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CIENCIAS SOCIALES, VIOLENCIA

EPISTÉMICA Y EL PROBLEMA DE LA
“INVENCIÓN DEL OTRO”.
Santiago Castro Gómez

Participantes: Subgrupo I.
1. Instituto de Estudios Sociales y Culturales PENSAR, de la
Pontificia Universidad Javeriana - Bogotá.

“La modernidad
es una máquina generadora de alteridades que, en nombre de la
razón y el humanismo, excluye de su imaginario la hibridez, la
multiplicidad, la ambigüedad y la contingencia de las formas de vida
concretas. La crisis actual de la modernidad es vista por la filosofía
posmoderna y los estudios culturales como la gran oportunidad
histórica para la emergencia de esas diferencias largamente
reprimidas.
A continuación mostraré que el anunciado "fin" de la modernidad
implica ciertamente la crisis de un dispositivo de poder que
construía al "otro" mediante una lógica binaria que reprimía las
diferencias. Con todo, quisiera defender la tesis de que esta crisis no
conlleva el debilitamiento de la estructura mundial al interior de la
cual operaba tal dispositivo.” (pág.88).
1. El proyecto de la gubernamentabilidad.

“¿Qué queremos decir cuando hablamos del "proyecto


de la modernidad"? En primer lugar, y de manera
general, nos referimos al intento fáustico de someter la
vida entera al control absoluto del hombre bajo la guía
segura del conocimiento.” (pág.88).

El hombre, por medio de la razón, es capaz de descifrar


las leyes de la naturaleza para colocarlas a su servicio.
“Quisiera mostrar que cuando hablamos de la
modernidad como "proyecto" nos estamos refiriendo
también, y principalmente, a la existencia de una
instancia central a partir de la cual son dispensados y
coordinados los mecanismos de control sobre el mundo
natural y social. Esa instancia central es el Estado,
garante de la organización racional de la vida humana.”
(pág.89).
“El filósofo social norteamericano Immanuel Wallerstein ha
mostrado cómo las ciencias sociales se convirtieron en una pieza
fundamental para este proyecto de organización y control de la
vida humana. El nacimiento de las ciencias sociales no es un
fenómeno aditivo a los marcos de organización política definidos
por el Estado-nación, sino constitutivo de los mismos.” (pág. 89).

“Sin el concurso de las ciencias sociales, el Estado moderno no


se hallaría en la capacidad de ejercer control sobre la vida de
las personas, definir metas colectivas a largo y a corto plazo, ni
de construir y asignar a los ciudadanos una "identidad"
cultural.” (pág.89).

“La matriz práctica que dará origen al surgimiento de las ciencias


sociales es la necesidad de "ajustar" la vida de los hombres al
aparato de producción. Todas las políticas y las instituciones
estatales (la escuela, las constituciones, el derecho, los hospitales,
las cárceles, etc.) vendrán definidas por el imperativo jurídico de la
"modernización", es decir, por la necesidad de disciplinar las
pasiones y orientarlas hacia el beneficio de la colectividad a través
del trabajo.” (pág.89)
“Ahora bien, este intento de crear perfiles de subjetividad
estatalmente coordinados conlleva el fenómeno que aquí
denominamos "la invención del otro". Al hablar de "invención" no
nos referimos solamente al modo en que un cierto grupo de
personas se representa mentalmente a otras, sino que apuntamos,
más bien, hacia los dispositivos de saber/poder a partir de los cuales
esas representaciones son construidas.” (pág-89)

“Para conceptualizar este problema se hace necesario realizar un


giro metodológico: la genealogía del saber-poder, tal como es
realizada por Foucault, debe ser ampliada hacia el ámbito de
macroestructuras de larga duración (Braudel / Wallerstein), de tal
manera que permita visualizar el problema de la "invención del
otro" desde una perspectiva geopolítica. Para este propósito
resultará muy útil examinar el modo en que las teorías
poscoloniales han abordado este problema. ” (pág.89)
2. La colonialidad del poder o la “otra cara” del proyecto de
la modernidad.

Castro Gómez plantea la necesidad de un vínculo entre


modernidad y colonialismo, además la negación que promovieron
durante largo tiempo las ciencias sociales. Su reestructuración
hace posible que se desvele que no fue un proceso autónomo el
surgimiento de los Estados nacionales en Europa y América
durante los siglos XVII al XIX, sino que fue necesario: la
consolidación del colonialismo europeo en ultramar. Debido a que
las ciencias sociales mostraban la idea de una Europa
autogenerada, formada históricamente sin contacto alguno con
otras culturas, la racionalización, habría sido el resultado de
cualidades inherentes a las sociedades occidentales y no de la
interacción colonial de Europa con América, Asia y África a partir
de 1492. Desde este punto de vista, la experiencia del
colonialismo es irrelevante para entender la modernidad y el
surgimiento de las ciencias sociales.
El Poder Disciplinario ...

Las teorías poscoloniales muestran como las formaciones de las relaciones


modernas de poder causaron un gran impacto con la experiencia colonial,
dado que a partir del colonialismo se generó un tipo de poder disciplinario
que caracteriza a las sociedades y a las instituciones modernas, según
Foucault.

El Estado- nación funciona como una máquina generadora de otredades que deben
ser disciplinadas. Los Estados modernos son llamados por Walter Mignolo el
“sistema-mundo moderno/colonial”

Los teóricos como Mignolo, están de acuerdo en que el Estado moderno no


debe ser mirado como una unidad abstracta, separada del sistema de
relaciones mundiales desde 1492, sino como una función al interior de ese
sistema internacional de poder.
¿Cuál es el dispositivo de poder que genera el sistema-mundo
moderno/colonial y que es reproducido hacia adentro por cada
Estado nacional?

Aníbal Quijano sociólogo peruano, nos sugiere una respuesta con el concepto de
“Colonialidad de poder”. Opina que la usurpación colonial es legitimada un
imaginario que establece diferencias inconmensurables entre el colonizador y el
colonizado.
Nociones de “raza” y “cultura” operan como un dispositivo taxonómico que
generan identidades opuestas. Así, el colonizado es lo “otro de la razón” a quién
hay que disciplinar, ejerciendo su poder el colonizador.
En oposición, los rasgos de maldad, barbarie e incontinencia, son marcas
“identitarias” del colonizado. Mientras que la bondad, la civilización y la
racionalidad son propias del colonizador. Ambas identidades efectúan una relación
de exterioridad y se excluyen mutuamente. Negando la comunicación entre
culturas, porque sus códigos son inmedibles.
El concepto de “colonialidad de poder”, abre y corrige el concepto
foucaultiano de “poder disciplinario”, pues muestra que los
panópticos del Estado moderno tienen una estructura de carácter
mundial. Partiendo de este punto, podemos decir que “la modernidad
es un “proyecto”, en la medida en que sus dispositivos disciplinarios
quedan anclados en una doble gubernamentabilidad jurídica”. (pág.
92). Por un lado la ejercida por los Estados nacionales, con el intento
de crear identidades homogéneas (hacia adentro). Por el otro, la
gubernamentabilidad ejercida por parte de potencias hegemónicas
del sistema-mundo moderno/colonial (hacia afuera). Ambos procesos
forman una sola dinámica estructural.
La mayoría de los teóricos sociales de los siglos XVII y XVIII,
coincidían en que la “especie humana” sale poco a poco de la
ignorancia, atravesando diferentes “estadios” de
perfeccionamiento.

La característica del primer estadio del progreso humano es el salvajismo, la barbarie, la ausencia
de arte, ciencia y escritura. Al comienzo todo era lucha de todos contra todos, “estados de
naturaleza”. El último estadio (alcanzado por sociedades europeas), es construido como “lo otro”
absoluto del primero. Aquí tenemos civilidad, Estado de derecho, cultivo de ciencias y de las artes,
en donde el hombre llega a un estado de “ilustración”, en el que según Kant, es capaz de
autolegislarse y usar de forma autónoma la razón.

“Europa ha marcado el camino civilizatorio por el que


deberán transitar todas las
naciones del planeta.” (pág. 93).
“No resulta difícil ver cómo el aparato conceptual con el que nacen las
ciencias sociales en los siglos XVII y XVIII se halla sostenido por un
imaginario colonial de carácter ideológico.
Conceptos binarios tales como barbarie y civilización, tradición y
modernidad, comunidad y sociedad, mito y ciencia, infancia y madurez,
solidaridad orgánica y solidaridad mecánica, pobreza y desarrollo, entre
otros muchos, han permeado por completo los modelos analíticos de las
ciencias sociales. (pág.93).
El imaginario de progreso aparece como producto
ideológico construido por el dispositivo de poder
moderno-colonial. Las ciencias sociales, de puertas para
adentro, legitima el disciplinamiento, y de puertas para
afuera legitiman la desigualdad.

“La producción de la alteridad hacia adentro y la producción de la alteridad hacia afuera


formaban parte de un mismo dispositivo de poder. La colonialidad del poder y la colonialidad
del saber se encuentran emplazadas en una misma matriz genética.” (pág.93).
3. Del poder disciplinar al poder libidinal.

Castro Gómez, pretende finalizar el ensayo preguntándose por las


transformaciones sufridas por el capitalismo al finalizarse el proyecto
de la modernidad, así como las consecuencias de tales
transformaciones en relación a las ciencias sociales y la teoría crítica de
la sociedad.

Desde esta perspectiva surge la pregunta: ¿a qué hace referencia el


final del proyecto de la modernidad?

“El proyecto de la modernidad llega a su "fin" cuando el Estado


nacional pierde la capacidad de organizar la vida social y material
de las personas. Es, entonces, cuando podemos hablar
propiamente de la globalización.” (pág.94).
El autor diferencia el término modernidad el término globalización y para ello
utiliza las categorías de “anclaje” y “desanclaje”, desarrolladas por Anthony
Giddens:

“Mientras que la modernidad desancla las relaciones sociales de sus


contextos tradicionales y las reancla en ámbitos postradicionales de
acción coordinados por el Estado, la globalización desancla las
relaciones sociales de sus contextos nacionales y los reancla en ámbitos
posmodernos de acción que ya no son coordinados por ninguna
instancia en particular.” (pág.94).
El poder libidinal de la posmodernidad pretende modelar la
psicología de los individuos, de manera que puedan construir de
forma reflexiva su propia subjetividad, sin oponerse al sistema. Pero
son los propios recursos que ofrece el sistema lo que habilita la
construcción diferencial del “Selbst”. Para todo tipo de vida
siempre existe un sistema experto, que garantiza su confiabilidad.

El poder libidinal produce las


diferencias. El poder disciplinar las
reprime.
En el marco del proyecto moderno y siguiendo la
perspectiva de Foucault, las ciencias sociales y humanas
habilitan la creación de perfiles de “sujetos” que se adaptan
a las exigencias de la producción, en tanto forman sujetos
de conocimiento partiendo de prácticas institucionales
de reclusión, tales son las escuelas, cárceles, hospitales,
manicomios y sociedades coloniales, que fueron
consideradas laboratorios para construir la imagen de
“hombre raconal” (blanco, casado, heterosexual,
disciplinado, trabajador) que debía impulsar y sostener la
acumulación de capital.

ESA IMAGEN DE SUJETO RACIONAL, ES OBTENIDA A


PARTIR DEL ESTUDIO DEL “OTRO DE LA RAZÓN” (INDIO,
NEGRO, PRESO, LOCO, HOMOSEXUAL, DESADAPTADO).
Este perfil exigía la supresión de todas las diferencias.
“En el momento en que la acumulación de capital ya no demanda la
supresión sino la producción de diferencias, también debe cambiar el
vínculo estructural entre las ciencias sociales y los nuevos dispositivos de
poder. Las ciencias sociales y las humanidades se ven obligadas a realizar un
"cambio de paradigma" que les permita ajustarse a las exigencias sistémicas
del capital global.” (pág.94).

Lyotard afirma que el metarrelato de la humanización de la


humanidad ha entrado en crisis y advierte sobre un nuevo
relato legitimador en el que coexisten diferentes “juegos del
lenguaje”, que definen las reglas del juego que se desea jugar .
Ya no funcionan las las reglas universales que debían jugar
todos los jugadores siendo definidas de antemano. Según
Lyotard, cuando hablamos de posmodernidad, hablamos de
jugadores que cumplen a su vez, el rol de jueces.

Esta afirmación equivale a invisibilizar al sistema-mundo, que


produce las diferencias partiendo de reglas definidas para
jugadores de todo el planeta.
Lo que obtenemos es un cambio de la estrategia de los
metarrelatos de legitimación, de la mano de un cambio de
relaciones de poder al interior del sistema-mundo.

Ya no se trata de metarrelatos que apoyan


ideológicamente el sistema, sino de metarrelatos
que lo dejan fuera, invisibilizándolo.

Sucede algo similar con los estudios culturales: “Es en este sentido que el
informe de la comisión Gulbenkian señala cómo los estudios culturales han
empezado a tender puentes entre los tres grandes islotes en que la
modernidad había repartido el conocimiento científico”. (pág.95).
En la negociación planetaria de bienes simbólicos, los estudios culturales, al igual
que en el caso de Lyotard, el sistema-mundo es objeto ausente de la representación
que ofrecen.

“Pareciera como si nombrar la "totalidad" se hubiese convertido en un tabú


para las ciencias sociales y la filosofía contemporáneas, del mismo modo que
para la religión judía constituía un pecado nombrar o representar a Dios. Los
temas "permitidos" – y que ahora gozan de prestigio académico - son la
fragmentación del sujeto, la hibridación de las formas de vida, la articulación
de las diferencias, el desencanto frente a los metarrelatos. Si alguien utiliza
categorías como "clase", "periferia" o "sistema-mundo", que pretenden
abarcar heurísticamente una multiplicidad de situaciones particulares de
género, etnia, raza, procedencia u orientación sexual, es calificado de
"esencialista", de actuar de forma "políticamente incorrecta", o por lo menos
de haber caído en la tentación de los metarrelatos. Tales reproches no dejan
de ser justificados en muchos casos, pero quizás exista una alternativa.”(pág.
95).
El gran desafío de las ciencias sociales consiste en aprender a
nombrar la totalidad sin caer en el universalismo de los
metarrelatos. Es necesario repensar la tradición de la teoría
crítica a la luz de la teoría posmoderna. La tarea consiste en la
teoría crítica de la sociedad que hace visible los nuevos
mecanismos de producción de las diferencias en tiempos de
globalización.

Para latinoamérica, el desafío radica en la descolonización, en la cual


poder desmarcarse de cada una de las categorías binarias que fueron
trabajadas en el pasado.

“Entendiendo que ya no es posible conceptualizar las nuevas


configuraciones del poder con ayuda de ese instrumental
teórico. Desde este punto de vista, las nuevas agendas de los
estudios poscoloniales podrían contribuir a revitalizar la
tradición de la teoría crítica en nuestro medio”. (Pág.96).
¡GRACIAS POR
TU ATENCIÓN!

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