Ciencia y Pseudociencia

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CIENCIA Y PSEUDOCIENCIA: UNA DISTINCIÓN CRUCIAL

Luis Carlos Silva Aycaguer, Dr. C. Vicerrectoría de Investigaciones y Posgrado Instituto Superior de
C. Médicas de la Habana

La pseudociencia no puede progresar porque se las arregla para interpretar cada fracaso como
una confirmación, y cada crítica como si fuera un ataque... como la magia y como la tecnología, la
pseudociencia tiene un objetivo primariamente práctico, no cognitivo, pero, a diferencia de la
magia, se presenta ella misma como ciencia y, a diferencia de la tecnología, no goza del
fundamento que da a ésta la ciencia.

Mario Bunge

Ya en 1976 Illich 1 alertaba que "el compromiso social de proveer a todos los ciudadanos de las
producciones casi ilimitadas del sistema médico amenaza con destruir las condiciones ambientales
y culturales para que la gente viva una vida autónoma y saludable. La medicina institucionalizada ha
llegado a ser una grave amenaza para la salud". La parafernalia tecnológica desempeña un papel
singular, por ejemplo, en el enfermo terminal, ya que contribuye a ignorar que la prolongación de
la muerte no es sinónimo de prolongación de la vida. Paralelamente, se ha producido un auge
espectacular de la producción y comercialización farmacológicas que ha permitido que la industria
farmacéutica escale el tercer lugar mundial en cuanto a volumen de ganancias y al adquirir un poder
económico manipular el consumo mundial de fármacos.

Paralelamente, cabe tener en cuenta que por medio de la práctica social las sociedades han
desarrollado experiencias y sistematizado formas especiales de "conocer y saber" acerca de la salud
y la enfermedad, que han ido configurando un conjunto de nociones y conocimientos formados en
la práctica cotidiana y espontánea de la gente común, hasta llegar a la práctica empírica que
concentra y sistematiza la experiencia de la colectividad en largo tiempo. 2 Este saber informal, de
indudable valor cultural, es considerado por algunos salubristas como algo que es necesario
conservar o recuperar debido a su valor secular. Todo ello explica en parte la tendencia a que cada
vez más gente eluda la "medicina oficial" y acuda a procedimientos marginales o alternativos, parte
de los cuales se encuadran en la llamada Medicina Natural y Tradicional (MNT), fenómeno que
emerge con especial énfasis en países desarrollados pero que ha alcanzado gran empuje en Cuba,
donde se parte de una cultura popular propensa a este tipo de prácticas y de un favorable contexto
sociocultural e histórico. Cuba es un país con gran tradición de yerberos y prácticas mágico-
religiosas, como señalaba Fernando Ortiz en 1951: 3 La medicina folklórica es la que más se practica
en la realidad, pues las clases pobres, que son más numerosas e ignorantes, tienen que acudir en
sus dolencias a la medicina casera y a los recursos del curanderismo profano o religioso, benéfico o
explotador, bien intencionado o con malicia y eficaz o inútil y hasta nocivo, por no tener ellas a su
alcance otros medios defensivos de su salud.

Las terapias de este tipo producen, sin embargo, un marco polémico. Se identifican en la actualidad
dos posiciones extremas: una, caracterizada por la defensa sectaria y vehemente de estas prácticas;
la otra, representada por su negación categórica desde posiciones cientificistas. Posiblemente,
ambas sean perniciosas. Naturalmente, entre esos dos polos se ubica una amplia gama de
posiciones, en muchos casos matizadas por la confusión y el desconcierto. Este proceso se ha venido
desarrollando a lo largo de los últimos años en un marco carente de nítidas directrices orientadoras
en lo que se relaciona con la investigación y el carácter científico o no de las diversas expresiones
posibles de la MNT. Parece claro que la actividad de investigación en este campo ha sido -con
excepción de la fitoterapia- fragmentada, no exigida ni sistematizada, muy escasamente estimulada
y no sentida como necesaria por la casi totalidad de los practicantes, quienes se contentan en
general con sus observaciones y las anécdotas que pueden relatar. Es imposible valorar una
propuesta científica si no se cuenta con un marco teórico potente que permita distinguir entre
ciencia y pseudociencia. Con frecuencia se escuchan debates en que intervienen declaraciones del
tipo "la práctica X sí es científica pero la Y no lo es, en tanto que la teoría Z aún está en discusión".
Muchas veces, lamentablemente, se trata de palabras vacías de contenido, pues no dimanan de un
examen sistemático y correcto de X, Y y Z, sino de convicciones nacidas de la intuición, de la
asimilación inercial de lo que dicen o hacen otros, o de una concepción errónea de los objetivos y
procedimientos de la ciencia. Por lo tanto, lo primero que debe establecerse con transparencia es
que el propósito central de la ciencia es el establecimiento de las leyes que rigen los fenómenos que
examinan, así como conformar teorías (sistemas de leyes) que expliquen los acontecimientos, tanto
los actuales como los potenciales. Tal esfuerzo se orienta a conseguir, a la postre, el control
tecnológico más fructífero de esos acontecimientos. Es bien conocido que el proceso de
conformación de dichas leyes y teorías exige la aplicación de un método riguroso, que muchas veces
es arduo y árido, complejo y lento, a diferencia de la especulación no científica, que resulta más fácil
y en principio más interesante que la paciente colección de datos objetivos en un marco teórico
previo y el proceso subsiguiente de desentrañarlos y organizarlos dentro de estructuras teóricas que
sean interna y externamente coherentes. La ciencia no pretende ser final, incorregible y
definitivamente cierta. Como resume Bunge, 4 lo que afirma la ciencia es:

- que es más verdadera que cualquier modelo no científico del mundo.

- que es capaz de probar, sometiéndola a contrastación empírica, esa pretensión de verdad.

- que es capaz de descubrir sus propias deficiencias.

- que es capaz de corregir sus propias deficiencias. Lo que se propone sobre estas bases es construir
representaciones parciales de la realidad que la modelen de manera cada vez más adecuada. Nunca
parte de postulados mesiánicos e inamovibles; en todo caso, de hipótesis siempre abiertas a ser
desechadas o mejoradas si se hallan motivos para ello. Ninguna especulación extracientífica es tan
modesta ni da tanto de sí. La pseudociencia es, en cambio, típicamente arrogante, se autoproclama
dueña de la verdad y raramente se autocritica. Las especulaciones no científicas acerca de la realidad
suelen caracterizarse por uno o más de los siguientes rasgos:

- no suelen formular interrogantes transparentes, sino más bien problemas para los que ya
se tienen respuestas anticipadas
- no proponen hipótesis ni explicaciones fundamentales y contrastables; para averiguar la
verdad se valen de técnicas inescrutables
- no se proponen hacer contrastaciones objetivas de sus tesis y desdeñan o eluden los
estándares universalmente admitidos para ello
- suplen los argumentos estructurales con ilustraciones de sus concepciones y las evidencias
estadísticas con anécdotas
- las leyes que esbozan o enuncian son básicamente especulativas y se definen a través de
categorías difusas y elusivas
- permiten la coexistencia de contradicciones internas en su propia formulación; su carácter
sectario no consiente las enmiendas que se podrían derivar de dichas contradicciones.

Algunos defensores de prácticas que carecen de toda explicación racional o que están en franca
oposición a leyes comprobadas de la ciencia, arguyen que lo único importante es si el método
funciona o no. Esto trae a colación un viejo dilema: si los tratamientos no suponen iatrogenias ni
efectos secundarios negativos, y además hay testimonios favorables a su efectividad, ¿por qué
cuestionarlos?, ¿por qué no aprovechar el recurso terapéutico sin más discusión?, ¿cuál es la
posición científicamente válida ante este dilema? Hay dos razones de naturaleza diferente pero cada
una suficiente para objetar la traslación de este burdo pragmatismo a la ciencia médica. La primera
concierne al espíritu del pensamiento científico. Aceptar las terapias a partir exclusivamente de sus
éxitos clínicos, supone un error metodológico, porque tiende a convalidar la renuncia a determinar
su base teórica y restringe la investigación, si es que la admite, a un marco puramente empírico. El
problema de aceptar oficial o socialmente terapias sin base científica, y manejarlas como válidas,
puede suponer un freno y un retraso grave en dicha investigación, e implicar a la larga grandes
despilfarros en inversiones y subvenciones. Además de lo anterior, hay que enfatizar que tal
convocatoria supone restringir nuestras herramientas valorativas al marco del pragmatismo, como
si la teoría y el conocimiento general no pudieran ser útiles incluso para el propio perfeccionamiento
de dichas terapias. Cabe no perder de vista una realidad admitida en todos los entornos mundiales
en que rige un sentido estratégico de la ciencia: "La práctica sin teoría es ciega y la teoría sin práctica
es estéril". 5 Por otro lado, hay otra razón práctica: no es nada insólito que un paciente, ante una
enfermedad grave, preocupado o irritado por una ausencia de mejoría, acuda al terapeuta
alternativo abandonando el tratamiento prescrito inicialmente. Cuando más tarde, en ausencia de
mejoría o tras una recaída, vuelve a su médico habitual, el abandono del tratamiento ha resultado
clave. Esta pérdida de tiempo, puede resultar trágica. 6 La especulación acientífica ofrece muy poco
a la ciencia contemporánea. Prestar atención automática a cada propuesta, por descabellada y
contradictoria que sea, no puede ser la regla de conducta, aunque sólo fuera por mero afán de
racionalidad y de ahorro de recursos humanos y materiales. Sin embargo, aun en casos como estos,
pudiera ser aconsejable contrastar rigurosamente y con estándares valorativos indiscutibles las
pretensiones de corte pseudocientífico, pues establecer que ellas son falsas significará adquisición
de conocimiento y, llegado el caso, permitirá combatir convicciones absurdas o erróneas,
especialmente cuando han conseguido extenderse. La condición más importante que tiene que
cumplir una tecnología terapéutica para verse dignificada por el escrutinio científico no es, sin
embargo, que se asiente en un cuerpo teórico adecuado. Aunque ello, desde luego, es altamente
recomendable para, como se ha dicho, no despilfarrar recursos, no resulta absolutamente
indispensable. Existen diversas expresiones terapéuticas alternativas que invocan sistemáticamente
la existencia de energías desconocidas para la física, y procesos fisiológicos no descubiertos por la
bioquímica ni la biología. La pertinaz y enmarañada alusión a tales energías y procesos no sólo no
aporta un ápice de evidencia en favor de su existencia real (del mismo modo que la repetición
machacona de que se ha alcanzado un objetivo no contribuye en nada a la convicción de que se ha
alcanzado) sino que obstaculizan seriamente su valoración. Por lo tanto, constituye una demanda
crítica que la propuesta tecnológica esté definida claramente y no maneje términos borrosos e
inapresables; y lo que sí es simple y directamente imprescindible para proceder a la contrastación
rigurosa que demanda su convalidación inicial es que formule con nitidez sus presuntas virtudes. Se
vislumbra un confuso entramando teórico-conceptual que involucra a todos: practicantes,
investigadores, personalidades científicas y dirigentes de la ciencia. La disparidad de actitudes y
posiciones entre personalidades relevantes de las ciencias de la salud es tal que se registra desde
gran entusiasmo hasta honda preocupación y alarma; no se observa, sin embargo, indiferencia. Es
necesario aprovechar ese interés para promover espacios de discusión científica dentro y entre los
estamentos involucrados.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1.Illich I. Némesis médica. Joaquín Ortiz, México, 1978.

2. Breilh J. El deterioro de la vida. Corporación Editora Nacional, Quito, 1990.

3. Ortiz F. La medicina folklórica de Cuba. Bohemia/1951;12(48):16-8.

4. Bunge M. La investigación científica. Ciencias Sociales, Instituto Cubano del Libro, La Habana,
1972.

5. Bernal J. La ciencia en nuestro tiempo. Nueva Imagen, México DF, 1979.

6. Tellería C, Sanz VJ, Sabadell MA. La homeopatía: historia, descripción y análisis crítico.
Alternativa Racional a la Pseudociencia. Zaragoza, 1994.

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