Me Enamoré de Otra Mujer

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Me enamoré de otra mujer

Luciano Lutereau

Me enamoré de otra mujer


27 de abril de 2021 

“Me enamoré de otra mujer” es una frase bastante habitual en la primera consulta de algunos
varones, cuando les preguntamos por qué vinieron en busca de un analista. A veces da la
impresión de que la dicen como quien pide disculpas, también puede ser que sea en busca de
alguna complicidad. Lo que siempre me llama la atención es que digan que se trata de “otra” mujer,
porque eso indica que no hay solo una; es decir, ¿respecto de qué mujer, aquella de la que se
enamoraron, es “otra”?

La pregunta no es meramente retórica, porque da la pauta de que amar a una mujer puede ser la
condición para enamorarse de otra. En este punto, me quiero referir a los casos de varones que se
enamoran de otras mujeres cuando, por un lado, están en pareja y, al mismo tiempo, no se trata de
parejas que estén en crisis. Ellos mismos lo dicen con algo de sorpresa: “Tengo una buena pareja,
compartimos muchas cosas, sexualmente la pasamos bien…”. 

Una repuesta fácil, sería hablar del deseo como pasión inquieta, de su insatisfacción intrínseca, de
que siempre busca a otra cosa; pero estos varones de los que hablo no son unos pelotudos, son
tipos grandes, que no se andan a su edad (entre 40 y 50) atrapados en la veleidades del
inconformismo. Tampoco son narcisistas que disfrutan del levante como estrategia para verificar
que “todavía pueden”. No los subestimemos, viven algo más importante, que ni siquiera se puede
reconducir al conflicto neurótico (obsesivo) de dudar entre dos mujeres, aunque a veces así lo
presenten, con esa pregunta: ¿qué hago? ¿Con cuál me quedo?

Quizá sí se trate, a veces, de varones ingenuos: creen que son ellos quienes pueden elegir a una
mujer, en este punto tal vez sean un poco infantiles. En todo caso, lo que me importa destacar es
que lo primero que, como analista, me surge preguntar es cómo, cuándo y por qué se enamoraron.
No pocas veces confirmo que ese amor es reactivo, es decir: surgió como respuesta a alguna
circunstancia. Dije antes que estos varones no suelen estar atravesando una crisis con su pareja;
bueno, enamorarse de otra mujer puede ser la vía para introducir una crisis que, de otra manera,
no podían vivir. Así puede verse que el conflicto era de origen interno, pero necesita una causa (o
excusa) externa.

¿Por qué un varón no podría vivir una crisis con su pareja sin recurrir a un amor de este tenor, a un
artificio semejante? Esto me recuerda a esa canción de Rodrigo que dice “¿Cómo le digo a mi
mujer que ya no la quiero más, que otra ocupa su lugar, que vivir sin ti no puedo?”. Es claro que
una afirmación semejante es imposible de articular, ¿no sería incluso hasta un acto sádico decirle
algo así a una mujer? Esto es lo que un analista escucha, cuando alguno de estos varones nos
cuenta su sufrimiento con palabras más o menos parecidas a las del cuartetero; entonces, ¿por
qué querría castigarla? Es posible que esa mujer se haya vuelto algo opresiva para él, que en la
fantasía de agresión no se trate más que de una proyección de su impotencia, puede haber
diferentes opciones; sin embargo, ya lo dije: estos varones no son idiotas, dejar la cuestión en este
nivel sería si no trivial, sí trillado. Lo importante no es recrear el rol que una mujer puede
encarnar para un varón, porque así no haría más que justificarse. Es claro que, por esta vía,
lo que una mujer es para un varón depende también del lugar que ella le otorgó. No se
puede tratar a un varón como si fuese un niño.

Pienso en el caso de un varón que, en cierta ocasión, hablaba de sus hijos, del modo en que él
privilegiaba la autoridad y les ponía límites. “Lavar los platos, hacer la cama, esas boludeces…”,
dijo y, en chiste, le pregunté si los límites eran boludeces. Era claro que esas actividades no valían
por sí mismas, sino porque, en ellas, se reconocía cuánto los hijos obedecían. Entonces quiso
agregar que su mujer era más “laxa”, pero lo hizo con un lapsus que incluyó dentro de esa palabra
una referencia al trabajo de ella. Así fue que se refirió al modo en que la mujer, trabajadora
independiente, se manejaba de otro modo con su dinero. Si eventualmente alguna compra excedía
el presupuesto, a él le tocaba complementar el monto. “Eso hace que yo tenga que trabajar más”,
dijo, pero es claro que esto no es lo que él pensaba; porque sus ideas sobre la economía familiar
no se basaban en medir el aporte de cada uno. Entonces la frase tiene una raíz inconsciente, que
expone una fantasía (bastante común en varones): que las mujeres se dedican a gastar el dinero
de los maridos, con la representación de una escena pasiva, “ella me hace trabajar”. Lo interesante
es que a continuación él agregó: “Porque si yo hubiera recibido una herencia o mi viejo me hubiese
dejado plata…”. En ese punto, yo pensé: si así fuese, ella gastaría la plata de tu padre, pero no se
lo dije, porque había algo más importante para decir: que esa mujer le implicaba un trabajo.

¿De qué clase de trabajo hablo? No me refiero al que se expresa monetariamente, sí a uno mental.
Me explico: en ese señalamiento del gasto, este varón nombra un punto en que reconoce en la
mujer algo que se le escapa, un exceso y, si pensamos este aspecto a partir de lo que había dicho
anteriormente, podemos interpretar: quisiera que hubiera en ella un límite, que lo reconozca a él;
no es una relación paternalista, aquí sería vulgar la idea de tildarlo de “machirulo” y esas cosas que
se dicen hoy para aplastar la capacidad de pensar. No es una relación paternalista, porque
justamente él añora la presencia de un padre. Su alusión a la herencia podría parafrasearse: si mi
padre me hubiese dado “algo” más, yo podría hacerle frente a lo que en una mujer me excede. Es
una hermosa fantasía de varón, la que apuesta al padre como recurso último para hacer frente a lo
femenino. En efecto, todo un seminario de Jacques Lacan (titulado Aún) está dedicado a esta idea
y a mostrar que el padre, para un varón, fracasa y esa y no otra es la vía por la que deviene
masculino.

El caso de este varón, como el de muchos otros, da cuenta de un conflicto básico de la


masculinidad, en el que surge cuando la mujer demuestra el fracaso del padre. Decir esto y
agregar: cuando una mujer mata al padre, es lo mismo. A veces puede creerse que la fantasía
parricida para un varón se juega en su relación con otros varones, pero éste es un espejismo que
incluso a veces ellos mismos llegan a creer. Como alguna vez escribí en algún libro, el análisis
para un varón es para poner a la mujer en el lugar del padre y, por cierto, esto no quiere decir que
esa mujer se defina anatómicamente. Mujer en la teoría psicoanalítica es todo lo que permite ir
más allá del padre, pero sirviéndose de él.

Volvamos entonces al comienzo, ¿en qué momento suele darse este enamoramiento reactivo
que, como dije, ocurre en relaciones que no se encuentran atravesando una crisis? Por lo
general, la coordenada psíquica de estos casos se relaciona con el conflicto que mencioné
antes: es el momento en que, incluso después de mucho tiempo juntos, se juega para un
varón asumir a su pareja como esposa. Por lo tanto, diría que enamorarse de “otra mujer”,
es un típico síntoma de marido. Desde ya que una pareja puede haber contraído matrimonio
(civil o religioso) mucho antes, quizá nunca, pero ni el Estado ni Dios unen lo que solo el
inconsciente asegura.

A través del enamoramiento reactivo, un varón regresa –luego de alternar entre su posición
de hijo y padre (la breve reseña que indiqué muestra esa alternancia)– al único lugar en que
cree que puede ser un hombre para una mujer, como enamorado. Sin duda, éste es un lugar
mucho más cómodo y apasionado que el de marido, que la mayoría de las veces suele ser
ridiculizado socialmente, acompañado de fantasías (de infidelidad, de desinterés, etc.), sumado a
que hoy en día “ser el hombre de una mujer” parece un ideal de otra época. Sin embargo, hemos
tirado al bebé (¿qué otra cosa es un varón cuando no es un hombre?) junto con el agua. Para el
psicoanálisis no existe “ser el hombre de una mujer”, porque “ser un hombre para una mujer” es
algo muy distinto. No se trata de ser quien la ame cual Don Juan eterno, ni quien la proteja como
un padre, mucho menos la madre que la rete y controle. ¿Qué es ser un hombre para una mujer?
Esta es la pregunta que a veces el análisis despierta para esos varones que, cuando llegaron a la
consulta, creyeron que su conflicto era haberse enamorado de otra mujer.

LL

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