El Patriarcado: ¿Una Organización Social Superada?: Por Alicia H. Puleo
El Patriarcado: ¿Una Organización Social Superada?: Por Alicia H. Puleo
El Patriarcado: ¿Una Organización Social Superada?: Por Alicia H. Puleo
Ahora bien, es evidente que no todas las sociedades se ajustan a la definición de patriarcado
de la misma manera ni con la misma intensidad. En otro lugar, he distinguido entre
patriarcados de coerción y patriarcados de consentim iento . Aunque se trata de un intento
de clasificación y, como tal, es siempre esquemático y simplificador, puede ayudarnos a pensar
las preguntas iniciales. Los que he llamado “patriarcados de coerción” mantienen unas normas
muy rígidas en cuanto a los papeles de mujeres y hombres. Desobedecerlas puede acarrear
incluso la muerte. Este tipo de patriarcado puede ilustrarse de manera paradigmática con el
orden de los muhaidines en Afganistán, que recluyó a las mujeres en el ámbito doméstico y
castigó duramente a quien no se limitara estrictamente a los roles de su sexo. El segundo
tipo, en cambio, responde a las formas que el patriarcado adquiere en las sociedades
desarrolladas. Como Michel Foucault señaló con respecto al dispositivo de sexualidad y al
poder en su conjunto, con la modernidad, la coerción deja su lugar central a la incitación. Así,
no nos encarcelarán ni matarán por no cumplir las exigencias del rol sexual que nos
corresponda. Pero será el propio sujeto quien busque ansiosamente cumplir el mandato, en
este caso a través de las imágenes de la feminidad normativa contemporánea (juventud
obligatoria, estrictos cánones de belleza, superwom an que no se agota con la doble jornada
laboral, etc.). La asunción como propio del deseo circulante en los m edia , tiene un papel
fundamental en esta nueva configuración histórica del sistema de género-sexo.
Como bien nos recuerda Celia Amorós en La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias...
para las luchas de las mujeres (Cátedra, 2005), el patriarcado no es una esencia, sino un
sistema m etaestable de dominación ejercido por los individuos que, al mismo tiempo, son
troquelados por él. Todos formamos parte de él y estamos forjados por él pero eso no nos
exime de la responsabilidad de intentar distanciarnos críticamente de sus estructuras y actuar
ética y políticamente contra sus bases y sus efectos. Que el patriarcado sea metaestable
significa que sus formas se van adaptando a los distintos tipos históricos de organización
económica y social, preservándose en mayor o menor medida, sin embargo, su carácter de
sistema de ejercicio del poder y de distribución del reconocimiento entre los pares. Respecto
de esto último, agregaré un sencillo ejemplo: todas las semanas me sigue asombrando la
abrumadora dosis de reconocimiento intelectual y artístico que adjudican los suplementos
literarios de todos los periódicos a creadores consagrados y noveles frente a la exigua ración
otorgada a las creadoras de cualquier rango. Es evidente que, del siglo XVIII a nuestra época,
no ha cambiado demasiado la percepción del “genio” como eminentemente viril.
Reflexionando sobre el patriarcado y los obstáculos que pone al reconocimiento del genio en
una mujer, en su libro La política de las mujeres (Cátedra, 1997), Amelia Valcárcel subraya
justamente que el acceso a la igualdad pasa tanto por la democracia paritaria y el empleo
femenino como por el reconocimiento de la individualidad y del mérito en las mujeres y que un
buen comienzo es la práctica de la solidaridad entre las mismas mujeres (excepto en el caso
de que ésta implicara apoyo a medidas o ideologías contrarias a la emancipación). En Malas
(Aguilar, 2002), Carmen Alborch ha examinado, a la luz de numerosos ejemplos, la rivalidad
entre mujeres y los obstáculos para la solidaridad, dificultades relacionadas con la falta de
autoconciencia de pertenecer a un colectivo históricamente discriminado. Descubrir la trama de
la red socio-cultural en la que vivimos y de la que hemos extraído elementos para la
constitución de nuestra propia identidad no es tarea sencilla.
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16/07/13 Imprimir: El patriarcado: ¿una organización social superada?
La desaparición de los elementos coercitivos tanto en el plano de la ley como en el de las
costumbres se debe fundamentalmente a las luchas del feminismo. Con ello me refiero tanto a
su primera manifestación masiva con el sufragismo que conquistó el derecho al voto, como a la
“segunda ola” de los sesenta-setenta del siglo XX, con su profunda transformación de las
relaciones afectivo-sexuales, y a las investigaciones académicas, grupos locales y políticas de
acción positiva de ámbito nacional e internacional que existen actualmente. Muchas son las
tareas pendientes y una de ellas, como señala Alicia Miyares en Democracia feminista
(Cátedra, 2003) es reconocer y asumir que el feminismo es una teoría que ha de vertebrar la
práctica política.
La consideración de la violencia contra las mujeres, antaño considerada parte del orden
natural de las cosas, como un grave delito relacionado con el sexismo es un paso fundamental
para terminar con una tradición que no reconoce la autonomía a la mitad de los seres
humanos. Que muchos de los asesinatos de mujeres sean realizados por hombres que no
aceptan la ruptura de la pareja es significativo. “La maté porque era mía”, concepción
subyacente a estos crímenes, es una de las expresiones más trágicas del orden patriarcal o
sistema estratificado de género. Por ésta y otras asignaturas pendientes como la gran
desigualdad en el acceso a los recursos y al reconocimiento, no puede decirse como han hecho
algunas pensadoras de la diferencia sexual, que “el patriarcado ha muerto porque ya no
existe en la mente de las mujeres”.
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