Cosme o El Ocaso de Los Hombres Aproximacion A La
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Héctor Rojas Herazo, Giovanni Quessep y Rómulo Bustos Aguirre: visitando los bosques del Paraíso View project
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Resumen Abstract
Cosme (1927), novela del escritor Cosme (1927) novel written by the
barranquillero José Félix Fuenmayor, Barranquilla’s author José Felix
emerge como caso insular en medio Fuenmayor, seems like an iso-
del panorama de la narrativa colom- lated case in Colombian narrative,
biana, antecediendo en casi dos anticipating in almost two decades
décadas los logros de Álvaro Cepeda the achievement of Alvaro Cepeda
Samudio, Gabriel García Márquez y Samudio, Gabriel García Márquez
Héctor Rojas Herazo. Su prosa, así and Héctor Rojas Herazo. Fuen-
como esa notoria preferencia por mayor’s prose, notorious prefer-
la polifonía del diálogo y la agreste ence for the dialogue filled with mul-
herida de lo absurdo, lo sitúan junto a tiple voices and the harsh wound of
ímpetus de la talla de Miguel de Una- the absurd, take us immediately to
muno, y, con igual fuerza, nos centran the modern man drama, detached
de inmediato en el drama del hombre from any heavenly recourse. This
moderno, desasido de todo recurso man, beaten by the wounds failure,
celeste. Es este hombre, minado por is my main interest. Likewise, I aim
las llagas del fracaso, uno de los prin- to track the presence of a neopla-
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Poco o nada de relevante tendría una afirmación como ésta, si olvidamos que
a principios del siglo pasado era menos que probable que la historia de una
simple sombra fuera recibida con agrado en un país que se había acostumbrado
a los fervores del diletantismo. Ya desde Sören Kierkegaard –que presintió
tal vez más que ningún otro en su tiempo la agonía y la absurda épica del
individuo, la vertiginosa batalla del “yo”para siempre solitario1–, ya desde
entonces se había empezado a temer con mucho de odio, y otro tanto de hastío,
1
Son suficientes, para comprobar el talante épico de la vida como absurdo y paradoja –pero al fin y
al cabo como vida vivida con fervor, aunque miserablemente–, estas palabras del filósofo danés en
su Sygdommen til döden: “Este tormento contradictorio, esa enfermedad del yo que consiste en estar
muriendo eternamente, muriendo y no muriendo, muriendo la muerte. Pues morir significa que todo ha
terminado, pero morir la muerte significa que se vive el mismo morir [...]” (1984: III, 44).
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a un ser que no fuera nada. No obstante, sucede que Cosme, en medio de todo
un fervor más ético que formal, deviene sólo como nombre. De su historia,
impecable modelo de impiedad literaria, apenas nos quedan, entre algunos
otros sentimientos, una terrible compasión.
Surgen con ello los primeros inconvenientes: ¿No corresponde a las almas
románticas trascender a pesar del fracaso? ¿No es también Cosme un espíritu
que no encuentra su lugar en el mundo y vive hacia dentro, no prologándose
hacia el Universo, sino a un microcosmos íntimo e ignorado? De ello no
pareciera haber duda. La novela de Fuenmayor, en la línea de la mejor ironía
sobre las “novelas de aprendizaje”, recorre la vida de Cosme, de manera
episódica, con un estilo aguzadamente austero, y nos devela hasta el momento
sucedáneo a la muerte el fuego de un idealismo de la estirpe más ática; una
imaginación ferviente, casi alucinada, que lo lleva a fraguar viajes, crímenes
e historias de amor; una predisposición innata hacia el sufrimiento amoroso,
hacia la evanescencia del objeto del deseo; y unos versos oscuros y unas es-
trofas desgarradas que, como cualquier otro lugar común romántico, reposan
entre sauces, cipreses y lápidas.
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No será nada sui géneris que Lucita sea adecuada a las fantasmagorías
idealistas, con un sueño o una visión, antes que con la niña que ha abier-
to las ventanas de su casa para ver caminar a otro niño que se dirige al
Colegio:
Todas son imágenes etéreas, y las dos últimas referencias: la del poema en
que se “atomiza”Lucita y la “nube de oro”, indican, por un lado, la poesía
como desdoblamiento del “yo”, y por otro, la fantástica visión, el mito sagrado
de Dánae, visitada en su torre por una lluvia de oro que es el propio Zeus
lujurioso. Estas imágenes señalan, asimismo, el carácter visceral de Cosme,
hasta el punto de que ya en el capítulo XXXVII, cuando éste se atreva a una
definición del amor, no tendremos dudas de nuestras conjeturas: “El amor
es una dulce batalla, y aligera tanto el cuerpo, que la materia por él se torna
alada y vuela con el espíritu por regiones divinas” (XXXVII, p. 131). No hay
aquí cuerpo, sudor o lágrimas. La materia ha cedido espacio, y si bien Don
Barbo, con quien Cosme conversa en la calle, le habla próbidamente de un
amor que él acaba de satisfacer en la cama, el joven Cosme, que también ha
dormido con una mujer horas antes, se eleva a otras esferas: no le importan
los besos o las caricias “porque el camino recto del amor”, como lo escribe
un alter ego de Platón, “ya se guíe por sí mismo, ya sea guiado por otro, es
comenzar por las bellezas inferiores y elevarse hasta la belleza suprema [...]”
(1998: Vol. III, 113).
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Hay otros paralelos, desde luego, que implican mucho más que una con-
cepción del amor, y se detienen en puntos específicos –casi circunstancia-
les–, pero de vital importancia dentro de un pasado literario. Existen, en el
mismo nivel, correspondencias entre las acciones de Cosme y las teorías y
relatos amorosos de la literatura medieval. Existen correspondencias entre
sus preocupaciones individuales y los tópicos de la estética del dolce stil
nuovo. Un asunto aparentemente tan trivial como lo es el sentido de la vista,
el contemplar el objeto amado, o que pronto será amado como a un numen,
es un punto de confluencia de toda la literatura stilnovista, y un drama terri-
ble en Cosme, pues éste no se atreve, no quiere, observar a Lucita que le
aguarda en la ventana: “Cuando por algún contratiempo se veía obligado
a tomar su antiguo camino, se iba por la acera opuesta sin levantar la vista
del suelo”(X, p.33). Pero, ¿por qué tanta importancia al encuentro visual, ya
sea bajo la fuerza de un deseo o de una exclusión? En otras circunstancias
hablaríamos de arquetipos o de una tradición literaria persistente en Cosme;
pero después de haber revisado la presencia de elementos del idealismo
neoplatónico en la construcción del personaje Cosme, no es osado afirmar
también una nueva intertextualidad.
Los stilnovistas, entre ellos el poeta boloñés Guido Guinizelli, Dante Alighie-
ri y Guido Cavalcanti, siguiendo la profunda espiritualidad escolástica, la
herencia de los cantores provenzales y el amor cortés, crearon una dama,
bella, perfecta e inalcanzable (totalmente celeste, en el caso de Dante) cono-
cida como la donna angelicata, o dama-ángel, cuya sola visión era el mayor
premio a la vida. Cosme, a pesar de lo que habría de esperarse en un héroe
2
No en vano Cosme se refiere a Lucita como un “deidad vagorosa”, de “belleza impalpable”, y
“atomizada en un poema inefable” (pp.32 y 33)
3
Entenderemos la manifestación de este idealismo como la reelaboración teórica del filósofo renacentista
Marsilio Ficino (1433-1499), quien –afianzado casi inmediatamente en la lírica– dio de nuevo camino
al autor de La República al mundo de Occidente. El amor platónico, en estricto sentido, es un amor
intelectual sólo posible entre hombres.
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[...] porque no de otra parte que el fuego por sí mismo de una parte
a otra se arroja, así una luz, transcurriendo por un rayo sutilísimo,
de los suyos partiendo, hirió mis ojos, y no se quedó contenta en
ellos sino que, no sé por qué ocultas vías, súbitamente al corazón
penetrando se anduvo. (1989: I, 11).
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Hasta aquí todo pareciera confirmar un alma romántica, como en líneas ante-
riores las visiones neoplatónicas reafirmarían un fecundo idealismo; pero la
realidad es diferente. De Aguiar e Silva, en su concienzuda Teoría de la litera-
tura, ha escrito que la energía del yo romántico se despliega entre: “Energía
infinita del yo y ansia de absoluto” e “imposibilidad de trascender de manera
total lo finito y contingente”(1986: 32), y el idealista alemán Johann Gottlieb
Fichte, en su Doctrina de la ciencia, afirma que existe un Yo absoluto –mal
interpretado como “yo” individual, pero de similares características– cuya
única labor consiste en afirmarse a sí mismo. Ambas cuestiones propenden por
un individuo pleno de voluntad, heroico en su derrota, que se debate entre los
dos límites del tiempo y el espacio, pero que, en su terrible desesperanza, es la
sumatoria de todos los hombres, o de lo que debiera ser el Hombre. Cosme, sin
embargo, no es este individuo. Comparte con los románticos ciertos ámbitos
que hoy, a tanta distancia, se han vuelto comunes, y que responden más a una
4
Valga aquí la descripción de un paisaje acuático: “Allí, sobre cubierta, Cosme recibía el viento en el rostro
atildado por una gorra galoneada [...] Las luces reproducidas en el agua parecían descender infinitamente
hasta un mundo fantástico. En las orillas próximas, luminarias dispersas iban como señalando confines
más allá de los cuales acampaba el misterio”. [El subrayado es nuestro. (XVII, p. 59)].
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intentar evitar que su padre firme los papeles del doctor Fregolín con los cua-
les les será confiscada su casa. Después de ello cae desfallecido, a causa del
esfuerzo, de su “intervención audaz” (XXVI, p. 92)
Tanto Cosme como el doctor Patagato y don Damián, son títeres del narrador.
Carecen de fuerza, y es en su misma muerte donde reluce la prueba de su fra-
caso: el doctor Patagato es literalmente arrastrado a su desgracia durante una
caminata por la calle: “El médico se sintió como empujado, y adelantó por
el trayecto que se le señalaba”y “continuó con paso quieto, aunque un tanto
asombrado de sí mismo por la docilidad y la precisión con que seguía la línea
de marcha fijada por el desconocido.”Entonces, con reveladora bruma se nos
muestra que: “Sintió que este ser extraño [el que antes le había indicado el
camino] lo vigilaba y, desde lejos, lo influía”, (XXVIII, pp.100-101). Poco
después, suena la detonación. La muerte de don Damián, por su parte, se desen-
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Pan Comercial del señor Pechuga, por su parte, son explotados físicamente,
abocados a una plusvalía vergonzosa5, y, aun sabiéndose en el centro y la
circunferencias del torbellino no parecen siquiera molestarse por ello: han
perdido carácter, voluntad, son apenas el resultado de una sociedad masifi-
cada. ¿Dónde queda, pues, la trascendencia del hombre? ¿Nos encontramos
en Cosme con su ocaso? Fuenmayor no se arriesga a una respuesta, pero lo
sentimos prever su futuro holocausto, no ahora, sino cuando el nuevo mundo
de la modernidad haya terminado por reducir a sus últimos baluartes lo poco
de humanidad que nos quede, cuando otro doctor Fregolín o capitán Truco o
Mr. Perheth, le den muerte a aquellas almas de brumoso romanticismo que
son las ruinas de lo que antaño fuera el hombre.
A modo de epílogo...
Bibliografía
5
Así, cuando el capitán Truco presenta una propuesta de aumento para Cosme, el señor Pechuga replicará
con una máxima digna del más grande ingenio satánico: “De ninguna manera [...] La experiencia me ha
ilustrado sobre el problema de los salarios. Estos deben bajarse todo lo posible”. Y agrega más adelante:
“Al empleado debe tenérsele con hambre y esperanzado. Tal es la fórmula que otros patrones se han
dejado arrebatar por el socialismo”. (XVI, p. 57).
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