VARIOS Los Hititas
VARIOS Los Hititas
VARIOS Los Hititas
Página 2
AA. VV.
Los Hititas
Cuadernos Historia 16 - 061
ePub r1.0
Titivillus 14.12.2019
Página 3
Título original: Los Hititas
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
Página 4
Fragmento de una estatuilla representando a la Diosa de la Fecundidad,
realizada en el siglo XVIII a. de C. (Museo Arqueológico de Ankara).
Índice
LOS HITITAS
Los hititas
Página 5
Por Manuel Bendala Galán
Profesor de Arqueología.
Universidad Autónoma de Madrid
Bibliografía
Cronología comparada
Página 6
Los hititas
D E entre todas las civilizaciones presentes en el Asia anterior durante los períodos
iniciales de la Historia humana, la hitita ha sido tradicionalmente una de las
menos conocidas. Y, sin embargo, una consideración objetiva obliga a situarla junto a
las más importantes. Establecido sobre la mitad oriental de la gran península anatolia,
el pueblo hitita dirigiría su expansión hacia el sur, entrando para ello en pugna con los
poderes de primera magnitud de la época, como Babilonia y Asiria. Asimismo, en sus
momentos de mayor apogeo fue capaz de neutralizar la presencia que el Egipto
faraónico mantenía en la zona, y que hasta entonces no había podido ser cuestionada
de forma eficaz debido a la disgregación política dominante en la misma.
La civilización hitita presenta unos rasgos generales muy específicos, que si por
una parte la hacen semejante a sus vecinas, por otra aportan una gran originalidad.
Organizó, un Estado que en ningún momento poseyó la fuerza y cohesión internas
que definieron a los existentes en Mesopotamia. Pero, por el contrario, nunca estuvo
basado en las formas de absolutismo monárquico con que aquéllos se identificaron.
Sociedad dotada de estructuras legales muy concretas, la hitita tampoco alcanzaría en
las manifestaciones de sus poderes los grados de dureza represiva ejercida sobre la
población que mostraron Asiria o Babilonia.
Página 7
Imagen de la Diosa de la Fecundidad.
Página 8
civilización hitita se aproxima de esta forma —estableciendo las obvias salvedades—
a concepciones mentales más avanzadas, que habían de fructificar más adelante entre
los emprendedores fenicios, los geniales griegos o los expansivos romanos.
De ahí la importancia de acceder a su conocimiento, como elemento fundamental
que fue dentro del rico y complejo conjunto conocido como Creciente Fértil cuna de
la Historia del hombre. En las páginas que siguen, los estudios que integran el
presente Cuaderno tratan de forma prácticamente exhaustiva los aspectos más
destacables de esta civilización, por lo común ignorada en beneficio de otras que
tuvieron una mayor permanencia temporal. En primer lugar, el profesor Blanco
Freijeiro realiza un completo recorrido de carácter general a través de sus elementos
fundamentales, como respuesta al interrogante planteado por su misma naturaleza.
Página 9
mundo mitológico del pueblo hitita, de imprescindible conocimiento para la
comprensión de su evolución como comunidad humana organizada. Por último,
Manuel Bendala cierra el volumen con un trabajo acerca de los denominados reinos
neohititas. Fueron éstos los sucesores directos del Imperio, una vez cayó ante el
empuje de sus poderosos vecinos, en especial de los pueblos del mar, en su momento
decisores de los destinos del área más oriental del Mediterráneo.
Página 10
Escena central del relieve rupestre de Yazileikaya, siglo XIII a. de C.
Página 11
aún rodean ahora, a esa palabra sacrosanta para muchos: los indoeuropeos, esto es,
los arios, los «elegidos».
En primer lugar, y sin disponer de ningún otro dato, los historiadores se
precipitaron a reconstruir la invasión desde Europa —los unos llevándola por los
Dardanelos, los otros por el Cáucaso— del altiplano anatólico por obra de aquel
pueblo joven, henchido de brío y sediento de gloria. En seguida, estos mismos
románticos historiadores tomaron pie en la legislación hitita y en instituciones como
la del panku, la asamblea de nobles cuyo consejo y autoridad recaba el rey a la hora
de dictar sus disposiciones, para atribuir a los hititas un derecho humanitario en
flagrante oposición a la ley del talión que daba la tónica al de los babilonios, por si no
fuese bastante un código penal limpio de los denigrantes castigos corporales previstos
en otras legislaciones como la de los asirios: en fin, un sistema de gobierno como el
de los macedonios o el de los comicios romanos, con el pueblo y el ejército como
sedes del poder soberano.
La base documental
Página 12
Cuando los estudios y descubrimientos de F. Hrozny demostraron que los hititas
hablaban una lengua indoeuropea, el historiador Eduard Meyer, paladín de la
concepción romántica de los indoeuropeos, no podía ocultar su extrañeza ante el tipo
somático de los hititas representados en los bajorrelieves egipcios. Es notorio que los
artistas del país del Nilo empleaban un canon tan bello como convencional para
representar al hombre: pero ese canon lo reservaban para el egipcio o la egipcia, y a
la hora de representar extranjeros lo hacían con un rigor y una exactitud etnográfica
dignas de los cuadernos de trabajo de Caro Baroja. Pues bien, en los referidos
relieves, los hititas, con aquellas caras afiladas y narigudas, ofrecían el aspecto menos
ario que cupiese imaginar. «Singularität», exclamaba Meyer.
Dios de la guerra, según relieve de la puerta del rey, Bogazkoy, siglo XIV a. de C.
(dibujo según Akurgal).
Aun en el caso de que los antepasados de los hititas hubiesen irrumpido desde
fuera de Asia Menor, lo cierto es que no hay constancia del hecho en los documentos
hititas, lo que significa que no guardaban memoria del mismo. Es más, tampoco la
Página 13
hay, pese a lo mucho que se ha excavado, en los registros arqueológicos. Hombres de
tanta experiencia como K. Bittel no creen en que esta situación se modifique y que se
llegue a demostrar arqueológicamente la existencia de un cambio de población. Tal y
como hoy lo vemos, el proceso se perfila de este modo: el monarca de una sola
ciudad, con el modesto patrimonio de que dispone, logra imponer a otras su
autoridad. Le basta con el respaldo de un grupo de seguidores. En un país tan
accidentado como Asia Menor —de topografía diametralmente opuesta a
Mesopotamia o Egipto— no es difícil encontrar un refugio inexpugnable que sirva de
base de operaciones. Desde ese nido de águilas, combinando sus fuerzas con el
ejercicio de la diplomacia, se podían obtener entonces sorprendentes resultados. Más
difícil era en Siria o en Mesopotamia, y hay que ver lo que por entonces consiguió
Hammurabi desde la insignificante Babilonia heredada de sus mayores. Los archivos
de la ciudad de Mari han dado una correspondencia interesantísima entre reyezuelos
de la época. En sus cartas se ve y se palpa cómo se alían, rompen las alianzas, se
pelean, mienten, engañan, espían, sobornan, entablan vínculos familiares, y así se
pasan la vida intrigando y guerreando hasta que uno de ellos se encumbra sobre los
demás y los mete en cintura. Son jerifaltes que no suelen disponer de más fuerzas que
las de su ciudad o su clan, pero que obran maravillas tanto en el campo de batalla
como en el terreno diplomático. De ellos aprendieron los señores de Nesa y de
Kusara, que adoptaron la escritura cuneiforme al tiempo que echaban los cimientos
de su primer reino hitita.
Página 14
Bodas místicas en un vaso con relieve hallado en Bitik, siglo XVI a. C.
(Museo Arqueológico de Ankara).
Página 15
del príncipe Anitta» en escritura paleoasiria, que convencieron a los incrédulos de
que Anitta había existido.
Página 16
Ofrenda del rey Hatusili III ante el dios de la Tormenta, y de la reina, ante una diosa
(relieve rupestre de Firaktin, siglo XIII a. de C.).
Anitta y su padre, Pitana o Pitaka, rey de Kusara. Este último se había apropiado,
por el sistema antes descrito, una ciudad más importante que la suya, llamada Nesa
(tal vez la Kanish de los documentos asirios, actual Kültepe). El entonces rey de esta
ciudad fue depuesto, pero la población recibió un trato amistoso. Seguramente se
trataba de un clan muy afín al del conquistador, que, desde ahora, tendrá a gala
llamarse rey de Nesa y de Kusara. No deja de ser curioso que el principal enemigo de
este incipiente Estado se llame Hatti (la posterior Hattusa, capital del imperio hitita),
cabeza de una confederación contraria a Anitta. Aprovechando un momento de
debilidad de la ciudad rival, éste se apoderó de ella por sorpresa, y no conforme con
arrasarla, profirió una maldición tremenda contra aquel de sus descendientes que
consintiese en que la ciudad destruida volviese a resurgir. Los excavadores de
Bogazkoy en el siglo XX encontrarán, en efecto, una gruesa capa de carbones entre la
Hattusa primitiva y la que después, pese a la maldición de Anitta, seria edificada
sobre sus cenizas. Una estatua del dios Siusumi («Dios nuestro») que un rey de
Página 17
Zalpuva había confiscado en Nesa fue devuelta con todos los honores a su sede
originaria,
Hattusa y Hattusili
Página 18
gobierno se halla en Hattusa, o sea, en la actual Bogazkoy, por si su nombre
completo, Labarna Hattusili («el César de Hatussa»), no lo indicase con claridad
suficiente. Para que la vieja ciudad destruida y maldecida por Anitta se viese no sólo
reconstruida y rehabilitada, sino convertida en capital, algún mérito hubo de contraer.
En efecto, según se infiere del mismo documento, mientras Hattusili guerreaba en
Arzawa, al suroeste de Anatolia, los hurritas penetraron en el país a espaldas suyas y
se apoderaron de casi todo. Sólo la localidad de Hattusa permaneció al lado del rey.
Ello fue suficiente para que éste la considerase como el más firme baluarte de su
poder y trasladase a ella su residencia.
Pero las guerras en Asia Menor no proporcionaban botín de más valor que los
rebaños de bueyes y de ovejas citados en las referencias a campañas como las de
Arzawa: botín de cuatreros, ganancias de poca monta. Lo suculento se encontraba
más allá de las montañas del Tauro, en las ciudades de Siria y de Mesopotamia.
Veamos qué nos dice al respecto Hattusili:
Por aquel entonces se puso en movimiento. Como un león, vadeó el Gran Rey el
río Purán y se apoderó de la ciudad de Hashu, como un león con su zarpa. Polvo le
amontonó encima, y con sus riquezas llenó Hattusa. La plata y el oro no tenían
principio ni fin. El Dios del Tiempo, señor de armaruk, el Dios del Tiempo, señor de
Halap, Alatum, Adalur y Liluri, dos toros de plata, tres estatuas de plata y oro, todo
esto se lo ofreció a la diosa solar de Arinna. La hija de la diosa Alatum, Hepat, tres
estatuas de plata, dos estatuas de oro, yo la llevé al templo de Mezula.
Dos interesantes aspectos ofrece este relato: primero, el trasiego de objetos de
culto que desde las regiones más civilizadas del Próximo Oriente emprenden el
camino de Anatolia y que imprimirán en la religiosidad hitita dos de sus rasgos más
acusados: la propensión a adoptar la iconografía y el ritual extranjero, especialmente
de los hurritas, y la buena disposición a acoger en su panteón a cuantos dioses de
otros pueblos quepan en él. La expresión los mil dioses de los hititas llegará a hacerse
proverbial: dioses supeditados siempre, eso sí, al del Tiempo o de la Tempestad, de
Hatti, y a la Diosa Solar de Arinna. El otro aspecto que la crónica de Hattusili pone
de manifiesto es la movilidad y la potencia alcanzadas por el ejército hitita. No se
trata de escaramuzas entre cábilas montañescas, sino de un ataque en toda regla
contra algunos de los puntales más firmes del mundo civilizado. El que debiera ser el
más sólido de todos ellos, la Babilonia de los sucesores de Hammurabi, caerá más
tarde en manos de Mursili I (1550-1530 a. de C.), sin que a éste le moviera otro
objetivo que el de haber hecho de su conquista una cuestión de prestigio (y de botín).
La imagen divina más célebre de Mesopotamia, la estatua de Marduk del Esagila de
Babel, pasó a engrosar las colecciones de dioses reunidas por los hititas.
El ejército
Página 19
Los clanes de los kaska por el norte y las fuerzas de Arzawa por el oeste
obligaron desde el primer momento a los hititas a mantener en pie un ejército más
numeroso que la guardia de corps del rey y las tropas destinadas a salvaguardar el
orden interior en el país. Los documentos hablan de campamentos fortificados en
diversos puntos de éste, y de unidades puestas a disposición de monarcas de Estados
vasallos para refuerzo de sus propias tropas.
El ejército constaba de unidades de infantería y de otras de carros ligeros (de dos
ruedas de seis radios, en lugar de las macizas usuales hasta entonces y que se
siguieron empleando para el transporte pesado), en proporción de diez carros por
cada cien peones. La dotación de cada carro la formaban tres hombres, un auriga, un
escudero y un combatiente (arquero y lancero a un tiempo). La efectividad de los
carros dependía de la instrucción continua, tanto de los caballos como de los hombres
a quienes estaban confiados. Aleccionados en este arte de la caballería por los
especialistas mitannios, los hititas sabían que el rendimiento de aquel arma se
multiplicaba en el ataque por sorpresa. Ello imponía el desplazamiento nocturno y
silencioso, seguido del ataque repentino al amanecer. Más de una vez el rey hitita no
tendrá empacho en declarar que renunció a un combate al percatarse de que el
enemigo había detectado su presencia. Como puede comprenderse, la puesta a punto
de un ejército de carros que ha de moverse de noche por cualquier terreno y en el
mayor silencio posible, exigía el entrenamiento rigurosísimo que se refleja en el
tratado de hipología de Kikkuli, un mitannio experto en la materia. Nada se deja a la
improvisación, todo está meticulosamente reglamentado, desde los piensos hasta los
atalajes.
Página 20
Conjunto del barrio sacerdotal y cámaras del templo I de Bogazkoy, siglo XIII a. de C.
Pero el grueso del ejército lo formaban, sin embargo, los infantes. En este aspecto
no debemos dejarnos engañar por las representaciones egipcias de la batalla de
Kadesh, por muy relevante que fuera aquí la participación de los carros. Como
siempre, la infantería no sólo guerreaba, sino que ocupaba. Sus contingentes
procedían de tres ámbitos distintos: el de los súbditos del rey hitita, el de cada uno de
los reyes vasallos y el de los mercenarios a sueldo, en su mayor parte reclutados entre
los beduinos (ya en el Reino Antiguo existen tratados con los hapiru). Si un reino
vasallo no puede aportar el contingente de tropas a que está obligado —como en una
ocasión le ocurre a Ugarit bajo la amenaza de Asiria—, el rey hitita le conmuta la
obligación por una suma en metálico, en este caso de 50 libras de oro.
Página 21
Probable fragmento de diosa de la Fecundidad, trabajada en plomo y hallada en Kültepe, siglo XVIII a. de C.
(Museo Arqueológico de Ankara).
La realeza
Desde los tiempos más remotos, los jefes de Estado anatólicos, fuéranlo de una
Ciudad o de varias, se arrogan el titulo de rey o de gran rey. Entre los hititas el
primero se llamó Labarna, nombre que después sería adoptado por todos sus
Página 22
sucesores como los emperadores romanos el de César. En época imperial se antepone
al mismo el de «Sol», coronado por el disco solar alado, de origen egipcio, pero
empleado ya por los mitannios antes que por los hititas.
Desde sus comienzos, la realeza parece haber sido hereditaria. El rey elegía y
nombraba a su sucesor entre los miembros de su familia, pero podía reemplazar al
candidato por otro si el primero ponía de manifiesto su falta de aptitudes para asumir
el titulo de rey. La asamblea de nobles (panku), a cuya jurisdicción estaba sometida la
conducta del rey —e incluso el enjuiciamiento del mismo en caso de delito de sangre
—, ratificaba la elección del soberano. Sin embargo, cuando se puso de manifiesto
que en la práctica este sistema se prestaba a la conspiración y al asesinato, el rey
Telepinu dictó una ley sucesoria que establecía un orden fijo entre los príncipes y
princesas, comenzando por el hijo mayor del rey.
El monarca reconoce la existencia de los reyes de otros Estados, a los que se
dirige o alude como «hermano», y sólo cuando el de Asiria comenzó a hacer un
monopolio de la realeza, el de Hatti asumió también el título de Rey de la Totalidad
(Tudaliya IV).
Como los reyes el nombre de Labarna, así las reinas adoptaron todas el de
Tawananna, la esposa de aquél. Y lo mismo las prerrogativas, que eran muchas, desde
las de rango y atribuciones, que se mantenían aun después de la muerte del consorte,
hasta la muy sustanciosa de percibir tributos. Cuando la reina y el rey obraban en
buena armonía, no se producían fricciones entre sus políticas: de lo contrario, podían
derivarse conflictos e incluso actos violentos, como entre Mursili II y la viuda de
Shubiluliuma, a quien el primero llegó a acusar formalmente de brujería y de la
muerte de su esposo. La reina había de tolerar, sin embargo, que su esposo tuviese
otras mujeres, e incluso que los hijos de éstas figurasen entre los herederos oficiales
al trono.
Como monarca de un Estado feudal, el rey hitita otorga a los príncipes de su
familia (muy numerosos gracias a la poligamia que practican) la soberanía de
ciudades y de Estados vasallos. Esta tendencia al feudalismo, perceptible también
entre los mitannios, otra rama de los indoeuropeos, llegó al extremo de desgajar del
patrimonio real grandes extensiones de campos, prados, jardines y bosques para hacer
donación de los mismos a determinadas personas de quienes habían de heredarlos sus
hijos y descendientes. Estos vasallos se comprometían, por lo regular, a tener a
disposición del rey sus fuerzas militares, a entregarle a los desertores y traidores y a
rendirle un homenaje anual, acompañado en ciertos casos de un tributo.
Estructura social
Por debajo del rey y de la nobleza se encontraban dos poderosos grupos sociales,
el del personal de los templos y el de los funcionarios civiles y militares del Estado.
Estos últimos desempeñaban el mando de los ejércitos, la administración de la
Página 23
justicia y de las finanzas, las funciones diplomáticas, etcétera. Aunque educados para
lo que eran, no se observaba entre ellos una especialización muy rigurosa, de modo
que, por ejemplo, el gobernador militar de un distrito fronterizo podía simultanear los
deberes de su cargo con la administración del patrimonio real de aquella zona y ser al
mismo tiempo la máxima autoridad judicial y el responsable último del culto
religioso.
Página 24
Dios hitita esculpido en oro, siglo XIV a. de C.
(Museo Británico, Londres).
Página 25
Vaso en forma de pato bicéfalo, procedente de Bogazkoy, siglo XIV a. de C.
(Museo Arqueológico de Ankara).
Página 26
personal era el de los muchos rehenes de noble o poderosa cuna entregados por los
jefes de Estados vecinos en prenda de lealtad hacia la corona hitita.
En sentido contrario al de esta afluencia de forasteros hacia la capital y sus
aledaños se movían los colonos hititas, destinados a ocupar el vacío dejado por los
deportados y exiliados. A aquéllos el gobernador del distrito les entregaba el ganado
y la simiente necesarios para desenvolverse en su nuevo hogar.
El palacio —y acaso también el templo— tiene facultades para exigir de
cualquier ciudadano libre medio día de trabajo personal no remunerado. Amén de
este tipo de prestación, el ciudadano está sujeto a entregas periódicas de ovejas, trigo,
paja y lana, así como a la requisa de un tronco de caballos.
La administración de las aldeas y de otras poblaciones que ignoraban el mando de
un solo hombre se hallaba en manos de grupos que los documentos denominan unas
veces los más ancianos y otras el consejo de notables. Con ellos negociaba el poder
central como únicos responsables de las comunidades respectivas. Los problemas que
la convivencia llevaba aparejados —robo de ganado: reses que huían del rebaño de
uno al de otro dueño (y que éste tenía derecho, si lo deseaba, a hacer trabajar un día
en beneficio propio); hurtos en los viñedos y en los huertos: fuego que por
negligencia se transmitía de una era a otra; usurpación de terreno por el
procedimiento de extender la sembradura más allá de las lindes propias;
manipulación con los mojones de deslinde…; los eternos pleitos de la vida aldeana
están ya bien presentes en la documentación de la época.
Los hititas conocieron desde la época en que hacen sentir su presencia una
magnifica artesanía, tanto en cerámica como en metal precioso y en bronce: tenemos
que concederles también, aunque nos falten testigos, el mismo virtuosismo en el arte
de la carpintería que distingue a sus actuales descendientes, los turcos, por encima de
todos los demás pueblos. En estos campos están, pues, plenamente acreditados su
competencia y su buen gusto. Otra cosa es en lo figurativo y lo monumental, que
conforman el arte hitita de tiempos del Imperio. ¿Son sus manifestaciones tan
antiguas como aquellas otras? El hallazgo del hocico de un león de piedra que, según
T. Ozgüc, guardaba probablemente una puerta de la Kanish de principios del II
milenio nos obliga a admitir la posibilidad de una respuesta afirmativa, pero la
cuestión está por dilucidar.
Aunque el acervo monumental hitita sea relativamente parco, ofrece dos aspectos
impresionantes: una arquitectura ciclópea que nos ha legado en la muralla de
Bogazkoy, particularmente en su célebre poterna, una muestra de grandiosidad
comparable a la de sus hermanas y coetáneas micénicas, y una escultura rupestre que
ya dejaba estupefactos a los griegos, estupefactos e intrigados de no saber a quién
Página 27
atribuirla. Evidentemente, fue este uno de los fuertes de la plástica hitita, inspirada tal
vez. Por monumentos acadios que pudieron existir en Anatolia si es verdad lo que
sobre Sargón de Acad refiere el relato del Rey de la Batalla. El mismo arte fue
aplicado a las rocas estables que a los bloques arrancados de ellas e incorporados a
las puertas de ciudades y otros monumentos.
¿Cuándo y cómo comenzó todo esto?
Empecemos por decir que el arte hitita que poseemos, bien sea por tratarse de
representaciones de dioses o de seres asociados con ellos (leones, esfinges, toros,
águilas), bien de seres humanos que realizan actos de culto o asisten a los mismos,
pertenece todo él a la esfera del culto religioso. Ninguna de sus obras la podemos
datar con anterioridad al año 1400 a. de C., sin que ello signifique negar la posible
existencia de otras más antiguas, lo que sería una necia temeridad dado lo raro que ha
sido hasta ahora excavar en el mundo hitita por debajo de ese horizonte cronológico.
Sin embargo, en el estado actual de nuestros conocimientos, y por mucha ilusión
que nos haga atribuir al gran Shubiluluima (1370-1333), el relieve de la Puerta del
Rey de Hattusa y sus acompañantes, hemos de reconocer que aún en los sellos
personales de este monarca no hay otro motivo figurativo que el disco solar alado
superpuesto a su nombre. No menos cierto es el hecho de que figura de un rey hitita
no aparece ni en los sellos ni en los relieves rupestres hasta tiempos de Muwatali
(hacia 1300 a. de C.).
¿Será todo esto casualidad o es entonces cuando nace el arte hitita imperial que
sólo llegará a tener un siglo de existencia? He aquí una primera cuestión por zanjar.
Los llamados inventarios de culto, que con tanto celo han recopilado G. von
Brandenstein y Sedat Alp, encierran numerosas descripciones de las estatuas de los
templos del Imperio, que permiten hacerse una idea de cómo eran éstas, v. gr.: Dios
de la Tempestad. Estatua de bulto guarnecida de oro de un hombre sentado: tiene en
la diestra una hattalla (maza), en la izquierda el símbolo de la Salud, de oro. Está
sobre dos montañas que son estatuas de hombres, guarnecidas de plata, puestos de
pie. Debajo, un pedestal de plata. Más que de una estatua se trata, por tanto, de un
grupo de ellas, al modo como vemos a este mismo dios y a la diosa solar de Arinna
en el relieve principal del santuario rupestre de Yazilikaya. La tradición iconográfica
de estos grupos tan originales no se perdió a raíz de la disolución del Imperio hitita,
pero hasta ahora no tenemos ninguna muestra de la época antigua, ni sabemos cuándo
empezaron a fijarse los tipos, pues todos los relieves de Yazilikaya son del reinado de
Tudaliya IV, del tercer cuarto del siglo XIII.
Un campo, pues, en que falta mucho por aclarar.
Página 28
Hacia el año 1200 a. de C., los registros arqueológicos señalan el fin de Hattusa y
de otras localidades, el cese de su gobierno y el retroceso general de todo el país
hacia un estadio cultural primitivo. El hecho suele atribuirse a un movimiento de
pueblos de vastas proporciones, que lo mismo se hace sentir en Grecia (destrucción
de Micenas, de Pilos, de Tirinto) que en el Levante asiático (invasión de Chipre, toma
de Ugarit). En el extremo sur de éste, el faraón Ramsés III logró detener a los
agresores cuando se disponían ya a franquear las puertas de Egipto (ca. 1190 a. de
C.). Nada se opuso a su avance desde Hatti —dice Ramsés en las inscripciones del
templo de Medinet Habu—: Kode, Carkemish, Arzawa, Alashiya quedaron
aniquiladas.
¿Hasta qué punto esta invasión, que evidentemente asoló la Siria dominada
entonces por los hititas, afectó también a la altiplanicie anatólica? No es posible
determinarlo, porque en los documentos hititas no se halla la menor referencia, no ya
Página 29
a éstos que Ramsés III engloba en la denominación de Pueblos del Mar, sino a
ningún otro invasor de fuera, real o presunto, próximo o lejano.
Esto no quiere decir que en Hattusa no se tuviese conciencia del peligro. Al
contrario: esa conciencia existe, pero la causa que la determina es otra, y muy de
tomar en consideración, porque el Estado hitita poseía entonces unos servicios de
observación y espionaje a los que no hubiera escapado la noticia, tan fácil de detectar,
de unas hordas de bárbaros que se aproximasen a sus fronteras. Los temores que se
reflejan en los archivos de Hattusa apuntan en otras direcciones: defecciones de los
monarcas vasallos: ruptura de los tratados existentes por parte de Estados con los que
se tenían relaciones amistosas; intrigas y traiciones dentro de la propia corte: una
serie de fuerzas centrífugas contra las que se trató de luchar.
No era la primera vez que una cosa así ocurría. A fines del Reino Antiguo, el
Estado hitita había estado a punto de naufragar, pero el rey Telepinu había
conseguido salvar el trono y hacerse de nuevo con las riendas del poder. Esta vez no
fue así: esta vez las fuerzas disolventes se alzaron con el triunfo hasta tal punto, que
de los hititas de Anatolia no se conservará ni el recuerdo del nombre. Los griegos,
que tan bien conocieron el país, creían que allí, en Capadocia, había existido en
tiempos un temible Estado cuyo ejército estaba constituido por mujeres: las
amazonas.
Página 30
Literatura, religión y mitología
P ARA analizar desde una perspectiva adecuada tanto las creaciones literarias como
las creencias religiosas de los hititas, hemos de partir de la peculiar situación
histórica, geográfica y cultural de su Imperio. Los invasores indoeuropeos de la
península de Anatolia se impusieron sobre un grupo étnico de origen desconocido, los
háticos, que supieron conservar en todo momento frente a los conquistadores sus
propias tradiciones míticas y sus formas de culto. Los hititas, además, se mostraron
en todo momento muy receptivos a los influjos religiosos y literarios de sus vecinos,
los hurritas del Mittani, quienes, a su vez, les sirvieron de intermediarios de los
influjos de otras importantes culturas del Oriente Próximo, como la mesopotámica y
la ugarítica. Fundamentales en el desarrollo histórico de los hititas fueron asimismo
sus relaciones, unas veces amistosas, otras hostiles, con los egipcios. De todas estas
culturas, los hititas, pueblo eminentemente práctico, supieron lograr una síntesis
vigorosamente original.
Página 31
Vasija en forma de león que servía como vaso para libaciones,
procedente de Kültepe, siglo XIX a. de C. (Museo del Louvre, París).
Página 32
lírica culta, si bien algunos indicios permiten postular la existencia de una lírica
popular oral.
Página 33
cuales se rendía culto a un dios principal o a una pareja divina, rodeados de un gran
número de divinidades menores que reproducían a escala divina la estructura del
palacio. El dios principal es llamado, genéricamente, dios de la Tempestad. En los
centros de influjo hurrita recibe el nombre de Tesub, cuya esposa es Hebat,
habitualmente representada en compañía de un león. En los templos de origen hático,
el dios de la Tempestad, llamado Taru, desempeña un papel secundario frente a su
esposa Wurusemu, la diosa solar. Muy prestigioso, asimismo, era el centro cultural de
Nerik, presidido por un hijo del dios de la Tempestad, denominado Telipinu.
No obstante, el Estado no renunciaba a ejercer un cierto control sobre los cultos
locales. Por ello era el rey quien oficiaba como sacerdote en los actos religiosos más
importantes de los diversos centros. Su presencia en ellos era necesaria, ya que se le
consideraba intermediario entre la divinidad y los hombres. Tan necesaria, que nos
consta en los Anales de Mursili II que el soberano abandonó una campaña militar
contra el país de Kalasma para celebrar la fiesta de la diosa Lelwani.
Por otra parte, para evitar una multiplicación excesiva de las divinidades, los
escribas de palacio recogían en extensas listas las deidades locales y trataban de
asimilarlas en lo posible. Pero la mayor muestra del interés del Estado por controlar
la religión es la existencia de un panteón oficial, de una religión de Estado en torno a
la diosa solar de Arinna, esposa del llamado dios de la Tempestad de Hatti.
El culto empleaba a un sinnúmero de sacerdotes y servidores en los grandes
templos. Numerosos documentos nos describen las instrucciones dadas a estos
servidores, así como los complejos rituales de los grandes festivales religiosos, tanto
los estacionales como otros a los que se recurría ocasionalmente en situaciones de
emergencia. Con todo, los textos que nos revelan de forma más inmediata las
vivencias religiosas de los hititas y sus concepciones sobre la relación entre el
Página 34
hombre y la divinidad son las plegarias, de las que conservamos ejemplos en boca de
monarcas, así como otros debidos a particulares. La estructura de la plegaria hitita es
bastante fija, construida como está a semejanza de la babilonia: tras una invocación
introductoria, se alaba al dios en una especie de himno. Luego el orante recuerda con
detalle al dios sus buenas acciones pasadas y expone sus motivos de preocupación,
tras lo cual promete futuras donaciones, para acabar con una petición de prosperidad.
En las plegarias, como en ningún otro texto, se pone de manifiesto el pragmatismo
hitita en las relaciones entre hombre y dios, ya que llega a darse el caso de que el
orante trate de convencer racionalmente a la divinidad de las ventajas que comporta
beneficiario. Con todo, el diálogo entre hombre y dios alcanza en ocasiones tonos
íntimos y cálidos, como en la plegaria de Kantuzili: Desde que mi madre me dio a
luz, tú, dios mio, siempre cuidaste de mí. Tú, dios mio, eres mi refugio y mi amarra.
Tú, dios mio, me llevaste junto a hombres buenos. Tú, dios mio, me mostraste lo que
debía hacer en época de calamidad.
Página 35
mismo monarca el inspirador de una primera redacción del interesantísimo código
legal hitita, inspirado en principios de racionalidad muy semejantes.
Página 36
Dios de la Tormenta armado con lanza, según fragmento de una estela
procedente de Akçaköy, siglos XIV-XIII a. de C. (Museo Arqueológico de Ankara).
Otro extenso grupo de textos nos narran viejos mitos del fondo hático, asociados
siempre a ritos propiciatorios o a prácticas mágicas a las que se acudía, tanto en los
festivales públicos, celebrados para garantizar el ciclo regular de las estaciones y, por
ello, la normal fertilidad de los campos, como en circunstancias privadas, en las que
se requería la ayuda de un dios que parecía haber vuelto la espalda. Asociadas a los
rituales estacionales conocemos por un documento del siglo XIV a. de C. dos
versiones de la lucha contra el Dragón, personaje que simboliza la sequía, las fuerzas
oscuras del caos y de la muerte y que, si bien logra inicialmente vencer al dios de la
Tempestad, acaba por ser derrotado. Paralelos de este tema aparecen en culturas muy
separadas, como en la griega, representado en la lucha de Apolo contra la serpiente
délfica, o la china. La primera versión del mito nos narra cómo la victoria contra el
Dragón se logra merced a la diosa Inara, que, auxiliada por un mortal al que se une
sexualmente, logra emborrachar y atar al Dragón, facilitando así que el dios de la
Tempestad le dé muerte. La segunda versión dice así: El Dragón venció al dios de la
Página 37
Tempestad y le tomó el corazón y los ojos. Y el dios de la Tempestad pensó vengarse
de él. Tomó como esposa a la hija de un pobre. Ella le parió un hijo. Cuando éste
creció, eligió para el matrimonio a una hija del Dragón. El dios de la Tempestad le
va encargando a su hijo: «Cuando vayas a casa de tu prometida, pídeles mi corazón
y mis ojos». Cuando él fue, les pidió el corazón, y ellos se lo dieron. A poco, les pidió
los ojos, y ellos se los dieron. Los llevó al dios de la Tempestad, su padre, y el dios de
la Tempestad recuperó su corazón y sus ojos. Cuando restableció su figura de nuevo
a su condición primitiva, marchó de nuevo al mar, al combate. Y cuando entabló
combate, dejó vencido al Dragón.
Página 38
Vasos en forma de torres coronadas por águilas, procedentes de Bogazkoy,
siglo XVIII a. de C. (Museo Arqueológico de Ankara).
Página 39
Una literatura de escribas
junto a estos ingenuos mitos anatolios, los archivos de los escribas de palacio
conservaban versiones de algunas de las obras maestras de las literaturas vecinas.
Estos textos no eran, como nuestras obras literarias, obras de creación destinadas a su
difusión entre un público lector. Los únicos que los controlaban eran los escribas
profesionales de palacio que, como parte de su entrenamiento, los copiaban o
traducían o, para ser más exactos, los adaptaban, pues el respeto a los originales brilla
siempre por su ausencia. Conocemos por estas traducciones una versión del poema
Gilgamés, importante porque, pese a su fragmentario estado de conservación, ha
servido para cubrir algunas lagunas de nuestra información sobre la obra original en
partes perdidas de la misma que sólo se han salvado en esta versión. Conservamos,
asimismo, un par de fragmentos muy breves de la versión hitita del Atrahasis, un
poema acadio sobre el diluvio, así como algunas muestras de mitos cananeos: uno,
sobre Asertu; con innegables paralelos con el tema bíblico de José y la mujer de
Putifar, y otro fragmento muy breve, que narra la violación de la diosa Istar por el
monte Pisaisa.
Página 40
Diosa Istar (Museo del Louvre).
Página 41
de un nuevo orden divino, le siguen otros cuya temática la constituyen los diversos
intentos de Kumarbi por hacerse con el poder celeste. En uno de ellos, Hedammu,
recientemente reconstruido, Kumarbi se une sexualmente a la hija del Mar y ambos
engendran a Hedammu, una sierpe cuya increíble voracidad sume a la humanidad en
el riesgo de morir de hambre. La diosa Istar, hermana de Tesub, seduce al monstruo,
vuelve soporíferas las aguas y logra sacarlo de ellas. El final, perdido, consagraría el
triunfo de Tesub.
Con todo, el poema más importante del ciclo y, sin duda, la creación más lograda
de la literatura hitita es el llamado Canto de Ullikummi, una reelaboración más
conseguida del tema de Hedammu. Obsesionado por su idea de vengarse de Tesub,
Kumarbi se une ahora a una gran roca. El resultado de esta unión es Ullikummi, un
monstruo de diorita, sordo y ciego, tremendo por su crecimiento constante, que
amenaza con cubrirlo todo:
Va creciendo la diorita y las poderosas aguas la van criando. En un día fue
creciendo una vara, pero en un mes fue creciendo una hanegada. Mas la piedra que
en su cabeza estaba golpeando mantenía abiertos sus ojos. Cuando se llegó al
quinceavo día, la piedra se había hecho grande. En el mar se irguió sobre sus
rodillas. (…) El mar le llegaba hasta el lugar del cinturón, como un traje. Como una
torre se va alzando la piedra y arriba, en el cielo, iba alcanzando a los templos y a
los aposentos de los dioses.
Istar intenta seducir al monstruo, igual que hiciera con Hedammu, pero
evidentemente la naturaleza de su antagonista no se presta a la seducción:
Istar comenzó a cantar una canción y dejó sus vestidos en tierra. (…) Desde el
mar surgió una gran ola, y la gran ola le va diciendo a Istar: «¿Delante de quién
estás cantando? ¿Delante de quién estás llenando tu boca de canciones? El hombre
es sordo y no te está oyendo, sus ojos están ciegos y no te está viendo. ¡No tiene
piedad! Vete, Istar, y busca a tu hermano, mientras éste todavía no se vuelva violento,
mientras el cráneo de su cabeza no se vuelva irresistible».
Sigue una batalla de setenta dioses contra el monstruo, que acaba en un fracaso.
Tesub acude entonces al reino del Agua Primordial, a ver al dios sabio, Ea. Cuando
éste decide visitar al trasunto del Atlas griego, a Upelluri, que sostiene el mundo
sobre sus fuertes hombros, descubre clavado en uno de ellos el extremo del monstruo
de piedra. Descubierto el punto flaco de Ullikummi, los dioses recurren al mítico
instrumento primigenio que sirviera en su día para separar al Cielo de la Tierra y con
él cortan la base del monstruo. También se nos ha perdido el final, pero lo verosímil
es que narrara un nuevo triunfo de Tesub sobre las intrigas de Kumarbi.
Esta épica de origen hurrita está escrita en una forma de verso rudimentario y
destaca frente al resto de la producción antes referida, vertida en una prosa ingenua
que recuerda la de los cuentos populares y que presta escasa atención a los recursos
estilísticos. Esa rudeza e ingenuidad, con todo, hacen atractivas estas muestras, en la
Página 42
mayoría de los casos conservadas con numerosas lagunas, de la creación literaria de
los hititas.
Página 43
Los pueblos del mar y los
reinos neohititas
Página 44
El rey Sulumeli vierte una libación ante cuatro dioses, caliza procedente
de Malatya, siglos X-IX a. de C. (Museo Arqueológico de Ankara).
El siglo XIII fue un periodo de relativa prosperidad para los países del
Mediterráneo oriental, beneficiarios de un delicado equilibrio sostenido por el
contrapeso de las dos grandes potencias de la zona: Egipto y Hatti. La batalla de
Kadesh había sido una amenaza a ese estado de cosas, pero el resultado confirmó a
los hititas la posesión del peso adecuado para ocupar su plato de la balanza y
ratificaba la situación en el tratado que siguió, en 1269. Según él, Egipto confinaba
sus intereses a la región de Palestina y cada parte se comprometía a ayudar a la otra,
caso de ser atacados por un tercero. Pocos años después, Ramsés se casaba con la hija
de Hattusili III, el nuevo rey de los hititas. Quedaba, en suma, consolidado un grado
de estabilidad suficiente, que potenció el desarrollo del comercio y aumentó el
bienestar de algunos países que en él participaban. Sobre todo las ciudades de Chipre
y de la costa sirio-fenicia fueron protagonistas de una floreciente actividad
económica.
Pero el equilibrio sobre el que descansaba toda esta prosperidad era, como antes
decía, delicado y proclive a derrumbarse a poco que se alterara el juego de fuerzas
que lo sustentaba. Y falló precisamente del lado de los hititas. Habían levantado éstos
su Imperio en medio de presiones exteriores que iban desde las ejercidas por reinos
de la fortaleza y la agresividad de Asiria, hasta el acoso de pueblos periféricos como
los kaska, que sin constituir un Estado organizado, estaban siempre al acecho para
hacerse con el botín que las ciudades hititas podían proporcionarles. Se añade a todo
esto una creciente inestabilidad interna, aludida por A. Blanco en las páginas
anteriores, y el resultado será la ruina de todo el organismo político y económico
regido desde Hattusa. No se tienen datos suficientes para determinar con exactitud el
proceso de la crisis, de forma que aunque debió ser muy rápido, no todas las ciudades
hititas fueron destruidas simultáneamente. Lo cierto es que puso en marcha una
Página 45
cadena incontrolable de causas a efectos, por la que la estructura política, cultural y
humana hasta entonces existente en todo el Mediterráneo oriental se vino abajo como
un castillo de naipes. Ha defendido recientemente N. K. Sandars que el hundimiento
hitita dio una magnitud extraordinaria al fenómeno. Su solidez había sido un
poderoso dique de contención en una zona —el corazón de Anatolia— especialmente
afectada por mareas de gentes procedentes de todas partes. Rota la presa, las
consecuencias iban a ser imprevisibles. Civilizaciones brillantes y poderosas hasta
entonces —como Micenas y la propia Hatti— quedaron sumidas en una profunda
oscuridad. Cuando la luz vuelva a hacerse —recuperada la escritura que muchos
lugares perdieron, recobrado el hilo de los datos arqueológicos— el panorama que se
ofrece a nuestros ojos dibuja un mapa racial y cultural completamente nuevo en
regiones vastísimas: prácticamente todos los países ribereños del Mediterráneo, de
uno a otro extremo, fueron poblados por gentes distintas, con los cambios
consiguientes en las formas de vida y en las manifestaciones de su cultura.
Príncipe sirio-hitita
(Museo Arqueológico de Ankara).
Página 46
Emigrantes y piratas
¿Qué papel desempeñaron los «pueblos del mar»? Imposible dar respuesta
satisfactoria a esta pregunta, referida a uno de los problemas más vidriosos de la
Historia de las civilizaciones mediterráneas. La información que de ellos se tiene
procede fundamentalmente de relatos egipcios, acompañados de representaciones
relivarias de gran valor etnográfico —del Rameseum o de Medinet Abu— que
ilustran las campañas militares en las que aquellos pueblos intervinieron.
Investigaciones de carácter lingüístico, arqueológico o antropológico tratan de
recomponer la complicada maraña de acontecimientos, siguiendo la pista de lo que en
los monumentos egipcios se contiene. Según ellos, los «pueblos del mar» acosaron al
país del Nilo en dos ocasiones: en tiempos de Merneptah, aliados con los libios en su
guerra contra los egipcios (1220), y en el reinado de Ramsés III, hacia el año 1186.
La solidez política y militar de Egipto y su peculiar geografía la fueron barreras
infranqueables a aquellos pueblos; los efectos de su presencia fueron, sin embargo,
importantes en los territorios asiáticos que entraban en la órbita del poder del faraón.
Pero veamos ya de quiénes se trataba.
Página 47
otra parte, en la crónica egipcia de la batalla de Kadesh, tenemos alusiones a los
shardana, en aquel entonces aliados de los egipcios, y a los lukka y los dardany entre
los que lucharon del lado hitita.
Desde el principio hay que salir al paso a la falsedad que en sí misma contiene la
denominación de «pueblos del mar», pues también se desplazaban por vía terrestre.
Cuáles fueron los focos originarios de todos estos pueblos y las rutas de sus
movimientos, es difícil de determinar. Los shardana aparecen primero como piratas,
luego como mercenarios integrantes del ejército egipcio en la batalla de Kadesh, y,
más tarde, otra vez en su condición de piratas. Hemos de imaginarlos como un pueblo
guerrero sin asiento fijo, que merodeaban por los dominios egipcios dispuestos
siempre a obtener botín y aprovechar los eventos de cualquier signo de los que
pudieran sacar tajada; algo así como ciertos pueblos bárbaros en relación con el
Imperio Romano. Procedían, tal vez, del norte de Siria y, tras ser rechazados por
Página 48
Ramsés III, pasaron a Chipre, y de aquí a Cerdeña, a la que dieron nombre. Son
claros los paralelos entre los shardana, representados en los relieves de Medinet Abu,
y ciertas figuritas sardas de bronce de los siglos VIII y VII a. de C., que representan a
dioses y guerreros con cascos de cuernos, corazas, espadas y escudos redondos.
Conjunto en basalto, 3.70 metros de altura procedente de Senzirli; rey sobre un pedestal formado por dos leones y
un hombre arrodillado. Siglos X-IX a. de C. (Museo Arqueológico de Estambul).
Página 49
los tirsenos o etruscos, quienes, según un relato de Heródoto (I. 94), emigraron desde
Lidia a la península itálica para salir de la penuria que padecían en su patria.
Recordemos, sólo de pasada, las teorías de Schulten acerca de la vinculación de
Tartessos con estos mismos tursha o tirsenos, de lo que se trató en el informe sobre
esta civilización incluido en el Cuaderno número 40. Qué haya de realidad en todas
estas hipótesis es una cuestión que sigue sin ser resuelta.
Página 50
Esfinge alada y bicéfala procedente de Karkemish. Siglo IX a. de C.
(Museo Arqueológico de Ankara).
Los nuevos piratas de la época de Ramsés III —denyen o danuna, tjeker, peleset y
weshesh— que por tierra y por mar avanzaron hacia Egipto, ofrecen el aspecto de
campesinos desarraigados buscando tierras. En los relieves se muestran algunos,
conduciendo pesados carros de dos ruedas, tirados por cuatro bueyes, en los que
viajaban también las mujeres y los niños. Muchos se establecieron en la región de
Palestina o en su entorno inmediato, sobre todo los peleset, de quienes la región tomó
el nombre. Son éstos, por otra parte, los filisteos mencionados en la Biblia.
El confuso panorama que las fuentes egipcias testimonian es sólo la instantánea
parcial de un cuadro de dimensiones mucho más amplias. Numerosos ataques y
destrucciones se documentan en lugares que no tuvieron, frente al invasor, la fortuna
de Egipto. Chipre experimentó violentas destrucciones y la floreciente Ugarit quedó
arrasada por un gran incendio. Los habitantes de la ciudad micénica de Pilos huyeron
sin que los preparativos para la defensa que evidencia el análisis de sus tablillas
escritas surtieran el menor efecto. Troya fue asimismo devastada por gentes venidas
del otro lado de los Dardanelos. Digamos, entre paréntesis, que esta destrucción es
Página 51
posiblemente la recordada por Hornero, aunque atribuyéndola en la ficción poética a
los griegos micénicos.
¿Cuáles fueron las causas de este verdadero cataclismo humano? G.
A. Wainwright pensó que el epicentro de la gran movilización estuvo en Asia Menor,
pero lo más probable es que desde lugares más lejanos, tal vez en la Europa
continental, se iniciaran movimientos masivos de pueblos a cuyo empuje cedieron
otros, iniciándose así una cadena de desplazamientos dirigidos en todos los sentidos.
La penetración en nuestra Península de gentes procedente de Europa Central al filo
del año 1000 a. de C. puede ser un aspecto más del mismo fenómeno. En cuanto a sus
causas, desconocidas en el fondo, pudieron ser cambios climáticos o incrementos
demográficos, que obligaron a grupos nutridos de individuos a buscar nuevos solares
donde establecerse.
Página 52
podemos efectuar el balance entre tradición y renovación, y contemplar, de paso, la
afloración más interesante de la personalidad de esos reinos neohititas.
En los dominios de la arquitectura destaca la consagración de un modelo de
edificio, inalterable en sus elementos esenciales, que conocemos por el nombre que
los asirios le atribuyeron: el bit-hilani. Consiste en la combinación de un amplio
pórtico, sostenido a menudo por pilares que descansan en basas esculturadas, que da
paso a una espaciosa estancia cuyo eje principal es paralelo al pórtico y a la fachada;
en torno a ella se sitúan habitaciones menores. Su acabada estructura consagraba una
tradición local, siria, remontable al segundo milenio, con lo cual tenemos ya un
señalado rasgo de independencia respecto de lo puramente hitita. Como ejemplo de
una estructura urbana relevante, destaquemos la de Senzirli; consta de una ciudadela
fuertemente encintada, dividida en espacios también fortificados, y rodeado por una
muralla doble en forma de circunferencia perfecta.
Página 53
En la escultura, sea en bulto redondo o en relieve, encontramos la producción más
rica y variada de estos principados. Según quedó definido en los estudios de
E. Akurgal, se distingue con claridad una primera etapa tradicional, seguida de otra
asirizante a partir del 850 aproximadamente. Los influjos arameos serán un tercer
factor a tener en cuenta en la conformación de los nuevos estilos. La fidelidad a los
gustos anatólicos queda manifiesta particularmente en relieves rupestres que traen a
la memoria el impresionante conjunto de Yazilikaya. De entre las manifestaciones
que avalan la pervivencia de esta modalidad escultórica sobresalen el gigantesco
relieve de Ivriz, en él que el rey Warpalawas, desde la respetuosa distancia de su
menor tamaño, saluda ceremoniosamente a Tarhu, dios de la Vegetación y de los
Elementos. Su colosal imagen, de más de cuatro metros de altura, compite por la
fuerza que emana de su figura con los antecedentes de época imperial; su autor echó
mano de las formas convencionales que los asirios daban a la musculatura para
acentuar el poder físico, recurso afortunado a este propósito, y manifestación, a la
vez, de los signos de su tiempo.
Página 54
Estatuilla de un dios realizado en bronce hallada en Enkomi
(Museo de Chipre).
Página 55
otros, un león tañe una cítara, para recordar las imágenes de la misma especie que
adornan un arpa hallada en las tumbas reales de Ur.
Página 56
de Karkemish, al desaliño, no privado de encanto, por otra parte, que muestran los
relieves de Karatepe.
El epílogo del arte neohitita va a ser la proyección de su peculiar modo de hacer
por todo el Mediterráneo en la difusión de la moda orientalizante. Los tejidos, la
cerámica, la producción plástica, se pueblan de las especies animales y los monstruos
que se habían multiplicado, a sus anchas, en los campos neohititas. Los vástagos de
esa fauna singular los vemos en la cerámica griega orientalizante —de Melos, de
Corinto y tantos otros lugares— y, en general, sus temas, junto con los de Urartu,
Fenicia y otros centros, van a ser fuente de inspiración para la renovación artística de
las culturas mediterráneas a partir de fines del siglo VIII. Observar este fenómeno
tiene especial interés para el análisis de nuestra propia protohistoria. El monumento
funerario aparecido hace pocos años en Pozo Moro (Albacete) muestra en sus leones
y, sobre todo, en sus enigmáticos relieves, el estilo y las tendencias iconográficas de
la producción neo-hitita. Por toda la Turdetania aparecen leones, cuyas formas
angulosas, la ferocidad de su aspecto y otros detalles los hermanan a los neohititas del
otro extremo del Mediterráneo.
Página 57
Bibliografía
Anónimo, Textos literarios hititas, Edición de A. Bernabé, Madrid, Editora Nacional,
1979.
Bittel, K., Los Hititas, en El Universo de las Formas, Madrid, Aguilar, 1976.
Blanco Freijeiro, A., Arte antiguo del Asia Anterior, Sevilla, 1981.
Cassin, E.: Bottero. J., y Vercoutter, J., Imperios antiguos de Oriente, Madrid,
Siglo XXI, 1984.
Garraty, J. A., y Gay, P., El mundo antiguo, Barcelona, Bruguera, 1981.
Grimberg, C., El alba de la civilización, Barcelona, Daimón, 1982.
Petit, P., Historia de la Antigüedad, Barcelona, Labor, 1982.
Roldán, J. M., Introducción a la Historia Antigua, Madrid, Istmo, 1975.
Starr, Ch. G., Historia del Mundo Antiguo, Madrid, Akal, 1974.
Tovar, A.: Rölling. V., y Gamer-Vallert, I., Historia del Antiguo Oriente, Barcelona,
Hora, S. A., 1984.
Vieyra, M., Las religiones de la Anatolia antigua, en Historia de las religiones,
Madrid, Siglo XXI, 1977.
Página 58
Cronología comparada
Página 59
1700. Labarna I inicia el Reino Antiguo hitita, que extiende sus dominios hacia el
sur. El pueblo aqueo irrumpe en la Argólida y destruye las ciudades
cretenses, que posteriormente son reedificadas.
1650. Expansión del poderío hitita a costa de sus vecinos. Creación del reino
hurrita de Mittani.
1580. Expulsión de los hicsos de Egipto. Inicio de un período de trastornos e
inestabilidad general.
1530. Mursill, rey hitita, saquea las ciudades de Babilonia y Alepo.
1500. El reinado de Telepinu cierra una etapa de desórdenes internos y reducción
territorial del Imperio hitita. Esplendor de la civilización minoica en Creta.
Los faraones atacan la tierra de Canaan.
1470. Los reyes hititas Zudabtas y Huzziyas, tributarlos de Egipto.
1450. Ascenso del poderío de Asiria en Mesopotamia, enfrentándose al de
Babilonia. Fin de la etapa de sumisión hitita a los egipcios.
1400. Éxodo del pueblo hebreo desde Egipto. El faraón Tutmés III crea el Imperio
egipcio de Asia. Destrucción definitiva de la civilización cretense.
1380. Fin del Reino Antiguo hitita y comienzos del Nuevo.
1370. Los hititas ocupan la ciudad de Damasco. El reinado de Suppiluliuma I
supone el resurgimiento del Imperio en su organización interna y expansión
territorial. Auge de las formas arquitectónicas del pueblo hitita. En Egipto,
reinado de Amenophis IV —Akhenaton—, que decide la reforma religiosa y
el reforzamiento del poder real.
1365. Assur-Uballit I. rey de Asiria, rescata a su país del sometimiento que
soportaba por parte del reino de Mitami.
1350. Renacimiento económico y cultural del Imperio Medio asirio. Auge de la
civilización de Micenas en la Grecia continental. Fortalecimiento del poder
del pueblo aqueo.
1345. Reinado del faraón Tuthankamen y retorno a las formas religiosas
tradicionales. Establecimiento definitivo en Palestina del pueblo hebreo.
1340. Inicio de contactos pacíficos entre el Imperio hitita y Egipto. Textos
religiosos de Ugarit en la costa de Siria.
1335. El rey Kurigalzu II mantiene en Babilonia una política de detención del
expansionismo asirio. Entre los hititas, reinado de Mursil II y redacción de
los Anales.
1320. Reinado de los monarcas de las XIX Dinastía en Egipto. Luchas entre el
poder real hitita y las tribus de las regiones montañosas de Anatolia.
1305. Reinado de Muwatalli, que mantiene conflictos bélicos con Egipto.
1300. Durante el reinado de Ramsés II, primer tratado entre hititas y egipcios.
1290. Fin del reinado de Muwatalli. Presencia hitita en Palestina. Actividad bélica
de los pueblos del mar.
1285. Alianza entre el Imperio hitita y Babiloma. Realización de pinturas rupestres.
Página 60
1275. Hattusili III accede al trono de los hititas, tras haber apartado del mismo a su
sobrino Urhi-Tesub. Inicio de un periodo de paz con sus vecinos ante el
ascenso del poderío asirio. Redacción de la Apología, texto religioso que
trata de legitimar al monarca.
1270. Matrimonio de Ramsés II con la hija de Hattusili, que sella una alianza entre
los dos países.
1250. Utilización del alfabeto fenicio. Muestras arquitectónicas en la ciudad de
Biblos. Reinado del hitita Tuthaliya IV.
1235. El rey asirio Tukulti-Ninurta I vence a Babilonia y se proclama monarca de
este país.
1230. Guerra y destrucción de Troya a manos de los griegos, según tradición
recogida por Hornero. Ataques contra Egipto de los pueblos del mar.
1220. Reinado del hitita Arnuwanda III. hasta
1205. Reparto entre hititas y egipcios de las influencias en el Medio Oriente.
1200. Asiria rechaza los repetidos ataques lanzados por los hititas. Los filisteos,
instalados en ellitoral de Palestina. Los arameos, en Siria.
1190. Decadencia del reino casita, que pierde el dominio de Asiria. Tras las
invasiones de los pueblos del mar, bajo el reinado de Suppiluliuma II, se
produce la definitiva decadencia del Imperio hitita.
1180. Presencia de los Estados neohititas, sucesores del Imperio.
1175. El pueblo dorio invade el territorio griego.
1150. Hundimiento del poderío casita, debido a la invasión de los elamitas.
1130. Reinado de Nabucodonosor I en Babilonia, quien vence a los elamitas y
ataca a Asiria.
1100. XXI Dinastía en Egipto, de origen tanita. Descenso general de las actividades
artísticas.
1050. Invasión y saqueo de Asiria por los arameos y los pueblos semitas.
1025. Anarquía generalizada en Egipto. Recuperación del poder sacerdotal y
disminución del correspondiente al monarca.
1000. Asiria ve reducido su territorio debido a la constante presión de los pueblos
vecinos. Reinados de David y Salomón entre los hebreos, y de Hiram en la
ciudad de Tiro.
900. Los reinos de Judá e Israel se organizan de forma independiente.
Página 61