1 Al 20 Los Hijos Del Jefe

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Los hijos

del jefe

Capítulo 1 El hombre de aquella


noche
Cuando Olivia Miranda recuperó la conciencia, era la
mañana siguiente. Caminaba aturdida por la calle principal y
una única y abrasadora lágrima rodó de manera inesperada
por su rostro.

El día anterior había sido su cumpleaños. En principio, iba a


quedar con su prometido, Hugo Gómez, para una cita. Sin
embargo, de manera inesperada se topó con él mientras la
engañaba con su hermanastra.

En ese momento, lo único que le pasó por la cabeza fue no


montar una escena y cuestionarlos con la única pizca de
dignidad que le quedaba. Decidió, en cambio, darles a
probar su propia medicina: ojo por ojo, diente por diente.

«Me voy a vengar. Voy a hacer que lo paguen caro».

Al principio, pensó que todo había terminado con eso. Sin


embargo, ¡dos meses después se había dado cuenta de que
estaba embarazada! Olivia sintió frío en todo el cuerpo
mientras miraba a su hermanastra de pie frente a ella. Al
mismo tiempo, la expresión burlona de esta le apuñaló el
corazón de manera dolorosa.

Ana Miranda fingió estar sorprendida.

—Olivia, ¿no estabas todavía saliendo con Hugo hace dos


meses? ¿Cómo pudiste hacerle algo así?

Olivia miró fijo a Ana y se burló:

—¿No te da vergüenza lo que hiciste? Además, ¡lo que pase


entre Hugo y yo no es asunto tuyo! —En aquel momento, solo
había dicho que quería romper y no había dicho nada sobre
su asqueroso engaño para preservar su dignidad. Sin
embargo, no esperaba que Ana actuara con tanta
desvergüenza.

«¿Cómo se atreve a mencionar los acontecimientos de aquel


momento?».

Un destello de culpabilidad cruzó los ojos de Ana. No


esperaba que Olivia sacara a relucir en ese momento la
verdad delante de su padre. Así que la señaló y levantó la voz:

—¡No digas tonterías! Ese día te quedaste fuera toda la noche.


Luego, rompiste con Hugo al día siguiente. La única razón por
la que acepté ocupar tu lugar y convertirme en la prometida
de Hugo fue por el bien de una unión exitosa entre nuestras
familias. Aunque no entiendas mi dolor, ¡no deberías
agraviarme diciendo tales palabras! —Mientras hablaba, sus
lágrimas caían libremente por su rostro.

La madrastra de Olivia, Amanda Dávila, había estado sentada


a su lado. En ese momento, abrazó a Ana y le dijo con
disgusto:

—¡Olivia, no deberías hablar sin pruebas! Puede que no te


importe tu propia reputación, pero tu hermana aún es joven.
¿Cómo va a mantener la cabeza alta en la sociedad si
arruinas su reputación?

Olivia estaba tan enfadada que soltó una carcajada:

—Yo misma los vi a los dos juntos; ¿necesito obtener las


imágenes de vigilancia para ti?

¡Paf!

Tan pronto como las palabras salieron de su boca, sintió una


bofetada que la golpeó con violencia. Le dejó la mitad del
rostro entumecido por la fuerza. Agarrándose la mejilla, miró
con incredulidad al hombre que la había golpeado.

—Papá, ¿por qué me ha pegado?

—¡Tu hermana ha sacrificado tanto por esta familia! Por otro


lado, ¡mírate! ¿Cómo te atreves a avergonzarla? Me has
avergonzado tanto. ¡Ya no puedo ni levantar la cabeza! Te lo
advierto, Olivia Miranda. Ve al hospital ahora, ¡o serás
repudiada por la Familia Miranda!

La respiración de Olivia se entrecortó y sintió que una ola de


lágrimas amenazaba con caer. Aun así, su voz tenía una
extraña firmeza:

—¡No iré al hospital a abortar!

—¡Entonces vete de aquí! ¡A partir de hoy, ya no eres mi hija!


—gritó Enrique Miranda furioso mientras señalaba en dirección
a la puerta.

Olivia miró a Enrique y luego miró a la pareja de madre e hija,


que estaban sentadas en el sofá y se regodeaban en su
angustia. Después, se giró con frialdad y se alejó con decisión.

Se escuchó un suspiro.

—Papá, no puede querer echar a Olivia de verdad... ¡Olivia,


espera! ¡No te vayas! —Ana puso de repente una expresión de
ansiedad y la persiguió.
En medio del patio, solo estaban ellas dos. Por eso, Ana dejó
de fingir y cacareó encantada:

—¿La pasaste bien esa noche, Olivia?

Olivia se detuvo un momento y entrecerró los ojos.

—¿Planeaste que esa persona estuviera allí?

Como respuesta, Ana soltó una carcajada.

—Me tomé muchas molestias para que te divirtieras. ¡Me gasté


más de diez mil en eso! Fue ese mendigo que vivía bajo el
paso elevado. Lo conoces, ¿verdad? Se alegró mucho al
enterarse de mi sorpresa para ti. ¿Cómo fue, Olivia?

Al oír esas palabras, Olivia cerró las manos en apretados puños


y su rabia hizo que se le subiera la sangre a la cabeza. No
quiso contenerse más, por lo que extendió la mano y la
abofeteó en el rostro.

—¡Ah! —Ana no se imaginaba que Olivia fuera a arremeter de


manera tan repentina. Por lo tanto, la tomó desprevenida por
completo. Después de recibir dos bofetadas seguidas, cayó al
suelo por el impacto. Sin embargo, no fue suficiente para que
Olivia descargara todo su odio hacia ella. Por eso, ¡la agarró
por el cabello y la levantó del suelo!

—¡Ana, soy tu hermana! No solo me arrebataste a mi novio,


sino que además utilizaste métodos muy turbios conmigo.
¡Hasta dónde llega tu poca vergüenza!

Por desgracia, sintió que alguien la tiraba con fuerza desde


atrás cuando estaba golpeando a Ana, lo que provocó que
perdiera el equilibrio y ¡cayera de espaldas! Justo antes de
caer al suelo, se cubrió de manera inconsciente su vientre
para protegerlo.

Enrique rugió furioso:

—¡¿Qué estás haciendo?!


Ana se lanzó de inmediato a los brazos de él, mientras lloraba
de forma desconsolada.

—Papá, solo quería darle un consejo a Olivia. ¡No solo no


apreció mis esfuerzos, sino que además me acusó de
arrebatarle a Hugo! Es más, ¡también nos acusó a mí y a
mamá de apartarlo a usted de ella y de apoderarnos de la
Familia Miranda! Nos mandó a mí y a mamá a la m*erda.

Por lo que Enrique le dio unas ligeras palmaditas en la espalda


a Ana mientras la consolaba.

—Eres mi hija y me casé oficial y legalmente con tu madre. No


dejaré que nadie te aleje.

Olivia curvó los labios con sorna. Luego, se levantó con


dificultad y caminó con lentitud hacia la puerta mientras se
sujetaba el vientre.

«Ya no queda nada en esta familia para mí».


Capítulo 2 No puedo creer que sea
una ladrona
Siete años después, en el aeropuerto.

—¡Olivia, por aquí! —saludó Nataniel Balmaceda con alegría a


la mujer que salía del aeropuerto.

La mujer era alta y esbelta; llevaba unas gafas de sol de gran


tamaño sobre su rostro blanco y de aspecto delicado y su
barbilla un poco elevada resaltaba su cuello largo y delgado.
En su mano, una maleta de color marrón claro se deslizaba
con suavidad por el suelo y un lindo niño estaba sentado
encima.

El pequeño no parecía tener más de seis o siete años. Llevaba


una chaqueta del mismo estilo que Olivia y estaba sentado
encima de la maleta de forma muy educada y con un aire
muy simpático.

Nataniel se acercó a ellos y los saludó, luego tomó el equipaje


de las manos de Olivia y dijo en broma:

—¡Por fin ha llegado, Doctora Bermúdez! ¡Me ha hecho


esperar tanto tiempo! Ha sido muy doloroso.

Olivia entregó su equipaje al hombre que tenía delante,


mirándolo de reojo.

—¡Señor Balmaceda, yo no lo he hecho esperar!

—Nataniel, creo que es mejor que no te metas con Mami —


dijo Néstor Miranda, el niño sentado sobre la maleta.

—Mocoso, debes dirigirte a mí como «Tío Nataniel»,


¿entiendes?

—No, me quedo con Nataniel.


Olivia miró a los dos, que se peleaban a diario, con una
expresión de indiferencia y dijo:

—Espérenme aquí. Voy al baño.

Después de decir eso, dio la vuelta y se apresuró en dirección


al tocador.

Solo había dado varios pasos cuando, de repente, vio a un


hombre con una gorra de béisbol que seguía de forma sigilosa
y sospechosa a una joven. Entonces, el hombre metió la mano
en el bolsillo del abrigo de la chica mientras esta no le
prestaba atención y se embolsó un flamante teléfono sin dejar
rastro. Sus acciones eran suaves y seguras: estaba
acostumbrado a robar carteras.

Al ver eso, las comisuras de la boca de Olivia se levantaron en


un suave arco.

«¿Robar a plena luz del día? De acuerdo, ya que estoy libre,


hoy haré una pequeña buena acción».

Así, bajó la cabeza y corrió hacia el hombre con toda


intención. Incluso fingió tambalearse hacia atrás debido al
impacto.

—¡Oh, Dios! Lo siento. ¡Lo siento! No quería chocar con usted.

El hombre frunció un poco el ceño. Parecía despiadado y


estaba a punto de perder los nervios. Sin embargo, al ver su
bonito rostro, su expresión cambió por completo y dijo
sonriendo:

—No es para tanto. Señorita, ¿está usted bien?

Ella negó con la cabeza de forma encantadora.

—Estoy bien. Siento haber chocado con usted.

Cuando los dos se separaron, el teléfono ya estaba en manos


de Olivia. Después de eso, ella volvió a mirar al chico,
levantando las cejas mientras sonreía.
Por casualidad, esta escena fue presenciada por Eugenio
Navarro, que acababa de bajar del avión. El hombre tenía un
cuerpo esbelto y un rostro frío y apuesto. Además, todo su
cuerpo desprendía una sensación de dignidad que no tenía
comparación.

Al presenciar la escena, frunció el ceño.

«No puedo creer que una mujer tan hermosa resulte ser una
ladrona».

Se sintió un poco decepcionado, pero no pensaba interferir en


el asunto. En ese momento, su asistente, Carlos Guerra, le quitó
el equipaje de las manos.

—Director Navarro, ¿ha conseguido encontrar a ese genio de


la medicina?

Eugenio se frotó las sienes con cansancio.

—Llegamos un poco tarde. He oído que el doctor ha vuelto


hoy a Criecia. Por favor, que alguien lo investigue rápido.

Carlos bajó la cabeza de forma apresurada.

—Lo siento, Director Navarro. Parece que hay un individuo de


alto nivel que ha estado ayudando al doctor genio a ocultar
su identidad. Aparte de averiguar que el nombre del doctor
genio es S. Bermúdez, ni siquiera hemos podido averiguar si es
un hombre o una mujer.

Eugenio se impacientó.

—Ya basta. Vayan a la comunidad de hackers y busquen a


Guille Ramos. Tienes que localizar al doctor genio para mí. El
estado del abuelo no puede permitirse más retrasos.

Tras decir eso, se dio la vuelta y salió del aeropuerto.

En ese momento, Olivia salió del baño seguida por la chica,


que había perdido su teléfono durante el incidente de hacía
un momento.
—¡Muchas gracias!

—No es nada. Agarra tu teléfono con cuidado y no lo vuelvas


a perder.

Al mismo tiempo, Nataniel interrogaba al niño sentado en el


equipaje:

—¿Qué planes tienen para mañana? ¿Va a ir tu madre a


atender a mi bisabuelo mañana?

Néstor negó con la cabeza.

—No. Mami va a una entrevista mañana.

—¿Una entrevista? ¿Dónde?

—Al Grupo Navarro.

Nataniel se quedó tan sorprendido que se tambaleó.

—¿El Grupo Navarro? ¿Por qué allí?

—¡Obviamente para buscar un trabajo!

—¿Tu madre necesita siquiera buscar un trabajo?

«Al famoso doctor genio S. Bermúdez, ¿no le será fácil


encontrar un trabajo en cualquier parte?».

—Se lo pedí yo. —El niño tenía una mirada de anhelo en su


rostro—. He oído que el Grupo Navarro es uno de los mayores
conglomerados de Criecia y que sus filiales están repartidas
por todo el mundo. Solo una empresa así puede estar a la
altura de mi Mami.

—¡No! —Nataniel se apresuró a interrumpirle. Luego, bajó la


voz y dijo—: ¡He oído que Eugenio Navarro, el director del
Grupo Navarro, es tan cruel como un demonio! Si se convierte
en el jefe de tu mamá, ¿no sufrirá tu mamá todos los días?
—¿Crees que Mami es una persona débil? —Néstor miró a
Nataniel—. Tú, en cambio... pareces tenerle mucho miedo,
¿verdad?

—¡Por supuesto! ¿Cómo no voy a tener miedo? —Solo con


pensar en los métodos de Eugenio, Nataniel se estremeció de
miedo.

Entonces, Néstor entrecerró los ojos.

—Nataniel, ¿me estás ocultando algo?

—¿No…?

—¿Quieres que lo investigue yo mismo? —El pequeño sonrió,


pero sus palabras eran amenazantes.

—Mocoso apestoso, ¿cómo te atreves a amenazarme...? —


Nataniel lo miró con resentimiento. Sin embargo, por
desgracia, cedió—. De acuerdo, de acuerdo; ¡sé que no hay
nada que pueda ocultar de las habilidades de hackeo de
Guille Ramos! ¡Estoy aterrorizado por ti! Para ser sincero, el
director del Grupo Navarro es mi tío. Pero, tienes que
mantenerlo en secreto. Nunca debes revelarle que he vuelto
al país. De lo contrario, podría enviarme a África.

Néstor pareció darse cuenta de algo, mientras asentía con la


cabeza y murmuraba para sí mismo:

—Oh, así que eres su sobrino. Eso sí que se me escapó.

—¿Qué has dicho?

Mirándolo, Néstor respondió:

—No es nada. Te he preguntado si le hiciste algo terrible a tu


tío, tanto que ya no te atreves a volver a este país.
Capítulo 3 Falta de carácter moral
Nataniel se apresuró a decir:

—¡No he hecho nada! Fue un accidente. Basta, basta. No es


algo que pueda contarle a un mocoso como tú.

Mientras hablaban, Olivia regresó.

Entonces, Néstor le dijo con una sonrisa:

—Mami, tienes que ser puntual cuando asistas a la entrevista


en el Grupo Navarro mañana, ¿de acuerdo?

Ella lo miró con frialdad.

—¡Lo haré, mocoso!

Haciendo pucheros, pensó Néstor: «¿Acaso crees que me ha


resultado fácil conseguir que vayas al Grupo Navarro, Mami?».

Durante el trayecto, Olivia se quedó mirando los altos edificios


que había fuera de la ventanilla del auto y se sintió bastante
emocionada.

—Olivia, han pasado siete años desde la última vez que


estuviste aquí, ¿verdad? —preguntó Nataniel.

—Sí, han pasado siete años.

«Si no hubiera sido por las circunstancias que me obligaron en


ese entonces, ¿quién hubiera estado dispuesto a dejar su país
durante siete años?».

En ese momento, un edificio familiar pasó de repente por


delante de sus ojos: era la Empresa Miranda.

Entonces, los acontecimientos del pasado revolotearon por su


mente, uno por uno.
—¿Olivia? ¿Cuándo irás a atender a mi bisabuelo? Yo también
necesito hacer algunos arreglos. —Él arrastró sus pensamientos
de vuelta al presente.

Después de meditarlo, respondió:

—Mañana es viernes y tengo que asistir a una entrevista.


Puedes organizarlo para el sábado o el domingo.

—No hay problema. Gracias, Olivia. Gracias por volar


especialmente por mi bisabuelo.

Sacudió la cabeza.

—No es gran cosa. No es que haya vuelto por tu bisabuelo en


específico. Solo pensé que ya era hora de regresar a casa.

Después, conversaron en el auto de forma animada. El viaje


duró más de una hora antes de llegar a La Gran Mansión, la
residencia que Nataniel había preparado para ellos.

—Los dos vivirán aquí por el momento. Cuando se abra una


unidad en nuestro distrito comunitario, los trasladaré.

—De acuerdo —respondió Olivia.

...

Al día siguiente, Olivia se levantó temprano, se maquilló para


realzar su belleza y se despidió del pequeño con un beso.

—Néstor, ahora me voy a la entrevista. Pórtate bien en casa,


¿de acuerdo? Además, he contactado con tu madrina.
Vendrá pronto para hacerte compañía.

Néstor asintió con obediencia.

—Hazlo lo mejor que puedas, mami.

Con una mirada ambiciosa, ella le aseguró:


—Sí. Solo tienes que esperar, Néstor. Voy a ganar mucho
dinero y a poder mantenerte.

Media hora después, levantó la cabeza para mirar el


emblemático edificio que se alzaba hacia el cielo y suspiró
asombrada.

«Como se esperaba del Grupo Navarro, ¡es magnífico!».

Al entrar en el edificio, explicó a la recepcionista el motivo de


su llegada. Por eso, la mujer invitó de inmediato a Carlos a
acercarse.

—Señor Guerra, esta es la Señorita Miranda. Ha solicitado el


puesto de diseñadora de moda y está aquí para una
entrevista.

El puesto de diseñador de moda era un poco especial. Por esa


razón, el director solía realizar la entrevista él mismo.

—Tomo nota —respondió Carlos. Al levantar la cabeza, se le


cortó la respiración en la garganta y se quedó congelado en
su sitio cuando pudo ver bien el rostro de Olivia.

«¡Esta mujer! ¿No es la ladrona que el Director Navarro conoció


ayer en el aeropuerto? ¿Por qué está aquí?».

—Señorita Miranda, por favor tome asiento por el momento.


Enseguida vuelvo. —Se apresuró a decir Carlos a Olivia antes
de entrar corriendo en el despacho del director—. ¡Director
Navarro! ¿Recuerda la ladrona que vimos ayer en el
aeropuerto? ¡Resultó ser una diseñadora que ha solicitado un
puesto de trabajo en nuestra empresa!

—¿Humm? —Eugenio levantó los ojos con lentitud—. ¿Estás


seguro de que es ella?

Carlos asintió.

—Absolutamente.
Como respuesta, Eugenio entrecerró los ojos y lanzó el
bolígrafo que tenía en la mano sobre la mesa.

—Tráela aquí.

—Sí, señor.

Al cabo de un rato, sonó otro golpe en la puerta del


despacho del director y este escupió con maldad una sola
palabra:

—Entre.

Por lo tanto, Olivia siguió a Carlos al despacho.

La oficina era muy grande, al menos varios cientos de metros


cuadrados, y con buena iluminación natural. Aun así, lo
primero que le llamó la atención al entrar en la sala fue el
hombre que estaba sentado detrás de la mesa del despacho
como un rey. En ese momento, él la miraba atentamente con
un par de ojos profundos y lo rodeaba un aura digna y
dominante.

Por lo tanto, ella se sorprendió por un momento.

—Señorita Miranda, este es el director de nuestra empresa, el


Director Navarro.

Volviendo a sus cabales, lo saludó de inmediato:

—Encantada de conocerlo, Director Navarro. He venido a


entrevistarme para el puesto de diseñadora de moda.

No era una mujer que se dejara deslumbrar con facilidad por


las miradas, ya que había muchos otros chicos atractivos a su
alrededor. Sin embargo, ninguno de ellos había hecho correr
por sus venas una sacudida de electricidad como lo hizo él.
No solo eso, sino que además le producía una inexplicable
sensación de familiaridad.

Eugenio se recostó en su silla con pereza.


«Para ser sincero, esta mujer es muy hermosa. ¡Qué pena que
no sea más que una cleptómana!».

Mirándola con sus profundos ojos, se burló:

—Señorita Miranda, el Grupo Navarro valora mucho el


carácter moral de sus empleados. ¿Cree que su carácter
moral sería aceptado aquí?

Su tono era provocador, inclinándose fuertemente hacia una


actitud burlona mezclada con algunas bromas ligeras. Sin
embargo, los insultos apenas velados detrás de sus palabras
hicieron que la expresión de Olivia se oscureciera de
inmediato.

—Director Navarro, ¿qué quiere decir con eso?

Eugenio la miró y articuló sus palabras con lentitud, una por


una:

—Esta empresa no necesita un empleado con poca moral,


como tú.

Después de decir eso, lanzó una mirada a Carlos.

De inmediato Carlos respondió, acercándose y haciendo un


gesto hacia la puerta con una floritura.

Olivia estaba disgustada por su actitud. Conocía razones


como tener un mal currículo, estar poco cualificada o estar
demasiado nerviosa en las entrevistas, pero nunca había visto
a una persona que le dijera que no necesitaba un empleado
con un carácter moral como el suyo sin siquiera preguntar
nada.

«¿Qué tiene de malo mi carácter moral?».

Así, miró a Eugenio y frunció el ceño con fiereza. Después de


perder toda la mañana, no podía reprimir su ira.

—Si no me necesita, puede decírmelo de forma directa. ¿Por


qué ha tenido que atacar mi carácter? ¿Cree que a alguien
le importa una empresa como la suya? ¿Cree que no hay
otras empresas además de la suya? —Tras decir esto, se dio la
vuelta para marcharse.

Eugenio miró a su espalda y se burló. Después de eso, lanzó


una frase de manera casual.

—¿Crees que alguna otra empresa se atrevería a contratar a


alguien que fue rechazado por el Grupo Navarro?

Olivia se detuvo en seco. Luego, le devolvió la mirada con


unos ojos que podían helar a una persona hasta los huesos.

—No olvide lo que he dicho: aunque me ruegue que trabaje


para usted en el futuro, ¡nunca aceptaría su oferta!
Capítulo 4 El hombre incomprendido
Cuando terminó de hablar, Olivia se dio la vuelta y salió de
inmediato de la oficina. Los ojos de Eugenio vacilaron por un
momento.

«¡Qué mujer tan arrogante! ¿Suplicarle que trabaje para mí? ¡Sí
que está segura de sí misma!».

Sin embargo, esa mirada confiada le recordó a una mujer que


había conocido hacía siete años. Después de pasar la noche
con él, desapareció sin dejar rastro. Incluso ahora, no podía
localizarla. Ahora que lo pensaba, aquella mujer de hacía
siete años era tan valiente como esta.

Con sorna, retiró su mirada y miró hacia Carlos.

—¿Has publicado un anuncio sobre el hecho de que


queremos que Guille Ramos localice a S. Bermúdez, el doctor
genio?

Carlos se apresuró a responder:

―Lo he informado, pero Guille Ramos aún no ha respondido.


Quizás tengamos que esperar un poco más. Por cierto, con
respecto al Fármaco WS, por el que quería que investigara...
Escuché que se subastará en un bar esta noche. ¿Le gustaría
echarle un vistazo?

Eugenio lo pensó bien antes de aceptar:

―Sí, lo haré.

...

Por otro lado, Olivia había salido del Grupo Navarro enfadada.
No dejaba de imaginar cómo lo asesinaría. «¡Ese hombre! ¡Voy
a matarlo!». Tomó un taxi al lado de la carretera y se preparó
para volver a casa. Sin embargo, mientras esperaban en un
semáforo, un hombre se desplomó de repente en el suelo
delante del auto. El chofer se apresuró a desviarse a un lado,
al igual que los transeúntes, que también lo ignoraron al pasar.
Nadie parecía tener intención de socorrerlo.

―Detenga el auto; iré a ver cómo está el hombre.

Dejar morir a alguien no era una posibilidad para una persona


con su tipo de ocupación.

―Señorita, le aconsejo que no se baje del auto. Hoy día, hay


muchas estafas por accidentes de tránsito. Si se topa con una,
le traerá muchos problemas ―le advirtió el chofer con el ceño
fruncido mientras la miraba por el espejo retrovisor.

Olivia analizó la situación y dijo:

―Se desmayó de repente; quizás esté enfermo. Voy a bajarme


para examinarlo.

Al oír eso, el chofer se enojó.

―Entonces, pague lo que me debe. Puede hacer lo que


quiera después. No quiero estar involucrado en este lío.

Ella lo miró sin decir ni una palabra. Entonces, sacó con


decisión un billete de cien y se lo arrojó al chofer. Salió del
auto y se acercó al hombre. Era muy atractivo, pero su tez
estaba más pálida de lo normal y tenía los ojos bien cerrados
mientras yacía inconsciente en el suelo. Olivia le tomó el pulso
y se sorprendió al comprobar que, a pesar de su juventud,
tenía muchos problemas de salud. Sin embargo, esa vez,
simplemente había perdido el conocimiento debido a una
hipoglucemia; solo necesitaba comer algo dulce para
ponerse bien.

Por esa razón, le revisó los bolsillos. Casi siempre, las personas
con un nivel bajo de azúcar en la sangre llevan ahí algunos
dulces o galletas. Sin embargo, por mucho que buscó, no
pudo encontrar nada. Justo cuando estaba a punto de sacar
su teléfono para llamar a una ambulancia, se dio cuenta de
que había desaparecido. «¿Se me habrá caído en el taxi?».
Suspiró. Por fortuna, encontró en ese momento el teléfono del
hombre. Se apresuró a contactar a los servicios de
emergencia. Después, lo utilizó para llamar a su número.
Aunque dio varios timbres, nadie contestó. Entonces, la
llamada se cortó y alguien apagó el teléfono de inmediato. Su
expresión se ensombreció al instante. «Ese chofer... ¿No le
basta con no tener ni un ápice de bondad en sus huesos?
¿Ahora también me roba? ¡Iluso!». Agarró de nuevo el teléfono
y llamó a Néstor.

―Néstor, ¿puedes localizar mi teléfono? Lo dejé por accidente


en un taxi hace un momento.

―Claro, mamá. ¿Cómo te fue en tu entrevista?

Al escuchar su suave voz como de bebé y diablillo, se apresuró


a contestar:

―¡Bien! ―respondió con vaguedad; temía que siguiera


fastidiándola.

En realidad, Olivia había regresado al país esta vez sin ninguna


intención de buscar trabajo. Era perfectamente capaz de
establecer su propio negocio. Sin embargo, por alguna razón,
el diablillo había afirmado que era más estable conseguir un
trabajo en comparación con iniciar su propio negocio e
incluso había elegido esa empresa para que la entrevistara.
«¿Quién se iba a imaginar que conocería a un director tan
loco antes de unirse a la empresa?». Se quejó en secreto para
sus adentros. «¡Supongo que mi hijo no tiene tan buen ojo para
las personas después de todo!».

Luego de encontrar una solución al problema de su teléfono,


llegó la ambulancia. Como se trataba de auxiliar a una
persona, decidió seguir con el asunto hasta el final. Olivia tenía
un corazón bondadoso, así que acompañó al hombre hasta el
hospital, pagó el costo de la cirugía, lo ayudó a ponerse en
contacto con su familia y esperó a que esta llegara al hospital
antes de marcharse.
Carlos entró con su teléfono en la mano al despacho del
director del Grupo Navarro para darle la noticia.

―Director Navarro, vea esto. ¿No se parece el hombre de la


foto al Joven Bruno?

Eugenio tomó el teléfono. En la pantalla aparecía un artículo


recién publicado con el titular «Colapso de los valores morales:
una mujer se aprovecha de un hombre atractivo que se
desmayó en la calle». Debajo, había una imagen clara que
mostraba a un joven inconsciente en el suelo mientras una
mujer lo manoseaba de arriba abajo. Ella parecía nerviosa y,
desde cierto ángulo, sin duda bastante sospechosa.

La expresión de Eugenio se ensombreció y frunció el ceño


mientras miraba su teléfono. «El hombre que yace allí es, en
efecto, mi hermano, mientras que esta mujer... Ja, ja... ¿Acaso
no es la que acaba de venir a la empresa para una entrevista,
pero la rechacé por presentar problemas de carácter? ¿Por
qué hace eso? ¿Ahora está robando el teléfono de mi
hermano?». Le devolvió el teléfono a Carlos e hizo otra
llamada.

―¿Cómo está Bruno?

Escuchó una voz de mujer al otro lado de la línea:

―Está bien. Es solo su enfermedad crónica. Hace un momento


se desmayó al lado de la carretera y lo trajeron en una
ambulancia al hospital. Ahora está bien, así que no tiene por
qué preocuparse.

Al oír esto, dejó escapar un suspiro de alivio.

―Durante los últimos días, he estado buscando a un doctor


genio llamado S. Bermúdez. Una vez que lo localice, le pediré
que también examine a Bruno.

La mujer hizo una pausa por un momento. Luego, se oyó un


suave suspiro a través del teléfono.
―La salud de Bruno siempre ha sido así. Me temo que nadie
podrá hacer que mejore. Ha transcurrido tanto tiempo.
¿Cuántos médicos ha consultado hasta ahora para
examinarlo? Ha trabajado mucho por él durante todos estos
años.

―No es para tanto. Aun así, sigue siendo mi hermano.

Los dos conversaron un rato y luego terminaron la


conversación. Eugenio se sintió muy aliviado al saber que su
hermano se encontraba fuera de peligro. «El teléfono de Bruno
no significa nada; lo importante es su salud».

Carlos sacudió la cabeza con impotencia. «En realidad, el


Director Navarro se preocupa mucho por su hermano, en
especial cuando se trata de su salud. Sin embargo, la mujer de
esta foto lo hizo enfadar en varias ocasiones. Puede que
pronto se vea involucrada en un buen lío».
Capítulo 5 Darle una lección
Olivia regresó a casa. En cuanto entró por la puerta, notó dos
personas sentadas mirando con atención la computadora por
alguna razón.

―Chicos, ¿qué están haciendo?

Katia Torres miró hacia atrás.

―Oh, ¿estás devuelta? ¿Sabes que te has vuelto famosa?


Muchas publicaciones te están criticando por todo el Internet
ahora mismo y Néstor te está ayudando a lidiar con ello.

Katia Torres era la mejor amiga de Olivia y también la única


persona a la que le había contado de su regreso al país en
esa ocasión. Al escuchar sus palabras, Olivia se quedó
desconcertada por completo.

―¿Qué publicaciones? ―Miró la pantalla y vio de inmediato el


artículo sobre el colapso de los valores morales―. ¡Estaba
rescatando a una persona! ¿Por qué afirman que estoy
robando? ¿Alguien robaría algo tan abiertamente a plena luz
del día?

Katia frunció los labios.

―Deberías seguir leyendo. Los que te llaman ladrona están


siendo educados. También hay quien afirma que... ―Estaba a
punto de decir algo más, pero miró al niño que tenía delante,
quien no tenía ni siete años, y se tragó las palabras. Entonces,
se acercó al oído de Olivia y susurró de forma indecente―:
Algunos dicen que estabas violándolo.

Olivia estaba tan enfadada que casi maldice a grandes


voces.

―¡¿Quién fue capaz de sacar mis acciones tan fuera de


contexto?! ¡¿No me vieron rescatando al hombre?! ¿No me
vieron seguir la ambulancia hasta el hospital? ¿No me vieron
pagar los gastos médicos con mi propio dinero? ¿Cómo
pueden pintar de forma tan horrible a una hermosa persona?
―Mientras más se desahogaba, más se enfadaba―. ¡Néstor,
investiga quién demonios ha escrito ese artículo y bloquea su
cuenta! Solo por no haber hojeado el almanaque antes de
salir de casa hoy, parece que he tenido toda la mala suerte
del mundo.

Néstor emitió un sonido evasivo como respuesta; sus pequeñas


manos no dejaban de teclear a gran velocidad. Estaba muy
concentrado y por toda la pantalla aparecían códigos que
cambiaban sin parar. Resultaba confuso mirarla.

En ese momento, Katia dirigió la vista hacia Olivia y le dijo:

―Por cierto, ¿no habías ido a una entrevista? ¿Cómo te fue?

Antes de que se mencionara el tema, Olivia aún tenía sus


emociones bajo control. Sin embargo, en ese momento, ardió
de furia.

―¡No saques el tema! ¡Me enojé tanto!

Katia frunció un poco el ceño.

―¿Qué pasa? El Director del Grupo Navarro, Eugenio Navarro,


es un reconocido empresario en la industria. Se rumorea que
es atractivo, rico y el soltero más codiciado de toda Ciudad
del Sol. Sobre todo, he oído que ha estado buscando a una
mujer...

Olivia agitó las manos y sintió un dolor de cabeza.

―¡Cállate! ¡Ese bast*rdo no es tan grandioso como me


cuentas!

Al escuchar eso, Néstor, que estaba sentado frente a la


computadora, aguzó el oído para enterarse y frunció el ceño
de manera más profunda. Por su parte, Olivia suspiró y
comenzó a contar toda su experiencia durante la entrevista.
Al final del relato, concluyó enfadada:
»¡Alegó que yo tenía una personalidad mediocre e incluso
amenazó de forma severa con acabar con mi carrera! ¡Qué
chistoso! Si yo, Olivia Miranda, me propongo encontrar un
trabajo, ¿quién no se apresuraría a contratarme? ¿Quién se
cree que es para acabar con mi carrera?

Katia le dio unas suaves palmaditas en la espalda.

―Bueno, ya pasó, ya pasó. No te enfades. Néstor le dará una


lección.

Olivia asintió con la cabeza en respuesta a sus palabras. En


ese momento, Néstor se sintió emocionalmente agotado. «Ese
padre mío seguro no conoce lo que significa cavar su propia
tumba».

En realidad, él ya había investigado la verdad sobre su


nacimiento. Su madre le había dicho que su padre había
muerto hacía mucho tiempo. También le había pedido que no
hablara del tema y le prohibió que preguntara por él. Sin
embargo, él no le creyó. Después de investigar a sus espaldas
durante mucho tiempo, su búsqueda lo condujo hasta
Eugenio Navarro. Se aprovechó de los problemas familiares de
Nataniel, convenció a su madre para que volviera al país e
intentó todos los trucos posibles para convencerla de que
asistiera a una entrevista con el Grupo Navarro. Quería que
ella estuviera junto a su padre. Si lograba que se vieran todos
los días, solo era cuestión de tiempo que se enamoraran. Los
dos se habían encontrado y había ocurrido según lo
planeado; pero a pesar de que tenía una buena mano de
cartas, ellos habían destruido todo el juego.

―Quédate tranquila, mami. Te ayudaré en tu venganza


―respondió él y la miró con una expresión solemne.

Al escuchar esas palabras, Olivia se inclinó y le dio un beso en


la mejilla.

―Ay, Néstor es la persona que más me quiere. Dime, ¿cómo


me vas a ayudar a vengarme?
Él la miró con seriedad.

―¿Cuánto dinero quieres que pierda?

Ella lo pensó bien y respondió:

―Pasé unos cinco minutos dentro y fuera de su oficina. Así


que... cincuenta millones.

Mientras las pequeñas manos de Néstor usaban con afán y


rapidez la computadora, un mensaje de las Sedes Fantasía
apareció de repente. «Ha pedido localizar a un doctor genio
llamado S. Bermúdez. La tarifa inicial es de diez millones.
¿Acepta?».

Sus pequeñas manos se detuvieron un momento. Frunció un


poco el ceño y tecleó unas cuantas palabras en rápida
sucesión.

«¿Tienes alguna información sobre el autor de la noticia?».

«Es un tipo llamado Carlos Guerra. No hay mucha más


información sobre él».

«¿Carlos Guerra? Ese nombre me resulta familiar. Ya sé, ¿no es


ese el nombre del asistente personal de papá?». Pensó.
Entonces, esbozó una sonrisa maligna en su rostro como si
fuera un pequeño diablo y tecleó su respuesta: «Rechazado».

«¡Cómo han cambiado las cosas! Después de ofender a


mamá con tanta crueldad hace un momento, ¿vienes y
suplicas su ayuda? Búscate a otro para que te auxilie; mamá
está ocupada».

Todos estos años, habían estado trabajando manteniendo un


perfil bajo. Por eso, aunque Olivia no paraba de tratar un gran
número de enfermedades y salvar a muchas personas, nadie
sabía que en realidad ella era el famoso doctor genio, S.
Bermúdez.
«Ahora mismo, será mejor que le enseñe a ese despistado de
mi padre una lección».
Capítulo 6 La primera advertencia a
papá
Mientras tanto, en el Grupo Navarro…

―Director Navarro, hay malas noticias. Han violado los


cortafuegos del sistema de la empresa. Quien está detrás de
esto parece ser bastante hábil. Estamos sufriendo una gran
pérdida. Ahora mismo, hemos calculado por lo bajo unos
treinta millones. ―Carlos sudaba a mares, pues prácticamente
corría el riesgo de recibir una paliza al acercarse a informar de
sus descubrimientos.

La expresión de Eugenio se ensombreció al instante y dijo con


voz intimidante:

―Comunícale enseguida al Departamento de Seguridad


Sinópsisrmática sobre el caso para interceptar al intruso.

El Departamento de Seguridad Sinópsisrmática intentó de


manera desesperada de localizar y arreglar los fallos del
sistema, pero la otra parte era muy hábil. A pesar de que
hacían todo lo posible, esta encontró con facilidad la manera
de salirse con la suya. Además, mientras más resistían sus
ataques, con más fuerza golpeaba sus sistemas.

Diez minutos más tarde, la otra parte se retiró con arrogancia y


dejó atrás una cadena de códigos. Su traducción formó la
palabra «advertencia». La empresa procedió a calcular sus
pérdidas e informó un total de cincuenta millones.

Sentado frente a su computadora, Eugenio entrecerró los ojos


con fiereza. «Esta persona no solo es hábil, también tiene
agallas». Los técnicos del Grupo Navarro estaban entre los
mejores de su campo. Además, los cortafuegos del Grupo
Navarro recibían miles de millones de ataques cada día y solo
unos pocos habían conseguido penetrar en ellos. Sin embargo,
¡se encontraban indefensos por completo ante esta persona!
«¿Quién demonios es tan atrevido? Además, ¿qué significa
esta advertencia?»

»Carlos... ―gritó Eugenio.

―Sí, Director Navarro. ―Se acercó deprisa.

―¿Aceptó Guille Ramos la petición?

Bajó los ojos y contestó con timidez:

―S… solo la rechazó.

Eugenio entrecerró un poco los ojos.

―¿Es porque el dinero no es suficiente? Dile que duplicaré el


precio.

―Sí, Director Navarro.

Olivia vio cómo el Grupo Navarro sufría una pérdida de


cincuenta millones. Entonces, el resentimiento en su corazón
por fin se calmó. A instancias de Katia, fueron al mayor centro
de entretenimiento de la ciudad: el Bar Rosa Negra. Como era
lógico, también llevaron a Nataniel con ellos. Encontraron una
mesa para cuatro personas y pidieron tres cócteles. Nataniel
también pidió una taza de leche para Néstor.

―He oído que esta noche habrá una subasta. Olivia, si hay
algo por lo que quieras pujar, dímelo. Yo me encargaré. ―Le
hizo un gesto con las cejas como para alardear de su
amabilidad.

Ella lo miró.

―Cuídate.

Mientras tanto, tres hombres estaban sentados en un espacio


privado en el segundo piso. El que estaba en la cabecera no
era otro que Eugenio Navarro, quien poco antes había
rechazado a Olivia durante su entrevista. Por otra parte, a su
lado se encontraban sus amigos de la infancia, Alejandro
Rojas y Javier Collado. Ellos lo acompañaban esa noche, pero
Eugenio no se encontraba de buen humor; el ambiente festivo
estaba arruinado para él.

Alejandro echó un vistazo al lugar. No pudo evitar soltar una


ligera risa al fijarse en Olivia y su grupo entre la multitud de
abajo.

―Es la primera vez que veo a alguien traer a un niño a un bar.

En cuanto dijo eso, Javier, que estaba sentado a su lado, miró


también hacia allí.

―¿Mmm? Eugenio, ¿no crees que ese hombre se parece a


Nataniel?

Eugenio, que estaba recostado en su silla con pereza y los ojos


cerrados, giró un poco la cabeza. Al ver aquella mesa de
cuatro, sus ojos largos, finos y profundos se entrecerraron con
una expresión peligrosa.

Javier se rio y dijo:

»Solo mencioné que se parecía a él. ¿Cuándo se coló ese


mocoso en el país?

Al ver que Eugenio aún no había apartado su mirada,


Alejandro no pudo evitar intentar persuadirlo:

―Deberías ignorarlo. Han transcurrido tantos años; ¿todavía


vas a seguir impidiéndole que vuelva? Solo fueron acciones
bien intencionadas pero equivocadas de un muchacho en
aquel entonces.

Eugenio se quedó callado. No le importaba que ellos dos lo


fastidiaran, él permanecía en silencio. Además, su mirada
misteriosa no se apartaba de la mesa de esas cuatro personas
en el piso inferior para ser más exactos, sus ojos solo estaban
fijos en Olivia.
«No puedo imaginar lo ingeniosa que es esta mujer. ¿Cuándo
se juntó con Nataniel? ¿Está intentando aprovecharse de él?».

En ese momento, se escuchó la voz del subastador desde


abajo:

―A continuación, vamos a empezar la subasta por el Fármaco


WS. La puja inicial es de quinientos mil.

Cuando Eugenio escuchó la voz del subastador, desvió por fin


la mirada. Esa era la razón por la que había asistido allí esa
noche. Se decía que ese fármaco tenía un efecto milagroso
en los pacientes en estado grave de salud; por esa razón, lo
había buscado durante mucho tiempo. Ahora que su abuelo
estaba en estado crítico, su única esperanza era que ese
fármaco le permitiera ganar algo de tiempo hasta encontrar
al doctor genio. Por su parte, Olivia, quien estaba sentada en
una mesa en el piso de abajo, también mostró gran interés.

―Nataniel, ¡puja por esto! He oído hablar del Fármaco WS


desde hace mucho tiempo. Podría ayudar a curar la
enfermedad de tu bisabuelo.

―Claro ―aceptó Nataniel sin vacilar después de escucharla y


se apresuró a unirse a la subasta.

En una sola puja, el precio pasó de quinientos mil a cinco


millones. Nataniel frunció un poco el ceño. «¿No es este
fármaco solo un suplemento? Tampoco es que pueda
resucitar a los muertos. ¿Por qué hay tanta gente peleándose
por conseguirlo?». Justo cuando dudaba sobre si quería
participar en la puja, una voz fría sonó desde el segundo piso.

―Diez millones.

La voz retumbó en toda la sala. Cuando la multitud escuchó


su oferta, susurraron entre ellos. Aquel precio era demasiado
alto; se multiplicaba por veinte.

Nataniel montó en cólera y levantó la vista. «¿Quién es ese


tonto derrochador con tanto dinero y que no tiene dónde
gastarlo?». El rostro que mantenía sobre él una mirada
penetrante apareció de repente en su línea de visión.
Entonces, se sentó a gran velocidad. ¡Fiu! Se subió la capucha
de la chaqueta y trató de esconderse como un avestruz que
entierra la cabeza en la arena.
Capítulo 7 La subasta
Al darse cuenta, Olivia preguntó sorprendida:

―¿Qué sucede?

―No preguntes. Ya te lo compensaré otro día. Regresemos


ahora. Si no, voy a perder la vida ―respondió Nataniel ansioso
y con una mirada suplicante.

Ella estaba desconcertada por completo. Pensó en sus


acciones y alzó la vista hacia el segundo piso. Solo miró una
vez, pero fue suficiente para que sus ojos se abrieran de par en
par al instante. «¡¿¡Es ese bast*rdo!?! ¡M*erda! ¿Cuánto ha
ofertado ahora? Oh, fueron diez millones».

―Veinte millones ―gritó con toda intención hacia el segundo


piso.

Cuando Nataniel escuchó eso, su cuerpo se tambaleó. «Soy


hombre muerto, definitivamente. A este paso sufriré una
muerte dolorosa».

―Eh... Puedes seguir con tu oferta y ponerla en mi cuenta. Me


voy.

Olivia no pudo evitar de ninguna forma que se marchara,


entonces hizo un gesto involuntario con la boca. «¿Por qué
este hombre se comporta como si hubiera visto un
fantasma?».

Por su parte, Néstor también miró a Eugenio. Sus grandes ojos


negros como la noche reflejaban demasiada tranquilidad y se
limitó a hacerlo sin decir nada.

Como era de esperarse, Eugenio pudo sentir la mirada del


niño sobre él. Frunció el ceño. «Este pequeño no parece
sobrepasar los seis o siete años. ¿Cómo es posible que tenga
una mirada tan calmada? Además, ¿acaso significa una
advertencia para mí?». Entonces, las comisuras de sus labios
dibujaron una sonrisa llena de intriga. De pronto le comenzó a
parecer todo muy interesante. El subastador acababa de
mencionar «veinte millones». Antes de que pudiera golpear su
martillo, Eugenio gritó:

―Treinta millones.

El bar entero volvió a quedarse en silencio al escuchar su


oferta.

―¡Santo cielo! ¡Un producto de quinientos mil se ha disparado


al precio de treinta millones!

―¿Sabes quién es ese que está sentado allí? ¡Eugenio Navarro!


Ya sean varios millones o varios miles de millones, ¡no significa
más que una gota de agua para él!

Por otro lado, la furia de Olivia era indescriptible, al punto que


podía fulminar a ese hombre con la mirada.

―Néstor, si vas a apoyarme hasta el final, haz que pierda otros


cincuenta millones. Aunque solo esté recogiendo un vaso de
agua de su cubo, ¡voy a terminar dejándoselo vacío!

Él se limitó a tomar un pequeño sorbo de leche y le dijo con


despreocupación: ―Mami, no importa cuánto ofertes, él te
superará.

Ella se quedó sorprendida al oír sus palabras. «Es cierto. Luchar


cara a cara contra Eugenio Navarro sería sobreestimar mis
propias habilidades; pero...». Su rostro esbozó una sonrisa
malvada y de repente gritó:

―Cuarenta millones.

En respuesta, las comisuras de la boca del hombre también


dibujaron poco a poco una sonrisa, por diversión y también
por burla. Dijo despacio:

―Cincuenta millones.

Alejandro y Javier miraron a Eugenio confundidos.


―Eso no vale la pena, ¿verdad, Eugenio? El precio de un
producto que vale quinientos mil se ha disparado a cincuenta
millones. ¿No es ridículo?

Eugenio mantuvo una sonrisa intrigante en el rostro mientras


jugaba con la copa en su mano y guardó silencio. Alejandro
no pudo resistirse a mirar de nuevo a Olivia, que estaba abajo.

―Esa mujer sí que es bastante interesante, ¿no creen?


Encantadora a pesar de lo pura que parece. Es muy atractiva.

Javier también sonrió y se inclinó en dirección a ella.

―Sí, sus curvas están en todos los lugares correctos. Un poco


más la haría parecer gorda y un poco menos, delgada. Es una
verdadera obra maestra.

Cuando Eugenio escuchó los comentarios atrevidos de los dos


hombres, la expresión de su rostro se oscureció al instante.
Levantó la pierna y le dio una patada a la silla de Alejandro,
que estaba justo frente a él. Luego, declaró con esa misma
expresión severa:

―Si quieres jugar, elige a otra mujer. El carácter de esta no


merece la pena.

Alejandro se dio cuenta enseguida de algo, se rio y dijo:

―Por tu actitud, supongo que se conocen.

Sin embargo, Eugenio lo ignoró y mantuvo la mirada fija en


Olivia con una intención misteriosa. Entonces, ella sonrió y
levantó un dedo de forma provocativa hacia él.

―Cien millones.
Capítulo 8 Por segunda vez y sin
arrepentimientos
Ante ese precio, el bar entero comenzó a bullir y murmurar.
Todos los ojos estaban puestos en ellos y los miraban con gran
desconcierto. «¿Cómo puede aumentar el precio de un
artículo de quinientos mil a cien millones? ¿No se tiene que
pagar de inmediato el dinero que se oferta?».

Además de los espectadores, incluso el avezado subastador


no pudo evitar temblar. Este era el producto más caro que se
había vendido en una subasta durante su trayectoria de
trabajo.

―Cien millones a la una... cien millones a las dos...

Katia se quedó atónita durante un largo rato, pero luego el


comportamiento de Olivia la trajo de vuelta a la realidad.

―Olivia, ¿tienes cien millones?

Ella respondió con seguridad:

―No.

Como resultado, Katia se sintió furiosa y ansiosa a la vez.

―Entonces, ¿por qué has hecho esa oferta?

―Nataniel lo tiene. Además, este Fármaco WS se utilizará para


su bisabuelo. Así que él aportará el dinero.

―¡Pero, él se ha ido!

Olivia pensó por un momento y asintió. Entonces, se dio la


vuelta para mirar al adorable niño.

―Néstor, ¿cuánto dinero nos queda?

Él tomó un sorbo de leche y respondió con calma:


―Está claro que no tenemos cien millones.

En ese momento, Katia estaba tan asustada que ni siquiera


podía respirar con facilidad. «¡Son cien millones! Si ese hombre
se niega a aumentar su oferta, ¡tendremos que conseguir ese
dinero nosotros mismos! ¿De dónde vamos a sacarlo? ¿Acaso
a Olivia no le preocupa?».

La sonrisa en el rostro de Eugenio era cada vez más amplia, no


se podía distinguir si era de burla o insulto. Sin embargo, no
aumentó su puja cuando el subastador llamó por tercera y
última vez.

Por otro lado, Olivia lo miraba con tranquilidad sin ninguna


intención de ceder. Todo el mundo se dio cuenta del
enfrentamiento entre los dos. Por eso, todos los ojos se giraron
de manera espontánea hacia Eugenio.

Un segundo; dos segundos; tres segundos...

El silencio era tan pesado que se podía oír caer un alfiler en


esa habitación. Justo cuando todos pensaban que ya no iba
a aumentar su oferta, aquel hombre con más dinero que
sentido común levantó su cartel sin prisa.

―Ciento diez millones.

Ella le lanzó una mirada furiosa y no respondió con otra oferta.


Entonces, dejó escapar un suspiro de alivio, se inclinó para
agarrar al pequeño sentado allí y salió del bar. Aunque el
Fármaco WS era asombroso, no podía compararse con sus
habilidades médicas. Ella sabía con exactitud cuál era la
enfermedad del bisabuelo de Nataniel y que ella la podía
curar. «¡De todos modos, esta noche solo pretendía darle una
pequeña lección a ese hombre tan inflado por su propio
ego!».

Néstor le rodeó el cuello con sus tiernos brazos.

―Mamá, no te enfades. Te hará envejecer más rápido.


Olivia asintió como respuesta.

―Mi precioso hijo sigue siendo la persona más cariñosa que


conozco.

Luego, Katia los envió a ambos de vuelta a la Gran Mansión y


regresó a su residencia. Sin embargo, en cuanto Néstor llegó a
su habitación, se volvió a sentar enseguida frente a la
computadora. A Olivia le irritaba en gran manera ese
comportamiento.

«La afición de mi hijo por las computadoras ya está a punto de


convertirse en adicción. ¿Quién se puede imaginar que el
maestro hacker, Guille Ramos, que ópera con total libertad en
Internet, es un niño de no más de siete años?».

Cuando Olivia se durmió, la expresión en el rostro de Néstor se


volvió a ensombrecer. «Hoy, ese padre mío tan poco fiable
volvió a hacer enfadar a mamá. Ni siquiera tengo el valor para
hacerlo yo mismo; ¿cómo se atreve? ¿Quién se cree que es?».
Entonces, sus manos pequeñas comenzaron a teclear a toda
velocidad y volvió a infiltrarse con éxito en el sistema interno
del Grupo Navarro. Esta vez, lleno de arrogancia, dejó el
siguiente mensaje: «Sin arrepentimientos».
Capítulo 9 Relación jerárquica
complicada
Al día siguiente, Olivia aceptó tratar al bisabuelo de Nataniel.
Esa mañana, esperó en su residencia hasta cerca de las diez.
Sin embargo, seguía sin recibir noticias suyas. Miró varias veces
la hora y, sin poder aguantar más, sacó su teléfono y lo llamó.

―¿Aún quieres que atienda a tu bisabuelo? ¿Podrías


comportarte como alguien digno de fiar?

Nataniel parecía muy apurado y ocupado al otro lado del


teléfono.

―¡Claro que quiero que lo atiendas! Le comuniqué a mi madre


la situación y ella enviará a alguien a buscarte. Olivia, cuento
contigo para tratar la enfermedad de mi bisabuelo. ¡Necesito
colgar! Ahora mismo, estoy en el aeropuerto esperando para
subir a mi avión.

―Oye, ¿cómo te vas a ir solo porque se te antoja? ¿Ya


resolviste los asuntos de la escuela de Néstor?

―Puedes estar segura de que ya lo he arreglado todo. Me


ocupé de los trámites de matrícula. Es el Jardín de Infancia El
Imperio ubicado en Ciudad del Sol. Solo tienes que
presentarte allí. No puedo seguir hablando, estoy a punto de
subir al avión ―dijo Nataniel con mucha prisa, sin dejar que
Olivia pudiera responder una sola palabra. Luego, colgó el
teléfono.

Olivia se quedó tan devastada que sintió hasta deseos de


matarlo. «¿Qué pasa con él? Me engañó y me trajo a este
país. Luego, se fue así sin más y volvió a Estados Unidos».

―¿Qué pasa, mamá? ―preguntó Néstor y levantó la cabeza


con curiosidad. Solo en momentos así se parecía a un niño de
seis o siete años.
―El Tío Nataniel nos engañó, nos trajo de vuelta y ahora se fue
a Estados Unidos él solo.

Entonces, el niño asintió como si la comprendiera.

―Nataniel nunca ha sido una persona fiable y ha hecho


muchas veces algo parecido. ―Parpadeó con sus grandes
ojos de apariencia inocente y actuó con indiferencia.

«Si mamá se entera de que tramé esta artimaña, ¿me


castigará? Es que… ¡Quiero un papá! Por supuesto, le daré
prioridad a mi padre biológico. Aunque Eugenio Navarro no es
tan bueno, es rico, atractivo y, sobre todo, ¡mi padre
biológico! ¡Solo eso basta para que lo ponga en el primer
lugar de la lista de los candidatos a ser mi papá!

Olivia suspiró y le dio una palmadita en su pequeña cabeza.

―En el futuro, puedes bromear todo lo que quieras. Sin


embargo, el Tío Nataniel es cinco años más joven que yo. No
puedes seguir llamándole así, ¿de acuerdo? ¿Eso no rompería
la relación jerárquica entre ambos, debido al respeto que
merece por ser mayor?

Néstor no supo bien qué responder.

«Me pregunto quién de nosotros es el irrespetuoso. Mi padre es


el tío de Nataniel. ¿Qué hay de malo en que lo llame por su
nombre?». No obstante, no se atrevió a expresar su opinión por
miedo a enfadarla. Por eso, respondió con obediencia:

―Lo sé, mamá. No se enojará conmigo por eso.

Mientras hablaban, alguien llamó a la puerta. Entonces, Olivia


se levantó a toda prisa y se asomó por el intercomunicador.
Una mujer de poco más de cuarenta años estaba afuera con
dos guardaespaldas a su lado. Olivia abrió la puerta y le
preguntó con cortesía:

―¿Puedo saber a quién busca?


La mujer se quedó perpleja. Luego, dio un paso atrás y volvió a
mirar el número de la residencia.

―¿Es usted la Señorita Miranda?

―Sí, soy yo. ¿Usted quién es?

Al oír su confirmación, Jimena Navarro se mostró simpática al


instante.

―¡Oh! ¡Encantada de conocerla! Soy la madre de Nataniel.


Me dijo que pasara a buscarla. Sin embargo, ¡no esperaba
que fuera tan joven! Nataniel le informó al respecto, ¿verdad?
El Abuelo Navarro está enfermo; por eso me pidió que viniera.

Olivia sonrió y respondió:

―Encantada de conocerla, Señora Balmaceda. Sí, Nataniel


me comunicó sobre el asunto. Por favor, entre.

Mientras tanto, Néstor hizo una mueca. «¿Qué es eso de


relación jerárquica? ¿Quiere decir que la madre de Nataniel
no está al mismo nivel que mamá?».

Jimena hizo enseguida un gesto con las manos y contestó:

―Señorita Miranda, por favor, no se preocupe. Si está lista,


podemos irnos ya.

―Claro, por favor, espere un momento ―respondió Olivia con


amabilidad. Entonces entró a su habitación y salió con una
mochila negra―. Vayamos ahora mismo. Salvar una vida es
una prioridad.

―Claro, claro. Vamos ―dijo Jimena y guio el camino de salida


por la puerta.

Entonces, subieron a un Bugatti Veyron negro y se dirigieron


hacia la Residencia Navarro.

...
En el Grupo Navarro, Eugenio analizaba en su computadora
los datos perdidos valorados en cincuenta millones, así como
ese arrogante mensaje, «Sin arrepentimientos». Sus ojos
reflejaban una mirada profunda. Cada vez estaba más
impresionado por el hacker que había conseguido penetrar
los cortafuegos de su empresa e infiltrarse en el sistema interno
por más de una ocasión. Esta persona podía infiltrarse en los
sistemas de la empresa y agarrar desprevenido a todo el
personal. Desde luego, eso significaba que podría haber
causado más pérdidas de dinero y, por tanto, mayores
estragos. Sin embargo, no lo hizo.

«Esto me dice que el hacker no está tratando de causar


pérdidas a la empresa. A lo mejor... debo haberlo ofendido sin
darme cuenta. Por eso, me dio una advertencia, pero... ¿en
qué momento lo habré hecho para que me advierta dos
veces en un mismo día...? Además, el ataque de por la noche
se produjo sobre las once. En ese momento, yo todavía estaba
en la casa de subastas. Entonces, ¿a quién pude haber
ofendido?». De repente, frunció el ceño.

«¿Podría ser esa mujer? Ahora que lo pienso, ¿el ataque al


sistema de defensa de la empresa no ocurrió después de que
la echara? Además, luego de la subasta donde ella estuvo
anoche, recibimos otro ataque. No puede ser... ¿Será que...
esa mujer, además de ladrona, es también una experta en
informática? De todas formas, si tuviera habilidades de este
tipo, ¿por qué necesitaría robar teléfonos?».

En ese momento, el sonido de una llamada entrante lo hizo


reaccionar. Vio que era de César. Últimamente, él era el que
se encargaba de los asuntos del Abuelo Navarro.

―Director Navarro, la Joven Jimena ha traído a una mujer a la


residencia para que atienda al Abuelo Navarro. ¿Le gustaría
regresar y ver?

Eugenio frunció el ceño. «Ahora mismo, el estado del abuelo


es muy débil; no puede soportar ningún tipo de estrés».
―Deténgalas por ahora. Iré enseguida.
Capítulo 10 ¡¿Es ella?!
En ese momento, la Residencia Navarro era un caos. El Abuelo
Navarro llevaba ya una semana inconsciente. Además, su
presión arterial se había disparado y corría el peligro de sufrir
una hemorragia cerebral en cualquier momento. Por lo tanto,
todo el mundo estaba extremadamente ansioso. Aun así,
nadie se atrevía a dar el paso y operarlo. Después de todo, el
anciano ya tenía más de ochenta años. ¿Quién podía
asegurar que sobreviviría a la operación?

―Déjenme intentarlo. Aunque es arriesgado que se someta a


una cirugía, sigue siendo una mejor opción que dejarlo morir,
¿no? ―dijo Patricia Navarro.

Era la media hermana más joven de Eugenio, de diferente


madre. Además, era doctora profesional y trabajaba en el
Departamento de Neurología del hospital de Ciudad del Sol.

En cuanto las palabras salieron de su boca, algunas de las


personas mayores que rodeaban al anciano parecieron
dudar. Creían en las habilidades médicas de Patricia. Después
de todo, era la más joven de la familia con un doctorado en
Medicina, así como la experta en neurología más nueva del
hospital. Sin embargo, el Abuelo Navarro estaba muy mayor y
frágil, y ninguno de ellos tenía el poder de decisión en esa
familia.

Justo en ese momento, Jimena llegó acompañada de Olivia.


Cuando se dio cuenta de la situación en la habitación, la haló
enseguida y se apresuró a decir:

―¡Espera! ¡Patricia! ¡Esta es la Señorita Miranda! Nataniel me


comentó que es muy experimentada y que ha logrado curar a
muchas personas. Además, la Señorita Miranda mencionó que
puede tratar al abuelo sin necesidad de una cirugía. Deja que
ella intente atenderlo primero.
Al oír eso, Patricia miró a Olivia con desconfianza. Cuando
notó que tenía un niño a su lado, mostró de inmediato una
expresión de desprecio. «¿Cómo se atreve una humilde ama
de casa a robarme el protagonismo?».

―Jimena, ¿de dónde sacaste a esta mujer? Incluso ha traído


consigo un equipaje innecesario. ¿Puede en realidad curar al
abuelo?

La expresión de Olivia cambió de manera drástica ante esas


palabras. En el pasado, Nataniel le había contado a Jimena
sobre las habilidades de Olivia. Aunque solía ser un revoltoso,
seguía siendo bastante fiable cuando se trataba de asuntos
relacionados con la enfermedad de su bisabuelo. Al menos,
nunca lo dejaría en manos de una curandera. Por eso, Jimena
confiaba mucho en ella y en sus habilidades.

Al escuchar las palabras de Patricia, la expresión del rostro de


Jimena cambió por completo y dijo de inmediato:

―Cállate. Nataniel invitó a la Señorita Miranda. Me dijo que


ella era capaz de curar la enfermedad del Abuelo Navarro.
¡Así que más vale que la trates con respeto y la dejes
intentarlo!

―¿Dejarla intentarlo? ¿Es la vida del abuelo algo que


podemos tomar tan a la ligera? Ni siquiera yo me atrevo a
decir que puedo curarlo del todo. Sin embargo, has traído a
alguien cuyos antecedentes son desconocidos por completo.
¿Quién va a asumir la responsabilidad si algo sucede?

Jimena parecía estar un poco desconcertada; no sabía cómo


refutar esas palabras. En ese momento, a Olivia le pareció que
toda la situación era increíblemente ridícula.

―Disculpe, señorita. Si ni siquiera me deja examinar al


paciente, ¿cómo va a estar segura de que no puedo curarlo?

Entonces, se acercó a Patricia y miró al anciano que se


encontraba encamado. Según Nataniel, su bisabuelo tenía ya
más de ochenta años. Yacía en la cama con un aspecto
bastante demacrado. Además, parecía sufrir un gran dolor.
Aunque un paciente de edad tan avanzada, cuyas funciones
corporales en su mayoría aún no están sanas ni en óptimas
condiciones, se curara de sus enfermedades cardiovasculares
y cerebrovasculares mediante una cirugía, ¡su cuerpo no
podría soportar la recuperación a largo plazo de sus heridas
externas! En ese caso, solo se producirían más complicaciones
y no sería seguro que pudiera sobrevivir al proceso.

Patricia se enfureció. Dio un paso adelante y apartó a Olivia.

―¡Deténgase ahí! ¿Quién se cree que es? ¿Sabe quién es el


que está encamado? Si le ocurre algo, ¿va a responsabilizarse
por ello?

En respuesta, Olivia la miró con frialdad.

―Si se preocupa por su abuelo, no debería detenerme en un


momento como este.

―¡Es mi abuelo! ¡Así que tengo derecho a sospechar de usted!


¡Tráigame sus credenciales médicas y certificados de práctica!
Además, ¡muéstreme pruebas de dónde ha trabajado antes y
qué tipo de enfermedades ha tratado en el pasado! Si es tan
competente como dice, ¡entonces dejaré que lo haga!

Justo en ese momento, Eugenio llegó a toda prisa a la entrada


de la Residencia Navarro. Entonces, su asistente, César, salió
con rapidez a su encuentro.

―Director Navarro, ¡regresó! ¡La Joven Jimena y la Joven


Patricia están a punto de pelearse!

Eugenio se quedó callado. En cambio, aceleró el paso hacia


el patio donde se encontraba el Abuelo Navarro. De manera
inesperada, escuchó una voz fría y despectiva en cuanto
atravesó la puerta.

―¡Su familia es muy interesante! Señora Balmaceda, solo he


venido porque Nataniel me lo pidió. Permítame ser sincera con
usted; el Abuelo Navarro no se encuentra en un estado como
para darse el lujo de esperar mucho más. Si quiere o no que lo
trate, eso depende de usted. Después de todo, la vida de un
paciente también es cuestión del destino. Si no se corre con
esa suerte, entonces no me aferraré a ello.

Eugenio frunció el ceño con fuerza. «¿Esa voz? ¿Por qué me


resulta tan familiar?». Entonces, se apresuró a entrar. Una vez
dentro, se quedó atónito cuando vio a la mujer que estaba
allí. «¡Es la ladrona que vino ayer a la empresa para una
entrevista! ¿Qué hace aquí?».
Capítulo 11 Son familia
No había tiempo para pensar; otra pelea estaba a punto de
desatarse. La furiosa voz de Patricia retumbó con fuerza:

―¡Cuidado con lo que dice! ¿Está condenando a mi abuelo a


la muerte? ¡Que alguien la saque de aquí!

Los guardaespaldas que estaban afuera se prepararon para


entrar corriendo al oír su orden.

―¡Deténganse! ―gritó Eugenio. De repente, toda la sala se


quedó en silencio.

Todo el mundo, incluso Olivia, se giró para mirar. Cuando vio a


Eugenio, todo su cuerpo se estremeció. «¿Qué hace este
hombre aquí? Justo se aparece el diablo en un momento
crucial como este. ¡Maldición! ¿No tengo demasiada mala
suerte ya?».

Al ver que era Eugenio, Patricia se le acercó deprisa.

―Eugenio, ¡has regresado en el momento justo! ¡Jimena trajo a


una mujer de Dios sabe dónde y se empeñó en dejar que
atendiera al abuelo! Habla de forma muy grosera y tiene una
actitud muy arrogante. Aún más, ¡ha condenado al abuelo a
la muerte!

Olivia soltó una carcajada al escuchar esas palabras.

―Disculpe, señorita. Su capacidad de razonamiento es muy


preocupante. ¿Estudió usted español con un profesor de
gimnasia? ―Una vez dicho esto, se dio la vuelta y miró a
Jimena―. Lo siento, Señora Balmaceda. Parece que no estoy
destinada a tratar al Abuelo Navarro. Me temo que no podré
ayudarla. Por favor, búsquese a otra persona.

Sin embargo, Jimena la agarró e impidió que se marchara.

―Por favor, no se vaya, Señorita Miranda. ―Miró a Eugenio y le


suplicó―: Eugenio, Nataniel invitó especialmente a la Señorita
Miranda a la residencia. Dice que es una doctora muy hábil.
Por favor, ¡deja que lo intente! ¿No deberíamos considerarlo
como nuestra última esperanza de que funcione un
tratamiento? Sigue siendo mejor que una cirugía, ¿no? A su
edad, ¡el abuelo no sería capaz de sobrevivir al proceso!

―¿Desde cuándo Nataniel ha hecho algo en lo que se pueda


confiar? ¿Olvidaste por qué Eugenio lo castigó con que no
regresara nunca más del extranjero? ―se burló Patricia.

Jimena la ignoró. En cambio, centró todos sus esfuerzos en


tratar de persuadir a Eugenio.

―Eugenio, Nataniel es poco fiable la mayor parte del tiempo.


Sin embargo, nunca se tomaría a la ligera nada relacionado
con la vida de su bisabuelo.

Por su parte, Eugenio dirigió la mirada hacia Olivia y luego


hacia el niño que lo miraba en silencio. Entonces, recordó el
arrogante mensaje que había visto esa mañana: «Sin
arrepentimientos». De repente, sintió que tal vez debía volver a
conocer a esa pareja de madre e hijo. Así que, dio un paso
adelante de pronto y caminó hacia Olivia. Se detuvo frente a
ella y le preguntó con una voz profunda:

―¿Está segura de que puede curar a mi abuelo?

«¿Es su abuelo? ¡Nataniel y él son familia!». Olivia no manifestó


ninguna emoción, pero maldijo a Nataniel en su corazón.
Levantó la cabeza, sonrió con confianza y le dijo:

―Señor Navarro, puede elegir no creerme. También puedo


fingir, para empezar, que nunca estuve aquí. Si sospecha de
mí, solo evite que me acerque al Abuelo Navarro. Usted y su
familia no necesitan ser tan cautelosos conmigo.

«La actitud de esta mujer es tan arrogante como siempre».


Entonces, Eugenio entrecerró los ojos de forma amenazante y
la estudió. Normalmente, la mayoría de las personas no
podían soportar que él las mirara así. Sin embargo, esta mujer
estaba muy tranquila y actuaba como si nada. De repente,
Eugenio desvió su mirada hacia su abuelo, que yacía adentro,
y afirmó:

―Que lo trate ella.

Olivia sonrió y dijo para sus adentros: «¡Ja, pequeño imbécil! ¡Al
fin caíste en mi trampa!».

―Director Navarro, por favor no se sienta obligado. Solo vine


porque Nataniel me lo pidió. Si hubiera sabido que estaba
involucrado, nunca lo habría hecho. Dado que cuenta con
una doctora tan increíble y profesional, no le quitaré más
tiempo. ―Luego, tomó al pequeño de la mano y se dio la
vuelta para marcharse.

Néstor suspiró con frustración y murmuró en voz baja:

―En serio, ¿de qué sirve hacer enfadar a mamá? ―Una vez
dicho esto, siguiendo a Olivia salieron los dos del lugar.

―Espere...
Capítulo 12 ¿Quién diablos es esta
mujer?
Eugenio la llamó de repente. Aunque él estaba inmóvil en su
lugar, Olivia podía sentir que su aura la presionaba.

―Señorita Miranda, permítame disculparme en nombre de mi


familia. Mi abuelo lleva una semana inconsciente. Si es capaz
de curarlo, por favor, hágalo. ―Su actitud era bastante
educada.

Entonces, Olivia se detuvo en seco y lo miró.

―¿Acaso no dijo que tengo problemas de carácter, Señor


Navarro? ¿Por qué? ¿No teme que mi personalidad sea tan
mediocre que pueda dañar al anciano durante el proceso de
tratamiento?

Él la miró con sus largos y finos ojos.

―Creo en la benevolencia de un médico. Estoy seguro de que


no jugará con la vida de una persona, Señorita Miranda.

Por su parte, ella torció los ojos y resopló para sus adentros.
«¿Por qué ya no es arrogante?».

―Puedo ayudarlo, pero tendremos que discutir las condiciones


de pago por adelantado.

Los ojos de Néstor brillaron y tuvo una inexplicable sensación


de excitación. «La venganza de mamá está cerca».

Al mismo tiempo, Eugenio frunció las cejas con naturalidad.

Ella lo miró a los ojos y le dijo:

―Señor Navarro, he accedido a tratarlo, pero no me atrevo a


garantizar que pueda curarlo por completo al momento. Sin
embargo, estoy segura de que puedo lograrlo. Al principio, iba
a prestarles mis servicios de consulta de forma gratuita debido
a mi relación con Nataniel. Por desgracia, tengo una mala
costumbre: soy mezquina y guardo rencor. Director Navarro,
los precios de mis consultas son muy altos.

Él entendió lo que ella había querido decir. «Esta mujer no solo


se está refiriendo a su rencor hacia Patricia, sino también al
que me guarda a mí. Por fortuna, nunca me ha importado
mucho el dinero de todos modos».

―Claro. Puede decirme cualquier precio siempre que pueda


curar a mi abuelo.

Olivia lo miró de nuevo. Entonces, su rostro dibujó de pronto


una sonrisa en extremo arrogante.

―Puede estar seguro. Acabo de echarle un vistazo a la


enfermedad del Abuelo Navarro. Necesitará un mes para
recuperarse por completo, pero puedo despertarlo en una
hora.

Cuando Patricia escuchó esas palabras, montó en cólera.

―¡Vaya! Es evidente que para poder alardear no hay que


pagar, ¿verdad? Ni siquiera lo ha examinado; ¿acaso sabe
qué tipo de enfermedad padece mi abuelo? ¿Despertarlo en
una hora? ¡Deje de hablar basura!

Olivia frunció el ceño con fiereza. «Esta mujer es más


impertinente que el zumbido de una mosca». Justo cuando
iba a responder, oyó dos voces que dijeron a la vez.

―¡Cállate!

―¡Esa es la diferencia entre mamá y usted!

Ambos, padre e hijo, la defendieron al mismo tiempo como si


lo hubieran acordado de antemano.

Al escuchar la voz de Néstor, Eugenio hizo una ligera pausa. Se


dio la vuelta y sus miradas se entrelazaron. La de aquel niño
era muy serena. Por fuera, parecía que tenía una calma
superior a la de los demás y sus ojos brillaban con intensidad.
Incluso Eugenio, que tenía aversión a los niños, lo encontró
muy adorable.

«Es increíble. ¡No puedo creer que esta odiosa mujer, Olivia
Miranda, pueda tener un hijo tan adorable!».

Además, era la primera vez que Néstor se encontraba frente a


frente a su padre biológico. Por un momento, sus ojos lo
habían cautivado por completo. Comparado con todos los
hombres que había conocido antes, Eugenio era diferente.
Solo bastaba con su presencia y el aura que emanaba de su
cuerpo, para que las personas se rindieran ante él.

«Este es el tipo de padre que quiero».

Luego, Néstor apartó despacio su mirada y se recostó a Olivia


con tranquilidad.

Eugenio lo miró y se dirigió a ella:

―Señorita Miranda, por favor, no le haga caso. Por favor, trate


a mi abuelo.

Ella miró con desdén a Patricia, se dio la vuelta y se acercó a


la cama. Una vez frente al paciente, su expresión cambió de
forma drástica y se puso muy seria. Luego, sacó de su mochila
negra una pequeña almohada para que apoyara la muñeca,
le tomó el pulso y le abrió los ojos para examinarlo.

Una vez confirmado su diagnóstico preliminar, sacó de su


mochila una bolsa de tela blanca enrollada y la extendió con
elegancia. En su interior había agujas de plata densamente
empaquetadas y de diferentes longitudes. Todos se miraron
entre sí para manifestar sus sospechas. «¿Esta mujer va a hacer
acupuntura? ¿Es una practicante de medicina tradicional?
¿No son todos los practicantes de medicina tradicional
ancianos llenos de canas?». Aunque estaban inundados de
dudas, Eugenio los disuadió y no se atrevieron a hacer ninguna
objeción.
Sin embargo, al ver cómo Olivia sacaba con destreza las
agujas de plata y las insertaba con precisión en varios puntos
de acupuntura del cuerpo del Abuelo Navarro, se quedaron
asombrados. Su habilidad para insertar las agujas se debía a
años de práctica y era bien precisa a la hora de localizar los
puntos de acupuntura. Con un solo vistazo se podía notar que
ella no era una persona común y corriente; no hubiera podido
alcanzar ese nivel de destreza sin una práctica constante y
mucha experiencia.

En ese momento, la sala quedó en silencio. Todos miraban a


Olivia mientras trabajaba, al igual que Patricia, que seguía sin
estar convencida. En cambio, la mirada de Olivia era firme.
Mantenía una total concentración mientras seguía insertando
las agujas en otros puntos de acupuntura del cuerpo del
anciano.

Eugenio observó con atención a la mujer que tenía delante,


de principio a fin, mientras ella introducía las agujas en el
cuerpo de su abuelo, una por una. La preocupación y las
sospechas que tenía al inicio se habían convertido en asombro
y admiración. Comenzaba a desarrollarse en él un profundo
deseo por conocerla. «¿Quién diablos es esta mujer?».
Capítulo 13 Un precio exorbitante
Después de cerca de treinta minutos de arduo trabajo, Olivia
al fin se detuvo. Miró a la multitud que la rodeaba con el rostro
cubierto de sudor.

―No se preocupen; el Abuelo Navarro estará bien. Se


despertará en diez minutos si no ocurre nada inesperado.

El ambiente quedó en silencio y nadie habló una palabra,


excepto Patricia, que dijo disgustada:

―¿Mi abuelo se va a despertar solo porque le ha clavado unas


agujas? ¿De qué demonios presume? ―Sin embargo,
mantenía la mirada fija en el anciano tumbado en la cama
como si tratara de verificar las palabras de Olivia.

Por su parte, Olivia la ignoró y se sentó a un lado a descansar.

―Toma, mamá. ―Néstor le entregó un pañuelo que tenía listo


de antemano.

Ella lo tomó, sonrió y le acarició la cabeza.

―Gracias, Néstor. ―Mientras se limpiaba el sudor, volvió a mirar


a Eugenio y sus labios dibujaron una sonrisa.

―Director Navarro, el precio de la consulta es de cincuenta


millones.

Del mismo modo, él también dibujó una ligera sonrisa en su


rostro. Entonces, extendió la mano hacia atrás. Carlos le
entregó un cheque al instante. Él lo tomo y luego se lo dio a
Olivia.

―Exige usted un precio exorbitante, Señorita Miranda. ―Su


sonrisa insinuaba la suficiencia de haber previsto ya sus
acciones.

Ella se quedó sorprendida por un momento al ver el cheque.


«¡Maldición! ¡He pedido demasiado poco!». Su inconformidad
se intensificó aún más, sobre todo cuando vio la desagradable
sonrisa en los labios de Eugenio. Lo miró con furia y alargó la
mano para tomar el cheque. Sin embargo, no esperaba que
una figura se abalanzara de repente sobre ella y se lo quitara
antes de que pudiera palparlo. Entonces, Olivia frunció el
ceño y se giró para mirar a Patricia, que había sido quien se lo
había arrebatado de las manos.

―El abuelo aún no se ha despertado, ¿y ya quiere tomar el


dinero y marcharse? ¿Qué tal si le pasa algo? ¿Dónde la
vamos a encontrar? ―dijo Patricia de forma muy razonable.

Olivia sintió que su furia aumentaba. Intentó contener las


ganas de golpear a alguien. Entonces, levantó la vista y le
lanzó a Eugenio una mirada fulminante.

―¿Es así como trata a quien lo ayuda? ¿Muerde la mano que


le da de comer?

Eugenio nunca se imaginó que Patricia fuera capaz de hacer


algo así. Por eso, la expresión de su rostro se ensombreció al
instante. Al mismo tiempo, desprendió un aura hostil y dijo con
frialdad:

―Entrégalo.

Patricia frunció el ceño, pero no se movió ni un centímetro.

―Eugenio, ¡no te dejes engañar por ella! ¡El abuelo aún no ha


despertado! ¿Quién sabe lo que le hizo hace un momento?

Él frunció un poco el ceño al oír sus palabras y miró al anciano


que se encontraba tumbado en la cama. Aunque no sabía lo
que Olivia le había hecho al Abuelo Navarro un momento
atrás, podía decir que su estado era mucho mejor que el de
antes.

―¡Confío en ella! ―expresó.

Olivia se quedó perpleja al escucharlo. Nunca esperó que él


dijera esas tres palabras tan poderosas. Como resultado, la
mayor parte del resentimiento y la ira que se habían
acumulado en su corazón se disiparon. «Supongo que este
hombre también sabe hablar en lenguaje humano».

―Olvídelo; no tengo por qué esperar hasta que el Abuelo


Navarro se despierte. De todos modos, no tardará más de
unos minutos ―dijo con indiferencia.

Patricia abrió los ojos de par en par al escuchar esas palabras.

―Eugenio, ¿te has vuelto loco? A saber de dónde salió esta


mujer; ¿cómo puedes creerle?

Eugenio seguía con el ceño fruncido. Solo su expresión se


volvió más fría. Miró a Patricia y luego dijo con una voz que no
daba lugar a objeciones y ejercía una inmensa presión de
manera indirecta:

―¿Desde cuándo se te ha permitido tener la última palabra en


esta familia?

Patricia manifestó una sensación de incomodidad y dijo con


petulancia:

―No he dicho que no se lo vayamos a dar... Solo quería que


actuaras sobre seguro y le pagaras cuando el abuelo se
despertara.

Entonces, Eugenio le quitó el cheque de las manos y se dirigió


a Olivia:

―Señorita Miranda, aquí tiene el pago de la consulta. Además,


no fue mi intención superar su puja durante la subasta de
anoche por maldad. Oferté por el Fármaco WS porque quería
dárselo al abuelo.

Olivia aceptó el cheque, frunció un poco el ceño y respondió


con indiferencia:
―No es para tanto. De todos modos, pujaba por el producto
para el Abuelo Navarro. Como todo fue para salvarlo a él, al
final no importa quién lo haya obtenido.

Los ojos de Eugenio brillaron por la sorpresa. Luego, bajó la


mirada y estudió a la mujer que tenía delante. «Ya entiendo;
estaba tratando de obtenerlo para tratar la enfermedad del
abuelo».
Capítulo 14 Solo quiero a papá
En ese momento, se escuchó la voz de Patricia en la
habitación.

―¡Abuelo! ¡Abuelo, está despierto!

Todo ese tiempo había estado mirando con atención al


Abuelo Navarro, que se encontraba encamado. Su grito
sorprendió a todos los presentes, quienes luego corrieron hacia
la cama.

Olivia frunció el ceño, pues le preocupaba que las personas


aplastaran a su hijo. Justo cuando estaba a punto de
acercarse y llevárselo, Eugenio se adelantó de improviso y
agarró al niño en sus brazos. No obstante, tenía el ceño
fruncido, lo que hacía que la expresión de su rostro no fuera
agradable.

―Carlos, César, dejen que vayan a ver al abuelo por turnos.


Acaba de despertarse; no podrá soportar tanto ruido de
golpe.

Ellos respondieron de inmediato a sus órdenes. La Familia


Navarro estaba creciendo. Después de todo, el Abuelo
Navarro tenía cuatro hijos y estos, a su vez, uno o dos. A partir
de ahí, le sucedieron nuevas generaciones. Si se sumaban
todos, casi ciento ochenta personas conformaban la Familia
Navarro. Ese día, solo estaban presentes veintitrés. Sin
embargo, si tantas personas se amontonaban alrededor del
anciano, podrían aplastarlo y adelantar su encuentro con su
Creador.

Por otro lado, Olivia tomó a su hijo de los brazos de Eugenio y


le dio las gracias. Néstor mantenía sus pequeños labios
apretados y sus grandes ojos negros semejantes a las uvas,
parpadeaban en dirección a Eugenio. «¡Este es mi papá! ¡Mi
papá me ha llevado en brazos! ¡Mi papá me ha llevado en
brazos!»
¿Cómo podía saber Olivia que ese pequeño estaba a punto
de estallar de emoción? Por lo tanto, le habló a Eugenio con
profesionalidad:

―El Abuelo Navarro ya debería estar bien. Le prescribiré una


receta. Esta medicina acelerará su recuperación.

Eugenio asintió y la siguió hasta la sala de estar. Entonces, ella


escribió una receta en un papel y se la entregó.

»Déselo dos veces al día durante la mitad de un mes; una por


la mañana y otra por la noche. Si ya no hay más nada que
hacer, me despido.

Él tomó la receta y le hizo un gesto de despedida.

―Bien. Carlos, por favor, acompaña a la Señorita Miranda a la


puerta.

―No hace falta ―respondió Olivia con frialdad. Luego, tomó a


su hijo en sus brazos y, sin pensarlo dos veces, se dio la vuelta y
se marchó.

Eugenio miró la espalda de aquella mujer mientras se


marchaba y sintió que su corazón comenzó a flaquear un
poco.

«A pesar de haberla visto robar un teléfono, aprovecharse de


Bruno al borde de la carretera cuando este se encontraba en
una situación precaria e intentar con malvadas intenciones
superar mi oferta durante la subasta en el bar, no me da la
impresión de que sea de baja moral. Tal vez... haya algo más».

...

Cuando madre e hijo salieron de la Residencia Navarro,


pidieron un taxi enseguida. Por el camino, Olivia parecía estar
de buen humor. Tarareaba una canción; actuaba como si la
hubieran liberado de la esclavitud.
Néstor inclinó la cabeza hacia un lado y la sacudió sin decir
nada.

―Mamá, has trabajado mucho e incluso te han insultado, pero


ni siquiera has ganado lo suficiente como para compararlo
con el dinero que él se gastó en el Fármaco WS. Entonces,
¿por qué estás tan contenta?

Al escuchar esas palabras, ella se detuvo y reflexionó. «Al


parecer, sí tiene razón». Entonces, se dio la vuelta y preguntó
con seriedad:

―¿Qué intentas insinuar al recordarme esa cruel realidad?

―Solo quise decir que todo esto es insignificante desde una


perspectiva más amplia. Deberías proponerte una meta mejor.

―¿Cómo cuál?

Frunció los labios y sintió vergüenza por alguna razón.

―Como que... Mamá, ya tienes veintisiete años. ¿No es hora


de que te busques un novio?

Olivia parecía haber entendido el significado detrás de sus


«buenas intenciones». Por tanto, sus labios dibujaron una
sonrisa burlona.

―Entonces, ¿hiciste todo lo posible para que entrara al Grupo


Navarro porque querías que él fuera mi novio?

Néstor se quedó sorprendido al escuchar sus palabras. «¡No


pensé que mamá fuera tan inteligente! Solo se lo insinué de
forma sutil y ella captó de inmediato mis intenciones». Por eso,
solo pudo asentir con obediencia.

Ella resopló con frialdad.

―Ni siquiera lo pienses. Aunque no me case, nunca lo elegiría


a él. Después de todo, todavía quiero tener una larga vida.
Se sentía emocionalmente agotado. Las miradas de su padre
aún reverberaban en su mente. «Aunque a mamá no le guste,
puede que no lo odie, ¿verdad?».

Luego de decirle aquello, se dio cuenta de que el pequeño


había estado inmóvil durante un largo rato. Entonces, se dio la
vuelta para mirarlo. Él había bajado la cabeza y tenía una
expresión sombría en su rostro. «Eh...». Se sintió un poco
incompetente como madre al verlo. «Quizás me las arregle
bien sin un hombre, pero este niño necesita el amor de un
padre. De eso no cabe duda».

—Te prometo que, en el futuro, te daré un papá. Alguien que


te quiera y te mime, ¿qué te parece?

Tras escucharla, él levantó la cabeza y señaló:

—Mami, ese hombre me cargó hoy. —Sin querer, entrecerró


los ojos, sonrió satisfecho y luego agregó—: Me sentí abrigado
en sus brazos.

Ella se quedó callada, pues tenía sentimientos encontrados. Al


rato le preguntó:

—Néstor, ¿no puede ser otra persona?

El niño permaneció en silencio, en tanto su madre seguía


frustrada. «Este chiquillo solo ha visto a ese hombre una vez,
¿qué le llama la atención en él?».
Capítulo 15 ¿Por qué debería pedirle
perdón
Olivia se frotó las sienes y contuvo la irritación que sentía.
Luego, decidió llevar a su hijo al centro comercial cercano
para que comiera algo delicioso y compensarlo así por lo que
no podía darle. Llamó a Katia y la invitó a comer a un
restaurante del centro comercial.

—¿Te ganaste la lotería? —preguntó Katia al ver la mesa


repleta de apetitosos platos.

—Sí, nos ganamos la lotería —asintió Olivia. «Ah, no hay nada


que supere la alegría de gastar el dinero que he
extorsionado»—. Más tarde, iremos de compras y te compraré
lo que quieras.

Katia sonrió encantada, pero enseguida se dio cuenta de que


Olivia estaba mirando hacia la entrada con una expresión
extraña; sucedía algo. Cuando Katia se volteó vio entrar a un
hombre y una mujer. «¿No son Ana y Hugo?».

—¿Teníamos que encontrarnos con esos dos sinvergüenzas?


Olivia, ¿estás bien?

—preguntó Katia preocupada.

—Estoy bien —dijo Olivia y apartó su gélida mirada. «Han


pasado siete años, ahora tengo un hijo. No revivamos el
pasado».

Sin embargo, por desgracia, Ana los vio.

—¡Oye! ¿No es esa Olivia? ¿Por qué has vuelto? ¿Porque ya no


podías mantenerte en el extranjero? Je, je, je...

En los ojos de Hugo se vio un destello de sorpresa y asombro.


«¡Está aún más hermosa que antes!».

—Olivia, ¡has vuelto!


Olivia pretendía ignorarlos. Revolvió el café que tenía delante
y permaneció callada.

Al ver que los ignoraba, Hugo se desanimó. Entonces, tiró de


Ana y le dijo:

»Vámonos, papá nos está esperando arriba.

—Hugo, ¿no crees que deberíamos invitar a Olivia para que


vea a papá? Después de todo, ha pasado un buen tiempo
desde la última vez que nos vimos. —Mientras Ana hablaba, se
acurrucaba con toda intención contra Hugo. Tenía una
mirada provocativa; parecía que estaba mostrando su botín
de guerra.

Olivia, que no les había dirigido la mirada, de repente llamó en


voz alta:

—¡Camarero!

—Sí, señorita. ¿Qué más necesita?

—Dos p*rros nos están ladrando y están importunando nuestra


comida —dijo sin levantar la cabeza.

En ese momento, la expresión de Ana cambió y, sorprendida,


gritó enfadada:

—Olivia Miranda, ¿a quiénes llamas p*rros?

—¡Aquel que ladra es un p*rro! —se burló Olivia.

Ana apretó los dientes furiosa y miró a su alrededor. Luego,


reparó en Néstor que estaba sentado con un vaso de leche
en las manos. Parecía que la pelea entre los adultos no lo
había afectado en absoluto, pues seguía tomando su leche
con el absorbente. Ana se acercó a la mesa como una loca,
haló a Néstor de la silla con una mano y gruñó con saña:

—¡Acérquense todos! Miren. Este pequeño bast*rdo es la


prueba de la infidelidad de Olivia.
Ana actuó con tal rapidez que antes de que alguien tuviera
tiempo de reaccionar, el niño ya había caído al suelo y las
piernas del pequeño tropezaron contra las patas de la mesa.
Su diminuto rostro palideció y gritó de dolor. La leche que tenía
en las manos le salpicó todo el cuerpo.

—¡Néstor! —Olivia se asustó tanto que le cambió el tono de


voz. Corrió para cargarlo y abrazarlo. Estaba tan nerviosa que
le temblaban las manos—. Déjame ver. ¿Dónde te duele?

Néstor retiró despacio la manito con la que se agarraba la


rodilla y la consoló:

—Estoy bien, mamá, no me duele.

Cuando Bruno, que estaba sentado en la barra, vio el


altercado, se le ensombreció el rostro. Él era un hombre bien
parecido, su rostro era como el jade, tan blanco que casi era
translúcido. Sus ojos azules eran como el inmenso océano. En
ese momento, frunció el ceño con sutileza. Tomó el teléfono
con sus delgados dedos y sin moverse se quedó mirando a
Olivia. Un camarero se le acercó y le preguntó:

—Director Macías, ¿llamamos a la policía?

—Esperen un poco más —dijo el hombre al ver que Olivia se


había levantado.

Olivia le entregó el niño a Katia y luego acechó a Ana con la


mirada. Olivia estaba iracunda, tenía la expresión gélida
como un témpano.

—¡Ana Miranda! ¡Te voy a matar!

Dio grandes zancadas y con sus largas piernas pateó a Ana


con tal fuerza que casi la levantó en peso. Sus movimientos
fluyeron como uno solo. Sin esperar a que Ana se levantara, se
paró frente a ella. Entonces, se agachó, la agarró por el cuello
y la empujó contra la mesa. Los cubiertos y los platos de la
mesa cayeron al suelo de manera estrepitosa.
—Director Macías, si no intervenimos alguien saldrá lastimado.
—El camarero se estaba poniendo nervioso.

—Está bien.

—¡Suéltame, Olivia! —gritó Ana.

Olivia la miró con frialdad y luego la soltó un poco.

—Ana, mi paciencia también tiene límites. No des por sentada


mi magnanimidad ni la utilices para alimentar tu
desvergüenza. La próxima vez que me provoques, te daré una
paliza cada vez que te vea. —Después de advertirle la soltó y
se dispuso a levantarse.

En ese momento, Ana vio con el rabillo del ojo que alguien
bajaba las escaleras y giró la cabeza con rapidez. Con toda
intención puso una expresión de terror, se aferró a las manos
de Olivia que acababa de soltarla y gritó con todas sus
fuerzas:

—¡Aaah! Olivia, ¡no me mates!

Olivia no tardó en notar su raro comportamiento y trató de


evitarla. Sin embargo, Ana la agarró con fuerza. En la posición
en la que se encontraban, cualquiera pensaría que Olivia
estaba intentando estrangularla.

En ese momento, Olivia sintió que la halaron con fuerza hacia


atrás. Se tambaleó y cayó al suelo.

—Olivia Miranda, ¿cómo te atreves a volver?


Capítulo 16 No se permite la entrada
de p*rros ni de Ana Miranda
Aquel rugido sonó con fuerza en sus oídos, la voz le resultaba
familiar.

«Yo tenía razón...».

Olivia levantó la cabeza y vio a su padre, Enrique Miranda.


Hacía siete años que no lo veía.

Lucía mucho más viejo ahora, pero estaba vigoroso y aún


tenía un aire de nobleza y dignidad. En ese momento, miró a
Olivia con furia. Aún sentía aversión y asco de ella. Enrique
enseguida fue a ayudar a Ana a levantarse, mientras le
secaba las lágrimas se compadecía de ella.

—Ana, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?

Ella se recostó con suavidad en sus brazos.

—Papá, estoy bien. Solo estoy un poco mareada... No la


culpes. Cuando la vi solo quería llevarla para que se
encontrara contigo, pero se negó.

Olivia estaba demasiado cansada para pronunciar palabra.


Se levantó del suelo con cierta dificultad. Por otro lado, Katia
se acercó deprisa con Néstor en brazos. El niño extendió sus
cortos brazos, rodeó el cuello de su madre y mientras la
abrazaba le preguntó con ternura:

—Mami, ¿te duele?

Olivia lo abrazó con fuerza, enterró el rostro en su cuello y


sacudió un poco la cabeza. Sonrió, respiró profundo y dijo:

—Vámonos, Néstor.

—¡Alto ahí, Olivia! —Enrique los detuvo con tono severo—. En


todo este tiempo no te has calmado. ¿Qué tan profundo es el
rencor que guardas para que hayas intentado matar a tu
hermana? Discúlpate con ella.

Olivia se puso rígida por un momento y luego dio un giro


brusco.

—¿Disculparme? ¿Por qué debería pedirle perdón? ¡Ella inició


todo cuando hirió a mi hijo! ¡Debería alegrarse de que no la
haya matado! ¿Por qué debería disculparme? —preguntó con
gélida mirada.

«¿Hijo?», Enrique se quedó sorprendido ante tales palabras.


Luego con incredulidad, miró al niño, que estaba acurrucado
en los brazos de su hija.

—Papá, no le pongas las cosas difíciles a Olivia. La culpa es


mía. Yo soy la que debería ofrecerle disculpas. Hace un
momento, herí al niño sin querer, por eso es normal que me
odie y me haya pegado. Ahora que Hugo y yo tenemos una
relación, es normal que sus emociones se desborden —
intervino Ana con voz de lástima.

Tras escucharla, Enrique volvió a fruncir el ceño y la consoló:

—¿Qué has hecho mal? Ella se lo buscó. Si no fuera por ti, el


Grupo Miranda no sería lo que es hoy. —Sin embargo, después
de todo, su hija había regresado. Así que suavizó el tono—.
Muy bien, tu hermana ha dicho que no lo hizo a propósito.
Como su hermana mayor, deberías ser indulgente con ella.

Olivia estaba tan enfadada que casi se echa a reír.

—Haya sido o no intencional, ella debería saberlo. Desde el


día en que me repudiaste, dejaste de ser mi padre. ¿Qué más
da? La recogiste sabe Dios dónde; ella no tiene ningún
parentesco conmigo ¡P*ta!

—¡Olivia! Si vuelves a decir algo así, ¡ni se te ocurra volver a la


Familia Miranda! —gritó Enrique, pues con aquella sola frase,
Olivia consiguió reabrirle la herida y hacerle perder los estribos.
Cuanto más se enfurecía él, más se tranquilizaba ella.

—No necesito ser parte de esa familia —dijo ella.

Enrique se quedó impactado al escucharla. Tal vez no


imaginaba que ella no tuviera planes de volver a casa a pesar
de haber regresado al país.

Olivia sacó un fajo de billetes de su bolso, lo puso sobre la


mesa y le dijo al camarero:

—Tome, esto es para pagar la cuenta y la vajilla dañada.

El camarero sonrió y asintió.

—Disculpe, señorita. Nuestro jefe ha dicho que no tiene que


pagar la comida —dijo mientras señalaba a un hombre que
estaba cerca. Olivia miró en la dirección que le señalaba.
«¿Mmmm? ¿No es ese hombre que salvé en el camino?».

—¿Es usted? —preguntó Olivia sonriendo.

Bruno se acercó, asintiendo sonriente.

—Tengo que agradecerle que me haya salvado. Así que, no


tiene que pagar por los daños causados hoy.

—No puedo hacer eso. El incidente de hoy y el que yo lo


salvara son asuntos diferentes. Todavía tengo que pagar mi
comida.

—Estoy hablando en serio, Señorita Miranda, deme la


oportunidad de saldar mi deuda —le dijo sonriendo.

Como ella no estaba de humor para cortesías, no rechazó su


oferta.

—Muchas gracias.

En ese instante, el camarero le entregó a Bruno una tarjeta VIP.


Cuando este la tuvo en sus manos se la dio a Olivia.
—Esta tarjeta es para usted. En lo adelante, puede usarla para
comer en este restaurante cuando guste.

—Gracias de nuevo. —Olivia aceptó la tarjeta con una sonrisa.

Bruno asintió con la cabeza y la vio marcharse. Luego miró al


gerente del restaurante para que sacara la factura y se la
entregara a Ana.

—Señorita, los daños causados al restaurante ascienden a un


total de 1 800.

—Yo no he roto nada de eso, ¿por qué nos pide que lo


paguemos? —preguntó Ana con el ceño fruncido.

—Lo ha dicho nuestro jefe: «Todos sabemos, en el fondo, quién


debe pagar esta factura» —respondió el gerente sin
pestañear.

—¿Y si me niego a pagar? —preguntó Ana con tono burlón.

El gerente no dijo nada, en cambio señaló a varios guardias


de seguridad que enseguida se acercaron y los rodearon. Sin
decir nada más, uno de ellos sujetó la cabeza de Ana y otro
las piernas. Juntos, la levantaron y se dirigieron hacia la puerta.

—¿Qué están haciendo? —Ana estaba tan asustada que su


rostro palideció. Enrique y Hugo se les abalanzaron para
intentar ayudarla.

—¡Bájenla!

Los guardias echaron a Ana del restaurante y luego, a Enrique


y a Hugo también. Se quedaron en el suelo como tres
miserables.

Después, otro guardia de seguridad se acercó con un cartel


recién escrito:

—¡No se le permite la entrada de p*rros ni de Ana Miranda!

Ana casi enloqueció de rabia.


—¡Ustedes...! ¡Esto es ilegal! ¡Los demandaré!

El gerente la miraba de reojo con frialdad. «Lunática. No


puedo creer que quiera demandar a nuestro jefe; ¿acaso
tendrá el valor de hacerlo?».

—Adelante —le espetó sin miedo.


Capítulo 17 Tentando a la muerte
Olivia entró a un taxi sin decir una palabra. Abrazaba a Néstor
con fuerza, como si tratara de proteger el último tesoro que le
quedaba. El pequeño le rodeó el cuello con los bracitos y le
dijo:

—No estés triste, mamá. Recuperaré para ti todo lo que has


perdido.

—Así es, el niño tiene razón —intervino Katia—. Ya estás de


vuelta. ¿Cómo podemos permitir que siga actuando con
tanta arrogancia? Recuperarás todo lo que te arrebató.

—No te preocupes, estoy bien —contestó Olivia con una


sonrisa.

Luego, regresaron a la Gran Mansión. Cuando Néstor salió del


auto, sintió una punzada en la rodilla y estuvo a punto de caer
al suelo. Por fortuna, Olivia reaccionó a tiempo para sujetarlo.

—Néstor, ¿qué pasa?

—No es nada —contestó con tranquilidad, pero fingía no sentir


dolor.

Sin embargo, Olivia no se dejó engañar tan fácilmente.


Enseguida se arrodilló y le ordenó:

—Muéstrame la pierna.

—No es nada mami, estoy bien. Vámonos a casa —dijo Néstor


tratando de evadirla.

Olivia no le hizo caso y cuando le remangó el pantalón, vio


que tenía la parte superior de la rodilla raspada y la piel
desgarrada. Los moretones contrastaban con su piel blanca y
tierna. Ella respiró profundo sintiéndose el corazón oprimido.
Entonces, se agachó para llevarlo en brazos.
—Entremos enseguida a casa. —Una vez allí, ella lo sentó en el
sofá y Katia trajo el botiquín. Olivia le frotó con delicadeza la
herida con un algodón empapado en alcohol desinfectante.
Estaba tan angustiada que sentía que su corazón se había
hecho añicos. Le soplaba con suavidad la herida mientras la
limpiaba con delicadeza.

—Mami, no me duele. —Néstor trató de consolarla al ver lo


angustiada que estaba. Cuanto más considerado era el
pequeño, peor se sentía Olivia, que no decía nada, pero se le
salían las lágrimas. «Tengo tantos problemas que he
provocado que mi hijo sufra también».

Néstor cerró los ojos y fingió dormirse. Cuando su madre


abandonó la habitación, él se levantó a hurtadillas de la
cama y se sentó frente a la computadora. De inmediato, sus
pequeñas manos se deslizaron con destreza sobre el teclado.
Tras una rápida búsqueda encontró el estudio donde
trabajaba Ana. Sonrió satisfecho cuando accedió a una
carpeta de documentos en la computadora de Ana. «Los
cortafuegos son un fiasco; no hay que ser un genio para esto».

—¡Qué feos! —murmuró mientras miraba los archivos. Luego,


pulsó Intro. «¡Borrado!». Al ver la carpeta vacía, se sintió mucho
mejor. «Cómo te atreves a acosar a mamá, debes estar
tentando a la muerte».

Al día siguiente, en el Grupo Navarro.

—Director Navarro, mire esto. ¿No es la Señorita Miranda? —


preguntó Carlos mientras le entregaba el teléfono.

Con el ceño fruncido, Eugenio agarró el teléfono para ver lo


que le mostraba. Era un video de imágenes cortas mezcladas,
que tal vez uno de los clientes de un restaurante había
filmado. El video se titulaba «Dueño de restaurante defiende a
hermosa madre y logra un feliz desenlace».

En una de las imágenes se veía a Ana halando a un niño de


una silla y luego aparecía Olivia pateándola a ella. Casi al final
de video se veía un cartel que decía «No se permite la
entrada de p*rros ni de Ana Miranda».

—¿A qué familia pertenece Ana Miranda? —preguntó Eugenio


con el ceño fruncido.

—Su padre es Enrique Miranda, el dueño de la Empresa


Miranda —respondió Carlos.

Cuando leyó varios de los comentarios acerca del video,


Eugenio levantó la vista y preguntó:

—¿El niño está bien?

—Creo que sí —contestó Carlos.

—El lugar se parece bastante al restaurante de Bruno —


comentó Eugenio con el ceño aún fruncido.

—En efecto, es el restaurante de Bruno. Está cerca del centro


comercial. No puedo creer que Bruno apoyara tanto a la
Señorita Miranda como para poner un cartel así —respondió
Carlos riéndose.

En ese instante, Eugenio se quedó pensativo. «Bruno no es de


los que se entromete en los asuntos de los demás. Si mal no
recuerdo, Olivia le robó el teléfono. Entonces, ¿por qué querría
ayudarla? ¡Aquí hay gato encerrado! Si las habilidades
médicas de ella son de primera categoría y gana cincuenta
millones en una consulta, ¿para qué necesitaría robar un
teléfono? Hay algo aquí que no encaja».

Eugenio, sacó su teléfono y llamó a Nataniel. Se irritó un poco


porque el teléfono sonó varias veces y Nataniel no respondía.
Cuando su paciencia estaba a punto de agotarse, su sobrino
atendió la llamada.

—¡T… Tío! —exclamó temeroso, parecía haber vacilado un


largo rato antes de contestar.
—¿Dónde encontraste a Olivia Miranda? —Eugenio fue
directo al grano y Nataniel se alarmó al escuchar su tono
severo.

—¿Qué pa… pasa? ¿Olivia no puede curar al bisabuelo?

—Te pregunto cómo la conociste, de dónde es y cuánto sabes


de ella. Dime todo lo que sabes —preguntó Eugenio con
precisión y sin responder a las preguntas de su sobrino.

Nataniel no sabía qué estaba pasando; estaba tan asustado


que empezó a tartamudear.

—La co… conocí en Morrillo, pero Ciudad del Sol es su ciudad


natal. Es una mujer honrada. Por aquel entonces, me salvó
cuando me acechaban los deudores. Es... Es soltera. Tiene
habilidades médicas de primera categoría, por eso le pedí
que volviera. ¿Acaso no puede curar al bisabuelo?

—Ya basta, cállate —le espetó Eugenio.

—De acuerdo. —Nataniel estaba estupefacto.

—¿Cuánto tiempo piensas que vas a estar fuera? —preguntó


Eugenio.

—¿Eh? —preguntó con ingenuidad Nataniel al no entender la


pregunta.

—¿Qué quieres decir con «eh»? Te estoy diciendo que vengas


de inmediato. No podrás escabullirte cuando regreses. Es un
fastidio hablar contigo.

Nataniel se dio cuenta de que Eugenio no estaba enfadado,


así que sonrió y dijo:

—Tío, ¿usted lo sabía? ¿Sigue enfadado conmigo?

—Te perdonaré porque ayudaste a salvar al abuelo —resopló


Eugenio.

—Gracias, tío.
Eugenio ignoró su alegría y colgó. Después de pensarlo un
rato, hizo otra llamada. El teléfono sonó dos veces y una mujer
atendió el teléfono.

—¿Eugenio?

—Catalina, hay algo que quería preguntarte. La vez que Bruno


se desmayó en la carretera, ¿quién lo llevó al hospital? —
preguntó con frialdad.

Catalina en cambio, estaba tranquila.

—Fue una joven de apellido Miranda. Parecía muy amable;


hasta ayudó a pagar los gastos médicos. Yo quise devolverle
el dinero, pero se negó a aceptarlo. Ahora que recuerdo,
parecía bastante apurada en aquel momento.

Al escucharla, Eugenio volvió a fruncir el ceño. «Una joven de


apellido Miranda... ¿Será Olivia Miranda?».

—¿Comentó por qué tenía prisa? —preguntó frunciendo los


labios.

—Creo que mencionó que acababa de salir de una entrevista


y que estaba a punto de irse a casa —dijo Catalina.

«¡Era Olivia Miranda!». Eugenio se quedó un tanto aturdido.


Permaneció inmóvil en su silla durante un largo rato. Una
extraña sensación le oprimía el pecho; no esperaba que
sucediera algo así. Sin embargo, por raro que pareciera,
encajaba dentro de lo razonable. En ese momento, estaba de
muy mal humor. «Olivia rescató a Bruno; sin embargo, la llamé
inmoral y ¡le amenacé con acabar con su carrera!».

—Mira en el sistema de vigilancia del aeropuerto el día en que


regresamos al país. Quiero saber qué demonios pasó cuando
Olivia robó el teléfono allí —ordenó irritado.

Carlos actuó con rapidez y se marchó enseguida.


«Si Olivia no es una ladrona, entonces ¿cómo se supone que
voy a enfrentarme a ella?», se preguntaba Eugenio irritado
mientras se presionaba las sienes.
Capítulo 18 Sembrar la discordia
Néstor debía comenzar la escuela; pero, como se lesionó la
rodilla, Olivia solo lo llevó por la mañana para inscribirlo y luego
regresaron a casa. Habían acabado de llegar cuando sonó el
timbre. Cuando Olivia abrió la puerta, vio a Hugo en la
entrada con varias bolsas en las manos.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó extrañada.

Por su parte, él mostraba una enorme sonrisa.

—Olivia, lo siento. Vengo a hacerte una visita. Ana adoptó esa


actitud contigo ayer porque intentaba vengarse de ti por
todos los agravios que sufrí en el pasado. Se buena persona y
por favor no te ofendas por sus acciones. Para ser honesto, te
hemos echado de menos durante todos estos años.

—Ya tuve suficiente. Ve a otro sitio con ese cuento. No vengas


a molestarme. Tú fuiste el que te revolcaste con Ana a mis
espaldas; ¿qué agravios son los que has sufrido?

Se quedó atónito por un momento cuando la escuchó y le


preguntó:

—¿Cómo supiste que estábamos juntos?

Mirándolo fijo y sin pestañear, Olivia le reveló:

—Hace siete años, yo misma los vi. Ana dejó la puerta abierta
a propósito para que yo los viera. Aquella noche, me dio una
copa de vino con algo dentro antes de ir contigo a nuestra
cita. Lo planeó todo, ¡incluso lo que me pasó después! Hugo
Gómez, ¿no te parece aterrador? Esa mujer que duerme a tu
lado es una arpía cruel.

Hugo quedó del todo conmocionado, la mente se le quedó


en blanco y no lograba coordinar sus pensamientos.

—Olivia, en realidad no amo a Ana. ¿No te parece una


lástima que hayamos estado separados durante tantos años
por culpa de sus maquiavélicos planes? Puedo divorciarme de
ella y no me importa que tengas un hijo. Por favor, dame otra
oportunidad. Volvamos a estar juntos, ¿de acuerdo? —dijo
desesperado.

Al principio, Olivia quería plantar la semilla de la discordia


entre Hugo y Ana para que se pelearan y ella poder vengarse.
«Pero… Ese parece ser un plan que requiere de experiencia y
habilidades específicas». Sentía tanta aversión por él que se le
revolvió el estómago. «No conseguí sembrar discordia entre
ellos y ahora estoy a punto de morir asqueada».

—¡Sal de aquí! —Lo empujó con todas sus fuerzas, pero él


aprovechó para agarrarle la mano.

—Olivia, siempre te he querido. Sé que he cometido un error.


Por favor, dame otra oportunidad para que volvamos a estar
juntos. —Mientras le hablaba, trató de abrazarla e intentó
entrar a la casa.

Como hombre al fin que él era, a Olivia le resultaba difícil


zafarse por mucha resistencia que opusiera.

—¡Vete a la m*erda! —gritó ella con rabia al sentirse


impotente.

En ese momento, un hombre alto y fuerte agarró a Hugo por la


parte posterior del cuello de la camisa, tiró de él hacia atrás y
le asestó un puñetazo que lo hizo caer al suelo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Olivia sorprendida cuando se


dio cuenta de quién era.

Eugenio la miró. Aunque parecía enojado aún, con voz suave


le preguntó:

—¿Estás bien?

—Estoy bien —respondió ella en un suspiro profundo. Luego,


miró a Hugo con frialdad y le preguntó—: ¿Te irás, o quieres
que te den una paliza? Si no te vas ahora mismo, voy a llamar
a Ana. ¿Eso es lo que quieres?

Hugo respiró profundo y dijo:

—Está bien. Sé que ahora mismo te cuesta aceptarlo, pero


todo lo que he dicho es cierto. Volveré otro día. —Entonces se
marchó.

En el pasillo había un silencio sepulcral. Olivia y Eugenio se


miraron, pero el momento les parecía demasiado incómodo
como para decir algo. Al final, Olivia rompió el hielo.

—Señor Navarro, gracias por su ayuda.

—No fue nada —dijo Eugenio. Luego, miró a Néstor, que


estaba dentro de la casa y le preguntó—: ¿Estás bien?

Néstor, que había estado grabando todo desde dentro de la


casa, vio el lado bueno de su padre tan pronto como
apareció. Se sintió orgulloso al verlo acudir como un héroe al
llamado de una dama en apuros. Se le acercó a Eugenio,
fingiendo que cojeaba e hizo un adorable gesto como si le
doliera la herida.

—Señor Eugenio, me duele la rodilla.

Eugenio ya había visto que el pequeño tenía gasa alrededor


de la rodilla. Se puso serio y frunció el ceño. Se acercó, se
agachó y lo cargó.

—Déjame ver. Sin embargo, Néstor frunció el ceño y evitó que


Eugenio le tocara la herida.

—No, Señor Eugenio. Me duele... —dijo con angustia.

Olivia estaba horrorizada por la escena que estaba


presenciando. «¡Este chiquillo está fingiendo para que Eugenio
lo trate con lástima! Su herida no es tan grave. Hasta ahora no
se había quejado. Es evidente que se ha encariñado con él y
por eso busca sus cuidados.
A Néstor le brillaban los ojitos.

—Señor Eugenio, ¿ha venido para ver a mamá? ¿por qué no


entra y se sienta? —sugirió mientras continuaba cojeando a
propósito y, diciendo así, hizo entrar a Eugenio a la casa
tomándole de la mano.

Olivia abrió los ojos de par en par y le lanzó una mirada de


advertencia a su astuto hijo. «¿Quién se cree que es para
invitarlo a entrar?». Para su sorpresa, el pequeño ni siquiera la
miró, pero Eugenio sí la miró para buscar su aprobación. Olivia
no pudo hacer más que sonreír con alegría, hacer de tripas
corazón y decir:

—Señor Navarro, ¿por qué no entra y se toma una taza de té?


Capítulo 19 ¿Estarías aún dispuesta a
trabajar aquí
Eugenio entró y miró a su alrededor. Aunque todas las
habitaciones tenían la misma distribución, la de ella le parecía
más cálida y acogedora. Olivia se sentía un poco incómoda.
Acababa de darle la medicina a Néstor, así que la casa
estaba desordenada. Mientras lo invitaba a pasar, recogía un
poco el desorden.

—¿Solo viven ustedes dos aquí? —preguntó él.

—Sí —respondió ella con parquedad y luego añadió—:


Siéntese, Señor Navarro. Voy a servirle una taza de té. —Entró
entonces a la cocina.

—No se moleste. He venido a visitarla por un asunto. Tome


asiento para que podamos conversar —dijo Eugenio
enseguida.

De todas maneras, Olivia salió de la cocina con una taza de té


y la puso delante de él.

—No tenemos té de gran calidad en nuestra casa, por favor,


acepte este.

—Está bien. —Lo bebió por cortesía.

Olivia se sentó frente a él. Néstor, que se sentó al lado de


Eugenio, no hacía más que parpadear y mirar a su alrededor
entusiasmado.

—Quiero comer frutas, mamá. —Olivia lo miró molesta y se


dispuso a complacerlo.

En cuanto hubo servido las frutas, Néstor arrancó una uva y se


la ofreció a Eugenio.

—¡Para usted!
—Gracias, cómetela tú —dijo Eugenio mientras le acariciaba
la cabeza.

—Mamá ha traído las uvas solo para usted; a mí me gustan las


manzanas. —En ese instante, el niño agarró una manzana y se
la entregó. Al ver que no sabía qué hacer con ella le
preguntó—: ¿Puede ayudarme a pelarla, Señor Eugenio?

Olivia estaba perpleja. Trató ella de tomar la manzana para no


importunar al invitado.

—Permítame, Señor Navarro.

Sin embargo, Eugenio se negó y contestó:

—Está bien. Puedo hacerlo.

«Te he dado una oportunidad, papá. Hazlo bien», pensó


Néstor sin quitarle la vista de encima. No obstante, el pequeño
no imaginaba que Eugenio no sabía pelar una manzana.
Durante los siguientes cinco minutos, Olivia y Néstor se
quedaron en vilo viendo cómo pelaba la fruta. A Néstor le
preocupaba que su mamá estuviera decepcionada con su
incipiente destreza. Sin embargo, a ella solo le inquietaba la
manzana. «¿Qué forma es esa de pelar una manzana?». La
fruta tenía abolladuras y malos cortes por todos lados; parecía
que había vuelto de la guerra, toda maltrecha y magullada.

Eugenio se disculpó y dijo avergonzado:

—Puedes comer lo que queda de ella. Nunca había pelado


una.

En realidad, Néstor no tenía ningún deseo de comérsela, pero


después de escuchar a Eugenio, la aceptó con gusto.

—No está mal para ser la primera vez.

—La próxima vez lo haré mejor —dijo Eugenio sonriendo.

—Sí, ¡siempre es difícil la primera vez! —Néstor asintió con la


cabeza.
Olivia frunció los labios. Le molestaba ver a su hijo
engatusando a Eugenio. «Se está comiendo la manzana con
gusto, a pesar de que luce horrible. Se está encariñando.
¿Todo lo que hace Eugenio es bueno? ¡Esto es una locura!».

—¿Cómo está su abuelo? —preguntó Olivia mirándolo.

Él se volvió hacia ella con expresión seria.

—Cuando te fuiste aquel día, se durmió a la media hora. Le


dimos algo de comer y se volvió a dormir. Tarde en la noche,
se espabiló de nuevo y estuvo casi dos horas despierto.

—Eso es normal —afirmó Olivia—. Tiene una enfermedad


cerebral, es normal que necesite dormir constantemente. Que
coma alimentos más ligeros. Puede comer más huevos, leche
y alimentos de ese tipo.

—Pero hoy no he venido a verla para eso —dijo Eugenio luego


de prestarle atención a sus palabras. Vaciló unos segundos. Le
resultaba difícil decirle lo que tenía en mente, pero se sentía
inquieto incluso en la oficina. Si no aclaraba las cosas, no
tendría la conciencia tranquila.

—¡Oh! ¿De qué se trata? Dígame sin pena, Señor Navarro. —


Olivia lo miró expectante.

Eugenio respiró profundo y continuó:

—Aquella vez que usted estuvo en la empresa para solicitar un


empleo, le dije un montón de cosas horribles. Me equivoqué,
la verdad. Me preguntaba si aún está dispuesta a trabajar en
el Grupo Navarro.
Capítulo 20 Debería registrar mi
número telefónico
Cualquier otra mujer, habría aceptado encantada su
propuesta. El Grupo Navarro no era un lugar al que cualquiera
pudiera entrar solo porque quisiera. Mucho menos era la
norma que el director de la empresa, hiciera una propuesta así
en persona.

¿Quién era Olivia Miranda? Ella también pertenecía a una


familia rica y poderosa. No dependía de nadie para poder
llevar una vida lujosa. Néstor, metiendo las narices donde no lo
llaman, fue quien solicitó el puesto para su madre, ella solo
decidió ir para probar. Sin embargo, era muy consciente de lo
que significaba trabajar para otra persona; una vez fue
suficiente para ella. Néstor la miraba ilusionado. «¡Di que sí! ¡Di
que sí!». Olivia sintió el peso de la mirada de su hijo sobre ella y,
aunque Eugenio era apuesto, no era su tipo.

—Agradezco su amabilidad, Señor Navarro —dijo sonriendo—,


pero estoy planeando abrir mi propio estudio de modas. Estoy
ocupada en los preparativos.

Néstor se desilusionó e hizo una mueca de angustia. «¡Qué


difícil es!». Era demasiado difícil emparejar a esos dos.

Eugenio, por su parte, parecía comprender y no parecía


turbado.

—¡Parece que el Grupo Navarro se lo pierde! —suspiró.

—No diga eso, Señor Navarro. Hay otras personas, yo no soy la


única —dijo Olivia sin dejar de sonreír.

—De acuerdo —dijo con los labios fruncidos—, siempre que no


se tome a pecho lo que dije sobre usted.

—No lo haré. Yo también le agradezco que me haya ayudado


hoy —respondió ella.
—No hay de qué. Llámeme si vuelven a molestarla. Debería
registrar mi número telefónico.

«¿Registrar su número? No pienso seguir en contacto con él».

—¡Tome, Señor Eugenio! —Néstor le alcanzó el teléfono


enseguida.

Olivia estaba enojada. «¿De qué lado está este niño?». Miró
con enojo al pequeño y cuando iba a arrebatarle el teléfono,
Eugenio lo interceptó.

—Le daré mi número de teléfono.

Entre sus largos dedos, el teléfono parecía de juguete. Solo


estaba guardando su número, pero era agradable verlo.
Cuando terminó, le devolvió el teléfono a Olivia y le dijo:

—Siempre que tenga algún problema, puede llamarme. Lo


digo en serio. Su humanidad salvó a mi abuelo y por eso le
estoy muy agradecido. Además, le tengo mucho cariño a su
hijo. Ahora es mi amigo —añadió de repente Eugenio al verla
sorprendida.

Olivia sonrió, pero no se inmutó ante sus palabras.

—Sobran las cortesías, usted paga los honorarios de mi trabajo.


—No estaba dispuesta a ceder ante sus amabilidades.

—Reconozco que me equivoqué con usted, pero estamos a


tiempo. Podemos resolverlo poco a poco —dijo avergonzado.

—De acuerdo. —Olivia dejó escapar una leve sonrisa. Cada


una de las frases de ella parecía un callejón sin salida. Eugenio
no pudo encontrar otra excusa para quedarse, así que se
levantó.

—De acuerdo. Llámeme si me necesita. Los dejaré a solas. —


Mientras se despedía, le frotó la cabeza a Néstor—. Si en un
futuro me necesitas, búscame.

—¡Sí, señor! —asintió sonriente Néstor emocionado.


Olivia también se levantó y sonrió con amabilidad.

—Lo acompaño a la salida. —Se despidió de él y cuando


regresó, se sentó frente a su hijo preocupada.

—¿Por qué te comportaste así?

—¿Qué pasa, mamá? —Néstor se hizo el desentendido.

—¿De verdad te duele tanto la rodilla? —preguntó ella


mirándole a los ojos.

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