1333 Torneo Anastasio Rojo Nobleza Castellana y Caballos en El Siglo XVI

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NOBLEZA CASTELLANA Y CABALLOS EN EL


SIGLO XVI: HACIA LA UNIDAD MAJESTUOSA.
ANASTASIO ROJO VEGA

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El 16 de julio de 1212 las tropas cristianas, al mando del rey


Alfonso VIII, derrotaron a los almohades en la batalla de las Navas de
Tolosa. Un choque armado que suele considerarse trascendental en el
curso de la expulsión del Islam del Sur de la península ibérica.
Muy agradecido, el monarca distribuyó títulos y mercedes a
cuantos participaron en el suceso, especialmente a los caballeros,
permitiendo, por ejemplo, que adornasen las lápidas de sus tumbas con
una cruz característica que mostrase a las generaciones venideras quiénes
habían estado presentes en el acontecimiento.
Fue una gracia individual a la que se sumaron otras de carácter
general encaminadas a conseguir que la tropa reunida para circunstancia
tan especial no se disolviese en la nada, que se mantuviese siempre
pronta para futuros combates y dispuesta a tomar la lanza y a cerrar filas
en torno al rey en cuanto este la llamase.
Los beneficios generales se llamaron privilegios y fueron
concedidos preferentemente a los gobiernos de las ciudades y de las
villas para que, repercutiendo en sus linajes y oligarquías, garantizasen
un número mínimo de guerreros bien armados, entrenados y montados en
todo momento.
Sea la villa de Valladolid, capital virtual de la Corona de Castilla
durante toda la Edad Media y hasta los primeros años del siglo XVII, en
que la Corte se asentó definitivamente en Madrid.
Ciudad rica y centro cultural y comercial del Noroseste hispano1
lo ocurrido en ella es altamente representativo de lo que podía suceder en
el resto de las poblaciones de su reino y de su entorno. Sea por ejemplo el
privilegio concedido por Alfonso X ‘el sabio’ en en el año de 1275, en el
cual se resume perfectamente lo que el monarca y sus consejeros
pensaban que la caballería medieval castellana debía ser y cuáles los
medios oportunos para mantenerla.
Dice así el mencionado privilegio: “que los caballeros que
tuviesen las casas pobladas en villa y tuvieren caballos de treinta
maravedís arriba y escudo y lanza y lóriga y... peto de hierro y espada,

1
Bartolomé BENNASSAR, Valladolid en el Siglo de Oro. Una ciudad de Castilla y su entorno agrario
en el siglo XVI, Valladolid: ayuntamiento, 1983; y Adeline RUCQUOI, Valladolid en la Edad Media, 2
vols, Valladolid: Junta de Castilla y León, 1997.
2

que no pechen”2. Es decir, que la Corona, por intermedio de sus


gobiernos locales, estaba dispuesta a perdonar los impuestos a los
caballeros nobles e hijosdalgos con tal que pudiesen demostrar a los
recolectores de tributos la posesión de las armas dichas arriba, lanza,
espada, escudo y armadura, y la de un caballo de buena clase, puesto que
debía ser tasable siempre por encima del precio indicado de treinta
maravedis. Una exención de impuestos que, por otra parte, se hacía
extensiva a cierta parte de los criados, como eran pastores, molineros y
amas de cría encargadas de los hijos de los nobles caballeros.
El privilegio fue confirmado muchas veces por distintos reyes,
por Sancho IV en 1282, por Alfonso XI en 1320, etc. y su esencia puede
ser resumida finalmente en lo que sigue: la villa de Valladolid se
comprometió en los siglos XIV y XV a tener siempre listos ciento
cincuenta caballeros bien armados, bien montados y bien adiestrados en
la guerra de caballería. Un puñado de escogidos que por sus esfuerzos y
trabajos estaban libres de ‘pechos’, de impuestos, pero que debían
demostrar de cuando en cuando su puesta a punto, para que la liberación
de tributos se hiciese efectiva.
Dos obligaciones principales tenían los privilegiados. La primera
estar atentos a las llegadas del rey a Valladolid, lo que en la Edad Media
sucedía con mucha frecuencia. Para dicho caso la exigencia era “que le
saliesen a recibir cuando entrase, con armas y caballos”3. La segunda,
doble e independiente de los movimientos de la Corte: “que hiciesen
alarde4 dos veces por año, una por Pascua de Flores y otra por San
Miguel”5, lo que significaba que hacia el mes de abril y el 29 de
septiembre, por ser San Miguel patrono de la villa, todos los caballeros
acogidos al privilegio debían salir a la calle, a un gran campo que
entonces denominaban Campo de Marte o de la Verdad y, transformado
en el principal parque público local, hoy Campo Grande. Allí hemos de
suponer que durante un par de siglos exhibieron la casta de sus caballos y
la bondad de sus armas, alli también, seguramente, practicaron los juegos
y ejercicios comunes a toda la caballería europea, como podía ser el
estafermo.
Ciento cincuenta caballeros en una villa cuya antigua población
exacta es muy difícil de establecer6, pero que, teniendo en cuenta la que
había en el XVI7, podríamos considerar en torno a los 15.000 o 20.000
habitantes, lo que podría llevarnos a un caballero montado por cada cien
habitantes; una cifra realmente interesante, que originaría un ambiente

2
Citan este privilegio tanto Juan ANTOLÍNEZ de BURGOS, Historia de Valladolid, Valladolid: Grupo
Pinciano, 1987. pags. 73-4; como Manuel CANESI ACEVEDO, Historia de Valladolid, 2 vol.,
Valladolid: Grupo Pinciano, 1997, p. 150.
3
CANESI, o.c., vol. II, p. 209.
4
En 1611, al publicarse el Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias Orozco, la
costumbre era tan recuerdo del pasado que apenas se la dedican unas líneas, “vale la muestra o reseña que
se hace de la gente de guerra, y el nombre es arábigo”, tomado de la 2ª ed. de Felipe C.R. Maldonado,
Madrid: Castalia, 1995; p. 39.
5
Ibidem, pags. 150-1.
6
A. RUCQUOI, o.c., vol. I, pags. 308-17.
7
Luis Antonio RIBOT et alii en Valladolid, corazón del mundo hispánico-Siglo XVI. Historia de
Valladolid-III; Valladolid: Ateneo, 1981.
3

ciertamente caballeresco. Un ambiente natural para los alardes dichos y


también para sonados torneos.
Uno notable tuvo lugar el año de 1333, después de que el rey
Alonso XI de Castilla mandase “se pregonasen unas fiestas de justas y
torneos en Valladolid, que fueron tan solemnes y magníficas que a su
singularidad ninguna de las pasadas habían llegado, eran de la una parte
los caballeros de la Banda: orden nuevamente instituída por este rey, y de
la otra los caballeros aventureros que viniesen a probar fortuna.
El día señalado en que se dio principio a estas fiestas y torneos fue el
primero de Pascua de Resurrección: formáronse unas tiendas en el
Campo de la Verdad, donde los retadores tenían sus lides en el sitio que
es hoy el que llaman Puerta del Campo. Entró el rey disfrazado en estas
fiestas y torneos.
De parte de los caballeros de la banda asistieron al torneo cuatro
caballeros que fueron los que se nombraron por fieles, que son los
mismos que hoy se dicen jueces.
Fue la contienda muy reñida y fuertemente batallada, el rey como no era
conocido se vio muy apretado, porque eran terribles las cuchilladas que
de ambas partes recibían y daban los combatientes… visto por los
caballeros jueces el manifiesto peligro en que se hallaban todos, entraron
a departirlos, con que la fiesta se acabó antes de la hora de nona”8.
No menos notables fueron las fiestas dedicadas en el año de 1425
a la infanta doña Leonor, hija de don Fernando de Aragón, con motivo
del paso que hizo por Valladolid en su viaje hacia Portugal, para casarse
con don Duarte, hijo del rey don Juan de aquel país, “hizosela un muy
solemne recibimiento y grandes fiestas y entre otras un torneo…
celebrose… en la plaza mayor de Valladolid, cuya disposición y aparato
fue de esta manera: levantose a un lado de la plaza un castillo de madera
con sus muros, torres, almena y pretiles, pintados en lienzo con tanta
propiedad que todo parecía de piedra; en la otra parte de la plaza se veía
una torre del mismo modo fabricada: en el castillo y torre muchas
cuadras adornadas de doseles y alrededor del castillo unas tiendas muy
lucidas.
Dentro del castillo estaba el infante y los caballeros que eran de
su facción, y sobre la puerta pendía una campana para que cada uno de
los aventureros mandase dar tantos golpes cuantas carreras quisiese
hacer, a los cuales el infante y seis caballeros de su casa que con él
mantenían, habían de satisfacer, según contenía el cartel puesto en
palacio… sucedió que murió un caballero muy bizarro que se decía don
Gutierre de Sandoval… de un encuentro que le fue dado por uno de los
mantenedores. Afírmase que gastó el infante en esta ocasión más de
12.000 florines de oro”9.
En definitiva, fiestas y torneos aparte, la intención de la Corona
castellana era tener siempre lista una tropa de caballería bien montada y
bien armada, temible por su preparación y ejercitamiento, pero fiando en
la palabra y en el orgullo de los caballeros que sus armas y sus caballos
fuesen verdaderamente los mejores y ellos los más preparados del país.
Como mínimo se les exigía contar con caballo, con un buen caballo, que
8
ANTOLÍNEZ, o.c., pags. 101-2.
9
Ibidem. Pag.s 128-9; CANESI, o.c., vol II, p. 334.
4

para algo eran caballeros, sin embargo el clima castellano no ayuda


mucho al mantenimiento de ganados mayores, entre el que se encuentran
los caballos.
Castilla la Vieja tiene una altitud media solamente superada por
Suiza, con Valladolid entre los 700 y más de 800 metros sobre el nivel
del mar, según los dieferentes barrios, y otras ciudades próximas, como
Avila, que llegan a estar edificadas a 1.126 metros de altitud. Es una
región de clima muy duro, extremado, marcado por dos grandes
estaciones: fría y cálida. La sabiduría popular ha acuñado para ella el
axioma: seis meses de invierno y seis de infierno. Una gran estepa, en su
mayor parte, con escasas lluvias y, por consiguiente, con gran carencia de
hierba verde.
¿Qué significaba esto para los caballeros?. Fundamentalmente
que para tener los caballos en buenas condiciones necesitaban recurrir a
crianzas y mantenimientos artificiales10. Había que cultivar la hierba que
ni el clima ni la Naturaleza, rara en lluvias, regalaba. Así el recurso para
los económicamente pudientes fue edificar algo parecido a las villas
italianas, aunque en el caso castellano pensadas en buena medida para
posibilitar el mantenimiento de los referidos caballos.
Típicas de Valladolid, llamadas ‘riberas’ y hoy desaparecidas en
su totalidad, fueron recintos cercados a la orilla del río Pisuerga, con una
casa de placer, plantaciones de árboles de sombra y frutales, rosales,
flores, parrales... y cebada verde. Llamada ‘alcacer’, la cebada verde era
la hierba artificial y la comida principal de los caballos de la nobleza
vallisoletana desde finales de Abril hasta el siguiente ciclo de lluvias del
Otoño. Cebada verde que los caballos no pastaban libremente, sino que
era segada cuidadosamente y poco a poco y ofrecida a las monturas en
sus cuadras.
La otra solución, para los que no podían comprar una ribera, eran
los escasos pastos públicos, donde había hierba cuando llovía. En ellos
los caballos de los nobles pobres debían competir en sus bocados con los
asnos, mulas, bueyes y vacas del vecindario, exponiéndose a recibir
alguna que otra coz, cuando no una cornada o una cuchillada dada por
algún labrador descontento de que los ricos metiesen competidores de sus
ganados. No son raras las denuncias llegadas a la justicia en este sentido
hasta comienzos del siglo XVI.
Cultivar hierba artificial costaba dinero y mantener a los caballos
en cuadras exigía criados que también costaban dinero. Exigencias
pecuniarias duras y hasta imposibles para la mayoría de la nobleza
castellana, para la casta de la pequeña y mínima nobleza de los hidalgos,
la de aquellos que apenas podían presumir de otra riqueza que no fuese
una sangre supuestamente limpia de mezclas con árabes y judíos; exenta
de malas razas, como entonces se decía.
Claro que eran pobres, pero no dispuestos a perder sus privilegios
de nobleza y menos el que les permitía quedar libres de impuestos.
Mientras pudieron cuidaron de exhibir las insignias de su condición

10
El propio rey de la corona de Castilla criaba sus caballos en lugares con condiciones más idóneas, así
en 1600 “Vinieron los caballos que se estaban esperando de Córdoba para el rey, porque tiene allí la
ganadería de ellos, de casta excelente”. Tomé PINHEIRO da VEIGA, Fastiginia, Valladolid: Ámbito,
1989; p. 113.
5

excepcional, aquellas que los elevaban sobre los villanos, grabaron en


cuantos sitios pudieron sus escudos de armas y, lo que nos interesa,
pelearon con uñas y dientes para poder mostrar, cuando los privilegios lo
requerían, un caballo.
Tener caballo marcaba la frontera de la nobleza, pero ellos eran
pobres. No contaban con rentas suficientes para pagar criados y comprar
una ribera donde plantar cebada verde. ¿Qué hacer?.
Lo que hicieron fue recurrir a la trampa y a tener caballo sin
tenerlo. Por unas pocas monedas los pastores de la ciudad cuidaban en
los pastos públicos extrañas monturas que ellos decían ser caballos, pero
ante las que el observador objetivo habría expresado grandes dudas.
Raros cuadrúpedos que al juntarse para los alardes reglamentarios
debieron más de una vez hacer reir a la concurrencia y ofrecer un
espectáculo ridículo y lamentable.
En estos tiempos y en estas circunstancias se celebró el último
gran torneo de Valladolid, en 1522, celebrando el perdón a los derrotados
en la reciente guerra civil que se llamó de las Comunidades. El
emperador Carlos V, recurriendo a fórmulas clásicas, “mandó se hiciesen
fiestas… de toros, juego de cañas, un torneo y una justa real en la plaza
mayor, donde salió disimulado, armado de todas armas, corrió y quebró
lanzas con los que en la fiesta más se habían señalado, con tanto
esfuerzo, destreza y gala, que todos hicieron reparo y reconocieron que
no podía ser otro que el César”11.
Dicho torneo marca un antes y después para la nobleza de la villa.
No sé si es que el emperador tuvo ocasión de ver, con motivo de la
parada a que los caballeros estaban obligados por su entrada, las
horribles monturas que habían ido juntando los caballeros hidalgos de la
mínima nobleza, el caso es que a partir de entonces se produce una purga
y selección de la caballería local, lográndose por ella que buena parte de
la antigua hidalguía pase a constituir un nuevo grupo que podríamos
denominar ‘caballería de a pie”12, o caballeros sin caballo..
Fue una revisión de caballos encomendada a los expertos de la
época, a los que ejercían el oficio de veterinarios con el doble título de
herradores y albéitares. Son bastantes los informes que han sobrevivido
en el Archivo Histórico Provincial de Valladolid, tomemos uno,
redactado por Francisco de Sahagún, herrador nacido en 1487, al revisar
la montura de don Francisco de Cuéllar Bolaños: “un caballo color
castaño que tiene un hierro en la pospierna derecha y un lunar en la
pospierna izquierda y en el bebedero un lunar blanco, y habiéndole
visto... salieron al campo con el dicho caballo y lo vieron correr y
escaramuzar y hacer cualquier ejercicio y caballería como cualquier
caballo de la gineta, por lo cual y porque el dicho caballo tiene crines y
copete y cola, todo muy cumplidamente, y porque corre y para muy bien,
dijeron que aunque al dicho caballo le falta alguna cosa de la marca, lo
cual es poco, le daban y dieron por caballo de casta”13. En este caso el

11
ANTOLÍNEZ, o.c., p. 162.
12
La decadencia en el número de caballeros con vaballo es recogida por PINHEIRO, p. 136, del sentir
popular: “se ve que esta caballería es cosa antigua en España y que se vino a reducir a tan poco número
como es hoy...”.
13
Archivo Histórico Provincial de Valladolid (A.H.P:V.), protocolos, leg. 45, s.f.
6

hidalgo pasó la revisión, pero ya se vé que las cosas se habían


complicado sobremanera con respecto al siglo XV.
Una revisión que alcanzó al ejército, hasta el punto de permitir exclamar
a un observador extranjero y, por tanto, objetivo: “el nombre de
caballería de España promete tanto que parece cosa ridícula verla
reducida a 1.600 hombres... siendo así que franceses e ingleses están a
acostumbrados a ver a cada paso 10 y 12.000 caballos juntos”14.
En lo que hace a las clases privilegiadas, la circunstancia esta de
que para ser realmente noble había que poseer caballo ‘de la marca’, fue
rápidamente aprovechada por la alta nobleza y por ciertos caballeros de
las tres órdenes, de Santiago, Alcántara y Calatrava, por lo general
antiguos funcionarios y personajes adinerados, para poner un abismo
entre su grupo y el de los caballeros de rancia estirpe pero muertos de
hambre.
La nota de distinción entre unos y otros iba a ser definitivamente
el caballo. Frente a las monturas dificilmente clasificables de tiempos
anteriores se buscarán para los nuevos tiempos animales exquisitos,
comprados donde haga falta y sin mirar el precio. La operación más
antigua que hemos encontrado en este sentido en los Archivo locales
vallisoletanos es la compra realizada por don Alonso de Santisteban, en
1534, de dos caballos, uno andaluz y otro descrito como “cuartago
extranjero de color alazán” por la fuerte cantidad de doscientos
ducados15. Se da la extraordinaria coincidencia de que, siendo don
Alonso perteneciente a una de las más ilustres familias de la villa, hasta
el punto de haber nacido el rey Enrique IV en la casa de sus abuelos; su
padre, el comendador don Cristóbal de Santisteban, fue un destacado y
decidido impulsor del Amadís de Gaula y otros libros de caballería, de
los que poseía una buena colección manuscrita16.
La de don Alonso de Santisteban es una tendencia hacia el caballo
excelente que también cultiva otro personaje ligado a la villa, don Juan
de Tasis, a quien nombran las crónicas participando en el sofocamiento
de la rebelión de los moriscos de Granada (1569) don Juan de Austria.
Cuentan que un día le mataron el caballo y don Juan le prestó otro
“porque los suyos aún no habían venido, que siempre tuvo muchos y
buenos”17. Fama de tener buenas monturas don Juan de Tasis que se
recoge en varias otras ocasiones, por ejemplo: “Acompañó al rey D
Felipe II en la jornada de Portugal con grande lustre y ostentación de
caballos, que si no en el número, en la calidad excedían a los de aquel
gran monarca”18; o, siendo embajador en Inglaterra: “remitió a España,
presentados al rey y a caballeros particulares, más de 200 caballos de
aquella isla, gastando de su hacienda”19. Los caballos ingleses eran ya

14
Pinheiro, o.c., p. 137.
15
A.H.P:V., protocolos, leg. 84, fo. 1.040v.
16
Pedro M. CÁTEDRA y Anastasio ROJO, Bibliotecas de mujeres (Siglo XVI), Salamanca: Instituto de
Historia del Libro y de la Lectura, 2003; pags. 171-9.
17
CANESI, o.c., II; p. 316.
18
Ibidem, p. 316.
19
Ibidem, p. 317; aprecio por los caballos ingleses de don Juan de Tasis que contrasta con el desprecio
que por ellos muestra el portugués Pinheiro da Veiga al escribir, con motivo de la entrada del embajador
de Inglaterra en Valladolid: “Entraban también 20 caballos y yeguas suyas con criados en mulas, que los
7

bien apreciados por los castellanos de 1600, tanto como debían serlo los
españoles por los propios ingleses, puesto que de la estancia del
embajador de Inglaterra en Valladolid por estas fechas se narra “Llevaron
[a Inglaterra] además los ingleses muchos caballos escogidos y vendieron
los rocines suyos que traían, muy preciados [en Valladolid]”20. Una
especie de intercambio de yeguas y sementales entre ambas partes.
Eran caballos muy caros, tanto que su precio llama la atención del
portugués y viajero Pinheiro, ya citado. Esto es lo que llegó a pensar para
sí de la aparente locura de la nobleza castellana: “El condestable le
mandó, a más de otras joyas, dos hermosísimos caballos, a D Juan de
Tassis seis, enjaezados, que valían 6.000 cruzados; y porque no se
extrañe [nadie de la locura], en este día compró el duque de Alba un
caballo rucio por 1.500 cruzados en oro, por el que yo no diera nada, mas
estos diablos [castellanos] donde entra el gusto no preguntan precio”21
De manera que, a la vista de los expuesto, podríamos asegurar que
si en otros puntos de Europa los caballos pudieron ser llamados ‘nobles
brutos’, en la Corte española ostentaron dicho título con fundamento.
Fueron años en los que el noble se identificó con su montura tanto como
en tiempos anteriores lo había hecho con su halcón, con su azor, con su
inseparable ave de cetrería. Alcanzó la consideración de compañero y
amigo y gozó casi de las mismas ventajas reservadas a los humanos de
sangre azul, de hecho las cuadras fueron dotadas de unas condiciones de
vida inmejorables, mejores que las disfrutadas por los comunes mortales.
En las llamadas casas principales por la nobleza castellana y
palacios por la gente ordinaria, las cuadras no desentonaban de la
magnificencia del conjunto. Llegan a resultar admirables y
sorprendentes, repletas de luz gracias a multitud de lámparas, con las
paredes cubiertas de tapices y cuadros de las mejores firmas; estatuas de
bronce y piedra de héroes famosos de la Antigüedad, emperadores a
caballo, medallas y otros objetos de coleccionismo. Quizás fueron el
lugar de la casa más orgullosamente mostrado por sus propietarios a las
visitas. Un caso notable es el de don Juan Manuel, del Consejo de Su
Majestad, de la familia de los Manueles emparentada con la realeza,
hombre famoso por su ingenio y, aunque obispo, amigo de máscaras,
comedias y juegos de Corte. Murió en 1589 y cuando contemplamos el
inventario de sus caballerizas nos preguntámos ¿para qué necesitaba
preparar más estancias donde vivir, teniendo aquella?22.
Caballerizas extraordinariamente decoradas y siempre limpias,
dispuestas a ser visitadas en cualquier momento por el señor y atendidas
por una Corte de criados que en venían a ser la imagen especular de los
que atendía al dueño del palacio en las salas superiores. Si el caballero
noble contaba con secretario, maestresala, ayuda de cámara, pajes, etc., el
caballo disponía de caballerizo mayor, caballerizos menores o

llevaban de la rienda, pero muy derrotados y de ningún precio en comparación con los nuestros, más que
por la andadura”, Fastiginia, Valladolid, Ámbito, 1989..
20
PINHEIRO, o.c., p. 160.
21
PINHEIRO, o.o., p. 160.
22
A.H.P.V., protocolos. El inventario ‘post mortem’ de bienes está en leg. 415, fo. 862 y 877.
8

sotacaballerizos23, mozos de campo, mozos de caballos, mozos de


cuadra, hortelanos, barrendero, etc. El caballo noble era atendido como
se consideraba debía serlo un noble.
Y junto a la caballeriza solía haber una segunda estancia
reservada a custodiar y atesorar bajo llave los riquísimos jaeces, arneses
y caparazones reservados para los días de gran gala.
Se llamó arnés al conjunto de piezas metálicas que servían para
cubrir el cuerpo tanto en combates de guerra como en los otros ficticios
de justas y torneos; en él entraban morriones, cotas de malla y quijotes,
manoplas y gorgueras, acompañadas de mazas, hachas de guerra y otros
objetos contundentes semejantes. Característicos de la nobleza antigua y
medieval, llegaron con cierta abundancia hasta las priméras décadas del
XVI y después, progresivamente, desaparecieron24.
Jaez era el conjunto de instrumentos de adorno y gobierno del
caballo25 y caparazón un costoso recubrimiento que ocultaba en su
mayor parte al caballo y que, bordado de oro y plata, cuajado de perlas y
piedras semipreciosas o incluso preciosas, exhibía con la mayor
ostentación posible el escudo de armas del afortunado jinete que montaba
encima de todo ello. Un jinete que, habiendo abandonado las armaduras
de hierro y acero, prefería el disfraz en determinadas actividades como el
juego de cañas, y los vestidos a la última moda, a juego con el citado
caparazón. Vestidos ligeros y airosas ropas, capa y sombrero, plumas de
colores, joyas de oro, esmeraldas, diamantes y cadenas. El nuevo
caballero aspiraba a conquistar muchedumbres con su figura y su gracia,
no abollando escudos y partiendo lanzas. El Tractado de la cavallería de
la gineta, (Sevilla, Hernando Díaz, 1572?)26 de Pedro de Aguilar, insiste
una y mil veces en el comportamiento del verdadero caballero sobre su
montura, en los trucos para no ser molestados en pleno galope por la capa
ni perder el sombrero, ¡horrible circunstacia!. El capítulo VI no puede ser
más claro: “De cómo ha de traer el cavallero puesta la capa, así para
pasear, como para hazer mal a cavallo”27.
Nuevos caballeros que en funcion de los citados objetivos van a
necesitar un modelo de caballo diferente del medieval, un animal con
más agilidad que fuerza, más delgado y con más estampa, adaptado a los
giros rápidos de la montura de la gineta y a los frenazos en seco y no a
los pesados estribos de hierro de la brida. En definitiva y como se ha
podido ver, un animal de lucimiento.

23
La baraja de naipes española conserva el recuerdo de estos usos en sus figuras. La principal es el rey,
seguido de caballerizo y sotacaballerizo, los cuales se conocen popularmente como ‘sota, caballo y rey’.
24
En un trabajo anterior, Anastasio ROJO VEGA, Fiestas y comedias en Valladolid. Siglos XVI y XVII,
Valladolid, Ayuntamiento: 1999, pags. 46-52; doy cuenta del ‘arnés’ de don Sancho de Rojas, fallecido
en 1546. No hay nada semejante en fechas más recientes, por eso me permití calificar a don Sancho como
el último caballero medieval de Valladolid.
25
Aunque Covarrubias, o.c., p. 676, declare como tal al “adorno y guarnición del caballo de jineta”. Su
definición está acreditando el dominio absoluto que en su tiempo alcanzó el modo de montura a la gineta
sobre el de brida.
26
Hemos utilizado el ejemplar existente en la biblioteca de la Academia de Caballería de Valladolid, algo
deteriorado y falto de algunas páginas. Damos gracias a los distintos mandos militares que nos ermitieron
el acceso al mismo.
27
Con el ‘hacer mal a caballo’ se refiere a cargar a caballo con lanza o espada, supuestamente contra un
enemigo real al que se trata de hacer daño.
9

Ese va a ser perfil: montura capaz de alcanzar su máxima


velocidad en pocos metros, de frenar practicamente en seco, de girar
sobre sí misma en un palmo de terreno y atenta a atender las indicaciones
del jinete sin casi necesidad de frenos ni espuelas. Al menos ese es el
ideal expresado por el mencionado Pedro de Aguilar y por los restantes
teóricos de la época. En la Corte española de finales del XVI y
comienzos del XVII podríamos decir que el mérito no estaba en dar al
blanco tirando al arco, sino en mostrar una gran elegancia y
majestuosidad en todos y cada uno de los momentos anteriores a la salida
de la flecha.
Así, no dejará de sorprendernos que lo más importante en una
carrera fuese ‘salir con descuido’28 y acabar “largo y aprisa y
graciosamente. Y habiendo parado, volver sobre la mano derecha y
ponerse la capa como la tenía al tiempo que salió a correr, tornándose a
su puesto con aquel descuido y disimulación con que primero salió de
él”29.
En este consejo de Aguilar no queda nada de lo militar que fue
esencia de los primitivos juegos. Posiblemente desde 1520, fecha que
tomamos por la simple razón de haber coincidido más o menos en ella la
celebración del último torneo vallisoletano ‘a lo medieval’, la substancia
de las actividades lúdicas ecuestres de la nobleza castellana es pura
exhibición de apellidos, poder, riqueza y gracia. Ya no vale cualquier
caballo30 capaz de correr cargado con un caballero recubierto de hierro
encima. Caballo y caballero tienen que ser ahora dos caras de la misma
moneda. Noble y montura deben gozar, ambos dos, de la capacidad de
irradiar manifiesta nobleza. Todo ello acompañado, como hemos
señalado, de la inclinación definitiva por la gineta en detrimento de la
brida31.
Resta hablar de los ejercicios y exhibiciones ecustres
desarrollados en las fiestas públicas a partir del XVI, de los diversos
juegos que se hicieron famodos, juegos más que ejercicios. Dos grupos
podrían ser establecidos, uno en el que domina la exhibición de riqueza y
otro propiamente de juegos. El primero ligado a caballos revestidos con
el caparazón y el segundo a caballos desnudos o aligerados de todo lo
que pudiese estorbar su agilidad y gracia.
La obra de Pedro de Aguilar nos indica, lo mismo que otras
semejantes32, la relación de ejercicios ecuestres a la nueva moda, que
según él y hacia 1570 serían los siguientes:
28
AGUILAR, o.c., p. 29v.
29
Ibidem, p. 30.
30
Quizás esa permisión de cualquier tipo de montura en císculos apartados de la alta y mediana nobleza
sea la que haya permitido la supervivencia de determinados ejercicios ecuestres de seguro origen
medieval en Castilla, hasta nuestros días, como los juegos “de cintas” y “de sortija”, consistentes en
ambos en embocar una lanza, o su equivalente, en un pequeño aro, con el caballo a galope. Un ejercicio
caballeresco fuera de lugar, al estilo de lo escrito por Lucien CLARE con respecto a la Signification de la
quintaine en “Une redevance ludique: La quintaine ‘gothique’ des noveaux maries et des artisans”, Les
jeux à la Renaissance. Etudes réunis par Philippe ARIÈS et Jean-Claude MARGOLIN. Actes du XXIIIe
colloque international d’études humanistes, Tours-Juillet 1980; Paría: J. Vrin, 1982; pags. 383-404.
31
Monográficamente sobre el sistema de la brida, solamente se publicó en España el libro de Federico
Grisoni/Grisson, Reglas de la cavallería de la brida, Baeza: Juan Bautista Montoya, 1568.
32
Frente a la aislada obra de Grisoni sobre la brida tenemos para la gineta, además de la de Aguilar, las de
Juan Arias Dávila Portocarrero, Discurso... para estar a la gineta, Madrid: Madrigal, 1590; Fernando
10

Carrera y galope simples.


Carrera con espada y capa.
Carrera con lanza y capa.
Carrera con lanza y adarga.
Juego de cañas33.
Alanceamiento de toros.

Su información es seca y parcial, como se exige a un maestro de


equitación a quien no deben interesarle más cosas que los aspectos
técnicos que han de aprender los alumnos, pero, afortunadamente,
contamos con abundantes descripciones de fiestas – Relaciones – que
enriquecen los comentarios de los técnicos con informaciones obtenidas
en la misma calle. Estampas riquísimas como las que el que portugués
Tomé Pinheiro da Veiga ofrece de su breve estancia en Valladolid entre
1601 y 1605. Su relato, manuscrito, acabó en la Biblioteca Municipal de
Oporto34, constituyendo una fuente inestimable.
La nobleza, toda, estaba en Valladolid y ya se sabe que donde
había nobleza había fiestas y fastos, precisamente de ahí viene el título de
Fastiginia del manuscrito de Pinheiro. Las que pudo ver y describe
encajan unas en el grupo que hemos calificado de exhibiciones con
caparazón y las otras en el de juegos. Reducidas a esquema, como en el
caso de Aguilar, resultan:

Exhibiciones con caparazón35.


Cabalgatas36.
Entradas37.

Chacón, Tractado de la cavallería de la gineta, Sevilla: Álvarez, 1551; Pedro Fernández de Andrade,
Libro de la gineta de España, Sevilla: Barrera, 1599; Eugenio Manzanas, Libro de enfrenamientos de la
gineta, Toledo: Guzmán, 1570 y Rodríguez, 1583; Juan Suárez de Peralta, Tractado de la cavallería de la
gineta, Sevilla: Díaz, 1580; y Bernardo Vargas Machuca, Libro de exercicios de la gineta, Madrid:
Madrigal, 1600.
33
AGUILAR, o.c., capítulo XV, pags. 39-43v.
34
Preámbulo de José PEREIRA de SAMPAIO a la Fastiginia, o.c., pags. 15-28.
35
Dice Pinheiro, “La hermorsura de los caballos y la riqueza de los jaeces no se puede encarecer... porque
los más de los jaeces son bordados y de aljófar [perlas menudas] de altura de dos dedos y más [altura
alcanzada de grueso por el bordado], que quedan las figuras como de bulto [en altorelieve]. Iban los
caballos con sus gualdrapas... y detrás infinito número de caballos enjaezados con la misma riqueza y
hermosura”, Fastiginia, p. 61; en otro lugar describe así la puesta en escena de don Juan de Tasis: “salió a
caballo con capa, cuera, calzas, zapatos, gualdrapa, riendas y hasta anteojeras del caballo todo igual, que
era un bordado redondo de canutillo de plata labrada, menudo pero muy tupido y con los adornos de
altura de un dedo y tan abundante uno sobre otro que parecía chapa de plata con adornos... que debía
llevar 60 libras de plata fina...”, Pinheiro, p. 91.
36
Movimientos solemnes a caballo por el interior de la ciudad en casos de presentaciones de credenciales,
bautizos de príncipes, etc., “Iban delante algunos arqueros del rey, luego, a caballo como quince de los
títulos y señores... con sus gualdrapas de colores diversos de seda, con muchos pasamanos de oro y
plata...”, Pinhiero, p. 85.
37
Llegadas de personalidades a la ciudad, como por ejemplo el cardenal arzobispo: “La comitiva con que
entró fue muy grande y fastuosa... la librea de los pajes y lacayos fue muy vistosa... una carroza con
cuatro caballos engualdrapados... los mejores de la Corte, cuatro coches más y 18 caballos regalones muy
hermosos”, Pinheiro, p. 79; sobre ellas, por ejemplo, Augustin REDONDO, “Fiestas, realeza y ciudad:
Las Relaciones de las fiestas toledanas de 1559-1569 vinculadas al casamiento de Felipe II con Isabel de
Valois”, en La Fiesta, Actas del II seminario de Relaciones de Sucesos, LA Coruña. Sociedad de Cultura
Valle Inclán, 1999; pags. 303-13.
11

Lazos y caracoles38.
Juegos.
Cañas39.
Carreras40.
Paso a cuatro41.
Toros42.

En esencia las mencionadas vienen a ser las mismas en Aguilar y


en Pinheiro, sobre todo si prestamos más atenciones a sus fines que a sus
formas.
¿Cuáles son los fines de los ejercicios ecuestres de la nobleza castellana
del siglo XVI?: demostrar su grandeza, ¿Y la forma de evidenciarla?:
realizar ejercicios perfectos sin aparente esfuerzo, como por casualidad,
casi como con desgana, como si la Naturaleza hubiese dado a los nobles
el don de ejecutar maravillosamente ciertas artes sin necesidad de
maestros ni aprendizajes, como si la facilidad de montar a caballo les
viniese de la sangre.
Es un culto a lo majestuoso que subraya Aguilar: “En ninguna
manera se sufre... dar ninguna voz corriendo, ni golpe con las riendas, ni
hacer ningún movimiento con el cuerpo o para aguijar el caballo, si no
fuera irle dando solamente con los pies... porque de otra manera más
parecería hacer oficio de vendedor de caballos43 que de caballero”44. El
jinete ha de trabajar para dar la imagen de un héroe de la antigüedad a
caballo, para ofrecer de continuo la estampa de una estatua, huyendo de
movimientos bruscos e innecesarios, porque “Hacer florituras a ningún
caballero le estará bien hacerlo públicamente”45.
En definitiva, el siglo XVI muestra en la nobleza y en la
caballería castellanas y por extensión españolas, un enorme interés por
los caballos excelentes, incluso extraordinarios, no regateando dinero a la
hora de conseguirlos en cualquier parte del mundo. Ello sucede así
porque el caballo pasa a convertirse en símbolo de la verdadera nobleza
tanto como los escudos de armas y los apellidos. Por la necesidad de
contar con caballos excelentes desaparece de los ejercicios públicos
38
“... en fila fueron tejiendo una madeja, atravesando una fila junto a otra y haciendo su medio caracol
sim embarazarse, que pareció muy bien, y fuéronse a tomar otros caballo...”. Pinheiro, p. 131.
39
Cita varios juegos de cañas Pinheiro; en el primero de ellos refiere: “Llevaba cada uno muchos caballos
y solamente el condestable llevó 20, con 20 adargas nuevas”, p. 108; sobre la esencia del juego de cañas
nos remitimos a Lucien CLARE, “Un jeu équestre de l’Espagne classique: le jeu des ‘cannes”, en Le
cheval et la guerre. Du XVe au XXe siècle, Dir. Daniel ROCHE et Daniel REYTIER, París: Association
pour l’Académie d’Art Équestre de Versailles, 2002; pags. 317-332.
40
PINHEIRO, o.c., “Llegaron a palacio, donde corrieron delante del rey y de las damas”, p. 61; “esta
tarde vino el conde de Saldaña y marqués de Barcarrota, que andaba en Platería [calle de Valladolid] con
otros siete u ocho desempedrando calles y reventando caballos...”, en este caso, al tratarse de carreras
entre particulares, seguramente sí importaba quien llegaba antes, p. 64; también, por ejemplo, “El día 19
hubo carreras frente a palacio, que es fiesta muy frecuente que los cortesanos hacen a las damas”,
Pinheiro, 161; incluso había un lugar especial para probar animales, llamado, precisamente “La Carrera
de los Caballos”, Pinheiro, 177..
41
PINHEIRO, “volvieron a la Plaza, donde los vi pasar en cuatro hileras”, p. 61; ¡pasaron cuatro veces
las filas, que vienen a ser dieciseís...”, p. 62.
42
Se citan innumerables veces, eran el juego predilecto.
43
En el texto: corredor.
44
AGUILAR, o.c., p. 30.
45
Ibidem, p. 35.
12

ecuestres buena parte de la antigua pequeña nobleza de los hidalgos, con


sus lamentables monturas, condenada en lo sucesivo a formar una suerte
de caballería sin caballo.
Unos caballos que van a emplearse en juegos no tanto de
competición como de exhibición de nobleza y buena crianza del jinete,
que busca un compañero al menos tan noble como él, alguien que sea su
perfecto complementario en una imaginaria estatua clásica. Nobles y
caballos. Tan especiales los unos como los otros y ambos juntos
formando una unidad majestuosa.

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