1 Al 20 Los Hijos Del Jefe
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del jefe
¡Paf!
Se escuchó un suspiro.
«No puedo creer que una mujer tan hermosa resulte ser una
ladrona».
Eugenio se impacientó.
—¿No…?
Sacudió la cabeza.
...
Carlos asintió.
—Absolutamente.
Como respuesta, Eugenio entrecerró los ojos y lanzó el
bolígrafo que tenía en la mano sobre la mesa.
—Tráela aquí.
—Sí, señor.
—Entre.
«¡Qué mujer tan arrogante! ¿Suplicarle que trabaje para mí? ¡Sí
que está segura de sí misma!».
―Sí, lo haré.
...
Por otro lado, Olivia había salido del Grupo Navarro enfadada.
No dejaba de imaginar cómo lo asesinaría. «¡Ese hombre! ¡Voy
a matarlo!». Tomó un taxi al lado de la carretera y se preparó
para volver a casa. Sin embargo, mientras esperaban en un
semáforo, un hombre se desplomó de repente en el suelo
delante del auto. El chofer se apresuró a desviarse a un lado,
al igual que los transeúntes, que también lo ignoraron al pasar.
Nadie parecía tener intención de socorrerlo.
Por esa razón, le revisó los bolsillos. Casi siempre, las personas
con un nivel bajo de azúcar en la sangre llevan ahí algunos
dulces o galletas. Sin embargo, por mucho que buscó, no
pudo encontrar nada. Justo cuando estaba a punto de sacar
su teléfono para llamar a una ambulancia, se dio cuenta de
que había desaparecido. «¿Se me habrá caído en el taxi?».
Suspiró. Por fortuna, encontró en ese momento el teléfono del
hombre. Se apresuró a contactar a los servicios de
emergencia. Después, lo utilizó para llamar a su número.
Aunque dio varios timbres, nadie contestó. Entonces, la
llamada se cortó y alguien apagó el teléfono de inmediato. Su
expresión se ensombreció al instante. «Ese chofer... ¿No le
basta con no tener ni un ápice de bondad en sus huesos?
¿Ahora también me roba? ¡Iluso!». Agarró de nuevo el teléfono
y llamó a Néstor.
―He oído que esta noche habrá una subasta. Olivia, si hay
algo por lo que quieras pujar, dímelo. Yo me encargaré. ―Le
hizo un gesto con las cejas como para alardear de su
amabilidad.
Ella lo miró.
―Cuídate.
―Diez millones.
―¿Qué sucede?
―Treinta millones.
―Cuarenta millones.
―Cincuenta millones.
―Cien millones.
Capítulo 8 Por segunda vez y sin
arrepentimientos
Ante ese precio, el bar entero comenzó a bullir y murmurar.
Todos los ojos estaban puestos en ellos y los miraban con gran
desconcierto. «¿Cómo puede aumentar el precio de un
artículo de quinientos mil a cien millones? ¿No se tiene que
pagar de inmediato el dinero que se oferta?».
―No.
―¡Pero, él se ha ido!
...
En el Grupo Navarro, Eugenio analizaba en su computadora
los datos perdidos valorados en cincuenta millones, así como
ese arrogante mensaje, «Sin arrepentimientos». Sus ojos
reflejaban una mirada profunda. Cada vez estaba más
impresionado por el hacker que había conseguido penetrar
los cortafuegos de su empresa e infiltrarse en el sistema interno
por más de una ocasión. Esta persona podía infiltrarse en los
sistemas de la empresa y agarrar desprevenido a todo el
personal. Desde luego, eso significaba que podría haber
causado más pérdidas de dinero y, por tanto, mayores
estragos. Sin embargo, no lo hizo.
Olivia sonrió y dijo para sus adentros: «¡Ja, pequeño imbécil! ¡Al
fin caíste en mi trampa!».
―En serio, ¿de qué sirve hacer enfadar a mamá? ―Una vez
dicho esto, siguiendo a Olivia salieron los dos del lugar.
―Espere...
Capítulo 12 ¿Quién diablos es esta
mujer?
Eugenio la llamó de repente. Aunque él estaba inmóvil en su
lugar, Olivia podía sentir que su aura la presionaba.
Por su parte, ella torció los ojos y resopló para sus adentros.
«¿Por qué ya no es arrogante?».
―¡Cállate!
«Es increíble. ¡No puedo creer que esta odiosa mujer, Olivia
Miranda, pueda tener un hijo tan adorable!».
―Entrégalo.
...
―¿Cómo cuál?
—¡Camarero!
—Está bien.
En ese momento, Ana vio con el rabillo del ojo que alguien
bajaba las escaleras y giró la cabeza con rapidez. Con toda
intención puso una expresión de terror, se aferró a las manos
de Olivia que acababa de soltarla y gritó con todas sus
fuerzas:
—Vámonos, Néstor.
—Muchas gracias.
—¡Bájenla!
—Muéstrame la pierna.
—Gracias, tío.
Eugenio ignoró su alegría y colgó. Después de pensarlo un
rato, hizo otra llamada. El teléfono sonó dos veces y una mujer
atendió el teléfono.
—¿Eugenio?
—Hace siete años, yo misma los vi. Ana dejó la puerta abierta
a propósito para que yo los viera. Aquella noche, me dio una
copa de vino con algo dentro antes de ir contigo a nuestra
cita. Lo planeó todo, ¡incluso lo que me pasó después! Hugo
Gómez, ¿no te parece aterrador? Esa mujer que duerme a tu
lado es una arpía cruel.
—¿Estás bien?
—¡Para usted!
—Gracias, cómetela tú —dijo Eugenio mientras le acariciaba
la cabeza.
Olivia estaba enojada. «¿De qué lado está este niño?». Miró
con enojo al pequeño y cuando iba a arrebatarle el teléfono,
Eugenio lo interceptó.