Ejemplo Ensayo Narrativo Diego Arce

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Examen Parcial de Expresión Escrita 2016-0

Arce Camino, Diego Arturo

Una tragedia, literalmente


¿Por qué la gente aplaude a Vargas Llosa? ¿Lo merece?

10 de diciembre del 2010 –…al gran premio

Desperté e inmediatamente supe que ese día cambiaría al Perú. ¡Y


vaya que lo hizo! El día peculiarmente gris y el bullicio de las
calles presagiaban un peculiar desastre.

Ese día, Mario Vargas Llosa ganó el premio Nobel de literatura.

Y en ese momento, Zavalita, ¡en ese instante!, se jodió el Perú.

En cuestión de segundos, caí en un huracán de sentimientos y


comparaciones tan malas como –o incluso peor que- esta: caí entre
los tantos intentos de Vargas Llosa de producir un cuento o una
novela que sobrepasase lo decente.

6 de abril del 2009 – Los cachorros persiguen…

Habló Carlos, mi profesor de “Lenguaje” de colegio jesuita. Sus


palabras fueron el inicio de mi primer desagrado, por no decir
odio: “Alumnos, vamos a leer a Vargas Llosa, pues como sabrán es
uno de los mejores y más importantes autores de nuestro país”,
dijo relamiéndose los labios de gusto ante cada calificativo que
le otorgaba. Ante nosotros, en cada carpeta, una copia de Los
cachorros.

Angello, el chico A-1, habló: “Tiene todo lo que necesita para ser
una obra maestra”. No contradiría a un profesor. (¿Párrafos
infinitos? ¿Personajes mal escritos? ¿Un argumento vago? Los
estándares han cambiado mucho.) “Si lo leyeras bien, te darías
cuenta de que es una joya”, siguió. (Lo leí bien, lo leí mal. Lo
leí sentado, parado, de cabeza. Quizá hasta dormido. Lo leí muchas
veces en un par de semanas.) “¿Y…?”, quería sacarme una respuesta
de la boca. (Lo sufrí. Cada una de esas veces sufrí el texto.)

Sufrí el interminable párrafo por el cual se extendía la historia;


la inconsistencia de los personajes, el intento de convertir una
historia que va en círculos en una historia de corte épico.
Pero lo que más sufrí fue que Judas, el perro del colegio
Champagnat, hubiese atacado a Cuéllar, castrándolo; y no me
hubiese atacado a mí, dejándome en coma el tiempo suficiente como
para no tener que leer aquel relato.

10 de agosto del 2009 – Los perros defienden…

Pasada aquella experiencia, decidí no leer más a Vargas Llosa. Si


el primer libro que lees de un autor te parece tan sufrible,
preferirías alejarte del resto. Desgraciadamente para mí, la
escuela tenía un plan para conocer la literatura nacional; plan
que llevaba La ciudad y los perros por encabezado.

Fue aceptado en la promoción, pero mis sentimientos no cambiaron


en lo absoluto. La obra conservó los errores de la que antes leí:
párrafos interminables con descripciones innecesarias que no
aportan a la historia —“Durante las comidas del mediodía, los
amplificadores derraman por el enorme recinto marchas militares o
música peruana, valses y marineras de la costa y huaynos
serranos”—; muchos personajes simples y poco constantes, véase el
desinteresado e insensible “Poeta”, quien toma las riendas contra
“El Jaguar” en un intento de probar las culpas de este último;
errores profundos en la narración; y nuevamente el deseo de
convertir una historia sencilla en una de proporciones épicas.

“¡Vamos! Mira el lado bueno”, ladró Hernán, uno de quienes


disfrutaron la novela. “Al menos te deja un mensaje luego de
leerla, ¿no? Mentir solo te trae problemas, uno tras otro”.

¿Mensaje?

Era cierto, lo que desencadenó los eventos de la novela fue la


deshonestidad, constante en más de un personaje: el robo de las
respuestas de exámenes en el Colegio Militar Leoncio Prado, el
asesinato del “soplón” que los denunció y el intento por encubrir
este acontecimiento.

“¡Mensaje! ¿Mensaje?”. Hitchcock decía: “No es el mensaje lo que


ha intrigado al público […], el argumento me importa poco, los
personajes me importan poco; lo que me importa es la unión de los
trozos.”1 ¿Tiene la obra de Vargas Llosa un buen mensaje? Sin duda.
¿Tiene buenos personajes, buen argumento, es una buena suma? No,
no lo es. Y por ello no vale la pena, por ello es una mala obra.
Esta y muchas otras.

1.- Truffaut, F. El cine según Hitchcock (1967). P. 243


15 de febrero del 2010 – La solitaria aspira…

“¿Cuántas novelas debo leer antes de categorizar a un autor?”, fue


la pregunta que me atormentó ese verano. Qué tal si lo que leí no
fueron sino sus peores obras: dudaba, pero no era imposible. Ese
mismo día decidí comprar un libro. No cualquiera. Uno en
específico. Uno que me recomendaran. Conversación en La Catedral.

Y leí, aspirando a que las páginas de esa novela me contradijeran


y sacudieran la opinión que tenía sobre aquel autor.
Impactante, aquella primera línea; vacías, las siguientes 250
páginas. En ese momento entendí qué llama a la gente a leer a
Vargas Llosa; su capacidad para complejizar la mínima historia. Y
entendí que sus novelas son solo cuentos de 10.000 palabras;
después de todo, por qué sentirse satisfecho con una historia de
1.000 palabras si puedes, mediante un intricado léxico,
multiplicar ese número por diez. No se puede negar: acaban de leer
este párrafo; y no suena mal: gusta leer mucho aunque diga poco.

Parece extraño, teniendo en cuenta la admiración de Vargas Llosa a


Gustave Flaubert y la “palabra exacta”, técnica de este último
para expresar con precisión lo que quería decir. Los párrafos de
Vargas Llosa se extienden infinitamente, mareando al lector;
diciendo nada. Vargas Llosa falló, y Flaubert lo reprobaría; el
discípulo puede superar al maestro; esta vez, no le llegó ni a los
talones.

7 de septiembre del 2015 – Los hombres llegan…

Han pasado años, y la diferencia no es mucha. “Seguramente no lees


como deberías”, me decía Juan, mi tío. “¿Estás seguro de entender
lo que lees?”, me cuestionaba Gustavo,
compañero de la universidad. “Pero ha ganado un Nobel”, me
recuerda la mitad de Lima.

Ganas un Nobel de Literatura por la suma de lo que has escrito; si


Vargas Llosa ganó uno, debe ser por algo más que sus “novelas”.
Ese día encontré por qué.

Leía El nasciturus, ensayo escrito por él; ensayo que me tomó por
sorpresa, pues hizo lo que Conversación en La Catedral no hizo:
demostró que Vargas Llosa podía escribir un texto ordenado con
ideas claras y argumentos objetivos y válidos. Seguidamente leí La
señal de la cruz, solo para toparme nuevamente
con argumentos claros y entendibles. Repara sus errores novelescos
y clarifica su prosa. ¡Este es el ganador del Nobel!
Vargas Llosa ganó el premio Nobel de literatura. Sin embargo, el
día que el Perú se enamoró de sus novelas, sus ensayos quedaron de
lado.

Y en ese momento, Zavalita, ¡en ese instante! se jodió el Perú.


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