Guía para Los Catequistas
Guía para Los Catequistas
Guía para Los Catequistas
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1. Ministerio necesario.
2. Vocación e identidad.
3. Función.
4. Categorías y funciones.
5. Perspectivas de desarrollo en un futuro próximo.
6. Necesidad y naturaleza de la espiritualidad del catequista.
7. Apertura a la Palabra.
8. Coherencia y autenticidad de vida.
9. Ardor misionero.
10. Espíritu mariano.
11. Servicio a la comunidad y atención a las distintas categorías.
12. Necesidad de la inculturación.
13. Promoción humana y opción por los pobres.
14. Sentido ecuménico.
15. Diálogo con los hermanos de otras religiones.
16. Atención a la difusión de las sectas.
17. Importancia de la selección y preparación del ambiente.
18. Criterios de selección.
19. Necesidad de una formación adecuada.
20. Unidad y armonía en la personalidad del catequista.
21. Madurez humana.
22. Profunda vida espiritual.
23. Preparación doctrinal.
24. Sentido pastoral.
25. Celo misionero.
26. Actitud eclesial.
27. Agentes de formación.
28. Formación básica.
29. Formación permanente.
30. Medios y estructuras de la formación.
31. Cuestión económica en general.
32. Soluciones prácticas.
33. Responsabilidad de la comunidad.
34. Responsabilidad primaria de los Obispos.
35. Solicitud de parte de los presbíteros.
36. Atención por parte de los formadores.
37. Una esperanza para la misión del tercer milenio.
Queridos Sacerdotes,
Queridos Catequistas.
Con grande esperanza encomiendo esta Guía a los Obispos, a los Sacerdotes y a
los mismos catequistas, invitando a todos a tomarla seriamente en examen y a
esforzarse por actuar las directivas contenidas en ella. A los Centros y a las
Escuelas para los catequistas, les pido, en particular, que se esmeren por inserir y
hacer específica y práctica referencia de este documento en sus programas de
formación y de enseñanza, los cuales, por lo que toca a los contenidos, cuentan ya
con el Catecismo de la Iglesia Católica, y que fue publicado sucesivamente a la
celebración de la Asamblea Plenaria.
La utilización atenta y fiel de la Guía para los catequistas en todas las Iglesias que
dependen de nuestro Dicasterio misionero, además de promover en modo
renovado la figura del catequista, contribuirá ciertamente a garantizar un unitario
crecimiento en tan vital sector para el futuro de la misión en el mundo.
INTRODUCCION
1. Ministerio necesario.
Se proponen, en cada tema, tanto el ideal que se quiere alcanzar, como los
elementos indispensables y realísticos para que un catequista pueda definirse
como tal.
Los destinatarios de esta Guía son, ante todo, los catequistas, pero también los
relacionados con ellos, es decir los Obispos, los sacerdotes, los religiosos, los
formadores y los fieles, ya que existe una profunda conexión entre los distintos
componentes de la comunidad eclesial.
Lo que se busca es que esta Guía pueda ser un punto de referencia, de unidad y de
estímulo para los catequistas y, a través de su acción, también para las
comunidades eclesiales. La CEP, por tanto, la confía a las Conferencias Episcopales
y a cada uno de los Ordinarios, como ayuda para la vida y el apostolado de los
catequistas, y como base para la renovación de los Directorios nacionales y
diocesanos que les conciernen.
PRIMERA PARTE
2. Vocación e identidad.
Por tanto, el catequista que trabaja en los territorios de misión tiene una identidad
propia que lo distingue del catequista que desempeña sus funciones en las Iglesias
de antigua fundación, como lo enseñan el mismo Magisterio y la legislación de la
Iglesia.
3. Función.
Por eso el Magisterio, cuando trata del catequista en tierra de misión, manifiesta
una consideración privilegiada y hace una reflexión de amplio alcance. Así, la
Redemptoris Missio describe a los catequistas como "agentes especializados,
testigos directos, evangelizadores insustituibles, que representan la fuerza
fundamental de las comunidades cristianas, especialmente en las Iglesias jóvenes".
El mismo Código de Derecho Canónico trata aparte el asunto de los catequistas
comprometidos en la actividad misionera propiamente dicha y los describe como
"fieles laicos debidamente instruidos y que se destaquen por su vida cristiana, los
cuales, bajo la dirección de un misionero, se dediquen a explicar la doctrina
evangélica y a organizar los actos litúrgicos y las obras de caridad".
Es oportuno, sin embargo, recordar una precisación. Así como a los otros fieles,
también al catequista se pueden confiar, según las normas canónicas, algunos
cometidos conexos al sagrado ministerio, que no requieren el carácter de la
Ordenación. El desempeño de tales funciones, en calidad de suplente, no hace del
catequista un pastor, en cuanto su legitimación deriva directamente de la
delegación oficial dada por los Pastores.
Conviene, sin embargo, tener presente una precisación hecha en el pasado por
este mismo Dicasterio en su actividad ordinaria: "El catequista no es un mero
suplente del sacerdote, sino que es, de derecho, un testigo de Cristo en la
comunidad a la que pertenece".
4. Categorías y funciones.
En el plan práctico, es útil tener presente que se puede hablar de dos categorías de
catequistas: los de tiempo pleno, que dedican toda su vida a este servicio, y, en
cuanto tales, son reconocidos oficialmente: y los de tiempo parcial, que ofrecen
una colaboración limitada, pero siempre preciosa. La proporción entre estas dos
categorías varía de zona a zona, aunque la línea de tendencia muestra que los
catequistas de tiempo parcial son mucho más numerosos.
- Los Catequistas que cooperan en las distintas formas de apostolado con los
ministros ordenados en cordial y estrecha obediencia. Sus tareas son múltiples:
desde el anuncio a los no cristianos y la catequesis a los catecúmenos y a los
bautizados, hasta la animación de la oración comunitaria, especialmente de la
liturgia dominical cuando falta el sacerdote; desde la asistencia espiritual a los
enfermos hasta la celebración de funerales; desde la formación de otros
catequistas en los centros y la dirección de los catequistas voluntarios, hasta el
control de las iniciativas pastorales; desde la promoción humana y de la justicia,
hasta la ayuda a los pobres, las actividades organizativas, etc. Estos catequistas
prevalecen en las parroquias de vasto territorio, y en comunidades de fieles
distantes del centro; o también cuando los párrocos, por falta de sacerdotes,
escogen colaboradores laicos de tiempo completo.
En fin, es oportuno tener presente que, al lado de los catequistas laicos, opera en
la catequesis un gran número de religiosos y religiosas. Aun sin considerarlos
Catequistas por el hecho de ser consagrados poseen una indudable preparación
espiritual y plena disponibilidad apostólica. De ahí que, en la práctica, los religiosos
y las religiosas ejercen las funciones propias de los catequistas y sobre todo, en
virtud de su estrecha colaboración con los sacerdotes, tienen con frecuencia una
parte activa a nivel de dirección. Por estas razones, la CEP encomienda al
compromiso de los religiosos y de las religiosas, como ya se verifica en muchas
partes, este importante sector de la vida eclesial, especialmente al nivel de la
formación, de la atención y del cuidado de los catequistas.
Se prevé, asimismo, un futuro cada vez más importante para los Catequistas
dedicados directamente a la catequesis, porque las Iglesias jóvenes se desarrollan,
multiplicando los servicios apostólicos laicales distintos del catequista. Se
requerirán por tanto, catequistas especializados. Entre éstos hay que destacar los
que trabajan por la renovación cristiana en las comunidades de mayoría de
bautizados, pero de escasa instrucción religiosa y vida de fe. Están surgiendo otros
tipos de catequistas, que hay que tener en cuenta porque deberán responder a
retos ya en parte actuales, como la urbanización, la creciente escolaridad con
particular referencia al ambito universitario y, más en general, a los jóvenes, y
también las migraciones con el fenómeno de los refugiados, el avance de la
secularización, los cambios políticos, la cultura de masa favorecida por los mass-
media, etc.
Es necesario que el catequista tenga una profunda espiritualidad, es decir, que viva
en el Espíritu que le ayude a renovarse contínuamente en su identidad específica.
7. Apertura a la Palabra.
- Apertura a Dios Uno y Trino, que está presente en lo más íntimo de la persona y
da un sentido a toda su vida: convicciones, criterios, escala de valores, decisiones,
relaciones, comportamientos, etc. El catequista debe dejarse atraer a la esfera del
Padre que comunica la Palabra; de Cristo, Verbo Encarnado, que pronuncia todas y
solo las Palabras que oye al Padre (cf. Jn 8,26; 12,49); del Espíritu Santo que ilumina
la mente para hacer comprender toda la Palabra y caldea el corazón para amarla y
ponerla fielmente en práctica (Cf. Jn 16,12-14).
Esta Iglesia, como Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, exige del catequista
un sentido profundo de pertenencia y de responsabilidad por ser miembro vivo y
activo de ella; como sacramento universal de salvación, ella le pide que se empeñe
en vivir su misterio y gracia multiforme para enriquecerse con ellos y llegar a ser
signo visible en la comunidad de los hermanos. El servicio del catequista no es
nunca un acto individual o aislado, sino siempre profundamente eclesial.
- Apertura misionera al mundo, lugar donde se realiza el plan salvífico que procede
del "amor fontal" o caridad eterna del Padre; donde históricamente el Verbo puso
su morada para habitar con los hombres y redimirlos (cf. Jn 1,14), donde ha sido
derramado el Espíritu para santificar a los hijos y constituirlos como Iglesia, para
llegar hasta el Padre a través de Cristo, en un solo Espíritu (cf. Ef 2,18).
9. Ardor misionero.
Por una vocación singular, María vio al Hijo de Dios "crecer en sabiduría, edad y
gracia" (Lc 2,52). Ella fue la Maestra que lo "formó en el conocimiento humano de
las Escrituras y de la historia del designio de Dios sobre su Pueblo en la adoración
al Padre". Ella fue, asimismo, "la primera de sus discípulos". Como lo afirmó
audazmente S. Agustín, el hecho de ser discípula fue para María más importante
que ser madre. Se puede decir, con razón y alegría, que María es un "catecismo
viviente", "madre y modelo del catequista".
El servicio del Catequista se ofrece a toda clase de personas, sea cual fuere la
categoría a la que pertenecen: jóvenes y adultos, hombres y mujeres, estudiantes y
trabajadores, sanos y enfermos, católicos, hermanos separados y no bautizados.
Sin embargo, no es lo mismo ser catequista de catecúmenos que se preparan a
recibir el bautismo, o responsable de una aldea de cristianos con el cometido de
seguir las distintas actividades pastorales, o ser Catequista encargado de enseñar
el catecismo en las escuelas, o preparar a los sacramentos, o serlo en un barrio de
ciudad o en la zona rural.
El catequista ha de seguir de cerca también a los ancianos, que tienen una función
cualificada en la Iglesia, como justamente lo reconoce Juan Pablo II al definir al
anciano "el testigo de la tradición de la fe (cf. Sal 44,2; Ex 12,26-27), el maestro de
vida (cf. Si 6,34; 8,11-12), el operador de caridad". Ayudar al anciano, para un
catequista significa ante todo colaborar a que su familia lo mantenga insertado
como "testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes"; además,
hacer que experimente la cercanía de la comunidad y animarlo a que viva con fe
sus inevitables límites y, en ciertos casos, también la soledad. El catequista no deje
de preparar al anciano para el encuentro con el Señor, ayudándole a sentir la
alegría que nace de la esperanza cristiana en la vida eterna.
Es bien sabido que la Iglesia reivindica para sí una misión de orden "religioso", que
debe realizarse, sin embargo, en la historia y en la vida real de la humanidad y, por
tanto, en forma no desencarnada.
Es tarea, preeminente de los laicos, llevar los valores del Evangelio al campo
económico, social y político. El catequista tiene una importante tarea propia y
característica en el sector de la promoción humana, del desarrollo y defensa de la
justicia. Al vivir en un mismo contexto social con los hermanos, es capaz de
comprender, interpretar y resolver las situaciones y los problemas a la luz del
Evangelio. Ha de saber, pues, estar en contacto con la gente, estimularla a tomar
conciencia de la realidad en que vive para mejorarla y, cuando sea necesario, ha de
tener el valor de hablar en nombre de los más débiles para defender sus derechos.
El catequista ha de tener presente que por pobres se entiende sobre todo aquellos
que se hallan en situación de estrechez económica, tan numerosos en diversos
territorios de misión; estos hermanos deben poder experimentar el amor maternal
de la Iglesia, aunque todavía no formen parte de ella, y sentirse estimulados a
afrontar y superar las dificultades con la fuerza de la fe cristiana, ayudándolos a
hacerse ellos mismos artífices de su propio desarrollo integral. Todo acto caritativo
de la Iglesia, así como toda la actividad misionera, da "a los pobres luz y aliento
para un verdadero desarrollo".
- Escucha del Espirítu, que sopla donde quiere (cf Jn 3,8), respetando lo que El ha
operado en el hombre, para alcanzar la purificación interior, sin la cual el diálogo
no reporta frutos de salvación.
El catequista se presenta, hoy día, como uno de los agentes más aptos para
superar positivamente ese fenómeno. Con su tarea de anunciar la Palabra y de
acompañar el crecimiento en la vida cristiana, el catequista se encuentra en una
situación ideal para ayudar a las personas - tanto cristianos como no cristianos - a
comprender cuáles son las verdaderas respuestas a sus necesidades, sin recurrir a
las pseudo-seguridades de las sectas. Además, como laico puede actuar más
capilarmente y hablar de modo más realista y comprensivo.
Las líneas de acción preferenciales, para un catequista, son las siguientes: conocer
bien el contenido y especialmente las cuestiones que las sectas explotan para
combatir la fe y a la Iglesia, y así hacer comprender a la gente la inconsistencia de
la exposición religiosa de las sectas; cuidar la instrucción y el fervor de vida de las
comunidades cristianas para detener la corrosión; intensificar el anuncio y la
catequesis para prevenir la difusión de las sectas. El catequista, por consiguiente,
ha de empeñarse en realizar una obra silenciosa, perseverante y positiva con las
personas, para iluminarlas, protegerlas y, eventualmente, liberarlas de la influencia
de las sectas.
SEGUNDA PARTE
ELECCION Y FORMACION DEL CATEQUISTA
IV - ELECCION PRUDENTE
No se olvide, además, que el aprecio que manifiestan los fieles por esa función es
directamente proporcionada al modo con que los Pastores tratan a sus
catequistas, valorizan sus atribuciones y respetan su responsabilidad. Un
catequista realizado, responsable y dinámico, que actúa con entusiasmo y alegría
en el ejercicio de su tarea, apreciado y justamente remunerado, es el mejor
promotor de su propia vocación.
Para escoger un candidato como catequista, es preciso saber qué criterios son
"esenciales" y cuáles no. En la práctica, es indispensable que en todas las Iglesias
se establezca una lista de criterios de selección, para que los encargados de
escoger a los candidatos tengan puntos de referencia. La elaboración de esa lista,
con criterios suficientes, precisos, realistas y controlables, corresponde a la
autoridad local, única capaz de valorar las exigencias del servicio y la posibilidad de
responder a ellas.
V - CAMINO DE FORMACION
Para que las comunidades eclesiales puedan contar con catequistas suficientes e
idóneos, además de una elección atenta, es indispensable proporcionar una
preparación de calidad.
Es útil señalar que los documentos del Magisterio requieren para el catequista en
una formación global y especifica. Global, es decir, que abarque todas las
dimensiones de su personalidad, sin descuidar ninguna. Específica, es decir
ordenada al servicio peculiar que ha de llevar a cabo: anunciar la Palabra a los
distantes y a los cercanos, guiar a la comunidad, animar y, cuando sea necesario,
presidir el encuetro de oración, asistir a los hermanos en las diversas necesidades
espirituales y materiales. Todo esto lo confirmó el Papa Juan Pablo II: "Cuidar con
especial solicitud la calidad significa, pues, procurar con preferencia una formación
básica adecuada y una actualización constante. Se trata de una labor fundamental
para asegurar a la misión de la Iglesia, personal calificado, programas completos y
estructuras adecuadas, abrazando todas las dimensiones de la formación,de la
humana a la espiritual, doctrinal, apostólica y profesional".
Se trata, pues, de una formación exigente para el interesado y comprometedora
para los que deben cooperar en su realización. La CEP la confía como tarea de
máxima importancia hoy, al cuidado especial de los Ordinarios.
Para realizar su vocación, los catequistas - como todo fiel laico - "han de ser
formados para vivir aquella unidad con la que está marcado su mismo ser de
miembros de la Iglesia y de ciudadanos de la sociedad humana". No pueden existir
niveles paralelos y diferentes en la vida del catequista: el espiritual, con sus valores
y exigencias; el secular con sus distintas manifestaciones, y el apostólico con sus
compromisos, etc..
Por tanto, se deben tener en cuenta algunos aspectos determinados. Ante todo, la
esfera propiamente humana, con todo lo que ella implica: equilibro psico-físico,
buena salud, responsabilidad, honradez, dinamismo; ética profesional y familiar;
espíritu de sacrificio, de fortaleza, de perseverancia, etc. Además, la idoneidad para
desempeñar las funciones de catequista: facilidad de relaciones humanas, de
diálogo con las diversas creencias religiosas y con la propia cultura; idoneidad de
comunicación, disposición para colaborar; función de guía; serenidad de juicio;
comprensión y realismo; capacidad para consolar y de hacer recobrar la
esperanza, etc. En fin, algunas dotes características para afrontar situaciones o
ambientes particulares: ser artífices de paz; idóneos para el compromiso de
promoción, de desarrollo, de animación socio-cultural; sensibles a los problemas
de la justicia, de la salud, etc.
Estas cualidades humanas, educadas con una sana pedagogía, forman una
personalidad madura y completa, ideal para un catequista.
La manera más adecuada para alcanzar ese alto grado de madurez interior es una
intensa vida sacramental y de oración.
- Liturgia vivida en sus distintas dimensiones, para crecer como persona y para
ayudar la comunidad.
- Oración personal, que alimente la comunión con Dios durante las ocupaciones
diarias, prestando especial atención a la piedad mariana.
Sólo alimentando la vida interior con una oración abundante y bien hecha, el
catequista puede lograr el grado de madurez espiritual que su cometido exige.
Como la adhesión al mensaje cristiano, que en último término es fruto de la gracia
y de la libertad, y no depende de la habilidad del catequista, es necesario que su
actividad esté acompañada por la oración.
Por lo que se refiere a los contenidos, sigue siendo actual y válido el cuadro
completo de formación teológico-doctrinal, antropológica y metodológica, tal como
se presenta en el Directorio Catequístico General publicado por la Congregación
para el Clero en 1971. En lo que concierne a los territorios de misión, sin embargo,
es necesario hacer algunas precisaciones y añadir unas observaciones que este
Dicasterio ya había expresado, en parte, in ocasión de la Asamblea Plenaria de
1970, y que ahora asume y desarrolla en base a la Encíclica Redemptoris Missio:
- Según las necesidades locales, habrá que incluir o dar mayor relieve a algunos
temas de estudio; por ejemplo, la doctrina, las creencias de los ritos principales de
las otras religiones o las variantes teólogicas de las Iglesias y de las comunidades
eclesiales no católicas presentes en la región.
- Merecen especial atención algunos temas que dan a la preparación intelectual del
catequista un mayor arraigo y actualización, como: la inculturación del
Cristianismo en una cultura determinada; la promoción humana y de la justicia en
una especial situación socio-económica; el conocimiento de la historia del país, de
las prácticas religiosas, del idioma, de los problemas y necesidades del ambiente al
que ha sido destinado el catequista.
- Por lo que se refiere a la preparación metodológica, hay que tener presente que,
en las misiones, muchos catequistas trabajan también en distintos campos de la
pastoral, y que casi todos están en contacto con seguidores de otras religiones. Por
eso hay que iniciarlos no sólo en la enseñanza de la catequesis, sino también en
todas aquellas actividades que forman parte del primer anuncio y de la vida de
una comunidad eclesial.
- Hay que insistir en que la formación teológica tiene que ser global y no sectorial.
Los catequistas, en efecto, deben llegar a una comprensión unitaria de la fe que
favorezca precisamente la unidad y la armonía de su personalidad, y también de
su servicio apostólico.
- A estas indicaciones hay que añadir una exhortación a procurar los medios
necesarios para la formación intelectual de los catequistas. Entre éstos están, en
primer lugar, las escuelas de catequesis: y se revelan también muy eficaces los
cursos breves promovidos en las diócesis o en las parroquias, la instrucción
individual impartida por un sacerdote o un catequista experto; además, la
utilización de material didáctico. Es bueno que se dé importancia, en la formación
intelectual, a metodologías variadas y sencillas como las lecciones escolares, el
trabajo en grupo, el análisis de casos prácticos, las investigaciones y el estudio
individual.
Todo catequista deberá empeñarse al máximo en el estudio para llegar a ser como
una lámpara que ilumina el camino de los hermanos (cf. Mt 5, 14-16). Para ello,
debe ser el primero en sentirse gozoso de su fe y de su esperanza (cf. Flp 3,1; Rm
12,12); teniendo el sano criterio de proponer sólo los contenidos sólidos de la
doctrina eclesial en fidelidad al Magisterio; sin permitisse nunca perturbar las
conciencias, sobre todo de los jóvenes, con teorías "más propias para suscitar
problemas inútiles que para secundar el plan de Dios, fundado en la fe" (1Tm 1,4).
Las aspectos principales en los que se debe educar a los candidatos son: el espíritu
de responsabilidad pastoral y la leadership; la generosidad en el servicio; el
dinamismo y la creatividad; la comunión eclesial y la obediencia a los Pastores.
- Anunciar con franqueza (cf. Hch 4,23; 28,31) la verdad acerca de Dios y de que él
envió para la salvación de todos, a nuestro Señor Jesucristo (cf. 2Ts 1,9-10), de
manera que los no cristianos, a los que el Espíritu Santo abra el corazón (cf. Hch
16,14), puedan creer y convertirse libremente.
- Bajo la guía de los Pastores y en colaboración con los demás fieles, cumplir las
tareas que, según el plan pastoral, conducen a la maduración de la Iglesia
particular. Estos servicios corresponden a necesidades de cada Iglesia, y
caracterizan al catequista en los territorios de misión. Por consiguiente, la actividad
de formación deberá ayudar al catequista a afinar su sensibilidad misionera, y
capácitarlo a descubrir y a aprovechar todas las situaciones favorables al primer
anuncio.
El hecho de que la Iglesia sea misionera por su misma naturaleza y haya sido
llamada y destinada a evangelizar a todos los hombres, comporta una doble
convicción: en primer lugar, que la actividad apostólica no es un acto individual y
aislado; y que se ha de llevar a cabo en comunión eclesial, a partir de la Iglesia
particular con su Obispo.
El catequista debe saber sufrir por la Iglesia, afrontando la fatiga que comporta el
apostolado realizado en común y aceptando las imperfecciones de los miembros
de la Iglesia, a imitación de Cristo que amó a su Iglesia hasta darse por ella (cf. Ef
5,25).
Los catequistas deben estar convencidos, ante todo, de que su primer educador es
Nuestro Señor Jesu Cristo, que forma a través del Espíritu Santo (cf Jn 16,12-15).
Esto exige en ellos un espíritu de fe y una actitud de oración y de recogimiento
para dar espacio a la pedagogía divina. La educación de apóstoles es pues,
principalmente un arte que se expresa en el ámbito sobrenatural.
Los formadores, es decir, los delegados por la Iglesia para ayudar a los catequistas
a realizar el programa de educación, son como "compañeros de viaje" cuyo servicio
cualificado es muy valioso. Son, ante todo, los responsables de los centros para
catequistas y también los que se encargan de la formación básica y permanente de
los candidatos fuera de los centros. Es importante que se escojan educadores
idóneos que, además de destacarse por sentido de Iglesia y por vida cristiana,
posean una preparación específica para esa tarea y tengan una experiencia
personal por haber desempeñado, ellos también, el servicio de la catequesis. Es
bueno que los formadores constituyan un equipo o grupo compuesto
posiblemente de sacerdotes, religiosos y laicos, tanto hombres como mujeres
escogidos sobre todo entre catequistas experimentados. Así, la formación
resultará más completa y encarnada. Los candidatos han de tener confianza en sus
formadores y considerarlos guías indispensables que la Iglesia les ofrece
amorosamente para que puedan llegar a un alto grado de madurez.
Hay que insistir en que todos los catequistas reciban una formación inicial mínima
suficiente, sin la cual no podrían ejercer convenientemente su misión. Con este fin
indicamos algunos criterios y directivas que contribuirán a promover y a guiar las
distintas opciones de la actividad formativa:
Estas indicaciones se tienen presentes donde existe una buena estructura para la
formación básica. Sin embargo, pueden servir de estímulo y orientación para los
Pastores y para los mismos candidatos también en la fase inicial. Hay que evitar,
absolutamente, toda improvisación en la preparación de los catequistas, o dejarla
a su exclusiva iniciativa.
Es importante que exista una cierta conexión entre los centros, sobre todo a nivel
nacional, bajo la responsabilidad de la Conferencia Episcopal. Esa conexión se
favorece con encuentros regulares entre todos los formadores de los distintos
centros y por el intercambio de material didáctico. De este modo, se procura la
unidad de la formación y se potencian los centros con el enriquecimiento
participado de la experiencia de los demás.
Tanto para la actividad de los centros como para la de los cursos, son
indispensables los instrumentos didácticos: libros, audiovisuales y todo el material
que sirve para preparar bien a un catequista. Corresponde a los Pastores
responsables procurar que los centros estén provistos del material necesario, de
acuerdo con su importancia. Es encomiable la costumbre de intercambiarse los
medios didácticos entre un centro y otro, entre una y otra diócesis. A veces se trata
de intercambios útiles entre naciones limítrofes y homogéneas por su situación
socio-religiosa.
TERCERA PARTE
Los presupuestos de las diócesis y de las parroquias por tanto, deberán destinar a
esta obra una cuota proporcionada de los ingresos, siguiendo el criterio de dar la
prioridad a los gastos de la formación. También los fieles deberán hacerse cargo
del mantenimiento de los catequistas, sobre todo cuando se trata del animador de
su comunidad local. La calidad de las personas, en particular las que están
comprometidas en el apostolado directo, tienen la precedencia respecto a las
estructuras. No se destinen pues a otros fines ni se reduzcan los presupuestos
destinados a los catequistas.
Esta línea de acción es más realista cuando se trata de comunidades eclesiales que
tienen ya un cierto grado de desarrollo. Es necesario ciertamente educar a los
fieles a que consideren la vocación del catequista como una misión, más que como
un empleo de vida. Además, será preciso reexaminar la organización y la
distribución de los catequistas.
Los catequistas, en efecto, son apóstoles de primera línea: sin ellos "no se habrían
edificado Iglesias hoy día florecientes"; son, además, una de las componentes
esenciales de la comunidad, enraizados en ella por el Bautismo y la Confirmación y
su vocación, con el derecho y el deber de crecer en plenitud y de obrar con
responsabilidad.
A los catequistas se puede aplicar, con toda verdad, la palabra del Señor: "Id y
haced discípulos a todas las naciones" (Mt 28,19), porque "ellos están dedicados
por oficio al ministerio de la palabra".
Todas las diócesis deberán hacer lo posible por tener un grupo de formadores de
catequistas, compuesto en lo posible de sacerdotes, religiosos religiosas y laicos,
que se puedan enviar a las parroquias a preparar a los aspirantes, en comunidad e
individualmente.
CONCLUSION
Las directivas contenidas en esta Guía se proponen con la esperanza de que sean
como un ideal para todos los catequistas.
Los catequistas gozan de la estima de todos por su participación en la actividad
misionera y por sus características que raramente se encuentran en las
comunidades eclesiales fuera de la misión. El número de los catequistas se
incrementa y oscila estos últimos años, entre los 250.000 y los 350.000. Para
muchos misioneros, los catequistas son una ayuda insostituible; se puede decir, su
mano derecha y a veces su lengua. Frecuentemente han sostenido la fe de las
jóvenes comunidades en los momentos difíciles y sus familias han dado muchas
vocaciones sacerdotales y religiosas.
No se puede concluir más eficazmente este documento que citando las vibrantes
palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a los catequistas de Angola durante su
última visita apostólica: "Tantas veces ha dependido de vosotros la consolidación
de las nuevas comunidades cristianas por no decir su primera piedra fundamental,
mediante el anuncio del Evangelio a los que no lo conocían. Si los misioneros no
podían estar presentes o tuvieron que partir poco después del primer anuncio, allí
estábais presentes vosotros, los catequistas, para sostener y formar a los
catecúmenos, para preparar al pueblo cristiano a recibir los sacramentos, para
enseñar la catequesis y para asumir la responsabilidad de la animación de la vida
cristiana en sus pueblos o en sus barrios. (...) Dad gracias al Señor por el don de
vuestra vocación, con la que Cristo os ha llamado y elegido de entre los otros
hombres y mujeres, para ser instrumentos de su salvación. Responded con
generosidad vuestra vocación y tendréis escrito vuestro nombre en el cielo (cf. Lc
10,20)".
La CEP espera que, con la ayuda de Dios y de la Virgen María, esta Guía imprima
nuevo impulso a la renovación constante de los catequistas para que así, su
generosa aportación continue siendo acertada y fructuosa también para la misión
del Tercero Milenio.