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12 BENEDICTO XVI PORTA FIDE 1

CARTA APOSTÓLICA
EN FORMA DE
MOTU PROPRIO

PORTA FIDE
DEL SUMO PONTÍFICE

BENEDICTO XVI
2 BENEDICTO XVI PORTA FIDE 11
1. «La puerta de la fe», que introduce en la vida de comunión con Dios y diversas; así la autenticidad de vuestra fe, más preciosa que el oro, que, aun-
permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cru- que es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en
za ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja la revelación de Jesucristo; sin haberlo visto lo amáis y, sin contemplarlo to-
plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone empren- davía, creéis en él y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcan-
der un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo, con el zando así la meta de vuestra fe; la salvación de vuestras almas». La vida de
que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el los cristianos conoce la experiencia de la alegría y el sufrimiento. Cuántos
paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús santos han experimentado la soledad. Cuántos creyentes son probados
que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a también en nuestros días por el silencio de Dios, mientras quisieran escuchar
cuantos creen en él. Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu San- su voz consoladora. Las pruebas de la vida, a la vez que permiten compren-
to– equivale a creer en un solo Dios que es Amor: el Padre, que en la pleni- der el misterio de la Cruz y participar en los sufrimientos de Cristo, son prelu-
tud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en dio de la alegría y la esperanza a la que conduce la fe: «Cuando soy débil,
el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, entonces soy fuerte». Nosotros creemos con firme certeza que el Señor Je-
que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso sús ha vencido el mal y la muerte. Con esta segura confianza nos encomen-
del Señor. damos a él: presente entre nosotros, vence el poder del maligno, y la Iglesia,
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recor- comunidad visible de su misericordia, permanece en él como signo de la re-
dado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera conciliación definitiva con el Padre. Confiemos a la Madre de Dios, proclama-
cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con da «bienaventurada porque ha creído» (Lc 1, 45), este tiempo de gracia.
Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Igle- Dado en Roma, junto a San Pedro, el 11 de octubre del año 2011, séptimo
sia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en de mi Pontificado. BENEDICTO XVI
camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la
vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la
vida en plenitud». Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocu-
pan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su com-
promiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presu-
puesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no apa-
rece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el
pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente acepta-
do en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella,
hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de
una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas.
3. No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta.
Como la samaritana, también el hombre actual puede sentir de nuevo la ne-
cesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él
y a extraer el agua viva que mana de su fuente. Debemos descubrir de nue-
vo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por
la Iglesia, y el Pan de la vida, ofrecido como sustento a todos los que son sus
discípulos. En efecto, la enseñanza de Jesús resuena todavía hoy con la
misma fuerza: «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento
que perdura para la vida eterna». La pregunta planteada por los que lo escu-
chaban es también hoy la misma para nosotros: «¿Qué tenemos que hacer
para realizar las obras de Dios?». Sabemos la respuesta de Jesús: «La obra
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testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado». Creer en Jesucristo es,
esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad». Con por tanto, el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación.
palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol 4. A la luz de todo esto, he decidido convocar un Año de la fe. Comenzará
Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si el 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Con-
no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una herma- cilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Univer-
na andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: so, el 24 de noviembre de 2013. En la fecha del 11 de octubre de 2012, se
“Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, celebrarán también los veinte años de la publicación del Catecismo de la
¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por Iglesia Católica, promulgado por mi Predecesor, el beato Papa Juan Pablo II,
dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe con la intención de ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe. Este
tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”». La fe sin la caridad documento, auténtico fruto del Concilio Vaticano II, fue querido por el Sínodo
no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced Extraordinario de los Obispos de 1985 como instrumento al servicio de la
de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una per- catequesis, realizándose mediante la colaboración de todo el Episcopado de
mite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus la Iglesia católica. Y precisamente he convocado la Asamblea General del
vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre de 2012, sobre el tema de La
quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisa- nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Será una buena
mente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos re- ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial
conocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. reflexión y redescubrimiento de la fe. No es la primera vez que la Iglesia está
«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, llamada a celebrar un Año de la fe. Mi venerado Predecesor, el Siervo de
conmigo lo hicisteis»: estas palabras suyas son una advertencia que no se Dios Pablo VI, proclamó uno parecido en 1967, para conmemorar el martirio
ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cui- de los apóstoles Pedro y Pablo en el décimo noveno centenario de su supre-
da de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mis- mo testimonio. Lo concibió como un momento solemne para que en toda la
mo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo Iglesia se diese «una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; además,
en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y
nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una consciente, interior y exterior, humilde y franca». Pensaba que de esa mane-
tierra nueva en los que habite la justicia». ra toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reani-
15. Llegados sus últimos días, el apóstol Pablo pidió al discípulo Timoteo marla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla». Las grandes
que «buscara la fe» con la misma constancia de cuando era niño. Escuche- transformaciones que tuvieron lugar en aquel Año, hicieron que la necesidad
mos esta invitación como dirigida a cada uno de nosotros, para que nadie se de dicha celebración fuera todavía más evidente. Ésta concluyó con la Profe-
vuelva perezoso en la fe. Ella es compañera de vida que nos permite distin- sión de fe del Pueblo de Dios, para testimoniar cómo los contenidos esencia-
guir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tra- les que desde siglos constituyen el patrimonio de todos los creyentes tienen
tando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compro- necesidad de ser confirmados, comprendidos y profundizados de manera
mete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo siempre nueva, con el fin de dar un testimonio coherente en condiciones his-
resucitado en el mundo. Lo que el mundo necesita hoy de manera especial tóricas distintas a las del pasado.
es el testimonio creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la 5. En ciertos aspectos, mi Venerado Predecesor vio ese Año como una
Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al «consecuencia y exigencia postconciliar», consciente de las graves dificulta-
deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin. «Que la Palabra des del tiempo, sobre todo con respecto a la profesión de la fe verdadera y a
del Señor siga avanzando y sea glorificada»: que este Año de la fe haga ca- su recta interpretación. He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo
da vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él tenemos la con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una
certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y duradero. ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los
Las palabras del apóstol Pedro proyectan un último rayo de luz sobre la fe: Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, «no pierden
«Por ello os alegráis, aunque ahora sea preciso padecer un poco en pruebas su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que
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sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Ma- la vida ante el vacío de la muerte, todo tiene su cumplimiento en el misterio
gisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el de- de su Encarnación, de su hacerse hombre, de su compartir con nosotros la
ber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha bene- debilidad humana para transformarla con el poder de su resurrección. En él,
ficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura muerto y resucitado por nuestra salvación, se iluminan plenamente los ejem-
para orientarnos en el camino del siglo que comienza». Yo también deseo plos de fe que han marcado los últimos dos mil años de nuestra historia de
reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses des- salvación. Por la fe, María acogió la palabra del Ángel y creyó en el anuncio
pués de mi elección como Sucesor de Pedro: «Si lo leemos y acogemos de que sería la Madre de Dios en la obediencia de su entrega. En la visita a
guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez Isabel entonó su canto de alabanza al Omnipotente por las maravillas que
más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia». hace en quienes se encomiendan a Él. Con gozo y temblor dio a luz a su
6. La renovación de la Iglesia pasa también a través del testimonio ofrecido único hijo, manteniendo intacta su virginidad. Confiada en su esposo José,
por la vida de los creyentes: con su misma existencia en el mundo, los cristia- llevó a Jesús a Egipto para salvarlo de la persecución de Herodes. Con la
nos están llamados efectivamente a hacer resplandecer la Palabra de ver- misma fe siguió al Señor en su predicación y permaneció con él hasta el Cal-
dad que el Señor Jesús nos dejó. Precisamente el Concilio, en la Constitu- vario. Con fe, María saboreó los frutos de la resurrección de Jesús y, guar-
ción dogmática Lumen gentium, afirmaba: «Mientras que Cristo, “santo, dando todos los recuerdos en su corazón, los transmitió a los Doce, reunidos
inocente, sin mancha”, no conoció el pecado, sino que vino solamente a ex- con ella en el Cenáculo para recibir el Espíritu Santo. Por la fe, los Apóstoles
piar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecado- dejaron todo para seguir al Maestro. Creyeron en las palabras con las que
res, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación, y busca sin cesar anunciaba el Reino de Dios, que está presente y se realiza en su persona.
la conversión y la renovación. La Iglesia continúa su peregrinación “en medio Vivieron en comunión de vida con Jesús, que los instruía con sus enseñan-
de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios”, anunciando la zas, dejándoles una nueva regla de vida por la que serían reconocidos como
cruz y la muerte del Señor hasta que vuelva. Se siente fortalecida con la fuer- sus discípulos después de su muerte. Por la fe, fueron por el mundo entero,
za del Señor resucitado para poder superar con paciencia y amor todos los siguiendo el mandato de llevar el Evangelio a toda criatura y, sin temor al-
sufrimientos y dificultades, tanto interiores como exteriores, y revelar en el guno, anunciaron a todos la alegría de la resurrección, de la que fueron testi-
mundo el misterio de Cristo, aunque bajo sombras, sin embargo, con fideli- gos fieles. Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en
dad hasta que al final se manifieste a plena luz». torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Euca-
En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y re- ristía, poniendo en común todos sus bienes para atender las necesidades de
novada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio los hermanos. Por la fe, los mártires entregaron su vida como testimonio de
de su muerte y resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y la verdad del Evangelio, que los había trasformado y hecho capaces de lle-
llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pe- gar hasta el mayor don del amor con el perdón de sus perseguidores. Por la
cados. Para el apóstol Pablo, este Amor lleva al hombre a una nueva vida: fe, hombres y mujeres han consagrado su vida a Cristo, dejando todo para
«Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo vivir en la sencillez evangélica la obediencia, la pobreza y la castidad, signos
que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también concretos de la espera del Señor que no tarda en llegar. Por la fe, muchos
nosotros andemos en una vida nueva». Gracias a la fe, esta vida nueva plas- cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concre-
ma toda la existencia humana en la novedad radical de la resurrección. En la ta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimi-
medida de su disponibilidad libre, los pensamientos y los afectos, la mentali- dos y un año de gracia para todos. Por la fe, hombres y mujeres de toda
dad y el comportamiento del hombre se purifican y transforman lentamente, edad, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida, han confesado a lo
en un proceso que no termina de cumplirse totalmente en esta vida. La «fe largo de los siglos la belleza de seguir al Señor Jesús allí donde se les llama-
que actúa por el amor» se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y ba a dar testimonio de su ser cristianos: en la familia, la profesión, la vida pú-
de acción que cambia toda la vida del hombre. blica y el desempeño de los carismas y ministerios que se les confiaban.
7. «Caritas Christi urget nos»: es el amor de Cristo el que llena nuestros También nosotros vivimos por la fe: para el reconocimiento vivo del Señor
corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, él nos envía por los Jesús, presente en nuestras vidas y en la historia.
caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la 14. El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el
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manifiesto la riqueza de la enseñanza que la Iglesia ha recibido, custodiado y tierra. Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada genera-
ofrecido en sus dos mil años de historia. Desde la Sagrada Escritura a los ción: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evange-
Padres de la Iglesia, de los Maestros de teología a los Santos de todos los lio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es necesa-
siglos, el Catecismo ofrece una memoria permanente de los diferentes mo- rio un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangeli-
dos en que la Iglesia ha meditado sobre la fe y ha progresado en la doctrina, zación para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo
para dar certeza a los creyentes en su vida de fe. En su misma estructura, el de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y
Catecismo de la Iglesia Católica presenta el desarrollo de la fe hasta abordar vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar. La fe,
los grandes temas de la vida cotidiana. A través de sus páginas se descubre en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe
que todo lo que se presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Per- y se comunica como experiencia de gracia y gozo. Nos hace fecundos, por-
sona que vive en la Iglesia. A la profesión de fe, de hecho, sigue la explica- que ensancha el corazón en la esperanza y permite dar un testimonio fecun-
ción de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y conti- do: en efecto, abre el corazón y la mente de los que escuchan para acoger la
núa la construcción de su Iglesia. Sin la liturgia y los sacramentos, la profe- invitación del Señor a aceptar su Palabra para ser sus discípulos. Como afir-
sión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el tes- ma san Agustín, los creyentes «se fortalecen creyendo». El santo Obispo de
timonio de los cristianos. Del mismo modo, la enseñanza del Catecismo so- Hipona tenía buenos motivos para expresarse de esta manera. Como sabe-
bre la vida moral adquiere su pleno sentido cuando se pone en relación con mos, su vida fue una búsqueda continua de la belleza de la fe hasta que su
la fe, la liturgia y la oración. corazón encontró descanso en Dios. Sus numerosos escritos, en los que
12. Así, pues, el Catecismo de la Iglesia Católica podrá ser en este Año un explica la importancia de creer y la verdad de la fe, permanecen aún hoy co-
verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se mo un patrimonio de riqueza sin igual, consintiendo todavía a tantas perso-
preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro con- nas que buscan a Dios encontrar el sendero justo para acceder a la «puerta
texto cultural. Para ello, he invitado a la Congregación para la Doctrina de la de la fe». Así, la fe sólo crece y se fortalece creyendo; no hay otra posibilidad
Fe a que, de acuerdo con los Dicasterios competentes de la Santa Sede, para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in cres-
redacte una Nota con la que se ofrezca a la Iglesia y a los creyentes algunas cendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre co-
indicaciones para vivir este Año de la fe de la manera más eficaz y apropia- mo más grande porque tiene su origen en Dios.
da, ayudándoles a creer y evangelizar. En efecto, la fe está sometida más 8. En esta feliz conmemoración, deseo invitar a los hermanos Obispos de
que en el pasado a una serie de interrogantes que provienen de un cambio todo el Orbe a que se unan al Sucesor de Pedro en el tiempo de gracia espi-
de mentalidad que, sobre todo hoy, reduce el ámbito de las certezas raciona- ritual que el Señor nos ofrece para rememorar el don precioso de la fe. Que-
les al de los logros científicos y tecnológicos. Pero la Iglesia nunca ha tenido remos celebrar este Año de manera digna y fecunda. Habrá que intensificar
miedo de mostrar cómo entre la fe y la verdadera ciencia no puede haber la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su
conflicto alguno, porque ambas, aunque por caminos distintos, tienden a la adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un mo-
verdad. mento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendre-
13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de mos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras
nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la san- catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras
tidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y
que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las
de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe sus- comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades
citar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar pública-
experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos. Du- mente el Credo.
rante este tiempo, tendremos la mirada fija en Jesucristo, «que inició y com- 9. Deseamos que este Año suscite en todo creyente la aspiración a confe-
pleta nuestra fe»: en él encuentra su cumplimiento todo afán y todo anhelo sar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza. Se-
del corazón humano. La alegría del amor, la respuesta al drama del sufri- rá también una ocasión propicia para intensificar la celebración de la fe en la
miento y el dolor, la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de liturgia, y de modo particular en la Eucaristía, que es «la cumbre a la que tien-
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de la acción de la Iglesia y también la fuente de donde mana toda su fuerza». tés muestra con toda evidencia esta dimensión pública del creer y del anun-
Al mismo tiempo, esperamos que el testimonio de vida de los creyentes sea ciar a todos sin temor la propia fe. Es el don del Espíritu Santo el que capaci-
cada vez más creíble. Redescubrir los contenidos de la fe profesada, cele- ta para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso.
brada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, La misma profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunita-
es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio, sobre todo en rio. En efecto, el primer sujeto de la fe es la Iglesia. En la fe de la comunidad
este Año. No por casualidad, los cristianos en los primeros siglos estaban cristiana cada uno recibe el bautismo, signo eficaz de la entrada en el pueblo
obligados a aprender de memoria el Credo. Esto les servía como oración de los creyentes para alcanzar la salvación. Como afirma el Catecismo de la
cotidiana para no olvidar el compromiso asumido con el bautismo. San Iglesia Católica: «“Creo”: Es la fe de la Iglesia profesada personalmente por
Agustín lo recuerda con unas palabras de profundo significado, cuando en cada creyente, principalmente en su bautismo. “Creemos”: Es la fe de la Igle-
un sermón sobre la redditio symboli, la entrega del Credo, dice: «El símbolo sia confesada por los obispos reunidos en Concilio o, más generalmente, por
del sacrosanto misterio que recibisteis todos a la vez y que hoy habéis recita- la asamblea litúrgica de los creyentes. “Creo”, es también la Iglesia, nuestra
do uno a uno, no es otra cosa que las palabras en las que se apoya sólida- Madre, que responde a Dios por su fe y que nos enseña a decir: “creo”,
mente la fe de la Iglesia, nuestra madre, sobre la base inconmovible que es “creemos”». Como se puede ver, el conocimiento de los contenidos de la fe
Cristo el Señor. […] Recibisteis y recitasteis algo que debéis retener siempre es esencial para dar el propio asentimiento, es decir, para adherirse plena-
en vuestra mente y corazón y repetir en vuestro lecho; algo sobre lo que te- mente con la inteligencia y la voluntad a lo que propone la Iglesia. El conoci-
néis que pensar cuando estáis en la calle y que no debéis olvidar ni cuando miento de la fe introduce en la totalidad del misterio salvífico revelado por
coméis, de forma que, incluso cuando dormís corporalmente, vigiléis con el Dios. El asentimiento que se presta implica por tanto que, cuando se cree, se
corazón». acepta libremente todo el misterio de la fe, ya que quien garantiza su verdad
10. En este sentido, quisiera esbozar un camino que sea útil para compren- es Dios mismo que se revela y da a conocer su misterio de amor. Por otra
der de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente parte, no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultu-
también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y ral, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el
con plena libertad a Dios. En efecto, existe una unidad profunda entre el acto sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo. Esta bús-
con el que se cree y los contenidos a los que prestamos nuestro asentimien- queda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por
to. El apóstol Pablo nos ayuda a entrar dentro de esta realidad cuando escri- el camino que conduce al misterio de Dios. La misma razón del hombre, en
be: «con el corazón se cree y con los labios se profesa». El corazón indica efecto, lleva inscrita la exigencia de «lo que vale y permanece siempre». Esta
que el primer acto con el que se llega a la fe es don de Dios y acción de la exigencia constituye una invitación permanente, inscrita indeleblemente en el
gracia que actúa y transforma a la persona hasta en lo más íntimo. corazón humano, a ponerse en camino para encontrar a Aquel que no bus-
A este propósito, el ejemplo de Lidia es muy elocuente. Cuenta san Lucas caríamos si no hubiera ya venido. La fe nos invita y nos abre totalmente a
que Pablo, mientras se encontraba en Filipos, fue un sábado a anunciar el este encuentro.
Evangelio a algunas mujeres; entre estas estaba Lidia y el «Señor le abrió el 11. Para acceder a un conocimiento sistemático del contenido de la fe, to-
corazón para que aceptara lo que decía Pablo». El sentido que encierra la dos pueden encontrar en el Catecismo de la Iglesia Católica un subsidio pre-
expresión es importante. San Lucas enseña que el conocimiento de los con- cioso e indispensable. Es uno de los frutos más importantes del Concilio Vati-
tenidos que se han de creer no es suficiente si después el corazón, auténtico cano II. En la Constitución apostólica Fidei depositum, firmada precisamente
sagrario de la persona, no está abierto por la gracia que permite tener ojos al cumplirse el trigésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el
para mirar en profundidad y comprender que lo que se ha anunciado es la beato Juan Pablo II escribía: «Este Catecismo es una contribución importan-
Palabra de Dios. Profesar con la boca indica, a su vez, que la fe implica un tísima a la obra de renovación de la vida eclesial... Lo declaro como regla
testimonio y un compromiso público. El cristiano no puede pensar nunca que segura para la enseñanza de la fe y como instrumento válido y legítimo al
creer es un hecho privado. La fe es decidirse a estar con el Señor para vivir servicio de la comunión eclesial». Precisamente en este horizonte, el Año de
con él. Y este «estar con él» nos lleva a comprender las razones por las que la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar
se cree. La fe, precisamente porque es un acto de la libertad, exige también los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados sistemática y orgánica-
la responsabilidad social de lo que se cree. La Iglesia en el día de Pentecos- mente en el Catecismo de la Iglesia Católica. En efecto, en él se pone de

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