La Pecera 6
La Pecera 6
La Pecera 6
ARTE
Maillol o el silencio de la piedra
DOSSIER
Panorama de la poesía griega
contemporánea. Sel. de poemas y
trad. directa del griego de
N.Anghelidis y C. Spinedi
EL OTRO LADO
Ricardo Miguel Costa. El paisaje de
la palabra
TRADUCCIONES
Dürs Grünbein : Lección de la base
del cráneo y ¡Que se vaya al
carajo toda la nostalgia del Este ¡
(Reportaje a Grünbein)
CINE
Otro Nuevo Cine Argentino.La realidad tiene su poesía.Reportaje a
Gustavo Fontán, porNicolás Quinteros
ENSAYOS
Los Papeles De Dedalus, por F. Cermelo/ A propósito de H.D. (Hilda
Doolittle ) por D. Lagmanovich /Cela: El levitador pertinaz por R. Ramos
Signes /Fijman o La Poesía en los Límites por H. Freire /La lengua de la
inmigración en la literatura argentina contemporánea, por I. Magnani /El
arte del coleccionista: Manuel Puig, por A. Bocchino /Alejandro
Schmidt: las geografías del poeta , por C. Gazzera y M. C. Marengo
HOMENAJES
Últimas charlas con Jorge Calvetti por S. Sylvester / Calvetti y una oda
de Horacio, por A. Alvarez Hernández
RELATOS
Un cuento de Calvetti: Romerito / Dos Cuentos de António de Alcântara
Machado (1901-1935) (Trad. de A. de Llano y M.I.Arrizabalaga) / L'ile
delle lonely criaturas, por G. Blanda
POESÍA INÉDITA
César Cantoni (La Plata). Leonardo Martínez (Catamarca). Esteban
Nicotra (Córdoba). Gustavo Valle (Venezuela).
ESTANTERÍA (Reseñas)
Onetti La fundación imaginada.de Roberto Ferro./ La Edad Dorada de
Diana Bellesi./La Granada de Ana Arzoumanian./Oficio de Lector de
S.Sylvester...y más
La Pecera 1
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Ariel Madrazo; Liliana Lukin , Carlos correspondencia y giros en
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de mendigos a la puerta de un hombre rico, donde aparece la mujer con
un bebé a su espalda. Recién en esa época, los niños estaban apareciendo
en la pintura, ya no como tópico religioso del Niño Jesús sino como el de
la calle y de lo cotidiano. El Romanticismo posterior redefinirá ese ima-
ginario social, subrayando su virtud inocente y partícipe de la naturaleza,
aunque, paradójicamente detrás de esta veneración existía la explotación
de los niños en el capitalismo industrial. En el transcurso del abandono
de una noción clásica, la literatura ha contribuido de modo poderoso a
dotar a la niñez del enorme potencial imaginativo que posee en la era
moderna. De ahí que la representación de la infancia pueda leerse en un
amplio espectro desde el Lazarillo de Tormes, pasando por el auge de una
nueva imagen a partir del siglo XVIII con Rousseau y el desarrollo de la
educación, hasta las fábulas moralizantes, los cuentos maravillosos, las
vidas ejemplares y los poco aconsejables relatos admonitorios para asus-
tar niños y grandes. Otro ejemplo, está en cómo se consideró a la poesía,
a partir de ese cambio en la visión del mundo. La Sciencia Nova de Giam-
batista Vico y su idea de los antiguos servirá para construir, en adelante,
una representación de la infancia como lugar de origen al cual el poeta
regresa para afianzar o a veces, legitimar su creación; pero al mismo
tiempo, ese poeta constata la fragilidad de tal empresa que no logra su
cometido, sino en la pérdida que lo ha hecho hombre. De este modo, la
infancia se convierte en un mito del paraíso perdido.
Nunca con mayor precisión que la de hoy, se ha ejecutado esta pérdida
en todo sentido. Jorge Teiller decía que “ninguna poesía ha calmado el
hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a
sobrevivir contra todas las miserias” (Muertes y maravillas: Poemas 1953-
1954. Chile, Ed. Universitaria, 1971). No sé si esto es cierto, cuando 250
millones de chicos se han visto obligados a dejar de estudiar para trabajar
y quizás ninguno de ellos llegue a leer un solo poema en su vida. No sé
cuántos de ellos podrán aprovechar este «Otoño secreto» del poeta chile-
no, que me consuela con lo que ya no volverá: Cuando las amadas pala-
bras cotidianas /pierden su sentido/ y no se puede nombrar ni el pan,/ ni
el agua, ni la ventana,/ y ha sido falso todo diálogo que no sea/ con nues-
tra desolada imagen,/ aún se miran las destronadas estampas/ en el libro
del hermano menor,/ es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre
la mesa, / y ver que en el armario conservan su alegría/ el licor de guindas
que preparó la abuela/ y las manzana puestas a guardar.
O.P.
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La Méditerranée (El Mediterráneo)
La Pecera 7
llol son pensamientos abstractos. Rehusando encajonarse en el academi-
cismo, contrapone la búsqueda de la forma pura y crea una escultura
liberada de cualquier contenido: literario, mítico o religioso. Por eso mis-
mo, André Gide comentará sobre La Méditerranée: «Es bella, no signifi-
ca nada, es una obra silenciosa». Podríamos afirmar entonces, que todas
las grandes tendencias de la escultura moderna, desde el cubismo hasta la
abstracción, surgen de esta revolución silenciosa que el público descubrió
con La Méditerranée en el Salón de Otoño de 1905.
En cuanto a sus dibujos, son prefiguraciones de este mismo silencio,
que reciben una decidida influencia de Gaugin, en cuanto al trazo largo
de la línea y su elementariedad expresiva. Algunos problemas de visión
hicieron que Maillol se volcara a la escultura después de haber experi-
mentado la pintura y el dibujo. Fue Rodin quien le ayudó a moldear su
estilo y coincidieron en la atracción por la Grecia Arcaica. Fue en 1908
que viajó a Grecia, con una estadía en Nauplia, donde se dedicó a ilustrar
las Geórgicas de Virgilio y posteriormente las Églogas. Estas imágenes,
“mise in page”, no fueron publicadas hasta 1950. Sin embargo, en 1938,
Philippe Gonn en París publica Dafnis y Cloe, la novela alejandrina de
Longo, ilustrada por Maillol. En 1958, aparecerán sus ilustraciones de
las Odas de Horacio.
Estas ilustraciones de Maillol tienen algo monumental, un estilo de es-
telas funeraria, que revela la visión de un encuentro generoso de la natu-
raleza y el hombre, que representa una idealización de su Bayuls nativo,
en el sur de Francia. La figura humana está repleta de una alegre sensua-
lidad y desinhibido erotismo que está reduplicado por el paisaje. No es un
mundo donde puea hallarse ni violencia ni efectismo.
poesía griega
generación del 70
La Pecera 9
Poesía griega contemporánea
(Generación del 70)
La cuestión lingüística
La generación del 30
Otra tarea no menos importante esperaba a los jóvenes poetas griegos que
comenzaron a mostrarse activos en la tercera década del siglo XX: la intro-
ducción en país de las nuevas formas expresivas y el abandono de los mode-
los tradicionales, insuficientes y anacrónicos, para poder dar testimonio de
la problemática y la sensibilidad de su tiempo. Hacia los años 30, un grupo
de poetas griegos hizo su aparición en el campo de la poesía de su país, a
saber: Yorgos Seferis (1900/1971), Andreas Embirikos (1901/1975), Nikos
Engonópulos (1910/1985), Odysseas Elytis (1911/1996), Nikos Gatsos (1911/
1992), Yannis Ritsos (1909/1992), entre otros, quienes integraron la llama-
da «generación del 30», equiparable en muchos aspectos - no solamente en
el estético - a la « generación del 27» española. Estos poetas, desde posicio-
nes de vanguardia conectaron a la literatura neohelénica, dominada hasta
ese entonces por una prolongación de las escuelas poéticas del siglo XIX,
con las nuevas corrientes estéticas y sociales que conmovían al mundo en
esos años; ya preanunciadas en la poesía del legendario Konstantinos Kava-
fis(1863/1933), y en la del malogrado Kostas Karyotakis(1896/1928). Fue
tan significativa la producción de esta generación que, dos de sus integran-
tes -los mencionados Seferis y Elytis-, no sólo obtuvieron, en 1963 y 1976
respectivamente, el Premio Nobel de Literatura , sino que su obra, junto
con la de sus contemporáneos, condenó a esa poesía decimonónica que los
precedía, a un dorado destierro, a la vez que se proyectaba en el tiempo, al
opacar -por superposición -a la generación inmediata posterior.
La Pecera 11
La generación “intermedia” o de posguerra
La generación del 70
La Pecera 13
Sin duda, en estos primeros años del siglo XXI, una nueva generación de
poetas griegos -atendiendo, por lo menos, a un orden cronológico- procura
ocupar su legítimo lugar. Pretender -hoy y aquí- clasificarlos o seleccionar-
los, sería materia opinable y tarea prematura, cuando no injusta o arbitraria.
Vista la edad de los poetas en actividad de la generación del 70 , es posible
imaginar que en su obra actual se prefigura ya lo que será la poesía griega en
las primeras décadas de la presente centuria.
______________________
1) Miguel Castillo Didier – Poetas griegos del siglo XX – Pág. 26 - Monte Ávila
Editores – Caracas -1981
2) Bádenas de la Peña, Pedro - La situación lingüística en Grecia. Problemas y
perspectivas-, en ERYTHEIA (Revista de estudios bizantinos y neogriegos), n.
9.2, p. 316, Madrid, noviembre de 1988.
3) Si se desea profundizar el tema ver: Linos Politi – Historia de la literatura
griega moderna – Pág. 25 en adelante– Trad. de Goyita Núñez – Editorial Cátedra
– Madrid – 1994.
4) Moreno Jurado, José Antonio– Antología de la poesía griega (desde el siglo XI
hasta nuestros días)– Pág. 7 - 2ª edición. –Ediciones Clásicas – Madrid – 1998.
5) En: Kikí Dimulá – 31 poemas – Traducción de Nina Anghelidis y Carlos
Spinedi – pág. 11 –Grupo Editor Latinoamericano- Buenos Aires – 1998.
6) Kalokyris, Dimitris, El muelle. Traducción de Nina Anghelidis y nota preliminar
de Carlos Spinedi, Ediciones del Azud, Atenas / Buenos Aires, Pág- 7, 1990.
7) Caída que contribuyó al mayor descrédito de la katharévuza, por ser ésta la
lengua preferida de la dictadura.
8) Aunque no es menos cierto que con esos temas justos, los poetas de la generación
escribieron poemas a la vez justos y bellos; como “ Oda a la bolsa de nylon”, de R.
Galanaki que damos aquí a conocer.
9) Politis, Linos – op. cit. - Pág. 293
10) Spinedi,Carlos- “ Temas y Testimonios” -‘Conversando con Tasos Denegri’-
Pág. 105- Editorial Metáfora – Buenos Aires - 1993
Yannis KONTÓS
Excavaciones 1972
Las palabras rodaron fuera de la boca.
Se apagaron en medio de la oscuridad.
Peligro en la ciudad
Esta noche no se escriben poemas.
La Pecera 15
y tira a matar.
Todos lo señalan -pero
nadie puede verlo.
Corro -corremos.
Me atropello a mi mismo.
TRASLACIÓN
Athiná PAPADAKI
LECHO NUPCIAL
PLANCHAR
La Pecera 17
Sin embargo
me dilato hacia la deserción, como si no hubiese
pasado
nunca por hileras de Lirios.
Hace años ya
el canasto de lavar
con la ropa como corderos enroscados,
me arrebata,
devora mi canción.
Casi el pánico se apodera de mí.
Trato de encontrar un nombre para mis codos
desnudos.
Mientras
el mueble silencioso
mira hacia el mar
y lo toco,
el polvo en mis dedos es una gran compañía.
La otra cara.
En el canasto, berenjenas frescas,
viudas nuevas,
cortan el luto con algo de color violeta.
Me incita
un plato de naranjas humeantes.
Empero
las escamas del pescado en el fregadero de los platos,
lo transitorio.
Mis párpados se cierran hacia lo vano.
Nasos VAGENÁS
La Pecera 19
ODAS BÁRBARAS
XIV
Pienso significa pienso en la muerte
cuando los árboles deletrean la palabra abril.
¿Hay todavía algo para amar que no amé?
Busco las frases
XVI
Nunca comprendí la sed de cielo
ni toqué a las estrellas con la frente.
y las azaleas (qué palabra ésta) poco
me subyugan.
VISIÓN TOTAL
HAIKU
La Pecera 21
Los pájaros de esta ciudad partieron dios sabe
adónde.
Quedó un cielo vacío. y bajo el cielo
árboles vacíos.
y bajo los árboles oscuras motocicletas.
María LAINÁ
FRESCO
Y ASESINATOS MARAVILLOSOS
y mínimas consecuencias.
Pero en el borde del abismo
dentro del desesperanzado grito del sol
con una de sus paredes abierta hacia el frente
duermen mis sueños salvajes.
Me refugio entonces en pequeñas sensaciones
sin embargo dentro de mí todo existe
violaciones y amores y muertes
y asesinatos maravillosos.
Suavemente por las noches sus rostros se
inflaman.
La Pecera 23
DE A PARES
La tiniebla no es luz
no obstante, a ella pertenece
así como la soledad no es amor
y sin embargo lo enfrenta.
Rea GALANAKI
La Pecera 25
misterio,
tela que no eres tela, papel que no eres papel, piel que no
eres piel,
pensamiento que no eres pensamiento, matriz que no eres
matriz, ilegítima que no eres ilegítima, pequeño canasto
que no eres canasto,
tus palabras en lengua censurada susurran sin embargo
dentro de ti el recuerdo emocionado de un amor.
2. Paisaje helénico
Horizonte sembrado de montañas
donde las Furias gustan jugar al escondite
gritando en medio de sus risas las condenas.
Dimitris KALOKYRIS
III
PAISAJES flamencos,
italianos, guaraníes, ingleses,
trofeos de guerras y de la iglesia
usurpadora de la historia humana
dentro del abismo de Dios
La Pecera 27
con algunas ráfagas obscuras sobre la
corriente
que atraviesa encolerizada
anfiteatros, arenas, tabernas
(centros de sacerdotes de tango en
otros tiempos
o de los deportistas de la política)
ruinas de ingeniería naval y monumentos de soledad
salvas de tamborilleros que tenían una escaramuza
para soltar sobre el pavimento
los derechos del platero o del panadero
torrentes de petróleo, circonio, cobalto «
acero y platino
un financista ambulante de Alexandrópolis,
isleños de Quíos que calafatearon los barcos de los
cruzados,
de Colón con almáciga del Egeo,
corintios que elaboran caña de azúcar
para turrones y licores,
con el abecé de una estrella centaura
y una luna fenicia
regresando hacia los estrechos
de Magallanes y de Pigafetta
bañando las siembras hasta los zodíacos de los glaciares
brigadas de rumiantes devoradores
se regocijan en las llamas de la eclíptica,
el poeta
Constantino Kavafis.
Jenny MASTORAKI
RESUMEN
De niña, mi madre
ponía sobre mi piel el padrenuestro
y los talismanes azules de la isla de Tinos.
Tomaba mis sueños y los encerraba
La Pecera 29
con doble vuelta de una gran llave.
Los recontaba por la mañana
asentándolos en un cuaderno.
Ahora, mientras duermo,
me exorciza la canción en los labios
y todas las noches mi cama
se convierte en un tapiz bordado
que dice: “Libertad o Muerte”
EL POETA
Debe ser difícil
la tarea del poeta.
Personalmente, no lo sé.
Yo toda mi vida
escribía sólo
unas largas, desesperanzadas cartas
sobre barrios áridos,
las encerraba en botellas
y las arrojaba en las alcantarillas.
DECADENCIA
La decadencia
no tiene márgenes temporales.
Llega como una invitación extrajudicial
y así simplemente
saca tus muebles a la calle.
A tu alrededor los chicos
curiosean
el respaldo de la silla,
allí donde en un arrebato
de juventud
escribiste:
Mentiras -Mentiras -Mentiras.
Por último
cargas sólo la cama
EL CABALLO DE TROYA
ORIGEN
La Pecera 31
El mosaico de tu origen racial
surgió de profundos
matices del mar Egeo.
Los momentos de la transparencia,
un blanco enceguecedor de la isla de Sifnos
y todo el bosque de palmeras cretense
para elevación de un instante.
Cosechamos aún los colores
en esta cepa helénica.
Andonis FOSTIERIS
ATAQUE DE ADJETIVOS
Hacia donde vuelva la mirada, todo estiércol. Invalorable abono
el bulbo de mis ojos florecerá en colores.
LA ARAÑA
La Pecera 33
para que no falte el poema nuestro de cada día). Pan
negro
con harina negra -¿acaso alguien se preguntó
por qué al ser impresas aparecen negras las palabras?
¿Qué impulso genético decidió
que cada reflexi6n es luto? ¿ Qué instinto
da bofetadas a los perfumados
jóvenes de la semiótica
quienes dejaron
escapar de un modo escandaloso lo visible?
La Pecera 35
REVISTA TOPIA
Psicoanálisis, Sociedad y Cultura
Año XIII Número 37 Abril 2003
Dir: Dr.Enrique Carpintero
Juan María Gutiérrez 3809 3ºA
(1425) Capital Federal
Www.topia.com.ar
BARATARIA
Revista de poesía
Año 4 ,Nro.doble 7-8
Dir: M. Sampaolesi
Sec: Héctor J. Freire
El paisaje de la palabra
Ricardo Miguel Costa (1958) Es docente y reside en Neuquén, donde vive entre la
docencia y el aprendizaje. Publicó: Árbol de tres copas (1988); Casa mordaza (Libros de
Tierra Firme, 1990); Homo dixit (Ed.Libros de Tierra Firme, 1993); Teatro teorema
(Ed.Libros de Tierra Firme, 1996); Danza curva (Ediciones Del Dock, 1999) y Veda negra
(Ediciones Del Dock, 2001). Algunos reconocimientos: Bienal Argentina de Poesía 1991;
Premio Plural, México 1992; Fundación Antorchas 1995; Primer Premio Fondo Nacional
de las Artes 1998 y Concurso Iberoamericano Neruda, Chile 2000.
La Pecera 37
va: su trabajo editorial, como así también la creación de la Feria del Libro
de Puebla, le aportaron un conocimiento de la literatura latinoamericana
que bien supo compartir con sus pares en Neuquén y que bien supimos
aprovechar algunos.
Mis dos últimos libros: Danza curva y Veda negra, los percibo como los
más fieles .... Más aún Danza curva porque, además, carga con una dedi-
catoria muy especial y fue escrito en el reposo meditado de quien preten-
de ilustrar un recorte de lo real.
El paisaje de la palabra
Desde luego que el lenguaje poético debe cargar con un registro propio
del género, lo que no significa que deba abandonar un lenguaje ajeno a la
comunicación en general. El lenguaje coloquial, cuando gira lingüística-
mente en el discurso poético, ha dado amplias muestras de exquisitos
logros. Basta con acudir a los textos de Nicanor Parra, de Antonio Cisne-
ros o de muchos de los poetas latinoamericanos de las últimas décadas
para dar cuenta de ello. En mi caso procuro extenderme en un lenguaje
llano, en unlenguaje que apele a lo mínimo necesario para que el lector
sienta, al mismo tiempo, extrañeza e identificación con ese lenguaje.
Mirando al sur
Percibo que -y esta es una visión muy particular (ruego que la tomen
como tal)- no abunda la novedad. Por otro lado, a lo mejor tiene que ver
lo generacional respecto a esta apreciación -confieso 44- , en esta última
etapa me he volcado más al placer de la relectura y a la atención de lo que
La Pecera 41
viene produciéndose en otras provincias y en esta inmensa región. Du-
rante los últimos 25 años vienen realizándose diversos encuentros de es-
critores que escriben desde la Patagonia. Desde aquellos fundacionales
Encuentros de Escritores de Madryn, hasta los recientes Encuentros de
Cultura del Sur del Mundo -evento que convoca a poetas chilenos y ar-
gentinos, y que se lleva a cabo anualmente en la Patagonia alternando
cada encuentro entre ambos lados de la cordillera- se ha generado un
espacio de difusión sumamente interesante sobre la poesía escrita en esta
región. Ello movilizó la necesidad de leernos y conocer más sobre nue-
vas producciones. Además, esta integración motivó el surgimiento de es-
fuerzos propios vinculados a este género: publicaciones, editoriales, re-
vistas, grupos de poesía (Ed.Limón, Ed.del Sur del Mundo, Revuelto
Magallanes, Escritores Patagónicos, y otras) que anuncian un futuro in-
mediato sumamente prometedor para este sur de mundo.
Desde luego que, quienes escribimos desde las provincias, vivimos otro
ritmo y ello tal vez nos permita construir un lenguaje al margen de cierta
enajenación que puede llegar a ser distintivo de las grandes ciudades.
Ahora, quien aún mantiene el puño y el corazón caliente estará en perma-
nente comunión con la palabra, transcurra sus días en una gran ciudad o
en una zona rural, y ello no favorece ni desfavorece al hecho poético.
PUNTOS DE VISTA
La Pecera 43
Adelanto Editorial
La Pecera 47
-Los críticos hacen su lista de los mejores. Realmente te meten allí en
una reserva natural y, claro, eso atrae a los cazadores furtivos. Lo que
creo es que al menos para alguna gente he hecho una poesía con la que en
cierto sentido se pueden identificar. Es decir, lo que más bien ocurre con
la prosa. Dado que admiro a algunos contemporáneos, no sólo poetas, de
las más diversas tendencias, apenas puedo decir algo más sobre esto. Hay
actualmente una centena de ellos que son más interesantes que yo.
Usted tiene también éxito con los lectores. Es raro que la poesía en-
cuentra tanta resonancia.
-Para mí es más bien una paradoja. Creo que aquí hay un malentendido.
Dado que considero el poema como una ayuda del recuerdo, una partitura
para el reencuentro con el tiempo vivido o perdido, puedo sólo ponerle
como base una experiencia vivida... En el caso ideal, el poema es concre-
tamente esta experiencia con el tiempo, el olvido, el desaparecer y apare-
cer de las cosas, personas, pensamientos etc. Puede ser que así se produz-
can efectos del déjà-vu; también su comprensión (que es otra que la de la
matemática y la lectura de la información deportiva) me parece que es
una vivencia del déjà-vu.
Eso quiere decir que los lectores opinan que en sus poemas se expre-
sa también la historia del que lee.
-Alguien cree verse reflejado en las líneas, así como yo me he visto en
las de otros poetas. Por así decirlo, he estado hace siglos de camino con
Odiseo por el mar Mediterráneo o en el viaje de Dante por el infierno al
lado de Virgilio. Cada poema medio narrativo, de Juvenal o de Leopardi,
Hölderlin o Eliot ha aumentado hacia atrás, fragmentado y multiplicado
mi vivencia limitada del tiempo. Al contrario, ahora, al ser leído, estoy
presente en alguien durante segundos y esos otros viven una parte de mi
tiempo. El interés de tal división -en múltiples personas, en diversos tiem-
pos- parece en todo caso superior a lo que se creyó siempre.
Usted da en una tecla sensible del tiempo, plantea cuestiones que
interesan inmediatamente a la gente, por ejemplo: ¿Hacia dónde se diri-
ge el hombre, hacia donde nos llevan los experimentos genéticos?
-Yo no soy un pesimista de la cultura. Como Nietzsche pienso que todo
lo que de alguna manera puede conocerse y hacerse, un día se hace y se
conoce. Esto se puede lamentar, pero es sencillamente así, no hay pausa,
ni parada. En cuanto a la genética y a la tecnobiología esto quiere decir:
Todos los malos presentimientos que tenemos tendrán lugar, pero no como
lo imaginamos ahora. Todo lo malo vendrá de otra manera y hay está el
incentivo.
¿Qué es lo que le interesa de eso?
-Lo que me interesa, partiendo de lo evidente, son las consecuencias que
ya se sienten. Y estas hallan entrada en el poema. Sin embargo con poe-
mas, definitivamente, no se puede lograr nada, porque ellos mismos son
ya un modelo alternativo. O se está dentro de ellos o se está fuera, donde
se toman las grandes decisiones.
La Pecera 49
¿ En aquel tiempo le ha servido la lectura de otros autores?
-Uno que ayudó mucho entonces fue el poeta ruso José Brodski – su
posición de no dejarse etiquetar como víctima. Esto fue entonces el leit-
motiv, la base de todos mis supuestos cinismos, que en realidad eran un
desahogo: no quería ser ninguna víctima, de nadie. Ni en una relación
privada, ni como títere moral de un estado, de un partido o de lo que
fuera. Por eso toda la nostalgia del Este la mando al carajo. No me siento
unido a la fuerza, como tampoco era antes un esquizofrénico.
¿La experiencia del otoño del 89 cuando estuvo amenazado fue el
punto de partida de los motivos corporales de sus textos?
-Si es cierto lo que Benjamin dice, que el schock hace la experiencia,
entonces es el cuerpo el punto de partida, no la lengua. Y en el Este el
cuerpo estaba mucho más prendido y condicionado por la política que
probablemente en el Oeste. Con Canetti se podría decir que en el Este el
individuo estaba lleno de las espinas de las órdenes. La ideología y la
represión estatal habían hecho de él un cactus.
¿Y qué ha hecho el cambio con el cactus?
-El llamado cambio era también el intento de quitarse de pronto todas
las espinas; de ahí el grito desesperado, los reflejos de huida, el pánico
general y después el triunfo. En el Oeste se logra mucho mejor el dar de
lado a las compulsiones corporales. Incluso la acción simbólica del con-
trol del documento de identidad, la forma más sutil de mantenerte contro-
lado, se ha eliminado en gran parte. Aquí se puede uno ver metido en una
ráfaga de disparos en plena calle, pero la llamada a filas se puede evitar
con muchos trucos.
Alguien ha dicho sobre usted: «Su vocabulario viene del Este, su
gesto del Oeste.»
-Al revés. Todos los nuevos incentivos, motivos e ideas fijas vienen del
hemisferio occidental. Del Este viene, sin duda, todavía el gesto, una
cierta curiosidad idiota, el pensamiento ralentizado. Pero el Este era siem-
pre para mí el Lejano Oriente, que llegaba hasta Mongolia. La verdadera
polaridad era siempre Rusia y América, nunca Alemania del Este y del
Oeste. En la RDA me he sentido siempre, hasta el último momento, como
en una tumba estrecha, en el lecho de un río pequeño y seco. Pero Alema-
nia Occidental no era nunca la solución de eso, ni en el sueño un mundo
paralelo.
¿Era esta estrechez del lecho del río típica de la RDA o del Este?
-Finalmente he sustituido la experiencia de allí por el conocimiento
que realmente todo eran experiencias rusas. Y en ese momento llegué a
otras conclusiones. De una parte había la predilección por los signos ru-
sos y los uniformes, por la literatura de Mandelstam y de Ajmátova, por
otra parte he visto entonces por primera vez dónde estaba la verdadera
amenaza. La RDA era hacía tiempo sólo una apariencia pasajera. Mien-
tras lo ruso como constante, toda la historia extendida sobre Europa del
Este, llegaba mucho más profundo.
La Pecera 51
-Hoy encontramos en todas las capitales occidentales una situación ur-
bana semejante a la de la Roma de Domiciano. Sectas religiosas y formas
culturales mixtas, suburbios y guetos, rebelión de los pobres y temor al
extranjero, violencia criminal de todo tipo. Y las ciudades se vuelven
inhabitables en su interior, allí donde están los bancos, los templos, el
foro oscuro de noche.
¿O sea que los más recientes desarrollos de los medios apenas apor-
tan nada?
-No hace falta revolver tan diligentemente en las más jóvenes tradicio-
nes, tampoco en el cine o la televisión. El tipo de civilización ya estaba
antes allí En el momento en que hay algo como un desarrollo cultural
europeo – disperso en miles direcciones y sin embargo lineal -, hay tam-
bién ecos a través del tiempo, retrospectivas que son previsiones etc. Hay
algo así como una correspondencia por encima de las épocas. El dato más
joven, el videoclip, es sólo una faceta de ello.
En uno de sus poemas define usted al hombre como un animal espe-
cial. ¿Es éste su verdadero tema?
-Tal vez es el hombre un caso especial absoluto, un salto mortale en la
evolución. Siempre me ha interesado la grieta entre el último animal y el
primer hombre. Si esta frontera, esta grieta, pudiera determinarse litera-
riamente con más exactitud, se ganaría mucho. Cuando se investiga esa
frontera, se encuentra uno inmediatamente con lo absurdo.
«Man is a
thought-sign»
Charles Peirce
Lo que tú eres se ve
al margen de anatómicas tablas.
Al esqueleto en la pared
disparatarle algo del alma
se atraviesa ahora tan mal
como en las fauces del tiempo
( cerebelo más o cerebro menos )
esa mierda de eternidad.
La Pecera 53
3
Inframince
La Pecera 55
Après l‘amour
French kiss
La Pecera 57
Pez en el medio
La Pecera 59
El Nuevo Cine Argentino
En ocasión del estreno de ópera prima, “Donde cae el sol” de G. Fontán, se realizó el
siguiente reportaje . Sobre la película, Nicolás Quinteros, autor del mismo, ha expresado:
“Sin lugar a dudas, Donde cae el sol es una película distinta dentro de la cinematografía
nacional. Por un lado, si bien la historia puede ser interpretada como un melodrama, nunca
cae en los excesos, en el subrayado (incluso cuando muere el protagonista, esto sucede
fuera de campo). Y por otro lado, Fontán revela la poesía que se encuentra en la cotidianei-
dad (no al estilo de la deshonesta y multipremiada Historias Mínimas de Carlos Sorín), en
las conversaciones y en los sonidos, pero siempre lejos, muy lejos, del costumbrismo y del
color local. Donde cae el sol demuestra que otro nuevo cine argentino independiente es
posible. Alejado de la marginalidad como excusa temática, de los virtuosismos innecesarios
y de la intención vanguardista. Simplemente contando una historia. Como las que cuenta el
vecino”
“Varias canas” me contesta Gustavo Fontán cuando le pregunto sobre el trabajo que le
demandó su primer largo de ficción. Aproximadamente cinco años tardó el realizador en ver
terminada su ópera prima, pero no duda en afirmar que mañana mismo empezaría de
nuevo.Gustavo Fontán nació hace 42 años en Banfield, en el Sur de la Provincia de Buenos
Aires, lugar en el que reside actualmente y en el que situó la historia de Donde cae el sol.
Anteriormente, este Licenciado en Letras, realizó los cortometrajes Luz de otoño (1992) y
Canto de cisne (1994) y los mediometrajes Ritos de paso (1997) y Marechal o la batalla de
los ángeles (2001); además de tener una nutrida trayectoria como autor y director de tea-
tro; y como escritor de poemas y cuentos.
Comenzada la entrevista, uno no puede dejar de relacionar a Fontán con su film. En sus
respuestas, Fontán demuestra el gran afecto que le tiene a su obra y comparte el lenguaje
pausado, reflexivo de la misma. Evitando los lugares comunes y las frases vacías y grandi-
locuentes. Porque Gustavo Fontán sabe que a diferencia de buena parte del nuevo cine
argentino, a veces las cosas no tienen que ser dichas necesariamente a los gritos, sino en un
tono medio…
La Pecera 63
GF: El fuera de campo es uno de los recursos más fenomenales del cine,
tiene una tremenda potencia expresiva. El fuera de campo obliga al es-
pectador a tener una posición activa, creativa, imaginativa. Me parece
que desde algún lugar de poder, esto no conviene, entonces es mejor la
explicitación de todo, la imagen tiene que decir todo, no hay nada más
que lo que está pasando en la pantalla. Por supuesto que siempre hay
más.
N.Q.: ¿Cómo trabajaste esta idea de evitar los subrayados con los
actores?
GF: Ell laburo con los actores para mí es clave. Creo que normalmente
es una deuda en el cine argentino, salvo Favio a quien yo siempre admiré
por el trabajo que hace con los actores, a mi me parece que consiguió
cosas maravillosas. Y que esto distingue enseguida a una película. Me
llevo muy bien con los actores, me gusta mucho trabajar con ellos y creo
que el trabajo que hicieron desde Alfonso, Mónica, Rubén, Gloria, me
parece fenómenal porque conseguimos comprometernos con la sensibili-
dad del personaje, no con la acción escrita del personaje. Yo les decía que
si no tienen alma, si no hay sensibilidad, si no lo puedo sentir respirar, no
hay personaje. Y trabajamos mucho sobre esa idea, de poder colocarles
las pequeñas sensaciones, las pequeñas sensibilidades. Entender muy bien
por dónde pasaba la escena, todo el grupo discutía esto, incluido los acto-
res. Y se trabajó mucho sobre eso, por eso digo que una película uno no la
hace sólo. Cuando esto se destaca, me gusta señalarlo y me gusta que lo
señales, porque no es mi mérito solamente, es el compromiso de todo un
grupo al servicio de una idea.
N.Q.: Contáme las peripecias que tuviste que realizar desde que na-
ció el proyecto hasta que finalmente estrenaste la película.
GF: En principio tengo máss canas, mechones de canas. Fueron cinco
años tremendos de laburo. Pero creo que es bueno darle un marco. Re-
cuerdo claramente que cuando se discutía la Ley de Cine, parecía que el
discurso era “cine de 1.200.000 dólares o no existe”. Casi como de mane-
ra espontánea salimos Trapero, Caetano, Rejtman, salimos a hacer pelí-
culas de otra manera, porque quedábamos afuera, porque no podíamos
tener 1.200.000 dólares. Entonces las hacíamos sin tener resuelto todo,
en verdad, no teníamos resuelto nada. Era como una especie de gran aven-
tura, que por supuesto ya habíamos trabajado, ya habíamos hecho muchas
cosas. Teníamos la gente, teníamos los equipos, no era que nos lanzába-
mos a una cosa irracional. Sí irracional desde lo que es el sistema de
producción tradicional, que tiene que tener resuelto ya hasta la copia fi-
nal. Esto hizo que todo los procesos fueran muy largos. Por ejemplo, nuestro
rodaje fueron seis meses, porque armábamos una locación y no teníamos
nada, no teníamos para alquilar, no teníamos para comprar, no teníamos
nada. Teníamos la gente, que laburó como bestias, los equipos y la pelícu-
la. Conseguíamos un local vacío por ejemplo, y armábamos la disquería.
Se armaba consiguiendo cosas, porque había que armar ese cuartito del
fondo que el tipo lo tiene desde hace cuarenta años. Entonces juntábamos
los objetos, íbamos por la calle o los traíamos desde nuestras casas y los
evaluábamos. Cuál era el criterio de evaluación: sentir que ese objeto
había sido vivido. Si creíamos que el objeto cumplía ese requisito, lo po-
níamos. Armamos la disquería, filmamos la disquería y paramos un mes
para armar el departamento de Clara. En total unos seis meses, seis me-
ses y medio de rodaje. Y después viene la posproducción, que normal-
mente es lo más terrible porque no podés conseguirla. Nuestra apuesta
era revelar, hacer un trasnsfer, editar la película en video y conseguir
algo, por ejemplo la invitación a un festival importante. En seguida la
elige Mar del Plata, cuando conseguimos la invitación le pedimos al Ins-
tituto un adelanto de subsidio para poder terminar la posproducción. Así
ocurrió, lo que pasa es que ese subsidio llegó como al año, entonces los
plazos se alargan más. Y después vos tenés la película terminada – noso-
tros la tenemos terminada desde marzo del año pasado -, pero no podés
estrenar porque uno no tiene la estructura de publicidad y demás. Enton-
ces hacer un recorrido afuera, tratar de ir a algún festival, de ganar algún
premio y recién después estrenar. Esto hace que esos procesos que nor-
malmente pueden ser de un año o dos se transforman en estas películas en
cuatro o cinco años. Y con todas las dificultades y alternativas que signi-
La Pecera 65
fica hacer algo en la Argentina, de cambios, de cuestiones burocráticas.
Pero a pesar de todo me decís que el lunes arrancamos de nuevo y te digo
dame el fin de semana para descansar un poco y el lunes arrancamos de
nuevo.
La Pecera 67
E dit or ial M ar t in
Publicaciones recientes
Colección La Pecera Ciencias
ACTUALIZACIONES EN BIOFILOSOFíA,
Guillermo M. Denegri y Gladys E. Martínez (ed)
Con prólogo de Mario Bunge
ISBN: 987-543-027-7
(244 págs.)
Este libro reúne los trabajos elaborados por los participantes a tres cursos
dictados en el marco del Seminario Permanente de Biofilosofía, que fuera creado
en el seno de la Facultad de Ciencias Exactas y naturales de la Universidad
Nacional de Mar del plata, en 1997. Una instancia en la integración entre el
pensamiento científico y el filosófico, La teoría de la evolución de Darwin en el
Marco de epistemología clásica, la propuesta de Kuhn, el enfoque Lakatosiano,
la posición de Lamark, el concepto de adaptación , Los interrogantes
epistemológicos en las disciplinas biológicas, entre otros temas.
Precio de venta: $20 / € 11
Colección La Pecera-Tesis
IMAGINARIOS RE (DES) ENCONTRADOS:
POÉTICAS DE JOSÉ ANGEL VALENTE
por Marcela Romano
ISBN: 987-543-020-10
(154 págs.)
Este libro ahonda en la poesía de uno de los más grandes poetas españoles de la generación de los
50: José Angel Valente. Marcela Romano se desempeña como docente e investigadora de la
cátedra de Literatura Española de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Precio de venta: $22 (€ 8)
LA COARTADA METAPOÉTICA
Marta B. Ferrari
ISBN: 987-543-011-2
(230 págs.)
La poesía de José Hierro, Ángel González y Guillermo Carnero es muy poco conocida en nuestro
país. Sin embargo estos tres poetas españoles han sabido ganarse uno de los lugares más
importantes en la literatura que va de los 40 a los 80. El presente libro aporta una nueva mirada a
los estudios realizados sobre el tema, al cuestionar la linealidad usual de las periodizaciones.
Precio de venta: $22 (€ 8)
La Pecera 69
Algunas epifanías
Los niños que se han quedado hasta más tarde preparan sus cosas para
volver a casa porque la fiesta ha terminado. Es el último tranvía. Los
descarnados jumentos pardos lo saben y agitan sus campanas a la
despejada noche, como un aviso. El cobrador habla con el conductor:
los dos hacen frecuentes gestos de asentimiento a la verde luz de la
lámpara. No hay nadie cerca. Parecemos escuchar, yo en el peldaño de
arriba y ella en el de abajo. Ella sube a mi peldaño muchas veces y
vuelve a bajar, entre frase y frase, y una o dos veces se queda a mi lado,
olvidándose de bajar, y después baja... Déjalo estar; déjalo así... Ya no
se molesta en hacerme apreciar lo compuesta que está –su bonito
vestido, su fajín, sus largas medias negras- porque ahora (sabiduría
infantil) parecemos saber que este final nos complacerá más que
cualquier otro final para el que hayamos trabajado.
Mallarmé había dicho que el mundo existía para llegar a ser un libro.
Algo similar dijo Homero, al justificar en canciones las calamidades que
los dioses envían a los hombres. Ambos ejemplos aparecen en un ensayo
de Borges sobre los libros. Gran parte de la literatura, desde el cantor
ciego hasta el mitógrafo francés, se ha debatido en el problema de la
representación, tal vez no del mundo, ni de la naturaleza, como quería
Aristóteles, sino de la cotidiana experiencia de los hombres, pudiendo ser
ésta insignificante o extraordinaria, real o ficticia.
Para enfrentar de una vez el problema (y eludirlo con la misma determi-
nación), diremos que muchos de los textos que conforman la historia de
la literatura han navegado entre las posibilidades de representar una ex-
periencia y la de convertirse ellos mismos en una. Esta preocupación an-
terior no es exclusiva de los escritores, que en su búsqueda de la palabra o
la frase justa, han querido amoldar la escritura a la medida de sus aspira-
ciones, de sus sueños, de sus pretensiones, de sus limitaciones. Un autor
puede desarrollar una obra a partir de sus experiencias, sus deseos, sus
sueños. Pero es el lector, la mayoría de las veces, quien, con criterios
caprichosos, oscuros, perversos, o tal vez por ignorancia y jactancia, res-
cata o deshecha, descubre o pasa por alto el fruto de esas experiencias
ajenas, en la medida en que, ahora, esas escrituras se adaptan o no a la
medida de sus propios deseos, sueños, pretensiones. Sin embargo, cual-
quier lector puede confundir como distintas las experiencias literarias y
las vitales. Uno de los sabios griegos de la época helenística aseguró, con
mucha confianza e ironía, como corresponde a las grandes sentencias, y
no sin miedo al destierro, que sería capaz de cambiar todos los rollos de la
Biblioteca de Alejandría por sentir, aunque sea un momento, lo que sintió
Ulises la tarde que abandonó las playas de Troya. La fascinación de una
experiencia ajena, que llega a nosotros a través de la letra impresa o la
palabra oral, el sentimiento de envidia sentido por el griego al haber sido
otro el protagonista, la admiración y el deseo aparecen sólo cuando se
tiene una confianza plena en la palabra como portadora de una vivencia.
En el campo (o universo) de la literatura, dijimos que esa vivencia pue-
de ser real o ficticia, individual o colectiva, personal o cultural. Lo im-
portante es que tanto el emisor como el receptor crean que la transmisión
de esa experiencia alterará, de manera ostensible, o misteriosa, eterna o
momentáneamente, sus respectivas vidas, y que tengan la seguridad de
que siempre es mejor la transmisión de esa experiencia que su silencio.
Hay ciertos momentos en la lectura de textos, en la recepción de cual-
quier tipo de relatos, incluso en esos relatos cotidianos, frecuentes y reite-
rativos que todos escuchamos o elaboramos en nuestras cabezas (palabras
La Pecera 71
emitidas y omitidas al llegar a un lugar o en una reunión, lo que más
tarde contaremos a un amigo y lo que nos contará, lo que guardamos para
contar en otro momento a una persona especial, las mentiras que se in-
ventan por miedo, por coraje, por amor, por soledad, para hacer literatu-
ra) en los que se intenta unificar, en quien cuenta o escribe y en quien
escucha o lee, no sólo las imágenes que dan forma a un relato o una
experiencia, sino los sentimientos, emociones, perplejidades y fascina-
ciones que el acontecimiento mismo generó en su protagonista real o
ideal: se intenta recrear una vez más la vida y no tanto representarla.
Según el griego, la literatura pretendía, además de generar sentimientos
y emociones y despertar la curiosidad intelectual, fascinar la voluntad de
vivir situaciones que nunca antes fueron vividas por los lectores y quizá
tampoco por sus autores. En esta elaboración no importa tanto la veraci-
dad concreta de los hechos, sino la posibilidad de su reconstrucción ins-
tantánea, inmediata a la recepción. Esa posibilidad realizada, que con-
vierte el vínculo entre emisor y receptor de un relato en una experiencia
vital completa, en la que se involucra lo intelectual, lo emocional, lo físi-
co y lo volitivo es la que en un primer acercamiento podríamos denomi-
nar «epifanías».
Quien hace circular ese término en la literatura (ya como técnica artísti-
ca, ya como concepto estético) es el irlandés James Joyce. A través de su
obra, y desde sus primeros escritos, se observa la preocupación de «atra-
par» el instante efímero, de registrar aquello que se revela por unos se-
gundos y que se desvanece con la misma velocidad y sorpresa con que
apareció. David Haymann, en su ensayo The purpose and permanence of
the joycean Epiphany, como antes Robert Scholes en The workshop of
Daedalus, se entregó a la tarea de buscar, enumerar y catalogar todas la
epifanías que Joyce había registrado en su vida. En una especie de “bio-
grafía espiritual”, el crítico leyó y revisó detenidamente todos los textos
de Joyce, desde las obras más importantes hasta los primeros poemas y
los apuntes que el irlandés tomaba de la realidad inmediata para luego
recrearlos en sus obras. Así, Hayman llegó a contar un poco más de ochenta
epifanías, variando el número de acuerdo a las dudas de considerar como
tales o no algunas de ellas.
La definición de epifanía es más compleja que la intuición de estar fren-
te a una. Es más segura una definición elíptica, o fugaz, que una descrip-
ción verosímil. Así, la epifanía es una suerte de “retrato” de un tipo de
realidad intuida detrás de las apariencias cotidianas, o las mismas (y a
veces anodinas) apariencias cotidianas de tal manera condensada que cris-
taliza en una suerte de experiencia arquetípica. La epifanía es también la
curva sutil de una emoción apenas saboreada. Son estas cosas, o no son
nada. Joyce, sin llegar a una formalización, descubre las posibilidades
estéticas de ese concepto religioso en el libro que el ensayista W. Pater
dedica a algunas de las personalidades más importantes del Renacimien-
to europeo. En la Conclusión de ese libro, encontramos el análisis de los
La Pecera 73
Joyce es uno de esos escritores que tienen más imitadores que discípu-
los, lo que hace que hayan llegado hasta nosotros muchos de sus experi-
mentos pero muy pocos de sus resultados. Uno de los errores es creer que
la esencia de la epifanía es el fragmento, y que únicamente se manifiesta
en un lenguaje estrictamente poético. Si bien se revela a través del frag-
mento, la epifanía intenta, en no más de diez o doce líneas, integrarse no
sólo en la totalidad del relato en la que tiene lugar sino también contami-
nar la vida de aquel que en ese momento se convierte en receptor de esa
experiencia.
El movimiento de epifanía de lo real comienza en el artista, en el mo-
mento que descubre que hay algo, en la realidad que mira, en la que
deambula por su cabeza, en la que intuye en sus entrañas, que es necesa-
rio rescatar de las aguas del tiempo (no en vano la Conclusión del libro de
Pater es encabezada por una cita de Heráclito). Una de las grandes pre-
ocupaciones de todo artista en toda época es la búsqueda de un lenguaje
que le permita el modo de escribir o representar exactamente no tanto lo
que tiene delante, sino lo que “desea” representar. Así la epifanía otorga
a la cosa (real, inventada) un valor que no tenía antes de la mirada del
artista. La mayoría de las veces, para descubrir la realidad, para mostrar-
la y serle fieles, los escritores la traicionan.
Pero hay otro momento en el circuito epifánico, tanto o más importante
que el anterior. La epifanía literaria no existiría, o se perderían como las
aguas del río de Heráclito si un lector no las descubriera. Hablamos de
descubrimiento y no de lectura en su sentido escolar, porque todos pode-
mos leer el Ulises, En busca del tiempo perdido o cualquier otra obra, sin
experimentar una miserable revelación. Pero cuando se produce el descu-
brimiento, no sólo la obra se revela a nosotros, sino también nuestra rea-
lidad inmediata. En el fin del circuito epifánico, y como un nuevo co-
mienzo, el arte deviene otra vez realidad. Se aprende a leer con Joyce, con
Proust, con los clásicos, para aprender a ver la realidad y vivirla de otra
manera, encontrando en ella cosas que no estaban antes de que el arte las
revelase.
El problema central, lo que lleva a alguien a querer atrapar, por la escri-
tura o la lectura, un momento, un instante, alguna imagen de la realidad,
es el sentimiento de que la realidad, como decía Heráclito, es una suma de
fuerzas y de elementos que devienen y poco a poco se deshacen. Habla-
mos de experiencias, de fragmentos de experiencias, de la vida y el arte
dominadas por esta sensación de considerar las cosas como inconstantes
e indefinidas. La vida parece a veces, y de ahí la esencia de la epifanía,
una sucesión especial de momentos inconstantes (y otras veces: una suce-
sión inconstante de momentos especiales). Pongamos como ejemplo uno
de esos momentos felices y cursis: la experiencia del mar en una tarde de
verano, cuando la playa queda desierta, el aire comienza a enfriarse y es
hora de irnos de la playa. La realidad, en ese momento, es una combina-
ción perfecta de elementos naturales, de colores, de olores, de cierta tem-
La Pecera 75
A propósito de H.D.
David Lagmanovich
Pound se queja también de que, en los poetas que decían haber seguido
los principios del movimiento, había muchos que no observaban el se-
gundo de estos principios, y que en consecuencia caían en un verbalismo
inaceptable, sobre todo por excesos en la adjetivación o por permitir la
subsistencia de un ritmo mecánico dentro de lo que convencionalmente
se llama vers libre. La observación es importante precisamente porque no
alcanza a “H.D.”, cuyos versos son modelo de nitidez, exactitud en la
presentación de la imagen y economía verbal.3
II
Pero al mencionar lo más significativo en la poesía de H.D., como lo
hacen tanto Pound como Henríquez Ureña, no debemos olvidarnos de
ella misma: es decir, de la forma en que construye la figura del (de la)
poeta en sus poemas. O sea que, provisionalmente al menos, podemos
examinar una tríada: la construcción del poema, la realización de la ima-
gen dentro del mismo, y la (auto)presentación de la figura del creador.
El primer libro de poemas de H.D. es Sea Garden (“Jardín marino”), de
1916. Reparemos en el año: es el mismo en que Vicente Huidobro pro-
nuncia su importante conferencia sobre el “creacionismo” en Buenos Ai-
res. También es el año en que el poeta chileno publica su breve libro El
espejo de agua, en donde pule su uso de la imagen y postula sus ideas
literarias –nueva retórica de una poesía antirretórica– en el poema “Arte
poética”. Se trata de coincidencias, desde luego, pero ellas subrayan algo
así como una común vibración epocal en dos literaturas que no estamos
muy acostumbrados a cotejar o comparar.
Sea Garden es un libro intensamente original, que en varios sentidos
aparece como un ícono de la poesía posterior de Hilda Doolittle. Es como
si dijera: he terminado de aprender, ahora mírenme escribir. Sus poemas,
como he insinuado, son construcciones imaginistas, pero también son
algo más. Está ahí la impronta clásica griega –con algún toque egipcio,
con alguna referencia esotérica– y en relación con esos vasos comunican-
tes aparece también la versión, que luego será definitiva, de una persona
poética. La escritura es despojada, sin concesiones a la rítmica tradicio-
nal: se dice lo que se debe decir, ni una palabra más.
Hay en ese libro un poema de estructura doble, es decir en dos partes,
que ha sido justamente antologado una y otra vez: es “The Garden”, “El
Jardín”. En las antologías ha aparecido alguna vez como dos poemas
separados y con dos títulos distintos, pero ese tratamiento no corresponde
si queremos respetar la intención constructiva de la poeta, al menos en la
primera edición de su libro. Lo leeremos ahora, tal vez haciendo una
pausa entre la primera y la segunda parte, pero respetando su estructura
La Pecera 77
originaria. He aquí la primera parte:
I
Eres clara,
rosa, tallada en roca.
Si pudiera quebrarte
sería capaz de quebrar un árbol.
Si pudiera moverme
podría quebrar un árbol,
podría quebrarte a ti.4
En todo el texto hay un solo adjetivo: clear, clara. Aparece aquí una de
esas flores que complacen a H.D.: la rosa que es roca y cuyos pétalos son
engañosos por su intensa dureza. Es una flor del mar, una flor oximoróni-
ca. Pero también es un oxímoron el propio jardín marino que da título al
libro: constituye un ámbito imposible a la vez que mágico, donde la auto-
ra puede instalarse para crear sus flores pétreas y sus tersos, pulidos poe-
mas.
Veamos ahora la segunda parte de “El jardín”:
II
Rasga el calor, oh viento,
hiende el calor,
redúcelo a andrajos.
Corta el calor –
súrcalo con tu arado
y arrójalo a ambos lados
de tu camino.5
III
Este jardín, sin embargo, no es tan remoto y recoleto que impida la
entrada del amor. El amor como una manifestación de la naturaleza y el
paisaje –y en ese sentido, con claros ecos de la poesía griega en su aparen-
te hieratismo– pero, a la vez, el amor de una mujer que está tratando de
encontrar su camino en medio de la confusión de aquellos años de la
segunda década del siglo XX. Véase este hermoso poema titulado “Song”,
“Canción”:
La Pecera 79
que obliga a todos los que se ocupan de sus versos a usar casi inevitable-
mente el adjetivo “clásico”.
IV
Más allá de los poemas que aparecen en las antologías habituales, hay
un libro póstumo, Hermetic Definition, “Definición hermética” (nótese
que se trata de las mismas iniciales, H. D.) que resultará indispensable
para la comprensión de las corrientes subterráneas que mueven la pro-
ducción poética total de esta creadora. Hermetic Definition aparece en
1972, tres años después de la muerte de la autora, al cuidado de Norman
Holmes Pearson. Era éste un estudiante universitario en Yale cuando, en
1937, comienza su relación con la Doolittle: un profesor lo envía a entre-
vistarla, en uno de los infrecuentes regresos de ésta a los Estados Unidos.
De ahí en adelante, hasta la muerte de la poeta en 1969, se extiende una
correspondencia de más de mil cartas: recordemos que ella vivió en Euro-
pa, sobre todo en Suiza, la mayor parte de su vida. A través de esas cartas
se desarrolla una amistad literaria extraordinaria, y es evidente que Pear-
son, quien llega a ser un crítico de gran predicamento e importante actua-
ción universitaria, ejerce sobre H.D. una influencia fundamental.
En su mayor parte, los poemas incluidos en este libro –indudablemente
organizado por Pearson–habían permanecido inéditos hasta entonces. El
libro consta de tres largas composiciones poéticas, cada una con subdivi-
siones internas. La titulada precisamente “Hermetic Definition” (pp. 1-
55) tiene tres partes: “Red Rose and a Beggar”, compuesta entre el 17 de
agosto y el 24 de septiembre de 1960; “Grove of Academe”, escrita entre
el 1 de noviembre y el 24 de diciembre de ese mismo año; y “Star of Day”,
cuyo período de composición va del 24 de enero al 19 de febrero de 1961.
El segundo de los tres poemas extensos es “Sagesse” (pp. 57-84), escrito
entre el verano y el invierno de 1957; y el tercero es “Winter Love”, con el
título alternativo de Espérance (pp. 85-117, que es la última página del
libro), para el cual se declara como período de composición el que va del
3 de enero al 15 de abril de 1959.
Es impresionante la gama de temas que surgen en este libro, teñi-
do en su totalidad por los conocimientos más secretos, esotéricos en sen-
tido estricto, relacionados con el mundo griego, con la religión egipcia,
con influencias orientales, con nuestros libros sagrados y con otros textos
que no se encuentran en libro alguno; una poesía, además, que sin ser
políglota en sí misma, se nutre del dominio que la autora tiene de varias
lenguas extranjeras, y sobre todo del francés. Llaman la atención los tex-
tos sobre lugares del mundo recorridos, cuyos nombres se reinterpretan
de acuerdo con etimologías distintas de las habituales: París resulta ser
Bar-Isis, el hijo de Isis, y Venecia se aproxima a Venus. Al mismo tiempo,
es una poesía intensamente autobiográfica, donde todo se refiere de algu-
na manera a la poeta misma, a veces en sus relaciones con otros seres,
Venecia – ¿Venus?
ésta debe ser mi estancia,
mi estación: aunque tú hiciste a un lado
mi verso,
no puedo alejarme de él,
y lo he intentado;
V
Tantos aspectos de la vida –la de hoy y la de siempre– contiene la poesía
de H.D., que naturalmente ha de encontrarse en ella también la medita-
ción sobre el hecho más acuciante de la vida humana, cual es la intuición
de la muerte y las tentativas de racionalizarla. Estos sentimientos ante la
muerte han justificado a través de los siglos dos géneros eminentemente
La Pecera 81
poéticos: la muy antigua elegía, como en las famosas “Coplas” de Jorge
Manrique, y el muy moderno epitafio, como en la Spoon River Anthology
de Edgar Lee Masters o, en otra literatura, en el magnífico libro de Gior-
gio Bassani llamado simplemente Epitaffio. Hilda Doolittle concluye sus
Selected Poems, de 1957, con la siguiente composición, bajo el título de
“Epitaph”: 8
Pueda yo decir:
“he muerto de vivir,
después de haber vivido una hora”;
puedas tú decir:
“flor griega, un griego éxtasis
reclama para siempre
So I may say,
“I died of living,
having lived one hour;”
Es obvio que, como en toda obra de arte, hay en estas líneas fuertes
señales, destellos, rastros, de la personalidad del creador. Pero no sería
productivo que nos quedáramos en una lectura del texto como documento
autobiográfico. Más importante, me parece, es tomar conciencia de lo
que dicen los últimos versos: “one who died / following / intricate song’s
82 Año III-Nro. 5-Mar del Plata-otoño 2003
lost measure”, alguien que murió persiguiendo el intrincado ritmo perdi-
do de la canción. Ese “intrincado ritmo perdido”, que es a la vez el ritmo
antiguo y también el de la poesía misma de H.D. en su absoluta contem-
poraneidad, es el que quisiéramos recuperar, al evocarla a través del pu-
ñado de poemas que hemos presentado y comentado.
1
Pedro Henríquez Ureña, Obra crítica (México-Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica, 1960), p. 321. El artículo aparece por primera vez en Nosotros, año
21, t. 57, agosto-septiembre 1927, pp. 353-371, y al año siguiente es recogido en
Seis ensayos en busca de nuestra expresión (Buenos Aires: Babel).
2
Ezra Pound, “A Retrospect”, en Literary Essays of Ezra Pound, edited with an
introduction by T. S. Eliot (New York: New Directions, 1968), pp. 3-14. El texto,
que combina varias notas de corta extensión, se publicó por primera vez bajo este
título en Pavannes and Divisions (1918).
3
He tratado de aproximarme a estas virtudes en las traducciones incluidas en este
trabajo, todas las cuales me pertenecen.
4
El texto inglés (además de integrar el primer libro), figura en Collected Poems
of H.D. (New York: Boni and Liveright, 1925). La segunda parte del poema
aparece, por ejemplo, bajo el título “Heat”, en H.D., Selected Poems (New York:
Grove Press, 1957).
5
He aquí el texto inglés de la segunda parte, titulada “Heat” en Selected Poems
(New York: Grove Press, 1957), p. 17: “Heat. O wind, rend open the heat, / cut
apart the heat, / rend it to tatters. // Fruit cannot drop / through this thick air - / fruit
cannot fall into heat / that presses up and blunts / the points of pears / and rounds
the grapes. // Cut the heat - / plough through it, / turning it on either side / of your
path.”
6
De H.D.’s Collected Poems (New York: Horace Liveright, 1929). Texto: “SONG.
You are as gold / as the half-ripe grain / that merges to gold again, / as white as the
white rain / that beats through / the half-opened flowers / of the great flower tufts
/ thick on the black limbs / of an Illyrian apple bough. / Can honey distill such
fragrance / as your bright hair – / for your face is as fair as rain; / yet as rain that
lies clear / on white honey-comb / lends radiance to the white wax, / so your hair
on your brow / casts light for a shadow.”
7
Hermetic Definition (New York: New Directions, 1972), p. 7. Texto: “Venice –
Venus? / this must be my stance, / my station: though you brushed aside // my
verse, / I can’t get away from it, / I’ve tried to; // true, it was “fascinating . . . / if you
can stand its preciousness,” / you wrote of what I wrote; // why must I write? / you
would not care for this, / but She draws the veil aside, // unbinds my eyes, /
commands, / write, write or die.”
8
Texto en: H.D., Selected poems (New York: Grove Press, 1957), p. 128. La
traducción que cito figura al final de mi libro Ocasiones (Tucumán: Ediciones
Jano, 1962).
La Pecera 83
CAMILO JOSÉ CELA: El levitador pertinaz
La Pecera 85
apellido, no por su nombre de pila) dicen que Cela, en poesía, es una
suerte de tardío Neruda cruzado con Alberti. Esto, además de ser esque-
máticamente erróneo e injusto (su primer libro de poemas fue escrito en
1936) es de una ligereza casi analfabeta en el tema. Cela, que escribió
todo tipo de textos (porque eso fue lo suyo: resolver textos), no tenía nin-
gún compromiso asumido con el género poético, por eso se permitió tram-
pear las reglas cuantas veces le fue placentero. En cambio Neruda, deci-
didamente poeta, no pudo darse ese lujo; debió jugar siempre en la prime-
ra división de los metaforizadores. Y en cuanto a Alberti, supongo que
hemos tenido problemas para despegar al poeta del querido personaje que
fue.
Creo que son otros los escritores que pueden rastrearse en los comienzos
poéticos de Cela; Juan Ramón Jiménez indudablemente, tal vez Vicente
Aleixandre, quizá Federico García Lorca. Si hay algo de Neruda en Cela
es en el libro tempranero Pisando la dudosa luz del día, que toma su
maravilloso título de un verso del Polifemo de Góngora. Es el Neruda de
Residencia en la tierra el que deja alguna huella y sólo en esa etapa;
como también deja su huella el Aleixandre de Espadas como labios. Lo
demás es todo Cela, el guardián poético que protege al narrador que se
viene. Y, una vez instalado definitivamente el narrador dentro de don
Camilo, su poesía (casi siempre inédita por entonces) deja la densidad de
otrora y coquetea con la parodia. Es por el lado de la ironía que nuestro
bufón escribe lo que quiere, sin bozal, sin compromisos estilísticos.
Su obra poética no es demasiado extensa, pero sí es rica en cuanto a
variedad. Por ello es que resulta difícil clasificar algunos textos, como los
que él llama Soliloquios por ejemplo, porque ocupan un costado verdade-
ramente atípico de la poesía planeada como tal. Allí está el oratorio Ma-
ría Sabina (de 1965), dividido en un pregón que se repite y en cinco
melopeas; sin embargo no recuerdo que alguien haya hablado de la co-
nexión de Cela con el teatro. Allí está también Reloj de arena reloj de sol
reloj de sangre (de 1988), una prosa poética desbordada de erotismo trá-
gico, muy cercana a Lautréamont. O sea que la poesía de Camilo José
Cela no ocupa una etapa de su vida creativa en particular, sino que se
desarrolla paralela a su actividad de narrador, a lo largo del tiempo.
Amante de la tortilla de papas con muchos huevos (lo que es verdad, no
palabra atacada de exteriorismo), Cela ingresó en la Literatura temprana-
mente y para siempre, allá por los difíciles años españoles del 40 cuando
con el seudónimo Matilde Verdú publicó una biografía popular de San
Juan de la Cruz. No paró desde entonces. Certero, prodigioso, varonil,
fue a la colisión de cada cosa con su peligro acechante, y si también le
cantó a la rosa no fue sólo por la tersura de sus pétalos, sino por la herida
que siempre provocan las espinas de su tallo.
Yo sabría contaros
-inútiles, escépticos oyentes-
cómo se puede dibujar una inicial sobre las raras aguas
del Caribe:
esas aguas
claras.
Y también podría desabrocharme la camisa
para que os asomaseis,
incluso sin respeto,
La Pecera 87
a los dulces bordes, a los amargos bordes
de mi pecho.
Libros de poesía publicados por Cela: “Pisando la dudosa luz del día” (1936),
“El monasterio y las palabras” (1945), “Cancionero de Alcarria” (1948), “Tres
poemas gallegos” (1957) y “Reloj de arena, reloj de sol, reloj de sangre” (1989).
“Hace un tiempo nos encontramos en otra región. Cuando lo vi, estaba como despejándose
del sueño. Estaba con aguas, con algas, pero no con peces. Los peces se habían ido. Estaban
acostados en el mar. Yo caminaba sobre las aguas y lo llamé: Lautréamont, Lautréamont, le
dije, soy Fijman. Y el me contestó que me quería. Que seríamos amigos ahora en el mar,
porque los dos habíamos sufrido mucho en la tierra. Pero no lloramos. Nos abrazamos.
Después quedamos en silencio” (¿Jacobo Fijman?)
La Pecera 89
concreta y vigorosa de su experiencia humana, aunque para Leopoldo
Marechal en su Adan Buenos Aires. Fijman será el “hermafrodita, psí-
quico y filósofo” Samuel Tesler. Sin embargo, su núcleo central no será
el tema de la ambigüedad del doble, sino su condición de absoluto desam-
paro y orfandad. La encarnación misma de la angustia humana. Su escri-
tura brota de ese preciso lugar, como un “aullido semántico” ante el in-
tento de una pretendida reducción hipócrita, ante ese supuesto “principio
de realidad” que a pesar de todo no ha logrado silenciar su fuerza creado-
ra. Pareciera ser que los poemas de Fijman, se encontrarán siempre al
borde de la disolución, y que una extraña atmósfera rodeara la existencia
del poeta. Límite. Ni un paso atrás ni uno adelante. Esa postura fronteri-
za le permite permanecer en un estado de asombro continuo, de sospecha,
de liquidación. Y al mismo tiempo, de bondad, de permanente inocencia
ante cualquier estímulo externo.
Su privación de indigente es tan absoluta que apenas tiene una existen-
cia física miserable. Es desgraciado en cuanto su destino es sufrir, pero al
mismo tiempo recupera el estado de Gracia en la concreción de cada uno
de sus poemas. Como comentara Bajarlía en “La vida apócrifa de Fij-
man”: “Sólo los locos creen en el bien y la eternidad, y por lo tanto, el
lugar de Fijman será el hospicio. Salvado de un Infierno caerá en otro del
que sólo saldrá en el momento de morir”. Sin embargo su poesía es ince-
sante, no se detiene.
En el poema Despertar del libro Molino Rojo, el poeta, a pesar de todo,
nos presenta un “Revuelo de silencios aromados. Estrellas- pájaros de
fuego/ dichosos de infinito./ Música de las nieblas y risas de las selvas./
Se enardecen de llamas y de gritos los desiertos...”
Estos versos, al igual que la mayoría de muchos otros, nos obliga a
tomar al conjunto de su obra no como un objeto- menos aún como un
sustituto del objeto o de la razón perdida- sino como una realidad más
íntegra y total y por lo tanto contradictoria y paradojal.
De ahí que preguntar qué es la poesía en Fijman, es una pregunta que no
tiene sentido. Ya que interroga por un objeto y la poesía no es un objeto.
Sino una experiencia. Habla mediante quien la vive. Y también es una
aventura hacia lo absoluto. Es decir: la explicación de lo que no se com-
prende. La necesidad de un pensar mayor. La poesía de Fijman como una
mirada en y desde los límites. Donde las imágenes son “antes que el pen-
samiento”, ya que no son ideas entrelazadas sino analogías y correspon-
dencias, que no necesitan un saber racional pero sí, cierta conciencia
ingenua y creativa. A propósito, el poema anterior termina diciendo: “Locos
de eternidad/ los pies del viento danzan en el mundo”. Platón escribió
que la mayor desgracia que puede ocurrirle a un hombre es que llegue a
despreciar la razón. Fijman ama a sus perpetuos enemigos: la paradoja,
lo absurdo.
Instaura fuera de los límites de la razón un mundo de imágenes que le
son propios, un cierto conocimiento nómada obtenido en su errar por los
La Pecera 91
escribimos palabras, acaso puede ser una forma de recuperar el gesto.
La escritura de Fijman es particular, no se afirma sobre una recta hori-
zontal sino que se construye sobre una línea imaginaria de forma ondu-
lante, al modo de la escritura sobre un pentagrama”. Cuando Fijman en
el poema Canto del Cisne se pregunta, también nos pregunta a nosotros
como lectores hipotéticos: “¿A quién llamar?/ ¿A quién llamar desde el
camino tan alto y tan desierto”. También nos está dando una clave de
inferencia para comprender cuál es su “botón de arranque”, cuál es el
mínimo común denominador de su poesía, y cuáles son los límites de su
escritura: el destierro y el sentido de orfandad. “Lautréamont, Lautréa-
mont, le dije, soy Fijman, Y el me contestó que me quería. Que seríamos
amigos ahora en el mar, porque los dos habíamos sufrido mucho en la
tierra”, leíamos en el epígrafe introductorio.
Esta des-gracia, esta desesperación, lleva a Fijman a una aventura sin
retorno, a una existencia dominada por la febril necesidad de acceder a lo
absoluto, ante la pérdida de la Gracia. Por eso el poeta transvierte la pesa-
dilla cotidiana, en la realidad de su lenguaje poético, y emerge no derro-
tado ni alienado, sino triunfal en la concreción de su escritura.
Fijman, es en realidad el bíblico y humilde Job, que soporta a ese Dios
injusto, colérico y prepotente: “Se acerca Dios en pilchas de loquero, y
ahorca mi gañote/ con sus enormes manos sarmentosas; y mi canto se
enrosca en el desierto. ¡Piedad! (¡qué final desgarrador y elocuente para
un poema, yo diría “El Poema de Fijman”: ¡¡Piedad!!).
El camino a la demencia permanece abierto, pero habiendo logrado, al
mismo tiempo, un significativo grado de calidad estética. Creo, en este
sentido que el sujeto poético en Fijman es un individuo “en proceso”,
“una construcción” que busca una suerte de “pensamiento imaginario”,
para desafiar y contrarrestar al mundo de lo real y sus prácticas de recha-
zo y negación. A esta actitud le corresponde por tanto un discurso que
desgarra, un lenguaje que disloca y despedaza, haciendo estallar la uni-
dad impuesta por los sistemas represivos.
La locura, nunca le impidió la creación, Fijman no le debe nada a la
locura. Incluso, según Manuel Gálvez y Jules Supervielle, Fijman fue
uno de los poetas más importantes de la generación del 22. Y es de recor-
dar, que, mientras su generación abusaba de la metáfora, Fijman utiliza-
ba la imagen. Para descubrir el vacío, la falta, para hacer presente lo
ausente.
Imágenes que se transformarán en su último libro “Estrella de la Maña-
na”, en los símbolos de su nuevo mundo cristiano, como un último inten-
to de comunicación con Dios. Por un lado en lo alto, la paloma, el corde-
ro, Cristo, la espada del ángel, la luz, por el otro, en la tierra el llanto, el
dolor, la condena de vivir muerto. Como anota Carlos Ricardo en el pró-
logo a la edición de la obra poética: “Estrella de la Mañana, a la vez
dramático y seráfico es el trabajo de la experiencia en Dios. Estrella de
la Mañana, no sólo es el libro de un poeta, sino de un místico, de un
La Pecera 93
La lengua de la inmigración
La mirada contemporánea
¡Español!, ¿Español?
La Pecera 97
trucción de un idioma de la memoria, el intento de reapropiación poética
de la lengua familiar, y particularmente materna, en el esfuerzo de supe-
rar la separación y anular la alteridad de los hijos frente a los padres y su
pasado porque -como confiesa el padre del narrador a un amigo- «Los
hijos siempre serán extranjeros… « (Raschella 1994: 46).
De la superposición entre una lectura de contenidos y una lingüística
resalta la evidente unidad de intentos porque a la búsqueda de una lengua
se acompaña la reconstrucción de una patria, mejor dicho de una identi-
dad que abarque sus múltiples componentes.
Desde esta forma novedosa de encarar la realidad argentina y la de ori-
gen surgen las diferencias con el cocoliche. Sobre todo la voluntariedad
del proceso lingüístico, que se presenta como una potencialidad expresi-
va nueva, contrapuesta a la impotencia comunicativa del pasado, a la
limitación forzada de la lengua del inmigrante. A la «operazione ‘origi-
nale’ di arbitrarietà, e non di consapevolezza» (Blengino 1977: 409) pre-
sente en el cocoliche se sustituye la construcción de una poética que, mien-
tras conserva los caracteres de originalidad y arbitrariedad, se enriquece
con la completa conciencia comunicativa. Además, si en la lengua del
sainete el elemento dialectal era preponderante sobre el italiano, ahora
las proporciones se invierten, como al analfabetismo del pasado se opone
la refinada cultura del autor.
El cocoliche era la marca lingüística del esfuerzo de integración de las
masas migratorias y de la imitación de la argentinidad. En la obra de
Raschella, en cambio, el entramado de diálogos y voces familiares en el
limitado espacio del patio es la evocación del pueblo de origen y del pasa-
do, no un intento de integración. Los personajes no han perdido el orgu-
llo de su propio origen, y en la lengua de la novela se da “la suspención de
toda hegemonía lingüística” en un procedimiento que “no es un des-apren-
disaje del italiano o del dialecto para hacerle lugar a un castellano recién
adquirido” (Sarlo 1995: 68) representa su conjunción en el intento de
delinear el presente argentino. Estamos lejos de la cómica y burda arbi-
trariedad del cocoliche, cuyo fin era la parodia del inmigrante en su deseo
de asimilación.
Sin embargo, no hay que buscar el gusto por la hibridación sólo en la
tradición rioplatense; al contrario, esta representa un punto de contacto
con la cultura italiana porque el “plurilinguismo è un fenomeno endemi-
co che si manifesta nella storia letteraria italiana per fasi di maggiore o
minore arricchimento ed articolazione” (Paccagnella 1983: 109). Es im-
portante subrayar que en la obra de Raschella desaparece la correspon-
dencia entre lengua y género típica de la literatura italiana, en una unión
entre comicidad, rusticidad y plurilingüismo que asimila Ruzzante y Co-
media del arte. La lengua de Raschella carece del carácter modelizante de
los contenidos que el dialecto ha tenido siempre en la tradición italiana,
mientras que presenta consonancias con escrituras más recientes como el
poliglotismo barroco e hispanizante de Gadda o el dialectalismo de Me-
1
“...j’appellerai ainsi tous les textes de fiction dans lesqueles le lecteur peut avoir
des raisons de soupçonner, à partir des ressemblances qu’il croit deviner, qu’il y a
identité de l’auteur et du personnage, alors que l’auteur, lui, a choisi de nier cette
identité, ou moins de ne pas l’affirmer. Ainsi défini, le roman autobiographique
englobe aussi bien des récits personnels (identité du narrateur et du personnage)
que des récits «impersonnels» (personnages désignés à la troisième personne)
(…). A la différence de l’autobiographie, il comporte des degrés. « (Lejeune 1975:
25)
2
Citato da Segre (1991, 64-65).
La Pecera 99
El arte del coleccionista:
Adriana A. Bocchino
La autora del presente artículo deja al desnudo su propia lectura, llevándonos a través de
la experiencia personal del crítico frente a un libro que desafía las clasificaciones.
La «escritura travesti» como un modo diverso dentro de lo que fue llamado «escrituras
del exilio» o un modo paralelo y constituyente de lo que podrían llamarse estéticas de los
´70. Allí, el arte de coleccionar marca la diferencia.
Sangre de amor correspondido es un texto que presenta la particularidad de estar escrito
primero en portugués y después en castellano, donde la primera instancia resulta
traducción y la segunda deviene original. Se trata de observar qué plus de sentido implica
un texto que escribe “hablas” traducidas en código de escritura, en principio como una
traducción para luego ser traducido, paradójicamente, a un símil original.
La Pecera 101
tercero o cuarto...
Dice Graciela Speranza:
Como los artistas pop, Puig hizo de la copia un arte, confundió su pro-
pia voz con la de sus personajes y, concibió un nuevo arte “popular” con
restos de la cultura de masas mediante una sutil transformación que las
convierte en arte, sin perder la propiedad objetiva que los vincula al en-
torno cotidiano y sin producir por eso efectos paródicos o críticos. (Cla-
rín, 2 de julio de 2000, 6).
Digo, por el contrario, que esta escritura parece tener un solo objeto:
convertir cualquier cosa y hacer de la conversión tema y procedimiento
por donde pasan las historias, los personajes, los lugares, los géneros, la
materialidad de la escritura. Resulta ser que esta escritura, travestida con-
tinuamente, deja de ser, en el ejercicio de su práctica, escritura de van-
guardia para transformarse, en las marcas de su paso, donde el mostrar,
precisamente, resulta ser el lujo y el oficio (el artificio) del artista. Así, y
más allá y a pesar de, todos los posibles objetivos políticos previstos por
la crítica, la escritura de Puig se arma, especialmente, sobre el gesto del
coleccionista: no se trata de los restos de la cultura de masas, ni de la
polémica entre las copias y los originales. Se trata de una escritura que
orgullosamente exhibe la permanente variación: el travestismo. El mun-
do objetivo se habría trasmutado mediante el pastiche, como forma retó-
rica, en un conjunto de simulacros que hacen una nueva versión, más
verdadera por la no imposición autoritaria de una verdad, valga la para-
doja, del mundo objetivo.
El gesto del coleccionista, se sabe, es fetichista. Al decir de James Cli-
fford “tiene el íntimo placer en la posesión y la muestra”(1994 “Sobre el
coleccionismo de arte y cultura”, Criterios Nº 31, La Habana, enero-ju-
nio, 131-150). Pero al mismo tiempo cada elemento de la colección se
inscribe en dos planos a la vez: en un sentido, horizontal, es muestra y
anticipación de los otros elementos, en otro, vertical, suspende la antici-
pación y reúne al todo de la colección como colección celebrando el poder
de su mostración. La colección resalta el hundimiento de la singularidad
de un elemento, mientras que gracias a la singularidad vive como colec-
ción.
En Puig, la colección se arma sobre los discursos. No restos de otros
discursos supuestamente enteros, sino discursos plenos que en su juego
ponen en marcha la colección, la materialidad de un texto que se viste y
se desviste y donde lo que importa es ese mostrar el vestirse y desvestirse,
a fin de que quede claro que nunca nada es lo que parece.
El capítulo VIII de Sangre... resulta una puesta, un ejemplo, de lo que
acabo de decir: estilo indirecto libre, en tercera persona, con citas enco-
milladas dentro del estilo indirecto libre, pero en primera, alusiones en la
tercera a la primera, alusiones a un supuesto auditor o lector dentro del
estilo indirecto libre en tercera, sin un eje cronológico fijo salvo que pare-
ce ser un domingo, sobre el que, además se producen retrocesos y antici-
La Pecera 103
se pasar por una cosa y mostrar, al mismo tiempo, que nada es lo que
parece.
Puig lee cuando escribe los signos de la multiculturalidad, la hibrida-
ción, la mezcla, y los escribe cuando lee según una nueva retórica que
hace de la circulación, emergencia, desaparición de los elementos, vuelta
a aparecer, la mostración de la colección. Puig pone en escena una escri-
tura que muestra la circulación de los discursos en tanto mercancías cuyo
objetivo es “el íntimo placer en la posesión y la muestra” mientras se
desplazan metonímicamente siempre. Porque no hay original, nunca.
Porque la escritura travesti es la forma que asume en Puig el exilio, su
particular exilio, su escritura del exilio.
Si en las escrituras del exilio que definí según características específi-
cas, la reposición del yo era fundamental, en Puig adquiere otra forma: la
del descentramiento sin lugar de arraigo. Ese yo que escribe no pretende
afincarse en la escritura sino mostrarse plenamente en exilio, fuera de
lugar, siempre, en una aceptación di-vertida (hago hincapié en separar
prefijo y raíz) del desplazamiento, en el goce de la consumación de la
mercancía como tal, su consumo. Sangre de amor correspondido atrapa y
envuelve, invita a, descentra continuamente la producción de sentido,
fascina por lenguaraz: se copia a sí misma, se traduce, se cambia, se
trasviste. Y allí un autor y un lector se escriben cuando leen, se leen
cuando inscriben el desplazamiento de la escritura y el desplazamiento
de la lectura.
Cuando Graciela Godchluk y Julia Romero empiezan a trabajar con los
originales de La traición de Rita Hayworth dicen:
El primer capítulo de La traición... era un largo monólogo de una seño-
ra que hablaba “mientras se está pintando los labios”, según una de las
anotaciones. Este monólogo –del cual se han encontrado hasta ahora 26
hojas mecanografiadas con una anotación manuscrita al final que dice
“sigue”- no aparece en la novela bajo la forma de capítulo. En él se cuenta
toda la historia de la familia y se dan las claves de los personajes: sólo a
partir de esa voz Puig pudo escribir la novela, sólo haciéndola callar pudo
dosificar los fragmentos de una historia construida a partir del escamo-
teo. La principal operación de corrección que se realiza en las versiones
es tachar, la segunda de las tres versiones que se encontraron del Capítulo
V “Toto, 1942”, ocupa veintinueve páginas mecanografiadas con abun-
dantes anotaciones al margen, de esas páginas hay aproximadamente diez
tachadas, en algunos casos páginas enteras. En el capítulo X, “Chiqui,
invierno 1945”, sobre veinticuatro páginas hay trece tachadas. (1996
“Manuel Puig: los comienzos de un escritor”. Celehis 8, Mar del Plata,
385-395).
Si el procedimiento de escritura en La traición..., sobre la voz de la tía
que habla, es la transcripción, copia y tachado, por qué no pensar que
sobre la grabación del albañil carioca las operaciones de transcripción,
copia y tachado, no fueron más o menos en los mismos términos: sólo el
La Pecera 105
ALEJANDRO SCHMIDT:
I
”El cielo y la tierra pasarán, pero
mis palabras no pasarán”.
(San Mateo 24: 35)1
II
“La noche abrió su amor a las ventanas
me pareció que era un ángel pero estaba cegada
tu pelo era un dolor
que soñaba palabras.”
(De Dormida, muerta o hechizada, 1993)
III
IV
La Pecera 111
E dit or ial M ar t in
Publicaciones
Colección de Poesía Barataria/ La Pecera
VIAJES Y R ECONOCIMIENT OS
De Rodolfo Privitera
ISBN987-543-037-4
(Págs. 87)
Colección La Pecera-Poesía
SIGNOS VIT ALES :
UNA ANT OLOGÍA DE LOS 80
por Daniel Fara
ISBN: 987-543-022-6
(110 págs.)
Esta es una antología de poesía argentina de autores que comenzaron a
publicar en los años 80 en Argentina. Seis poetas independientes Luis
Benítez, Santiago Espel, Juan Carlos Moisés, Esteban Moore, Osvaldo
Picardo, Mario Sampaolesi,
Precio de venta: $18 (€ 5)
La Pecera 113
Últimas charlas con Jorge Calvetti
Santiago Sylvester
( Buenos Aires, 2003)
La Pecera 115
donde el libro tenía que estar, y efectivamente estaba allí. Entonces, feliz
de ayudarme, dijo: -Tenía razón Galán: “para que cante la vida/ toca su
caja la muerte”-. Sólo un poeta era capaz de encontrar esa parábola para
resumir sin patetismo una situación ya visible y extrema.
Un par de meses después, Lea, su mujer, me hizo llamar: Jorge se esta-
ba muriendo. Llegué a tiempo para verlo lúcido; le tomé una mano, le
hablé de Maimará, y alcancé a contarle que aquella antología que entre
los dos habíamos proyectado ya estaba concluida. Yo había decidido dedi-
carla, a modo de homenaje, a tres amigos: Manuel Castilla, Raúl Aráoz y
él. Se lo dije; entonces me apretó la mano y me contestó en voz baja con
las que fueron sus últimas y congruentes palabras: -Eso merece un trago-
y se durmió.
Jorge Calvetti
y la oda 1, 5 de Horacio.1
La Pecera 117
rápido cotejo de la primera estrofa de la oda horaciana con la primera
estrofa de la versión calvettiana: se advertirá de inmediato que en la oda
se formulan dos preguntas (la segunda de las cuales se extiende hasta el
primer verso de la segunda estrofa), en la versión se formula sólo una. O
sea que la versión omite el hecho de que la persona por la cual se pregun-
ta en la oda, en la primera pregunta aparece realizando una acción (ur-
get), en la segunda, en cambio, aparece recibiendo una acción realizada
por Pyrrha, la interlocutora ideal de la oda (religas). La acción seductora
de la bella muchacha está omitida en la versión.
Sin embargo, no sólo la inclusión del texto latino junto a la versión, sino
también el agregado, a continuación del título general “Versión de la Oda
Quinta del Libro 1º de Horacio”, de un segundo y mismo título para el
original y para la versión (“Ode V Pyrran Lib 1” en el primer caso, “Ode
V Pirra Lib 1” en el segundo4 ) certifican la voluntad de presentar a la
versión como traducción de la oda, voluntad que, en principio, ha de
atribuirse al propio Calvetti.
Antes de precipitarse a un fácil juicio condenatorio, el experto (o pre-
sunto experto) debe preguntarse por qué decidió el poeta argentino editar
de este modo una versión que, a todas luces, está lejos de lo que corrien-
temente se entiende hoy por una traducción. En mi opinión Calvetti quiso
poner en evidencia el carácter «libre» de su traducción; dicho de otro
modo, quiso destacar su adhesión a la autonomía de la traducción, que
podrá ser cuestionada por muchos (especialmente por los filólogos) pero
que siempre ha tenido eficaces cultores (especialmente entre los poetas).
Para defender la legitimidad de esta jugada no se me ocurre un modo
mejor que traer a colación la traducción que de esta misma oda hiciera en
su hora el doctísimo Fray Luis de León5 :
La Pecera 119
que el intento de dar un «equivalente poético» de un texto poético cual-
quiera –para el caso la oda de Horacio– tiene sus ventajas y sus riesgos,
como no podía ignorar Calvetti y como demuestra esta misma versión de
la oda horaciana.
En el soneto de Calvetti la escena de Pirra cortejada por ese desconocido
joven, cubierto de perfumes, en medio de una sofisticada ambientación,
aparece plenamente lograda; revive también la mirada compasiva de Ho-
racio hacia ese y tantos otros jovencitos que, cegados por la belleza de la
muchacha, confían en tenerla para siempre, sin saber que van camino a
una inevitable y doloroso fracaso; se percibe con claridad, por fin, la sor-
presiva y sabia confesión horaciana de no ser distinto de esos jóvenes, de
haber sido uno de ellos, de haber aprendido con la propia, amarga, expe-
riencia.
De lo que falta, lo más saliente es el mar; esa gran metáfora por la que
Pirra es parangonada con una llanura marina, que primero se ofrece al
navegante en espléndida calma y luego se le revela en espantosa furia; la
gran metáfora que le da sentido a la ofrenda final (el exvoto al dios del
mar) del náufrago salvado. Dicho en otros términos, el soneto de Calvetti
ha conservado, en su mayor parte, la imagen del jovencito «adueñado» de
Pirra (o sea, víctima de su belleza), la reflexión-profecía de Horacio a
propósito de esa situación, la confesión del propio naufragio en «esas
aguas»; ha sacrificado, en cambio, la asimilación de la índole de Pirra a
la condición mudable del mar, porque la muchacha tanto atrae al amante
con su belleza, como lo hace naufragar con su traición. Puesto que la
forma elegida por Calvetti para verter la oda imponía «sacrificios», el
poeta jujeño debió sacrificar aquello que le era menos congenial, o sea la
experiencia marina (el mar sereno, el mar embravecido) mediante la cual
el poeta latino expresó, sobreviviendo al naufragio, su experiencia como
amante de Pyrrha.
1
Ví a Jorge Calvetti una sola vez, Osvaldo Picardo mediante, hace algunos años
en el Centro Médico de Mar del Plata. De ese fugaz contacto conservo la grata
impresión que me produjo su persona y el ejemplar de su Antología poética, que
allí mismo me apresuré a comprar, luego de que él me señalara su versión de la
oda 1, 5 de Horacio. Como evocación de aquel grato encuentro, y para sumarme
al merecido homenaje que en este volumen se le rinde, voy a proponer algunas
reflexiones sobre ese retazo horaciano de la obra calvettiana.
2
Jorge Calvetti, Antología poética, Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes,
1998. La versión de la oda horaciana pertenece al libro Imágenes y
Conversaciones, editado en 1966.
3
Será útil para algunos lectores tener a la vista el texto de la oda horaciana. Lo
transcribo a continuación de acuerdo con la edición de Paola Venini (Q. Orazio
Flacco, Le Opere I, Le odi, Il carme secolare, Gli epodi, tomo primo, Roma,
Istituto Poligrafico e Zecca dello Stato, 1991, p. 112). Quis multa gracilis te puer
in rosa / perfusus liquidis urget odoribus / grato, Pyrrha, sub antro? / Cui
flavam religas comam, / simplex munditiis? Heu, quotiens fidem / mutatosque
La Pecera 121
Editorial Martin
Publicaciones
CÍRCULO EN LA PLAZA
De Maximiliano González Jewkes
ISBN 9875430404
121 págs.
Libro de cuentos que obtuvo el 2do. Premio del Fondo Nacional de
las Artes, 2002.
PVP. $15
Colección Ensayos
DOS SIGLOS DE PROFECÍAS AUTOCUMPLIDAS
De Peter Lustig
ISBN 9875430455
Educador de larga trayectoria, su autor nos introduce al otro
relato de la historia entre la filosofía y la economía de los
últimos años.
PVP. $15
Colección La Pecera-Teatro
ESTÉTICA E HISTORIA
DEL TEATRO MARPLATENSE
VOL. III
En Prensa
ALMAS EN BORRADOR
Marcela Romano
SEMIÓTICA NEUROPSICOLÓGICA
De Liliana Naveira
La Pecera 123
Un cuento de Jorge Calvetti
Romerito
La Pecera 125
Dos cuentos de António de Alcântara Machado
(1901-1935)
“Gaetaninho”
La Pecera 127
mente.
Gaetaninho iba a gritar pero la Tía Filomena, con la manía de cantar el
“¡Ahí, Mari!” todas las mañanas, lo despertó.
Primero quedó decepcionado. Después casi lloró de odio.
Tía Filomena tuvo un ataque de nervios cuando supo del sueño de Gae-
taninho. Fue tan fuerte que él se quedó con remordimiento. Y para sosie-
go de la familia alarmada con el augurio trató, rápidamente, de sustituir a
la tía por otra persona en una nueva versión de su sueño. Pensó y repensó
y eligió a Don Rubino, el de la Compañía de Gas, que una vez le dio una
bofetada en el oído.
Los hermanos (esos), cuando supieron de la historia, resolvieron apos-
tar en sociedad quinientos al elefante. Salió la vaca. Y se pusieron locos
de rabia por no haber adivinado enseguida que saldría la vaca.2
El juego en la vereda parecía de vida o muerte. No obstante, Gaetaninho
no le prestaba atención.
-¿Conocías al padre de Alfonso, Beppino?
-Papá se agarró a piñas con él un día.
-Entonces, no vas mañana al entierro. ¡Yo voy!
Vicente protestó indignado:
-¡Así no juego más! Gaetaninho está haciendo trampa.
Getaninho volvió hacia su puesto de guardia. Tan lleno de responsabili-
dades.
Nino vino corriendo con la pelota de trapo. Se acercó bastante. Con el
tronco arqueado, las piernas dobladas, los brazos extendidos, las manos
abiertas, Gaetaninho se preparó para la defensa.
-¡Pasásela a Beppino!
Beppino dio dos pasos y pateó un pelotazo. Con toda la polenta. Esquivó
al guardián pecoso y fue a parar al medio de la calle.
-¡La mandaste a la miércoles!
-¡Callate la boca, charlatán!
-¡Traé la pelota para acá!
Gaetaninho salió corriendo. Antes de alcanzar la pelota, un bondi lo
agarró. Lo agarró y lo mató.
En el ómnibus venía el padre de Gaetaninho.
A la noche, la muchachada esparció la noticia con susto.
-¿Supiste lo de Gaetaninho?
-¿Qué tiene?
-¡Lo pisó el colectivo!
La vecindad limpió con bencina sus ropas domingueras.
A las dieciséis horas del día siguiente salió un entierro de la calle Orien-
te y Gaetaninho no iba en el pescante de ninguno de los coches del corte-
jo. Iba adelante adentro de un cajón cerrado con flores pobres encima.
Vestía el trajecito marinero, tenía las ligas, pero no llevaba el sombrero
II
Todos los días hábiles a las diez y media toma el bondi en Santa Cecilia,
complicándole la vida al chofer.
- Te hago señas con el paraguas para detener esta cafetera, ¿me oíste,
bruto?
Le gustan todas aquellas miradas fijas en él. Se saca el sombrero. Pasa
la mano por la cabellera leonina. Hincha las mejillas y resopla largamen-
te. Paga el pasaje con diez mil reis. Exige el vuelto inmediatamente.
- No quiero charla, Gallego. Déme ya el vuelto. Plata en buenas condi-
ciones ¿vio? Bien.
Retiene al conductor con un gesto y verifica sosegadamente el vuelto.
-¿El qué? ¿Un retrato de Artur Bernardes? Dios me libre y guarde. Me
busca otro billete.
Se levanta para acomodarse el cinto, da una pitada al cigarro (Sudan
Ovais3 , debido a los cheques), inspecciona todos los asientos, gira que
gira, comienza:
-Esto se le parece mucho al servicio público.
Pausa. Se sacude la cabellera leonina. Concluye:
-Lo que vale es que los hombres un día vuelvan...
Primero, sonrisa aparentemente sibilina. Se pasa la mano derecha por
la barba afeitada. ¿Me habrá salido un granito de acné? Saca el espejito
del bolsillo. Es acné, sí. Porquería. Segunda sonrisa pero no menos sibili-
na. Cara de asco.
- ¡Qué baranda hay en este Plazoleta de Arouche, caramba!
Da vuelta la alianza en el dedo anular. Esa operación lo deja meditabun-
do por unos instantes. Se queda observando cejijunto al caballero de la
izquierda. Esperando. El caballero al final percibe la insistencia. Es aho-
ra:
-Disculpe. ¿El señor leyó la última lista del Matadero? ¿Vio el precio de
la carne de lechón, por ejemplo? ¡Cinco o seis o no sé cuántos miles de
La Pecera 129
reis el kilo!4
No espera respuesta. No precisa respuesta. Brama en el oído del viejo de
la derecha:
-Tal cual lo que le digo: ¡el kilo!
Casi se cae del bondi por mirar una costurerita en la calle Arouche.
Encoge las piernas flacas, asustadas.
-Caballero, tenga la bondad de disculparme. Son los malditos tumbos de
esta carcacha. Un día de éstos se cae a pedazos.
¿Se da un bofetón en la pera para espantarse una mosca? Saca un escar-
badiente del bolsillo, raspa el primer molar superior derecho (por las du-
das, si es fibra de mango), mira la punta del escarbadiente, se chupa el
diente con la punta de la lengua. (¡buah! ¡buah!), una a una examina las
publicidades en el bondi. Acompañando con la cabeza el ritmo de la lec-
tura. Aplicadamente. ¡Tenía que ser italiano para gritar así!. La falta de
educación se nota enseguida. No hace falta verlo. Al ODOL ya lo leyó.
Estaba comenzando el de la CASA VENCEDORA. Esto de precios al
costo es una engaña pichanga.
- ¡Qué estupidez! ¿El señor ya reparó en aquel anuncio allí? Justo enci-
ma de la mujer de sombrero verde. SE REPARA MÁQUINAS DE ES-
CRIBIR. ¡Se reparannnnn máquinas! ¡Fantástico! Por doscientos reis, no
pretendo un viaje y, para colmo, fragmentos selectos de Camilo u cual-
quier otro autor de peso, es verdad... Pero en fin...
Es preciso un cierre erudito e interesante al mismo tiempo.
- Pero en fin...
La mano busca inútilmente en el aire dando volteretas.
- Pero en fin... Don Serafín...
Se queda pensando en eso. Cronometra el reloj de bolsillo con el reloj
del Municipio. Se refriega las manos. Se le cae el paraguas. Lo levanta
desganado. Se pone el sombrero luchando con las melenas. Advierte a los
vecinos:
- Este viaducto es una fábrica de constipaciones. ¿De constipaciones
nada más? De neumonías también. ¡Ambas!
Silencio. Pero elocuente. Un palito de fósforo para limpiarse el oído. Se
quita el sombrero al pasar frente a la Iglesia de San Antonio.
- ¿No está viendo, animal, que la mujer no se sentó todavía?
¡Aprenda a tratar mejor a los pasajeros! ¡Sea educado!
Saluda de soslayo al Dr. Indalecio hijo, subinspector de las bombas de
gasolina, que pasa en su Marmon5 oficial y no lo ve. Después anota apre-
suradamente la chapa patente en el dorso de un boleto para Monte de
Socorro.
- ¡Que el pueblo sude la gota gorda para que los ahijados del Gobierno
se den la buena vida!
¡Aprovechen, señores! ¡Vayan drenando el Tesoro mientras el pueblo no
se levanta para mandarlos a todos a la...nada! Pero esto un día se termina.
Tercera sonrisa, nada sibilina. Se va para adelante. Le asegura a las
1
Bras: Brasil; abreviatura que indica variedad dialectal en los diccionarios. Por
ejemplo, “arg.” para indicar Argentina o “per.”, Perú.
2
Juego infantil con figuritas de animales
3
Marca de cigarros
4
Reis: Moneda nacional de Brasil en la década del ‘20
5
Marca de auto, como Ford.
La Pecera 131
L’ ILE DELLE LONELY CRIATURAS1
de Guillermo Blanda
Rosario, 1973. Ha publicado ‘Poemas lunáticos’, Edición del autor, 1995; ‘Post Scriptum’
- Poesía (en colaboración con Julián Sinópoli), Ciudad Gótica, Rosario, 1998.
Curioso de la sombra
y acobardado por la amenaza del alba
reviví la tremenda conjetura
de Schopenhauer y de Berkeley
que declara que (...)
Sí, deberíamos haber tenido; contestó. Vos tener, pensó. Que entre her-
manos estaba prohibido, eso lo había soñado hace ya mucho tiempo.
La hembra estaba enferma: los ojos se deslizaban hacia abajo imper-
ceptiblemente –para ella, no para el cosmos- y la boca se humedecía sin
necesidad de arrimarse a la orilla.
La mujer estaba muriéndose: ya no tenía necesidad de rascarse el sexo
sin que le picase.
El macho la mira y no la observa, ella es ahora un elemento más de la
escenografía isleña.
La insolente necesidad de alimentarse los obliga a un nuevo esfuerzo
por cometer un diálogo: ¿Poisson?2 ; la voz ronca. ¡Fruit!3 ; la que sufre.
El improvisado trozador acapara los cuatro ojos –tres si se sigue la
aritmética del deslizamiento de párpados de la hembra-. Entonces duda
entre depositárselo en las entrañas y terminar la agonía, o endulzar la
hoja. Se decide por lo primero: hace ya más de diez minutos que el pez-
cado se retuerce en su patíbulo de arena. Se toma su tiempo y lo decapita:
para aquel al que no se le ha otorgado el privilegio de subvivir en la urbe,
entablar un asesinato es cosa sacra.
Merda4 , se oxida; dice mientras su mirada trueca el cielo por la otrora
suave cabellera: en ambos domina el cobre. Oxida; grita casi repitiendo,
pero la tácita complicidad buscada se pierde en la maraña de pelos sobre
la espalda. La soledad, cuando es compartida, evita conspiradores.
Corta el fruto en partes pequeñas y lo deja al alcance de las algosas
manos. Ella, sin mirarlo, thanks5 ; dice. Las cenas solían ser luminosas y
gárrulas en el barco.
Primera parte:
Un crucero lujoso, cruzando el océano. Son aproxi-
madamente las 11 de la noche. Plano secuencia de tres minutos: dos
niños de origen sudamericano (argentinos o uruguayos, a juzgar por sus
giros y onomatopeyas rioplatenses) corren entre las mesas dispuestas
para la cena de gala, rebozando6 de alegría y excitación. Algunos mayo-
res festejan sus travesuras, otros las censuran; ellos no entienden ni una
sola palabra de lo que les dicen. En esta Babel flotante, les está todo
permitido. Primer plano al pianista: es diminuto y está tocando “Oh you
crazy moon”, pero sin el talento de Art Tatum. Fundido a negro. Títulos
de crédito.
Segunda parte:
Plano aéreo al océano: los restos del naufragio repo-
san mansos, indiferentes. La cámara pasa entonces a una isla remota,
pequeña; allí se divisan tres cuerpos cargados, quizá con bultos, inten-
tando llegar a la orilla. Primeros planos individuales: una mujer more-
na, menuda; un hombre calvo y alto con un niño en sus hombros; otro
hombre, mas joven, con una niña en brazos. Todos convalecientes, des-
ahuciados. Corte a un bote, un puñado de cajas y salvavidas. La ilumi-
nación la da el atardecer; la música, el viento. Grandes letras negras
anuncian un nombre vagamente conocido.
III
La Pecera 133
IV
1
En francés, italiano e inglés respectivamente: La isla de las solitarias criaturas
2 3 4 5
en francés: pescado en inglés: fruta en italiano: mierda en inglés: gracias
6
S/ Z: rebosar (desbordar) y rebozar (simular). Si bien la expresión incluida en el
relato requiere la utilización del primer término, al ubicarla dentro de un registro
7 8
cinematográfico el segundo es igualmente plausible en inglés: sangre en inglés:
9
leche en italiano: puede utilizarse en sentido literal (pene) o para maldecir (carajo)
10
en francés: sangre
DIOGENES O EL IDEAL
La Pecera 137
DEL VAGABUNDO
LA LUNA DE LI TAI PO
LAS PALABRAS
La Pecera 139
SIN EMBARGO todo resulta banal
lo enorme y lo ínfimo
Cantar seria revertir
encontrar el espacio de pureza
donde trazar el resuello
Tomamos aire y continuamos
El espejo dice la verdad
Nuestra imagen en el agua quieta
es la momia del instante
Luego están los otros y el amor
los pedazos de carne en la gloria del tacto
y la amistad para sentirnos tibios
pues desde los sillones
tapizados de codicia
la historia de cada uno
cada historia personal
parece un film confuso y boqueante
NO entendemos de números
ecuaciones estadísticas proyecciones
más fácil fuera el látigo la horca
Rebaño el mundo
matadero
La Pecera 141
EL INFINITO sonoro
y nuestras incontables tribulaciones
tejen una malla cambiante
un caleidoscopio
donde los mismos materiales
se combinan inéditos
Todo se corresponde
en el magnifícente reino de la Madre
Sonidos y colores
en la mesa del escriba
bajo la lámpara
en el silencio de la noche
MI AMIGO
el gran poeta viejo
y la vejez en este caso como en tantos
es sabiduría
sin mucha convicción afirma
«sobre los sentimientos se ha dicho todo
de manera insuperable»
y es verdad de perogrullo
Pero me instalo a escribir
Y reescribo desde el deseo la pérdida el vacio
Hasta donde puedo resignifico
dispongo ordeno el mundo
El bisturí abre y corta
Hago un laboratorio de mis visceras
Las expongo sobre el mármol
La herida es la boca del destino
Distante el bisturí sobre la mesa
Inservibles el hilo y la aguja
Recojo los órganos
Escribo el resto
Nació en Villa Dolores, Córdoba, en 1962. Ha publicado el libro de poemas La vida que se
vive (Córdoba, 1992). Ensayista y traductor de poetas italianos, entre otros: Pasolini, Del
diario (1945-47), Brujas, Cba., 2002; Tiziano Rossi, Gente al paso, Atuel, Bs.As. 2002.
I. Fuente
La Pecera 143
II. Cielo y sol
La tarde y su color
acerado sobre las hojas
de la palmera, en la baranda
y más allá las nubes
sobre los edificios ocres;
el ocre que disculpa
tanto horizonte perdido.
En el gris de la tarde,
vago, absorto, recupero
la plenitud de encontrarme,
paradójicamente, vacío.
Los rostros pasan ensimismados,
después de tanta rutina,
y el silencio, hecho de ensoñaciones
calladas, me devuelve
el remanso de esta quieta agonía,
que mana y fluye como una roja flor,
entre mis ojos y la noche.
Ciudad abandonada
en el aire del verano.
Irreal es tu vida,
caminando sólo caminando,
como aquel espectro de Bradbury,
bebes su secreto
en esta noche sonámbula.
Pisan mis pies las manchas del día,
velan tus nichos las luces insomnes,
alguna, roja, vuelve otoñal un follaje.
Como un sueño
La Pecera 145
Gustavo Valle
Nació en Caracas, 1967. Es colaborador habitual de las revistas españolas Letras Libres
y Cuadernos Hispanoamericanos, así como de suplementos culturales de periódicos
venezolanos. Sus poemas, ensayos, crónicas y entrevistas han aparecido en medios de
Alemania, Chile y Colombia. Ha publicado Materia de otro mundo (Madrid, 2003), y ha
sido galardonado con el primer accésit del premio internacional de poesía La port des
poetes (Paris, 2000) Actualmente reside en Caracas, luego de haber vivido en Buenos
Aires y Madrid.
CIUDAD IMAGINARIA
BITÁCORA DE BUTACA
Los viajes, las cartas trasatlánticas, los aviones veloces, las nubes que
pasan tan a prisa que parecen no existir, los recuerdos de un lugar donde
dejaste, en algún momento, tu historia, las maletas que nunca guardaste,
la ropa que va de un lado a otro, paseando tu sudor adherido sin planchar
sus arrugas, los relojes que cambian cuando cambias de hemisferio, las
fiestas a las que no has podido asistir, los regalos que no has llegado a
dar, los amigos de siempre que han hecho nuevos amigos —tú también
La Pecera 147
has hecho nuevos y buenos amigos — y así te conviertes en la memoria
de otros y perteneces a otra época, con emblemas fuera de moda y música
que ya nadie escucha, tu presente está repartido en geografías diferentes,
tu presente se diluye cada vez que abandonas los hogares y sales en busca
de una nueva plaza, un lugar distinto para ti concebido.
El sol viene, el sol va, los vientos se interrumpen mutuamente, los árbo-
les se adelgazan, reverdecen, sobreviven, la nieve cae arriba o más abajo,
siempre lejos de tu domicilio. La humedad te sorprende cuando sales al
balcón, y tu piel se resiste a las transpiraciones feroces, a las áridas mese-
tas. Tu cabeza lleva la velocidad de los aviones, pero el cuerpo es más
sabio y sabe calcular mejor las evoluciones, los movimientos.
Gustavo Guerrero (1957) practica una muy obvio, no es fácil de lograr. Quizás
crítica literaria moderna y desprejuicia- por esta razón los ensayos de Guerrero
da, selecciona sus objetos de estudio tienen la impronta del escritor que lo-
con curiosidad y libertad, es conciente gra ocultar tras una apariencia de sen-
de los excesos del estructuralismo y el cillez, las complejas articulaciones pro-
pos-estructuralismo, escéptico del tan en ducto del estudio. Pero no nos equivo-
boga discurso culturalista, y heredero de quemos: aquí no hay ejercicio de esti-
la mejor prosa ensayística hispanoame- lismo sino el resultado de una amplia
ricana. Después de entregar a los lecto- mirada crítica.
res esa rigurosa historia de la lírica lla- La religión del vacío tiene un marco de
mada Teoría de la lírica, el crítico ve- atención: la literatura y los autores de
nezolano da a la luz La religión del va- lengua española. Escritores y poetas
cío y otros ensayos, libro donde revela cubanos, españoles, peruanos, mexica-
una inteligencia orgánica y una senci- nos, guatemaltecos o venezolanos reco-
llez expresiva poco común en nuestro rren las páginas de este libro. Poesía,
idioma. Y es que a su voluntad investi- ensayos, narrativa, diarios son estudia-
gativa se une una voluntad comunicati- dos por Guerrero a través de aproxima-
va: el conocimiento se hermana con una ciones diversas: estudios críticos, rese-
cordialidad gratificante. ñas o entrevistas. A pesar de esta diver-
Crítico literario, sí, pero mejor sería de- sidad, el libro se estructura como un todo
cir ensayista. Para Guerrero la crítica unitario y coherente. Los lista de los
es un ejercicio de diálogo entre la obra autores estudiados es amplia y diversa:
literaria y la mirada crítica, pero tam- José Balza, Severo Sarduy, Alejandro
bién entre el texto crítico y el lector. Rossi, Rafael Cadenas, Juan Malparti-
Porque no puede haber buena crítica da, Arturo Uslar Pietri, Andrés Sánchez
sino la acompaña una escritura expre- Robayna, Lezama Lima, Rodrigo Rey
siva (incluso rítmica) que consiga co- Rosa y muchos otros. Salta a la vista la
municar las observaciones y propuestas mirada singular de Guerrero a la hora
del investigador. Esto, que parece algo de estudiar a cada uno de estos autores.
La Pecera 149
Por ejemplo, no atiende al Alejandro hispanoamericana sea, al mismo tiem-
Rossi ensayista sino el escritor de fic- po, el poeta de tales versos”. ¿De qué
ciones; no al Sarduy de la proliferación versos habla?
sino al del vacío, y no al Sánchez Roba- No hay silencio/ Sino / Cuando el otro /
yna poeta sino al diarista. Ahora bien, Habla / (blanco no: / colores que se es-
esto no se realiza con ningún afán de capan / por los bordes).
originalidad. Guerrero no juega el jue- Pero no sólo en este ensayo se aborda
go de algunos críticos pretenciosos: no la obra de Sarduy. En Sarduy y Lezama
cae en la tentación de ir tras el hallaz- Lima a la sombra del espejo de obsi-
go. Atiende aspectos menos conocidos diana, el venezolano estudia el vínculo
de la obra de los autores seleccionados, entre ambos escritores. A pesar de los
como una forma de ofrecer un sentido escasos escritos y las pocas cartas que
mayor dentro del marco de la totalidad se cruzaron, es innegable la herencia de
de la obra, sin arriesgarse en articula- Lezama en la obra de Sarduy. Ahora
ciones rocambolescas, ni errar en el ca- bien, Guerrero nos recuerda que esta
mino que al fin y al cabo sólo lleva a herencia nunca fue un imperativo sino
una exhibición del crítico y no al enten- el producto de un descubrimiento y una
dimiento de la obra. construcción estética sarduyana. El ca-
Son muchos los ensayos que me gustan magüeyano vino a ser el “heredero” de
de La religión del vacío. Entre ellos el Lezama después de que aquella relación
que da titulo al libro. Los lectores de la sufriera algunos tropiezos: mucho antes
obra de Severo Sarduy siempre hemos de asumirse como “heredero” de Leza-
agradecido las aportaciones que Guerre- ma, el Sarduy integrante de la revista
ro ha hecho y hace de la obra del cuba- Ciclón hizo alusión al Estrusco de la
no. No olvidemos que el venezolano es Habana Vieja como un “discutido autor
autor de La estrategia neobarroca, uno cubano”. Pero este ensayo no es una
de los instrumentos más útiles para en- angustia de la influencia de Lezama en
tender la expresión contemporánea de Sarduy sino una radiografía y un reco-
ese universo de volutas y espejos enfren- rrido a lo largo de ese vínculo. Es decir,
tados. En esta oportunidad nos ofrece no se trata de corroborar dicha herencia
un ensayo que estudia cómo un practi- sino desplegar el mapa en que ésta se
cante del barroco (Sarduy) puede unir gestó y recorrer la línea (muchas veces
el lujo churrigueresco con las desnude- sinuosa) de ese hilo sanguíneo.
ces inquietantes de Franz Kline; cómo Guerrero aborda la crítica literaria des-
la exterioridad proliferadora de una obra de múltiples ángulos y no ve, por ejem-
barroca lleva en su seno un vacío gene- plo, en la reseña periodística un ejerci-
rador de expresividad. Sin duda el con- cio inferior de crítica literaria. En el
tacto de Sarduy con el pensamiento de prólogo ya adelanta esto con una afir-
Oriente, explica en un heredero de Le- mación incuestionable: “en el ejercicio
zama Lima la fascinación por el vacío y de la crítica literaria, no existen géne-
los abismos de la nada. “Asombra — ros mayores ni menores: cualquier mag-
dice Guerrero— que un escritor llama- nitud es buena para dar cuenta de una
do a desarrollar una de las prosas más experiencia de lectura”. De esto dan fe
lujosas y exuberantes de la novelística dos estupendos textos breves. Uno de-
La Pecera 151
bablemente este sea el tema más in- autores venezolanos. Entre estos, Rafael
vestigado entre los hispanistas y univer- Cadenas y Eugenio Montejo, dos de los
sitarios interesados por la literatura la- poetas vivos más importantes de nues-
tinoamericana. Bibliotecas enteras se tra lengua. De Cadenas rescata su soli-
han escrito sobre esto. Desde hace años dez espiritual, ajena a todo misterio y
hemos visto a muchos escritores inten- afincada totalmente en la historia: “más
tar por todos los medios derribar la he- allá de la incertidumbre, el silencio de
gemonía que practicara el realismo má- los espacios trascendentes no es ni tie-
gico sobre el imaginario tanto de lati- ne que ser la última palabra de nuestra
noamericanos como de extranjeros. Pero muy terrena y muy amada poesía”. Y
también hemos visto cómo mucha lite- de Montejo subraya el equilibrio de su
ratura heredera del realismo mágico ha obra entre “la tradición y el asombro”,
cosechado grandes éxitos editoriales y la forma cómo la emoción consigue her-
ha merecido la atención del gran públi- manar en una sola voz productora de
co. Ante esto, Guerrero responde: “Es sentido, las palabras de la tribu y la
probable que su reino (el del realismo intimidad del poeta.
mágico) sólo toque a su fin cuando sur- El espacio de esta nota no me permite
ja otra noción capaz de establecer un comentar la reseña sobre el libro de Juan
nuevo pacto de lectura que, sin negar la Malpartida La perfección indefensa, sin
diferencia, preserve nuestra pluralidad duda uno los mejores aportes a la inte-
y le ofrezca a los demás diferentes ma- gración de las literaturas de una y otra
neras de acercarse a nuestro mundo”. orilla del idioma; el ensayo sobre Jorge
Guste o no guste, el realismo mágico Edwards, tan cálido y sincero; el texto
estableció de manera muy sólida ese sobre los poemas de juventud de Octa-
pacto de lectura y no existe, por lo pron- vio paz; la nota sobre Blanca Varela a
to, otro vínculo simbólico tan efectivo y propósito de la aparición de Ejercicio
necesario. Cabría ahora preguntarse, materiales en Francia; el panorama de
comenta Guerrero, cómo lo hace, dón- la novela hispanoamericana de los no-
de, por qué, desde cuándo y hasta cuán- venta; la conversación con Rodrigo Rey
do. Rosa, y el emocionado ensayo sobre la
Pero es la poesía, y en este caso la ve- vida y la obra del recientemente des-
nezolana, la que ocupa el mayor interés aparecido Jesús Díaz.
de nuestro crítico. El tardío poeta mo- Gustavo Guerrero consigue un libro no
dernista Vélez Reina (tan necesario des- de análisis literario sino de síntesis crí-
de su inhallable domicilio) es rescata- tica: quizás la única forma que tiene todo
do de la nada y se lo invita a ocupar el ensayista que busca establecer un puen-
puesto que merece y que tanta falta hace te real entre las obras y los lectores.
en la tradición venezolana. Siempre Salvo ciertos excesos conceptuales y
hemos lamentado nuestra tradición exi- alguna parafernalia académica (“plano
gua –“nunca he creído, dice Montejo, macrogenético”, “dispositvo paratex-
que nuestro Parnaso fuese excelso”— tual”) empleados en el extenso estudio
pero esto no ha sido obstáculo para que de génesis textual dedicado a Guiller-
hoy en día la poesía latinoamericana no mo Meneses, el resto de los ensayos
se entienda sin el concurso de algunos exhibe una sencilla y orgánica ampli-
La Lucha eterna
de Emmanuel Taub
Ediciones Último Reino, Bs.As., 2003
por O.P.
La Edad Dorada
de Diana Bellesi
Adriana Hidalgo Editora, 2003
La Pecera 153
toda su trayectoria alcanzan una mayor mente en su actitud básica de atento
sutileza y precisión, riqueza de matices reconocimiento y piedad por todo lo vi-
y un tono expresivo propio e inconfun- viente.
dible. Varias inquietudes más se agregan a
Entre los núcleos que conforman su es- estos temas esenciales, como la cues-
tética merece destacarse en primer lu- tión de “lo propio y lo ajeno” (así se
gar su interés por las culturas indígenas titula un libro de ensayos de 1996), un
americanas y por las culturas orienta- interrogarse acerca de la alteridad, tan-
les. Ambas representan formas más ar- to personal como cultural. También in-
moniosas de vinculación del hombre con daga en la oposición entre saber racio-
la naturaleza. Constituyen también una nal y saber intelectual-afectivo. Quizás
fuente de figuras y de símbolos, poe- con algo de razón aduce que suele lla-
mas y leyendas, concepciones filosófi- marse “tonta” a la persona que privile-
cas y religiosas, cuya sabiduría acerca gia esta última forma del conocimien-
Bellessi a la matriz occidental, en bus- to, la concedida a los simples según el
ca de una fecunda interculturación. Vin- evangelio, aunque creo que se excede
culada a esta preocupación acerca de las cuando llama a San Juan Evangelista
relaciones entre naturaleza y cultura, “Juan el tonto”. Otra contradicción que
merece destacarse su percepción empá- inquieta a Diana Bellessi tiene que ver
tica de la muerte que impera tras el or- directamente con la justificación de su
den de la civilización, y de la muerte vocación, y es la que puede establecer-
que aflora de la fecundidad caótica de se entre acción y contemplación, entre
las fuerzas naturales libradas a sí mis- poesía y política.
mas, y su pregunta acerca del lugar y el Todos estos planteos dan riqueza, va-
destino del hombre en medio de esta riedad y profundidad a su obra. Lo pro-
interacción de poderes. pio de La Edad Dorada reside en parte
Característica de su escritura es la amo- en sus aspectos formales, en parte en la
rosa contemplación de los “detalles” metáfora central de origen cristiano (la
-entrecomillo la palabra porque es una Pascua) y también en que con su desta-
de sus palabras-clave-. Lo pequeño y lo cada voluntad integradora -característi-
efímero, lo nimio, lo inadvertido, lo ca de toda su obra-, luego de dar cuenta
desdeñado, amparados por el amor de de todas las ambivalencias ya mencio-
la mirada y cobijados en la intimidad nadas, su autora, por último, celebra la
de la expresión poética, inspiran mu- armonía en la unidad, la sacralidad de
chas de sus mejores páginas. Si una hoja un Uno divino. Este impulso se define
o un pájaro, una avispa o una flor des- también como una estética, en tanto se
piertan su maternal arrobo, tanto más percibe en el espejo del poema “el de-
la conmueve y aflige el sufrimiento hu- seo de ser / lo que se es en parte como /
mano. La conciencia de la aberración si se fuera, ya completo.”
que representa la indiferencia ante si- Una mayor presencia del elemento re-
tuaciones de injusticia o ante el dolor flexivo produce el cambio estilístico en
de nuestros semejantes, y los males que los poemas de este libro: versos más
esto genera, da lugar a la vertiente so- cortos, muchas veces truncos, ritmo en-
cial de su poesía, entroncada legítima- trecortado, uso casi constante del hipér-
La Pecera 155
mientos, contribuyen al atractivo de es- el cordero, el cirio, el cáliz. Si bien nues-
tas composiciones. Sin duda lo afecti- tra Pascua cae en otoño, su origen en
vo, a veces, por acumulación, puede vi- los ritos de primavera como celebración
rar hacia la afectación, es un riesgo que del renacimiento de la naturaleza es el
bordean alguno de los textos. El uso de que inspira este libro. Como hilos con-
los diminutivos a veces lo incrementa. ductores fundamentales se reiteran la
¿Por qué edad dorada? El oto- tentación de retener el instante, la pre-
ño es una referencia obvia (hay en Sur gunta por la perduración de la identidad
un poema titulado “Abril es oro”), como personal, y el aprendizaje del despren-
también es obvio pensar en una alusión dimiento y la gracia de la visión de la
al otoño de la vida, o a un pasado edén y permanencia, que recoge el poema. Y
a un futuro utópico, pero creo que la entrelazándose con la pregunta casi pe-
expresión edad dorada tiene que ver, nitencial acerca del sentido de la propia
sobre todo, con una visión de la luz. La vida, de la justificación de la propia vo-
luz es símbolo de esa unidad que la poeta cación, la tensión nunca enteramente
anhela y que es el trasfondo espiritual resuelta entre la vida contemplativa y la
de este libro. Pienso en un hermoso poe- vida activa. Se pueden considerar esto
ma de Sur, titulado justamente “La Edad último afín al espíritu penitencial de la
Dorada”, cuyo tema es el esplendor del cuaresma, y por cierto hay unos cuantos
los aromos en flor. Los aromos, de un toques de mea culpa de parte de la auto-
amarillo enceguecedor, florecen a fines ra. También se puede ver su viernes san-
de julio, principios de agosto, son una to en la constante alusión a muertes y
luz radiante en pleno invierno. El oro, despedidas, no solamente cuando se
la luz, representa a la unidad, ya que medita sobre los “detalles” del devenir,
contiene en sí la totalidad de los colo- tantas veces cruel, de la vida natural,
res: “Una sola alma somos, como hay sino sobre todo a través de sufrimiento
un solo mundo, un solo Dios”. En este y de la muerte de personas queridas.
libro transido por la conciencia de la Los aspectos dolorosos del libro culmi-
fugacidad y de la precariedad, del sufri- nan en la fogata del Sábado Pascual. El
miento y de la muerte, la luz es como el fuego, al igual que la luz, es símbolo de
florecimiento de los aromos en pleno la unidad, y es esa unidad lo que Diana
invierno, como el destello de la sabidu- Bellessi encuentra casi extáticamente,
ría en el otoño de la vida, como la vi- pero con conmovedora simplicidad, en
sión del misterio de la resurrección pas- los mejores pasajes de este libro. El fue-
cual en medio de la angustia que oca- go, que es uno pero que nos reúne a to-
siona la conciencia de la mortalidad. dos, pues de él todos somos “scintilla,
En el trasfondo de La Edad Dorada se chispitas” como dice en el poema “Sá-
vislumbran, por una parte, el paisaje del bado Pascual”. La vida es “scintilla en
Delta, el jardín y la casa de la autora, la luz” y ello hace posible que se expe-
sus plantas y animales, el río, el paso de rimenten como radiantes tanto la vida
las estaciones, tormentas y lluvias; por como la muerte. Y las palabras han de
otra parte, la Pascua y la eucaristía -que nacer de ese centro para cantar: “luz en
es su permanente reactualización-, el música dispuesta”, cuando el corazón
misterio pascual y sus símbolos: la cruz, está cerca de la unidad y el poema se
La Pecera 157
LA G R A NA D A
de Ana Arzoumanian
Tsé-Tsé, ( 59 páginas, Bs. As. 2003)
La Pecera 159
tud del carácter paradójico de esta pro- propetrovsk por 5 años), director del film
ducción poética, este texto es trágico (in- El color de la granada, y que funciona-
tenso) y necesario. Según Máximo Cac- ría a nivel latente como el verdadero leit
ciari, trágica es la naturaleza de cierta motiv del texto: “ Al estrecharla sale
póiesis que contradice la forma general un jugo como sangre. La semilla, aden-
del hacer poético, que “de-lira” en rela- tro, está puesta una muy junto a la otra.
ción a los metros comunes de toda pro- Una contra la otra, apretadas, como en
ducción. una familia.”
“….siente un niño en el aire. En el ce- Y toda la hermenéutica que se despren-
leste estremecido de la tarde un niño de del título, símbolo de fecundidad, de
nada a través de ese oleaje pastoso, fue- posteridad numerosa: en Grecia era un
ra del vientre. Hay un niño, amor, en el atributo de Hera y Afrodita. En Roma,
agua inundada de arena. En el desier- el tocado de las novias estaba hecho de
to, flota”. En este, uno de los más be- ramas de granado. En Asia la imagen
llos y emblemáticos fragmentos del li- de la granada abierta sirve para expre-
bro, la imagen del niño que flota en el sar los deseos: “la granada se abre y deja
desierto, nos remite a la idea de que el salir sus hijos”. Pero también tiene re-
niño deseado no es forzosamente el niño lación con la culpa (himno homérico a
querido. Es el que es concebido con toda Deméter), el grano de la granada con-
la inconsciencia del deseo. El deseo de dena a Perséfone a la oscuridad brumo-
reconstruir en el propio cuerpo la esce- sa del infierno, aunque para el poeta
na primitiva de la cual se ha salido. Este Odiseas Elitis, “el granado combate la
niño deseado, si se le concibe según este nubosidad del mundo”. Quizás por eso,
proceso inconsciente, es el representan- la lectura del libro de Ana Arzoumanian
te del yo ideal materno, así pues del ob- se asemeje a pelar y comer una granada,
jeto más total del amor. Es que nadie – y este hecho implique destruir (desgra-
como “dice” Spinoza en la contratapa- nar) la familia compuesta por los múlti-
ha determinado hasta aquí ples granos o fragmentos. ¿Será por eso
lo que puede el cuerpo. Por otro lado que La granada nos mancha de sangre,
tenemos el epígrafe que abre el libro, y luego nos deja los dedos negros en se-
del cineasta armenio Sergei Paradjanov ñal de duelo, por haberla comido, o me-
(sentenciado a trabajos forzados en Dne- jor dicho leído?
La Pecera 163
que sin problemas/ de ninguna natura- Danzando/ dando la mano/ tratando de
leza/ viva o muerta/ avanzábamos/ en la que el toro/ volara como una mariposa/
armonía solemne/ en el allegro de la tar- y nos salvara de la necesidad/ de la es-
de/ saboreando la misma marca de un tocada./ / Y así avanzábamos/ cual ca-
escocés/ pero en vasos cada vez más in- balleros/ que no velan sus armas/ sino
tensos. (“Poética del azar”, pp. 70/71) juegan/ hacia el borroso y lentísimo ada-
Una de las más firmes certidumbres que gio de la tarde/ mientras ligabas tú/ los
da a leer la escritura de Zambrano Col- ases de la muerte/ sin sospecha de car-
menares es que las formas de figuración tas en la manga./ / Siempre en limpio/
del pasado diseminadas en sus poemas en puro / en pulcro azar. (“Poética del
se articulan en un elogio de la palabra azar”, pp. 71/72)
poética; por supuesto que ese gesto no Por una parte, pasaje a un modo de de-
supone pensar el recuerdo en términos cir el pasado, centrado en la distinción
de adecuación entre estereotipo y des- de sus imágenes, que desligue los tex-
carga melancólica, sino antes bien como tos de los estereotipos confesionales y,
un desajuste, acaso sea esa la mejor ma- por otra, vínculo de las imágenes poéti-
nifestación de la grieta casi siempre lu- cas por vía de una causalidad fundada
minosa e ilusoria, antes que imposible, en el azar de una memoria que descree
un desajuste en el que se perfila una zona de una lógica conductista; me interesa
en la que inevitablemente se intersec- poner énfasis ante todo en este entre-
tan la luz y la sombra, una zona que no cruzamiento entre imagen y azar para
proyecta objetos o entes —y las leyes pensarlos juntos en el juego entre dos
que los explican—, una zona de la que tonalidades que producen un efecto de
no emana verdad alguna, ni tampoco el distanciamiento, tanto en la operación
siempre renovado y también metafísico de migración que la escritura de Zam-
sueño de hallar en la voz poética una brano Colmenares realiza en el pasaje
dimensión que atraiga la presencia de —como si en ese movimiento la imagen
un mundo sumergido en las profundida- poética fuese, antes que una ventana o
des, que ya fue y al que podríamos re- una puerta, una extensa falla trasnver-
gresar por la reiteración legitimadora. sal en la que la consistencia de la mate-
El vínculo que la imagen poética, en- ria extensa y continua del lenguaje se
tendida como instancia indefinida, in- retrae o se deja marcar con el vértigo
termedia, que teje la continua disconti- del abismo— como en la idea de víncu-
nuidad de los poemas de A ras de todo, lo azaroso, no sometido a la regla inevi-
puede leerse como una constelación de table del círculo vicioso que modela la
huellas de la búsqueda tan secularizada masa de los sentimientos y las evoca-
de la repatriación, de la cancelación del ciones en la forja remanida del espejo
exilio, al que el devenir del tiempo pa- de un lenguaje poético que finalmente
rece condenar a nuestra existencia pa- deviene instrumental en el engranaje
sada. La palabra poética dice su sentido interminable de las clonaciones meta-
movida más que por una causalidad sin fóricas.
impugnaciones por los efectos del azar La apertura de sentido que produce ese
que une rememoración y escritura de deslizamiento del pasaje está íntima-
manera solidaria: mente ligada a la suspensión de la ob-
La Pecera 165
Oficio de lector
de Santiago Sylvester
Alción Editora. Córdoba, 2003
por O.P.
Un poeta como Sylvester no podía sino modo mismo en que ha caido un libro
tener el notable oficio de la lectura. Na- en nuestras manos. Pero también, cons-
cido en Salta en 1942, su escritura abar- tituye un esfuerzo por construir una es-
ca desde la edición crítica de La Tierra tantería hipotética en la inmensa biblio-
natal y Lo íntimo de Juana Manuela teca de la tradición literaria. Por un lado,
Gorriti, o la antología de Manuel J. Cas- Homero, Virgilio, Cervantes, Aristófa-
tilla y otra de la Poesía del Noroeste nes, Shakespeare, Baudelaire, Rilke,
Argentino -de pronta aparición-, pasan- Mallarmé, Kafka, Eliot y Ponge se dan
do por un libro de cuentos -La prima cita en los estantes de literaturas extran-
carnal, de 1986-, hasta una importante jeras. Por otro lado, las cercanías de la
obra poética que se compone de unos tierra determinan una nueva selección
doce libros, entre los que cabe mencio- que se va delimitando con las sombras
nar “Perro de laboratorio” (1987), “Café del pasado desde Lugones y Macedonio
Bretaña” (1994) y “El punto más dis- hasta las presencias norteñas de Raúl
tante” (1999). Aráoz Anzoátegui, Castilla y Calvetti.
La lectura como oficio adquirido a tra- El libro mismo parece responder a este
vés de los años ha tenido infinitos testi- ímpetu ordenador al estar dividido en
monios y entre ellos el de Borges ha so- dos partes : La poesía y el lector, El lec-
bresalido entre nosotros. Su idea de que tor y su tierra.
ninguna obra del pasado puede ser abor- Las afinidades electivas son determinan-
dada por un lector del presente sin que tes para la construcción de su propia tra-
se proceda a modificar su sentido, en- dición literaria. El mismo Sylvester lo
cierra el valor de permanencia de cier- hace explícito cuando subraya el senti-
tas lecturas antiguas que han merecido do de “entrega” que encierra el término
el calificativo de clásicas. De hecho, “tradición”. Y justamente lo hace en el
muchas obras que en la actualidad tie- capítulo que ha llamado “La identidad
nen gran renombre pueden, con el paso como problema”. Pero agrega con luci-
del tiempo, dejar de suscitar estímulos dez : “ Desconocer la tradición, puede
y nuevos sentidos en los próximos lec- ser suicida; y respetarla a rajatablas,
tores, pasando irremediablemente al ol- estéril. El problema, como siempre, es
vido. No son estos los libros y autores qué uso se hace de los dones recibidos.
que Sylvester ha elegido, sino los que Albert Camus tiene una frase que, cita-
están atados a una experiencia tanto da de memoria, y repitiendo un conoci-
personal como literaria. Releer un libro do formato, viene a decir que la tradi-
-de eso se trata- no deja de ser una ínti- ción es algo demasiado importante para
ma relación personal que no cesa de re- dejarla en manos de los tradicionalis-
ferir a sus circunstancias de lectura y al tas...”
Como este libro es poco convencional, una reseña ran. Fue elegido y le pidieron que cantara interior-
del mismo puede -y hasta debe, para ser fiel- tomar- mente alguna melodía conocida, la cual fue identi-
se la licencia de no encajar perfectamente en su gé- ficada correctamente por el adivino.
nero. Por eso me gustaría empezar contando una Esta anécdota pinta bien, creo, al autor deDieciséis
anécdota que me refirió el propio autor hace algún jueces y un ahorcado, tanto por su deseo de que se
tiempo. En sus años de estudiante en La Plata, llegó ponga a prueba el conocimiento dudoso como por
a esa ciudad un adivino que, en base a diversas de- la voluntad de participar personalmente en la verifi-
mostraciones y a una adecuada publicidad, alcanzó cación. De igual modo que ese día en el teatro, al
popularidad rápidamente. Maliandi y un amigo de- descubrir la literatura Maliandi levantó la mano y
cidieron entonces ir a verlo a una de sus presenta- quiso participar -es autor de un libro de poemas y
ciones teatrales. Durante el espectáculo, apenas el dos novelas inéditas-, al descubrir la reflexión sobre
hombre hubo pedido al público voluntarios para la literatura también quiso participar -escribió un
demostrar sus capacidades de adivinación, Malian- libro sobre la autorreferencia en literatura- y al des-
di se apuró a levantar la mano para que lo convoca- cubrir la filosofía -su vocación- quiso ser filósofo.
La Pecera 169
Como casi todos lo conocen en tanto que filósofo, la ella en el prólogo, o “Preludio a dos voces”. Allí
sola mención de las novelas y el libro de poemas defiende la mesura crítica, aunque toma cierta dis-
será para muchos el descubrimiento de “otro” Ma- tancia respecto de ella; también explica la sonrisa (y
liandi. Sin embargo, incluso a los que ya sabíamos la risa) como terapia frente a la condición humana,
que había “otro” nos causó sorpresa este nuevo li- desde siempre enfrentada a los horrores de la reali-
bro, porque no se asemeja a ninguno de los que ya dad. Pero ya antes de que termine el preludio em-
escribió y, especialmente, porque no pertenece a nin- pieza el texto propiamente dicho, el juego de la di-
gún género reconocible. Nos vimos obligados a con- gresión literaria, y la desmesura de la literatura filo-
jeturar que, como ya no le quedaba casi ningún sófica le gana de hecho a la mesura de la filosofía
ámbito de las humanidades por descubrir y partici- crítica.
par, Maliandi inventó un nuevo género. Estos contrastes (mesura - desmesura, seriedad -
Es cierto que aparecen romances, refranes y otras humor, filosofía - literatura) están en varios planos.
formas reconocibles, pero ninguna de éstas se im- Así, detrás de las diversas paradojas se deja ver una
pone. Por el contrario, las secciones en las que se paradoja de otro orden -o meta paradoja-, consis-
divide el libro introducen géneros inexistentes e in- tente en que el autor se propone la desmesura pero
cluso imposibles (“Paroles sans romances”, “Philo- explora con sistematicidad -es decir, con método y
sophia Perennis Ma Non Troppo”, “De parónimos, racionalidad- los diversos juegos de sentido, contra-
inmoralejas e insultos”, “Antropofagología”, “Noc- dicciones y paradojas, por ejemplo cuando ensaya
turnos taciturnos” e “Inmoralejas”, entre otros). Y siete variaciones sobre una célebre frase de Epicuro
si no se impone ningún género, tampoco predomina acerca de la muerte (“Si ella es, yo no soy; si yo soy,
en el texto un solo autor. Junto con Maliandi, escri- ella no es”). El juego lleva a una séptima variante,
ben este libro Unamuno, Kipling, Rimbaud, Pave- una contra versión que da vuelta la frase original:
se, Lichtenberg, Almafuerte, entre muchos otros “Si yo soy, ella es (porque está continuamente pre-
autores de diverso origen, tiempo y especialidad, sin sente en la muerte de los otros y en mi propia fragi-
contar las voces populares que intervienen (“inter- lidad, como una anticipación). Si yo no soy, ella no
textualidad”, me insiste que ponga un avisado críti- es (porque no tengo de ella ningún recuerdo: es la
co imaginario, pero yo preferiría hablar simplemente única experiencia importante que no se graba en la
de “literatura”). memoria)”. Allí aparece, como se ve, el filósofo:
Si estos co-autores son tomados algunas veces un tanto en la variación sistemática a la que somete las
poco en broma -cuando hablan en serio, especial- ideas, la voluntad de ordenar metódicamente los
mente- y otras veces demasiado en serio -cuando cambios de sentido, como en la súbita vuelta de tuer-
hablan en broma-, el maltrato le es devuelto al autor ca que le sirve para desarrollar una idea nueva.
por una “vocecita daimónica” que lo interrumpe La figura del Gran Contestador, personaje capaz de
todo el tiempo, entrometiéndose para cuestionarlo, contestar a cualquier pregunta que se le haga, tam-
discutir con él o contradecirlo, apareciendo incluso bién representa cierta faceta de la figura del filósofo,
en una nota al pie para burlarse de ese subgénero de aunque más no sea porque durante todo el libro eva-
“ops cits” que puebla la parte de abajo de los libros de de mil modos la exigencia de responder siquiera
eruditos. a preguntas tontas. Pone en evidencia, además, que
El autor o, para ser exactos, el narrador, se mira des- el verdadero problema está en formular la pregunta
de esa vocecita bufonesca que subvierte lo que su adecuada.
“voz principal” pretende decir. De hecho, el juego Volviendo a la desmesura, ésta aparece también en
con el sentido se produce de muchos modos: las los objetos representados. El destrabalenguas cata-
contradicciones y las paradojas se multiplican, el lán al que alude el título -“dieciséis jueces de un
tono cómico y el trágico se aplican a lo serio y a lo juzgado comen hígado de un ahorcado”- es tomado
cómico respectivamente, y, en términos generales, literalmente. Se propone un contexto y una descrip-
las palabras parecen haberse salido de sus goznes. ción de la situación que dio origen a la frase, que
El lector tiene la sensación de que en cualquier mo- incluye un relato detallado -en ello consiste aquí la
mento la solidez de un término se puede tomar en desmesura- de los trances corporales que sufren
joda, y que, junto con ello, el registro puede pasar quienes mueren ahorcados.
de lo formal a lo informal y volver sin avisar. Si el lenguaje es, se podría decir, uno de los princi-
Es cierto, sin embargo, que el libro se abre con serie- pales objetos de reflexión del Maliandi filósofo, aquí
dad de filósofo. Maliandi no se vuelca a la desmesu- el cuerpo asume un papel central. No el cuerpo como
ra de su nuevo género sin antes reflexionar sobre figura estética (el enfoque, como se dijo, es desme-
La Pecera 171
Escenas con cartas de Sara Cohen
Emecé, Bs.As. 2003
Por O. Picardo
Los primeros sábados de cada mes la Sevlever (Santa Fé), entre otros. Publi-
Biblioteca Popular J.I. organiza este ci- can una plaquet con cada uno de ellos y
clo con poetas del interior del país. En- poco a poco construyen un verdadero
tre los poetas invitados han estado Mi- mapa de la poesía del país. Los que quie-
guel Angel Federik (Entre Ríos), Cris- ran comunicarse con los organizadores
tian Aliaga (Chubut), María teresa An- deben escribir a
drueto (Córdoba), Hugo Luna (Entre [email protected]
Ríos), Raúl Mansilla (Neuquén), Rubén
E DI C I ON E S E L O IS A
C AR T O NE R A
Guardia Vieja 4237 Bs.As.
La Pecera 173