Cordero, Eduardo - La Administración Del Estado en Chile y El Concepto de Autonomía
Cordero, Eduardo - La Administración Del Estado en Chile y El Concepto de Autonomía
Cordero, Eduardo - La Administración Del Estado en Chile y El Concepto de Autonomía
CONCEPTO DE AUTONOMÍA
Eduardo Cordero Quinzacara
Doctor en Derecho, Profesor de Derecho Administrativo en la Facultad
de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
RES UMEN :
Este trabajo tiene por objeto establecer el concepto de autonomía en el marco de la organi-
zación de la Administración del Estado en Chile, con la finalidad de determinar la naturaleza y
las consecuencias jurídicas que derivan del mismo a la luz de la jurisprudencia administrativa,
teniendo presente las diversas modalidades que puede presentar a nivel constitucional y legal.
Palabras clave: Administración del Estado – Autonomía – Organización Administrativa.
1. Antecedentes generales
Uno de los problemas que de forma reiterada se discute en nuestro Derecho Administrativo
es aquel que dice relación con el alcance que tiene el concepto de autonomía en el marco de
la organización de la Administración del Estado en Chile. Por lo demás, llama profundamente
la atención que en muchas ocasiones se identifique la autonomía con autarquía, esto es, con
la capacidad que tiene una entidad de darse su propio derecho, o para sostener la ausencia de
mecanismos de control sobre las actuaciones que realizan determinados órganos, creando una
suerte de espacio libre de normas y de controles externos, lo que de partida no deja de plantear
serios cuestionamientos al momento de analizar la cuestión teniendo a la vista diversos precep-
tos constitucionales.
Por tal razón, se hace necesario volver nuevamente sobre este concepto y determinar con
precisión cuál es el alcance que tiene en el marco de las normas que integran nuestro Derecho
“común” administrativo, partiendo por la Constitución y la Ley Nº 18.575, Orgánica Constitu-
cional de Bases Generales de la Administración del Estado (LOCBGAE).
Para tales efectos, desarrollaremos el tema a partir de la distinción entre los conceptos de
autonomía política y administrativa (2), para luego exponer y analizar las normas que regulan
orgánicamente la Administración del Estado a nivel constitucional (3) y legal (4), y posterior-
mente enfrentar el problema del concepto de autonomía dentro de la Administración del Estado
en Chile (5) y los criterios que se han formulado para determinar en qué casos nos encontramos
ante entidades autónomas (6). En la parte final, abordaremos la relación que se produce entre
las entidades autónomas y los Ministerios (7) y haremos una síntesis de la jurisprudencia admi-
nistrativa en materia de autonomías (8), para cerrar con las correspondientes conclusiones (9).
El concepto de autonomía tiene para el Derecho público diversos alcances. Así, nuestra
Constitución habla de la autonomía de los grupos intermedios o de la autonomía municipal, del
Banco Central y de diversos órganos que integran la Administración del Estado. En este caso
en particular, es importante distinguir entre autonomía política y autonomía administrativa,
conceptos que muchas veces se confunden y que corresponden a diversos niveles o etapas en
la organización del Estado.
La autonomía política se predica de aquellos Estados compuestos, en donde el poder políti-
co no sólo es distribuido a nivel horizontal (poder legislativo, judicial y ejecutivo), sino también
de forma vertical: Estado federal y Estados federados, Estado central y regiones. Son casos que
también se comprenden bajo la noción de descentralización política, ya que existe más de un
centro de impulsión del poder, como ocurre con los Estados federales o regionales, en donde se
comparte el poder legislativo a nivel central o federal y a nivel de estados miembros o regiones;
lo mismo que el gobierno.
Distinto es el caso de la autonomía administrativa, pues ésta no supone necesariamente
la existencia de descentralización política. La autonomía administrativa supone la existencia
de órganos que forman parte de la Administración del Estado, pero cuya relación con el poder
central o las máximas autoridades gubernativas es tenue o casi inexistente, lo cual le permite
actuar con independencia al momento de adoptar sus propias decisiones. En muchos de estos
casos, la entidad autónoma goza de personalidad jurídica y patrimonio propio, pero no es una
condición esencial, tal como lo explicaremos más adelante.
Ahora bien, conforme a nuestra Constitución, no es posible la existencia de órganos, enti-
dades o regiones que gocen de autonomía política, ya que esto supone una descentralización
política que no se condice con el carácter unitario que le asigna la Carta Fundamental a nuestro
Estado (artículo 3º). Sin embargo, lo anterior no es óbice para que dentro de la Administración
del Estado puedan existir órganos autónomos de naturaleza administrativa, como da cuenta la
propia Carta Fundamental: Contraloría General de la República, Banco Central, Municipalida-
des, Consejo Nacional de Televisión. Además, también se permite al legislador crear órganos de
la misma naturaleza (artículo 65 inciso 4º Nº 2).
Por lo tanto, el concepto que se analizará en este trabajo será el de autonomía adminis-
trativa en el marco de la organización de la Administración del Estado. Para tal efecto, resulta
necesario determinar qué órganos forman parte de este complejo orgánico según nuestro orde-
namiento jurídico, tanto a nivel constitucional como legal.
Tribunal Calificador de Elecciones y los Tribunales Electorales Regionales (Capítulo IX); la Con-
traloría General de la República (Capítulo X); las Fuerzas Armadas, de Orden y Seguridad Pública
(Capítulo XI); el Consejo de Seguridad Nacional (Capítulo XII); el Banco Central (Capítulo XIII);
las Intendencias, Gobiernos Regionales, Gobernaciones y Municipalidades (Capítulo XIV). A lo
anterior, se debe agregar el Consejo Nacional de Televisión, previsto en el artículo 19 Nº 12, y
las empresas del Estado, según el Nº 21 del mismo artículo (Capítulo III).
A este respecto, la Carta Constitucional distingue entre el Gobierno y la Administración del
Estado (artículo 38), como entidades que integran lo que tradicionalmente se ha denominado
Poder Ejecutivo. Ambas funciones, esto es, gobierno y administración, están entregadas al Pre-
sidente de la República (artículo 24), quien además es el Jefe de Estado.
Ahora bien, el Gobierno está compuesto fundamentalmente por el Presidente y los Minis-
tros de Estado, que son los colaboradores directos e inmediatos del Presidente. A su vez, a nivel
regional y provincial, se asignan funciones de gobierno a los Intendentes y Gobernadores, que
son autoridades de la exclusiva confianza del Presidente de la República.
Por su parte, la Administración del Estado puede ser comprendida como un complejo orgá-
nico que –por regla general– se encuentra bajo la dependencia o bajo la tutela o supervigilancia
del Presidente de la República. Su conceptualización siempre ha sido compleja, pero tradicio-
nalmente se ha utilizado un criterio negativo para dar cuenta de su alcance: se entiende que la
Administración comprende a todos aquellos órganos que no forman parte del Poder Legislativo
o del Poder Judicial1.
En este sentido, no forman parte del Gobierno y de la Administración del Estado el Congre-
so Nacional (Cámara de Diputados y Senado); el Poder Judicial; el Tribunal Constitucional y la
Justicia Electoral. Por su parte, todos los demás órganos públicos están comprendidos dentro
del Poder Ejecutivo: el Presidente de la República, Ministerios, Intendencias, Gobernaciones,
Contraloría General de la República, Fuerzas Armadas y de Orden, Banco Central, Gobiernos
Regionales, Municipalidades, Consejo Nacional de Televisión y las empresas públicas2.
A los órganos anteriores se deben agregar los servicios públicos creados por ley. Al efecto, el
artículo 65 inciso 4º Nº 2 dispone que estos órganos pueden ser de distinta naturaleza: fiscales,
semifiscales o autónomos.
A su vez, por regla general, todas estas entidades deben estar bajo la dependencia o la tu-
tela del Presidente de la República, ya que a él le corresponde la función de gobierno y de admi-
nistración del Estado. El Presidente de la República es el que debe fijar las políticas y directrices
que han de guiar a todos los órganos que forman parte de la Administración del Estado, para lo
1 Este criterio provoca algunas dificultades respecto de órganos administrativos que cumplen funciones jurisdiccionales, como
sucede con el Servicio de Impuestos Internos y el Servicio Nacional de Aduanas. En todo caso, con la entrada en vigencia de
la Ley Nº 20.322 (D.O. 27.01.2009) se ha separado la función administrativa de la jurisdiccional a través de la creación de los
Tribunales Tributarios y Aduaneros.
2 En nuestra opinión también se debe considerar al Ministerio Público, regulado en el Capítulo VII de la Constitución y la LOC
Nº 19.640, de 15 de octubre de 1999. Sin embargo, no aparece mencionado en el artículo 1º LBGAE. No obstante lo anterior,
su posición institucional no es diversa de la que tienen otros organismos, como la Contraloría General de la República.
cual se le otorgan una serie de facultades, como el nombramiento de las máximas autoridades
de la Administración, su remoción o destitución, la asignación de recursos, etc. En esta función,
sus colaboradores inmediatos son los Ministros de Estado.
Sin embargo, la propia Carta Fundamental establece que determinados órganos gozarán
de autonomía, razón por la cual no estarán sometidos a dicha dependencia o tutela, como
ocurre con la Contraloría General de la República, el Banco Central, el Ministerio Público, las
Municipalidades y el Consejo Nacional de Televisión3. Al mismo tiempo, la propia Constitución
permite que la ley pueda crear órganos autónomos (artículo 65 inciso 4º Nº 2). De esta forma,
nos encontramos con entidades que tienen una autonomía de rango constitucional y otras de
naturaleza legal, haciendo excepción a lo dispuesto en el artículo 24 de la Constitución. La dis-
tinción entre autonomía constitucional y autonomía legal se analizará con detenimiento en un
apartado posterior.
Conforme a lo expuesto en esta primera parte, podemos sostener lo siguiente:
a) Forman parte del Gobierno y la Administración del Estado aquellos órganos creados por la
Constitución y la ley, y que no integran el Congreso Nacional, el Poder Judicial, la Justicia
Electoral y el Tribunal Constitucional.
b) Por regla general, estos órganos se encuentran bajo la dependencia o tutela del Presidente
de la República, en la medida que a éste le corresponde el gobierno y la administración del
Estado.
c) No obstante lo anterior, existen determinados órganos que forman parte de la Administra-
ción del Estado, pero que gozan de autonomía, con lo cual se hace una importante excep-
ción a lo establecido en el artículo 24 de la Carta Fundamental.
d) Esta autonomía puede ser otorgada a nivel constitucional, v. gr., Contraloría o Banco Cen-
tral, o a nivel legal, v. gr., Consejo para la Transparencia (artículo 65 inciso 4º Nº 2).
3 El Tribunal Constitucional se hizo cargo de esta materia al pronunciarse sobre la LOC Nº 18.840, del Banco Central. Al efecto,
señaló que “[…] la existencia de estos órganos autónomos no debe extrañar, ya que desde la época de la Constitución de
1925, el Constituyente inspirado en el principio de la descentralización funcional de la Administración del Estado, ha facultado
al legislador para crear órganos descentralizados autónomos e, incluso, empresas del Estado, cuya administración se rige por
sus respectivas leyes. […] Que ninguno, pues, de los organismos autónomos que contempla o permite la Constitución puede
decirse que estén plenamente sometidos al gobierno y administración del Estado que compete al Presidente de la República.
Ellos se rigen por sus respectivas leyes. […] pretender que el Banco Central esté sujeto al poder jerárquico del Presidente de
la República sería inconstitucional, pues la Constitución lo crea como un ente autónomo”. Véase Sentencia Rol Nº 78, de 20
de septiembre de 1989.
Artículo 28.- Los servicios públicos son órganos administrativos encargados de satisfacer
necesidades colectivas, de manera regular y continua. Estarán sometidos a la dependencia
o supervigilancia del Presidente de la República a través de los respectivos Ministerios, cu-
yas políticas, planes y programas les corresponderá aplicar, sin perjuicio de lo dispuesto en
los artículos 22, inciso tercero, y 30.
La ley podrá, excepcionalmente, crear servicios públicos bajo la dependencia o supervigilan-
cia directa del Presidente de la República.
supone una remisión al legislador para que regule y desarrolle normativamente la insti-
tución, pero le impone al mismo tiempo un límite, pues no le está permitido desfigurar o
alterar las características esenciales que esta institución posee, privándola de todo sentido
y eficacia. En definitiva, la garantía institucional sustrae de la competencia del legislador la
facultad de eliminar la institución, aunque sin privarlo de la facultad de regularla23.
b) La autonomía legal, otorgada en virtud de lo dispuesto en el artículo 65 de la Constitución
por iniciativa del Presidente de la República, la cual carece de la protección indicada ante-
riormente y es variable en su intensidad, pudiendo llegar a los niveles de la autonomía cons-
titucional. De hecho, esta ha sido la interpretación que se ha seguido en el último tiempo,
mediante la creación de órganos que no sólo tienen personalidad jurídica propia, sino que
cuentan con una amplia independencia de gestión. Así ha sucedido con el Servicio Electo-
ral24, el Consejo de Defensa del Estado25, el Consejo para la Transparencia26 y el Instituto
Nacional de Derechos Humanos27.
Conforme a lo anteriormente expuesto, es posible concluir lo siguiente:
a) Que en Chile la autonomía de los órganos de la Administración del Estado debe ser entendi-
da en el marco de un Estado unitario, que sólo admite una descentralización administrativa
y no política.
b) Que tradicionalmente el concepto de autonomía ha estado unida al concepto de descentra-
lización, sin embargo, no necesariamente se identifican, pues existen órganos autónomos
que no son descentralizados, como ocurre con la Contraloría General de la República y el
Ministerio Público.
c) La autonomía en Chile puede ser otorgada a nivel constitucional o legal. En el primer caso,
la entidad goza de una garantía institucional que debe ser respetada por el legislador en
su núcleo esencial. En el segundo caso, el legislador puede establecer diversos niveles de
23 Las garantías institucionales han sido desarrolladas por la doctrina y jurisprudencia alemana, la cual a su vez han sido recogi-
da ampliamente por el Derecho español. Su origen dogmático se encuentra en la interpretación del artículo 127 de la Consti-
tución de Weimar que reconocía y garantizaba la autonomía municipal (Selbstverwaltung) “dentro de los límites de las Leyes”,
constituyendo la primera garantía institucional generalmente aceptada por la doctrina. Véase Schmitt, Carl (1928): Verfas-
sunglehre (München: Duncker Humblot) [Versión en español Teoría de la Constitución. Madrid: Revista de Derecho Privado,
1934, traducción de Francisco Ayala]; Grundrechte und Grudpflichten y Freiheitsrechte und institutionelle Garantien de 1931,
actualmente contenidos en Verfassungsrechtliche Aufsätze aus den Jahren 1924-1954. Materialien zu einer Verfassungslehre.
Berlín: Duncker & Humblot, 1958. En el Derecho español destacan las obras de Baño León, José María (1988): “La distinción
entre derecho fundamental y garantía institucional en la Constitución Española”. Revista Española de Derecho Constitucional,
Nº 24, septiembre-diciembre, 1988, pp. 155-179; Parejo Alfonso, Luciano (1981): Garantía institucional y autonomía locales
(Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local).
24 Ley Nº 18.556 (D.O. 01.10.1986). Su artículo 87 dispone:“Créase el Servicio Electoral, organismo autónomo, con personalidad
jurídica y patrimonio propio, cuyo objeto será cumplir con las funciones que le señale la ley y que se relacionará con el Presi-
dente de la República a través del Ministerio del Interior. Su domicilio será la capital de la República”.
25 D.F.L. Nº 1, de 28 de julio de 1993, del Ministerio de Hacienda (D.O. 7.08.1993). El artículo 1º dispone que “el Consejo de
Defensa del Estado es un servicio público descentralizado, dotado de personalidad jurídica, bajo la supervigilancia directa del
Presidente de la República e independiente de los diversos Ministerios”.
26 Ley Nº 20.285 (D.O. 20.08.2008). El artículo 31 dispone: “Créase el Consejo para la Transparencia, como una corporación
autónoma de derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio propio”.
27 Ley Nº 20.405 (D.O. 10.12.2009). El artículo 1º establece: “Créase el Instituto Nacional de Derechos Humanos, en adelante
también ‘el Instituto’, como una corporación autónoma de derecho público, con personalidad jurídica y patrimonio propio”.
autonomía (intensidad variable), incluso llegando a aquellos que han sido reconocidos
constitucionalmente. Además, y como bien lo señala Rolando Pantoja, se puede sostener
que son servicios autónomos para la Constitución “los órganos y organismos que pre-
sentan especiales caracteres de independencia frente a los que encarnan los tradicionales
poderes del Estado, hallándose sometidos sólo a la Constitución Política de la República y
a la ley que conforme a ella regula su organización, funcionamiento y atribuciones, y que
por sus características difieren de los servicios autónomos creados por el legislador, que,
sin perjuicio de lo expresado anteriormente, son generalmente reconocidos como servicios
descentralizados”28.
d) Por último, siendo de especial interés la forma que asumen las autonomías constituciona-
les, debemos señalar que en su configuración se debe atender a diversos elementos que
permitan cuantificar el grado o intensidad en que ha sido otorgada. De esta forma, el mero
hecho de indicar que un órgano es autónomo no conlleva necesariamente a una suerte de
asimilación a un modelo predeterminado29. En este caso, deben existir ciertos rasgos o ele-
mentos que permitan identificar dicha autonomía en la regulación legal, so pena que estas
disposiciones puedan ser contrarias a la Constitución.
Dentro de los pocos trabajos que existen sobre la materia, Pedro Pierry nos aporta algunos
criterios y categorías para poder establecer los niveles de autonomía en los servicios descentra-
lizados30. Para tal efecto, este autor analiza la mayor o menor autonomía desde la perspectiva
de la designación y remoción de sus autoridades, mayor o menor control de tutela y, por último,
el financiamiento independiente31. Además, se debe tener presente que a la cabeza de estos
organismos existe una autoridad en cuyo nombramiento interviene el Presidente de la Repúbli-
ca, ya sea de forma discrecional o con la aprobación de otro órgano (v. gr., Senado), más aún,
en algunos casos estas autoridades son de exclusiva confianza del Presidente, mientras que en
otras su remoción está condicionada al cumplimiento de determinados requisitos. Por lo tanto,
los criterios para determinar la autonomía de estos servicios giran en torno a la dependencia
que tiene la autoridad con el poder central32, permitiendo distinguir entre:
iii. Autoridades unipersonales designadas por el Presidente de la República, pero que no puede
remover a voluntad, como ocurre con el Fiscal Nacional Económico.
Al interior de cada grupo se distinguen en relación con el control de tutela. Así hay algunos
servicios en donde no existe o es muy poco el control de tutela establecido en las leyes y otros
que cuentan con un sistema de control de tutela por parte de la autoridad central. Dentro del
primer grupo tendrán mayor autonomía los servicios con muy poco o ningún control de tutela
en cambio, los del segundo grupo ostentarán mayor autonomía si disponen de un sistema de
control de tutela, porque de lo contrario el gobierno utilizará la subordinación que implica la
exclusiva confianza al no disponer de otros medios de control.
Por otra parte, la autonomía se incrementa en la medida que los servicios cuenten con una
forma propia de financiamiento, diversa a la contemplada por la Ley de Presupuesto, en la me-
dida que tal financiamiento contribuya realmente al funcionamiento del servicio. No obstante,
este financiamiento debe ir aparejado de la posibilidad de disponer de los ingresos para que
cobre importancia.
En definitiva, siguiendo la clasificación del autor español García Trevijanos Fos33, la descen-
tralización puede ser ficta o simbólica, media o plena. Integran la última categoría los órganos
que el Constituyente crea como autónomos, así como los órganos cuya autoridad no depende
del poder central y no están sujetos a ninguno o es muy poco el control de tutela. La descentra-
lización media corresponde a los órganos cuya autoridad depende o no del poder central pero
sujeto al control de tutela establecido por la ley. Finalmente, la descentralización ficta alude a
los órganos en que nada se dice o muy poco sobre el control de tutela, pero está dirigido por
autoridades de confianza del Presidente de la República.
Por su parte, los aspectos presupuestarios no inciden en la clasificación anterior, pero sí son
determinantes para establecer un mayor o menor grado de autonomía.
Por lo tanto, y por regla general, los servicios públicos se encuentran sujetos a las políticas,
planes y programas que fijen los ministerios, pues en esta materia sólo les corresponde una
función de ejecución. Esta regla, sin embargo, tiene un par de excepciones:
33 García Trevijano Fos, José Antonio (1974): Tratado de Derecho Administrativo (3ª ed. Madrid: Editorial Revista de Derecho
Privado), t. I, vol. 1, p. 452.
34 Artículo 22.
35 Inciso 3º del artículo 22 LBGAE.
Por lo tanto, los ministerios pueden determinar el marco de actuación de los servicios públi-
cos a partir de las políticas, planes, programas y normas que fijan, pues a éstos les corresponden
llevar adelante una función de ejecución de las mismas, lo cual puede afectar seriamente su
autonomía en el caso que se les haya reconocido. Sin embargo, sobre este punto debemos hacer
necesariamente algunas precisiones.
Tal como lo hemos indicado, las políticas que fijan los ministerios pueden tomar diversas
formas. De hecho, ha ocurrido que éstas se han adoptado bajo la forma de directivas presiden-
ciales, programas ministeriales, circulares, instrucciones o instrutivos. En términos generales y
atendiendo a su naturaleza jurídica, este conjunto de actos se pueden reducir a dos categorías
de instrumentos: normas reglamentarias o circulares42. En el caso que estas políticas se en-
cuentren en normas de naturaleza reglamentaria, éstas son obligatorias para todos los órganos
y servicios públicos, ya sean centralizados o descentralizados, pues se trata de disposiciones
que forman parte del sistema de fuentes al cual se debe someter todo órgano administrativo
(artículo 6º Const.). En cambio, en el caso de las circulares o instructivos, éstos sólo resultan
vinculantes para la Administración central, salvo que por ley expresa se establezca su carácter
vinculante en relación con entidades descentralizadas, pues en tal caso nos encontramos ante
una facultad de tutela o supervigilancia que sólo la ley puede atribuir43.
La distinción no deja de tener importancia respecto de la autonomía. En efecto, en el caso
de encontrarnos ante normas reglamentarias, éstas son plenamente aplicables a los órganos
autonómos, pues dichas disposiciones forman parte del marco normativo que limita su actua-
ción44. En cambio, en el caso de las circulares e instrucciones, nos encontramos frente a normas
que se dictan respecto de órganos dependientes, en donde el componente de la jerarquía es
capital. Así las cosas, resulta dificil de sostener la autonomía de una entidad descentralizada
cuando se encuentra sujeta a este tipo de control de tutela.
Un caso interesente se plantea en relación a las facultades que se entregan al Ministerio
de Justicia para velar por la prestación de asistencia jurídica gratuita en conformidad a la ley45.
En concordancia con lo anterior, a esta Secretaría de Estado le compete aprobar las normas
e instrucciones generales a que deberán atenerse las instituciones que realicen acciones de
asistencia jurídica gratuita46. Así, la Contraloría General de la República ha señalado que a
estas normas se encuentran sujetas incluso las entidades de carácter autónomo, como sucede
con las Corporaciones de Asistencia Judicial, cuya finalidad es asesorar en el ámbito jurídico y
judicial, en forma gratuita, a personas de escasos recursos, de acuerdo con lo previsto en las
Leyes N°s. 17.995 y 18.63247. En nuestra opinión, este dictamen resulta bastante discutible,
pues estas Corporaciones son entidades descentralizadas y autónomas por mandato legal, y no
resulta admisible que por la vía de un reglamento se le imponga el sometimiento a las normas
e instrucciones de carácter general que emanan del Ministerio.
Ahora bien, en esta materia no debemos olvidar que el proceso de toma de decisiones polí-
ticas desde el punto de vista normativo es más complejo. En efecto, no sólo se limita al espacio
de discrecionalidad que la ley le entrega a los órganos gubernamentales para fijarlas, sino que
43 La Contraloría ha reconocido que las políticas y normas dictadas bajo esta forma son vinculantes para los órganos dependien-
tes. Así ha señalado que corresponde al Ministro de Salud fijar las políticas, planes y programas, así como dictar las normas
generales sobre materias técnicas, administrativas y financieras a las que deberán ceñirse los organismos y entidades del Sis-
tema Nacional de Servicios de Salud, para ejecutar actividades de prevención, promoción, fomento, protección y recuperación
de la salud y de rehabilitación de las personas enfermas. Por su parte, el Subsecretario de Salud Pública, en el ejercicio de sus
atribuciones, debe respetar no sólo el marco legal o reglamentario que regule las materias de salud que son de su competen-
cia, sino que, además, las instrucciones y las normas generales vigentes que haya podido dictar el Ministro. Véase Dictamen
Nº 32.921, de 2005.
44 Esto es lo que ha sucedido con el Consejo para la Transparencia, a propósito del reglamento dictado por el gobierno pocos días
antes de la entrada en vigencia plena de la Ley Nº 20.285, de Acceso a la Información Pública, siendo plenamente vinculante
para dicha entidad. Véase el Decreto Supremo Nº 13, publicado el 13 de abril de 2009.
45 Letra j) del artículo 2° del Decreto Ley N° 3.346, de 1980, que Fija la Ley Orgánica del Ministerio de Justicia.
46 Letra g) del artículo 4°, del Decreto N° 1.597, de 1980, del Ministerio de Justicia, Reglamento Orgánico de dicha Secretaría de
Estado.
47 Dictamen Nº 15.573, de 2012.
supone que la propia ley e incluso la Constitución ya han adoptado una decisión política sobre
la materia. En el caso particular, la decisión política ha sido el reconocimiento como derecho
constitucional de la defensa jurídica y, a su vez, como un deber del Estado garantizar la presta-
ción de dicho servicio público, tal como se indica en el artículo 19 Nº 3 de la Carta fundamental.
Por lo tanto, las facultades del Ministerio y las normas que han creado los diversos sistemas
de defensa jurídica se deben enmarcar dentro de dicha determinación política. A su vez, el Mi-
nisterio, en el marco de las normas legales a las cuales se encuentra sometido, podrá tener un
margen de discrecionalidad para determinar la forma de ejecutar esta política pública, ya sea
en los programas que se van a implementar, la asignación de los recursos, etc., pero en ningún
momento puede desconocer el deber que le corresponde al Estado sobre la materia ni menos
aún ir en contra de lo establecido por la Carta Fundamental. Así, por lo demás, lo ha sostenido
la Contraloría General de la República, al señalar que las instrucciones dictadas por los Minis-
terios que fijan directrices y tareas que se asignan a diversas entidades se deben ajustar a las
normas vigentes y que, en el evento de surgir disconformidad, prevalecerán las normas legales
y reglamentarias que les sirven de fundamento48.
Por lo tanto, las políticas adoptadas por el Ministerio se deben establecer bajo normas
administrativas, ya sean instrucciones o reglamentos, conforme y dentro de los márgenes que
determine la ley. A su vez, la única manera de que estas normas vinculen a órganos descen-
tralizados es que la ley expresamente lo disponga, como ocurre en materias de salud, pues en
caso contrario nos encontraremos ante la ausencia de competencia y de atribuciones sobre la
materia. Sin embargo, en el caso de las entidades autónomas constitucionalmente, esta posibli-
dad se encuentra seriamente limitada, porque si bien estos órganos están sujetos al bloque de
legalidad, esto no abarca ni comprende a las normas dictadas bajo la forma de instrucción.
51 Dictamen Nº 9.072, de 26 de febrero de 2007. En el mismo sentido se puede ver los Dictámenes Nºs. 18.646, de 29 de julio de
1992; 16.818, de 6 de julio de 1993; 22.089, de 3 de diciembre de 1993; 35.008, de 27 de octubre de 1997; 13.389, de 10 de
abril de 2002; 17.634, de 13 de abril de 2005.
52 Dictamen Nº 35.008, de 27 de octubre de 1997.
53 Dictamen Nº 27.951, de 19 de octubre de 1993.
54 Dictamen Nº 28.091, de 13 de noviembre de 1992.
C ON CLUS IONE S
Conforme a lo expuesto a lo largo de este trabajo, es posible llegar a las siguientes conclu-
siones:
a) El concepto de autonomía administrativa no se identifica con descentralización. Es per-
fectamente posible que existan entidades autónomas centralizadas (v. gr., Contraloría) y
entidades descentralizadas que no son autónomas (v. gr., Servicio Nacional de Aduana).
b) La autonomía se puede otorgar a nivel constitucional (por ejemplo, Banco Central, Contra-
loría, Ministerio Público, Municipalidades, Consejo Nacional de Televisión) o a nivel legal
(por ejemplo, Consejo para la Transparencia, Servicio Electoral). Esto permite distinguir en-
tre autonomía constitucional y legal.
c) La autonomía constitucional no se distingue mayormente respecto de la autonomía legal.
La diferencia más importante está en que los órganos que gozan de autonomía legal se
encuentran sujetos a la voluntad del legislador en su configuración, la cual bien puede cam-
55 Dictamen Nº 28.925, de 20 de junio de 2006. En el mismo sentido, Dictamen Nº 28.925, de 20 de junio de 2006.
56 Dictamen Nº 13.361, de 7 de marzo de 2012. Además de los dictámenes indicados en la cita, se puede ver en el mismo sentido
el Dictamen Nº 57.217, de 6 de diciembre de 2005.
biar o desaparecer. Esto no ocurre con la autonomía constitucional, ya que estas entidades
gozan de una garantía institucional cuyo núcleo o contenido esencial debe ser respetado
por el legislador.
d) Las políticas adoptadas por los ministerios se deben establecer bajo normas administrati-
vas, ya sean instrucciones o reglamentos, conforme y dentro de los márgenes que determine
la ley. A su vez, la única manera de que estas normas vinculen a órganos descentralizados
es que la ley expresamente lo disponga, pues en caso contrario nos encontraremos ante
la ausencia de competencia y de atribuciones sobre la materia. Sin embargo, en el caso de
las entidades autónomas constitucionalmente, esta posibilidad se encuentra seriamente
limitada, porque si bien estos órganos están sujetos al bloque de legalidad, esto no abarca
ni comprende a las normas dictadas bajo la forma de instrucción.
f) Por último, también es claro que la autonomía no significa autoarquía, pues toda entidad
que forma parte de la Administración del Estado se debe someter a las normas legales que
la rigen, sin que se pueda sustraer de su cumplimiento, incluyendo las facultades fiscaliza-
doras de Contraloría.
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