agridulces 211
23. Regreso a Bermont 221
24. Malas noticias 229
25. “Te amo” 238
26. Reencuentro familiar 248
27. Sorpresas 259
28. La incontrolable 270
29. Sentimiento de alarma 278
30. Nueva separación 288
31. El manto negro del destino 296
32. Dos por uno308
33. Las noticias de Marinett 317
34. El dolor de la perdida 323
35. Lo imposible puede pasar 336
36. El amor de su vida 348
37. Siempre haces lo que quieres 358
38. A un juicio de la muerte 366
Con todo mi cariño para Dios, mis Bellas y mi familia
Y porque esta pelirroja para que un día cumpla todos sus sueños
1
Por una pelirroja
Katherine era un alma libre, siempre le había gustado hacer
cualquier cosa que indicaran inadecuado para una mujer solo para
demostrar que era capaz de hacerlo y, por lo tanto, todas las demás
también. Fuese lo que fuese, Katherine lo aprendía, ya fuera montar,
tirar con arco o pistola, leer libros avanzados de política o economía,
usar pantalones y sombreros.
Pese a ello, Katherine Charpentier no dejaba de ser una dama de
la estirpe más alta al ser hija de un poderoso hombre en Francia y
una descendiente de los duques de Bermont o como ella los
llamaba, abuelos. Sus padres la habían mandado ahí para recibir la
educación que toda dama debe tener, aunque dudaba que supieran
de sus andanzas, ella era tan educada como el resto de sus primas,
sabía hablar idiomas, tocaba el violín, recitaba poesía y dibujaba,
aunque no se le daba tan bien ser una recatada mujer, podía dar la
finta de ello.
Ese día despertó de un sobresalto al tener una pesadilla, no era
común que las tuviera, pero esa noche había cenado demasiado y
le había costado un trabajo monumental el dormir y para cuando lo
logró, solo pudo obtener esa clase de malos sueños. Suspiró
aliviada al verse en sus cámaras y sonrió ante el nuevo día que
apenas comenzaba.
Hacía tan solo unos cuantos meses que una de sus muy
queridas primas se había marchado de la casa gracias a su
presurosa boda con un renombrado duque. La verdad era que a
Katherine solo le podía dar risa la indiscreción de su prima, el besar
a alguien era de por sí mal visto, pero el ser encontrada
haciéndolo… sí, era causa de boda forzada.
—¡Katherine! —Annabella entró corriendo a su habitación, su
prima de claros cabellos castaños y verdosos ojos se ocultaba
detrás de ella—, ¡Dile a Charles que me deje en paz!
La pelirroja rodó los ojos y miró a su primo irlandés quién traía
consigo una sonrisa siniestra que también le daba un escalofrío a
ella.
—¿Qué demonios está haciéndote?
—Quiere cortarme el pelo —acusó.
Katherine reparó entonces en las tijeras que tenía su alocado
primo y decidió que era mejor correr que intentar frenarlo, ambas
chicas corrieron por doquier hasta entrar en la habitación de William,
hermano mayor de Kathe y el único que podría parar a Charles en
sus locuras.
—¿Qué demonios? —dijo el adormilado hombre.
—Will, ¡Este loco nos quiere cortar el pelo!
El hombre dejó caer la cabeza en la almohada y replicó con
fuerza.
—¡Fuera de aquí!
—¡Debes protegerme! ¡Eres mi hermano! —pidió Katherine.
—Y yo soy tu prima, es lo mismo.
William se sentó en la cama con molestia y miró a su primo
endemoniado.
—¿En serio? ¿Eres un niño? —se quejó el hombre.
—Se los ofreceré a los dioses —dijo Charles con una sonrisa
retorcida—, además solo es un pedacito.
—¡Qué no! —dijeron a la vez ambas mujeres.
Charles saltó a la cama de William, haciendo que el hombre se
pusiera de muy mal humor y gritara enfurecido, era difícil ver al
hermano de Katherine fuera de sus cabales, la única forma de
lograrlo era no dejarlo dormir, como hacían en ese momento. Esa
era una mañana normal en la casa de Bermont, divertida y llena de
risas y gritos que llenaban esa mansión de emoción y alegría que
hacía que sus abuelos dieran gracias por haber tenido la fantástica
idea de tenerlos a todos juntos y de ese modo sosegar su soledad.
Entrada la tarde, después de horas de lecciones y muchas otras
actividades de damas educadas y de sociedad, las tres primas
habían salido a tomar un poco el limitado sol que Londres era capaz
de ofrecerles, las doncellas habían llevado para ellas una manta y
limonadas para que pasaran el día en los jardines, tal y como les
gustaba.
—Miren esas rosas, necesitan que vuelva a ponerles atención —
observó Annabella desde su posición relajada.
—Sí, les ha de faltar que hables con ellas —se burló Marinett—,
en serio me asustas cuando haces eso, voy paseando
tranquilamente por ahí y de repente te escucho hablando como loca,
en más de una ocasión pensé que se trataba de algún pretendiente
que se te había metido por las venas como para que hicieras alto
tan escandaloso como esconderte para verlo.
—¡Por favor Marinett! —negó Kathe—, Annabella jamás se
atrevería a hacer algo así, es demasiado bien portada.
—¡Claro que lo haría! —se quejó la menor de las primas—, si
fuera por amor, lo haría.
—Lo dudo —concordó Marinett con la pelirroja—, la verdad es
que apenas y haces ruido Anna, no te veo haciendo un desastre.
—Tú tampoco eres de las que va por el mundo haciendo que las
malas lenguas de Londres se desaten —dijo Annabella.
—Eh, niña —se acercó Katherine a ella—, nadie dijo que estaba
bien ser lo contrario, venos a nosotras, siempre en la mira de todos
y no precisamente porque seamos bonitas. Aunque Annabella tiene
razón, Marinett, tú tampoco te metes en muchos líos que digamos.
—Eso es para Elizabeth y tú —sonrió la hermana mayor de la
rubia.
—La extraño tanto —suspiró Katherine.
—Sí, pero ya ves como son los Pemberton, ni siquiera nos han
dejado verla ni una sola vez —dijo Marinett.
—Eso se me hace raro —frunció el ceño Annabella— ¿le habrá
pasado algo malo?
—No lo creo, quizá solo sea que está ocupada o, no lo sé, quiere
pasar tiempo con su nueva familia, tenemos que entender que así
será de ahora en adelante, ella tiene otras cosas en la cabeza.
—No me imagino un mundo donde no pueda verlas a diario —
dijo Marinett—, por mucho que me den ganas de arrancarles la
cabeza de vez en cuando.
—Pero todas nos casaremos en algún momento.
—Sí… —dijo Kathe—, ¿quién irá a seguir?
—¡Yo apostaría por Annabella! —levantó la mano Marinett.
—Sí, yo también digo que ella —aceptó Katherine.
—¡Ey! Pero si soy la más joven entre ustedes.
—Por eso —asintieron las dos con una sonrisa.
Así era la cosa entre la sociedad, entre más joven fuera la mujer,
mayor probabilidad de matrimonio tenían. Marinett y Katherine
tenían dieciocho y diecinueve años respectivamente, comenzaban a
ser mujeres a las cuales se les estaba pasando el tiempo y ambas lo
sabían y no les importaba en lo más mínimo.
—Bien, hora de encontrarme con el abuelo —se puso en pie
Katherine—, las veo al rato chicas.
Las jóvenes asintieron hacia ella y siguieron disfrutando del sol.
Katherine por su parte corrió hasta las caballerizas, tomó su yegua
particular y subió a ella con maestría de quién está acostumbrada a
montar a pesar de tener ese estorboso vestido.
—¡Gracias David por tenerlo listo! —le gritó al mozo de cuadra
quién tan solo alzó la mano para despedirse de ella.
Katherine adoraba salir a cabalgar, el viento chocando contra su
cara, su cabello volando desordenado, la conexión con el animal, la
adrenalina… todo le gustaba, pero lo que más le agradaba era
encontrarse con su abuelo Frederick Hillenburg bajo aquel gran
roble donde se perdían por horas viendo las tierras que había
cuidado durante años.
—¡Abuelo! —bajó de un brinca la chica y abrazó la figura fuerte
del hombre.
—Pensé que no vendrías hoy Katherine.
—No me lo perdería por nada.
La joven se sentó junto al hombre mayor y observó como el sol
se metía lentamente detrás de los árboles, inundando el cielo de
destellos naranjas y rosados surcando el cielo, las aves les daban
su ultimo cantico del día, el viento jugaba con las ramas de los
árboles y el aroma a tierra fresca era embriagadora.
—Sabes niña, el que me acostumbres tanto a tu presencia me
hará difícil el momento en que te tengas que marchar.
—¡Ay abuelo! Ni siquiera te debes preocupar por esas cosas —le
quitó importancia la chica—, soy una desgracia para la sociedad y
los hombres que se me acercan apenas y los tolero, son tan tontos.
—Bueno Kathe, debes comprender que no piensan que deben
tener conversaciones de alto calibre a tu lado, no es común que una
mujer sepa tanto como tú, al menos debes darles una oportunidad.
—Entonces no entiendo abuelo, primero dices que me extrañarás
y luego me dices que me debo dar la oportunidad.
—Jamás dije que no quería que te casaras —la miró el hombre
de plateados cabellos y ojos profundos y azules—, dije que te
extrañaría.
—Abuelo —lo empujó un poco—, yo no soportaría un día sin
esto… sin ti, te echaría demasiado de menos.
—Bueno, no es como que te cases y me muera, aún puedes
venir a verme.
—Sí, pero no sería lo mismo.
—Kathe, tienes que estar en sintonía con lo que pasa en tu
entorno, eres una muchacha brillante y quizá demasiado mimada
por mí y por tu hermano. Pero tus días siendo una niña comienzan a
terminar y ser mujer no es ir paseando por todos lados como una
revoltosa que monta a caballo.
—Lo sé. Por eso alargo mi infancia para vivir lo menos que
pueda mi adultez.
El abuelo dejó salir una carcajada.
—No vayas a sacarle canas verdes a tu abuela en los próximos
días.
Katherine rodó los ojos.
—Lo había olvidado —se quejó—. La temporada empieza
¿cierto?
—Así es y debes asistir a donde ella te diga.
—Dime abuelo ¿Cómo alguien como tu puede aguantar a alguien
como… ya sabes, mi abuela?
—Solo se preocupa de más por ustedes, los ama demasiado —
sonrió con encanto el hombre—, me enamoré de ella desde el
momento en que la vi. Debo decir que me rechazó varias veces, yo
solía ser todo un libertino en mi tiempo, pero insistí y cuando al fin
ella me regresó la mirada que hasta ahora perdura en sus ojos, me
sentí el hombre más feliz del mundo.
—¿Cómo te mira la abuela?
—Con amor, cariño, con amor.
Katherine sonrió tiernamente y miró al hombre a su lado.
—Sabes abuelo, yo quiero que mi esposo sea alguien como tú.
—¡Dios te guarde la hora querida! Yo soy buena gente ahora,
pero cuando era joven tenía un genio de los mil demonios, la verdad
es que tu abuela me domó por completo.
La pelirroja dejó salir una dulce carcajada y negó un par de
veces. Amaba a ese hombre al mismo nivel que amaba a su padre y
a su hermano, eran los hombres de su vida y para ella, eran
perfectos, no pensaba que pudiera querer a un hombre como los
quería a ellos, eran tan importantes que incluso buscaba en los
caballeros por lo menos uno de los aspectos que le gustaban de
ellos, quizá fuera un poco raro, pero esa era Katherine.
2
Salvada por un duque
Katherine entraba junto con sus primos a la velada de Marcus
Sullivan, un renombrado hombre de negocios que hacía poco se
había mudado a Londres y por tal motivo, había decidido ser el
primero en ofrecer una velada, abriendo con ello la temporada. La
abuela no había desaprovechado la oportunidad y las enfundó en
vestidos caros y apretados que las hacían resplandecer entre todas
las damas, incluso llamaban la atención más que las debutantes, se
decía que Violet Hillenburg tenía algún ritual para hacer que sus
nietas no solo brillaran, sino que resplandecieran a donde fueran,
siendo el centro de atención de las miradas masculinas.
Katherine les podía dar la receta por la que tanto aclamaban a la
abuela, se le llamaba tortura de tres horas. No por nada la abuela
había logrado casar a sus cuatro hijas con cuatro extranjeros muy
bien acomodados ¡Y de diferentes nacionalidades! En realidad, era
increíble esa mujer en cuanto a acomodar ganado se refería.
—Dios, si la abuela hacía que apretaran este vestido un poco
más, me haría del baño a cada momento —dijo Katherine, tomando
su cintura y dejando salir el aire con dificultad.
—Eso es asqueroso —frunció la nariz Annabella.
—Pero cierto —aceptó Marinett—, siento que me está robando el
alma.
Las chicas dejaron salir una risita permitida entre la sociedad y
fueron a tomar una copa de una de las bandejas de plata que los
meseros portaban estáticos por el lugar.
—Parece que las chicas Lugart ya pueden salir a sociedad, miren
que asustadas se ven las gemelas —dijo Marinett.
—Pobres, es horrible la primera vez —aceptó Annabella.
—¡Esas de allá están intentando trepar por encima de ese
hombre! —apuntó Katherine con una sonrisa—, pobre caballero, se
ve bastante perturbado.
—Ese es James Seymour —informó Marinett—, uno de los
mejores partidos del momento, es el marqués de Kent.
—No es nada feo, pero parece algo mente suelta —dijo
Katherine—, pero lo recuerdo, son los amigos del duque de
Richmond, los adonis.
—Ellos mismos —asintió la pelinegra de Marinett.
—Dicen que es agradable.
—¿Sabes Annabella? —la miró Marinett—, es muy difícil viborear
contigo.
Katherine soltó una carcajada y siguió indagando por el salón
mientras sus primas comenzaban a discutir.
—¿Quién es ese? —apuntó a un hombre alto, de cabello negro y
ojos azules, separado de la sociedad y con cara de pocos amigos.
—Thomas Hamilton, ese me da verdadero miedo —aceptó
Marinett, lo cual era decir mucho—, pero a lo que sé, quién ha
logrado hablar con él es nuestra querida Anna.
—Muy poco, apenas lo conozco —se sonrojó la joven.
—Así que a Anna le gustan los malvados —sonrió Katherine—
¿Y ese que llegó?
—Se llama Adam Collingwood, es duque de Wellington.
—En serio que eres como una enciclopedia de personas —se
sorprendió Annabella.
—Solo las que me interesan —. Apuntó con la cabeza hacia los
últimos dos—: dicen que el duque es un hombre bastante allegado
de la corona, ha tenido cargos importantes en la guerra pese a ser
bastante joven, es un buen partido.
—Es apuesto —dijo Annabella—, me gustan sus ojos.
—Solo porque los tiene verdes como tú no te hace menos gatita
—se burló Katherine.
—¡No me refería a eso!
—Los tiene de un verde diferente, más esmeralda, los tuyos
Anna sí son como de gato, entre miel y verde.
—¡Oh! ¡Son una pesadilla!
Su prima las dejó sin importar las palabras de disculpas que le
lanzaron, las mayores simplemente sonrieron y siguieron
cuchicheando acerca de los hombres que veían, los más
interesantes eran por supuesto los hombres adonis, pero había
otros partidos bastante aceptables que no tenían tanta atención.
Katherine se había quedado en soledad después de un rato de
seguir platicando con su prima Marinett a quién le habían pedido un
baile, pese a que querían seguir platicando, sería demasiado
descortés que rechazara la invitación. La pelirroja decidió que ella
no tenía ganas de hablar con nadie que no fuera alguien de su
familia, había intentado con Charles, pero este la corrió rápidamente
al estar rodeado de mujeres y William estaba tan desaparecido
como ella quería estarlo.
Se dedicó a buscar la biblioteca del lugar, seguro que había una
y sería interesante ver lo que leía un hombre como Marcus Sullivan
adinerado hombre de negocios, quizá tuviera buenos ejemplares de
economía o algo de administración. Estaba vagando por los pasillos
sin cuidado alguno, cuando de pronto escuchó una voz a sus
espaldas.
—¿Se le ha perdido algo lady Charpentier?
La joven cerró los ojos y maldijo su suerte.
—No señor Gibbs, solo paseaba.
Ese hombre la seguía a todas partes, en cada velada, parque o
lugar, el señor Gibbs la encontraba y la acosaba hasta que ella
literalmente terminaba dejándolo plantado en el lugar, echándolo de
su lado cortésmente o huyendo con una excusa poco creíble, una
vez hasta había dicho algo como: “mire que mal se ve ese árbol,
mejor me voy”.
—Es una casa grande, podría perderse.
—Sí, mejor regresar.
—Considerando que el este pasillo está desértico y bástate mal
iluminado, uno podría pensar que está esperando a alguien.
El corazón de Katherine latió con advertencia.
—No espero a nadie señor, será mejor que regresemos.
—¿Será acaso que busca acomodarse como lo ha hecho su
prima? ¿Quiere comprometer a un hombre?
—¡Jamás haría algo así! ¡Y mi prima tampoco lo ha hecho!
—Por favor Lady Charpentier, todos saben que no le ha salido
nada mal la jugarreta a lady Kügler, un duque, nada más y nada
menos. Yo no soy un duque, pero podría mantenerla como si fuera
uno.
—Será mejor que deje de dar pasos hacía mi señor, si es que no
quiere tener un problema grave.
—A la única que veo en problemas, es a usted.
Katherine dio un paso atrás, sintiéndose momentáneamente
asustada, pero entonces metió la mano en un escondite de su
vestido, diseñado para guardar monederos o artículos de belleza,
pero ella lo usaba para guardar su pistola, miraba al hombre que se
acercaba a ella con esa sonrisa que parecía tener todo resuelto y la
mirada de lascivia que en otras ocasiones había visto, estaba a
punto de sacar la pistola cuando de pronto una voz irrumpió la
escena.
—Espero que en verdad solo sea un mal entendido señor Gibbs
y no esté viendo a un caballero forzando a una dama.
El señor Gibbs parecía asustado, aún no se había vuelto para ver
de quién se trataba, pero parecía reconocer la voz.
—Lord Wellington, un placer verlo en esta velada —se dio media
vuelta—, por supuesto que no, esta dama y yo solo hablábamos.
—¡Hablando y un pepino! —dijo la joven sin una pizca de miedo
—, este hombre pensaba comprometerme de alguna forma, me
asustó en verdad.
El señor Gibbs la miró con furia y se volvió hacia el lord.
—Por supuesto que no, la señorita habrá malentendido el asunto.
—Espero que no lo malentienda nunca más —dijo el duque con
dureza—, puede retirarse señor Gibbs, escoltaré a la señorita hasta
el salón.
—Excelencia —se inclinó el hombre ante el duque y apretó la
quijada al volver una mirada fiera hacia la mujer que sonreía
satisfecha.
Katherine dejó entonces la pistola en su escondite y palmeó un
par de veces el lugar.
—Gracias por salvarme —se inclinó ante el duque—, le debo
una.
—No creo que necesitara mucha ayuda a juzgar por lo que
estaba por sacar de su bolsillo.
La joven elevó ambas cejas y sonrió de lado a lado.
—Así que lo notó —asintió—, es un hombre observador, el señor
Gibbs se iba a sacar un buen susto si llegaba a sacarla ¿Cómo lo ha
notado?
—El bulto en su vestido es bastante obvio y sería la única razón
por la cual estaría usted metiendo la mano ahí, a menos que le
quisiera lanzar monedas, deduje que tenía una daga o una pistola.
—Impresionante. Y bien lord Wellington, ¿espera al menos una
presentación de mi parte debido a que me acaba de salvar?
—Lady Charpentier, la conozco gracias a la boda de mi amigo
Robert Pemberton, su abuela ha hecho las presentaciones
pertinentes creo recordar.
—Oh, lo había olvidado, la abuela me presenta con tantas
personas que a veces las olvido, en esta ocasión lo lamento —
sonrió—. Pero le puedo decir que mi abuela solo busca
emparejarme así que sería buena idea que se alejara de mí en todo
lo que le sea posible.
—Gracias por el aviso señorita, pero resulta ser que estoy
comprometido.
Katherine sintió que su sonrisa estuvo a punto de desaparecer si
no fuera porque se percató de ello y no se lo permitió.
—¿En serio? No tenía idea, aunque ha sido mala idea decirme,
podría ser yo una chismosa.
—Sé que no lo es. Aunque su prima lady Marinett Kügler…
—Sí, ella es alguien especial —sonrió Katherine—. Y bien ¿quién
es la susodicha?
—Es de mi saber que para este tipo de aclaraciones se tiene una
fiesta conmemorativa.
—Claro, es verdad, espero recibir invitación.
El hombre sonrió de lado y asintió ligeramente, sus ojos verdes
había algo que Katherine no sabía identificar.
—Lo tomaré en cuenta.
Katherine miró hacia los lados, dándose cuenta que nuevamente
estaba sola con un hombre, lo miró suplicante y este simplemente
asintió, abriéndole un brazo para que pasara ella primero. Por
alguna razón, Katherine sentía que sus mejillas estaban enrojecidas
y su corazón latía desbocado, intentaba caminar lo más recta
posible y se movía grácil como su abuela siempre le pedía que
hiciera, pero ¿por qué lo hacía? ¿sería acaso porque lord Wellington
le imponía lo suficiente u… otra cosa?
Cuando el ruido de la sociedad volvió a atolondrar sus sentidos,
se volvió hacía el lord que le hacía compañía en silencio y le sonrió:
—Gracias de nuevo, no tengo forma de compensarle más que
con palabras.
—Más que suficientes mi lady.
Katherine dio una ligera sonrisa y prácticamente corrió al interior,
internándose en la fiesta y tomando a Annabella de los brazos del
caballero con el que bailaba, sentía que su corazón palpitaba
irregularmente y necesitaba que alguien llevara su cadáver hasta su
madre si es que moría.
—¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—El señor Gibbs otra vez —dijo en toda respuesta.
Su prima hizo una cara de horror.
—Ya te he dicho que debes tener cuidado con ese hombre
Katherine, no es normal su comportamiento.
—Créeme, en esta ocasión lo ha dejado más que claro, es un
hombre de cuidado —dijo la pelirroja— pero he tenido suerte.
—Ay no, ¿sacaste la pistola?
—No fue necesario, lord Wellington estaba ahí para salvarme.
—¿Lord Wellington? ¿El duque?
—Sí —se sonrojó—, él… fue muy amable.
—¿Estás sonrojada?
Katherine abrió los ojos y se sintió avergonzada.
—¡No!
—Por Dios, hasta te ha quitado tu capacidad de hablar con
elocuencia y sarcasmo, creo que me cae bien desde el día de hoy,
nunca me habías dado una respuesta tan corta.
Katherine se dio cuenta que su prima tenía razón, por lo cual se
decidió a tomar la compostura nuevamente y suspiró tranquila.
—Está comprometido Annabella, no te hagas ideas infantiles en
la cabeza.
—Es toda una lástima ¿cierto?
—No, solo es un hombre menos al cual la abuela acosará. Será
mejor que volvamos, antes de que la abuela note que nos
escondemos nuevamente.
—La que se esconde eres tú prima —sonrió—, no debería estar
tan feliz, pero al fin tengo con qué molestarte.
Katherine rodó los ojos y prosiguió con la fiesta, pero desde ese
momento en adelante no pudo evitar que su mirada cayera una y
otra vez sobre el duque. Se lo topaba charlando con alguno de sus
amigos, con hombres igual de importantes que él, con el dueño de
la casa, bebiendo, riendo y hasta distraído, no podía salir de su
campo de visión y eso la comenzaba a volver loca ¿por qué esa
obsesión?
Comprendió después de un poco de razonamiento, que la había
impresionado, no había conocido otro hombre que fuera tan
impactante como el duque, que la dejara con las palabras en la
boca, era imponente y muy inteligente. Solo lo admiraba, debía ser
eso.
3
Pacto de nacimiento
Katherine estaba sentada en su yegua en una total soledad,
mirando hacia la profundidad de las nubes oscuras que se
encontraban entristeciendo el cielo de Londres, a Kathe le gustaba
el cielo en cualquier tipo de clima, pero en esa ocasión el aire fresco
que traería las lluvias le causaba una paz mental que no encontraba
en ninguna parte desde que el señor Gibbs la había acosado y lord
Wellington salvado.
¿Cómo dos hombres podían ser tan contrarios?
Aunque el haber conocido a un hombre ajeno de su familia que lo
impresionara tanto era algo positivo, al menos de esa forma podría
tener la esperanza de que había hombres inteligentes en el planeta
y no solo idiotas como el señor Gibbs que las intentaban dominar a
la fuerza y las trataban como menos que floreros.
—¡Katherine! —gritó Annabella desde el inicio de la cuesta en la
que ella estaba— ¡Katherine! ¡Dice la abuela que bajes!
—¿Qué?
—¡Dice la abuela que…!
Katherine no escuchaba nada, así que espoleó al caballo y se
posó junto a su prima, quién dio un grito ante la llegada precipitada y
el proceder brusco del caballo.
—¿Qué pasa?
—Tu madre ha llegado.
—Dios santo ¿por qué?
—No lo sé, pero la abuela te llama, te están esperando en el
despacho del abuelo.
—¿Quiénes? ¿Por qué ahí?
—No lo sé Kathe —dijo nerviosa—, pero está toda tu familia.
—Dios, ¿será mejor opción huir?
—No Kathe, parece que es algo grave, me asusta.
—¿Crees que sea algo de…?
—No lo sé, por favor ve.
El corazón la latió a toda prisa, además de William, ella tenía otra
hermana, una que era mayor que su hermano y que normalmente
nunca estaba, se la pasaba viajando y el que Annabella hablara de
esa forma y todos se reunieran podía significar algo de su hermana,
algo de Giorgiana. Bajó tan aprisa del caballo que lastimó su tobillo,
pero no le tomó importancia y siguió presurosa hasta el despacho,
donde se escuchaba una plática leve que solo lograba preocuparla
más, prácticamente subió su vestido hasta las rodillas y corrió hasta
abrir la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Dónde está Gigi? ¿Está bien?
—Tu hermana está bien Katherine —tranquilizó su madre—, pero
lo que te vamos a decir es igual de importante.
—No creo que nada sea tan importante como que pensar a que
Gigi murió —dijo Katherine sentándose en el sofá con alivio que
demostró al momento de suspirar y desparramarse en él.
—Bueno, no es tan malo como eso —dijo su padre—, pero creo
que sí que será importante.
La chica frunció el ceño.
—¿A qué va toda esta reunión familia? —la joven los seguía con
los ojos, todos con caras funestas y miradas evasivas— ¿Abuelo?
El hombre no se atrevió siquiera a mirarla y prefirió empinar el
vaso de coñac que tenía en la mano, William estaba fumando,
incluso frente a su madre lo cuan jamás hacía y sus padres parecían
con los nervios de punta. Kathe no estaba para mejor, en ese punto
comprendía que tenía todo que ver con ella y nada que ver con
ellos.
—No hay forma fácil de decirlo —dijo William—, así que lo diré:
estás comprometida a matrimonio.
Kathe se sentó correctamente en el sofá y ladeó la cabeza en
amenaza, con aquella cara perspicaz y peligrosa que ponía cuando
algo no le agradaba, eso solo significaba que las cosas iban para
mal.
—Disculpa ¿qué?
—Has estado comprometida desde que eran una niña querida —
dijo su madre—, eres hija de marqueses, gente importante en
Francia y bueno, tú sabes los conflictos que se tienen con este país
así que se acordó una tregua que se sellaría con uno de los duques
más importantes de toda Inglaterra y una importante mujer francesa.
—O sea… que soy una moneda de cambio —comprendió la
joven— ¿Y ya? ¿Solo he de decir que sí?
—Esto no tiene nada que ver con nosotros, son ordenes que
ninguno de nosotros puede incumplir —dijo su padre en el tono más
conciliador que encontró.
—Pues Dios salve a la reina por su increíble forma de decidir mi
vida —dijo enojada.
—Ten cuidado con tus palabras cariño, no ofendas así a una
reina que podrías terminar muy mal, sobre todo siendo quién eres —
dijo Violet, tocándole ligeramente el hombro.
—¿Debo tener cuidado siendo quién soy? ¿La francesita que
viene a arreglar todos los problemas? —negó la joven—, ahora
entiendo por qué me mandaron a Inglaterra siendo tan niña, tenían
que ver con sus propios ojos la educación de la mujer que iba
adquirir su corte ¿Cierto? ¡Dios! Ahora hasta entiendo por qué soy la
prima con menos pretendientes, pese a que eres una casamentera y
me presentabas a todo mundo seguro que después les decías que
estaba prometida ¿no abuela?
La mujer bajó la mirada.
—Katherine, sé que no es algo que te agrade, pero no hay nada
que puedas hacer —dijo William—, no fue asunto de nuestros
padres, solo se dictaminó.
—¡Tuvieron que haber dado su aprobación!
—¿Qué querías que hiciéramos cariño? —dijo su madre—
¿Ponernos en contra de Francia e Inglaterra?
Katherine bajó su mirada y derramó sus primeras lágrimas en un
total silencio.
—¿Pasó lo mismo con Giorgiana? —dijo de pronto—, ¿Por eso
se escapó?
—No, Gigi se fue mucho antes de que si quiera se pensara en
esto —dijo su padre—, ella ni siquiera habría seleccionada.
—¿Por qué he de ser yo?
—Porque eres de la edad del heredero y ahora dueño del ducado
—dijo su hermano dando una calada a su cigarrillo.
—¿Y de quién demonios hablamos? —dijo impaciente.
—Wellington —dijo su abuela—. Lord Adam Collingwood duque
de Wellington.
Katherine cerró la boca en cuanto dijeron su nombre, él lo sabía,
el día que la salvó lo sabía ¡No lo podía creer! Incluso dijo que se
pensaría en invitarla cuando hiciera la fiesta de anunciación del
compromiso, pero qué cínico.
—¿Desde cuándo lo sabe él?
—Creo que desde siempre —dijo su madre—, creció sabiendo
que tenía prometida.
—¿Por qué crecí yo en la ignorancia? ¿Temían que me fuera?
—La verdad es que aún tenemos miedo de ello —dijo Edmund
Charpentier, se veía frustrado y cansado, era algo que lo
sobrepasaba y Katherine lo sabía.
Ya habían sufrido una vez la decepción de perder una hija y pese
a que Gigi regresaba a casa y seguía siendo acogida, Katherine
había presenciado la profunda tristeza que les provocaba día con
día a sus padres, la forma en la que se envalentonaban delante de
la gente que preguntaba por su hija mayor y como la defendían
siempre. Eran unos padres increíbles, pero esto… casarla.
Era en contra de ella seguir normas, siempre iba contra corriente,
sobre todo por el ejemplo de su hermana, aunque en una medida
que no lastimara a sus padres, pero jamás pensó en algo como una
boda forzada y ni siquiera por sus padres, sino por el estado, sus
padres jamás le harían algo así, estaba segura que su padre
preferiría que ella nunca se casara, aunque significara mantenerla
de por vida.
—Tengo que salir de aquí —dijo de pronto, sintiéndose ofuscada
por las noticias—, iré a ver a Elizabeth.
Tenía que hablar con alguien simplemente necesitaba sacarlo de
su sistema y Elizabeth siempre había sido buena escuchándola, era
una buena consejera pese a que estaba loca y ella misma solía
tomar malas decisiones, como fuera, la necesitaba, sus primas de
Bermont de todas formas se enterarían, pero Lizzy estaba
incomunicada y la echaba de menos, seguro con ella idearían un
plan ficticio para librarse de esta o por lo menos hacer un plan
maquiavélico en contra de Lord Wellington.
Subió a su caballo y salió de la propiedad en medio de un
torrente de sentimientos encontrados, su familia en contra de su
libertad, su país en contra de su independencia, una boda forzada
en contra de su rebeldía. Cerró los ojos y cuando menos pensó,
había llegado a la hermosa mansión Pemberton.
Bajó del caballo, resintiendo su tobillo y fue hacia la puerta, la
cual tocó con desesperación, por ende entendió al hombre que salió
con cara de pocos amigos, mirándola de arriba abajo con desdén.
—¿Sí?
—Soy prima de Elizabeth Pemberton, necesito verla, avise que
estoy aquí.
—La señora no se encuentra en estos momentos.
Katherine rodó los ojos.
—Y un pepino que es así, sé bien que no quieren dejar que la
veamos, pero le juro señor que, si no se quita de la puerta, le daré
un balazo en la pierna que le recordará eternamente mi cabello rojo
enmarañado y mis ojos azules desquiciados.
El hombre se la pensó, revisando a la mujer de arriba abajo para
comprobar que no tenía nada consigo. Katherine rodó los ojos y
sacó el arma de su escondite haciendo que el hombre se
atragantara.
—Por favor mi lady…
—Vale, lo resolveremos con chelines, ¿Cuánto apuesta a que
cuando finja que entro a la fuerza mi prima les dirá que me suelten y
hará que siempre me dejen pasar?
—La señora Helena ha dicho que la duquesa no quiere ver a
nadie —dijo el hombre con confianza—. Cinco chelines.
—Diez.
—Vale.
Como supuso, su prima salió, ella ganó, el mayordomo la odió y
acabó dándose cuenta que Elizabeth tenía tantos problemas como
ella misma, no quería atiborrarla con más lamentos así que dio una
excusa tonta para disculpar su intromisión y salió de ahí de
inmediato. No había pensado en los problemas que venían después
del matrimonio, pese a que Lizzy parecía enamorada de su marido,
tenía toda una familia conspirativa encima de ella ¿Cómo sería la
familia que le tocaría a ella? ¿Se llegaría a enamorar del hombre
con el que se casara como su prima?
Debía aceptar que Adam Collingwood no era del todo malo, al
menos lo admiraba, pero lo odiaba por pensar de ella como una
idiota, ¿eso era lo que le esperaba? ¿Un hombre como los que tanto
odiaba? ¿Uno que pensara que la mujer era inferior en todos los
sentidos y solo servía para dar hijos? Moriría antes de aceptar algo
como aquello, se revelaría todos los días contra él si fuese
necesario… pero no contra sus padres, nunca los haría sufrir,
menos cuando era algo que dependía de ella. Se casaría. Dios,
sería ella quién se casaría.
Esperaba en serio que la situación de Elizabeth mejorara a lo
largo de los días, pese a que no había sido de mucha ayuda y se
había marchado, aunque sabía que su prima la hubiese deseado
tener con ella en esos momentos, no era buena compañía para
nadie en general. Debía estar sola, tener una conexión real con su
consciencia interna para que por impulsividad no hiciera una idiotez.
4
Aprenderás lo que es ser mujer
La siguiente reunión a la que asistió, lo hizo pensando en
encontrarse con su prometido, no tenía otra cosa en la cabeza
además de que le rindiera cuentas, era una de esas tertulias que
duraban más de un día y era normal que las personas se quedaran
más de una noche en la casa, disfrutando de la hospitalidad de los
dueños de la casa.
Ansiaba verlo llegar e incluso sus primas se encontraban algo
asustadas, Annabella incluso le había pedido que le diera el arma
¿en serio la creían capaz de matarlo? Quizá si solo fuera ella contra
él sería genial, pero eran cuestiones políticas, si la esposa francesa
mataba al esposo inglés, eso significaría Inglaterra contra Francia y
serían demasiadas vidas solo por un capricho ¡Pero era su vida!
Pero por Dios que era lo correcto, cerró los ojos y dio la pistola a su
prima. Eran demasiados sentimientos contradictorios.
Katherine se quedó sentada en una mesa alejada, tocando
insinuante la copa de champagne con las uñas de sus dedos,
mirando sin cesar la entrada de la fiesta, comenzaba a
desesperarse cuando de pronto el chambelán entró en la habitación
y nombró al hombre que había estado esperando durante toda la
noche. Se puso en pie de un brinco, tomó el contenido de su copa y
fue hacia él sin importarle nada.
—Usted —le tocó el pecho con un dedo— ¡Como se atreve!
Adam miró hacia los lados, tratando de no llamar la atención de
la chismosa sociedad Londinense.
—Acompáñeme lady Charpentier.
Katherine sentía que sus mejillas y nariz ardían con furia al
tenerlo cerca, caminó por delante de él hasta escabullirse hasta uno
de los balcones iluminados de la residencia.
—Así que ya se enteró.
—¡Y todavía aparte lo tomó a juego contra mí! —le tocaba el
pecho con un dedo en forma de amenaza— ¿Le parezco una idiota?
—No —apartó su mano de sí—, simplemente no era mi
responsabilidad el decirlo, si su familia le había negado el beneficio
de saberlo, por una razón sería.
Katherine bajó la cabeza y miró hacia un lado. Eso era tan
racional que no tenía como refutarle el argumento.
—¿Y simplemente está de acuerdo? —lo miró—, lo sabe desde
hace mucho, ¿nunca pensó en replicar?
—Es mi deber como parte de este país.
—Pero jamás se enamoró de nadie, ¿jamás quiso romper el
compromiso por una persona que en serio le llamara la atención?
—Cuando creces sabiendo que estás prometido, tu cabeza llega
a aceptarlo y, aunque hay mujeres hermosas que llegan a llamar la
atención, simplemente no entra como una opción siquiera el
intentarlo.
—Es usted demasiado correcto, señor. No se puede limitar al
corazón, no tengo idea como lo ha logrado.
—¿Me va a decir que está enamorada de alguien? —elevó una
ceja.
—No —bajó la cabeza—, pero simplemente no me hago a la idea
de seguir esa orden.
—Entiendo —asintió—, había oído de usted, pero ahora que la
veo en persona, comienzo a dar razón a los rumores.
Ella levantó una mirada furibunda.
—Usted también tiene rumores señor “el hombre de hierro” no es
un apelativo común que se les dé a los hombres, ¿qué significa
eso? ¿Qué es irrompible e impenetrable?
—No sé qué puedan pensar los demás de ese apelativo, no me
identifico con él, solo es algo que la gente piensa de mí.
—Suelen tener razón.
—No le conviene decir eso mi lady, considerando lo que se dice
de usted.
—Es verdad —asintió la joven—, no debería dudarlo ni un
segundo, por eso le ruego que reconsidere aceptar este matrimonio,
al ser usted un hombre importante, podrían escucharlo.
—No haré tal cosa señorita, es todo lo que puedo decirle al
respecto.
—¿¡Es que no le molesta que controlen su vida!?
—Tuve tiempo para digerirlo, pero veo que usted está en los
primeros pasos de esa transición, siendo así, será mejor que la deje
entrar en razón.
—¡Espere! —le tomó el brazo y se sonrojó—, solo… no quiero
llevar mala suerte con esto, me aterra que alguien me quite mi
libertad o quiera cambiarme, soy una mujer… diferente.
—Eso lo sé, la he observado muy bien durante este tiempo —.
Ella alzó la mirada—. Sé que las cosas no serán sencillas y sé qué
harás que todo se complique aún más, sé que no te vas a rendir
fácil con lo que tienes en la cabeza y sé que tienes muy fijos tus
ideales. Pero no soy el monstruo del que hablan, no soy de hierro, ni
tampoco soy imposible de romper, es verdad que no te amo y que tu
no me amas, pero esto es más que eso, esto es deber y a veces
hay que poner el deber encima del querer.
Katherine se quedó sin palabras, algo muy poco común en ella,
el duque era un hombre al cual había llegado a respetar más rápido
que a ningún otro, pero de eso al amor había un largo camino, debía
solo pensar en que al menos se llevaran bien, pero eso involucraba
su parte también.
—Intentaré no complicarlo… demasiado.
Adam dejó salir una leve risotada de su nariz.
—No espero nada más que estemos de acuerdo en algunas
cosas.
—Aún no estoy en el momento de la razón ¿recuerda?
—Lo tengo presente —se inclinó ante ella—, por el momento no
es necesario que estemos juntos, aún no se anuncia nuestro
compromiso así que puede seguir andando por la vida como una
mujer libre.
—Pero no lo soy.
—No, no lo es.
Katherine asintió un par de veces, un tanto ensimismada, quizá
demasiado puesto que no se dio cuenta cuando de pronto el lord
con el que charlaba había desaparecido y ella se encontraba sola en
aquel balcón. Suspiró sintiéndose extrañada, hace unos días no
lograba sacarse a ese hombre de la cabeza y ahora lo deseaba
hacer con todo su corazón.
Regresó al interior de la fiesta, bailó con algunos de sus
pretendientes con algo de reservas, sin dejar de sentirse una mujer
demasiado liberal para alguien que estaba comprometida desde
hacía tanto tiempo ¿las personas a su alrededor lo sabrían? Quizá
sí, quizá por eso le dieran todos aquellos apelativos.
Decidió que no estaba dispuesta a aguantar las miradas de su
abuela, reprochándole su proceder y se fue de ahí, vagando por
entre la gente que paseaba sus vestidos amplios y elegantes trajes,
fumando y con copas a lo alto para no mojar a nadie. Se había
encontrado de pronto con Emma y Alice, unas de sus mejores
amigas quienes parecían despreocupadas y relajadas en una mesa,
bebiendo y platicando amenamente.
Katherine se dejó caer junto a ellas con un graznido.
—¿Y a ti que te sucede?
—Nada, la vida se me viene encima ¿ustedes que dicen?
—Nos dijo Marinett sobre tu compromiso —dijo Emma, una rubia
de ojos verdes con más lengua que una vaca—, nada mal que sea
Lord Wellington el afortunado.
—¿Afortunado? Viviremos un suplicio, no puedo dejar de discutir
y me desespera que me gane la mayoría de las veces.
Alice dejó salir una risilla burlesca.
—Es primo mío, algo lejano, pero lo conozco bien.
—¿En serio?
—Sí, es un hombre sumamente culto, mi padre lo admira mucho
y dice que es un buen hombre, he de admitir que siempre me gustó,
pero… bueno, mi padre me dijo que estaba prometido desde niño
así que lo olvidé con presura.
—¿Te gustaba para casarte con él? —dijo impresionada la
pelirroja.
—Pues sí, es todo un caballero y siempre me trató tan bien… —
Alice abrió los ojos y miró a su amiga—, por supuesto que eso fue
hace mucho y no tengo ningún sentimiento hacía él, no pienses
que…
—Por favor Alice, todos sabemos que estás prendada de mi
hermano, no hace falta que me des sermones sobre esto.
La muchacha se puso completamente colorada y dio un sorbo a
su bebida.
—Eso no es verdad.
—La cosa es… que quiero que termine, no me quiero casar con
él.
—Pero ¿qué dices? Es uno de los mejores partidos del momento
—se exaltó Emma.
—Eso no me importa, no es una inclinación verdadera yo…
estaba preparada para un matrimonio así ¿saben? Pero él me
causa conflicto.
—Es el único hombre que te ha dado batalla ¿Cierto? —sonrió
Alice—, es completamente normal sentirse un poco amenazada por
el hombre que te gusta.
—¡A mí no me gusta!
Las dos amigas rodaron los ojos, pero no siguieron discutiendo
del tema y más bien se enfocaron en otras cosas más triviales y
divertidas, pero pasadas la una de la mañana, Katherine decidió ir a
su habitación a descansar, el duque parecía haberse marchado
hacía ya horas y sus primas querían seguir disfrutando de la fiesta,
así que fue la única se metió a sus cámaras, daba gracias a Dios
que ni siquiera tuviera que subir escaleras puesto que su recamara
estaba en el primer piso.
Despidió a la doncella que habían dispuesto para ella y se puso
el camisón por sí misma, decidiendo que al día siguiente se
levantaría temprano para salir a montar cuando nadie la viera
hacerlo, cayó dormida casi inmediatamente, esperando que sus
primas no hicieran demasiado ruido al momento de su entrada.
Katherine despertó alterada, nuevamente por pesadillas que la
acosaban, se sentó en la cama y encendió una vela, había pasado
tan solo una hora, sus primas aún no llegaban a la recámara, era
normal, todo parecía normal menos la ventana que se encontraba
abierta. Se puso en pie y la cerró de golpe, se sentía estresada y
miró alrededor, cerciorándose que no había nadie.
Al no encontrar nada, decidió dejar las velas prendidas y ponerse
a leer un libro para relajar sus nervios, al menos hasta que llegaran
sus primas, sentía escalofríos por todo su cuerpo y volvía la mirada
continuamente hacia la ventana, pero no había nadie ahí, quizá ella
la hubiese dejado abierta y no lo recordara, estaba siendo
demasiado paranoica.
Daba gracias a Dios que a la media hora llegaran sus primas,
agotadas y contentas de que estuviera despierta para platicarle
sobre lo sucedido cuando había desertado. Katherine se relajó y
cuando Annabella y Marinett se acostaron en la misma cama que
ella, al fin pudo caer completamente dormida.
Al día siguiente, como había dicho en la noche, se levantó
temprano, mirando la revoltura de piernas y brazos que eran sus
primas, se burló de ellas en silencio y se cambió con ropas
masculinas para montar a su antojo, había robado lo suficiente a
Charles para esa ocasión así solo era cuestión de encontrar las
caballerizas y saldría a montar para relajar su mala noche.
Después de muchas sorpresas por parte de los empleados al
verla vestida así, al fin hubo un alma compasiva que le dijo donde
estaban las caballerizas y se ofreció a llevarla. La dejó en las
puertas y se marchó con una inclinación respetuosa pese a que la
dama no pareciera una.
La pelirroja se rio de la actitud y entró al solitario lugar, los
caballos relinchaban y el olor lograba tranquilizarla, en ocasiones
ella misma limpiaba los establos de su abuelo, sin que la abuela se
diera cuenta, le gustaba hacer esa clase de cosas por su yegua
quién siempre se tomaba a bien el que la montara por horas
enteras.
Buscó un caballo que se amoldara a ella, cuando de pronto, de
entre la paja que había amontonada, salió un hombre, hubiese sido
gracioso si Katherine no se encontrara tan espantada.
—S-Señor Gibbs, ¿qué hace aquí?
—Vaya, vaya, veo que la bella durmiente ha despertado.
—¿Qué quiere decir?
—Debo decir que es usted tan inquieta para dormir como lo es
despierta.
Ella abrió los ojos y dio un paso hacia atrás.
—Usted entró en mi habitación.
—Debo decir que tuve el suficiente miedo de que entrara alguna
de sus primas y nos encontraran en una situación…
comprometedora, pero ahora usted sola ha venido a caer en mis
brazos.
—¿Cómo sabía que vendría?
La joven se palpó los bolsillos, pero recordó que el día anterior le
había dado a Annabella su pistola con afán de no matar a su
prometido, estaba desprotegida.
—Es costumbre de usted —sonrió—, la he visto montar muchas
veces en las tierras de su abuelo a estas horas.
—Me vigilaba…
—Por supuesto. Una mujer como usted solo necesita que le den
una lección.
—No lo entiendo señor —la joven buscaba un arma mientras
hablaba, cualquier cosa estaría bien, una fusta, algún pedazo de
fierro, lo que fuera.
—Es mujer que piensa que todo lo puede ¿no? —sonrió—
¿puede contra un hombre cuando está usted desarmada?
La mirada temerosa de la dama develó la veracidad de las
palabras del señor Gibbs.
—Sí usted se atreve a tocarme siquiera, no solo tendrá
problemas con mi familia, mi prometido no estará nada feliz.
—¿Prometido? —dijo el hombre, frunciendo el ceño— ¿Cómo
que prometido?
—El duque de Wellington es mi prometido ¿no sabía?
—Así que todo este tiempo lo supo y solo jugó con mis
sentimientos ¿por qué no decirlo? ¿Quiere decir eso que me desea?
—No señor, no lo deseo, le pido que se quite de mi camino.
El señor Gibbs era un hombre alto y corpulento, de cabellos
rubios como la paja de donde había salido y ojos cafés, perversos y
malvados, sobre todo en ese momento, que le obstruía el paso y se
acercaba cada vez a ella. Sin decir nada, él hombre la tomó con
fuerza de los brazos y la tiró hacía el pajar, Katherine hizo por
ponerse en pie, gritó y pataleó, pero el cuerpo del hombre era lo
suficientemente pesado como para no poderse mover.
—Me has dejado las cosas aún más fáciles, las ropas de hombre
son mucho más sencillas de quitar que la de las mujeres.
Ella gritó cuando sitió que se posaba entre sus piernas y pese a
que ambos tenían ropa sintió la amenaza a través de ella, el hombre
la besaba y disfrutaba de ella, arrancó los botones de la camisa de
Charles, dejando al descubierto la camisola que protegía sus senos
y besó cuanto pudo, disfrutando de que nadie los interrumpiría, la
chica estaba furiosa, sentía como la manoseaban y tocaban sin
ningún miramiento.
—Aprende lo inferior que eres, deja de pensar que puedes
superaron —le decía mientras la ultrajaba.
Katherine se defendía como podía, rasguñaba y se apartaba todo
lo que podía, lo que hizo que el hombre enfureciera y la golpeara
unas cuantas veces en el rostro, pero al notar que la joven en
verdad no permitía ir más allá, se puso en pie y como todo un
cobarde, comenzó a patearla, sacándole el aire de los pulmones y
haciéndole daño no solo físico, sino emocional, se inclinó ante su
magullado cuerpo y continuó con la primera tarea que tenía en
mente.
—¡Katherine! —escuchó la voz de su salvación.
La pelirroja volvió la mirada hacia su joven e inocente prima que
parecía tener una cara horrorizada por la escena que presenciaba,
no sabía de donde había sacado las fuerzas, pero gritó:
—¡Dispara! —gritó—, ¡dispara Annabella!
Su prima había llevado consigo la pistola y la tenía en resiste,
pero se encontraba en shock, pero antes de que el hombre se
quitara de ella, su prima logró disparar dos veces, fallando en el
primer intento y acertando en el segundo, el hombre cayó sobre ella
sin ningún conocimiento.
—Lo maté —dijo la mujer con horror—, lo maté…
Katherine ya no tenía fuerzas para nada más, no podía quitarse
al hombre de encima pese a que su sangre caía sobre ella, cerró los
ojos y pudo darse cuenta que lloraba sin emitir ningún sonido, su
prima seguía horrorizada, repitiendo lo mismo una y otra vez hasta
que llegaron otro par de personas al lugar.
—¡Katherine! —gritó la voz de su hermano, quitando el cuerpo
del hombre— ¡Katherine por Dios!
La pelirroja cerró los ojos y dejó que su hermano maldijera y la
levantara en brazos, antes de caer desmayada, Katherine pudo ver
como Annabella era acogida en los brazos de James Seymour,
quién había quitado la pistola de sus manos y miraba a William con
tranquilidad.
Solo escuchó unas últimas palabras de parte de ese hombre.
—Yo me encargo de esto William.
5
No dirán a nadie
Katherine despertó alterada y en un grito por décima noche
consecutiva. Era terrible, no podía estar tranquila desde aquel día y
el hecho de que su hermano llegara a la carrera y la acogiera entre
sus brazos para hacer que parara de llorar, no comenzaba a hacerla
más fuerte, William y Annabella eran su única protección contra sus
malos sueños y largas noches de insomnio postraumático, Kathe
sentía que la observaban desde casi cualquier ventana, como si una
sobra la persiguiera continuamente.
Lo intentaba de todas las formas que conocía estar bien,
después de los meses que duró de recuperación, volvió a cabalgar,
a salir e incluso se había permitido ir a veladas donde permanecía
muy cerca de sus primas y evitaba constantemente a los hombres,
no les tenía miedo, era un instinto que la hacía dar un brinco hacia
un lado y mirar mal a quién intentó tocarla, aunque fuera en el
hombro, le incomodaba sobremanera por lo tanto el bailar era
estrictamente prohibido y no se molestaba en rechazar a los
hombres de la forma más cruel cuando lo intentaban.
—¿Katherine? ¿Estás bien? —llegó de pronto William al
escuchar el grito que había lanzado después de otra pesadilla.
—Sí, eso solo que… —se tocó la cabeza—, todo vuelve a mi
cabeza una y otra vez.
William asintió gravemente y se sentó en la cama junto a ella,
traía su pijama completa, con una bata amarrada correctamente a
su cintura.
—Tienes que dejar que hable con Lord Wellington, esto… no solo
va a pasar, estás verdaderamente afectada.
—Prometiste que no le dirías a nadie —lo miró duramente—,
todos lo prometieron, incluso dijiste que Lord Hamilton no…
—Nadie dijo nada. Pero creo que se debería de hablar de esto
con él al menos para que entienda —le acarició la mejilla
suavemente, en su cabeza sabía que era su hermano quién hacía
ese toque, pero su cuerpo reaccionaba antes que la razón, por lo
tanto, se quitó. William bajó la cabeza y negó varias veces—. No
puedes ser una mujer casada así.
—¿Qué? ¿Ahora resulta que la única forma en la que pude
librarme de este estúpido compromiso fue porque casi abusaron de
mí?
—Deja de decir tonterías. Y por mucho que ese bastardo haya
hecho contigo —apretó fuertemente los dientes al decirlo y
recordarlo, pero prosiguió—: tu compromiso seguiría en pie, porque
como sabes, es cosa del reino, no de un convenio entre familias.
—Genial, ahora soy ultrajada y además forzada a casarme con
un hombre que podría ser igual de burdo e imbécil que… ese
hombre —dijo con repulsión, mirando hacia un lado con una mueca.
—El duque es un hombre honorable, ciertamente no puedo
hablar de lo que es su trato con las mujeres, pero te aseguro que
sería mucho mejor que supiera lo sucedido, a que llegues al
matrimonio y esté en la ignorancia completa.
—¡He dicho que no! —se alteró—, nadie sabrá que ese hombre
quiso hacerme sentir menos, que incluso lo logró, pero por Dios que
los labios de nadie se dirá que estoy profanada o soy menos pura o
menos mujer.
—Eso nadie lo ha dicho, eso es algo que tú crees —Katherine
mordió el interior de su mejilla con fuerza, evitando las ganas de
llorar. William suspiró—, te pido que lo reconsideres, hay cosas que
deben suceder entre un hombre y una mujer en matrimonio y tú no
estás preparada para ello. Te altero incluso yo, que soy tu sangre,
no me puedo imaginar a alguien más intentando siquiera acercarse.
—Estoy trabajando en ello.
—¡Deja de ser tan orgullosa deja que hable con el duque! —se
exasperó William—, incluso se podría anular tu matrimonio, es lo
que querías ¿o no?
—Sí, claro, ve y haz eso —apuntó a la puerta—, diles a todos los
que ya saben que soy la prometida del duque que no me puedo
casar con él porque hubo otro hombre que me tocó ¿crees que
creerán que no pasó algo más? ¿Qué no soy la cándida princesa
que debe ser entregada cual virgen puritana a su prometido? ¡Todos
lo pensarán! Sí, ansió romper este compromiso, pero no porque el
duque sepa lo que ocurrió.
—Entonces, dudo que lo logres, es más, dudo que el duque
rompiera el compromiso aun sabiendo aquello solo lo haría actuar
diferente —William se puso en pie y caminó de un lado a otro—, la
doncellez se nota, aunque no lo creas.
Katherine se avergonzó por el tema que su hermano estaba
tocando y cubrió su cara y oídos.
—¡No te escucho! ¡Cállate! ¡No te escucho!
Cuando William se exaspero de ella, mandó llamar a su prima
Annabella, quién al igual que la pelirroja tenía un cargo de
consciencia que hacía mella en las noches llenas de silencio.
Irremediablemente, Anna había desarrollado una aversión por el
sonido de un arma y lo que se le asemejase, como un trueno. Solían
dormir juntas para apaciguar sus maltrechos corazones hasta que
llegaba un punto en el que las dos lograban estar en un apacible
sueño.
—¿Han discutido de nuevo? —dijo Annabella, con una almohada
en sus brazos y unas profundas ojeras.
—Sí —dijo la pelirroja con fastidio—, no deja de decirme que
debo hablar con lord Wellington.
—No me parece mala idea —susurró su prima y se explicó ante
la mirada ofendida de su prima—: no lo soportarías Kathe, ahora
has topado con suerte porque lord Wellington ha tenido que salir por
mucho tiempo, pero regresará y tendrás que verle y estar con él
¿Crees lograrlo?
Katherine bajó la mirada.
—Cada vez siento que hago avances, quizá son lentos, pero lo
hago.
—Jamás juzgaría tu forma de auto recuperarte Kathe, eres de las
personas más fuertes que conozco, desde aquel día, nunca te vi
decaída o sintiéndote menos mujer, pero sí asustada, muy
asustada.
—¿Crees que Lord Hamilton diga algo? —cambió de tema.
—No lo creo, no es de su interés —dijo Annabella—, creo que
nada que tenga que ver con nosotras lo es.
Katherine asintió, al menos era un peso menos en su corazón.
No sabía por qué, pero no deseaba que Adam se enterara de lo que
había sucedido, no solo porque era terriblemente vergonzoso,
simplemente no quería que él la viera como una mujer sucia o
manchada, no quería ver una mirada de compasión en sus ojos
verdes o que actuara diferente con ella. Es verdad, la habían
ultrajado, pero al menos el hombre con el que se casaría –al menos
por el momento- debía pensar que era una mujer fuerte, de carácter
dominante, inteligente y con la astucia suficiente como para no
haber vivido aquello.
6
Ojos verdes
Adam Collingwood llegaba de nuevo a su casa de Londres, había
tenido varios asuntos importantes que tratar en el país natal de su
prometida y se había ausentado lo suficiente como para que fuera
una indiscreción y se percibiera hasta desprecio de él hacía su
prometida, lo cual no era así.
Quizá Katherine no era una mujer con la que él imaginaría
casarse, pero le parecía vigorizante la forma en la que le gustaba
retarlo, sus ojos azules brillaban siempre con inteligencia y su boca
no dudaba en soltar palabrerías que no hacían más que notar que
era una mujer versada y gustosa de la lectura.
En definitiva, una mujer diferente, pero al saberse él siempre con
ese compromiso, no se había puesto a pensar en cuál era su tipo de
mujer, simplemente lo había dejado estar y eso era todo, tenía
cosas más importantes en las que pensar y hacer, a pesar de que
una de ellas seguía siendo Katherine, se encontraba bastante más
abajo en su lista de prioridades del momento.
Era un hombre ocupado, no solo con sus tierras, sino con la
política, era embajador de la reina en algunos países de suma
importancia y era necesario hacer reportes diarios hacia ella,
escritos largos y tediosos como bitácoras, se diría que era un
político excepcional y un orador fascinante, pero jamás le había
gustado del todo el tema, lo sabía manejar con maestría gracias a
las enseñanzas tempranas de su fallecido padre y a su capacidad
individual.
—¡Wellington! —saludó de pronto un hombre— ¿Cómo han ido
las cosas en París?
—Bastante bien a mi parecer.
—¿Así que sigue en pie la unión entre aquella revoltosa chica y
tú? —sonrió el lord con una mirada picara y mejillas regordetas y
sonrojadas.
—Sí señor Aldrich, nos casaremos.
—No te ha salido nada mal ese trato, la muchacha es toda una
beldad, aunque se dice que tiene un carácter de los mil demonios y
que ningún hombre pensaría en casarse con ella, me parece que
usted podría dominarla.
—No intentaría hacer tal cosa señor Aldrich, aunque parezca
difícil de creer, la personalidad de lady Charpentier me parece una
bocanada de aire fresco ante la rigurosa sociedad londinense.
—Bueno, al fin y al cabo, francesa es.
—No podría asegurarlo del todo, creo que no deriva a
nacionalidad sino a esencia, pero no nos pondremos a discutir de la
señorita Charpentier en la calle señor Aldrich, sobre todo, cuando
estoy a punto de ir a hacerle una visita a dicha persona.
El señor Aldrich asintió.
—Como todo buen caballero, después de un largo viaje, se tiene
que visitar a su mujer.
Adam simplemente asintió hacia el viejo y entrometido señor y se
marchó, por esas situaciones prefería siempre estar a caballo o en
carroza, nadie lograba hacerte parar para preguntar o decir
estupideces.
Quizá hubiera dicho que visitaría a su prometida solo por zafarse
de la situación, pero no dejaba de ser cierto que todo caballero
respetable iría a ver a su prometida por lo menos una vez a la
semana, él llevaba meses fuera y ni siquiera se le pasaba por la
cabeza. Cerró los ojos, tendría que dar una vuelta por Bermont,
quizá después de la comida para no importunar en demasía.
Sacó su reloj de bolsillo y se cercioró de la hora. Sí aún le
quedaban algunos pendientes y se ajustaba perfecto a su día visitar
a Katherine después de la comida. Por alguna extraña razón, una
pequeña sonrisa quiso salir sin permiso de los labios del hombre de
hierro al pensar en su prometida y en lo fastidiada que se mostraría
al volver a verlo, seguro que durante todo ese tiempo dio gracias a
Dios que no la fuera a ver, quizá hasta pensara que el compromiso
se había anulado, sí, sería divertido ir a verla.
****
En aquella desolada tierra carcomida entre la penuria y la
desesperación seguía transcurriendo una guerra, un hombre a
caballo se introducía desaforado entre las campañas de militares, en
dirección a la tienda más grande del lugar, la tienda del general de la
unificación inglesa. El hombre desmonto rápidamente con una
misiva en las manos, se introdujo a la tienda después de que los
guardias le dieran el visto bueno.
—Mi general —saludó militarmente—. Le traigo noticias.
Adam se volvió, había estado admirando un mapa que estaba
colgado en un extremo de la tienda, acompañado por sus tres
mejores amigos y de altos rangos militares, quienes se esforzaban
por terminar la guerra de la forma más rápida posible. Las bajas
para ambos países eran impresionantes, aunque Inglaterra no
estaba siendo verdaderamente afectada, las vidas en juego eran
muchas.
—¿De qué frente? —preguntó con seriedad, extendiendo la
mano para recibir el mensaje.
—No señor —negó el hombre con determinación—. Proviene de
Wellington Palace.
Adam miró a sus amigos rápidamente antes de tomar la carta
con rapidez, comenzó a abrirla en seguida, despedazando el sello y
el sobre a la vez. Los tres pares de ojos pertenecientes a sus
amigos se posaron en la figura del general quien prontamente
cambio su expresión de manera casi imperceptible para el cabo
presente.
—Eso es todo cabo —lo despidió Robert.
Cuando el hombre salió de la tienda, Adam se permitió dejarse
caer sobre la silla que tenía cerca y tomarse el puente de la nariz
con dolor.
—Adam, ¿Qué sucede? —preguntó Thomas.
El hombre levanto sus ojos verdes, inyectados en el más puro
dolor y desesperación.
—Lo perdió —dijo llanamente—. Katherine tuvo un accidente.
—¿Cómo esta ella? —se adelantó Robert.
—Delicada, parece ser que cayó por las escaleras, no me dan
esperanzas de recuperación.
—Lo lamento mucho —James bajo la cabeza.
—¡Maldición! —golpeó la mesa con el puño cerrado— ¡Debí
estar ahí, maldita sea!
—Adam —lo llamó Robert—. Sé que es imposible, pero intenta
contrólate o morirás tú también.
—¡Esta maldita guerra! ¿de qué demonios me serviría volver si
no tendré a mi mujer, ni a mi hijo? —continuó molesto.
En ese momento el cabo volvió a entrar, ganándose la mirada
furiosa de los cuatro caballeros en el interior.
—¡Es una emboscada! Vienen por el oeste.
Adam miró a sus amigos y retomó la compostura.
—¡A los caballos! —ordenó a sus amigos—. Llamen a los jinetes
que se pongan en formación “Gala”, que los hombres se armen lo
antes posible.
Los cuatro caballos destinados a cada uno de los amigos fueron
dispuestos como siempre afuera de la tienda del general.
Rápidamente montaron y se dividieron con intención de movilizar al
ejército antes de que les dieran alcance.
Adam cabalgaba por encima de las trincheras, intentando que los
hombres se replegaran y encaminaran a la batalla, dando órdenes
con fuerza y moviéndose con gracia ante los aturdidos hombres. De
pronto, a lo lejos, los gritos de soldados en pos de guerra
comenzaron a escucharse, detrás de él, cientos de jinetes salían en
auxilio de los desprevenidos soldados, al igual que los que se
encontraban descolocados a su lado.
—¡Moveos! —exigió— ¡Que vuestros compañeros mueren!
Los hombres tomaban sus armas y cascos de manera
precipitada para salir al combate. Era poco decir que la situación
estaba basada en el caos, las líneas de los soldados tenia huecos
que los enemigos aprovechaban. Las retiradas eran ordenadas con
precipitación, cediendo terreno, pero siendo esa la mejor opción
para sobrevivir.
Adam volvió la vista en el momento en que James era derribado
de su caballo al ser herido de muerte. El rubio se puso de pie con
una espada en mano, esperando el ataque de sus contrincantes a
caballo que se acercaban con las espadas desfundadas.
—No lo logrará —dijo Adam para sí mismo.
No pensó, ni tampoco dudó en espolear su caballo en dirección a
su amigo. La guardia que se encargaba de proteger al general tardo
cinco segundos en darse cuenta de lo que el duque pretendía. Al
igual que él y guiados por el honor que significaba morir por ese
general lo siguieron a trote. Robert vio dentro de la batalla como
Adam se adelantaba a galope seguido por su guardia, vio la locura
que su amigo intentaba cometer.
—¡Adam! —le gritó para detenerlo, pero era inútil— ¡Reagrupaos!
Les gritaba Robert a los soldados que comenzaban a salir de su
letargo, mientras él con un arma en mano disparaba con bastante
habilidad.
—¡James! —gritó Adam a toda voz— ¡¿Qué haces, idiota?!
Si no llegaba a ayudarlo no se lo perdonaría jamás. James
ordenaba desde el suelo a los soldados que se encontraban cerca,
los hacia posicionarse en un modo adecuado de guerra. Era
imposible, los hombres seguían colapsados ante el inesperado
ataque y acataban las órdenes a medias.
—¡Maldición! —masculló James disparando su arma desde una
trinchera.
Prontamente se fue quedando sin militares a su lado, el
sentimiento de la muerte comenzó a inundarlo, sus pulmones
forcejeaban ante lo inminente y su corazón latía con fuerza de quien
sabe que moriría. Pero no como un cobarde, no caería dentro de
una trinchera como un soldado más, él era un coronel, y moriría con
honor si debía hacerlo. Después de varias bocanadas de valor, el
rubio hizo un esfuerzo y salió de la trinchera con su arma en guardia
y un grito atronador.
—¿¡ERES UN IMBÉCIL O QUE!? —gritó el general a su amigo.
Adam se interpuso frente a él al momento que un sonido sordo
se escuchó. James vio en cámara lenta como ocurría la escena
delante de él, no pudo hacer nada, se sintió impotente y un idiota
cuando vio a su amigo caer inerte justo frente a sus ojos, sin
movimientos, sin quejas, muerto.
32
Dos por uno
Katherine tenía un dolor terrible que la hacía gritar y retorcerse
en la cama de su marido, estaba teniendo a su bebé, eso lo sabía,
pero estaba aterrada, alguien la había empujado de esas escaleras
y era el culpable de que su hijo estuviese naciendo antes, pese a
que se encontraba en el último mes, ella tenía la esperanza de que
fuera naturalmente como ese bebé vendría al mundo, no
forzosamente como había llegado ella a ese matrimonio el cual
ahora adoraba, quizá fuera otra burla del destino que naciera así.
—Mamá ¡Esto es terrible! —dijo fuera de sí, conteniendo un
pujido— ¡Me mentiste! ¡Duele terriblemente!
—Tranquila hija, pasará, verás cómo olvidas todo cuando tengas
a tu bebé en brazos.
—Bien Lady Wellington intentemos trabajar con esto —dijo el
doctor, revisando el vientre de la mujer, los golpes eran variados y el
parto se había inducidos sin remedio alguno, pero con suerte no
habría más daños que los moretones que la joven mujer tenía por el
cuerpo.
A las afueras de la habitación, Giorgiana miraba con suspicacia a
la única intrusa del lugar, Lourdes parecía asustada y recién
levantada, pero sabía por experiencia que había sabandijas que se
escondían perfectamente ante la atrocidad que habían cometido.
—¿Dónde estabas cuando cayó Lourdes? —inquirió la pelinegra
—, me parece que ella salía de tu recamara en ese momento.
—Sí, pero no vi quién pudo haberla empujado —negó asustada y
bastante conmocionada por los gritos del interior— ¿Estará bien?
—Katherine es dura como un tronco —dijo Giorgiana—,
seguramente sobrevivirá y contará quién fue quién le hizo esto.
—¿Estás diciendo que he sido yo? —dijo indignada la mujercita
— ¡Nunca lo haría!
—No te creo nada.
—Sé que todas estamos muy tensas —dijo Emilia—, pero creo
que no es momento para que nos peleemos, si Giorgiana tiene
razón, Katherine lo dirá, pero primero tenemos que ver que todos
estén bien allá adentro. Nada de diálogos viperinos hasta entonces.
Giorgiana aceptó el concejo de la menor, no podía creer que los
Wellington fueran todos iguales, se notaba que era la hermana de
Adam, pero miró inquieta a la entrada, se maldijo por no tener un
bebé ya para que la dejasen pasar junto a su adolorida hermana
que no paraba de gritar. De un momento a otro, las dos madres
fueron echadas de la habitación, lo cual solo quería decir que todo
comenzaba a complicarse.
—Mamá ¿Qué sucede? —dijo Giorgiana preocupada.
—No puede dar a luz —dijo Alana preocupada, llorando un poco
—, el doctor ha pedido que saliéramos.
—Dios santo —se tapó la boca Emilia—, todo saldrá bien, lo
hará, es Katherine, tiene que estar bien.
Todos quisieran asegurar eso como lo hacía la chiquilla, pero los
gritos y la falta de un pequeño llanto estaba poniéndoles los pelos
de punta, sabían que si un parto duraba demasiado podía derivar al
nacimiento del niño, pero la muerte de la madre o viceversa. Justo
cuando el corazón de todas las féminas comenzaba a sosegarse
con la perdida, un llanto se escuchó desde el interior. Las miradas
cayeron rápidamente en la puerta que minutos después se abrió.
—Doctor, mi hija —acudió desesperada la madre.
—La duquesa ha dado a luz a un varón sano —dijo el hombre—,
ella está descansando, pero se repondrá.
Un suspiro invadió el lugar, sin notar que todas habían contenido
la respiración durante todo ese tiempo, pero entonces, las buenas
noticias se vieron nubladas por un nuevo grito de dolor por parte de
Katherine.
—Doctor, la duquesa…
El hombre no espero una palabra más, dejando a la joven con la
palabra en la boca, se introdujo a la habitación acompañada por la
madre de la joven pelirroja, la suegra, hermana y prima de esta. La
escena era escalofriante, la demacrada cara de Katherine era
devastadora para la familia, su cabello estaba empapado en sudor y
sus ojos se inyectaban en el dolor.
—¡¿Qué le sucede a mi hija doctor?! —demandó Alana con
urgencia, no dándose cuenta que su insistencia solo le complicaba
las cosas al hombre que intentaba salvarle la vida a su hija.
—Sáquenla ahora —ordenó el hombre.
Giorgiana fue la que reaccionó, tomando delicadamente los
brazos de su madre para dirigirla a la salida. La hermana de la
parturienta consiguió sacar a su madre de la habitación, inundada
en lágrimas y en preguntas que la joven no podía contestar.
La duquesa viuda por su parte, tenía la boca cubierta con la
mano al ver a su nuera de esa forma, un pequeño llanto opacado
por los gritos de la madre llegó hasta los oídos de la duquesa viuda.
Un pequeño bultito estaba siendo olvidado, sobre uno de los sillones
de la habitación. Lana caminó con presura hasta ese lugar y miró
por encima del respaldo del sillón. Ahí recostado y envuelto entre mil
mantas estaba su nieto. El pequeño hijo de Adam. Con unas
lágrimas en los ojos levantó en brazos al bebé, quien al sentir su
presencia calmó su llanto en seguida y se dedicó a acoplarse al
acogedor abrazo.
La mujer sonrió y comenzó a descubrir la pequeña cabeza,
enseñando el escaso cabello negro que él bebe poseía. Unas
pequeñas lágrimas salieron de los ojos de la duquesa viuda al
recordar de alguna forma a su hijo, con ese mismo color de cabello.
—¡Duquesa no se duerma! —gritó el doctor— ¡Esfuércese!
La pelirroja continuaba gritando y retorciéndose, comenzaba a
quedarse sin fuerzas y su cara estaba tan roja que parecía a punto
de estallar. La duquesa viuda se acercó a la cama donde el
emblemático problema se desarrollaba.
—¿Qué sucede? —preguntó alterada.
—Viene otro bebé —dijo una doncella asustada—. Parece que
ella no podrá.
La mujer abrió los ojos y miró a la pelirroja que parecía
desfallecer.
—Si no logramos sacarlo, la duquesa y el niño corren peligro —
anunció el doctor.
—Ya no puedo —negó la joven sobre la cama— Ya… no puedo.
Segundos después comenzó nuevamente a gritar de dolor.
—Bien duquesa —sonrió el doctor—, al fin parece querer nacer.
Katherine dio su último suspiro cuando el nuevo bebé comenzó a
llorar, anunciando su llegada al mundo.
—Eso es todo —dijo el doctor satisfecho—. Lo ha logrado
duquesa.
Pero al levantar la vista, la mujer se encontraba desfallecida
sobre la cama.
—¡Katherine! —replicaba la duquesa viuda— ¡No nos puedes
dejar! ¡Despierta!
El doctor delego la tarea de limpiar al bebé, para ir a revisar a la
madre bajo la atenta mirada de la antigua duquesa. Posicionó dos
dedos sobre la aorta para comprobar su pulso, el doctor se quedó
unos segundos callado bajo las insistentes miradas.
—Esta desmayada, está muy débil, pero se pondrá bien.
La duquesa viuda dejó salir un suspiro de plenitud y miró
nuevamente a su nuera, quien estaba en la inconciencia. Se agacho
y besó su frente con detenimiento.
—Estarás bien mi niña, has hecho un buen trabajo trayéndolos al
mundo.
—Aun así, necesitamos tenerla vigilada, cualquier cosa me
informan inmediatamente.
En cuanto el doctor Bruke cerró la puerta, las doncellas se
dedicaron a limpiar y cambiar sabanas donde Katherine estaba
recostada tranquilamente. Minutos después, el resto de la familia
comenzó a entrar con una cara intranquila, a visitar a la joven que
recién despertaba con fuerte dolores por todo el cuerpo. La madre
de la joven fue directa hacia ella, sentándose sobre la cama y
masajeando sus cabellos mojados.
—Mi cielo, lo hiciste muy bien.
—Kathy —sonrió Giorgiana—. No puedo creer que tuvieras dos
bebes al mismo tiempo, hasta en eso eres diferente.
—Dímelo a mí —sonrió la pelirroja con cara de cansancio—, no
fue fácil sacarlos de ahí, eso te lo aseguro.
—Son dos hermosos bebes —dijo la duquesa viuda, quien tenía
en brazos a uno de los mellizos.
—Dios mío —Katherine estiró los brazos para recibirlo—. Es
precioso.
— Lo es —sonrió Giorgiana asomándose para contemplar al
pequeño.
—Y aquí está la nena —sonrió Giorgiana con otro pequeño bulto
en los brazos, entregándosela a su madre también.
Katherine sonrió y esperó a tenerlos a ambos en sus brazos para
admirarlos como era debido, desde ese momento sintió que los
amaba con locura y no cabía de la impresión de que esos dos seres
hubiesen salido de su interior, eran un pedacito de ella y uno de
Adam… la pelirroja frunció y el ceño y ladeó la cabeza.
—¿No piensan que son increíblemente parecidos a Adam? —las
mujeres presentes rieron y asintieron ante lo dicho—. No lo puedo
creer, estoy escuchando su risa cuando sepa que incluso me ha
ganado en esto.
—Es verdad —dijo Giorgiana—, pero creo que es más importante
ahora saber qué fue lo que te hizo caer.
—No caí, me empujaron —dijo Katherine—, pero no lo entiendo
¿por qué alguien aquí hubiese querido hacerlo?
—No lo sé —dijo la pelinegra—, pero la única persona extraña en
la casa es esa mujer que llegó de la nada.
—¿En serio crees que fue ella? —Katherine frunció el ceño—,
pero si se ha mostrado tan dulce conmigo, ¿Dónde está ahora?
—La tengo encerrada en una recamara —dijo Giorgiana—, como
precaución.
—¡Gigi! —se exaltó su madre—, no puedes encerrar a la sobrina
de la reina.
—Su sobrina mis polainas —negó—, no le creo nada.
—Creo que tu hija hizo bien Alana —asintió la duquesa viuda—,
esto no me suena nada bien.
Katherine sonreía hacia le producto de su vientre, pero estaba
sucumbiendo al cansancio y ni siquiera tenía ganas de pensar en lo
sucedido en aquellas escaleras, al menos, gracias a ello, tenía a sus
dos hijos a su lado.
—¿Cómo los llamarás?
—Blake y Adrien —sonrió—, quedó perfecto al ser dos.
—Seguro Adam se lleva toda una sorpresa cuando llegue —dijo
la duquesa viuda.
—Sí que haces todo diferente mi amor —sonrió su madre.
Katherine repentinamente se puso seria y miró a Giorgiana,
comunicándose con ella silenciosamente y de manera muy sutil para
que nadie más en la sala se diera cuenta de nada.
—Lo tengo en mente —tranquilizó Giorgiana sin dar
explicaciones—, los dejo por el momento ¿vale? Felicidades Kathe.
—Gracias.
La mayor dio una última sonrisa hacia todos en la habitación
llena de dicho y bajó las escaleras lentamente hasta la habitación
donde había confinado a Lourdes. La mujer parecía furiosa y
permanecía con los brazos cruzados en muestra de desaprobación.
—¡Qué sepas que mi tía sabrá de esto!
—Mejor —Giorgiana tomó una silla y se sentó en ella—, es
momento de la verdad pequeña mentirosa, y la quiero toda, no sé si
sepas de mí, pero mi paciencia es mínima.
—No sé qué quieres que te diga.
—Tu nombre verdadero, sería un buen comienzo —Giorgiana
adelantó su cara—, y la razón por la que has venido también.
—Vine por órdenes reales, lo he dicho.
—¿A hacer qué? No es que cuestione a la reina, pero hay
muchos achichincles por ese lugar y quiero saber para cual trabajas.
—Soy sobrina de la reina.
—¿Vas a seguir con la misma cantaleta? Eso solo te delata más.
—Es la verdad.
—Bien —se puso en pie—, me obligas a recurrir a otros métodos.
—¿Me torturarás? —dijo escandalizada la mujer.
—Por Dios, no, ¿quién haría semejante barbarie? —se lo pensó
—, vale, yo lo haría, pero no. Tengo otros métodos de saber la
verdad, veamos que dicen mis propios espías.
33
Las noticias de Marinett
Había pasado un mes desde que Blake y Adrien habían nacido,
para la madre era la batalla más grande que hubiese librado, incluso
más que el hecho de aceptar casarse con su esposo y después
enamorarse de él. Como le gustaría que los pudiera ver, que los
tomara en brazos y viera lo mucho que se parecían a él día tras día.
Sobre todo, Blake, era una pequeña tranquila con ojos abiertos
hacia el mundo, se giraba continuamente y lloraba casi
armoniosamente, muy a diferencia de Adrien, quién era más
parecido a ella, revoltoso, se enojaba con facilidad y quería las
cosas cuando las pedía.
No había tenido noticias de su esposo en demasiado tiempo y
era una cuestión que todos parecían evitar por el hecho de no
querer atraer malas suertes, el comportamiento de Giorgiana era
otra cosa excepcional en el asunto, su hermana parecía obstinada
en no separarse de Lourdes, pero Katherine no podía decir si había
sido ella o no, no había visto quién la había tirado de la escalera,
pero había aprendido con el tiempo que el instinto de Giorgiana
siempre era bueno.
Iniciaba el día como cualquier otro, cuando de pronto anunciaron
la llegada de Marinett Kügler, quién se había quedado en la corte en
conjunto con su hermana menor Elizabeth, nada parecía concordar
con que ella se encontrara ahí, pero tenía un aura asesina que
seguramente dejaría sin vida a quién se topara frente a ella.
—¿Marinett? —se acercaron a la vez Giorgiana y Katherine.
—Tengo algo importante que decirles.
Katherine dejó a sus hijos al cuidado de su madre y fueron a un
salón en medio de un misterio que a Marinett le encantaba
mantener.
—¿Qué pasa? Me vas a volver loca ¿no sabes que las hormonas
de una mujer son peor en los embarazos y después de ellos.
—Sí, lo sé —suspiró la pelinegra—, por eso te pido que tomes
esta información de la manera más tranquila que se te ocurra
pelirroja.
—¿Información de qué? —dijo enojada Katherine.
—De un espía que pudo ser el ocasionarte de todas esas
emboscadas y traiciones que han estado surgiendo en la guerra.
—¿De qué hablas? ¿Cómo lo sabes? —después de muchas
semanas, la chispa ordinaria de Katherine había vuelto a sus ojos.
—Adam me pidió que tuviera un ojo puesto en Eleonora de la
Fonteine e hizo bien.
—¿Qué es lo que sabes?
—Ya sabes que ella es parte de Austria-Hungría.
Katherine abrió los ojos y negó incrédula.
—Pero Eleonora es parte de las damas de confianza de la reina.
—Pero está casada infelizmente, su marido se la pasa con
amantes y es bastante obvio que la desprecia.
—¿Eso haría que traicione a todo un país?
—Quizá no… pero que tal sonaría si quedara viuda y muy bien
acomodada porque el el escuadrón que atacaron estaba su marido
y, casualmente fuera uno de los que murió.
—Sería una coincidencia —dijo Kathe, queriendo tener algo
sólido con lo que atacar—, no puedes acusarla por eso.
—En eso tienes razón —dijo Giorgiana— por eso tenemos que
regresar a la corte, debemos de encontrar evidencia.
—Gigi, no creo que sea tan tonta para mantener las cartas que
haga para para ir en contra de un país.
—No, pero seguro que le tienen que seguir llegando, ahora que
se ha metido, y a lo que sabemos, no ha tenido éxito en su objetivo,
tiene que seguir ayudando.
Katherine asintió.
—¿Cuándo partimos?
—No lo sé ¿qué excusa pondremos?
—Elizabeth sigue allá, además, todas las mujeres que tienen
maridos en guerra son bienvenidas en la corte, podemos decir que
Elizabeth nos solicitó
—Estás siendo demasiado arriesgada —dijo Giorgiana.
—Lo siento, pero esto significa que alguien está haciendo morir a
los hombres que amamos —dijo Katherine con determinación—,
quizá sea mejor que tú te quedaras Giorgiana.
—¿¡Qué!?
—No tienes razón de ir —especificó Katherine—, además,
ayudarías a que mamá y la duquesa viuda no me eviten ir.
—¿Una madre loca que piensa dejar a sus hijos a la deriva?
¿Cómo crees que podré evitar algo así? —se cruzó de brazos la
mayor.
—¿Quién dijo que los iba a dejar?
—Oh Kathe, te has zafado completamente —negó Marinett.
—Lo siento, pero esto significa que alguien está haciendo morir a
los hombres que amamos.
—Elizabeth está por las mismas, pero al igual que tú, tienes un
bebé por el cual preocuparte —Marinett negó.
—Sí, creo que lo mejor es que los niños se quedaran aquí —dijo
Giorgiana.
—No, no dejaré a mis hijos, están más seguros conmigo.
—Katherine…
—No cambiaré de opinión.
La pelirroja se puso de pie y caminó hacia el pasillo dando
órdenes para que hicieran maletas para ella y sus dos pequeños
hijos, estaba decidida y no había nada que pudiera frenarla en ese
momento, lo sabían en cuanto se lo dijeron, pero no las dejó
terminar, en realidad, por lo que querían decirle a ella era
primeramente por Lurdes, la chica que había venido a asesinar a
Katherine y los posibles herederos que pudiera tener.
—Bien, eso no salió del todo bien —suspiró Marinett— ¿Dónde
tienes a la chica?
—¿Por qué? ¿Harás de detective malo?
—Se está metiendo con dos personas que amo, quiero saber por
qué.
Giorgiana dirigió a su prima por las escaleras de intendencia
hasta los cuartos de las doncellas y sacó una llave para abrir aquella
puerta donde se escondía una asustada muchacha que pese a estar
ilesa, le había desarrollado un miedo férreo a Giorgiana.
—Bien mocosa, dime toda la verdad si no quieres en serio que
estemos en grandes problemas.
—¿Tú quién eres?
—Solo no soy tu amiga —sonrió—, dime quién eres.
—Soy Lourdes, sobrina de la reina.
—No.
—En verdad, lo soy.
—No —dijo Marinett con más seguridad.
—Eres sobrina, pero de Eleonora ¿me equivoco?
—Yo…
—Sí, no hace falta mentir más ¿Vale? —negó— ¿Por qué te
mandó aquí?
—No lo sé, ella dijo que viniera y me diría que hacer.
—¿Ah sí? —se adelantó Giorgiana— ¿Cómo?
Lourdes se hizo para atrás al ver los fieros ojos de Giorgiana tan
cerca de los de ella.
—Ella dijo… que me mandaría una nota.
—Ah, te la mandaría —Marinett sonrió— ¿La quemaste?
—¿Qué?
—¡Qué si la quemaste! —le gritó Giorgiana haciéndola chillar, la
mujer chasqueó la lengua y miró mal a la chiquilla—, eres tan
llorona que hasta me provocas no ser tan mala.
—Lourdes, esto puede salvarte ¿quemaste o no la carta?
—No —dijo con un hilo de voz.
—¿Dónde las tienes? —dijo alegre Giorgiana.
—E-En el cajón de allá —apuntó con manos temblorosas.
—Si nos apoyas Lourdes, quizá logres librarte de todo el
problema en el que se ha metido tu tía.
—¡Ella dijo que yo estaría bien! —se excusó—, ¡que me casaría
bien aquí!
—Sí, supongo que eso prometió —negó Giorgiana.
—Te quedarás aquí —dijo Marinett— y harás lo que Gigi diga…
ella promete que no hará nada que dañe tu integridad.
—Quizá —se cruzó de brazos la aludida.
—¡Gigi!
—¡Vale, pero casi mata a mi hermana!
—¡No quería hacerlo! ¡No quería!
Marinett y Giorgiana salieron de la habitación con la carta en la
mano, ahora tenían la letra y la firma de Eleonora en esa nota, había
sido ilusa al confiar en una niña que, además, desarrolló un cariño
por Katherine, aunque esa ambición no le impidió que la aventara
por las escaleras.
34
El dolor de la perdida
Cuando llegaron a la corte, tanto Marinett como Katherine fueron
bien recibidas por Elizabeth que parecía a punto de quererse salir
de sí y no por las ganas que tenía de que todo fuera descubierto,
sino por las malas noticias que venían para su prima y que hubiese
querido evitar a toda costa para ella, sobre todo al ver a los
pequeños niños que la acompañaban.
—¿Qué pasa Elizabeth? —frunció el ceño Marinett.
Ella negó un par de veces, pero entonces un hombre, con el traje
militar sucio, una cara pálida y demacrada se acercó en persona a
las mujeres que lo miraban asombradas, Katherine con los nervios
de punta, puesto que, si Elizabeth estaba tranquila, la noticia solo
podía ser para ella.
—No… —dijo mucho antes de que el hombre terminara de
acercarse— No, no…
—Señora Collingwood —dijo el hombre reacio.
—No, ¿James? Por qué me hablas así, nos conocemos…—
quitaron a los bebés de sus brazos, permitiéndole poner ambas
manos sobre su boca—, No, no, no es cierto, no…
—Katherine, tengo el informe de que el general ha caído con
honores al salvar a otro recluta que estaba en batalla —James bajó
la cabeza—, específicamente a mí.
—¿Qué dices? —negó ella— ¿Por qué a ti?
—Me arriesgué… él, no lo sé, le llegó una carta, parecía
devastado.
—¿Fue tu culpa? —dijo furiosa— ¡Tuviste la culpa!
—Sí —bajó la cabeza—, lo siento.
—¡Idiota! —lo golpeó con los puños— ¡Él tenía familia!
—¡Katherine! —intentó frenar Elizabeth, pero se imaginó si acaso
fuera Robert y simplemente no pudo detenerla.
—¿Cómo lo sabes? ¿Dónde está su cuerpo? No te voy a creer a
menos que lo vea.
—Lo siento Katherine —se dejaba golpear—, me separé de él en
cuanto salvé su cuerpo, Thomas se lo llevó consigo.
—Entonces no lo sabes —dijo en un suspiro—, no lo sabes, no
estás seguro.
—Katherine, lo vi caer, tenía la herida demasiado…
—¡NO! ¡No lo sabes! ¡No lo sabes!
—Lo siento, Katherine, en serio lo siento, le anunciaron que
estabas al borde de la muerte y que habías perdido a tus hijos.
—¿Qué? —lo miró llorosa.
—Eso fue lo que dijo, le llegó una misiva con esa información,
seguro que pensó que para ese tiempo estarían enterrándote junto a
tu hijo.
—Lo dejó sin ganas de vivir —dijo Georgina.
—Pero era mentira… —lloró Katherine—, no tenía por qué hacer
cosas tan estúpidas, todavía tenía por qué vivir… al menos
comprobar que era cierto… no, él no lo hizo por eso.
—Quizá no, Adam lo hizo sin pensar, me quiso salvar, es mi
culpa.
La pelirroja enfocó sus furiosos ojos azules sobre él y asintió.
—¡Es tu culpa! ¡Lo es!
—¡Katherine! —la abrazó Elizabeth con dulzura, aceptando que
su prima llorar histérica sobre ella—, lo sé, lo sé.
Elizabeth procuraba calmarla acariciando su cabeza y mirando
desesperada a su hermana mayor, quién simplemente negaba sin
poder hacer nada.
—Se fue Elizabeth —las piernas le flanquearon y ambas cayeron
hasta el suelo—, no lo volveré a ver, no verá a sus hijos…
—Katherine, entremos al palacio —pidió Marinett al ver las nubes
grises avecinarse.
—No —la pelirroja se puso en pie y corrió lejos de ahí, hacía los
jardines de Buckingham.
—Déjala —Marinett se interpuso en el camino de James y le
tendió a uno de los gemelos, le sorprendió ver con la maestría con
la que cargaba al bebé—, necesita estar sola.
James miraba la figura que corría despavorida y suspiró.
—¿Qué fue lo que pasó? —dijo Elizabeth— ¿Cómo que le llegó
una carta?
—Eso fue lo que nos dijo justo antes de que nos emboscaran.
Las hermanas intercambiaron una rápida mirada.
—¿Qué? ¿Qué sucede?
—Creo que tenemos mucho de qué hablar —dijo Marinett.
*****
Katherine había corrido sin control por aquellos cuidados
jardines, se había levantado las faldas y las enaguas casi hasta las
rodillas, dejando a la vista sus tobillos y los zapatos, nada le
importaba, ni que el peinado del cabello rojizo se deshiciera o que
sus mejillas se cubrieran de surcos de agua salada, no quería
creerlo, pero cuando James Seymour se lo dijo, simplemente no
pudo negarlo.
¿Muerto?
Muerto. Adam estaba muerto, la había dejado sola cuando le dijo,
no, le prometió que volvería con ella, que vería crecer a sus hijos
¡Todo había sido mentira! No tenía sentido, había desperdiciado
tanto tiempo odiándolo que ahora le hacía falta para amarlo ¡Cuánto
lo amaba! Y lo había perdido, no tenía nada… ¿Por qué le hacía
eso? ¿Era acaso una revancha? ¿Una forma muy suya de ganarle
en algo? Negó, estaba divagando, estaba enloqueciendo.
Sintió las primeras gotas de lluvia caer sobre su cara, elevó la
vista, ni siquiera el cielo le daba tregua, se sentó en una banca y
dejó que esta la empapara, sus ropas le pesaban, el frío le calaba
los huesos y se sentía incomoda, pero ninguna sensación anterior
se asemejaba con lo que sentía en su corazón.
—Katherine —. La mujer levantó la vista tan lentamente que
incluso parecía que le costara un esfuerzo monumental hacerlo—.
Lo lamento tanto…
—James —lo miró ahora con ilusión— ¿Cómo lucía él? ¿Se veía
fuerte? ¿Había comido bien? No logra dormir cuando algo le
preocupa, lo conozco.
James desfiguró su cara en dolor e incomprensión, pero asintió.
—Lucía bien.
—Me alegro.
—Kathe…
—Seguro que Marinett y Elizabeth te han puesto al tanto —dijo
rápidamente—, creemos que hay una espía aquí, tengo a su secuaz
en mi casa.
—Lo sé, pero…
—Sé de lo que quieres hablar —dijo Katherine—, pero no lo
puedo creer ¿Vale? No puedo.
—Katherine, lo vi caer de ese caballo, no se movía, aunque
Thomas fue con él, no parecía tener buenas esperanzas con el
asunto, de hecho, lo dio por perdido.
—¿Te quedaste a comprobar?
—Decidí venir cuanto antes, no quería que recibieras una simple
nota.
—¿Comprobaste que murió? —reiteró.
—¡Sí, Katherine! ¡Lo comprobé!
Ella parecía inclinarse a llorar, pero negó nuevamente.
—No te creo —se llevó una mano a su corazón y estrujó la tela
de la zona con fuerza—, lo siento, si él no estuviera aquí… yo lo
sabría.
—Dios Katherine, la bala le dio en el pecho, él no respiraba, no
tenía pulso, no quiero ser cruel, pero Adam no quisiera que vivieras
en una ilusión, tienen que vivir el duelo. Murió salvando a un idiota y
prometo que cambiaré, seré el hombre que cuide de ti.
—Yo no necesito que nadie más me cuide —dijo enojada y se
puso en pie—, si me disculpa.
James dio un largo y profundo suspiro, definitivamente la mujer
de Adam era un caso aparte de todas las mujeres de ese planeta, él
mismo le estaba diciendo la situación y no parecía ser suficiente
para ella, incluso lo hacía dudar a él, pero no, no había forma de
que sobreviviera, menos en esas condiciones.
Fue tras la mujer del hombre a quién le debía la vida, había
jurado protegerla a ella y a los hijos que había traído al mundo, qué
feliz sería Adam ahora si tan solo estuviera presente, al ver a esos
dos engendros tan parecidos a él.
—¡Katherine! —se espantó Eleonora al verla de pronto en el
pasillo y totalmente empapada— ¡Mi más sentido pésame!
—No está muerto.
—Oh, querida —la abrazó lady Müller—, es normal estar en
negación.
—No está muerto —repitió con más fuerza y se zafó de ellas.
—Señoras —dijo la voz de James a sus espaldas, mandando
una clara señal de que la dejasen tranquila.
—Vaya, tan solo se muere uno y ya tiene el remplazo a sus
órdenes.
Katherine era impulsiva, siempre lo había sido, pero jamás
esperó que golpeara a esa mujer a puño cerrado y la mandara al
suelo… quizá se sobrepasó un poco, al fin de cuentas, ella solía
jugar con sus hermano y primos con bastante rudeza, quizá una
bofetada hubiese sido más elegante, pero no había tiempo para
elegancias.
—Ah, lo siento —sonrió Katherine—, creí ver una araña, espero
la haya matado porque era horrible.
La mojada mujer dio media vuelta y subió las escaleras, no tenía
idea de a donde se dirigía, pero no le interesaba. James tuvo que
poner en pie a lady Müller quién ya lanzaba una sarta de impropios
hacia la salvaje francesa y su falta de decoro.
Cuando abrió la puerta de su habitación en la corte, se sintió
extrañada, todo le recordaba a su esposo pese a que no fuera una
habitación que ellos hubiesen usado en demasía, pero era la misma
y casi podía imaginarlo sonriendo, riendo y jugando con las palabras
para vencerla terminantemente en una discusión.
—Kathe —la sorprendió Marinett— ¿Estás bien?
—¿Bien? —dijo molesta— No, no estoy bien.
—Lo sé —bajó la cabeza—, no debí decir eso.
—No importa —se inclinó hacía el bebé que lloraba y lo abrazó
con fuerza, como si con ello abrazara a su marido fallecido.
—Katherine, creo que tengo cosas importantes que decirte.
—¿Ahora? —sonrió tristemente— Ahora nada me importa, lo
siento, pero quisiera estar sola.
—Sí lo entiendo —dijo Marinett—, te dejaré tranquila.
La pelirroja asintió y siguió con sus hijos, ensimismándose de
una forma en la que parecía que nadie lograría sacarla, la alegría y
positivismo que dirigía a Katherine había desaparecido y de alguna
forma nadie parecía capaz de sacarla de ahí.
En el interior de la habitación, Katherine vio la carta sellada
donde daban crédito a que Adam había fallecido con honor y por su
país, eso solo despejaba dudas, no le interesaba nada en lo
absoluto de esa carta. Se tiró en la cama y comenzó a llorar con los
dos cuerpecitos en total silencio a su lado, parecían comprender el
dolor de su madre.
—Katherine ven —entró su Elizabeth sin hacer caso a la
indicación de Marinett—, te tienes que bañar.
—No quiero…—suspiró con ojos medio cerrados—, estoy
cansada.
—Te enfermarás.
—No me importa.
—Quizá no te importe, pero a tus hijos sí, tienes que poder
cuidarlos Katherine.
—No tengo fuerza.
—Te ayudaré.
Elizabeth Pemberton tomó el cuerpo mojado y sin vida de su
prima y la ayudó a ponerse de pie, gritó porque alguien cuidara de
los niños de la misma y la metió a una tina en la cual no se movió,
permanecía con la mirada perdida mientras las lágrimas se
mezclaban con el agua de la tina. El dolor de Katherine era como
romperle el corazón.
—¿Quieres que te ayude?
—Como quieras.
Elizabeth, con toda la paciencia del mundo, la ayudó a lavarse el
cabello, el cuerpo y la secó, Katherine no ayudaba en nada,
simplemente no le interesaba, parecía casi dormida.
—¿Quieres acostarte?
—No lo sé.
—Vamos.
—Dime Lizzy ¿es esto solo una pesadilla?
Elizabeth hizo una fina línea de sus labios.
—No linda, no lo es.
Katherine asintió un par de veces y suspiró.
—Sí quiero dormir.
Su prima la metió a la cama y la arropó, le dio un beso en la
frente y la miró por largo rato, dándose cuenta que no se movía, no
cerraba los ojos, ni siquiera emitía sonido alguno, solo derramaba
lágrimas.
—¿Podrías cuidar de ellos por un rato, Lizzy?
—Sí, cariño, están en buenas manos.
—Necesito dormir un poco.
—Descansa.
Katherine se quedó dormida por más que unos minutos, lo hizo
por horas que parecían interminables, desde ese momento, se
turnaban para ver si la joven no habría muerto de alguna forma
extraña, puesto que ni siquiera se movía.
Era el turno de Marinett para cuidarla cuando de pronto,
Katherine despertó de un brinco agitado, gritando el nombre de su
marido y volviendo la cara hacia un lado, donde debía descansar
Adam Collingwood normalmente.
—Tranquila Katherine, aquí estoy.
Ella asintió un poco desorientada.
—¿Adam?
Marinett negó un par de veces, entonces su prima se volvió a
aventar en la almohada y se acurrucó entre las sabanas, Marinett
suspiró y se acostó a su lado, abrazándola y dándole un beso
cariñoso.
—Aquí estoy Katherine.
—Lo sé —lloró—, pero no eres a quién quiero aquí.
—Lo sé cariño. Lo sé.
—No lo sé Marinett, jamás pensé que sería dependiente de un
hombre, sé que tengo dos hijos a los cuales amo, pero siento que
me quiero morir.
—Es normal que te sientas así, no te hace menos mujer o madre.
—¿Cómo lo haré sin él? ¿Cómo?
—Podrás.
Katherine se volvió a quedar dormida y Marinett salió de la
habitación, era horrible ver a un ser querido de esa forma,
prácticamente estaba muriendo en vida, llevaba así más de tres
días, no salía de la cama, comía solo para que le pudiera dar de
comer a sus hijos y de ahí en más, dormía. Dejaba el cuidado de
sus hijas a ellas a quién fuera, cuando los veía, lloraba durante todo
el rato, los apretaba tanto que a veces los bebés lloraban también,
no parecía ser una buena idea que estuvieran con ella más de lo
necesario, pero Kathe tampoco quería descuidarlos.
—¿Cómo está? —dijo Elizabeth en cuanto Marinett salió.
—Igual —suspiró la mayor—, al menos sé que está luchando.
—No esperaría menos.
—¿Tú qué sabes de lo que hablamos ese día?
—Todo parece indicar que les avisaron cuando atacar, estoy casi
segura de que fue ella quien pasa información.
—No podemos acusar sin más, debemos estar seguras de lo que
tenemos.
—Katherine no ha dejado que hablemos de esto.
—No tiene cabeza —negó Marinett—, por el momento lo que
tienen ayuda y que tengamos a esa mocosa encerrada nos da otro
punto a favor.
—De todas formas, no sabemos cómo demonios vamos a hacer
para llevarlo a la vista, nadie creerá a unas mujeres ¿quién se
meterá en esto por nada?
—No lo sé, supongo… —Marinett chasqueó los dedos—, sé
quién lo hará.
Ambas se miraron con una sonrisa al ver que el chico rubio con
una cara pesarosa pasaba por su lado.
—¡JAMES!
35
Lo imposible, puede pasar
Katherine estaba segura que tres meses podían ser iguales a un
año, pero uno de puro dolor y pena, era verdad que tener dos hijos
la mantenían sosegada y no se permitía irse de la corte y la reina
parecía no poner objeciones tampoco, la cosa era, que no quería
regresar a su casa, odiaría llegar y darse cuenta que Adam no
estaba, regresar sin él sería aceptar de una vez que jamás llegaría,
aunque eventualmente tendría que hacerlo, había dado a luz al
heredero de ese ducado, por mucho que parecía molestar a
Eleonora.
Sabía, además, que sus primas no habían menguado esfuerzos
que conjuntaron con James en descubrir sus andanzas, pero lo
único que tenían era la carta en la que pedía a su sobrina encerrada
en Wellington que se deshiciera de ella y los posibles herederos
¿para qué? Solo ella lo sabía, pero no se metía en ello, no le
interesaba, si el hombre por el que tenía estaba muerto, por qué
esforzarse, era lo suficientemente demándate tener hijos como para
agregarle una investigación.
—Mi pequeña Blake, siempre tan bien portada —la dejó sobre su
cunita provisional y miró al berrinchudo de junto— y tú eres igualito
a mí, aunque solo sea en carácter.
—Hola Kathe.
—James —sonrió hacia él—, mira como mueve las manitas.
El hombre, después de rondarla y pedirle disculpas por más de
un millón de veces, había conseguido que ella reflexionara y al fin le
permitiera estar a su lado, solo como su escolta, con él a su lado,
nadie se atrevía a molestarla, siquiera dirigirle la mirada. Katherine
incluso se disculpó por el arranque desmedido en su contra, al fin y
al cabo, era Adam del que hablaban, si quería hacer algo, lo haría y
punto.
—Se parecen cada vez más a…
Katherine suspiró y sonrió.
—A Adam, seguro ha de estar fascinado —lo miró— ¿noticias
sobre eso? ¿Sobre… su cuerpo o… alguna pertenencia?
—No han regresado muchos soldados Katherine, ni siquiera
Thomas o Robert.
Ella asintió.
—Ellos lo traerán consigo ¿verdad? —pidió esperanzada.
—Jamás lo dejarían.
—¿Por qué no escriben?
—Quizá no tienen como, es difícil comunicarte en la guerra y,
aunque lo intentes, a veces las misivas nunca llegan.
—Entiendo… solo espero que Robert esté bien, mi pobre Lizzy
muere de angustia todo el tiempo.
—Espero que así sea Katherine.
Ella sonrió.
—No tienes que ser tan formal, no eres un guardia, eres un
amigo —ella elevó una ceja—. Hablando de amigos…
—Oh, no por favor.
—Mi prima Marinett, ¿a qué es una monada?
—Lo es, pero no creo ser hombre para nadie, soy un fracaso.
—Eso no lo creo —Katherine tomó a un bebé y la arrulló—,
siempre te ha gustado, lo noto en tus ojos.
—Ella tiene un prometido.
—¿Y qué? —James la miró impresionado— ¿Piensas que
puedes perder?
—Parece que lo quiere, siempre está al pendiente por no verlo en
listas.
—Sí, me imagino que es cruel poner mis sentimientos personales
sobre los de otra persona, tienes razón… pero estarían perfectos
juntos.
James sonrió y negó un par de veces.
—¿Quieres descansar?
—Sí, excúsame en la cena, pienso dormir todo lo que pueda a
partir de ahora.
—Bien, con permiso.
Katherine alimentó a sus bebés, los bañó, cambió y durmió con
una maestría que le había sacado canas verdes y algunos
mechones menos de cabello, ahora se podía decir que era una
experta en cuidar gemelos… bueno, quizá no, pero al menos era
mejor que en un principio, cuando los vio dormir por más de diez
minutos, supo que podía colocar su camisón e instintivamente tomó
la camisa que había hurtado de Adam, solía colocársela arriba pero
en esa ocasión, la miró con cariño y la dejó en el taburete.
Tenía que dejarlo ir, tenía que dejarlo descansar y ella tenía que
hacerlo también. Abrió las sabanas de la cama y se metió ante el
acogedor fuego de la chimenea. La pesadez de su cuerpo fue
llegando lentamente y cuando menos pensó, ya se encontraba en el
estupor del sueño.
Abrió los ojos ante el un sonido en el exterior de la puerta, se
levantó desubicada, encendió una vela y miró el reloj que colgaba
sobre la pared, las tres de la mañana, frunció el ceño y agudizo el
oído. Una extraña sensación se apoderó de ella cuando se puso en
pie.
¿Estarían sus bebés en peligro?
Miró ansiosa la cuna donde descansaban sus hijos, pero el ruido
había parado, sabía que muchos soldados regresaban al palacio
para reencontrarse con sus mujeres, habían sido escenas que
Katherine no había logrado soportar y por eso mismo se brincaba
las cenas y veladas. Aun así, escalofríos acudían a la espalda de la
joven, anticipando algo. Sintió como sus pulmones embargaban aire
y su corazón latía desbocado al ver como la puerta comenzaba a
ceder, su cuerpo comenzó a temblar y sus pupilas intentaban
ajustarse a la nueva figura que entraba a la habitación.
Cayó de rodillas y temió por desmayarse.
—¿Katherine? ¿Estás bien? —unos brazos fuertes hicieron por
ayudarla, pero ella se dio un brinco y se alejó lo máximo posible.
—No es cierto.
—¿De qué hablas? —preguntó extrañado.
—Estas… me dijeron que, pero ahora estás… no. T-Tú estás…
estás muerto.
—¿Qué? —Adam frunció el ceño— ¿Cómo que muerto?
—Me estoy volviendo loca —se tomó la cabeza entre las manos
—. O es un sueño… ¡Sí eso es! Estoy soñando de nuevo.
—Katherine, ¿Qué te ocurre? —intentó acercarse nuevamente.
—¡No! —lo detuvo estirando una mano para impedirle el paso—.
Quédate donde estas, te lo digo de una vez, déjame en paz. Te amo
y siempre lo haré, pero no me puedo mantener en esta depresión
por siempre.
—¿Depresión? —Adam negó varias veces— ¿De qué demonios
hablas?
—¡Basta! ¡Basta ya! —se tomó nuevamente la cabeza y lloró—
¡Me torturas! ¡Solo me torturas!
—Katherine, no estoy muerto —se acercó a pesar de que corrió
de él.
La tomó en sus brazos y la pegó a su pecho.
—Ya me ha pasado antes —decía mientras forcejeaba—.
Despertaré y nada será real.
—Soy real mi amor, tócame ¿Qué no me sientes?
—¡Siempre es lo mismo! —se retorcía— ¡En todos mis sueños!
—Kate, basta —dijo con voz fuerte—. Mírame.
—¡No!
— ¡Mírame!
La joven dio un brinquito entre sus brazos. Tardo varios segundos
hasta que comenzó lentamente a levantar la mirada y enfocó esos
ojos tan conocidos, eran tan intensos como cuando estaba vivo, tan
profundamente verdes y sabios como los de Adam. Kate lloró
nuevamente, ya no le daría la contraría, ni en sus sueños era capaz
de ganarle.
—Suéltame… —suplicó.
Adam lo hizo un resentimiento y la miró recargarse sobre la
pared como si no soportara su cuerpo, intentaba normalizar su
corazón y acallantar sus lágrimas.
—¿Qué demonios te sucede? —le preguntó.
—Nada. Ya no luchare contra ti, solo me iré a dormir.
—¿Qué? —la retuvo— ¿Acabo de llegar y me dices eso?
—Te iras en cuanto abra los ojos, así que no me molestes.
Adam la admiró mientras lo rodeaba, tomando especial espacio
entre sus cuerpos y abrió las mantas para comenzar a dormir, justo
como ella le había indicado.
—Katherine, por Dios, ¿Te puedes explicar?
—Buenas noches.
Adam rodó los ojos ya molesto y fue a tirarse al otro lado de la
cama con una expresión funesta. La pelirroja rápidamente le dio la
espalda, pero en ese momento un llanto inundó la habitación.
Katherine no lo podía creer, era el colmo, había sueños en los que
también se incluían sus hijos, resultaba ser lo doble de cansado, los
atendía despierta y dormida. La madre aventó la sabana molesta y
fue a ponerse de pie. No notando la consternación de su marido
quien se sentó también con una expresión de sorpresa.
Adam siguió los pasos de Katherine hasta la cunita que
extrañamente jamás notó, quizá por la loca pelirroja que se negaba
a por lo menos darle un beso de bienvenida. Los ojos verdes
observaron cómo su mujer sacaba un pequeño bulto de la cuna y lo
arrullaba contra su pecho y se destapó un hombro para comenzar a
lactar al pequeño berrinchudo. La joven sonrió y fue a sentarse a
una mecedora que estaba dispuesta en la estancia. Adam se acercó
contrariado y se inclinó ante su esposa e hijo. Lo miró con ojos
alucinantes y después toco la cabeza del niño pegado al seno de su
madre.
—¿Es nuestro? —Katherine despego los ojos del bebé para
enfocar a su difunto marido que parecía no querer desaparecer.
—Sí —lo miró duramente y volvió la vista al nene.
Justo en ese momento otro pequeño llanto, nada comparado con
el de Adrien, inundó los oídos de ambos padres. Katherine estiró el
cuello para ver a su pequeña comenzar a enojarse por falta de
atención. ¿Había mencionado ya que tener mellizos era difícil?
—Sabes, si por lo menos en los sueños estas aquí, me vendría
bien una ayuda —se quejó Katherine ante la consternación de su
esposo.
El hombre la miró extrañado sin entender nada, la joven por toda
explicación apuntó la cuna con la cabeza, indicándole el sitio que
debía atender. El padre se puso en pie, dándose cuenta de que otra
pequeña cabeza con los ojos abiertos estiraba los bracitos enojada.
Adam solo observó por unos minutos, sin comprender.
—Si no la levantas, no dejara de llorar —le informó.
Adam bajó los brazos y tomó al bebé en brazos, acunándola
contra su pecho. La pequeña le dirigió una mirada extrañada y se
hundió en el mutismo, como si al tiempo que lo reconocía, no lo
hacía. El padre sin poderlo evitar lloró, eran lágrimas de la más
sincera felicidad.
—Listo, dámela —exigió Katherine, pasándole al otro bebé a los
brazos para poder alimentar a Blake.
Adam no entendía nada, ni la actitud de su esposa, ni la
presencia de aquellos niños en la habitación, estaba totalmente en
consternado. Pasaron unos minutos en los que él solo se dedicaba
a mecer al niño que ya se encontraba dormido y observar a su
esposa alimentar al otro bebé con ternura desmedida. Katherine
subió su camisón hasta dejarlo en la posición adecuada, meció a la
niña sacándole el aire y la durmió en seguida, dejándola
posteriormente en la cuna. Miró a su esposo con una ceja
levantada.
— Puede dormir en la cuna —le dijo sarcástica.
Adam en ese momento reaccionó y fue a dejar a su hijo sobre su
camita. La madre los arropó con detenimiento y finalizó la labor con
un dulce beso, para después salir de la habitación nuevamente,
dejándolo solo con ellos, permitiéndole verlos y tocarlos a su antojo,
aunque no por mucho tiempo.
— Los vas a despertar —susurró desde la entrada.
Adam la miró, a pesar de que estaba de un humor insoportable,
estaba fascinado de verla nuevamente, con su cabello rojo
alborotado, sus ojos azules llameantes y su boca que deseaba con
tantas fuerzas besar. Cuando le dio alcance en la habitación, la
joven ya estaba enfundada en las cobijas y aparentemente estaba
dormida. Adam sonrió, tal vez era que estaba cansada por el
cuidado de los bebés. Fue a su armario y comenzó a cambiarse con
normalidad, se introdujo en la cama y al igual que Katherine,
prontamente se quedó dormido.
Kate abrió los ojos ante la luz del día. El sueño de siempre se
había presentado ante sus ojos y como cada mañana, volvió la
mirada rápidamente solo para comprobar que la cama estaba vacía.
Y así era. Tocó las sabanas donde en sus sueños Adam se había
recostado, la almohada que su cabeza debió ocupar… le dieron
ganas de llorar nuevamente, por eso odiaba esos sueños, aunque
amaba verlo de nuevo y experimentar lo que sería tener una familia
normal, cuando despertaba era insoportable. Se recostó sobre la
almohada y lloro con fuerza, ya no deseaba eso. Quería que esos
sueños desaparecieran para siempre.
—¿Por qué lloras? —Katherine abrió los ojos y se sentó en la
cama de un brinco.
Observó a su esposo en bata de baño, mirándola de manera
consternada.
—¿Sigo dormida?
—No —se acercó Adam y le tocó la mejilla— ¿Estás bien?
La cabeza de la joven se apretó contra la mano cálida de su
esposo, reconociendo el tacto y o miró con ojos vidriosos.
—Estás muerto…—lloró.
—No lo estoy ¿Por qué sigues repitiéndome eso?
Katherine rápidamente se paró y fue corriendo para sacar de uno
de los cajones del escritorio la carta que le había llegado
anunciando el fallecimiento del hombre que estaba sentado sobre la
cama. Se la tendió con aplomo para que él mismo la leyera. Adam
miró el sobre con la marca real por unos momentos antes de sacar
la carta y comenzar a leerla.
Rápidamente su expresión cambio y levantó la vista sorprendido.
—¿No pensaste que podía ser mentira?
—Claro —ironizó—. El sello real y la firma de la reina nunca son
lo suficientemente convincentes, además James me dio la noticia en
persona. Todo indica que estoy loca.
—Mi amor, escúchame. Estoy vivo, jamás morí.
Katherine continuaba viéndolo con aquella extraña expresión,
ahora Adam lo entendía todo, prácticamente su esposa creía estar
viendo un fantasma. El escepticismo que presentaba era más que
normal.
—Llama a tu doncella, a toda la maldita casa.
—No, ni loca. Nadie se dará cuenta de mi imaginación se crea
una imagen de ti.
Adam rodó los ojos y se puso en pie se cambió a todas prisas y
colocó presurosamente la bata sobre el cuerpo de su esposa para
después tomarla en brazos a pesar de que ella se quejaba una y
otra vez. De esa forma salieron de la habitación, no importándole
que ella estuviera en camisón y él en bata de baño.
—¡James! —gritó— ¡Marinett! ¡Elizabeth! ¡Robert!
En ese momento dos personas más subían las escaleras con
presura ante el ajetreo de la mañana, tanto Marinett como James
pensaron lo peor. Imaginaron que Kate había tenido alguna clase de
recaída o algo había ocurrido con alguno de los bebés.
—Adam…—dijo James sin podérselo creer.
El hombre levantó la vista hacia su amigo quien no se atrevía a
dar ni un paso más.
—James —lo llamó.
—¡Imposible! —se tapó la boca la pelinegra.
—Si serás imbécil —sonrió James caminando hacia él con
presura y lo abrazó— ¿Qué carajos sucede aquí? Yo te vi morir con
mis propios ojos.
—Fui herido, eso es verdad, pero Thomas me salvó, el maldito
bastardo sabe lo que hace, le debo la vida.
—Oye, creo que alguien ocupa tu atención —Marinett apuntó con
la cabeza hacia Katherine, quien continuaba arrodillada sobre el
piso, cubriéndose la boca con ambas manos ahogando los sollozos
que intentaban salir ante su desesperado llanto.
Adam fue hacia el cuerpo de su esposa y la levantó en brazos
para llevarla a la habitación mientras ella soltaba sollozos escondida
entre su hombro. No podía creer que estaba pasando ¿Cómo era
que todo había logrado enredarse de aquella manera?
36
El amor de su vida
Adam entró con Katherine en brazos, quién parecía no poder
sostenerse a sí mima por más tiempo, simplemente no podía creer
que estuviera vivo, después de tanto tiempo estando
mentalizándose de que había muerto, para ella seguía siendo una
más de sus alucinaciones, pero no era posible que fuera algo en
común, que todos estuvieran en la misma locura que ella, Adam
estaba ahí, pero ¿Cómo?
La depositó suavemente sobre la cama y sentándose a su lado,
Adam observó cómo su esposa bajaba la mirada y se enfocaba en
el roce constante de sus dedos, seguía turbada por la situación y
era comprensible.
—¿Katherine? —levantó su barbilla para que lo enfocara,
rebuscó algo en su cuello y se lo entregó—, te dije que te lo
devolvería.
Ella miró aquel medallón que fuera regalo de su padre a los
dieciséis y lo miró impresionada.
—¿Por qué no dijiste nada? —reprochó con el ceño fruncido—
Estuve dos meses pensando que estabas muerto y de repente
llegas como si nada sucediera.
—No entiendo por qué piensan que morí —dijo, negando
repetidas veces con la cabeza—. Es verdad que me hirieron cuando
salvé a James, pero jamás mandaron una carta de defunción.
La pelirroja intentó que su cerebro funcionara con normalidad y
que lo hiciera más rápido de lo natural para que lograra comprender
lo que sucedía con la situación actual.
—Por mi parte también tengo preguntas —dijo él de pronto.
—¿Qué preguntas?
—¿Cómo es posible que estén vivos? Yo tengo una carta que
dice que los perdiste.
—¿Perderlos? ¿A los niños?
—Sí, en ella ponían que te caíste de las escaleras y sufriste un
aborto instantáneo — el duque recordaba de memoria todo ese
contenido, puesto que jamás dejaría de reprocharse el que no
estuviera presente en el suceso, probablemente esa carta le hubiera
costado la vida de no ser porque fue herido antes de tiempo, había
sido una noticia con demasiado impacto como para no afectarlo—.
Además, ponía que estabas muy delicada de salud y seguro
morirías.
La pelirroja negó varias veces.
—Es verdad que me caí, pero jamás hubo riesgo de que los
perdiera, después del accidente estaba perfecta.
— ¿Entonces quien me envió esa carta?
—No lo sé —dijo la joven totalmente abrumada—. Los únicos
que estaban durante la caída eran los sirvientes, mi madre,
Giorgiana y tu familia, no hay posibilidad de alguien te la mandara…
La joven se quedó callada momentáneamente.
—¿Qué sucede?
—Esa mujer, la supuesta “sobrina de la reina” llegó poco antes
de que nacieran los niños y es de la única que podemos sospechar,
de hecho, Giorgiana la tiene encerrada y han descubierto que está
con Eleonora.
—¿Eleonora?
—Parece que me quiere muerta al igual que a ti.
Adam recordó la última vez que había visto a esa mujer, había
dicho que se vengaría de la humillación que le había hecho al
rechazarla, y se iría en contra de su familia.
—¿Qué es lo que sabes?
—Debo aceptar que después de que me enteré de que moriste,
no me importó nada más. Pero sé quién si está al tanto de todo.
—¿De quién hablas?
—Giorgiana, Marinett y Elizabeth creen tener acorralada a
Eleonora, creen que es una espía de Austria-Hungría, tenemos una
carta en la que le indicaban que debía matarme, pero no sé qué
más tengan.
—¿Tienes la carta que te dieron de defunción?
—Sí.
Katherine se puso en pie y rebuscó la carta sellada y sin abrir
que tenía arrinconada en uno de los cajones y se la tendió.
—Esto es extraño —dijo en cuanto la abrió—. Creo…
Adam se vio interrumpido por dos sincronizados llantos que
llamaban a su madre en busca de atención. Katherine sonrió hacia
Adam y levanto una ceja sarcástica.
— ¿Me ayudas?
Katherine no se detuvo a mirar si Adam la seguía o no, su papel
como madre la envolvió en seguida y sus sentidos solo estaban
enfocados en atender a los dos niños. El duque por su parte
continuaba sentado en la cama, consternado al ver a su mujer
convertirse en otra persona, en una madre amorosa, cuidadosa y
responsable.
La joven comenzó con sus labores cotidianos con los mellizos,
pero ahora, considerando que Adam estaba con ella en la
habitación, le hacía falta su ayuda, pero su mirada verdosa estaba
pérdida en la adversidad y, aunque su cuerpo aparentemente estaba
relajado, Kate conocía a la perfección ese rostro como para
entender que estaba nervioso por algo y ese algo eran sus hijos.
Katherine no se detuvo a mirar si Adam la seguía o no, su papel
como madre la envolvió en seguida y sus sentidos solo estaban
enfocados en atender a los dos niños. El duque por su parte
continuaba sentado en la cama, consternado al ver a su mujer
convertirse en otra persona, en una madre amorosa, cuidadosa y
responsable.
La joven comenzó con sus labores cotidianos con los mellizos,
pero ahora, considerando que Adam estaba con ella en la
habitación, le hacía falta su ayuda, pero su mirada verdosa estaba
pérdida en la adversidad y, aunque su cuerpo aparentemente estaba
relajado, Kate conocía a la perfección ese rostro como para
entender que estaba nervioso por algo y ese algo eran sus hijos.
—¿Sabes Adam?, un poco de ayuda me caería en gracia.
—¿Qué tengo que hacer? —la miró con ojos de quien desea
aprender algo nuevo.
—¿Puedes tomar a Adrien? —señalo al pequeño con el
mameluco azul— Yo llevaré a Blake.
El hombre estrechó al niño contra su pecho, permitiendo que le
tomara un dedo el cual en seguida se metió a la boca.
—Vamos —indicó su esposa cuando la pequeña estuvo fresca y
relajada en los brazos de su madre.
Caminó hacia la cama, incitándolo a que hiciera lo mismo
dejando a su hija para tomar al bebé en los brazos de su esposo y
darle de comer sin ningún reparo. Adam no podía sentirse más fuera
de lugar, no se sentía el padre de esos niños, sabía que lo era, pero
se sentía ajeno a todo. Ofuscado, hizo ademan de irse, pero
rápidamente fue detenido por la voz de su esposa.
—Adam ¿A dónde vas? —su mirada cristalizada lo hirió más que
aquella bala en el pasado. El duque no contestó, simplemente la
miró con la impenetrabilidad que lo caracterizaba— ¿Puedes
sentarte aquí conmigo?
El antiguo general asintió y fue a sentarse junto al cuerpo
extendido de la niña, la cual lograba entretenerse sola al admirar
sus manitas que se abrían y cerraban en intervalos regulares.
—¿Qué sucede? ¿Por qué te quieres ir? —preguntó herida.
—No —estiró la mano hasta su mejilla—. Solo que es nuevo para
mí.
—Pero si te vas seguirá siendo nuevo ¿Es que no estas
contento?
—Claro que estoy contento, es solo que no lo puedo creer, pero
son hermosos.
—Todos dicen que son iguales a ti —sonrió la joven.
—Por eso digo que son hermosos —sonrió satírico ante la
mirada amenazadora de su esposa.
El hombre rio con franqueza y se levantó para alcanzar los labios
de su esposa.
—Te amo y a ellos también.
—No sabes cuánto te amo yo —sonrió, acariciando al bebé en
sus brazos.
Después que dejaron a los niños recostados y bien arropados,
Katherine tomó la mano de su esposo y la posó sobre su cintura,
mientras acariciaba lentamente la mejilla de su esposo. Adam la
presionó contra él. En realidad, no se imaginaba lo mucho que la
había echado de menos.
—Adam, explícame lo que sucedió, sigo pensando que
despertaré y todo esto será un sueño.
El hombre besó suavemente su frente y la encaminó hacia la
puerta que dirigía al pasillo. Deseaba ponerse al corriente en
muchas cosas, al parecer había demasiada información que no
tenía sentido y era preciso que todos los involucrados se juntaran
para llegar a una conclusión, una cuerda.
Katherine dejó a los bebés al cuidado de su doncella de
confianza y salió junto a su marido a quién no dejaba de aferrarse,
los pasillos de Buckingham parecían silenciosos, casi siniestros,
como si se esperara una revuelta en cualquier momento,
encontraron al resto de los involucrados mucho antes de lo
esperado.
—Robert ¿entiendes algo? —le dijo al ver a su amigo, quién
había llegado con él.
—Ni un poco —dijo, aceptando que Elizabeth no le soltara la
mano.
—Hice lo que me dijiste Adam —dijo Marinett con una libreta de
cuero en las manos—, tengo cosas que contarles.
—Bien, no hablemos aquí —recomendó James—, es algo
delicado en todo caso.
—¿Tú sabes algo?
—Sí, me lo han contado antes de que llegaran y supiéramos que
estabas vivo Adam.
—Vale, salgamos de aquí —dijo Robert exasperado.
Todos caminaron hacia el jardín y se sentaron en unas mesas
alejadas al palacio, nadie parecía ansioso por iniciar la conversación
a excepción de aquella rubia revoltosa.
—Bien, ya dime como reviviste o explotaré.
—Elizabeth, no morí —dijo Adam—, la cosa es, que en realidad
me hirieron de gravedad, pero Thomas hizo lo indicado en el
momento justo, prácticamente le debo la vida.
—Pero yo te vi…—dijo James—. Te vi morir y prácticamente no
reaccionar.
—En realidad tienes razón, por unos momentos perdí la
conciencia, y según dicen los doctores, por varios minutos mi
corazón se paralizo, James —lo miró—. No pudiste saber que
pasaba, seguramente ni siquiera comprobaste mi pulso.
James bajó la cabeza, avergonzado, ni siquiera lo había
pensado.
—Ni tampoco lo hizo Robert, no había tiempo, era una guerra y
había que moverse, así que Thomas me cargó y pensó en llevarme
a un lugar donde pudiera atenderme o darme por muerto, porque ni
siquiera ahí él lo podía saber —continuó Adam.
—¿Lo que significa que moriste? —dijo Elizabeth horrorizada.
—Prácticamente sí. La bala no atravesó ningún órgano, pero si
una costilla perdí sangre y el conocimiento debido a que caí del
caballo.
—Pero Thomas se dio cuenta a medio camino —se internó en la
plática Robert—. En el camino hacia la tienda que servía como
hospital, Adam comenzó a tomar conciencia.
—Thomas me dejó al cuidado de los doctores y cuando regreso
al frente, James ya se había marchado para avisar en persona a
Katherine, entiendo la necesidad que tenías, pero debiste
comprobar antes James —dijo el hombre.
—Mandé una misiva inmediatamente —dijo Robert—, con la
esperanza de que llegara antes que James, cosa que por supuesto
no paso.
—En vez de eso, llegó la carta confirmando tu muerte —dijo
Katherine.
—Lo que nos deja como pregunta final…—dramatizó Elizabeth
—¿Dónde están las cartas?
—¿Y quién escribió las falsas? No todas son con la letra de
Eleonora, la reconozco, es la persona de confianza de la reina
escribe muchas de sus notas, pero no debería hacerlo sin
autorización y tampoco debería dejar que alguien más lo haga.
Un tenso silencio se instaló en el comedor, todos tenían
conjeturas diferentes.
—Eso es suficiente para acusar a Eleonora en todo caso ¿no? —
dijo James.
—No lo creo —suspiró Robert.
—Además, sé que pasa información al enemigo, o lo hacía —dijo
satisfecha Marinett.
—¿Cómo se supone que sabes eso? —elevó una ceja Adam.
—Tengo mis propios métodos —sonrió—, son amigas y algunas
doncellas que he comprado.
—Pero, así como tú las compraste, ella las pudo comprar —dijo
el mismo Adam.
—Sí, pero no cuando se trata de engañar al país, al final, si
ganara Austria nosotros nos veríamos en problemas.
—No podemos confiar en doncellas —dijo Robert—, tendríamos
que infiltrarnos por nuestra cuenta.
—Además, hay demasiadas cartas retenidas —dijo Adam—,
tanto que mandamos nosotros como las que ellas intentaban
mandarnos, simplemente ninguno tenemos nada.
—Es verdad, jamás recibí carta de Robert —dijo Elizabeth.
—Ni yo tampoco de Adam, sabían que si llegaban a nosotras
teníamos acceso a ellas, entonces sabríamos que no estaba
muerto.
—¿A quién le convenía que todo esto pasara?
—Creo que han llegado a la conjetura correcta: a mi mujer, pero
las cosas no han salido como esperaba ¿cierto?
Las personas se miraron entre impresionadas y algo acorraladas,
la cosa era que nadie se diera cuenta que estaban ahí,
confabulando contra una de las personas más influyentes en la corte
como lo era Eleonora de la Fonteine.
37
Siempre haces lo que quieres
—¡No Adam! —le gritó Katherine entrando a la habitación— ¡No
es necesario, estamos bien ahora!
—Casi te asesina —Adam cerró la puerta en cuanto se internó en
la habitación que ambos compartían.
—¡Por eso mismo! Basta de esto, volvamos a casa,
regresemos… —le exigió—. Te quiero aquí conmigo, no te
perdonare que me dejes ni una vez más.
—Katherine…
—Si haces esto —le advirtió—, no me volverás a ver, ni a tus
hijos.
Adam cerró los ojos. Suspiró y se acercó a ella para atraerla
hacia sí y plantarle un beso en los labios.
—Está bien —provocó que pegara su cabeza a su pecho y
enterró la nariz en sus rojizos cabellos— No lo haré.
—No te creo.
—Te lo prometo Kate —la separó de él— Ahora… puedes
comportarte como una esposa que vuelve a ver a su esposo
después de la guerra.
Katherine sonrió y le tomo del corbatín.
—¿Y cómo es esa forma?
Adam levantó la ceja y se inclinó para besar los labios
rozagantes de su mujer, la pegó a sí, Katherine sonrió y elevó la
barbilla para continuar besando a su marido, quien la veía divertida.
—Eres hermosa —le dijo entre besos—. No hay mujer más bella
sobre la tierra.
Katherine se sonrojó ligeramente, se lanzó a los brazos de su
marido, incitándolo a proseguir. Adam comenzó a quitarle los
botones del vestido, impaciente por sentir su piel bajo sus manos.
Por su parte, Kate hacia lo mismo con su camisa, estaba claramente
desesperada por tenerlo cerca de ella en la forma más íntima de la
palabra.
Adam caminó hacia la cama, aun con sus labios presionados
sobre los de Kate, moviendo la cabeza para buscar el ángulo más
adecuado para lograr introducirse a su boca y saborear aquel
conocido sabor de la boca de su mujer, era tan dulce y embriagante
que lo enloquecía. Decir que estaba desesperado por sentir su
cuerpo era poco; sus alientos se entremezclaban en los suspiros y
jadeos que salían de sus gargantas de manera precipitada y
extasiada, las manos de Adam parecían ser imparables en su
escaneo por el cuerpo de Katherine, provocando que la mujer se
saliera de si y pegara con ansias su cuerpo al de él, deseosa y
desesperada por lo que podía obtener.
Katherine recorría ese cuerpo con afán, sabiéndolo ahí con ella,
habían pasado tanto tiempo separados que era insaciable las ganas
que tenia de sentirlo presionado contra ella. En un momento de
locura, Katherine rodo sobre él y se sentó sobre su abdomen,
contemplando la negrura de la mirada de su esposo; Adam hizo
ademan de elevar sus manos para tocarla, mas Katherine reaccionó
rápidamente y atrapó sus manos contra el colchón, entrelazando
sus dedos, disfrutando de la expresión que le regalaba, con una
sonrisa juguetona bajo sus labios nuevamente para fundirse en un
beso pasional que parecía quererle robar la respiración, liberando
lentamente las manos de su esposo para lograr ponerlas sobre su
mandíbula que se movía frenética para comerla si era posible. Adam
la presionó nuevamente sobre si, sintiendo el cuerpo de mujer
contra el suyo, extasiándolo. Katherine despego la boca para
recorrer la mandíbula y el cuello de su esposo, bajando hasta su
pecho, desencadenando en el lugar miles de besos y roces que lo
hacían enloquecer.
En un movimiento rápido Adam volvió a tomar el control de la
situación y se posicionó sobre ella, no siendo capaz de contenerse
un minuto más. Besó el cuello de su esposa y se mantuvo ahí al
momento en el que no existían más dos cuerpos y se fundían en un
abrazo interminable y apasionante. La dulzura que principalmente
se había instalado entre ellos paso a la historia, dando lugar a un
frenesí descontrolado en busca de la máxima felicidad, que al final
encontraron juntos.
Adam cayó rendido sobre ella. Respirando con irregularidad. Una
sonrisa marcaba sus labios, plenamente satisfecho al sentir a su
mujer nuevamente suya. Levantó la mirada para contemplar aquel
rostro sonrojado, la joven conservaba los ojos cerrados, inundada
en el mundo que ambos creaban cada vez que hacían el amor.
El duque sonrió y dando pequeños roses sobre los labios de su
esposa, logró que esta abriera los ojos y le regalara una de esas
sonrisas que no le dirigía a nadie más que a él.
—Te amo —susurró ella, presa de la felicidad más pura— Te amo
tanto.
Adam levantó una ceja engreída y rodó sobre la cama,
llevándosela con él para relajarse por un momento. Pasaron unos
minutos en los que no se habló de nada, simplemente disfrutaron de
la satisfacción de mantenerse juntos y a sabiendas de que ahora su
familia estaba completa.
—Adam —le llamo la atención—, quieres ir a la corte a presentar
el caso ¿no es así?
Su esposo dio un suspiro y la pego más a su cuerpo.
—Dijiste que no querías que lo hiciera.
—Lo sé, pero entonces ¿Quién lo hará?
—Pediré ayuda a James.
—¿Cómo harán para averiguar? —posicionó un codo sobre la
cama para verlo—Sigue siendo la mujer de confianza de la reina.
—Él sabe hacer las cosas —sonrió Adam y le dio un beso—. No
debes preocuparte.
—Preferirías hacerlo tú ¿Verdad?
—No tiene ningún caso que te lo diga.
—Entonces no me regreses a casa —sugirió—. Así no habrá
problema.
Adam negó y descartó la idea rápidamente.
—No —la abrazó con más fuerte—. Tienes que estar con los
niños.
—Adam, no estaré tranquila en ningún momento y llevo
demasiado tiempo estando intranquila.
—No —dijo tajante—. No arriesgare a mis hijos a nada y a ti
tampoco.
—Pero…
— Si no deseas que lo haga, lo acepto, pero de eso a tenerte
aquí en el peligro —negó —. No lograrás que eso suceda.
—Si te dejara hacerlo —bajo la mirada— Y algo malo
sucediera… ¿Qué se supone que haga si te vuelvo a perder?
—Katherine, nunca me has perdido.
—Por tres meses sí.
—Pero aquí estoy.
—Eso no quita lo que sufrí.
—En todo caso, ¿Por qué discutimos? ¿Que no dije que no lo
haría?
—Si —aceptó la joven—. Pero la única forma en la que se me
ocurre que Eleonora bajaría la guardia es contigo, fingiendo que te
interesa y por esa razón me regresas, el esposo de ella fingirá
interés en Marinett y eso hará que esté aún más molesta, ella quería
que él muriera.
Adam la miró incrédulo.
—No haré algo como eso —entrecerró los ojos—, deberías
conocerme lo suficiente como para saber que de esa forma no
obtengo las cosas.
Katherine bajó la cabeza. Sabía que sonaba descabellado, pero,
¿Qué otras formas harían para que la reina revelara la verdad?
—No te preocupes, nosotros sabemos manejar estas situaciones.
—No esclarezco esas formas.
—No es necesario que lo hagas —la recostó nuevamente—. Yo
siempre logro lo que quiero, complácete con eso.
—¿Qué se supone que has logrado?
—Te logré conquistar ¿no? Creo que es un buen logro.
—No bromees.
—No lo hago —le acarició la espalda—. Solo no quiero que te
preocupes.
Katherine se sentó sobre la cama con las sabanas cubriendo su
desnudez, mostrándole a su esposo el desacuerdo. Pero la tregua
que sus hijos les habían brindado había llegado a su fin y
nuevamente exigían atención de su madre. Katherine se paró
rápidamente y se colocó una bata para dirigirse a la habitación
continua y traer a los bebés a la cama.
Adam rápidamente estiró los brazos para acoger a alguno de los
mellizos, facilitándole la tarea a su esposa. Como siempre, Adrien
era el más desesperado y llorón de los dos, mientras Blake se
conservaba calma en los brazos de su padre.
—Supongo que ya lo tienes decidido —suspiró Katherine—
¿Cuándo quieres que me marche a la casa?
—¿Tu qué quieres que haga? —le dejó la prerrogativa.
—Quiero que se solucione, si dices que no acabará aquí,
deberíamos hacer algo.
—En toces deja que haga esto y regresa hoy mismo a casa —se
sentó sobre la cama cuidando que el bebé que dormía en su pecho
no se despertara—. Es la forma más rápida.
—¿Desde cuándo me pides permiso para hacer algo? —
entrecerró los ojos.
Adam se inclinó de hombros.
—Es más fácil que pienses que tienes el control.
— Aun así, no lo tengo.
—Lo siento amor, pero quiero resolver esto lo antes posible.
Katherine suspiro.
—¿Y si algo malo sucede?
—No, te lo prometo.
—No puedes hacer eso. Pero supongo que no tengo opción,
harás lo que quieras de todas formas.
—En eso nos parecemos ¿No cielo?
—Tienes una familia Adam —le recordó—. Piensa que te
necesitamos.
—Lo sé. Por eso hago todo esto —besó la cabeza del bebé en
sus brazos—. Si Eleonora tiene obsesión con esta familia, el
atentado durante el embarazo fue solo el principio, si lo que dice
Marinett es verdad, hay una forma de destituirla.
—Pero es arriesgado.
—Es lo único que podemos hacer, además, tenemos a su marido
de nuestro lado.
—Me fascinan los hombres que piensan tener todo bajo control
—negó—, pero somos las mujeres quienes lo resolvimos antes.
—Lastimosamente mi amor, los que podemos actuar en estas
situaciones somos nosotros, iremos a juicio.
—Los odio… menos a Adrien.
Adam sonrió, con eso resuelto, pondría a su esposa en la
primera carroza que hubiera dispuesta y la mandaría lejos de ahí
para mantenerla lejos de todo ese desastre, por mucho que se
enojara y replicara era lo mejor.
38
A un juicio de la muerte
Katherine había llegado a la casa Collingwood desde hacía dos
días y no había encontrado la paz desde entonces, se había
sumergido en el más profundo nerviosismo, caminaba de un lado a
otro inquieta y sin encontrar la manera de serenarse.
—Katherine por favor tranquilízate —sugirió la duquesa viuda.
—No puedo —se negó la joven—. Esto es una locura, no debí
permitirlo nunca.
—No es como que Adam te hubiera hecho caso —dijo Giorgiana.
En ese momento hacia su entrada triunfal Lourdes. Adam
consideró certero el dejarla ahí sin permiso a comunicarse con nadie
ajeno a la casa, por miedo a que la joven llegara a dar aviso a la
Eleonora de lo que se proponían. Katherine y el resto de las mujeres
que la acompañaban dirigieron a la intrusa una mirada funesta y
reveladora de los más oscuros sentimientos que albergaban.
—No es mi culpa que lleven las de perder —les dijo la mujer de
forma altiva.
—Nosotros no llevamos nada de perder —la miró Katherine—.
No estamos haciendo nada contra ninguna ley.
—¿Segura? —levantó la ceja— ¿Estas plenamente convencida
de que esto no sigue siendo una trampa que mi tía y yo les
seguimos tendiendo? ¿Qué tal si yo he dicho justo lo necesario para
que tu marido alzara falsos contra alguien a quién la reina ama
tanto, tanto como a una hija?
—No es cierto —negó la joven—. Estas mintiendo.
—Tal vez —sonrió dulcemente— O tal vez no ¿Cómo saberlo?
—¿Qué haces aquí? —gritó Giorgiana—. Nadie te ha permitido
salir.
—No soy una prisionera —refutó—. En cuanto me marche los
acusaré de secuestro.
Katherine permaneció callada, no sabía que más decir, ni
siquiera tenía ánimos para insultar a Lourdes ante sus desplantes.
Para su desgracia, esa chiquilla la dejo pensando y ella misma sabia
el peligro que surgía si pensaba demasiado, estaba por demás decir
que era una atolondrada que seguro haría cosas estúpidas.
—Ni lo intentes —le tomó del brazo Giorgiana, sacándola del
estupor en el que se encontraba perdida—. Es peligroso.
—No sé de qué me hablas —se inclinó de hombros la pelirroja y
negó varias veces mientras salía del saloncito.
¿Sería una locura en verdad? O tal vez, por una única ocasión,
su alocado pensamiento le estaba indicando la forma de salvar a su
esposo y por ende a su familia.
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