Gonzalez, M - Tesis de Maestria
Gonzalez, M - Tesis de Maestria
Gonzalez, M - Tesis de Maestria
Tesis
INTRODUCCIÓN 3
CAPITULO 2. LA HOMEOPATÍA 20
CONCLUSIONES 128
BIBLIOGRAFÍA 133
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INTRODUCCIÓN
Este trabajo es un relato sociohistórico que da cuenta de los principales rasgos acerca de
cómo se produjo el proceso inicial de institucionalización “perdurable” de la homeopatía en
Argentina. Dicho proceso comprende el lapso que se extiende desde julio de 1933, cuando un
reducido grupo de médicos que utilizaban la terapéutica homeopática decidió crear una
Sociedad que los nucleara, hasta noviembre de 1940, cuando el presidente Agustín Justo dictó
un decreto por el que se le otorgó reconocimiento jurídico legal.
Tanto los procesos de institucionalización de la homeopatía del siglo XIX, como el que
se aborda en este trabajo, han sido atravesados por la cuestión de la legitimidad, que puede
analizarse desde la cuestión de las disputas por determinados espacios sociales o institucionales
(por ejemplo, el reconocimiento jurídico), o de la controversia más general que tiene que ver
con la validez “científica” del conocimiento apelado. En esta tesis se analiza históricamente el
posicionamiento social e institucional de la medicina homeopática en la década de 1930 en
Argentina y su vinculación con un modelo médico “oficial” o “hegemónico” que la excluye.
3
Homeopatía–, se desarrolla un trabajo de análisis y conceptualización acerca de los objetos y
sentidos que están en juego en los discursos legitimadores de una práctica considerada como
“marginal y anticientífica” por la mayoría de los médicos alópatas. De ella se han seleccionado
los artículos que se analizan y que al mismo tiempo brindan la posibilidad de identificar a los
actores y establecer hitos en la disputa.
La mirada constructivista del problema, acarrea la lectura de dos ejes que construyen el
problema: la constitución de un nuevo rol científico y la controversia que lo atraviesa. Esta
mirada permitirá encontrar particular riqueza en las distintas estrategias discursivas y en los
supuestos en los que se apoyan, por lo que se ha intentando mostrar la yuxtaposición de los
argumentos de “cientificidad” con las luchas por el posicionamiento público y la legitimación
social.
Si en los estudios sociales de la ciencia se han dado una serie de trabajos notables sobre
el nacimiento de la investigación en ciencias biomédicas en Argentina, durante el siglo XX (por
ejemplo: Buch, 1996 y 2000; Buta, 1996; Estebánez, 1996; Kreimer, 2007; Prego, 1996), este
interés ha estado siempre orientado a las prácticas “oficiales”. En este marco, esta tesis
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constituye el primer acercamiento a la problemática del proceso de institucionalización y el
discurso homeópata de la década de 1930 en Buenos Aires. En las páginas que siguen se pone
de relieve un discurso (de alguna manera olvidado o) sólo tangencialmente utilizado para
reconstruir una línea cronológica en otros trabajos de ciencias sociales.
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CAPITULO 1. PRINCIPIOS DE ANÁLISIS
A continuación se repasará una serie de principios analíticos que han servido para darle
un orden a este relato. Algunos fueron punto de partida para la indagación primaria, mientras
que otros fueron recursos explicativos que surgieron de la necesidad planteada por un
heterogéneo, esquivo y lábil conjunto de datos empíricos llamados a constituirse como
información ordenada en una tesis de maestría.
El primer ángulo de entrada al problema fue una indagación que pretendía comprender
al fenómeno de la homeopatía desde un estudio de “controversias” a la manera de Harry Collins
(1981): resumidamente, buscar un conjunto de actores que confluyeran sobre la discusión del
valor de verdad de un determinado conocimiento. Como la discusión sobre la validez de la
homeopatía lleva alrededor de doscientos años, más que encontrar tal conjunto de actores en
activo que se enrolen para determinar su validez, comenzó a ser más interesante buscar distintos
momentos en los que hubiera ocurrido alguna discusión puntual.
En este sentido, la obtención del reconocimiento jurídico por parte de la institución más
importante de homeopatía es un tema que no ha sido mencionado más que anecdóticamente por
algunos historiadores de la homeopatía. El interrogante pasó a ser, entonces, cómo un grupo de
médicos formados en una facultad alopática había logrado constituirse en un medio
presuntamente hostil y en menos de una década lograr el reconocimiento estatal.
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-La creación de consultorios para público de escasos recursos y el dictado de cursos, a
partir de fines de 1934.
-Los distintos enfrentamientos entre la institución homeopática y el “entorno hostil” (en
particular con el Departamento Nacional de Higiene –con poder cuasi policial– representante de
los intereses de los médicos y farmacéuticos “alópatas”).
Juego de roles
Previo a la crítica constructivista, uno de los trabajos más citados e interesantes de los
estudios sociales de la ciencia sobre procesos de legitimación e institucionalización de una
“ciencia nueva” es el de Joseph Ben-David y Randall Collins, en el que destacan los factores
sociales en el origen de la psicología. En ese trabajo los autores discuten la idea de que el
conocimiento de una nueva disciplina se propaga y fortalece por la fuerza de las ideas fundantes
y, sobre todo, rompen con la explicación de que “si no prospera es por un fallo de las ideas en
sí” (Ben-David y Collins, 1966, p. 452).
Lejos de interrogarse por la “fertilidad de las ideas”, el problema pasa a ser cómo ocurre
que en cierto momento la difusión y transmisión de ideas relacionadas con una disciplina dada
crecen fuertemente en su efectividad: en vez de contemplar la mutación intelectual interna de
los campos de conocimiento, se concentran en los mecanismos contextuales que favorecen la
selección de estas mutaciones. Ben-David y Collins sostienen cuatro postulados para el
surgimiento de una nueva disciplina: 1) las ideas necesarias están disponibles por un período
prolongado antes de que se consolide la disciplina; 2) Sólo unas pocas de estas ideas llevan a un
crecimiento futuro; 3) Ese crecimiento ocurre cuando y donde las personas se interesan en estas
ideas. No sólo por su contenido intelectual sino también por su potencial de establecer una
nueva identidad intelectual y particularmente un nuevo rol ocupacional; 4) La condición bajo la
7
cual este interés crece puede ser identificada y usada como la base para una eventual
construcción de una teoría predictiva (Ben-David y Collins, 1966, p. 452).
Así como resulta elogioso el esfuerzo de estos autores “clásicos” por explicitar los
“factores sociales” en la conformación de una nueva ciencia, se han realizado algunas críticas
válidas a sus aportes. Pablo Kreimer discute el alcance de lo “social” en el trabajo de Ben David
y Collins, argumentando que “[los factores sociales] no se refieren más que a los aspectos
institucionales de las disciplinas, ignorando todo otro elemento que provenga de otros actores
sociales y que podría desempeñar un papel importante en el desarrollo de las disciplinas
estudiadas” (Kreimer, 2003, p. 17). A los fines de esta investigación, esta crítica no invalida el
trabajo de Ben David y Collins, sino que se entiende como una solución superadora de la
“nueva sociología de la ciencia” a los trabajos iniciales. El desafío pues, pasa por encontrar
marcas más amplias en las prácticas (tratándose de un trabajo sociohistórico, generalmente
discursivas) de los actores implicados en el proceso de construcción de un nuevo rol.
Como Ben David y Collins (1966) han señalado, a la vez que se halla un proceso de
diferenciación, por la constitución de un “nuevo rol” se produce una tensión con el rol anterior.
En el caso de la medicina, además, el sistema considerado (por una corriente de la antropología
de la medicina) como hegemónico reviste ciertas especificidades que lo estructuran:
8
El Modelo Médico Hegemónico cumplió y cumple funciones curativo/preventivas, pero también
funciones de control, de normatización y de legitimación, que en determinadas coyunturas
económico-políticas pueden tener más relevancia que las funciones reconocidas como
‘estrictamente’ médicas (Menéndez, 1985, p. 22).1
Por ende, lo que interesa es ver cómo una naciente Sociedad Médica busca instituirse
como la única legítima en su especie, pero también en función a su posición subalterna respecto
de la “otra” medicina, que ejerce su rol controlador, y que es la que ha dado formación a los
representantes de esta nueva disciplina. El rol predominante de la “medicina alopática”, que
ostenta desde el Estado diferentes medios de sanción social, no debe hacer perder de vista que el
origen institucional y la problemática profesional entre la alopatía y la homeopatía guarda
poderosas similitudes.
Tanto este (el Modelo médico hegemónico) como las otras formas académicas y/o academizadas
(homeopatía, quiropracia, etcétera), o populares (herbolaria, espiritualismo, entre otros) de
atender a los padecimientos, tienen el carácter de “instituciones”, es decir instituyen una
determinada manera de “pensar” e intervenir sobre las enfermedades y, por supuesto, sobre los
enfermos (Menéndez, 1994, p. 72).2
De esta manera, la homeopatía comparte con la alopatía, antes que nada, el rol de
“sanador” a nivel más amplio (que detenta sobre el resto de las personas una legitimidad social
para la intervención “curativa”), pero también el de “médico académico” con trayectoria
1
Aún más, Menéndez entiende que: “El proceso de salud/enfermedad/atención, así como sus
significaciones, se ha desarrollado dentro de un proceso histórico en el cual se construyen las causales
específicas de los padecimientos, las formas de atención y los sistemas ideológicos (significados) respecto
de los mismos. Este proceso histórico está caracterizado por las relaciones de hegemonía/subalternidad
que opera entre los sectores sociales que entran en relación en una sociedad determinada, incluidos los
saberes técnicos” (Menéndez, 1994, p. 72).
Otro aspecto a poner en juego sobre la noción de hegemonía/subalternidad es el hecho de que todos los
actores que participan en esta disputa compartieron una primera formación médica común, ya que la
Asociación de homeópatas sólo acepta “médicos recibidos en Universidades Nacionales”, de formación
convencional, alopática, “cientificista”. Sin embargo, asumieron prácticas opuestas en sus principios
curativos, validatorios y legitimadores; estas diferencias en la práctica se sustentaron en contrastes
radicales en las concepciones acerca de la salud y la enfermedad, y miradas culturalmente distintas sobre
el hombre y su constitución física, psíquica y social.
2
Esta idea remite a los trabajos de Foucault sobre el disciplinamiento social que implicó el
establecimiento de la medicina moderna sobre la sociedad occidental: “Toda la segunda mitad del siglo
XVIII fue testigo del desarrollo de todo un trabajo que era, a la vez, de homogeneización, normalización,
clasificación y centralización del saber médico. ¿Cómo darle un contenido y una forma, cómo imponer
reglas homogéneas a la práctica de la atención, cómo imponer esas reglas a la población, por otra parte,
menos para hacerla compartir ese saber que para que le resultara aceptable? Ése fue el sentido de la
creación de los hospitales, de los dispensarios, de la Sociedad Real de Medicina, la codificación de la
profesión médica, toda una enorme campaña de higiene pública, toda una enorme campaña, también,
sobre la higiene de los lactantes y los niños, etcétera” (Foucault, 2001, p. 170).
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institucional oficial. Este punto en común es clave para entender la tensión por la legitimación
de la disciplina que la a la vez horada la lógica curativa de la alopatía, la refuerza con prácticas
curativas y de legitimación similares.
Puesto así, es menester aludir al libro “Ciencia en acción” de Bruno Latour, quien
propone la idea de que la ciencia tiene dos caras: una que sabe, la otra que todavía no sabe
(1992, p.7), la primera es la ciencia “cristalizada” y la otra es la ciencia “en acción”. El autor
separa ambas y le atribuye cierto discurso a cada uno de los tipos ideales, mientras que la
primera es más conservadora y tiende a autolegitimarse, la segunda es relativizadora y pone en
cuestión los mecanismos de legitimación.
Institucionalizar y legitimar
Como bien señala Menéndez, las diferentes prácticas médicas instituyen una manera de
pensar, de entender la realidad y de intervenir sobre ella. Siguiendo a Pierre Bourdieu (1993),
las instituciones, además, buscan consagrarse como legítimas para dotar (instituir) a
determinados actores con ciertos atributos:
Es así que “la investidura (del caballero, del diputado, del presidente de la República,
etc.) consiste en sancionar y santificar, haciéndola conocer y reconocer, una diferencia
(preexistente o no), en hacerla existir en tanto que diferencia social, conocida y reconocida por
el agente investido, y por los demás” (Bourdieu, 1993, p. 115). El entramado teórico lleva a
pensar en la “hibridación de roles” (que plantearon Ben-David y Collins), el pasaje del rol de
“médico alópata” (instituido por las facultades de las Universidades Nacionales) al de “médico
homeópata” (cuya institución logra en el período estudiado, a su vez, instituirse como tal)
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requiere de una aceptación social más amplia que la del propio grupo: “El acto de institución es
un acto de comunicación, pero de una clase particular: notifica a alguien de su identidad, pero a
la vez que expresa esa identidad y se la impone, la expresa ante todos (katègoresthai es, en
principio, acusar públicamente) y le notifica con autoridad lo que es y lo que tiene que ser”
(Bourdieu, 1993, p. 117).
Es por ello que los actores que representan el nuevo rol deben hacerse de
reconocimiento social para poder ejercer la capacidad de instituir a sus miembros como
legítimos representantes de una práctica. En este caso, lo que se debe estudiar es cómo un grupo
de médicos busca legitimar su asociación ya que “los actos de magia social (como la concesión)
de cargos y honores […] sólo pueden tener éxito si la institución, en el sentido activo tendente a
instituir a alguien o algo en tanto que dotados de tal o cual estatus y de una u otra propiedad, es
un acto de institución en otro sentido, es decir, un acto garantizado por todo el grupo o por una
institución reconocida” (Bourdieu, 1993, p. 122).
Otra cuestión importante es la referente al “deber ser”: “La institución de una identidad
[…] es la imposición de una esencia social. Instituir, asignar una esencia, una competencia, es
imponer un derecho de ser que es un deber ser (o de ser). Es notificar a alguien lo que es y
notificarle que tiene que comportarse en consecuencia” (Bourdieu, 1993, p. 117). Por ello
también, los representantes del nuevo rol deben esforzarse en dejar claro qué es y qué no es
homeopatía, cuáles son los alcances, los límites, establecer esa “frontera mágica” que impide
que “los que están dentro, en el lado bueno de la línea, salgan, se degraden o pierdan categoría”
y “evitar permanentemente la tentación del paso, de la transgresión, de la dimisión” (Bourdieu,
1993, p. 119).
Lo que ocurre es que tampoco se trata de una transgresión menor, sino una que pone en
cuestión (por momentos, por completo) a la práctica “hegemónica” que instituye a todos los
médicos del país. En el discurso de los homeópatas de la década de 1930 en Argentina, no se
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observa una voluntad de completar un sistema con fallas o deficiencias, sino un reemplazo
completo porque, se sostiene, todo su sistema de conocimiento es falaz.
La controversia, la disputa
Es Karin Knorr Cetina (1996) quien amplía la idea de campo para enunciar la de arenas
transepistémicas, expresando la necesidad de todo científico de interactuar con otros espacios,
que requiere competencias para vincularse con otras actividades, van desde los políticos más
encumbrados, pasando por ejemplo por el cadete del proveedor de insumos, el personal de
limpieza, hasta pares o aprendices del propio campo. La idea de “arenas” o espacios de acción,
si bien discute con una visión simplista de la noción de “campo” que el propio Bourdieu no
defendería, permite flexibilizar mejor la ya rígida posición de los actores frente a una disputa o
controversia y ayuda a la relativización de la centralidad del “conocimiento” en una contienda
científica.
Harry Collins, uno de los cientistas sociales más célebres en el estudio de las
controversias científicas, no niega la existencia de la “naturaleza” sino más bien indica que se la
percibe como aquellos juegos infantiles de unir con líneas los puntos esparcidos en una hoja en
blanco, para formar una figura (Collins, 1985, p. 16). Por ello es que el saber científico, a pesar
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de sus intenciones, no puede denotar realidad, sino simplemente construir un discurso acerca de
su existencia y la validación del saber sobre ella.
Este tipo de posturas deriva en un punto de vista desde el cual no tiene sentido
preguntarse por el valor de verdad de una disciplina en cuestión. Lo que define a una teoría
como valedera es la aceptación social y nunca al revés, de modo que el nudo del problema pasa
por resolver cuáles son los mecanismos que intervienen en la legitimación de una teoría o
práctica. Vale retomar aquí dos puntos del programa fuerte de Bloor (1998) cuando intentaba
establecer ciertos principios de la práctica sociológica sobre la ciencia: el principio de
imparcialidad, con el que pretendía que se de cuenta de la explicación del conocimiento que a
priori se considera verdadero, tanto como del que se considera falso (que era lo que estudiaba la
sociología hasta entonces), y derivado de este, también considerar el uso del principio de
simetría, en tanto que la misma explicación debe valer para ambos conocimientos.3
Es por ello que aquí se parte de considerar al saber homeopático como de igual valor de
verdad que el alopático, y no se pretende establecer otro juicio de valor que la creencia en que
ambas prácticas se basan en saberes médicos vinculados al conocimiento científico y su
legitimación social e institucional es lo que le otorga el valor de verdad. Este posicionamiento
ha provocado acusaciones y suspicacias de favorecer a uno u otro bando (por actores no
necesariamente médicos) en las sucesivas presentaciones a congresos que se han hecho de los
avances de esta investigación, lo cual da cuenta de que el debate sigue abierto, además de haber
redundado en una constante reflexividad sobre la objetividad de este trabajo.
Tomando como punto de partida el trabajo de T.S. Kuhn (2000), Harry Collins
considera que el estado de ciencia normal (cuando los científicos trabajan dentro de un
paradigma aceptado) es el período que habían abordado los diversos estudios de laboratorio.
También reconoce en el concepto kuhniano de revolución científica (cuando se cambia por
completo un paradigma) otro de los estados en los que se produce ciencia. Finalmente una
tercera situación, llamada período de ciencia extraordinaria, comprende los momentos en los
que los científicos producen conocimiento que no encajan dentro del paradigma, de esta forma,
progresivamente, se empieza a generar controversia.
En este sentido, Latour enumera una serie de características acerca del discurso
científico que pueden ser útiles para esta narración: la tecnicización de la literatura, cuando las
3
Por otra parte, Collins rechaza del programa fuerte el principio de causalidad porque su aceptación
implicaría suponer que el conocimiento parte de una serie de factores externos y más determinantes que el
proceso de construcción social.
13
“controversias estallan” (Latour, 1992, p. 29), la práctica de citar a otros autores (pp. 30-31), a
textos anteriores (p. 32-33), así como la importancia de ser citado por textos posteriores (p. 38-
39), o la estrategia de escribir textos que resistan los ataques de un entorno hostil (p. 44). Como
el análisis de la “ciencia en acción” de Latour se corresponde a un período distinto del estudiado
en este caso, no se espera una coincidencia absoluta con esta suerte de tipología.
Siguiendo la mayoría de los casos estudiados, pareciera que las controversias se cierran
con un consenso más o menos generalizado, y los “perdedores” de la contienda padecen la
dificultad creciente de mostrar la plausibilidad de sus argumentos, y a medida que se normaliza
el proceso de producción, se olvidan los puntos en cuestión y la explicación triunfante se va
cristalizando como una verdad auto evidente. Las preguntas, entonces, suelen estar orientadas a
¿Cómo es que una comunidad científica llega a un acuerdo? ¿Por qué la controversia no es
ilimitada? Habría que explicar, en definitiva, qué sustenta esa solidaridad que hace que todos
finalmente estén de acuerdo (Machamer y otros, 2000, p.7).
Una de las críticas a la homeopatía es que no produce conocimiento nuevo y que se basa
en los ensayos de Hahnemann realizados entre fines del siglo XVIII y principios del XIX. Sin
embargo, asumir esta crítica como valedera implicaría negar que el problema del conocimiento
ocupa un lugar central en los debates para los actores, y el esfuerzo de los representantes de la
4
Véase el estudio sobre el core-set de Harry Collins, 1981.
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homeopatía por generar explicaciones y pruebas. Es por ello que, para evitar expresiones como
“disputa controvertida” o “controversia disputada”, se podría considerar este estudio como el de
una “disputa” (por un espacio social legitimado a través de la legalización de una institución)
sin por ello desdeñar su carácter cognoscitivamente controversial: lo que aquí interesa es que la
legitimación institucional y social de una disciplina científica se ve afectada en múltiples
sentidos (sociales, institucionales, culturales).
Los discursos
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Para Mircea Eliade, resulta muy difícil llegar a una definición de mito que abarque todas las
concepciones del mismo. Es de interés en este trabajo la siguiente definición “es, pues, siempre el relato
de una ‘creación’: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser […] Los personajes de los
mitos son seres sobrenaturales. Se les conoce sobre todo por lo que han hecho en el tiempo prestigioso de
los ‘comienzos’” (Eliade, 1992, p.12).
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sostiene que “en nuestras sociedades la historia sustituye a la mitología y desempeña la misma
función […] a pesar de todo el muro que existe en cierta medida en nuestra mente entre
mitología e historia probablemente pueda comenzar a abrirse a través del estudio de historias
concebidas no ya en forma separada de la mitología, sino como continuación de ésta” (Lévi
Strauss, 1995b, p. 65).
En este sentido, vale aquí reivindicar el supuesto de que a través del discurso se pueden
construir materialidades, causalidades y evidencias concretas partiendo de considerar el
lenguaje, los discursos, como prácticas sociales y no como una mera “expresión” o
“representación”:
16
Los sujetos hacen unas veces unas cosas y otras veces, otras; dicen unas veces unas cosas y otras
veces, otras. La pregunta sobre la relación entre el “decir” y el “hacer”, planteados como ámbitos
separados, debe ser reemplazada por la pregunta por la relación entre la producción de prácticas
–discursivas y no discursivas– en las diferentes situaciones: por la diferencia entre sus distintas
“censuras estructurales” [ya que] toda práctica del sujeto se produce siempre en una situación
social que le impone unos imperativos prácticos, materiales y simbólicos (Martín Criado, 1998,
p. 67).
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decir de la controversia que “excede” la disputa, es central en tanto que el “método científico”
es una forma cristalizada de regulación de la interacción social dentro de una comunidad, donde
se establecen ciertos “patrones de actividad” (Shapin y Schaffer, 2005).
Parece conveniente analizar estas construcciones desde la perspectiva que Martín Criado
(1998) toma de Goffman y de Bourdieu, para comprender las múltiples implicaciones que
aparecen en los distintos discursos. Como bien señala el autor español, Erving Goffman realizó
uno de los desarrollos teóricos más completos tomando a la producción lingüística como
“práctica en un universo de prácticas” (Martín Criado, 1998, p. 56).
Los elementos que Martín Criado (así como su lectura) toma de Goffman se asumen en
este trabajo como principios teórico-metodológicos válidos y se resumen en los siguientes ítems
(Martín Criado, 1998, p. 59-62):
-Sus discursos y prácticas van mutando, por lo que Goffman resalta la necesidad de
delimitar la “situación social”, para romper la idea de sujetos “compactos”. Esto implica una
escisión de los sujetos, correspondiente a cada “situación social” según la cual la existencia de
una “persona verdadera” es un supuesto de sentido común, sobre el que se juega el sentido de la
interacción. En cada una de estas situaciones, varían las normas de aceptabilidad.
-De esta manera, las prácticas discursivas aquí analizadas permitirían mostrar distintas
orientaciones según dichas normas de aceptabilidad en el grupo de referencia, pero (y esto cobra
fundamental importancia debido a que esas mismas normas están en discusión) la competencia
comunicativa depende también de la implicación del sujeto a un grupo de pertenencia.
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-Goffman argumenta que adquirir esta competencia comunicativa no es meramente
desarrollar una habilidad, sino también una creencia, con lo cual descarta la idea de que el sujeto
es plena y conscientemente estratégico.
Los discursos y prácticas de los actores van mutando, por lo que Goffman resalta la
necesidad de delimitar la “situación social”, para romper la idea de sujetos “compactos”. Esto
implica una escisión de los sujetos, correspondiente a cada “situación social” según la cual la
existencia de una “persona verdadera” es un supuesto de sentido común, sobre el que se juega el
sentido de la interacción.
En cada una de estas situaciones, varían las normas de aceptabilidad de lo que debe ser
“correcto”. En este sentido, en el caso aquí analizado se cruzan cuestiones que tienen que ver
con la escisión de los sujetos “instituidos” como médicos, pero que, a su vez, quieren
“instituirse” como homeópatas, lo que genera una hibridación de roles, y hace que a veces
recurran al prestigio que otorga el viejo rol. Pero la escisión no termina allí, ya que la propia
figura social de médico, entre sí como pares, frente al Estado y los pacientes va presentando
distintas “situaciones sociales” (o, por qué no, arenas).
De esta manera, las prácticas discursivas aquí analizadas permitirían mostrar distintas
orientaciones según dichas normas de aceptabilidad en el grupo de referencia, pero (y esto cobra
fundamental importancia debido a que esas mismas normas están en discusión) la competencia
comunicativa depende también de la implicación del sujeto a un grupo de pertenencia. De esta
manera, Goffman argumenta que adquirir esta competencia comunicativa no es meramente
desarrollar una habilidad, sino también una creencia, con lo cual descarta la idea de que el sujeto
es plena y conscientemente estratégico.
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CAPITULO 2. LA HOMEOPATÍA
En este apartado se reseña brevemente el primer ángulo de entrada a la investigación:
una mirada general sobre la tematización de la homeopatía en la actualidad. En primer lugar, se
presentan los principios de la homeopatía tal cual se enseñan hoy en la principal escuela
homeopática del país; posteriormente se da cuenta de las principales críticas por parte de los
opositores más visibles; en tercer lugar, se presentan algunos análisis desde las ciencias sociales
a modo de “estado de la cuestión”; por último, aparece un ligero contrapunto acerca del
nacimiento de la homeopatía. No se trata de una revisión exhaustiva, sino de un punto de partida
a partir del cual el lector puede contar con los trazos más gruesos de la problemática.
Principios de la homeopatía
El primer principio es una generalización del aforismo similia similibus curentur (lo
semejante cura lo semejante), de Hipócrates, quien también había afirmado lo opuesto,
20
contraria contrarius curentur (Valenzuela, 1990, p. 37; Kaufman, 2004, p. 15-16). En 1790 el
padre de la homeopatía, Christian Hahnemann
Como se ve, este principio lleva a su vez implícito el siguiente, referente a las dosis
infinitesimales ya que al experimentar con sustancias en bruto “observaba muchas veces
fenómenos tóxicos”, al mismo tiempo, “para una mejor mezcla del soluto con el solvente,
provocó la sucusión metódica de las diluciones, observando que estas mezclas adquirían un
poder dinámico hasta entonces desconocido, tanto en la experimentación como en la acción
terapéutica” (Pellegrino, 2004, p. 39). De modo que el principio de la dilución lleva implícito el
de la “dinamización o sucusión” (sacudir vigorosamente) y observaba la siguiente metodología:
Técnicamente, Hahnemann tomaba una gota de tintura madre de las sustancias solubles y la
diluía en noventa y nueve gotas de alcohol, mezcla a la cual le imprimía cierto número de
sucusiones, que fue variando según la experiencia, y así obtenía la primera dinamización
centesimal, o sea la primera CH. De allí tomaba una gota y en frasco separado la mezclaba con
noventa y nueve gotas de alcohol, lo agitaba y obtenía la segunda CH y así sucesivamente
(Pellegrino, 2004, p. 39)
El propio autor homeópata reconoce que “llega así un momento en que no hay manera
de detectar la presencia de soluto en el solvente” […] y si bien “el número de Avogadro es
indiscutible para las diluciones y establece un principio en relación a la química” sostiene que
“las dinamizaciones homeopáticas no responden a estos principios sino a los de la física” y pide
21
“a los incrédulos el beneficio de la duda” ya que los medicamentos actúan “por su acción
dinámica sobre la Fuerza Vital” (Pellegrino, 2004, p. 39-40 y 42).7
“El verdadero médico encuentra en los medicamentos simples, administrados solos y sin
combinarlos, todo lo que posiblemente pueda desear, es decir potencias de una enfermedad
artificial que son capaces por su poder homeopático de vencer completamente, extinguir en la
sensibilidad de la Fuerza Vital y curar de modo permanente la enfermedad natural. Atento a la
sabia máxima: ‘Es un error emplear medios compuestos cuando los simples bastan’, nunca
pensará dar como remedio más de un medicamento simple a la vez” (citado por Pellegrino, p. 43,
destacado en el original).
Llevado al extremo, “cada individuo es una entidad diferente, inédita, exclusiva, única”
(Moizé, 2004, p. 81), se supone que para cada uno debe existir una patogenesia y para cada una
de ellas hay un medicamento homeopático único que puede reestablecer la energía vital. Se
considera “por definición” un consenso bastante generalizado entre todas las instituciones que
se pudieron consultar para este trabajo y fueron representadas en el 59º Congreso de la Liga
Médica Homeopática Internacional (Buenos Aires, octubre de 2004). Sin embargo, debido a las
críticas que estos formulan contra algunos médicos “pluralistas” (administran varias sustancias,
en lugar de una)8 se entiende que esta práctica existe, es rechazada y combatida.
Ahora bien, más allá de estos “principios” enunciados explícitamente, puede verse como
subyacen otros supuestos igualmente relevantes, como:
1. El concepto de salud y de individuo sano
2. El concepto de enfermedad y enfermo.
3. El concepto de fuerza vital.
7
Estos médicos sostienen que el proceso de dilución deja en el solvente que se utiliza para la misma
(habitualmente alcohol al 70%), una estructura determinada en sus moléculas, característica para cada una
de las sustancias originales. Y esta configuración espacial de moléculas del medicamento podría de
alguna manera transmitirse a las moléculas de agua de los seres vivos a los cuales se les administra,
desarrollándose así su acción biológica y terapéutica.
A partir de la “información” que los glóbulos homeopáticos portan, el organismo registraría, acopiaría y
elaboraría, una respuesta que devolvería el equilibrio a la “fuerza vital” (Crespo Duberty, 2000b, p.29).
8
La utilización de cócteles de medicamentos homeopáticos, es interpretada como pseudo homeopatía,
isopatía, o alopatía con remedios homeopáticos (Valenzuela, 1990, p. 37-38). Además, buscan
diferenciarse de otras terapias alternativas y complementarias, como la herboristería, resaltando la
particular forma en que es preparado el medicamento.
22
bienestar físico, psíquico y social y no solamente la ausencia de enfermedades” derivando en la
idea, que relaciona al sujeto con el medio, de que “el ser que tiene capacidad de adaptación a las
circunstancias de su existencia se mantiene sano; el que no la posee, se enferma” (Ambrós,
2004a, p. 31). Y concluye que “quien no esté sano de alma jamás tendrá capacidad para
conducirse correctamente en sus relaciones con el mundo exterior. Si no fallo en mi estructura
interior difícilmente lo exterior pueda afectarme” (Ambrós, 2004a, p. 32).
Diferencian también entre “noxas” (agentes patógenos con un poder relativo para
provocar enfermedades, pueden ser agudas o crónicas, específicas o inespecíficas) y
“susceptibilidad” (predisposición a ser afectado por una noxa; pueden ser de especie, de raza o
de individuo). La susceptibilidad individual “a presentar ciertos procesos mórbidos es lo que
consideramos desde la perspectiva homeopática como susceptibilidad constitucional o
miasmática. Es precisamente esta susceptibilidad individual la que debemos tratar, la verdadera
enfermedad que debe ser curada para anular la predisposición generadora de todos los
padecimientos humanos” (Yahbes, 2004, p. 105).
El mecanismo para “enfermarse”9 sería el siguiente: hay una “acción noxal” que afecta
una susceptibilidad individual (miasma latente) y se representa en manifestaciones clínicas
(miasma manifiesto). Dentro de las enfermedades crónicas, “el miasma básico de tipo
inespecífico es denominado psora y a los específicos se los conoce como psicosis y syphilis”
9
“Cuando el homeópata habla de enfermedad, debe referirse a aquella susceptibilidad individual para
desarrollar determinadas manifestaciones mórbidas, con sus modalidades individualizantes” […] “Las
enfermedades agudas son proceso súbitos de evolución siempre pasajera, tienen tendencia natural a
curarse o en su defecto llevan a la muerte. Las crónicas tienen una evolución solapada y progresiva,
debido a que la energía vital no puede oponerle más que una resistencia insuficiente, por su alteración
intrínseca. A aquella desarmonía vital crónica, predisposición constitucional individual, diatésica, la
denominamos miasma” (Yahbes, 2004, p. 108).
23
(Yahbes, 2004, p. 108)10 y dentro de las agudas señalan, entre otras, los “miasmas agudos o
enfermedades agudas verdaderas: son aquellas que abarcan a un grupo poblacional susceptible,
que presentan un cuadro clínico similar y un desencadenante común” (Yahbes, 2004, p. 109).
Respecto a la fuerza vital, Julio Ambrós considera que no basta con conocer la Materia
Médica, ya que “si el médico no tiene un sólido basamento filosófico e ignora las razones que
fundamentan la administración del remedio, nunca será un profesional exitoso”:
Ningún órgano, ningún tejido, ninguna célula es independiente de la actividad de los otros, sino
que la vida de cada uno de estos sectores está fusionada con la vida de la totalidad. Cuando las
dos células progenitoras se unen, ya está presente ese principio conocido como Energía Vital.
Esta lleva dentro de sí misma el poder de originar las células de los músculos, nervios y cerebro
dotadas con las facultades necesarias para funciones especializadas en el futuro. Sin esta Energía
Vital, la célula y todo el cuerpo se tornan inanimados y mueren. Sólo cuando está presente la
Energía Vital existe un organismo vivo capaz de acción física, del ejercicio de las facultades
mentales y con la capacidad para alcanzar las fuerzas espirituales (Ambrós, 2004c, p. 47).
Ambrós sostiene que “en nuestro papel de médicos siempre tendremos que lidiar con
una energía alterada; y para dominarla nos veremos obligados a oponerle otra energía”. Sienta
precedentes en la “cosmogonía china y el yoguismo hindú”, pero señala que “quien ha
demostrado en forma incontrovertible la existencia de la Fuerza Vital es William Reich a través
de treinta y cinco años de estudios y experimentos” partiendo de la teoría freudiana y
concluyendo que “la tensión muscular es una expresión de la angustia, y el ser humando
reprimido por el medio ambiente sufre básicamente una impotencia orgástica, piedra angular
sobre la que se edifican todas las neurosis”, relacionando esta “energía que se descarga con el
orgasmo con la pulsación propia de los seres vivos demostrando que ambas son idénticas y que
sus expresiones electromagnéticas pueden ser apreciadas con instrumentos” (Ambrós, 2004c, p.
48).
10
“Hahnemann define la psora como el miasma básico no venéreo, origen único de todas las
enfermedades. Los otros dos, syphilis y psicosis, son miasmas agregados y venéreos que no podrían
existir si la psora previamente no hubiera infectado el organismo. Sin la psora no hay enfermedad y la
Energía Vital no podría ser desequilibrada” (Casale, 2004, p. 222).
11
La caracterización de “escepticismo” hacia su propia práctica parece responder más a un término
corriente de “desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo” que a la definición filosófica de
“afirmar que la verdad no existe, o que, si existe, el hombre es incapaz de conocerla” (ambas definiciones
de la Real Academia Española). En efecto, para quien pueda leer sus obras parece haber una férrea
24
y foros de discusión en Internet) y corrientemente son invitados a opinar en la prensa escrita,
radio y televisión sobre prácticas tan diversas como la astrología, curanderismo, religión,
etcétera.
[…] se respira un ambiente de lucha por la racionalidad. Sobre todo, se detecta una gran
preocupación por el aumento de popularidad de las pseudomedicinas: homeopatía, acupuntura...
En España se pretende un reconocimiento de tales prácticas de manera oficial; tanto aquí como
en el parlamento europeo la industria homeopática y las terapias alternativas buscan un
reconocimiento político, viendo perdida la batalla científica. No sería de extrañar su éxito. Pocas
y muy contadas voces se alzan en su contra. Quizá con la creación del ECSO pueda oírse una
12
voz que no sea la homeopática.
25
biología, química, etc. Desde esta perspectiva, en la argumentación contra el carácter de las
terapias alternativas, prima el supuesto según el cual una terapia cuyos fundamentos no pueden
atribuirse al campo científico sólo podría ser eficaz como placebo y en algunos casos, su
práctica puede ser nociva, ya que puede provocar la “desatención” de las patologías del
paciente. Por ende, lo que aparece cuestionado es, por un lado, el carácter “científico” de sus
fundamentos, actividades y prácticas, y por otro, la eficacia de la homeopatía en términos
terapéuticos (junto con las otras prácticas denominadas “terapias alternativas y/o
complementarias”).
Las críticas más relevantes que reúnen en su trabajo y que se rescatan a continuación
comprenden, primero, una mención al carácter dogmático e inalterable de los principios
homeopáticos; posteriormente, el rechazo a dichos principios: de individuación, de similitud, de
medicamentos infinitesimales y dinamización de los mismos, a los conceptos de salud,
enfermedad y curación, y al carácter científico o pseudocientífico de las disciplinas en cuestión.
14
Se trata de un informe realizado para el Institut d’Estudis de la Salut Departament de Sanitat i Seguretat
Social Generalitat de Catalunya.
15
La ARP fue una de las agrupaciones fundadoras del ECSO. Los autores participan en distintos medios
de divulgación y tienen pertenencia institucional universitaria: Carlos Tellería (profesor del Departamento
de Informática e Ingeniería de Sistemas, Universidad de Zaragoza); Miguel Ángel Sabadell (Profesor
Departamento Ciencia de la Tierra, Universidad de Zaragoza y asesor Científico de TVE2); Víctor Sanz,
médico cardiólogo, autor de "La medicina, su naturaleza y sus fraudes", Aranda de Duero, 2000.
16
Ver Jarvis, W. (1994) NCAHF Position Paper on Homeopathy, disponible en http://www.ncahf.org/
publicado también en Skeptic, vol. 3, nº1:pp. 50-57. En las páginas de escépticos en castellano, el texto de
Tellería, Sanz y Sabadell es el punto de referencia obligado para cualquier mención a la problemática de
la homeopatía.
Argumentos similares aparecen en el suplemento Futuro de Página 12 del 24 de agosto de 2003, en el que
se da cuenta de una discusión realizada en Buenos Aires, en el marco de un café científico entre César
Lorenzano (profesor titular de Metodología de la investigación en la facultad de Medicina de la UBA) y
Juan Carlos Pellegrino (médico de la AMHA).
26
[Los principios de Hahnemann] son aceptados como dogmas por los homeópatas, contradicen
abiertamente los principios de la física, la química, la farmacología y la patología. La
homeopatía tiene todas las características de una secta —según el DRAE “conjunto de
seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica”— y de un culto —“honor que se tributa a
lo que se considera divino o sagrado”—. En ningún momento los homeópatas han planteado una
revisión de los principios establecidos por su fundador, a quien profesan un fervor casi religioso.
La homeopatía, fundada cuando la práctica médica consistía en sangrías, purgas, vómitos y la
administración de drogas altamente tóxicas, no ha evolucionado. Las ideas básicas de
Hahnemann no han sido analizadas, revisadas o expurgadas a la luz de los nuevos
descubrimientos que se han ido realizando en el campo de la biología, la bioquímica, la patología
o la química. Atendiendo a la historia de la medicina, es muy sospechoso que los principios
homeopáticos no hayan sido puestos en tela de juicio y se los considere casi como leyes
fundamentales de la naturaleza (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 35).
Principio de individualización
27
que relativiza esta mirada crítica como no sólo enunciada por la homeopatía, sino reconocida
por la medicina “científica”:
Esto es cierto, pero sigue sin ser un argumento válido en contra de la medicina científica y a
favor de la homeopatía —o cualquier otra terapia similar—.
En primer lugar, hay que tener en cuenta que la situación actual del sistema sanitario público es
consecuencia directa del proceso de socialización llevado a cabo en los países desarrollados, y
que garantiza una sanidad pública y gratuita para todos los ciudadanos.
[…] En segundo lugar, el hecho de que exista este problema no quiere decir que no tenga
solución. La sanidad pública es mejorable, y debe mejorarse. La crítica en este sentido, realizada
tanto por terapeutas “alternativos” como por usuarios del servicio público de salud va dirigida a
un problema de carácter básicamente organizativo, a cómo se desarrolla un servicio, y no al
servicio en sí. Es discutible la forma en que se ejerce la medicina en los centros públicos, pero no
qué medicina se ejerce, y mucho menos si debe o no existir una medicina pública.
Final y principalmente, en esta crítica se confunde el ejercicio concreto de la medicina en los
centros de salud dependientes de la administración, con la metodología de investigación y
tratamiento utilizada por la medicina científica, y que es desarrollada en centros de salud
públicos y privados, y en multitud de laboratorios de todo el mundo (Tellería, Sanz y Sabadell,
1996, p. 9-10).
Similitud
Lo que sostienen estos autores es que a partir de mediados del siglo XIX “la medicina
optó por una doctrina que recogía con mucha más lógica los nuevos conocimientos: ‘diversa
diversis curantur’” que se “orienta al estudio de la etiología de las enfermedades (sus causas
determinantes), el estudio de los fármacos, la búsqueda de principios activos y la posibilidad de
sintetizarlos, la farmacodinamia” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 13).17
Respecto al principio de similitud, según los críticos “el error aparece cuando se infiere
que entre ambos existe conexión causal cuando sólo hay coincidencia relacional entre dos
hechos independientes. Fijémonos en lo absurdo del planteamiento homeopático. Como la
penicilina produce una reacción alérgica, entonces cura la urticaria” (Tellería, Sanz y Sabadell,
1996, p. 14).
El hecho de que los estudios daten de fines del siglo XVII, parece acarrear
inconvenientes como que “para Hahnemann y sus coetáneos la fiebre estaba caracterizada como
una única enfermedad, de la que la elevación de temperatura corporal era su síntoma directo”.
Lo que implica, para la lógica “alopática” que el padre de la homeopatía “creyera” estar
“padeciendo los síntomas propios de la fiebre, como enfermedad; no que dicho síntoma,
17
“El término “alopática”, con el que frecuentemente se refieren a la medicina científica, procede de una
mera contraposición al término “homeopática”, y supone una generalización de los planteamientos
simplistas en los que se basa la homeopatía. […] Sin embargo, esta distinción que podía ser válida en las
teorías hipocráticas e incluso en las mantenidas hace dos siglos, carece totalmente de sentido en el marco
de una medicina desarrollada a la par que la tecnología e investigación modernas, y en el marco del
método científico” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 9).
28
asociado a otros muchos, puede ser indicativo de múltiples y muy distintas enfermedades”
(Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 13).
Infinitesimales y dinamización
La idea de que con dosis infinitesimales se evita la toxicidad, a los escépticos les resulta
“obvio”, lo que no los convence es la idea de que “simultáneamente aumenta su efectividad y
rapidez curativa. Y lo dicen sin que esto les parezca una contradicción. Realmente se está
confundiendo ‘menos perjudicial’ con ‘más beneficioso’”. Respecto a la cuestión de las
sucusiones afirman que “no se dan razones objetivas para fundamentar estos mecanismo;
simplemente es una nueva inspiración divina del gurú. Y la iluminación divina no necesita ser
probada”. Y sentencian: “lo cierto es que se violan las leyes más elementales y básicas de la
física y la química. Que preparados homeopáticos no contengan ni una sola partícula de
principio activo y sean los más ‘potentes’ es, cuando menos, chocante” (Tellería, Sanz y
Sabadell, 1996, p. 17).
El carácter legítimo de estas leyes implicaría para estos autores, alguna de estas
hipótesis: o bien que “el número de Avogadro, que permite calcular cuántas moléculas —parte
indivisible de una sustancia como tal— se encuentran en una cierta cantidad de determinada
sustancia, está equivocado” con lo cual “estaría también equivocada la práctica totalidad de la
química moderna”, o que
el principio activo modifica no se sabe qué característica del disolvente, que conservaría así las
cualidades de aquél. Al margen de cuál sea esa característica, nos encontramos aquí con los
mismos problemas que antes. ¿Por qué el soluto transmite al disolvente sus cualidades curativas
y no su toxicidad? Además, todas los conocimientos de la reactividad química estarían
equivocados. De acuerdo con la química y física oficiales, una sustancia o cuerpo puede producir
algún efecto sobre otra sustancia o cuerpo, siempre que entre ellos tenga lugar algún tipo de
reacción físico-química (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996 p. 18-19).
29
enfermedades, señalando, además que tanto la psora como la sicosis y la sífilis están
identificadas con cuestiones religiosas:
Aún hay más. James Tyler Kent, uno de los homeópatas más influyentes a finales del siglo
pasado y que estableció la llamada homeopatía clásica —la más extendida en Gran Bretaña
hoy— identificó la psora con el pecado original. Es la evidente culminación a un planteamiento
moral del origen de la enfermedad —no es casualidad que sean tres enfermedades venéreas el
fundamento último de las enfermedades crónicas—.
El meollo del problema es que los homeópatas no pueden eliminar estos conceptos tan ridículos
y falsos; deben conservarlos pues son la base de la ley de la Similitud y la de los Infinitésimos.
Por eso modifican los conceptos de forma ad hoc: los miasmas dejan de ser efluvios nocivos
procedentes de la tierra o el aire para convertirse en una alteración dinámica o cualquier
predisposición constitucional a la enfermedad. De esta forma salvan el problema y de paso evitan
que sea irrefutable por lo vago y general del término (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 12)
Ciencia, pseudociencia
30
la ‘medicina oficial’ que les sirve de coartada y escudo a sus elucubraciones, o sea, para hacerla
creíble y entendible” (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 33-34).
El análisis “social”
Esta problemática, de manera más general es revisada por Foladori (2004), quien
considera esta controversia como una “lucha de paradigmas”, entre una práctica “normal” y la
homeopatía a la que considera dentro de un grupo de medicinas “alternativas y
complementarias”. Cita diversos estudios que probarían el crecimiento de la utilización de estas
prácticas (hecho que reivindican los homeópatas y denuncian los “escépticos”) en las últimas
dos décadas contra los cuales se dieron una serie de “estrategias de barreras sociales y
científicas” como “un mecanismo de mantener al paradigma normal libre de competencia” y la
realización de diversos estudios cuyos “resultados fueron ambiguos debido a los diferentes
paradigmas”:
Mientras que la ciencia normal espera que una droga cure una enfermedad, sin considerar otras
características del paciente, para la medicina homeopática las mismas enfermedades en
diferentes pacientes pueden requerir de diferentes remedios. Mientras que la medicina normal es
estandarizada, la homeopatía es individualizada, lo que hace muy difícil usar procedimientos
similares para testar diferentes paradigmas (Foladori, 2004, sin foliar).
El autor, además sugiere que por “el resurgimiento y emergencia de las enfermedades
infecciosas y el aumento de la resistencia de los microbios a los antibióticos, durante las décadas
18
Por replicación se entiende la exigencia de reproducir los experimentos de manera sistemática con el
fin de determinar, a través de las sucesivas repeticiones, si los resultados son similares.
31
de 80 y 90, los consumidores se volcaron a las medicinas alternativas” (Foladori, 2004, sin
foliar). Todo este pensamiento está en línea con otros trabajos filosófico-antropológicos que,
por un lado, hablan de un “auge” de las “medicinas alternativas en el escenario social de
occidente”, y por otro, cuestionan “el modelo de salud vigente” que:
[…] además de estar muy impregnado de una vertiente medicalizante, está fuertemente arraigado
en el paradigma profesional-técnico, donde el facultativo de la medicina se ha convertido en un
técnico dominado por conceptos biologicistas y tecnocráticos y el paciente en un cuerpo enfermo
que necesita ser reparado (Panadero Díaz, 2003, p. 219).
Mientras que, por el contrario “la homeopatía tiene una visión integral de la medicina,
no descarta nada por insignificante que parezca, no disgrega en parcelas como la alopatía que
mantiene una visión parcial y analítica” (Panadero Díaz, 2003, p. 226), favorecida por el
contexto de la “posmodernidad” que “imprime una mayor diversidad en los valores, en las
conductas y en las vidas de los sujetos sociales”. En cierta medida contra la defensa que se ha
visto de Tellería, Sanz y Sabadell a la “sanidad pública y gratuita”, Panadero Díaz concluye que
“poder elegir entre la diversa fama de opciones que se nos presenta, es decidir al mismo tiempo
por estilos de vida diferentes que se contraponen a la ciencia biomédica y a la uniformidad
social. La atención social se ‘fragmenta’, al igual que se fragmentan otro valores de la
modernidad” (Panadero Díaz, 2003, p.227).
En biomedicina el remedio puede ser claramente separado del servicio del médico, y también
comprado directamente por el enfermo. La medicina es estandarizada y el enfermo puede evitar
al médico comprándola directamente. En la acupuntura no hay medicina. El servicio personal del
médico no puede ser evitado. La homeopatía se ubica entre ambos: la práctica del médico es
necesaria porque la medicina es individualizada, de manera que las posibilidades del enfermo de
comprar los remedios directamente no son tan simples como en la biomedicina. Aparte de estas
diferencias está la cuestión de las patentes. Medicinas ya conocidas no pueden ser patentadas. Ni
la acupuntura ni la homeopatía pueden tener patentes como sí la biomedicina (Foladori e
Invernizzi, 2005, sin foliar.).
Este esquema les permite deducir que “las filosofías holistas de la medicina
complementaria y alternativa no son relegadas debido a su dudosa efectividad, es el mercado
32
quien elige trayectorias tecnológicas que pueden ser fácilmente subsumidas a su
funcionamiento” (Foladori e Invernizzi, 2005, sin foliar.).
33
A este zócalo invariable, los homeópatas añaden una capacidad muy fuerte, seguramente mayor
por su posición minoritaria, para integrar los elementos portadores de cada tiempo: la pretensión
liberal revolucionaria y utópica al principio del siglo XIX; la denegación del materialismo en la
segunda mitad del mismo siglo; el compromiso entre las utopías ecologistas y las lógicas
capitalistas en la segunda mitad del XX (Faure, 2002/3, p. 95).
Con esta lectura, la homeopatía “no iría en contra sino con” la medicina “clásica”, lo
que hace pensar a Faure que “las dos medicinas triunfan juntas por la voluntad de una sociedad
demandante de bienestar”. Estos matices son el eje del trabajo de Nina Degele, quien realizó
recientemente un estudio sobre “comunidades homeopáticas” en Alemania, y se preguntó
¿cuáles son las características por las cuales la homeopatía se ve intersectada por lo que puede
reconocerse socialmente como conocimiento científico? La autora encuentra que la terapéutica
homeopática se ve “afectada” por la “ciencia”, entendida como un “intérprete global”,
“siguiendo tres criterios de demarcación que funcionan como puntos de referencia para desafiar
los reclamos de la ortodoxia”:
34
La educación en homeopatía sería significativa por dos razones: primero, “es donde se
establece la lealtad con la tradición de investigación de Hahnemann” y, segundo, “irónicamente,
incluso quienes se identifican como homeópatas clásicos se ven afectados por demandas por
mantenerse al día” (Degele, 2005, p. 122). La autora señala en estos fenómenos la utilización de
estudiantes para la “prueba de drogas como moda” (fenómeno en expansión “en la década de
1990”, mientras se contraían las demandas homeopática de “voto positivo por una comisión
ética” y “buenas prácticas clínicas”) y la “búsqueda de reputación” (“muchos homeópatas
producen conocimientos homeopáticos nuevos y visibles sólo para figurar” Degele, 2005, p.
123). Por todo ello, la atracción de nuevos practicantes y pacientes se apoyaría entonces en la
institucionalización y el esparcimiento de la educación.
Por último, argumenta que en la práctica cotidiana las pruebas científicas no son
decisivas en homeopatía, y si los homeópatas están interesados en las pruebas de efectividad de
las drogas, es sólo porque desean aplicarlo en su trabajo diario (Degele, 2005, p. 125). Sin
embargo, la escenificación de la “ciencia” en el trabajo cotidiano los lleva a utilizar software, lo
cual los aleja de los clásicos cuestionarios llevados al papel, de la sesuda lectura del Organón y
los términos y ritos de los “clásicos”. 19
19
En el 59º Congreso de la Liga Médica Homeopática Internacional, pudo observarse esta cuestión. Ante
la demanda de un médico relativamente joven de “leer más nuestros trabajos”, no se hizo esperar la
respuesta de un médico mayor de la AMHA: “hay que leer más a Hahnemann”, y ante la presentación de
un trabajo experimental realizado con ratones, el primer comentario de un médico mexicano fue “no
entiendo porque este sadismo con los animales”.
35
CAPITULO 3. ORÍGENES DE LA HOMEOPATÍA.
ANTECEDENTES EN LA ARGENTINA Y CONTEXTO
HISTÓRICO DE LA DÉCADA DE 1930
Nacimiento de la homeopatía
Este documento, que tiene como rasgo saliente ser el primero que deben leer los futuros
homeópatas diplomados como tales por la principal escuela de homeopatía del país, remonta los
inicios de la terapéutica a Empédocles, quien sostuvo que “los contrarios se rechazan y los
semejantes se atraen”, en el marco de una teoría según la cual “los fenómenos naturales
20
La obra citada corresponde al manual del primer año que leen los aspirantes a médicos homeópatas en
la AMHA, por lo cual se lo considera aquí estructurante.
36
corresponden a la mezcla de cuatro elementos eternos y deificados (el fuego, Júpiter; el aire,
Juno; el agua, Nestis y la tierra, Plutón)” (Kaufmann, 2004, p. 15).
Además de ocuparse de la filosofía, este sabio y médico griego habló de una fuerza intermediaria
entre el alma y el cuerpo a la que denominó entelequia. Además, afirmó que “el alma es el acto
primero del cuerpo físico orgánico que tiene la vida en potencia”. Como podrá apreciar el lector,
Aristóteles manejaba la simiente de la medicina psicosomática y del vitalismo, que encontrarían
en Hahnemann (¡dieciocho siglos después!) su genial creador (Kaufman, 2004, p. 16).
Más adelante se da cuenta, brevemente, del aporte de Roa Tro (125-220 d.C.) “precursor
chino de la Homeopatía que, además de la acupuntura, utilizaba también los medicamentos en
dosis infinitesimales”. Luego de hacer una breve referencia a Galeno se aclara que “después de
Hipócrates, Aristóteles y Roa Tro, en esta dura y difícil biografía de la Homeopatía las ideas de
la semejanza se pierden en la Historia hasta el siglo XVI, cuando aparecen en escena Kirchy,
Crollius y Paracelso” (Kaufman, 2004, p. 16).
De este último se hace una amplia reseña, destacando su “rebelión contra el galenismo”,
y se destaca, citando a Amaldi Titaferrante (médico homeópata), su “extraordinaria identidad
con Hahnemann. Los dos leyeron en el libro supremo de la naturaleza, que fue su mejor escuela.
Paracelso no quiso ser hombre de ciencia, sino médico y hombre de Dios” (Kaufman, 2004, p.
18).
De Hahnemann, a quien identifican con el luteranismo (sin dar más datos sobre ello),
narran una historia plagada de dificultades, y se lo califica como “itinerante y soñador”,
“admirado y perseguido”, que “vivió en la pobreza por defender sus ideales” (Kaufman, 2004,
p. 21). Sorprende también el espacio dedicado a la agonía del padre fundador, quien aún vivió
un ataque de verborragia para afirmar, entre otras cosas: “yo no he inventado nada. Yo sólo he
elegido una pizca de oro de la verdad que Dios ha extendido por la tierra. Es él quien me ha
llevado de la mano, pues yo estaba ciego, ciego por mi orgullo, al lugar donde estaba la pepita y
me la ha mostrado, ordenándome que yo profundizase para sacarla. Me he limitado a cumplir su
voluntad y obedecerle” (Kaufman, 2004, p. 22).
37
En concreto, la trayectoria que puede trazarse de este “itinerante” es la siguiente: en
1796 publica los primeros trabajos de experimentación en Ensayo sobre un nuevo principio
para descubrir el poder curativo de las drogas; pasa por “dos décadas de meditación y de
experimentación” mientras “viaja de ciudad en ciudad […] curando y huyendo de la
persecución, porque el género humano muestra intolerancia hacia los cambios y la puesta en
peligro de sus intereses” hasta que se establece en Torgau, donde publica un tratado de higiene,
El amigo de la salud, y en 1810 su nueva doctrina en el Organón de la Medicina Racional (con
posteriores ediciones en 1819, 1824, 1829 y 1833), en 1830 la Materia Médica Pura (“donde
codifica sus experiencias”) y en 1835, Las enfermedades cónicas, su doctrina y tratamiento
homeopático, época en la que se traslada a París, donde se afinca hasta su muerte en 1843
(Kaufman, 2004, pp. 21-22).
Allí tiene una labor “abrumadora”, las “curaciones se suceden sin interrupción”, se
funda la “Sociedad de Homeopatía y dos periódicos” y “despierta la envidia y el encono” de la
“Academia de Medicina” que presenta un “pedido de expulsión”, rechazado por el ministro
Guizot, a quien se atribuye la siguiente respuesta:
Hahnemann es un sabio de gran mérito. La ciencia debe ser para todos. Si la homeopatía es una
quimera o un sistema sin valor propio, caerá por si misma. Si es, por el contrario, un progreso, se
extenderá a pesar de todas nuestras medidas preventivas y la Academia debe desearlo antes que
nadie, pues ella tiene la misión de hacer avanzar la ciencia y de alentar los descubrimientos
(Kaufman, 2004, p. 22).
En medio del ejercicio de la medicina propia del siglo XVIII, la homeopatía fue muy bien
acogida, y se generó una vasta literatura sobre la misma. Esta acogida se explica en parte porque
los remedios homeopáticos eran infinitamente menos agresivos que los utilizados por los
médicos de la época. En aquellos años eran muy utilizados métodos como las sangrías,
tratamientos con sanguijuelas o terribles dietas debilitantes. Se llegó al punto en el que algunos
médicos aseguraban que “la mejor medicina consiste en no usar nada”.
Cuando los avances médicos permitieron el desarrollo de técnicas curativas menos agresivas que
las enfermedades, este nihilismo médico dejó de tener sentido, y la homeopatía comenzó a
declinar. En el siglo XX la homeopatía fue lentamente olvidada, hasta su relativamente reciente
resurrección (Tellería, Sanz y Sabadell, 1996, p. 5).
Como se ve, los autores de este documento eligen poner de relieve cierta aceptación a la
homeopatía, en una época en la que la práctica “médica” (sin hacer alusión a alopatía u
ortodoxia) era nociva, para contraponerla a su rechazo actual desde una medicina “avanzada”.
21
Informe realizado a petición del Institut d’Estudis de la Salut, Departament de Sanitat i Seguretat
Social, Generalitat de Catalunya
38
El argumento de los médicos de la AMHA funciona al revés, la persecución perdura desde
entonces hasta hoy, por lo que las prácticas medicinales “alopáticas” son siempre nocivas.
Algo similar es la idea que defiende Olivier Faure en su crítica sociológica (ya citada) a
la homeopatía. Para este autor, en primer lugar, los aciertos y retrocesos de este método están
lejos de fundamentarse en la creencia de la eficacia de las leyes de infinitesimalidad y similitud,
o dar respuesta a las necesidades de la sociedad. Sostiene que sus logros iniciales a comienzos
del siglo XIX se basan en su interpenetración con corrientes intelectuales contestatarias que se
proponen transformar el mundo, reconciliando la ciencia con la sociedad. Esto se habría dado
por una hábil combinación de literatura polémica y militante, así como por estructurarse “en una
clase de Iglesia, rápidamente dividida en capillas y en sectas que practican la exclusión y la
excomunión mutua” (Faure, 2002/3, p. 88).
Para este autor, muchos médicos de aquella época guardan nostalgia de los sistemas
explicativos globales, lo cual explicaría la aparición en Francia de teorías que proponen
tratamientos como el magnetismo de Mesmer impulsado por Puységur, de la irritación intestinal
de Broussais, la frenología de Gall. La teoría de Hahnemann, según Faure, a pesar de tener un
punto de partida “más modesto”, termina derivando “también hacia un conflicto radical de la
medicina en vigor” (Faure, 2002/3, p. 89).
Numerosos testimonios certifican que las adhesiones están relacionadas mucho más a la
conversión religiosa que al resultado de un razonamiento científico. El mismo Hahnemann,
jugando sobre las mofas y las persecuciones que sufre o pretende sufrir, adopta de buen grado el
papel de mártir, o incluso de Mesías […] Hahnemann demuestra un innegable carisma que
transforma en apariciones los primeros encuentros de sus discípulos con él. La fascinación se
39
ejerce también por medio de la lectura de su gran obra, el Organón de la medicina racional que
tiene en la homeopatía el papel del Evangelio en el cristianismo. Por eso no es asombroso ver
numerosos católicos seducidos por la doctrina y su profeta […] el catolicismo se vuelve una de
las placas giratorias del movimiento homeopático francés. Los homeópatas sirven de buen grado
conventos y casas religiosas […] La escena de la curación milagrosa, bien presente en los relatos
de conversión, no seduce sino a los católicos y a las místicas (Faure, 2002/3, p. 89).
Sin embargo, más que “corrientes constituidas que influyen sobre sus miembros” lo que
se observa es “una nebulosa de hombres que hacen nacer y evolucionar estas corrientes de
pensamiento que buscan fundar una ciencia religiosa o una religión de la ciencia” (Faure,
2002/3, p. 91). Así y todo, “a pesar de su capacidad para llamar la atención, la homeopatía del
segundo tercio del siglos XIX sólo atrae minorías, al igual que la nebulosa a la cual estaba
vinculada” por lo cual “el retroceso de la homeopatía entre 1860 y 1920 debe relativizarse”
(Faure, 2002/3, p. 92).22
22
El mismo autor, sin embargo, sostiene que “esta debilidad numérica es encubierta durante un
determinado tiempo por el activismo de estos militantes […] la presencia de revistas es espectacular.
Treinta aparecen en Francia entre 1830 y 1870. Su situación es difícil y su existencia, temporal. Más de la
mitad se mueren antes de su quinto año aniversario y tres solamente superan los veinte años de
publicación. El número de folletos y obras publicados en los mismos años es impresionante: seiscientos
40
Faure relativiza también la “persecución” porque, afirma, la homeopatía “raramente” es
condenada por los tribunales y “ningún gobierno cuestiona la ley de 1803, que concede a todo
médico legalmente recibido la total libertad de ejercicio”. Uno de los problemas mayores parece
ser la escasa especialización de los farmacéuticos (por falta de conocimiento o por no estar de
acuerdo con los principios) en medicamentos homeopáticos, la escasez de remedios frena
capacidad de propagación de la terapéutica (Faure, 2002/3, p. 92).
en un tercio de siglo”, todo ello sin sobrepasar el 5% del cuerpo de doctores en medicina en Francia
(Faure, 2002/3, p. 92).
23
Con el nombre de Sociedad Médica Homeopática Argentina.
41
la segunda mitad del siglo XIX, es la Sociedad Hahnemaniana Argentina nacida en 186524 y
cuyo órgano de difusión era el Boletín Homeopático, esta entidad sufrió un fuerte golpe cuando
intentó, en el mismo año de su fundación, crear una facultad homeopática, por lo que elevaron
una petición al gobierno que llegó a tratarse por las cámaras legislativas, derrotados “por el
escaso margen de dos votos tras serios incidentes verbales que tuvieron lugar entre Luis Varela,
ponente de la postura homeopática y los médicos-diputados presentes” (González Leandri,
1997, p. 113).
Al mismo tiempo, desarrollaron una recolección de firmas en 1877 “para solicitar ante la
Corte Suprema de Justicia la inconstitucionalidad de la ley del Consejo de Higiene (…) que
regulaba la práctica médica y farmacéutica”, poco después de que la norma fuera dictada. Si
bien finalmente la Corte la declaró constitucional, la petición obligó la paralización de la ley
durante casi un año, lo cual “hirió de muerte a la ley que nunca alcanzó a gozar, por lo tanto, de
una aplicación adecuada a los intereses de sus principales promotores” (González Leandri, p.
114).
Por entonces existían “sólo dos instituciones capacitadas oficialmente para enseñar la
medicina en todo el territorio nacional (Universidades Nacionales de Buenos Aires y Córdoba)”
(Buch, 2000, p. 7). Junto con la Academia de Medicina y el Consejo de Higiene25 generaron un
monopolio que hizo fracasar el intento por crear una Escuela Libre de Medicina e
imposibilitaron “la apertura de una Escuela de Medicina Homeopática [Esta situación]
permitiría crear a través de sucesivas crisis la consolidación de una estructura profesional
crecientemente compleja dentro de la cual los esfuerzos renovadores eran, de un modo o de
otro, reincorporados dentro el sistema” (Buch, 2000, p. 7).
24
Los años de apogeo fueron entre 1969 y 1871, desaparecieron por la “crisis social” de la epidemia de
fiebre amarilla y reaparecieron en 1875 como Sociedad Homeopática Argentina cuya publicación era “El
Homeópata” (Jonás, 1934c, p. 343)
25
Luego de la derrota de Juan Manuel de Rosas en 1852, la Provincia de Buenos Aires dictó varios
decretos de regulación de la práctica médica. Por un lado, se reemplazó el “Tribunal de Medicina por el
Consejo de Higiene Pública” y se refundó la Academia de Medicina. La creación del Consejo es
trascendental ya que “a través de este organismo se le asignaba a los médicos diplomados el control de
diversas áreas consideradas de incumbencia médica, particularmente la persecución de los curanderos, así
como la vigilancia del ejercicio médico y farmacéutico. Este último cometido había surgido porque ya a
mediados del siglo XIX, sin que todavía surgiera la industria farmacéutica, se observaban conflictos con
la prescripción de fármacos por cuanto los médicos extranjeros, que podían recetar según la farmacopea
de su país, prescribían numerosas recetas exóticas y remedios secretos. Como en estos tiempos, el
conflicto se establecía entre los sectores proclives a la regulación Estatal y los que se oponían”
(Spadafora, 2004, p. 68, destacado en el original). De esta manera, los médicos de la Universidad,
alópatas en su amplia mayoría, impusieron una matriz de legalidad que se utiliza aún hoy, a partir de allí
pueden confundir perfectamente lo que está bien, lo correcto, en última instancia, lo “científico”, con lo
que está instituido. En esta línea, paralelo al proceso de crecimiento del Estado Nacional, en 1880 es
creado el Departamento Nacional de Higiene, bajo dependencia del Ministerio del Interior.
42
La publicación de los homeópatas tenía como principal objetivo atacar al Consejo de
Higiene, de categorizarlo como “un verdadero centro de tiranos que conspire contra la ciencia y
la monopolice en su provecho, levantando sobre todas las conciencias y sobre todas las
inteligencias su ridícula infalibilidad de nuevo cuño” (González Leandri, 1997, p. 114).
26
Paralelamente, en Francia se da el proceso de declive de la homeopatía durante la misma época.
43
El contexto social de la década de 1930
En Buenos Aires, el período que comprende las décadas de 1920 y 1930 se caracteriza
además por una “cultura de mezcla”, un cosmopolitismo propiciado por el aumento
considerable de población (de 677.000, en 1895, pasando por 1.576.000 habitantes en 1914, a
2.415.000 en 1936) gracias a la llegada de inmigrantes, que coincide además con un período de
“modernización” de la ciudad (por ejemplo, implementación de luz eléctrica, utilización de
medios colectivos de transporte, asfaltado, aumento en la tirada de las publicaciones, llegada e
implementación de novedosos artefactos técnicos) y la producción intelectual (Romero, 2004;
Sarlo, 1988 y 1992):
Lo que ocurre, argumenta Sarlo, es que “las relaciones mediatizadas propias de una
sociedad moderna […] transforman ámbitos antes familiares y gobernables, descentran sistemas
de relaciones que parecían estabilizados desde y para siempre” (Sarlo, 1988, p. 32).
Por aquel entonces, “la élite local miraba hacia Europa, en especial a Francia como un
faro de la civilización, al tiempo que sólo aquellos profesionales que lograban demostrar éxito
en Europa eran reconocidos por el establishment médico de nuestro país. ‘Desde el punto de
vista intelectual, somos franceses’, declaraba Horacio Piñero” (Plotkin, 2003, p. 31). Además, a
partir del siglo XX “se verificó un creciente interés por parte de los intelectuales
latinoamericanos hacia corrientes filosóficas de origen europeo continental, alejadas del
positivismo, que había sido la corriente hegemónica de pensamiento desde las últimas décadas
del siglo XIX” (Plotkin, 2003, p. 36).
27
Acerca de la crisis política del fin del liberalismo, el reconocimiento de los derechos sociales y el
nuevo rol del Estado véase, por ejemplo, para el plano militar y político, Rouquié, A. (1978) y para el
económico O’Connell, A. (1984).
44
Esta tradición, en la cultura de la Buenos Aires cosmopolita que recibe millones de
inmigrantes que pugnan por el ascenso social, se da una mezcla en la que “coexisten elementos
defensivos y residuales junto a los programas renovadores, rasgos culturales de la formación
criolla al mismo tiempo que un proceso descomunal de importación de bienes, discursos y
prácticas simbólicas” (Sarlo, 1988, p.28).28 Todo este tipo de intromisiones genera un
“malestar” en la intelectualidad, y particularmente en la élite médica, que habla de una crisis
ética, producto de la corrupción de valores, señalada a nivel general de la sociedad, pero
también a nivel universitario. 29 En ése sentido, existe una visión negativa del “ingreso masivo”
de estudiantes a la universidad, lo cual para algunos provocó que asistieran “sujetos cuya
educación primaria y sobre todo cuya educación moral no es la más adecuada para el ejercicio
de la medicina”.30
No hay razón para no creer que todo puede ser posible: la rapidez con que ciertas modificaciones
técnicas se incorporan en el horizonte de la vida cotidiana refuerza la idea de milagro, que
inspira metáforas bien conocidas: el milagro de la electricidad, el milagro de la radio, el milagro
del cine… Se trata de lo ‘maravilloso moderno’, un paisaje cultural donde toda promesa puede
realizarse. La radio y la telegrafía sin hilos demuestran espectacularmente que se han superado
los obstáculos de la materia y se ha abierto una época donde las percepciones no están sujetas al
límite corporal de los sentidos, ni al límite físico de sus extensiones (anteojos, lupas, lentes,
telescopios, etc.); cuando sonidos e imágenes se difunden por conductos invisibles e
inmateriales, todo un sistema de equivalencias puede edificarse a propósito de otras
transmisiones y recepciones a distancia (Sarlo, 1988, p. 135-136).
28
Los inmigrantes atemorizan a tal punto a la intelectualidad que “así como originalmente los
inmigrantes habían sido bienvenidos como la simiente codiciada para civilizar el país, hacia 1910 éstos
eran vistos como instigadores de conflictos sociales y políticos. A comienzos del siglo veinte,
intelectuales nacionalistas argumentaban –citando evidencia “científica”– que la inmigración sin control
podía degradar la raza nacional incorporando gran cantidad de degenerados en la sociedad” (Plotkin,
2003, p.32).
29
“El exceso de tecnicismo y maquinismo nos ha sumido en un avaro egoísmo sin Dios”, Decano
Bullrich, al inaugurar los cursos de la Facultad de Medicina en 1934 (citado en Belmartino y otros, 1988,
p. 17).
30
Sandberg, M., “Plétora Médica”, Rev. Col. Med. Vol. 3, nº 9, abril de 1933, citado en Belmartino y
otros, 1988, p. 17.
45
parapsicología y la difusión de nociones psicológicas e, incluso, psicoanalíticas. Una mitología
nueva, que usa discrecionalmente un léxico que evoca a la ciencia, traduce obsesiones tan
permanentes como la comunicación con el más allá, la vida después de la muerte, la fuente de la
eterna juventud, el deseo de curas milagrosas y la transmisión del pensamiento (Sarlo, 1992, p.
135).
31
Boletín de la federación gremial Médica de la provincia de Santa Fe, año 1936, extraído de Belmartino
y otros (1988, p.11).
32
Caracterización desarrollada por Belmartino y otros, a partir de la revisión de los discursos médicos de
la época.
46
En nuestra época se percibe ya un hálito vivificador destinado a remozar las ideas clásicas de la
medicina, con el aditamento copioso de las adquisiciones científicas modernas.
Comprobamos diariamente que, frente al progreso de la clínica, la terapéutica médica lleva una
vida de modorra; le faltan ideas directrices y le sobran productos tóxicos que se suelen
administrar con una generosidad lamentable (Semich, 1934a, p.3).
Al mismo tiempo, en Buenos Aires los médicos tenían una autopercepción de su trabajo
como “un ejercicio profesional insatisfactorio, escasamente retribuido, crecientemente
mercantilizado, que en ocasiones se desliza hacia prácticas reñidas con principios éticos de
aceptación generalizada” (Belmartino y otros, 1988, p. 20). De todos modos, la perspectiva no
es pesimista universalmente ya que en los discursos médicos de la época hay una importante
presencia de voluntad transformadora, que apela a que una “élite” dirija, según los valores
tradicionales, a la profesión de la “inquietud” y el “inmoralismo” al “orden” y la “moral”.
Esta dificultad aparece relacionada, como se percibe en las líneas anteriores, con que el
fenómeno de masividad en las aulas trasladado al de profesionales. Este fenómeno es
cuantificado en numerosas oportunidades: por un lado, se habla de 6.500 médicos en todo el
territorio nacional, para diez millones de habitantes en 1930 (1.523 habitantes por médico), 33
mientras que el Censo de 1934 señala 9.600 médicos para doce millones de habitantes (1.250
habitantes por médico). En 1944, presuntamente había 13.924 médicos para catorce millones de
habitantes (1.010 habitantes por médico).34 La mayor concentración de médicos, además, se da
33
Boero, E. Discurso pronunciado en el aniversario del Colegio de Médicos de la Capital Federal, Rev.
Cir. Med. Sud. Vol. 49, nº 10, feb de 1931, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 20.
34
Arce, J., “Asistencia médica y seguridad social. Ensayo de organización de la asistencia médica para
todos los habitantes de la Nación Argentina”, S.M., vol. LI, nº 36, pp. 478-495, noviembre de 1944, citado
por Belmartino y otros, p. 21.
47
en Buenos Aires, a mediados de la década de 1930 la tasa es de seiscientos habitantes por
médico, y para 1944, hay cuatrocientos habitantes por profesional.
También aparece como problemático la cuestión de los artefactos novedosos que sirven
para realizar un diagnóstico, estableciéndose divergentes criterios de evaluación del “progreso
técnico”: “El centro de la polémica parece centrarse en el siguiente interrogante: ¿pueden los
recursos técnicos por sí solos garantizar la eficacia de la medicina como práctica técnica
ejercida sobre el individuo enfermo? (…) ¿puede el desarrollo científico asegurar la eficacia de
la medicina como práctica social?” (Belmartino y otros, p. 28-29). Este fenómeno no es menor:
A todos arrastra el vértigo de la novedad, que se piensa como una innovación indefinida y sin
límites: porque la radio o el cine ya están aquí, también llegará cualquier otro tipo de
comunicación a distancia; si es posible volar, se viajará a la luna en un futuro próximo; si el
cuerpo puede abrirse ante la luz invisible de los rayos, también se rendirá a otras tecnologías no
menos sorprendentes. Cuanto más espectaculares, las aplicaciones técnicas producen una
creencia más fuerte en sus posibilidades infinitas de expansión; pero, además, estas nuevas
formas de lo nuevo evocan otras formas antiguas: la videncia, la mirada profunda del adivino y
el curandero, los milagros (si éstos, los actuales suceden, ¿por qué no otros, por menos
verosímiles que parezcan?) (Sarlo, 1988, p. 136-137).
La medicina está, según él [Dr. Cushing, cirujano prestigioso], como la industria, en una
encrucijada peligrosa. Todo vacila, todo se balancea alrededor de los hombres hechos
demasiado poderosos ante el ídolo moderno, el progreso, de una popularidad tan atrayente,
pero cuya naturaleza nadie conoce con precisión y cuyos efectos empiezan a hacerse
temibles. Para el menor desarreglo de salud de un sujeto, técnicos especialistas toman su
presión sanguínea, hacen su electrocardiograma, su metabolismo basal, le practican una
48
punción lumbar y una ventriculografía, le radiografían de la cabeza a los pies, examinan al
microscopio todo lo que le sale de su cuerpo y la sangre que le sacan, miran en todos sus
orificios, miden sus calorías, dosifican su calcio, su fósforo, su nitrógeno, etcétera. Ahora
bien –continúa Cushing– en las nueve décimas partes de los casos para los cuales el médico
es llamado, la mesa de operaciones, el microscopio, los rayos, la enfermera diplomada, la
mecanoterapia son completamente inútiles (Aráoz Alfaro, La nación febrero 5 de 1934,
citado por Semich, 1934d, p. 48).
Los autores ubican a estos cambios como anteriores a la percepción de la crisis, que se
inicia en la década de 1930. Se puede interpretar también que el agotamiento del modelo médico
coincide con el surgimiento de estos cambios:
Colocada esta situación como problema concreto en la práctica corriente del médico, podría
formularse de esta manera: nada que no encaje en el casillero rígido y dogmático de mi
concepción patológica, es de algún valor o de algún interés para mí. Mas no ocurre esto sólo:
bajo la presión de una vanidad científica mal entendida e impermisible, el médico piensa y obra
de la siguiente manera: como este caso, se dice, no encuadra dentro de mi clave mágica e
infalible de la enfermedad, basta con violentar la realidad concreta del caso clínico y adscribirle
forzadamente un diagnóstico y una terapia como mi prejuicio teorizante me lo impone. De esta
forma se hace encajar ‘a martillazos’ o a la fuerza al enfermo dentro de algún cuadro o síndrome
patológico conocido, aunque totalmente ajeno al mismo en muchos casos, sobreañadiéndose así
una nueva enfermedad a la ya existente: la enfermedad ‘iatrógena’ (esto es: creada por el mismo
médico con sus palabras o su mal diagnóstico), como lo llaman los psiquiatras alemanes a esa
superestructura patológica ‘inoculada’ por la incomprensión y el dogmatismo teórico y
anticientífico del propio médico y que el mismo Molière ya ridiculizaba bizarramente en su
época. Y es verdaderamente ignorada por casi todos, médicos y pacientes, la proyección o
gravitación morbígena que es capaz de provocar dicha inoculación terapéutica bajo la fuerza de
la elaboración intrapsíquica y subconsciente del enfermo (Pizarro Crespo, Semana Médica,
Enero 25 de 1934, “Curanderismo y medicina académica”, citado en Semich 1934d, p. 43-44).
Para Beatriz Sarlo “sobre un espacio dispuesto a la creencia en que todo es posible, se
despliega un conjunto de datos probados, probables, insólitos, inverosímiles que, en lugar de
anularse, se refuerzan unos a otros”, pero esto no se asienta sólo en el pasado y en el mito, sino
que “también están los milagros modernos de la tecnología y la ciencia [generando] un
continuum en donde la fuerza de lo nuevo que ya ha sido comprobado sostiene la creencia en la
posibilidad de lo imposible” (Sarlo, 1992, p. 152).
49
Si para Sarlo los sectores populares siguen recurriendo a curanderos y videntes, al
tiempo que también depositan su fe en experimentos modernos, “y poco pesan los desmentidos
y las denuncias frente al deseo de creer que se está a un paso de la panacea universal” (Sarlo,
1992, p. 152), por su lado, Belmartino y otros resumen las explicaciones de los médicos de la
época acerca de por qué la gente recurría a los curanderos:
1. Ignorancia por parte de la población;
2. Situación de pobreza que lleva a buscar tratamientos baratos;
3. Razones políticas, conexiones entre los curanderos y los caudillos políticos;
4. Fracasos de la medicina: “médicos que se equivocan en el diagnóstico, que hacen un
pronóstico terminante, también equivocado, y que abandonan al enfermo como ‘caso
perdido’, sobre todo si se trata de enfermos pobres (…) ignorantes y no ignorantes,
acuden al curandero a última hora, cuando los médicos han pronunciado la sentencia
fatal”;35
5. Desinterés en ganar la confianza del paciente: “es indispensable para que este quede
satisfecho oír pacientemente las explicaciones que nos da: una vez que nos hemos
hecho cargo de él, mantener su contacto, interesándonos por todo lo acontecido entre
una y otra visita; no darnos más prisa en la consulta, eso al enfermo le huele a ‘time is
money’, lo que naturalmente es de mal efecto”;36
6. Impotencia de la medicina por incorporar el método científico. Se expresan en la
insistencia en definir la medicina como ciencia, pero también como “arte”, se relacionan
con la supervivencia de tendencias muy antiguas, que (se basaban) en el empirismo, el
animismo y el espiritualismo y que no han podido ser erradicadas “a pesar de los largos
decenios de predominio del método científico”.
Se plantea cierto conflicto –más o menos explícito– entre estas tendencias y la medicina
moderna, encaminada al tratamiento racional de las enfermedades mediante la
investigación de sus causas complejas. El médico práctico comprueba a diario que las
teorías médicas en general tienen corta duración, y descubre que “la misma causa puede
producir lesiones diversas, y el mismo proceso anatómico puede ser originado por
diversas causas, que la misma lesión anatómica puede tener expresiones clínicas
distintas, y que la misma expresión clínica puede ser debida a diversos procesos
anatómicos”;37
7. Escasa importancia asignada a los factores emocionales;
35
Bosio, B., “la lucha contra el curanderismo”, Semana Médica, XLI 31, agosto de 1934 p. 357/8, citado
por Belmartino y otros, 1988, p. 38
36
Discurso de recepción de los nuevos diplomados por el presidente del Círculo Médico de Rosario, Rev.
Med. Rosario, XVII II:642, nov. De 1927, citado por Belmartino y otros, 1988, p. 38.
37
Clase de despedida de Telémaco Susini, citada por Bermann, G. “las enseñanzas del caso Asuero”,
S.M. XXXVII 26:1632-1642, junio de 1930, p. 1637, citado por Belmartino y otros, p. 203.
50
8. Falta de reconocimiento por parte de las corporaciones médicas de las limitaciones en el
desarrollo científico de la medicina, y la consiguiente actitud conservadora que rechaza
avances que parecen excesivamente audaces. 38
Lo que ocurre es que se trata de un período de cambios sociales amplios, pero también
fuertemente a nivel de la disciplina en sí, con el nacimiento de nuevas especialidades y
corporaciones, y la relación entre la sociedad, el Estado y estas instituciones nacientes. Estos
cambios afectan la definición de un área específica de eficacia técnica; el vínculo entre las
necesidades de la población y la capacidad de intervención de los profesionales; en el
reconocimiento social de la eficacia de la práctica y, por lo tanto, en el necesario contralor de
aquellas acciones; en la búsqueda de formas organizativas que permitan defender los intereses
profesionales ante el estado u otras instituciones; en las relaciones con el Estado, en tanto
garante del derecho de la profesión a reclamar un ámbito exclusivo de práctica poseedor de la
capacidad jurídica para definir los límites de dicho campo; en su capacidad para intervenir como
regulador de los mecanismos del mercado, o para establecer servicios o instituciones
financiadoras que desvinculen la práctica profesional de estos mecanismos; y, finalmente, como
núcleo crecientemente visible de una red más o menos estable de relaciones de poder en la cual
la profesión procura insertarse.
38
“En viena las sociedades médicas se cuadraban en contra de Semmelweis, el propagandista de la
asepsia en obstetricia; las sociedades médicas de Londres condenaban a Jenner, etc. Todos estos
disparates históricos de corporaciones profesionales han dejado un precipitado en el conocimiento del
pueblo” (De pierris, C.A. “Formas del ejercicio ilegal de la medicina y charlatanismo extra médico” S.M.
XI VIII 7:405-411, feb. 1941, p. 406 citado por Belmartino y otros, p. 39).
51
CAPÍTULO 4. LA CONSTRUCCIÓN DE UN NUEVO ROL
Este capítulo comprende distintos sentidos en los que un grupo de homeópatas consolida
un “nuevo rol” que, además de una nueva institucionalización y legitimidad como grupo social
reconocido con rituales y leyes establecidas, implica conflictividad y convivencia con un rol
anterior que, como señala Bourdieu (1993), tiende a evitar desvíos. Además, siguiendo a Ben
David y Collins (1966), es usual que los detentadores del nuevo rol, hagan uso de características
del rol viejo para validarse, o directamente detenten la pertenencia a ése espacio social, con el
que combaten.
La revista Homeopatía
52
La revista Homeopatía fue impresa por primera vez sólo medio año después de la
fundación de la SMHA, en enero de 1934, como órgano oficial de la institución:
Ha sido lograda la doble finalidad perseguida: en primer término, la Revista debe ser el portavoz
de los médicos homeópatas y su órgano de publicidad científica; en segundo lugar, también
servirá para los demás colegas que no han tenido oportunidad de conocer los fundamentos
teóricos de la admirable Materia Médica Homeopática (Semich, 1936a, p.1).
39
De hecho, para esta investigación se ha recurrido a la biblioteca de la AMHA, que no cuenta con la
colección completa de Homeopatía durante la década de 1930, que sí en cambio se puede conseguir en la
de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA (adonde llegaba por donación). Resulta evidente que,
gracias a este accionar por parte de estos médicos homeópatas, sus ideas y las de sus predecesores han
quedado al resguardo del paso del tiempo.
53
A este efecto publicaremos sucesivamente las conferencias que se pronuncien en la Sociedad
Médica Homeopática Argentina con las historias clínicas respectivas y su comentario; los
capítulos de materia médica extractados de las obras más autorizadas; un desarrollo sencillo,
didáctico de las doctrinas homeopáticas; un bosquejo histórico de las mismas y, en fin, todo lo
que consideremos adecuado a la consecución de nuestros fines. (Semich, 1934a, p. 3)
Uno de los indicadores acerca del tipo del vínculo autor-lector por aquellos años viene
dado por la serie de artículos publicados en 1934 bajo el seudónimo “Dr. Causticum” que, se
supone, hace alusión al término vulgar de “cáustico” y está relacionado con la prosa cínica y
corrosiva utilizada para criticar a la alopatía. Si se considerara la definición “causticum” de los
propios homeópatas en la patogenesia, perdería el sentido, o cobraría uno nuevo, difícilmente
favorable para el autor:
Este desfasaje de sentidos puede ser indicativo de un grado divulgador en los primeros
números de Homeopatía, que tal vez haya ido perdiendo fuerza con el propio crecimiento del
grupo y la búsqueda de objetivos más específicos. Cómo se vio antes, en el primer número los
objetivos eran menos específicos que unos años después, con un giro hacia el refuerzo de la
representación de un grupo más consolidado y su formación científica.
Otro de los aspectos que aparece anunciado es la publicación de las “obras más
autorizadas”, un rasgo que coincide con lo “doctrinario” de la disciplina y con parte de la
formación institucional de generar un escalafón. De esta manera, explícitamente los editores se
proponen, hacer pública una jerarquía de la homeopatía a nivel nacional (quien pronuncia las
conferencias, quien comenta las obras) y otra a nivel disciplinario general (qué obras leer, en
qué orden).
Ahora bien ¿cuál fue el alcance de esta publicación? Es difícil saberlo, aunque tres
documentos permiten elaborar algunos números aproximados: en 1935, en el “balance” que
publica la Sociedad, se registran $448 en ingresos en suscripción y ventas de la revista, que
54
dado el costo de $5 por suscripción anual da un total de 90 revistas por número,
aproximadamente (calculando el costo máximo, ya que había descuentos del 50% a
estudiantes).40 Siguiendo el mismo cálculo al año siguiente los números reflejarían una baja en
la venta a 62 revistas por número, pero un aumento de la recaudación en avisos que lo compensa
y lo mismo ocurre para 1938 (unas 64 revistas por número). De todos modos, la publicación es
altamente deficitaria ya que en “impresión de revista” se consignan gastos por $1675 (contra un
ingreso por venta y publicidad de $778) en 1935; que ascienden a $1940,28 en “gastos de
imprenta”41 (contra $773) en 1936,42 y $1694 (contra $702) en 1938.43
Se debe considerar además la potencial difusión por canje o donativo, 44 que se desliza
como permanente con revistas de Francia, Brasil, España, México y Perú,45 y con la Facultad de
Medicina de la Universidad de Buenos Aires. En este sentido, un hito relevante para la revista se
da a principios de 1937, cuando se deja constancia de que “figura también en el Archivo de la
Secretaría de la Sociedad Médica Homeopática Argentina una nota de la Biblioteca de la
Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, en que se solicita el envío de esta publicación”
(Semich, 1937a, p. 1).
40
Estado financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 2, nº 11-12,
diciembre de 1935, p. 330.
41
El aumento de gastos en este ítem, y el cambio en la definición, pareciera incluir folletería que excede a
la revista, de todos modos, el número de páginas del volumen de 1935 es de 332, mientras que en 1936
asciende a 447, la economía estaba lejos de ser inflacionaria.
42
Estado financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 3, nº 10-11-12,
diciembre de 1936, p. 443. Los ingresos por cuota de los médicos también fluctúan de $1550 (1935) a
$1390 (1936) hasta $1616 (1938).
43
Movimiento financiero de la Sociedad Médica Homeopática Argentina, en Homeopatía, año 5, agosto
1938, nº 7-8, p. 222.
44
A partir de 1935 aparece en las tapas de Homeopatía una concesión de tarifa reducida con el Correo
Argentino, lo cual indica un esfuerzo por enviar un buen número de revistas por ése medio.
45
Frecuentemente, revistas de publicadas en dichos países son comentadas en la sección “Revista de
revistas” y en una de ellas se aclara al final que “no recibimos publicaciones, en canje, de origen inglés o
norteamericano, razón por la cual no tenemos mayor contacto con los grandes centros homeopáticos de
esas naciones, no ignorando tampoco toda la importancia que tienen” (Deveze, 1936d, p. 435).
46
Se supone que este precio representa un costo irrisorio: “El pobre comienza su trabajo cobrando dos o
tres pesos o menos por visita. Su pudiente compañero, diez o veinte pesos a su regreso de un viaje por
Europa” Differt Lastra “Ética profesional”, Semana Médica, vol. XL, nª 1, p.83-85, enero de 1933. (en
Belmartino y otros, 1988, p.23).
55
importancia que le daban los miembros de la Sociedad a la publicación, como para asumir
gastos extraordinarios (muy por encima de la compra de libros, y sólo superados por el alquiler
del local y la compra de muebles). Se hace evidente que, el éxito comercial de esta Sociedad
hace necesario un sustento institucional (y luego legal) ante los ataques que procuran repeler el
“avance” de esta terapéutica.
Nace entonces la Sociedad Médica Homeopática Argentina49 que tuvo como primer
presidente a Godofredo Jonás,50 vicepresidente Armando Grosso, Rodolfo Semich secretario,
Eugenio Anselmi tesorero y como vocales a Enrique Bonicel, Francisco Monzo y Tomás
Paschero (Jonás, 1934c). Todos ellos fueron médicos recibidos en Universidades Nacionales, a
excepción de Enrique Bonicel, que era farmacéutico francés llegado a principios de la década de
1930. En pocos años, Bonicel ayudó en la formación de algunos de ellos, como Grosso y
Paschero, y logró reunirlos a Jonás, Jorge Masi Elizalde y Carlos Fisch, quienes aisladamente
practicaban la homeopatía y la habían aprendido en forma autodidacta.51
Desde la fecha de fundación hasta fin de año, la Sociedad funciona a través de sucesivas
reuniones en un local (al parecer, prestado) que incluyen una serie de conferencias de algunos
de los médicos fundadores. En dichas reuniones además de gestarse el propio lanzamiento de la
revista Homeopatía, se puede percibir un esfuerzo manifiesto por construir un mito fundacional,
que diera cuenta del surgimiento de la institución local y que luego ocupara buena parte de las
páginas de la revista (sobre todo en los primeros tiempos).
47
Véase capítulo de Antecedentes y Contexto.
48
La versión original es dada a conocer por Jonás en Homeopatía, en diciembre de 1936 (Jonás, 1936b,
pp. 308-310) y republicada veinte años después por la misma revista. Dicha reedición es citada por
distintos autores y constituye la referencia más citada en la materia. Ver, por ejemplo, Kaufman (2004) y
González Leandri (1997).
49
Posteriormente adoptaría el nombre de Asociación Médica Homeopática Argentina, que conserva hasta
la actualidad.
50
Nieto de E. Jonás, abogado y homeópata autodidacta, quien tuvo una destacada labor en la epidemia de
fiebre amarilla de fines de siglo XIX (Jonás 1936b ).
51
Luis María Belgrano, citado por Walzer, Andrés (2006) mimeo, sin foliar.
56
Al cumplirse un año de la fundación institucional, se publica un número entero de
Homeopatía dedicado exclusivamente a conferencias realizadas en la sede. Así se reseñaba un
balance del primer año de vida:
[…] los propósitos perseguidos han sido alcanzados. Así, hemos trabajado intensamente en pro
de la difusión de nuestras doctrinas médicas y en muchos profesionales ha despertado legítimo y
vivo interés el estudio de la Homeopatía. Lo comprobamos en las reuniones de la Sociedad, cada
vez más concurridas; en la atención preferente que se presta a las comunicaciones presentadas;
en las consultas frecuentes que los colegas nos hacen al solicitar informes acerca de multitud de
cuestiones clínicas y terapéuticas. Y bien sabemos que no suele haber error en este pronóstico: el
médico que se interesa por la Homeopatía –a veces el que comienza como simple curioso–, en
virtud de la gravitación que ejercen las grandes ideas y los hechos claros, concluye, fatalmente,
por ser homeópata (Editorial, 1934d, p.197).
Aquí aparecen algunos rasgos que permiten entender que sentido le atribuían a su rol
social estos médicos, la de pioneros en un terreno hostil:
[…] cumplimos con un deber hondamente sentido al fundar nuestra institución, porque
necesitamos llenar la función social que nos impone la condición de médicos en modo que
mejore la capacidad técnica de que debemos estar dotados (Editorial, 1934d, p.197).
La iniciación fue difícil. La Homeopatía en sí –aparte de otros factores, entre los cuales figura la
oposición de la mayoría ignara, que la integran, incluso colegas–, es de gran complejidad y no ha
habido en nuestro país médicos capacitados para ayudarnos en la primera etapa del aprendizaje.
Felizmente, mediante la labor en común, en que cada uno aporta el resultado de sus conclusiones
y de su experiencia –por humilde que sea–, ya le es posible al médico comenzar el estudio de los
grandes temas –Patología, Clínica y Terapéutica Homeopáticas– en la seguridad de que ha de
encontrar quienes le faciliten el camino, le adviertan de los errores que suelen cometerse por
desconocimiento de una técnica que es engorrosa (Editorial, 1934d, p.197).
Una de las piezas que aquí se considera clave para entender este posicionamiento social
es la narración de un mito fundacional que acompañe a este grupo emergente. Mircea Eliade
(1992) distingue dos tipos de mito, el cosmogónico y el de origen: el primero da cuenta del
“surgimiento del mundo” y el segundo es una prolongación del cosmogónico para explicar la
aparición de fenómenos (que enriquecen y/o modifican aquel origen) e insertan en un sentido
histórico más amplio los rituales actuales. En este sentido, Lévi Strauss habla de la irrupción del
“otro tiempo” en el tiempo de los hombres.
Esto aparece bien claro en la segunda página del primer número de Homeopatía:
[La Homeopatía] había nacido bajo el cielo griego e Hipócrates, libre su espíritu de toda
tradición, sin sugestiones pretéritas –no las tuvo porque vivió intelectualmente en el potencial
mundo de lo increado– al formular el principio de la similitud, sentó las bases de la ciencia
nueva.
Hay luego un largo interregno –la figura de Galeno se interpone para neutralizar las ideas del
padre de la Medicina: otra vez griegos y latinos marcan su disidencia– hasta Paracelso que, con
gesto de gigante, rompe las ataduras que amarraban las doctrinas médicas a la escolástica.
Redescubre y comenta con intuición de iluminado el principio de la similitud. Enuncia
posteriormente una verdad trascendental que recién en estos tiempos –¡y han sido necesarios
57
cuatro siglos!– recibe comprobación científica: el valor de la dosis infinitesimal, naturalmente
expresado en una forma teórica y abstracta, a extremo de que fue materia de interpretaciones
ocultistas […]
El siglo XVIII marca otro jalón en el desarrollo de la Homeopatía: interviene Hahnemann, sin
duda alguna el creador de la técnica homeopática. (Semich, 1934a, p.2).
Nótese que la serie de hitos históricos que se presentan como “homeopáticos” se cierra
con Hahnemann, lo cual implica que el texto fue pensado (más allá de los guiños a los propios
homeópatas) para un público más general, no homeópata, pero con algún conocimiento de
historia general de la medicina. No obstante, la mínima mención sirve para ubicar en el corazón
de la homeopatía al “creador de su técnica” cuya “obra es tan importante que, desde hoy, le
dedicamos una sección preferente”. Esto es importante destacarlo porque se publicaron
posteriormente obras de Hahnemann y no así de Paracelso o Hipócrates (exceptuando
eventuales citas), y si bien podría aducirse que estos autores eran leídos en las carreras de grado
de medicina, es evidente que no se los leía con el prisma homeopático.
Lo que debe tomarse en cuenta aquí es que esta construcción de una genealogía, de un
hilo metafísico,52 que trasciende todas las épocas hasta llegar a la Grecia Antigua, lugar común
de “cuna del pensamiento” y de Hipócrates, también lugar común del “padre de la medicina”.
Los términos empleados, además, dan cuenta de una narración mitológica: “había nacido bajo el
cielo griego”, le da a la disciplina una entidad sino corpórea, al menos espiritual; “libre su
espíritu de toda tradición, sin sugestiones pretéritas”, en oposición a la idea de que la
homeopatía es un dogma, anclado en una tradición pseudocientífica, el hecho de fechar su
nacimiento hasta donde pudiera tener referencias, es una manera de quitarle este estigma.
52
En el sentido de la búsqueda de aquello que hay en común más allá de lo evidente. Expresado
textualmente por Semich: “Esta rápida filiación histórica que dejamos hecha tiene un solo objeto:
observar como, a través de tantas centurias, quedó siempre tendido un puente de enlace entre las ideas
homeopáticas” (Semich 1934a, p.3).
58
La aparición de Paracelso como redescubridor “con intuición de iluminado” del
principio de similitud y de la dosis infinitesimal,53 que “rompe las ataduras que amarraban las
doctrinas médicas a la escolástica” en oposición a Galeno, un referente de la medicina alopática
que los homeópatas también oponen a Hipócrates. Al mismo tiempo, marcando que las
formulaciones teóricas de Paracelso fueron fruto de “interpretaciones ocultistas”, distancia a la
disciplina de posibles acusaciones de curanderismo, misticismo, etcétera, y pone de relieve
nuevamente una cuestión “estructural”: de esta manera, como marca Lévi Strauss, la
contingencia se resuelve subordinando la historia a la estructura.54 Por ejemplo, al citar una
conferencia del médico español Gregorio Marañón, hacen alusión a esta cuestión: “Retomo en
las páginas que siguen un viejo tema que, no obstante, para nuestro ambiente es nuevo”
(Semich, 1934b, p. 8).
En lo que podría entenderse como la misma línea “mítica”, Jonás equipara el Organon
de Hahnemann con el de Ariosto y Bacon (Jonás, 1934a, p.4), de éste señala que en Instauratio
Magna “muestra los vicios de la ciencia tal como se enseñaba desde muchos siglos atrás” y en
Novum Organon “quería dar un instrumento nuevo […] (con el cual) sacar la verdad científica o
filosófica” considerándolo “una revolución contra la escuela de Aristóteles que dominaba en
aquel entonces”. Este es otro ejemplo en el que se puede establecer una clara conexión entre
esta construcción discursiva y la formulación de los mitos en Lévi Strauss, pero en el cual se
busca la legitimidad del Organon de Hahnemann, equiparándolo al de Bacon, asignándole
similares valores y posición “revolucionaria”.
No se debe perder de vista que desde el primer artículo del primer número de la revista,
una suerte de carta de presentación al lector ideal (mediante un breve editorial en el que no se da
53
Aclara Semich, además, que “PARACELSO, médico, empleó siempre sus medicamentos a dosis débiles:
hablaba corrientemente de una unidad, karenas, que definía diciendo que era la 24ª parte de una gota
minúscula” (p.2).
54
Uno de los ejemplos que da Lévi Strauss: “otra finalidad consistía en emplear las tradiciones
legendarias para fundamentar reivindicaciones contra los blancos –reivindicaciones territoriales, políticas
y otras” (1995b, p. 59).
59
cuenta de referencias bibliográficas) se plantea esta dicotomía rudimentaria que cobrará luego
otras dimensiones, otro gradiente en el cual algunas cuestiones son negociables y otras no. En
este sentido, tampoco se debe perder de vista la controversia que atraviesa este proceso y la
asimetría de fuerzas entre un grupo y otro, de manera tal que la estructura dicotómica que
plantean los homeópatas no es tal para los médicos “ortodoxos”, como se ven en el texto de
Belmartino y otros, el caso de la homeopatía no es siquiera mencionado.
[a Hahnemann y sus hermanos] les enseñaron a escribir ‘jugando como dice Hahnemann, y se
esforzaron por elevar su espíritu sobre la común vulgaridad. El hijo rinde homenaje al padre que
enseñaba a los suyos más por su ejemplo que con sus palabras y cuya divisa ‘Obrar y ser sin
parecer’ muestra una vida interior profunda y una voluntad de satisfacer, ante todo, su conciencia
[…]
[Hahmenann] a fin de poder estudiar de noche, construyó ocultamente una especie de lámpara de
arcilla que le permitía alumbrarse sin que el padre se apercibiera de la falta de algún candelero
(Croll Picard, 1934b, p. 50).
Nos proponemos en los capítulos que van a seguir, hacer una exposición detallada de la doctrina
homeopática, tal cual la expuso Hahnemann, poniendo a la luz de los conocimientos modernos
de la medicina, en los comentarios que hagamos, una infinidad de hechos nuevos que la
confirman, sin alterarla en lo más mínimo (Jonás, 1934a, p.4).
Como se ve, esta voluntad iniciadora y didáctica trae consigo respectivas “traducciones”
de la época y el lugar en que escribió Hahnemann a la Argentina de la década de 1930 fijando,
además, a quienes ya detentan en este espacio la autoridad para “comentar” su obra. La
aclaración final del párrafo, comienza a indicar el carácter indiscutible e innegociable de los
escritos del padre fundador:
60
Aquí se podría pensar que, en algún sentido, se resquebraja la idea del mito fundacional
que lleva los orígenes de la homeopatía hasta Hipócrates, pasando por Paracelso, en función de
destacar lo “inédito” de la obra del padre fundador que a su vez resulta “inmutable”. Sin
embargo, vale recordar la idea de “sujetos escindidos” de Goffman y que ya la función de este
artículo es “doctrinaria” y está dirigido a médicos que, si ya no están convencidos, al menos
buscan un camino de inicio. No se supone la “escisión” como una estrategia consciente, sino
como resultado de la implicación de los médicos con sus múltiples espacios sociales: aquí se
pone de manifiesto la fascinación de la época por lo nuevo (lo nuevo viejo, en este caso, ya que
se busca mantener la novedad de lo “único hasta la fecha”), en cierta medida solapado por la
idea cientificista de “inmutabilidad” de las leyes científicas.
En todo caso, el fundador de la homeopatía representa una figura mítica, a la que, lejos
de reconocérsele errores, se le adjudica un conjunto de virtudes que superan las de cualquier
mortal:
Hahnemann fue un revolucionario en medicina, eso a nadie le cabe duda, pero al mismo tiempo
enseñó a sus discípulos a hacer uso de la observación, la experiencia y la razón, en el difícil arte
de curar. Colocó en primer término el problema médico, la curación de las enfermedades. Es
indudable que para esto es necesario, conocer los factores que entran en juego, enfermedad,
medicamento y manera de emplearlo terapéuticamente.
La armonía de estos tres términos no pudo ni debió ser alterada jamás, como ocurrió entonces y
ha seguido ocurriendo hasta la fecha. Si uno de los tres factores hace un desarrollo muy grande
en detrimento de los otros, resulta que se rompe el equilibrio y entonces ninguno de los tres tiene
utilidad práctica (Jonás, 1934a, p.4).
Esta idea de que la clasificación nosológica corriente es mala, surge nítidamente para todo
médico que sabe ver y razonar. Pero no se crea que es nueva. Hoy no hacemos sino comprobar la
verdad y exactitud de las profundas observaciones clínicas de Hahnemann sobre éste y muchos
otros temas. Se advierte en la actualidad que el alto valor conceptual de la obra hahnemanniana
es tan importante y demostrativo que debe servir de orientación al pensamiento médico y a la
práctica terapéutica. […] En estos momentos la medicina moderna está redescubriendo hechos y
principios que Hahnemann enunció hace más de un siglo. Y quien dude de esto que lea el
61
‘Organon’ y se asombrará de las ideas que emitió aquel hombre extraordinario, en untado de
acuerdo con lo que ahora se afirma como una verdad nueva. Hoy la Homeopatía ejercita su
derecho de reinvindicación (Semich, 1934d, p. 46).
En todo caso, el rol central de la cuestión de la curación juega un papel central en los
artículos de Homeopatía y en el propio subtítulo de la obra capital de Hahnemann: el Organon o
el Arte de Curar. El Organon, de Hahnemann es considerada la obra más importante y
constituye un punto de referencia ineludible a lo que fue la experimentación en esta disciplina y
a lo que fue y es la base de la terapéutica. Es el punto de partida “científico” de los principios
que rigen la disciplina:
El nombre de Organon que puso Hahnemann a su obra capital, indica desde ya, que esta obra no
es un tratado dogmático y menos didáctico, sino que se trata de una lógica de la medicina. En
efecto, en él no se hace prevalecer una idea concebida a priori sino de dar a quienes se ocupan de
curar, un instrumento, un método, o recurso, para dirigirlos en la parte más difícil de su misión,
que es aliviar y curar enfermos (Jonás, 1934a, p.4).
55
Este argumento representa la hipótesis de Olivier Faure (2002/3), para quien la homeopatía combina
argumentos combativos y adaptados a la época, lo cual (desde el punto de vista que se considera válido
desde este trabajo) parece violar el argumento de simetría planteado por Bloor (1998), ya que no parece
considerar al menos que el resto del conocimiento médico también puede ser considerado de igual
manera.
62
bagaje científico de que se dispone hoy, se modifica profundamente el criterio alopático y se cae
en cuenta, por ejemplo, de la necesidad de respetar la individualidad del enfermo, su
personalidad mórbida y si, además, damos asilo en nuestra mente a la idea de que el principio de
la similitud es una ley biológica, ampliamente experimentada, que el médico debe conocer y
aplicar (Semich, 1934b, p. 12).
Un aniversario de Hahnemann no puede pasar en silencio para nosotros, porque su vida y su obra
fueron tan ricas en heroísmo y genialidad que obligan al homenaje.
El progreso de la cultura médica en nuestro tiempo impone ya un juicio categórico –que significa
una consagración como verdad probada– acerca de los métodos homeopáticos: las ideas y las
prácticas hahnemannianas, día a día se extienden por el mundo civilizado en razón de su poder
lógico y su eficacia terapéutica (Semich, 1934f, p. 99)
Consideremos que aún no habían surgido Pasteur ni Claudio Bernard, pero Hahmenann ya había
hecho experiencias en el hombre. Hahnemann, para todo médico sin prejuicios y que conozca la
historia de la medicina, es el verdadero fundador del método experimental. Este, pues, es otro
título que le corresponde con toda legitimidad.
Hahnemann no se limitó a ser un experimentador original y sagaz; fue mucho más que eso: fue
un gran médico. Indicó directivas clínicas y terapéuticas, muchas de las cuales hoy podemos
seguir al pie de la letra en nuestra práctica, en la seguridad de ser eficaces a los enfermos. Así,
todos los colegas debieran leer el ‘Organon’ y meditar seriamente acerca de las grandes
orientaciones que da esta obra magistral, verdadera biblia del médico (Semich, 1934f, p. 102)
63
Es quizá por primera vez que se festeja en Buenos Aires el aniversario del nacimiento de
Hahnemann, el médico, el filósofo, el químico lleno de sabiduría, el políglota que llenó con sus
traducciones científicas anaqueles enteros, nuestro inmortal Hahnemann, que arrancó a la
naturaleza la “ley de los semejantes” y de las “dosis infinitesimales” (Editorial, 1936, p. 117).
La puesta en juego de la figura del padre fundador, figura mítica que sirve como
reivindicación de la terapéutica homeopática, basada según se muestra en un ser “inmortal”,
capaz de hazañas tales como arrancar leyes a la naturaleza, llenar bibliotecas, dominar distintas
artes y ciencias... La otra función es la de resaltar el lugar en la historia de los miembros,
consiguiendo en algún sentido ser “pioneros” en el país, herederos de tal figura.
Posteriormente, Jonás destaca que el padre fundador creó una terapéutica “para bien de
la humanidad” sobre “el principio más humano que haya podido concebir la medicina hasta el
presente, como es el de la experimentación de los medicamentos en el hombre sano” con el
objetivo de “terminar con una terapéutica antirracional, anticientífica e infusa […] que para
desdicha de la humanidad todavía persiste, aunque debatiéndose en una confusión terrible, que
vislumbra su estrepitoso derrumbe” (Editorial, 1936, p. 117). Aquí se percibe más claramente el
juego entre el pasado y el presente, la cuestión estructural que signó la época de Hahnemann y
perdura en la lucha entre los homeópatas de hoy y lo “antirracional” y “anticientífico”.
Así, explicando que “prefiere” no ahondar en la “grandeza [que] impide abreviar” del
padre fundador, el presidente de la Sociedad sigue su disertación refiriéndose a los “logros de la
homeopatía” en Argentina, básicamente ligados a la pelea contra los “intereses creados” de la
“ciencia médica oficial”, apoyada por el éxito de sus curaciones (Editorial, 1936, p.118). Al año
siguiente, se vuelve a realizar una reunión en la que Jonás “ofreció la comida en un galano
discurso, haciendo resaltar la personalidad de Hahnemann y los beneficios que produce a la
humanidad la Homeopatía” y de la que los médicos salieron “satisfechos, pensando cada día ser
más homeópatas y luchar con entusiasmo por la expansión de la doctrina (Editorial, 1937b, p.
51).56
56
Curiosamente, aparece aludido un “colega” que “hizo leer unas aleluyas de autor desconocido que
lamentamos no tener a mano para imprimir […] donde a cada médico se le hacen resaltar sus cualidades
en forma caricaturesca y divertida. Felicitamos al colega humorista y sólo buscaremos una oportunidad
para editar su composición” (Editorial, 1937b, p. 51). Lamentablemente, dicha oportunidad no fue nunca
encontrada.
64
desilusionado de la terapéutica, cerró su consultorio médico porque no podía, de acuerdo con su
moral, dar a los enfermos lo que le pedían: la salud” (Editorial, 1937a, p. 49).
No consolándose con que el Divino Creador hubiera puesto a la criatura humana en tan precarias
condiciones en el mundo, vióse un día iluminado por esa luz que sólo sabe percibir el genio, y
llegó a su inteligencia la causa única y verdadera por la cual los medicamentos pueden ser
eficaces. Esta revelación la tradujo en palabras, diciendo que: los medicamentos sólo curan las
enfermedades o los síntomas que ellos son capaces de producir en el hombre sano […]
Constituye esto la única ley sobre la que se basa la curación y […] ningún agente
medicamentoso es capaz de curar nada si no actúa de acuerdo esta ley (Editorial, 1937a, p. 49-
50).
Lo que cabe destacar, entonces, es como esta figura central del padre fundador opera
como elemento de cohesión último e indiscutible, favoreciendo reuniones rituales en las que se
reivindica su imagen, pero sobre todo se da espacio a los médicos locales para poner en juego
socialmente su escalafón. Esta jerarquización es transmitida mediante las revistas por canje, acto
consolidado a nivel internacional por el donativo y la pompa de las reuniones, como reaseguro
de que esta legitimación se sostenga de modo más amplio.
Además, hacia el naciente grupo de homeópatas de la SMHA funciona como una figura
a seguir, una representación perfecta de la puesta en acto de los médicos homeópatas de la
década de 1930, denodados luchadores propios de una época “rebelde”:
Hahnemann, como todos los grandes innovadores, fue combatido acerbamente; se usaron contra
él todas las armas, incluso la calumnia y la injuria. Se vociferaba contra la Homeopatía
tachándola de embuste y engaño vil. Pero en tanto la sabiduría oficial se debatía en su
57
Como epígrafe de una fotografía de la tumba de Hahnemann se indica: “El Divino Fundador de la
Homeopatía, Samuel Hahnemann, falleció en París, en plena Gloria, en el año 1843” (Deveze, 1936, p.
345). Se reseña también: “En Costa Rica, el médico homeópata Dr. Eduardo Álvarez mantiene la fe
Homeopática” (Deveze, 1936, p. 361).
58
Ya en 1935 el presidente de la SMHA, Godofredo Jonás (en el viaje que hizo al congreso de
homeopatía de Budapest), de paso por París rindió “un homenaje ante la tumba de Hahnemann”, acto que
consta en una fotografía en la que se puede ver al médico argentino y una ofrenda floral junto a la tumba
(“Homenaje de los Médicos Homeópatas Argentinos”, 1935, en Homeopatía, año 2, nº 9-10, p. 260).
65
impotencia frente a los enfermos, Hahnemann los curaba. Aún después de desaparecido de este
mundo aquel hombre extraordinario, no cesó la campaña hostil y hasta hace algunos años ser
médico homeópata y defender las ideas hahnemannianas significaba ofrecer cómodo blanco para
las burlas sangrientas de los colegas y del público.
Esta situación injusta ha terminado en forma definitiva. En nuestra época –tan impregnada de
rebeldía y obligadamente revisionista de los errores cometidos– la medicina tiende a una
evolución fatal que la lleva a modificar de raíz sus principios y sus métodos. Y tal modificación
tiene ya un perfil inconfundible por lo bien delineado, y, por ello, de fácil identificación: las
ideas científicas que la nutren son de indiscutible filiación homeopática. Las pruebas son tan
nítidas que su reconocimiento implica la más completa rectificación de las ideas alopáticas y, a
la vez, significa esto reivindicar para Hahnemann la prioridad y el mérito de haber construido
una admirable doctrina que se impone por sabia y por verdadera.
De este modo, las conclusiones científicas a que se arriba en lo que va corrido de este siglo
constituyen el mejor homenaje al fundador de la Homeopatía; en cuanto al que nosotros
podamos rendirle, es diario y permanente, ya que en el ejercicio profesional tratamos de seguir
respetuosamente las normas que él trazara (Semich 1934f, p. 103).
Buena parte del posicionamiento de la homeopatía pasa por diferenciar sus conceptos de
salud y enfermedad59 respecto a los de la medicina oficial, de manera heterogénea y constante,
entramándolos con la problemática médica de la época. De alguna manera, coincidiendo con
Menéndez, permiten ver como dichos conceptos se han constituido “dentro de un proceso
histórico en el cual se construyen las causales específicas de los padecimientos, las formas de
atención y los sistemas ideológicos” y signado por la cuestión de hegemonía y subalternidad
(Menéndez, 1994, p. 72).
59
Véase el capítulo 2 “La homeopatía” de esta tesis.
66
manera de legitimarse y posicionarse socialmente en un ámbito determinado, por otro lado,
también el propio Hahnemann se habría potenciado de esta manera y así lo seguían haciendo sus
seguidores en Francia, según Olivier Faure (2002/3), en la misma época en la que nacía la
SMHA.
Las definiciones más precisas sobre los conceptos de salud y enfermedad, de curación,
vienen dados principalmente en la serie de artículos de “doctrina homeopática” basados en la
obra de Hahnemann. Para los homeópatas el “ideal de curación ‘consiste en restablecer la salud
de una manera pronta, suave y duradera, en sacar y destruir la enfermedad toda entera, por la vía
más corta, la más segura y la menos nociva, procediendo según indicaciones fáciles de tomar’”
(Jonás, 1934d, p. 38-39).
El diagnóstico es importante, pero es mucho más importante curar, esto es lo que quiere hacer
resaltar bien Hahnemann en su definición de lo que es el verdadero médico. El concepto sobre lo
que es enfermedad es simplista si se quiere, pero es lo único verdadero. El conjunto de síntomas
subjetivo y objetivo refleja él sólo la enfermedad y desaparecidos éstos sólo quedara la salud
(Jonás, 1934d, p. 39).60
60
No obstante, el diagnóstico es crucial y diferencia a las prácticas:
“Al afirmar que un enfermo tiene gripe no hablamos con claridad; empleamos una palabra que carece de
significación etiológica, porque el agente causal no es conocido, y que, además, no exprese ninguna
sintomatología precisa. Todo resulta variable, precisamente, porque las formas clínicas dependen en gran
parte del sujeto mismo y están subordinadas a su particular individualidad, ya que el enfermo es el que
reacciona ante los agentes actuantes para producir el cuadro mórbido. Entonces, la gripe de Juan es, sin
duda, diferente de la gripe de Pedro. No obstante, con un criterio absurdo, en la práctica alopática
observamos que se administran a granel vacunas antigripales standarizadas que, desde luego, fracasan. En
67
La posibilidad de definir la “cura” viene dada por la propia definición de enfermedad, o
mejor dicho de enfermo:
Vamos a entrar ahora en la parte del Organon donde el Maestro da su concepto sobre lo que debe
ser un médico […] se hace esta distinción bien necesaria hoy entre lo que debe ser el verdadero
médico y el hombre de especulación científica que corre detrás de la fama, que forja teorías,
sistemas, hipótesis, sobre la vida y las enfermedades, cuando dice en el primer párrafo de su
obra: ‘la primera y única vocación del médico es la de devolver la salud a las personas enfermas:
esto es lo que se llama curar’.
En realidad no dice que esos hombres de trabajo y de laboratorio no sean necesarios, pues a
nadie se le ocurriría esto sino que va contra los teorizantes, que con sus elucubraciones llenas de
pompa y abstracciones ininteligibles, han hecho una medicina teórica, para imponerse a los
ignorantes, mientras los enfermos suspiran por un alivio que no les llega (Jonás, 1934d, p. 38,
destacado en el original).
Esto les otorga herramientas para definir en sus propias palabras a la homeopatía frente
a los médicos de la época. Así define Godofredo Jonás, comentando los trabajos de un alópata,62
lo que debe ser una “buena terapéutica”:
una palabra, la enfermedad y el enfermo son distintos, pero la medicación es la misma. En nombre de la
lógica más elemental, de la Biología y de la Clínica protestemos contra estos procedimientos” (Semich,
1934d, p. 40-41).
Para establecer la individuación se remite a una detallada visión holística: “Si dos hombres no son iguales
más que en groso modo morfológicamente, pues la igualdad desaparece desde que se recorre desde sus
reacciones psíquicas, hasta lo más interno de su constitución íntima” (Jonás, 1937b, p. 372).
61
Esta definición tiene implicancias directas en la atención: “[…] otra cosa de mucha importancia es la
investigación de todas las funciones biológicas, y su manera de expresarse con arreglo a lo que el enfermo
siente […] órgano por órgano debe agotarse el interrogatorio para poder, de esta manera, sacar
conclusiones que sean comparables.
[…] El objeto de esta investigación tan minuciosa no es otro que el de individualizar perfectamente cada
caso particular que se nos presenta. En esta forma de la concepción de que ‘no hay enfermedades sino
enfermos’ aparecen bien clara, y la utilidad terapéutica que este hecho nos depara la veremos más
adelante cuando comentemos la terapéutica” (Jonás, 1934b, p. 17).
62
Al comentar los experimentos en enfermos reumáticos que hizo el Dr. Gandolfi, Jonás critica la manera
de presentar y analizar los casos: “las historias clínicas presentadas carecen de interés a mi juicio. Todas
son más o menos calcadas sobre el mismo patrón y se especializan en describir los dolores nada más que
68
El uso de muchos medicamentos, para combatir una sola y única afección en un individuo es, por
lo general, contraproducente. Si uno de los medicamentos es bueno, teniendo en cuenta sus
síntomas bien marcados, del individuo y remedio, éste, sólo, debe curar.
Los medicamentos que no están indicados, aunque se usen a dosis no tóxicas, son perjudiciales,
pues provocan síntomas (dolores y otros) que son propios de su patogenesia y hacen que el
enfermo en muchos casos no termine nunca de curarse.
La pretensión de abarcar un gran campo de acción con tratamientos Standard para gran número
de síntomas, está destinada a fracasar. Sólo el trabajo de individualización de enfermo y remedio
por el conocimiento profundo de ambos, es el destinado a imponerse y triunfar.
La concepción hahnemanniana del Psora, la sicosis y la sífilis, comprende todas las
enfermedades crónicas y abarca toda la patología. Debe ser conocida pues hasta la fecha y desde
cien años atrás, los descubrimientos de la medicina no hacen otra cosa que confirmarla (Jonás,
1934b, p.22-23).
Los preparados cada vez más complejos de mercurio, arsénico, bismuto y sus sales, yodo y sus
compuestos, en fin, se prodigan y se inyectan hasta producir aberraciones monstruosas de la
enfermedad. Esto es un ejemplo [cita a Hahnemann]:
“Sin desconocer los servicios que un gran número de médicos han dado a las ciencias
accesorias del arte de curar, a la física, la química, a la historia natural, en sus diferentes
ramas, y a la del hombre en particular, a la antropología, a la fisiología, y a la anatomía y
patológica, etc., etc., yo no me ocupo aquí más que de la práctica de la medicina, para
demostrar cuan imperfecta es la manera en que las enfermedades han sido tratadas hasta la
fecha”.
Exactamente lo mismo podemos decir hoy de la forma como se hace medicina actualmente
(Jonás, 1934a, p.5, itálica en el original, para señalar la cita textual a Hahnemann).
como dolores […] si se toman las historias clínicas haciendo constar solamente lo dolorido del enfermo,
no podemos nunca ver lo que en realidad se pasa por alto […] investigar el estado mental de los
reumáticos, estoy seguro que daría a quien lo haga con precisión un cúmulo de sorpresas no imaginadas y
de utilidad terapéutica insuperables” (Jonás, 1934b, p. 16).
Esta crítica es corriente: “En las investigaciones de este género se debe estudiar la constitución física del
enfermo sobre todo cuando se trata de un caso crónico, el estado de su espíritu, su carácter, sus
ocupaciones, su género de vida, sus costumbres, sus relaciones sociales y domésticas, edad, sexo, etc.”
(Jonás, 1934d, p. 38).
69
Esta postura ante la multiplicidad de drogas63 y diversidad de métodos curativa es
sostenida corrientemente como forma de reforzar el argumento según el cual la homeopatía se
concentra en el enfermo y en el problema que representa la cura (aludiendo a los principios
Hipocráticos). También pueden utilizarse argumentos no estrictamente médicos para justificar la
mirada holística:
¿Es que no comprendemos nunca que la amígdala, chica o grande, enferma o sana, no representa
en el individuo otra cosa que un órgano puesto allí por la mano del Creador, por ser necesario y
llenar su función?
La amígdala enferma no es más que un pequeño pedazo de individuo enfermo y es por eso que
ella está también enferma” (Causticum, 1934a, p.35).
Desde muy antiguo las personas extrañas al arte de curar han encontrado también que los
tratamientos homeopáticos eran los más eficaces: así, por ejemplo, los cocineros y personas que
manejan fuego, saben muy bien que las quemaduras dejan de molestar de inmediato, y se curan
rápidamente, aplicando sobre ellas con suavidad nuevamente la llama. Es también digno de
notarse que desde tiempo inmemorial conocen las personas que viven en las regiones heladas,
que las frotaciones de nieve o de hielo constituyen el tratamiento más eficaz para los miembros
congelados (Jonás, 1934d, p. 37).64
Pareciera que la verdadera forma de curar se valida con indicios de todo tipo, como una
realidad autoevidente que se deduce de manera lógica y de la que sólo hace falta convencerse.
Confronta Semich:
Dice el profesor Julios Bauer [médico alópata]: “Habíamos olvidado, en verdad, que la
variabilidad individual repercute en el diagnóstico de la enfermedad y hace insuficiente en la
práctica de la medicina la actual sistematización de las enfermedades”. Eso que “habíamos
olvidado” los alópatas es un hecho fundamental que nunca escapó a la Homeopatía.
[…] el buen sentido va destruyendo teorías y prácticas que, aunque predominen en los centros
oficiales de enseñanza, son substancialmente falsas. No deja de entusiasmarme el hecho de que
muchos, repitiendo a Hahnemann –quizá sin saberlo ni desearlo– colaboran en la tarea de
imponer la Homeopatía (Semich, 1934d, p. 47).
Lo viejo y lo nuevo
63
Semich llegó a calificar de “libertinaje terapéutico” a las prácticas alopáticas contemporáneas, lo cual
es subrayado por Jonás como “calificativo duro, si se quiere, pero que es, en realidad, la expresión que
cuadra para denominar el uso inmoderado y nocivo de drogas, cuyos efectos mal conocidos, mal
apreciados e impropiamente experimentados, hacen de esta terapéutica una especie de azote de la
humanidad” (Jonás, 1936c, p. 153).
64
Incluso afirma Jonás que: “las curaciones de enfermos obtenidas por los procedimientos alopáticos,
demuestran que siempre que se obtienen curaciones, ellas se deben, a que los medicamentos que se han
empleado han sido Homeopáticos para las afecciones de que se trataba [los cuales han sido] probados por
las observaciones de los médicos desde la antigüedad, [y] demuestran que, cuando los remedios son
capaces de lograr curaciones, no las producen sino en virtud de sus propiedades homeopáticas, para las
afecciones tratadas” (Jonás, 1934d, p. 37).
70
La idea de disputa como eje central del posicionamiento social de los médicos
homeópatas aparece ya desde la primera página de la revista, como un carácter constitutivo que
aparece asociado a una rebelión frente a lo “tradicional”:
Hay un deber que nos impone nuestra propia cultura y nuestra labor profesional: es necesario
rectificar ideas y prácticas que la experiencia clínica ha demostrado plenamente que son
equivocadas. Chocaremos contra un obstáculo pesado y de remoción difícil: en medicina como
en todo, las nociones clásicas hondamente arraigadas en el espíritu, hacen que las generaciones
vivan sujetas al ancla poderosa de la tradición y sientan cierto escalofrío al percibir la necesidad
de moverse según otro itinerario (Semich, 1934a, p. 2).
[…] modificar todo un estado de cosas y todo un sistema de pensar no es tarea baladí. Hay una
marcada tendencia a protestar contra la mutación de conceptos básicos, por lo mismo que ellos
constituyen fundamento de doctrinas y de procedimientos. No obstante, iniciamos hoy esta labor
difícil en la seguridad de que tales propósitos encontrarán resonancia favorable en el ámbito
médico (Semich, 1934b, p. 8).
Ante las acusaciones65 de pertenecer a una medicina que no se adecua a los “avances”,
se invierte la carga de la prueba y se intenta mostrar como este problema es en realidad propio
de la alopatía que carga con una terapéutica falaz. Lo que se ve en estos párrafos es una idea de
“modernidad” frente al retraso de la alopatía, pero una contraposición constante con la idea de
saber centenario de la homeopatía.
65
Estas aparecen de manera solapada: “Días pasados, conversando con un colega me manifestó su
sorpresa al saber que hay médicos homeópatas en Buenos Aires […] alguna que otra idea vaga y
desarticulada, concerniente al asunto, había resbalado sobre su mente, dejando apenas un recuerdo tenue.
El colega fue comprendiendo en el curso de nuestra plática, que la Homeopatía tiene existencia real, que
no es fantasía, leyenda ni tradición moribunda sino al revés: doctrina médica que renace vivificada por las
conclusiones terminantes de la ciencia actual” (Semich, 1934e, p. 70).
66
Permanentemente se hacen alusiones en este sentido: “quien lee el Organon en los tiempos presentes,
ve con evidencia que hace 140 años Hahnemann con su inteligencia y con su clarividencia expresó y
resolvió cuestiones de orden médico biológico que hoy la ciencia pone sobre el tapete como una
novedad” (Jonás, 1935b, p. 294).
71
Con el Maestro hace 100 años y con nuestros conocimientos, veremos como no ha avanzado
nada, pues, los métodos actuales siguen siendo justificables de las mismas críticas.
Dice el Organon:
“Desde que el hombre existe sobre la tierra, individualmente o en masa, está expuesto a la
influencia de causas morbígenas, físicas o morales. Mientras ha quedado en Natura, pocos
remedios han sido suficientes porque la simplicidad de su género de vida lo hace accesible a
muy pocas enfermedades. Pero las causas de la alteración de la salud y la necesidad de recursos
han crecido proporcionalmente a los progresos de la civilización”
“Desde entonces, es decir, desde los tiempos de Hipócrates, o sea 2200 años, ha habido
hombres que se han dedicado al tratamiento de las enfermedades, que se han multiplicado cada
día, y a quienes la vanidad ha conducido a buscar en su imaginación los medios de aliviar”.
“Tantas cabezas distintas han dado a luz una infinidad de doctrinas sobre la naturaleza de las
enfermedades y sus remedios, que se decoró con el nombre de sistemas, y que están en
contradicción los unos con los otros así como también con ellos mismos”.
“Cada una de estas teorías, admira primero al mundo, por su profundidad ininteligible y lleva
alrededor una multitud de entusiastas prosélitos, de los cuales ninguno puede sacar provechos
útiles o prácticos; de ahí que cuando un nuevo sistema aparece, a menudo en contradicción con
el anterior, todo el mundo se olvida de este, para adherirse al nuevo. Es que ningún sistema está
de acuerdo con la naturaleza y con la experiencia. Todos son tejidos con sutilezas y conducen a
consecuencias ilusorias que no pueden servir de nada frente al lecho del enfermo, y no son
propios sino para alimentar vanas discusiones”.
Tal decía Hahnemann hace cien años y hoy se puede repetir lo mismo […] (Jonás, 1934a, p.5,
itálica en el original, para señalar la cita textual a Hahnemann).
Este aspecto les ha permitido tener aliados ocasionales entre los alópatas, como se ve en
esta cita que Semich hace del médico español Gregorio Marañón:
¿Es posible, suponer, acaso, que se marchará eternamente por ruta tan equivocada y torcida? No.
La Homeopatía está científicamente habilitada para retomar con dignidad el camino y mostrar la
magnífica potencia curativa de que es capaz. Y esto ocurrirá porque [cita a Marañón]:
“Por desgracia, en la ciencia médica, aun muy pedante y muy pagada de la importancia de sus
rápidos progresos, lo domina todo un ansia irrefrenable de novedad y una paralela falta de crítica
propia, genuina. Y esta crítica tiene en consecuencia que ser ejercida por las sectas colaterales y,
entre ellas, por la de mayor categoría, gracias a su indudable trasfondo científico, a saber por la
Homeopatía” (Semich, 1934b, p. 9).
Si se podría pensar que lo que hace Marañón es más que nada criticar nuevas técnicas al
servicio de la medicina y poner a la homeopatía en el lugar de la crítica marginal, Semich afirma
que “[gracias a Marañón] Han quedado así maltrechos ciertos credos académicos, de viejo
72
abolengo, que ya gravitaban demasiado y por ello pierden vigencia en estos tiempo que
vivimos, tan henchidos de savia nueva y tan ávidos de luz” (Semich, 1934b, p. 12).
La era Pasteuriana de la medicina en la cual nos hemos educado, parecía haber dado con la
causa, sino de todas, por lo menos de gran parte de las enfermedades. El tiempo y la experiencia
se va encargando de destruirla poco a poco, para entrar en la era de los virus filtrables y de la
anafilaxia, que es la que empezamos a vivir.
En tiempo de Pasteur ya se conocían algunos virus, aunque no se creía en ellos, y se pensaba que
un microbio tan sutil que la investigación minuciosa no encontraba; pero hace pocos años ya se
da en hablar de los virus filtrables para muchos otros microbios, entre ellos el de la tuberculosis,
que hasta hace doce años fuera una profanación hablar de tal cosa. Sin embargo, parece, por
trabajos del Instituto Pasteur mismo, que es asunto acabadamente demostrado.
En el cáncer sigue primando la idea de que el tumor canceroso es la enfermedad, pero hay una
tendencia un tanto revolucionaria, que habla de enfermedad cancerígena. Aunque esto ocurra, se
sigue haciendo la cura quirúrgica del cáncer y de las aplicaciones locales, con los resultados
desastrosos de estos tratamientos; otros que son verdaderos cánceres son influenciados por esta
terapéutica en forma desalentadora y lamentable. Casi me atrevo a afirmar que los pocos que
curan después de operaciones cruentas o de aplicaciones de radio o de radium no habrían nunca
llegado a ser cánceres de verdad.
Es que la enfermedad no es el tumor, sino que este es el resultado de una enfermedad que toma
la totalidad del organismo, tal cual lo ha concebido Hahnemann y tantos ilustres médicos
homeópatas que han pasado hace muchos años, honrando a la Homeopatía (Jonás, 1934a, p. 6).
Esta idea ambigua sobre viejo y nuevo, tradicional y antiguo, es permanente. Incluso la
crítica a las experiencias clínicas de médicos alópatas es vista de mal modo y contrastada con
una supuesta modernidad argentina a la que se alude tangencial y convenientemente:
Esta parte de tanteos y de experiencias practicados con enfermos […] no merece para mí otro
comentario que el profundo dolor que experimento al ver que tales cosas ocurran en un momento
en que las lumbreras de la medicina argentina hacen gala de su sabiduría y de sus progresos. Y lo
que es peor aún es que para todos los médicos alópatas ese mismo empirismo ciego, antojadizo y
“personal” es la norma (Jonás, 1934b, p. 17)
73
Complejidad y simpleza
Yo creo que hay, desde luego, una razón de ser en este resurgimiento potente y avasallador de la
Homeopatía, pero no es la que se supone. No se trata de una reacción de simplicidad contra la
complicación, “a la verdad incongruente”, de la clínica y de la terapéutica clásicas. La mejor
prueba de ello es que la observación semiológica del enfermo y el tratamiento que instituye el
médico homeópata son visiblemente más complejos que en alopatía. (Semich, 1934b, p. 8).
Al mismo tiempo se niega una mirada sobre la sencillez aparente, una supuesta lectura
alopática de la homeopatía:
La homeopatía no consiste, como muchos simplistas lo creen, en dar grageas con cantidades
pequeñas de remedios o, más simplemente, en sugestionar a los enfermos impresionables para
hacerles que se han curado […] Ella, antes que nadie, tiene el mérito de haber afirmado y
probado con la constancia de la clínica, que la especificidad del enfermo debe constituir el
elemento más importante y primero de la cura […] la práctica ha demostrado que fuera de un
pequeño número de enfermedades que pueden siempre catalogarse en un mismo sitio, la mayor
parte de los enfermos que concurren a los consultorios queda sin clasificarse porque no están
comprendidos en los catálogos; de allí la incertidumbre y la arbitrariedad terapéutica […] Estas
reacciones mórbidas traducen, podemos decir, una forma del psiquismo individual elemental que
nos da cuenta de la manera en que ha sido atacada la fuerza vital, fuerza vital cuyo principio no
lo vemos, porque como todo lo que es dinámico no se ve, pero de cuya fuerza y potencia estamos
seguros porque vemos los efectos (Jonás, 1940, p. 67-69).
Esta complejidad legitima el saber y la práctica de los médicos homeópatas y aleja a los
mediocres:
[La Homeopatía] tiene también sus inconvenientes. Así, su aprendizaje es difícil, porque
demanda una labor muy intensa. El profesional que no sienta la necesidad de poseer una cultura
médica seria y, además, de útil aplicación, que no cuente con una voluntad poderosa y gran
74
capacidad de trabajo, puede seguir recetando específicos, drogas tóxicas y todas las formulitas
que andan por ahí (Semich, 1934d, p. 49).67
Sin embargo, cuando la cuestión pasa por una crítica hacia lo intrincado de la
terapéutica homeopática (sino se opta por acusar a quien “no la entiende” como ignorante)
puede adaptarse el discurso hacia una manera menos intrincada y más sencilla:
Pidiendo desde ya disculpas al colega si se me escapa algún término que pueda causarle enojo;
quiero hacer un esfuerzo para atraerlo hacia la Homeopatía, donde con una inteligencia tan clara
y un criterio tan amplio, podrá en poco tiempo, multiplicar sus servicios a la humanidad doliente
(Jonás, 1934b, p. 16)
Sin complicado utilaje, sin aparatosidad, con el recurso potente de la observación, la experiencia
y la lógica, la Homeopatía intuyó las grandes verdades de la Patología y de la Terapéutica; fue
así capaz de generar una teoría explicativa de la enfermedad y una técnica útil para el tratamiento
(Semich, 1934d, p. 48).
Mis vistas –dice- se levantan por encima de esta rutina mecánica, en la que se juega la vida tan
preciosa de los hombres, tomando por guía los manojos de recetas, cuyo número, cada día
67
Semich advierte a continuación que “para iniciarse en el estudio de la homeopatía el médico debe
despojarse de toda su vanidad, que generalmente es mucha. Esta actitud de modestia, aparte de lo que
espiritualmente significa, es la única adecuada porque quien se decide a estudiar Homeopatía lo hace,
desde luego, porque la ignora y por ello mismo empezará por confesar, ante sí mismo, la insuficiencia de
sus conocimientos médicos” (Semich, 1934d, p. 49).
68
En un aviso de propaganda del dispensario figuran “especialidades”: “Nariz, garganta y oídos” (Dr.
Héctor Martínez y Ernesto González Ávila) y “ojos” (Dr. Juan C. Orfila), (Aviso, 1936, p. 151).
75
creciente, prueba a qué punto está desgraciadamente extendido el uso que de ellas se hace (Jonás,
1934a, pp. 5-6).69
En esta cita se vislumbra buena parte de la ambigüedad, que partiría de una forma
mecánica de atención al paciente (síntoma y prescripción de un supresor del síntoma) y una
complejidad en la forma de entender la enfermedad (bagaje de conocimientos y teorías puestos
al servicio de la manufacturación de los medicamentos supresores de síntomas). Entonces, la
homeopatía sería diferente en los dos casos: una atención “compleja” que requiere una
“minuciosa” indagación de los síntomas y características del paciente, frente a la “simpleza” de
la ley de la similitud (presentada como “ley natural”).
Resulta necesario poner de relieve la tensión que destacara Belmartino y otros (1988)
sobre los tipos de atención médica en la época: los más conservadores hacia la práctica de
médico de cabecera, que parecía menguar, y los médicos que proponían prácticas hospitalarias,
junto con el nacimiento o consolidación de distintas especialidades. En este sentido, la
importancia que los médicos homeópatas otorgan a la particular atención médica que proponen
y su marcado desdén (por su propia teoría holista y vitalista) hacia la especialización y
suministración “mecánica” de antagonistas, se parecería insertarse en esta problemática general
de la época.
Hace falta un Instituto bien organizado e instalado, para nuestro control, lo mismo que para hacer
experimentaciones nuevas.
Debemos contar con un Laboratorio Homeopático para producir nuestros medicamentos bajo un
severo control. No podemos vivir siempre dependiendo del extranjero: hay medicamentos que
debemos fabricar en casa. Los nosodes deben ser los nuestros, preparados con productos
nuestros. Hay muchas plantas medicinales que son exclusivamente nuestras y que nosotros
debemos experimentar. Contar, pues, con un Laboratorio Homeopático debe ser una de nuestras
aspiraciones.
La acción de los medicamentos debe controlarse con el Laboratorio, Rayos X, etc. y para esto
nos hace falta un hospital con internado, donde el enfermo puede ser sometido a un riguroso
estudio.
En esta forma podremos demostrar experimentalmente y de acuerdo a los principios científicos
modernos que la Homeopatía es la única verdad en terapéutica (Causticum, 1934b, pp. 67-68).70
69
Para Jonás, “basta que un producto demuestre tal o cual acción momentánea sobre los animales para
que un criterio materialista de igualdad se le aplique al hombre como si hubiera igualdad o comparación
posible entre un perro y un hombre, entre un gato y un enfermo, entre un caballo y la persona que
experimenta” (Jonás, 1937b, p. 272).
70
En 1938, con inusual fascinación y fe por la técnica, se hace referencia a la instalación de un
laboratorio que cuenta con “aparatos de cristal neutro, para obtener en forma permanente agua
bidestilada, la que se utilizará en todos los procedimientos de dilución y dinamización. Un dinamizador
automático hará las preparaciones de forma impecable, por el procedimiento de Korsakof, que es el que
76
Y dos años después insistían con un nuevo editorial (seguido de un informe de “notas
históricas de la homeopatía” en Argentina y en el mundo):
Los crecientes progresos de la homeopatía en Buenos Aires hacen sentir cada vez más la
necesidad de un Hospital en que pueda prestarse asistencia homeopática a los enfermos de las
clases pobres.
La capacidad de los médicos Homeópatas que tenemos, y su número más que suficiente […] con
la ayuda de la estadística [podrían demostrar] la bondad de una Escuela Médica cuya eficacia no
se discute, y cuyos beneficios podrán ser palpados por todos los que deseen gozar de una
asistencia médica económica y beneficiosa para el restablecimiento de su salud (Jonás, 1936a, p.
307).
De la Alopatía a la Homeopatía
actualmente se usa en casi todos los laboratorios homeopáticos […] Nuestros enfermos estarán de
parabienes, ya que podrán curar rápida y definitivamente muchos que no alcanzan a terminar su curación
homeopática sino con el nosodo que les corresponde a alta dinamización” (Editorial, 1938c, pp. 225-226).
71
Sin dejar de observar, claro la importancia de atraer alópatas hacia el nuevo rol homeópata:
“Contribuiremos, con la modestia de nuestros conocimientos, a que los colegas orienten sus
preocupaciones médicas hacia la homeopatía que es fuente de un saber auténtico y eficiente, para que no
prejuzguen en forma ligera y, en cambio, estudien concientemente y se compenetren de una disciplina
cuya adquisición es ardua pero que comporta la satisfacción de poder desempeñarse profesionalmente con
mayor capacidad cada vez” (Semich, 1934a, p.3). Esta cuestión se expresa patentemente en la editorial
del número tres del primer año, firmado con el seudónimo “Dr. Causticum”, en la que establece la
necesidad de captar a los mejores médicos, puesto que “un mal Alópata no podrá ser más que un peor
Homeópata (…) deben interesarnos los médicos buenos y sinceros, con espíritu eminentemente médico y
con cultura suficiente para comprendernos”. Aquí realiza otra distinción importante, a la que aluden en
otros apartados a la homeopatía como la “aristocracia médica”.
77
No necesito exaltar el serio valor intelectual de la obra realizada por Marañón que es bien
apreciada por nosotros en su doble aspecto médico y literario. En diversas publicaciones me he
ocupado de su labor científica expresando, con mi modesto juicio, el elogio que ella merece.
Reflexiono acerca de la admirable sinceridad y valentía que su autor muestra. Para un hombre
que en la ciencia oficial ha adquirido prestigio tan firme, el sólo hecho de abordar el espinoso
asunto de la Homeopatía y además, en rápida crítica pero a fondo, exhibir al desnudo algunos de
los muchos errores de la Alopatía, es, realmente, acto heroico (Semich, 1934b, p. 8).
El acto heroico lleva el supuesto de que la crítica a la alopatía representa un gran riesgo
y es un acto de bien. Como si el hecho de que seguir los pasos de Hahnemann no fuese
suficiente, estos supuestos alópatas convertidos vienen a dar legitimidad a la empresa difusora
de la homeopatía: “Para estar a tono con la misma sinceridad [de Marañón] y porque fluye
limpiamente de mis propias inquietudes de médico joven que contempla serenamente, pero no
es pasividad, el descalabro de la Terapéutica actual, daré mi opinión con toda independencia”
(Semich, 1934b, p. 8).
Aquí entonces, aparece un punto clave: el ser un “maestro eminente” no alcanza, hace
falta ése paso extra, el plus que puede otorgar el don de curar. Este razonamiento se repite, por
ejemplo, cuando un médico colombiano da apoyo a los homeópatas argentinos enviándole una
carta al presidente argentino donde destaca luego de enumerar a los médicos de la SMHA:
78
Nuestra incipiente organización va cumpliendo paulatinamente los fines para los que ha sido
creada; hay actualmente un grupo de médicos homeópatas que nos conocemos cada vez más
íntimamente, que tenemos entusiasmo en ayudarnos los unos a los otros, que queremos la
difusión de la Homeopatía, el más precioso arte de curar, para bien de nuestros semejantes, y,
sobre todas las cosas, para que nuestra querida Patria cuente, en días no lejanos, con un gran
número de médicos homeópatas y una mayor cantidad de gente culta e intelectual que sepa
propagar sus principios y conceptos hasta los rincones más humildes del país (Jonás 1934f, p.
199)
Los que quedan fuera vienen siendo cada vez menos y los peores dotados
intelectualmente:
Durante más de un siglo muchos médicos permanecieron ignorando los hechos nítidos que se
derivan de la aplicación de la ley del similimum y aún hoy –son pocos, es verdad, pero siempre
se observan estos casos sueltos de colegas cuyo intelecto marcha a ritmo bastante lento– algunos
quedan asombrados ante la circunstancia de que las comprobaciones científicas sean terminantes
en favor de la Homeopatía (Semich 1934f, p.100-101).
Sin olvidar, por supuesto, que además a los homeópatas los guía la hombría de bien y la
verdad, mientras que a los “otros” la búsqueda de beneficio económico:
Hoy se ha llegado a saber que en muchos estados crónicos y aún agudos, las amígdalas están
afectadas, y no encontrando a la vista otro desorden que éste, se las extirpa sin ninguna
consideración.
Es grande el número de enfermos que son sometidos a esta mutilación; casi no hay niño que
escape a ella y el número de adultos y viejos operados es sumamente grande. Ya llevan los
médicos varios años de experiencia en estas cosas, sin embargo las mutilaciones continúan con
sólo beneficio para los mutilantes. Los enfermos siguen sus procesos crónicos y muchos de ellos
reparan sus órganos con exceso, debiendo repetirse la operación dos, tres o más veces
(Causticum, 1934a, p. 35).
Como se vio en el capítulo anterior, el aumento del número de médicos era utilizado
como explicación de las dificultades para el sostén económico de la profesión, junto con la
expansión del curanderismo y una arenga a la persecución pública de los curanderos. La
necesidad de consolidarse como la alternativa “científica” a la medicina oficial (que estaba
rodeada de un halo de escepticismo) aumentaba la preocupación de los médicos de la sociedad
homeopática por diferenciarse públicamente de las otras prácticas no oficiales. Buena parte de la
legitimidad social parece ir por ése camino:
79
Una de las estrategias pasa por vincular la emergencia del curanderismo con las
carencias y vicios de la práctica alopática, y con las nuevas técnicas aplicadas a la práctica
médica que no se había incorporado por entonces a la práctica homeopática. Si por un lado hay
algunos esbozos sobre técnicas que permitirán en un futuro cercano dar la “prueba” de la
eficacia de la homeopatía, se alude a las innovaciones técnicas para criticar nuevas formas de
atención médica “alopática” y la consiguiente utilización del curanderismo como modo de
atención alternativa:
Un caso típico lo tenemos en la generalización de un aparatito muy útil que sirve para tomar la
presión arterial. (Hoy se considera una falta imperdonable, el examinar un enfermo sin tomar su
tensión arterial con estos aparatos). Se descubre el aumento de tensión y empieza la vía crucis
del enfermo: la dieta brutal, los purgantes con sulfato de soda, de magnesia y otros, que
destruyen lo más noble del organismo, su aparato de nutrición, y la inyección de preparados
yódicos, a cual más tóxico, que producen la baja de la tensión arterial a costa del
desfallecimiento de la fibra muscular cardíaca, y que traen síntomas subjetivos más atroces que
los que antes padecía el enfermo. Cuando éste está suficientemente intoxicado con yodo, se lo
suspende y vienen síntomas de reacción con nuevo aumento de la tensión y agravación del
estado primitivo, hasta que el enfermo o sucumbe o se salva, escapando de las manos del
médico, para caer en las del curandero o yuyero, que con tisanas hábilmente elegidas salva la
situación. He aquí el descrédito en que ha caído la medicina y del que tanto se quejan los
médicos y cuyos consultorios se ven de más en más, menos concurridos, mientras que en los de
los curanderos y yuyeros la gente se agolpa hasta en las calles. El público, en su ignorancia de la
medicina, acude a quien menos daño le hace […] (Jonás, 1934a, p. 7).
En abril de 1936, Jonás y Semich publican una “declaración” ante “la aparición de
numerosos avisos en diarios y revistas, de profesores y médicos que se titulan homeópatas y que
de Homeopatía no conocen las bases ni los fundamentos, ni la ética” (Jonás y Semich, 1936, p.
65). Estas diferenciaciones tienden a terminar de definir el nuevo rol, recortándolo del resto del
espacio social, una vez que se han “separado” de los médicos “alópatas”.
Esta declaración (dada en la sala de sesiones SMHA, el 11 febrero de 1936) incluye tres
ítems orientados a la diferenciación de la homeopatía:
[…] 3. […] El examen del iris, la mano o cualquier órgano como único medio de diagnóstico
medicamentoso, no es homeopático y es atentatoria contra la seriedad de la Doctrina
Homeopática, a la que perjudica en su honestidad, progreso y valor científico.
5. […] bajo el nombre de Homeopatía, se venden estas fórmulas complejas, las cuales los
médicos homeópatas rechazamos terminantemente, por no ver en ellas sino productos
comerciales que sólo producen provecho al fabricante que los expende, amén del envilecimiento
de la terapéutica mas científica y razonable que haya producido la inteligencia del hombre.
6. La homeopatía no tiene nada que ver con los específicos o remedios complejos […]
La Sociedad Médica Homeopática Argentina cumple, pues, con el deber de hacer notar al
público ilustrado que no basta poner una chapa y un aviso de homeópata o instituto homeopático
para ser homeópata. Es necesario que el profesional tenga la preparación científica indispensable
como médico alópata primero y luego como médico homeópata, y a esto agregar las condiciones
de seriedad y ética profesional, que lo distinguirá siempre de un mero y vulgar comerciante de la
medicina (Jonas y Semich, 1936, p.65-66).
80
Este tipo de declaraciones parecen incluir, por un lado, un conjunto de “creencias
comunes” con los médicos alópatas y, tal vez de manera más deliberada, un “guiño” a la
“medicina oficial”. Si en otros textos parecen ser absolutamente contrarios a la alopatía, en estos
pronunciamientos parecen acercarse a la lógica alopática, evidenciando además, que pretenden
ser los “policías” de la homeopatía.
A mediados de 1938 los médicos de la SMHA hacen pública una denuncia contra un
médico, el “Dr. B…” que envía una carta (reproducida en facsímil) que “desde luego quedó sin
contestación”. En ella el Dr. B pedía al farmacéutico homeopático Enrique Bonicel que le
enviara una “nómina [de los productos homeopáticos] y si fuera posible, indicar en cada uno
para que casos debe emplearse” (Editorial, 1938b, p. 110). Lo que agrava la exasperación de los
médicos homeópatas es el membrete de la carta, que bajo el nombre del médico (oculto tras una
franja negra) reza “Homeopatía-medicina natural” y un aviso en un diario local de Mercedes
anunciado la visita del mismo médico con la promesa de “Irisdiagnóstico. Tratamiento de las
enfermedades por el sistema Homeopático y Naturalista” (Editorial, 1938b, p. 111).
Adquirir los conocimientos homeopáticos, cuesta muchos sacrificios, que sólo pueden
sobrellevarse cuando la medicina se ha constituido en un ideal, servido constantemente por la
vocación de aprenderla. Las puertas de la homeopatía están cerradas para los que solo buscan el
medro económico, y bien venido sea el hombre honesto que procura ser eficaz en un ansia de
continua superación, para ser cada día más médico y sentirse más cómodo, al percibir el dinero
que legítimamente le corresponde por el derecho de su propia honradez (Editorial, 1938b, p.
111).
1º La Homeopatía no es una cosa nueva. Hipócrates, Galeno, Haller, Store y muchos otros
grandes maestros de la Medicina, estaban familiarizados con la ley homeopática de curar.
Hahnemann reconoció primero su completo valor e hizo su aplicación general.
2º La Homeopatía no es una flor marchita, como tantos llamados maravillosos descubrimientos
en Medicina, que se olvidan al poco tiempo. La Homeopatía ha sido por más de una centuria
diariamente comprobada y su compresión persiste en todas las comunidades y es más fuerte hoy
que antes.
3º La Homeopatía no es una ecuación complicada que sólo alcanzan las elevadas inteligencias.
Se basa sobre una simple y demostrable Ley Natural; las drogas en pequeñas dosis, curan los
síntomas de la enfermedad, que se parecen a los que causa la droga cuando es tomada en grandes
dosis por personas en estado de salud.
4º La Homeopatía no es simplemente paliativo del dolor. Va hasta la raíz del trastorno y por lo
tanto vence permanentemente el dolor, mientras que los opiados y otros paliativos sólo alivian
temporalmente.
81
5º La Homeopatía no perjudica el organismo. Sus efectos son suaves. Sus métodos no empeoran
al enfermo, ni gastan sus fuerzas vitales retardando el restablecimiento. Ella dulcifica la energía
vital y hace una rápida y segura convalecencia. No hace al enfermo más enfermo.
6º La Homeopatía no es una panacea universal, pero por más de un siglo ha demostrado en todas
partes del mundo civilizado su poder curativo en todas las condiciones conocidas de enfermedad,
y en cualquier época de la vida. Actúa tan rápidamente en hombres y mujeres vigorosas, como
en los niños.
7º La Homeopatía no reemplaza el cuchillo del cirujano, pero cuando se emplea con habilidad, a
menudo hace al cuchillo innecesario. Por sus eficaces efectos constitucionales, su acción es
profunda y extensa, y el cirujano, tocólogo o ginecólogo que está familiarizado con los remedios
homeopáticos, obtiene mejores resultados que con el bisturí.
8º La Homeopatía no es un atraso; el homeópata está educado, como los otros médicos, en la
Escuela de Medicina; se le exige y pasa los mismos exámenes. Sabe todo lo que hacen los otros
médicos y ADEMAS ha realizado un estudio completo de los principios de la Homeopatía y un
detallado conocimiento de la materia médica homeopática y de la práctica de la homeopatía
(Editorial, 1937c, p. 110).
Es curioso advertir que esta pedantería y fatuidad de la ciencia oficial se muestra agudizada en
estos tiempos en que más ruidoso es su fracaso, a extremo de que enfermos y médicos sienten la
necesidad imperiosa de otros tratamientos. Así el enfermo va al curandero, y el médico, vencido
por sus propios errores, adopta una posturita de escepticismo, el cual debe ser considerado como
una forma de la impotencia y de la incapacidad. Que cada profesional haga su examen de
conciencia, frente a sí mismo, a su razón, a su entendimiento, y luego medite acerca de si los
métodos que emplea diariamente son legítimos y útiles, terapéuticamente hablando. Caso de que
la respuesta sea negativa –en ese careo hondo, ante la propia conciencia, todos son sinceros– no
caiga en el escepticismo. Más honrado es buscar la posibilidad de conocer otras técnicas. Ahí
está precisamente la Homeopatía para colmar las ansias de saber y de llenar decorosamente el rol
que los médicos tienen asignado en el escenario local (Semich, 1934b, p. 9-10).
82
pasteuriana, con su idea simplista de la enfermedad, dominó el mundo médico durante los
últimos 60 años” (Jonás, 1935b, p. 294).72
Debemos, entonces, cerrar lo más posible nuestras filas sociales para que no se vea a ninguno de
nosotros sino trabajando honestamente y procurando hacer brillar la verdadera Homeopatía por
el lustre de sus prácticos.
Procuraremos que no se infiltre entre nuestro círculo ninguno de esos elementos que venga al
solo efecto de especular (Editorial, 1936, p. 119).
No hay disidencias entre nosotros, porque hemos comprendido claramente que nada noble ni
perdurable se alcanza si no es por vía y virtud del esfuerzo común. Tampoco hay plaza
disponible para el egoísta en esta sencilla pero ya progresista Escuela de Homeopatía que hemos
fundado, donde todos aprendemos y lo que es aprendido conceptuamos es un deber trasmitirlo
(Editorial, 1936, p. 120)
72
En el congreso de Berlín de 1937 la preocupación persiste: “se tratará de demostrar la importancia de la
ley de la similitud […] Entrarán en tela de juicio en este tema la hidroterapia, la fisioterapia, radioterapia,
kinesiterapia, higiene naturista y, en fin, todos los métodos alopáticos, donde se hagan curaciones por el
procedimiento, aunque inconsciente, de la terapéutica de la Similitud” (Jonás, 1937, p. 163). Como
contrapunto, en 1935, en Budapest, uno de los organizadores del congreso de homeopatía promovía la
hidroterapia en las termas próximas a la ciudad y no se deja constancia de que sea considerado alópata
por ello (Jonás, 1935b).
A fines de 1937, en la tesitura de que “todos los medicamentos exitosos son homeopáticos” Jonás publica
un artículo sobre “La ley de similitud en la escuela oficial” (Jonás, 1937b, pp. 369-372).
83
Los consultorios médicos institucionales facilitan la relación con un contexto social que
por momentos juzgan muy favorable:
Nuestro movimiento homeopático se extiende día a día llamando la atención de los espíritus más
cultos de todas las esferas sociales.
Es necesario pues, que trabajemos todos sin cesar para aprovechar este momento, en que el
ambiente nos es francamente propicio y debemos hacerlo sobre todo en los dominios del espíritu
médico y sin que se nos pueda hacer el reproche de ser puramente teóricos.
Por este motivo necesitamos la instalación de un gran Instituto Médico de Experimentación
donde todos podamos aportar nuestros conocimientos y adquirir por medio de la
experimentación mayor capacidad.
Tenemos que aportar hechos precisos que demuestren a los que se interesan por nuestra Ciencia
la verdad de la disciplina Homeopática. La “Sociedad Médica Homeopática Argentina”, aunque
joven, cuenta ya en su seno con espíritus cultivados y con hombres hábiles en todas las
disciplinas. No nos faltan bacteriólogos, farmacéuticos, doctores en bioquímica, ingenieros,
físicos, etc., capaces de controlar y contribuir eficazmente a nuestros trabajos y
experimentaciones.
[…] En ninguna parte del mundo han faltado hombres de capitales y entusiasmo Homeopático
para poner sus donaciones en manos de instituciones como la nuestra
[…] Muy pronto tendremos nuestro Hospital o Dispensario, en que podamos trabajar todos en
bien de la humanidad y la Homeopatía” (Causticum 1934b, p. 67-68).
Cabe recordar entonces que en 1935 se atienden aproximadamente 1601 consultas, que
ascienden a 3059 en 193673 y a 6412 en 1938:74 es decir casi se duplican en el segundo año de
atención y dos años después el número vuelve a crecer en la misma proporción. La cantidad de
pacientes atendidos con el paso del tiempo constituye uno de los pilares de las “pruebas” de
efectividad de la terapéutica:
Hoy se comenta por todas partes de la Ciudad los resultados prácticos que los homeópatas
obtienen en el tratamiento de sus enfermos.
[…] Es que nuestra Sociedad Médica Homeopática Argentina ha producido un intenso
movimiento de curiosidad entre los profesionales, y los pacientes, por su parte, cansados de los
Apóstoles de la Ciencia de Galeno y de sus Grandes Sacerdotes, buscan alivio a sus dolencias
por los procedimientos más simples, más humanos y más sabios de la escuela de Hahnemann
(Editorial, 1934c, p. 341).
73
Semich expresa ése año que “hasta este momento tenemos cuidadosamente registradas más de 3000
historias clínicas. Quien las compulse podrá verificar de manera clara y categórica que los enfermos salen
grandemente beneficiados con el tratamiento instituido” (Semich, 1936a, p. 1). Posteriormente indica que
“se nos plantea un problema de local: necesitamos uno más amplio y cómodo para adecuarlo a nuestras
exigencias” (Semich, 1936a, p.2).
74
Como ya se ha consignado, los valores son anuales y aproximados. Fuente: Estado financiero… 1935,
p. 330; Estado financiero… 1936, p. 443; Movimiento financiero… 1938, p. 222.
75
Se publica un aviso (1934c, p. 342) que consigna que los “médicos no llevan, al atender a los enfermos,
el más mínimo fin lucrativo, ya que ninguno percibe de la Sociedad honorario alguno. La tarifa de $3.-
que se cobra por asistencia, tiene sólo por objeto cubrir los gastos que demande nuestra instalación y
84
La inauguración de los consultorios de la SMHA marca un gran paso en el camino de la difusión
de la doctrina homeopática en Buenos Aires, pero Buenos Aires merece mucho más de lo que
actualmente tiene. Siendo la segunda ciudad latina del mundo, debe contar con instituciones
homeopáticas, por lo menos, a la altura de las de París, Ginebra, Roma, Río de Janeiro, etc.
No dudamos que en un porvenir cercano, contaremos con la ayuda particular para nuestro
progreso, ya que la oficial sólo está reservada a la Alopatía, que acapara injustamente todas las
situaciones.
Hay muchos procedimientos para obtener el tratamiento de los males que aquejan a la
humanidad, pero la Homeopatía es, como ya lo dijera otro antes que el que escribe, la
Aristocracia en el arte de curar” (Editorial, 1934c p. 341).
Cabe recordar que en estos consultorios se cobraba una tarifa muy baja para la época
que cubría los “gastos administrativos”, sin que hubiera fin de lucro por parte de los médicos,
puesto que pretendían atender a “personas de recursos modestos, que deseen ser atendidos
homeopáticamente, pudiendo a ellos acercarse todos los profesionales médicos que tengan
interés”. 77 Pero si los beneficios no fueron estrictamente “personales” vale decir que los “gastos
administrativos” pudieron incrementarse notablemente a expensas del creciente número de
pacientes, como se mostró antes.
En un rato vi pasar un gran número de niños, que con gritos de terror que partían el corazón de
los presentes, y angustiaban a las madres que también lloraban con sus hijos, desfilaban hacia la
sala de Operaciones, donde los médicos con delantales ensangrentados, y vestidos como unos
demonios, infundían el terror a esas pobres criaturas, que entregaban sus pedazos de carne al
sacrificio […] Una vez estas criaturas salidas del Consultorio de garganta, continuarán
pacientemente recorriendo las otras dependencias del Hospital hasta que en un día no muy lejano
administración. Nuestros consultorios son, pues, para personas de recursos modestos, que deseen ser
atendidos homeopáticamente, pudiendo a ellos acercarse todos los profesionales médicos que tengan
interés por conocer Homeopatía. Todos los días de 9 a 11 horas”.
76
Por ejemplo, el caso de la revista Cel, mencionado por Hurtado de Mendoza y Busala, se trata de una
revista sostenida por la familia de uno de sus fundadores.
77
Publicidad de los consultorios de la SMHA, publicada en diciembre de 1934 en la revista Homeopatía,
año 1, nº 11-12, p. 342.
85
los veremos yacer en las dependencias heladas que están en los fondos (Causticum, 1934a, p.
36).78
El enfermo va ambulando de especialista en especialista sin que, desde luego, nadie lo cure. Uno
le extirpa las amígdalas, otro el apéndice; el tercero le da un régimen alimenticio porque –amén
de radiografías y análisis abundantes de toda índole– el sujeto acusa, entre otras cosas, ardor
gástrico y meteorismo abdominal, etcétera. Como el enfermo sigue de mal en peor, no falta
quien le aconseje que vaya a ver a un cirujano experto –esto lo hemos visto todos aunque es
monstruoso– para que le practique una laparotomía exploradora […] ¿qué encuentra el cirujano?
En más de un caso, nada. Y como si no fuera bastante, otro médico le instituye un tratamiento
antiluético con neosalvarsán: si el enfermo no tolera bien el arsénico le aparecerá una taxidermia
que en breve le obligará a solicitar los servicios de un especialista de piel, etc., etc. No exagero
mucho al hacer este relato. Más de una vez, luego de haber escuchado la narración que un
paciente hace de todas sus peripecias y sufrimientos, un sentimiento de admiración profunda
hacia el desventurado me hubiera impulsado a manifestarle conmovido: Señor: ¡es usted un
héroe! (Semich, 1934d, p. 44)
Sus fines terapéuticos [de la homeopatía] harán que, divulgando sus ventajas, pueda la
humanidad pasar a una nueva era de felicidad, confiando al médico los cuidados de su salud, en
la seguridad de que en ningún caso se atentará contra ella.
78
Para Jonás “el médico Homeópata es siempre querido y pedido por los niños que conocen sus
procedimientos suaves y sus confites para aliviarlos de sus males, mientras que nuestros colegas Alópatas
son el terror de las criaturas, y éstas se espantan a su presencia, amén de que las madres amenazan
muchas veces a sus hijos con traerle el médico como uno de los eficaces castigos” (Jonás, 1937, p. 163).
86
La aplicación de sus principios en el cuidado de los niños, bebés, infantes o escolares podrá, con
seguridad, llegar al mejoramiento ansiado de la raza. (Jonás, 1934e, p. 170).
Entre las viejas familias homeopáticas hay menos casos agudos y serios de enfermedades que
atender. Raramente vemos un caso de apendicitis, neumonía, meningitis o tuberculosis
desarrollarse en una familia que haya estado bajo el vigilante cuidado de un buen médico
homeópata.
Nuestros pacientes no se levantan por la mañana con una dosis de frutas salinas o algún otro
catártico. No llevan aspirinas en sus bolsillos lista para ser ingerida a la menor provocación.
[…] el uso por su médico homeópata del remedio constitucional después de cada condición
aguda por la cual los trata, tiende a levantar su fuerza corporal y resistencia a un grado tan
efectivo que la ordinaria enfermedad no asume las graves formas tan frecuentemente encontradas
entre aquellos que no se encuentran bajo la protección del remedio dinamizado.
No nos comprendan mal: los pacientes homeopáticos se enferman a veces porque están rodeados
del mismo medio que los demás, y en este medio hay penas, exceso de trabajo, miedo,
exposición a los elementos de la infección y al shock físico y mental (Editorial, 1938, pp. 1-2
bis).
Enseñanza
Nos llama la atención todo lo que está en mayúsculas, después lo que está en bastardilla y luego
lo demás que ella expresa.
Lo que va en mayúsculas quiere decir que en los enfermos que necesitan Sulfur estos síntomas
son casi constantes, sino todos (lo que no es posible), por lo menos tres o cuatro. Los síntomas en
bastardilla quieren decir que son también buenas expresiones para la indicación de Sulfur, y su
constatación conjuntamente con otros anteriores que también encontramos en muchos otros
medicamentos; sin embargo, muchas veces es por la acentuación de estos síntomas menores o
79
Así lo atestigua un “Aviso” publicado en Homeopatía:
Colega:
Suscríbase a nuestra Revista, donde encontrará la información científica, referente a la Patología, Clínica
y Terapéutica homeopáticas, que Vd. necesita para adquirir un concepto cabal de nuestra doctrina.
Concurra Vd. a las conferencias de la Sociedad Médica Homeopática Argentina que le serán de utilidad
(Aviso publicitario, 1934, en Homeopatía, año I, nº 3, p. 88).
También un editorial del mismo año reseña:
“A este efecto, en las conferencias, los disertantes ilustran el tópico con historias clínicas donde se pone
de manifiesto la elección y efectos del medicamento, diagnóstico diferencial, etc.
El éxito obtenido hasta el presente, es el mejor estímulo para proseguir en la tarea con entusiasmo
redoblado y con la convicción de que somos poseedores de una verdad terapéutica que es necesario
extender y poner en manos de los colegas bien intencionados y de suficiente altura intelectual como para
comprender el admirable valor de nuestras doctrinas y prácticas médicas” (Editorial, 1934d p. 198).
80
Inclusive, a fines de 1934, la sección “Revista de revistas” pasa a llamarse “Notas clínicas y
terapéuticas”, mejor descripción de las reseñas que se hacían de las revistas que llegaban por canje a la
Sociedad.
87
por su aspecto de gravedad que el enfermo consulta al médico. Este debe entonces buscar si
existen los síntomas característicos, para así poder propinar Sulfur con miras de éxito (Jonás,
1934b, p. 20).
[…] en cada ficha –lo que equivale a decir en cada síntoma– están marcados los remedios que
cubren ese síntoma. Es labor de suma, el obtener el resultado (Grosso, 1935, p. 8).
La voluntad pedagógica era explícita: “Nuestra aspiración es encauzar los trabajos que
hacemos conocer dentro de los asuntos que puedan presentar para los debutantes en Homeopatía
la mayor simplicidad, para, en esta forma, facilitar los primeros ensayos de terapéutica, cuyos
éxitos, estamos seguros, los inducirá a estudiar asuntos más complejos” (Nuestra Revista, 1934,
p. 104). Algunos médicos que aprendieron la terapéutica de forma autodidacta ya aparecen
posicionados para la enseñanza:
Habiendo estudiado Homeopatía por nuestros propios medios, estamos al tanto de la labor,
algunas veces ardua, necesaria para llegar a manejarla medianamente. No se nos escapan sus
dificultades, puesto que hemos luchado con ellas.
[…] El objeto de estas pequeñas notas que se van publicando en “Homeopatía”, es tratar de
enseñar la manera de evitar los escollos y vencer las dificultades, difundiendo de esta manera la
comprensión y utilización de esta terapéutica que tantas veces es verdaderamente maravillosas
(Grosso, 1935, p. 7).81
Esto se justifica por la demanda de los nuevos miembros hacia conocimiento específico
y técnico:
Los conferencistas recibían refuerzos positivos que los posicionaban. Las conferencias
que se realizaban se reseñaban brevemente mes a mes, frecuentemente con halagos a los
oradores:
[El Dr. Armando Grosso] hizo con admirable destreza las comparaciones con los otros remedios
que se le asemejan en algunos de los síntomas, exponiendo una cantidad de historias clínicas en
las que se demuestra la eficacia de la droga.
Las condiciones descollantes de didacta que posee el doctor Grosso, hicieron que su exposición
fuera seguida con mucho interés por los que la escucharon, interés que no decayó en ningún
momento.
[…] Tres sesiones científicas llenas de público auditor, en que se trataron temas de capital
importancia y en las que se demostró un gran espíritu de camaradería (SMHA ,1934b, pp.103-
104).
81
Un aviso del “Dispensario de la SMHA” revela que en las consultas existía una distinción entre “jefes”
y “médicos”. Los jefes eran los fundadores: Jonás, Grosso, Paschero, Anselmo y Semich; además de
Héctor Martínez y Ernesto González Ávila, “especialistas en nariz, garganta y oído” y Juan Orfila de
especialidad “ojos” (Aviso, 1936, p. 151).
88
Más allá de este esfuerzo pedagógico, existía una necesidad de transmitir conocimientos
tácitos mediante las consultas en la sede ya que, por ser una disciplina estrechamente vinculada
a la interpretación psicofísica de los pacientes, la atención permitía potencialmente la enseñanza
y experimentación:
El objeto de los consultorios es ofrecer en primer lugar a los médicos asociados que recién llegan
a la Homeopatía, un campo de acción amplio, donde puedan practicar y ver al lado de colegas
más experimentados los procedimientos de nuestro difícil arte terapéutico […]Al mismo tiempo
que estos consultorios servirán de enseñanza para profesionales post-graduados, prestarán un
servicio incalculable a los hogares modestos, cuyos miembros, por una cuota mínima, podrán
82
tener eficaz y útil asistencia (Editorial, 1934b, p. 293).
Como esa tarea inicial [la de aprender homeopatía] la hemos realizado ya todos nosotros,
estamos en condiciones de facilitarla, para hacerla accesible con economía de tiempo y energía.
El conocimiento de las patogenesias de Materia Médica se aclara para quien lee los artículos de
esta Revista y luego, cuando tiene oportunidad de ver, en el consultorio de la Sociedad Médica
Homeopática Argentina, frente a los enfermos, la manera concienzuda cómo se los examina y
cómo se llega a la prescripción del remedio adecuado, es conocimiento vivo, adquirido así, ante
el caso clínico, no se borra jamás. Sólo de este modo es posible la recordación de la Materia
Médica: formándose la imagen mental del remedio frente a la imagen real del enfermo”
percibiendo “la similitud de ambas”
Disponemos ya de los elementos de trabajo indispensables –Revista propia, publicaciones
extranjeras, conferencias, enfermos que acuden a los consultorios en mayor número cada día–
para que los colegas puedan iniciarse en la Homeopatía. Todo esto se ha conseguido dentro de
los muy escasos recursos con que contábamos, mediante la contribución personal de cada uno,
de los cuales nadie titubeó en aportar, además, su entusiasmo, su tiempo, su saber, por modesto
que fuera (La Dirección, 1935, p. 2).
Como ya se ha citado, Nina Degele (2005) establece que uno de los criterios que hace a
la homeopatía “científica” es la educación, destacando el rol de “captación de adeptos” de la
82
Unos meses antes aparecía en primera página el anuncio: “La resolución de nuestra Asamblea, de
habilitar un consultorio médico destinado a la atención de enfermos que puedan servir para la enseñanza y
la práctica de los jóvenes médicos homeópatas, nos ha hecho suspender nuestras sesiones científicas
durante el mes de Agosto, cuyo tiempo dedicamos a la búsqueda de ubicación adecuada para sede social y
consultorio” (SMHA, 1934, p. 261).
89
enseñanza. En septiembre de 1935 se da el primer acontecimiento importante en relación en este
sentido: “por primera vez –es todo un acontecimiento científico– se dictará curso de
Homeopatía en el país [que] será dedicado, desde luego, exclusivamente a médicos” (Semich,
1935e, p. 202).
83
Se publica un breve aviso que consiga:
“Colega: Concurra Ud. a nuestra Sociedad, donde se le ofrece desinteresadamente la oportunidad de
aprender Homeopatía, cuyo conocimiento ampliará su cultura médica y lo capacitará para desempeñarse
con mayor eficacia en la profesión” (Aviso, 1935, p. 203).
84
Respecto al contenido señala que “doctrina, materia médica, clínica homeopáticas, son tres etapas del
conocimiento que de aquí en adelante estarán al alcance de los colegas estudiosos” (Semich, 1935e, p.
203).
85
Estas conferencias fueron publicadas en tres números consecutivos de Homeopatía, sin un carácter
distintivo, como cualquiera de las demás.
86
En enero de 1937 directamente se señala “los cursos de Materia Médica Clínica desarrollados en 1936
han tenido éxito franco” (Semich, 1937a, p. 1).
90
En 1937, se anuncian las conferencias con la advertencia de que “la índole estrictamente
técnica de los temas a considerarse, explica que estas reuniones sean reservadas a médicos
exclusivamente” (SMHA, 1937, p. 113). En 1938, reseñando el quinto aniversario de la SMHA,
se habla vagamente de realización de “cursos de conferencias” (Semich, 1938, sin foliar.) y se
pide en una nota
[…] a la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires, en la que nuestra Sociedad le expresa el
reiterado deseo de numerosos colegas de seguir un curso ordenado y completo de la Homeopatía.
La Sociedad solicita de la Facultad el envío de un profesor extranjero de materia médica, que
podría ser elegido entre las universidades más prestigiosas, como por ejemplo, las de Alemania,
Estados Unidos y Brasil. Esta última, por razones de vecindad e idioma es la más indicada, por
lo cual nuestro pedido se refiere a un profesor de la Facultad Hahnemanniana de Río de Janeiro
(Semich, 1938, sin foliar).
Relaciones exteriores
87
Véase capítulo siguiente.
91
tiene como objetivo que los médicos, hasta ese momento disgregados, pudieran mantener
contactos y actualizaciones con el exterior:
El 29 de Julio de 1933, nos reunimos en la ‘confitería del Molino’ nueve médicos que nos
citamos allí a fin de conversar sobre la conveniencia de instalar una Sociedad de Médicos
Homeópatas, con el objeto de propender a la propagación de la doctrina de Hahnemann, de
estrechar los vínculos entre nosotros, así como también procurar establecer relaciones con los
ases mundiales de la Homeopatía (Jonás 1934c, p. 343).
Los primeros reconocimientos foráneos vienen del Perú mediante una “Distinción
Honorífica”88 de la Liga Peruana de Homeopatía, reseñada también en el editorial del siguiente
número: “esto nos estimula para seguir en la brecha, con entusiasmo cada vez mayor, dadas las
evidentes muestras de aceptación que nuestra labor tiene, tanto aquí como en el exterior”
(Nuestra Revista, 1934).
Ése mismo año se reproduce una reseña de un médico español a propósito del Congreso
Homeopático Internacional89 realizado en julio de 1934 en Holanda, en el que se destaca un
“Estado actual de la Homeopatía en diversos países del mundo”90 y una descripción bastante
bucólica de la organización del congreso, a tono con las descripciones de la vida de Hahnemann
que se publicaban en Homeopatía:
Luego nos dirigimos a Bennekom, a unos 23 km. de Arnhem, donde el Dr. Wouters tiene una
“villa”, y con su esposa rivalizaron en obsequiarnos con té, pastas, vinos, etc., quedando todos
muy complacidos de las atenciones recibidas.
[…] luego visitamos el Museo Colonial, de vastas proporciones, y que resulta muy vistoso: hay
una infinidad de cosas interesantes: trajes de Java, joyas, brillantes de gran tamaño, máquinas
88
“El presidente de nuestra Sociedad ha sido designado socio correspondiente de su similar del Perú”,
(Distinción honorífica, 1934, en Homeopatía, año I, nº 3, p. 69).
Hay constancia de intercambio epistolar, desde 1932, entre el Dr. Rodrigues Galhardo de Río de Janeiro y
Godofredo Jonás, cuando el médico brasileño le comunicara la fundación de la Liga Homeopática
Brasileira “respondiendo a otra del 22 de octubre firmada por […] Jonás […] Mantengo desde entonces
cambio de correspondencia” (Monzo, 1937, p. 305).
89
Organizado por la Liga Homeopática Internacional, “una asociación fundada en 1925, en Rótterdam,
con el fin de desarrollar la homeopatía en todos los países del mundo, creando un lazo entre las personas
o grupos que se interesaran por las cuestiones homeopáticas, organizando congresos internacionales,
centralizando y facilitando los canjes de trabajos homeopáticos y vigilando los intereses de los
homeópatas” (Editorial, 1938d, p. 249).
90
Resulta interesante ver que en el país en el que se organizaría el siguiente congreso, el número de
homeópatas no pareciera mayor al del grupo porteño: “También en Hungría progresó la Homeopatía, y
según el Dr. Schimert, hay en dicho país unos 16 médicos homeópatas, y cree que el Congreso que ha de
celebrarse en Budapest el año próximo contribuirá sin duda al progreso de nuestra doctrina en dicho país”
(Vinyals, 1934, p. 315-316).
92
agrícolas antiguas y modernas, inmensidad de fotografías, de escenas, cultivos, costumbres, etc.
y gran cantidad de estatuitas, representando dioses varios, y entre ellos figura el Dios
Hahnemann, con risa enigmática y en una mano un ramo como de hechicero (Vinyals, 1934, p.
319).91
91
Sólo un párrafo empaña la descripción: “Ya en Ámsterdam, visitamos el puerto, parte antigua de la
ciudad y el arrabal judío, no muy sobrado éste de limpieza, y que por ser sábado estaban cerradas
absolutamente todas las tiendas… Sólo unos mercaderes callejeros de frutas, quesos y arenques,
aumentaban la suciedad de este barrio feo y maloliente” (Vinyals, 1934, p. 319).
92
Se reseña que la fuente es: Informaciones transmitidas por la “Comisión de Prensa y Propaganda
Homeopática” de la Liga Homeopática Internacional, en “Notas clínicas y terapéuticas” (1934), en
Homeopatía, año I, nº 11-12, p. 381.
93
de asistir al congreso, evidenciando la importancia estratégica de legitimar en el exterior su
posición interna:
Por la mera circunstancia de que las universidades argentinas permanezcan aún totalmente ajenas
al poderoso movimiento científico mundial en favor de la Homeopatía, no era posible hacer
oídos sordos y cerrar los ojos a la evidencia […] Nuestro presidente, doctor Godofredo L. Jonás,
será así, como delegado, el portavoz de la única institución médica argentina que ha sabido
responder a estos imperativos técnicos y culturales de nuestro tiempo.
Por virtud de ello, nos incorporamos ya definitivamente a una corriente científica cuya fuente de
origen ha surgido en los más prestigiosos centros intelectuales del mundo. Desde ahora se
advertirá allí que hay entre los médicos argentinos un núcleo bien seleccionado –y como tal poco
numeroso– por su capacidad y aptitud de trabajo (Editorial, 1935, p. 201).93
93
Esta explicitación del carácter legitimador del congreso se repite en el primer editorial de 1936, en el
que se reseña que Jonás ha sido designado representante de la Liga Internacional Homeopática: “tal
designación –aparte lo que de significación consagratoria tiene para quien ha realizado una inteligente y
perseverante campaña en nuestro ambiente en pro de las ideas homeopáticas– implica que en los países
europeos se nos tiene debidamente en cuenta y se reconoce la existencia de un núcleo de profesionales
capacitados y con suficiente personería para el ejercicio de la Medicina Homeopática” (Semich, 1936a, p.
1).
94
Según reseña el editorial fue el Dr. Tomás Paschero, uno de los fundadores de la SMHA, quien en 1971
funda una nueva asociación: La Escuela Médica Homeopática Argentina (que luego llevaría su nombre),
de fuerte orientación psicoanalítica.
94
Este contacto fluido con otras instituciones se cristaliza a fines de 1936 en un artículo
sobre el “Estado actual de la Homeopatía en el mundo” que contiene descripciones y numerosas
fotografías de instituciones y publicaciones de más de treinta países, con especial detalle en las
de EE.UU., Inglaterra y Francia (Deveze, 1936). Dicha descripción es justificada por Jonás:
Como Buenos Aires es la única ciudad grande del mundo donde no existe un Hospital
Homeopático, damos a continuación una reseña general de las actividades homeopáticas que se
desarrollan en casi todos los países del mundo para demostrar la necesidad de crear una
Institución de ese género en la gran capital de la República Argentina (Jonás, 1936a, p. 307).
[…] el frente de la Universidad [estaba] totalmente embanderado y la insignia del Congreso [se
cernía] sobre su pórtico, dando muestras inequívocas del adelanto científico del pueblo alemán, y
especialmente el de su cuerpo médico, que sabe investigar y estudiar, llegando a conclusiones
positivas, y no se enrola a priori en conceptos equivocados tan perniciosos para la humanidad
(Monzo, 1937, p. 289).
95
Para dar muestras del apoyo oficial al congreso, Monzo señala también que asistió al congreso el “señor
Rodolfo Hess, representante del ‘Fuehrer’ y ministro del Reich”, el “Director General de Sanidad”, el
“Jefe del Cuerpo de Farmacéuticos del Reich” y “autoridades de la ciudad de Berlín”. También puede
observarse una fotografía del público asistente en el que se destaca una primera fila poblada de uniformes
militares con el brazalete de la svástica (Monzo, 1937, p. 297). Se destacan las palabras de Rodolfo Hess,
ministro del Reich, quien dice haber asumido “el patrocinio del Congreso […] con el propósito de
manifestar el interés que el Estado nacional-socialista tiene en todos los métodos terapéuticos terapéuticos
que contribuyan al mejoramiento de la salud del pueblo, invitando a la vez a todo el cuerpo médico a
examinar desapasionadamente los métodos rechazados y hasta hostilizados” (Monzo, 1937, p. 290).
95
este idioma, debiendo hacer por lo tanto el delegado argentino la comunicación en español”
(Monzo, 1937, p. 301).96
Así como Jonás hizo una escala en París en su viaje a Budapest, Monzo visitó la ciudad
de Río de Janeiro, donde estableció fuertes vínculos con el Instituto Hahnemanniano del Brasil,
conociendo además a las autoridades de la revista Voz Homeopática, la Facultad de Medicina
Homeopática y el Hospital Homeopático. Allí recibe reconocimiento como “parte integrante de
ese abnegado y altruista grupo de médicos, cuya capacidad científica y visión clínica conducirán
en el camino de la verdad a la medicina […] miembros de la SMHA, va, con inteligencia,
capacidad profesional y cultura científica, concurriendo a la franca prosperidad que señala a la
Homeopatía la República Argentina” (Monzo, 1937, p. 303).
Finalmente, no obstante, para abonar la idea general de este apartado acerca del valor de
los lazos internacionales en la constitución, legitimación y ampliación del grupo local, vale citar
las palabras de Jonás quien pide que “los homeópatas sudamericanos nos hagamos presentes” en
el Congreso Médico Homeopático Panamericano de 1940:
[…] los médicos homeópatas en todas partes permanecen separados, no tienen una unidad
conjunta que los haga formar grupos numerosos, que sería la única forma de propender a la
expansión de la Homeopatía dentro de la clase intelectual.
[…] los congresos reúnen muchos médicos homeópatas y ese trato con los compañeros de otros
países educa los sentimientos, pone activos los cerebros y los hace más abiertos en la
comprensión de estas cuestiones.
96
A pesar de la admiración por el régimen nazi de parte de la sociedad porteña de aquellos años, el
alemán no era un idioma comúnmente manejado. En el último número de Homeopatía de 1937 se publica
un resumen de las comunicaciones al congreso de Berlín con la siguiente aclaración: “estas
comunicaciones han sido traducidas del alemán al francés, y luego trasladadas al español” (SMHA,
1937b, p. 378).
97
Véase capítulo siguiente.
96
El progreso de las Sociedad Científicas suele deberse, en la práctica, a la labor de unos pocos que
son los que en realidad trabajan. Hay que conseguir por todos los medios una mayor
colaboración de los demás, a objeto de que no se pierdan energías que pueden ser útiles.
Debemos admirar a los que trabajan y animarlos con nuestra solidaridad para que triunfen,
mirando siempre con entusiasmo su labor. (Jonás, 1940, p. 123-124).
97
CAPÍTULO 5. LA PELEA CON EL “VIEJO ROL”
Sólo esta acción implicaba una disrupción, un enfrentamiento: desde una posición
marginal (y subordinada) se empezaba a configurar un contexto pleno de conflictividades para
la profesión médica (durante el cual se percibían cuestionamientos sociales). En ese marco, un
grupo de médicos expresa que el sistema de curación que sostiene el Estado no sólo no es
efectivo, sino que es producto de una lógica absurda y se traduce en una práctica nociva para los
pacientes.
Este apartado constituye una revisión de los enfrentamientos en los cuales se hace
presente la intervención más o menos directa de los defensores del “viejo rol”, la medicina
oficial, tan frecuentemente representados por los autores y editores de Homeopatía en función
de la construcción social y legitimación de su disciplina. Curiosamente, no sólo son
representantes médicos sino también de otra disciplina aledaña: los farmacéuticos del
Departamento de Higiene, en defensa de la medicina alopática u oficial.
Posteriormente, se utilizan dos ejes para analizar con mayor detalle los argumentos
esgrimidos en estos enfrentamientos: primero, la estructurante dicotomía entre moderno y
arcaico y, en segundo lugar, los argumentos de validez y cientificidad (carácter científico de las
98
terapéuticas) como delimitación de lo válido. Si bien aparecen imbricados, difusos y ambiguos
la separación de los ejes permite, en el caso de la dicotomía entre lo moderno y lo arcaico
encontrar mayores marcas de época, más allá de una base estructurada de razonamientos, y en
cambio, en el caso de la discusión sobre lo válido y lo científico, una estructura que bien puede
identificarse con los argumentos actuales que han sido señalados en el capítulo Homeopatía de
este trabajo.
Los conflictos
En el segundo número de Homeopatía de 1935, aparece una nota titulada “Los primeros
conflictos” en la que Rodolfo Semich explica que “La SMHA intervino en el conflicto
planteado en la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata […] porque lo juzgó su deber”
(Semich, 1935b, p. 33), ante la suspensión de un profesor por promocionar la atención
homeopática en su consultorio privado, en diciembre de 1934. En dicho número se adjunta,
además, una copia del acta de la sesión en la que se pide la destitución del Profesor Ernesto
González Ávila, una nota de éste al Decano y otra de la SMHA al Consejo Académico reunido
en dicha sesión. Además, se publica un discurso que pronunciara el presidente de la Sociedad,
Godofredo Jonás, en un acto de “homenaje y desagravio” organizado por la institución
homeopática en el Alvear Palace Hotel el 23 de febrero.
98
Del diecinueve de diciembre de 1934. Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la
Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19 de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 35-
36.
99
enseñanzas que se vierten en la Facultad, no puede seguir siendo profesor de la misma” y aún
más, “mociona para que se solicite del Ministerio de Guerra las razones por las cuales el doctor
González Ávila fue separado de su puesto de Médico del ejército nacional”.99
Dos Consejeros médicos, Diego Argüello y Francisco Rophille, apoyan la moción y éste
último cree que “lo que corresponde es la suspensión [de González Ávila] hasta tanto una
Comisión nombrada por el señor Decano estudie el asunto, y que en caso de comprobarse la
falta denunciada debe aplicar sanción al citado profesor”. En cambio, el Dr. Antonio
Montenegro cree conveniente que “se establezca con toda exactitud, si el aviso fue o no
publicado por el doctor González Ávila”. Finalmente, se vota por unanimidad la moción de
Rophille y se otorga la autorización pedida por el Decano Héctor Dasso a “suspender al doctor
González Ávila en sus funciones” y a designar (considerando la opinión de Montenegro) una
“comisión que investigue los cargos formulados por la Delegación Estudiantil”. Los
representantes estudiantiles “piden que se haga constar su aplauso por la resolución”.100
En una nota al Consejo Académico, 101 González Ávila expresa su “extrañeza por no
haber sido citado a integrar la mesa de examen de Clínica Otorrinolaringológica” y que ante la
presentación por Mesa de Entradas de dicha “extrañeza” había sido comunicado
“telefónicamente, de parte del señor Decano, por un empleado de Secretaría, que dicha citación
no había tenido lugar en virtud de que, por resolución del Consejo Académico, había sido
suspendido” (González Ávila, 1935a, p. 36-37). Incluso habiendo sido noticia del diario “El
Día” el tres de enero, el profesor no había recibido “hasta el presente, una comunicación oficial
por escrito, como es correcto y de práctica” (González Ávila, 1935a, p. 37) sobre la resolución.
Según él mismo narra, “llevado por la explicable curiosidad de conocer los motivos de
tan extraña resolución” tuvo que asistir a la Secretaría para leer el acta de la Asamblea. A partir
de lo cual establece comentarios sobre la misma: “las razones aducidas por el delegado
estudiantil carecen de valor lógico, cosa explicable en un alumno […] y debo ser tolerante. Pero
99
Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19
de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, pp. 35-36.
100
Copia del acta de la VIIIª Sesión del C. Académico de la Facultad de Ciencias Médicas de La Plata, 19
de diciembre de 1934, en Homeopatía, año II, nº 2, p. 36.
Lo cierto es que el problema de la propaganda médica no era menor en aquella época, tal es así que “en
1936 la dirección del Departamento Nacional de Higiene dicta una resolución por la cual encarga a la
Sección Ejercicio de la Medicina y Profesiones Conexas, la fiscalización de la propaganda profesional”
(Belmartino y otros, 1988, p. 109). Sin especificar la entidad, Belmartino sostiene que el reglamento de la
Facultad de Medicina es claro respecto a la propaganda y que “estaba vedado a los docentes el anuncio de
tratamientos ‘especiales, radicales o infalibles’. El incumplimiento de dicha disposición era causa
suficiente para que el Consejo decidiera la exoneración del culpable (art. 163)” (Belmartino, 1988, p.
109).
101
Sin fechar, pero presumiblemente de finales de enero o principios de febrero de 1935.
100
tal tolerancia no puede ser extendida hacia quienes deben tener mayor responsabilidad
intelectual y científica” (González Ávila, 1935a, p. 37). Confirmando las pocas expectativas de
ser reincorporado a la Facultad, concluye que todo esto es un “triste espectáculo” para el que
“será inútil toda tentativa ulterior de rectificación”. Se declara homeópata “a mucha honra” a fin
de “evitar un trabajo a la Comisión que intervenga, por cuanto no tiene nada que averiguar
acerca del aviso que, como profesional, tengo derecho a insertar en los diarios” sugiriendo que,
“antes de emitir opinión” se dirijan a la “Sociedad Médica Homeopática Argentina” (González
Ávila, 1935a, p. 39).
En abril de 1936, Rodolfo Semich inicia una discusión con el Decano de la Facultad de
Medicina de Burdeos, Dr. Pierre Mauriac, autor de una Crítica general de la Homeopatía,
artículo aparecido en Le Monde Medical en enero de ése mismo año. Utilizando términos
descalificadores (lo acusa de “múltiples errores de concepto”, y de “confesar dolorosamente sus
fracasos”), Semich se encarga de poner de relieve algunos comentarios de Mauriac y dar
respuesta a cada uno de ellos (Semich, 1936b), todos ellos en torno a aclarar cuestiones
cognitivas de la homeopatía.
101
De un orden menor que el resto de los conflictos de este capítulo, el hecho de que
Mauriac haya leído y contestado el artículo de Semich, además del carácter específicamente
cognitivo de la discusión, permite obtener ciertas consideraciones relevantes. En efecto, la
respuesta del Decano de Burdeos llega en forma de breve misiva manuscrita, en junio de 1936,
dirigida al presidente de la SMHA, Godofredo Jonás:
La respuesta de Semich no se hace esperar: lo primero que hace es aclarar que obtiene
de la “edición española” de “Le Monde Medical” (indicando página y número de línea) la frase
“siendo muy pobre su materia médica”. Lejos de plantearse si la traducción de la edición
española es o no fiel a la intención del Decano de Burdeos (sobre todo considerando que
Mauriac lo había intentado aclarar) la vuelve a utilizar para afirmar que “queda así demostrado
categóricamente, mediante aporte de pruebas fehacientes, que la cita que hice de los términos
por él empleados es exacta y literal” (Semich, 1936d, p. 251). Menciona, asimismo
“escapatorias muy usadas en casos análogos”, como “errores de imprenta” o “inculpar a la
traducción de tergiversar conceptos”, por lo cual adjunta una copia de la carta manuscrita de
Mauriac. No obstante, también le parece que “lo que su nota quiere corregir empeora la cosa”:
“se escriba en francés, español, alemán o inglés, la materia médica homeopática es
experimental. Uno de los méritos más admirables de la Homeopatía es que los medicamentos
usados fueron experimentados concienzudamente” (Semich, 1936d, p. 252, destacado del
original).
Semich resalta que “Hahnemann inauguró esta admirable técnica y para que no fuera
ignorado el criterio que lo había inspirado dejó impresa una serie de obras que merecen ser
veneradas, entre otras ‘El Organon’, que constituye un magnífico tratado de medicina
experimental”. Posteriormente, cita varios “parágrafos” de la obra “en francés, porque así los
entenderá mejor”, en los que se resalta la experimentación en el hombre sano y cómo se
construye a partir de allí la materia médica (Semich, 1936d, p. 253).
102
En español, en el original.
103
“Souffrant de leur indigence en matiére expérimentale”.
104
En la página siguiente se reproduce un “facsímil” de la breve nota con membrete de Mauriac
(Homeopatía, año 3, nº 8, p. 250).
102
Semich finaliza el castigo a Mauriac, a quien califica de ignorante, indicando que estas
apreciaciones las hace a partir del manuscrito que “apagará, seguramente, cualquier deseo de
rectificación” y le “servirá de advertencia al señor Profesor Mauriac para no reincidir” (Semich,
1936d, p. 254).
En nuestro país, como en todas las naciones latinas, sólo el aproximarse a las situaciones
oficiales, al Estado, da consideración y autoridad.
Aquí tenemos médicos, abogados y maestros oficiales; las artes y las letras son consagradas
solamente cuando el Estado los distingue y recompensa con premios; pero todo lo que el
Estado no toma en cuenta ya no tiene ningún valor y quien siente o habla fuera de la tutela
del Estado y en contra de las Academias que se dicen científicas, comete una herejía y debe
ser despreciado.
[…] mientras la libertad de enseñanza sea un mito o una hipocresía hábilmente
enmascarada, tendremos que luchar mucho, y por largo tiempo vernos en inferioridad de
condiciones, ya que el gran público no ve con beneplácito nada más que lo que el Estado
protege.
105
Luego de una efímera vida entre 1822 y 1824, la Academia Nacional de Medicina fue refundada
“recién durante el gobierno del general Manuel Pinto y su ministro Valentín Alsina que por decreto del 29
de octubre de 1852 [divide al cuerpo médico] en tres secciones a saber: Facultad de Medicina, Consejo de
Higiene Pública, Academia de Medicina”. Siendo “su objeto en general […] el adelantamiento de la
medicina y de sus ciencias auxiliares” y quedando inicialmente compuesta por “todos los facultativos que
compongan hoy la Facultad y el Consejo de Higiene”. En el último cuarto de siglo, “La Academia cesa en
sus funciones directivas, aunque permanece, desde 1908, anexada a la Facultad de Medicina como ente
asesor de la misma, hasta 1925” a partir de allí hasta 1952 pasa por un período de autonomía en el que se
“separa de la Universidad a las Academias y procede a organizarlas como entidades autónomas”
(Quiroga, 1972, sin foliar).
106
En 1852 se crea el “Consejo de Higiene” a nivel bonaerense. Ya en diciembre de 1880, con la creación
del Departamento Nacional de Higiene, “Argentina se convierte en el primer país de Latinoamérica que
organiza burocráticamente una unidad estatal para tratar asuntos de salud. Sus objetivos eran:
organización del cuerpo médico de las fuerzas armadas, elaboración y aplicación de medidas sanitarias y
profilácticas generales y específicas contra enfermedades a nivel nacional, control del ejercicio de la
medicina y farmacia, inspección de la vacunación, de la industria y mejoramiento de la higiene pública de
la Capital Federal” (Estébanez, 1996, p. 431).
103
Los intereses creados alrededor de lo que se llama “Ciencia Médica oficial”, aunque esto
parezca una mentira, mantienen a la Medicina en un estado como jamás se ha visto desde
que el mundo tiene historia (Editorial, 1936, p. 118).
Según estas palabras, pronunciadas por Jonás tras un “banquete” entre médicos
homeópatas, existe una “frontera mágica” entre lo que es protegido por el Estado y lo que
permanece fuera. Siguiendo este razonamiento, no sólo se premia a lo que ya posee una
legitimidad legal, sino que se segrega socialmente y se persigue a lo que está por fuera, lo cual
afecta al “gran público” que no es otra cosa que potenciales clientes.
Los argumentos son variados y, someramente, van desde que la homeopatía “no se
enseña en las facultades” (p. 266), tiene un trasfondo “místico” ya que “opera cambios
invisibles” y se basa en una “potencia morbífica natural” (p. 266), alude a que las curaciones
que se le atribuyen forman parte de “fenómenos naturales de la enfermedad” (p. 267), “los
medicamentos no están aprobados” por la farmacopea argentina (p. 268), si se autoriza esto
resultará difícil “desautorizar al curanderismo” (p. 269), la SMHA promovería “la instalación
conjunta de dispensarios y farmacias” con claros “fines comerciales” y sumado a la
“predisposición de los enfermos a curarse por fuera de lo científico” (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 273).
107
Este Ministro fue cuestionado por entonces por firmar un decreto de normativa educativo institucional
con inspiraciones filofascistas y contra la militancia política de grupos estudiantiles, en el contexto de un
gobierno conservador y autoritario, que conllevó la expulsión de alumnos de varios centros de enseñanza.
104
En septiembre de 1937, tres meses después de que el Consejo emitiera su dictamen,
Semich y Jonás presentan una respuesta nuevamente ante el Ministro de Justicia e Instrucción
Pública. En ella, parten de excusar la larga extensión debido al “ataque desconsiderado e injusto
que el Departamento Nacional de Higiene lleva contra la homeopatía, a la que desconoce su
carácter científico” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).
Punto por punto, cuestionan los argumentos del Departamento: consideran a la Facultad
de Medicina “exclusivista” (p. 274), critican que se pida opinión a la dirección de Farmacia y
afirman que la farmacopea argentina está “atrasada” (p. 275), y hacen una extensa explicación
sobre de qué manera funciona la ley de la similitud y de los infinitesimales (aún en la alopatía) y
hacen un extenso racconto de los lugares donde la homeopatía es reconocida (Jonás y Semich,
1937, p. 274).
Los médicos homeópatas no recibirían mayor respuesta hasta un año después de que
enviaran la misiva, luego del cambio de cúpula del Poder Ejecutivo, con el nuevo Ministro de
Justicia e Instrucción Pública, Dr. Jorge E. Coll,109 quien recibe a los homeópatas y pide nuevos
informes (atendiendo a las objeciones del Departamento de Higiene) a la Academia de Medicina
y a las embajadas argentinas en EE.UU. y Alemania (Coll, 1938).
108
Como anexo dicen anexar informes de la legislación en varios países (Alemania, Italia, Francia,
Inglaterra, EE.UU., México, Brasil, Chile, China e India).
109
Jorge Eduardo Coll, conocido por redactar una reforma al Código Penal en 1937, por acciones
ejecutivas como financiar lo que luego sería la Feria del Libro y conseguir la aprobación en el Congreso
de un millonario presupuesto para la construcción de una sede para la Facultad de Ingeniería, en cinco
minutos, casi a las seis de la madrugada, en medio de acaloradas protestas (ver Huertas, 2005).
105
Unidos y Alemania, así como legislación específica para los fármacos en este último. Por su
parte, la Academia Nacional de Medicina (el seis de junio de 1939) emite un dictamen en el que
no la considera “científica”, que sus escuelas en otras partes del mundo “existen” –“aunque
cada vez menos numerosas”–, y que “esta Academia piensa que a los médicos diplomados en
Universidades nacionales no puede prohibírseles su aplicación” (Informe de la Academia de
Medicina, 1939, p. 293).110
110
El visto bueno de la Academia Nacional de Medicina fue firmado por los doctores Alberto Peralta
Ramos, Gregorio Aráoz Alfaro, Rafael A. Bullrich, Mariano R. Castex, Jacobo Spangemberg y Carlos
Bonorino Udaondo.
111
El Dr. Spangemberg había presidido la Asociación Médica Argentina entre 1928 y 1930, era un
reconocido médico que ejercía la docencia y la clínica médica en numerosos hospitales, miembro de la
Academia de Medicina, que asumió la presidencia del Departamento Nacional de Higiene en 1934. Su
labor en esta institución estuvo ligada principalmente al combate de la fiebre amarilla en zonas limítrofes.
106
Después de haber soportado durante varias décadas las acusaciones de ejercicio ilegal y las
pretensiones de control de su actividad formuladas por los médicos, hacia 1932 los
farmacéuticos parecen tomar la iniciativa […] Se solicita la creación de la División
Farmacia en el Departamento Nacional de Higiene, “integrada única y exclusivamente por
farmacéuticos (…) concluyendo así, de una vez por todas, la injusta e irritante tutela que
ejercen actualmente médicos sin noción alguna de lo que es y significa la profesión
112
farmacéutica” (Belmartino y otros, 1988, p. 47).
Por un lado, el informe de la Academia de Medicina resalta que “el valor de científico
de la Homeopatía” es “muy discutido” y “hasta ahora, no aceptado por esta Institución”, además
de considerar que sus representantes son “cada vez menos numerosos” (Informe de la Academia
de Medicina, 1939, p. 293) lo cual concuerda con las ideas de la Inspección General de
Farmacias. La diferencia puede estar en el hincapié que han hecho en su momento Jonás y
Semich sobre la idea de que un farmacéutico parece inmiscuirse en cuestiones de terapéutica
médica. Lo que resulta indudable es que la prohibición que pretende el Departamento se realiza
dos meses después del Informe de la Academia de Medicina, como una forma de respuesta
táctica a esa suerte de “visto bueno” a la legalización de la homeopatía.
A NUESTRA CLIENTELA
Nos complacemos en comunicarles que las dificultades derivadas de las actuales
circunstancias, no influirán en el desenvolvimiento de nuestras actividades, manteniendo
los mismos precios, para nuestros preparados homeopáticos (Aviso, 1939, p. 215).
112
La Nación, 3 de enero de 1932, p. 12, citado por Belmartino y otros (1988, p. 47).
107
con un “debate científico” y, sobre todo, para poner de relieve el apoyo internacional que
lograron recabar luego de difundir la maniobra del Departamento.
Además de este número que corresponde a dos meses (julio y agosto), se movilizan
publicando una solicitada en La prensa el 2 de agosto de 1939, que logra gran repercusión en
ése y otros periódicos. La opinión del Departamento Nacional de Higiene es tomada por
publicaciones de distinto extracto ideológico como “arbitraria” (diario Nueva Palabra, 2 de
agosto de 1939) y “burocrática” (diario Bandera Argentina, 3 de agosto de 1939). La Razón
también se hace eco de la noticia y La Prensa entrevista el siete de agosto a Jonás y Semich y al
día siguiente publican también un editorial. Los argumentos a favor de la homeopatía, que
reproducen los diarios, son aquellos que los homeópatas se han encargado de utilizar en
Homeopatía en sus siete años de historia: la difusión en países centrales, la eficacia clínica y los
puntos flojos de la práctica “oficial”.
Tal vez semejante muestra de poder de movilización mediática logró a su vez motivar a
los médicos porteños a promover una acción similar, la duda es acerca de cuáles eran los
tiempos de comunicación de la época. Por lo que se sabe, luego de reunirse en el Instituto
Hahenmanniano, los médicos homeópatas cariocas decidieron enviar un “telegrama” a los
argentinos (Solidaridad de los médicos y de la prensa del Brasil, 1939, pp. 266-267), Julio César
Mazuera Ayala, presidente de la Liga Homeopática Vallecaucana, de Colombia, habla de
“cables llegados de Buenos Aires” y W. Guild, presidente del Pan American Homeopathic
Congreso envía su misiva a la SMHA “por correo aéreo para que la reciba cuanto antes” (Guild,
1939, p. 230).
108
Además de servir a la idea de cierta inmediatez en las comunicaciones de la época, pero
también la repercusión que tuvo en dichas instituciones la situación de la homeopatía argentina.
El representante colombiano envío una extensa carta (Mazuera Ayala, 1939) al presidente Ortiz
en el que expresa su preocupación por la situación planteada y comenta los principios de la
homeopatía y la extensión mundial de sus seguidores, adjudicando un lugar importante a la
SMHA.
La tercera carta que recibe Ortiz, es del máximo exponente del Congreso Panamericano,
W. Guild, quien se muestra “grandemente sorprendido por el informe de que ciertas
prohibiciones y excesivas limitaciones habían sido oficialmente efectuadas por una Repartición
de su Gobierno sobre la práctica de los médicos homeópatas” (Guild, 1939b, p. 356). Hace un
informe de la situación de la homeopatía con especial hincapié en Estados Unidos, nombrando
presidentes atendidos con esa terapéutica (Hoover, Harding y Coolidge) y médicos del “alto
mando” del ejército que la ejercen, así como hace mención a normas que regulan y permiten tal
ejercicio. Por último, expresa que “le agradaría mantener correspondencia oficial o personal con
el Señor Presidente […] u otros funcionarios […] referente a esta cuestión, la cual es
verdaderamente de gran importancia para el ejercicio de una profesión liberal en su país y el
bienestar de su pueblo” (Guild, 1939b, p. 359).
Guild también envía una carta de apoyo al presidente de la SMHA, Godofredo Jonás,
aclarando que conocía la misiva enviada por Salinas Ramos al presidente Ortiz y que “se hará
todo lo posible para influir sobre los funcionarios de su Gobierno contra las calumnias y falsas
representaciones de aquellos que tratan de menospreciar la Homeopatía” al tiempo que invita
envíen un delegado “por avión si fuera necesario” para “presentar todos los aspectos de la
situación” y para llevarse “munición para la lucha, reclamando para la Homeopatía y los
109
médicos homeópatas el ejercicio de sus derechos legítimos en la Argentina” (Guild, 1939a, p.
230).
113
Citan los informes del Departamento de Higiene, de la Academia de Medicina y “elementos de juicio
sobre opiniones y desarrollo de los principios homeopáticos en diversos países de Europa y América”
presentados por “los interesados” (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939, pp. 293-294)
114
Una de las cuestiones de forma fue cambiar la denominación de “Sociedad” por el de “Asociación”,
con lo cual quedó el definitivo Asociación Médica Homeopática Argentina (ya en el número
correspondiente a noviembre y diciembre de 1939 de Homeopatía, se hace constar el nuevo nombre, sin
ningún tipo de aclaración al respecto).
110
adaptar “la fisonomía de sus estatutos a modalidades exclusivamente científicas y culturales”. 115
La Inspección General de Justicia confía en que van a “ahondar estudios, con el objeto de
establecer el verdadero carácter de la homeopatía” y que:
Esos estudios, efectuados por personas capacitadas y con título de médico, a los que la
Academia de Medicina reconoce (informe de fs. 132), que pueden ejercer la homeopatía,
incidirán, seguramente, en forma ventajosa en la completa dilucidación del problema
controvertido con la repartición pública – Departamento Nacional de Higiene.
Por ello, esta Inspección General es de opinión que puede accederse al pedido de concesión
de personalidad jurídica solicitada (Nota de la Inspección General de Justicia, 1939, p.
294).
Lo moderno y lo arcaico
115
Principalmente exigen que sea eliminanda la categoría de socios adjuntos (es decir, no médicos), con
lo cual deben ser todos “médicos con título expedido por Universidad Nacional”.
111
fenómenos mentales, la vida en el más allá, las resurrecciones pueden ser un objeto de estudio
tan legítimo como cualquier otro”; la segunda hace referencia a “la ciencia viva y desprejuiciada
que se enfrenta con la ciencia de las academias, donde se ha refugiado el positivismo
decimonónico. Ser moderno, en ciencia, es aceptar la naturaleza a veces intangible, a veces
extraña, de fenómenos que se producen aunque todavía no pueda explicarse su origen, en los
tradicionales términos causales”, concluyendo que “la ciencia que se desarrolla fuera de las
academias experimenta de modo desprejuiciado y dinámico con los efectos de sus
intervenciones: produce curas, aunque no pueda, del todo, explicarlas” (Sarlo, 1992, p. 149).
116
En el que aparece el artículo de Semich (1934c) “El desarrollo mundial de la Homeopatía. Su progreso
y su porvenir”, pp. 70-75.
117
Citado reiteradamente en Homeopatía, siendo el primero Semich (1934b).
112
suspensión porque empleo “métodos curativos reñidos con las enseñanzas que se vierten en
la Facultad”… (González Ávila, 1935a, p. 38).
También Rodolfo Semich y Godofredo Jonás refuerzan la idea con una carta al Decano
de la Facultad de Medicina de la UNLP, donde recrean la contraposición entre un grupo arcaico
que toma una decisión “injusta” y “una rama terapéutica que goza de un merecido prestigio
universal”. Califican al consejo de “no estar habilitados para juzgar al respecto” por “ignorar” la
terapéutica estando “obligados a no desconocer” a una “disciplina científica trascendental”
(Semich y Jonás, 1935, p. 40-41), al contrario se presentan como “la única institución de
reconocida autoridad técnica en nuestro medio”.
A Semich y Jonás “les llama profundamente la atención que una sugestión formulada
por un joven que inicia sus balbuceos científicos haya tenido el eco auspicioso de que da cuenta
la resolución adoptada por hombres que suponíamos dotados de capacidad reflexiva y serenidad
intelectual” aclarando finalmente que el “señor Decano y los señores Consejeros nos merecen
individualmente el más alto concepto; de modo, pues, que nuestra crítica al lamentable hecho
producido es de índole puramente objetiva” (Semich y Jonás, 1935, p. 41). Sin duda, la nota
“institucional” de la SMHA es de un tono de agresividad marcadamente menor que la de
113
González Ávila o las que se desde la SMHA produjeran contra médicos particulares, como las
de Semich y Jonás (1935b) contra Mario Soto, la de Semich (1936b y 1936d) contra Mauriac, o
el editorial citado de Semich (1935b) para el mismo caso de la Facultad de Medicina de la Plata:
Por una ficción teórica, la Universidad pretende ser el centro único y máximo del saber y de
la cultura. Esto, sin embargo, precisamente por ser ficción, no ocurre en la realidad. Es
evidente que, extramuros de la Facultad, se desarrollan doctrinas y métodos que deben ser
respetados porque tienen alguna significación intelectual y científica. La Facultad de
Ciencias Médicas de La Plata no ha hecho lo que otras más evolucionadas: en lugar de
disponer sus antenas receptoras en aptitud de que no escapara ninguna onda mental útil,
prefiere no sintonizar. En cuanto a sus dirigentes, los consejeros, se encuentran tan
convencidos de que son representantes de una sabiduría exclusiva e intangible, que tienen
arrestos de absolutismo que parecen un gracioso remedo del espíritu del Rey Sol […]
parecieran decir: “La Ciencia soy Yo”.
Y juzgan delito –y lo castigan– la circulación y ejercicio de ideas opuestas a las que
germinan en sus cerebros, que no hay ninguna obligación de suponer sean, por su calidad y
rendimiento, vísceras privilegiadas (Semich, 1935b, p. 33).
A quien hay que desagraviar es a la cultura y a la ciencia argentinas, ofendidas por el hecho
insólito de suspender en su cátedra a un profesor por ejercer una forma del arte de curar,
que no es conocida por los sicarios de la ciencia que se han adueñado de las poltronas en
los consejos directivos de una Facultad.
Si el ignorar puede en algún momento tener disculpas, el no querer aprender, el encerrarse
dentro de prejuicios, no lo podrá tener jamás. (Jonás, 1935, p. 60).
Se hace un esfuerzo también por demostrar que esta persecución es de “otros tiempos” y
que la mirada “absolutista” no tiene nada que ver con la “ciencia” y lo “moderno”:
Es necesario aclara que si por un lado han cargado las tintas contra la “excomunión” de
un grupo de “sicarios” que “creían completos” sus conocimientos que incluso “actualmente”
están “muy lejos” de ser definitivos, por otro lado, “ninguna persona con cierto grado de cultura
pone en duda el poder de lo infinitesimal en terapéutica, bioquímica, física, etc.” (Jonás, 1935b,
114
p.62) “en una tendencia clara, cierta, honesta, científica e indiscutida” (González Ávila, 1935b,
p. 63).118
Mauriac osó, además, dar a entender que la ley de la similitud “es, a veces, cierta, y
todos (ignorándolo o a sabiendas, esto poco importa) recurrimos al similla simibilus curentur”,
lo cual Semich interpreta como una relativización de una ley “universal”, por lo que contesta:
¿con qué derecho niega el carácter de constancia a lo que no ha podido comprobar? Muy
endeble es su lógica al no aportar una sola prueba en apoyo de su tesis. La verdad es que,
desde Hipócrates al presente, todos los investigadores que se han ocupado
concienzudamente de la ley de la similitud, verificaron su exactitud y generalidad”
(Semich, 1936b, p. 85).
Esta es una muestra más de la inmutabilidad del conocimiento homeopático que, como
se vio, se criticaba contra la Facultad de Medicina de la Plata. Esta es una muestra más de que el
mismo carácter inmutable del conocimiento utilizado para criticar a la Facultad de Medicina, es
al mismo tiempo en otros contextos utilizado por los mismos homeópatas para defender su
118
En el capítulo anterior se ha mostrado también distintas argumentaciones sobre el carácter “inmutable
de las leyes hahnemannianas.
115
posición. Si Mauriac afirma que “a propósito de la acción de las pequeñas dosis todos estamos
de acuerdo”, Semich remarca que “estamos de acuerdo ahora” (destacado en el original) ya que
“la alopatía lo negó” durante siglos y ahora “ha caído derrotada categóricamente”. En ese
“interminable lapso”, “los homeópatas fueron ridiculizados y sufrieron burlas sangrientas”,
afirma Semich, que con el pretérito pone al presente en un estadio en el que ya no sufrirían esas
persecuciones y que vendrían a reivindicar la idea de que la homeopatía siempre fue moderna.
Mauriac no logra estar de acuerdo con estas teorías ad hoc que respaldan a la
homeopatía, a lo cual contesta Semich que “si no encuentra una teoría a su paladar, nadie ni
nada le impiden que se invente una”, tal vez en disonancia con el debate de ideas que se
proclamaba como propio de los centros científicos. El argumento vuelve a ser una alusión al
supuesto arcaísmo del contrincante: “es extraordinario que todavía haya en nuestra época un
médico que no alcance a hacer una discriminación elemental entre los hechos clínicos y las
teorías científicas. Un principio de buen método científico debiera haber impulsado al Decano
de Burdeos a conocer y verificar los hechos” (Semich, 1936b, p. 85-86).
116
consultorios privados no concurran personas de alta cultura (universitarios, industriales,
políticos, hombres de ciencia)” (Jonás y Semich, 1937, p. 288). Además de hacer esta distinción
elitista de sus pacientes, aclaran también que en Alemania la homeopatía se institucionalizó
recién desde 1929, y que la “cantidad de médicos homeópatas sea relativamente menor”, “no
dice nada del valor de la Homeopatía” (Jonás y Semich, 1937, p. 288).
No creemos que pueda asentarse mayor desatino científico ¿qué papel harían, según eso,
ante los ojos de nuestra Facultad los Pasteur, Koch, Roentgen que enseñaron y practicaron
lo que las facultades de aquellos tiempos no conocían ni enseñaban? ¿Qué dirán nuestros
Roffo, Robertson Lavalle, Vitón, Caride que practican y enseñan algo que nuestra Facultad
no sabía ni practicaba? ¿Qué esperanza les queda a los investigadores? Es tan grande el
absurdo de esa afirmación que no nos queda más que lamentarla y avergonzarnos de ella,
aunque no sea más que por el ridículo con que de rechazo nos cubre a todos los argentinos.
El dogmatismo en la ciencia es absurdo. Tanto más en la ciencia médica que es la más
cambiante y la más insegura de las ciencias (Semich, 1939b, p. 260).
Dada la tendencia cada vez más exagerada en muchos enfermos de esperar sus curas con
hechos fuera de lo científico, cosa que es agraviante para la cultura alcanzada por las
escuelas médicas y agraviante también como un índice inferior de cultura general, es
necesario no dar carácter oficial a todo aquello que pueda favorecer esta mala
predisposición de los hombres (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p.
273).
De este considerando se observa que las prácticas alternativas eran percibidas como
“amenaza” significativa y creciente para la medicina oficial, y que el Departamento de Higiene
atribuía su ineficacia policíaca a los pacientes que, se supone, buscaban deliberadamente
opciones por “fuera de lo científico”. Si, por un lado, sostienen que Argentina es un país “cuyo
adelanto científico es indiscutible” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p.
269), incluyendo al Departamento y toda la órbita del Estado, por otro lado, se marca que hay
amenazas a ése estatus alcanzado, en definitiva, a su carácter “indiscutible”.
La respuesta de la SMHA sostiene que lo que más colabora con formas no médicas de
curación son “las posibilidades de automedicación [a las que la] Homeopatía no contribuye
117
tanto como la Alopatía” pues “¿quién impide que un profano se dirija a la farmacia cercana y
compre un jarabe para la tos o una aspirina para el dolor de cabeza, etc.?” y que estos productos
“manejados arbitrariamente, pueden producir daño a la salud; en cambio, el único riesgo de
ingerir un medicamento homeopático no apropiado al caso clínico es que éste no cure” y que “es
hecho bien conocido que el gran contingente de charlatanes se ha constatado entre los alópatas,
por una razón de número” (Jonás y Semich, 1937, p. 283).120
Al mismo tiempo, las lógicas respecto al eje analítico anterior son, a menudo,
yuxtapuestas: de forma evidente, lo moderno es científico; tal vez de manera menos obvia, lo
científico es moderno (por más que lleve doscientos o dos mil años de enunciado);121 lo arcaico
es anticientífico; y lo anticientífico es arcaico (por más novedoso que sea). De modo que, si hay
un esfuerzo por definir qué es moderno y qué es arcaico, también lo hay por probar qué es lo
científico.
118
atrás, en el reconocimiento social en Europa y Estados Unidos de la homeopatía como
“científica”.
Mauriac cree que estas argumentaciones son “poco sólidas” y que llevan “la
investigación de la especificidad biológica” a un terreno “complejo” y “arduo”, al que le niega
“todo interés práctico”. Sin embargo, para Semich este es el “día a día” al que desafía la
homeopatía y “toda la biología contemporánea y que constituyeron la preocupación persistente
de Richet, Abdelhalden, Behring, Bordet y tantos otros investigadores”, por lo que “huir de la
consideración de aquellas cuestiones denota falta de espíritu científico” (Semich, 1936b, p. 87-
88).
Todas estas cuestiones, toda esta complejidad, considera Semich, son producto de la
“personalidad humana”, que llevan necesariamente a considerar la “individuación del enfermo,
labor sutil ‘que no está al alcance de cualquiera’, es uno de los pilares de la Clínica
Homeopática, tal cual la concibió Hahnemann, con una intuición que asombra, ya que no pudo
122
Sin embargo, en la lectura del artículo de Bier se destaca que Hahnemann puede generar con su obra la
imagen de “la sabiduría más grande o la más grande extravagancia”, ya que “como muchos de los
modernos que alcanzan una edad madura, [Hahnemann] gradualmente altera su opinión a medida que
pasa el tiempo y con frecuencia se contradice” (Bier, 1935, p. 104). Denuncia que “la medicina científica
[…] con fines de discusión, ha sido muy gravemente insultada y deprimida por la homeopatía” (tradición,
afirma, iniciada por el propio Hahnemann y seguido por “cierto número de sus seguidores”, Bier, 1935, p.
102). Como cierre, exhorta a los homeópatas a que “no traspasen sus límites […] que no pregonen que lo
realizan todo [ya que] promesas extravagantes siempre han resultado en perjuicio; pretensiones
exageradas siempre dañan; excesiva estimación de sí mismo siempre ha ofendido, o bien ha hecho de sí
mismo un hazme reír” (Bier, 1935, p. 105).
119
servirse de los datos relativamente recientes de la fisiopatología”. A pesar de estas alusiones,
más bien solapadas, a estudios novedosos, se exclama “¡Qué útil le sería al profesor Mauriac
corregir sus múltiples errores de concepto y de información mediante la lectura atenta y
concienzuda del Organon” (Semich, 1936b, p. 88).
120
claramente los homeópatas, al contrario, el Departamento Nacional de Higiene con el objeto de
rechazar el pedido de personería jurídica de la SMHA sostiene en 1937 que:
La brecha que procuraba zanjar Semich vuelve a ser abierta: los límites de lo científico
son impuestos por el saber oficializado, consensuado en un paradigma para el cual la
explicación vitalista de la homeopatía no tiene sentido:
Cada enfermedad […] resulta de un cambio invisible producido en el cuerpo humano por
una potencia morbífica natural […] Es por eso y por su lado místico que la Homeopatía se
presta para los ilusos que creen de buena fe poder practicar eficazmente la medicina,
prescindiendo de todo conocimiento de la economía humana (Informe del Departamento
Nacional de Higiene, 1937, p. 266).
Esta lógica, en algún punto, esconde la fe en las pruebas bioquímicas que sí pueden
“ver” aquello que sin “ayuda técnica” no resulta “visible”. Esto se salva mediante la alusión a
un problema técnico: “Los medicamentos se emplean a dosis infinitesimales, de imposible
identificación, porque no responde a los reactivos más sensibles, siendo imposible por
consiguiente, comprobar en cada caso si se administra substancia medicamentosa o simplemente
agua y azúcar” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 266).
121
Volviendo al razonamiento del Departamento Nacional de Higiene, si se ha determinado
que la terapéutica homeopática es ineficaz, debe desarrollarse alguna explicación que de cuenta
de la supesta “eficacia” homeopática:
Las pretendidas acciones de este sistema curativo no son más que los fenómenos naturales
de la enfermedad, interpretados por los que no los conocen […] a la supuesta acción
dinámica del medicamento. Las dosis administradas no tienen acción alguna sobre el
organismo del enfermo. Es así que la Homeopatía se reduce solamente al hacer medicina
expectante y sugestiva (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267).
Los homeópatas son “ilusos” que “creen” en una práctica, y que “ignoran” las
propiedades del organismo y las relaciones causales entre éste y las sustancias químicas. La
explicación curativa se reduciría a un fenómeno simbólico de “sugestión”, lo cual acerca a los
médicos homeópatas a los curanderos y los aleja de la “ciencia”.
Jonás y Semich dan respuesta también a la utilización del término “ilusos” que utiliza el
Departamento de Higiene para los homeópatas: “¿Con qué derecho, el farmacéutico que
informa se permite decir que los médicos son ilusos y no tienen conocimiento de la economía
humana? Entraña esta afirmación una falta de respeto hacia nosotros y hacia nuestras
universidades” (Jonás y Semich, 1937, p. 276). Aquí Jonás y Semich, se acercan a las
Facultades de las que se habían distanciado, excluyendo del campo a los farmacéuticos, lo cual
no es un dato menor, ya que el período de alta conflictividad por el que se estaba pasando hace
difusa la delitimitación del espacio médico: si en principio, según denuncian los farmacéuticos,
el control policial de la salud estaba en manos exclusivamente de los médicos, los
representantes de Farmacia se agruparon a principios de la década de 1930 en un ente
autónomo, la Dirección General de Farmacia, dentro del Departamento Nacional de Higiene. La
distinción se hace explícita “pretender que nosotros, médicos, no conozcamos los fenómenos de
la enfermedad, es reincidir en la falta de respeto” (Jonás y Semich, 1937, p. 277).
122
demostradas” y que incluso no son comprendidas por el saber “legitimado” (en patología “no
existe la analogía” que plantean con el principio de similitud). Esta idea es reforzada cuando
agregan que la homeopatía “no ha evolucionado de por sí, nada, toma lo que le acomoda de la
ciencia” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937, p. 267), lo cual, en alguna
medida contrasta con su propia aseveración de que la ciencia tiene “conquistas inconmovibles”,
ya que si lo “científico” fuese per se inconmovible, no se le puede criticar la falta de evolución.
No se trata de una transcripción de disposiciones legales […] llama mucho la atención que
apenas un año ha que la farmacopea homeopática esté en vigencia [en Alemania], a pesar
de ser ésta la patria del creador de la homeopatía y donde, por cuyo motivo, pueden gravitar
más los sentimientos nacionalistas que las razones científicas (Informe del DNH, 1937, p.
274).
123
Agregan, confundiendo ex profeso cuestiones técnicas y legales, que “el artículo 76, último apartado
del inc. a), al referirse a las solicitudes, dice: ‘se agregará además una exposición sumaria del principio
fisiológico y terapéutico en que se base el producto y la razón de ser o la ventaja higiénica o
farmacológica que el mismo satisface’. Tales preparaciones carecen del principio fisiológico y carácter
farmacológico. Obvia, pues, todo comentario” (Informe del Departamento Nacional de Higiene, 1937,
p.269).
123
oportunidad de ser “curado con un tratamiento adecuado” (Informe del Departamento Nacional
de Higiene, 1937, p. 269).
La operación, además, esconde una lógica según la cual el asociacionismo entre médicos
y farmacéuticos al que alude el Departamento de Higiene respecto de los homeópatas no es
ajeno a las prácticas institucionalizadas, que no lo hacían, tal vez, en la escala de atención y
venta al público pero sí en las esferas más altas, con dos prácticas, alopatía y medicalización,
124
que protegían dos sectores económicos asociados. Como se ha visto, el Departamento contaba
con dos líneas de influencia bien marcadas a partir de la década de 1930, la clásica (y a la vez en
vías de resignificación) corporación médica y la naciente autonomía de farmacia.
También explican que “la mayoría de los enfermos vienen a solicitar nuestro auxilio
técnico, precisamente porque ya han estado en manos de médicos que practican la medicina
oficial y luego de enormes sufrimientos sólo han observado una agravación de sus males”
(Jonás y Semich, 1937, p. 288) quitándole a los pacientes la responsabilidad en busca de
prácticas alternativas que el Consejo de Higiene les había otorgado y colocándola en la
“ineficacia” de la práctica alopática. De prohibir la atención en consultorios, el Departamento de
Higiene le estaría quitando una fuerte de legitimación, por ello remarcan los médicos de la
SMHA que persiguen el “bien común”, con lo cual cumplen el requisito que la ley exige para la
personería jurídica,124 contrastándolo claramente con la acusación de fines de lucro.
124
Invocan el artículo 33, inc. 5 del Código Civil, en tanto la asociación “necesita tener vida y patrimonio
propios, adquirir los derechos y ejercer los actos que la ley le permite, esto es, tener capacidad de
derecho” (Jonás y Semich, 1937, p. 274).
125
uno de los hechos más resaltantes y conocidos por todos, aunque a veces se hace notar la
disidencia aislada de algún funcionario técnico del D. N. de Higiene” (Jonás y Semich, 1937, p.
278).
Y he aquí que, por primera vez, nuestro héroe vacila. Por pocas que fueran las ilusiones alimentadas
hasta el presente sobre su técnica, ha encontrado ahora una todavía más falsa, todavía más
mistificadora, todavía más deshonesta que la suya. Porque él al menos ofrece algo a su clientela: le
presenta la enfermedad bajo forma visible y tangible, mientras que sus colegas extranjeros no muestran
absolutamente nada, y sólo pretenden haber capturado el mal. Y su método obtiene resultados, mientras
que el otro es inútil. Así, nuestro héroe se encuentra preso de un problema que tal vez no carece de
equivalente en el desarrollo de la ciencia moderna: dos sistemas, de los cuales se sabe que son ambos
igualmente inadecuados, ofrecen sin embargo, uno respecto al otro, un valor diferencial y esto a la vez
desde un punto de vista lógico y desde un punto de vista experimental ¿Con respecto a qué sistema de
referencias se los juzgará entonces? ¿El de los hechos, donde ambos se confunden, o el que les es propio,
donde adquieren valores desiguales, teórica y prácticamente?
Claude Lévi-Strauss (1995, p.203).
Este epígrafe resulta revelador sobre varios hilos que cruzan la discusión acerca del
carácter científico de la homeopatía. El texto refiere a un escéptico llamado Quesalid que debido
a la desconfianza sobre las prácticas de curación de su propia tribu (y en su afán por conocer
126
más acerca de estas) acaba convirtiéndose en un aprendiz shamán. La historia, narrada por Lévi-
Strauss en “El hechicero y su magia”, encuentra un punto de inflexión cuando Quesalid se hace
de cierta legitimidad y eficacia, lo cual lo lleva a recorrer otras tribus promoviendo su sistema
curativo que considera falaz.
Sin embargo, comienza a conocer el accionar de shamanes de otras tribus, a los que
empieza a considerar con métodos mucho menos creíbles que los de su pueblo. En ese momento
se replantea los métodos de su cultura, los cuales (conforme gana fama en los pueblos
extranjeros a fuerza de realizar curaciones) parecen ganar crecientemente en complejidad y
eficacia.
127
CONCLUSIONES
De todas las traiciones que comente un intelectual, sólo hay una grave: creer que ha entendido algo
por el mero hecho de haber sido capaz de ordenar una determinada parcela del lenguaje
Manuel Vázquez Montalbán
La frase del epígrafe fue pronunciada por el autor catalán en la década de 1970, y
recogida a fines del siglo XX, en 1989, cuando se compilaron en un libro cuatro obras
ensayísticas del mismo (Vázquez Montalbán, 1989). Retrata en buena medida los debates y las
tensiones de parte de la intelectualidad de fines del siglo pasado y principios del actual,
naturalmente, no resueltos en su mayoría.
De todas las traiciones que se han cometido para construir este relato, ninguna es
deliberadamente grave, al menos en el sentido que Vázquez Montalbán otorga al término.
Constituir ex profeso tal acción en el proceso de producción de una tesis de maestría sería
juzgado, cuanto menos, de pretencioso.
128
Así, Ben David y Collins (1967) explican el surgimiento de un nuevo rol científico (el
de la psicología) a partir de la “saturación” de un viejo rol, el de la fisiología. Al no tener cabida
dentro de los espacios académicos del “viejo rol”, algunos fisiólogos buscan explorar nuevas
líneas de investigación que terminan constituyendo una serie de preguntas y métodos que no
encuadran en lo establecido, constituyendo un “nuevo rol”. Sin embargo, aclaran los autores, la
búsqueda de legitimidad suele hacer recurrente la alusión de los nuevos psicólogos a su
condición inicial de fisiólogos, o a las referencias que pudieran hacer a los representantes de esa
disciplina, constituyendo un proceso denominado “hibridación de roles”.
129
(Eliade, 1992) en el que se establece una historia y un escalafón disciplinario. Esto, sumado a
las características místicas atribuidas al fundador de la terapéutica, Hahnemann, los alejan
necesariamente del discurso alópata para acercarlos al específico y particular universo de la
homeopatía, en una época de alguna manera fértil para el desarrollo de este tipo de ideas.
Esto no sólo complejiza las potenciales respuestas, sino que quita la posibilidad de
pensar en actores puramente conscientes y no contradictorios. Muy al contrario, lo expuesto en
los anteriores capítulos parece mostrar personas a las que les cuesta contener sus pasiones, que
recurrentemente parecen contradecirse y cuya motivación y lógica de la acción se va
redefiniendo constantemente.
De esta manera, aunque pueda esbozarse que los médicos homeópatas de la SMHA en
1930 han buscado formas de desarrollo de tipo científico “oficial” (como la publicación
científica, educación, investigación, asistencia a congresos, pertenencia institucional
internacional y atención médica con fines educacionales e investigativos) no puede afirmarse
que haya sido una estrategia plenamente consciente y deliberada. Si decían defender también
principios hahnemannianos y seguir al pie de la letra sus enseñanzas, tampoco puede sostenerse,
por ejemplo, que hayan realizado investigaciones en el hombre sano para verificar los estudios
ya nomenclados o probar nuevas sustancias y diluciones.
Más bien, parecen haber hecho lo que Belmartino y otros (1988) indican que hacía el
resto de los médicos de la época: “quejarse”, incurrir frecuentemente en “excesos retóricos”,
“asociarse o agremiarse” y “demandar al Estado” para defender la por entonces endeble
profesión de médico, sobre todo orientándose a incrementar su clientela. Como se vio en el
capítulo anterior, para los homeópatas de la SMHA era crucial entrar dentro de la órbita del
Estado ya que el reconocimiento legal, potencialmente, implicaría aumentar el número de
pacientes (valga la contradicción, ya que constantemente se aludía a la gran clientela de los
curanderos; lo cual reafirma la “institucionalidad” que Menéndez, 1996, atribuye a la
homeopatía y no a otras prácticas “alternativas” como el curanderismo).
130
Así, al momento de pelear por el reconocimiento jurídico la SMHA cuenta con varios
rasgos que le permiten reclamar la personería jurídica: una red de apoyo internacional, un buen
número de historias clínicas, una biblioteca más o menos nutrida y una revista de cierta
antigüedad en la que aparecen artículos de autores de países “civilizados”. Todo ello, en
definitiva, sentado sobre la base de haber pasado la “frontera mágica” de la Facultad de
Medicina, lo cual les otorga el derecho a la transgresión, mediante la indiferencia
condescendiente de la Academia Nacional de Medicina.
131
exceptuando la impresionante multiplicación de pacientes durante los primeros años de la
SMHA. En definitiva, los pacientes fueron los grandes financistas de la institución (al menos en
lo declarado), en una época en la que, al parecer menguaba la clientela para los médicos. Cabe
interrogarse, entonces, cuál hubiera sido el destino de la SMHA (aún con sus avances
institucionales) sin la eficacia –el éxito comercial– de sus tratamientos.
132
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