Andres Olmos
Andres Olmos
Andres Olmos
22
Fray Andrés de Olmos: su horizonte de
enunciación
Iraís Hernández Suárez
CUADERNOS DE TRABAJO
Editor:
Feliciano García Aguirre
Comité Editorial:
Joaquín R. González Martínez
Rosío Córdova Plaza
Pedro Jiménez Lara
Alfredo Zavaleta Betancourt
Martin Aguilar Sánchez
CUADERNO DE TRABAJO N° 22
© Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales
Universidad Veracruzana
Diego Leño 8, Centro
Xalapa, C.P. 91000, Veracruz
ISSN 1405-5600
Julio de 2005
Impreso en México
Fray Andrés de Olmos: su horizonte de
enunciación
IRAÍS HERNÁNDEZ SUÁREZ
Cuadernos de trabajo
Instituto de investigaciones Histórico-Sociales
Universidad Veracruzana
CONTENIDO
Presentación, p. 5.
Introducción, p.7.
Presentación
Cuadernos de trabajo
7
Introducción
Cuadernos de trabajo
8
1
Esta información la tomé del Estudio Introductorio que preparó Miguel de León Portilla para la
edición más reciente del Arte de la lengua mexicana, publicada por Ediciones de Cultura
Hispánica y el Instituto de Cooperación Iberoamericana, en Madrid, en 1993, pp. LXXXVII -
LXXXVIII.
2
Fray Andrés de Olmos, Arte de la lengua mexicana (1547), Introducción y transliteración por
Ascensión y Miguel León Portilla, Ediciones de Cultura Hispánica y el Instituto de Cooperación
Iberoamericana, Madrid, 1993.
Cuadernos de trabajo
9
3
«…vista una traza que creo es de San Vicente seguí lo más della…» Fray Andrés de Olmos,
Tratado sobre los siete pecados mortales, edición e introducción de Georges Baudot, UNAM,
México, 1996, Prólogo, p. 3.
4
Fray Andrés de Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales (1551-1552), edición e
introducción de Georges Baudot, UNAM, México, 1996, Prefacio, p. XIII.
Cuadernos de trabajo
10
5
Fray Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios (1553), edición e introducción de
Georges Baudot, UNAM, México, p. XXI.
6
Fray Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, introducción, p. XXIII y Prólogo,
p .3.
7
Fray Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, Introducción, p. XXIV.
8
Loc. cit.
Cuadernos de trabajo
11
Para llevar a cabo el análisis que presento, identifiqué las nociones de orden,
concierto y armonía que, desde mi perspectiva, guiaron el trabajo de Olmos.
Estas nociones se manifiestan en los textos de manera explícita e implícita, y
constituyen el recurso en el que basé mi interpretación.
Orden y concierto es una frase que Olmos usó en forma reiterada en el
Arte de la lengua mexicana, que reflejaba el ideal de lengua que él mantuvo y
que respondía al pensamiento de la época. Persiguió la finalidad de alcanzar el
orden y el concierto en la lengua mexicana, y en el análisis muestro la
caracterización gramatical del orden en el Arte de la lengua mexicana.
Armonía es un término que pertenece al ámbito de la retórica, aunque
proviene de la música. En mi interpretación propongo que Olmos trasladó los
textos de Ferrer y Castañega en busca de formular una composición armónica
de ellos, siguiendo la aspiración estética que proponía San Agustín. Olmos
integró sus discursos en busca de la armonía como ideal estético que provenía
de la retórica agustiniana. Lo que intento mostrar más adelante es que Olmos
llevó la noción de armonía del espacio discursivo al ámbito de la función de los
9
Fray Martín de Castañega, Tratado de las supersticiones y hechicerías y de la posibilidad y
remedio dellas (1529), edición e introducción crítica de Juan Robert Muro Abad, Instituto de
Estudios Riojanos, Logroño, 1994, pp. XXXVII-XXXVIII.
10
En Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana, (1611), Edic. Turner, Madrid –
México, 1984, p. 972, se encuentran ambos términos; sin embargo, la frase que utiliza
Covarrubias en relación con el término traducir es muy elocuente “…si no se hace con primor y
prudencia […] y trasladando en algunas partes, no conforme a la letra pero según el sentido,
sería lo que dixo un hombre sabio y crítico, que aquello era verter, tomándolo en significación
de derramar y echar a perder.”
Cuadernos de trabajo
12
11
Michel Foucault, El orden del discurso, Tusquets editores, Barcelona, 1980.
Cuadernos de trabajo
13
12
Esta es la concepción del documento como huella del pasado que maneja Paul Ricoeur en «La
realidad del pasado histórico» en Historia y Grafía núm. 4, Universidad Iberoamericana, México,
1995, pp. 183-210.
13
Esto es lo que Gadamer refiere bajo la noción de «fusión de horizontes», op. cit. p. 377.
14
Fray Andrés de Olmos, Arte de la lengua mexicana.
Cuadernos de trabajo
14
15
Juan de Valdés, Diálogo de la lengua, edición de Juan Lope Blanch, Editorial Castalia, Madrid,
1969.
16
Antonio de Nebrija, Gramática Castellana, introducción y notas de Miguel Ángel Esparza y
Ramón Sarmiento, Fundación Antonio de Nebrija, Serie Clásicos españoles, Madrid, 1992.
17
Carmen Bobes Naves, Historia de la teoría literaria, Trasmisores. Edad Media Poetas
clasicistas, tomo II, editorial Gredos, Madrid, 1998, p. 102.
18
Contrario a su propuesta de buscar un «estilo llano», Olmos, Tratado sobre los siete pecados
mortales, Prólogo p. 3.
19
Juan Carlos Gómez Alonso, «Adaptaciones de la retórica eclesiástica: fray Luis de Granada y
fray Diego Valadés», en Arriba Rebollo, Julián et al, Temas de retórica renacentista, UNAM,
México, 2000, p. 89-109.
Cuadernos de trabajo
15
A pesar del reconocimiento que Olmos tuvo durante el siglo XVI, la mayor parte
de su obra se ignoró durante muchos años, lo que ha propiciado que sea poco
estudiado y menos conocido que muchos de sus coetáneos. Comparado por
ejemplo con Sahagún, Motolinía o con Mendieta, Olmos aparece en el presente
bastante opacado.
20
El concepto de horizonte de recepción está ligado tanto al concepto de horizonte en el
sentido gadameriano como a la teoría de la recepción que ubica al lector en tanto lector situado,
véase Emilio Lledó El silencio de la escritura, Espasa Calpe, Madrid, Colección Austral, Madrid,
1998, p. 145.
Cuadernos de trabajo
16
21
Alfredo López Austin, Cuerpo Humano e Ideología, las concepciones de los antiguos nahuas,
UNAM, México, 1996, p. 27.
22
Coincido con Jorge Suárez en denominar así al «de los siglos dieciséis y diecisiete, que se
preservó en forma escrita» Jorge Suárez, Las lenguas indígenas mesoamericanas, INI-CIESAS,
México, 1995, p. 106.
23
Algunos están perdidos hasta la fecha y otros fueron atribuidos a distintos autores durante
mucho tiempo.
24
Ángel Ma. Garibay, Historia de la literatura náhuatl, Editorial Porrúa, México, 1954, tomo II, p.
35.
Cuadernos de trabajo
17
quien encontramos «en todos los campos: lingüística, etnografía, moral, oratoria
[...], políglota y apóstol, es una de las ricas personas a quienes todos deben,
pero a quienes todos olvidan».25
En la misma Historia de la literatura náhuatl, en referencia al texto perdido
de Olmos que relata la historia de los indios, el padre Garibay hace hincapié en
que a pesar de haber sido prácticamente ignorado, uno de los méritos de Olmos
fue el método usado para registrar la información trasmitida en su historia, que
sirvió de modelo al trabajo realizado posteriormente por Sahagún, cuya obra es
de todos conocida.
El cuidadoso trabajo de investigación del padre Garibay proporciona una
visión de conjunto de la obra de Olmos, en tanto que menciona todos sus
trabajos. Sin embargo, los presenta de una manera dispersa a lo largo de los
dos volúmenes que constituyen la Historia de la literatura náhuatl ya que para
organizar el material en una historia literaria hace una clasificación, según los
criterios que consideró pertinentes: prosa en general, discursos didácticos,
prosa histórica, misioneros etnógrafos, literatura didáctica y el teatro
catequístico. Por la organización de su texto, Garibay trata los textos en lengua
mexicana que se atribuyen a Olmos con diferente peso, según su clasificación:
el Arte de la lengua mexicana, el Huehuetlatolli, el Tratado de hechicerías y
sortilegios, el Tratado sobre los siete pecados mortales, la Historia de los
antiguos mexicanos, el Auto del Juicio final y el Auto de la adoración de los
Reyes Magos.
Garibay otorga un reconocimiento literario al esfuerzo de Olmos en el
traslado de textos a la lengua mexicana, considerando incluso el uso de las
frases paralelas como un recurso mnemotécnico.26 Este reconocimiento, sin
embargo no debe hacer que perdamos de vista que Garibay está empleando
criterios de una lengua y una literatura ajenos a la que se está calificando. Cabe
preguntarnos, entonces, si los procedimientos estilísticos empleados por Olmos
corresponden a la lengua mexicana o a los principios que regían en ese tiempo a
la literatura clásica; o bien, una salida airosa entre ambas que depende de la
finalidad que Olmos mantuvo en la composición de sus sermones.
El reconocimiento que la lingüística descriptiva, bajo los criterios
estructuralistas, ha otorgado a la labor de Olmos se ha centrado en destacar los
aciertos que tuvo al describir las características propias de la lengua mexicana,
al poner distancia tanto del latín como del romance castellano.
Para Leonardo Manrique Castañeda27 es evidente que la postura de Olmos
fue la de establecer un contraste continuo con la gramática latina, tanto en lo
25
Ibid., p. 190.
26
Garibay, op. cit., tomo I, p. 421.
27
Leonardo Manrique, «Fray Andrés de Olmos: Notas críticas sobre su obra lingüística» en
Estudios de Cultura Náhuatl, vol 15, UNAM, 1982, pp. 27-36. Véase también el artículo
compendiando por Guzmán Betancourt, Ignacio y Eréndira Nansen, (eds.) Memoria del
Cuadernos de trabajo
18
Cuadernos de trabajo
19
En la historia novohispana
Los historiadores que han prologado34 la obra de Olmos suelen ubicarlo dentro
de la corriente de pensamiento humanista vigente en la época. Como ejemplo de
ello, Miguel León Portilla en la introducción a los Huehuehtlahtolli hace hincapié
en considerarlo un pensador humanista.35
No podemos ignorar que el humanismo se manifestó en muchas
actividades e influyó tanto en el arte como en la literatura, o en la historia. No
obstante, el interés de Olmos en la recopilación de los Huehuetlahtolli
difícilmente puede ligarse a una vocación humanista.
En mi opinión, en el caso específico de Olmos, el conjunto de textos que
conforman los Huehuetlahtolli fue resultado de la encomienda que recibió de
sus superiores de indagar acerca de la historia de los indios, lo cual propició
que los hallara.
En los prefacios e introducciones que Georges Baudot36 escribió para las
obras de Olmos podemos encontrar ―entre otras― tres ideas que le permiten
delinear su figura. Primero, su labor evangelizadora, en la que encontró una
33
Leonardo Manrique, op. cit., p. 28.
34
Además de Miguel León Portilla y Ascensión Hernández de León Portilla, autores del estudio
introductorio y prólogo del Arte, Georges Baudot quien prologó el Tratado de los siete pecados
mortales y el Tratado de hechicerías y sortilegios mantiene la misma opinión.
35
Fray Andrés de Olmos, Huehuetlahtolli, Testimonio de la antigua palabra, (1600), recogido
por Joan Baptista, estudio introductorio de Miguel León Portilla, Comisión Nacional
Conmemorativa del V Centenario del Encuentro de Dos Mundos, México, 1988. p. 11-12.
36
Georges Baudot ha preparado además de las recientes ediciones tanto del Tratado sobre los
siete pecados mortales como del Tratado de hechicerías y sortilegios; el capítulo IV dedicado a
Olmos, en Utopía e Historia en México, Los primeros cronistas de la civilización mexicana (1520-
1569), Espasa-Calpe, Madrid, 1983, pp. 167-245; y algunos artículos aparecidos en Estudios de
Cultura Náhuatl, ver bibliografía. En todos ellos puede cotejarse la posición de Baudot respecto
de Olmos.
Cuadernos de trabajo
20
¡En dónde podemos encontrar entre los actores, entre los comediantes, un
campeón capaz de rivalizar con esos predicadores ridículos, pero que imitan
de modo tan divertido los procedimientos clásicos de la retórica! ¡Dios mío,
cómo gesticulan, cómo saben adaptar su voz, canturrear, moverse, cambiar
de expresión y proferir espantosas exclamaciones! Este arte del púlpito es
como una receta misteriosa que los monjes se van pasando de mano en
mano. 38
37
Georges Baudot, Prefacio al Tratado sobre los siete pecados mortales, p. XV.
38
Erasmo, A.S.D., t. IV-3, 140-142, citado por Halkin, Erasmo entre nosotros, editorial Herder,
Barcelona, 1995, p. 126. (A.S.D. designa según la N.B. a la Opera omnia de Erasmo, edición de
Ámsterdam en publicación desde 1969).
Cuadernos de trabajo
21
39
Holborn, H., Desiderius Erasmus. Ausgewählte Werke, Munich 1933, citado por León-E
Halkin, op. cit., p. 165.
40
Elsa Cecilia Frost, «¿Milenarismo mitigado o imaginado?», Mecanoscrito de una ponencia que
presentó en un Congreso en Oaxtepec, 1988.
Cuadernos de trabajo
22
41
Fray Gerónimo de Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, (1597) Colección Cien de México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1997.
42
Fray Andrés de Olmos, Arte de la lengua mexicana, Carta dedicatoria, p. 7.
43
Thelma Sullivan ha preparado una edición de un vocabulario, que atribuye a Olmos, véase
Ascensión Hernández y Miguel León Portilla, estudio introductorio al Arte de la lengua
Mexicana, de fray Andrés de Olmos, p. XLVII.
44
Mendieta, op. cit., p. 179.
Cuadernos de trabajo
23
Dicen los religiosos antiguos en aquella tierra que después que los naturales
están en la sujeción de los españoles y se perdió la buena manera de
gobierno que entre ellos había, comenzó a no haber orden y concierto, y se
perdió la policía y justicia y ejecución de ella que entre ellos había... 49
Cuadernos de trabajo
24
51
1.2 Olmos, «la mejor lengua mexicana del siglo XVI»
50
Así lo dejaremos asentado en los capítulos posteriores.
51
Mendieta se refiere así a Olmos en Historia Eclesiástica Indiana (1597), al reconocer tanto el
dominio práctico de la lengua como su trabajo descriptivo, p. 179.
52
Es el caso por ejemplo, del Auto del Juicio Final que hasta hace pocos años se dudaba de su
autoría, ver José Rojas Garcidueñas, El teatro de Nueva España en el siglo XVI, Sepsetentas
101, SEP, México, 1973, pp. 27-40.
53
Aquí se trata del libro de las antigüedades de los indios que Mendieta menciona en Historia
Eclesiástica Indiana, prólogo al segundo libro y que Baudot discute en Utopía e Historia en
México, capítulo IV.
54
Se encuentran en este caso el libro sobre las antigüedades de los indios, no localizado pero
del que se tiene referencia por Mendieta, op. cit., p. 179 y que Olmos menciona en el Arte de la
lengua mexicana, Prólogo al lector, p. 9. Baudot argumenta y propone una posible
reconstrucción del Tratado de antigüedades mexicanas que supone escrito hacia 1539, a partir
de las referencias de Mendieta, Torquemada y Zorita y a través de un inventario crítico de
textos anónimos, dispersos, que pudieran ser considerados parte de él, en Utopía e Historia en
México, cap. IV, pp. 174-219. Otros textos aun sin localizar son la Gramática y el vocabulario
de la lengua totonaca, el Arte de la lengua huaxteca, así como el Vocabulario, la Doctrina
cristiana y el Confesionario en lengua huaxteca.
Cuadernos de trabajo
25
55
Como es el caso de la mención que Olmos hace en sendos prólogos: al Tratado sobre los
siete pecados mortales, Prólogo al lector, p. 3 y al Tratado de hechicerías y sortilegios, Prólogo,
p. 3.
56
Foucault, ¿Qué es un autor?, Universidad Autónoma de Tlaxcala, s/f , p. 20 “la función autor
es [...] característica del modo de existencia, de circulación y de funcionamiento de ciertos
discursos en el interior de una sociedad”
57
Véase al respecto el apéndice «Ensayo de inventario de obras en lenguas indígenas o
referentes a ellas escritas por religiosos entre los años 1524-1572» en Robert Ricard, La
Conquista Espiritual de México, FCE, México, 1986.
58
Robert Ricard, op. cit. pp. 423-431.
Cuadernos de trabajo
26
59
Mendieta, Vidas franciscanas, p. 92.
60
Se puede localizar información precisa al respecto en Robert Ricard, op. cit.; así como en la
obra de Joaquín García Icazbalceta Bibliografía Mexicana del siglo XVI: catálogo razonado de
libros impresos en México de 1539 a 1600, FCE, México, 1981, o bien en la Bibliografía sobre la
castellanización de los grupos indígenas de la República Mexicana: siglos XVI al XX, México,
UNAM, 1986, escrita por Irma Contreras García, además de Las obras de consulta mexicanas,
siglos XVI al XX, México, UNAM, 1990, elaborada por Pagaza, o en Ángel Ma. Garibay Historia de
la literatura náhuatl, vol. I y II, Editorial Porrúa, México, 1954.
61
Esta situación se evidencia en el texto de la carta dirigida al rey de España por Ramírez de
Fuenleal, Obispo de Santo domingo y presidente del Real Consejo de Indias en 1533 en la que
señalaba: «[...] fray Domingo de Betanzos [...] afirmó lo que no alcanzó ni creyó porque no
entendió su lengua ni tuvo devoción en las doctrinas y enseñar, antes las aborreció... y siempre
contradijo a la obra que los franciscanos hacían». Citado por Mariano Cuevas, Historia de la
Iglesia en México, Edit. Patria, México, 1946-47, 5ª edición, vol. 1, p. 254.
Cuadernos de trabajo
27
Pedro Moya de Contreras tuvo como finalidad aplicar los acuerdos del Concilio
de Trento, entre los cuales había algunos que aludían en forma directa o
indirecta al uso de la lengua.
Todo texto impreso debía estar acompañado por las licencias
correspondientes que autorizaban tanto su impresión como su circulación;
Olmos trasladó al mexicano unos sermonarios (el Tratado de los siete pecados
mortales y el de Hechicerías y sortilegios) que fueron difundidos sólo en forma
manuscrita. A pesar del reconocimiento de fray Andrés de Olmos como buena
lengua mexicana, la aprobación de sus textos hubiera sido tarea muy delicada
por el contenido peligroso que en ellos se discutía. Sin embargo, habría que
considerar que ambos tratados fueron redactados en fecha previa a los dos
concilios que prohibieron la elaboración de cualquier otro manuscrito que no
fuera la doctrina cristiana. No obstante, Olmos previó la dificultad que
conllevaba poner el Tratado de hechicerías y sortilegios en manos de los indios,
por eso, en la Exortación al indiano lector [sic], advierte con preocupación: «Te
suplico mucho, hijo mío querido, de poner el mayor cuidado para no escuchar al
revés. Y si algo lo ves oscuro, que no está claro, que no lo entiendes, por ello
pregunta al padre que así ha hablado».62
Parece que todos los temores exhibidos por los acuerdos tomados en el
primer y segundo concilio se recrudecieron en los años subsiguientes, así, en
los Memoriales presentados ante el Tercer Concilio Provincial Mexicano
realizado en 1585 63 y cuyo fin principal era poner en práctica los decretos del
tridentino, se admitía con temor:
Muchos de los decretos que aprobó este Tercer Concilio dejan ver que el
combate a la idolatría estaba en todo su apogeo, ya que cualquier actividad que
pudiere ser sospechosa quedaba proscrita y se recomendaba una estricta
observancia de las procesiones, las fiestas, los cantos, etc.; con mucho más
razón aquello que pudiere ser fuente de ideas adversas a los principios
cristianos: «También se prohíbe por la misma causa so pena de excomunión
late sentencie dar y divulgar entre los indios algunos libros, sermones o
tratados de cosas de religión traducidos en su lengua sin que primero la
62
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, Exortación al Indiano lector, p. 11.
63
Para este año, Olmos ya había trasladado a la lengua mexicana los dos tratados que, sin
duda, levantaron polémica en torno a su circulación entre los indios alfabetizados.
64
Llaguno, op. cit., p. 189.
Cuadernos de trabajo
28
Aquí se advierte que si bien se reconocía la importancia que las lenguas tenían
para la evangelización, la Iglesia católica admitía la enorme dificultad que su
diversidad representaba, por lo que, la doble alternativa sería, por un lado, privilegiar
una lengua mayoritaria y por otro, proseguir con la enseñanza del castellano.
Para los franciscanos y, específicamente, para Olmos la elección de la
lengua mexicana como medio para la evangelización resultaba más conveniente
aunque entrara en abierta oposición con los decretos de las juntas eclesiásticas
y los concilios. La utilización del mexicano y la forma en que Olmos integró los
recursos discursivos67 por una parte hacen suponer que esta opción era más
viable en términos prácticos, por el escaso conocimiento que los indios tenían
del castellano y por la otra, que podían obtener un mejor efecto persuasivo con
una aproximación al mundo indio desde su propia lengua.
La urgente necesidad de aprender la lengua mexicana para usarla en la
predicación propició la elaboración del Arte de la lengua mexicana, pero ésta no
se imprimió pese a que la imprenta ya se encontraba en la Nueva España. Una
explicación plausible podría ser que sus posibles lectores se contaban en
número reducido, al tratarse de textos que requerían del conocimiento del latín
para su adecuado manejo. En el siglo XVI, un gramático se formaba
preferentemente a través del estudio de la lengua latina; el arte en lengua
indígena seguía los patrones que sólo podían comprender y aplicar quienes
sabían gramática. Por otra parte, el arte constituía un instrumento necesario a
los predicadores y confesores, quienes eran presionados para utilizar de manera
exclusiva y directa la lengua indígena en sus prácticas evangelizadoras. Esto fue
a partir de 1555, cuando el Primer Concilio Provincial Mexicano prohibió el uso
de intérpretes y ordenó a los clérigos el aprendizaje de la lengua de los indios
bajo la amenaza de perder su jurisdicción parroquial si no lo hicieren.68
65
Ibid., p. 284, cursiva mía; posiblemente, los tratados de Olmos, que ya se encontraban
circulando, habrían levantado polémica entre los detractores de los franciscanos.
66
Ibid., p. 304, cursiva mía.
67
Veáse el capítulo III.
68
Llaguno, op. cit., p.171.
Cuadernos de trabajo
29
Cuadernos de trabajo
30
74
Antonio de Nebrija, Gramática castellana, introducción y notas de Miguel Ángel Esparza y
Ramón Sarmiento, Fundación Antonio de Nebrija, Serie clásicos españoles, Madrid, 1992.
Prólogo al libro Quinto, p. 313 cursiva mía.
Cuadernos de trabajo
31
75
Cfr. Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, [edición de 1594]
Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1946.
76
Huarte de San Juan, op. cit., p. 54.
77
Ibid., p. 103.
78
Ibid., p. 63.
79
Loc. cit.
Cuadernos de trabajo
32
... las artes y ciencias que aprenden los hombres son unas imagines y figuras
que los ingenios engendran dentro de su memoria, las cuales representan al
vivo la natural compostura que tiene el sujeto cuya es la ciencia que el
hombre quiere aprender...80
80
Huarte de San Juan, op. cit. p. 62
81
Peter Burke, Hablar y callar, Funciones sociales del lenguaje a través de la historia, Gedisa,
Barcelona, 1996, pp. 51-86.
Cuadernos de trabajo
33
82
Luis Fernando Lara, Teoría del diccionario monolingüe, El Colegio de México, México, 1997,
p. 33.
83
Bárbara Cifuentes, Historia de los pueblos indígenas de México, Multilingüismo a través de la
historia, CIESAS, México, 1998, p. 103.
Cuadernos de trabajo
34
infieles. No obstante, el reto era mayor para Olmos al enfrentar una lengua que
no poseía escritura.
Él tuvo muy presente que el orden en la lengua mexicana tenía que hacerse
manifiesto a partir de la estructura de la lengua latina, y eso le permitió
argumentar que no debía considerarse bárbara; por otro lado, y bajo esta
premisa, su arte se valía de muchos elementos que provenían del conocimiento
del latín, lo cual limitaba a sus posibles lectores.
Esta advertencia era suficiente para justificar que el marco de referencia
fuera la gramática latina y no la castellana, la cual había encontrado también su
fundamento en la latina, lo que constituyó asimismo una praxis para acercarse a
las otras lenguas. La intención era mostrar ―a través del latín, lengua perfecta―
que la lengua mexicana no era una lengua tan bárbara, susceptible de ponerla
en orden, así como al mundo al que remitía.
Esta práctica se repetía pese a encontrarse en situaciones en las que
―aparentemente― podía obviarse la referencia al latín, pero su conocimiento
actuaba como mediador entre el dominio del castellano como lengua materna y
el mexicano como lengua ajena. La supremacía del latín no era sólo de índole
práctica sino también simbólica:
Así, veremos que los artes de las lenguas fungieron como los elementos
que permitían la aproximación de concepciones diversas de la realidad, a partir
de la normalización de sus sistemas de comunicación. En el Arte de la lengua
mexicana, fray Andrés de Olmos manifestó abiertamente la consideración del
orden de una lengua como el criterio fundamental para distinguir las lenguas
verdaderas de las bárbaras. «... lo mismo es en esta que, aunque a algunos
parece bárbara, tiene orden y concierto en muchas cosas...»85
El arte tenía un fin práctico: la posibilidad de adquirir una habilidad. Así,
la gramática era considerada la ciencia de hablar y escribir correctamente, y sus
reglas estaban sancionadas por autoridades en la lengua a través del uso.
Mientras que fijar y preservar la lengua en su máximo esplendor era el objetivo
último de una gramática, el arte elabora los preceptos que determinan cuál es la
pronunciación correcta (prosodia), la escritura correcta (ortografía), el orden de
las palabras (sintaxis) y la significación y accidentes de la palabra (etimología),
84
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 78, cursivas mías.
85
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 61.
Cuadernos de trabajo
35
según el planteamiento que hace Nebrija, y que fue seguido en parte por
Olmos.86
El Arte de la lengua mexicana, al igual que otros artes de las lenguas aborígenes, tenía como finalidad facilitar
su aprendizaje; simultáneamente recogía los preceptos de lo aceptable, correcto y estético en la lengua. No
todas las lenguas, ni todas las variedades del mexicano, obtuvieron los calificativos que admitían su pureza y
perfección, lo que permitió oponer constantemente la noción de lengua bárbara a aquélla que sí permitía su
ordenamiento en un arte.
Cuadernos de trabajo
36
87
Ibid., p. 10.
88
Al respecto puede consultarse Giorgio Cardona, Antropología de la escritura, edit. Gedisa,
Barcelona, 1991 y Los lenguajes del saber, Gedisa, Barcelona, 1994, Bottéro, Cultura,
pensamiento, escritura, Gedisa, Barcelona, 1995.
89
J.L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, Palabras y acciones, editorial Paidós, Barcelona,
1971.
90
Giorgio Cardona, «Los amuletos escritos: una divagación comparativa» en Los lenguajes del
Saber, editorial Gedisa, Barcelona, 1994.
Cuadernos de trabajo
37
91
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 61.
Cuadernos de trabajo
38
Para 1528, año en que Olmos llegó a tierras americanas, aún podía
considerarse la presencia del Nuevo Mundo como una ruptura con la
concepción que la tradición bíblica sostenía.92 La evidencia de la preocupación
de Olmos por explicar el origen de los habitantes del Nuevo Mundo, desde una
concepción bíblica se la debemos a Mendieta, quien señala:
El dicho P. Olmos tuvo opinión que en uno de tres tiempos, o de una de tres
partes, vinieron los pasados de quienes descienden estos indios; o que
vinieron de tierra de Babilonia cuando la división de las lenguas sobre la torre
que edificaban los hijos de Noé; o que vinieron después, de tierra de Sichen
en tiempo de Jacob, cuando dieron en huir algunos y dejaron la tierra; o en
los tiempos en que los hijos de Israel entraron en la tierra de promisión y la
debelaron y echaron de ella a los cananeos, amorreos y jebuseos.93
Una vez desechada la posibilidad de que las nuevas tierras fueran islas de
Asia y ante la inminente evidencia de constituir un nuevo continente, los
españoles contrastaron la realidad que se abría ante sus ojos con las constantes
discursivas ofrecidas por la Teología y la Filosofía Natural. En este contraste
aparecía como ruptura que los habitantes de la zona tórrida, que anteriormente
no cabían en las expectativas, hicieran su aparición y debía ofrecerse alguna
explicación plausible al respecto.94 Ajeno a la creación se encontraba este
espacio geográficamente tan alejado del mundo conocido y tan extraño a todo
lo imaginado, cuyo sospechoso origen ocupó a muchos estudiosos de la
época.95 El orden del mundo establecido por la Biblia no tenía correspondencia
con la realidad que se imponía a la mirada de quienes llegaban a las tierras
recién conquistadas; a partir de ese momento se generaron nuevos discursos
cuyas tendencias iban en búsqueda de la conformación de esos discursos con
la nueva realidad. Muchas crónicas y tratados de esta época giraron en torno a
explicaciones de esta índole.96
La temporalidad de los habitantes mesoamericanos de la Nueva España, por otra
parte, se veía abruptamente interrumpida por la presencia ajena, ya que bajo la
nueva circunstancia no sería posible continuar con la cuenta calendárica que
cada cincuenta y dos años era renovada, según la tradición mexica. Por su
cuenta, los españoles, cristianos en su mayoría, se vieron forzados a incluir en
su propia temporalidad, regida por los acontecimientos narrados en las Sagradas
Escrituras, la existencia de un Nuevo Mundo, sus habitantes y sus lenguas
92
Aun a finales del siglo XVI se continuaba hablando de ello, véase Acosta, Joseph de, Historia
natural y moral de las Indias [1590], prólogo, edición y notas de Edmundo O’Gorman, FCE,
México, 1962, segunda edición.
93
Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, p. 268.
94
Henrico Martínez, Reportorio de los tiempos e historia de esta Nueva España (1606),
CONACULTA, México, 1991, tratado tercero, capítulo V, pp. 268 - 272.
95
Véase Edmundo O’Gorman, La invención de América, Investigación acerca de la estructura
histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir, FCE, México, 1984.
96
Por ejemplo, Henrico Martínez, op. cit, y Joseph de Acosta, op.cit, entre otros.
Cuadernos de trabajo
39
como parte de la obra divina cuya explicación tendría que ser coherente con las
verdades bíblicas.
Las lenguas del Nuevo Mundo aparecían a los ojos del conquistador
español como lenguas antiquísimas y sumamente complejas, no obstante,
susceptibles de ser descritas y aprendidas bajo los parámetros de la propia.
La búsqueda de Olmos del orden y el concierto en la lengua mexicana,
como lo manifiesta en el arte, hace suponer que su percepción de la realidad
novohispana correspondía al desorden, producto de la apropiación que el
demonio había hecho de este mundo, pese a que ambos mundos habían sido
producto de la divina creación, única e inobjetable, según las Sagradas
Escrituras. Carente de una explicación satisfactoria, Olmos y otros cristianos
afianzados en las concepciones bíblicas, ubicaban la existencia del Nuevo
Mundo y sus habitantes en la lógica del caos: un mundo inesperadamente
extenso y sumamente poblado, cuyos habitantes tenían apariencias y
costumbres extrañas, aunadas a la amplia y sorprendente variedad de lenguas.
La tarea de los frailes estaría, entonces, centrada en la restauración del orden, al
recuperar el Nuevo Mundo del dominio demoníaco, a través de la
evangelización.
La organización de esta tarea requeriría, entre otras cosas, la identificación
de las distintas lenguas, estableciendo una jerarquía entre ellas, con la finalidad
de seleccionar aquéllas que fueran adecuadas a la evangelización.
La elaboración de artes de las lenguas indígenas ya había iniciado cuando las autoridades españolas
también llegaron a considerar la pertinencia de organizar el conocimiento de la diversidad lingüística de la Nueva
España, por lo menos contar con un registro de los nombres de las lenguas, su ubicación y el número de
hablantes.
97
Me refiero en este caso a Sahagún, Historia de las cosas de la Nueva España, Edit. Porrúa,
México, 1981 y el trabajo de Olmos como cronista que está documentado por Mendieta,
Historia Eclesiástica Indiana, conocido como Tratado de antigüedades. Véase Baudot, Utopía e
Historia en México, p. 170.
Cuadernos de trabajo
40
Aunque el léxico no tiene una presencia explícita en el arte (ya que el autor
nos remite directamente al vocabulario), Olmos proporcionó la correspondencia
entre la forma castellana y la mexicana de algunos términos que consideramos
especialmente pertinentes, como era el caso de palabras como ángel, dios,
doctrina y algunas otras, que fue posible seguir a través de los ejemplos. Pese a
que el mexicano se consideraba una lengua prolija y abundante, cuando se
requería introducir nuevas concepciones inexistentes en el mundo indígena y
por ende en la lengua, los términos resultaban insuficientes. El vocablo
castellano estuvo presto en estos casos: «... Lo mismo harán con los nombres
que de nuestro castellano toman. Ex.: angel, plural angelotin, uel angelote».99
Olmos describe la morfología de esta palabra (la formación del plural), lo que
nos hace pensar que «ángel» era un término admitido de forma corriente en la
lengua mexicana. Por supuesto, la búsqueda de los términos específicos en
lengua mexicana condujo a Olmos a localizar algunos que parecían traducir la
cosmovisión cristiana a la india en un paralelismo que más tarde le resultaría
conflictivo. En este caso se encuentran términos como diablo-tlacatecólotl; téutl-
dios; tlatlaculli-pecado y otros.
La lengua y el mundo obedecían a un orden; construir o trasladar los
vocablos daba paso del orden de la lengua al orden del mundo. En términos
bíblicos, el orden simbólico que proporcionaba el alfabeto tenía significado
divino, puesto que alfa y omega constituían el principio y el fin de todas las
cosas, precisamente donde se encontraba Dios. También la lengua mexicana se
vio sometida a este orden alfabético, en virtud de su traslado a la escritura latina
en una lista de elementos léxicos diversos. En su arte, Olmos nos proporciona
un ejemplo:
98
De esto trataré en el capítulo IV.
99
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 32
Cuadernos de trabajo
41
Por otra parte, Olmos seleccionó los verbos que le servirían de ejemplo
para exponer el orden gramatical que la lengua presentaba (pese a la enorme
dificultad que ello implicaba), al mismo tiempo que conducía el comportamiento
de los indios hacia la vida cristiana:
En todas las lenguas, así latina como las demás, lo que tiene mayor dificultad
es la materia de los verbos, porque en ellos consiste principalmente toda la
armadura del bien hablar, y lo mismo es en esta que, aunque a algunos
parece bárbara, tiene orden y concierto en muchas cosas...101
100
Ibid., p. 33.
101
Ibid., p. 61, cursivas mías.
102
Ibid., p. 178 y ss.
103
Ibid., p. 78.
Cuadernos de trabajo
42
duda, la intermediación de la escritura, ya que fueron las letras las que le dieron
104
Ibid., p. 115, subrayado mío.
105
Ibid., p. 183 , subrayado mío.
106
Ibid., pp. 49 -55.
Cuadernos de trabajo
43
pronunciación:
107
Ibid., p. 173.
108
Leonardo Manrique considera que Olmos conoce los distinto modelos gramaticales y que
adapta el orden a las necesidades de la lengua, op. cit., p. 102. Según Ascensión y Miguel León
Portilla, el arte de Olmos tiene más correspondencia con la gramática latina de Nebrija. Véase la
nota 63, Walter Mignolo, op.cit., confirma esta posición y la hace extensiva a todas las
gramáticas de las lenguas indígenas elaboradas durante los siglos XVI y XVII.
109
En el prólogo del Arte, Olmos indica las partes de que está compuesto: nombres y
pronombres; conjugación, formación y diversidad de verbos; las partes declinables y algo de
ortografía. Olmos, Arte de la lengua mexicana, pp. 10-11. Véase Concepción Abellán Giral, «Las
introducciones latinae y la Gramática castellana: estructura y partes de la oración», en Ignacio
Guzmán y Eréndira Nansen, op. cit. pp. 47-56.
110
Nebrija, op. cit., p. 111.
111
Nebrija, op. cit, p. 121, Olmos, Arte de la lengua mexicana, pp. 173-174.
Cuadernos de trabajo
44
112
Pese a que aluda a Aristóteles para afirmar que las palabras fueron halladas para decir lo que
sentimos y no que el sentido deba servir a las palabras, Nebrija, op. cit, p. 181.
113
Walter Mignolo, op. cit, pp. 29- 67.
114
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 174.
115
Loc. cit. Este comentario abre muchas interrogantes de índole lingüística: ¿Será posible
deducir que las mujeres de otras provincias no tendrían esta variación? ¿Es una marca de
género para toda la lengua mexicana? ¿Es una marca de género sólo para la variedad de México
y Tezcoco? ¿Quiénes determinan que ésta no es buena pronunciación? ¿Así le ha parecido a
Olmos o ha sido el comentario externado por sus informantes varones?
Cuadernos de trabajo
45
... el estilo que tengo me es natural, y sin afectación ninguna escrivo como
hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que sinifiquen bien lo
que quiero dezir, y dígolo quanto más llanamente me es posible [...] que todo
el bien hablar castellano consiste en que digáis lo que queréis con las menos
palabras que pudiéredes…117
Todo ello parece apuntar hacia el carácter utilitario de un texto en el que
se ponía más atención al contenido que a la forma, posición que era explícita en
Valdés por la naturaleza propia de la temática de la que se ocupaba su texto y
que estaba implícita en Olmos. La dualidad fondo-forma constituía una
discusión que adquirió mucha vigencia entre los contemporáneos de Nebrija, de
Valdés y de Olmos a partir de que la integración del pensamiento clásico
grecolatino hubo traído consigo las diversas posiciones que la retórica clásica
actualizó a través de los Padres de la Iglesia.
La posición de Olmos mantenía coherencia con la búsqueda de la armonía
en la composición de los tratados, en la que utilizó un estilo llano, en virtud de
su interés de que los indios comprendieran sus sermones. La inclusión de
segmentos de los Huehuetlahtolli en el sermón de las pecados capitales para
ilustrar el uso de la lengua mexicana tuvo como doble propósito el
establecimiento de las situaciones ejemplares en la vida cotidiana.
Olmos hizo esfuerzos por comprender y describir la lengua mexicana,
como lengua verdadera, mediante la composición de su Arte concluida en
1547; años más tarde redobló estos esfuerzos trasladando a esta misma lengua
dos sermones. El objetivo de Olmos estaría centrado en la búsqueda de la
armonía, bajo la cual tendrían lugar la consonancia y la perfección. Con ello se
colocó en franca oposición a las decisiones de la Corona de abandonar el uso
de las lenguas indígenas en la predicación.
Tres años tenía de circular el Arte para aprender la lengua mexicana en
forma manuscrita,118 ya que no llegó a la imprenta en aquel tiempo;
posiblemente por la fuerte oposición a aceptar a las lenguas aborígenes como
lenguas de evangelización119. Sin embargo, Olmos tenía que demostrar que
Cuadernos de trabajo
46
además del orden alcanzado en el arte también pondría armonía con sus
sermones.
120
René Acuña, (editor) Relaciones Geográficas del Siglo XVI, UNAM, México, 1987, nueve
volúmenes.
121
René Acuña, (editor), Relaciones Geográficas del siglo XVI: Tlaxcala, tomo 2, vol. 5, p. 93.
122
Ibid., p. 97.
Cuadernos de trabajo
47
Son indios tochos y muy ignorantes los que son comunes y plebeyos, y, los
que gobiernan a éstos, son de buenos entendimientos; y, en las
inclinaciones, todos son de una suerte que son de poco ánimo y, los unos y
los otros, muy móviles en todo. Son amigos de sólo comer, y beber y
holgar, y son de lengua totonaques, diferentes de mexicanos, aunque los
mayorales y principales saben todos la lengua mexicana.125
A los naturales desta provincia llaman cuixcas, que quiere decir los de la tierra
de lagartijas, porque hay muchas; son de nación chontales o tuztecos que se
interpreta que ‘hablan en la garganta’. No se escribe (su lengua), porque no
se pronuncia.126
123
El primer nivel de legitimación del orden cognoscitivo del mundo lo constituye la
composición del vocabulario, según plantean Peter Berger y Thomas Luckmann en La
construcción social de la realidad, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1993, p. 123.
124
Recientemente los diferentes grupos étnicos han pugnado por ser reconocidos mediante los
nombres que ellos se asignan a sí mismos y a sus lenguas, dejando de lado los que por
tradición colonial les fueron impuestos: tarasco por purépecha, otomí por ñahñú, tarahumara
por rarámuri, huasteco por teenek, etcétera.
125
Ibid., p. 153. El editor comenta que Joseph Velasco, autor de esta relación, perteneció
probablemente a la etnia mexicana.
126
Acuña (ed), op. cit., tomo I, vol 6, p. 340.
Cuadernos de trabajo
48
nahuas como los españoles hacían de las lenguas que consideraron subalternas.
Los criterios que guían dicha valoración delatan los prejuicios lingüísticos que
rodeaban a las otras lenguas indígenas. Así, los nombres que las lenguas
prehispánicas recibían en mexicano hacían alusión a lo poco aceptables que
resultaban a los oídos nahuas, por ejemplo ‘hablan en la garganta, por lo tanto
impronunciables o difíciles de imitar’; y todavía más, 'no se escribe porque no
se pronuncia'; es decir, por impronunciable resultaba imposible de ser
representado en grafías.
Por el contrario, cuando se trataba de nociones elaboradas en torno a la
lengua mexicana, los españoles aceptaban una situación distinta: «Y ansí, la
lengua que se hablaba y habla hoy día en estos lugares que están en pie, es la
misma cortesana de México, que es la mejor y más universal de muchas que se
hablan en este reino».127
Para destacar qué es lo que los españoles querían decir con la mejor,
debo establecer un contraste entre los adjetivos que emplearon para referirse a
unas y otras lenguas que compartían una misma provincia, así en la relación de
Cuzcatlán, anteriormente citada, se opone el mexicano como lengua principal y
general en contraposición del chocho y el mazateco como lenguas oscuras y
malsonantes.
Tanto la supremacía de la lengua mexicana al momento del contacto, como
el principio del orden que se trataba de encontrar entre las diversas lenguas
implicó una jerarquía entre ellas, según la cual la lengua mexicana sería mejor
que cualquier otra lengua indígena, aun aceptando el carácter mayoritario de
alguna otra, tal como el otomí128.
La categorización de las lenguas indias y los criterios sobre los que ésta se
basaba se hacían extensivos a la variación dialectal que presentaba el mexicano;
diversidad que dejaba de ser caótica en la medida en que se establecía un orden
jerárquico. El náhuatl del altiplano central se consideraba la mejor variedad.
Pese a que se considerara la supremacía y perfección de la lengua
mexicana, los españoles tenían presente la variación dialectal que manifestaba a
lo largo de todo el territorio, de manera que intentaban ofrecer explicación a
esas diferencias: «La lengua que hablan es la mexicana, aunque algo rústica y
no pulida: la causa es porque son serranos».129 La relación de Tuztla fue
127
Ibid., p. 315.
128
Las lenguas indígenas mayoritarias en la Nueva España, como Diego Muñoz Camargo señala
explícitamente en su relación, eran el mexicano y el otomí; sin embargo, no había duda que esta
última presentaba dos condiciones adversas: primero, aunque fuerte numéricamente no
contaba con el prestigio y la difusión que ya tenía el mexicano; segundo, las propias
condiciones estructurales ―una fonética sumamente compleja, por ser lengua tonal― hacían
sumamente difícil el intento de aprenderla. Esto permite explicar, en parte, las razones que
tuvieron los franciscanos para atender en manera especial a la lengua mexicana y cómo ésta se
fue transformando en la lengua de evangelización en gran parte del territorio de la Nueva
España.
129
Acuña (ed) op. cit., tomo II, vol V, p. 208.
Cuadernos de trabajo
49
130
Ibid., p. 290.
131
Ibid., pp. 126, 283, 290 y vol II, p. 61.
132
Acuña (ed) op.cit., tomo II, vol I. p. 266.
133
En relación con el nombre de la lengua mexicana, véase Bárbara Cifuentes y Valentín Peralta,
«¿Lengua náhuatl o lengua mexicana? Una disensión en el siglo XIX», en Zarina Estrada
(editora) Memorias del II Encuentro de Lingüística en el Noroeste, Universidad de Sonora,
Hermosillo, 1994, tomo dos, pp. 175-187.
134
Acuña (ed) op.cit., tomo I, vol. IV, p. 13, la cursiva es mía.
135
Ibid. p. 78, la cursiva es mía.
Cuadernos de trabajo
50
136
Ibid., p. 141, la cursiva es mía.
137
Ibid., p. 206.
138
Al respecto véase Jane Hill y Kenneth Hill, Hablando mexicano, la dinámica de una lengua
sincrética en el centro de México, INI-CIESAS-SEP- CONACYT, México, 1999.
139
Acuña (editor) op. cit., volumen II,pp. 16-21.
Cuadernos de trabajo
51
Nebrija elaboró una gramática del castellano que daba a conocer las reglas que
regirían el idioma para preservar su pureza, pulirla y darle esplendor, como
convenía a la lengua del reino de Castilla. Además de los vocabularios latín-
castellano y castellano-latín, que permitían un adecuado manejo lexicográfico.
El castellano podía establecer estas reglas precisamente porque existía un
buen número de autoridades cuyo dominio lingüístico se daba a conocer a
través de la literatura, que poco a poco había ido consolidando una trayectoria
que se había iniciado entre los siglos doce y trece, y que hacia el siglo XVI
mostraba una gran vitalidad (habrá que recordar el auge de la novela de
caballería).
Las manifestaciones escritas del castellano además de tener presencia en
el ámbito literario hacían su aparición en otros espacios como el religioso. A
partir del ascenso del cristianismo, la retórica se constituye en un apoyo
pedagógico para la conversión de nuevos adeptos, dando lugar a la Homilía o
predicación. En este sentido, debo hacer especial mención al trabajo de San
Agustín en De doctrina christiana que recupera con sentido cristiano los
principios retóricos de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano. En el siglo V tuvo lugar
la separación entre la retórica clásica y el inicio del discurso medieval, dos obras
marcan este proceso: el texto ya mencionado de San Agustín y De nuptiis
Philologiae et Mercurii de Marciano Capella. Entre los siglos V y VII se revitalizó
la obra de Cicerón y aparecieron aportaciones nuevas de autores como
Fortuniano, Casiodoro e Isidoro de Sevilla, cuyas obras privilegian el uso del
lenguaje figurado. Las obras de gramáticos latinos de la talla de Donato y
Prisciano obtuvieron su máxima difusión hacia los siglos XII y XIV, estas
gramáticas tenían la particularidad de incluir un arte retórica. Durante la Edad
Media, el cristianismo «mantiene la idea de la retórica clásica de que el estilo era
un instrumento adaptable a cualquier argumento...».140 Así bajo el impulso
agustiniano, las órdenes mendicantes trasladaban la retórica pagana a la oratoria
sagrada y daban lugar a la tradición retórica eclesiástica que atendía a las artes
praedicandi, cuyo fruto fue la composición de los sermones. A partir del siglo XII
apareció una nueva forma de predicar, la del sermón temático que se redactaba
siguiendo un esquema inicial, que requería un conocimiento del arte retórica.141
140
Juan Carlos Gómez Alonso «Adaptaciones de la retórica eclesiástica: fray Luis de Granada y
fray Diego Valadés» en Arriba Rebollo et al, Temas de retórica renacentista, UNAM, México,
2000, p. 93.
141
Gómez Alonso, op. cit., p. 94.
Cuadernos de trabajo
52
142
Loc. cit.
143
Gómez Alonso, op. cit., p. 98.
144
Ibid., pp. 98-99.
145
En Historia de la literaratura náhuatl, tomo II de Angel Ma. Garibay se puede localizar un
listado de sermonarios escritos tanto por franciscanos como por dominicos y agustinos.
146
La prohibición de usar las lenguas vernáculas se aplicaba de manera estricta a la Biblia y los
Evangelios, se aceptaba en cambio la preparación de textos para la predicación de los fieles,
como los sermones. Dominique Julia, «Lecturas y contrarreforma», en Cavallo y Chartier,
Historia de la lectura en el mundo occidental, editorial Taurus, Madrid, 2001, p. 426
147
Baudot, prefacio a, Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. XIII.
Cuadernos de trabajo
53
148
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, Prólogo, p. 3.
149
En la noción de escritura que propone Brotherston, todo gesto, representación gráfica o
visual constituye un registro del lenguaje, por lo que la función del lenguaje no verbal de los
amoxtli (libros) de Mesoamérica tiene su propia gramatología compleja y ejemplifica la
equivalencia funcional de la escritura en la sociedad. Gordon Brotherston, La América indígena
en su literatura: los libros del cuarto mundo, Fondo de Cultura Económica, México, 1997, p.
72.
150
Véase Garibay, Historia de la literatura náhuatl; Miguel de León Portilla, «Cuícatl y tlahtolli»
en Estudios de cultura Náhuatl 16; Amos Segala, Literatura náhuatl, fuentes, identidades,
representaciones. Editorial Grijalbo, Conaculta, México, 1990.
151
Así la distinción entre prosa y poesía se vierte en los términos tlahtolli (palabra) e in xóchitl,
in cuícatl (flor y canto) en una clara analogía con las tradiciones europeas grecolatinas. Cfr.
Segala, Literatura náhuatl, capítulo V, pp. 121-153; Birgitta Leander, In xóchitl in cuícatl Flor y
canto La poesía de los aztecas, INI-SEP, México, 1972.
152
Gordon Brotherston, op. cit., p. 84.
Cuadernos de trabajo
54
La utilización tanto de paralelismos como de difrasismos obedece a las formas de expresión usuales en los
discursos en lengua mexicana, y Olmos los incluyó de una manera armónica, como veremos a continuación.
[...] vista una traza que creo es de san Vicente seguí lo más della, sacando
fuera las circunstancias por no hacer prolijos los principales sermones y por
meter lengua a tiempos según los naturales hablaban en su tiempo [...]155
153
Véase Segala, op. cit., pp. 125-129.
154
Véase el capítulo II, el apartado «La escritura como principio del orden en la lengua».
155
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, prólogo, p. 3.
Cuadernos de trabajo
55
de la época. El Arte de la lengua mexicana (1547) se rigió por los modelos que
seguían las gramáticas griegas y latinas, aun cuando su autor supo adaptarla a
las circunstancias de la lengua mexicana. Los tratados que Olmos trasladó al
mexicano también se ajustaron a las circunstancias que él consideró pertinentes
señalar en relación a la vida y costumbres de los mexicanos, aunque mantienen
la estructura general del texto que los originó: el Tratado sobre los siete
pecados mortales, (1551-2) que siguió la traza de los sermones de san Vicente
Ferrer y el Tratado de hechicerías y sortilegios (1553) que intentó combatir la
herejía al modo en el que anteriormente lo hubo intentado Castañega en
Navarra.
Estos textos que no fueron concebidos para tener al indio como lector
sino como escucha, fueron escritos por Olmos para que el predicador los leyera
en voz alta a sus feligreses indios; el lector a quien iban dirigidos era el fraile
que necesitaba un discurso traducido y adaptado ―en la lengua que los indios
entendían― ya que constituyó en la perspectiva franciscana el recurso idóneo
para convencer mejor a los indios a cambiar de vida.
La versión náhuatl del Tratado sobre los siete pecados mortales que Olmos
elaboró entre 1551 y 1552, nos deja entrever las formas de conocer y trasmitir
la lengua mexicana en más de una manera. Olmos había dado cuenta ya de las
reglas que regían la lengua mexicana al intentar poner «orden y concierto dentro
Della»;156 la nueva tarea implicaba otro reto: la introducción de una estructura
discursiva ajena al interior de la lengua mexicana. Por ello, Olmos admitía la
dificultad enfrentada en la composición de los sermones y parte de su temor se
encontraba explícito en el prólogo al lector donde advertía: «...hasta agora
sermón formado no me acuerdo aver escripto sino pláticas o historias, ca esa la
letra de donde lo sacava en estilo llano».157
Aunque Olmos había alcanzado el manejo de la lengua mexicana a través
de sus reglas gramaticales, dejaba en manos de otros su perfeccionamiento (por
ejemplo, las cuestiones relativas al acento)158 . Lo que no perdía de vista es que
enfrentaba una nueva dificultad al escribir un texto, que debía seguir un patrón
de acuerdo a las condiciones estilísticas imperantes en la época. Por ello
reiteraría en más de una ocasión que los escribiría a manera de plática y no de
sermón.159
Por otra parte, Olmos no había escrito sermones y no tenía experiencia en
ello, aunque sí contaba con la experiencia de haber escrito pláticas o historias,
lo cual no había implicado gran dificultad ya que ambas se escribían en estilo
156
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 67
157
Olmos, Prólogo al Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 3.
158
Olmos, Prólogo al Arte de la lengua mexicana, p. 11.
159
Sebastián de Covarrubias en el Tesoro de la lengua castellana deja en claro el carácter
específico del sermón como el conjunto de razonamientos santos que la Iglesia Católica
acostumbra en los oficios divinos, para que los predicadores [...] nos reprehendan nuestros
vicios y pecados; en tanto que la plática es en sentido muy general la conversación o diálogo.
Cuadernos de trabajo
56
llano. Es posible que Olmos se refiriera, en este caso, tanto a los Huehuetlahtolli
que él hubo recopilado anteriormente, como a la Historia de los antiguos
mexicanos160. Ambos textos procedían de una metodología de trabajo análoga:
en el primero, Olmos registraba por escrito el discurso oral que los propios
hablantes referían; en tanto que en el segundo, los hablantes reproducían en
voz alta las narraciones registradas pictográficamente para que Olmos las
transcribiera en escritura latina. ¿A qué se refería Olmos cuando mencionaba el
estilo llano que seguían las pláticas o historias a diferencia del sermón? ¿Era
sencillo y sin ornato el estilo en el que se escribía la historia o la plática, en
tanto que los sermones debían seguir necesariamente una traza? ¿Era la traza un
modelo a seguir o implicaba el ejercicio de traducción del texto del cual se había
seguido la traza?
Olmos mantenía cierta preocupación por seguir una traza en la
composición; sus temores podían tener dos motivos: «Lo uno porque pocos
siguen los sermones o trazas de otros. Y lo otro porque me parecía que otros de
quien yo podía aprender, ser faena y lengua, lo harían mejor».161 El segundo
motivo tuvo como objetivo mostrarse humilde, es decir asumir que el trabajo
realizado por otros pudiera ser ejemplar, recurso retórico muy propio de la
época.
Además de la preocupación por seguir la traza que un sermón debía
tener, aunque fuera presentado a manera de pláticas, Olmos también consideró
importante la adaptación de la lengua a la manera en que «los naturales
hablaban en su tiempo y algunos al presente entre sí mismos».162 Esta
advertencia conduce por un lado a que los naturales habían cambiado al paso
de los años la manera de hablar el mexicano. Por el otro, alude al mantenimiento
de la manera de hablar de algunos «entre ellos», lo cual nos lleva a presumir la
adaptación del mexicano ante interlocutores castizos, por lo que los mexicanos
que aún conservaban el conocimiento anterior sólo lo empleaban con sus
iguales, pero no con aquellos hablantes que ya habían perdido la habilidad
(probablemente los más jóvenes) o con quienes no la habían adquirido (los
nuevos hablantes). De esta manera, Olmos nos deja entrever que la evolución
del mexicano, a sólo unos cuantos años de la irrupción del castellano, era
palpable y había afectado la estructura misma de la lengua. Otra posibilidad que
merece un análisis posterior, pero que rebasa los límites de este trabajo, es que
la diferencia que Olmos mencionó estuviera en relación con dos estilos
diferentes en mexicano: uno coloquial y el otro ceremonial.
160
Se puede encontrar referencias a estos trabajos en Baudot, Utopía e Historia en México, cap.
IV, en el que la Historia de los antiguos mexicanos recibe el nombre de Tratado de las
antigüedades mexicanas.
161
Olmos, Prólogo al Tratado sobre los siete pecados mortales, p.3
162
Loc, cit.
Cuadernos de trabajo
57
163
«Como escribe Armando Petrucci, cabe distinguir en aquella época tres tipos de lectura: la
“lectura silenciosa”, in silentio; la lectura en voz baja llamada murmullo o ruminatio, que servía
de soporte a la meditación y de instrumento de memorización; y por último, la lectura
pronunciada en alta voz y que exigía, igual que en la Antigüedad, una técnica particular y que
era muy parecida a la recitación litúrgica del canto». Hamesse, Jacqueline. «El modelo
escolástico de la lectura», en Cavallo y Chartier, op. cit. p. 161.
164
Garibay ofrece esta información en Historia de la literatura náhuatl, tomo II, p. 187.
165
Estos datos son proporcionados por Baudot, quien realiza la paleografía y la versión
castellana en la edición que ahora estamos analizando, así como el comentario acerca de que el
manuscrito no es obra de puño y letra de Olmos sino de varios amanuenses, ya que se
identifican tres escrituras distintas en la que aparece la utilización de ortografías distintas.
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, paleografía, versión española, introducción y
notas de George Baudot, prefacio.
Cuadernos de trabajo
58
166
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, Prólogo al lector, p. 3.
167
Por ejemplo, Roberto de Melun (siglo XII), en el prólogo de las Sentencias, hace alusión a
unos lectores (recitatores) cuyo cometido consistía en proferir oralmente unos textos que no
comprendían necesariamente. Ese autor distinguía entre el que se contentaba con leer en alta
voz un texto ajeno (recitator), y el lector normal (lector) que leía un texto tratando de captar su
sentido. Jacqueline Hamesse, «El modelo escolástico de la lectura», en Cavallo y Chartier, op.
cit., p.167.
Cuadernos de trabajo
59
168
Ejemplo de este caso particular lo encontramos en el Códice Mendocino, en el que la mujer
común se suele representar gráficamente por su indumentaria o ligada a sus instrumentos de
labor. Véase el video elaborado por Galarza y Escalona, Tlacuilo, CIESAS, 1988.
169
Gordon Brotherston, op. cit., p. 107.
170
Esta posibilidad debe ser explorada a fondo por parte de quienes se dedican al análisis de
códices de manera puntual; en mi caso particular me concreto a apuntarla como tal únicamente.
En comunicación personal, la Dra. María Teresa Mohar que coordina el proyecto Amoxtli
(diccionario de imágenes) me ha confirmado la inclusión de los difrasismos dentro del
diccionario de próxima aparición que editarán el CIESAS y el CONACYT.
Cuadernos de trabajo
60
Cuadernos de trabajo
61
requería participar de lo sensible (lo que se percibe por los sentidos) para
referirse a lo espiritual; la utilización de las metáforas seguía este camino.
La armonía como equilibrio sólo se percibe en la totalidad del discurso,
los ejemplos sólo nos permiten mostrar la presencia de los tropos; sin embargo,
para dar cuenta de su cuidadosa dosificación diremos que en el manuscrito del
Tratado de hechicerías y sortilegios que consta de diecinueve folios, el
difrasismo yn cueytl uipilli la falda, la camisa, se encuentra referido sólo dos
veces y en el contexto más indicado según la intención del discurso. Es decir,
Olmos se dirigía a sus interlocutores mediante elementos que les resultaran
familiares, para hablar de cosas espirituales usaba palabras cuyos referentes
eran percibidos de manera sensorial.
Los difrasismos, elementos expresivos de la lengua mexicana, aparecen
en el discurso compuesto por Olmos en una bien organizada ecuación entre
sentido y forma:
También mucho intenta engañar (el diablo) al que mucho desea la falda, la
camisa, al que mucho frecuenta el huso, el cuchillo de tejer, para pecar.
No vayas a seguir, no vayas a desear la falda, la camisa, no te sometas al
diablo.173
173
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 19.
Cuadernos de trabajo
62
En la Nueva España del siglo XVI, las prácticas de lectura y escritura intentaban
seguir la regla de escribir como se habla,174 de tal modo que la representación
escrita de una frase intentaba mantener una aproximación estrecha a su dicción.
Por otra parte, la carencia de suficientes textos, a causa de la incipiente
presencia de la imprenta y pocos lectores, haría mucho más frecuente la
situación en la que un lector le otorgaba voz a un texto ante un público
numeroso.
Bajo estas condiciones es posible justificar y comprender porqué Olmos
mantenía su atención en la buena pronunciación y esperaba que la escritura del
mexicano respondiera a esta exigencia. Aunque, Olmos instauraba una
propuesta ortográfica, a través de sus textos, el fin último de ésta era asegurar
siempre una perfecta dicción de la lengua mexicana que asegurara la buena
comprensión del contenido del texto.
Pese a que la circunstancia de poner en escritura una lengua que carecía
de ella175 le obligó a establecer una ortografía, no hubo en ésta la obligatoriedad
que podía esperarse de quien estaba poniendo orden en la lengua. Olmos y sus
amanuenses son poco cuidadosos en mantener fija la forma ortográfica de las
palabras, aunque su frecuencia les hiciera aparecer varias veces en el mismo
folio. Esta paradoja encuentra sentido, a partir del momento en que advertimos
que Olmos le asignó poca importancia a la ortografía en su arte, además de su
preocupación por la pronunciación más que por la ortografía, ya que era el
contenido y no la forma lo que intentaba rescatar en la composición de los
textos.
El criterio que siguió Olmos al seleccionar las letras del alfabeto que
representarían gráficamente los fonemas del mexicano fue que reflejaran su
buena pronunciación, por lo cual señalaba: «Y por esso quitamos del abece la v
consonante, porque donde se pronuncia no es bien pronunciada, y será antes
abuso que buen uso».176
174
Basta recordar los preceptos que señala Juan de Valdés en Diálogos de la lengua.
175
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p.173.
176
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 174
Cuadernos de trabajo
63
Cada grafía que podía ser usada en la escritura del mexicano debía reflejar
el sonido que representaba, a fin de mantener intacto el sentido.
En el prólogo al Tratado sobre los siete pecados mortales manifestó su
preocupación respecto a conservar la ortografía ―en tanto que permitía una
buena pronunciación. Para Olmos, descuidar la ortografía equivalía a correr el
riesgo de «corromper» los vocablos y «pervertir» las sentencias, es decir alterar
el sentido de lo que se quería decir, ya que era algo en lo que él estaba
poniendo especial cuidado en esta obra, por lo que continuó diciendo: «Los
defectos deste original serán míos o por falta de la péñola o por no alcanzar más
o por descuido, lo cual no se ha de ver en semejante obra».177 La falta de
sistematización en la forma escrita de las palabras, en tanto no se alterara su
sentido, carecía de importancia.
Uno de estos casos lo constituye la alternancia hecha por el mismo amanuense entre i latina y la y griega, que
aparece en muchas formas léxicas de uso muy frecuente como son las formas adverbiales que consignamos a
continuación:
Así como las partículas in, yn, inic, ynic que son usadas indistintamente
a lo largo de todo el texto. Esta alternancia unida a otra que se presenta también
frecuentemente y que está ligada a la utilización de ll para registrar el sonido
lateral del mexicano que se cambia en ocasiones por l, trae como consecuencia
una inestable ortografía capaz de producir la siguiente variación:
Cuadernos de trabajo
64
çihuatl
ciuatl
cihuatl
cihuah183
Por otra parte, nos revelaría el trabajo del amanuense al dictado en el que
pese a los cambios ortográficos, la palabra o la frase podría mantener su
sentido. Recordemos que Olmos elaboró una propuesta de ortografía en su arte
y la puso a la consideración de los demás.
La finalidad de que la escritura fuera un fiel reflejo de la oralidad
mantenía también su carácter preceptivo, ya que no toda pronunciación era
buena. La variedad usada en México y Texcoco tenía prestigio, sin embargo
la pronunciación de las mujeres tetzcucanas adolecía de algunas fallas.
En el traslado del Tratado sobre los siete pecados mortales y del Tratado de
hechicerías y sortilegios Olmos empleó estrategias discursivas que diferían entre
sí, en tanto que los géneros a los que pertenecían en su forma original eran
179
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 176.
180
Olmos, op. cit., p. 174 la cursiva es mía.
181
Así lo señala Baudot en el Prefacio al Tratado sobre los siete pecados mortales, p. X.
182
Ibidem.
183
Corresponden al folio 324, p. 44 la primera y al folio 325, p. 46 las siguientes.
Cuadernos de trabajo
65
distintos.184 Los sermones sobre los siete pecados mortales debían adquirir la
forma de homilía o texto preparado para la predicación, por lo tanto, pertenecían
al género deliberativo185; el tratado de hechicerías y sortilegios, en cambio,
recaía en el género demostrativo, que intentaba convencer al mostrar lo
verosímil. El sermón tenía la intención de disuadir de la comisión de los pecados
mortales, en este género el objetivo es persuadir a través de ciertos argumentos
que constituían lugares comunes. En el caso específico de los sermones de
Olmos, estos lugares comunes giraban alrededor del eje fundamental
representado por el principio dominante universal: la oposición entre bien y mal.
En el tratado de hechicerías, la estrategia discursiva conllevaba la vituperación
del demonio; intentaba, en principio, convencer de su existencia y
posteriormente, mostrar su maldad, a través de las narraciones que le otorgaban
verosimilitud al discurso. De ahora en adelante me referiré al Tratado de los
siete pecados mortales como sermones, en tanto que el término tratado será
usado en alusión al Tratado de hechicerías y sortilegios.
La pertenencia a géneros distintos condujo a Olmos por senderos
diferentes en el traslado de ellos a la lengua mexicana. Entre los aspectos que
permiten encontrar un cierto contraste en la utilización de la lengua mexicana en
ambos textos, puedo mencionar especialmente la inclusión de los pasajes de los
Huehuetlahtolli en los sermones, en tanto que el tratado de hechicerías prefiere
incluir narraciones de hechos ubicados en el mismo tiempo y lugar de quienes
lo escuchan.
La reiteración como elemento persuasivo se hace presente de muchas
maneras en los sermones; en tanto que para el tratado de hechicerías, Olmos da
explicaciones, argumenta, pretende convencer con enseñanzas, e intenta
otorgarle verosimilitud al discurso, mediante la inserción de narraciones cuyos
actores y situaciones son conocidos y familiares a los indios. Por ejemplo, la
narración que personifica el propio Olmos en Cuernavaca, unos años atrás,
cuando enfrenta la aparición del demonio; esta narración tiene la pretensión de
darle verosimilitud al relato. El sermón, por su parte, conserva el elemento
reiterativo muy propio de la retórica cristiana (la repetición como estrategia de
disuasión) al que Olmos añade la inclusión de ciertos pasajes de los
Huehuetlahtolli con la clara intención de exhortar a los indios a seguir las
enseñanzas ahí planteadas.
En ambas composiciones, Olmos actualiza los elementos narrativos
colocándolos en el horizonte de recepción de sus escuchas, ya que integra
184
Aquí debo recordar que ambos textos forman parte de un manuscrito que se titula
Sermones en mexicano, y son publicados por Baudot con el título de tratados, sin embargo
sólo el de los pecados mortales es propiamente un sermón como bien lo señaló Olmos en el
prólogo.
185
Aristóteles, Arte de la Retórica, traducción, introducción y notas de Ignacio Granero,
Eudeba, Buenos, Aires, 1966, cap. III, pp. 53-57. Algunos principios de la retórica aristotélica
fueron retomados por la retórica cristiana a través de las propuestas de San Agustín.
Cuadernos de trabajo
66
factores culturales propios del mundo indígena (la pintura corporal, el vestido,
los hongos, etcétera) además de hacer uso de los dispositivos que la lengua
mexicana le ofrecía, los difrasismos y paralelismos.186 Por supuesto, estos
elementos no cumplen únicamente una función retórica sino que participan del
contenido que refería a un mundo que Olmos deseaba transformar.
A diferencia de los sermones de Ferrer, que se remontaban al siglo XIV,
Olmos basó su Tratado de hechicerías en un texto contemporáneo, publicado
en 1527 cuyo autor fue Castañega.187 Los tratados sobre demonología tuvieron
una gran difusión en España, pues eran fundamentales para combatir a los
herejes.188 El más conocido en la época fue el de Pedro Ciruelo, no obstante
Olmos debió coincidir con los planteamientos hechos por Castañega. Además
de trasladar el texto, Olmos también lo adaptó a las condiciones de los indios:
... tomé el trabajo de sacar del dicho libro lo que pareció hacer más al caso
para éstos, dejando lo demás como lo podrán ver cotejándolo y añadiendo
en lengua mexicana algunas otras cosas o maneras que experiencia muestra
diversas aver o exercitar los hechizeros en esta Nueva España.189
Cuadernos de trabajo
67
191
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, varias páginas, los ejemplos se ofrecen en
la versión castellana pero tiene el término correspondiente en mexicano.
192
Olmos, op. cit., p. 41.
193
Ibid., p. 47.
194
Ibid., p. 57.
195
Ibid., p. 91.
196
Ibid., p. 101.
Cuadernos de trabajo
68
197
Ver infra «En consonancia con los textos bíblicos».
198
Curtius, op. cit., tomo II, capítulo VI, pp. 631-659.
199
Arribas Rebollo y otros, op. cit., p. 93.
200
Curtius, op. cit., tomo I, p. 91.
Cuadernos de trabajo
69
Cuadernos de trabajo
70
Además del buen sonido, la armonía perseguía la integración perfecta entre las
partes que conformaban en términos de estructura discursiva la totalidad de un
texto. De esta organización se encargaba la retórica, específicamente una parte
de ella ―la inventio― que desde Aristóteles, Cicerón y Quintiliano, proponía
una integración entre las partes constitutivas del discurso: exordio, narratio,
demostratio, refutatio y epílogo. Todas ellas concordaban entre sí, para formar
un conjunto armónico que cuidaba tanto la extensión como el tratamiento de
cada una de las partes en el ideal estético agustiniano.
Olmos intentó en primera instancia establecer la armonía en la relación
entre Dios y los hombres dando a conocer el pecado y la manera de evitarlo. En
segundo lugar, buscó la armonía a través de la conciliación en la relación entre
los hombres, por ello la adecuación del contenido textual estuvo encaminada a
modificar las prácticas y hábitos de la vida cotidiana que parecían a sus ojos
transgredir la convivencia armoniosa entre los hombres. En último término,
también intentó integrar armónicamente la relación entre la verdad revelada por
las Sagradas Escrituras y los hechos manifiestos como realidad del Nuevo
Mundo; por ello, se afanó por incluir a sus habitantes en el plan divino de la
creación, según el cual habían sido sometidos al demonio, como lo demostraba
su persistencia en la idolatría.
Cuadernos de trabajo
71
pero también encerraban un contenido ejemplar (por ello los rescató en los
sermones para ejemplificar las virtudes que se oponían a los pecados).
Para Olmos era evidente que los indios caían en pecado porque se
apoderaba de su voluntad el demonio, quien se interponía en su relación
armoniosa con Dios. Su objetivo inicial sería, por tanto, restablecer la armonía
en la relación entre Dios y los hombres mediante el conocimiento del pecado y
la manera de evitarlo pues así cumplía con el plan divino de restaurar el camino
de la virtud y conducir las almas a la vida eterna.
Olmos asumió que debía hacer explícitas las situaciones de pecado que
los indios ―según sus observaciones― desconocían, debía persuadir a los
indios de abandonar al demonio y convencerlos de alejar de sí todo aquello que
tuviera tintes demoníacos:
De este modo, no habría justificación para que alguien poseyera objetos de culto al demonio bajo el
argumento de que no creía en ellos; la idolatría era sumisión al demonio, quien a través del pecado interrumpía la
relación con Dios. 205
Por lo tanto Olmos consideraba necesario advertir las formas (pensamiento, palabra y obra) que podía
asumir el pecado, ya que por palabras, por intenciones o pensamientos y por acciones se incurría en él, excepto en
los sueños en los que no había voluntad. La voluntad o libre albedrío tuvo un papel muy importante en las
discusiones teológicas de la época que tenía como finalidad resolver el conflicto del origen del mal, ya que éste no
podía provenir de Dios que todo lo había hecho bien.
Cada uno de los siete pecados mortales presentaba por ello una explicación detallada de sus
circunstancias ―mediante el recurso retórico de los hijos del pecado― y de cómo se podía evitar caer en ellos.
Conocer y reconocer el pecado en todas sus formas, así como identificar las
maneras de evitarlo ―que van ligadas estrechamente a incidir en las prácticas
de vida― constituían parte de las estrategias seguidas por Olmos para restaurar
la armonía en este mundo que él percibía confuso y discordante. Así la
adecuación del contenido textual estuvo encaminada a modificar las prácticas y
hábitos de la vida cotidiana que parecían transgredir la convivencia armoniosa
entre los hombres, Olmos intentaba conseguir la armonía a través de la
conciliación en la relación entre los hombres.
204
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 73, cursivas mías.
205
La gracia se concebía precisamente como la relación con dios, en la que el hombre podía
volverse (convertirse) sólo si dios se había vuelto hacia él, si le había otorgado el don divino de
la gracia.
Cuadernos de trabajo
72
Y ahora tú, doncella, no vayas por el mercado, por los baños, ni por las
calles, porque allá se encuentra el que deshonra, el que pone en peligro a la
gente, el que vuelve conejo a la gente...
Auh yn axcan yn tinochpoch ma ytech timona yn tianquiztli, yn atla yn
ompa, ompa can yn teicolo, yn tecatcauh, yn teohuitili yn tetochtili....208
206
Muchas de ellas aparecen también en el Arte de la lengua mexicana, pp. 186-202.
207
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 123, folio 347r.
208
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, pp. 132-133, folio 350.
209
Ver en el siguiente capítulo la oposición entre el bien y el mal y la noción de pecado como
enfermedad.
Cuadernos de trabajo
73
210
La templanza o temperancia se entiende como el equilibrio, y excluye el exceso al que la
práctica ascética posterior dio lugar. En palabras de Ferrer: «…que a lo menos del pan comas
suficientemente, cuanto tu naturaleza pide…» Tratado de la vida espiritual, p. 495.
211
Olmos, Huehuehtlahtolli, p. 86.
212
Vicente Forcada y fray José de Garganta, Biografía y escritos de San Vicente Ferrer,
Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1956, p. 497. En este texto encontré la versión
castellana del Tratado de la vida espiritual pero carece de los sermones sobre los pecados
mortales. Aunque otro texto en pergamino que localicé en la Biblioteca Nacional incluye según
el título al tratado de vida espiritual (Opera seu sermones de tempore ex sanctus cum tractatu
de vita spirituali), no me fue posible identificar su contenido textual.
213
Véase al respecto el capítulo IV Pecado demonio e idolatría: nociones en conflicto.
Cuadernos de trabajo
74
hablar, a quién dirigirse, en qué orden y sobre todo de qué y cómo hablarle. Las
siguientes citas nos permiten ubicar lo que Olmos identificó como prácticas
verbales armónicas, que ya funcionaban en las relaciones jerárquicas que
mantenían los mexicanos como orden social. Las actitudes que mostraban
respeto y atención resultaban primordiales, por ello los ancianos en sus pláticas
sugerían:
Tan acertado resultaba tomar una buena actitud de escucha como ser
sumamente cuidadoso en lo que se hablaba cuando se caía en el pecado de la
ira:
...el que tanto persigue algo con ardor, que tanto investiga la vida ajena lo
que no es su trabajo, o quizá que enmaraña el pelo ajeno, que es mala lengua,
violento, o brutal como esclavo de madera, que es duro con la gente, de
corazón duro, estúpido en el rostro, maldiciente, estúpido en su labio y en
sus oídos, que vive a lo loco, que habla sin seso, provoca, habla
desatinadamente, dice las cosas sin pensarlas. Por ello allá caerá en el lazo, en
la trampa, en el hoyo, al precipicio allá irá [...] sufrirá enfermo y herido, para
desaparecer un día.215
214
Olmos, Huehuehtlahtolli, p. 83
215
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 177, cursivas mías.
216
Ibid., p. 69
Cuadernos de trabajo
75
¡Oh, hijo mío! No te rías de los demás, no hagas burlas de otros, no hagas
escarnio de otros, no atormentes al pobre inválido, al pobre enfermo, al
pobre ciego, al pobre tuerto, ni al que tiene cortado los labios. No te rías
tampoco del pobre privado de manos, del manco, del patituerto, ni del cojo,
del que se arrastra a cuatro patas. Tampoco te burlarás del pobre mudo, ni
del pobre sordo, ni del loco, ni del que tiene alguna desgracia, ni del que sufre
quizá en el pecado.219
Cuadernos de trabajo
76
Por fin, el Diablo se transforma a veces en varón para alcanzar acceso carnal
con una buena mujer, y a veces se hace mujer para dormir con un varón
bueno, y así concibe. […] Ellos, los gigantes, así nacieron, los quinametin (los
primeros gigantes)…221
Eran muy espantosos, como bestias fieras. En México, en la morada del
visorrey yo he visto sus huesos, muy grandes, de tal modo que parece que
por aquí cerca vivieron hace mucho tiempo. 222
220
Algunos textos que permiten ubicar las distintas concepciones mantenidas en la época en
relación a la presencia del hombre en América son Anthony Pagden, La caída del hombre
natural, Alianza editorial, Madrid, 1988; Edmundo O’Gorman, La invención de América
Investigación acerca de la estructura histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir,
F.C.E., México, 1984. Véase también el prólogo de este autor a la Historia natural y moral de las
Indias de José de Acosta.
221
La presencia de gigantes constituye un elemento de la cosmogonía mesoamericana, que los
ubica en la segunda era o segundo sol, según los Anales de Cuauhtitlan, cuyo contenido
encuentra su paralelo en la iconografía que muestra la Piedra del Sol, y que dice: «El segundo
sol que hubo y era signo del 4 ocellcil (jaguar), se llama Ocelototanituh (sol del jaguar). […] En
este sol vivían gigantes: dejaron dicho los viejos que su salutación era “no se caiga usted”,
porque el que caía, se caía para siempre», de esta manera narrativa se explicaban los indios la
presencia de huesos fósiles gigantes. Gordon Brotherston, op. cit., p. 306. Por otra parte,
habrá que tomar en cuenta que como señala Anthony Pagden, el pensamiento de los hombres
del siglo XVI estaba invadido por extraños seres fantásticos extraídos de la literatura
imaginativa de la Baja Edad Media, lo que condujo a los viajeros de ese tiempo a que buscaran
gigantes, amazonas o pigmeos. Anthony Pagden, op. cit., p. 29.
222
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 31. Esta cita nos recuerda el comentario de
Brotherston, op cit. p. 366 en relación a que el Códice Ríos «…de manera explícita menciona los
huesos fosilizados de gigantes desaparecidos, debidamente llevados y mostrados en el siglo
XVI, a españoles que no los comprendieron…».
Cuadernos de trabajo
77
Hijos míos: incontables son los procedimientos del Diablo para engañar a la
gente. Sabréis que cuando yo, fray Andrés de Olmos, allá vivía, en la región
de Cuernavaca, quizá ya (hace) veinte años, un hombre casado vivía en un
223
Además de Mendieta, también Zorita y Torquemada retoman la mención que hizo Olmos
acerca de los gigantes en la Nueva España.
224
Mendieta, Historia Eclesiástica Indiana, p. 208.
Cuadernos de trabajo
78
templo; me dijo que oyó que él, el hombre-tecolote (el Diablo), se apareció a
un hombre y le mandó que llamara a algunos en secreto…225
Hace muchos años, gentes del pueblo eran así sacrificadas ante los diablos, y
colgaban y sangraban como está escrito. A causa de él, del Diablo, a veces se
recuerda que hubo espantosos sacrificios sangrientos, efusiones de sangre,
crímenes; mucha sangre se esparcía en su morada, en México, y esto por
todas partes se hacía cuando llegaron los hombres de Castilla...226
225
Olmos, Tratado de Hechicerías y sortilegios, p. 43, cursivas mías. En la versión de
Castañega el capítulo «Cuáles son los ministros del demonio» no incluye estas narraciones ni
otras parecidas.
226
Ibid., p. 69.
227
Castañega, op.cit., pp. 26- 27.
228
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 45, la cursiva es mía. Este párrafo no existe
en la versión de Castañega.
Cuadernos de trabajo
79
Cuadernos de trabajo
80
Fray Andrés de Olmos fue sin duda alguna un hombre de su tiempo, por lo que
habría que colocarlo en esta doble dimensión: en tanto que franciscano y
hombre del siglo XVI. Su pensamiento fue el de un cristiano español enfrentado
a la asimilación de una realidad ajena, compleja, inquietante e incomprensible.
Desarrolló su actividad bajo los parámetros de este pensamiento cristiano y de
una visión del mundo que constantemente entraba en oposición con el mundo
indio. Por ello, el intento por lograr la armonía entre los dos mundos de los que
él participaba: el europeo ―más propiamente cristiano español― y el indio, fue
su tarea más encomiable.
Desde la perspectiva cristiana de la época, tanto la vida como la muerte
encontraban sentido bajo los designios divinos; se vivía para alcanzar la vida
eterna mientras que la muerte era ―paradójicamente― la puerta de acceso a la
inmortalidad del alma. Seguir los preceptos marcados por la Iglesia católica
constituía una ruta para conseguir la eternidad, de aquí la importancia de
conocer la doctrina cristiana, los mandamientos, los sacramentos, etcétera, de
manera que se pudiera evitar el pecado.
La concepción de la naturaleza humana estaba basada en la dualidad
cuerpo- alma, en la que ambas partes establecen una relación estrecha e
indisoluble. No es casual entonces que tanto Sahagún como Olmos emplearan
en su momento expresiones similares que aludían al papel de médicos ejercido
por ellos en su práctica, así como nombrar medicina a lo que aplicaban en su
afán curativo. Así, Olmos en su prólogo al Tratado de hechicerías y sortilegios
elabora la siguiente analogía: «... tocando la materia de manera que avese y no
emponzoñe a los leyentes o oyentes porque vana es la medicina que más daña
que cura y más enficiona que sana; y que antes mata que da la vida».229 De
manera semejante, Sahagún se expresa en el prólogo a la Historia de las cosas
de la Nueva España, en el que elabora una analogía entre el médico de cuerpos
y el de almas.230
La vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la gracia y el pecado
conformaban un juego de dicotomías que atraviesa a manera de eje la
concepción cristiana del mundo durante este periodo. Dicho eje se insertaba en
una concepción más amplia en el propio pensamiento europeo que nos permite
situar el orden teológico al lado de un incipiente pensamiento, cuyo orden se
transformaría en el desarrollo del conocimiento científico en los siglos
posteriores y que constituiría en gran medida parte de lo que los cristianos
229
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, Prólogo, p. 3, cursivas mías.
230
Bernardino de Sahagún, Historia de la cosas de la Nueva España, prólogo, edición y notas
de Ángel Ma. Garibay, Porrúa, México, 1981, prólogo al libro primero: «…los predicadores y
confesores médicos son de las ánimas…»
Cuadernos de trabajo
81
231
María Concepción Lugo O., Una literatura para salvar el alma (1600-1760), tesis para obtener
el grado de maestría en Historiografía de México, presentada en la UAM-Azcapotzalco, s/f, pp.
127-133, 165, 182-186.
232
San Agustín de Hipona, op. cit., específicamente el libro XIV y el capítulo XXII del libro XXII.
233
Bernard Groethuysen. Anthropologie philosophique, Paris, Gallimard, 1952, pp. 111-112.
234
María Concepción Lugo, Una literatura para salvar el alma (1600-1760), tesis, p. 182
235
Olmos expresa la relación entre enfermedad y pecado en los siguientes términos: «El diablo
los llama […] para seducir a los que se hallan debilitados, enfermos…», Olmos, Tratado de
hechicerías y sortilegios, p. 27.
Cuadernos de trabajo
82
a quienes habitaban las zonas templadas.236 Los primeros parecían tener ―a los
ojos de los europeos― mayor fortaleza física aunque tendían más al vicio (la
pereza y la lujuria, por ejemplo); los segundos eran aptos para la actividad física
además de tener una condición a toda prueba para vencer las tentaciones y los
vicios.237
El equilibrio y la armonía tanto corporal como espiritual aseguraba la
perfecta salud de los individuos: la naturaleza templada convenía a este
equilibrio, el cual se conseguía a través de los alimentos, la actividad física
adecuada y otras prácticas como el ayuno y la oración, todos ellos ayudaban a
contrarrestar las tendencias extremas del temperamento.
Este es grosso modo el conocimiento médico que desde Galeno se
conservaba como parte de la tradición de quienes se dedicaban al arte de la
medicina; no obstante, hay un punto de encuentro con aquellos que, siguiendo
a San Agustín concebían al pecado como la pérdida de la salud, es decir, la
enfermedad. Hay un aspecto físico o corporal que permitiría explicar el
desequilibrio que traía consigo el pecado; restablecer el equilibrio corporal o
restaurar la armonía con la naturaleza podía devolver la salud no sólo del cuerpo
sino del alma.
Por otra parte, bajo el influjo aristotélico de la búsqueda de los orígenes,
se desarrolló otra búsqueda que intentaba encontrar las causas de la enfermedad
en el cuerpo físico del ser humano.238
La búsqueda de la inmortalidad condujo al hombre por otros derroteros,
diferentes a aquellos que concebían al ser humano como una entidad compuesta
de alma y cuerpo, en la cual el alma podía alcanzar la vida eterna alejándola del
vicio y del pecado. Salvar almas era entonces la tarea asumida por los médicos
de almas por la vía de la gracia, este camino era el opuesto al del vicio y del
pecado.
La similitud que se establecía entre el pecado y la enfermedad, al parecer
es más que una alegoría, ya que el vínculo que mantenía indisoluble los
conceptos de alma y cuerpo, en la concepción de orden teológico, parte del
mismo origen, que en el orden del conocimiento médico.
No era de extrañar, entonces, que se pretendiera curar el alma con
preceptos que, en principio, servían para mantener el estado de salud corporal;
curar el cuerpo era útil para curar el alma y viceversa. De esta postura también
procedía la concepción de la enfermedad como castigo de Dios por los pecados
cometidos. Así lo manifiesta Olmos en el Tratado sobre los pecados mortales.
236
Véase el en el capítulo Cuatro el apartado acerca de los pecados de la gula y de la pereza.
237
Estas ideas que se remontan a Galeno son propias de la época, véase por ejemplo Henrico
Martínez, op. cit., pp. 66, 286 y 305.
238
Esta postura dio lugar a lo que más tarde sería conocido como el método científico, que a
través de la observación directa del cuerpo humano (las disecciones anatómicas) y de la
experimentación llevaría a descubrimientos que en gran medida constituyen parte de los
cimientos de la medicina moderna.
Cuadernos de trabajo
83
Cuadernos de trabajo
84
241
Como lo advierte con sus palabras «... tocando la materia de manera que avese y no
emponzoñe a los leyentes o oyentes porque vana es la medicina que más daña que cura...».
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, Prólogo, p. 3.
242
André Vauchez, La espiritualidad del occidente medieval (siglos VII-XII), editorial Cátedra,
Madrid, 1995, p. 101, explica la manifestación de la herejía a partir de siglo XII como resultado
de los postulados dualistas del bien y el mal de los cátaros, acusados de maniqueos, y por
tanto herejes.
243
Esta tendencia nominalista que separa la naturaleza de la gracia fue predominante en el
pensamiento franciscano de la época y calificaba toda manifestación religiosa ajena al
cristianismo como idolátrica, inspirada por el demonio. Véase Fernando Cervantes, El diablo en
el Nuevo Mundo, el impacto de diabolismo a través de la colonización de Hispanoamérica, edit.
Herder, Barcelona, 1996, pp. 43-50.
Cuadernos de trabajo
85
iglesia del demonio; los indios estaban confundidos, ya que el demonio con sus
artimañas y astucias les había hecho creer que a él debían adorar.
Olmos consideró apropiada la delimitación de las entidades contrarias que
encarnaban el bien y el mal. Aunque desde los primeros años de iniciada la
evangelización, se desdeñó el término téotl para referirse al dios cristiano Olmos
la empleó en su gramática244 para la conformación de palabras derivadas o
compuestas, en las que el sentido de lo divino se mantenía inalterado. En
contrapartida, usó el término tlacatecólotl para designar al demonio, además de
otros vocablos indígenas que eran diversos y específicos. No obstante, en
ningún caso la concepción cristiana de dios o de demonio formó parte del
horizonte de los indios mexicanos, al menos no en la manera esperada por los
frailes.
Para mí es indudable que los españoles cristianos consideraron que los
indios manejaban los conceptos de dios y demonio, por ello buscaron de
entrada los vocablos correspondientes téotl y tlacatecólotl, además de otros
vinculados a las nociones del bien y del mal. Olmos empleó como estrategia en
la evangelización la identificación conceptual y terminológica del demonio con la
finalidad de desenmascararlo. El conflicto inició al enfrentar la ausencia de
identidad entre dios y téotl, entre demonio y tlacatecólotl, entre pecado y
tlatlaculli, etcétera.
De igual forma las prácticas de vida cotidiana que los indios mexicanos
mantenían chocaban con la conceptualización cristiana de la virtud y del
pecado, desde la cual los frailes querían imponer un orden diferente en la diaria
existencia indígena.
Bajo el principio dominante en torno al bien y al mal, la verdad acerca de
dios y del demonio era incuestionable, no obstante confirmar la presencia del
demonio ameritaba la realización de tratados que a través de argumentos
enseñaran a los creyentes las diversas figuras que podía adoptar el demonio y
los múltiples engaños que solía hacer. Por ello, los tratados de demonología
eran muy populares en la Europa cristiana del siglo XVI, especialmente en España
donde se publicó hacia 1529 el Tratado muy sutil y bien fundado de las
supersticiones y hechicerías de fray Martín de Castañega así como la
Reprobación de las supersticiones y hechicerías de Pedro Ciruelo, entre otros.245
244
De téutl, dios deriva teuyutl, divinidad, o cosa que pertenece a dios o a su servicio. Véase
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 37.
245
Debemos tener en cuenta que estas creencias no se transmitieron única y exclusivamente a
través del género demonológico, siguiendo a Morgado: «No podemos olvidar, por ejemplo, las
referencias literarias (Cervantes, Feijóo, Torres Villarroel, por citar algunos nombres) ni los
tratados de teología moral […] algunos de los cuales contienen numerosas referencias sobre la
hechicería, puesto que basta buscar el capítulo dedicado a los pecados cometidos contra el
primer mandamiento para que encontremos numerosas alusiones mágico-brujeriles». Arturo
Morgado García, Demonios, magos y brujas en la España moderna, Universidad de Cádiz,
España, 1999 p. 18.
Cuadernos de trabajo
86
246
María Elvira Buelna, «Información del proceso contra Don Juan, cacique de Matlactlán» en
Fuentes Humanísticas No. 15/16, UAM-Azcapotzalco, México, II semestre de 1998, pp. 85-95.
247
Castañega, op. cit., Introducción de Juan Robert Muro Abad, p. XVI.
248
Morgado, op. cit. pp.107-119.
249
Lo que se conoce como «teoría de la inversión o teoría de los paralelos opuestos». Véase
Castañega, op. cit., Introducción de Juan Robert Muro Abad, p. XXII.
Cuadernos de trabajo
87
Incluso los textos en lengua mexicana han pasado por el tamiz del pensamiento
europeo, de manera que difícilmente podemos inferir en este trabajo una visión
prehispánica del mundo.
Por otra parte, también es importante advertir que partimos de la
indiscutible presencia del demonio en términos discursivos, lo que le otorga una
existencia como entidad ontológica subjetiva sobre la que se construyen
enunciados epistemológicos objetivos.250 Por ello, si los españoles encontraron
demonios en la Nueva España fue debido a que existían epistemológica y
discursivamente, y lo que nos interesa es advertir cómo las nociones
manifiestas a partir del discurso se imponen (o sobreponen) a una realidad que
ellos intentaban entender, y que irrumpieron discursivamente en la lengua
funcionando como el ámbito en el que se disolvían aparentemente los
conflictos.
Considerar que los españoles utilizaban conscientemente al demonio para
infundir miedo y a través de él controlar la conducta de los indios traería como
colofón la superación del pensamiento demoníaco, mágico y brujeril que estuvo
vigente en el pensamiento europeo casi hasta el siglo XVIII. No obstante, el
demonio existía más allá de la utilización que se hacía de él: aceptamos la
posibilidad de que la noción de demonio se haya usado para causar temor pero
no justificamos su presencia en el mundo novohispano a partir de su función,
sino que la noción de demonio tuvo una existencia en el pensamiento europeo
independientemente de los usos asignados. El demonio cautivaba y seducía,
por lo que, los que tenían trato con él no parecían temerle, sino que lo adoraban
y reverenciaban, ya que éste era su deseo. Su carácter de «espantable» era una
función que, por otra parte, no siempre se cumplía.
Si bien coincido con Georges Baudot en señalar a Olmos como experto en los
temas de la brujería y la demonología ―a partir de su intervención en Vizcaya y
su probable colaboración con Castañega―251 no me convence la noción de
demonio que Baudot identifica en Olmos, que resulta a todas luces poco clara e
incluso contradictoria. Para Baudot:
250
John Searle, op. cit., p. 27.
251
Colaboración que Juan Robert Muro Abad pone en duda, en Castañega, op. cit., p. XXXIX.
252
Olmos, Tratado de Hechicerías y sortilegios, Introducción de Baudot, p. XXV.
Cuadernos de trabajo
88
Este diablo que tanto se asemeja a la identidad cultural prehispánica pide algo
parecido a la colaboración del aborigen para rechazar la nueva religión, y en
consecuencia el nuevo estado de cosas. [...] es como una tenaz nostalgia de
cultos pasados, que el señor ‘aparecido’ intenta revivir, y patalea
rabiosamente ante las pruebas de su abolición y los símbolos de la nueva
cultura. Sí, el diablo es aquí, sobre todo, la nostalgia de los tiempos
prehispánicos. Y Olmos lo sabe bien cuando añade estos detalles, estas
fábulas que son suyas, personalísimas, al fárrago de la prédica antidiabólica
de su colega Castañega, al mismo tiempo que lo traduce al náhuatl.253
Que el diablo de Olmos era un diablo cristiano no hay duda, no podría ser
de otro modo; pero ¿cómo encaja entonces que este diablo cristiano sea
también la nostalgia de los tiempos prehispánicos y por ello su imagen se
asemeje a esa identidad cultural? No es éste el sentido que les otorgo a las
narraciones de apariciones diabólicas en mi análisis en tanto que asumo
claramente que el único diablo concebido por Olmos fue su diablo cristiano, que
engañaba por igual a españoles, judíos, moros e indios; contra él luchaba con
las armas de suyo conocidas ―los sermones― que utilizaban como estrategias
discursivas la alusión a contenidos que resultaran familiares a sus escuchas,
precisamente con la finalidad de convencerles de su existencia.
Mi análisis del diablo que Olmos presenta en sus sermones considera que
él lo reviste de elementos indígenas con la intención de que su imagen se
constituya en un elemento discursivo apropiado (incluso mnemotécnico), de
manera que en sus discursos esta figura alcance la emotividad suficiente para
conmover a los indios. En mi opinión, Olmos sabe que en sus sermones tiene
que emplear elementos que les resulten familiares a los indios, por ello al hablar
del demonio y del pecado, los contextualiza en el mundo indígena.
Otro elemento contradictorio en la introducción de Baudot es cuando se
cuestiona acerca de la actuación de Olmos en contra de la hechicería. Baudot
presenta a Olmos como viejo y cansado para luchar contra la idolatría pero
vigoroso y emprendedor para continuar su proyecto de encontrar una ruta a la
Florida:
Pero lo que sigue siendo un misterio es por qué fray Andrés no intentó
obtener los fundamentos de esta herramienta de combate contra la idolatría
de sus propias investigaciones históricas y etnográficas. A decir verdad sólo
una razón nos parece atendible. En 1553, Olmos empieza a sentirse viejo...
254
Cuadernos de trabajo
89
Cuadernos de trabajo
90
Estas alusiones remiten a parte del contenido de los libros que Sahagún en
su historia dedica a las supersticiones de los indios. Sobre el arte adivinatorio o
tonalpouhque, Sahagún fue muy enfático en aclarar que no todas las cuentas de
los días, que poseían los indios eran solamente calendáricas sino que:
Otra cuenta tenían estos naturales, que [...], se usaba para adivinar las
condiciones y sucesos de la vida que tendrían los que naciesen. [...] sin
ningún fundamento de astrología natural; [...] sino solamente artificios
fabricados por el mismo diablo, [...] porque no tiene fundamento en ninguna
ciencia, ni en ninguna razón natural...260
Para Sahagún era posible aceptar una manera de conocer aquello que
todavía no sucedía siempre y cuando este arte adivinatorio estuviera fundado en
la astrología natural (el conocimiento acerca del movimiento de los astros y su
influjo); lo que no tenía una explicación de esta naturaleza no podía ser sino
propiciado por el demonio, y por lo tanto idolátrico, tal como sucedía en el caso
de los indios.
De todos los tratados demonológicos escritos en la época, incluyendo el
de Pedro Ciruelo del mismo año, lo que caracterizó al trabajo de Castañega ―y
Olmos lo secundó― era que planteaba la brujería como una inversión del
cristianismo, según la cual el demonio establecía una contradicción abierta
contra dios y la iglesia fundada por él y mantenía sus propios poderes porque
dios así lo permitía.
Castañega planteó la brujería como «una inversión del cristianismo», por
lo tanto herejía; mientras que Ciruelo en su Tratado en el cual se repueban todas
258
Ibid., p. 19.
259
Ibid., p. 21, las palabras en corchete pertenecen a la versión en náhuatl y consideré
conveniente insertarlas en la cita. Debo señalar que este párrafo no existe en el original de
Castañega.
260
Sahagún, op. cit., Apéndice al libro IV, p. 378
Cuadernos de trabajo
91
261
Morgado, op. cit., pp.115- 117.
262
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 23, cursivas mías; la palabra en mexicano es
yn tlacatecolocalli, literalmente en-hombre-búho-casa.
263
Ibid., p. 43.
264
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 49.
Cuadernos de trabajo
92
Es de saber que los buenos ángeles vencieron a los malos, y esto fue por la
ayuda especial que de Dios rescibieron. Los ángeles son inmortales; aunque
pelearon nadie murió; los que fueron vencidos perdieron su honra y dignidad
y las riquezas y hermosura que nuestro Señor Dios les avía dado, y fueron
echados y desterrados del cielo empíreo; fueron encarcelados en la región del
ayre tenebroso, fueron hechos diablos horribles, espantables. Estos son los
que llamáis tzitzimi, culeleti, tzuntemuc, piyoche, tzumpachpul; no se puede
decir su fealdad y suziedad; son soberbios, espantables, crueles, invidiosos.
Estos son los que por todo el mundo an sembrado sus engaños y traiciones,
y se fingieron ser dioses y a muchos engañaron y los creyeron y adoraron, y
ansí os engañaron a vosotros, y sabed por cosa muy cierta que ninguno de
todos quantos adoráis es Dios ni dador de vida, mas que todos son diablos
ynfernales... 268
En esta cita de los Coloquios encontramos que no sólo los nombres que
recibieron los diablos fueron muchos y variados sino que las representaciones
del mismo se multiplicaban. Esta diversidad y multiplicidad constituyó un
obstáculo serio al proyecto franciscano, de modo que la evangelización tomó
las características de un abierto combate a la idolatría, en la que jugaron un
265
Morgado, op. cit., p. 23.
266
En la versión en náhuatl o mexicano aparece tlacateculotl.
267
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, pp. 13-14.
268
Fray Bernardino de Sahagún, Libro de los Coloquios, Coloquios y doctrina cristiana con que
los doce frayles de San Francisco enviados por el papa convirtieron a los indios de Nueva
España en lengua mexicana y española (1524) paleografía, edición y notas de Miguel León
Portilla, UNAM, México, 1986, p. 92, el subrayado es mío.
Cuadernos de trabajo
93
En la imaginería medieval europea las representaciones de los seres que conformaban el panteón mexicano
cabían perfectamente en las diversas advocaciones del diablo o de sus ministros; de igual manera, se ajustaban las
relaciones establecidas por los humanos con estos seres y las habilidades desplegadas por ellos.
269
Michel de Certeau, en La escritura de la historia, Universidad Iberoamericana, México, 1993,
pp. 251-254 discute la importancia en términos simbólicos del nombre propio diabólico en los
casos de posesión en Francia a finales del siglo XVI.
270
Fray Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, Tomo I, libro
cuarto, capítulo XI, p. 334.
271
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 17. Este párrafo es inexistente en la versión
de Castañega.
272
Sebastián de Covarrubias, op. cit., p. 238-239.
Cuadernos de trabajo
94
Hay dos especies de servidores del Diablo, hechiceros que por pacto expreso
se someten a él formalmente y por su miseria le pertenecen. Unos a quienes
el Diablo de verdad los hace caer en una trampa porque se los lleva al
bosque, a los campos, por los aires o quizá por el mar. Y aun los otros, que
sólo pierden conciencia como en un sueño profundo; les son revelados
hechos lejanos aunque secretos, y estas revelaciones son a veces falsas; sin
embargo, las comunican porque se hayan engañados por el Diablo...273
Para la realidad novohispana, Olmos encontró similitudes entre estos servidores o ministros del demonio
y los nahuales:
...y ella, la nahual llamada bruja fue así quemada, porque aquellos que se
llaman sortilegos o acaso magos pagan sus culpas en una hoguera...274
273
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, p. 53.
274
Ibid., p. 41. Castañega, op cit, p. 19 dice: «E este nombre bruxa, es un vocablo italiano que
quiere decir quemado o quemada, porque la pena de los semejantes sortílegos y magos era que
los quemaban y así les quedó tal nombre, con la pronunciación castellana, que es otra que la
italiana».
275
Félix Báez-Jorge y Arturo Gómez, «Tlacatecólot, señor del bien y del mal (la dualidad en la
cosmovisión de los nahuas de Chicontepec)» en Johanna Broda y Báez-Jorge (coordinadores),
Cuadernos de trabajo
95
4. 4 El pecado y la idolatría
Pero para que nadie diga que no conoce su falta, las cosas mal hechas,
entonces se juntarán aquí todos los modos que tiene el Diablo para engañar a
las gentes. Te suplico mucho, hijo mío querido, de poner el mayor cuidado
para no escuchar al revés.278
Olmos admitía que para plantar la verdad era necesario «... arrancar
primero las malas yerbas de los vicios, herejías, hechizerías y abusiones y
supersticiones».279 En esta expresión, si bien omitía la mención a la idolatría, no
Cosmovisión, ritual e identidad de los pueblos indígenas de México, FCE- CONACULTA, México,
2001, p. 443. «Oración registrada en un ritual privado en honor de Tlacatecólotl, celebrado en
Toloncuitlata (Chicontepec)», el registro y traducción fueron hechos por Arturo Gómez,
coautor y nahuahablante de la región.
276
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 15
277
Olmos, Tratado de Hechicerías y sortilegios, Prólogo, p. 5
278
Olmos, Tratado de Hechicerías y sortilegios, Exhortación al Indiano lector, p. 11
279
Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, Prólogo, p. 4
Cuadernos de trabajo
96
El vicio y el pecado traían consigo el deterioro tanto del espíritu como del
cuerpo. El daño que el diablo podía causar entre los humanos era múltiple y
variado, los males afectaban a su persona en forma física con enfermedades y
aun la muerte281; en el entendimiento, alterando la percepción de las cosas; en el
sueño ―creando la falsa sensación de que lo soñado era vivencial; y aun las
pertenencias podían ser alteradas por su poder (si dios lo permitía). Olmos en el
capítulo que añade a la versión de Castañega y que tituló «Del templo y
naturaleza, potencia y astucia del diablo» ofrecía evidencias de toda la
capacidad del demonio para causar esos daños.
De aquí la importancia de advertir acerca de los peligros que conllevaba
una vida pecaminosa; por lo que, Olmos, siguiendo a san Vicente Ferrer en el
Tratado sobre los siete pecados mortales puntualizaba en tres aspectos, al tratar
de cada uno de ellos: ¿Cómo saber si el pecado está en uno? ¿Cómo desprecia
280
Henrico Martínez, op. cit., p. 305.
281
Véase el apartado 4. 1 «La naturaleza humana en el horizonte de Olmos».
Cuadernos de trabajo
97
Soberbia
Cuadernos de trabajo
98
Lujuria
La distancia cultural que separaba al mundo cristiano español del mundo indio
hacía poco probable que coincidieran en una visión unánime del bien y del mal;
estas diferencias fueron evidentes en la conflictiva concepción de la lujuria. El
adulterio, uno de los hijos de la lujuria, constituyó uno de los problemas más
difíciles de erradicar entre las prácticas de los indios mexicanos, quienes no
cejaban en su empeño de mantener relaciones maritales con varias mujeres a la
vez. Los frailes insistían en imponer la monogamia y el matrimonio católico a los
indios bautizados, no obstante el éxito de la empresa no estaba asegurado ya
que pese a ser bautizados mantenían la práctica cultural de tener varias esposas.
Desde el horizonte de Olmos, los indios que incurrían en esta falta
respondían al llamado del demonio y actuaban con hipocresía: «... el adúltero
que defiende a su manceba, a su cuerda ¿acaso no tiene corazón doble? ¿Acaso
no reza en vano? ¿Acaso no dice a lo loco: hágase tu voluntad?».283
La frase metafórica corazón doble referida a la hipocresía ―hija de la
soberbia― conduce nuevamente a la recuperación de elementos culturales
propios del contexto indígena, en el cual no sólo se comete adulterio sino que
se honra al demonio, es decir se realizan actos idolátricos: «Éste (el hipócrita)
tiene corazón doble, por fuera llama a Dios, pero por dentro o en su casa o en
secreto, se pinta el rostro, pone a cocer hojas, hierba, echa copal al fuego».284
Para Olmos, el verdadero problema de la persistencia de la idolatría
radicaba en la realización en secreto de estas prácticas que aparentemente
estaban erradicadas pero que seguían vigentes a causa de este corazón doble.
Su participación en el proceso seguido a don Juan de Matlactlán en 1549 le
había permitido tener una experiencia directa al respecto, ya que ahí se hacía
evidente que aun siendo bautizado y casado por el ritual católico don Juan
282
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p.17.
283
Ibid., p. 125.
284
Ibid., p. 63.
Cuadernos de trabajo
99
poseía ídolos a los que realizaba ceremonias (el llamado Panquetzaliztli) y tenía
alrededor de dieciséis concubinas, según lo admitieron los testigos.285
Avaricia
Gula
285
Véase, Luis González, Procesos de indios, idólatras y hechiceros, publicaciones del A.G.N.,
México, 1912; García Payón, Descripción del pueblo de Gueytlalpan, Universidad Veracruzana,
Xalapa, 1965; Greenleaf, Zumárraga y la Inquisición Mexicana, 1536-1543, F.C.E., México, 1992;
María Elvira Buelna, op. cit., pp. 85-95.
286
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 84 y 85. San Vicente Ferrer habla del
sacrilegio como una de las circunstancias de la avaricia, San Vicente Ferrer, Opera seu
sermones…p.345.
287
Olmos, Arte de la lengua mexicana, p. 37
288
Fray Alonso de Molina, Vocabulario en lengua castellana y mexicana, Colección de
incunables americanos siglo XVI, vol. IV, Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1944, p. 154.
289
Molina, op. cit., p. 72.
Cuadernos de trabajo
100
Ira
La ira podía ser buena o mala, la buena cólera o cordura tenía lugar cuando
alguien enojado por un deseo de justicia calmaba su ira rezando a Dios; por el
contrario, la ira que sólo se satisfacía al herir, dañar o matar a otro era mala
cólera. A la ira se oponía la paciencia, como virtud que permitía a los individuos
soportar cualquier sufrimiento enviado por Dios. Cuando el individuo era
incapaz de poseer esta virtud, respondía al desconsuelo con ira en la
manifestación de blasfemia, despreciando e insultando a Dios. No es difícil
suponer que la situación específica de enfermedad, maltrato y castigos que los
indios mexicanos tuvieron que enfrentar, indujo a que volvieran la atención a
sus divinidades tradicionales, en forma opuesta a lo que Olmos esperaba:
Sólo que a veces así deja Dios, cuando hace que la gente sufra para saber si
un hombre es acaso buen cristiano o si no lo es. Éste no huye de Dios para
adorar ídolos, pintarse la cara, se esfuerza más bien por rezar al único Dios y
no se ocupa más que de esto, adorar y rezar, aunque sea muy infeliz y llore
mucho, esté triste y herido.291
290
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 141.
291
Olmos, Tratado sobre los siete pecados mortales, p. 197.
292
Ibid., p. 199.
Cuadernos de trabajo
101
Pereza
Envidia
«Invidia nihil aliud est quam tristitia sive dolor alienae felicitis». Lo que quiere
decir: que siente envidia en su corazón uno cuando un hombre vive
próspero y quiere saber el otro por qué es mísero y quizá como hacer para ir
satisfecho a su vez...294
293
Ibid., p. 229.
294
Ibid., p. 233.
Cuadernos de trabajo
102
Cuadernos de trabajo
103
Bibliografía
Acosta, Joseph de, Historia natural y moral de las Indias (1590), prólogo,
edición y notas de Edmundo O’Gorman, Fondo de Cultura Económica, México,
1962.
Acuña, René (editor) Relaciones Geográficas del Siglo XVI, UNAM, México, 1987,
nueve volúmenes.
Anderson, Arthur, Frances Berdan and James Lockhart, Beyond the Codices.
The Nahua View of Colonial Mexico, University of California Press, Berkeley,
Cal. 1976.
Arribas Rebollo et al, Temas de retórica hispana renacentista, UNAM, México, 2000.
Austin, J.L., Cómo hacer cosas con palabras, Paidós, Barcelona 1988.
Báez-Jorge, Félix y Arturo Gómez, «Tlacatecólot, señor del bien y del mal (la dualidad en la cosmovisión de los
nahuas de Chicontepec)» en Johanna Broda y Báez-Jorge (coordinadores), Cosmovisión, ritual e identidad de los
pueblos indígenas de México, FCE-CONACULTA, México, 2001.
Cuadernos de trabajo
104
Bobes Naves, Ma. del Carmen et al, Historia de la teoría literaria, dos tomos, Madrid, Gredos, 1995.
Burke, Kenneth, Retórica de la religión, Estudios de logología, F.C .E., México, 1975.
Burke, Peter, Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia, Gedisa, Barcelona, 1996.
Cuadernos de trabajo
105
Caro Baroja, Julio, Jardín de flores raras, Seix Barral, Barcelona, 1993.
Curtius, Literatura europea y Edad Media latina, dos tomos, FCE, México, 1998.
Cuadernos de trabajo
106
Gonzalbo, Pilar, «La lectura de evangelización en la Nueva España», en Historia de la lectura en México, el Colegio
de México, México, 1999, pp.9-48.
Cuadernos de trabajo
107
Huarte de San Juan, Juan, Examen de ingenios para las ciencias, (1575)
Colección Austral, Espasa/Calpe, Buenos Aires, 1946.
Lugo O., María Concepción, Una literatura para salvar el alma (1600-1760),
tesis para obtener el grado de maestría en Historiografía de México, presentada
en la UAM-Azcapotzalco, s/f.
Cuadernos de trabajo
108
Olmos, Andrés de, Arte para aprender la lengua mexicana (1547), Edmundo
Aviña Levy editor, Guadalajara México, 1972.
Olmos, Andrés de, Auto del Juicio Final, Instituto Nacional de Bellas Artes,
México, 1983.
Cuadernos de trabajo
109
Olmos, Andrés de, Tratado sobre los siete pecados mortales, (1551)
introducción y notas de George Baudot, UNAM, México, 1996, 1ª edición.
Pagden Anthony, La caída del hombre natural, Alianza editorial, Madrid, 1988.
Pagaza García, Rafael, Las obras de consulta mexicanas, siglos XVI al XX,
México, UNAM, 1990.
Ricoeur, Paul, Tiempo y narración III, Editorial Siglo XXI, México, 1996.
Ricoeur, Paul, «La realidad del pasado histórico» en Historia y Grafía núm. 4,
Universidad Iberoamericana, México, 1995, pp. 183-210.
Sahagún, Bernardino de, Coloquios y doctrina cristiana con que los doce frayles
de San Francisco enviados por el papa convirtieron a los indios de Nueva
España en lengua mexicana y española (1524) paleografía, edición y notas de
Miguel León Portilla, UNAM, México, 1986.
Cuadernos de trabajo
110
Valdés, Juan de, Diálogo de la lengua, edición de Juan Lope Blanch, Castalia,
Madrid, 1969.
Wilkerson, Jeffrey K., «El códice Tudela: una fuente etnográfica del siglo XVI»,
en Tlalocan, vol. VI, número 4, México, INAH, 1971, pp. 289-304.
Zorita, Alonso de, Breve y sumaria relación de los señores de la Nueva España,
prólogo y notas de Joaquín Ramírez Cabañas, Biblioteca del estudiante
universitario 32, UNAM, México, 1942.
Cuadernos de trabajo
111
Cuadernos de trabajo
112
Cuadernos de trabajo