Marido Farsante - Brenna Day
Marido Farsante - Brenna Day
Marido Farsante - Brenna Day
(Playboys de Riverside nº 1)
Brenna Day
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
Copyright
CAPÍTULO 1
A sus veinticuatro años, Emily Williams dudaba que alguna vez hubiera sentido
verdadera felicidad.
Y mucho menos aún en este momento de su vida, en el que sus días tenían el sabor
intragable de un café requemado y frío.
Emily levantó la vista de su taza y miró con terror la puerta del despacho de su
jefe.
Matt “El Tirano” Tanner una vez más había llegado cabreado anunciando que debía
hablar con ella de algo importante y que ya la llamaría, aunque luego se había
encerrado sin que ella volviera a verle el pelo.
Mejor así, pensó, pues temblaba ante la idea de tener que enfrentar a su jefe.
Suspirando echó un vistazo a su alrededor. Era viernes por la tarde y en las otras
mesas sus compañeras reían despreocupadas.
¿Qué hacía ella, una chica de pueblo con más libros leídos que experiencia en el
mundo real, trabajando en un sitio tan pijo como Tanner Security?
Era una compañía que facturaba decenas de millones cada año y alguien había
decidido que ella podía ser la asistente del mandamás.
Esto debía de haberlo calculado antes de salir de su pueblo. ¿Pero quién tiene
tiempo para pensar cuando está huyendo?
Aún temblaba al recordar sus intentos iniciales por conseguir empleo. Cada vez que
enseñaba su currículum a alguien se la quedaban viendo como si tuviera la lepra.
Por eso se sorprendió tanto tras enterarse de que había conseguido colarse en la
lista final de candidatos para asistente personal del fundador y Director Ejecutivo
de una empresa tan grande.
Emily era consciente de que le había tocado la lotería, así que cuando llegó el
momento de la entrevista decidió ir a por todas y mentir como una bellaca acerca de
sus casi inexistentes habilidades. Afortunadamente la mujer que la había
entrevistado se tragó el cuento de su larga experiencia como secretaria del jefe de
redacción del Observador de Nebraska, el único periódico del que conocía
suficientes detalles como para elaborar una mentira creíble.
Lo que Emily obvió decir es que ese encumbrado ejecutivo era su padre, y que el
empleo que le había dado no era más que una especie de tapadera, pues a él le
avergonzaba tener una hija que se pasaba el día entero leyendo obras de Shakespeare
sin hacer nada más productivo.
Sin mencionar que su relación personal con él siempre había sido un auténtico
desastre…
Pero el alivio inicial que Emily sintió al hacerse con el puesto en Tanner
Security, rápidamente se fue transformando en desazón a medida que sus compañeras
le hacían el vacío, obligándola a tomar nota de lo poco sofisticada y atractiva que
ella parecía a comparación de las demás.
Y por encima de todo, a medida que iba conociendo el verdadero significado del
apodo de su jefe.
Jo, las Urracas Parlanchinas vienen otra vez a por mí, gimió irritada mientras se
ajustaba las gafas sobre el puente de la nariz.
Emily había empezado a llamarlas de esa manera porque eran tres chicas que
sobrevolaban la oficina de su jefe con la esperanza de verle. Iban siempre juntas,
siempre excitadas y siempre cotilleando sin parar. Trabajaban en el departamento de
ventas, que por desgracia se encontraba ubicado a escasos metros de su mesa, y
desde el primer día parecían haberse encarnizado con ella.
Aparentemente les sentaba fatal que ella fuera la única que tenía libre acceso al
despacho del jefazo.
El modus operandi de las Urracas era fingir una actitud amistosa para atraerla poco
a poco a su círculo, pero una vez que la tenían rodeada, procedían a picotearla sin
piedad.
Eran de esas tías que no se conformaban con esperar a que les dieras la espalda
para empezar a ponerte verde. No, a ellas les ponía mucho mirarte directamente a la
cara mientras te despellejaban viva.
En su ingenuidad Emily había pensado que ese tipo de comportamiento había quedado
atrás con los días de instituto.
—Emily, cariño, ¡vaya sorpresa! ¿Aún sigues por aquí? —preguntó una de ellas con
retintín esbozando una sonrisa helada de Maléfica.
Aquí vamos de nuevo, se dijo Emily fingiendo a su vez una sonrisa nada convincente.
—¿Te tomas unas cañas con nosotras? —preguntó la otra guiñándole un ojo cómplice.
¿Salir de copas con las Urracas Parlanchinas? ¡Ni de coña! Antes prefería beberse
una botella de champú.
Emily la miró con los ojos entrecerrados pues ellas sabían de sobra que “su chico”
no existía, pero al parecer la crueldad no conocía de límites.
—Algo así —masculló nerviosamente mientras fingía que revisaba unos papeles.
La realidad era que su plan de viernes por la noche consistía en sentarse a ver la
televisión armada con un bote de Nutella sobre la falda y una cuchara sopera en la
mano.
Tras decir aquello las tres se miraron echándose a reír como hienas y Emily las vio
alejarse mientras se preguntaba por qué narices se tomaban la molestia de invitarla
a salir con ellas si estaba más claro que el agua que la detestaban.
Bueno, en verdad la pregunta era retórica porque la respuesta era más que obvia.
Matt Tanner, por supuesto. ¿Quién más si no? Querían sonsacarle información acerca
del jefazo. Pensaban que ella conocía sus más íntimos secretos y que los
compartiría con ellas solo porque sí.
La mayor virtud de Emily era su reserva. Era una experta en mantener el pico
cerrado incluso bajo presión. Jamás se le ocurriría decirles nada que luego
pudieran usar en su contra.
Cuando finalmente las Urracas Parlanchinas y las demás chicas de ventas se largaron
de la oficina, Emily suspiró de alivio. Estaba acostumbrada a ser el patito feo
allí donde iba, pero es que en Tanner Security la diferencia entre ella y sus
compañeras era abismal.
Aún recordaba lo que había pensado al llegar el primer día a la oficina: Jolín, ¿de
dónde narices han sacado a estas mujeres?
Casi todas rubias, altas, estilizadas y monas. Arregladas a más no poder y siempre
vestidas para matar. Parecían salidas de un anuncio de lencería de Victoria’s
Secret.
Todas ellas parecían preguntarse lo mismo: ¿qué hace una chica tan insulsa en el
puesto más codiciado? ¡Si ni siquiera sabe arreglarse!
Al parecer a todos.
“Faldas de abuela…”
Así había oído que las demás se referían a sus faldas largas y floreadas.
Aunque Emily hacía todo lo posible por mostrarse indiferente a lo que se hablaba de
ella, era consciente de cada pulla, de cada comentario venenoso que susurraban por
lo bajo al verla ir y venir por la oficina. Aun así prefería hacerse la loca a
tener que encararse con todas ellas, pues no quería más problemas.
Su jefe…
Lentamente alzó los ojos lanzando una mirada de terror a la puerta de caoba de
doble hoja.
En los meses que llevaba trabajando en la compañía, Emily había oído de todo acerca
de su jefe: que era un tío insufrible, un soberbio, un subido, un obsesivo del
trabajo, un sádico que disfrutaba de mandonear a todo dios que se le pusiera
enfrente.
Pero eso sí, aclaró, es un jefe justo. Nunca exige a sus empleados más de lo que se
exige a sí mismo.
Lo que pasado en limpio significaba que aquella pobre desgraciada que acabara
quedándose con el puesto, debía ir con pies de plomo porque su nuevo jefe era un
cabrón en toda regla.
¡Hasta la señora Nielsen, que era la más veterana de la oficina y que le llevaba la
contabilidad al jefe desde que era un adolescente con ambiciones desmesuradas, le
miraba con algo más que simpatía!
Toda esa atención femenina hacia su jefe no hacía más que confundirla. Al parecer
ella era la única excepción a la regla.
Emily no lo comprendía. ¿Es que acaso no le oían vociferar como un loco? ¿No les
indignaba que Tanner pasara olímpicamente de ellas? ¿Que pasara a su lado sin
siquiera mirarlas, mucho menos responder a un saludo como una persona normal y
educada?
No, el tío estaba bueno y todo se le perdonaba. Incluso la bordería más chulesca e
insolente.
Emily negó con la cabeza. Era como si no pudiesen ver más allá de las apariencias.
Porque además de su legendaria mala leche, si algo había que destacar de Matt
Tanner era su aspecto físico.
Para empezar, medía un metro noventa y estaba fuerte como un toro. Su cuerpo era
atlético, tenía una presencia que imponía y era dueño de unos rasgos marcadamente
masculinos.
Las demás chicas solían decir que bastaba que aquella mirada se posara sobre ti
para que una sintiera que de pronto se le aflojaban las piernas.
A ella en cambio aquella mirada de ojos azules la hacía sentir incómoda. Se sentía
indefensa, como la presa de un animal salvaje. Le costaba mucho mirarle a la cara,
aún después de tantos meses de trabajar junto a él, y siempre acababa apartando la
vista sin poder evitarlo.
¡Le fastidiaba tanto no poder sostenerle la mirada sin romper a sudar o ponerse
como un tomate!
Las pocas veces que se dirigía a ella por su nombre la llamaba “señorita Williams”.
Aún recordaba con escalofríos la vez que a ella se le ocurrió llamarle por el
nombre, en un intento por añadir algo de calidez a la áspera relación profesional.
Todo lo que él hizo en aquella ocasión fue quedarse mirándola con el gesto torcido
como si Emily acabara de echarle vinagre al café.
Se puso tan nerviosa que comenzó a tartamudear unas disculpas incoherentes mientras
retrocedía hasta la puerta y salió de allí pálida como la muerte mientras se juraba
que no volvería a cometer un error tan estúpido.
Así pues, tenía claro que el Tirano Tanner no era su estilo de hombre.
Lo dudaba.
Emily casi no tenía experiencia con chicos. Pero una cosa era cierta, siempre le
habían gustado más los tímidos que los chulos, más los introvertidos que aquellos
que salían de marcha de viernes a domingo, pues los primeros solían ser más
respetuosos, más compatibles con ella.
Pero aunque Matt Tanner era célebre por su conducta de niño terrible, en la oficina
era otra persona, serio y parco, pues la máxima por la que regía su vida
profesional siempre había sido no mezclar jamás el trabajo con el placer.
Esa era probablemente la única virtud que Emily podía reconocerle a su jefe.
Quizás por eso se pasaba horas dándole vueltas a la cabeza y preocupándose de todo
en vez de dedicarse a vivir.
Si por ella fuera, no dudaría en dejarlo todo para marcharse a vivir en el medio
del bosque, rodeada de libros y animales, pensó mientras una sonrisa soñadora
jugaba en sus labios.
En cuanto a su trabajo, no quedaba más remedio que apechugar. Podía pasar del
sarcasmo de sus compañeras, pero desgraciadamente no podía ignorar a su jefe.
Según aquellos que le conocían de tiempo atrás, Matt Tanner continuaba siendo tan
rebelde como a sus veinte años.
Emily hizo una mueca pensando que trabajar con él no le había traído más que
dolores de cabeza con algunas satisfacciones esporádicas, aunque muy pocas la
verdad.
¿Por qué entonces seguía tolerándole? ¿Por qué continuaba soportando sus gritos y
su constante mala leche?
Además, pensaba que los desplantes de su jefe no eran más que el precio que alguien
como ella debía pagar por permanecer en un sitio tan encumbrado como este a pesar
de sus pobres cualificaciones.
Se lo había ganado.
Y por más que todo fuese a peor, se aferraría con uñas y dientes a lo que tenía.
Era su única esperanza de salir alguna vez del pozo en el que se encontraba hundida
hasta el cuello.
La vida le estaba dando una segunda oportunidad y aun cuando debiera sacrificarse y
tragar bilis, no estaba dispuesta a dejarla escapar.
Solo tenía que sobrevivir un tiempo más, el tiempo suficiente para dar un vuelco a
su vida.
Para colmo, pensó haciendo una mueca, en los últimos días su jefe había estado más
insufrible que de costumbre.
Ja, ja, muy gracioso, y los unicornios existen y se tiran pedos de colores, se dijo
burlándose de sí misma.
De todas maneras él nunca se lo diría y Emily era incapaz de adivinar qué pasaba
por su mente. Su jefe era un tío demasiado cerrado y misterioso.
De una forma u otra, lo único seguro era que acabaría desquitándose con ella,
concluyó arrugando el ceño.
En ese momento las puertas del despacho se abrieron de par en par y Emily se irguió
en su asiento.
¡Alerta de tsunami!
Tanner estaba de pie en el vano de la puerta con las manos en la cintura y los
labios apretados. Llevaba un traje gris entallado que le iba como un guante y
resaltaba los anchos hombros y su estrecha cintura.
Emily tragó saliva anticipando la explosión de mal humor que seguramente tendría
lugar a continuación.
—Anderson quiere que te eche a patadas —le soltó sin anestesia y Emily abrió los
ojos como platos.
—¿Perdone, señor?
—Me ha dicho que lleva días tratando de pedir una cita de urgencia y que mi
asistente se rehusa a hacerle un hueco. ¿Es eso verdad?
Emily no sabía qué decir. Recordaba las llamadas insistentes del abogado de Tanner,
pero ella no se había rehusado a concertarle una cita. Al contrario, había tratado
de ayudarle lo mejor posible teniendo en cuenta que las órdenes de su jefe habían
sido claras: respetar la agenda de la semana a rajatabla y no programar nuevas
citas. Sin excepciones.
El abogado se había negado cada vez con un gruñido anitpático volviendo a insistir
que tenía que hablar con su cliente ahora mismo.
Emily apartó los ojos de la pantalla para mirar a su jefe, que la observaba con el
ceño fruncido.
—¿No piensas decir nada en tu defensa? —le preguntó él con su voz grave y profunda
de barítono.
—¡A mi despacho!
—A mi puto despacho he dicho —repitió bajando el tono de voz pero recalcando las
palabras como si le hablara a una sorda.
A Emily le corrió un escalofrío por la espalda pues ese tono de voz solo lo
empleaba cuando se cabreaba. Y por la forma en que masticaba las palabras con
rabia, Emily supo sin ninguna duda que estaba en problemas.
Antes de entrar en la oficina de su jefe echó un vistazo hacia atrás para comprobar
si había alguien mirándola. Por suerte la mayoría de empleados de la planta había
salido ya.
Resignada siguió a su jefe y lentamente cerró la puerta tras de sí. Sintiendo que
le faltaba el aire cruzó la sala y se detuvo ante el imponente escritorio de unos
cinco metros de largo.
El señor Tanner revisaba unos papeles como si ella no estuviera allí. Emily
permaneció con la vista clavada en la punta de sus sandalias y respirando con
agitación mientras aguardaba la reprimenda.
Cuando al fin su jefe se dignó a mirarla, Emily enderezó la espalda. Sus ojos
azules la atravesaron de parte a parte y ella gimió al darse cuenta que estaba
sudando a mares.
—¿Sabes qué? —dijo él ladeando la cabeza—. Estoy hasta aquí de tus metidas de pata.
—Lo siento, señor, pensé que esta semana no quería recibir a nadie más.
—No quiero que recargues mi agenda con citas estúpidas, no que les cuelgues a mis
abogados.
Emily estuvo a punto de decir que había tenido una semana fatal, pero prefirió
cerrar el pico pues todo lo que podía decir en su defensa iba a sonar a que se
estaba inventando excusas.
Era cierto que la semana había sido particularmente difícil para ella, pero no iba
a echar mano de sus problemas personales para salvarse de esta.
—Señor, asumo mi error. Debería haber estado más atenta. Lo siento, pero le prometo
que a partir de ahora...
—Es tarde para promesas. ¿Sabes de qué quería hablar Anderson conmigo?
—Del Grand River Group… una nadería probablemente—dijo irónico y luego hizo un
silencio elocuente para dejar que sus palabras resonaran en la estancia.
Al oír aquello Emily abrió los ojos como platos sintiendo que entraba en pánico. El
Grand River Group era la cadena hotelera más grande de Riverside y una de las
principales del país. Lo que Emily sabía de ellos era que el señor Tanner había
luchado con uñas y dientes para conseguir ese contrato que, fuera de los contratos
gubernamentales, era el nivel más alto al que una empresa de servicios de seguridad
podía aspirar.
—Pues… que es nuestro cliente más grande —dijo insegura acerca de a donde quería
llegar su jefe con esto.
—Eso no tiene ningún sentido… Tenemos un contrato con ellos. ¿Por qué harían una
cosa así?
—Tampoco a mí, pero ten por seguro que voy a averiguar todo acerca de ese hijo de
puta.
Emily dio un respingo al oír aquel taco pero enseguida volvió a reponerse.
Para que Tanner se pusiera así el lío debía ser gordo, se dijo preocupada.
Tras pensar en aquello durante unos segundos, decidió ser lo más directa posible.
Ambos se miraron hasta que Emily debió apartar la vista incapaz de soportar la
fuerza de esas pupilas azules.
—Peor que eso —dijo Tanner soltando el aire a través de los dientes apretados.
¿Peor?, se preguntó Emily alarmada. ¿Qué podría ser peor que un cambio inesperado
en la cuenta del cliente más grande que tenían?
—El cabrón ha decidido cortar relaciones con nosotros —dijo Tanner levantándose de
su butaca y empezó a pasearse nerviosamente de un lado a otro.
Mierda, se dijo Emily abriendo los ojos con sorpresa. Esto era serio de verdad.
—El nuevo accionista no puede cortar relaciones sin más… —dijo Emily tratando de
comprender—. Al menos debería haberle alertado de algo así.
—El cabrón ha estado evitándome. Se rehusa a hablar conmigo —el señor Tanner rió
sacudiendo la cabeza—. Todo el asunto es absurdo. Sigo pensando que debe de haber
un puto malentendido, o una mano negra que no alcanzo a ver… —añadió casi en un
susurro, más para sí mismo que para ella.
Aun así, que el mandamás de uno de los conglomerados hoteleros más grandes del país
le rehuyera de ese modo era cuanto menos sospechoso.
Hacía tiempo que Emily no le veía tan agobiado. De hecho, pensó que nunca le había
visto preocupado de verdad.
De mal humor y cabreado, pues eso sí, era el pan nuestro de cada día. ¿Pero
agobiado por un problema que no podía resolver?
Dando un paso adelante colocó los dedos sobre el borde del escritorio para llamar
su atención.
—Señor —dijo con un leve temblor en la voz—, si lo desea puedo intentar ponerme en
contacto con la secretaria del accionista y hacer lo posible por conseguirle una
entrevista.
—No te molestes, no te atenderá —dijo sin siquiera darse la vuelta para mirarla.
Emily frunció el entrecejo tratando de entender. ¿Por qué no iba a atenderla? Esto
no tiene ni pies ni cabeza, se dijo.
—De hecho, sí que hay algo que podrías hacer por mí.
Emily le miró expectante. Los ojos azules se llenaron de malicia y Tanner la señaló
con un dedo.
—Lo siento, de verdad —balbuceó sintiendo las mejillas más calientes que nunca.
Percibió que Tanner rodeaba el escritorio para acercarse a ella y nerviosa tragó
saliva sin atreverse a levantar la vista.
—Arreglar esto no solo va a costarnos una pasta. Podría costarle a Tanner Security
su futuro.
Su jefe le hablaba con sus labios pegados casi sobre su oreja y a Emily se le erizó
el vello de los brazos. Nerviosa movió el peso de su cuerpo de un pie al otro y
retorció sus manos.
—Le prometo que no volverá a ocurrir, no volveré a cometer el mismo error —musitó
insegura.
Su jefe resopló.
—¡Se lo juro! La próxima vez tomaré más recaudos —dijo en tono lastimero y alzó la
vista para mirarle.
Su jefe meneó la cabeza de lado a lado y dio otro paso hacia ella colocándose
demasiado cerca. Emily sintió una especie de electricidad cuando la chaqueta de
pana gris rozó la piel desnuda de su brazo.
Su jefe estaba a tan pocos centímetros de ella que hasta podía oler el ligero aroma
mentolado de su loción para después del afeitado.
—Tal vez no haya próxima vez —le dijo su jefe inclinándose sobre ella.
Esa respuesta bastó para desestabilizarla. Dio un paso hacia atrás y sin saber cómo
perdió el equilibrio. Al instante sintió que tropezaba y comenzó a mover los brazos
con desesperación sabiendo que no podría evitar la caída.
Cerró los ojos esperando el golpe inevitable contra el suelo cuando algo la sujetó
en el aire. Al parpadear se encontró con la mirada preocupada de su jefe. Miró a su
alrededor antes de darse cuenta que él la sostenía en sus brazos.
Entonces volvió a mirarle a la cara sintiéndose abochornada. Jamás había estado tan
cerca de su jefe y se miraron durante unos segundos más hasta que Emily se armó de
valor para romper el incómodo silencio.
—Gracias.
—La próxima vez ten más cuidado. Podría no estar para salvarte.
—Como usted prefiera —murmuró al fin y durante unos instantes se quedó allí parada
sin saber qué más decir.
—Sí, señor.
Se dejó caer en su silla con un gemido. ¿Y ahora qué?, se preguntó a la vez que
echaba un vistazo a su escritorio lleno de papeles, a su ordenador lleno de
pegatinas y a su taza llena de café frío.
Con una mano descolgó su bolso del respaldo de la silla, aquel bolso de lanilla que
la hacía verse como una hippie de los años sesenta, se puso en pie y a
regañadientes guardó sus cosas para irse a casa. No regresaría a trabajar hasta el
lunes. Aquello debería darle un respiro. Sin embargo, estaba lejos de sentir ese
alivio. Se miró durante unos instantes en el espejo del ascensor antes de desviar
la vista al suelo con una mueca de disgusto.
No le gustaba su imagen, pero esa no era su prioridad, se repitió por enésima vez.
Tras empujar la gran puerta giratoria salió del moderno rascacielos que albergaba a
Tanner Security. Se cubrió del sol como un vampiro hasta que sus ojos se
acostumbraron a la luz. ¡Al fin volvía a ver la calle después de tantas horas de
encierro!
Distraída por el ruido ensordecedor del tráfico y algo atontada por el inusual
calor de finales de abril, echó a andar rumbo a la boca del metro cuando oyó unas
risas a su lado.
Emily se volvió sobresaltada para ver a una mujer delgada y rubia que sentada con
sus largas piernas cruzadas la miraba con una sonrisa chulesca en los labios. Tardó
un rato en reconocer a Caroline. Enseguida llegaron las otras dos rubias platino
desde el interior del local con unos botellines de cerveza y unos sándwiches.
¡Jolín, lo que faltaba! Encontrarse a las Urracas tomándose una caña en la terraza
del restaurante de la esquina. Debía haberlo adivinado. Podría haber cruzado la
calle y evitarse el disgusto.
Como buenas aves de rapiña, tenían un olfato perfecto para detectar cuando una se
sentía más vulnerable y enseguida atacaron.
—¡Mirar esa carita de sufrimiento! —le dijo Caroline a las otras dos—. Me juego el
pellejo a que el jefe le ha echado la bronca.
¡Toma ya! pensó sonriendo mientras se acomodaba el bolso al hombro. Antes de que
las Urracas pudieran volver a chillar, se despidió deprisa.
Las tres la siguieron con la mirada con un gesto de evidente frustración y Emily
sonrió para sí felicitándose por no haber caído en su trampa.
Las Urracas se quedarían con hambre de nuevo. Al menos eso le servía de consuelo.
Emily cogió el metro tan sumida en sus pensamientos que llegó a casa casi sin
enterarse de que habían transcurrido esos veinte minutos de viaje. Solo cuando
abrió la puerta de su apartamento volvió en sí al encontrarse una hoja de papel que
al parecer le había metido por debajo de la puerta el portero de su edificio.
“A eso de las cinco ha estado un caballero preguntando por usted. Un tal Horace
Vernon”.
La deuda.
Ese fue el primer pensamiento que se le vino a la cabeza. Vernon querría hablarle
sobre la deuda de su padre. Que por cierto ahora era suya.
Se dio prisa en encender el móvil y vio que tenía varias llamadas perdidas y un
mensaje. Su política era no encender el móvil hasta después de la cena para que la
comida no le sentara mal, pero este era un asunto de fuerza mayor.
“Señorita Williams, necesito hablar con usted. Es urgente. ¿Cuándo podemos vernos?”
El anciano había atravesado medio país para venir a verla. ¿Qué otra cosa podía
hacer?
Inspirando por la nariz se obligó a responder:
Apenas tuvo tiempo de darse una ducha rápida y cambiarse de ropa. Estaba tan
nerviosa que se chocaba con las puertas de los armarios, y cuando oyó el timbre se
sobresaltó como si hubiera sonado un disparo.
Al abrir la puerta vio al abogado, pero casi no le reconoce con aquella barba
canosa y apoyándose sobre un bastón de madera. Se le veía bastante desmejorado,
como si hubiera envejecido diez años en apenas unos meses.
Atónita deslizó su dedo índice por las cifras de locura que mostraban las facturas
impagas. Eran cantidades exorbitantes que ella no podría pagar ni trabajando diez
años seguidos sin vacaciones.
—He hablado con los acreedores, ¿sabe? He tratado de apelar a su sentido común. Les
he dicho que era natural que a una jovencita como usted le resultara difícil
afrontar semejante compromiso financiero, pero es me temo que es muy difícil hacer
entrar en razón a esta gente.
La forma en que el abogado dijo aquello hizo que le corriera un escalofrío por el
cuerpo. Se imaginó a unos matones esperándola en su portal para amenazarla
blandiendo bates de béisbol frente a sus narices.
—Lo máximo que he logrado —continuó— es que algunos de ellos ofrecieran un plan de
pago en plazos.
—Quédese con la carpeta, por favor, que tengo copia de todos los documentos.
Emily miró la carpeta frunciendo los labios preguntándose qué narices iba a hacer
ella con todos esos papeles. Al ver su gesto de desesperación el abogado se
apresuró a decir:
—Le aseguro que he intentado poner las cosas en orden y demorar los pagos todo lo
posible.
—Pero con eso no basta, ¿verdad?
El abogado añadió que pensaba quedarse en Riverside durante tres días más
atendiendo otros asuntos. Si deseaba volver a quedar para discutir un plan de
acción, él estaba más que dispuesto a ofrecerle su ayuda.
Antes de despedirse, Vernon la miró por un momento y le colocó una mano paternal
sobre el hombro.
Esto es un desastre, se dijo sorbiendo por la nariz mientras sentía que los ojos se
le llenaban de lágrimas.
Porque lo cierto era que a su vida le faltaba color, como decía su madre cuando
hablaba de la vida de pueblo. Siempre le había faltado color, solo que nunca se
había atrevido a admitirlo. Estaba demasiado ocupada tratando de arreglar los
desastres que su padre dejaba tras de sí a cada paso, hasta que un día se cansó de
ellos y empezó a huir.
Mierda, ¡lo había hecho todo mal! se reprochó limpiándose las lágrimas de la cara
con el dorso de la mano mientras pensaba en sus sueños rotos, en los deseos y
proyectos de futuro que quedarían truncados. En su mente surgió la imagen de
aquella niña pequeña que fantaseaba con casarse algún día con su príncipe azul y
formar una familia a quien cuidar y querer. Había traicionado los sueños de esa
pequeña, se dijo con amargura.
Al ver que no iba a ser capaz de entrar en el portal, se dejó caer al suelo
lentamente hasta quedar sentada contra la pared de piedra. Los sollozos crecieron
en intensidad haciendo que su cuerpo se sacudiera sin control.
Hipando como una niña se dio cuenta de que no lloraba de pena sino de rabia.
Furiosa consigo misma se golpeó las rodillas con sus puños mientras imaginaba que
su padre se levantaba de su tumba para reírse de ella con su típica risa burlona,
repitiendo que por mucho que lo negara, ella seguiría siendo una Williams hasta el
fin de sus días. Y que nunca se libraría de la maldición familiar.
“¿Acaso no recuerdas lo que te he dicho desde que eras pequeña?”, imaginó que le
preguntaba su padre ebrio y casi podía oír su voz espectral.
Emily apretó los párpados llorando con desconsuelo, sintiéndose tan vacía por
dentro como una de las muñecas rotas con las que jugaba en su niñez.
Al oír el sonido de la puerta que se abría de golpe a sus espaldas, Emily cayó en
la cuenta de que estaba haciendo una escena en un sitio público y con las últimas
fuerzas que le quedaban intentó ponerse en pie, pero alguien desde arriba se lo
impidió, poniéndole una mano en el hombro y tratando de ayudarla para que volviera
a sentarse.
—Estás blanca como el papel, cariño —dijo una voz femenina mientras las manos la
guiaban con cuidado para que pudiera apoyar la espalda de nuevo contra la pared.
Emily entornó los ojos arrasados en lágrimas, pero todo lo que podía ver con su
vista empañada era un brazo delgado y moreno lleno de pulseras de colores.
—Venga —dijo la voz—, vamos a esperar juntas a que se te pase. Tranquila, que todo
irá bien.
Emily sorbió por la nariz mientras se enjugaba las lágrimas. Cuando sus ojos al fin
pudieron volver a ver con claridad, reconoció con sorpresa a su vecina del tercero.
Era una chica que al igual que ella debía de rondar los veintipocos. Según
recordaba, habían coincidido varias veces en el ascensor y en el hall del edificio,
pero jamás habían cruzado más que unas palabras de compromiso.
—Lo siento —balbuceó Emily sintiéndose abochornada por no poder controlar sus
emociones.
—Oye, no pasa nada —le dijo esbozando una sonrisa comprensiva—. Todos tenemos
derecho a derrumbarnos de vez en cuando.
Emily respiró unas diez veces seguidas intentando calmarse, pues se moría de la
vergüenza. Ella no era de hacer estas demostraciones y mucho menos en público. Y
además, odiaba que le tuvieran lástima.
—En serio, en un rato se me pasa —insistió—. Voy a estar bien, solo necesito
descansar. Es que no he dormido bien últimamente —dijo en un débil intento por
justificarse.
¿Cómo que con nosotros? Emily miró a su alrededor pero no logró ver a nadie. ¿A
quién más se refería?
En ese momento un coche aparcado unos metros más adelante encendió los faros
haciendo sonar el claxon con la melodía de La cucaracha. La chica miró el coche
durante un segundo y luego se volvió hacia Emily poniendo los ojos en blanco
mientras sonreía divertida.
—Así es. Me llamo Emily —tendió su mano y Claire se la estrechó con una sonrisa de
lo más cálida.
El coche volvió a pitar y Claire miró con impaciencia a sus amigos indicándoles que
aguardaran un momento. Después se volvió hacia Emily con una mezcla de preocupación
y entusiasmo.
—Venga, estoy segura de que te sentará de cine pasar un rato en buena compañía.
Ambas chicas se miraron en silencio y fue en aquel momento que Emily se dio cuenta
de que en verdad no tenía a nadie.
Con un gesto afirmativo de su cabeza decidió que esta noche no podía quedarse en su
triste apartamento.
—De acuerdo, iré con vosotros —dijo mirando a Claire a los ojos y entonces sonrió
por primera vez—. Pero antes debo arreglarme un poco. No puedo salir con estas
pintas.
—No te preocupes por el aspecto —dijo Claire—. Eres de esas chicas a las que todo
le sienta bien, incluso los ojos hinchados y enrojecidos —sonrió guiñándole un ojo
—. Además, ¡no tienes más que mirar mis pintas! Llevo estudiando toda la tarde y ni
siquiera he tenido tiempo de limpiarme las legañas. ¿Lo ves? —dijo abriendo sus
grandes ojos castaños de forma exagerada y enseguida soltó una carcajada tan
contagiosa que pronto Emily se encontró riendo junto a ella.
Sin saber por qué, Emily se sintió más animada. Se puso en pie estirándose la falda
y arreglando sus rizos mirándose en el reflejo de la puerta cristalera.
A lo mejor Claire tenía razón y no lucía tan mal. Además, una noche fuera de casa
le sentaría bien.
—Vale, pero de todas maneras debo subir a por mi bolso, ¿me esperaréis?
Emily sonrió y subió a toda prisa a por su bolso de lanilla, asegurándose de meter
su cédula y algo de dinero.
Antes de apagar las luces de su piso miró de reojo la carpeta que Vernon le había
dejado sobre la mesita del salón. Con un resoplido se inclinó para recogerla y la
guardó en el último cajón del aparador, aquel que jamás abría, pues no quería que
esa carpeta fuera lo primero que viera cuando regresara a casa de madrugada.
Eso era algo que ella jamás hacía. ¿Por qué iba a hacerlo esta noche?
Con el corazón latiéndole con fuerza se montó en el coche junto a aquellos chicos,
sin saber qué le depararía la noche pero con la urgencia de alejarse lo más posible
de su apartamento… y también de su pasado.
Un pasado que se obstinaba en destruir lo poco de su vida que aún quedaba en pie.
CAPÍTULO 2
—¡Me muero! —exclamó la chica rubia llevándose una mano a la boca y enseguida
preguntó a su amiga—. Es Matt Tanner, ¿verdad? ¿El guaperas que sale en las
revistas? ¡Madre mía, que no me lo creo…!
Matt puso los ojos en blanco y resopló mosqueado antes de beberse su vodka de un
trago.
—Te dije que estaba para mojar pan —asintió entusiasmada la morena.
—No me importaría irme con él, la verdad. Y quién te dice, a lo mejor acabo
saliendo en la portada de People —susurró la rubia y las dos amigas se echaron a
reír mientras hacían entrechocar sus copas de champán.
Hablaban lo suficientemente alto para que Matt se enterara de cada palabra que
decían. No podía dar ni dos pasos sin que le reconocieran, y esa situación empezaba
a tocarle los cojones.
Mala noche habían escogido aquellas dos para coquetear con él, se dijo.
Anderson se volvió hacia él con una extraña sonrisa libidinosa y le guiñó un ojo.
El viejo Anderson debía de tener unos setenta años y aún seguía en activo.
—Venga, chico, que esas bellezas son capaces de subirle el ánimo a cualquiera.
Su abogado le dio un codazo y Matt suspiró cansado volviéndose hacia donde señalaba
Anderson con tanta insistencia.
Con aire distraído miró a las chicas que coqueteaban con él y que le sonreían con
descaro. No estaban mal, la verdad. Aunque tampoco eran nada especial.
En otra ocasión quizás se las habría llevado a las dos a su suite privada en el
Four Seasons para desahogar el estrés acumulado del día.
Habría preferido quedarse en casa, la verdad. Mirar el juego de béisbol o leer algo
para tratar de distraerse y no seguir pensando en la putada que estaban a punto de
hacerle.
Últimamente no dormía más de tres horas por noche. Y la noche anterior directamente
no había pegado ojo pensando en cómo se la habían jugado.
En todos sus años de llevar la empresa nadie se había atrevido a desafiarle de esta
manera y aquello le cabreaba de una forma increíble.
Hacía unos cinco años que la empresa de Matt les proveía de un servicio de
seguridad privada premium, con alrededor de cinco mil guardias de seguridad y
custodios con entrenamiento de élite ocupando puestos en los más de ciento
cincuenta hoteles de la cadena.
Jamás.
Ninguna de las otras compañías que pretendían competir con Tanner Security tenían
nada que hacer frente a ellos. Matt y su equipo eran los mejores en su rubro porque
él era un maniático de los detalles, y esa obsesión se la había transmitido a la
cultura de la compañía desde el primer día.
Pues que el magnate Joseph Orwell, el nuevo accionista mayoritario del grupo, se
había hecho cargo del directorio y tenía planeado renovar la cadena dándole un
lavado de cara a su imagen corporativa.
¡Joder, él no sabía perder y no estaba dispuesto a empezar justo ahora que había
cumplido los treinta!
Necesitaba entender qué pasaba por la cabeza de Orwell, la razón por la que se
resistía a hacer negocios con Tanner Security.
Pero por más que se devanaba los sesos, no encontraba una razón que justificara la
suspensión del contrato ni semejante hostilidad hacia su empresa.
Ellos nunca habían sido enemigos, ni siquiera habían competido en el mismo sector.
Matt apenas conocía el nombre de Joseph Orwell de leer los diarios financieros y
jamás le había visto en persona.
Por muchas vueltas que le diera al asunto, no comprendía qué cojones estaba
ocurriendo.
Era por eso que había quedado con Anderson en esta terraza de moda. No era su
estilo mezclar el trabajo con el placer, pero esta noche le apetecía tomarse unas
copas mientras trataba de resolver sus problemas.
Por primera vez en años sentía que le tenían atado de pies y manos. No era una
sensación a la que estuviera habituado y no le agradaba en absoluto.
Matt era un hombre de acción, siempre lo había sido, pero esta vez no tenía un
plan.
Apuró su vodka apretando el vaso más de la cuenta y miró a Anderson con firmeza.
El abogado resopló.
—¿Por qué coño está haciéndome esto? ¿Por qué se ha metido conmigo?
Molesto por su actitud se cruzó de brazos y miró a Anderson con el ceño fruncido.
Matt no desconocía que el bufete de su abogado tenía como cliente al directorio del
Grand River Group, y por lo tanto a Orwell y a los demás accionistas. Tampoco
desconocía que les unía un contrato de confidencialidad.
Pero tanto Anderson como él sabían muy bien que la familia era más fuerte que los
negocios. Anderson no era estrictamente familia, pero casi. Era un amigo de años,
el único que había logrado la hazaña de ser amigo de sus padres y de él al mismo
tiempo.
Eso significaba que le debía más lealtad a él que a cualquier cliente, pues el
vínculo que les unía era más fuerte que una mera relación profesional.
¡Joder, si entre ellos no había secretos porque se andaba con tantos rodeos!
Matt dio un golpe con la mano abierta sobre la superficie de la barra con la
intención de sacar a Anderson de su estupor.
—Vale, vale, tampoco es para que te pongas así. ¿Por qué no te relajas? Alguna vez
tienes que desconectar de tanto…
—¡Y una mierda! —vociferó masticando las palabras con rabia y echando chispas por
los ojos.
¡Estaba harto de que todos le dijeran que tenía que desconectar! ¿Cómo cojones se
supone que iba a desconectar sabiendo que el cliente más grande de su empresa
estaba a punto de tirar por la borda una relación comercial de años para irse con
la competencia?
El local estaba a tope y el calor empezaba a ser sofocante, pero Matt sabía que su
abogado sudaba más por los nervios que por otra cosa, y eso le preocupaba.
—Te diré lo que he oído —dijo Anderson al fin—, pero prométeme que no harás una
locura.
Tras decir aquello el abogado hizo una pausa, mirando a su cliente con expresión
asustada.
Matt levantó una ceja y se le quedó mirando, pensando si acaso le había oído mal.
—Lo que oyes. He sabido de buena fuente que las negociaciones para un nuevo
contrato están avanzadas. Meyer podría convertirse en tu reemplazo antes de que
termine el mes.
Matt se puso en pie furioso y dio otro golpe sobre la mesa, esta vez con las dos
manos, haciendo temblar las copas.
—¡Ese traidor hijo de puta! Te juro que como le vuelva a ver le voy a retorcer…
Anderson se levantó a su vez y le colocó una mano paternal sobre el hombro.
—Tú no vas a hacer nada de lo que te puedas arrepentir —dijo suavemente, pero Matt
se zafó de su agarre y se apartó de él llevándose las manos a la nuca y apretando
la mandíbula.
¡Detestaba a Meyer!
¿Que emplearía los mismos estándares de control y calidad que empleaba él?
Matt se mofó.
—¿Impulsivo? ¡Ja! ¿Impulsivo dices? ¡Soy un cabrón efectivo! que es muy distinto.
—Si tú lo dices.
El viejo Anderson sabía hasta donde podía tirar de la cuerda con Matt, aunque a
veces se pasara cuatro pueblos.
Matt cerró los ojos durante un momento y se apretó los párpados con dos dedos. De
pronto una imagen se dibujó en su mente. Se vio a sí mismo de niño sentado en un
rincón alejado del parque de su antigua casa. Matt volvió a abrir los ojos con
brusquedad. No quería regresar a esa época de su vida. En cambio posó su mirada en
el abogado que en ese momento bebía su whisky.
El viejo Anderson le había visto crecer y hacerse hombre, le había visto fundar su
propio negocio y dar el callo para transformarlo en un imperio. El abogado le había
respetado y había confiado en él cuando nadie más lo hacía, y aquello era algo que
Matt se lo reconocería siempre.
Pero no por ello olvidaba que también Anderson había sido el principal socio y
amigo del hijoputa de su padre. Aquella idea aún permanecía en el trastero de su
mente y hacía que no pudiera confiar al cien por cien en él ni en nadie.
—Lo único que pretendía decir es que tienes que aprender a domar tu temperamento.
Eso es todo.
Estas cosas no se arreglan con la fuerza sino con una cabeza fría.
—El problema es que Orwell evidentemente no sabe lo que hace —protestó—. Se cargará
el negocio y será un puto desastre comercial para todos.
—Matt, me temo que esto va más allá de una mera cuestión de negocios. Y yo diría
que Orwell sabe muy bien lo que hace. Eso es lo más peligroso.
—¿Principios y valores?
—Exacto. Mira, si algo tienes que saber de Orwell es que él no es el típico hombre
de negocios convencional que pondera la ganancia sobre todo lo demás.
—¿Ah, no? —preguntó Matt irónico y luego resopló como si no creyera nada de lo que
su amigo le decía.
—Digamos… que tiene otras prioridades… Y que Meyer igual caza mejor con ellas.
—¡Y una mierda! —vociferó Matt pasándose una mano por el pelo alborotado y
adelantando su cuerpo de forma amenazante—. ¿Vas a decir ahora que Meyer es mejor
que yo?
—En absoluto. Jamás diría algo así. No hay punto de comparación entre vosotros. Tú
eres un gran empresario y Meyer… bueno, Meyer es apenas un oportunista más. Pero lo
que sí diré es que, al menos en estos momentos, él tiene una clara ventaja sobre
ti.
—Una clara ventaja —repitió Matt mofándose y después de cruzarse de brazos añadió
ceñudo—. Ilústrame, si eres tan amable. ¿Cuál vendría a ser esa “clara ventaja”?
—Que Meyer es un hombre de bajo perfil. El típico padre de familia con una vida
equilibrada, un matrimonio estable y sobre todo, con una reputación intachable.
—¿Y eso qué cojones importa? ¡Que Meyer sea un ciudadano modelo no quita que sea un
incompetente en lo profesional!
Anderson suspiró y miró a Matt a los ojos con una extraña expresión.
—Veo que aún no lo entiendes —dijo y acto seguido levantó su maletín del suelo y lo
abrió sobre la mesa—. Mira esto —sacó una hoja de papel impresa con membrete del
Grand River Group y se la enseñó—. Este memo ha estado circulando durante el día en
las oficinas corporativas.
“Como sabéis, los intereses morales de la compañía han entrado en conflicto con los
del Director Ejecutivo de Tanner Security.”
“Por eso es que a partir de ahora nos proponemos una nueva política corporativa:
volver a nuestras raíces y honrar la tradición. Sentimos tener que desvincularnos
de un socio tan importante para la compañía. Pero es imposible que un grupo como el
nuestro pueda seguir creciendo a contramano de sus principios. Es por eso que el
nuevo directorio se ha propuesto hacer cumplir nuestro lema original: La integridad
espiritual y los valores familiares ante todo.”
Matt torció la boca con incredulidad y levantó la vista del documento para mirar a
Anderson. Estaba perplejo. Lo último que se esperaba era encontrarse con una
chorrada así.
—Es evidente que tienes un problema de imagen —aseveró Anderson mirándole a los
ojos—. Debes admitir que tu reputación no es la mejor.
Matt bufó.
—Es que es la verdad. ¿No lo ves? Tú y Orwell sois como el agua y el aceite. Para
que este lío se pueda arreglar debéis acercar posiciones. Por su parte, él ya ha
dejado claro a los demás accionistas que jamás se acercará a ti mientras lleves una
vida de...
El abogado suspiró.
Matt se revolvió en su taburete con una expresión asesina en el rostro. ¡Odiaba ese
calificativo!
“Playboy”.
Así solían llamarle los de la prensa rosa cuando le sacaban en las portadas de esas
malditas revistas de peluquería.
Se limitaba a vivir su vida como le daba la gana, pero sin hacerle daño a nadie.
Si no fuera por…
Si no fuera por sus puñeteros padres, se dijo atragantándose con su propio cabreo.
Joder, a sus treinta años aún seguía pagando el precio de ser el único hijo de los
Tanner.
Esto era más chungo de lo que pensaba. Tenía a todo el mundo en su contra y estaba
a punto de perder su empresa. Necesitaba un plan de ataque con urgencia.
—¿Cómo dices?
—Tienes que demostrarle que estás dispuesto a sentar la cabeza —dijo por fin.
—¿Y entonces?
—En serio Matt, tienes que escucharme. La única solución es demostrarle a Orwell
que no eres el mujeriego insensible que pintan los periodistas. Tienes que
demostrar que eres capaz de asumir un compromiso y comportarte con madurez.
—Matt, por favor, escucha mi plan. El asunto es serio pero no tiene por qué ser tan
dramático.
—¿Ah no? —Matt preguntó con un retintín irónico mientras se cruzaba de brazos.
—Claro que no. Basta con que escojas de entre tus “amigas” a aquella que más te
guste.
—Ajá —asintió Matt siguiéndole el juego a su amigo aunque nada convencido por lo
que estaba oyendo—. ¿Y luego?
—¡Una esposa es el único argumento sólido que puedes usar contra un tipo como
Orwell! ¿No te das cuenta? Lo que él desea ver en un socio no es a un canalla
trasnochado, sino a un hombre confiable, ¡a un hombre de familia!
—Un hombre de familia —repitió Matt desencajado como si la sola idea le provocara
retortijones.
—No tienes que amarla, ¡ni siquiera tiene que gustarte demasiado! Solo debes
asegurarte que sea una chica de confianza. La haces firmar un acuerdo prenupcial,
te casas con ella y te muestras públicamente con tu nueva esposa hasta ganar la
confianza de Orwell. Una vez obtengas de nuevo el contrato del River Grand,
despachas a tu amiga y ¡zas! Vuelves a tu vida normal.
Vaya, la idea no era tan descabellada. Después de todo, era como tenderle una
trampa al accionista, se dijo y lentamente esbozó una pequeña sonrisa.
Le gustaba esa idea. Claro que le gustaba. Era un plan algo desquiciado, pero
también bastante astuto.
La pregunta era si un tío como Joseph Orwell que había llegado a hacer fortuna y a
ocupar un puesto tan importante comenzando prácticamente desde cero, sería tan
ingenuo como para caer en la trampa.
—Al menos lo habrás intentado. Piensa que es un sacrificio mínimo que podría
reportarte grandes réditos.
—Mmm… —Matt entrecerró los ojos mientras repasaba mentalmente la lista de mujeres
con las que había salido recientemente.
Era una lista variopinta, para qué negarlo, pero aun así no encontraba entre ellas
una buena candidata para esposa.
Intentó imaginar la clase de mujer que alguien tan chapado a la antigua como Orwell
aprobaría. Tras hacer un esfuerzo pensó en las características de una chica que él
de seguro rechazaría: una persona sencilla, amable, cálida, de su hogar y sobre
todo, nada llamativa.
En fin, una tía aburrida de cojones, concluyó con una mueca de disgusto.
Matt resopló enfadado, se pasó una mano por la cara y giró la cabeza hacia la pista
de baile. Allí la gente se movía al son de la música sin presiones ni
preocupaciones como las que tenía él, y por un momento les envidió.
Matt era consciente de que no le quedaba mucho tiempo para encontrar una solución a
su problema. Si por él fuera ahora mismo se pondría en conferencia con Orwell y con
Meyer para decirles cuatro cosas. Pero no podía dejarse llevar por sus pasiones. En
esto tenía que ser astuto y jugar bien sus cartas.
En ese momento las dos chicas de la mesa de al lado se levantaron de sus taburetes
y pasaron a su lado contoneando las caderas de forma provocativa.
Matt se limitó a seguirlas con la mirada mientras bajaban las escaleras. Distraído
las vio mezclarse con los demás bailarines en la pista mientras se acababa su
vodka. Fue entonces cuando una chica pelirroja y menuda le llamó la atención. Una
chica con faldas de abuela que reconoció al instante.
Contuvo el aliento sin quitarle ojo, pues lo que veía no cazaba con la imagen que
tenía de ella. Joder, nunca la había visto comportarse así. Bailaba como una posesa
mientras un par de tíos a su alrededor la animaban y le daban de beber como si
quisieran emborracharla para luego aprovecharse de ella.
Matt apretó el puño alrededor de su vaso y tuvo que aflojar la presión antes de
hacerlo trizas.
Al oír aquello Matt abrió la boca pero enseguida volvió a cerrarla sin decir nada.
En cambio se quedó mirando un punto en el vacío con expresión ausente, a la vez que
un esbozo de idea iba tomando forma en su cabeza.
Una idea completamente delirante y absurda que solo podía ser fruto de su
desesperación.
Pero al fin y al cabo, se dijo con un atisbo de esperanza, una idea era todo lo que
necesitaba para entrar en acción.
—Ya regreso.
Al llegar a la pista de baile Matt comenzó a abrirse paso entre la multitud. Tenía
un solo objetivo en mente, llegar a ella.
Su corazón se aceleró. ¿Estás seguro de lo que estás a punto de hacer?, se preguntó
sin dejar de avanzar en línea recta.
En ese momento apareció ante sus ojos el cuerpo danzante de la señorita Williams.
Se encontraba a menos de dos metros de distancia y parecía estar disfrutando de la
música perdida en su propio mundo.
* * * * *
Menos mal que Claire había dicho que la salida no sería nada especial.
Madre mía dónde estoy, se dijo Emily con asombro mientras echaba un vistazo
disimulado a los pijos que hacían cola en la acera para entrar en el local.
—Porque han abierto hace poco, regalan cerveza y a las mujeres no nos cobran un
duro hasta medianoche.
—Tías buenas y cañas gratis. ¿Por qué no? —sonrió Jack, el compañero de piso de
Claire mientras entrechocaba un botellín con el otro chico que les había conducido
hasta aquí.
En cambio estaban en un local donde todas las chicas parecían modelos de pasarela.
El ambiente le recordó a las oficinas de Tanner Security y no pudo evitar hacer una
mueca de disgusto, pues empezaba a sentirse otra vez como el patito feo del cuento.
Se notaba que el sitio era un garito de moda pues estaba a tope. Al parecer contaba
con varias salas de baile y una inmensa terraza con DJs que ponían música
electrónica a toda caña.
—No será el sitio más glamuroso —dijo Claire—, pero al menos no nos haremos pipí
encima.
Con cada minuto que pasaba se sentía menos cohibida. Los amigos de Claire eran
simpáticos y la hacían sonreír con sus ocurrencias. Pero es que con Claire se
partía de la risa. Esa chica tenía un humor muy especial que a Emily le encantaba.
Aunque no estaba acostumbrada a beber, aceptó de buena gana las cañas que su vecina
le ponía delante de las narices. Con la primera recuperó un poco la confianza en sí
misma. Con la segunda se le soltó la lengua y comenzaba a sentirse como en casa. Y
tras beberse la tercera, se armó de valor para salir a bailar a la pista junto a
Claire y sus amigos.
Su trabajo en la oficina era tan exigente que solía acabar sus jornadas sin ganas
de nada. Pero en momentos como este, volvía a recordar lo bien que se sentía bailar
y reír libremente.
Cuando volvió a abrir los ojos vio que Jack se había quedado paralizado delante de
ella. Parecía una estatua. Emily le sonrió pensando que estaría bromeando, pero al
ver que no reaccionaba levantó una ceja preguntándose qué narices le sucedía.
Entonces advirtió que el chico tenía una extraña expresión en el rostro, como si
algo le hubiera acobardado.
Confundida se giró y vio que un tipo alto estaba parado detrás suyo. Al levantar la
cabeza y reconocer a su jefe, Emily perdió la sonrisa de inmediato.
—Señor Tanner…
—¿Se puede saber qué cojones haces aquí? —exigió saber él con su típico tono
autoritario.
Nerviosa Emily se volvió hacia Jack, pero el chico había desaparecido dejándola
sola con El Tirano, que no apartaba la mirada de su cuerpo, examinándola de arriba
abajo.
—¿Estás achispada?
Ella negó con la cabeza tratando de mantener la compostura, pero la forma en que su
jefe la miraba le provocó un inesperado ataque de risa.
Emily cuadró los hombros y levantó la barbilla encarándose con él. Empezaba a
sentirse molesta con su forma de interrogarla como si fuera una delincuente.
Tanner ni siquiera parpadeó. En cambio dio otro paso hacia ella, quedando a
centímetros de su cara. Emily bajó el brazo lentamente, sintiéndose intimidada por
su proximidad.
—Eres mi asistente personal, así que sí que es asunto mío. ¡No permitiré que andes
borracha por ahí! Y mucho menos dejaré que cualquiera te manosee.
¡Su jefe tenía el morro de pretender controlar hasta con quien bailaba...!
—Esto es el colmo —balbuceó para sí sin darse cuenta que hablaba en voz alta y sin
pensar en lo que hacía le empujó por el pecho. Su jefe se apartó lo suficiente para
que ella pasara a su lado andando hacia la mesa con grandes zancadas. Pero Emily no
alcanzó a recorrer ni tres metros cuando sintió que la aferraban por la muñeca con
firmeza. De inmediato intentó zafarse del agarre pero la mano era demasiado fuerte
para ella.
—¡Suélteme!
—¿Así cómo?
—¡No estoy borracha! —repitió ella cansada de tener que explicarse por cada cosa
que hacía o dejaba de hacer—. Y además —añadió— si lo estuviera es mi problema. ¡Sé
cuidarme sola!
Su jefe se mofó.
—Ya lo veo… —dijo mirando a su alrededor antes de añadir con voz firme—. No
permitiré que te quedes en este sitio y se acabó.
Su jefe la miró muy serio y Emily sintió que no podía contener la risa. Le brotaban
las carcajadas porque se imaginaba al señor Tanner secuestrándola de allí
cogiéndola por las piernas y levantándola en vilo para luego saltar por una de las
ventanas con ella en brazos.
Aquella ocurrencia le pareció lo más gracioso del mundo y acabó doblada de la risa
en medio de la pista.
Cuando al fin notó que estaba haciendo el ridículo y que su jefe se la había
quedado mirando con cara de preocupación, se enderezó tratando de adoptar una
actitud algo más normal.
Vale, reconocía que estaba algo más que achispada y posiblemente estuviera quedando
como una idiota ante su jefe, ¡pero en ese momento le importaba un pepino!
Emily parpadeó mirando la mano morena de su jefe envolviendo su pequeña mano blanca
y contuvo la respiración al ver que entrelazaba sus dedos con los suyos. De
inmediato sintió una corriente eléctrica subiéndole por el brazo y recorriéndole el
cuerpo entero. El corazón le dio un vuelco y el pulso se le disparó alocadamente.
Jolín, pensó con una sonrisa aturdida, ¡le gustaba que el señor Tanner la tocara
así!
—Eh… no me puedo marchar, estoy con mis amigos —protestó débilmente mientras un
nuevo pensamiento cruzaba por su mente. Un pensamiento que la perturbó sobremanera.
Al darse cuenta de ello, se quedó muy quieta mirando al Tirano con la boca abierta.
¡Madre mía, en verdad debía de estar borracha como una cuba!
—Me da igual con quien estés, si con tus amigos, con tu novio o con el Papa
Francisco. A partir de ahora estás bajo mi cuidado y te vienes conmigo sin
rechistar.
Los ojos de Emily se abrieron como platos ante aquellas palabras. Nunca le había
visto así, tan… tan…
Posesivo.
Solo cuando su jefe tiró de ella para sacarla de la pista, Emily consiguió salir de
su estupor.
—Más daño te haces a ti misma bebiendo como un marinero —contestó Tanner severo.
Ella jadeó indignada pero de todos modos le siguió. Mientras atravesaban la pista
Emily se pasó la mano libre por la frente y se dio cuenta que sudaba a mares.
Estaba muerta de sed y miró alrededor. Al ver que un camarero pasaba cerca de ella
estiró la mano para pillar una copa de champán que se bebió de un trago.
Cuando su jefe se percató de lo que hacía, se frenó en seco y la reprendió con una
de sus miradas asesinas. Emily se echó a reír otra vez sin saber por qué lo hacía y
él se limitó a mirarla como si fuera un caso perdido.
Emily intentó protestar pero el señor Tanner le puso un dedo sobre la boca para
hacerla callar. Ella tragó saliva al sentir el contacto de su piel sobre sus
labios, pero su jefe no le dio tiempo a nada pues volvía a tirar de ella,
forzándola a seguir su ritmo en medio de la muchedumbre.
Rio para sí sintiendo que se estaba divirtiendo como nunca. Le gustaba hacer
enfadar al señor Tanner. Además, no podía negar que era guay que su jefe se
preocupara así de ella.
Salieron de la pista y subieron unas escaleras que llevaban a otro salón, mucho
menos poblado que el de la planta baja.
Se percató de que varias personas les miraban. ¿Pensarían que ella era su novia o
algo así? Después de todo iban cogidos de la mano.
Le divertía pensar que podrían confundirles y pensar que eran una pareja.
Suspirando negó con la cabeza. Definitivamente había bebido demasiado.
—No te muevas de aquí —le ordenó su jefe mirándola con fijeza—. Ahora regreso.
Emily respiró hondo y al sentir que se tambaleaba se sostuvo con una mano sobre el
asiento de un taburete vacío. La chica y el chico que estaban sentados a esa mesa
la miraron como si estuviera loca. Emily les sonrió pero ellos apartaron la vista
incómodos. Entonces se encogió de hombros. Que les jodan, pensó volviendo su
atención al señor Tanner, que unos metros más allá hablaba con un hombre bastante
entrado en años.
Emily tardó unos momentos en reconocer a ese hombre como el señor Anderson. ¡El
chivato que la había acusado de no querer pasarle la llamada a su jefe!
Emily esbozó una sonrisa traviesa y empezó a reírse sola al anticipar la cara que
pondría el abogado al verla aparecer de repente. Caminando de puntillas y muy
sigilosamente se acercó procurando no dejarse ver, y solo cuando estuvo a medio
paso de ellos les sorprendió de pronto señalando con un dedo acusador al abogado.
El señor Tanner miró a Emily con una sonrisa de lado que marcaba sus hoyuelos.
Ella se sonrojó sin saber por qué y vio que su jefe se volvía hacia Anderson con un
extraño brillo en los ojos.
—Pronto lo verás —fue todo lo que dijo antes de coger a Emily por el brazo para
llevársela de allí como si algo le urgiera.
Emily intentó protestar al ver que su jefe enfilaba hacia la salida. Hizo una mueca
de decepción. ¡No es justo! se dijo. ¡Por una vez que se estaba divirtiendo!
—¿Ahora qué?
—Estás borracha.
Su jefe se pasó una mano por la cara. Evidentemente estaba perdiendo los papeles y
Emily lo estaba disfrutando como una enana.
El señor Tanner resopló y se giró para señalar unos metros más allá hacia la puerta
rebatible que ponía EXIT.
—Escúchame bien, ¿vale? —dijo cogiéndola por la nuca y mirándola a los ojos con sus
ojos azules—. Esto es importante. Detrás de esa puerta hay un enjambre de paparazzi
esperando a por mí.
—¿En serio?
—Pues… —Emily no sabía qué decir, la verdad. La había cogido por sorpresa y se
quedó mirando la puerta como si detrás de ella se escondiera un cocodrilo.
—Por supuesto —dijo sin estar segura de lo que la aguardaba del otro lado de la
puerta.
—Perfecto —dijo el señor Tanner y empujó la pesada puerta de metal para arrastrarla
fuera del garito.
Estaban bastante lejos, al final de la rampa de salida, pero como una jauría de
perros hambrientos que de pronto hubieran olfateado a su presa, echaron a correr
hacia ellos.
Desesperada Emily trató de regresar por donde habían venido, pero su jefe la apretó
con fuerza pegándola a su cuerpo.
A medida que los paparazzi se acercaban Emily empezó a distinguir sus caras y las
cámaras fotográficas con grandes teleobjetivos que les colgaban del cuello.
Al ver que no tenía más remedio que seguirle la corriente, Emily trató de poner su
mejor sonrisa.
Los paparazzi se abalanzaron sobre ellos justo cuando su jefe estaba por abrir la
puerta de su deportivo rojo. El Tirano se veía relajado y cuando los flashes de las
cámaras comenzaron a dispararse con furia, él se limitó a decir en una voz
conciliadora:
—Caballeros, ha sido una noche larga, así que por favor, es tarde y queremos
regresar a casa.
¿Queremos? ¿Regresar a casa? A Emily algo en esa frase le sonaba de lo más extraño.
Sonaba casi como si…
Emily parpadeó confundida. ¿Le había oído bien? ¿Acaso le había llamado cariño?
—Eh, estoy… sí, claro, estoy bien —balbuceó tratando de mantener su sonrisa
mientras miraba de reojo a los paparazzi que volvían a acercarse como moscas a la
miel.
—Mejor, porque como te toquen un pelo soy capaz de matarles —dijo el señor Tanner
con tono amenazante mirando directamente al fotógrafo fanático de los Mets.
A partir de ese momento los fotógrafos mantuvieron la distancia, pero aún así no
dejaron de hacer fotos a un ritmo frenético.
En un momento el señor Tanner le acarició una mejilla y Emily frunció los ojos
desconcertada.
—Tranquila —susurró él con una voz casi hipnótica y Emily fue incapaz de resistirse
a su caricia.
Fue entonces que su jefe se inclinó inesperadamente sobre ella y le dio un suave
beso en los labios. No fue más que un roce ligero, pero Emily no pudo evitar que se
le erizara la piel y el corazón empezara a latirle a mil por hora.
—¡Venga, otro beso, pero si puede ser esta vez mirando a cámara!
Su jefe se volvió hacia ella con una sonrisa maliciosa y Emily pegó un bote cuando
la sujetó por la cintura para atraerla hacia su cuerpo.
—No tengas miedo —murmuró él a la vez que miraba sus labios con sus ojos rasgados
más sexis que nunca.
Emily no pudo dejar de mirar aquellos ojos mientras sus labios volvían a
encontrarse por segunda vez. Entonces los cerró y solo pudo oír el ruido
ensordecedor de los flashes que se multiplicó al instante.
Pero Emily apenas les prestaba atención. Estaba sumergida en la sensación de aquel
beso. La boca de su jefe empujaba contra la suya, una boca demandante y voraz que
le quitó el aliento.
El beso se tornó tan apasionado y profundo que la nariz de Emily se dobló contra el
pómulo del señor Tanner.
Madre mía, sus cuerpos estaban tan cerca el uno del otro que podía sentir los
músculos tensos y marcados de la tableta de chocolate de su jefe a través de su
camisa de lino.
Esto no está bien, se dijo Emily presa del pánico tratando de apartarse del señor
Tanner, pero enseguida sintió una mano sobre la nuca atrayéndola de nuevo hacia la
boca de él.
Jo, esto sí que era un beso de verdad. ¡Un beso de verdad con su jefe!
Emily respondió al beso casi por instinto, sintiendo que el mundo de pronto se
detenía en su eje. Todos los ruidos del ambiente se apagaron al unísono. En la faz
del planeta solo quedaban ella y él, ambos envueltos en una extraña burbuja, como
si de verdad estuvieran separados de todo lo demás.
Casi sin aliento Emily movió su lengua como mejor podía. Pero su jefe parecía
quemarla con cada una de sus caricias. Estaba sofocada y como siguieran así durante
un minuto más acabaría derretida en un charco de agua.
¡Que alguien me pellizque, por favor!, se dijo atónita pues era imposible que esto
fuese más que un sueño.
Emily no supo cuánto tiempo transcurrió ni si los paparazzi seguían allí, lo único
seguro era que ella ya no estaba borracha.
Antes de romper el beso su jefe se apartó apenas unos centímetros para capturar su
labio inferior y sonreír seductoramente.
Emily entornó los ojos y vio que sus dientes blancos y cuadrados la mordisqueaban
suavemente primero, y luego con más fuerza. Se aferró de sus hombros emitiendo un
quejido mientras se perdía en el azul de sus pupilas. No sintió dolor, solo un leve
pinchazo aquí y allá, y luego el escozor placentero que se esparcía por todo su
cuerpo.
Emily se sentía fuera de este mundo, fuera del tiempo y el espacio, y solo
consiguió volver en sí cuando su jefe enderezó la espalda para encararse con los
paparazzi como si lo que acababa de hacer fuera lo más natural del mundo.
Y entonces la burbuja que les envolvía como un capullo estalló y el mundo volvió a
acelerarse.
Emily oyó de nuevo a los ruidosos paparazzi con sus cámaras, que seguían allí tan
firmes como antes.
Esto no está bien, se dijo sintiendo una alarma creciente en su interior. Besarse
con su jefe no era lo correcto, ni sobria ni borracha. ¡No tenía excusas!
Ahora su beso iba a aparecer en las revistas y en todos los sitios de internet.
¡Incluso en la televisión!
Mil preguntas cruzaron por su mente. ¿Qué iban a pensar en la oficina al enterarse?
¿Qué dirían las Urracas?
Madre mía, ¡fijo que le harían la vida imposible por haberse atrevido a besar al
señor Tanner!
Fue entonces que Emily lo entendió todo como si se lo hubiesen puesto delante de
las narices negro sobre blanco.
Furiosa apretó los puños al darse cuenta de lo que estaba sucediendo aquí.
No hacía más que actuar ante las cámaras. ¡Todo era una interpretación, una
charada!
A medida que oía sus palabras mentirosas Emily fue sintiendo una ola de calor que
le subía a la cara. Era una mezcla de vergüenza y cabreo. ¿Cómo podía haberse
dejado arrastrar hasta aquí?
Para más inri, su jefe en ningún momento la soltaba, ¡como si ella le perteneciera!
—¿Tu nueva conquista? —preguntó una chica morena con un grabador de periodista en
la mano.
El Tirano se burló de la chica con una breve carcajada y negó con la cabeza
enfáticamente.
Hubo un silencio atónito seguido por un clamor generalizado. Emily notó que algunos
de los paparazzi bajaban la vista hacia las manos de Tanner, seguramente buscando
fotografiar el anillo de compromiso. Pero su jefe fue más rápido de reflejos que
ellos y en todo momento mantuvo su mano izquierda bien oculta detrás de su espalda,
negándoles la oportunidad de descubrir que en realidad no había ningún anillo.
—¡Vaya que sois fisgones! —resopló el señor Tanner—. ¿No os basta con todas las
fotos que nos estáis haciendo? De acuerdo, de acuerdo, su nombre es Emily Williams
y trabaja conmigo —concedió finalmente—. Una chica maravillosa como podéis ver. Al
fin he encontrado a la persona correcta y bueno…
—¿Estás enamorado? —interrumpió uno de los fisgones y Emily vio que Matt apretaba
los dientes. Conociéndole como le conocía, su jefe hubiera preferido mandarle a
tomar por culo. Pero en cambio mantuvo la fachada de afabilidad en todo momento y
sonrió ampliamente como si de veras se sintiera feliz de estar allí respondiendo
aquellas preguntas indiscretas.
—Pues sí, la verdad. Debo confesar que me he enamorado perdidamente de esta mujer.
—¿Ha sido un flechazo? —preguntó una mujer bajita apuntándole a la cara con un
grabador de periodista.
—No creo en los flechazos. Solo puedo deciros que esta vez va en serio. Al fin he
encontrado al amor de mi vida y nada podrá apartarme de ella —al decir esto último
se volvió hacia Emily para mirarla a los ojos con una expresión de ternura, como si
aquellas palabras hubieran salido espontáneamente de su corazón.
Ella tragó saliva y se quedó mirándole pasmada, sin dar crédito a lo que oía y
veía.
Se sobresaltó cuando su jefe se volvió de pronto hacia los periodistas dando una
palmada en el aire que sonó como un disparo.
Ella se montó sin rechistar y respiró aliviada al verse protegida por los vidrios
tintados.
Emily se removió nerviosa en su asiento. Estaba tan llena de adrenalina que dudaba
que pudiera dormir en varios días.
Por toda respuesta el señor Tanner puso en marcha el coche y salió del garaje
haciendo chirriar los neumáticos, dejando atrás al grupo de paparazzi en tiempo
récord.
—Pero…
—¡Sin peros!
Por más que intentó sonsacarle una explicación, su jefe no le hizo caso y
permaneció en silencio durante el resto del trayecto.
Esto era una puta locura, una complicación innecesaria, se dijo lanzando un
resoplido y dejándose caer contra el respaldo del asiento.
¿Por qué su jefe haría algo así? ¡Nada de esto tenía sentido!
¡Sería capullo!
—¿Por qué?
Se quedó sola de pie frente a la calle vacía con una sensación de irrealidad, como
si todo aquello le hubiera ocurrido a otra persona y no a ella.
CAPÍTULO 3
Cuando Emily despertó al día siguiente la realidad le cayó encima como un saco de
patatas.
¡Vaya capullo!
Al verse la cara gimió dejando caer los brazos a los lados. Tenía los ojos bastante
más hinchados que de costumbre y su pelo era un auténtico desastre. Mientras se
cepillaba vigorosamente se prometió no volver a beber una gota de alcohol en lo que
le quedara de vida.
Solo tenía una certeza: El Tirano la había besado delante de aquellos paparazzi
hasta quitarle el aliento. Y le había llamado “cariño”, como si fueran novios de
toda la vida.
Y finalmente había…
¡Jolín, no podía ser! se dijo llevándose una mano a la boca al recordar de pronto
que su jefe había tenido el descaro de anunciar su compromiso con ella.
¡Y para más inri les había dicho su nombre y apellido a los periodistas! Ahora
sabían quién era ella y su nombre aparecería estampado junto a su careto por todos
los sitios y revistas de faranduleo.
Emily agachó la cabeza dejando que el agua resbalara por su espalda. ¿De verdad
había pasado todo aquello o había sido apenas un mal sueño?
Entonces advirtió que le escocían los labios y se tocó la boca. Notó sus labios
hinchados y recordó los ligeros mordiscos que le había dado su jefe.
Aquella era la prueba de que no se lo estaba inventando. Lo de anoche sí que había
sucedido. ¡Ese maldito beso había sido demasiado real!
Se lamió el labio inferior allí donde le escocía, donde el señor Tanner le había
dejado su marca.
Debía admitir que el beso había estado muy bien. Emily nunca imaginó que besaría a
su jefe de ese modo. Bueno, ni de ese ni de ningún otro, pues hasta anoche él no le
había demostrado sino un profundo y absoluto desprecio.
Con Matt Tanner no había términos medios. Un momento se comportaba como un borde de
cuidado y al siguiente la hacía sentir invisible. Su personalidad era odiosa y
gimió al pensar que ahora todos creerían que ella tenía algo con él.
Mientras se vestía a toda prisa, Emily recordó que en las ocasiones que le tocaba
presenciar las reuniones semanales de planificación y análisis estratégico que
montaba su jefe, había observado algo curioso: la forma en que estrechaba la mano a
los demás ejecutivos, con fuerza pero a la vez con una frialdad tal que Emily no
podía evitar pensar en la imagen de un témpano de hielo flotando en el océano
Ártico.
Siempre había pensado que a su jefe no le corría sangre por las venas. Incluso
había llegado a pensar que sus manos debían de ser tan frías al tacto como las de
un reptil.
Y la forma tan cómoda y natural en que la había besado… como si lo hubiera hecho
mil veces antes.
Mientras terminaba de calzarse sus sandalias cerró los ojos y volvió a revivir el
beso.
Suspiró notando cómo la sangre le subía hasta las mejillas y volvió a mirarse al
espejo. ¡Uff, odiaba que su piel fuera tan pálida! Hacía que al abochornarse su
rostro se pusiera rojo como un tomate.
Y por desgracia Emily era la campeona olímpica del bochorno.
Miró el reloj pensando que en apenas media hora volvería a verle. ¿Con qué cara iba
a mirarle? ¡Pues con la misma de siempre! Después de todo no había sido ella quien
había buscado ese beso.
No era su culpa.
Era él quien la había metido en este lío y tendría que ofrecerle una buena
explicación.
Tratando de darse ánimos fue hasta la cocina y se bebió un café negro apoyada en la
encimera. Estaba tan nerviosa que el pocillo le temblaba en las manos. Después
cogió su bolso, echó su móvil dentro, apagó las luces del salón y salió tratando de
no pensar más en su jefe.
Estaba abriendo la puerta del portal cuando vio la limusina corporativa que usaba
el señor Tanner para trasladarse de lunes a viernes. Era negra tornasolada y
brillaba como una noche de luna llena.
El chófer, entrado en años pero alto y robusto como un guardaespaldas, salió del
coche en cuanto la vio y le hizo un gesto llamándola con la mano.
—Señorita, tengo órdenes de conducirla a las oficinas del señor —dijo el hombre
mientras le abría la puerta de atrás.
Emily resopló ofuscada. No había nada que hacer cuando las órdenes provenían del
“señor”. Prefería ir a pie antes que montarse en semejante coche. Era un vehículo
demasiado ostentoso para ella y se sentía bastante incómoda viajando en él. Pero a
fin de cuentas era parte de su trabajo y debía aceptarlo.
A su derecha había un mueble con un minibar repleto, arriba una pantalla daba la
información financiera del día y a su izquierda había una suerte de spa móvil con
masajeador de pies incluido.
Si no hubiera estado tan acojonada se habría reído por lo absurdo de todo aquel
lujo.
El coche anduvo durante varios minutos por una avenida casi vacía y llegaron a las
oficinas en un pispás. Emily se bajó despidiéndose con la mano del chófer y
atravesó la enorme puerta giratoria para entrar en las oficinas.
Err típico del Tirano dejar esperando a las personas que deseaban verle al menos
una media hora. Era como dejar las lentejas en remojo, una forma de ablandar las
voluntades para llevar las negociaciones a su terreno desde un inicio.
Gimió dejándose caer en una de las butacas de piel diciéndose que seguramente la
tendría esperando una hora solo porque era ella.
Con un resoplido de fastidio sacó el móvil del bolso y se puso a revisar los
mensajes para ver si Tanner le habría dejado alguno nuevo. Maldecía su suerte por
lo bajo cuando una voz profunda a sus espaldas la sobresaltó haciendo que el
teléfono se le resbalara de las manos.
—Espero que ese mal humor sea producto de la resaca y no de tener que encontrarse
conmigo.
Emily se volvió y vio que su jefe acababa de entrar por una de las puertas
laterales seguido por Anderson, quien no se preocupaba en disimular una sonrisa de
listillo mientras tomaba asiento y colocaba su pesado maletín negro sobre la mesa.
Ambos hombres vestían de traje, pero mientras que al señor Tanner el conjunto gris
le quedaba pintado, Anderson parecía haberse acostado a dormir con su chaqueta
puesta.
Cuando advirtió que su jefe la miraba de arriba abajo con un brillo malicioso en
los ojos, se removió inquieta en su asiento y desvió la mirada al suelo mientras se
repetía a sí misma que no debía dejarse intimidar por este hombre.
—No, ¿por qué lo dice? He venido en la limusina que usted… —Emily se interrumpió de
golpe al ver la expresión burlona de su jefe.
No dejes que juegue con tu cabeza, ¡debes ser tú quien gane la ventaja!
Emily le observó tratando de adivinar sus intenciones, pero sus ojos azules eran
como un muro de hielo. Si en algo se especializaba El Tirano era en mantener sus
emociones bajo llave. Y a Emily siempre le había resultado imposible adivinar lo
que pasaba por su cabeza.
Esto la frustraba hasta decir basta, porque siempre acababa haciendo lo contrario
de lo que él quería y luego tenía que aguantar el rapapolvo que le caía encima.
Los hombres tan complicados como Matt Tanner deberían traer manual de
instrucciones, se dijo suspirando.
—Tienes razón. No estamos aquí para andarnos con juegos. Pues bien, se trata de
Joseph Orwell, el nuevo accionista mayoritario del River Grand.
—Me temo que no, señorita —dijo el abogado—, no se trata de un malentendido. Es más
bien… un asunto personal.
Emily miró durante unos instantes a Anderson, pero su expresión era tan
desagradable que enseguida se volvió hacia su jefe, quien continuaba examinándola
detenidamente con aquella sonrisa de perdonavidas que tanto detestaba.
—¿Qué?
—Oye, si la chica va a trabajar con nosotros no le podemos ocultar nada —se volvió
hacia Emily y se acercó hasta donde se encontraba sentada para inclinarse sobre
ella mientras bajaba el tono de su voz hasta tornarla en un susurro casi hipnótico
—. Dime una cosa Emily, ¿tú también piensas que soy un mujeriego?
Ella parpadeó deprisa varias veces sin saber qué contestar a aquello.
¿Qué iba a decirle? ¿Que jamás había oído los rumores que circulaban en la oficina?
¿Que no había leído las revistas ni visto las fotografías?
Las mejillas le ardían y se sentía tan incómoda en presencia de su jefe que deseaba
levantarse de esa mesa y huir corriendo para no regresar.
Pero se quedó quieta en su sitio y decidió que en este caso decir la verdad era la
mejor política.
—Sí, señor, eso es lo que pienso. De hecho, todo Riverside piensa lo mismo.
Tras decir aquello Emily se mordió la lengua porque sabía que se había pasado.
Preparada para que su jefe le pegara cuatro gritos arrugó la naricilla y se encogió
en su asiento.
Ella arqueó una ceja sin entender una palabra de lo que su jefe decía.
—¿Perdone?
—El modo en que conduzco mi vida personal está a punto de dejar a Tanner Security
fuera de un negocio multimillonario. Aparentemente mi perfil ya no caza con la
imagen que Orwell pretende dar a su cadena hotelera.
—Eso también lo hemos pensado. De hecho, hemos repasado todas las posibilidades más
de cien veces —dijo deteniéndose delante de su asistente—. Podríamos pasarnos el
tiempo moviendo las piezas en el tablero cambiando posiciones y nombres, pero lo
cierto es que de poco serviría. ¿Sabes por qué?
—No te olvides que la compañía aún sigue llevando mi nombre —dijo mirando fijamente
a Emily—. Y mi nombre tiene una connotación negativa para ciertas personas. Orwell,
entre ellas. Podría poner a un nuevo presidente, o incluso buscar un reemplazo para
mí, alguien que sea del agrado de ese viejo cabrón y que se haga cargo de la
empresa al menos en los papeles. Pero esa persona aún seguiría asociada a mi
nombre. Y al parecer mi nombre es lo último con lo que Orwell desea asociarse. A
menos que…
Tanner se interrumpió para mirar a su abogado y fue este quien completó la frase.
—A menos que optemos por seguir un camino algo menos convencional, señorita.
Su jefe asintió.
Ella se mantenía tensa como un palo y al oír su nombre dio un respingo nervioso y
tragó una bocanada de aire.
—¿Y que… qué propone usted? —preguntó gimiendo por dentro al oírse tartamudear de
aquella manera.
—Y provechoso —añadió su jefe—. Una oportunidad de esas que aparecen una sola vez
en la vida.
El señor Tanner sonrió marcando sus hoyuelos antes de volver a ponerse de pie para
continuar con su paseo alrededor de la mesa. Emily suspiró de alivio y relajó los
hombros al ver que se alejaba de ella con las manos enlazadas en su espalda, en una
postura reflexiva.
—No me gusta andarme con rodeos —dijo de pronto deteniendo su marcha—, así que voy
a ser franco contigo.
Emily abrió los ojos alarmada. No no le gustaba cómo sonaba aquello y miró hacia la
ventana considerando seriamente en la posibilidad de dar un salto al vacío. Pero se
contuvo al ver que su jefe la miraba esperando algún comentario.
—Puede usted hablar libremente —se apresuró a decir, segura que pronto se
arrepentiría de haber dicho aquello.
—Muy bien —dijo traspasándola con sus ojos azules—. Deseo contratarte para que me
ayudes a montar una farsa. Tú y yo fingiremos una relación sentimental en público.
¿Qué te parece?
La boca de Emily se abrió como si tuviera voluntad propia, pero se sintió incapaz
de hablar. Aparentemente su cerebro acababa de dejar de funcionar.
—Te estarás preguntando por qué te he escogido a ti para algo así. Pues porque tú
eres la única mujer en mi vida capaz de caerle bien a alguien como Orwell.
¿Su jefe la consideraba una mujer en su vida? Emily no pudo evitar sonrojarse de
nuevo. Siempre había creído que prácticamente ella no existía para él, que en el
orden de importancia estaba apenas un escalón por encima de la centralita
telefónica, aunque muy por debajo de su lista infinita de amantes.
Su jefe se encogió de hombros y se puso a enumerar contando con los dedos de una
mano.
—Pues, para empezar, que no te arreglas y no te vistes para llamar la atención como
las demás. No derrochas el dinero en tonterías, eres respetuosa, tranquila, dócil…
Te muestras paciente y siempre tratas de ser amable con todos, aun cuando luego te
lluevan los palos.
Emily se quedó pasmada al oír aquella lista de supuestas virtudes. ¡Era el vivo
retrato de un felpudo! Hizo una mueca porque ella no se veía así en absoluto.
Su jefe levantó una ceja al ver la cara que ponía y apoyando ambas manos sobre la
mesa se inclinó hacia ella.
—¿Acaso no te das cuenta? ¡Tienes un estilo de vida exactamente opuesto al mío! Eso
es perfecto para este trabajo, porque significa que Orwell te verá como una buena
influencia para mí. Una mujer capaz de ayudarme a sentar la cabeza.
—¿Qué espero de ti? Pues que finjas que me quieres. Serás mi prometida en toda
regla y nos mostraremos en público como una pareja de enamorados.
—¿Usted y yo? —preguntó aún incrédula.
—Pero… pero…
Emily pretendía decir que nadie se tragaría que dos personas tan distintas como
ellos pudieran quererse, pero no sabía cómo decirlo de una manera que no le
ofendiese.
—¿No has oído aquello de que los opuestos se atraen y todas esas gilipolleces que
se dicen por ahí? Mira Emily, si jugamos bien nuestras cartas, Orwell se tragará el
cuento de que estamos destinados el uno para el otro y que gracias a ti he logrado
reformarme.
Al decir esto último Tanner hizo una mueca burlona juntando las manos delante de su
pecho como si estuviera rezando y sonriendo como un santo.
—Claro que no —dijo él con una sonrisa maliciosa—. Precisamente ese será tu
trabajo. Convencerles de que me he enamorado de ti. Quiero que crean que estoy tan
pillado que he perdido el interés en otras mujeres y que solo tengo ojos para ti.
La forma en que su voz tan grave, sedosa y masculina dijo aquello provocó que Emily
se estremeciera mientras otra ola de calor le subía a la cara. Nerviosa se secó la
frente con el dorso de la mano y notó por el rabillo que desde el otro lado de la
mesa el abogado Anderson la miraba con una curiosidad creciente, lo que empeoraba
aún más el profundo bochorno que sentía.
Madre mía, le iba a dar algo. Tenía que salir de aquí cuanto antes.
Emily frunció el ceño. ¿Qué se creía? ¿Que únicamente para él sería un sacrificio
actuar frente a todos como si fueran novios?
Odiaba su tono condescendiente y sus aires de soberbia, así que se cruzó de brazos
mosqueada y le dedicó una mirada asesina.
—¿Qué le hace pensar que aceptaré salir con alguien como usted?
De inmediato Emily pensó en todo aquello que se hablaba a sus espaldas; en que
desde que había llegado se había convertido en la comidilla de la oficina solo por
ser la asistente personal de El Tirano. A regañadientes se vio obligada a darle la
razón.
—Sí, señor, lamentablemente lo sé.
¡Estaba perdida, el beso aparecería en todas partes! Podía negarlo todo, pero
¿quién iba a creer en su palabra?
Y cuando los rumores llegaran a su pueblo… ¡Dios mío, era mejor no pensar en ello!
El señor Tanner tamborileó con los dedos sobre la mesa para sacarla de sus
pensamientos. Emily levantó la mirada y volvió a toparse con aquellos ojos azules
chispeantes. Era imposible mirarle y permanecer en calma. Se obligó a no desviar la
vista, pero con cada segundo la tensión se acumulaba hasta el punto que sus
rodillas comenzaron a temblar como un flan.
Emily le observó sin decir palabra. Apretaba su bolso con tanta fuerza que los
nudillos se le habían puesto blancos.
—Ni que decir tiene que será recompensada generosamente, señorita Williams y nos
ocuparemos de que no le falte de nada.
Decidió en ese momento que no tomaría su dinero. Dios sabía que lo necesitaba, pero
no pensaba darle el gusto a su jefe.
Ella tenía su dignidad y decidía con quién liarse, con quién comprometerse y con
quién casarse. Y no lo haría con un déspota que pensaba que todo podía comprarse
con dinero, sino con quien le viniera en gana, vaya que sí.
Estaba decidido.
—Caballeros, creo que os habéis equivocado conmigo. No soy la persona que buscáis.
Lo siento —dijo procurando no encontrarse con la mirada de su jefe.
Estaba segura que como se quedara un minuto más en esa sala acabaría convenciéndole
de participar en la locura que proponía.
Sin decir una palabra más, rodeó la mesa y echó a andar hacia la puerta tratando de
no pasar al lado del señor Tanner.
Estaba a punto de salir cuando alguien se interpuso en su camino bloqueando la
salida. Emily se vio forzada a dar un paso atrás y jadeó indignada levantando la
mirada. El Tirano estaba allí erguido en toda su estatura. Emily tragó saliva y
gimió por dentro, pues el rostro de su jefe había perdido todo rastro de calidez.
Firme en sus trece Emily apretó sus labios y negó con la cabeza.
Emily estaba que echaba humo por las orejas. Se pasó una mano por la cara, luego la
otra y al fin se quedó quieta.
Durante unos instantes la sala quedó en silencio absoluto. Podía caer un alfiler y
se oiría.
Ambos hombres parecían descolocados por la actitud de Emily. Anderson miró a Tanner
expectante y este le devolvió la mirada encogiéndose de hombros, pero enseguida se
volvió para mirar a su asistente que continuaba con la cara oculta entre sus manos.
Emily tenía las orejas enrojecidas y el pelo aún más alborotado que antes.
Lentamente Emily bajó los brazos al tiempo que alzaba los ojos con lágrimas de
rabia apenas contenidas. Y dando un paso hacia delante señaló a su jefe con furia.
—¡Usted no tiene derecho a hacerme esto! —protestó Emily limpiándose con la mano
una lágrima que empezaba a caerle por la mejilla.
—Pero lo he hecho, y lo hecho, hecho está —dijo el señor Tanner esbozando una
sonrisa de lado y una chispa de maldad volvió a brillar en sus pupilas.
Emily le miró con una mueca de disgusto. ¡Seguía siendo el mismo capullo insensible
de siempre!
—Es usted un monstruo insufrible —siseó con furia antes de salir de la sala de
juntas.
—¡Emily, espera!
—¡Que le follen! —le soltó sin siquiera volverse mientras apuraba el paso en
dirección a los ascensores.
Entonces cayó en la cuenta de lo que había hecho y gimió arrepentida mirando hacia
los ventanales del despacho de su jefe.
* * * * *
—Bah, no empieces.
Desde su posición junto al ventanal Matt tenía una vista privilegiada y pudo ver el
momento exacto en que Emily salía del edificio y miraba hacia arriba.
La vio girar sobre sus pies y siguió con atención su pequeñita silueta mientras se
perdía calle abajo.
No sabía por qué, pero aquella reacción tan intempestiva le había gustado.
A lo mejor porque demostraba que en el fondo no era aquel felpudo sin personalidad
que Matt creía que era y que solía exasperarle tanto.
Matt tenía los medios para tentarla de varias formas diferentes y eso era
precisamente lo que pensaba hacer.
En ese momento su móvil vibró y se acercó a la mesa para echarle un vistazo. Tenía
una llamada proveniente de un número desconocido. Al instante Matt se volvió hacia
su abogado con una sonrisa de triunfo.
Con un gesto Matt le indicó que hiciera silencio mientras cogía la llamada.
—Diga.
—¡Oh, por favor Tanner! La noticia ya ha salido en todos los periódicos. ¿En serio
no sabes quién soy?
—Habla Joseph Orwell, estoy seguro que has oído hablar acerca de mí —añadió con un
retintín—. Por cierto, deberías agendar mi número.
—Fíjate lo que son las cosas. Hasta ayer lo último que deseaba era hablar contigo,
pero hoy me he sentido obligado a coger el teléfono.
—No podía quedarme sin darte la enhorabuena. ¿Con que tu asistente, eh? Menuda
historia de amor. Tienes que contármelo todo.
Matt miró a Anderson levantando el pulgar para indicarle que todo estaba saliendo a
pedir de boca.
—Habría preferido mantener un perfil bajo —continuó—, pero ya sabes cómo son esos
cotillas de la prensa. Anoche no nos dejaron ni un minuto en paz, y para proteger a
Emily no he tenido más remedio que anunciar mi compromiso.
—Pues me alegro por ti. No se puede huir del amor durante toda la vida. ¿Sabes una
cosa, Matt? Debo reconocer que me me has cogido de sorpresa. Jamás hubiese esperado
algo así viniendo de ti.
“Matt”.
—Más vale tarde que nunca —dijo el accionista aún entre risas—. Que un hombre con
tu prontuario haya decidido sentar la cabeza, ¡vaya tela!
—Pues yo no he decidido nada, la verdad. Ha sido ella quien ha decidido por los
dos.
—Veo que esa mujer te ha dejado sin armas. Debo confesar que me intriga conocer a
la mujer que finalmente ha puesto al playboy de rodillas.
Matt apretó los dientes al oír aquel odioso calificativo, pero se obligó a seguirle
la corriente.
—Reconozco que estoy pillado hasta los huesos por esta chica. Veo que no se
equivocaban aquellos que dicen que el amor es la fuerza más poderosa…
Desde el otro lado de la sala el abogado levantó una ceja sorprendido al oír
semejante cursilería de labios de su amigo y debió taparse la boca para reprimir la
risa.
—Ya lo creo —afirmó el accionista y Matt podía adivinar por su tono de voz que
asentía con convencimiento del otro lado de la línea—. ¡Hace más de treinta años
que estoy con mi Susan y te juro por mi madre que me siento tan enamorado como el
primer día!
Matt miró el teléfono con una mueca burlona. Joder, ¿cómo se podía ser tan
sensiblero?
—Lo que dices me llena de esperanzas, Joseph. ¡No tienes idea de la ilusión que me
hace formar una familia con mi Emily!
—Casarme antes de fin de mes… —repitió mientras miraba a Anderson que al oírle
había abierto los ojos como platos—. Vaya, eso sí que sería un auténtico sueño
hecho realidad, tanto para mí como para Emily Pero lamentablemente no creo que sea
posible —añadió torciendo el gesto.
—¿Y por qué no? ¿Qué otra cosa es más importante que casarse?
—¿Funerales?
—Lo de los funerales es coña —aclaró Matt haciendo una mueca porque había metido la
pata y casi la había jodido. Suspirando se pasó una mano por la frente. ¡Vaya que
estaba sudando la gota gorda por conformar a este tío!—. Pero de lo otro me temo
que hay bastante y no podemos excusarnos.
—Pues yo creo que sí que podéis. ¡Casarse es la excusa perfecta! No conozco a nadie
que pueda resistirse a una boda. Mira Matt, sé muy bien cómo funciona el cerebro
femenino y te apuesto lo que quieras a que Emily se pondrá a dar brincos de alegría
en cuanto se lo propongas.
Matt dudó. Podía imaginar a su asistente saltando de alegría por muchas cosas
excepto por casarse con él.
—Me temo que será algo que deberé hablar con ella —dijo al fin tratando de zanjar
el tema.
Matt apretó el teléfono en su mano con ilusión. Sabía que Meyer probablemente
también estaría allí. Aunque si se enteraba que él estaba invitado, igual se
acojonaba y no asistía. ¡Lo más probable era que el muy cobarde no se atreviera a
mirarle a la cara después de haberle clavado un puñal por la espalda!
Animado al ver que la suerte volvía a sonreírle, Matt se aclaró la garganta antes
de decir:
—Pues no se hable más. Más tarde mi secretaria te enviará todos los detalles.
—Allí estaremos.
—También nosotros —dijo Matt a modo de despedida y colgó con un suspiro de alivio.
—¡Dos asientos en primera fila para la famosa barbacoa de los Orwell! —gritó al fin
y Anderson se levantó de su silla dando un puñetazo en el aire para celebrarlo,
pero enseguida volvió a ponerse serio.
—Eso no importa ahora, lo que cuenta es que se lo ha tragado todo. ¿Qué te parece?
¡La señorita Williams y yo al fin tendremos nuestra primera cita en toda regla!
—Me da igual —se encogió de hombros—. Además, no me tiene que gustar a mí. Es a
Joseph Orwell a quien le tiene que gustar.
—No solo no le gusto, ¡me detesta! —enfatizó Matt. —Debo reconocer que he sido un
jefe exigente.
Ofendido Matt levantó una ceja mirando a su amigo y este rió por la cara de vinagre
que se le había quedado. Luego sacudió la cabeza y cogió su maletín.
—Le hago caso a Orwell. Me ha dicho que guarde su número en mi agenda y eso es lo
que estoy haciendo.
Pasados unos segundos levantó sus ojos de la pantalla con una expresión divertida y
en ese instante el móvil comenzó a vibrar con la melodía de la película Tiburón.
—He puesto un tono que cada vez que suene me recuerde con quien estoy tratando.
—Serás cabrón.
Matt negó con la cabeza y caminó hasta la puerta de salida dándole una palmada en
la espalda a su amigo.
—Ya se lo he dicho a Orwell y te lo repito a ti, algunos maduramos más tarde. Pero
no tengo dudas de que la señorita Williams me ayudará a ser un mejor hombre para la
sociedad —se mofó echándose a reír de su propia ocurrencia.
—Tengo el presentimiento de que esa chica no hará más que traernos dolores de
cabeza.
—Esa arrogancia será tu perdición, Matt. Crees que lo puedes todo y un día vas a
descubrir que eres tan humano como el resto de los mortales.
—Pues ese día hablamos —dijo Matt guiñándole un ojo mientras las puertas del
ascensor se abrían al hall.
—Sonríe cabrón, que estoy a punto de meterme a Orwell en el bolsillo. Y una vez que
lo consiga, habremos ganado la mitad de la batalla.
Matt se detuvo ante la puerta giratoria y le miró con una expresión tan seria que
hizo que Anderson se encogiera un poco.
—No permitiré que la señorita Williams arruine mis planes, de eso puedes estar
seguro —afirmó entrecerrando sus ojos azules y sin más salió a la calle y se montó
en la limusina que le esperaba.
CAPÍTULO 4
Su nombre y su rostro no solo aparecían en las revistas del corazón, sino también
en los sitios de información general con titulares sensacionalistas como “Quién es
la misteriosa Emily que robó el corazón de Matt Tanner”, o “La moderna Cenicienta:
De asistente personal a prometida”.
Vernon llegó poco después y por la forma en que se comportaba, Emily supo de
inmediato que el abogado lo sabía todo.
Lanzando un suspiro se sentó frente a ella y tras pedir un café con leche guardó
silencio. Emily se removió nerviosa y carraspeó tratando de llamar su atención. El
abogado suspiró al fin mirándola con preocupación.
—Ha sido todo un gran malentendido. ¡Le juro que puedo explicarlo!
—¡Él es mi jefe! Jamás se me ocurriría tener nada con él… —la voz de Emily se fue
apagando a medida que se sonrojaba cada vez más porque eso no era del todo verdad.
Sí que alguna vez se le había pasado por la cabeza la idea de tener algo con El
Tirano, pero no eran más que estúpidas fantasías sin ninguna importancia.
—No lo dudo —dijo el abogado con su rostro severo—. Pero a estas alturas debería
saber que su fotografía junto a ese caballero está en todas partes y eso no la
ayuda en nada en su causa.
Emily tragó saliva pues sabía que el abogado se refería a sus acreedores.
—¿Qué sabe? —preguntó armándose de valor pues temía que la respuesta no iba a
gustarle ni un pelo.
Vernon se quedó mirando la taza humeante que la camarera le puso delante, como si
aún no se decidiera a hablar.
—Comprenderá usted —dijo él al fin— que al ver su nombre asociado a uno de los
hombres más ricos de Riverside, sus acreedores se estén relamiendo de gusto.
Emily gimió echándose hacia atrás en la silla pues comprendía lo que quería decir
el abogado. Nerviosa apretó su taza caliente entre las manos y dio un sorbo a su
café.
—Ya, me imagino.
—No, señorita, estoy seguro que no se imagina la gravedad del asunto. Varios de
ellos me han llamado para amenazarme. Amenazarnos, mejor dicho —se corrigió
levantando la vista para mirarla a través de sus gafas con sus ojos acuosos—. Nos
han dado un mes de plazo para reunir el dinero.
Maldiciendo por lo bajo se cubrió la cara con las manos deseando poder desaparecer
de la faz de la tierra.
¿Por qué todo lo malo siempre le tenía que pasar a ella? ¡No era justo!
—Cuando esa clase de gente se siente engañada, a saber de qué son capaces. Debemos
tomar precauciones.
—¡Hable!
—¡Maldito Matt Tanner! —exclamó Emily dando un golpe sobre la mesa con un puño
cerrado.
Sentía deseos de abofetearle por haber desatado una tormenta en su vida. ¡Y lo peor
era que el muy capullo actuaba como si para él no fuera más que un juego!
Emily inspiró por la nariz y se frotó la sienes sintiendo que una jaqueca comenzaba
a latir detrás de sus ojos.
Desde luego, podía intentar afrontar la tormenta sola. Sus acreedores de seguro
buscarían aprovecharse de ella, así que tendría que sentarse a negociar con ellos a
sangre y fuego.
¿Cómo narices se suponía que iba a frenarles?
Trescientos mil dólares era una suma imposible para ella. ¡Ni siquiera podía
imaginar todo ese dinero junto!
Y encima pretendían que saldara la deuda en un mes. ¡En un solo mes! ¿Cómo se
suponía que iba a conseguir todo ese dinero tan pronto? ¡Aquello era de locos!
Lo único que tenía claro era que debía hacer lo posible por mantener en pie la
escuela del pueblo, sin importar lo que costase.
Era su legado y Emily lo defendería con uñas y dientes, aunque fuera lo último que
hiciera.
Levantó la vista al techo en busca de una solución, pero la imagen del Tirano
volvía a surgir en su mente. Esta vez le veía cruzado de piernas y con su media
sonrisa en los labios; esa sonrisa que le daba un aire cínico y arrogante.
Emily negó con la cabeza varias veces sintiendo que los ojos empezaban a escocerle.
¡Aquello era degradante! Fingir ser su novia y engañar a todos solo para que su
jefe pudiera salirse con la suya…
Debes calmarte, se ordenó. Necesitas pensar. Recuerda cómo actúa El Tirano en estas
circunstancias. Con sangre fría y mente calculadora. ¡Así debes actuar tú! se
exigió.
Vale, detestaba a su jefe y el sentimiento era mutuo, pero no podía ser injusta.
Tanner no estaba haciendo esto únicamente para salirse con la suya.
Emily conocía muy bien las cuentas de la empresa. El último año y medio habían
crecido muy deprisa y estaban demasiado apalancados. Sabía que si el Grand River
cancelaba su contrato con ellos significaría un golpe financiero que probablemente
no pudieran resistir. Y como consecuencia de ello, cientos de empleados quedarían
en la calle de un día para otro.
Aunque la idea de montar una farsa le parecía ridícula y pueril, Emily no podía
negar que su jefe era quien más tenía para perder en esta situación.
Volvió a pensar en el monto total de su deuda. Era una cifra que la acojonaba, pero
sabía que El Tirano estaba habituado a negociar contratos millonarios y no era nada
descabellado pensar que pudiera desembolsar trescientos mil dólares por un servicio
valioso.
La pregunta era, ¿posar ante el mundo como su prometida era para él un servicio
valioso?
No podía hacerlo.
¡Jolín, no poder hablar de esto libremente con alguien la estaba volviendo loca!
Vernon pidió la cuenta y pagó los dos cafés. Después se puso en pie mirando a Emily
con una mezcla de piedad y simpatía.
—Prometo que intentaré aplacarles. Haré lo posible por negociar con ellos un plazo
más razonable. En esta situación lo más importante es ganar tiempo.
—De acuerdo.
Pensó con amargura en los sacrificios que había hecho desde que había llegado a
Riverside, sobreviviendo en su pequeño estudio como una monja de clausura, sin
salir más que para ir a su trabajo y hacer la compra.
Su sueldo como asistente personal de un alto ejecutivo era bueno, de eso no podía
quejarse. Pero todo ese dinero iba directamente a las arcas de los acreedores de su
padre, que tras su muerte habían pasado a ser los acreedores de la única hija de su
padre.
O sea ella.
Lo poco que guardaba de la nómina para sus gastos personales trataba de estirarlo
al máximo, economizando tanto como podía. Sus pocas pertenencias eran de segunda
mano.
Ella misma se encargaba de arreglarla, apañándoselas para que luciera como nueva.
Muchas veces incluso llegaba al trabajo andando para ahorrarse el billete del
metro.
Por las penurias económicas que pasaba se podía decir que hacía vida de estudiante.
Se ruborizó de repente al pensar qué diría Claire si se enterara de que ella a sus
veinticuatro años nunca había estado con un chico.
¡Joder, era tan pudorosa que hasta tenía que usar metáforas de béisbol para hablar
de sexo!
¿Era así como quería cumplir su sueño de formar una familia y tener hijos?
¿Recortando cupones y huyendo de las pocas citas que tenía?
Todo lo que conseguiría sería hacerse vieja rodeada de gatos y viendo programas de
telerrealidad.
Secándose los ojos con una servilleta de papel lanzó un suspiro y decidió salir de
la cafetería antes de hacer una escena.
El caso es que Emily sabía que se le había acabado el tiempo y que esta vez estaba
fregada de verdad. Tenía que hacer algo con urgencia. ¿Pero qué?
Claire abrió enseguida y al verla esbozó una amplia sonrisa abrazándola como si
fueran viejas amigas. Emily sintió un profundo alivio al ver que al fin alguien se
alegraba de verla.
—Perdona las pintas —se disculpó Claire—. Pasa, pasa, por favor. Estoy preparando
té y justo pensaba en ti. Jack y yo estábamos muy preocupados. ¿Qué narices ocurrió
anoche?
Emily la siguió hasta la cocina y guardó silencio mientras Claire servía dos tazas
de té verde.
—Oye, tienes que darme tu número. Hace un rato he llamado a tu puerta y al ver que
no contestabas pensé lo peor. Anoche te vimos con ese hombre alto y de repente
¡zas!, desapareciste como por arte de magia.
Claire hizo una pausa al advertir el silencio de Emily y se acercó a ella ladeando
la cabeza para mirarla con detenimiento.
—¡Por Dios, Emily! No puedes guardártelo todo, un día de estos acabará por darte
algo —su vecina puso una mano en su hombro añadiendo—. Dime algo, ¿te fías de mí?
Emily afirmó con la cabeza, no tenía que pensárselo dos veces. Claro que se fiaba
de Claire. Y se alegraba mucho de contar al fin con una amiga con la que poder
hablar.
Claire la llevó al salón y se sentó en una punta del sofá indicándole el sillón de
enfrente así podrían estar la una frente a la otra.
Emily titubeó un momento insegura de si debía soltarle todo su rollo personal, pues
no quería agobiar a su amiga. Pero pasados unos minutos se sintió lo
suficientemente cómoda como para contárselo todo sin ahorrar detalles.
Su vecina la escuchó atentamente, abriendo los ojos con sorpresa en algunas partes
del relato, sobre todo cuando Emily le describía el comportamiento tan borde de su
jefe, pero en ningún momento la interrumpió.
Claire se inclinó hacia ella para cogerle las manos. En su cara se reflejaba su
preocupación.
—Lo sé.
—No lo permitiré.
Claire sonrió y a continuación hizo algo que sorprendió a Emily: se llevó una mano
a la boca para humedecerse el pulgar con su lengua antes de alargarlo hacia ella
con una sonrisa.
—¿Promesa de honor?
Emily se echó a reír y también mojó su pulgar con saliva para entrechocarlo con el
de Claire en esa especie de juramento de amigas.
—¡Promesa de honor!
Las palabras de Claire aún resonaban en su cabeza. ¡Su nueva amiga tenía razón! No
podía seguir desperdiciando su vida de esta manera absurda.
De pie en mitad de su salón, lo primero que hizo fue abrir el cajón donde la noche
anterior había guardado la carpeta con los impagos que le dio su abogado.
Aspiró por la nariz mientras miraba la cifra de las facturas, apuntando números y
haciendo cálculos.
Nadie podía ayudarla, ni siquiera su abogado. Esto era algo que tenía que resolver
ella sola.
Armándose de valor cogió el móvil y empezó a marcar los números de sus acreedores.
Uno por uno fue llamándoles y prometiéndoles una suma a pagar antes de que acabara
el mes.
Lo que sí logró fue que le garantizaran que mientras ella pagara a término, la
escuela de su madre no se subastaría.
Eso la dejó algo más tranquila, aunque sabía que no podía fiarse de la palabra de
aquellos tipos.
Suspirando volvió a coger el teléfono, pues aún le faltaba marcar un último número.
—Venga, que eres más fuerte de lo que crees —se dijo en voz alta dándose ánimos—.
Tú puedes hacerlo…
“Acerca de la propuesta.
He reconsiderado su oferta”.
Luego la c.
Tras ella la e.
“Acepto.”
Sorprendido levantó una ceja, no esperaba que su asistente cediera tan pronto.
A decir verdad, estaba un poco decepcionado, hubiera deseado algo más de lucha de
parte de ella.
Reconcentrado Matt se inclinó hacia delante apoyando los codos en sus rodillas
mientras escribía algo en su móvil a la velocidad del rayo.
Luego esperó unos segundos con la vista clavada en la pantalla mientras ella
terminaba de escribir su respuesta.
Entró en sus oficinas silbando de buen humor. Aún los sábados, Matt solía
levantarse temprano sin importar que hubiera estado de juerga la noche anterior. Le
gustaba encerrarse a trabajar durante varias horas seguidas sin distracciones. El
silencio de las salas y pasillos vacíos durante los fines de semana hacía que
consiguiera entrar en un trance que le permitía ser mucho más eficiente y
productivo.
Pero este no era un fin de semana como cualquier otro, se dijo al sentarse en su
inmensa butaca de cuero negro. Con una sonrisa pasó una mano por la pulida
superficie de su escritorio despejado.
Me temo que igualmente tendré mucho trabajo, pensó mientras aguardaba por la
llegada de la señorita Williams. Aunque no será exactamente en las oficinas.
Es ella, se dijo sonriendo pero enseguida se obligó a borrar aquella sonrisa de sus
labios y tensó las mandíbulas.
—Adelante —ordenó.
Iba vestida con la misma blusa café descolorida de siempre y una de esas faldas de
abuela que él tanto odiaba.
Se la veía bastante nerviosa. Retorcía las manos sobre su falda sin parar y evitaba
el contacto visual directo, pero Matt se abstuvo de decir nada pues disfrutaba de
aquel silencio tenso. Ella había sido quien le había llamado, así que tocaba que
ella iniciara las negociaciones.
—Señor, he estado pensando… Pongamos que acepto su propuesta… esto… ¿qué debería
pasar a continuación? ¿Cuáles serían los siguientes pasos a dar?
Sin quitarle ojo, Matt jugó con el bolígrafo dorado que sostenía en la mano.
—Mmm, veamos. Primero tendrías que revisar el contrato. Si estás de acuerdo con
todo, lo firmaríamos hoy mismo y de inmediato ordenaría que se deposite un
veinticinco por ciento de tu paga en una nueva cuenta bancaria que abriré a tu
nombre. Luego de eso solo bastaría ir a tu piso a recoger lo que necesites para
pasar la noche en mi apartamento.
—¿Perdone?
—Que te vienes a vivir conmigo —Matt se encogió de hombros como si tal cosa y
añadió—. Mientras dure nuestro “compromiso” tendremos que convivir.
Su asistente abrió los ojos como platos. Al ver su expresión Matt reprimió la risa
y se apresuró a aclarar:
—Tenía que hacerlo —su asistente jadeó indignada pero Matt se mantuvo impasible—.
Si lo piensas bien, es lo más lógico. Acabamos de comprometernos, pero se supone
que salimos desde hace bastante tiempo. Iba a sospechar si le decía otra cosa, ¿no
te parece?
La señorita Williams se pasó una mano por la frente. Se la veía agobiada con la
situación.
Está negociando desde una posición de evidente debilidad, se dijo Matt complacido y
cruzó las manos sobre la mesa esperando una respuesta.
Matt asintió. Vaya, una primera objeción. No hay problema, se dijo y procuró
suavizar el tono de su voz.
Ella titubeó, aún se la veía vacilante. Matt necesitaba despejar todas sus dudas si
quería eliminar el riesgo de que se echara atrás en el último momento.
—Además —agregó él con una sonrisa—, mañana por la noche tendremos nuestra primera
cita. Estamos invitados a la barbacoa que dan los Orwell en su casa. ¿Comprendes lo
importante que es eso? Hasta ayer no quería saber nada conmigo y hoy me invita como
a uno más de sus amigos. ¿No es estupendo? Y por cierto, ha dicho que desea
conocerte.
—¿A mí?
—A ti, claro. Eres la mujer que ha conquistado mi corazón —le guiñó un ojo y Emily
se sonrojó al instante—. Probablemente Orwell se esté preguntando qué he visto en
ti para pillarme tan de repente. Querrá ponernos a prueba. Por eso debemos estar
preparados para todo. Además de vivir bajo el mismo techo, tendremos que saber
exactamente lo que diremos acerca de cómo nos conocimos, cuándo te di el primer
beso y todas esas chorradas —dijo agitando una mano con desdeño—. Y para eso hay
que ganar tiempo. Pasaremos esta noche juntos y aprovecharemos para ensayar nuestro
numerito.
Matt la miró durante un momento y luego se echó a reír porque podía leer en sus
ojos lo que pensaba. ¡Creía que se refería a pasar la noche juntos en la misma
cama!
—Creo que no me has entendido, no me refería a follar —dijo mirándola con intención
pero ella apartó su mirada poniéndose como un tomate. A Matt le hacía gracia que su
asistente se ruborizara tan fácilmente con sus palabras y hasta le resultaba un
rasgo encantador de su personalidad, que por otra parte le resultaba insulsa y
desabrida.
Pero no quería que se sintiera ofendida. Debía andarse con cuidado si no quería
volver a espantarla.
La señorita Williams siguió mirándole con suspicacia, pero Matt no le hizo caso y
se levantó de su butaca para ir a buscar las copias del contrato que Anderson le
había dejado preparadas.
—Mira —dijo abriendo la carpeta frente a las narices de su asistente—, este de aquí
es el acuerdo principal —indicó pasando las páginas rápidamente—. Y aquel es un
contrato de confidencialidad. Deberás aceptar los dos antes de que podamos avanzar.
Mientras ella revisaba los documentos Matt se sentó en el borde de la mesa y con
aire casual señaló una parte del contrato que se había saltado.
—¿Ves esto de aquí? Es la suma de dinero que ganarás una vez se ejecute el
contrato.
Emily leyó la cifra abriendo los ojos como platos y su cabeza se disparó hacia
arriba como una flecha, mirando a Matt con la boca abierta y expresión atónita.
Matt reprimió una sonrisa de listillo sabiendo muy bien que nadie podría resistirse
a semejante suma de dinero.
—No. ¡Sí! Esto, quiero decir… —tartamudeó tan nerviosa como pocas veces la había
visto—. Me parece una compensación justa —murmuró al fin con un débil hilo de voz.
—Ya sabes, un veinticinco por ciento ahora y el resto cuando hayamos completado la
farsa.
—Y completar la farsa significa que el señor Orwell nos devuelva la cuenta del
River Grand, ¿verdad? —preguntó ella insegura.
—O eso o que nos dé la patada a ambos. Lo primero que ocurra. Pero pase lo que
pase, tú cobrarás por tu trabajo —Matt hizo una pausa y su tono se volvió más frío
—. A menos que decidas echarte atrás a la mitad, claro está. Entonces tendrás que
usar este adelanto para costearte un buen abogado defensor. ¿Entiendes?
—¡Bravo! Veo que conoces al dedillo mi modus operandi. Estás advertida entonces,
nada de incumplimientos y verás que nos llevamos de maravilla. ¡Pero venga! No
perdamos más tiempo y pongámonos con los contratos.
—¿Ahora?
—Claro, ¿para qué esperar? El tiempo nos apremia y no podemos demorarnos un minuto
más. Venga, tú ponte a ello, que yo estaré aquí cerca por si me necesitas.
—Pero…
—¿Pero qué?
—¡No es lo mismo!
Ella asintió.
—Sí, señor.
—Dime Matt, por el amor de Dios. Pronto tendrás que fingir ser mi prometida.
Sonaría muy mal que fueras por ahí llamándome señor, ¿no te parece?
Al oírle ella agachó los ojos y sus mejillas volvieron a teñirse de rojo.
Ella asintió.
—Ya, entiendo como te sientes —admitió—. Debo confesar que a mí me sucede lo mismo.
Prefiero mantener la distancia con mis empleados, pero ahora tú eres algo más que
mi empleada… —hizo una pausa antes de agregar—: Eres mi…
—Mi socia —corrigió Matt sonriente—. Este es un negocio en el que los dos nos
jugamos el todo por el todo. Como salga mal, tú y yo nos hundiremos por igual.
—¿Comprendes?
Pero sobre todo, si se decidiera a quemar esas blusas horribles y esas faldas de
abuela de una vez por todas y comenzara a vestirse como una chica de su edad.
Era una chica demasiado desabrida para él, como un café con edulcorante.
Cuando Matt salió de sus pensamientos se dio cuenta que su pulgar aún continuaba
posado sobre la barbilla de su asistente, trazando pequeños círculos sobre su piel
blanca. Era un movimiento inconsciente, una caricia que él no tenía ninguna
intención de hacer, así que bajó la mano con brusquedad, molesto consigo mismo por
permitirse ese gesto inoportuno en medio de una negociación.
Al ver que su asistente no se ponía en marcha inclinó su cuerpo hacia delante como
un tigre a punto de saltar sobre su presa.
—¿A qué coño esperas? ¡No podemos estar aquí todo el puto día! —vociferó de repente
y ella dio un respingo sobre el asiento. —Anda, ponte con tu abogado. ¡Necesito
esos contratos firmados cuanto antes!
—Enseguida, señ… —él la miró frunciendo aún más su entrecejo y ella se detuvo
corrigiéndose sobre la marcha—. Quiero decir, Matt.
—Muy bien, así me gusta. Avísame cuando termines. ¡Y date prisa! —la apremió
indicándole con la mano la puerta de salida.
Ah, por supuesto, se dijo irónico. ¡Sus infaltables gafas de montura anticuada!
Negó con la cabeza mirándola con ojo crítico. Volvía a ser la señorita Williams de
siempre, meticulosa y toca cojones.
Parece mentira que esta es la mujer que he presentado ante el mundo como mi
prometida, se dijo sacudiendo la cabeza con incredulidad.
Su asistente tardó varios minutos en analizar el contrato en teleconferencia con su
abogado, que al parecer era tan meticuloso y pesado como ella, pues la aconsejaba a
cada paso como si estuvieran atravesando un campo minado.
Matt sacudió la cabeza lanzando un resoplido y decidió aprovechar ese tiempo muerto
para hacer un par de llamadas. La primera al departamento de legales para averiguar
si había un notario disponible.
El pobre solía tomarse los sábados, pero hoy tendría que hacer horas extras para
ayudarles con la mudanza.
Matt pronto se encontró sin nada más que hacer, así que se acercó a la puerta del
despacho para entornarla aún más y se puso a observar a la que a partir de ahora
sería su prometida por contrato.
Era milagroso que una asistente suya no se interesara por meter las narices en sus
cosas.
A todas ellas les había tenido que dar la patada pues no solía mezclar el trabajo
con el placer.
Jamás.
Negó con la cabeza y suspirando cerró la puerta de su despacho para dirigirse hacia
los ventanales desde donde se paró a observar el ajetreo de la ciudad.
Cuando el notario carraspeó a sus espaldas, Matt se sobresaltó pues estaba tan
sumido en sus pensamientos que no le había oído entrar.
—Veo que os habéis tomado vuestro tiempo —observó Matt mirándola directamente a los
ojos—. ¿Tu abogado ha puesto alguna pega?
—Me ha dicho que nunca ha visto algo así en sus largos años de profesión. Que todo
este asunto le parece una locura.
Matt no se inmutó.
Al oír aquello el notario se removió incómodo en su asiento. Matt alzó una mano
para tranquilizarle y volvió a mirar a su asistente.
La señorita Williams se limitó a mirarle sin contestar. Era evidente que estaba de
acuerdo con la opinión de su abogado, pero Matt prefirió no tirar demasiado de la
cuerda.
—Te aseguro que es legalmente correcto y justo para todas las partes.
—Sí, eso mismo me ha dicho mi abogado —enseguida bajó la voz y se inclinó hacia
delante tratando de que el notario no la oyera—. Señor Tanner, ¿está seguro que…
que quiere hacer esto?
Matt reprimió una sonrisa y también se inclinó hacia delante para acercar su rostro
al de ella.
—A decir verdad no estoy seguro de nada. Esto es tan nuevo e inesperado para mí
como para ti. No creas que eres la única que se sacrifica en este trato.
El notario pidió permiso para revisar los contratos, y a medida que aprobaba los
documentos los iba poniendo en orden sobre la mesa para que pudieran rubricarlos.
—Firme aquí, por favor —dijo el notario volviéndose hacia la señorita Williams.
Matt le prestó su bolígrafo y al alcanzárselo sin querer rozó sus dedos. Ambos
apartaron las manos al instante, como si les hubiese atravesado una corriente
eléctrica. Durante un momento se miraron extrañados y Matt se preguntó en silencio
si ella habría sentido lo mismo—. Y aquí también, si es tan amable —añadió el
notario ajeno a todo lo que no fuera la firma de los papeles en cuestión.
La señorita Williams procedió a firmar con mano temblorosa allí donde el notario le
indicaba. Pero antes de pasar al último documento hizo una pausa manteniendo el
bolígrafo en el aire, como si en el último momento le hubiese dado por
arrepentirse.
Matt permaneció expectante sin mover un solo músculo, aguardando la firma que
sellaría su destino.
¡Venga, Emily, solo una firma más! se repitió tensando los músculos de la
mandíbula.
Exhaló aliviado cuando ella se inclinó sobre el último documento y estampó su firma
en la línea de puntos.
—Tu primera paga será depositada en una cuenta especial que Anderson se ha
encargado de abrir para ti. Eso incluye dinero para renovar tu vestuario y arreglar
tu aspecto personal. Saldrás de compras esta misma tarde.
—Entonces no hay más que hablar —Matt le ofreció la mano y ella dudó unos instantes
antes de estrechársela.
—Socios —dijo él mientras sostenía aquella mano con delicadeza, pues le parecía
demasiado pequeña y frágil.
De pronto todo en la señorita Williams parecía tan delicado que temía romperla si
apretaba demasiado. Matt frunció el ceño observando a su asistente con
preocupación. La chica estaba en los huesos y se preguntó si tendría problemas para
comer.
—¿Tienes apetito?
—Pues mala suerte, porque yo sí. Antes de pasar por tu piso a recoger tus cosas,
iremos a picar algo. ¿Qué dices?
—¿Juntos?
Admito que igual se me ha ido la mano un poco con aquello de mantener una relación
estrictamente profesional, se dijo divertido.
Pero era consciente de que si quería tener éxito con esta farsa, a partir de ahora
aquello tendría que cambiar.
Nada parecía unirle a esta mujer más allá del trabajo. Ni siquiera tenían intereses
en común.
Por una vez Matt tendría que dejar de ignorarla y empezar a interesarse por la vida
personal de su asistente.
CAPÍTULO 5
¡No podía entender por qué su jefe de repente estaba tan obsesionado por que ella
comiera!
Su jefe la miraba con una sonrisa de satisfacción. No era usual verle sonreír así,
pero Emily suponía que ahora que eran socios, como él decía, las cosas entre ellos
iban a cambiar; aunque a decir verdad ella no tenía idea de cómo sería ese cambio y
eso la acojonaba bastante.
Su jefe pagó la cuenta e hizo una llamada a su chófer para que pasara a recogerles
por la puerta del restaurante. Emily se sintió observada por la gente que pasaba
mientras se montaba a la llamativa limusina. Le parecía una desmesura andar en
semejante coche. Se dijo que ella era una simple empleada y que jamás podría
acostumbrarse a tanto lujo.
Cuando el coche aparcó frente al portal, Emily se volvió finalmente hacia el señor
Tanner y le dijo que no era necesario que la acompañase, que ella no tardaría nada
en recoger sus cosas, pero él insistió en subir con ella.
A Emily no la entusiasmaba mucho la idea de que su jefe viera donde vivía. No era
una pocilga ni mucho menos, todo estaba limpio y en perfecto orden. Pero es que era
tan pequeño que le daba un poco de vergüenza enseñarlo. Y para colmo apenas lo
tenía amoblado.
Cuando el señor Tanner entró en el salón miró a su alrededor examinándolo todo como
si fuese un agente inmobiliario dispuesto a tasar el piso. Emily gimió abochornada.
¡Madre mía, trágame tierra!, se dijo.
Algo pareció captar la atención de su jefe y se quedó quieto en mitad del salón.
Alarmada Emily siguió la dirección de su mirada hasta el sofá amarillo.
—¿No es aquel…?
¡El sofá!
Su jefe se la quedó mirando con una ceja arqueada mientras Emily enrojecía hasta
las orejas.
—Es el mismo sillón que hace semanas te ordené tirar a la basura. ¿Puedes decirme
qué coño hace aquí?
Emily no sabía donde meterse. Un par de semanas atrás su jefe le había ordenado
deshacerse del sofá de la recepción. Estaba algo desvencijado y hasta asomaba uno
de los resortes a través del tapizado. La orden que le había dado el señor Tanner
había sido clara como el agua: Que se lo lleve el basurero.
¿Y qué había hecho ella? Pues viendo que no estaba en tan mala forma, pensó que
tirar un sofá tan caro sería un desperdicio y se lo había traído a su piso para
convertirlo en la pieza central de su salón.
Madre mía, ¡menudo bochorno sentía! Quería hundir la cabeza dentro de la taza del
váter y no volver a salir de allí en su vida.
—¡Eh, que lo he limpiado muy bien! —protestó Emily—. No tiene más que verlo, está
en perfectas condiciones de uso —levantó los cojines para que pudiera comprobar que
lo que decía era cierto.
—Ya veo —se mofó su jefe ojeando con disgusto el cojín desvaído antes de volver a
clavar sus terribles ojos azules en ella.
Una vez sola se apoyó contra la puerta gimiendo de vergüenza y tomó una bocanada de
aire para tranquilizarse.
Se dio prisa en recoger sus elementos de tocador, su pijama de ositos y una muda de
ropa nueva. Con esto bastará para un par de días, se dijo metiéndolo todo dentro de
su desgastada bolsa de viaje.
—Eh, creo que me las apañaré bien con esto —se excusó disimulando sus nervios con
una sonrisa nada natural.
Emily no quería decirle que esa era su única bolsa de viaje. Ya había pasado
demasiada vergüenza con el condenado sofá amarillo.
—Vaya, al parecer necesitas poco y nada para vivir —comentó su jefe como si aquello
le resultara de lo más extraño.
Emily se imaginó los caprichos y pretensiones que tendrían sus amantes. ¡Y ella que
tenía menos pertenencias que un vagabundo!
Una vez dentro del ascensor, su jefe se volvió hacia ella con expresión seria.
—Emily…
—Señor.
—Lo siento, señor. Tiene razón, debí haberle pedido permiso. No volverá a ocurrir.
Su jefe suspiró pasándose una mano por el pelo y mirándola como si ella no hubiese
entendido ni una palabra de lo que trataba de decirle.
—¿El qué?
—Disculparte por algo así. A eso me refería. Oye, no tiene nada de malo traerte a
casa un sofá que ya no se usa en la oficina y acondicionarlo para tu hogar.
Emily abrió los ojos con sorpresa, pero no dijo nada. ¿En serio no pensaba
reprenderla por lo que había hecho?
Vaya, esta vez su jefe no había hablado con su sarcasmo habitual y aquello la había
pillado desprevenida.
No había querido decirle a su jefe que temía a las alturas y que nunca había
dormido en un sitio tan alto, pues no quería importunarle. Pero lo cierto es que
estaba que se comía las uñas pensando en ello.
Salir de compras nunca había sido lo suyo y definitivamente no estaba de humor para
hacerlo hoy.
Su jefe se adelantó a ella y anduvo hasta un ascensor que se abrió automáticamente
cuando él acercó el rostro a un sensor. Emily dio una carrerilla para no quedarse
atrás y entró en el moderno ascensor que era unas diez veces más espacioso que el
de su edificio.
Asombrada Emily vio cómo la flecha verde de la pantalla ascendía a toda velocidad.
Antes de llegar a la última planta, su jefe se inclinó sobre el tablero para
digitar una clave en la pantalla y el ascensor abrió sus puertas a un rellano
privado que daba directamente al vestíbulo alfombrado de su piso.
El señor Tanner le aclaró que esta era una de las dos entradas a su ático, y que
más tarde le daría las claves y una tarjeta de identificación para poder entrar y
salir a su aire del edificio. Emily asintió sintiéndose algo cohibida con tantas
medidas de seguridad.
Emily se sintió algo incómoda estando descalza junto a su jefe pero intentó no
pensar en ello. En cambio se acercó hasta el centro del recibidor donde había una
estatua de una mujer desnuda con alas de ángel.
Se quedó mirando aquella obra de arte embobada. Era de una belleza etérea, pero que
a la vez transmitía mucha sensualidad. Frente a aquella escultura Emily se
descubrió pensando de pronto cuántas veces había deseado saborear esa clase de
libertades.
Al notar que su jefe se había detenido junto a ella y reía entre dientes, Emily
salió abruptamente de sus pensamientos.
Emily se rascó la barbilla pues comenzaba a recordar que había visto antes esta
imagen femenina en otra parte. Quizás en un libro o en algún catálogo de arte.
Enseguida bajó la mirada pues aún no podía acostumbrarse a oírle hablar así. Y
menos con esa sonrisa de chulo de dientes blancos, cuadrados y perfectos.
Las mejillas le ardían y eso significaba que estaba roja como un tomate. ¡Odiaba
ser tan pudorosa! ¿Por qué narices no podía sostener una conversación con su jefe
como una adulta normal y corriente?
Iba a pensar que era una mojigata, que veía el sexo como un tabú. Aun cuando nunca
había compartido tanta intimidad con un chico, ella se consideraba una mujer con la
mente bastante abierta. Solo que nunca había encontrado a alguien lo
suficientemente especial como para poner en práctica sus fantasías.
—Dime de qué fardas y te diré de lo que careces —murmuró levantando la vista para
mirarle directamente a los ojos.
Emily pudo ver que su jefe se quedaba de piedra, como si acabaran de darle un
bofetón en plena cara. ¡Tanto anotado!, se dijo y luego pasó a su lado como si él
no estuviera allí para ir hasta una de las paredes a examinar los lienzos que la
cubrían.
No se esperaba algo así de la casa de El Tirano, pero debía admitir que le gustaba
lo que veía.
—Emily...
—¿Sí?
Emily levantó la vista hacia el techo de vigas que parecía perderse en las alturas.
Madre mía, pensó pues el espacio era tan amplio que quitaba el aliento.
Otra cosa que de inmediato le llamó la atención fueron los suelos de mármol blanco,
tan pulidos que tenían el aspecto de una pista para patinaje en hielo.
Anonadada por lo que veía, Emily se quedó de pie clavada en el sitio mientras el
señor Tanner subía los dos escalones que ascendían a una zona de estar en desnivel,
con tres sofás de cuero color borgoña, una inmensa biblioteca de dos pisos con
escaleras correderas de esas que se desplazan por carriles para alcanzar los libros
que están más altos.
También había una impecable mesa de billar, varias lámparas de pie y una gran
chimenea como de película navideña.
—Bienvenida a tu nuevo hogar, ponte cómoda. Voy a por cerveza. ¿Te apuntas?
—Un vaso de agua —se burló su jefe negando con la cabeza mientras se dirigía a la
cocina.
Madre mía, este ático era el sitio más costoso en el que había estado jamás. Se
veía inmaculado y todo estaba diseñado hasta el más mínimo detalle con un estilo
minimalista.
Aunque más que minimalista, pensó, podría decirse que el piso lucía casi
impersonal. Como si su jefe aún no hubiera acabado de instalarse, aunque sabía que
él vivía aquí desde hacía al menos un par de años.
O por un arqueólogo.
Emily encontró que había demasiado espacio entre las cosas, dándole al lugar un
aire remoto.
De repente Emily se quedó quieta pues cayó en la cuenta de que la casa era el fiel
reflejo del carácter de su jefe: distante, frío, superficial y desalmado.
La voz de su jefe a sus espaldas hizo que pegara un bote y giró la cabeza forzando
una sonrisa.
El señor Tanner entrecerró los ojos apartando el botellín de cerveza de sus labios.
—Pues no te veo demasiado convencida. ¿Qué pasa? Creía que el minimalismo era lo
tuyo.
—No es eso.
Emily hizo una mueca debatiendo si debía hablar con franqueza. Su jefe pareció
leerle la mente.
—Es que… No veo muchos objetos personales, y eso le resta algo de… calidez. Es como
si fuera una casa sin corazón —esto último lo soltó casi sin pensarlo y se
arrepintió de ello al momento. Sobre todo luego de ver la cara que ponía su jefe
mientras miraba a su alrededor pensativo, como si estuviera considerando seriamente
sus palabras.
¡Sería bocazas! ¿Cómo iba a soltarle una cosa así cuando apenas acababa de llegar a
su casa?
—Puede que tengas razón —dijo él al fin, asintiendo con la cabeza—. Cuando encargué
la decoración quería algo elegante y funcional. Y evidentemente me han dado lo que
les he pedido—dijo abriendo los brazos para indicar el espacio alrededor—. Tiene
todo lo que necesito, pero llevas razón en lo que dices, no se ve como el típico
hogar que uno se esperaría. De todos modos, el tiempo que paso aquí es muy poco.
—Aunque suene raro, prefiero mi despacho en Tanner Security. Allí tengo la mayor
parte de mis cosas personales.
A Emily eso no le parecía tan raro. Sabía que su jefe era un trabajólico, lo que no
sabía era que lo fuera hasta el punto de preferir su oficina a su casa.
El señor Tanner le tendió un vaso de agua con hielo que Emily agradeció con una
sonrisa.
—Toma asiento —le pidió y ella se sentó en uno de los sillones sintiendo que el
enorme asiento mullido se la tragaba.
Su jefe se sentó a su vez, pero lo hizo en el brazo del mismo sillón en el que
Emily estaba sentada. Mientras él bebía su cerveza con toda naturalidad, ella se
tensó enderezando la espalda al sentir la musculosa pierna de su jefe rozándole un
brazo. No estaba habituada a estar tan cerca de él. Nerviosa se llevó el vaso de
agua a los labios y bebió mientras por el rabillo del ojo observaba a El Tirano,
que en ese momento se aflojaba el nudo de la corbata con un suspiro.
Para romper el silencio incómodo, Emily dijo lo primero que se le pasó por la
cabeza.
—¿Quieres verla?
Emily asintió tímidamente y cuando él se puso en pie ella pudo respirar al fin con
alivio.
También había dos neveras de tres puertas, una a cada lado de la isla, y un
congelador alargado como los que hay en los supermercados.
Los hornos estaban empotrados a la pared y Emily se acercó a ellos con una
expresión de asombro.
—Adelante.
Mordiéndose el labio inferior y con sumo cuidado tiró de una de las puertas para
mirar dentro.
Repleto de sensores y con parrillas combinadas, había tanto espacio que se imaginó
haciendo una gran barbacoa para sus vecinos. Entonces recordó que estaban solos en
la planta y que probablemente se encontraran a más de cien metros de distancia de
la persona más cercana.
—Tres por este lado y uno más allá —dijo señalando hacia la otra punta de la cocina
donde se hallaba un horno rectangular excesivamente grande—. Pero aquel es
exclusivamente para hornear pizzas.
Él se encogió de hombros.
—¿No cocina?
—No tengo paciencia para ello —hizo una mueca con la boca y se le marcaron aquellos
hoyuelos que le volvían aún más guapo.
Vaya, cuando se lo proponía su jefe podía ser encantador. Hasta le hacía olvidar a
una lo déspota que podía llegar a ser en realidad.
—Pues vaya desperdicio —comentó ella con una sonrisa—. Este sitio es un paraíso
para una cocinillas como yo. Aquí se podría cocinar para un regimiento.
Su jefe abrió los brazos a los lados indicando todo lo que había allí.
—Claro.
—Emily…
—¿Sí?
—Adelante.
—No usas la cocina, tienes la casa casi vacía, solo vienes aquí a dormir… ¿No te
sientes a veces como si vivieras en un hotel?
Su jefe pareció meditarlo durante unos instantes.
—A decir verdad, lo he pensado más de una vez. Pasar el resto de mi vida saltando
de hotel en hotel como un nómada.
—Oye, que la suite presidencial del Four Seasons no está nada mal —sonrió.
—Ya, pero es que amo demasiado estar en mi casa. No hay como llegar por la tarde a
mi apartamento después de pasarme todo el día fuera. Es mi mayor alegría… —dijo
emitiendo un largo suspiro.
Sus ojos azules parecían rasgarse aún más cuando sonreía. Emily bajó la vista, pues
cuando la miraba de esa manera no podía evitar quedarse con la mente en blanco.
—Eso mismo —respondió ella, una tímida sonrisa jugando en sus labios—, tumbarme en
mi viejo sofá amarillo y quedarme mirando el techo hasta olvidarme por completo de
las penurias del día.
—No es necesario que lo digas con palabras. Ya lo dices con todo tu cuerpo.
Emily tragó saliva y se sonrojó pues entendía lo que quería decir. Desde niña había
sido siempre muy expresiva, a veces quizás demasiado, pero era parte de su
personalidad, no podía evitarlo. Para colmo, cuando se ponía nerviosa se le daba
por moverse y hacer unas muecas horrorosas. Era algo inconsciente que no podía
controlar.
Emily siempre había creído que podía usar las palabras como escudo protector, pero
al parecer no surtían efecto ante su jefe, pues sin importar lo que ella dijera, él
tenía la habilidad de leerla como un libro.
—No te preocupes, puedes hablar con confianza. Todo me sirve para conocer mejor a
mi “prometida”.
El señor Tanner le sonreía en silencio y a ella te temblaron las rodillas.
Pero recuerda que sigue siendo El Tirano y no debes bajar la guardia, se dijo a
modo de advertencia.
—Aún no te he enseñado las vistas, ven conmigo —dijo su jefe de pronto, cogiéndola
de la mano con una naturalidad que la pilló por sorpresa.
Regresaron al salón cogidos de la mano como si fuera lo más normal del mundo y
Emily le vio sacar el móvil de un bolsillo del pantalón y apuntarlo hacia algún
sitio por encima de su cabeza. De inmediato las cortinas empezaron a descorrerse
con un ligero zumbido eléctrico, desvelando poco a poco un cielo majestuoso, en
partes rosa, en partes naranja fuego, con algunos tonos malva y púrpuras llegando
al horizonte.
Estaban en un piso cincuenta y Emily jamás había visto algo semejante. La ciudad se
extendía bajo sus pies como una miniatura.
—Mira a tu derecha.
Emily giró la cabeza para mirar hacia donde su jefe indicaba y la mandíbula casi se
le cae al suelo al ver las playas de corales y el mar de color esmeralda. Las olas
llegaban a la costa en líneas sucesivas, ininterrumpidas, hipnóticas. Era tan
relajante que Emily habría podido quedarse todo el día observándolas.
—Estas vistas son algo de lo que nunca me canso. En un rato podrás ver cómo se
ilumina la ciudad al caer la noche. Te aseguro que los cielos nocturnos de
Riverside son lo más sensual que jamás hayas visto.
Emily miró a su jefe de reojo. En ese momento soplaba un mechón de pelo para
apartarlo de su frente y sus ojos azules se veían oscurecidos por la luz
crepuscular.
—¿Te gusta? —preguntó él de pronto girando la cabeza hacia ella y Emily dio un
respingo.
Él se sonrió.
—Se te va la olla.
—Bueno, no sé si tanto.
—Oye, no me molesta que digas lo que se te pasa por la cabeza. También yo soy
bastante directo.
—Pero lo piensas —hizo una pausa y la miró directo a los ojos—. ¿Acaso no me llamas
El Tirano?
El señor Tanner ladeó la cabeza y le lanzó una mirada acusadora que consiguió
ponerla aún más nerviosa.
Emily desvió la vista hacia el suelo. ¿Qué narices iba a decirle? ¿Que ella nunca
lo había hecho? ¡Claro que le había llamado Tirano, como el resto de la oficina!
Después de todo, era un mote que se había ganado a pulso.
—Así te ves mejor —dijo él a propósito de nada y Emily alzó la cabeza sorprendida.
—¿Perdone?
—Lo siento.
—Que te ves mejor sin ese aire de profesora de matemática que adoptas en la
oficina, como si tuvieras todo el tiempo un palo metido en el culo.
—¡Mira quién fue a hablar! —comentó para sí, pero al darse cuenta de que Tanner le
había oído se apresuró a disculparse—. Lo siento.
—No te disculpes.
—Es que no quisiera parecer una ingrata.
—Descuida, no lo pareces.
—Pero no es tu sueño —dijo mirándola a los ojos y Emily no supo donde meterse, pues
su jefe tenía toda la razón. Aquel ático era tan formidable que quitaba la
respiración con solo verlo, pero no era su sueño—. Es normal, tú y yo somos muy
diferentes —añadió él—, con vidas y gustos tan distintos como el día y la noche.
¿Crees que por ser distinta a mí me ofendes?
Su jefe sonrió.
—Tranquila, para llevar una empresa como Tanner Security hay que tener la piel como
la de un elefante. Ven —dijo mientras se apartaba del ventanal—, será mejor que
llevemos tus cosas arriba. Te enseñaré tu habitación.
El señor Tanner fue hasta el vestíbulo y regresó con su bolsa de viaje. Emily subió
las escaleras tras él, sosteniéndose de la balaustrada de acero negro y desviando
los ojos hacia el suelo para no mirarle el trasero redondo y musculoso que se
marcaba a través de sus pantalones.
Ni en un millón de años habría pensado que llegaría el día en que fuera a dormir
tan cerca de El Tirano.
Cuando le tendió una tarjeta magnética ella se quedó mirándola como si nunca antes
hubiese visto una.
Al tomar la tarjeta rozó sin querer los dedos de su jefe. Emily apartó su mano
rápidamente como si se hubiera quemado con fuego. Al advertirlo, él la miró con una
expresión divertida en el rostro. Emily se volvió dándole la espalda y trató de
abrir la puerta. Su mano temblaba tanto que tardó un rato en hacer pasar la tarjeta
por el sensor.
Al fin parpadeó una luz verde en el sensor y la puerta cedió. Aliviada asomó la
cabeza para echar un vistazo a su nueva habitación. Se sorprendió gratamente de lo
bonita que era y de lo bien decorada que estaba. Parecía tener la calidez que le
faltaba al resto del piso.
—¿Te gusta?
Sonriente giró la cabeza para mirar al señor Tanner.
—Es perfecta.
Su jefe pasó a su lado y dejó la bolsa de viaje sobre la cama mientras ella lo
examinaba todo con la vista. Era una habitación bien iluminada, como el resto de la
casa. El suelo era de parquet con una alfombra blanca peluda y mullida al pie de la
enorme cama.
Había varios muebles de madera lacada: un secreter, un armario con espacio de sobra
para su ropa y hasta un tocador con su espejo redondo estilo Hollywood con
bombillas alrededor y con un taburete con asiento de terciopelo rojo.
—¿Por qué no pruebas el colchón? A lo mejor es demasiado duro para ti y tenemos que
cambiarlo.
Emily se detuvo delante de la cama repleta de cojines de colores. Los apartó con
una mano y luego se dejó caer en ella. Sus labios dibujaron una sonrisa al notar
que el colchón era de plumas.
Su jefe se echó a reír al ver la cara de felicidad que se le quedó pues esto era un
lujo asiático para ella, acostumbrada como estaba a su viejo colchón de resortes
que se había traído desde su pueblo. Con los años el pobrecillo había quedado más
fino que una loncha de jamón. Al menos ahora no se levantaría por la mañana con
esas horribles contracturas que solía tener.
Cruzado de brazos su jefe seguía cada uno de sus movimientos con la vista y sonreía
divertido por sus reacciones.
Emily abrió los ojos como platos. ¡Madre mía, un baño en suite!
De un salto salió de la cama y echó a andar hacia una puerta semi escondida al otro
lado de la estancia. Metió la cabeza dentro para echar una ojeada, lanzó un
chillido de emoción y entusiasmada se giró para mirar a su jefe.
Las pocas oportunidades que había tenido de tomarlos, los había disfrutado como una
enana.
—Ya te lo habías marcado con el pedazo de cocina que te han diseñado —dijo con una
gran sonrisa, y al terminar de decir aquello se dio cuenta que era la primera vez
que tuteaba a su jefe sin ningún esfuerzo.
—¿Friki yo?
—Pues tienes que ver la cara que has puesto. A mí personalmente me ha hecho mucha
gracia.
Emily levantó la cabeza para observar una caja gigante de metal con varios huecos.
Suponía que desde allí saldría el agua pero no estaba segura y no se atrevía a
tocar nada. Entonces su jefe pasó a su lado para dirigirse hasta el plato gigante
de ducha y pulsar algo en una pantalla led empotrada en la pared. Al instante
múltiples chorros de agua comenzaron a caer desde todas direcciones.
Al finalizar la demostración el señor Tanner se volvió hacia ella con una sonrisa
de listillo.
—Creo que me quedaré a vivir dentro de esta ducha. Tendrás que sacarme de aquí con
los bomberos —dijo ella devolviéndole la sonrisa.
Emily se dijo que a lo mejor había sido demasiado dura con él y se sintió un poco
culpable.
—No me agradezcas. Tienes por delante una tarea bastante delicada. Tú eres mi as
bajo la manga y necesito que las condiciones en las que trabajes sean óptimas para
que todo salga bien. Ni por un minuto pienses que he dejado de ser El Tirano de
siempre.
—Ah, me olvidaba… —dijo él volviéndose para señalar su falda que le llegaba casi
hasta los tobillos—. Ponte la ropa más cómoda que tengas, pues el ensayo será
exigente.
—Sí, señor.
Su jefe la miró una última vez antes de salir cerrando la puerta tras de sí.
Emily se quedó allí de pie durante unos momentos tratando de procesar todo lo que
acababa de vivir.
¡Madre mía, estaba en casa de su jefe! se repitió varias veces con incredulidad y
luego se tumbó en la cama abrazándose a un cojín mientras pensaba qué sería de ella
a partir de ahora. Pronto bostezó y notó que los ojos se le cerraban. Hundió su
mejilla en las suaves sábanas blancas.
Era como flotar sobre una nube de algodón, se dijo sonriendo para sí.
Cuando volvió a abrir los ojos el cielo estaba estrellado y únicamente la blanca
luz de la luna entraba por la ventana. ¡Dios mío, se había quedado dormida!
Dando un brinco se quitó la ropa arrugada y luego se miró los pies descalzos. Al
instante recordó que sus sandalias estaban guardadas en el zapatero del vestíbulo y
que su jefe no quería que las llevara dentro del ático.
Aún frotándose los ojos pensó si debía vestirse con la blusa y el pantalón que
había traído en la bolsa de viaje. Titubeó durante unos instantes con el pantalón
en la mano, mordiéndose el interior de la mejilla mientras trataba de decidirse. El
señor Tanner había dicho que se pusiera la ropa más cómoda que tenía. Contempló su
bolsa durante unos segundos y pensándolo mejor decidió guardar su pantalón y en
cambio sacar su pijama de ositos.
¿Qué más daba? Se encogió de hombros mientras planchaba el pantalón del pijama con
las manos. Su jefe había sido claro. Iban a ensayar y ella necesitaba estar de
entre casa.
Cuando terminó miró el resultado en el espejo y arqueó una ceja haciendo morritos
en un inútil intento de verse guapa.
Pero enseguida dejó caer los hombros con desánimo y chasqueando la lengua se dijo:
¿A quién pretendes engañar? ¡Él no te ve de esa manera!
Era una idea ridícula. ¿Cómo su jefe iba a fijarse en ella pudiendo tener un harem
de mujeres altas y esbeltas a su disposición?
La había contratado para actuar como su prometida y por un tiempo eso sería para el
resto del mundo; pero Emily era consciente que para El Tirano siempre seguiría
siendo el felpudo que le llevaba la agenda y al que podía pisotear y pasar por
arriba tantas veces como le diera la gana.
Bufó enfurruñada.
—¿Y para ti? —preguntó de repente con la vista clavada en su reflejo—. ¿Qué es el
señor Tanner para ti?
Sus ojos brillaron por un momento y vio cómo su piel se volvía de un rosa vivo.
—¡No pienso contestar a esa pregunta capciosa! —le respondió a su reflejo enfadada.
Era evidente que Tanner no era más que un jefe cínico y gruñón al que tenía que
aguantar para sobrevivir las malas decisiones financieras de su padre.
Punto.
Así que por toda respuesta le sacó la lengua a esa chica insegura y soñadora que
veía en el espejo y que no se parecía en nada a ella.
Emily suspiró.
Miró la hora y se aplicó un poco más de maquillaje para asegurarse de que al menos
su jefe no saliera corriendo al verla.
Tenía que ser la cueva del tirano, se dijo y de inmediato sintió un estremecimiento
al pensar que esta noche dormiría a escasos metros de la habitación de su jefe.
Entonces dio un paso hacia la puerta y alargó la mano hasta casi tocarla, aunque no
se atrevió a hacerlo.
Rápidamente echó un vistazo por encima de su hombro para asegurarse de que estaba
completamente sola y regresó su atención a la puerta prohibida.
No sabía con qué diablos se encontraría del otro lado.
No sería raro, pensó. Después de todo, su jefe no era precisamente ningún santo.
Siguiendo un impulso cogió el pomo y lo giró. Estaba por empujar la puerta pero en
el último momento miró hacia las escaleras con el pulso enloquecido creyendo haber
escuchado ruidos.
¡Esto era estúpido! El señor Tanner podía subir en cualquier momento y pillarla.
Como la sorprendiera husmeando en su dormitorio, se liaría una buena.
¡Venga ya, baja de una maldita vez y déjate de tonterías! se regañó a sí misma y se
apresuró a bajar las escaleras preguntándose si no estaría enloqueciendo.
* * * * *
Matt había preparado café y estaba por servirse la segunda taza cuando oyó que
Emily entraba en la cocina.
Al instante dejó lo que estaba haciendo y se quedó muy quieto siguiéndola con la
mirada mientras ella se dejaba caer en un taburete con ojos soñolientos, como si
acabara de despertarse de una siesta.
Ella asintió y él le puso una taza humeante delante. Emily se quitó el pelo de la
cara con un movimiento distraído del brazo y enseguida se inclinó para soplar el
café y darle pequeños sorbitos. Sus movimientos eran espontáneos y se comportaba
como si él no estuviera allí. Fascinado continuó observándola por el rabillo del
ojo mientras revolvía los cajones buscando una cucharilla para el azúcar.
Nunca la había visto así, tan relajada y hasta podría decirse… sensual.
Su cuerpo era delgado y menudo, pero el pijama ceñido revelaba unas curvas que
antes le habían pasado completamente inadvertidas.
Matt arqueó una ceja pensando que era la primera vez que la veía bostezar.
Bebieron su café cada uno en su mundo. Matt se sonrió pues esto mismo hacían en la
oficina todos los días y él nunca se había detenido a observar a su asistente ni
por un segundo.
Y en cambio ahora…
Volvió a echarle un vistazo esta vez fijándose en sus rizos rojos que caían en
cascadas sobre sus hombros. Recordó que en la oficina solía usar el pelo recogido
en espantosos moños que la avejentaban y le daban un aspecto de institutriz inglesa
del siglo diecinueve.
Quizás era porque no la había visto antes por la noche. ¡Sí, eso era! Siempre que
veía a su asistente lo hacía durante el día, en el ámbito de la oficina.
Llevado por la curiosidad se centró en su rostro y notó con cierto asombro que por
la noche sus pecas desaparecían casi por completo. Sin ellas se veía distinta, más
enigmática y menos niña buena…
Era un color misterioso que hacía que su mirada cobrara un brillo especial, casi
exótico.
Los ojos de Matt continuaron el recorrido hacia su boca y allí se detuvo observando
sus labios húmedos.
Casi.
Con una anticipación desmesurada esperó a que diera otro sorbo al café. Cuando al
fin lo hizo vio cómo sus labios envolvían el borde de la taza y sintió un
cosquilleo en sus pantalones.
—Esto… creo que una de las bombillas no funciona del todo bien. Recuérdame que
llame al servicio técnico.
Buscando algo que hacer para distraerse de lo que estaba sintiendo rebuscó en el
bolsillo de su pantalón y sacó la cajita forrada en terciopelo azul que había
comprado para ella. Pensaba dárselo más tarde, pero daba igual. Dio un paso hacia
ella y alargó la mano para ofrecérsela. Al verle ella se enderezó en su taburete y
parpadeó confundida.
—¿Qué es eso?
La vio dudar y Matt resopló impaciente, cogiendo la caja para abrirla él mismo.
Emily abrió la boca sorprendida y Matt cogió su mano para ponérselo en el dedo.
—Un anillo de compromiso, naturalmente. Veo que te he dejado sin palabras, ¿eh?
—Vaya… —murmuró ella como si le costara creer en lo que veían sus ojos.
—La vendedora me ayudó a escogerlo. No entiendo nada de estas cosas, pero me han
asegurado que es una buena pieza de joyería. A Orwell le impresionará.
—No tienes por qué agradecerme. No se trata de un obsequio personal, solo es parte
de la farsa. Sin un anillo de compromiso levantaríamos sospechas, ¿no crees?
—¿Te va bien?
—Pues perfecto. Lo siguiente será aprendernos el papel que toca interpretar mañana.
—No soy muy buena para esto, pero si me indicas lo que tengo que decir prometo
aprendérmelo al dedillo.
Él la miró extrañado.
La señorita Williams bajó la mirada sonrojándose hasta las orejas y Matt levantó
una ceja primero y luego entrecerró los ojos con incredulidad.
Al menos habrá salido con dos o tres chicos en su vida, ¿no?, se dijo temiendo que
tuviese aún menos experiencia que él en lo que concernía a formalizar una pareja.
Matt había tenido cientos de amantes pero nunca había durado con ninguna lo
suficiente para que una relación se volviera seria.
Y eso había sido así porque él lo había decidido desde muy joven.
—Oye, tendrás que ayudarme en esto pues aunque te parezca mentira, jamás he tenido
una novia formal.
—Oye, que salga con mujeres no significa que sepa lo que es tener grilletes en las
muñecas y en los pies.
—¡Ni yo! —se apresuró a aclarar la señorita Williams—. Solo era una forma de decir…
Exasperado Matt levantó los brazos al cielo y se puso a caminar de un lado a otro
de la cocina.
—¡Genial, ni tú ni yo tenemos puta idea de cómo hacer que esto se vea real!
—¿Ah no?
—Pues no —dijo ella tímidamente—, para hacerlo más real puedes imaginar que soy una
de tus amigas.
—¿Una de mis amigas? —se echó a reír—. ¡Tú no te pareces en nada a ellas!
—Vaya, gracias.
—Oye, no pretendía ser ofensivo —se acercó a ella y bajó la voz—. Tú eres distinta,
eso es todo. Por algo te he escogido a ti y no a ellas. El problema es que al
parecer tú y yo somos dos bichos raros.
Matt enderezó la cabeza con interés y la miró fijamente, pero eso pareció
intimidarla y se quedó callada.
—Solo que nada serio, ¿verdad? —preguntó él con su sonrisa ladeada—. No quieres
problemas con tíos, ¿eh? Veo que en el fondo no somos tan diferentes, a ti también
te va el folleteo sin compromisos —se burló.
—¡A que no soy tonta, que perfectamente puedo fingir ser tu novia!
Matt dio otro paso hacia ella con las manos en los bolsillos y la miró desafiante.
—¿Caras?
—¡Eso es mentira! ¡Yo no pongo cara de grima cuando estoy contigo! —protestó ella.
—¡Dices eso porque no te ves! Mira, pones una cara semejante a esta.
Entonces Matt torció el gesto exageradamente y le quedó una cara tan graciosa que
provocó una carcajada involuntaria en su asistente.
—¡No es cierto! —protestó ella entre risas—. Mira, esta es la cara que pones tú
cada vez que me hablas —y entonces la señorita Williams arrugó la frente y la boca
como si estuviera realmente enfadada, haciendo temblar las aletas de su nariz como
un toro furioso.
—Emily, ya vale, creo que he captado la idea —dijo suspirando profundamente antes
de añadir—. Veo que es peor de lo que pensaba. Somos un caso perdido, nena. Ni tú
ni yo sabemos expresar cariño. Y mucho menos en presencia del otro.
Su asistente apretó los labios pero no dijo nada. Matt se pasó una mano por el
pelo.
Matt cogió un taburete y se sentó junto a ella. Inclinando su cuerpo para estar aún
más cerca, alargó una mano y rozó la mejilla de la señorita Williams, que pillada
por sorpresa se tensó sin respirar.
Muy lentamente Matt deslizó la palma de su mano haciéndole una caricia casi
imperceptible. Ella en tanto giraba los ojos siguiendo el movimiento de su mano con
la misma expresión de repulsión con la que miraría a una mosca que se posara sobre
su piel.
Preocupado Matt advirtió que la tensión en el rostro de su asistente era cada vez
mayor hasta que ella ya no pudo soportarlo y se apartó de él, volviendo a llevarse
a los labios su taza de café que usaba a modo de escudo protector.
Frustrado Matt resopló. Como las cosas siguieran así, era evidente que esto no iba
a funcionar.
—Mira Emily, como no hagas un esfuerzo sincero, esta historia del compromiso no se
la colamos ni al vecino. Y mucho menos a Orwell que es un tío de lo más astuto.
Recuerda que esto no es personal. Son solo negocios, ¿de acuerdo? Ne-go-ci-os —dijo
recalcando cada sílaba—. Y los negocios se conducen con cálculo y con mucha sangre
fría. Ambos queremos que esto resulte, ¿verdad?
Emily le miró.
—Pues sí.
La señorita Williams bajó los ojos y durante un momento miró el anillo en su dedo.
Finalmente asintió.
Luego cogió su móvil y lo apuntó hacia arriba. Al instante comenzó a sonar música
de bachata por los altavoces de la cadena de música y su asistente abrió los ojos
mirándole horrorizada.
—Vale.
—Abrázame así —exigió con su habitual tono autoritario. Al ver que ella no se
movía, añadió suavemente—. Oye, sin miedo. Te prometo que apenas nos tocaremos.
Ella le miró a los ojos y entonces dio un paso al frente para avanzar con cuidado
hacia él, pero se detuvo a varios centímetros de distancia de su cuerpo. Con el
mismo cuidado que empleaba ella para acercarse a él, Matt le pasó una mano por
detrás rodeando su espalda y apoyó sus manos sobre su cintura, apenas rozando el
algodón de su pijama.
—¿Ves? No tienes por qué tener miedo. No voy a comerte. Ahora te toca a ti, intenta
rodear mi cuello con tus brazos.
Su asistente le miró con consternación, pero acabó por hacer lo que él le ordenaba
y se puso de puntillas extendiendo sus brazos hacia él.
Ella dejó descansar las manos sobre su nuca y Matt se estremeció con el contacto.
Podía sentir sus palmas calientes contra su piel. Era una sensación que no le
desagradaba en absoluto.
—¿Lo estoy haciendo bien? —titubeó la señorita Williams.
—Por algo se empieza —dijo él, aunque notaba que aún estaban demasiado distanciados
el uno del otro.
Ella asintió mordiéndose el labio inferior y tomó aire como si estuviera a punto de
lanzarse desde un avión al vacío.
Poco a poco adelantó su cuerpo hacia él, pero lo hacía como si con su proximidad
temiera activar una bomba.
Durante los primeros segundos permanecieron tensos, mirándose el uno al otro con
evidente incomodidad.
Matt se movió con cadencia y su asistente intentó seguirle el ritmo, pero era
prácticamente imposible coordinar sus movimientos.
Menos mal que iban descalzos o esto sería una masacre, se dijo.
La señorita Williams continuó bailando sin ningún sentido del ritmo. Los pisotones
se repitieron y Matt se preguntó si de verdad sería tan torpe, o si se lo hacía a
posta solo para fastidiarle.
—Oye, ¿no crees que deberías sonreír? —preguntó Matt irónico—. Así parece que
estuviera obligándote a bailar a punta de pistola.
—Nada, que tendrás que conseguirlo, pues de lo contrario Orwell nos dará la patada.
—Vale, pero corres el riesgo de que te deje el pie hinchado de tanto pisarte.
—No importa —dijo Matt haciendo una mueca de resignación—. Mis pies pueden soportar
un par de pisotones más.
—De acuerdo —dijo ella resoplando y entonces ensanchó sus labios tratando de forzar
una sonrisa—. ¿Así está mejor?
Matt se apartó para mirarla. Claramente no era la sonrisa de enamorada que él
esperaba ver, pero al menos ya no parecía descompuesta.
Continuaron bailando durante un rato. Cada vez que la señorita Williams le daba un
pisotón él apretaba los labios sin decir nada para no desalentarla.
—¿Cómo te sientes?
Su desgana era evidente. Y a decir verdad, tampoco él se sentía cómodo con ella.
Matt había creído que en cuanto rompieran el hielo, todo fluiría. Después de todo
bailar con una mujer era el pan de cada día para él. Pero con la señorita Williams
todo era más difícil. Apenas la tocaba porque temía ofenderla y sentía que no
podían conectar.
Esto es ridículo, se dijo cabreado. ¡Su asistente no era alguien especial! ¡Era una
chica sosa y desabrida!
Tenía que encontrar una solución para que ambos perdieran esta estúpida reserva que
les impedía estar cómodos en presencia del otro.
En realidad, era una idea que la propia señorita Williams había sugerido hace un
rato cuando dijo que Matt podía imaginarse que ella era una más de sus amigas.
Ni más, ni menos.
Estaba seguro que así la aprensión que ambos sentían hacia el otro se evaporaría de
una vez por todas.
Decidido a pisar a fondo el acelerador, Matt sonrió con malicia y bajó sus manos
hasta las caderas de su asistente.
Luego bajó hasta tocar la punta de su nariz con su cuello. De inmediato pudo sentir
que su asistente se estremecía y sonrió con travesura.
—¿Qué haces? —preguntó ella con un sobresalto cuando él apoyó sus labios en su piel
y buscó su boca.
Y acto seguido aplastó sus labios contra los suyos sin darle tiempo siquiera a
reaccionar, besándola con una furia inusitada.
Debía confirmar que la señorita Williams era igual a cualquier otra mujer. ¡Y esta
era una buena manera de hacerlo!
Tras abrirse paso dentro de su boca comenzó a acariciarla con habilidad. Aquella
suavidad que le había sorprendido durante el primer beso volvió a sobrecogerle.
Entrelazaron sus lenguas y su asistente gimió dentro de su boca. Ese sonido añadido
al chapoteo que hacían sus bocas húmedas entrechocando, hizo que Matt se empalmara.
—¡Esto ha ido demasiado lejos! —balbuceó ella con las mejillas encendidas y
tratando de recuperar el aliento.
Matt maldijo para sus adentros por haberse dejado llevar por el momento. Sabía que
no había podido controlarse y eso le fastidiaba.
—Es solo un beso —dijo él con una mueca burlona—. No le otorgues más significado
del que tiene.
—Es que…
—¿Qué? ¡Te pones así solo porque te he metido la lengua! Recuerda que la gente debe
pensar que estamos comprometidos de vedad. ¿Cómo se supone que practiquemos un beso
realista sin lengua? Imagina si reaccionaras así frente a Joseph Orwell. ¿Qué crees
que pensaría de nosotros?
La señorita Williams permaneció callada. En ese momento Matt se dio cuenta de algo.
Lentamente bajó la mirada hacia el enorme bulto que sobresalía en sus pantalones.
Joder, se dijo divertido por lo que aquel estúpido beso había provocado en él.
—¡No me he asustado! —protestó ella levantando los ojos hacia él—. Pero… pero… eso
no es lo correcto.
—No es lo correcto pero es lo natural, Emily. Soy un hombre después de todo. ¿Qué
se supone que deba hacer al respecto? ¿Suprimir mis instintos?
—¡Se acabó! —exclamó ella tapándose las orejas y cerrando los ojos—. No quiero oír
nada más acerca de esto.
—¡No es más que una puñetera erección! ¿Crees que significa algo? ¿Que lo hago a
propósito para fastidiarte?
Con un bufido la señorita Williams se alejó de él y fue hasta el sofá más cercano
para dejarse caer en él.
Matt se pasó una mano por el pelo y se quedó mirándola sin saber qué decir.
—Oye, Emily…
Su asistente lucía tan frágil en aquel pijama que tuvo el impulso de sentarse junto
a ella y pedirle disculpas.
Pero no lo hizo.
Todo lo que pudo hacer fue quedarse allí de pie como un idiota, tratando de
descifrar en su expresión ofuscada lo que pasaba por su cabeza.
Mierda, se dijo Matt mientras trataba de pensar a toda prisa. ¿Qué diablos iba a
hacer con esta mujer imposible?
—Creo que por hoy hemos tenido suficiente el uno del otro. Será mejor que
descansemos.
—Te aseguro que podemos mejorar. Emily, confío en ti. Nunca me has fallado.
Los hombros de su asistente se sacudían con los sollozos y oyó que sorbía por la
nariz. Matt detestaba ver llorar a una mujer y en ese momento se sintió un inútil
por no saber qué más decir para tranquilizarla.
Lentamente la señorita Williams sacó su rostro de entre las manos y se limpió los
ojos con una manga del pijama.
—Lo siento mucho, señor. Es mi culpa, tengo muy poca experiencia en estas cosas.
—Es la primera vez para los dos. Fingir una relación tan íntima es… ¿cómo decirlo?
Matt vio asomar una pequeña sonrisa en los labios de su asistente y respiró
aliviado.
—Oye, si te hace sentir mejor no repetiremos el beso. Excepto que nos encontremos
en una encerrona y debamos salvar la cara. ¿Qué te parece?
—¿Lo juras?
Ella asintió.
—Vale, pues entonces buenas noches, mañana será un día largo y debemos descansar —
dijo él y se apartó para que su asistente se pusiera en pie.
La siguió con la mirada mientras subía las escaleras y echó un vistazo a su trasero
pero enseguida apartó la mirada. No se sentía con ánimos de fisgonearla. Era una
chica a la que estaba obligando a hacer algo que evidentemente no quería hacer y se
preguntó si no estaría cometiendo un error.
—Demasiado tarde para dar marcha atrás —se dijo lanzando un largo suspiro.
Matt regresó a la cocina negando con la cabeza, cabreado consigo mismo y con toda
esta puñetera situación.
Fue a por una cerveza y regresó al salón para sentarse a oscuras frente a los
ventanales. Durante varios minutos contempló el horizonte iluminado de la ciudad
mientras bebía de su botellín.
Decidió que al día siguiente, en cuanto salieran de esa maldita barbacoa, llamaría
a una de sus amigas para quedar esa misma noche.
Nada en el contrato le impedía salir con la mujer que deseara, siempre que tuviera
las precauciones necesarias para no dejarse ver en público.
Matt se acabó la cerveza sintiendo que le regresaba el alma al cuerpo. Luego subió
a su habitación, se desvistió y se metió en la cama.
No pudo evitar que su febril imaginación comenzara a bombardearle con imágenes del
cuerpo desnudo y enjabonado de su asistente.
Para Matt suponía toda una novedad traer a dormir a su casa a una mujer que no
tenía intenciones de follarse.
Dios mío, se dijo con incredulidad, ¿qué tan cachondo debo estar para fantasear con
la desabrida de la señorita Williams?
Y para más inri hoy era el día en el que debutaría como su prometida frente al
público.
Emily se recordó bailando bachata con el señor Tanner. Aquello no había estado del
todo mal, aun cuando él la había abrazado por las caderas con sus grandes manos
poniéndola tan nerviosa que no paraba de pisarle los pies.
La mortificación subió como una ola de calor por su cuerpo y Emily se tapó la cara
con las manos. ¡Por Dios, no quería ni pensar en aquello! ¡Era demasiado
bochornoso!
Negó con la cabeza sintiéndose culpable pues había sido ella quien se había
abandonado a aquel beso sintiendo toda clase de sensaciones que claramente no debía
sentir.
Se suponía que este debía ser un trabajo serio y profesional, pero ella había sido
todo menos profesional.
¿Por qué narices un simple beso fingido la hacía perder el control de esa manera?
Ese era precisamente el problema, se dijo. ¡Aquel no había sido un simple beso!
Emily suspiró pensando que para ella ningún beso era un asunto simple.
Sobre todo los besos de Matt Tanner, que era un verdadero experto en la materia y
sabía qué hacer exactamente para que una mujer perdiera la compostura.
Hasta ahora ella se había creído inmune a sus encantos. Su jefe le repugnaba y
jamás se iba a fijar en él como hombre. ¡Vaya tela! Claramente estaba equivocada.
El señor Tanner no era su tipo, le caía fatal, odiaba su mala leche y su carácter
agrio…
Dios mío, no quería imaginar qué habría pasado como hubieran continuado en esa
tesitura durante unos minutos más...
¡Sus braguitas! pensó con bochorno recordando la forma en que había huido de su
jefe al sentir aquella humedad, y cómo una vez que se encontró a salvo en su
habitación al fin pudo quitarse el pantalón del pijama arrojándolo a un lado.
Finalmente, tras sacudir las piernas para hacer descender sus braguitas, las había
recogido del suelo con los dedos en pinza y una mueca de disgusto.
¡Estaban empapadas!
Tuvo que ponerlas bajo el grifo y dejarlas en remojo durante casi una hora antes de
poder enjuagarlas.
Luego de eso había permanecido sentada en el borde de la bañera pensando que nunca
antes había mojado las bragas de esa manera.
Por supuesto que se había excitado al morrearse con algún chico de su pueblo, ¡pero
jamás hasta el punto de perder el control como lo había hecho esa noche!
Jamás pensó que el señor Tanner, un machista empedernido, sin modales y sin
corazón, pudiera provocar algo semejante en ella.
Madre mía, menudo cacao mental, pensó apretándose el puente de la nariz con dos
dedos pues empezaba a sentir los inicios de una jaqueca.
Luego se vistió con ropa limpia. Cogió los pantalones vaqueros que había traído y
una blusa holgada color verde. Se preguntó si debía maquillarse, pero decidió que
era mejor que su jefe la viera al natural, así se le irían las ganas de seguir con
los “ensayos”.
Tras lavarse la cara y echarse agua detrás del cuello, se ató el cabello en un moño
y se miró al espejo satisfecha con el resultado. Allí estaba la Emily de siempre,
esa chica sosa y desabrida que vestía blusas baratas compradas en los chollos del
Ejército de Salvación.
Describirse de esa manera sonaba algo patético, es cierto, pero así se sentía más
segura. Además, no llamar la atención sobre sí misma era el mejor modo de mantener
a raya la libido del señor Tanner.
Eres una mujer sensata y con sentido común, se repitió mirándose al espejo tratando
de poner cara de mujer sensata, pero enseguida hizo una mueca y dejó caer los
brazos a los lados.
Al menos eso era lo que había creído hasta entonces, aunque ya no estaba tan
segura.
Sacudió la cabeza de un lado a otro diciéndose que no debía pensar tanto. ¡Ese
había sido su problema desde siempre! Le daba tantas vueltas a todo que a menudo
acababa enredada y peor que antes.
Así que abrió la puerta de su habitación, sacó la cabeza al pasillo y al ver que no
había moros en la costa, salió.
Pero a mitad de la escalera algo hizo que se detuviera en seco husmeando el aire
varias veces y frunciendo la nariz como un sabueso.
Entonces un estruendo la hizo dar un salto y abrió los ojos alarmada al oír el
ruido de platos rotos y cacharros cayendo ruidosamente al suelo. Bajó corriendo las
escaleras mientras oía las vociferaciones del señor Tanner, que maldecía y soltaba
tacos como un marinero.
Su jefe era un auténtico desastre con patas en la cocina, no fuera a ser que se
hiciera daño.
Cuando llegó a la cocina Tanner estaba metiendo una sartén completamente chamuscada
y humeante bajo el grifo. Emily se llevó una mano a la boca.
—¿Qué ha pasado?
Emily le vio tirar en el cubo de la basura dos piezas carbonizadas de tocino. Miró
alrededor y vio que había restos de cáscaras de huevo en el suelo y la encimera
estaba manchada de aceite.
Tanner estaba de espaldas a ella, decidiendo aún si fregar los cacharros o empezar
a recoger el desastre. Evidentemente se encontraba fuera de su elemento natural y
se le veía bastante agobiado.
—Quería sorprenderte con el desayuno. Pero ya ves, me he cargado los dos últimos
trozos de tocino que quedaban —dijo torciendo la boca en un gesto de fastidio hacia
sí mismo.
—Menudo desastre, aunque no es nada que no tenga solución —dijo Emily sonriendo—.
Verás cómo en un santiamén dejo esta cocina hecha un espejo.
—Lo siento, no sabía que estaba hablando con la Mujer Maravilla —dijo él irónico y
Emily le apartó de un codazo.
—Anda, ve a limpiarte que yo intentaré preparar algo con lo que haya sobrado.
—¿No? Pues yo creo que algo debe de haber —dijo Emily resuelta a hacer un desayuno
para los dos.
Fue hasta los aparadores donde solo vio frascos con especias y una que otra lata de
conservas. Luego fue a revisar las neveras. Tras abrir la puerta de la primera y
ver ese enorme espacio prácticamente vacío, rechistó.
Su jefe tenía razón, era la típica nevera de un hombre soltero, con el solitario
limón incluido. Meneando la cabeza con incredulidad fue hasta la otra nevera. En
esta había algo más, quizás pudiera preparar algo decente, se dijo.
Aún agachada y con media cabeza dentro de la nevera, Emily se volvió hacia su jefe.
Él se encogió de hombros.
—Hacer la compra es una tortura china para mí. Nunca sé qué productos comprar. Mi
ama de llaves era la que se encargaba de eso.
—¿Qué pasó con ella?
—Se marchó, alegando que era imposible trabajar para mí. ¿Puedes creerlo?
Emily puso los ojos en blanco. ¡Claro que podía creerlo! Los desplantes que debió
de haberle aguantado esa pobre mujer…
—Es una pena—añadió— porque la última ama de llaves era mucho mejor que la
anterior.
—No dejaba de meter la nariz en todas partes. Me trataba como si yo fuera su hijo
adolescente.
—¡Me parece fatal! —respondió con expresión severa—. Se suponía que contrataba a
una asistenta, no a una niñera.
—Y tú con ese carácter tan dócil… —esto último se le escapó y al darse cuenta de
ello, se tapó la boca con ambas manos.
—Eh… no, nada, que no se puede uno fiar de nadie en estas épocas —murmuró
rápidamente cerrando la puerta de la nevera. Cuando tras un silencio se volvió
nuevamente hacia él añadió—: Si te parece bien yo podría encargarme de la compra.
—¿En serio?
—Por mí está bien. Igual acabas como mi nueva asistenta —sonrió guiñándole un ojo—.
Por cierto, tienes presupuesto ilimitado.
Emily sonrió entusiasmada pues le encantaba el plan. Al menos haría algo productivo
durante su estadía en el ático de su jefe.
Con los dedos de una mano se desabrochaba la camisa sucia dejando sus pectorales al
descubierto. Enseguida se obligó a darse la vuelta para no verle.
—Si eres tan buena cocinera como dices, deberías ser capaz de sacar un desayuno en
condiciones.
—Veré qué puedo hacer. ¿No deberías llevar esa camisa a la lavadora?
—No digas tonterías —respondió y se obligó a mirarle a los ojos como si tener a su
lado a su jefe con el torso desnudo no fuera nada del otro mundo para ella.
Pero al verle se quedó quieta con el trapo en la mano y parpadeó varias veces
incapaz de dar crédito a lo que veía.
Los ojos de Emily se pasearon por sus pectorales que eran amplios y musculosos,
cubiertos de un vello negro muy sensual.
¡Y esos abdominales!
Jolín, los tenía tan marcados que parecían una tableta de chocolate…
La odiosa risa de su jefe sonó a sus espaldas y ella apretó los labios. ¡Será
gilipollas!
Emily puso los ojos en blanco y decidió ignorarle. Se ató un delantal de cocina a
la cintura y cogió los pocos alimentos que quedaban imaginando qué ingredientes
podría combinar para sacar un desayuno decente.
Estaba en ello cuando de reojo alcanzó a ver que Tanner se inclinaba sobre los
fogones y con una cuchara de madera cogía la chamusquina pegada a la sartén quemada
y luego se la llevaba a la boca.
—¡Pero qué narices haces! —saltó ella a su lado y le apartó el brazo para sacarle
la cuchara de la boca.
—¿Qué?
—¡Como sigas comiendo esa porquería te pondrás malo y tendré que llevarte a
urgencias!
Emily se pasó el dorso de la mano por la cara. ¡Jo, este hombre era imposible…!
—¡Anda, aparta!
Él se alejó riendo.
—No te basta con ser mi prometida y mi asistenta, que ahora te postulas como mi
enfermera…
—¡Y al menos ten la decencia de cubrirte! —exclamó ella mirándole por encima de su
hombro.
* * * * *
Tras lavarse y ponerse una camisa nueva, Matt se sentó en su sillón preferido
delante de la chimenea y abrió el periódico cruzándose de piernas. Pero en vez de
leer, se puso a observar por el rabillo a la señorita Williams mientras preparaba
la comida.
Igual que le había sucedido anoche, le impresionaba verla al natural y con cara de
recién levantada. Debía admitir que así estaba mucho más guapa que cuando se
arreglaba para ir a la oficina. La forma en la que solía maquillarse escondía sus
rasgos y no la favorecía en absoluto.
Entonces se dio cuenta de lo que debía hacer. Le pediría que hoy no se maquillara
para asistir a la barbacoa.
Matt sonrió con una sonrisa diabólica. Iba a hacer de la señorita Williams la
prometida que todo hombre de bien desea.
Qué pena que Matt no fuera esa clase de hombre, se lamentó con ironía.
Pero Joseph Orwell sí que lo era y eso era todo lo que importaba.
Imaginó la cara que pondría esta tarde cuando la viera llegar de su brazo. Iba a
parecerle un ángel, la viva estampa de la inocencia, y se preguntaría qué hacía una
muchacha semejante con un tipo como él.
Matt estaba seguro que el accionista iba a quedar encantado con ella y que con el
tiempo no tendría más remedio que comenzar a aceptar que Matt Tanner no era el
villano que la prensa sensacionalista se obstinaba en retratar.
En ese momento le vibró el móvil y vio que tenía mensaje de la señora Thompson, la
profesional que había contratado para ayudar a que su prometida comenzara a
vestirse como una chica de su edad y no como su abuelita.
Claro que su asistente no era ninguna rana, pero la pobre no tenía el más mínimo
sentido del estilo, y él necesitaba que esta tarde la señorita Williams se viera
como la prometida de un ejecutivo de su categoría.
—¿Sí?
Ella dejó lo que estaba haciendo para mirarle con el entrecejo fruncido.
—¿Perdona?
—No pensarías que me había olvidado, ¿verdad? Tienes cita con una asistente de
imagen que te ayudará a escoger tu ropa nueva.
—Da igual.
—Sin algo de color me veré como un fantasma —protestó ella en tono lastimero—.
Además necesito cubrirme las pecas.
—No son feas. Tus pecas hacen que parezcas un ángel, la mujer capaz de reformar a
un canalla como yo.
—¡Estás loco!
—¿Acaso no lo ves? Joseph Orwell necesita verme con alguien como tú. Las mujeres
con las que suelo salir van maquilladas de forma exagerada para llamar la atención.
¡Tú serás lo opuesto a ellas!
—Ya, lo que quieres decir es que Orwell necesita verte con un adefesio… —comentó
ella visiblemente ofendida.
—¡Pero lo insinúas!
Matt estaba a punto de decirle que consideraba que ella era lo bastante guapa para
lucir bien con la cara lavada, pero pensándolo mejor se ahorró el cumplido. Su
experiencia le decía que halagar a una mujer era buscarse problemas.
Además, lo último que necesitaba era mostrarse blando con ella. La señorita
Williams tenía un costado rebelde que él no estaba dispuesto a alentar.
—Mira guapa, esto va así. Yo ordeno y tú haces lo que se te dice. Después de todo,
para eso te pago.
Fue entonces que oyó un violento chasquido como si algo se rasgara y con sorpresa
vio que el periódico volaba de sus manos hecho trocitos.
Matt se incorporó sosteniendo el plato de comida en sus manos para evitar que se
cayera. El bocata que le había hecho se veía delicioso y pese a todo no pudo evitar
maravillarse de que lo hubiera sacado tan deprisa.
Alargó su mano para detenerla pero ella se zafó de su agarre dando un tirón.
Dudó si debía salir tras ella. Se vio a sí mismo corriendo por la acera y
vociferando tras ella como un loco y pensó que sería echar leña al fuego. Así que
respiró hondo y se refrenó.
Joder, no se lo podía creer, su prometida era cabezona como ella sola... ¡Y una
experta en tocarle los cojones!
Luego de tragar el primer bocado miró hacia la puerta por la que su asistente había
salido con tanta furia.
Emily estaba tan enfadada que solo le faltaba echar humo por las orejas.
¡El muy capullo creía que podía llevarse por delante a todos! Firmar un maldito
contrato no la convertía en su esclava.
Al salir a la calle la primera lágrima de rabia cayó por su mejilla y parpadeó con
fuerza tratando de sobreponerse.
—Soy más fuerte de lo que crees, Tanner —dijo con voz fuerte y clara, como si su
jefe estuviera allí mirándola—. ¡Y no me importa si te quitas la camisa y me
enseñas tu tableta! ¡No me dejaré avasallar ni por ti ni por ningún otro hombre!
Un hombre que pasaba a su lado la miró con extrañeza y Emily le sacó la lengua,
tras lo cual el hombre apuró el paso mientras le echaba vistazos asustados por
encima de su hombro.
Cerca de ella Emily oyó que alguien carraspeaba. Al girarse reconoció al chófer de
su jefe. Estaba parado en el bordillo de la calle frente a la limusina y al ver que
hablaba sola no se había atrevido a acercarse.
El chófer la miró con preocupación mientras marcaba algo en el móvil a toda prisa.
Bajando su voz a un susurro dijo:
—Sí, soy yo, señor. Estoy aquí fuera junto a la señorita… De acuerdo, no dejaré que
se marche.
Al oír aquello Emily puso los ojos en blanco, se dio media vuelta abruptamente y
echó a andar a toda prisa hacia la dirección opuesta. ¡Odiaba que Tanner la
vigilara de esta manera!
¿Acaso no era una mujer libre? ¿No tenía derecho de ir y venir a su aire?
El chófer echó a correr tras ella y cuando llegó a su lado volvió a carraspear para
llamar su atención.
Era evidente que el chófer no se atrevía a detenerla así que Emily se frenó en seco
volviéndose hacia él con los brazos en jarras.
—Estupendo.
El pobre hombretón se la quedó mirando con ojos suplicantes y Emily acabó por
sentir pena por él.
—Oh, de acuerdo, iré de compras. Lo que sea con tal de alejarme del capullo de tu
jefe. Por cierto, ¿cómo te llamas?
—¡Charlie!
—Señorita Emily.
—Así está mejor —sonrió y volvió sobre sus pasos siguiendo al chófer que se
apresuró a abrirle la puerta del coche, visiblemente aliviado por haber logrado
meterla dentro.
—Jolín, esto era justo lo que me faltaba —susurró para sí misma frunciendo los
labios en una mueca de resignación.
A saber a qué sitios la llevaría de compras, lo más probable que a una de esas
tiendas pijas de la Milla de Oro donde hasta un par de calcetines costaba una
pasta.
—¡Dios mío! —exclamó mirando por turnos a Emily, luego a Charlie y de nuevo a Emily
—. ¿Quién se ha muerto?
—No se ha muerto nadie. Es que acabo de tener una discusión con alguien, pero no es
nada grave.
—¿Seguro?
—Bueno… —Emily dudó abriendo los ojos con esperanza pues se abría una posibilidad
de escapar de la tortura, pero al ver la mirada ceñuda de Charlie en el retrovisor
suspiró y volvió a mirar a la mujer con una sonrisa amable—. Creo que no hará
falta. De hecho, me hace mucha ilusión salir de compras con usted. He estado
esperando este momento toda la mañana —mintió con tal descaro que desde el asiento
del conductor Charlie se giró arqueando una ceja.
¿Acaso no sabe que en verdad soy la asistente personal del señor Tanner?
—¿Sabes cuándo las parejas riñen más? —susurró la mujer sonriendo con picardía.
—Pues en las vísperas de una boda. ¡El estrés prenupcial rompe más matrimonios que
la infidelidad!
—Pero es que yo no voy a casarme con él… —Emily estaba a punto de decir “nunca”
pero se contuvo a tiempo, y en cambio dijo—: Hasta el año que viene.
—Da igual si es mañana o dentro de cinco años, el hecho es que te casarás con Matt
Tanner. ¡Solo de pensarlo me entra la emoción!
Jolín, esta mujer en serio pensaba que estaban comprometidos, pensó Emily con
preocupación.
—¡Oh, pero mira eso! —dijo la señora Thompson de pronto y Emily siguió la dirección
de su mirada hasta su mano izquierda—. Vaya monada de anillo. ¿Puedo verlo?
Sin esperar su respuesta, la mujer cogió su mano entre las suyas admirando el
solitario de diamante con una sonrisa soñadora.
—Debe de costar una pequeña fortuna… —comentó la mujer y al darse cuenta de que
había hablado en voz alta se disculpó con otra de sus sonrisas llenas de encanto—.
¡Oh, lo siento querida! A veces abro la boca de más y meto las narices donde no
debo. ¡Es que estas cosas me emocionan tanto que me pongo tonta!
—¡Por favor no me llames así que me avejentas! Llámame Kara, que es mi nombre
artístico, ¿vale?
—Vale, Kara.
Se veía que era una mujer sincera, aunque un tanto impulsiva. Pero eso le gustaba.
Al parecer Tanner no le había dicho nada acerca de su acuerdo, así que Emily
decidió aprovechar la situación para actuar como la prometida de su jefe frente a
esta mujer desconocida. Se lo tomaría como un ensayo para la barbacoa de esta
tarde, donde tendría que actuar frente a su verdadero público.
—Me imagino que debe de ser difícil ser la chica de Matt Tanner. Algo así como
montarte a una montaña rusa de la que no te puedes bajar.
Emily parpadeó varias veces y se la quedó viendo porque sus palabras describían con
exactitud la sensación que le provocaba tener que fingir ser la novia de su jefe.
Era una frase tan clavada que casi se echa a reír, pero logró mantener el tipo.
—Mucho más que una montaña rusa, en realidad —dijo con una sonrisa—. Matt es un
parque de atracciones completo.
La mujer se echó a reír y luego se acercó a ella bajando la voz como si estuvieran
hablando en confianza.
—¿El besazo?
—Claro, ya ha salido en todas partes. ¡Le han llamado el morreo del siglo! —rió
dándole un codazo juguetón en el brazo—. ¡Ay niña!, se ve a la legua que ese hombre
te quiere de verdad.
Por motivos de salud mental se había abstenido de mirar en Internet los sitios
donde salía la noticia de su compromiso. Y al parecer había hecho bien.
—Eh… sí, nos queremos muchísimo, eso es verdad —balbuceó sintiendo sus mejillas
acaloradas. Esperaba que Kara no se diera cuenta que mentía como una bellaca.
—El amor es algo que no se puede disimular —sentenció la mujer con una sonrisa
soñadora y Emily afirmó con la cabeza como si no pudiese estar más de acuerdo con
ella, pero en realidad se sentía de lo más incómoda con aquella conversación y
rápidamente intentó cambiar de tema.
Por suerte ayudaba bastante que Kara hablara hasta por los codos, así que pudo
desviar la charla con facilidad. Congeniaron bastante bien y Emily se sorprendió
porque pasados unos minutos su cabreo se había esfumado casi por completo.
Casi. Porque aún odiaba ir de compras y eso no iba a cambiar. Aunque se alegró de
que al menos no tuviera que hacerlo sola.
Kara abrió la puerta de la limusina y se volvió hacia ella con una sonrisa
rebosante de entusiasmo.
Emily bajó del coche y se quedó allí parada sin saber qué hacer mientras Kara
pasaba a su lado y continuaba en dirección a las escalerillas de la entrada,
subiéndolas casi a los saltos con sus tacones de quince centímetros. Un momento
antes de entrar se dio la vuelta y vio que Emily se había quedado plantada ante los
escaparates.
Emily se sentía intimidada por tanto lujo y Kara debió regresar para cogerla por el
brazo y llevarla casi a rastras.
La dependienta que salió a recibirlas parecía saber de antemano no solo quien era
Kara sino también quien era Emily, pues las llamó a ambas por su nombre.
Emily abrió los ojos sorprendida y pensó que el señor Tanner les habría avisado de
que vendrían. Se preguntó si habrían abierto la tienda especialmente para ella y
aquel pensamiento la hizo sentirse aún más ansiosa.
—Calma, niña, estás temblando —susurró Kara en su oído apretándole la mano para
darle ánimos. —Ojalá tuviera yo crédito ilimitado en una tienda tan chic.
Kara sonrió.
Asombrada por el buen gusto con el que estaba decorada la tienda, Emily comenzó a
pasearse frente a los percheros y estanterías. Aun cuando nunca había sentido un
interés especial por la moda, el arte en general la chiflaba y sus profesores
siempre le habían dicho que tenía un sentido estético bastante desarrollado. Así
que a pesar de su desgana, podía apreciar la belleza de aquellas prendas
confeccionadas tan minuciosamente y con una atención al detalle que sorprendía.
A decir verdad, todo lo que veía le gustaba, aunque la profesional aquí era Kara y
ella parecía rechazar cada prenda que las dependientas les enseñaban.
Impaciente la mujer hizo a un lado a las empleadas y ella misma se sumergió entre
el laberinto de percheros saliendo de allí con un par de vestidos, varios monos,
dos o tres bolsos de aspecto carísimo, y zapatos, muchos zapatos de diferentes
alturas y colores.
Luego cogió por el brazo a su clienta y la guió hacia los probadores. Resignada,
Emily se dejó llevar y acabó por probarse varios conjuntos, pero ninguno de ellos
satisfizo a Kara que parecía tan frustrada como ella misma.
—¡El caso perdido soy yo, que no consigo novio desde hace años! No, Emily, tú no
eres ningún caso perdido. ¡Tú eres especial! Una chica con su propio estilo y
personalidad. Y esta ropa es demasiado…
—¿Pija?
—¡Sí, más auténtico, más alegre, tú sabes…! —Kara se giró para mirarla y al ver que
Emily parecía más confundida que nunca, añadió rápidamente—. Tú déjalo todo en mis
manos. ¿Ok, niña?
Ya casi era mediodía, así que decidieron tomarse un respiro para picar algo en un
restaurante vegetariano que encontraron pasados unos minutos de caminar por el
barrio.
Se sentaron a una mesa en la terraza y Kara pidió lo mismo para las dos, unas
tostadas de aguacate, kimchi y pepinos acompañadas de una ensalada de zanahoria,
lechuga, col rizada y zarzamoras, porque según ella, la combinación era excelente
para la piel.
Para beber Kara pidió una especie de zumo a base de trigo fermentado, que Emily
olisqueó con suspicacia antes de llevárselo a los labios, pero que al beberlo lo
encontró sabroso y refrescante.
Después de comer volvieron a la carga con energías renovadas. Esta vez caminaron en
la dirección opuesta hasta llegar a la Milla de Oro, la avenida donde se
encontraban las tiendas más exclusivas.
La mayoría estaban cerradas, pero había una muy pequeñita que estaba abierta. Kara
se volvió hacia ella hinchando el pecho de orgullo.
El sitio estaba decorado con una paleta de colores chillones tan abigarrados que
Emily pensó que deberían de poner un letrero de advertencia en la puerta: “No apto
para epilépticos”.
Se probó varios vestidos y conjuntos pero solo cuando salió del vestidor con un
vestido de seda color escarlata de estilo retro, con un cinturón que le ceñía las
caderas y escotes bastante generosos, Kara pegó un brinco aplaudiendo
eufóricamente.
—¡Ese es! Mira, si hasta pareces una estrella de cine. ¡La Marilyn Monroe de
Riverside!
Emily hizo una mueca mortificada y se giró para volver a mirarse en el espejo.
¡Pero si no se parecía en nada a Marilyn Monroe! Más bien lucía como un pollo
desplumado con esos brazos tan delgados y tan blancos.
—Tonterías, estás preciosa —afirmó Kara—. ¿Recuerdas la chica que salía en esa peli
“La mujer de rojo” bailando sobre la rejilla de ventilación? Pues tú eres clavada a
ella —afirmó Kara con un tono que no admitía réplica y de inmediato se volvió a
mirar a la dependienta—. ¡Lo llevamos! Y también ese de allí, por favor —dijo
señalando un vestido negro con brillos que Emily había encontrado bastante más
recatado que el vestido escarlata, así que respiró aliviada, al menos tendría algo
que ponerse que no llamara tanto la atención.
—Creo que con esto será suficiente —dijo Emily esperanzada, pues no soportaba la
idea de volver a meterse en ese condenado probador.
—¡Un momento, que aún falta la guinda del pastel! —anunció Kara, y con un gesto
travieso le guiñó un ojo a la dependienta que al instante pareció captar el
significado de sus palabras y echó a correr hacia el otro lado de la tienda,
desapareciendo tras unas cortinas negras.
—¡La ropa interior, por supuesto! He visto un tanga color carmesí que va perfecto
con el vestido. Estoy segura que al señor Tanner no le molestará añadir ese pequeño
gasto a la cuenta.
Kara se acercó a ella enganchando su brazo con el suyo como dos viejas amigas, y
bajando la voz a un susurro dijo:
—¡No seas tonta! Yo misma me he comprado el otro día unas braguitas transparentes
con encaje negro de lo más sexis. Una prenda bien escogida tiene el poder de volver
loco a cualquier hombre. Además, ¡están científicamente diseñadas para excitarles!
—En serio, no es mi estilo. Estoy bastante cómoda con mi ropa interior clásica y
aburrida.
Kara se apartó la melena negra hacia atrás y la miró con seriedad poniendo los
brazos en jarras.
—Mira niña, el señor Tanner ha sido claro. Quiere que te renueves de pies a cabeza.
Me da igual si tu estilo es vestir como una monja. Él me ha contratado para
resaltar tu belleza, y no pienso defraudarle.
Al verla tan decidida, Emily dejó caer sus brazos a los lados derrotada.
—De acuerdo, pero nada transparente ni carmesí. ¿Qué otra cosa sugieres?
—De acuedo, de acuerdo, yo misma escogeré por ti y me aseguraré de que causes una
gran impresión. Pero no puedes irte sin probarte ese liguero. ¡Va de maravilla con
el vestido!
Se giró delante del espejo para verse mejor y se le cortó el aliento. ¡Ni en
fantasías se habría imaginado usando este tipo de lencería! Sin embargo aquí
estaba, luciendo como jamás había lucido antes.
Curiosa se soltó el pelo y lo sacudió para darle volumen. Luego volvió a mirarse y
sonrió satisfecha. Aprovechando que nadie más podía verla quebró la cadera de modo
sensual y puso morritos como si posara para una selfie.
De pronto Kara asomó la cabeza entre las cortinas y Emily dio un respingo
cubriéndose con pudor.
—No se diga más. ¡Nos lo llevamos! —le gritó a la dependienta que sonrió desde el
mostrador aprobando la decisión.
Cuando Kara le sugirió probarse un tanga de hilo dental, Emily negó con ambas
manos.
—En toda mi carrera jamás he visto a una chica a la que le mosquease tanto
comprarse ropa bonita.
Emily hizo un gesto de súplica con las manos y Kara suspiró al fin apiadándose de
ella.
Salieron de la tienda cargadas de bolsas y Emily hizo una llamada a Charlie para
que pasara a recogerlas. Hacía un día precioso y no le hubiese importado regresar
andando, pero sabía que el chófer estaría preocupado por ella.
—¿Qué sugieres?
—Pues no sé tú, pero yo con tanto vegetal en el cuerpo me he quedado con hambre.
¿Helado de chocolate?
Emily miró la hora y pensó que su jefe estaría cabreado preguntándose donde se
había metido, pero decidió pasar de él. Que Tanner continuara esperando por ella.
Se merecía una lección por haberla tratado tan mal.
—No se diga más —dijo al fin y le indicó a Charlie que condujera hasta encontrar
una heladería abierta.
Que llamara a Tanner por su nombre no significaba que le estuviese cogiendo cariño
ni mucho menos, se dijo para tranquilizarse mientras atravesaba el hall y subía al
ascensor.
Abrió la puerta del ático y dejó las sandalias en el vestíbulo. Al encontrarse sola
en el salón en penumbra respiró aliviada. Dejó las bolsas en el suelo y se dejó
caer en el sofá como un saco de patatas.
Estaba agotada.
Se quitó las sandalias pateándolas hacia arriba y gimiendo se frotó los pies
doloridos.
—¿Cómo te ha ido?
—Eso es bueno, sería un coñazo quedarme viudo tan joven… —le dio otro mordisco
sonoro a la manzana con sus dientes cuadrados y blancos, y luego se encogió de
hombros antes de añadir—. ¿Con quién follaría entonces?
—Te recuerdo que no estamos casados —dijo ella haciendo lo posible por ignorar su
lenguaje grosero.
Con aire distraído él se apartó un mechón que le caía sobre los ojos y tras darle
el mordisco de gracia a la pobre manzana, se puso en pie y le tendió la mano.
—¿Otra más? —Emily miró las bolsas de la tienda poniendo cara de sufrimiento y
bromeó—. Si continúas dándome esta clase de sorpresas acabarás matándome del
disgusto.
—Vale.
Una vez allí, él la condujo hasta la puerta del cuarto de baño invitándola a pasar
la primera, y mientras ella dudaba si debía entrar él la miró a la cara como si no
quisiera perderse su reacción.
Él sonrió sugestivamente.
Sentía muchísima curiosidad, tanta que acabó siendo más fuerte que ella y al fin se
atrevió a dar un paso dentro del cuarto de baño avanzando entre el vapor suspendido
en el aire hasta estar lo bastante cerca para ver la bañera llena de espuma.
¡Un baño de inmersión! Se volvió hacia Tanner con una gran sonrisa.
—Además de tus sales favoritas, si miras bien verás que le he puesto al agua unos
pétalos de rosa.
—¿En serio? —preguntó con la boca abierta. Se agachó para mirar la bañera más de
cerca.
—¿Qué pasa?
Él resopló.
—Oye, sé que hoy hemos empezado con el pie izquierdo. Pero te ofrezco esta muestra
de buena voluntad para que hagamos las paces antes de la barbacoa—hizo una pausa y
luego agregó—: No quiero verte tensa frente a los Orwell. Esta tarde todo tiene que
salir bien, ¿vale?
Ella suspiró profundamente pues entendía que su jefe no estaba haciendo las paces
con ella sino que hacía todo esto para beneficiarse. No se trataba de cuidarla a
ella, se trataba de cuidar el negocio.
—Vale, acepto las disculpas —dijo al fin y su jefe esbozó una amplia sonrisa
señalando la bañera con la barbilla.
Entonces su jefe levantó una mano para indicarle que solo estaba bromeando y
enseguida se puso serio.
—Sí, que te mentalices antes de salir al escenario. La de hoy será nuestra primera
función y todos los ojos estarán puestos en nosotros.
—Lo sé.
Durante un momento se miraron en silencio. Fue una mirada tal vez demasiado larga y
ambos se removieron incómodos. Pasados unos segundos Tanner carraspeó apoyándose en
el vano de la puerta del cuarto de baño.
—Voy a traer tu ropa nueva y colgarla en el armario para que no se arrugue, así
cuando salgas podrás vestirte tranquila —se detuvo a consultar su reloj. —Aún
tenemos algo de tiempo. Disfruta de tu baño —le guiñó un ojo antes de salir.
Emily se quedó mirando la puerta cerrada y sintió una repentina punzada de culpa
por como le había tratado esta mañana. Después de todo se notaba que su jefe estaba
haciendo un esfuerzo por suavizar su carácter y ella debería hacer lo propio, se
dijo.
Te debo una.
Emily se prometió a sí misma que a partir de ahora haría un esfuerzo por llevarse
mejor con él.
CAPÍTULO 7
Emily salió del cuarto de baño envuelta en su toalla con una sonrisa celestial en
los labios y sintiéndose como nueva. Pero la sonrisa solo le duró hasta abrir el
armario y ver que había una sola prenda colgada: el maldito vestido escarlata,
aquel que no quería ponerse.
Desesperada rebuscó en las bolsas de la tienda y en cada uno de los rincones del
armario. ¿Dónde narices estaba el vestido negro que habían comprado?
Por un momento dudó si se lo habrían dejado olvidado en la tienda. ¡No, tiene que
estar aquí!, se dijo mientras seguía revolviéndolo todo como una loca.
¡Qué narices! Se dejó caer en la cama resoplando. ¿En serio? ¿Su jefe prefería que
se pusiera el vestido sexi?
¡Por qué no se ponía de acuerdo consigo mismo! ¿Quería que luciera como un ángel o
como una golfa ochentera?
Suspiró resignada pues sabía que era inútil discutir con él. Su jefe estaba a cargo
de dirigir la farsa y podía dictar a su antojo qué vestido se pondría ella para
asistir a la barbacoa.
Refunfuñó con una mueca de incomodidad. El vestido era demasiado ceñido y enseñaba
demasiado el nacimiento de su pecho.
Pero sabía también que esta no era una situación normal. Era su nuevo trabajo y
estaba bajo contrato, por lo tanto no tenía opción.
Se sentó en la silla del tocador e intentó hacerse un peinado alto, pero su pelo
estaba imposible con los rizos fuera de control. No esperaba milagros así que se
echó bastante crema de peinado. Sacudió la cabeza a ambos lados y sus rizos
saltaron como resortes. Haciendo una mueca de disgusto lanzó un resoplido y le dio
la espalda al espejo.
Ahora los zapatos, se dijo. Los sacó de la bolsa de la tienda y los miró con
inquietud pues nunca se había puesto unos tacones de aguja tan altos. Tras montarse
en ellos dio unos pasos vacilantes pero rápidamente debió sujetarse a la pared para
no caer.
Fijarse en esos detalles era típico de su jefe y aquello le volvía aún más odioso.
También advirtió que había peinado su pelo negro hacia atrás aplastándolo con algo
de gel. Además se había dejado la barba de tres días y eso le hacía parecer menos
formal, aunque mucho más masculino. Y el muy cabrito lo sabía.
Eso por no hablar del contraste entre su pelo negro y sus ojos azules, que le daba
un aspecto impactante.
Ese era un buen adjetivo para describirle: “impactante”, se dijo Emily mientras
bajaba los últimos escalones consciente de que ella también causaría un impacto
embutida en su nuevo vestido, aunque no estaba del todo segura que fuera un impacto
positivo.
Pero Tanner no movió un solo músculo pues se había quedado quieto con la copa
suspendida a centímetros de su boca. Extrañada, Emily levantó los ojos para
mirarle. Por la forma en que el señor Tanner la examinaba, Emily se miró el vestido
temiendo que algo estuviera fuera de lugar o que se hubiera manchado por la parte
de adelante. Al no encontrar ningún defecto evidente se encogió de hombros y esbozó
una sonrisa tímida.
—Lo sé, me queda fatal. Resalta mi palidez, ¿verdad? Eso me pasa por no tomar más
el sol.
—Solo quiero mirarte —dijo simplemente y Emily se sonrojó hasta las orejas
retorciendo sus manos sin saber donde colocarlas, mientras él se ponía en pie para
acercarse a ella.
Emily le vio venir y algo en su mirada la asustó. Sus ojos azules estaban
oscurecidos y más rasgados que nunca. Al instante sintió el impulso de retroceder y
huir por donde había venido, pero se obligó a resistir el impulso.
Sin saber muy bien lo que hacía, Emily se cuadró y levantó la barbilla para
mirarle.
Durante un momento permanecieron el uno frente al otro, mirándose a los ojos sin
decir nada.
Emily sentía una comezón nerviosa en la nariz y en los brazos, pero no se atrevía
ni a respirar.
—¿Sabes una cosa? —preguntó al fin su jefe con la voz bronca y ella tembló por
dentro—. Nunca antes conocí a una mujer tan estúpidamente pudorosa.
—Y aún así —continuó con su voz profunda— es indudable que sabes lucir un vestido
de noche. Emily, no dejas de sorprenderme y cada día descubro un talento nuevo en
ti.
De pronto se sentía demasiado acalorada y debió abanicarse la cara con las manos.
Madre mía, ¡y su jefe que no paraba de comérsela con los ojos!
—¿Te incomodo?
Emily negó con la cabeza mientras seguía retrocediendo como un cangrejo asustado.
—Te impongo.
Y Emily estaba totalmente de acuerdo con ella. ¡Su jefe le imponía demasiado!
Pero no pensaba decírselo jamás. Así que dio un paso atrás y volvió a tambalearse
peligrosamente sobre los tacones.
Al instante sintió que una mano grande y poderosa lograba atajarla antes de que
cayera en redondo.
Emily hizo una pausa para respirar profundamente. Sus rodillas eran como gelatina y
casi no podía sostenerse en pie.
¿Quería la verdad?
—Pues bien…
Emily sintió que la sangre le hervía. Levantó los ojos y le miró sin cortarse un
pelo.
—Vale, me impones, ¡claro que me impones! ¿Qué otra cosa esperabas? ¡Eres mi jefe!
Y me obligas a usar este vestido de… ¡golfa!
—¿Golfa?
Emily conocía aquel gesto, significaba que daba el tema por zanjado y se negaba a
continuar explicándose.
Si ella no le creía, ese era un problema suyo y no de él. Eso parecía decir.
Emily abrió los brazos en señal de rendición. No tenía sentido ponerse a discutir
en plan cabezota. No con su jefe, que era el rey de los cabezotas.
—Lo siento, tienes razón, quizás exagero un poco —admitió al fin—. Es que los
nervios me comen viva…
—Eso es normal.
Su jefe hizo un gesto con la mano para animarla a explicarse, y ya puestos, Emily
decidió sincerarse del todo.
—Pues yo te digo que no la cagarás. Pero debes hacerme un favor… ¡Pierde de una vez
ese puñetero miedo que sientes hacia mí! Es irracional y tú lo sabes. Solo hace que
las cosas entre nosotros sean más difíciles de lo que deberían ser.
Para empeorar las cosas, su jefe únicamente parecía tener dos modos: o la hacía
enfurecer o la asustaba.
No olvides que existe una tercera opción: O te hace mojar las bragas, oyó decir a
una vocecilla sarcástica en el fondo de su mente.
Emily no movió un músculo, pero tampoco desvió la mirada de sus ojos azules.
—Venga, gírate que quiero verte, hazlo solo una vez —insistió con su voz de mando.
Lentamente comenzó a girar sobre sus tacones dejándole ver el ridículo vestido
ceñido que Kara había elegido para ella.
Cuando acabó de dar la vuelta volvió a mirarle a los ojos expectante, pues no sabía
si lo había hecho bien.
Su jefe se sonrió.
—Solo trataba de hacerte un cumplido. Lo sé, a veces puedo ser un tanto insufrible,
pero debes tenerme paciencia.
—Pues menudo cumplido te has marcado —murmuró desviando la vista hacia el suelo.
—¡Vaya, muchas gracias! Tú sí que sabes halagar a una mujer —dijo irónica.
Ella apretó los labios mirándole. Tembló por dentro pues cada vez que su jefe se
sinceraba era para herirla o para humillarla. Aun así, su curiosidad fue más fuerte
y finalmente asintió.
—Te he escogido porque tú eres la única mujer que puede ayudarme a perder esta
puñetera reputación de playboy que me he hecho sin quererlo. Estoy obligado a hacer
esto contigo, y aun así… —el señor Tanner cerró los ojos, hizo una pausa y volvió a
abrirlos antes de añadir—. Aun así me alegra saber que llevaré del brazo a una
chica guapa, y no a esa hippie insulsa y tocacojones que solías ser en la oficina.
—Se te ha olvidado llamarme felpudo —siseó entre dientes y Tanner negó con la
cabeza lanzando un resoplido.
—¡Te ríes de mí! —le acusó señalándole—. Es cruel jugar con las personas de este
modo.
Su jefe se puso serio adoptando una expresión grave que hacía que las líneas de
preocupación de su frente se marcaran.
—Te equivocas. Puedo ser un cabrón pero no estoy jugando contigo. Estoy admirado de
lo que has logrado, eso es todo. ¿Crees que eso es cruel?
Emily dudó un momento pero al fin negó lentamente con la cabeza.
—Solo me alegro de que hayas dejado esas faldas de abuela que usabas y que
comiences a lucir como la mujer elegante y atractiva que eres.
—Créeme, nena. No tienes que esforzarte demasiado para verte inocente —dijo
guiñándole un ojo, y ella no supo si agradecer el cumplido o indignarse porque de
nuevo volvía a llamarle “nena”. Nadie jamás la había llamado así y aunque a otro
hombre ya le hubiera arreado un tortazo, curiosamente que fuera el señor Tanner
quien lo hiciera no le desagradaba tanto.
—Aun así —continuó él mirándola a los ojos— tienes que enseñar algo de piel para
que tu presentación en sociedad resulte convincente. Orwell no es tonto y sabe que
yo no soy la clase de hombre que se fija en una mujer solo porque tiene un alma
caritativa y sensible. Un tío como yo necesita algo más terrenal, más carnal… Como
por ejemplo, tu bonito trasero —añadió esbozando una sonrisa llena de malicia.
—Pues será mejor que empieces a acostumbrarte. Te has comprometido con un chico
malo al que le gusta jugar rudo, no con el chico del coro de la iglesia.
El señor Tanner soltó una carcajada. Emily quiso reír a su vez, pues no podía negar
que la risa de su jefe era contagiosa, pero aun así optó por permanecer seria.
—¿Sigues enfadada?
—No.
Y decía la verdad porque su cabreo se había esfumado. Era el primera vez que su
jefe reconocía un esfuerzo suyo y aquello la complacía más de lo que estaba
dispuesta a admitir.
—Estupendo —dijo él—, pongámonos en marcha entonces. Tenemos un trabajo que hacer.
Cogieron el coche deportivo, pues su jefe había mandado a casa al pobre Charlie,
que demasiado trajín había tenido por el día.
—¿Te gusta la velocidad? —preguntó él mirándola por el rabillo del ojo mientras
maniobraba entre los demás coches aparcados.
Emily negó enfáticamente. Las altas velocidades le daban casi tanto miedo como las
alturas.
¡Ahí estaba él otra vez con su odioso aire arrogante y aquella sonrisa de listillo!
Al salir a la avenida Tanner presionó algo que hizo deslizar la capota del coche
hacia atrás y puso rumbo a la autopista central.
Menos mal que no perdí el tiempo en peinarme, se dijo mientras sus rizos saltaban
en el aire enloquecidos.
Mejor así, de cara al viento y con la melena suelta se sentía más libre.
Al notar que desde los otros coches les lanzaban miradas de curiosidad, Emily se
reclinó en su asiento mientras se preguntaba cómo narices había llegado hasta aquí.
Y lo más importante, ¿qué hacía una chica como ella al lado de un hombre tan guapo,
en un coche tan lujoso y enfundada en un vestido tan caro?
Era muy extraño no sentirse una misma. Le daba culpa tener que fingir ser una
persona que no era, frente a personas que ni siquiera conocía. Trató de no pensar
en ello porque si lo hacía iba a volverse loca.
La mansión del accionista estaba ubicada del otro lado del puente que dividía a
Riverside en dos distritos. Según le había dicho su jefe, era un barrio exclusivo
en las afueras, una zona boscosa bastante alejada del ajetreo de la ciudad, por lo
que tuvieron el tiempo suficiente para trazar un plan de juego.
Aunque el señor Tanner le había dejado claro que prefería no ceñirse a un guión
estricto, intentaron acordar al menos un repertorio de respuestas preparadas para
las típicas preguntas de cómo había sido la primera cita, qué se dijeron al
conocerse, o los planes futuros de la pareja.
Además, por una vez se encontró trabajando codo a codo con su jefe sin que sus
personalidades chocasen. El truco era no contradecirle demasiado y aceptar que
hiciera lo que hiciera él acabaría teniendo la última palabra.
El deportivo rojo subió las colinas atravesando en zigzag los barrios residenciales
donde vivían los ricos y famosos de Riverside.
Emily nunca había estado por allí, y como una especie de guía turístico, su jefe
iba indicándole las casas de varios personajes conocidos. Cada vez que entre esos
personajes nombraba a una mujer, no podía evitar pensar que lo más probable era que
su jefe habría intimado con ella.
Mirando aquellos casoplones se preguntó cuántas veces su jefe habría hecho este
mismo camino para visitar a alguna de sus amantes.
Durante el resto del trayecto, Emily no pudo ocultar una sonrisa divertida al
recordar la forma en que el hombretón uniformado había mirado a Tanner con
admiración, como si él fuera su máximo ídolo.
Al tomar la larga avenida de entrada que ascendía hasta la mansión de los Orwell,
finalmente él se volvió hacia ella con una mueca de fastidio.
—Nada, solo que me asombra que los hombres fantaseen con ser como tú.
Emily entrecerró los ojos y le miró sin saber si estaba hablando en serio o solo
bromeaba. Cuando su jefe se echó a reír a carcajadas confirmó que estaba de coña y
rechistó cruzándose de brazos mientras él continuaba riendo.
Pero en el fondo no estaba irritada con sus bromas. Al contrario, agradecía verle
tan relajado y de buen ánimo. Su jefe le transmitía algo de su seguridad en sí
mismo, una seguridad que Emily sentía que necesitaba desesperadamente para lo que
estaba a punto de hacer.
Dieron la vuelta a una gran fuente circular iluminada y aparcaron junto a los otros
coches. Tras apagar el motor, su jefe se volvió hacia ella.
—¿Estás lista?
Emily retuvo el aire en los pulmones y lo soltó lentamente en un intento por calmar
sus nervios.
Pero no quería preocuparle, así que afirmó con la cabeza forzando una tibia sonrisa
de compromiso.
Madre mía, ¡y ella que estaba a punto de subirse por las paredes!
Su jefe salió el primero mirando de reojo a ambos lados para ver si alguien les
estaba observando desde dentro de la casa, y rodeó el coche para abrirle la puerta
como todo un caballero.
—Con cuidado, cielo, mira por donde pisas que está muy oscuro.
—¿Cielo?
—¡Tú solo sígueme la corriente! —murmuró su jefe con impaciencia, pero aquel
fastidio solo duró un segundo porque al instante recuperó la sonrisa, adoptando un
aire de galantería y mirándola como si de verdad estuviera enamorado de ella.
Supuso que ella debería hacer lo mismo y le devolvió una sonrisa de boba.
Ella bufó. ¿Cómo narices se suponía que sonara natural diciendo algo tan absurdo?
Daba igual, se dijo. Tenía que intentarlo. Necesitaban convencer a Orwell de que
eran una pareja porque como esto saliera mal sus vidas rápidamente se irían al
garete.
—Podrías acercarte más, no muerdo —murmuró él pasándole un brazo por encima de los
hombros. Tras una pausa sonrió de lado y añadió—: Aún.
Emily puso los ojos en blanco, pero acabó haciendo lo que su jefe le pedía. Pasó un
brazo temeroso por la cintura de él evitando tocarle demasiado. Todavía no se
habituaba a abrazarle de esa manera, y francamente dudaba de que se acostumbrara
alguna vez.
Comenzaba a anochecer y el aire estaba fresco. Para cubrirse llevaba solo un chal
de seda, así que se consoló pensando que abrazar a su jefe era una forma de
mantenerse abrigada.
—Estás temblando —dijo él mirándola con el entrecejo arrugado—. ¿Tienes frío o son
los nervios?
Echaron a andar hacia la casa y Emily echó un vistazo alrededor advirtiendo que un
poco más allá había una gran arboleda con guirnaldas de colores y varias farolas
encendidas colgando de sus ramas. Pensando que probablemente aquel fuera el sitio
de la barbacoa, se lo señaló a Tanner. Él asintió pero aun así permaneció con la
vista fija en la entrada de la casa. Cuando Emily quiso dar un paso en dirección a
la arboleda, su jefe la detuvo y la hizo girar de golpe hacia él para quedar cara a
cara con ella. Emily abrió los ojos como platos cuando se encontró aplastada contra
el torso de su jefe, sus narices frías tocándose las puntas mientras se fundían en
un beso más que caliente.
—¿Qué haces? —gimió ella contra su boca—. ¿No habíamos quedado en que besos no? —
protestó mientras intentaba resistirse, pero entonces vio por el rabillo que una
persona se acercaba a ellos y Emily se quedó de piedra. Enseguida cerró los ojos y
se abrazó al cuello de su prometido para fingir que correspondía el beso.
—Siento interrumpiros…
Era una rubia de unos sesenta y tantos, vestida muy elegantemente, y cuando abrió
los brazos en un evidente gesto de bienvenida, Emily se relajó.
—Os estábamos esperando. Bienvenidos, hacer de cuenta que estáis en vuestra casa.
Detrás de ella venían varias mujeres más, algo más jóvenes que la anfitriona,
seguidas de una decena de niños de todas las edades que corrían alrededor
disparando pistolas de agua y riendo.
Ella rio encantada por aquel inesperado gesto de caballerosidad y luego les miró a
ambos de arriba abajo con una sonrisa radiante.
—¡Vaya, mi marido no exageraba! Hacéis una pareja estupenda. Por cierto, yo soy
Susan.
—¡Hola, Susan! Es un gusto conocerte —se adelantó para estrecharle la mano, pero la
mujer la sorprendió abrazándola para darle dos besos.
Tanner sonrió apretando a Emily contra sí y desde su estatura la miró a los ojos
con una expresión diferente.
Sus ojos azules, habitualmente duros como el acero, se habían suavizado tanto que
hasta parecían irradiar ternura.
Como si de repente hubiera activado su modo encanto, su jefe se volvió con una
sonrisa irresistible hacia las demás mujeres y presentó a Emily como “la mujer más
importante de mi vida”.
Al oír aquello todas ellas suspiraron complacidas y Emily se vio obligada a ponerse
de puntillas y besar a su prometido en la mejilla.
Las mujeres volvieron a suspirar con aquel gesto. Incluso Emily alcanzó a oír que
una de ellas le susurraba a la otra en el oído: “se nota que están enamorados”.
Aquello la hizo sentir como un mono de circo al que luego de hacer sus monerías le
dan una galleta como recompensa.
—Estas son mis hijas —dijo Susan volviéndose hacia las muchachas—, y aquellos
diablillos de allí, mis nietos.
Emily observó que Linda, una de las hijas de Susan, llevaba dos bebés en brazos.
Pero antes de que pudiera completar la frase la muchacha se acercó a ella y le puso
a los dos niños en brazos. Afortunadamente apenas se movieron y Emily se inclinó
para mirarles con fascinación al verles tan pequeñitos.
Uno de ellos entornó sus grandes ojos verdes durante unos instantes, el tiempo
suficiente para que Emily sintiera que se derretía por dentro.
Fue justo en ese momento que una figura apareció entre las sombras y se quitó el
sombrero para saludarles.
—Creo que a alguien se le dan bien los niños. ¿Eh, Matt, tú qué dices? —el hombre
le dio un codazo en las costillas y se echó a reír.
—Este es Joseph Orwell —dijo su jefe volviéndose rígidamente hacia ella—Y ella es
Emily, mi prometida.
El accionista era un hombre de unos setenta años, corpulento y macizo, con un aire
de cascarrabias que intimidó un poco a Emily, aunque no tanto como la intimidaba su
jefe.
—Me alegro de que estéis aquí —dijo al fin y dirigiéndose especialmente a Emily
añadió—: Es un placer conocerte, querida. Enhorabuena por el compromiso. Tu chico
me ha hablado mucho de ti.
Emily sonrió.
—De acuerdo, Joseph. Y espero que mi chico le haya hablado bien de mí.
—¡Pero por Dios, mujer, tutéame que me hacéis sentir más viejo de lo que soy! Y
esto va para ti también, Matt, que aquí no estamos en el trabajo.
Emily advirtió con algo de preocupación que el señor Tanner se removía nervioso
cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro.
Al verle tan parco, Emily le indicó con la mirada que sonriera más. Le parecía que
la animosidad de su jefe en contra del accionista era demasiado evidente y eso la
preocupó. Pensó que como el señor Tanner no fuera capaz de disimular su fastidio,
los Orwell podrían comenzar a sospechar que algo extraño ocurría con ellos.
—Venir conmigo que os voy a servir una copa del vino de nuestro propio viñedo.
Quiero que lo probéis y me digáis que os parece.
Entonces Emily se volvió hacia Susan con los bebés de Linda aún en brazos.
—¿Queréis venir con la abuela? —canturreó Susan mientras cogía a sus nietos—. Anda,
dejad en paz a Emily que tengo muchas ganas de mimaros —sonriente les plantó un
ligero beso en la naricilla a cada uno.
El señor Tanner la cogió del brazo y juntos siguieros a Joseph hacia el sitio donde
se celebraba la barbacoa. Detrás de la arboleda que Emily había visto se abría un
inmenso parque donde había glorietas con mesas largas alumbradas por lámparas
chinas. El sitio era precioso y el delicioso aroma de las carnes y los vegetales
asados les llegó como un perfume irresistible.
A pesar de los nervios que sentía, a Emily se le hizo la boca agua. Miró a su jefe
con una sonrisa para tratar de animarle un poco.
Afortunadamente no parecía haberlo hecho pues se volvió hacia ellos con una gran
sonrisa indicándoles que se sentaran a una mesa donde ya había otras personas
conversando y riendo, pero que al verles se detuvieron para mirarles con
curiosidad.
Joseph hizo las presentaciones mientras descorchaba una botella y luego les sirvió
una copa de vino a cada uno.
—Debo ir a ver cómo marcha todo ahí dentro, pero os dejo en buena compañía.
El accionista les dejó la botella, le guiñó un ojo a Emily y le prometió que más
tarde él personalmente le haría una visita guiada por la finca.
Una vez que se encontraron fuera del alcance del oído de Orwell, Tanner murmuró
unos tacos antes de vaciar su copa de un trago. Después miró a Emily y resopló con
fastidio. Cuando intentó coger la botella para servirse más, ella le apercibió con
una mirada.
Su jefe se encogió de hombros y se sirvió otra copa que se bebió casi sin respirar.
Emily puso los ojos en blanco. Lo que le faltaba, tener que llevarse a su
“prometido” borracho de regreso a casa.
Con esa actitud no llegarían lejos, pensó Emily con preocupación, así que decidió
que ella sería la mariposa social de la pareja.
Se sentía tan relajada y segura de sí misma que parecía que no fuera ella, como si
otra Emily, una versión más desenvuelta y encantadora, la hubiera sustituido.
No se podía decir lo mismo del señor Tanner, que guardaba un silencio hosco, casi
amenazante.
A medida que llegaban más miembros del clan Orwell a saludarle, su supuesto
prometido se ponía cada vez más tenso e incómodo. Había que ver la cara que puso
cuando el marido de Linda primero, y luego el de Nora, la hija mayor de los Orwell,
se acercaron a él para abrazarle y darle la enhorabuena con cariñosas palmadas en
la espalda. ¡Cualquiera creería que le estaban torturando!
Emily tuvo que hacer un esfuerzo para reprimir la risa. Ver cómo El Tirano se las
apañaba en una situación de desventaja no era usual, y debía admitir que en el
fondo le divertía.
Pero también era consciente de que tenían un plan que seguir, y era evidente que su
jefe ya casi no podía disimular su malestar. Parecía un animal acorralado y Emily
intuía que estaba a un tris de perder los papeles y enviar a todos a freír
espárragos.
Se dio cuenta de que tenía que socorrerle antes de que lo echara todo a perder. Así
que se decidió a actuar con rapidez.
Cogidos de la mano como cualquier pareja normal, se acercaron a las barbacoas donde
los asadores trabajaban incansablemente para preparar los alimentos.
—Te aman —comentó él deteniéndose frente a una fogata para recoger una piña del
suelo y arrojarla con fuerza al fuego.
—¿Perdona?
—Que esta gente parece amarte, les has caído de puta madre. Y aparentemente también
tú te lo estás gozando —dijo haciendo una mueca de desprecio.
Sin molestarse en responder su jefe se adelantó hasta una de las parrillas y cogió
una chuleta humeante directamente con sus manos. Le dio un mordisco para probar el
punto y luego se la ofreció a Emily.
Ella abrió los ojos como platos al ver su forma tan bruta de masticar y no pudo
evitar echarse a reír.
—¿Qué haces?
Estaba en ello cuando de pronto notó por el rabillo del ojo que alguien se acercaba
a ellos y enderezó la espalda. Para llamar la atención de su jefe, presionó su dedo
índice sobre sus labios. Él la miró extrañado y ella le indicó con un movimiento de
los ojos que Susan y Joseph se acercaban a ellos por el flanco izquierdo.
—Mierda, aquí vienen —murmuró él, pero enseguida se repuso de la sorpresa y miró a
Emily con decisión—. Venga, tú sigue limpiándome como si nada.
Emily asintió y cuando los Orwell llegaron a su lado ella había vuelto a la tarea
de limpiarle la boca con la servilleta, pero esta vez con mimo, como si en verdad
lo estuviera disfrutando.
—Amor, ¿no puedes actuar como una persona civilizada y esperar a que los camareros
nos sirvan la comida en la mesa? —le reprochó en tono cariñoso, alzando la voz lo
suficiente para que los Orwell también pudieran oírla.
Luego, para hacerlo más real, acercó la punta de su nariz a la de él y le besó los
labios amorosamente.
—Nena, ¿cuántas veces te lo tengo que repetir? —gruñó él esbozando una sonrisa
complacida—. Te has comprometido con un salvaje. ¡Y eso te encanta!
—¡Bueno, bueno, bueno, veo que os lo estáis pasando de maravilla sin nosotros! —rió
Susan dicharachera.
Susan sonrió.
—Son muchos los invitados y nos gusta salir a recibirles uno por uno. Pero ya han
llegado todos, así que hemos quedado libres para cotillear con vosotros.
—Veo que estabais bastante entretenidos —comentó Joseph con un retintín que hizo
que Emily se sonrojara.
—Algo así, en realidad estaba reprendiéndole —dijo con una sonrisa señalando lo que
quedaba de la chuleta—. Intentaba hacerle entender que no estamos en casa y no
debería actuar como un cavernícola.
—Pues yo lo tomo como una buena señal, cariño. Quiere decir que se siente a gusto
contigo.
—Muy a gusto —enfatizó Tanner mirando a Emily como si quisiera comérsela—. Además,
nos lo estamos pasando fantástico. ¿Verdad mi amor que nos lo estamos pasando de
miedo?
Ella se puso alerta al oír su tono veladamente socarrón y le apretó la mano para
reprenderle.
—Mucho —se limitó a decir Joseph mirando a Tanner directamente a los ojos y dándole
unas palmadas en la espalda que a Emily le parecieron bastante poco amistosas.
Al advertir que el ambiente se tensaba entre los dos hombres, Emily se abrazó a su
prometido colocándose entre ambos y aprovechando de paso para apartarles.
Emily miró al señor Tanner que se removía incómodo sin saber qué hacer. Era más que
evidente que la idea no le gustaba ni un pelo.
—¡Es una gran idea! —exclamó Joseph—. Venga, comencemos por aquí que hay unos
amigos a quien quiero presentaros —al instante echó a andar en dirección a un grupo
de hombres vestidos con camisas floreadas y bermudas. Lucían como si acabaran de
llegar de unas vacaciones en Hawai. Unos metros antes de llegar a ellos se volvió
hacia Tanner—. Matt, quiero que conozcas al resto de los accionistas del Grand
River.
—Será un placer —dijo él masticando las palabras y forzando una sonrisa, y Emily
gimió por dentro cuando vio que un pequeño músculo en su mandíbula comenzaba a
temblar sin control.
Jolín, podía adivinar lo que estaba pensando su jefe en este momento. ¡Aquellos
eran los cabrones que habían votado en su contra en la reunión del directorio y al
fin iba a verles las caras!
Anticipando lo peor, Emily inspiró hondo y se aferró con fuerza del brazo de su
jefe. Esperaba no tener que intervenir, pero temía que iba a necesitar echar mano
de su ingenio para sacarle de apuros como las cosas se salieran de control.
Emily tragó saliva pues de repente sentía que se podía cortar el aire con un
cuchillo
Emily se vio en la obligación de estrechar la mano de los seis hombres uno por uno.
Al terminar con el último le dolía la cara de tanto sonreír.
Permaneció de pie junto a su jefe mientras ambos eran bombardeados con las típicas
preguntas. Afortunadamente habían ensayado las respuestas y evitaron meter la pata,
pero cuando a uno de los hombres se le ocurrió preguntar si ya habían fijado la
fecha de la boda, Emily se quedó en blanco y miró a su prometido en busca de ayuda.
—He visitado el ayuntamiento en los últimos días, eso es todo lo que puedo decir de
momento —dijo el señor Tanner sonriendo a Emily de manera enigmática.
Ella le miró extrañada pero asintió con la cabeza, como si ambos compartieran un
secreto.
Cuando el mismo hombre estuvo a punto de preguntar algo más sobre el asunto, su
prometido endureció la expresión y le dedicó una de sus miradas acojonantes que
hizo que el hombre perdiera toda su curiosidad y ya no volviera a abrir la boca.
Emily temía que su jefe perdiera los estribos y para intentar calmarle, se puso a
acariciarle la mano haciendo pequeños círculos con el dedo pulgar, como si
estuviera domando a una fiera. Él se volvió hacia ella sorprendido por aquella
caricia y Emily pudo percibir que su mirada poco a poco volvía a suavizarse. Cuando
ella le sonrió, él correspondió con una amplia sonrisa, disolviendo de un plumazo
toda la tensión que se había acumulado en el aire.
Jolín, ¡esto estaba resultando más estresante de lo que pensaba! Como la velada se
alargase demasiado, fijo que iba a envejecer diez años como mínimo.
Durante un buen rato continuaron saltando de grupo en grupo. Los Orwell parecían
empeñados en que ningún invitado se marchara sin conocerles. Por supuesto, a Matt
muchos le conocían de hacer negocios, o sabían de su figura pública, pero Emily era
una completa novedad y todos la miraban con evidente curiosidad, casi con un deje
de piedad, seguramente compadeciéndola por haber escogido a un reputado mujeriego
como futuro marido.
Emily notó que con el paso de los minutos Tanner se iba relajando, sintiéndose cada
vez más cómodo, y hasta por momentos se comportaba como un verdadero prometido. Por
ejemplo, mientras ella conversaba con un grupo de mujeres, él se le acercaba por
detrás y se colocaba a sus espaldas sin que ella lo advirtiera. Entonces la
sorprendía rodeando su cintura con sus fuertes brazos y apoyaba el mentón sobre su
cabello, sonriendo como un idiota, mostrándose tan enamorado de ella que las demás
mujeres suspiraban deseando que sus maridos fueran así de cariñosos con ellas.
Pero eso no era todo, a veces Tanner se entusiasmaba con el numerito y descendía
con sus labios por el cuello de Emily mientras dejaba caer una lluvia de besos
sobre sus hombros desnudos.
Era una caricia tan íntima que lograba que su piel se erizara completamente y la
hacía perder el hilo de lo que fuera que estuviera diciendo en ese momento.
¡Madre mía, qué difícil era actuar con naturalidad cuando su jefe la tocaba de esa
manera!
Trató de seguirle el juego lo mejor que podía. Después de todo, aquello era
precisamente lo que se esperaba de una pareja de enamorados.
Emily sospechaba que este cambio de actitud tan repentino era más efecto del
alcohol que otra cosa, pues desde que llegaron su jefe no había parado de beber en
ningún momento.
Aún así, era un paso en la dirección correcta y prefería a este Tanner cariñoso
antes que al Tanner que siempre estaba de un humor de perros.
Emily comenzaba a pensar que, después de todo, había esperanzas de salir airosos de
esta.
—Dejarme deciros que sois la pareja perfecta, ¡durante el tiempo que os estuve
observando no os habéis separado ni un minuto! —comentó una morena de infarto que
no paraba de sonreír a Tanner como si quisiera comérselo entre dos rebanadas de
pan.
La reacción inmediata de Emily fue llevárselo lejos de allí, no fuera a ser que esa
mujer acabara arruinando sus planes tratando de ligarse a su prometido.
A partir de entonces solo se separó de su jefe cuando no se aguantaba más las ganas
de hacer pis.
Para llegar a los servicios Emily debía atravesar el salón principal de la mansión,
en cuyas paredes había colgados retratos de cuerpo entero de toda la familia
Orwell. Llevaba mucha prisa y necesitaba encontrar el cuarto de baño, pero se
prometió que al regresar se detendría un momento en el salón para echar una ojeada
a los cuadros más de cerca.
Dicho y hecho, al regresar se detuvo a mirar los retratos. Eran verdaderas obras de
arte, pintadas con un realismo y una precisión dignas de un maestro del
Renacimiento. Era en detalles como estos donde se veía la verdadera opulencia de
una familia, pensó Emily con admiración.
—Menuda mierda de cuadros —dijo alguien a sus espaldas y asustada se volvió para
verle a él, al cabrito de su jefe, que cruzado de brazos y apoyado en la
balaustrada de la escalera negaba con la cabeza—. Nadie sale desnudo.
Como toda respuesta su jefe se acercó unos pasos y le rodeó la cintura con sus
brazos estrechándola con fuerza contra su pecho.
Emily abrió los ojos como platos y levantó los codos para protegerse.
—¿Qué narices haces? —jadeó empujándole de nuevo sin conseguir apartarle ni un solo
centímetro.
Él sonrió de lado.
Su jefe hizo un gesto con los ojos en dirección a uno de los ventanales. Emily iba
a girarse para ver hacia donde señalaba, pero él la detuvo.
Emily se quedó tiesa y le miró a los ojos con alarma. En voz casi inaudible
preguntó:
Pero el señor Tanner solo susurraba incoherencias con la intención de que Orwell
creyera que estaban coqueteando. Aun así, los ojos de Emily permanecieron cerrados,
concentrada como estaba en sentir su aliento cálido y la vibración de su voz grave
y profunda sobre su oreja.
—Ahora quiero que te eches a reír —dijo de pronto y ella abrió los ojos saliendo de
su trance.
Tuvo que obligarse a reír, aunque en ese momento era lo último que le apetecía
hacer. Su jefe entonces se apartó unos centímetros de ella para volver a mirarla a
los ojos.
El señor Tanner tomó asiento en el sillón y luego la sentó a ella encima de sus
fuertes piernas.
¡Qué narices!
Muy lentamente su jefe apartó los rizos de su cara, acariciando sus pómulos y sus
mejillas con el dorso de la mano, como si de verdad la adorase incondicionalmente.
Emily tragó saliva cuando él acercó sus labios a los suyos como si fuera a besarla.
El corazón se le disparó enloquecido y de nuevo trató de apartarle en un intento
vano por frenarle, esta vez de forma disimulada para que Orwell no pudiera ver el
gesto.
—Prometiste que no volverías a besarme —susurró ella mirando los labios masculinos
que casi tocaban los suyos.
—Nunca he sido un hombre confiable —gruñó su jefe entornando sus ojos de pestañas
largas y negras.
Emily maldijo para sus adentros pensando que no había nada que pudiera hacer para
detener aquel beso que su jefe estaba a punto de darle.
Lo único que restaba por hacer era cerrar los ojos y esperar.
—Nena, debemos hacerlo, puede estar mirándonos —susurró él con una súplica en los
ojos.
Emily dudó unos instantes y al fin suspiró. A regañadientes entreabrió sus labios
permitiendo que la lengua del señor Tanner tocara primero la cara interior de sus
labios, luego la punta de su lengua, y finalmente el resto de su boca.
No había rincón de ella que su jefe no alcanzara con sus caricias expertas y Emily
no pudo evitar que su vientre se contrajera en un espasmo delicioso.
Su mente estaba completamente vacía dejando sitio a sus sensaciones a flor de piel.
Era un beso íntimo y profundo, masculino y demandante.
Su mente sabía que estaban montando este numerito para el accionista, ¿pero cómo
hacía para que su cuerpo comprendiera que esto no era real?
Porque esto que sientes no es real. Recuérdalo siempre, se repetía Emily como un
mantra, tratando de resistir y anular las sensaciones que aquel beso despertaba en
sus entrañas.
Su mente sabía que era un error responder con pasión. Sabía que si lo hacía, luego
acabaría lamentándose.
Y eso la alarmaba.
Agitada Emily levantó la mirada hacia él. Con un gesto imperceptible Tanner le
indicó que se levantara y la siguiera. Emily obedeció y salieron de la casa por la
puerta principal tomando el camino de gravilla que les llevaba al parque.
Todo el tiempo Emily se preguntaba si Orwell les estaría pisando los talones.
¿Por qué les habría seguido hasta aquí? ¿En verdad sospechaba de ellos?
Emily pensó que para ser su primera vez no lo estaban haciendo tan mal. Pero a lo
mejor su jefe tenía razón y engañarle no les iba a resultar tan fácil.
No anduvieron demasiado lejos antes de toparse con otros invitados que pasaban por
el camino. Uno de ellos era un hombre entrado en kilos que iba vestido con un traje
blanco demasiado ceñido para su figura. El tipo llevaba una botella de champaña en
la mano y al verles la alzó a modo de saludo.
Emily procuró no mirarle pues se había dado cuenta de que iba bastante borracho.
Pero cuando el hombre se detuvo delante de ellos ya no pudo ignorarle.
—¿Matt? —dijo el hombre de repente y Emily le vio abrir los ojos con desmesura al
ver a Tanner—. Matt, ¿realmente eres tú? —soltó una risotada de borracho al
reconocerle—. ¡Sí, tío, claro que eres tú! ¡Matt Tanner, cabrón, cuánto tiempo sin
verte!
El hombre palmeaba su espalda y reía mientras trataba de enfocar a Emily con sus
ojos vidriosos.
Emily dio un respingo y retrocedió asustada mirando a Tanner. Su jefe puso una mano
en su cintura para reasegurarla.
La atención errática del tipo volvió a desviarse hacia Tanner y de pronto bajó la
vista hacia su mano izquierda. Se inclinó hacia delante con la intención de ver
mejor, pero casi se va de bruces y de inmediato volvió a erguirse tratando de
recuperar su equilibrio.
Emily retrocedió un paso escondiéndose tras su jefe y vio que él se llevaba la mano
a la espalda para ocultar el anillo de compromiso de la vista de aquel tipo.
—¡Te has pillado de esta chica! Joder, que no me lo creo… —el borracho se dobló
soltando una risotada grotesca y luego volvió a señalarle con un dedo—. ¡El gran
Matt Tanner cayendo en las redes de una mujer, es que me parto!
—Tú tranquila.
El hombre continuaba riendo y vociferando como un loco, alzando la voz cada vez más
alto.
La actitud del hombre comenzó a llamar la atención de los invitados que circulaban
por allí, y varios de ellos se detuvieron para ver qué era todo aquel alboroto.
Emily se resguardó encogiéndose tanto que por poco no se mete bajo la chaqueta de
su jefe. Podía sentir cómo Tanner tensaba los músculos de sus brazos y le vio
cerrar los puños.
Era evidente que su jefe estaba reprimiendo las ganas de arrearle un puñetazo a
aquel borracho.
Aunque no podía verle desde donde estaba, Emily se imaginó el rostro de su jefe en
aquel momento. Su mandíbula apretada haciendo que sus fuertes huesos sobresalieran
y aquellos ojos azules convertidos en dos dagas de hielo filosas.
—Eh, que solo es una broma. Hombre, tampoco es para ponerse así —tartamudeó
nervioso el borrachín—. Unas pullitas lanzadas a un viejo amigo, nada más. ¡Si
sentar la cabeza es lo más natural de mundo! Supongo que a todos nos llega la hora
—Emily le oyó decir tratando inútilmente de congraciarse con el señor Tanner—.
¡Venga colega, cambia esa cara! ¡Bebamos por los viejos tiempos!
Emily sintió con horror que Tanner daba otro paso amenazante hacia el hombre y le
cogió para que no hiciera algo de lo que luego podría arrepentirse.
—Afortunadamente esos tiempos han quedado atrás —dijo su jefe entre dientes
conteniendo la furia.
Emily ya no sentía miedo y volvió a pararse junto a su jefe, mirando a aquel tipejo
a los ojos.
—Te veo y no lo creo. ¿Cómo es posible que hayas podido cambiar tanto?
En ese momento Emily oyó que alguien más se acercaba y volteó la cabeza. Gracias a
Dios se trataba de Joseph Orwell, y Emily le suplicó con una mirada desesperada que
detuviera a aquel hombre.
Este levantó las manos en señal de paz, aunque continuaba mirando a Tanner con
evidente resentimiento.
—¿Os conocéis?
Pero entonces él pareció relajar sus facciones y con el fantasma de una sonrisa en
los labios se encogió de hombros.
—Puede que tengas razón, Joseph. Aunque no le veo desde hace siglos. Hace mucho
tiempo que me he alejado de él y de todas las personas de su calaña.
El accionista asintió.
—Has hecho bien. No debí haberlo invitado. Supongo que el pasado nos persigue a
todos.
—El pasado me importa poco y nada. Solo me interesa la vida que estoy construyendo
junto a mi prometida —dijo abrazando a Emily.
Ella asintió y se pegó más al cuerpo de Tanner, quien la atrajo hacia sí de manera
posesiva.
Los tres regresaron en silencio a las mesas, donde la barbacoa estaba en su apogeo.
Una orquesta tocaba música sobre una tarima y las parejas no dejaban de fluir hacia
la pista de baile improvisada sobre el césped impecable del parque e iluminada con
varios juegos de luces especialmente montados para la ocasión.
Bajo la mirada atenta de Joseph, Tanner alargó una mano hacia Emily.
Él sonrió de lado.
—Mira que esta vez llevo puestos los tacones de quince. Quedas avisado —dijo ella
riendo.
El accionista sonrió.
—Vale, me arriesgaré —se despidió de Joseph con un movimiento del mentón y luego
guiñó un ojo a Emily cogiéndola de la mano para guiarla hacia la pista.
Las estrellas cubrían el cielo de la noche y Emily tembló de frío. Su jefe la pegó
más a su cuerpo en un gesto casi automático.
—Orwell sospecha —oyó Emily de pronto y levantó la cabeza para mirar a su jefe a la
cara.
—¿Qué dices?
—Basta ver con qué insistencia nos vigilaba —susurró preocupado—. Está esperando a
que la caguemos.
Lo cierto es que ella también había advertido la actitud hostil del accionista
desde el primer momento, pero prefería no echar más leña al fuego. Demasiado
complicado lo tenían ya.
—Que Orwell no se está tragando el cuento —se pasó una mano nerviosa por el pelo y
luego la miró decidido—. Tenemos que hacer algo.
—Pues no es suficiente.
—Matt —dijo Emily con firmeza y él abrió los ojos como platos pues nunca antes ella
le había llamado por su nombre—, tienes que olvidarte de esos temores y volver al
presente. Situarte en el aquí y ahora, ¿lo entiendes? ¡Venga, concéntrate en mí!
—Pues no lo parece —Emily se quejó con una sonrisa—. ¿Sabes? Me apetece bailar con
mi prometido, no con un maniquí.
—¡Mira quien fue a hablar! ¡La gran bailarina! Menos mal que hoy no voy descalzo o
ya me habría quedado cojo.
Emily se echó a reír y apoyó la cabeza en su hombro abrazándose más a él, girando
al ritmo de la música y dejándose llevar por el movimiento. De inmediato su jefe
ajustó sus brazos alrededor de su cuerpo, haciendo que ella levantara sus brazos y
rodeara su cuello mientras aplastaba una mejilla contra su camisa cerrando los ojos
y suspirando de placer al aspirar su perfume.
Aquel contacto íntimo hizo que Emily se perdiera durante un buen rato en la música,
mientras se movían suavemente por la pista como cualquier otra pareja de
enamorados.
Así continuaron durante varias canciones. Emily estaba tan a gusto con él que le
parecía irreal que estuviera bailando con su jefe. Se dijo que cuando tuviera un
novio de verdad, le gustaría poder bailar así con él.
Estaba pensando aquello cuando Tanner se apartó de ella con una brusquedad
inesperada. Alarmada Emily levantó la cabeza con inquietud.
—¿Qué?
Jolín, conocía aquella mirada; volvía a tener ese punto malicioso que no anunciaba
nada bueno.
Había recobrado esa expresión de determinación que tenía cuando se preparaba para
hacer algo importante. Era una expresión que en los meses que llevaba trabajando
para él había aprendido a reconocer muy bien.
—¿Dónde vas?
—Ya lo verás.
Intentó retenerle pero Tanner se alejó dejándola allí parada en medio de los demás
bailarines. No le quitó ojo mientras se abría paso para dirigirse directamente
hacia las escalerillas que llevaban a la tarima.
—Qué narices —se dijo al ver que su jefe apartaba al cantante del centro de la
tarima y cogía el micrófono como si fuera él a cantar la siguiente canción.
Con creciente preocupación Emily vio que su jefe daba pequeños golpecitos al micro,
como si su propósito fuera ponerse a dar un discurso para todos.
—Siento tener que interrumpiros —dijo al fin—, pero os prometo que la orquesta
volverá a tocar en unos minutos.
Tanner hizo una breve pausa como para darse ánimos y prosiguió:
—Tengo algo que decir a mi prometida. Algo muy importante —anunció Tanner de
improviso.
Mortificada Emily oyó los gritos y silbidos de aprobación de los demás invitados.
—Aquí voy, ¡desearme suerte! —exclamó su jefe y todos gritaron a coro para
animarle. Pasados unos segundos de ruido intenso Tanner levantó una mano para
acallarles.
Cuando todos volvieron a estar en silencio, se volvió hacia ella con una expresión
de solemnidad y tomó aire antes de decir:
—Emily, mi amor, hace tiempo que una idea ronda mi cabeza. Es una idea que no me
deja trabajar ni dormir… Una idea que me atormenta.
El silencio que se hizo ante aquellas palabras fue completo y Emily tragó saliva
pues comenzaba a temer lo peor.
—No sigas —suplicó en un murmullo lastimero que nadie excepto ella podía oír.
—Todos vosotros me disculparéis, pero es que acabo de darme cuenta que este es el
momento y el sitio perfectos para expresar lo que siento por mi amada…
—¡Por favor no! —volvió a suplicar Emily, esta vez mirando con desesperación hacia
ambos lados y viendo que tanto Joseph como Susan se habían acercado a la tarima
pendientes de las palabras de Tanner.
En ese instante su jefe hizo una pausa como si las súplicas desesperadas de Emily
hubieran llegado de alguna forma a sus oídos. Pero no, solo eran imaginaciones
suyas porque enseguida hizo algo que la llenó de un espanto indescriptible.
—¡Emily Williams, deseo gritar a los cuatro vientos que te amo, que junto a ti me
siento el hombre más feliz de la tierra y que no dejo de pensar en ti ni por un
minuto! —Tras hacer una pausa esbozó una amplia sonrisa, una sonrisa de esas que
podrían desarmar a cualquier mujer—. Nena, ¿quieres casarte conmigo?
¿Casarse ella?
¿Con su jefe?
¡¿Con El Tirano?!
Repasó en un instante las cláusulas que había revisado mil veces junto a su abogado
y en ningún sitio se mencionaba un casamiento.
Inspiró por la nariz y cerró los ojos apretando los párpados con fuerza al darse
cuenta que solo había una posibilidad.
Su jefe acababa de ponerla en una situación donde haga lo que haga no podía ganar.
Estaba entre la espada y la pared. Era jugar su maldito juego o perder la suma de
dinero que podría cambiarle la vida.
Con todas sus fuerzas se resistía a permitir que algo tan sagrado como el
matrimonio, algo con lo que soñaba desde pequeña y que le hacía tanta ilusión, se
convirtiera en un elemento más de la farsa.
En ese momento un hombre llegó a su lado con un micrófono que le puso delante de
las narices para que los demás invitados pudieran oír su respuesta.
Atónita miró el micro y lentamente levantó una mano para cogerlo mientras pensaba
en el impago que pendía sobre su cabeza. También pensó en su padre, que la había
puesto en esta situación. En el sacrificio de su madre para poner en pie aquella
escuelita del pueblo.
Pensando en todo aquello entrecerró sus ojos con determinación y levantó la cabeza
para mirar a su jefe que la observaba desde la tarima, fingiendo los nervios del
novio ansioso, como si de verdad le importara algo de ella.
Pero ella sabía muy bien que para el capullo todo esto no era más que un puñetero
juego.
Seguramente tras esa expresión estaría calculando cuánto más tendría que ofrecerle
por fingir ser su esposa; y qué acciones legales podría tomar si ella se rehusaba a
aceptar el trato.
—Esto… eh… perdonadme —se disculpó sonriendo nerviosa—, es que esto me ha pillado
de sopetón y estoy temblando.
Tanto que tuvo que hacer un esfuerzo para obligarse a decir las siguientes
palabras.
—También yo te amo, Matt. Y deseo casarme contigo.
Cuando estallaron los aplausos a su alrededor, Emily bajó el micrófono con rabia
contenida y lo dejó caer al suelo.
En el rostro de Tanner pudo ver una expresión de alivio, seguida de esa sonrisa
arrogante tan suya.
La típica arrogancia del que siempre se sale con la suya, pensó temblando de ira.
CAPÍTULO 8
Al regresar al ático lo primero que Emily hizo fue subir a su habitación para
recoger sus cosas.
—Tú te quedas —ordenó él—. No puedes romper el contrato así como así.
—¿Yo?
—Pues no ha hecho falta, estaba implícito en la proposición. ¿Qué otra cosa crees
que es una prometida sino una futura esposa?
—¡Eso no es cierto! Hablaré ahora mismo con mi abogado —le amenazó yendo a coger su
móvil.
—No te he engañado, está todo allí negro sobre blanco para el ojo experto. Una de
las cláusulas me habilita a redactar nuevas enmiendas. Pueden hacerse hasta tres
enmiendas adicionales por contrato.
—¡Eso no es verdad!
—Pues parece que tú y tu abogado no habéis revisado bien la letra chica.
Emily se quedó tiesa con la boca abierta. Miraba a su jefe y sentía que se le
revolvían las tripas. ¿Cómo era posible que les hubiera colado semejante detalle?
¡Oh, maldita sea, cómo le odiaba!
Corrió escaleras arriba pero Tanner fue tras ella. Le tenía pegado a sus talones
cuando trató de cerrarle la puerta en las narices, pero él puso un pie para
impedírselo.
—Emily, lo siento pero soy un negociador profesional y trabajo con el abogado más
astuto de Riverside.
—No, nena, somos profesionales, eso es todo. Solo quiero que comprendas que estoy
de tu lado. Jamás haría algo para perjudicarte a ti.
—¡Pues ya me has perjudicado bastante! ¿Crees que puedes jugar conmigo a tu aire? —
preguntó empujando la puerta con rabia.
Ella se mofó. ¡Claro que estaba jugando con ella! ¡No había hecho otra cosa desde
que le conocía!
—¡Tú me has engañado y punto! Eso significa que el contrato que hemos firmado ha
quedado viciado de nulidad.
Tanner no movió un solo músculo, solo se limitó a bajar la vista y mirar el dedo
acusador de Emily. Luego volvió a mirarla a los ojos y con voz tranquila dijo:
—Nena, todo es perfectamente legal. Y puedes estar segura que casarte conmigo no
traerá consecuencias para ti, ni económicas ni sentimentales. Es una mera
formalidad.
—Lo siento, pero estás obligada a hacerlo como parte de tu trabajo. ¿Crees acaso
que a mí me hace gracia tener que casarme contigo?
—¡Uff! —bufó Emily queriendo arrancarse los pelos. ¡Este hombre era insufrible!
—¡Pues la culpa es tuya! Eso te pasa por haberme escogido para ser tu prometida.
Sabías que no congeniábamos y aún así decidiste seguir adelante.
Su jefe hizo una pausa, se pasó una mano por el pelo y la miró a los ojos.
—Claro que sí, lo he visto en sus ojos, ¡y también tú lo has visto! Joseph sospecha
de mis intenciones y tú sabes muy bien que hasta que no te he propuesto matrimonio
delante de todos, nuestro plan peligraba.
Emily agachó la mirada. Reconocía que en eso tenía razón. Ella también había notado
la tensión entre Joseph y el señor Tanner, pero eso no justificaba lo que su jefe
había hecho.
—Podrías haber encontrado otro modo —le recriminó mirándole a los ojos.
—No había otro modo, Emily. Me vi obligado a tomar medidas drásticas. De no haberlo
hecho así Orwell estaría en este mismo momento negociando un nuevo contrato con mi
competencia.
—En absoluto. Soy realista y puedo percibir que cuando Joseph me mira aún ve al
Matt Tanner que sale en las revistas del corazón. Todavía le espanta mi reputación
de mujeriego. Como no vea con sus propios ojos que voy en serio contigo, que hemos
formalizado nuestra relación, jamás se convencerá de que he cambiado.
—No todo, solo algunas cosas. Y esta entra en esa categoría. Mira, tú y yo nos
casaremos por lo civil y nada cambiará entre nosotros. Es un simple trámite, ¡no
tardaremos ni una hora!
Emily meneó la cabeza sintiendo pena por la situación en la que se encontraba. ¡Un
simple trámite! A eso se reducía para su jefe todo esto. El sueño de su vida,
casarse y formar una familia, para Tanner no era más que un trámite burocrático sin
importancia.
—No lo sé.
—Mira, es fácil. Dejaremos que la prensa nos haga unas fotos y que el viejo Orwell
nos tire un puñado de arroz en la puerta del juzgado. Eso bastará para limpiar mi
reputación de una vez y para siempre.
—¿La prensa? —Emily arrugó el entrecejo, pues no quería volver a enfrentarse a esos
paparazzi.
—Claro, usaremos a la prensa del corazón para que transmita la boda del playboy —se
burló al decir esto último—. Aunque no te lo creas, hay decenas de miles de mujeres
que no se perderían por nada el casamiento de Matt Tanner con su asistente
personal.
—Me lo creo —dijo Emily y esbozó una débil sonrisa irónica—. Que un rompecorazones
sin sentimientos se case con una chica normalita sería para ellas un acto de
justicia poética.
—¡Sí que la tiene! Solo que tú estás demasiado ofuscada para vérsela. Pero te
prometo que a su debido tiempo tú también te reirás de toda esta situación absurda.
Y lo harás bebiendo mojitos tumbada en una playa del Caribe con la cartera llena de
dólares.
Emily apretó los dientes mordiéndose la lengua para no enviarle a freír patatas.
La ponía de los nervios que su jefe fuera tan superficial. ¿Acaso creía que todos
eran como él? Beber mojitos en el Caribe y reír como una idiota, ¿era esa su idea
de la felicidad?
Si pensaba que ella buscaba eso, quería decir que no la conocía en absoluto.
Suspiró con tristeza al darse cuenta que no solo no la conocía sino que al parecer
tampoco le interesaba hacerlo.
Mejor así, se dijo. Después de todo, él no tenía por qué saber qué iba a hacer ella
con el dinero y con su vida luego de que todo esto terminara.
—¿Y luego qué? —se atrevió a preguntar al fin—. ¿Qué pasará con nosotros?
Los ojos azules de su jefe brillaron con malicia mientras hacía el gesto de lavarse
las manos.
—Nos divorciaremos, naturalmente. Diremos que se acabó el amor, que igual nos
precipitamos en tomar la decisión de casarnos, pero que hemos sabido comportarnos
como adultos responsables y nos hemos separado en buenos términos. Incluso diré que
te estaré eternamente agradecido porque tú has sido la mujer que me hizo abrir los
ojos, ayudándome a dejar atrás mi pecaminoso estilo de vida.
Al decir esto último parpadeó varias veces con aire de inocencia y juntó las manos
frente a su pecho como si estuviera rezando, pero enseguida volvió a sonreír con
malicia.
Emily negó con la cabeza pensando que no se podía ser más cínico. Su ironía era de
tan mal gusto que se le revolvían las tripas.
Él se encogió de hombros.
—¿No crees que Joseph podría echarse atrás al ver que vuelves a tu vida normal?
Pero ella no se movió un centímetro y él tuvo que insistir varias veces hasta que
consiguió sacarla casi a rastras de la habitación.
Una vez en el salón, Tanner buscó su maletín, lo abrió sobre la mesa y esparció
unos papeles ante la mirada intrigada de Emily.
—¿Qué es eso?
Él sonrió.
Emily se inclinó sobre la mesa para repasar las fojas. Al ver que las letras
comenzaban a bailar ante sus ojos fue a buscar sus gafas a la cocina y regresó
dando un largo suspiro para leer los dichosos “términos amigables de la
separación”.
En ese momento su móvil vibró y Emily vio que tenía un mensaje de Vernon que ponía
Urgente en letras mayúsculas.
Se apartó de su jefe para leerlo en privado, pero a medida que leía sentía que le
bajaba la presión y sus mejillas iban perdiendo color. Sin darse cuenta de lo que
hacía se dejó caer lentamente en el sofá y por el rabillo del ojo alcanzó a ver que
su jefe se acercaba a ella.
—¿Problemas?
—¿Ladrones? —preguntó.
Según ponía su abogado en el mensaje, por la tarde dos hombres habían conseguido
entrar en su edificio identificándose como personal del banco. Pero Vernon estaba
seguro que se trataba de esbirros contratados por los acreedores con el propósito
de intimidarla a ella, pues intentaron forzar la puerta de su estudio. Por suerte
una muchacha oyó los ruidos, les vio a tiempo y logró impedirles la entrada.
Pasándose una mano por la frente intentó procesar la información. Sentía una mezcla
de miedo, culpa, rabia y confusión.
“¡Pero eso es invasión de propiedad privada! Lo que han hecho no puede ser legal.”
Ansiosa esperó a que el abogado terminara de escribir del otro lado de la línea.
“Y no lo es. Pero a esta gente no le importa cumplir la ley. Señorita, creen que
usted está jugando con ellos y han perdido la paciencia.”
Emily dejó caer la cabeza entre sus rodillas mientras un frío le corría por la
espinilla.
Sabía que esta gente podía ser peligrosa, pero hasta ahora no había caído en la
cuenta de hasta qué punto esto era así.
Su jefe parecía preocupado por ella y la observaba con mirada interrogante. Pero
Emily no se atrevía a decir nada. Al menos no aún…
Temblando soltó el móvil y se llevó las manos a las sienes donde había comenzado a
tener palpitaciones y un insoportable dolor de cabeza, como si su cerebro hubiera
crecido de golpe dentro de su cráneo.
—Nena, ¿qué ocurre? No tienes buena cara. Quiero que me digas la verdad.
Ella le miró incapaz de responder. Sabía que el acuerdo que había firmado con su
jefe era su única salida.
Luego de tres tonos la voz firme y decidida de su amiga apareció del otro lado de
la línea.
—¡Emily, al fin!
—No te preocupes por mí, todo está bien por aquí. ¡Esos cabrones no se han podido
llevar nada, no les he dejado! Les he pegado cuatro gritos y no se han atrevido a
enfrentarme. ¡Tendrías que haberles visto huyendo como ratas!
Emily se sonrió admirando la fortaleza de su amiga, pero no pudo evitar que una
lágrima de frustración cayera por su mejilla. Sorbiendo por la nariz dijo:
—No tienes nada que agradecerme. No me gustan los matones, y menos cuando pretenden
meterse con alguien a quien quiero.
—También yo te quiero. Pero no tenías por qué arriesgarte así. Podrían haberte
herido.
—Y tú debes cuidarte más. ¿Tienes alguna idea de quienes podrían ser los intrusos?
—Mi abogado está en ello —volvió a mentir y enseguida añadió—. Luego hablamos, ¿te
parece?
Como diera marcha atrás en ese momento y se negara a cumplir con el contrato,
estaría poniendo en peligro su vida, y lo que era peor, la vida de personas que
apreciaba.
Si en cambio escogiera casarse con su jefe… Entonces estaría traicionando su sueño
de toda la vida de casarse con alguien que la amara de verdad, y a quien pudiera
amar para siempre.
Sería como pisotear las ilusiones de la niña que había sido y que aún vivían en su
corazón.
Levantó la vista al cielo apretando sus labios con ira y en silencio le echó en
cara su comportamiento.
Tuvo que volver en sí deprisa al darse cuenta que Tanner se acercaba. Con el dorso
de la mano se limpió la cara rápidamente y trató de recuperar la compostura. Su
jefe se detuvo a un paso de ella y la miró fijamente antes de abrazarla.
Sorprendida por aquel gesto inesperado Emily abrió los ojos como platos y quiso
zafarse de su agarre, pero Tanner la envolvió en sus fuertes brazos reteniéndola.
—Estoy contigo, nena, pase lo que pase. Estamos juntos en esto —se separó un
instante para poder mirarla a los ojos y añadió—. Solo quería que lo sepas.
—Todo estará bien —repitió Tanner en susurros con su voz grave y masculina.
Emily se puso a temblar sin control y gimió mordiéndose el labio, pues era horrible
no poder controlar sus emociones en presencia de su jefe.
—Si lo deseas puedes llorar en mi hombro, nena —dijo él sonriendo como si de veras
pudiera leerle la mente. Y aquello fue demasiado para Emily que no aguantó más y se
echó a llorar sin consuelo.
Apretó su cara contra el pecho del señor Tanner y se preguntó qué clase de vida
había llevado hasta el momento para tener que buscar refugio en brazos de un jefe
déspota y desconsiderado.
¿Qué clase de mujer se sentía segura y protegida justamente por el hombre que más
la despreciaba en el mundo?
Sentía que cada vez se hundía más en el pozo de la autocompasión y no era una
sensación agradable.
—Emily…
—¡Déjame!
Derrotada volvió a hundirse entre sus brazos pensando que su vida se convertiría en
un infierno si aceptaba casarse con su jefe. Por un momento dejó que las imágenes
de su vida como esposa de Matt Tanner corrieran libremente por su imaginación.
Como en una película, se vio sola por las noches en el ático inmenso mientras él
salía con otras mujeres. También vio a decenas de paparazzi siguiéndola a sol y
sombra mientras caminaba por la acera o hacía mercado. La acosarían con preguntas
humillantes, recriminándola por aguantar que su marido tonteara públicamente con
otras mujeres mientras ella se quedaba de brazos cruzados. Se ensañarían con ella y
usarían su desgracia para vender más ejemplares.
Eso era aún peor que sufrir la humillación de convertirse en la esposa de su jefe.
Entonces se le ocurrió algo. Una idea que podría servirle para evitarse
humillaciones innecesarias.
Los ojos de Emily brillaron al oír su respuesta y puso los brazos en jarras
levantando la barbilla.
—Exijo dos cosas antes de casarme contigo. Lo primero, necesito que me adelantes la
mitad del monto total de mi paga.
—Hecho —asintió él sin dudarlo ni un segundo—. Mañana a primera hora daré la orden
para que se transfieran los fondos a tu cuenta. ¿Y la otra condición?
Emily dudó un momento pues sabía que su segunda condición sería algo más complicada
para su jefe.
—¡Venga ya! Dilo de una puta vez, no puede ser tan malo.
Emily le miró a los ojos y se mordió el labio nerviosa. Pues sí que es malo, se
dijo, al menos para ti.
—Pues que no permitiré que me dejes aquí sola mientras tú andas por ahí tirándote a
la mitad de las mujeres de Riverside, y que luego todos vayan diciendo que soy una
cornuda, riéndose de mí en esas estúpidas revistas de cotilleo —le soltó de un
tirón y el silencio que se hizo a continuación fue sepulcral.
Pasados unos quince segundos consiguió componerse lo suficiente como para hablar.
—Lo que has oído, Tanner —dijo con firmeza—. ¡O me eres fiel o se acaba la farsa
aquí mismo!
—La regla es nada de sexo con otras mujeres —soltó de sopetón y su jefe se la quedó
mirando como si ella acabara de clavarle un puñal en el corazón. Viendo esto Emily
se dio prisa en hablar pues temía arrepentirse de su osadía—. Ya puedes ir a
avisarle a Anderson de que comience a redactar la nueva cláusula.
El señor Tanner se pasó una mano por el pelo y volvió a mirarla con incredulidad.
—Porque aunque sea parte de una farsa, pienso tomarme este casamiento en serio —los
ojos de Emily chispearon al responder aquello—. Yo no soy una mujer que se tome a
la ligera el sacramento del matrimonio, ¿comprendes? Así que mientras estemos
juntos deberás respetarlo a rajatabla.
—Pero…
—Lo tomas o lo dejas —dijo ella con una seguridad en sí misma que hacía años no
sentía, pero que le salió del corazón espontáneamente. Podía sentir que su pecho se
hinchaba de orgullo por haber sido capaz de enfrentarle de igual a igual.
Visiblemente irritado Tanner se alejó unos pasos de ella llevándose las manos a la
nuca y caminó en círculos murmurando entre dientes.
Emily se limitó a seguirle con la mirada. Sabía que estaba corriendo un riesgo,
pues a alguien como Matt Tanner no se le imponían condiciones sin que hubiera
consecuencias. Con tal de no dar el brazo a torcer era capaz de anular los
contratos, pagarle una indemnización mínima y echarla a patadas de la empresa y de
su casa.
Por un momento Emily se vio recogiendo sus cosas y metiéndolas en un taxi para
regresar a su apartamento, seguramente desordenado y revuelto.
Mientras veía a su jefe debatirse Emily se dio cuenta que no quería marcharse de
aquí. No le importaba seguir cocinando para su jefe ni visitar a los Orwell si
hacía falta. No le importaba tener que salir de compras con Kara o que Charlie la
llevara a hacer la compra en la limusina.
Darse cuenta de ello le causó una confusión tan grande como la que debía sentir su
jefe en ese momento.
Pasó un minuto y luego otro, y cuando pensaba que su jefe se había olvidado de que
ella seguía allí, le vio darse la vuelta y dirigirse directo hacia ella.
Emily quiso dar un paso atrás, pero se obligó a mantener el tipo. Debía mostrarse
fuerte.
Cuando Tanner agachó la cabeza para hablarle al oído, ella se paralizó y dejó de
respirar mientras aguardaba sus palabras. El aliento del Tirano rozó el lóbulo de
su oreja y su corazón se detuvo.
Madre mía, se dijo cerrando los ojos y pensando que se iba a morir allí mismo si el
capullo de su jefe no hablaba pronto.
—Acepto —dijo él al fin y Emily soltó el aire de los pulmones sintiendo un alivio
inmenso.
Pero Tanner continuó hablando, esta vez en un tono frío y cabreado, y masticando
cada palabra con furia.
Emily tragó saliva agradeciendo no tener que mirarle a los ojos en ese momento.
—Tanner —dijo haciendo un esfuerzo para que su voz no temblara—, soy más fuerte de
lo que tú crees.
Decidida Emily avanzó hacia él. Al ver el cabreo reflejado en sus ojos, El Tirano
retrocedió un paso y se alzó en toda su estatura observándola desde arriba para
medirla. Ella no se amedrentó y le sostuvo la mirada hasta que él vio que iba en
serio y asintió con la cabeza.
—Vale, te creo. Eres una fuerte y ruda. Ahora ven conmigo —hizo un gesto para que
le siguiera de regreso al salón.
Emily se estiró la falda del vestido y fue tras él sintiendo que el corazón se le
quería salir del pecho.
Lo estás haciendo bien, se repetía para darse ánimos a la vez que se preguntaba qué
narices pensaba hacer su jefe ahora.
De regreso en el salón Matt apoyó ambas manos sobre la mesa donde descansaba su
maletín.
—Muy bien, señorita Williams. Mañana tendremos listo el nuevo contrato con las
enmiendas correspondientes, pero aquí sobre la mesa está nuestro divorcio.
Matt cogió los documentos que Anderson había preparado y los hizo sonar en el aire
con un movimiento rápido de la mano.
Emily se sintió incómoda y miró a Tanner con suspicacia. Algo en su actitud le daba
mala espina y eso la hizo dudar.
Emily apretó los dientes ocultando su malestar. ¡Esto era ridículo! Jamás pensó que
una cosa así pudiera existir. ¡No quería firmar su divorcio antes de estar casada!
Vale, se dijo, ella también podía ser fría como un témpano si se lo proponía. Por
un momento decidió olvidarse de sus sentimientos, de sus ideales y de sus
ilusiones.
Le temblaba la mano mientras lo hacía, pues podía sentir los ojos de su jefe sobre
ella. Tras firmar la última hoja, Emily se volvió hacia él y le pasó el bolígrafo
con brusquedad. Tanner se la quedó mirando durante un instante y luego meneó la
cabeza. Cogió el bolígrafo con una sonrisa irónica en los labios e hizo lo propio.
Al finalizar se guardó una copia de los papeles y le dio la otra copia a Emily.
—Querías que te pruebe ¿verdad? Pues aquí comienza la prueba. Veremos quién de los
dos es más fuerte.
¡Oh, cómo deseaba tener el poder de saber qué pasaba por su retorcida cabeza!
—Una cosa más. Los documentos del divorcio se ejecutarán de forma automática en
cuanto las relaciones comerciales con el Grand River vuelvan a la normalidad. O en
su defecto —añadió mirándola a los ojos—, cuando yo decida dar por concluida la
farsa, que no podrá extenderse más allá de los tres meses. Una vez finalizado el
contrato, su estado civil se revertirá y podrá reanudar su excitante vida de
soltera.
Tras decir aquello se volvió dándole la espalda sin siquiera desearle las buenas
noches.
Atónita Emily se quedó viendo cómo subía las escaleras sin volverse ni una sola vez
para mirarla.
CAPÍTULO 9
Pero a eso de las tres de la mañana volvió a despertarse y esta vez estaba segura
que el motivo de su desvelo no había sido una pesadilla sino unos ruidos que venían
de fuera. Se quedó escuchando durante unos momentos hasta que oyó un estallido que
hizo retumbar los cristales de toda la habitación.
Alarmada abrió los ojos y saltó de la cama para echar un vistazo por la ventana.
Menuda tormenta, gimió para sí con preocupación pues el cielo parecía caerse a
trozos. Titilaba con furia, alternando entre un blanco hueso y un negro profundo.
Asustada vio rayos cruzar el cielo como telas de araña, y unos segundos más tarde
el estallido de otro trueno la sacudió con fuerza.
Emily había odiado las tormentas desde que tenía memoria. Pero a los doce años
comenzó a sentir verdadero miedo y a los quince, sufrió su primer ataque de pánico
causado por una tormenta eléctrica.
Era algo que desde entonces no había podido superar. Varias veces visitó la
consulta de un psicólogo para tratar de deshacerse de la sensación de
desvalimiento, pero ninguna de las sugerencias del profesional le habían servido
para aplacar sus temores. Hacía tiempo ya que había decidido sobrellevar estos
episodios de la única forma que conocía: apretando los dientes y rezando para que
todo acabara lo más pronto posible.
Pasados varios minutos Emily seguía dando vueltas y más vueltas en la cama con los
ojos abiertos. Cuando la lluvia empezó a golpear con furia contra los cristales, no
aguantó más y se sentó apoyando la espalda en el cabecero y abrazando su almohada
con ansiedad.
Temiendo un ataque de pánico en toda regla, Emily se dijo que debía hacer algo
deprisa y decidió ponerse en pie mientras aún pudiera hacerlo.
Respirando con la boca abierta y sujetándose de las paredes consiguió dar los pasos
suficientes para llegar hasta el cuarto de baño. Allí abrió el grifo del lavabo y
se echó agua fría en la nuca y en las muñecas mientras intentaba calmarse.
El piso entero parecía retumbar con cada trueno y le pareció que el suelo se mecía
como si estuviera en la cubierta de un barco a la deriva.
Son solo imaginaciones, se dijo tratando de calmarse. Pero entonces vio su reflejo
en el espejo y se preocupó aún más. Estaba pálida y tenía los ojos hundidos, su
pelo estaba empapado y pegado a la frente, y temblaba tanto que le castañeteaban
los dientes.
No podía quedarse aquí sola a esperar a que pasara la tormenta. Tenía que salir y
pedir ayuda.
Sabía que Tanner estaba mosqueado con ella y como se apareciera en su habitación
seguramente iba a mosquearse aún más. Seguro que la gritaría y se reiría de ella
reprendiéndola por ser tan cobarde.
Pensó en llamar a Claire, pero no eran horas para despertarla. Sin saber qué hacer
regresó a la cama trastabillando y permaneció allí sentada con la espalda tensa y
el corazón latiéndole a mil por hora, mientras decidía si salir a por ayuda o si
permanecía escondida en su habitación, encomendándose a Dios para tratar de capear
la tormenta sola.
Emily gimió asustada al ver cómo se iluminaba su habitación y enseguida se tapó las
orejas y apretó los párpados resguardándose de los truenos. Con desesperación
creciente miró hacia la puerta cerrada de su habitación.
Qué más daba si tenía que enfrentarse a la ira y al desprecio de su jefe. Tenía que
hacerlo si quería sobrevivir.
Caminó a tientas en la penumbra. Jadeaba y temblaba como una hoja, pero consiguió
sujetarse de la barandilla de la escalera. Al mirar hacia abajo el estómago le dio
un vuelco. Definitivamente no podría bajar los escalones sin partirse el cuello, se
dijo y gimiendo de impotencia regresó sobre sus pasos. Al fin se encontró de nuevo
en mitad del pasillo. Asustada y sin saber a donde ir, miró la puerta prohibida.
Indecisa alargó un brazo hacia delante y tentó el picaporte girándolo apenas hasta
que oyó un clic.
No podía entrar así como así, pero tampoco se atrevía a golpear. Se quedó allí de
pie durante unos momentos que le parecieron una eternidad.
Solo cuando la lluvia arreció tanto que parecía que de un momento a otro fueran a
estallar todos los cristales de la casa, respiró hondo para armarse de valor y muy
lentamente empujó la puerta asomando la cabeza dentro de la habitación oscura.
Emily sabía que entrar sin llamar era una pésima idea y casi se le para el corazón
al escuchar la respiración profunda y pausada de su jefe.
¿Debía despertarle?
Se imaginó la cara que pondría al abrir los ojos y verla a ella allí de pie con
esas pintas. Miró su pijama arrugado y trató de estirarlo. Luego se pasó una mano
por el pelo y se miró la palma de la mano húmeda con disgusto.
¿Qué narices estás haciendo?, se reprendió a sí misma pues este no era el momento
de preocuparse de estar presentable, se dijo.
¡Era una puta emergencia!, se gritó a sí misma en el más absoluto de los silencios.
Nada.
No se atrevía a levantar más la voz, así que dio unos pasos torpes hasta la mesita
y encendió la luz.
La habitación se iluminó y lo primero que vio fue a su jefe espatarrado sobre las
sábanas de seda negra. Tenía un brazo cruzado sobre el pecho y salvo por unos
calzoncillos que apenas le cubrían, iba completamente desnudo.
Su jefe se llevó una mano a la cara restregándose los ojos con el dorso de la mano.
—¿Qué pasa? ¿Echas de menos tu osito de peluche? —se burló con un gruñido
impaciente y sin decir nada más se giró en la cama hasta quedar boca abajo. Emily
le vio hundir la cara en la almohada de plumas, tapándose las orejas como si no
quisiera oírla más.
Muerta de miedo, mitad por la tormenta y mitad por el hombretón semi desnudo que
tenía delante de las narices, se quedó allí de pie sin moverse del sitio, mirando a
su jefe como una tonta.
* * * * *
Matt lanzó un gruñido de fastidio al notar que la señorita Williams seguía allí y
le tocaba el hombro con insistencia.
Emily asintió.
—Eso ya lo sé.
—No estoy enferma —aclaró ella con labios temblorosos—. Estoy aterrada. Siempre me
sucede.
—Ya veo —dijo y se hizo a un lado invitándola con un gesto a sentarse a su lado.
Con cuidado Emily se sentó en el borde de la gran cama. Matt la observaba con
preocupación, estaba muy tensa y retorcía los dedos sobre su falda incesantemente.
Matt puso una mano sobre las suyas envolviéndolas con su calor.
Matt perdió la sonrisa y levantó una ceja asombrado. Vaya, eso sí que no se lo
esperaba.
—No tienes que hacerlo si no quieres —se puso nuevamente de pie—. Lo siento, no
debí despertarte por algo tan estúpido. Regresaré a mi cama, estoy segura que con
un somnífero pronto se me pasará. Hasta mañana.
—¡Eh! ¿Dónde crees que vas? Tú te quedas aquí conmigo —dijo con resolución
añadiendo—: Y nada de somníferos, que esas cosas acaban provocando dependencia.
Ella le miró respirando agitada como un animalillo asustado. Entonces Matt tiró
suavemente de su brazo y volvió a hacer que se sentara a su lado.
—Vale, vale —dijo mientras buscaba una camiseta y unos shorts deportivos al otro
lado de la cama—. Me taparé un poco.
—Oye, no tengas vergüenza en pedirme ayuda cada vez que lo necesites. Vives conmigo
y me siento responsable por tu bienestar. Después de todo soy tu prometido, ¿no?
—No es lo único que tengo por los suelos —replicó señalando hacia su entrepierna y
guiñándole un ojo.
Al ver que Emily abría la boca indignada Matt se echó a reír a carcajadas.
—Lo que no me explico es cómo has podido vivir en Nebraska con las tormentas épicas
que tenéis por allí.
—Aquí es distinto, estamos tan alto que el suelo se siente como de gelatina.
—Pues es solo una sensación. Te aseguro que este edificio tiene mejor estructura y
mayores medidas de seguridad que el Capitolio.
Matt se volvió para mirar alrededor de la estancia. No ayudaba que el piso tuviese
vistas panorámicas en todas las habitaciones, se dijo.
Volviéndose hacia ella inclinó su cabeza hasta casi tocar su frente con la suya.
Matt se dio cuenta que iba a ser mejor que su asistente no viera el cielo hasta que
el mal tiempo pasara. No quería romper el abrazo, pero tuvo que hacerlo para
levantarse e ir hasta el ventanal para bajar el estor.
Una vez allí echó un vistazo fuera. Menudo panorama, se dijo admirado pues el cielo
parecía una gran boca a punto de devorarse la ciudad. Era una visión casi
apocalíptica y se dio prisa en echar las cortinas.
Pero Matt también notó algo más, algo que hizo que su boca se torciera en un gesto
contrariado.
Se dio cuenta que de forma espontánea había empezado a pensar en su asistente como
Emily, la chica con la que iba a casarse.
Además de aislarla visualmente, pensó que también podría hacer algo para aislarla
del ruido de los truenos y de la lluvia. Escogió la sonata para piano número 5, en
sol mayor, una de sus preferidas de Mozart, y en segundos la música empezó a sonar
en todos los ambientes de la casa.
Matt sonrió.
Ella se echó a reír devolviéndole una sonrisa tan franca y cristalina que Matt se
la quedó mirando con fascinación.
—Aún estoy algo mareada. ¿Te importa si me acuesto un rato? —preguntó ella de
repente.
—Claro que no —dijo Matt y apartó las sábanas para que pudiera tumbarse lo más
cómodamente posible.
Vaya que has cambiado, se dijo sacudiendo la cabeza de un lado a otro con una media
sonrisa sarcástica.
¿Quién iba a decir que su asistente pudiera resultarle sexi? Era una idea
descabellada, una idea que jamás se le hubiera ocurrido en circunstancias normales.
Pero en su defensa se dijo que llevaba más de una semana sin follar. ¡En este
estado hasta una oveja le pondría como una moto!
De golpe perdió la sonrisa al recordar que por contrato no podría echar un polvo
mientras durara el matrimonio.
—¿Decías algo?
—Eh, nada importante. Estaba pensando que Mozart siempre me abre el apetito. ¿Qué
tal si picamos algo? Con los nervios hemos comido poco y nada. Puede que el mareo
que sientes sea en parte provocado por el hambre.
Ella asintió.
Perfecto, pensó Matt. Esto le daba un pretexto para salir de la habitación por un
momento. A ver si poniendo su mente en otros asuntos dejaba de ver a Emily como
una…
Lo primero que hizo al llegar a la cocina fue encender un fogón y coger el bote de
cacao para preparar chocolate caliente.
En cuanto a los sándwiches, tenía intención de cargarlos con todo lo que pudiera
encontrar.
Tras sacar el pan de la alacena se quedó mirando todos los alimentos sobre la
encimera con los brazos en jarras y sonrió satisfecho.
Se dio prisa porque no quería dejarla sola más tiempo del necesario. Luego de hacer
los bocatas y servir el colacao puso todo en una bandeja de plata y volvió a subir
las escaleras.
Matt gruñó.
—Que no me quejo.
Matt entrecerró los ojos y se llevó su tasa a los labios y soplando el líquido
antes de beber.
—¡En serio! —dijo ella riendo—. Es un desayuno perfecto. Parece que me hubieras
leído la mente, pues es justo lo que mi cuerpo necesitaba. Un chocolate caliente y
mucha mayonesa —sonrió dándole un mordisco a su bocata.
Matt la miró durante un momento con seriedad y luego se echó a reír yendo a
sentarse a su lado en la cama.
Comieron con ganas escuchando a Mozart y sonriéndose cada tanto pues la comida
estaba realmente buena. Emily no dejó ni las migas y Matt recogió los platillos y
las tazas vacías satisfecho.
Una vez hubo dejado la bandeja a un lado, regresó junto a Emily y la miró con ojos
brillantes.
—Oye, tengo una idea —dijo de pronto y se estiró para coger algo del cajón de la
mesita.
—¿Qué haces?
—¿Juegas al póker?
—Me desplumarás.
Matt rió.
—¿Apostar?
—Sí, venga, así se nos hace más divertido. Unos cincuenta dólares, ¿qué dices? —
insistió él sonriendo de oreja a oreja.
—¡No! Me refiero a que si gano me cuentas algo de tu familia. Vas a ser mi esposo y
no sé nada de ti.
—¿Y qué pasa si gano yo? —preguntó él acodándose sobre el colchón y mirándola a los
ojos.
Emily lo pensó durante unos instantes hasta que se le ocurrió algo que podría
tentarle.
—¿Qué tal si te preparo unos huevos rellenos con jamón para el desayuno?
Jugaron la primera mano midiendo sus fuerzas. Matt notó que Emily se concentraba
tanto en la partida que pronto se había olvidado de la tormenta por completo.
Sonrió por dentro pensando que su pequeño truco estaba surtiendo efecto.
Tras varias manos en las que Matt luchó con uñas y dientes por tomar la delantera,
Emily desplegó sobre la mesa un puñetero póker de ases, ganando así automáticamente
la partida. Lo celebró dando saltos sobre la cama y aplaudiendo entre risas.
—Esas son excusas de mal perdedor, ¡reconoce que he jugado mejor que tú!
—Ya verás —dijo él volviendo a coger los naipes para barajar con destreza—, me
tomaré la revancha.
Pero ella negó enfáticamente mirándole con expresión seria.
—Serás cabezota.
Matt apartó la vista y miró el mazo de cartas que tenía entre sus manos. Podía
sentir la mirada insistente de Emily sobre su rostro. Estaba esperando a que se
largara a hablar. Matt cerró los ojos y se encontró buscando cualquier pretexto
para no tocar el tema de su familia. ¿Para qué revivir un pasado que estaba
enterrado y olvidado?
¿Emily quería que él le hablara de sus padres? Pues bien, eso iba a hacer.
Iba a demostrarse a sí mismo que él era más fuerte que todos los fantasmas de su
pasado juntos.
Matt resopló.
Ella sonrió.
—Descuida, no lo haré.
Estaban los dos sentados en la cama, uno junto al otro, pero guardaban la
suficiente distancia como para no tocarse. Emily se acomodó entre dos cojines y le
miró con una sonrisa.
—¿Como qué?
Matt miró a su asistente sin poder reprimir su asombro pues eso que acababa de
decir era absolutamente cierto. No estaba acostumbrado a pensar en nadie más que en
él, y además no soportaba que le contradijeran. Jamás había asociado ese aspecto de
su personalidad al hecho de ser hijo único, pero igual Emily tenía razón y esa era
la razón de que a veces se comportara como el más grande de los capullos.
Tembló al pensarlo, pues prefería que nadie más hubiera tenido que sufrir lo que él
había sufrido siendo el hijo de los Tanner. Alejó ese pensamiento de su mente lo
más deprisa que pudo.
—Está bien. Todos saben que tus padres fueron muy famosos en su tiempo, pero pocos
conocen qué ha sido de ellos. ¿Cómo te llevas hoy con ellos?
—No les veo. Supongo que aún seguirán vivos —dijo encogiéndose de hombros.
No quería alargar el asunto con excesivas explicaciones. Era lo que era y punto.
Matt lanzó un resoplido al aire que hizo que los mechones negros de su pelo
saltaran sobre su frente.
—Para mí es como si estuvieran muertos —dijo y entrecerró los ojos haciendo que sus
pupilas se volvieran amenazantes—. De acuerdo, ¿realmente quieres saber algo real
acerca de mis padres? Pues bien, mi padre me ha tratado como a una basura toda su
vida. Y mi madre… pues mi madre jamás se acordó que yo existía. Y te ahorraré la
búsqueda en Google. Sí, eran dos famosos actores de telenovelas. Y también eran un
desastre tanto dentro como fuera del escenario, aunque muy populares en su momento.
De hecho, aún conservan esa popularidad en ciertos ambientes de Riverside. Pero
creo que eso se debe más a sus posteriores escándalos...
Matt cerró la boca en ese punto. Ya había dicho demasiado. Mucho más de lo que
tenía pensado decir.
Matt sintió la misma sensación amarga que sentía cada vez que hablaba de ellos,
pero aun así decidió zanjar el asunto de una vez. Así no tendría que volver a
hablar nunca más de ello.
El silencio que siguió a sus palabras fue más que elocuente. De repente inquieta,
Emily no sabía qué diablos hacer con sus manos. Matt levantó la mirada y vio su
expresión atónita. Era evidente que no se esperaba semejante declaración de su
parte.
Negó con la cabeza pues era consciente que había hablado de más, pero eso era
precisamente lo que le ocurría cada vez que recordaba a esos hijos de puta. Era
incapaz de controlar su rabia y acababa por revivir su triste historia como si
estuviera sucediendo nuevamente frente a sus narices.
Abrirse a los demás acerca de su vida era siempre un error. Pero al parecer aún no
acababa de aprender la lección. Nervioso agachó la mirada y jugó con la baraja de
cartas haciéndolas pasar con habilidad de una mano a la otra.
Podía sentir que ella le observaba y al fin levantó los ojos para mirarla a la
cara.
—Así es. No me perdonan que me haya distanciado de ellos. Para todo Riverside soy
la oveja negra, el hijo sin corazón que ha dado la espalda a sus padres. Es natural
que se hayan puesto en mi contra.
* * * * *
Emily suspiró y decidió que Tanner había tenido suficiente por esta noche.
—¿Confiar en ti?
—Pues bien —dijo abriendo los brazos—, este es el hombre con el que vas a casarte.
No todo lo que brilla es oro, ¿eh?
Emily le miró con pena, pues de nuevo se retraía bajo su usual coraza de tipo rudo
y arrogante.
Pero ahora Emily sabía algo que antes de esta noche no sabía.
Un niño abandonado.
Emily sintió una profunda piedad por su jefe pero sabía que decir cualquier cosa en
estas circunstancias sería un error, pues él volvía a encontrarse a la defensiva.
Emily asintió y salió de su cama. Al pasar recogió la bandeja con los restos de
comida de la mesita.
Emily pasó a su lado y le miró una última vez esbozando una sonrisa débil. Él cerró
la puerta con los labios apretados, sin mirarla.
Emily se encontró de nuevo sola en mitad del pasillo, suspirando mientras miraba
alrededor. De la tormenta solo quedaba una llovizna persistente que envolvía a la
ciudad en un manto de tristeza.
Pensó entonces en su padre, quien le había dejado una pila de deudas y problemas,
empujándola a una vida de penurias y privaciones.
Pero a pesar de ello en su corazón no había dudas de que él la había amado con toda
su alma.
Su padre había tenido problemas y defectos muy chungos, pero sus pocas virtudes
habían sido suficientes para redimirle.
Para su jefe, en cambio, las cosas habían sido distintas, quizás mucho peores.
Así que lo harían lo más pronto posible, no tenía sentido esperar innecesariamente.
Meyer y el resto de su competencia aún estaban afilando sus cuchillos para comerse
su almuerzo. Y Matt no pensaba darles ni un puto metro de ventaja.
Todos sabían de lo suyo con Emily y las chicas de la planta parecían revolucionadas
a causa de ello. Al verle aparecer en las oficinas, se alborotaban más que de
costumbre, acentuando el contoneo de caderas y el batir de pestañas postizas.
Matt pasaba olímpicamente de ellas, pero aquello parecía enardecerlas aún más.
Deseaba que le dejasen en paz al menos durante unos minutos, pero al parecer este
condenado casamiento hacía que todos estuvieran pendientes de cada uno de sus
movimientos. ¡Si ni siquiera podía hacer un pis sin que alguien se le pusiera al
lado y comenzara a machacarle con el asunto!
Recordándose que lo hacía únicamente para que Joseph Orwell se convenciera de que
lo suyo con Emily iba en serio, se obligaba a armarse de paciencia y sonreír como
un idiota ante las cámaras mientras proclamaba su amor por su prometida a los
cuatro vientos.
Se sentía como un puto oso de circo obligado a hacer piruetas y cada día que pasaba
se ponía más impaciente.
Se suponía que ahora Matt Tanner era un hombre nuevo y que el amor de una mujer le
había reformado. En consecuencia, debía comportarse como un jefe menos capullo y
más tolerante.
Pero debía reconocer que fingir tanto le agobiaba y al final del día acababa
exhausto.
No sabía por qué cojones aquello le relajaba, pero lo cierto es que así era.
Suponía que al no poder salir a tontear con otras mujeres, quedarse en casa se
había convertido en su manera de desconectar.
Por su parte, Emily parecía llevar las cosas mucho mejor que él, al menos en
apariencia.
A ella no le fastidiaba tanto el acoso de los periodistas; tampoco hacía caso a los
comentarios que circulaban acerca de ellos. Resumiendo, parecía haberse adaptado de
maravilla a su nueva vida junto a él.
A lo largo de los días las sobremesas junto a Emily se volvieron cada vez más
extensas y en ocasiones no se iban a dormir hasta pasadas las doce de la noche.
Futuro marido ejemplar, rio entre dientes mientras intentaba anudarse la pajarita
del esmoquin frente al espejo. ¡Bah, menuda chorrada!
Con un gesto de impaciencia volvió a revisar el móvil para ver si Emily había
respondido a sus mensajes.
Nada.
Matt resopló queriendo tirar el teléfono contra la pared, pues le mosqueaba que
ella le ignorase de esa manera. Esta mañana casi había tenido que obligarla a la
fuerza a que fuera al salón de belleza. Emily se resistió tercamente hasta que Matt
le aseguró que la señora Thompson la acompañaría para ayudarla con el vestido, el
peinado, el maquillaje y todas esas cosas.
Matt miró su reloj y resopló nervioso. Era casi mediodía. Se sentía inquieto y
quería que Emily estuviera aquí junto a él para que le animase un poco. Necesitaba
a alguien con quien hablar, alguien que le distrajera, y nadie mejor que Emily para
ello.
Vete a la mierda, siseó con furia contenida dirigiéndose al fantasma del accionista
y luego comenzó a pasearse de un lado a otro preguntándose cuánto tiempo más
tardaría Orwell en ablandarse y cambiar su actitud respecto a él.
¡Antes muerto!, se juró deteniéndose otra vez ante el espejo con el ceño fruncido y
los labios apretados.
Para evitar la ruina financiera era indispensable que Tanner Security volviera a
tener relaciones comerciales con el Grand River Group antes del comienzo del
siguiente trimestre.
No tenía mucho tiempo para eso, pero a la vez necesitaba ser metódico y paciente,
lo cual no cazaba con su naturaleza impulsiva.
Matt se removió impaciente. Dios mío, ¡y Emily que no llegaba! Soltó un taco y
volvió a mirar la hora. Joder, en un rato estaría de pie ante un juez de paz como
un condenado a muerte ante la horca.
Mierda, se llevó ambas manos a la cabeza, ¿a quién quería engañar? ¡No era un puto
trámite! Estaba a punto de casarse con su asistente personal. ¡Su condenada
asistente personal!
Aturdido negó con la cabeza. ¿Cómo cojones había sucedido algo así? ¡Él, Matt
Tanner, a punto de dar el sí quiero!
A fin de cuentas, cualquier director ejecutivo con cojones haría lo mismo que yo,
se dijo tratando de convencerse de que una boda con su asistente era la única
solución.
Además, cada vez faltaba menos para recuperar la libertad de ir y venir a su aire.
Al pensar aquello sus ojos relucieron. ¡Ah, poder echarse un polvo sin tener que
pedirle permiso a nadie! Y luego de follar hasta hartarse, dedicarse a su trabajo a
tiempo completo. Esa era la vida que Matt conocía y echaba tanto de menos. ¡Y la
quería de vuelta!
—¡Basta ya, cabrón! —se ordenó a sí mismo—. Deja ya de lamentarte y darle vueltas
al asunto buscándole el tercer pie al gato. ¿Acaso no ves que no hay de qué
preocuparse? ¡Esta mierda de boda no es más que una cortina de humo! ¡Nada más que
eso! —vociferó al tiempo que soltaba una risita burlona y añadía—: Esto no es real,
¿me has entendido? ¡No es real!
¡Joder! Matt pegó un respingo y se volvió sobresaltado para ver a Emily de pie en
la puerta que le miraba con una sonrisa de listilla a punto de soltar la carcajada.
Matt sintió que la sangre le subía a la cabeza e iba a pegarle cuatro gritos
preguntándole dónde cojones se había metido todo este tiempo, pero algo hizo que se
frenara en seco.
—Menudo susto me has dado —la reprendió—. ¿Dónde coño te habías metido?
—Tienes razón, lo siento. Estaba preocupado por ti, ni siquiera me cogías las
llamadas.
—Kara me obligó a apagar el móvil. ¡Tendrías que haberla visto, estaba de los
nervios! Como si fuera ella la que se casaba. Creo que a esas pobres dependientas
del salón las hemos vuelto locas. Fijo que les he dado más trabajo del que han
tenido en todo el año —bromeó y luego abrió los brazos girando sobre sus sandalias
de tacones altos. —Aquí está el resultado. ¿Qué dices, ha merecido la pena? —
preguntó sonriendo.
Matt no dijo nada, solo se limitó a observarla en silencio. Iba vestida con un
elegante vestido de boda blanco bordado con perlas y encaje. Arqueando una ceja
recorrió cada una de las suaves curvas de su cuerpo deteniéndose en su escote.
Contuvo la respiración mientras seguía la línea del nacimiento de su pecho.
Vaya, volvía a maravillarse de que su asistente tuviera esas curvas siendo tan
menuda. Jamás lo había notado en la oficina y se sentía algo estúpido por no
haberlo hecho.
Entonces clavó sus ojos en su rostro de ángel. En ese momento Emily amplió su
sonrisa radiante.
El maquillaje que llevaba era sutil, apenas un poco de colorete en sus mejillas y
brillo en sus labios rojos. Se detuvo especialmente en aquellos labios llenos en
forma de corazón, aunque pasados unos segundos se forzó a desviar la vista pues el
recuerdo de sus besos comenzaba a perturbarle.
La guinda del pastel era su cabello, que se lo habían arreglado de tal modo que
hacía resaltar su rostro de ángel a la perfección. Llevaba un peinado recogido con
una trenza y unos bucles sueltos que le caían muy sensuales por delante de los
hombros.
Esos hombros… Su piel blanca se veía tan sedosa que debió contenerse para no
alargar una mano y acariciarla allí.
—¡No me has dicho nada de la tiara que me han puesto! Es Cartier, mira qué mona,
con volutas de platino y una flor de lis diamantada.
Matt salió del trance en el que se encontraba y enderezando la cabeza miró hacia
donde su prometida le indicaba.
Ah, la tiara, se dijo reprimiendo una sonrisa pues él mismo se había ocupado de
encargar aquella tiara a un artesano reputado de la ciudad. Era un detalle que
estaba seguro deslumbraría al accionista, tan aficionado él a las historias de
amor, a los cuentos de hadas y todas esas chorradas sentimentales.
—¿Solo eso? —preguntó con una sonrisa de oreja a oreja—. Creo que es la primera vez
en mi vida que me gusta como voy vestida.
—Pues… —su voz grave se hizo más profunda aún al decir las siguientes palabras—. En
realidad te han dejado bastante guapa. Pareces una princesa de las mil y una
noches.
Sorprendida por su comentario, Emily se echó a reír. Pero luego pareció recordar
algo e hizo una mueca llevándose las manos al busto del vestido.
—Le he dicho a Kara que el escote era demasiado. Pero ya sabes cómo es ella con los
escotes. Además, cuando una idea se le mete en la cabeza...
—Ha hecho bien —dijo él con una sonrisa de aprobación—. El vestido te queda de
miedo.
Matt hinchó el pecho haciendo deslizar sus manos a lo largo de la chaqueta negra
del esmoquin.
Emily puso los ojos en blanco y se enderezó con los brazos cruzados.
—Tú siempre tan modesto... —De golpe entrecerró los ojos y se acercó a él con una
sonrisa maliciosa—. Un momento.
—Gracias —susurró Matt y se inclinó sobre ella hasta quedar a pocos centímetros de
su cara. Al mismo tiempo pasó un brazo por detrás de su cintura y la sujetó para
que no se le escapara.
Matt también sonrió durante un instante, pero enseguida volvió a ponerse serio y
cerró los ojos acercando la nariz a su cuello y aspirando el olor de su piel.
Evidentemente intimidada por su extrema proximidad Emily balbuceó algo que Matt no
llegó a comprender. Entonces se apartó un momento para mirarla a los ojos.
—¿Te das cuenta que en menos de una hora nos convertiremos en marido y mujer?
—¿Aún te impongo?
Su asistente abrió la boca como para decir algo, pero enseguida volvió a cerrarla y
muy lentamente negó con la cabeza.
Entonces Matt envolvió la cara de ella entre sus manazas y trazando pequeños
círculos con el pulgar sobre sus pómulos añadió:
—Nena, luces como una princesa, hueles como una princesa y eres tan suave como una
princesa…
—Como no nos pongamos en marcha perderemos la cita —dijo dando un paso atrás para
zafarse de su agarre.
Frustrado Matt chasqueó la lengua y la dejó ir. Era evidente que su prometida aún
le veía como a un tirano.
Era extraño, pero comenzaba a tocarle los cojones que Emily aún no pudiera confiar
en él.
Matt apagó todo y cerró la puerta del ático mientras ella llamaba al ascensor.
Matt soltó un bufido y le hizo un gesto a Charlie con la mano indicándole que
pusiera en marcha la limusina.
* * * * *
Lo primero que vio Emily al entrar al coche fue un enorme ramo de rosas amarillas y
sorprendida se volvió hacia Matt.
—¿Y esto?
Él se encogió de hombros.
—Son para ti. Es lo que se supone que debe hacer un novio, ¿no?
—¡Son amarillas!
—Claro, tus favoritas. Para que veas que te presto atención cuando me hablas.
Sin poder evitar sonreír como una boba, Emily hundió la nariz entre las flores.
Con sumo cuidado Matt quitó una rosa del ramo, cortó la flor de su tallo y luego
alargó una mano para colocársela a su prometida en el cabello. Al finalizar se echó
hacia atrás para ver el resultado.
—El amarillo te sienta, no hay duda que es tu color —dijo guiñándole un ojo.
—¿Crees que a los Orwell les dará igual? Recuerda que esta ceremonia es para ellos.
Matt resopló pues sabía que tenía razón. Supuestamente los novios no debían verse
antes de la boda, pero a él ese tipo de tradiciones se la sudaba.
Captando el doble sentido de sus palabras, Emily puso los ojos en blanco y cruzada
de brazos se puso a mirar hacia fuera por la ventanilla.
Matt suspiró.
—Es que los periodistas se abalanzarán sobre mí y no sabré qué decirles. Tú tienes
más práctica en esas cosas.
—Pues les dices que estás muy feliz, que es el mejor día de tu vida y todas esas
gilipolleces que han venido a oír —dijo él agitando una mano en el aire como
restándole importancia al asunto.
—Muy bien, Charlie. Por favor asegúrate de que esos periodistas no la molesten
demasiado.
Matt se volvió hacia su prometida una última vez y le sonrió. Pero Emily le sacó la
lengua y molesta se recostó en el respaldo del asiento con el ramo de rosas
apretado entre los brazos.
Para su jefe esto no era más que una elaborada broma pesada, se dijo suspirando de
frustración. ¡En cambio ella no podía evitar tomárselo como si de verdad fuera a
casarse!
Hizo el resto del trayecto comiéndose las uñas y maldiciendo a Tanner. Cuando al
fin pudo ver a la multitud que se había formado en la puerta del ayuntamiento
enderezó la espalda y se asustó tanto que por poco no se arroja del coche en
movimiento.
Emily le sonrió con gratitud, pero en cuanto puso un pie fuera del coche, ni el
chófer ni un regimiento de guardaespaldas habrían podido contener la avalancha de
reporteros y fotógrafos que cayó sobre ella. Así que debió armarse de paciencia.
En medio del caos Charlie trataba de abrirse paso a los codazos y ella le seguía
como podía. Y mientras caminaban hacia la escalinata de entrada al ayuntamiento, a
cada paso Emily debía detenerse a contestar a sus preguntas sintiendo que lo estaba
haciendo fatal. Echaba de menos a Tanner, al menos si él estuviera aquí junto a
ella podría esconderse detrás suyo y dejarle manejar la situación.
En tanto, a solo unas calles de allí, Matt se paseaba por la acera silbando
alegremente con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta cuando un coche
se detuvo a su lado y una mujer sacó la cabeza por la ventanilla.
—Dios mío, ¿eres tú, Matt? ¿Qué estás haciendo aquí solo?
Matt reconoció la voz de Susan Orwell de inmediato y gimió. Menuda suerte, se dijo
torciendo la boca y soltando un taco por lo bajo.
No tuvo más remedio que acercarse hasta el coche que transportaba a los Orwell con
una sonrisa forzada.
Matt vio a la mujer salir del coche para pasarse al asiento trasero, dejándole a él
el asiento del copiloto al lado de Joseph. Mientras se montaba en el coche Matt se
preguntó por qué demonios se le había ocurrido bajarse de su limusina.
—Vaya, pensamos que se nos hacía tarde y temíamos perdernos la entrada de los
novios, pero al parecer el novio no tiene ninguna prisa en llegar a su casamiento.
Matt forzó una sonrisa pero la verdad era que no le hacía ninguna gracia.
—Necesitaba estirar las piernas antes de encararme con esa horda de cotillas
profesionales.
—Ya —dijo él encogiéndose de hombros y después se giró hacia Susan y sus hijas que
aún le miraban boquiabiertas como si Matt fuera el galán de un culebrón—. Chicas,
os confieso que jamás he estado tan nervioso.
—Es normal, todos sentimos mariposas en el estómago cuando nos llega el gran día.
Debe ser muy emocionante para ti.
—Eh… claro, no te imaginas cuánto —balbuceó Matt y se volvió para mirar hacia
delante reprimiendo una mueca de disgusto.
Al girar la esquina vio una multitud que al notar el coche empezó a acercarse.
—¡Pero si es la verdad, mujer! —se defendió y luego volviéndose de nuevo hacia Matt
dijo—: Hijo, para bien o para mal tus actos y tu estilo de vida te han convertido
en una celebridad, ahora toca aguantar las consecuencias.
Matt apretó los dientes. Quería espetarle a la cara que Joseph no era quien para
sermonearle de esa manera; que Matt era un hombre exitoso que sabía muy bien lo que
hacía y que continuaría viviendo su vida a su modo mientras le apeteciera hacerlo,
pero al final solo dijo:
—Oye, cambia esa cara que no es el fin del mundo. Este es el inicio de algo nuevo,
de algo mejor. Acepta el consejo de un viejo: Disfruta de tu boda, pues este día
marcará tu vida para siempre. Lo sé, porque lo he vivido. Dentro de muchos años
recordarás este momento con añoranza —añadió y se giró hacia su esposa para mirarla
a los ojos—. No tienes idea de cuánto deseo volver a casarme con mi Susan.
Antes de que Matt saliera del coche, el accionista le palmeó la espalda orgulloso.
Había abandonado su expresión de cascarrabias y se le veía feliz y distendido.
—Cuidado con lo que les dices a esos periodistas. Pórtate bien, mira que pronto
serás un hombre casado —bromeó Susan riendo.
—Lo intentaré.
—Claro.
Durante un buen rato se mantuvo de pie en la acera, acorralado por una docena de
micrófonos de todas las formas y colores, respondiendo a las preguntas de los
ansiosos reporteros. Hasta que pasados unos minutos consultó su reloj y levantó una
mano para detener la improvisada rueda de prensa.
—Si me disculpan, señores, la mujer de mis sueños me está esperando —anunció con
una sonrisa de oreja a oreja que todas las cámaras se apresuraron a capturar.
Luego subió la escalinata y recorrió a toda prisa los laberínticos pasillos del
ayuntamiento hasta dar con la sala donde le esperaban el juez de paz, los testigos
y los invitados.
Temeroso de lo que se encontraría del otro lado de la puerta, Matt asomó la cabeza
antes de entrar y se estremeció al ver la sala repleta.
Aparte de Emily y Matt, era el único de los presentes que conocía el verdadero
trasfondo de este casamiento.
—Ya —respondió Matt de mala manera y miró alrededor preocupado porque no veía a su
prometida por ninguna parte.
Joder, ¿dónde coño estaba Emily? Esperaba que Charlie la hubiese protegido de esa
manada de reporteros hambrientos.
Una idea fugaz pasó por su mente y le hizo torcer la cara en una mueca de pánico.
¿Y si su asistente se arrepentía?
Igual aprovechaba la ocasión para largarse con todo el dinero y él jamás volvía a
verle un pelo.
No, se dijo con firmeza. Emily sería incapaz de hacer algo así. Se fiaba de ella.
Siempre le había sido leal, aun cuando él no lo merecía. ¿Por qué iba a ser
diferente ahora?
—¿Y la novia? —preguntó Anderson en voz baja como si le hubiera leído los
pensamientos—. Ya debería estar aquí, ¿no?
Todo este puñetero asunto era más estresante de lo que se había imaginado. Se llevó
una mano a la nuca y se masajeó con fuerza moviendo el cuello a un lado y a otro
haciéndolo tronar.
Mierda, como siguiera así iba a acabar con una tortícolis, se dijo con gesto
preocupado.
En ese momento oyó un murmullo creciente a sus espaldas y vio que todos se
volteaban para mirar hacia la puerta principal. Matt también se volvió y cuando vio
a su asistente hacer su entrada triunfal respiró aliviado.
Joder, se la veía tan radiante con su vestido de novia… ¡No podía creer que fuera
la misma mujer!
La señorita Williams que había conocido era una oruga y esta Emily que ahora veía
caminar hacia él era una bella mariposa.
Observó con admiración cómo Emily avanzaba andando entre los invitados como una
verdadera princesa. Muchos le hacían gestos con la mano para saludarla y desearle
suerte, y ella les sonreía con ojos emocionados.
—Céntrate, hombre.
Matt asintió algo sobresaltado pues era su turno de acercarse a su prometida, que
ya estaba de pie ante el juez de paz esperando a por él.
Los ojos color caramelo de Emily temblaban con un brillo especial y a Matt le
parecieron tan bellos que pensó que podría sumergirse y perderse en ellos.
Trató de imaginarse lo que pasaría por la cabeza de los invitados en este momento.
Sin duda estarían convencidos de que veían a dos auténticos enamorados profesando
su amor mutuo.
Emily fue la primera en romper aquel hechizo volviéndose hacia el magistrado. Matt
inspiró el aire por la nariz en un intento por recobrar su compostura. Se dio
cuenta que sus palmas estaban sudadas y que su corazón latía desbordado.
Recuerda que nada de esto es real, se repitió al menos una decena de veces mientras
el juez iniciaba las formalidades.
La ceremonia transcurrió sin mayores sobresaltos, pero a Matt le resultaba todo tan
surrealista que no podía concentrarse en el aquí y ahora. Su mente distraída
saltaba de recuerdo inoportuno en recuerdo inoportuno, mareándole con un sinfín de
imágenes inconexas.
¿Por qué tratas de huir, cabrón? ¡Tú no eres así, tú no huyes de los problemas!, se
dijo cabreado consigo mismo y respirando hondo se obligó a concentrarse en lo que
estaba sucediendo delante de sus narices.
Al fin llegaba el momento de pronunciar los votos y Emily era la primera en tomar
la palabra. Matt la miró a los ojos y al ver la mirada dulce de su asistente, algo
pareció calmarse en su interior y su mente al fin se quedó quieta en el sitio.
Cada una de las palabras de Emily estuvieron cargadas de emoción y parecía que su
voz iba a quebrarse en cualquier momento. ¡Joder, se merecía un Oscar por su
brillante interpretación!
Cuando fue su turno de hablar, Matt hizo lo posible por no quedarse atrás y
pronunció los votos con solemnidad mirando a su prometida como si de verdad
sintiera aquellas palabras.
A medida que hablaba, Matt advirtió que los ojos de Emily se llenaban de lágrimas
apenas contenidas. Todo su rostro parecía resplandecer con una emoción verdadera.
Cuando Matt terminó de hablar Emily le sostuvo la mirada durante varios segundos.
Él le sonrió y ella correspondió a su sonrisa con labios temblorosos.
El juez les proclamó marido y mujer y les dio la enhorabuena. A Matt le corrió un
escalofrío por la espalda, ni en sus peores pesadillas pensó que oiría aquellas
palabras. ¡Y mucho menos estando su asistente a su lado!
Gracias a Dios Anderson estaba allí para sacarle de apuros y se acercó para darle
otro codazo.
¡Joder, era cierto, las alianzas! Rebuscó primero en un bolsillo del pantalón,
luego en el otro y después en el bolsillo del interior de la chaqueta mientras el
juez de paz le miraba con impaciencia.
—Ya va, ya va… —siseó algo mosqueado mientras fulminaba al magistrado con una
mirada asesina.
¡Después de todo este era su puñetero casamiento y tenía derecho a tardarse lo que
se le diera la gana!
—¡Aquí están! —dijo por fin enseñando la cajita con los anillos.
Con lo que esperaba se viera como una sonrisa de enamorado, Matt se acercó a su
flamante esposa y cogió su pequeña mano colocándola entre las suyas. Con cuidado le
puso la alianza de oro de 24 kilates que había comprado en la tienda del mismo
joyero al que le compró los anillos de compromiso.
Emily se miró la mano volteándola a un lado y a otro, como si sus ojos no pudieran
creer lo que veían.
Matt sonrió satisfecho. Todo estaba saliendo a pedir de boca. Y Emily no podía
haberlo hecho mejor, se dijo. Hasta estaba considerando darle un premio adicional
en metálico después de semejante desempeño.
La chica se lo merecía.
El juez de paz se volvió hacia él carraspeando para llamar su atención. Matt volvió
a la realidad enderezando la cabeza y cuadrando los hombros.
Se suponía que ahora tocaba el morreo, se dijo reprimiendo una sonrisa maliciosa.
Matt dio un paso hacia Emily que al instante alzó la cabeza hacia él con lágrimas
en los ojos. Matt levantó una ceja, ¿eran aquellas lágrimas de cocodrilo o lágrimas
genuinas?
De todos modos, eso no importaba. Si hasta conseguían engañarle a él con más razón
engañarían a los demás.
Antes de la firma del contrato apenas sabía nada acerca de ella, y ahora sentía que
la conocía de toda la vida. Haber convivido con Emily en el ático le había hecho
conocerla íntimamente.
Había sido casi casi como tener un noviazgo de verdad. Excepto por el sexo, claro.
Pero aquel era un pensamiento ridículo, por supuesto. Lo suyo era estrictamente
negocios y no les unía ningún sentimiento más que la desesperación por no ser
descubiertos.
Se dijo que eso era bueno, pues Orwell se encontraba sentado en primera fila,
peligrosamente cerca de la acción, y debía convencerle de que Matt era un hombre
enamorado y no un estafador.
Así que sin más dilaciones inclinó la cabeza y cogió a su esposa por la barbilla.
Vio que Emily cerraba los ojos preparándose para el beso y sonrió acariciando su
piel con el dorso de una mano. En cuanto rozó sus labios ella reprimió un gemido y
Matt llevó una mano detrás de la nuca de Emily para atraerla hacia sí y ahondar el
beso.
Vaya Emily, veo que con cada morreo te superas, pensó al apartarse de ella con el
aliento cortado. Matt entornó los ojos y se quedó quieto para observar la reacción
de su esposa al beso que acababa de darle. Emily permanecía aún con los ojos
cerrados, como si se hubiera quedado perdida en su propio mundo.
Su mirada ambarina transmitía algo profundo, parecía decir mucho pero en un idioma
que Matt no era capaz de comprender. La miró seriamente y solo cuando ella al fin
volvió a sonreír, él pudo volver a respirar con tranquilidad.
Lo estaban haciendo bien, se dijo. Vaya que sí. Estaba seguro que los Orwell iban a
adorarle luego de esta demostración pública de amor.
Estaba pensando esto cuando sintió una molestia peculiar en sus pantalones. Se
removió incómodo mientras con disimulo echaba un vistazo a la zona de su
entrepierna. Gimió al darse cuenta que se había empalmado. ¡Otra vez no!, maldijo
para sus adentros.
Matt respiró aliviado a medida que veía que iba superando su “accidente” y dedicó a
Emily una mirada de gratitud.
—Querido esposo…
Al bajar las escaleras del ayuntamiento los periodistas empezaron a disparar sus
flashes enloquecidos. Matt y Emily se largaron a correr deprisa bajo una lluvia
incesante de arroz, acosados por una andanada de micrófonos que intentaban robarles
una declaración.
Gracias a Dios en ese momento llegó Charlie al rescate, y les ayudó a entrar en la
limusina aparcada a unos pocos metros de allí.
—¿Estás cansado?
—¡Cansado no, exhausto! Esto ha sido lo más estresante que he hecho en mi puta
vida.
—Bueno, no sé si sea esa la palabra. Lo que quiero decir es que no ha estado tan
mal.
—Eso ha sido un accidente, ¿de acuerdo? A cualquier hombre podría haberle ocurrido.
—No quiero discutir contigo. Debo conservar energías para el marrón que debo
tragarme aún.
—Parece que hoy todo lo ves de color de rosa, ¿verdad? —gruñó Matt burlándose de su
tono demasiado entusiasta.
—¿Ogro yo? ¡Qué extraño! Y yo que pensaba que apenas calificaba como tirano.
Matt abrió los ojos con sorpresa. Debía admitir que le desconcertaba esta versión
de Emily… La Emily que demostraba ser una chica de carácter y tener un desenfado
que nunca antes se había atrevido a mostrar frente a él.
Vaya, pensó divertido, habían tenido que casarse para que saliera a la luz la
verdadera Emily Williams.
—¡Ah, se me olvidaba! —dijo ella—. Susan ha dicho que nos preparemos para celebrar
por todo lo alto —añadió con una alegría exagerada.
Matt se apretó el puente de la nariz con dos dedos como si estuviera tratando de
contener una jaqueca.
—¿Ah sí? Pues edúcame —respondió Matt con ironía—. ¿Cuál sería ese lado positivo?
Ella suspiró.
—¿Hablas en serio?
Matt asintió vehementemente y levantó la palma de su mano a modo de juramento.
Tras decir esto alargó el brazo para coger una botella de champaña del cubo de
hielo que había en el minibar y sirvió dos copas ofreciéndole una a Emily.
—Vale, pues entonces te contaré —dijo ella, y acto seguido se bebió su copa de un
trago como para darse ánimos. —No es un tema fácil para mí. Mi padre estaba
enfermo, de aquí —dijo tocándose la cabeza con un gesto de tristeza— y nos ha hecho
sufrir mucho a toda la familia. A mi madre la primera. La pobre resistió todo lo
que pudo hasta que finalmente enfermó.
—¿Murió?
—Hace cuatro años ya... Pero es como si aún estuviera conmigo, cuidándome desde
algún sitio. En fin, el caso es que desde entonces me ha tocado lidiar con mi padre
como única hija.
Emily suspiró.
—Y solo puedo decirte que estos últimos años no han sido precisamente un camino de
rosas.
Emily se encogió de hombros, suspiró pensativa y cuando parecía que iba a hablar
cerró los labios y en cambio se quedó mirando las luces del tráfico ensimismada.
—Solo cuando tú me cuentes algo más sobre ti —dijo ella sin apartar los ojos de la
autopista.
—¿Qué más quieres saber? —preguntó Matt molesto con la insistencia de Emily.
—Bah, no merece la pena. Yo no era más que un niño bruto y salvaje, todo el día
metiéndome en líos y tratando desesperadamente de llamar la atención de mis padres…
—hizo una pausa antes de agregar—. Igual que cualquier otro niño rico e ignorado.
Pero basta de recuerdos inútiles —chasqueó la lengua y miró alrededor—. Me duele la
cabeza, necesito una puta aspirina —se puso a rebuscar en el mueble del minibar
mientras Emily le observaba desilusionada pues deseaba saber más acerca de la vida
de él.
Siempre sucedía lo mismo. Cuando pensaba que su jefe al fin comenzaba a abrirse,
volvía a cerrarse de golpe como una ostra protegiendo esa perla negra que era su
pasado familiar.
* * * * *
El local había cerrado sus puertas al público general para acomodarles solo a
ellos.
Les condujeron hacia la mesa principal mientras Emily miraba alrededor llevándose
una mano al pecho.
—Vaya, este sitio es precioso —alzó la cabeza para mirar a su marido—. ¿A que sí?
Matt, que abrazaba a su esposa por la cintura, se limitó a lanzar un gruñido pues
en realidad no le gustaba ni un pelo lo que veía.
Al parecer los Orwell habían hecho instalar una mesa interminable justo delante de
la enorme chimenea del restaurante. A Matt le preocupaba que la mesa fuera tan
larga. ¿Cuántas personas podían caber en ella?, se preguntó con el ceño fruncido.
¡Las suficientes para tocarle los cojones!
Bufando apartó una silla para que Emily pudiera sentarse, enseguida tomó asiento
junto a ella y se puso a tamborilear con nerviosismo sobre la mesa mientras miraba
hacia fuera. Al menos las cristaleras del salón ofrecían unas buenas vistas de la
marina con sus yates, se dijo.
Emily le apretó la mano y esbozó una sonrisa tan contagiosa que Matt no pudo evitar
sonreír a su vez.
Los primeros en entrar al restaurante fueron Joseph y Susan. En cuanto les vieron
abrieron los brazos y Emily se puso de pie y les saludó con la mano sin poder
ocultar su alegría. Cuando Susan llegó a la mesa abrazó a Emily como a una hija más
y Matt arqueó una ceja con asombro al ver que a ambas mujeres se les habían llenado
los ojos de lágrimas.
Mientras tanto Orwell se acercó a él. Matt le miró sin poder descifrar la expresión
de su rostro. Tenía un rictus solemne, pero las líneas de su ceño y de su frente
estaban relajadas. Cuando Matt le tendió la mano para saludarle, el accionista
ignoró su gesto; en cambio dio un paso para acercarse aún más a él y le abrazó con
tanta fuerza que casi le deja sin respiración. Matt abrió los ojos sorprendido
mientras Joseph le felicitaba deseándole un matrimonio feliz.
Se sintió muy incómodo, como siempre que alguien expresaba sus sentimientos tan
abiertamente, pero suponía que era buena señal que Joseph se emocionara así.
Después de todo, ese era exactamente el efecto que buscaba lograr.
Aún así, en el fondo de su mente había algo que había empezado a carcomerle. Estaba
jugando con los sentimientos de esta gente, se dijo. Estaba engañándoles con
descaro aprovechándose de su buena voluntad para conseguir un rédito económico. Y
reconocer aquello le hacía sentir fatal.
Mierda, ¿por qué diablos piensas estas cosas ahora?, se recriminó. ¡Sentir pena por
los Orwell es lo último que debes hacer en estos momentos!
No es momento para ponerse a filosofar, se dijo con tono burlón. ¡Es momento de
actuar!
Tras los saludos de rigor con los demás invitados, y cuando todos estuvieron
ubicados en sus asientos, la cocina pareció cobrar vida con un jaleo de botellas,
copas, platos y cubiertos. Pronto los camareros de uniforme negro comenzaron a
desfilar por las mesas y uno de ellos, vestido con un esmoquin rojo y con aires de
grandeza, se presentó ante ellos como el encargado de atenderles. De inmediato se
volvió hacia sus tres ayudantes y con un gesto teatral les dio la señal de servir
los entrantes.
—Esto tiene una pinta estupenda —comentó Emily al coger los palillos para probar el
arroz tailandés mientras que Matt atacaba la pasta brick rellena de centolla y
salsa de piña que olía de maravilla.
Solo había un problema. Mientras comían Joseph no paraba de dar la lata. Y Matt
comenzó a masticar su comida con lentitud y haciendo unas muecas de cabreo. Al
verle Emily tuvo que darle un codazo para que se contuviera.
Matt resolló. ¿Es que ese hombre no iba a quedarse callado ni siquiera mientras
tragaba?
Para colmo era imposible no oírle pues estaba sentado justo frente a él, a solo dos
sillas de distancia; y para más inri el accionista parecía no quitarle ojo mientras
contaba sus anécdotas de matrimonio y daba sus opiniones y consejos acerca de lo
que significaba ser un buen marido, que dicho sea de paso cada uno de ellos parecía
estar dirigido a él.
Mientras los camareros retiraban los entrantes, Matt aprovechó para volverse hacia
Emily que en ese momento conversaba muy animadamente con Susan y otras dos mujeres.
Intentó llamar su atención varias veces, pero ella estaba tan absorta en la charla
que no le hacía caso.
Claro, mientras ella cotilleaba por los codos y parecía campar a sus anchas, él
tenía que aguantarse el palique de Joseph. No era justo, se dijo.
Resoplando cada vez más fastidiado tiró la servilleta contra la mesa y apartó su
plato pues se le había quitado el apetito.
Entonces las conversaciones fueron cesando una tras otra hasta que la mesa quedó en
silencio. Matt se sonrió con descaro mientras mordisqueaba los labios de Emily
antes de hundir su lengua hasta el fondo. Ella abrió los ojos como platos pero no
pudo reprimir un gemido de placer. Matt gruñó mientras se adueñaba de su boca,
provocando un ruido de gorgoteos que escandalizaron a todos.
Al apartarse al fin, clavó sus ojos azules en los de su esposa con una sonrisa
pícara.
—Te amo más que a mi propia vida, nena —dijo lo bastante fuerte para que todos
pudieran oírle con claridad.
Emily estaba roja como un tomate, bastante agitada y algo despeinada también. Echó
un vistazo alrededor disculpándose con el resto de los comensales por la conducta
indebida de su marido. Incómodos con el espectáculo que acababan de presenciar,
todos se miraron entre sí sin decir una palabra.
Fue Susan quien decidió romper el hielo proponiendo un improvisado brindis por los
novios. Matt sabía que era un evidente intento desesperado por salir de aquella
situación y no podía dejar de reírse por dentro.
Susan alzó su copa en alto invitando a los demás a seguirla. Lentamente el resto
empezó a reaccionar y todos acabaron haciendo lo propio.
—Matt y Emily, vosotros dos sois la prueba de que para el amor nada es imposible.
Te puedes esconder de él todo lo que quieras, te puedes hacer el loco y enterrar la
cabeza como el avestruz —añadió dirigiéndose especialmente a Matt que puso cara de
inocente, como si Susan no estuviera hablando de él—, pero tarde o temprano acabará
por encontrarte allí donde estés.
Matt se removió nervioso en su silla porque no le gustaba que hablaran así de él.
¡No se estaba haciendo el loco ni se estaba escondiendo! Solo quería vivir su vida
como le diera la gana. Pero al parecer eso era un pecado mortal para los Orwell, se
dijo mosqueado.
—Amén por eso —dijo Joseph dedicándole una gran sonrisa a su mujer. A continuación
se volvió hacia sus yernos, que en todo momento le miraban con ojos extasiados como
si le reverenciaran, y les preguntó.
—¿Por qué no? Quiero que Matt escuche a vuestros maridos. Él no tiene experiencia
en el matrimonio y vosotros podéis darle buenos consejos, ¿no es así, chicos?
—Jo, ahora me darán clases de cómo ser un marido perfecto. Que yo sepa, no me he
enrolado en ninguna master class.
Emily fue la única que oyó sus protestas y riendo por lo bajo le abrazó para
disimular.
—Claro que no —susurró en su oído divertida—, esa vendrá luego, este es apenas el
curso básico para principiantes.
Él miró a su esposa con el ceño fruncido y dibujó con sus labios las palabras “Muy
gracioso”.
—Mira Matt, lo que Joseph me ha enseñado es que al amor jamás hay que darlo por
hecho, siempre hay que esforzarse por hacerlo crecer, aunque al principio lo haga
de forma apenas imperceptible, como si fuera una planta de bambú.
A su lado Linda se cubría la cara abochornada con ambas manos. Pero su marido no le
hizo caso y prosiguió mirando a Matt a los ojos.
—¿Y sabes por qué? Porque cuando el amor no crece, se marchita poco a poco. Y eso
es algo verdaderamente triste de ver.
El marido de Nora, la mayor de las hijas de Orwell, asintió con vehemencia y luego
añadió dirigiéndose a los novios:
—Y recordar que es un trabajo que debéis comenzar desde ahora, no esperéis a que
lleguen las primeras broncas.
—Como siempre digo, el matrimonio es el mejor de los esfuerzos y da los frutos más
dulces. ¡Pero cuidado, que no deja de ser un trabajo!
—Me cago en la leche… —siseó Matt entre dientes y se llevó su copa a los labios
para disimular el exabrupto.
Matt no se lo creía. ¡Joseph Orwell realmente había adiestrado a sus yernos como
monos de circo!
Susan se volvió hacia Matt con la copa en alto y una sonrisa amable.
—Ya ves, el matrimonio es un asunto serio. Te felicito por haber dado el paso, pues
amar es solo para valientes.
Matt frunció el entrecejo. ¿Quién coño se creían que eran para aleccionarle de esa
manera?
Todos sonrieron aprobando sus palabras y volvieron a levantar sus copas para hacer
otro brindis por la pareja de recién casados.
Joder, el puto brindis se le hacía eterno. Cuando al fin pudo volver a sentarse,
Matt se inclinó sobre el oído de su esposa.
—¡Compórtate, Matthew Tanner! —siseó—. Aquí el único zumbado eres tú. ¡Por lo visto
no has aprendido nada de la master class!
Tras decir esto, Emily permaneció seria durante unos segundos hasta que no pudo
mantener el tipo y al fin soltó la risa pues la cara de Matt era un poema. Matt se
la quedó mirando con cara de pasmo y a Emily le hizo tanta gracia su reacción que
tuvo que taparse la boca para dejar de reír.
—¡Cambia esa cara! Solo estaba bromeando. ¿O acaso crees que tú eres el único que
puede bromear en este matrimonio?
—Joder, aquí estáis todos como una puta cabra —susurró entre dientes y Emily se
echó a reír aún más fuerte.
—¿No te has puesto a pensar que igual el loco acabas siendo tú? —preguntó ella
arqueando una ceja enigmática, y tras plantarle un beso en los labios que dejó a
Matt aún más confundido que antes, Emily se levantó de la mesa excusándose para ir
al tocador.
—Ahora vuelvo, mi cielo. ¡No me eches de menos! —dijo en una voz lo bastante alta
para que los Orwell la oyeran.
Matt gruñó para sí mismo al oír que ella le llamaba “mi cielo” y la siguió con la
mirada hasta que se perdió tras una puerta de vaivén que llevaba a los servicios.
Vaya lío en el que me he metido, pensó lanzando un profundo suspiro. Vio que su
copa estaba vacía y no tardó en volverla a llenar. Al parecer el champán corría de
manera generosa y Matt se dedicó a beber con la esperanza de acelerar el tiempo.
A diferencia de él, los Orwell parecían estar pasándoselo en grande. Con cierta
perplejidad Matt se preguntó si de verdad creerían en esas chorradas de que el amor
todo lo puede. Es imposible que sean tan perfectos, se dijo entrecerrando los ojos
con suspicacia. Algo deben de estar ocultando, concluyó mientras paseaba la mirada
por aquellos rostros aparentemente felices.
De pronto se le ocurrió una idea que le hizo sonreír. Igual él no era el único que
fingía aquí. ¿Y si ellos también estaban sosteniendo una fachada? ¿Y si toda esta
bendición familiar no era más que una ilusión cuidadosamente construida?
Pensar aquello le hizo sentir mejor. Sería irónico, desde luego, que tanto él como
Orwell estuvieran haciendo un papel de cara a la galería.
Durante el resto de la noche Matt se esforzó por dar la imagen que todos esperaban
ver de él. A medida que corría el alcohol por la mesa hubo muchas risas y Matt fue
el centro de varias pullas. Hizo lo posible por no enfadarse, pero es que estaba
harto de que le trataran como a un crío sin experiencia. Pues si alguien había aquí
con sobrada experiencia de los placeres y sufrimientos que el mundo tenía para
ofrecer, ese era él, pensó cada vez más mosqueado.
Pero claro, como él nunca había tenido una “relación seria” le trataban como a un
novato. ¡Qué injusticia!
—En efecto, lo estoy disfrutando como un enano —dijo Matt con una cara que
contradecía sus palabras de un modo rotundo.
—Pues parece que un perro te acabase de mear el pantalón —dijo y soltó una risotada
aún más fuerte que hizo que Matt ladeara la cabeza para mirarla.
—¡No he bebido más que una copa de champán! —protestó ella y sonriendo le cogió la
cara con ambas manos y se inclinó para besarle.
—Joder, ¿y esto? —susurró en voz baja para que nadie más que ella pudiera oírle.
Se besaron durante un rato disfrutando el uno del otro, pero antes de que el beso
pudiera pasar a mayores Emily se apartó de él entre risas.
—¿Lo ves? ¡No necesito estar borracha para disfrutar de tus besos!
—Siento en el alma arruinar este momento tan romántico, pero es que os necesitamos
para cortar la tarta de boda.
Matt miró a su esposa y enseguida comprendió lo que ocurría. ¡Lo del beso era pura
actuación! Emily se había percatado de la cercanía de Susan y había aprovechado
para montar el numerito.
Muy astuta, se dijo mirando a su esposa con admiración pero sintiendo a la vez un
deje de decepción pues su beso espontáneo no había sido tal, y había algo en ello
que le molestaba.
De todas maneras, una vez más se felicitó por haber escogido tan bien a su socia.
Estaba atenta a cada detalle y gracias a ello podían fardar de ser una pareja
exitosa, al menos en lo que respecta a la gran farsa que estaban montando.
La tarta nupcial era enorme y estaba hasta el tope de nata. Matt se acercó a ella
con cuidado pues tenía pinta de que podría venirse abajo con el más mínimo roce. Un
fotógrafo le indicó a la pareja donde ponerse para tener mejor luz y sin decir agua
va comenzó a hacerles fotos desde todos los ángulos. Mientras la cámara disparaba
sus flashes, Matt cortó un trozo de tarta que compartió con su esposa dándole de
comer en la boca en una escena muy romántica que todos aplaudieron a rabiar.
Emily puso los ojos en blanco, pero le dio otro mordisco a la tarta que estaba
realmente buena.
En ese momento una melodía de violines empezó a sonar por los altavoces y Orwell se
acercó a Matt con una sonrisa ladina en los labios.
Matt reprimió una mueca de disgusto y se excusó negando con la cabeza, pero antes
de que pudiera resistirse Emily se apresuró a arrastrarle a la pista de baile
improvisada en el centro del salón, donde le obligó a girar al compás de El Danubio
azul.
—¿Yo?
—¡Sí, tú! Tendrías que haber visto la cara de mala leche que has puesto.
—Pero es que Joseph me fastidia tanto…
—Tú.
Emily perdió la sonrisa pero no dijo nada ni tampoco apartó la mirada de sus ojos.
—Te crees mejor que yo, ¿es eso? —insistió Matt con una mueca de desprecio.
—¡La verdad, ni más ni menos! Emily, no eres distinta a los demás. Jamás me has
aceptado como soy. Tú también deseas que cambie para que encaje mejor con las
normas.
—No te engañes, cariño. El auténtico Matt sigue siendo ese cabrón odioso que
disfruta de mandonearte y al que jamás has soportado.
Emily se detuvo sorprendida por sus palabras y abrió la boca para decir algo pero
volvió a cerrarla y agachó la mirada.
Matt se burló.
—Matt…
Sus ojos descendieron lentamente hacia ella y se encendieron con un brillo oscuro.
Sus grandes manos se movieron a lo largo de su espalda, hacia arriba y luego hacia
abajo, acariciando la piel expuesta por el vestido de novia. Sin darle tiempo a
nada, Matt la agarró del trasero y se inclinó para mordisquear su delicado cuello
arrancándole un gemido de sorpresa.
—Tú quieres lo mismo que Joseph —siseó con rabia contenida mientras mordisqueaba el
lóbulo de su oreja—. Que me convierta en un perro faldero. Que a todo diga sí. Que
me quede en casa todo el día pendiente de ti. ¡Solo falta que me pidas que te
traiga el periódico entre los dientes!
—¡Claro que sí, estoy loco por ti y todos lo saben! —susurró en su oído con ironía
—. No tienes más que observar cómo nos miran.
Entonces Emily giró la cabeza con disimulo para echar un vistazo por encima de su
hombro y vio que todos los ojos estaban puestos en ellos.
—¿Y sabes qué es lo que piensan? ¡Que el playboy por fin ha sentado la cabeza! ¡Que
El Tirano ha sido conquistado por la buena de Emily Williams! Esa eres tú, nena, la
heroína de esta historia —le guiñó un ojo y esbozó una sonrisa sarcástica—.
Enhorabuena, estás consiguiendo lo que ninguna otra mujer ha podido.
—Yo solo he hecho lo que tú me pediste. ¿No es esto acaso lo que los Orwell querían
ver? ¿No estás conforme con mi trabajo? —susurró en la voz más baja que pudo.
—Por supuesto que estoy conforme con tu trabajo, “mi cielo”. Y no hay duda de que
los Orwell están orgullosos de esta nueva versión de Matt Tanner.
Matt escupió aquellas palabras con desprecio y negó con la cabeza antes de añadir:
—Mira nena, mi reputación habrá cambiado tras casarme contigo, pero un hombre no es
su reputación y en el fondo yo no he cambiado ni un ápice.
Emily se quedó mirándole en silencio y Matt comenzó a sentirse algo incómodo pues
se daba cuenta que ella ya no bajaba los ojos ante su mirada.
Con un resoplido desvió la vista de ella enfadado. Pero Emily levantó una mano para
llevarla al rostro de Matt y le obligó a mirarle. Sorprendido por aquel gesto,
arqueó una ceja interrogante y ella le miró desafiante antes de hablar con voz
decidida.
Matt tragó saliva sintiendo que sus palabras le golpeaban como un puño en el
estómago. Emily hablaba con convicción y podía sentir el fuego en sus ojos
ambarinos.
—Yo no deseo que te conviertas en mi perro faldero —continuó ella en un tono suave
pero firme—. Tampoco que vuelvas a ser aquel capullo que eras conmigo en la
oficina. —Emily tomó aire y tras unos segundos añadió—: Lo único que deseo es que
puedas actuar con honor.
Ambos se quedaron quietos en la pista, mirándose a los ojos. Matt asintió varias
veces, sumido en sus propios pensamientos. Al fin se apartó de ella, la miró una
ultima vez y dio media vuelta para dirigirse hacia la salida del restaurante con
grandes zancadas.
Cuando estaba por atravesar la puerta sintió la mano de Emily sobre su brazo. Se
detuvo para volverse. Ella le miraba respirando agitada por la carrerilla. Iba
descalza y llevaba las sandalias con tacones en la mano. Aparentemente se las había
quitado para correr más rápido.
—A casa.
Matt lanzó un resoplido apartándose el pelo de la frente y luego la cogió por los
hombros.
—Escúchame bien. Las cosas han ido bien hasta ahora. Pero cuanto más tiempo nos
quedemos aquí, más aumenta el riesgo de que la caguemos. ¿Por qué tentar al
destino? Dejemos que los Orwell se queden con el recuerdo de una pareja feliz y
enamorada.
Emily pareció considerar sus palabras durante un momento y finalmente asintió con
la cabeza.
Matt sonrió.
—No sin antes montarnos el último numerito de la noche.
Emily arqueó una ceja interrogante y Matt se agachó de golpe para cogerla por las
piernas y levantarla en vilo.
—¡¿Qué haces?!
De inmediato echó a andar hacia la limusina mientras que desde el interior los
invitados se acercaban a las cristaleras para observarles con cara de sorpresa.
—Lo siento, es mi culpa. Debí avisaros antes. Pero es que amo demasiado a esta
mujer y confieso que ya no me aguantaba las ganas de...
—Me alegra verte así, Matt. Bien por ti. —Luego se volvió hacia Emily que aún
seguía en brazos de su esposo, bastante sonrojada y sujetando las sandalias en la
mano como una especie de cenicienta moderna—. Y en cuanto a ti, preciosa —dijo
sonriendo y ella le miró con atención—. Mira, llámalo el pálpito de un viejo zorro
si quieres, pero podría asegurarte que este hombre de aquí —señaló a Matt con una
mano—te cuidará y protegerá por siempre.
—Y te aseguro querida que en estas cosas Joe rara vez suele equivocarse —agregó
Susan riendo y abrazándose a su marido.
Emily carraspeó nerviosa y sin decir palabra fue a sentarse junto a la chimenea.
Matt la siguió en silencio y se sentó a su lado observándola de reojo hasta que al
fin se atrevió a romper el hielo.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? —contestó ella a la defensiva.
—Pues… que este es el momento que todo hombre espera con ansiedad.
—Pues mira qué coincidencia. Irme a acostar con una sonrisa es lo que quiero yo
también.
—No sé tú, pero yo estoy hablando de darte una noche de bodas en condiciones.
—¡Qué dices!
—Te propongo algo simple y natural, nada del otro mundo, sexo dentro del matrimonio
—dijo como si nada ante la expresión pasmada de su asistente—. ¿Por qué me miras
así? Considéralo de este modo, tú me odias y me desprecias, y a mí me pareces una
tía de lo más toca huevos… ¡Eso significa que no corremos ningún riesgo de
enamorarnos!
—Claro que sí. ¿Acaso no lo ves? ¡Tu maldita prohibición me está destruyendo por
dentro! Emily, mírame a los ojos, ¡lo llevo fatal! ¿Cuántos días más crees que voy
a aguantar sin sexo? ¡Es inhumano! Estoy demasiado acostumbrado a follar…
Emily subió las escaleras mientras se tapaba las orejas para no tener que seguir
oyendo sus groserías.
—¡Se acabó! ¡Ya he oído suficiente!
Matt corrió detrás de ella y cuando Emily quiso escapar la cogió por detrás
pegándola a su cuerpo. Hundió la nariz en su cabello y gimió al aspirar su aroma.
—¡Pues no! —dijo dándole semejante empujón con su trasero que acabó impulsándole
hacia atrás y debió aferrarse de la barandilla para no caer escaleras abajo y
romperse el cuello.
—¡Y tú un pervertido!
—¿Lo ves?
—¿El qué?
—Que tú también crees que el matrimonio es una mierda que arruina a las parejas.
Emily resopló.
—Nosotros no somos una pareja. Así que en este caso el matrimonio no ha estropeado
nada.
—¡No, no lo soy! Soy un felpudo sin carácter y con el sentido del estilo de una
nonagenaria, ¿acaso no lo recuerdas?
—Serías una gran negociadora —dijo Matt volviéndose a acercar a ella mientras se
pasaba una mano por el pelo alborotado—. Solo tendrías que aprender algunos trucos.
Nada que no te pueda enseñar…
¿La había oído bien? ¿Se refería a follar con él? ¿O con otros?
¡Joder, su esposa no podía dejarle así! Golpeó a su puerta pero escuchó que echaba
la llave dejándole definitivamente fuera de la habitación.
Matt se quedó allí parado y apoyó la frente en la puerta maldiciendo por lo bajo
mientras volvía a pensar en el olor de su champú, en el color de sus ojos y en el
sabor de sus labios...
Al darse cuenta que otra vez estaba empalmado se pasó una mano por la cara con
desesperación.
—No te tortures —se dijo en voz alta y resignado se quitó la camisa y el pantalón
antes de meterse en la fría cama.
Cuando Matt apoyó la cabeza en la almohada levantó su mano izquierda para mirar su
anillo de casado que brilló bajo la luz verde de la lámpara de su mesita.
Suspiró tras apagar la luz y se volteó en la cama cerrando los ojos viendo una
única imagen en su mente: la de Emily.
CAPÍTULO 11
Cuando Orwell le llamó por teléfono para preguntarle cómo había ido su primera
semana de casado, Matt respondió sin pensarlo.
—¡Estupendo!
Y no era mentira.
Vale, quizás exageraba un poco el entusiasmo. Pero lo cierto es que convivir con
Emily no era tan terrible. Matt habría jurado que jamás se habituaría a su nuevo
estilo de vida, que ser el marido de su asistente resultaría una afrenta a su
dignidad, pero para su sorpresa lo estaba llevando mejor de lo que se imaginaba.
Por ejemplo, por la noche siempre comían en casa. En ocasiones él había insistido
en salir a comer fuera, pero Emily se negaba afirmando que como en casa no se comía
en ninguna otra parte.
Al principio Matt la miraba con escepticismo y respondía que no estaba tan seguro
de eso, pues no le gustaba nada tener que quedarse en casa. Pero poco a poco había
empezado a descubrir que su esposa tenía razón. Quedarse en casa, abrir una buena
botella de vino y ayudarla a preparar la comida era la mejor forma de desconectar
tras una jornada de oficina.
Además, estando junto a Emily el habitual silencio del ático ya no le resultaba tan
opresivo.
El caso es que la cena se había instituido en una especie de ritual. Y como todas
las cosas que hacían juntos, no empezaba precisamente de la manera más armoniosa.
Matt era más del sushi. Emily, del bacalao con patatas.
—No solo te vistes como una abuela, también cocinas como una abuela —le dijo una
noche al llegar y verla cocinando un estofado de conejo vestida con un chándal y
unas chanclas.
A Matt tampoco le gustaba que su nueva esposa cambiara las cosas de sitio en el
salón. Pero Emily parecía no poder quedarse quieta. A veces se le daba por ordenar
los libros de la biblioteca por temas y categorías; otras veces movía los sillones
y ponía cuadros horrorosos en la pared (aún recordaba la vez que había comprado uno
muy “cuqui” de dos gatitos con gafas de pasta y Matt tuvo que amenazar con
marcharse de la casa para que lo quitara).
Naturalmente cada vez que no encontraba algo en su sitio Matt ponía el grito en el
cielo, pero Emily se limitaba a sonreír diciendo que era un exagerado y enseguida
se ponía a buscar aquello que le faltaba. Con frecuencia bastaba con abrir un par
de cajones para encontrar aquello por lo que él tanto había protestado.
—¿A que no era tan difícil? —decía Emily guiñándole un ojo antes de regresar lo más
campante a la cocina mientras él la seguía con la mirada refunfuñando.
Hasta que una noche Matt llegó de la oficina deseando sentarse a leer un informe
financiero en su rincón favorito y se encontró con que el sofá había desaparecido.
En su sitio alguien había puesto la mesa de futbolín que hacía años tenía guardada
en el trastero.
Matt la fulminó con una mirada asesina e inclinando su cuerpo sobre la mesa para
acercar su cara a la de ella dijo algo de lo que se arrepintió casi al instante.
—Mira Emily, tú podrás vivir aquí conmigo, pero recuerda que este no es tu hogar y
no puedes hacer lo que se te dé la gana.
Ella no dijo nada ante aquel exabrupto y más tarde durante la cena guardó absoluto
silencio. Matt sabía que sus palabras la habían herido y se sintió tan culpable
durante el resto de la noche que no pudo irse a dormir sin antes disculparse,
asegurándola que el ático también era su hogar mientras estuvieran casados; y que
de hecho, a Matt le complacía verla viviendo en él tan a gusto.
Esa noche Matt se quedó sentado en el taburete de la cocina reviviendo aquel beso
inocente, volviendo a oír una y otra vez las palabras de su esposa. Joder, a veces
olvidaba que Emily era una chica sensible a quien una palabra mal dicha podía
herirla. Esa era una de las razones por las que no congeniaban.
Otra de las tantas, se dijo, pues a decir verdad ellos parecían ser opuestos en
todo. Y cada día que pasaba, descubrían aún más diferencias entre sus
personalidades.
—¡Susan no me dejará en paz hasta que aceptéis la invitación al rancho! Matt, ¿me
escuchas? He dicho que salir de la ciudad os hará bien a los dos.
—Sí, claro, qué tonto. — Miró alrededor de su despacho buscando un pretexto para
rechazar la invitación. No le apetecía ir a ningún rancho, por no hablar de que
siempre era un riesgo pasar tanto tiempo juntos Emily y él en presencia de los
Orwell—. Bueno, Joseph, tú sabes que nos encantaría ir con vosotros, pero es que
con esto del casamiento se me ha acumulado demasiado trabajo atrasado y debo
organizarme para la semana siguiente.
—¡Venga Matt, no seas tan estricto con el trabajo! ¡Ya no eres un hombre soltero,
debes reorganizar tus prioridades! Emily estará antes que cualquier organigrama,
¿no es así?
—Además, sería una gran oportunidad para que ella conozca el rancho —Orwell rió de
pronto—. Piénsalo como una pequeña luna de miel.
Matt sonrió. Como Joseph supiera el tiempo que llevaba sin follar por su culpa, le
tendría que indemnizar.
—Y ese rancho, ¿es un sitio seguro? —preguntó Matt tratando de buscarle una pega al
plan de Joseph.
—Le decimos “el rancho” porque así le decían las niñas, aunque en realidad es una
villa con todas las comodidades en mitad de un valle rodeado de bosques de
coníferas. Está dentro de una de las reservas naturales más bellas del país. Es un
sitio de lo más seguro y no tengo dudas que a tu mujer que tanto ama la naturaleza
le encantará.
—¿Emily ama la naturaleza? —se preguntó sorprendido sin darse cuenta que lo hacía
en voz alta.
—Imagino que debes haber oído las historias de sus caballos probablemente unas cien
veces a estas alturas. Al parecer esa chica es una vaquera de cuidado.
—Ah, eso, claro, claro —dijo disimulando su completa ignorancia sobre el tema—. Le
chiflan los caballos y los perros y esas cosas. Siempre le digo que debería ponerse
a estudiar veterinaria. ¡Tienes que ver lo forofa que es del National Geographic,
se lo pasa mirando documentales de animales!
—Para serte sincero —dijo Joseph en un tono preocupado—, creo que a esa chica no le
sienta nada bien eso de vivir en un ático en medio del distrito financiero.
—Sí, creo lo mismo —dijo Matt aunque en realidad jamás lo había pensado—. De hecho,
en varias ocasiones le he sugerido la posibilidad de mudarnos, pero ella insiste en
que está a gusto en el apartamento—mintió como un bellaco—. Yo pienso que lo dice
porque me quiere demasiado y no desea alejarme de la oficina.
—Ya veo. Pues tendrás que pensar en pillar una casa en condiciones. Y mejor si es
en las afueras de la ciudad. Esa chica no ha nacido para vivir encerrada en un
rascacielos, necesita alejarse del asfalto.
—Hay una cosa más que quería decirte —en este punto Joseph bajó la voz como si se
dispusiera a compartir un secreto con Matt—. Tú y yo nos debemos una conversación.
Una charla de caballeros, no sé si me entiendes. Y estoy seguro que pasar unos días
en el bosque nos ayudará a despejar las ideas y llegar a un entendimiento.
Matt enderezó la espalda y abrió los ojos como platos. ¿Hablaba de negocios? ¿Acaso
sugería que estaba dispuesto a volver a discutir su acuerdo comercial para que
Tanner Security volviera a prestar sus servicios al Grand River?
—Es verdad, Joe, nos ha quedado una conversación pendiente y espero que podamos
tenerla pronto —dijo a la vez que cruzaba los dedos para no meter la pata—. Además
tienes razón, ¿qué mejor que pasarnos un fin de semana en medio de la naturaleza,
sin distracciones ni presiones de ninguna clase? Y por supuesto, será una manera de
que nuestras familias se conozcan mejor.
—Eso es lo que tenía en mente, hijo. Tanto Susan como las chicas están encantadas
con vosotros, pero se lamentaban de que no hayamos tenido oportunidad de pasar más
tiempo juntos.
—¡Pues tenemos que arreglar eso cuanto antes! En un rato te envío las indicaciones
para llegar al rancho. Por cierto, es un viaje bastante largo.
—No hay problema, me apetece conducir. Y a Emy le sentará bien dar un paseo por el
campo.
Emy… Matt jamás le decía Emy a su esposa. Pero le pareció que era un trato cariñoso
que Joseph apreciaría. Maldición, ahora tendría que empezar a llamarla así delante
de él, se dijo fastidiado.
Matt colgó el teléfono y golpeó el aire con su puño en un gesto victorioso y soltó
una risotada porque era evidente que tenía a Orwell justo donde lo quería.
¡Al fin!
Cerró los ojos y sonrió porque su objetivo estaba tan cerca que casi podía tocarlo
con la punta de los dedos.
De pronto volvió a abrir los ojos y cruzó los brazos sobre su pecho haciendo una
mueca porque dudaba que a Emily le hiciera mucha gracia la idea de pasar un fin de
semana juntos como marido y mujer…
Pero este era el último esfuerzo antes de la victoria definitiva y Emily tendría
que comprenderlo.
Miró el reloj y se alegró pues ya era hora de regresar a casa. Recogió sus cosas
antes de tiempo, se dijo que acabaría con lo que le quedaba de trabajo en casa y se
marchó de la oficina sin saludar a nadie.
Cuando ya estaba en la calle Emily le envió un mensaje anunciándole que hoy era
noche de pizzas en casa. Matt sonrió inspirando profundamente mientras se le hacía
la boca agua, pues podía anticipar el sabor del peperoni y la mozzarella fresca.
Emily había dominado el horno para pizzas como si hubiera nacido cocinando en él y
ahora era toda una profesional. Sus pizzas eran una maravilla, ¡las mejores que
había probado jamás!
Con una sonrisa atravesó el salón mientras veía a su mujer con su gorro de chef,
afanándose entre ollas y fuentes con un cucharón de madera en cada mano.
Emily tenía el delantal lleno de salsa de tomate y le saludó con un recatado beso
en la mejilla con cuidado de no mancharle la camisa. Matt reprimió sus ganas de
abrazarla y besarle los labios. La había echado de menos y no le importaría quedar
bañado en salsa de tomate, la verdad.
Además, quería darle las buenas noticias de que Joseph estaba a punto de volver a
hacer negocios con ellos, pero se dijo que no era prudente celebrar antes de
tiempo, así que prefirió callar de momento.
A eso de las nueve, Emily llamó a la puerta de su estudio para avisarle de que la
mesa estaba servida. En ese momento Matt estaba apagando el ordenador pues el aroma
de la longaniza y el queso mozzarella ya le torturaban demasiado.
Aproximándose a Emily con una sonrisa en los labios la miró durante unos segundos
antes de decir:
—Gracias, nena.
—Pues por darme de comer —Matt se encogió de hombros y esbozó una sonrisa sincera—.
Por ponerte a cocinar estos manjares para mí.
Ella se echó a reír y le dio un golpecito en el hombro pensando que estaba de coña.
Pero Matt no bromeaba. ¡En su vida había hablado más en serio! Pues no recordaba
que jamás nadie hubiera cocinado para él con tanto cariño.
Solo ahora con treinta años se daba cuenta que la comida casera era uno de los
grandes placeres de la vida.
Bajaron a comer y Matt se sentó a la mesa mientras Emily sacaba las pizzas del
horno. Al verlas, Matt se llevó una mano al pecho poniendo cara de haberse muerto y
llegado al paraíso.
—¡Serás exagerado! —rió ella divertida acercándose a la mesa con las primeras
pizzas de peperoni.
¡Joder, si parecían un matrimonio en toda regla!, se burló Matt para sus adentros
cogiendo con la mano el primer trozo de pizza humeante.
—¿Me lo preguntas en serio? ¡Por Dios, Emily, esto es una pasada! Como me sigas
dando de comer tanto, voy a ponerme como una ballena y ya no te gustaré —bromeó y
Emily puso los ojos en blanco.
—En serio, nena, podría devorarme todas las pizzas que me pusieras delante una tras
otra. Te aseguro que si hubiera un concurso de comer pizzas de peperoni, fijo que
lo ganaría yo y con ventaja.
—¡No puedes ser tan bruto! —se quejó mirándole con reproche.
—¡Pareces un niñato!
Al oír aquello Emily enrojeció hasta las orejas y bruscamente se puso en pie
cogiendo su plato.
—¡Se acabó! —jadeó ofendida—. Me voy a comer con la televisión. Al menos ella dice
menos groserías que tú.
Matt se sonrió sin quitarle ojo. Le gustaba verla mosqueada. Cuanto más mosqueada,
más guapa se ponía.
Aunque no entendía por qué había reaccionado de aquella manera. ¿Qué había dicho él
para ofenderla así?
Mientras cogía otro trozo de pizza con los dedos y se lo devoraba de un bocado, se
dijo que aquello se parecía bastante a la felicidad. En esos momentos no echaba de
menos sus aventuras nocturnas. ¿Para qué las necesitaba? Si tratar con Emily y sus
cambios de humor era ya una aventura en sí misma, rió para sí mismo.
Lo que sí echaba de menos era el sexo. Eso sí que era un problema. Y como no le
encontrara una solución rápidamente, estaba seguro que pronto comenzaría a tener
alucinaciones.
Pasados unos minutos se cansó de estar solo, se levantó de la mesa y cogió otro
botellín de la nevera antes de dejarse caer en el sofá junto a Emily.
Ella puso los ojos en blanco y fingió seguir viendo con interés la serie que había
sintonizado. Entonces Matt se aclaró la garganta pues había llegado el momento de
hablar.
—Eso depende.
—La pega es que nos invitó a pasar el fin de semana en su rancho y he aceptado por
los dos. Haremos el viaje en coche, tú y yo solos.
Ella abrió los ojos, esperó unos segundos y luego dio un brinco de alegría en el
sofá.
—¿En serio? —preguntó arrodillándose sobre uno de los cojines con los ojos abiertos
—. ¿De veras me llevarás al rancho?
—Veo que estás más enterada que yo. ¿Sabes acerca del rancho?
—¡Oye, no seas así! Susan es una tía cojonuda. Tendrías que hablar más con ella.
—También Joseph es majísimo. Lo que pasa es que tú les has cogido manía.
—No les he cogido manía. Pero tampoco me he enamorado de ellos como al parecer lo
has hecho tú.
—¡Es que me hace mucha ilusión conocer el rancho! —Emily sonrió como una niña—.
Según Susan es un sitio mágico, ¿a ti no te hace ilusión conocerlo?
Matt no respondió. Le preocupaba bastante que Emily se sintiera tan a gusto con los
Orwell. Después de todo ellos eran el enemigo a derrotar y era cuestión de tiempo
antes de que dejaran de verse para siempre. Cuando la farsa acabara, también la
relación de Emily con los Orwell acabaría.
—¡Claro!
—¿Aunque debas pasar el fin de semana conmigo en una casa extraña a cientos de
kilómetros de aquí?
—Sí, estoy dispuesta a ir a ese rancho aunque deba ir contigo al fin del mundo —
dijo ella esbozando una sonrisa.
—Y aunque debas fingir ser mi esposa… ¿con todo lo que ello conlleva?
Matt prefirió no insistir, no fuera a ser que la cagara por hablar más de la
cuenta.
—Nada, olvídalo.
Emily entrecerró los ojos con suspicacia pero no dijo más y se comió el trozo de
pizza frío que le quedaba en el plato.
—¡Debemos hacer las maletas! Venga, no te quedes allí quieto. ¡Mueve ese trasero y
ven a ayudarme!
Matt lanzó un gruñido de protesta pero pasados unos segundos acabó por levantarse
de mala gana para ir tras ella.
Escogieron la ropa que llevarían al rancho y sin darse cuenta se pasaron dos horas
discutiendo y riendo en partes iguales. Cuando acabaron de hacer las maletas, Matt
se sentía energizado y no tenía una gota de sueño, así que le propuso a su esposa
bajar al salón a mirar una película. Emily aceptó y hasta se ofreció a hacer el
café.
Matt bajó los escalones saltándolos de dos en dos. Se sentía renovado y de buen
humor. Su esposa había logrado contagiarle su entusiasmo y todo el cansancio del
día había desaparecido como por arte de magia. Meneó la cabeza sonriendo para sí.
Una vez más comprobaba que estar junto a Emily era como montarse en una montaña
rusa.
* * * * *
Era muy temprano cuando salieron, aún no había amanecido y las farolas de las
calles todavía estaban encendidas. Cogieron una carretera algo apartada de la
autopista pues su jefe decía que quería enseñarle que Riverside era más que playas,
rascacielos y casinos.
Emily trató de esconder su excitación al ver aparecer la campiña con sus casitas
rurales tan pintorescas, pero su curiosidad era demasiado fuerte y pronto se
encontró bombardeando a Tanner con preguntas. Era una zona estupenda con sus
viñedos y bodegas y él le fue explicando qué clase de bebidas se producían en cada
sitio.
En un momento del viaje su jefe se volvió hacia ella con cara de circunstancia.
—Pues hoy lo haré, para que veas que también puedo ser un caballero cuando quiero.
Emily se mofó y Tanner sonrió de lado, pero enseguida volvió a ponerse serio. Por
la expresión de sus ojos era evidente que deseaba hablarle acerca de algo
importante.
—Nena, quiero que sepas que lamento las incontables putadas que te he hecho
mientras fui tu jefe.
Entonces Emily enderezó la espalda y ladeó la cabeza para mirarle con atención. ¿En
serio Matt Tanner se estaba disculpando con ella? ¡Vaya tela, esto sí que no se lo
podía creer!
Emily se quedó observándole con la boca abierta. Vaya, sus disculpas en verdad eran
sinceras… ¡Estas cosas sucedían una vez cada cien años! se dijo anonadada.
Sin poder ocultar su sonrisa de satisfacción Emily alargó una mano hacia su marido
ofreciéndosela de forma solemne.
—Disculpas aceptadas.
Tanner, que conducía con una sola mano sobre el volante, alargó su mano libre y se
la estrechó, aunque esbozando una sonrisa misteriosa que hizo que Emily
entrecerrara sus ojos.
—¿Ahora qué?
—Nada, olvídalo.
—¡Uy, siempre haces lo mismo! ¡Me desespera que me dejes así! —protestó dando un
golpe con la mano abierta sobre la guantera.
—Pues es mejor dejar algunos misterios sin desvelar. Hacen que la vida sea más
interesante.
Los ojos de él brillaron con picardía y ella no pudo evitar pensar que tenían un
color muy bonito por la mañana. El azul de su iris parecía aún más claro y profundo
que de costumbre, y aquel matiz contrastaba tan sensualmente con sus anchas y
perfectas cejas negras que Emily no podía dejar de admirarle embobada.
Este hombretón tan guapo era su marido, se repetía admirando sus brazos fuertes y
morenos, cuyos músculos se contraían al cambiar la marcha o al sintonizar una
estación de radio. Y cada vez que lo hacía provocaba en ella unas cosquillas en su
vientre, pues recordaba los momentos en que esos brazos habían estado apoyados
sobre su cintura, rodeándola y abrazándola posesivamente.
De forma abrupta se obligó a desviar la mirada de su marido, intentando alejar
aquellos pensamientos de su mente y se volvió para mirar el fabuloso paisaje que se
desplegaba al otro lado de la ventanilla.
Suspirando se dijo que quizás viajar tan cerca de Tanner no había sido tan buena
idea.
Después de dos horas de conducir por carreteras secundarias bien pavimentadas pero
casi desiertas, tomaron por un camino forestal bastante polvoriento y lo siguieron
durante varios kilómetros.
No era un andar suave así que Emily comenzó a sentir impaciencia y le preguntó a
Tanner cómo de lejos estaban del rancho. Él se limitó a consultar el navegador
satelital y decir “Cada vez menos, nena”. Emily bufó pensando “Pues vaya novedad” y
Tanner sonrió para sí con ese aire de misterio que tanto la irritaba. Se quedó
mirándole durante varios segundos con la esperanza de que dijera algo más, pero él
parecía estar sumido en sus propios pensamientos.
Le envidiaba, pues a ella le hubiera gustado ser un poco más como él y no darle
vueltas a la cabeza con asuntos que solo conseguían espesar aún más el cacao mental
que tenía por culpa de esta maldita farsa.
Cuando tras dar vueltas y más vueltas por caminos forestales y carreteras
abandonadas al fin llegaron al último pueblo antes de ingresar en la reserva, se
detuvieron en la gasolinera y preguntaron por el rancho de los Orwell. El encargado
les indicó el camino recomendándoles un atajo. Mientras conducían por un sendero no
mucho más ancho que el deportivo de Tanner, Emily se quedó extasiada observando el
bosque que se alzaba majestuoso a su derecha con su magnífica fronda. Alcanzó a
distinguir abetos, pinos y secuoyas, pero había muchos otros árboles que ella
desconocía.
Tanner se volvió hacia ella y con una sonrisa le señaló el paisaje con el mentón.
Emily sonrió.
Emily puso los ojos en blanco, negó con la cabeza y se volteó para seguir mirando
por su ventana, pero Matt alcanzó a notar el color sonrosado que subía por sus
mejillas y se sonrió mientras seguía conduciendo por el sendero que a medida que
avanzaban se estrechaba serpenteando bajo los árboles como una culebra.
Poco a poco fue bajando la velocidad pues el terreno se volvía más inestable,
debiendo sortear charcas, ramas caídas y varias piedras de gran tamaño.
Mientras tanto Emily lo miraba todo con fascinación. Parecía una niña ilusionada,
la nariz pegada a los cristales.
O un hada, se dijo Matt. ¡Sí, eso era! El hada del bosque, la bautizó de pronto
sonriendo para sí. Sus rizos rojos, sus sensuales pecas, sus ojos grandes y
asombrados. Todo ello hacía que una luz especial la envolviera cubriéndola como un
halo.
Matt se sorprendió echando ojeadas furtivas hacia Emily más largas de lo que
debiera. Solo consiguió despegar su atención de ella al coger una curva y
encontrarse de repente cara a cara con un lago de aguas verdes enmarcado por unos
pinos centenarios, y más allá, las lejanas montañas del Norte.
Tuvo que frenar con brusquedad y girar hasta encontrar donde aparcarse antes de
apagar el motor.
—Vaya —murmuró con sorpresa admirándose de tanta belleza junta en un solo sitio.
El sendero continuaba un poco más adelante pero antes tendrían que sortear un
lodazal para pasar. Estar aquí en medio de esta maravilla hacía que mereciera la
pena manchar el deportivo con un poco de barro, se dijo encogiéndose de hombros.
A su lado oyó el ruido de la puerta y al volverse vio que Emily caminaba hacia la
orilla riendo y levantando los brazos al aire.
Ella se volvió para levantar su pulgar en señal de que le había oído y continuó
alejándose de él.
Después del largo viaje ambos se encontraban sudados y acalorados, así que Matt
decidió que no le vendría mal salir a estirar un poco las piernas también a él.
Siguió los pasos de Emily hasta la orilla y la encontró agachada en cuclillas
tocando el agua con la punta de sus dedos. Se agachó junto a ella y le sonrió.
—Está helada —dijo ella con una expresión de sorpresa pues debían de hacer unos
treinta grados a la sombra.
Matt asintió.
—El agua viene de los deshielos —y señaló con un dedo los picos nevados en el
horizonte, pero en vez de mirar hacia allí se quedó observando el perfil de su
esposa.
Tenía las mejillas sonrosadas por el calor y la brisa jugaba con su melena de rizos
rojos. También jugaba con la falda de su vestido de verano dejando parte de sus
muslos blancos al descubierto. Tras unos breves instantes Matt se obligó a apartar
sus ojos de ellos, no porque no le gustara lo que veía sino porque temía que fuera
demasiado tentador para él.
Con un brazo se limpió el sudor de la frente y luego se inclinó para echarse agua
en el rostro sintiendo un alivio inmediato. Miró a Emily por encima de su hombro
con una mueca burlona.
—No está tan helada como dices.
—¡Era broma!
—Descuida, te meterás tú sola cuando veas lo bien que me lo estoy pasando allí
dentro y tú aquí fuera asándote como un pollo.
—Muy gráfico.
—¿Te vienes o no? —insistió él con impaciencia mientras tiraba el pantalón al suelo
y se quitaba la camiseta negra.
—Que yo sepa, este es un sitio público —dijo y empezó a quitarse los calzoncillos
como si nada.
Tras unos segundos de suspense Matt sacó la cabeza chorreando agua y se pasó una
mano por el pelo para quitarse los mechones de los ojos. Luego se puso a chapotear
y a reír como un crío.
Ella se negó rotundamente, pero se sintió más tranquila al comprobar que su jefe no
iba a ahogarse dejándola sola en aquel sitio alejado de todo.
Pasados unos minutos, Emily sintió que la cascada de sudor que le caía desde la
frente hasta la punta de la nariz le fastidiaba cada vez más. El sol caía a plomo y
al principio se abanicó con las manos tratando de darse aire mientras observaba a
su marido nadar de una punta a la otra disfrutando como un enano.
Pero el calor no cedía y debió echarse agua con las manos en la cara y en torno al
cuello para tratar de refrescarse, en tanto miraba la superficie calma del lago con
un suspiro anhelante.
En ese momento Matt sacó la cabeza a la superficie cerca de donde ella estaba y
riendo escupió un chorro de agua en su dirección.
Emily se pasó un brazo cansino por la frente y dudó un momento antes de responder.
Él protestó poniendo los ojos en blanco pero al fin se giró dándole la espalda.
El sendero seguía tan vacío como antes y era improbable que alguien pasase por
allí.
Aun así se dio prisa en meterse en el agua. Caminó de puntillas en bragas y sostén
hasta meter los pies en el agua. Mantenía la vista fija en Tanner mientras rogaba
porque no se diera la vuelta. No se sentiría a salvo hasta que no estuviera a
cubierto.
Estuvieron así durante varios minutos mientras Emily sentía que la sangre volvía a
circular por sus venas. Cuando se sintió lo bastante segura, rompió el abrazo y
riendo salpicó agua en dirección a su jefe. Él se apartó sacudiendo la cabeza. Su
pelo negro mojado caía sobre sus ojos como una cortina espesa y Emily soltó un
chillido agudo cuando él contraatacó levantando una ola con sus poderosos brazos y
enviándola en su dirección.
—¡No es justo! —se quejó ella escupiendo el agua de su boca—. Eres demasiado
fuerte.
Durante casi una hora nadaron y jugaron entre risas, empujándose y persiguiéndose
el uno al otro. Emily se sentía tonificada por la actividad en el agua, le
recordaba aquellos días interminables de su infancia nadando en el río de su
pueblo.
Como por arte de magia, todo el cansancio acumulado del viaje se había esfumado de
su cuerpo. Se alegraba de haberse atrevido a quitarse la ropa y darse un chapuzón.
Su jefe tenía razón, se dijo. Como casi siempre, añadió sonriente y vio que su
cabeza surgía unos cuantos metros más allá. Se quedó mirándole durante unos
instantes mientras hacía el tonto con la cabeza sumergida y los pies sobresaliendo
del agua.
Emily aprovechó aquel momento de distracción para regresar a tierra. Pensando que
Tanner no podría verla decidió salir ella la primera.
En ese momento Matt daba una voltereta en el fondo del lago para impulsarse de
regreso a la superficie. Al percatarse de que Emily no estaba en el agua, la buscó
con los ojos hasta encontrarla cerca del coche, tratando de ponerse el vestido
torpemente por la cabeza. Matt sonrió. La pobrecilla se daba prisa como si le fuera
la vida en ello.
Chasqueó la lengua y negó con la cabeza porque su vestido acabaría empapado y luego
le escocería la piel. Matt no comprendía su estúpido pudor. Era ridículo cuidarse
tanto delante de él sabiendo quién era. Evidentemente no sería esta la primera vez
que veía a una mujer en bragas.
Pero entonces vio algo que le dejó de piedra. Una larga y sinuosa marca atravesaba
una de sus piernas. Al instante perdió la sonrisa y entrecerró los ojos haciendo un
esfuerzo por ver más.
Al parecer era una marca bastante chunga, que bajo el sol parecía una quemadura,
pero que probablemente fuera una cicatriz.
Pensó con remordimiento en las incontables veces en que se había burlado de ella
con comentarios hirientes y humillantes. Cerró los ojos con culpa y soltó el aire
por la nariz.
Allí, desnuda bajo el sol, Emily parecía tan vulnerable que Matt sintio un impulso
incontrolable de protegerla y decirle que todo estaría bien. Pero decidió esperar
un tiempo prudencial antes de salir del agua, pues no quería que su esposa
sospechara que él la había visto.
* * * * *
Emily giró la cabeza para ver a Tanner salir del agua y la mandíbula se le cayó
hasta el pecho. ¡Iba completamente desnudo y su cuerpo empapado relucía bajo el sol
como el de un adonis!
Su torso parecía tallado en bronce, con unos abdominales que se marcaban tanto que
parecían irreales.
Madre mía, jadeó sin aliento, ¡si parecía la estatua viviente de un dios griego!
En ese momento recordó lo que las Urracas Parlanchinas solían decir acerca de él en
la oficina. Que era guapísimo, que tenía un cuerpo increíble y que estaba para
mojar pan.
Matt sacó unas toallas limpias y se puso una al hombro y le tendió la otra a Emily
para que acabara de secarse.
Al reclinarse en la puerta del coche, Matt sorprendió una mirada furtiva de ella
hacia sus abdominales y reprimió una sonrisa.
Nerviosa Emily se puso a jugar con uno de sus rizos envolviéndoselo alrededor de un
dedo y tirando de él.
Mierda, pensó ella abochornada sintiendo que la habían pillado con las manos en la
masa y trató de conjurar una explicación creíble. Pero se había quedado con la
mente en blanco y apenas consiguió tartamudear incoherencias.
—Veo que te has quedado sin pretextos, ¿eh? Déjame adivinar, estás pensando que
después de todo no sería tan mala idea echar un polvo conmigo.
—¡No es cierto!
Emily cogió la toalla que le había dado y empezó a frotarse los brazos con furia.
—¿Ah sí? —preguntó con voz divertida—. Y tú con ese cabreo me pareces cada vez más
sexi.
—¡Se acabó! No quiero oírte más —su voz tembló de indignación mientras cerraba la
ventanilla.
Matt chasqueó la lengua una vez más y antes de alejarse clavó sus ojos azules en
ella.
—¿Sabes una cosa? Eres una esposa imposible. Compadezco al pobre idiota del que te
enamores.
—Esas cosas no se piensan, nena. Te enamorarás y harás todas las gilipolleces que
hacen los enamorados.
—De momento tú eres mi único marido. ¡Así que el que se fastidia eres tú!
A Tanner le hizo gracia su réplica y soltó unas carcajadas, pero Emily le volvió la
espalda maldiciendo por lo bajo y se agachó para poner la radio. Con dedos
temblorosos intentó sintonizar alguna emisora. ¡Mierda de radio! Es imposible
pescar algo por aquí, se dijo resoplando ruidosamente.
Al fin consiguió sintonizar la voz de un locutor que daba las noticias y se quedó
oyendo el pronóstico del tiempo. Anunciaban más calor para las próximas horas. Vaya
novedad, resopló bebiendo zumo de limón de su cantimplora mientras pensaba en los
siguientes días en los que tendría que soportar el carácter insufrible de su
“marido”.
—Oye, allí hay algo, ¿lo puedes ver? Creo que viene hacia aquí.
Poniéndose una mano en la frente para cubrirse del sol, él miró en la dirección que
Emily le indicaba. Enseguida se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
—Claro —dijo él dándose prisa en ocupar el asiento del conductor y asegurar las
puertas con el mando.
—Matt…
El jinete se detuvo a unos metros de ellos. Llevaba una camisa negra, pantalones
blancos y un casquillo de equitación. Aunque no podían verle el rostro no parecía
demasiado amenazante.
Cuando el jinete agitó un brazo hacia ellos a manera de saludo, Emily respondió a
este sin pensarlo.
—Lo siento.
Cuando la persona se desmontó del caballo y empezó a caminar hacia el coche, Emily
aspiró el aire asustada y miró a Tanner preguntándole con la mirada qué debían
hacer.
—¡Susan! —gritó Emily asombrada antes de abrir la puerta del coche y salir
disparada en dirección a ella.
Entre risas corrió a su encuentro, aliviada de ver una cara conocida en aquel
sitio.
—¡Susan, casi me matas del susto! Te habíamos confundido con un atracador —dijo
dándole un gran beso en la mejilla.
Emily sonrió.
—Menos mal, porque no estoy preparada para enfrentarme a uno —volviéndose hacia el
caballo preguntó—. ¿Quién es el guaperas?
Susan hinchó el pecho con orgullo.
Emily dio un paso hacia el animal y acarició su largo cuello con suavidad
procurando no asustarlo.
—Ya lo creo, su padre ha ganado tres Derbys del estado, y a él lo están entrenando
para competir el próximo año, cuando se haga mayor.
Fascinada Emily extendió la caricia hacia el lomo del animal y este relinchó
moviendo la cabeza haciendo reír a ambas mujeres. En ese momento llegó Matt con una
expresión de confusión en el rostro.
Ella le dio un cálido abrazo que Matt recibió con un gesto de incomodidad, pues
nunca sabía bien qué hacer al recibir una muestra de cariño.
—Ya ves —dijo ella con una sonrisa—, no soy una mujer tan convencional como podrías
pensar.
Matt sonrió.
—¿Tu marido siempre es tan zalamero? —bromeó, pero a decir verdad se la veía
encantada con el cumplido.
—También yo pienso que eres estupenda, Susan —dijo Emily para no quedarse atrás.
—¡Ah, gracias querida! Eres un amor —cogió a Emily de la mano, luego se volvió e
hizo lo propio con Matt. Apretando sus manos cariñosamente y mirándoles a ambos a
los ojos añadió con voz emocionada—. Sois unos ángeles. Quiero contaros un secreto
—bajó la voz como si se dispusiera a hacer una confesión—. Joseph y yo nos estamos
enamorando de vosotros.
—Y nosotros de ti y de Joseph.
—En el rancho todo está listo para vuestra llegada. He preparado vuestra habitación
personalmente. ¡Tenéis que verla, me ha quedado preciosa! La cama es de lo más
mona. Es de estilo Luis XV, tiene patas de ébano y un dosel con cortinas blancas de
seda. ¡Además es enorme! Estaréis de lo más cómodos… Ya sabéis, para pasar una luna
de miel en condiciones —les dedicó un guiño de ojo a ambos y ellos se miraron
desconcertados durante un momento—. ¿Qué pasa? —preguntó Susan extrañada—. ¿Acaso
no os hace ilusión?
—No es eso, Susan. Es que… francamente no nos esperábamos tanto. Pero claro que nos
hace ilusión. Muchísima, ¿verdad cariño?
Emily asintió.
—Justo hablábamos de ello, de lo mucho que echamos de menos no haber podido salir
de luna de miel —mintió con descaro.
—Tranquilos chicos, que aquí podréis dar rienda suelta a todos vuestros instintos
románticos. Tenéis todo el bosque a vuestra disposición y una suite de ensueño para
cumplir cualquier fantasía.
Matt sonrió sintiéndose algo descolocado por la franqueza de Susan y Emily… pues
Emily se había puesto tan roja que Susan se vio obligada a disculparse.
—Perdonad si he dicho algo inconveniente, es que con las cosas del amor suelo
ponerme algo tontuna.
—No hay problema. Es que para algunas cosas aún soy un poco pudorosa, eso es todo.
No estoy acostumbrada a hablar tan abiertamente de… de ciertos temas —dijo tratando
de no tartamudear demasiado y agachando la mirada deseando que la tierra la
tragase.
Matt la abrazó por detrás y se inclinó para besar su cuello gruñendo cariñosamente.
Fue un gesto tan natural, y a la vez tan sensual, que Emily sintió un
estremecimiento recorrerle el cuerpo entero.
Madre mía, se dijo, como esto continuara así, no creía que fuera a sobrevivir el
fin de semana.
Después de charlar un rato más acerca del viaje Susan volvió a montarse en su
caballo para guiarles hacia el rancho. Emily y Matt regresaron al coche en silencio
y siguieron a Belfos por el sendero que se adentraba en el bosque.
Había que andar con mucho cuidado pues el espacio para maniobrar era muy estrecho.
Afortunadamente Matt conducía mejor que un profesional, se dijo Emily mientras
miraba el paisaje pensativa, su vista clavada en un punto fijo en la distancia.
Madre mía.
Emily empezaba a comprender el lío en el que se había metido. Todo lo que implicaba
fingir ser una pareja de recién casados durante una escapada de fin de semana…
Nerviosa retorció las manos sobre su falda y con disimulo giró la cabeza para mirar
a su marido que conducía concentrado en el camino. Repasó su rostro viril y luego
el cuerpo de ensueño que se ocultaba bajo esos vaqueros y tras esa camiseta…
Dios santo, se dijo con desesperación creciente, era un hombre al que ninguna mujer
podría resistirse…
¡Ninguna mujer excepto tú!, se recordó cerrando los puños con determinación.
Además, es parte del plan y este es tu maldito trabajo. ¡Él te paga para esto!
Haber insistido en poner esa estúpida cláusula que impedía a su jefe tener sexo con
otras mujeres…
Matt era un hombre joven y enérgico. Necesitaba estar con una mujer. O con varias.
Jolín, ahora veía que era una locura haberle privado durante tanto tiempo de una
necesidad tan básica para cualquier hombre. ¡Y sobre todo para un hombre tan
masculino como él!
Pero no tenía más remedio que hacerlo si quería que los Orwell no sospecharan que
algo extraño ocurría entre ellos.
Cerró los ojos y apretó los párpados. En su mente surgió una imagen que invadió sus
sentidos. El cuerpo prohibido de su jefe.
Tampoco pudo evitar pensar en la forma en que él la había abrazado y besado unos
minutos atrás.
CAPÍTULO 12
Joseph Orwell los recibió en su rancho como si fueran sus propios hijos.
Procuró quitarse esas ideas de la cabeza. Debía impedir que el remordimiento que
sentía arruinara su interpretación que esta vez debía ser perfecta.
Con ese pensamiento en la cabeza se acercó a su marido que estaba jugando con los
perros de los Orwell, dos labradores preciosos y vivaces que corrían a su alrededor
saltando en dos patas y cogiendo los palitos que él arrojaba al aire.
Emily se agachó y cogió unos palitos del suelo y empezó también a jugar con ellos.
Estuvieron así un rato, corriendo y persiguiéndose unos a otros entre risas. En una
de esas carrerillas Emily advirtió que Joseph estaba parado a cierta distancia y
les miraba sonriendo.
Emily había pensado que un simple beso bastaría para dar la imagen de que se
querían, pero el beso se demoró más allá de lo que había planeado convirtiéndose en
algo más caliente.
—Vaya, nena —dijo él mirándola a los ojos con intensidad—. Cada día besas mejor.
Emily se sonrojó hasta las orejas y se volvió para acariciar la cabeza del perro.
A la distancia se oyó un silbido largo y los perros levantaron las orejas. Emily
vio que era Susan quien los llamaba. Enseguida salieron disparados hacia las
caballerizas.
La casa principal del rancho era grande como una mansión, pero sin ostentaciones.
De estilo estrictamente campestre, tenía un aire rústico que a Emily le resultó
encantador. A cada paso se veía la mano de Susan en la elección de los adornos, en
la disposición de los muebles artesanales o en la combinación de las maderas
oscuras y ricas en vetas y nudos con los tapices de estilo nórdico.
Pero lo que más le gustaba a Emily era que la casa se sentía como un verdadero
hogar. Estaba llena de toques personales y no podías dar un paso sin toparte con
algún recuerdo familiar. Las fotografías de los nietos, por ejemplo, que parecían
multiplicarse en cada mesita del salón y sobre cada estante de la casa. Cogió un
portafotos y sonrió al ver a Susan patinando sobre una pista de hielo de la mano de
sus hijas. En la imagen las tres tenían cara de estar pasándoselo en grande.
Pero no pudo curiosear todo lo que le hubiese gustado, pues Susan llegó de pronto
con una promesa tentadora: la llevaría a conocer las caballerizas y juntas les
darían de comer a los caballos.
Emily abrió los ojos llena de entusiasmo y mientras salía echó un vistazo por
encima de su hombro para despedirse de su marido. Matt le guiñó un ojo antes de
desaparecer en el interior del estudio de Joseph. Intrigada, Emily se preguntó si
irían a discutir el acuerdo comercial ahora mismo. Lo dudaba, pues apenas acababan
de llegar y Joseph seguramente querría que Matt descansara un poco del trajín del
viaje antes de ponerse a ello.
En las cuadras había más de veinte caballos, todos en condiciones impecables, como
si estuvieran listos para un concurso de belleza. La mayoría eran caballos
españoles, pero también había caballos árabes que a Emily le fascinaron
especialmente.
Ayudó a Susan a cambiar el agua de los bebederos y a llenar los pesebres mientras
hacía toda clase de preguntas interesándose hasta por el más mínimo detalle. Luego
cogieron cada una un cepillo y limpiaron las crines haciéndolas relucir. Susan sacó
del bolsillo de su pantalón un terrón de azúcar envuelto en papel y se lo tendió a
Emily para que se lo diera a Belfos. Ella abrió el envoltorio y con el azúcar en la
palma de la mano acercó el brazo al morro del animal. Este husmeó con cierta
reticencia dilatando sus ollares, pero luego de las primeras vacilaciones se puso a
comer de la palma de su mano como si la conociera de toda la vida. Emily sonrió de
oreja a oreja, riendo como una niña cuando los lengüetazos del animal le hacían
cosquillas.
Luego de eso se fueron a dar un paseo por el valle. Susan le enseñó a reconocer los
sitios más húmedos y sombríos donde había trufas negras, las más exquisitas de la
región, y con su ayuda desenterró dos trufas de considerable tamaño que cargó en
una canasta de mimbre. Susan le aseguró que eran oro puro en manos del chef de la
casa, y que más tarde las emplearía para preparar una pularda rellena de foie-gras
y paté de trufas.
Mientras tanto en la casa, Matt se sentía algo decepcionado pues con Joseph se
habían sentado a hablar acerca de todo menos de lo que a él más le interesaba.
La cena pronto estaría lista pero él no tenía apetito. Aun así se obligó a
apechugar y fingir una sonrisa antes de ir a sentarse a la mesa de la cocina donde
Emily charlaba animadamente con Susan y Joseph como si fuera una más de la familia.
Matt no tenía mucho que decir y se limitó a escucharles mientras jugaba con el
tenedor en su plato, echando ocasionales vistazos hacia Emily que ella le devolvía
siempre con una sonrisa radiante, como si fuera la esposa perfecta que todo hombre
desearía tener.
Matt suspiró. Ella se veía tan feliz en compañía de los Orwell… Se preguntó si de
verdad lo disfrutaba. Le costaba distinguir cuando fingía y cuando actuaba con
espontaneidad. Le hubiese gustado saber qué pensaba en ese momento, pero de un
tiempo a esta parte sentía que ya no podía descifrar sus expresiones. Y eso le
frustraba bastante pues era como si delante de sus propias narices Emily se hubiera
vuelto una mujer completametne distinta.
Matt ya no podía mirarla con los mismos ojos de antes y eso le desorientaba
llenándole de confusión.
¡Mierda, no podía siquiera concebir esa posibilidad! La sangre bullía en sus venas
al pensar que alguien pudiera hacerle daño a una muchacha tan dulce e inocente como
Emily.
Como algún hijo de puta se haya atrevido a hacerle daño… pensó apretando los
dientes y conteniendo su furia.
Pero en cambio la había herido con sus palabras cáusticas y con sus actitudes de
capullo. Había herido su orgullo y de seguro le había dejado cicatrices invisibles
en su alma.
O cuando caminaban juntos hacia alguna reunión, por ejemplo, y ella trataba de
seguirle el paso pero siempre acababa quedándose atrás. Y él se volvía furioso y la
apremiaba sin piedad, poniéndola en ridículo frente a todo el mundo sin importarle
que la pobre se pusiera de todos los colores.
Matt se bebió el vino que tenía en su vaso de un solo trago mientras se imaginaba
el dolor y la incomodidad que habría supuesto para ella hacer semejante esfuerzo en
su condición. ¡Y se sintió el capullo más grande del universo!
¿Por qué ella no le había dicho que tenía aquella herida en la pierna? ¿Por qué
coño no se lo había mencionado?
¿Y por qué iba a decírselo? Emily no tenía motivo alguno para confiarle algo tan
íntimo a su jefe, que para más inri se había comportado como un verdadero déspota
con ella desde el primer día.
Joder, ¿cómo podía haber sido tan gilipollas? Se tendría que haber dado cuenta de
que ella sufría. Debería haber sido más observador, más humano, menos egoísta...
¡Me cago en la leche, no puedes ser tan mierda! se dijo a la vez que soltaba los
cubiertos en el plato y se pasaba una mano nerviosa por el pelo.
Aun así debía decirle algo; tenía que hacerle saber que él había visto su cicatriz
en el lago.
¡Qué ironía! Matt Tanner, famoso por su bordería y porque jamás dudaba en plantarle
cara a un rival, no podía encararse con su esposa y decirle de una vez lo que
sentía.
¡Dios santo! ¿Qué tenía esta muchacha que hacía que un hombre como él titubeara
tanto?
Matt no recordaba jamás haberse dejado llevar por sus emociones… y sin embargo
ahora no podía ni siquiera tomar una decisión racional.
¿Dónde había quedado el Tirano? ¿Dónde estaba ese Matt Tanner al que sus enemigos
rehuían por no enfrentarle?
¡No era momento de mostrarse débil! ¡Y menos frente a Joseph! Emily estaba siendo
una distracción para sus planes y no podía darse el lujo de dar un paso en falso.
Debía permanecer atento y lúcido, pues tenía una misión importante que cumplir.
¡Recuperar el negocio millonario que le habían arrebatado de las manos y luego de
eso acabar de una puta vez con esta farsa!
—Mi amor, te ves cansado —susurró tocándole una mejilla con suavidad.
Matt cerró los ojos bajo el influjo de su caricia. No había duda de que Emily había
aprendido a actuar el papel de la esposa de Matt Tanner a la perfección. Eso le
fastidiaba mucho, pero lo más extraño del caso es que a la vez que le fastidiaba le
ponía de lo más cachondo.
—¿Vienes conmigo?
Emily le miró durante un segundo y luego se volvió hacia sus anfitriones con una
sonrisa de disculpa.
—Ha sido un largo viaje y ambos os merecéis un descanso. Ya tendremos tiempo mañana
de seguir cotilleando —le guiñó un ojo a Emily apretándole la mano afectuosamente.
—Buenas noches —dijo Matt pasando un brazo por los hombros de su esposa y guió a
Emily de regreso a su habitación.
—¿Se puede saber qué narices te pasa? ¡No has dicho una sola palabra en toda la
cena!
Matt echó a andar hacia la cama, descorrió las cortinas del dosel y se tumbó
cubriéndose los ojos con las manos y lanzando un sonoro resoplido.
Quería decir algo, pero no sabía por donde cojones empezar, así que permaneció
callado y furioso consigo mismo se quitó los zapatos pateando hacia arriba primero
un pie y luego el otro, mientras Emily le miraba con la boca abierta.
Matt gruñó.
—Es tarde. Apaga la luz y métete a la cama —tras decir esto empezó a quitarse la
ropa aún acostado, como si no tuviera fuerzas suficientes para incorporarse, y
luego fue tirando sus prendas al suelo una a una.
—¿Qué dices?
—¡No eres mi marido! —vociferó sin darse cuenta que estaba gritando.
—Ten más cuidado, nena —dijo él en voz baja y agregó—: Sería una putada que estando
tan cerca de conseguirlo nos descubrieran.
Ella bufó pero acabó por asentir con la cabeza dándole la razón. Matt sonrió dando
unas palmaditas sobre el colchón.
—Entonces ven y acuéstate junto a mí.
—¡No! —gritó ella en susurros y se volvió señalando el diván de cuero negro que se
encontraba al otro lado de la estancia. —Prefiero dormir allí.
Esta vez fue Emily quien le reprendió con la mirada indicándole que no hablara en
voz tan alta.
—¿Crees que los Orwell han dejado de vigilarnos? ¡No seas ingenua, Emily! Nos han
traído hasta aquí y nos han puesto en la misma habitación para probarnos. ¿Acaso no
te das cuenta?
En ese momento oyeron ruidos del otro lado de la puerta y Emily se quedó paralizada
en su sitio tratando de oír lo que pasaba allí fuera. Ambos escucharon con claridad
unos pasos que se alejaban de prisa por el pasillo.
—Nos están controlando, nena. No podemos bajar la guardia ahora. Imagina que tú te
acuestas a dormir en el diván y yo me quedo en la cama. ¿Qué haremos cuando la
criada suba a traernos el desayuno y nos encuentre separados? —Emily no supo qué
responder a eso y Matt continuó—. Y como a Susan le dé por pasarse a mitad de la
noche con la excusa de ver si necesitamos algo, estamos fregados.
—Le diré que hemos discutido y que por eso he preferido dormir sola —dijo ella,
aunque ya no se la oía tan convencida como antes.
—No lo sé…
Dudó antes de dar un paso en dirección a la cama. Se aproximó con sumo cuidado y
alargó una mano para tocar los cojines, como si se tratara de algo que pudiera
explotar en cualquier momento.
Él se encogió de hombros.
—Podría ser peor. Suelo dormir en pelotas. Si llevo calzoncillos es únicamente por
respeto a ti.
Emily permanecía quieta al lado de la cama, cubriéndose los ojos con las manos.
—Yo también voy a cambiarme de ropa —dijo y echó a andar hacia el cuarto de baño.
Tras desvestirse salió con un camisón largo color champán, apagó las luces y apartó
las cortinas de seda para meterse en su lado de la cama, alejándose lo más posible
hacia el borde del colchón.
Al ver los recaudos que tomaba para no rozarse con él, Matt se echó a reír.
Tumbado boca arriba con los brazos debajo de la nuca, Matt giró la cabeza hacia
ella, aunque todo lo que podía ver era cojines apilados.
—¿Sabes? Es extraño, pero siempre me ha resultado lo más natural del mundo dormir
con una mujer. En cambio contigo… —se interrumpió de repente.
Tras una larga pausa Emily se volvió hacia la valla de cojines con curiosidad.
Matt suspiró.
—Serás exagerado.
—Pues sí, sé que es extraño —durante unos instantes Matt se quedó mirando el techo
pensativo antes de añadir—. A lo mejor saber que te provoco repelús es lo que me
incomoda tanto.
—Nunca has dormido junto a un hombre en la misma cama, ¿es eso, verdad?
—¿Y si fuera así qué tendría de malo? ¿Acaso he cometido un crimen por no haberme
acostado con nadie?
Emily lanzó un jadeo de indignación del otro lado de la valla de cojines y él soltó
una carcajada negando con la cabeza. Su candor e inocencia le satisfacían. La
encontraba femenina y vulnerable. Quería cuidarla y protegerla, asegurarle que con
él estaría a salvo.
Pero luego de pensárselo unos segundos hizo una mueca y se dijo: ¿Acaso no te
escuchas? ¡Qué coño estás diciendo! ¿No estarás volviéndote un cabrón sentimental y
ñoño como Joseph Orwell?
¡Venga, deja ya de pensar idioteces!, se ordenó a sí mismo y alargó una mano para
tirar del cordel que cerraba el dosel.
—Eres única, Emily Tanner —dijo al fin como si le estuviera hablando al aire, y
antes de cerrar los ojos añadió—. Dulces sueños.
En ella Emily estaba perdida en el bosque y pedía socorro. Matt andaba cerca de
allí tratando de encontrarla hasta que la vio tumbada entre unos arbustos. Al
acercarse mejor vio que tenía una pierna atrapada en una trampa para osos, de esas
que ponen los cazadores furtivos. El hierro de la trampilla de acero se la había
destrozado y fue en ese momento que Matt gritó con todas sus fuerzas corriendo
desesperado hacia ella para tratar de liberarla.
No poder ayudarla le angustiaba tanto que acabó por despertar con el corazón
latiéndole a mil por hora.
Secándose la frente volvió a tumbarse boca arriba con los ojos fijos en las sombras
que la luna proyectaba sobre el dosel.
La culpa le carcomía.
Así que durante un buen rato meditó acerca de cuáles serían las palabras apropiadas
para no ofenderla.
Mierda, todo sonaba mal en su cabeza. Definitivamente no era bueno para estas
cosas. Le faltaba tacto, era demasiado bruto y directo. Esos rasgos que le habían
resultado tan útiles para tratar y negociar con tipos rudos, no le servían para
hablar con su esposa de un asuntno tan delicado.
Aún así debes intentarlo, se dijo dándose ánimos, y con una mano empujó los cojines
hasta abrir una grieta por donde alargó un brazo para tocar el hombro de su esposa
con la punta de sus dedos.
—Emily —susurró.
—Nena, despierta —insistió hasta que al fin ella volvió su cabeza lentamente sobre
la almohada y parpadeó confundida al verle.
Ella se restregó los ojos con las manos mientras se sentaba recostando la espalda
en el cabecero.
Ella hizo un silencio, desvió la mirada hacia sus manos que no paraban de moverse
nerviosas. Su expresión pareció tensarse de repente y Matt reprimió el impulso de
acariciar su mejilla.
—Temo herirte con mis palabras —añadió agachando la mirada y de pronto se encontró
siguiendo la forma de las vetas del piso de madera como un modo de calmar sus
nervios.
Mierda, no recordaba la última vez que le había dado semejante ataque de pudor al
hablar con una mujer. Probablemente nunca antes. Pero es que los ojos de Emily
tenían un poder que él no había conocido hasta el momento. Eran una ventana a su
alma desnuda y le acojonaba estar al lado de una persona tan íntegra y verdadera.
Se sintió un cobarde por primera vez en su vida y no era una sensación nada
agradable.
Matt tomó aire y se armó de valor. No era su estilo andarse con rodeos así que
decidió ser directo.
Oyó que Emily aspiraba el aire rápidamente y Matt levantó la vista para mirarla.
Parecía haberse congelado en su sitio y la voz le tembló al preguntar:
Matt asintió con la cabeza y vio que esta vez ella no se sonrojaba sino que se
había puesto blanca como el papel.
Evidentemente podía adivinar que le había visto la cicatriz, así que decidió hablar
con franqueza.
—Tu herida, nena. He visto tu herida —alargó una mano para acariciar su mejilla
pero ella le rehuyó. Suspirando añadió—. Necesito saber cómo te lo has hecho.
—No puedo… no puedo hablar de ello, es demasiado… —la voz se le estranguló antes de
poder terminar la frase.
—Está bien, nena, no tienes que explicármelo ahora. Solo quiero que sepas que lo
siento. He sido injusto contigo durante demasiado tiempo y me atormenta no saber
qué hacer para resarcirte por todo el daño que te he provocado.
Emily temblaba cada vez más y cuando pensó que probablemente saldría huyendo de él,
la vio soltar el aire de los pulmones y volverse de golpe hacia él para mirarle con
sus ojos ambarinos.
—¿Perdona?
—¿Ah, no?
—Ya lo creo.
La sonrisa tenue de Emily hizo que su corazón se saltara un latido. ¿Por qué sentía
el impulso de abrazarla y protegerla? ¿Por qué se le puso en la cabeza que era su
obligación cuidarla y actuar como un buen marido?
No era nada para ella y ella no era nada para él, excepto socios circunstanciales.
O eso era al menos lo que había creído hasta el momento. Lo cierto es que ya no
estaba tan seguro, porque muy dentro suyo Matt sabía que había algo más.
Quitó otro cojín de en medio, y luego otro, y otro más hasta quedar cara a cara con
Emily.
Entonces decidió hacerle un pedido que no estaba seguro de cómo fuera a tomárselo.
—Han… han tratado de… de… de corregirla con una operación, pero no tenía el dinero
suficiente para…
—Ya, no es motivo de vergüenza. Es solo una cicatriz, nada más. Significa que has
sido lo suficientemente fuerte para sobrevivir a algo chungo. Y eso debería ser
motivo de orgullo para ti.
—Y lo es.
Al ver que ella no se movía estiró una mano sin pensárselo dos veces y comenzó a
subirle el ruedo del camisón sintiendo un nudo en su estómago a medida que
descubría su piel.
“Por favor…”
Emily dibujó aquella súplica con sus labios pero no hizo ningún otro intento por
detenerle.
Matt tomó aire un segundo antes de tirar de la fina tela y dejar al descubierto la
serpenteante línea blanca de la cicatriz.
Con cuidado alargó su mano y suavemente recorrió la herida con la yema de sus
dedos, que temblaron como si una corriente eléctrica les traspasara.
Matt cerró los ojos apretándolos con fuerza pues en su mente empezaban a surgir
imágenes de su propio pasado. Imágenes lascerantes de los golpes brutales que solía
propinarle su padre.
Sus padres solían dejarle por temporadas para que se las apañara solo, con poco más
que unas galletas en la despensa y un vecino que venía de vez en cuando para
echarle un vistazo.
Siempre se había sentido un niño rechazado y olvidado dentro de una inmensa mansión
vacía.
Más imágenes continuaron apareciendo delante de sus ojos cerrados como en una
pantalla de cine.
La forma en que su tía había decidido luchar valientemente por él haciendo una
denuncia en el juzgado de menores y que acabó costándole la poca salud que tenía.
Y tras ello, su triste declive al ver cómo ninguno de sus esfuerzos daban fruto,
pues el personal del juzgado había preferido aceptar el dinero de sus padres para
desestimar las denuncias y acallar el escándalo público.
Se le estrujo el corazón al recordar aquello y Matt abrió los ojos para mirar el
dibujo que su mano hacía sobre el contorno irregular de la cicatriz de su esposa.
Joder, pensó, le dolía como si fuera su propia herida.
Alzó la mirada con lágrimas contenidas pensando en lo capullo que había sido con
esta pobre chica que al igual que él había sufrido lo suyo, y a quien la vida no le
había ahorrado palos y sinsabores.
Apretando los puños y mordiéndose el labio inferior Matt hizo lo posible para
contener la ira que sentía. Contra sus padres, contra el mundo, contra sí mismo…
—¿Cómo haré para que olvides todo aquello que te he hecho pasar?
—Créeme, ya lo he olvidado.
Matt la miró con admiración y se pasó el dorso de una mano por los ojos.
Ella sonrió brevemente antes de bajar la mirada. Cuando unos instantes más tarde
volvió a levantar su rostro una lágrima rodaba por su mejilla.
—Nadie me había dicho algo tan bonito —dijo con un hilo de voz.
Dios mío, quería devolverle a esta mujer algo de la alegría que le había quitado,
quería ayudarla a que su vida fuera menos dura…
Pero sabía que no era tan fácil como desearlo. Aún no era digno de ella. Antes
debía ganarse su confianza.
Atónito contempló aquellos pensamientos como si tuvieran vida propia, pues nunca
había sentido algo así por nadie.
Lentamente levantó sus ojos hasta encontrar los ojos de ella que le miraban
emocionados.
Sin quitarle ojo volvió a coger el ruedo del camisón y tiró de él para subírselo,
esta vez mucho más allá de la cicatriz. Sin pedir permiso levantó su camisón por
encima de las caderas, dejando su vientre blanco al descubierto.
Así fue desvelando más y más partes de su cuerpo. Un cuerpo delicado y femenino,
unas curvas suaves que hacían que sus músculos se tensaran al extremo.
Cuando Matt quiso descubrir sus pechos, Emily le detuvo sujetando su mano.
—Deseo verte —protestó él—. Nena, nunca he deseado algo con tanta fuerza.
Finalmente Emily asintió con un gesto casi imperceptible y Matt tragó saliva antes
de apartar el camisón de su busto. Embelesado se quedó observando los senos
redondos y perfectos de su esposa.
Una ola de deseo incontrolable le invadió al instante. Atrapó sus pechos con las
manos y apretó suavemente. Emily gimió echando la cabeza hacia atrás al sentir como
Matt apartaba el sostén de encaje y adelantaba sus labios para besarla.
Jadeó de la sorpresa cuando él cogió un pezón entre sus dientes. Matt sonrió
mientras mordisqueaba la carne rosada y sensible. La tibieza femenina, el olor de
su piel, la suavidad del encaje de su sostén, todo ello hizo que el pulso se le
acelerara y la sangre corriera con desesperación hacia su entrepierna que de pronto
comenzó a pulsar de necesidad.
Con movimientos hábiles Matt besó los pechos de su esposa haciendo que se
retorciera de placer. Succionó con fuerza la punta tiesa de los pezones,
envolviéndolos con su lengua. Cada caricia suya arrancaba un nuevo gemido de la
garganta ronca de su esposa y ello le complacía de una manera muy especial. Ninguna
otra amante había conseguido hacer que Matt sintiera estas ansias de posesión.
Matt se removió incómodo. Su erección era tan grande que sus pantaloncillos ya no
servían para contenerla y aquella presión insoportable comenzaba a dolerle.
Los pezones de Emily también se habían endurecido como piedra y entonces Matt se
incorporó en un codo para mirar a su esposa a la cara. Había cerrado los ojos y se
mordía el labio inferior en una expresión de agonía.
No pudo evitar sonreír con sastisfacción masculina. Le encantaba ver cómo su esposa
respondía con tanta naturalidad a sus atenciones. Aun así, decidió que sería mejor
dejar en paz sus pechos de momento, pues tenía un objetivo más apremiante que
atender.
Matt sonrió para sí y colocó ambas manos sobre sus caderas, aplastando su cuerpo
contra el colchón con la intención de detenerla.
—Quieta, nena —ordenó mientras seguía con sus ojos aquella sombra de vellos tenues
que descendían en línea recta hacia su entrepierna.
Solo una vez que Emily se hubo aquietado, Matt le apartó las piernas dejando al
descubierto su centro rosado y brillante.
—Matt, por favor… —jadeaba ella mientras él ahondaba su beso sin tregua, separando
con sus dedos los pliegues sedosos y hurgando en ella con habilidad.
Que Dios me perdone, se dijo Matt de pronto porque en ese momento no le importaba
que Emily fuera virgen, ni que jamás hubiera sido besada así por un hombre.
Lo único que anhelaba era tomarla con brutalidad. Penetrarla y embestir con fuerza
contra sus caderas. Dejarse llevar por sus instintos y hacerla suya completamente.
Pero no podía hacer eso, se dijo apretando los dientes. Sería llevar las cosas
demasiado lejos, quizás hasta un punto sin retorno…
Mierda, era tan suave y estaba tan apretada que tuvo que hacer un esfuerzo
sobrehumano para controlarse mientras continuaba tocándola con sus dedos en una
caricia lenta, áspera y profunda.
Una y otra vez su mente volvía a repetir las mismas palabras de advertencia:
“No seas imbécil, Matt Tanner. No has venido hasta aquí para follarte a tu
empleada. Lo fastidiarás todo por un calentón.”
Se detuvo de golpe, sobresaltado por sus propias palabras que le escocieron como
una bofetada.
Aún jadeando trató de recobrar su sensatez cuando de golpe sintió que alguien le
rozaba la frente. Sobresaltado miró hacia arriba. Era Emily que había alargado su
brazo para coger un puñado de su pelo, y gimiendo con los ojos entrecerrados
trataba de empujarle de regreso hacia su entrepierna.
No puedo hacerlo.
Se incorporó con brusquedad y Emily abrió los ojos empañados de deseo y le miró.
Matt volvió a ponerse cara a cara con su esposa y aturdido por su propio deseo
masculló:
Joder, tenía una expresión tan endiabladamente sexi que a Matt le costó toda su
fuerza de voluntad convencer a su cuerpo de que esta mujer no estaba destinada para
él.
—No digas nada, Emily, no me lo pongas más difícil. Regresemos a dormir que aún es
temprano.
Suspiró y dio más vueltas en la cama hasta que al fin logró conciliar el sueño.
Una Emily despeinada y sudorosa le miraba desde abajo, atrapada bajo su cuerpo.
Matt sonrió.
—¿Nada raro?
—¿Qué insinúas?
Matt levantó las sábanas de su cuerpo y las mantuvo en alto lo suficiente para que
Emily tuviera tiempo de echarle un buen vistazo a su paquete.
Mientras Matt se partía de la risa como un crío travieso, Emily fue hasta el cuarto
de baño bufando, abrió el grifo y furiosa se cepilló los dientes. Cuando regresó
Matt aún continuaba doblado de la risa.
—Es tarde —dijo ella volviéndose hacia él—. He estado tratando de despertarte
durante un buen rato pero tienes el sueño pesado como el de un oso.
—¿Qué dices?
Miró a Emily con una sonrisa de listillo en los labios.
—¿Qué mejor que nos hayan visto juntos en la cama y abrazados? ¿No es así como se
supone que deben despertar las parejas que acaban de casarse?
Joder, se sentía tan natural despertar al lado de esta mujer… Se sentía como si lo
hubiera estado haciendo toda su vida.
—Aun así —dijo ella—, no podemos quedarnos encerrados aquí. Nos están esperando.
Debemos vestirnos y bajar cuanto antes.
Matt volvió a bostezar cruzado de brazos apoyado en el vano de la puerta del baño.
Matt dijo aquello con una expresión de absoluta seriedad y tras unos segundos de
silencio, ambos se echaron a reír a carcajadas.
Verla reír así era todo un espectáculo, pensó Matt mientras la observaba fascinado.
Se quedó mirando sus labios fijamente como si tuviera la intención de hacer de
ellos su desayuno. Al notarlo, Emily se removió incómoda pero aun así no apartó la
mirada de él.
En ese momento alguien desde fuera llamó con insistencia interrumpiendo el hechizo
y ambos giraron la cabeza hacia la puerta cerrada.
Matt hizo una mueca. ¿Una puta excursión? ¿A estas horas? ¿En serio?
—Que aproveche, nosotros haremos nuestro propio picnic aquí en la cama —contestó de
mala gana.
—¡Susan, lo siento! Es que vamos cortos de sueño —añadió ella a modo de disculpa.
—Vale, chicos —dijo Susan entre risas—. He captado la indirecta, así que os dejaré
“descansar” durante una hora más.
Se quedaron oyendo cómo Susan se alejaba riendo por el pasillo y Emily miró a Matt
con alarma.
—¡No podemos quedarnos aquí! Hay que seguir la farsa.
Matt se encogió de hombros y entró en el cuarto de baño. Emily oyó que se metía
bajo la ducha como si no tuviera una sola preocupación en el mundo.
—Tanner…
—No te preocupes, nena. Te aseguro que el quedarnos aquí encerrados les convencerá
de nuestro amor más de lo que podamos decir o hacer allí fuera.
Al rato Matt salió de la ducha con una toalla envuelta en la cintura y se sentó a
su lado.
—¡Imagínate la cara que se le quedará a Joseph cuando Susan le diga que nos
pasaremos la siguiente hora en la cama revolcándonos como cerdos en el lodo!
—¡Tanner!
Emily puso los ojos en blanco y le propinó unos golpecitos en el brazo a modo de
reproche. Pero Matt la aferró de la muñecas y la tumbó hacia atrás pillándola de
sorpresa. Luego rodó sobre ella hasta quedar tendido sobre su cuerpo. Emily jadeó
indignada y trató de quitárselo de encima respirando con agitación, pero era tan
fuerte y pesado que ni siquiera podía moverle.
Ambos se quedaron mirándose a los ojos durante un momento hasta que sus bocas
lentamente comenzaron a acercarse.
—Abre los ojos, nena. Quiero que me mires cuando te hablo —ordenó con el ceño
fruncido.
Matt gruñó apretándola aún más contra sí. Dios, esta mujer es demasiado sensual, se
dijo sintiendo que una fuerza animal le nublaba la mente. Le urgía abandonarse a
sus pasiones, dejarse arrastrar por sus deseos como nunca antes lo había hecho. Sus
músculos se contrajeron con fuerza luchando contra aquella necesidad primal.
—Nena…
—¿Te gusto?
—Mucho.
—Estás más loca de lo que pensaba si te gustan los ogros como yo.
—No eres un ogro —dijo acariciando su mejilla algo rasposa pues llevaba dos días
sin afeitar. Tímidamente añadió—: Solo estás herido.
—¿Cómo dices?
Emily se mordió el labio nerviosa como si prefiriera callar, pero tras unos
segundos alzó su barbilla en un gesto de resolución.
—¿Herido yo? —Matt negó con incredulidad—. Veo que no te conformas con ser mi
asistente y mi esposa, ahora también quieres ser mi psicoanalista.
—¿Mi amiga? —preguntó mofándose de aquella idea absurda—. Nena, ¿realmente crees
que un hombre como yo puede tener amigos?
Sus rostros estaban a centímetros el uno del otro y sus respiraciones se mezclaban
en el aire que compartían.
¿Qué mierda crees que estás haciendo?, se preguntó Matt mirando un águila cruzar el
cielo, viendo cómo batía sus poderosas alas extendidas mientras se perdía entre las
montañas a lo lejos.
¿O qué?
No lo sabía.
De repente sintió que le abrazaban por la cintura y Matt bajó la vista para ver dos
pequeñas manos cuyos dedos se entrelazaban a la altura de su estómago desnudo.
Él arqueó una ceja con sorpresa pero no se volvió a mirarla, continuó mirando las
lejanas montañas con sus labios apretados.
—Por mucho que te empeñes en demostrar lo contrario —continuó ella—, eres una
persona valiosa. Tú y yo sabemos que ese tirano mandón y con muy malas pulgas es
apenas una fachada.
Matt se burló.
—No seas tonto, claro que la tienes. Todos la tenemos. Y puedo asegurarte que la
tuya no es la de un tirano —dijo con sus labios casi pegados a su espalda. A Matt
le ponía nervioso no poder mirarla pero ella parecía sentirse más cómoda hablándole
de esa manera, así que se relajó y puso sus grandes manos sobre las suyas
envolviéndolas tiernamente. Sintió cómo Emily se estremecía con su contacto y
sonrió. Luego de una pausa ella continuó hablando—. He visto al otro Matt Tanner,
aquel a quien le importa de verdad lo que siente la otra persona. Aquel que se
preocupa por mis sentimientos y no se corta en pedir perdón por sus errores del
pasado… —Emily hizo otra breve pausa antes de añadir—. Ese no es el comportamiento
egoísta de un tirano, ¿no crees?
Lentamente Emily se apartó de él y Matt se volvió para mirarla. Ella abrió la boca
para protestar pero Matt la cortó.
—¡Sí, como lo oyes, me idealizas! Crees que soy un hombre bueno solo porque en una
ocasión me he preocupado por ti. Pero te equivocas, nena, pues esa es la excepción
que confirma la regla —levantó un dedo a modo de advertencia—. Déjame darte un
consejo, no te dejes engañar por tipos como yo. Tú no tienes la suficiente
experiencia para saber de estas cosas. Te puedo asegurar que no he cambiado un
ápice. ¿Entiendes? ¡Ni un ápice!
Emily sacudió la cabeza tratando de negar sus crueles palabras, pero Matt insistió:
—No soy una buena persona, nena. Sigo siendo un capullo y uno bastante peligroso
para una chica buena como tú.
Hizo una pausa para asegurarse de que sus palabras causaran el efecto que buscaba,
pero ella no pareció amedrentarse. Al contrario, su actitud era decidida y Matt se
obligó a adoptar una expresión de indiferencia para no demostrar cuánto se sentía
afectado por ella.
—No eres ningún capullo —dijo Emily golpeando el pecho de Matt con un dedo—. ¿Sabes
cómo lo sé?
—Porque me lo dice el corazón. Y esto de aquí jamás me ha engañado —se llevó una
mano abierta a la altura del corazón y se palmeó allí un par de veces.
—Bah, esas no son más que palabras vacías —dio un paso hacia delante hasta quedar
casi pegado a su cuerpo—. Emily, tú no has vivido la vida. Tu corazón no puede
aconsejarte sobre estas cosas. Yo de ti no me fiaría de él.
Ella entreabrió la boca pero no dijo nada. Roja de indignación se dio la vuelta y
echó a andar en dirección a la salida. Matt corrió tras ella y antes de que pudiera
abrir la puerta y salir de la habitación, la aferró del brazo para impedírselo.
—¡Ya que tienes tanta experiencia…! —comenzó a decir pero calló interrumpiéndose de
pronto.
—¿Qué? ¡Venga, habla! —le ordenó como si hubiera vuelto a ser aquel jefe déspota
que ella tanto temía y despreciaba.
Pero esta vez Emily no retrocedió. Aunque se encontraba tan agitada que le costaba
respirar y su pecho subía y bajaba a gran velocidad, decidió acabar con lo que
había empezado.
—Tú estás ciego y no puedes ver lo que para mí es tan evidente —dijo mirándole con
un brillo de desafío en los ojos.
—¡A que sí que has cambiado! ¡Que ya no eres esa persona odiosa y prepotente que le
ladraba a todo aquel que quisiera ayudarle, excepto que tuviera un buen par de
piernas!
—Tú crees que me conoces solo porque llevabas mi agenda y organizabas mis citas y
mis viajes. ¿Pero sabes qué? —preguntó dando un paso hacia ella quedando a
centímetros de su boca—. Más allá de lo obvio, tú no sabes nada de mí.
—Eso no es cierto.
—No eres más que una fachada, Tanner —siseó ella—. Pero algún día llegará la mujer
que pueda traspasar tu dura coraza. Y entonces sabrás que yo llevaba razón.
Se miraron a los ojos hasta que Emily bajó la vista para mirar la mano morena que
aún le aferraba el brazo. Entonces Matt la soltó a regañadientes y ella se deslizó
descalza y silenciosa fuera de la habitación dejándole allí de pie, solo y
aturdido.
La estaba cagando. ¡Vaya si la estaba cagando! ¿Desde cuando las palabras de una
mujer le afectaban tanto? ¿Desde cuando tenía que controlar su deseo como si fuese
un animal salvaje incapaz de pensar con racionalidad?
Se pasó una mano por la nuca y lanzó un resoplido. La culpa era suya, no debió
haber aceptado el celibato forzado. ¡Sus puñeteros instintos le estaban
traicionando!
Tembló al pensar que le quedaban aún dos noches más compartiendo cama con su
esposa. Si en la primera noche no había podido resistirse a ella, ¿qué leches
ocurriría durante la siguiente?
Matt salió de la habitación unos quince minutos más tarde y echó a andar hacia el
sitio donde el casero del rancho le indicó que su mujer se había dirigido.
Su mujer, se repitió haciendo una mueca y soltando un taco mientras caminaba con
grandes zancadas entre pinos y abedules. Comenzaba a ver a Emily con otros ojos y
eso no podía ser bueno.
Entre ellos jamás hubo química ni chispa ni atracción, ¡ni siquiera una mísera
corriente de simpatía mutua! Eso había quedado claro desde el principio de su
relación laboral.
Pero ahora…
Algo había cambiado definitivamente. Y era algo más que aquel contacto sexual de
anoche. Pero Matt no lograba descubrir exactamente el qué.
Su cuerpo le pedía regresar junto a ella y terminar lo que había comenzado, pero su
mente sabía que aquello era una locura. Todo lo que conseguiría sería poner en
peligro la farsa y desbaratar todos sus planes. ¡No podía hacerlo!
Joder, se pasó una mano por el pelo, alzó sus ojos y miró al cielo, ¿de verdad se
estaba volviendo loco de deseo por Emily?
En ese momento el ruido de unos cascos golpeando contra la tierra le sacó de sus
pensamientos y giró la cabeza. Unos segundos después apareció una figura entre los
árboles y para poder verla mejor Matt alzó una mano resguardándose del sol. Al ver
el pelaje blanco de Belfos arrugó el ceño. ¿Qué diablos hacía el caballo de Susan
por aquí?
Pero enseguida distinguió al jinete y sonrió aliviado. Emily montaba llevando las
riendas como una experta. Matt sonrió al verla llegar pero a medida que se acercaba
más advirtió que su esposa estaba seria como la muerte. Ella le miró a los ojos
pero no le devolvió la sonrisa y Matt hizo una mueca de fastidio.
—Tampoco me lo preguntaste.
Matt suspiró.
—Pues demuéstramelo.
Matt sonrió y dio un paso hacia delante para acariciar el morro del animal.
—Belfos sabe cómo llegar hasta el sitio donde se hará el picnic —añadió ella y Matt
levantó una ceja.
—Un picnic… Vaya, estupendo —comentó irónico pues no le apetecía hablar con nadie.
Mucho menos sentarse a comer alrededor de una cesta de picnic junto a los Orwell
durante el resto del día.
Lo único que le apetecía era sentarse en una cima rocosa como un monje y meditar
acerca de su destino. En soledad, sin nadie que le tocara los cojones. Ni siquiera
Emily. Ella solo lograba distraerle y hacerle pensar en lo mucho que necesitaba
echar un polvo.
—¿Vienes o no? —preguntó ella dando una palmada sobre el lomo del caballo,
indicando que podía subirse tras ella si así lo deseaba.
Matt resopló algo enfurruñado pues hubiese preferido ser él quien llevara las
riendas. Aun así se montó dando un salto ágil y se sujetó de la pequeña cintura de
su esposa.
El contacto con ella era una puta tortura. Matt tensó sus músculos poniéndose en
guardia pues no quería excitarse. Pero Emily se lo ponía demasiado difícil, pues su
melena suelta se sacudía con la marcha, y rozaba sus pectorales y sus brazos,
haciéndole unas cosquillas deliciosas.
Pero donde la mente de Matt se concentraba realmente era allí donde sus manos
agarraban la angosta cintura femenina. La blusa que llevaba dejaba su ombligo al
descubierto y Matt se humedeció los labios mientras rodeaba su cintura apoyando a
propósito las palmas en su tibio vientre. El contacto de sus dedos ásperos con la
piel sedosa le provocaba todo tipo de sensaciones. Y a juzgar por la forma en que
Emily se estremecía, supo con certeza que también a ella le afectaba su cercanía.
Matt cerró los ojos conteniendo las ganas de apoderarse de su esposa. Gruñó
pensando que estaba jugando con fuego y de inmediato quitó las manos de su cintura
para sujetarse de la grupa del animal.
Matt apretó las mandíbulas mientras su corazón galopaba más rápido que Belfos.
Necesitaba volver a ser el Matt Tanner de antes, aquel hijoputa al que le corría
sumo de tomate frío por las venas y no este adolescente cachondo y alocado que se
moría de deseo por una persona con la que no tenía absolutamente nada en común.
¡Absolutamente nada! Pues todo lo que le unía a Emily eran apenas unos contratos y
una relación profesional que de conseguir lo que buscaba, pronto llegaría a su fin.
Además, tampoco iba a permitir que una pobre chica sin experiencia se hiciese
ilusiones con él. Porque ella estaba encaprichada de él, eso estaba más que claro
para Matt. Y él no podía negar que ella le gustaba y que no le importaría liarse
con ella un par de noches.
Pero gustarse y querer liarse no eran motivos suficientes para poner en riesgo las
negociaciones con Orwell, se dijo con firmeza.
Su relación con Emily debía volver a encauzarse cuanto antes. El suyo era un
acuerdo estrictamente comercial y continuaría de aquella manera hasta el final.
Matt respiró aliviado sintiendo que sus ideas al fin comenzaban a aclararse, y el
resto del camino lo hicieron sin sobresaltos.
Tras descender una ladera repleta de zarzas, el bosque se abría a un valle moteado
de lavandas y otras flores silvestres rojas, blancas y azules. Siguieron un camino
de tierra apisonada por el que Belfos podía trotar con facilidad y pronto llegaron
al sitio del picnic.
Los nietos de Joseph fueron los primeros que les divisaron y salieron a recibirles
dando gritos, saltos y cabriolas. Linda y Nora habían llegado aquella mañana junto
a sus niños y al parecer estaban pasándoselo en grande.
Matt desmontó y cuando quiso ayudar a Emily ella le detuvo con un gesto.
Matt se quedó observándola con el ceño fruncido mientras ella se bajaba de un salto
y ataba a Belfos con una rapidez y pericia que le dejaron boquiabierto. En ese
momento sintió que algo tiraba de sus piernas y bajó la vista para ver a dos de los
peques que se habían trepado a él agarrándose con sus manitas sucias de los
pliegues de la tela vaquera.
Por un momento se quedó paralizado sin saber qué hacer. Miró a Emily para pedir
auxilio y ella se echó a reír al ver la expresión de espanto de sus rostro.
—Solo son niños —dijo sacudiendo la cabeza de un lado a otro.
Emily se acercó e intentó coger a los niños pero ellos refunfuñaron negándose y
alargando sus manitas hacia Matt para que fuera él quien los aupara.
—Tienes algo que atrae a los peques —comentó Nora con una sonrisa mientras le daba
un bocado a un trozo de pastel de nata.
Emily se disculpó con Nora, pero ella reía encantada y le guiñó un ojo a Matt,
quien le devolvió el gesto esbozando su clásica sonrisa de guaperas. Estaba
acostumbrado a causar ese efecto en las mujeres. Podía decir lo más borde del mundo
y comportarse como un gilipollas que todas se lo perdonaban.
—Vale, haré un esfuerzo — dijo con resignación y se puso en cuclillas abriendo los
brazos. —¡Venga, chicos! ¿Alguna vez habéis montado un caballo tan grande?
—¿Estáis listos? —preguntó y cuando todos respondieron que sí, se puso a relinchar
como un caballo desbocado.
Por un buen rato anduvo de aquí para allá con los niños a cuestas, haciéndoles
bromas y oyendo con paciencia sus historias de búsquedas de tesoros y hadas en el
bosque.
—Vaya marido te has pillado… —dijo Linda volviéndose hacia Emily con una sonrisa
cómplice.
Sin quitarle ojo a Matt, Nora asintió de acuerdo y añadió con una mirada soñadora:
—Súper guapo, cariñoso y bueno con los niños. ¡Es el hombre perfecto!
El picnic duró varias horas y fue una oportunidad para que Emily y Matt pudieran
interactuar con los Orwell en un ambiente relajado. Pasado el mediodía tendieron un
mantel bajo la sombra de un ciprés y las mujeres del clan comenzaron a sacar comida
a raudales de sus canastas y mochilas.
—Tenéis que probar estas albóndigas —comentó Susan orgullosa y al instante todos
cogieron una del plato hasta no dejar más que migajas.
Joder, se dijo al terminar de comer mientras se chupaba los dedos de uno en uno, me
hacía falta una buena comilona. Con todo lo que tenía en su cabeza ni siquiera se
había dado cuenta de lo hambriento que estaba.
Sonriendo pensó que gracias a Emily en los últimos tiempos su apetito había
mejorado notablemente. Su comida casera le sentaba de maravilla. Claro que había
tenido que extremar su rutina de ejercicios para quemar todas esas calorías
adicionales, pero el esfuerzo merecía la pena.
Después del almuerzo Matt se tomó unos minutos para observar a los Orwell en
acción.
Matt lo miraba todo fascinado y mentalmente comparaba la vida de esta familia con
su antiguo estilo de vida de mucha fiesta, mucho trabajo y también mucha soledad.
Sinceramente no lo creía.
Matt se alegraba por los Orwell y reconocía que Joseph había hecho un buen trabajo
como patriarca de la familia, pero se daba cuenta que él no estaba hecho para esa
vida.
No, él era muy distinto a ellos. Por ejemplo, ¿hacía cuánto que no se sentía a
gusto con un grupo de personas? ¿Cuánto que no hacía nuevos amigos?
Siglos. Y no creía que fuera a cambiar. Aunque debía reconocer que los Orwell
comenzaban a caerle simpáticos.
Incluso Joseph le parecía un tío majo, a pesar de sus ideas retrógradas. Había
tenido un fallo muy gordo al juzgarle como una mala persona basándose únicamente en
su estilo de vida, pero Matt no podía seguir reprochándole por siempre un error que
él también solía cometer con frecuencia.
Joder, otra vez volvía a sentirse fatal por haber engañado a esta familia
encantadora que le estaba tratando como si fuera uno más, dándole el cariño que
nunca tuvo en su propio hogar sin pedirle nada a cambio. Eso era algo que no tenía
precio y sin embargo él no lo había valorado sino hasta ahora.
Se dio cuenta que ya no podía verles a la cara sin sentir culpa y se sintió
incómodo en su presencia. Él no pertenecía aquí. Esta no era su gente. Y sería
mejor que se alejara pronto de ellos si no quería acabar por herirles.
Pero de repente todas aquellas virtudes parecían no ser suficientes. Una vida de
logros profesionales había estado bien hasta hace unos meses atrás, pero ya no le
bastaba.
Una vida de lujuria había estado muy bien por un momento y se había divertido
mientras había durado, pero ahora le parecía una forma vacía y estúpida de pasar el
resto de su vida.
Tensó sus mandíbulas y apretó sus puños apurando el paso mientras oía el crujir de
las agujas de los pinos bajo sus zapatos.
¡Todo esto era culpa de Emily! ¡Su esposa le estaba influenciando demasiado!
Se dijo que era su deber hacer algo o acabaría por destruir su vida tal como la
conocía.
Se detuvo en seco apretando los puños contra su cuerpo y aguardó durante unos
cuantos segundos en completo silencio. Al fin vio que una figura asomaba entre los
árboles acercándose en su dirección y tensó los músculos.
—¡Tanner! ¡Vas demasiado deprisa para un viejo con una cadera de metal!
Matt soltó el aire de los pulmones al reconocer la voz de Joseph que al verle le
saludó con la mano. Volviendo sobre sus pasos se acercó al accionista y le saludó
con una palmada afectuosa en la espalda.
—Bueno, es una buena práctica para lo que me espera —dijo Matt encogiéndose de
hombros y Joseph se echó a reír.
El viejo tenía una risa campechana y sincera. Una risa de padre, pensó Matt aunque
le pareció extraño pensar aquello pues su padre jamás reía.
—Tienes razón, hijo —dijo Joseph acomodándose las gafas en el puente de la nariz,
un gesto que le daba aires de hombre sabio—, cuando lleguen los niños ya no tendrás
paz. Pero te aseguro que tendrás muchas otras cosas que ahora de seguro echas en
falta.
—Me imagino —dijo Matt con un matiz irónico pues tener niños era lo último que se
le pasaba por la cabeza.
—¡Oh, no, no, no! —dijo Joseph con vehemencia—. Hablo muy en serio. Te aseguro que
no te lo imaginas en absoluto. Escúchame bien, hijo, porque esto es importante.
Solo aquel día en que tu bebé tenga su primera fiebre, te darás cuenta de lo poco
que importa todo lo demás.
Se hizo un silencio y ambos se miraron. Matt intuía que lo que Joseph decía era
verdad, pero no quería pensar en ello. Temblaba al imaginar lo que podría llegar a
ser él como padre habiendo tenido a uno como el suyo.
—Me siento muy a gusto aquí —dijo Matt y añadió con una sonrisa—. Con vosotros,
quiero decir.
—También nosotros nos sentimos a gusto con Emily y contigo, Matt. Y por eso
desearía que hablemos.
—Sí, aquí. ¿Qué mejor sitio que este para limar asperezas entre nosotros?
Matt aflojó el paso y se puso a la par de Joseph. Le miraba por el rabillo con
ansiedad, pues sabía que este era el momento de la verdad. Aquí se decidiría su
futuro y el destino de su compañía.
Para su sorpresa sucedió tal como lo esperaba. Excepto la parte del alivio, pues
Matt no sintió ningún alivio ni se sintió mejor por haber sido más astuto que sus
enemigos.
La farsa que se había montado no hacía más que confirmar lo obvio, lo que sus
padres siempre habían dicho acerca de él.
Eso era lo que solía repetir su padre cada vez que le molía a golpes con el
cinturón.
Cuando Emily le cogió la mano Matt se sobresaltó y giró la cabeza para mirarla. Su
esposa estaba sonriente y se la veía feliz entre las demás mujeres y los niños. Al
instante sintió una punzada de remordimiento en el pecho. Suspirando para sus
adentros Matt se dijo que él jamás podría ser el hombre para ella.
La pobre chica había sufrido tanto como él, si no más, y merecía algo mejor. Un
hombre bueno, con quien pudiera formar una familia numerosa. Un clan, como el de
los Orwell.
Emily necesitaba a alguien que la amara y la respetara tal como era. Al contrario
de lo que había hecho él, que la había utilizado como pieza fundamental de su plan
sin detenerse a pensar en sus sentimientos.
Matt la miró a los ojos. Lo cierto es que se moría de ganas de acostarse con ella,
pero no iba a arruinar la vida de Emily por hacer el capullo. Había muchas otras
mujeres con las que podía tontear si lo que quería era sacarse el calentón que
llevaba.
Determinado a hacer las cosas bien por una vez, Matt se dijo a sí mismo que ya
tenía lo que quería. Su empresa seguía en pie. Había llegado el momento de pensar
de qué manera iba a darle fin a la farsa.
* * * * *
Cada vez que Emily intentaba acercarse a él, la rehuía como si tuviera la peste.
De nuevo se preguntó qué había hecho mal. ¿Por qué de repente estaba tan frío y
distante?
Fijo que tenía que ver con lo que había ocurrido entre ellos anoche, pensó
sonrojándose hasta la raíz del cabello a medida que los vívidos detalles de su
encuentro íntimo con su marido regresaban a su mente por enésima vez en el día.
Nunca se hubiera creído capaz de hacer algo así. Pero el caso es que lo había hecho
y no solo eso, ¡sino que había disfrutado como una loca!
En verdad su esposo no era ningún tirano. Más bien era un hombre estupendo al que
habían herido tan profundamente que había acabado por olvidar quién era él en
realidad.
Y ella era una de las pocas personas en su vida, si no la única, que podía ayudarle
a volver a encontrarse consigo mismo.
Buff, era ridículo, lo reconocía. Una cosa era acompañarle y fingir ser su esposa,
pues ese era su trabajo. Pero mezclar sus sentimientos en ello era una receta para
el desastre.
Suspiró sintiéndose culpable porque debería haber sido capaz de mantener las
distancias. Meterse en la cama con un hombre semejante era buscarse problemas, lo
sabía. Pero eso no quería decir que pudiera evitarlo…
Y su mirada… esos ojos azules que parecían ser capaces de atravesarla y ver en ella
tan profundamente como nunca nadie lo había hecho.
Estaba condenada, pensó cubriéndose la cara con las manos. Sentía algo innegable
por su jefe. Algo que nunca antes había sentido por ninguna otra persona.
Y debía admitir que estaba aterrada, pues abandonarse a su deseo era algo
completamente desconocido para ella.
Emily razonó que tenía dos opciones. Enfrentar sus miedos y entregarse a lo que su
corazón sentía, o huir de Matt Tanner para siempre.
Porque una cosa era segura, no podría permanecer junto a él como si nada hubiera
pasado entre ellos.
Lo que había sentido en sus brazos había quedado grabado en su mente a fuego y
jamás podría quitárselo de sus pensamientos, aunque se mudase a la China o se
hiciera monja.
Levantó las piernas y abrazó sus rodillas suspirando mientras observaba el último
resplandor anaranjado del sol.
Una brisa fresca despeinó su cabello. Empezaba a hacer frío y Emily tembló
cubriéndose a sí misma con los brazos. Por el rabillo del ojo vio a Tanner sentado
junto a ella. También parecía estar sumido en sus propios pensamientos.
Tanner esbozó una leve sonrisa que le dio a su expresión un aire de tristeza que
hizo que se le encogiera el corazón.
Emily negó con la cabeza enfáticamente sintiendo que había sido descubierta
haciendo algo prohibido y maldijo para sus adentros. ¡Odiaba que Tanner tuviera
aquel poder sobre ella!
—Venga, admítelo —dijo él sonriendo de lado—, me has echado de menos todo el día.
—Púdrete —le soltó pero enseguida desvió los ojos mirándose las uñas mientras
sentía la inevitable ola de calor subiendo hasta sus mejillas.
Él arrugó el cejo.
—Y tú has caído como un chorlito. Ahora no tienes más remedio que aguantar mi mala
leche.
Tanner se echó a reír mirándola de arriba abajo y ella se removió nerviosa pues
nunca sabía qué significaban esas miradas suyas.
De lo que sí estaba segura era que le gustaba que otra vez se mostrara juguetón con
ella. Debía admitir que echaba de menos su calidez.
—Pues yo te aguanto el mal genio, tú me aguantas las borderías y todos en paz —dijo
él con una sonrisa—. ¡Venga, arriba que es hora de regresar! —añadió poniéndose en
pie y ofreciéndole una mano. Emily la cogió y él tiró suavemente de ella para
levantarla. Una vez en pie, se quedaron mirándose a los ojos durante más tiempo del
necesario antes de ponerse en marcha.
Tras ayudar a Nora y a Linda a recoger las cosas del picnic, Emily fue a colocarle
el bocado a Belfos, pero Matt se adelantó a ella y fue él el primero en montar y
coger las riendas.
—Esta vez te llevo yo —le guiñó un ojo y Emily puso los ojos en blanco.
—Venga, dame una oportunidad de demostrarte que también puedo ser un buen jinete.
Emily entrecerró los ojos mirándole porque nunca podía estar segura si sus palabras
tenían un doble sentido.
—Muy gracioso —le señaló con el dedo—. ¡La próxima vez el bocado te lo pondré a ti!
Una vez que Emily estuvo bien sujeta de su cintura, Matt tiró de las riendas y
partieron al galope. Al poco alcanzaron a los Orwell, que iban montados en dos
caballos árabes negros que esquivaban árboles y zarzas con un trote elegante y
señorial. Belfos en cambio era un animal algo más rústico pero muy fuerte, y pronto
adelantó a los otros galopando tan deprisa como el viento.
—¡No es cierto!
—Claro que sí. No paraste de chillar en mi oreja durante todo el trayecto. Creo que
me has dejado sordo —dijo Matt llevándose un dedo a la oreja y haciendo el gesto de
desatascarla.
Bromeando Emily le empujó por el pecho, pero Matt la aferró de las muñecas
atrayéndola hacia él y poniéndose serio.
Sus rostros estaban a tan poca distancia que podían sentir el aliento del otro.
Entonces Emily cerró los ojos para recibir el beso inevitable. Pero pasados unos
cuantos segundos, al ver que los labios de Tanner no hacían contacto con los suyos,
volvió a abrir los ojos pero él ya no estaba allí. Haciendo una mueca Emily giró la
cabeza para ver a Tanner a varios metros de distancia andando lo más campante rumbo
al rancho.
Desconcertada y furiosa entrecerró los ojos. ¿Quién se creía que era para hacerle
semejante jugarreta? Dando un pisotón rabioso en el suelo de tierra maldijo por lo
bajo sintiéndose una idiota. Mosqueada le siguió unos cuantos metros por detrás y
cuando entró en la casa dejó que su marido subiera el primero a la habitación.
Prefería no estar allí cuando se duchara y se vistiera.
De pie en el porche se quedó esperando a que llegaran los Orwell, y luego de ayudar
a Joseph a desensillar los caballos fue a sentarse junto a Susan a ver la
televisión y cotillear un rato mientras desde la cocina comenzaba a llegar el aroma
de la cena.
Pasada una media hora decidió que era tiempo suficiente para que Matt se hubiera
vestido y subió los escalones a toda prisa de dos en dos, ansiosa por llenar la
bañera y darse un largo baño de espuma. Pero al entrar en la habitación se quedó
paralizada al ver que las maletas abiertas sobre la cama.
—¿Y esto?
Su marido finalmente se volvió hacia ella y con un gesto le indicó que cerrara la
puerta, visiblemente preocupado por que alguien pudiera oírles.
—Ajá.
Él alargó su respuesta por algunos segundos en los que la expresión de Emily fue
cambiando de curiosa a agónica.
—No lo he conseguido yo—dijo al fin con una expresión enigmática. Pero al ver la
cara de desmayo que ponía ella, se apresuró a añadir—. Lo hemos conseguido —
enfatizó el “hemos” con una sonrisa—. ¡Tú y yo, nena!
Emily se llevó una mano a la boca y se echó a reír de alegría. Luego dio varios
saltitos antes de abrazarse a su cuello para darle un beso de enhorabuena en los
labios. Cuando se apartó de él se pasó una mano por la frente.
—Quién lo diría…
Al parecer se encontraba tan perplejo como ella por lo bien que lo habían hecho.
—Vaya, las cosas pintan realmente bien para la empresa —dijo al fin cuando hubo
oído todo el relato.
Matt se limitó a asentir pero no dijo nada más al respecto y se puso a guardar el
resto de la ropa en las maletas.
Esa misma noche un rato antes de la cena, Tanner anunció a los Orwell que
adelantarían su partida. Ni Joseph ni Susan se mostraron muy de acuerdo e
intentaron convencerle para que aceptara quedarse un día más, pero él se mostró
firme en su decisión.
Al ver que era inútil hacerle cambiar de opinión, Susan propuso hacer algo especial
para despedirles. En vez de cenar en el salón como era habitual, colocarían una
mesa larga en la glorieta frente al lago y cenarían todos juntos al aire libre.
Sus cambios de humor eran tan bruscos e impredecibles que acababan mareándola.
Mientras las hijas de Susan les ponían sus abrigos a los niños y Joseph daba
órdenes a diestra y siniestra, Emily echó a andar rumbo al lago adelantándose al
grupo, mientras le daba vueltas a la cabeza tratando de encontrar la fórmula para
conseguir que Tanner pudiera comenzar a disfrutar de los momentos simples de la
vida. Esos mismos momentos que a Emily le daban tanto placer.
Lo dudaba, pues a pesar de todo tanto Joseph como Susan se mostraban encantados con
él.
Sentada a la mesa de la glorieta Emily se obligó a actuar con naturalidad ante las
demás mujeres pese a sentirse fatal. Sonreía, hacía alguna pregunta o gastaba
alguna broma, todo sin dejar de observar ni por un segundo a su esposo, que en ese
momento ayudaba a Joseph a traer los leños para encender un fuego a la orilla del
lago.
Emily se percató de que tras aquella tarea Tanner permaneció de pie junto al fuego
durante unos cuantos minutos más, como hipnotizado por las llamas danzantes.
Oh, cómo deseaba levantarse de la maldita mesa y correr a su lado; quizá abrazarle
y preguntarle qué fantasmas pasaban por su cabeza, qué era lo que le atormentaba
tanto…
Pero en cambio se quedó quieta en su sitio jugando a ser la esposa perfecta, hasta
que al fin le vio regresar a la mesa. Tanner caminaba cabizbajo, con las manos
hundidas en los bolsillos de su cazadora y una mirada pensativa. Al llegar se sentó
a su lado y la cogió de la mano mecánicamente cumpliendo su papel de marido con un
aire tan ausente y distraído que Emily debió darle un codazo para que espabilara.
—Es mi turno de despejar las ideas y estirar las piernas —dijo ella cortante.
Bufando y apretando los puños con rabia Emily echó a andar en dirección al lago,
siguiendo el contorno de la orilla y alejándose de la glorieta tanto como pudo.
Cuando una racha de viento azotó su cara se levantó el cuello de su abrigo. Para
ser una noche de inicios de verano el aire estaba bastante fresco. Levantó la
cabeza de pronto admirándose de aquel cielo claro y repleto de estrellas. Desde
donde estaba se podía admirar la Vía Láctea y divisó unas cuantas constelaciones
que su madre la había enseñado a reconocer cuando era una niña. Sonrió al recordar
aquellas noches de verano en el campo junto a su madre y suspiró volviendo a mirar
las aguas tranquilas.
¿Te has olvidado ya de los papeles del divorcio, firmados y apostillados por
notario, listos para ejecutarse en cuanto Tanner dé la orden?
De repente la idea de divorciarse de su jefe y no verle más pesó en su mente. Un
manto de tristeza parecía envolverla y en aquel momento se sintió tan frágil,
estúpida y solitaria que los ojos se le llenaron de lágrimas.
Menuda tonta estás hecha, se limpió las mejillas con el dorso de una mano indignada
por su reacción.
¿Por qué narices lloras?, se preguntó mosqueada. ¿Acaso él está llorando por ti?
¡No!
Cualquiera que te vea pensará que estás enamorada, se dijo sacudiendo la cabeza a
un lado y a otro.
¿Lo oyes, cabrito? ¡No estoy enamorada de ti!, se repetía sin cesar con cada
piedrecita que recogía del suelo y que arrojaba con furia al fuego. El crepitar de
los leños parecía contestarle con un deje de burla y ella respondía arrojando aún
más piedras.
Se detuvo solo al oír unas risas que se acercaban y se volvió para ver que los
comensales ya se habían levantado de la mesa. Arqueó una ceja al ver llegar a
Tanner rodeado de mujeres. Enganchada de un brazo traía a Susan y en el otro traía
a Nora. Parecía estar haciéndoles alguna clase de broma, pues ellas reían
encantadas.
Emily lanzó un gemido de indignación. ¿Por qué a ella la trataba como a una
desconocida mientras que con los demás hablaba y bromeaba como si nada?
Notó especialmente cómo Nora se cogía de su brazo y aquello la puso aún más
furiosa.
Estaba cabreada.
¡Eso es! Emily estaba cabreada consigo misma por ser tan inmadura. Rabiosa apretó
los dientes y cuando Tanner llegó a su lado para abrazarla tensó su cuerpo
quedándose tiesa en su sitio. Él la miró con curiosidad. Sus ojos azules se veían
tan dulces y cautivadores como si acabara de pulsar el interruptor de encendido de
su encanto.
Emily bufó hacia sus adentros. ¡Como si de verdad le preocupara algo acerca de
ella!
—¿Sucede algo, mi cielo? —preguntó él.
—Mi cielo —se mofó ella entre dientes fulminándole con una mirada asesina.
¡Estaba harta de aquel teatro! Matt Tanner era un marido farsante y sintió el
impulso de gritarlo a los cuatro vientos, pero en el último momento se contuvo. Que
ella estuviera cabreada con él no significaba que fuera a arruinarle la vida a
cientos de empleados de Tanner Security.
Emily miró con desprecio la mano que le ofrecía su esposo, pero acabó por aceptarla
lanzando un resoplido de fastidio.
—Venga, anímate. El plan es hacer de cuenta que es la noche de San Juan y sentarnos
todos a cantar alrededor de la hoguera, ¿qué dices?
A Emily se le cambió la cara y le miró con incredulidad. ¿Él le pedía a ella que se
animara? ¡Tenía que estar de coña!
A pesar de su cabreo Emily se dejó guiar por su esposo hacia uno de los troncos
tumbados alrededor del fuego que hacían de asiento. También los demás se fueron
sentando alrededor de la hoguera formando un círculo apretado.
Cuando el esposo de Nora sacó una guitarra, Emily puso los ojos en blanco.
Enseguida se oyeron los torpes acordes de la melodía de una canción pop tontorrona
que ella había oído cien veces en la radio.
Asombrada Emily miró a su marido que se había puesto a cantar a viva voz y parecía
estar disfrutando de aquello tanto como los demás. Nunca antes le había oído cantar
y su voz grave de barítono se tornó melodiosa y bastante afinada.
Muy pronto Emily se encontró cantando a coro junto a su marido canciones que hacía
años creía olvidadas. Su malhumor pareció esfumarse al instante y las risas
contagiosas de los demás consiguieron que volviera a reír como si no tuviera ni una
sola preocupación en el mundo.
Nuevamente Emily se sorprendió admirando a los Orwell. Eran una familia tan unida y
cariñosa que le recordaba lo que podría haber tenido si sus padres se hubieran
amado.
Pero no quería que esos tristes recuerdos le arruinaran la fiesta, así que se dejó
llevar por la magia inesperada de aquel momento; por la fantasía de que Matt era en
realidad su esposo y que la adoraba como jamás había adorado a otra mujer; y que
ella era una más del clan Orwell y tenía un grupo de personas en su vida a las que
podía llamar familia.
Transcurridas unas horas el fuego era apenas un rescoldo y Emily aún seguía sentada
allí junto a Matt. Los Orwell se habían retirado a sus habitaciones y únicamente
ellos dos permanecían en aquella fría noche.
Suspiró viendo cómo el fuego volvía a arder iluminando el rostro de su esposo, que
al regresar junto a ella trajo una manta que había dejado Susan para ellos. Tanner
le sonrió mientras se cubría con la manta invitando a Emily a arrebujarse en ella.
Ella aceptó poniendo su cuerpo a cubierto y al instante sintió que Tanner la atraía
hacia él para abrazarla como únicamente él sabía hacerlo. Cerró los ojos
disfrutando del íntimo contacto que le brindaba su esposo de ficción.
Igual este abrazo no tiene nada de ficción, se dijo esperanzada sabiendo que su
jefe no tenía ninguna necesidad de abrazarla así, pues a esas horas de la noche
nadie podría verles y no había que montar un numerito para nadie.
De pronto enderezó la cabeza intrigada por una idea que se le acababa de ocurrir y
se giro hacia Matt alzando los ojos hasta encontrarse con su mirada azul.
—¿Sabes? Siempre he soñado con tener una familia como la de los Orwell —dijo ella
con una sonrisa pensativa—. Me hubiera gustado crecer en un sitio como este. ¿Y
sabes qué más? Me preguntaba qué tan distintas hubieran sido nuestras vidas de
haber tenido unos padres como Joseph y Susan.
Visiblemente sorprendido por aquella pregunta, Matt se quedó mirándola durante unos
momentos.
—Pues… digamos que mucho. Aunque es difícil imaginarme creciendo en un sitio como
este, con el ambiente de amor y respeto que se respira aquí. Yo no he sido un niño
fácil, ¿sabes?
Emily levantó una ceja curiosa y Matt sonrió mirándola a los ojos.
—He sido bastante hijoputa. Si crees que ahora soy un capullo tendrías que haberme
conocido de pequeñajo. ¡Mis vecinos me odiaban! Aunque creo que…
Desvió la vista de pronto y apretó los labios. Emily advirtió que le costaba hablar
acerca del tema, por eso alargó una mano y le tocó una rodilla animándole a
continuar.
—Creo que si hubiera crecido rodeado de personas como los Orwell, habría sido un
niño más dulce y un tío menos insufrible, eso seguro —dijo con una sonrisa irónica.
Pero Emily no sonrió y le miró a los ojos sintiendo que esta era una oportunidad de
conocerle mejor. Había mucho de la vida de su jefe que no conocía. Tal vez le
dijera algo que quizás le ayudara a entender por qué a veces se acercaba a ella y
otras se tornaba frío como un témpano de hielo.
—¿Te has enamorado alguna vez? —preguntó Emily de sopetón y al darse cuenta de lo
que había dicho se ruborizó.
—¿Qué?
—Nada, solo que me hace gracia que a la primera que me descuido ya empiezas con tus
preguntas indiscretas.
Tras un silencio en el que solo se oía el crepitar del fuego, él chasqueó la lengua
y entornó los ojos.
—¡Claro!
—Bueno, pues te contaré una pequeña historia para saciar tu sana curiosidad —dijo
con retintín y se aclaró la voz antes de continuar—. Recuerdo perfectamente cuando
me enamoré por primera vez. Tenía quince años y ella era una compañera del
instituto, pero iba a otra clase. Me hacía reír mucho, cosa que casi ninguna niña
conseguía por aquella época, y también tenía una sonrisa traviesa. Solía colarme en
su clase cada día para verla y la esperaba a la salida del cole para regresar a
casa juntos. En ese momento no sabía que me estaba enamorando, pues jamás había
sentido algo así por una chica —dijo esbozando una sonrisa que enseguida perdió
transformándola en una mueca de amargura—. Recuerdo que íbamos cogidos de la mano
por el bulevar cuando mi padre nos sorprendió.
Emily abrió los ojos como platos. Estaba pendiente de cada una de sus palabras y
tragó saliva preparándose para oír una confesión dolorosa.
—El hijo de puta me invitó a tomar asiento y me informó de que esa tarde después de
vernos en la calle, había hecho una visita a los padres de la chica.
—Simplemente lo averiguó. Mi padre tenía el suficiente poder para hacer una llamada
y averiguar lo que le diera la gana en minutos. El caso es que fiel a su estilo les
amenazó y les insultó. Les dijo que si volvía a ver a su hijo con aquella pequeña
golfa les esperaría un infierno. Y conociendo a mi padre, aquello no era una simple
bravuconada.
—Peor.
—¿Peor?
—Sí, mucho peor… —repitió asintiendo con tristeza—. Continué viéndola todos los
días, pero ella actuaba como si yo tuviera la lepra. Cada vez que intentaba
acercarme me rehuía. Hasta el último día del curso debí conformarme con verla a la
distancia. Jamás me volvió a dirigir la palabra.
—Lo siento.
—Así era mi padre —sentenció—. ¿Sabes que fue lo que me dijo aquella noche en su
estudio?
Emily negó lentamente con la cabeza pues no estaba segura de querer saberlo.
—Me dijo que no fuera gilipollas, que esa niña me estaba usando por mi dinero. Que
debía de saber perfectamente quiénes eran mis padres y se estaba pasando de lista.
Añadió que no podía creer que yo fuera tan imbécil para no enterarme que sin ellos
yo no valía. Que si yo era alguien, era solo por llevar el apellido Tanner y que
fuera acostumbrándome a que la gente intentara sacar provecho de mí, pues nadie en
su sano juicio podría amar a un chaval tan defectuoso como yo.
—Madre mía —fue lo único que pudo decir Emily llevándose una mano a la boca.
—Si ni siquiera ellos que eran mis padres me amaban, ¿por qué lo habrían de hacer
los demás?
Al oír aquello Emily parpadeó varias veces para contener las lágrimas.
—Eso no puede ser cierto… —susurró atónita.
Él hizo una pausa esbozando la sonrisa más triste que Emily había visto en su vida
y luego añadió en voz baja:
—Te aseguro que habría preferido que me diera una de sus golpizas...
Pero el nudo que se había formado en su garganta era demasiado grande y sentía que
su corazón estaba paralizado.
Emily levantó las cejas. ¿Que lo olvidase? ¿Cómo narices se supone que podría
olvidar algo así? ¡Le había confiado un secreto terrible, una parte de su vida que
le había herido en lo más profundo!
Conociendo a su jefe, era probable que jamás hubiera compartido una historia tan
íntima y dolorosa con nadie más.
Emily se sentía honrada porque Matt hubiera confiado en ella, pero también sentía
el deseo irrefrenable de consolar y reconfortar a este hombretón que parecía
indestructible por fuera, pero que en su interior escondía a un niño herido y
sufriente.
Sin pensar demasiado en lo que hacía Matt se inclinó hacia su esposa y con una mano
cogió su pequeña barbilla acercando sus labios a los de ella con un suspiro de
deseo.
Emily respiraba con agitación anticipando el beso, sin poder apartar su mirada de
la suya. Ahora veía claramente que lo que sentía por este hombre era inocultable y
verdadero.
Dios mío, se moría por confesarle su amor. ¡Se moría por prometerle que siempre
estaría junto a él sin importar lo que sucediese!
Besarle de verdad.
Recorrió con la punta de la lengua sus labios masculinos, firmes y cálidos. Matt
gruñó con sorpresa tardando un momento en reaccionar a la caricia, como si el hecho
de que Emily se hubiera atrevido a tomar la iniciativa le hubiese dejado aturdido.
Emily gimió de placer entregándose al beso más dulce y apasionado que había dado
jamás. Al apartarse se miraron en silencio y ninguno de los dos volvió a hablar
durante varios minutos. Mientras Matt la abrazaba, el corazón de Emily galopaba en
su pecho como un caballo asustado. Enfocó sus ojos en la hoguera que de nuevo se
apagaba. Las llamas rojas y naranjas aún herían el manto de seda de la noche, pero
el suelo comenzaba a devorárselas sin piedad.
Emily suspiró pues no sabía si este era el principio o el final de su historia con
Matt, y aquella incertidumbre la angustiaba.
—¿Pongo las almohadas y los cojines en medio? —preguntó ella mirando la cama vacía.
Sorprendida Emily abrió la boca para decir algo pero no supo qué, y volvió a
cerrarla sintiendo que el alma se le caía a los pies. Lentamente se sentó en el
borde de la cama y retorció sus manos en su falda llena de frustración.
¡De nuevo la rehuía sin motivos! Jolín, por qué le hacía esto.
Al verla bajar, los Orwell se acercaron a Emily y la abrazaron y besaron como a una
hija más.
—Querida, no sabes cuánto os echaremos de menos —dijo Susan mirándola a los ojos
con emoción.
Emily no pudo evitar emocionarse y se limpió la lágrima que caía por la mejilla con
mucha vergüenza. Era increíble lo mucho que se había encariñado con los Orwell en
tan poco tiempo. Lo mismo le había ocurrido con Claire, su vecina, que ahora
consideraba como una amiga.
Suponía que así comenzaban las mejores amistades. No estaba segura, ella no era
ninguna experta en eso pues toda su vida le había costado hacer nuevos amigos. Pero
ahora las cosas estaban cambiando y Emily se alegraba de ello.
—Espera un momento.
Susan fue hasta la cocina y regresó con un túper enorme que contenía varios trozos
de una tarta de tres chocolates.
Mientras Emily seguía hablando con Susan vio por el rabillo que Joseph se llevaba a
Matt aparte. Agudizó el oído todo lo que pudo hasta que consiguió escuchar algo de
la conversación.
—Recuerda lo que hemos hablado —decía Joseph en voz baja—. En cuanto llegue a la
ciudad nos reuniremos para arreglar los términos del nuevo contrato. ¿Qué te
parece?
—También yo, querido. Este es el inicio de una nueva era para nuestras empresas.
—Ya lo creo.
Emily vio que Joseph le tendía la mano y Matt se la estrechaba con vigor.
—Vaya, tanto que se ladraban estos dos al final han acabado como buenos amigos.
Tras despedirse de los Orwell salieron del rancho y cogieron el camino forestal en
silencio. Esta vez Matt entró en la autopista a la primera oportunidad y Emily
frunció los labios con desilusión. Estaba claro que su jefe tenía la intención de
llegar lo más pronto posible a la ciudad.
No más campiña, no más viñedos, no más desvíos para atravesar algún sitio
interesante.
Cruzada de brazos en el asiento del copiloto, Emily miró de reojo a Matt. Le
molestaba verle de nuevo adoptando esa actitud tan distante, como si ya no
recordara nada de lo que había sucedido entre ellos en el rancho.
Aquel muro de frialdad profesional que tanto temía volvía a levantarse entre ellos,
y Emily no podía dejar de hacerse mil preguntas acerca de su futuro junto a Matt.
¿Acaso el acercamiento que habían tenido no significaba nada para él? ¿No había
sido suficiente para modificar el estado de su relación?
¿En serio él no sentía nada por ella? ¿Ni siquiera una sombra de interés por seguir
conociéndola mejor?
Al parecer no, suspiró decepcionada sintiendo que las preguntas sin respuesta
continuaban amontonándose sin cesar en su cabeza y el cacao mental que tenía
empeoraba a medida que se acercaban a la ciudad.
Con Matt nunca se sabía qué esperar, suspiró mirando aquellos rascacielos en el
horizonte.
CAPÍTULO 14
Durante la siguiente semana Emily decidió que sería mejor regresar a la oficina.
Debía admitir que se sentía extraña trabajando como asistente personal para su
esposo. Y no era únicamente porque las Urracas Parlanchinas midieran cada paso que
daba, acechándola en cada pasillo y en cada ascensor para intentar sonsacarle
información. Ni siquiera podría decirse que la incomodaran demasiado las miradas
del resto de sus compañeros.
No, lo que la perturbaba era algo muy distinto, pues desde que habían dormido
juntos en el rancho Matt había cambiado para peor.
Estaba más irritable, más distante y bastaba con que Emily le preguntara si se
encontraba bien, para que él se cerrara de inmediato replegándose en sí mismo.
Era algo que la ponía de los nervios pues no podía entenderlo. ¿Por qué se
comportaba como si nada importante hubiera ocurrido entre ellos? Esto hacía que las
reuniones de trabajo en el despacho se volvieran tensas e incómodas. Tanto que al
final acababan tirando cada uno por su lado sin apenas verse.
Esa misma mañana mientras hacía el desayuno Emily había oído ese bendito tono de
Tiburón que sonaba en el móvil de su marido cada vez que Joseph le llamaba. Al ver
que no cogía la llamada Emily le preguntó si pasaba algo. Él negó con la cabeza
asegurándole que no sería nada importante y que más tarde le llamaría. Emily le
había mirado con suspicacia, pero prefirió no decir nada.
Un rato después Susan la llamó para contarle acerca de la cena que estaban
organizando. Joseph quería asegurarse de que Matt no se comprometiera esta tarde a
quedarse después de horas en la oficina pues tenía mucho interés en que asistiera.
Ajá, así que de eso se trataba, se dijo Emily, pues suponía que Matt estaba
postergando la conversación con Joseph porque pensaba rechazar la invitación.
Pensando en eso se detuvo ante la puerta del despacho de su marido y tomó aire
porque estaba segura que le encontraría de un humor de perros. Se persignó antes de
abrir y entró de puntillas mientras observaba expectante a Matt que en esos
momentos hojeaba distraídamente unos informes sentado en su escritorio. Tenía la
barba más crecida que de costumbre y parecía exhausto. Cuando levantó los ojos para
mirarla, Emily pudo ver que había un deje de preocupación en su mirada.
Matt la saludó apenas con un gesto y se puso en pie lanzando un gran suspiro.
Luego, pasándose una mano por el pelo revuelto, dio la vuelta a su mesa, caminó
hasta la otra punta de la estancia y se dejó caer pesadamente en uno de los
sillones de cuero.
Pensó que sería menos doloroso adelantarse y ser ella quien pusiera fin a todo.
Tragó saliva pues decir lo que estaba a punto de decir le resultaba más difícil de
lo que pensaba.
—Estoy lista —dijo casi sin aliento—. Puedes ejecutar el divorcio y anunciar
nuestra ruptura si eso es lo que quieres.
Al oírla su jefe tensó la mandíbula y la miró durante unos momentos. Luego cerró
los ojos apretándose el puente de la nariz con dos dedos en pinza, como si
intentara contener una jaqueca monstruosa.
—¿Perdona?
—Hay que mantener la farsa un tiempo más. Debo asegurarme de no echar a perder lo
que hemos conseguido. No sería inteligente cometer un error justo ahora. Además…
Emily le urgió a continuar con un gesto de la barbilla.
—¿Desde cuándo te importa herir los sentimientos de alguien? —soltó sin pensarlo y
enseguida se arrepintió de haber dicho aquello.
Matt apretó los labios y por un momento titubeó sin saber qué responder. Emily
jamás le había visto vacilar de esta manera y se sobresaltó cuando él levantó los
brazos al aire con exasperación.
—Jo, eres tan terco… —masculló para sí frustrada con aquella actitud de su marido.
Emily abrió los ojos como platos. Aquellas palabras la cogieron por sorpresa y
quedaron resonando en su cabeza. ¿Aún eran una pareja?
La pregunta que ella se hacía era, ¿habían sido una pareja alguna vez?
Emily bajó la vista hacia sus manos. La alianza seguía brillando en su dedo anular
como el primer día, recordándole que este no era más que un matrimonio de
conveniencia.
—Vale, nos quedaremos en casa —dijo ella tratando de poner paños fríos—. Si te
apetece puedo hacer unas pizzas con peperoni.
—¡Dios mío, serás cabezota…! —resopló Matt dándole la espalda y negó con la cabeza
varias veces como si ella fuera incapaz de comprender algo que para él era del todo
evidente.
Él se volvió para mirarla y la traspasó con sus ojos azules que en ese momento
parecían dos dagas de hielo.
Indignada Emily se levantó del sillón con la intención de marcharse. Pero Matt fue
más rápido de reflejos y la sujetó por el brazo acercándola a su cuerpo con
brusquedad.
—Estamos solos, ya puedes dejar de fingir que me quieres y que te preocupas por mí
—le espetó con el rostro a pocos centímetros del suyo.
—¡No estoy fingiendo nada! ¡Solo quiero ayudarte! Pero al parecer sigues siendo
incapaz de apreciar el menor gesto de cariño.
—¡Oh, pero qué altruista eres! Ayudar al Tirano, al hombre sin moral, al playboy
descarriado... ¿Crees que con eso te ganarás el cielo? ¡Me parto de risa con tus
patéticos intentos!
Emily parpadeó varias veces pero no dejó de mirarle. No iba a dejar que él la
intimidara de esa manera. Cuadró los hombros y levantó la barbilla para encararse
directamente con él.
Matt tiró de ella aún más hasta que Emily se encontró pegada a su cuerpo, sujeta de
tal forma que era incapaz de moverse.
—¿De verdad piensas que cocinar para mí o ver una película juntos es suficiente
para transformarme en un príncipe azul? —preguntó masticando las palabras con rabia
—. ¿Acaso crees que voy a enamorarme de ti como por arte de magia? ¿Que voy a
olvidarme de quien eres y por qué cojones llevas esto en tu dedo? —dijo cogiéndole
la mano de la alianza y levantándola ante sus ojos. Matt le echó un vistazo lleno
de desprecio a su anillo de casada y se burló—. ¡Si tuvieras algo de dignidad te lo
quitarías, me lo arrojarías a la cara y me enviarías a tomar por culo!
Emily apenas podía respirar. Su pecho subía y bajaba con agitación. No podía
creerse que estuviera diciéndole cosas tan horribles. ¡Era tan injusto!
Emily intuía que Matt estaba empezando a tener otra clase de sentimientos hacia
ella, pero conociéndole como lo hacía, sabía que él se cortaría la lengua antes de
admitirlo.
Así que tratando de controlarse lo mejor que pudo Emily se desasió de él y respiró
profundamente antes de decir:
—¡Lo que a ti te pasa es que estás cabreado contigo mismo! ¿Y sabes por qué? Porque
sientes algo... algo fuerte por mí —dijo con la voz estrangulada, obligándose a
mirar a su jefe a los ojos aunque le ardieran las mejillas por el bochorno que
sentía al abrir su corazón de esa manera.
—¡Que me quieres!
—Oye, no me pagas lo suficiente como para tener que aguantar estos desplantes.
Matt tiró de su corbata deshaciendo el nudo Windsor que ella misma le había hecho
esa mañana. Sus bíceps hinchados por poco no rompían las costuras de la camisa.
—Pero no vales ni eso —añadió haciendo una mueca de disgusto y Emily retrocedió un
paso incapaz de contener las lágrimas calientes que comenzaban a rodar por sus
mejillas. Aun así se las limpió con el dorso de la mano como si quisiera borrarlas.
—No eres tú el que habla, Matt. Es tu pasado, son tus demonios internos.
Él soltó una risa burlona mientras se pasaba una mano por el pelo.
—Crees que estoy roto, que estoy averiado, ¿es eso, verdad? Siempre te has creído
mejor que yo porque tú eres la señorita Perfecta, ¿verdad?
—¡Eso no es cierto!
—¿Ah no?
Matt dio un paso hacia ella. El pelo negro le caía en mechones y respiraba agitado.
Emily le miró expectante. No era una mirada de temor sino de desafío. Debía admitir
que enfadado Matt lucía más sexi que nunca y permanecieron varios segundos
mirándose a los ojos, hasta que él desvió la mirada hacia sus labios y se quedó
mirándola con anhelo.
Emily pudo ver que sus ojos se oscurecían cada vez más, adquiriendo una tonalidad
de aguas profundas. Sintió de pronto que se encontraba en el fondo del mar junto a
un tiburón que nadaba a su alrededor acechándola… a punto de devorarla.
Contuvo su respiración cuando su jefe envolvió sus caderas con sus brazos
musculosos inmovilizándola. Sus fuertes manos apretaron su trasero con descaro y
Emily se estremeció.
Nada podía haberla preparado para esa repentina ráfaga de pasión. Su cuerpo menudo
se estremecía sin control, respondiendo a esos besos tan calientes y a aquellas
caricias bruscas con gemidos lastimeros y espasmos que la recorrían de los pies a
la cabeza.
Madre mía, esto no era correcto pero le deseaba tanto… Solo con Matt Tanner podía
abandonarse de tal manera.
Su vientre estaba tenso y los espasmos que la recorrían se volvían cada vez más
violentos. Estaba preparada para lo que él quisiera hacer con ella y tenía claro
que no iba a oponer resistencia alguna.
Pero en ese momento su jefe rompió el beso y dio un paso atrás, haciendo un
esfuerzo evidente por apartarse de ella.
Emily le vio agarrarse del borde de la mesa. Los músculos de sus brazos se
hinchaban y contraían como si lucharan contra una fuerza invisible, y ella se quedó
sentada allí sobre la mesa vacía del escritorio, tratando de recuperar el aliento
mientras no podía más que admirar su perfil tan perfecto y masculino, esperando con
ansiedad que él volviera a besarla.
Pero Matt no la miraba, tenía los ojos desenfocados, puestos en algún punto al otro
lado de la estancia.
Tras cerrar la puerta Emily apoyó su espalda contra la pared, sintiendo que las
rodillas se le aflojaban. Dios mío, se sentía incapaz de dar un paso más. Su piel
aún temblaba con el eco de las caricias brutales de Tanner y se llevó una mano a la
cara para tocarse con la punta de los dedos los labios doloridos.
—Madre mía, qué fuerte —fue todo lo que pudo decir mientras una sonrisa
incontenible aparecía en sus labios.
De inmediato se llevó una mano al pecho para sentir sus latidos y cerró los ojos.
Pero también bastante más complicado, se dijo frunciendo el ceño, y lentamente fue
perdiendo la sonrisa mientras se recomponía y regresaba pensativa a su mesa de
trabajo.
* * * * *
Salió antes del trabajo sin avisarle y caminó sin rumbo por el centro financiero de
Riverside.
Allí no había mucho para ver pero ella necesitaba espacio para pensar. Debía
procesar todo lo que acababa de suceder en aquel despacho.
Sus piernas la conducían en piloto automático sin seguir una dirección aparente.
Por eso se sorprendió cuando acabó justo delante del portal de su viejo edificio.
Sacando de su bolso las llaves de su estudio y jugando con ellas en la mano dudó si
debía entrar. No quería regresar a su deprimente salón del tamaño de una caja de
zapatos. ¿Qué iba a hacer? ¿Tumbarse en su sillón amarillo rescatado de la basura y
mirar las manchas de humedad que crecían en las paredes?
Finalmente decidió hacer algo más: entró en el portal, pero en vez de subir hasta
su planta se bajó del ascensor en el tercero y pulsó el timbre del apartamento de
Claire.
Claire la abrazó tan fuerte que le sacó el aire de los pulmones. Ambas se miraron
como si llevaran siglos sin verse.
—No digas tonterías y pasa, que necesito que me cuentes cómo va eso del matrimonio.
Emily suspiró y debió poner cara de circunstancias porque Claire la cogió del brazo
con un interés inocultable y abriendo los ojos como platos preguntó:
—¿Drama amoroso?
—Algo así.
Emily no estaba segura hasta donde podía hablar acerca de su relación con su jefe.
No quería revelar intimidades, pero es que no tenía a nadie con quien hablar de
estas cosas y necesitaba desahogarse.
Indecisa se mordió el labio inferior mientras Claire le ponía una taza de café en
la mano y se sentaba frente a ella dispuesta a escucharla.
—Vale, te contaré.
A continuación Emily hizo un resumen de lo que había vivido con Matt: sus cenas y
sus discusiones en el ático, el viaje al rancho, cómo se habían vuelto expertos en
fingir que se querían ante los Orwell, los besos y gestos de cariño inesperados de
su jefe y también sus repentinos cambios de humor.
Emily sintió arder sus mejillas pero aun así asintió tímidamente con la cabeza.
—Jo, debe de ser un jefazo en la cama —comentó su amiga guiñándole un ojo con
complicidad.
—¡Claire!
—¿Qué?
—Que no.
—¿No habéis hecho nada? ¿Habéis dormido juntos pero sin sexo?
—Algo así.
Claire frunció el entrecejo y la miró con suspicacia.
—Lo primero.
—Es imposible que no hayáis tenido nada de nada. ¿Ni siquiera un pequeño roce en
medio de la noche?
—¡Vaya, lo sabía! ¡Sí que habéis tenido algo! No te culpo, pues quién no se
tentaría con ese pedazo de hombre… —Claire se tapó la boca como si hubiera dicho
algo inapropiado—. Perdona, es que no hay mujer que no piense que Matt Tanner está
como un tren.
—¿Y tú no?
—Bueno…
Emily suspiró y dejó caer los brazos a los lados pues se daba cuenta que no podía
ocultarle nada a su amiga.
—Vaya, chica, sí que estás pillada. A ver, dime, del uno al diez ¿cuánto le
quieres?
—Venga, que estamos jugando. Del uno al diez, ¿cuánto te gusta y cuánto piensas en
él?
—¿Ocho?
—Eso no califica como enamoramiento. Tiene que ser un nueve o más para confirmar
que estás colada por él.
—En eso te equivocas, pues esa es la clase de hombre que solía ser antes de casarse
contigo —dijo enfatizando la palabra “solía” y luego hizo una pausa para mirarla a
los ojos—. La pregunta es, ¿sigue siendo ese playboy follador en serie que salía en
todas las revistas del corazón?
—Pues no lo sé. Al menos no se ha liado con nadie desde que está conmigo.
—Porque se lo he prohibido.
—¿Qué dices?
Emily esbozó una sonrisa pícara. Jolín, esto no planeaba contárselo, pero ya que
había salido el tema…
—Qué narices, ¿en serio te has atrevido a incluir una cláusula que ponga que no
puede follar con nadie?
Emily se encogió de hombros, no pensaba que fuese para tanto, pero Claire estalló
en carcajadas tan fuertes y exageradas que debió salir pitando a la cocina a
beberse dos vasos de agua antes de reponerse.
—Vaya, Emily, eres una fuera de serie —dijo aún con lágrimas de risa en los ojos.
—Lo sé. Siempre he sido un poco rara. Igual por eso todos en la oficina se siguen
preguntando qué narices hace una chica como yo al lado del jefazo.
Emily levantó una ceja sin entender. Su amiga la miró con fuego en los ojos.
—¡A los de la oficina y a todo aquel que diga que tú no puedes salir con un tío
como Matt! ¡Que les follen bien follados! Tú puedes salir con él y también con el
príncipe de Gales si te da la gana. Eres una chica maravillosa, Emily. Y eso los
hombres tarde o temprano acaban por notarlo.
—De cualquier manera acabará echándote cuando se cumpla el contrato. Mira, como no
le hagas saber que le quieres, te pasarás el resto de tu vida preguntándote qué
hubiera sucedido.
—Y si vas a cagarla —añadió su amiga con una sonrisa—, ¡es preferible cagarla a lo
grande!
Ambas se echaron a reír y Emily al fin pudo respirar aliviada. ¡Desahogarse con
alguien se sentía estupendo!
Tras despedirse de su amiga hizo una llamada para pedir un taxi y regresó al ático
con las tripas hechas un nudo, pues sabía que allí estaría él esperándola.
Lanzó un suspiro y se recostó en el asiento del coche pensando que él tenía razón.
Ella no tenía experiencia tratando con hombres. Mucho menos con un hombre como él.
El corazón de Matt Tanner era como una fortaleza inexpugnable, se dijo. Y ella se
sentía inerme, incapaz de llegar hasta él.
Dios mío, se dijo lamentándose, ¡si pudiera arrancar su pasado de su vida como una
máscara!
De ese modo podría dejar al descubierto a ese hombre encantador y protector que en
ocasiones se dejaba ver. Aunque lamentablemente solo en ocasiones y cada vez menos
frecuentes, suspiró.
Echaba de menos a ese hombre que se sentía a gusto cenando o durmiendo junto a
ella. Al Matt Tanner que no temía mostrarse tal como era delante de ella.
No pienses eso, recuerda lo que dijo Claire. ¡Tú vales y mucho!, se dijo tratando
de apartar aquellos pensamientos negativos. Mientras subía en el ascensor se dio
ánimos repasando los momentos en los que ese lado tierno y humano de su jefe había
aflorado.
Los besos, las caricias, sus miradas cómplices, las palabras dulces… Todo aquello
tenía que significar algo, ¿verdad?
Cuando el ascensor abrió sus puertas a la última planta Emily volvía a estar segura
de que, en efecto, entre ellos había más que una simple atracción sexual.
Pensar aquello le daba fuerzas para enfrentarle. Sacó la tarjeta magnética y puso
una oreja en la puerta antes de abrir. Del otro lado sonaba música clásica. El
corazón se le aceleró. ¡Tanner estaba en casa!
CAPÍTULO 15
Tras salir de las oficinas Matt saludó a Charlie con un gesto parco de la cabeza y
sin decir nada más se metió en la limusina.
El chófer le hizo caso sin rechistar, pues al parecer el jefe no estaba de humor.
Una vez en marcha Matt se sirvió una copa para tratar de relajarse, pero cada vez
que cerraba los ojos volvía a aparecer la imagen de Emily.
Suspiró llevándose una mano a la frente. ¿Por qué cojones no podía quitarse a su
asistente de la cabeza?
Poco a poco y casi sin darse cuenta, había llegado a depender de ella para tantas
cosas que se le hacía imposible pensar en cómo sería su vida sin su presencia.
Negó con la cabeza bebiéndose el resto de la champaña. ¿Cómo leches había dejado
que las cosas llegaran hasta aquí?
Sirviéndose otra copa se lamentó de que Emily aún no confiara en él. Matt deseaba
con desesperación ganarse la confianza de su esposa, que ella viera en él a un
hombre íntegro y no al embustero que había conseguido engañar a los Orwell para
conseguir un rédito económico.
Se sentía perplejo.
¿Podría conseguir algo tan aparentemente simple como que su esposa le aceptara y
quisiera?
Dios mío, se inclinó apoyando los codos en sus rodillas y agarrándose la cabeza con
las manos. ¿Qué clase de pensamientos eran esos?
Aquellas palabras le habían causado un gran efecto. Matt jamás creyó que una mujer
podría mostrarse ante él tan pura, tan sincera, tan vulnerable…
Negando con la cabeza bajó la mirada hasta su propio pecho y lentamente alzó una
mano para ponerla directamente sobre su corazón. Entonces cerró los ojos para
tratar de escuchar algo.
Esperó varios minutos mientras se esforzaba por descifrar algún mensaje. Venga, ¡di
algo cabroncete! ¿Es que no había nada que su corazón pudiera querer comunicarle?
¿Ningún mensaje que entregarle después de todos estos años?
Al ver que nada ocurría Matt chasqueó la lengua sintiéndose aún más estúpido que
antes. Resopló enfadado consigo mismo dejándose caer sobre el respaldo del asiento
y cruzándose de brazos.
—La gente tiene razón —siseó cabreado consigo mismo—. ¡Llevo una maldita piedra por
corazón!
Matt no podía evitar sentir que sus emociones estaban siendo tironeadas en
múltiples direcciones al mismo tiempo.
Aunque en el centro de ese caos siempre permanecía una persona. La persona en quien
últimamente no podía parar de pensar.
¿Por qué cojones no le había hecho el amor en su despacho si la deseaba tanto? ¿Por
qué? ¡Se maldijo mil veces por no haberla tomado allí mismo!
La electricidad que sintió al besarla era verdadera y entre ellos habían vuelto a
saltar chispas. Ella le deseaba, lo había visto en sus ojos.
¡Oh, Dios, como siguiera así juraba que iba a volverse loco!
Definitivamente no podía seguir viviendo de esta manera. Tenía que hacer algo,
¿pero qué?
Suspirando Matt miró su copa vacía y agachó la cabeza sintiéndose derrotado. ¿Qué
mierda estaba haciendo con su vida?
En ese momento vibró su móvil y le echó un vistazo con la esperanza de que fuera un
mensaje de Emily. Pero no era ella sino Brenda Sellers, una vieja conocida suya. La
imagen de Brenda surgió en su mente tal como la recordaba. Rubia platino, alta y
pulposa, una modelo de alta costura bastante cotizada a la que hacía varios meses
que no veía.
Esta vez la veía en la cama enorme del rancho, aprisionada debajo de su cuerpo, con
el ruedo del camisón levantado y retorciéndose de éxtasis mientras Matt lamía y
mordisqueaba su centro con un hambre feroz.
Acalorado cerró los ojos con fuerza y maldijo por lo bajo pues la dura erección
dentro de sus pantalones amenazaba con romper la costura de su bragueta.
Nervioso Matt tamborileó sobre el móvil mientras pensaba cómo proceder en una
situación así. La imagen de Emily en la cama volvió a aparecer, pero esta vez
Brenda ocupaba su lugar tentándole con sus largas piernas y sus pechos generosos.
Se debatió tratando de decidir qué hacer mientras mantenía un dedo suspendido por
encima de la letra N con la intención de poner No.
“Vale.”
Matt soltó el móvil como si le quemara y se prometió que únicamente le daría cinco
minutos para que la tía dijera lo suyo. Después de eso la despacharía sin más
porque ciertamente no necesitaba otra complicación en su vida.
—¿Señor?
—¿Perdone?
—Que quiero conducir hasta mi puta casa, ¿es eso mucho pedir? ¡Joder! —soltó de
mala manera, aunque enseguida se arrepintió de haber reaccionado como un
energúmeno.
—No lo sé, Charlie —dijo pasándose una mano por la cara— la verdad es que no lo sé.
—Perfecto —dijo Matt y extrajo su cartera para sacar algo de dinero y dárselo a
Charlie—. Cena algo y luego vete a casa. Tienes el resto del día libre.
Matt sabía que a su chófer no le gustaba nada verse obligado a dejar su puesto. El
viejo Charlie era casi tan trabajólico como él, pensó con una leve sonrisa en los
labios.
Pero Matt no quería que hubiera testigos de su encuentro con Brenda. Ni siquiera
Charlie, en quien confiaba ciegamente.
De quien no se fiaba ni un pelo era de sí mismo, se dijo Matt con una mueca de
tristeza.
Condujo con la mente hecha un lío, pensando si no estaría cometiendo un error del
que luego se arrepentiría.
Notó que iba vestida como para provocar a cualquier hombre. Tacones altos de un
rojo furioso y un vestido negro de viscosa escandalosamente escotado y muy ceñido
al cuerpo. La falda era tan corta que apenas cubría su trasero.
Cuando Brenda intentó montarse en el coche junto a él, Matt activó las trabas
automáticas pues no la quería dentro de la limusina.
—¿Qué haces aquí? —preguntó él de mala manera mientras salía del coche y echaba a
andar hacia el portal con grandes zancadas.
—¿Puedo pasar?
Matt apretó los labios consultando su reloj. Apenas pasaban de las ocho,
probablemente Emily no estuviera en casa. Si se daba prisa no tenía por qué
cruzarse con Brenda.
Quería evitar a toda costa que Emily sintiera su espacio invadido. Después de todo,
el ático también era su hogar y Matt odiaba incomodarla trayendo gente a casa a
estas horas.
Matt miró a la chica con un gesto de resignación y dejó caer los brazos a los
lados.
Pero cuando las puertas del ascensor se cerraron, Brenda intentó otro acercamiento
bastante descarado rozando sus pezones sobre su traje de chaqueta gris mientras le
miraba suplicante a los ojos.
—No he hecho otra cosa que pensar en ti —el tono irónico de Matt era tan evidente
que no dejaba lugar a malentendidos.
Ella enderezó la espalda al ver que Matt no reaccionaba a sus coqueteos como ella
esperaba y acabó por apartarse soltando un resoplido.
Matt respiró aliviado al abrir la puerta del ático y comprobar que no había nadie
en casa. Mientras encendía las luces y levantaba las persianas automáticas Brenda
se quitó los zapatos y fue directamente hacia el diván donde se sentó enseñando sus
torneadas piernas y entornando los ojos de forma provocativa.
—Lo siento, no tengo alcohol en casa. Puedo ofrecerte un zumo de frutas si quieres.
—Vaya, veo que las malas lenguas no se equivocaban. Has cambiado, Matt.
Matt sonrió para sí pensando que Brenda no estaba tan alejada de la verdad. Pero no
le podía decir nada acerca de sus forzados votos de castidad. Conociéndola, aquello
solo serviría para alimentar su morbo.
—Pues déjame decirte que no te sienta. El Matt de antes era más divertido.
—Dile que no le guardo rencor, pero que entre nosotros no hay nada más que hablar.
—¿Contactos?
—Mujeres —dijo ella con una sonrisa mientras le guiñaba un ojo—. Las mejores de
Riverside.
—Ese cabrón va a oírme —siseó marcando el número de Kyle. Hacía tiempo que lo había
borrado de su agenda, pero aún se lo sabía de memoria.
Matt alzó la cabeza y vio que la chica se había puesto en pie y se retorcía las
manos nerviosa. Entrecerró los ojos poniéndose tan serio que Brenda palideció y
lentamente bajó el móvil pues empezaba a darse cuenta de lo que ocurría.
—Deja de jugar, Brenda, te lo advierto. Dime de una puta vez a qué coño has venido.
—He venido a recuperarte, cariño. Estoy dispuesta a hacer lo que sea para que me
aceptes de nuevo en tu vida.
Ella asintió con una sonrisa traviesa y trató de besarle de nuevo, pero Matt fue
más rápido que ella y se apartó dándole la espalda.
—Me cagó en la leche… —masculló pasándose una mano por el pelo y se recriminó por
haberse dejado engañar tan fácilmente.
Desde el primer momento supo que no podía confiar en ella. ¿Por qué entonces había
sido tan idiota en hacerle caso?
¡Porque tienes un calentón que no veas y te lo quieres sacar con cualquiera! ¡Por
eso, cabrón! se dijo a sí mismo con amargura.
Vale sí, tenía un calentón de puta madre. Pero también se daba cuenta que
desfogarse con alguien como Brenda era lo último que deseaba.
Es más, ahora que podía pensarlo en frío aquello le resultaba una idea repugnante.
En verdad todo acerca de Brenda le repelía. Su sola presencia le traía recuerdos
del Matt Tanner mujeriego y desenfrenado, y se sintió profundamente avergonzado por
su conducta anterior.
¡Joder, cuánto deseaba poder estar aquí junto a ella! Sentarse a cenar y mirarla a
los ojos mientras charlaban a propósito de todo y de nada.
De pronto se encontró sonriendo como un tonto pensando que junto a ella había
aprendido a disfrutar de los simples placeres de la vida. Esos pequeños placeres en
los que nunca antes se había interesado pero que ahora formaban parte de su vida y
sin los que no creía que podría vivir.
Pero en ese momento Brenda carraspeó insistentemente haciendo que Matt volviera en
sí.
Tuvo que restregarse los ojos al verla tumbada en el diván completamente desnuda.
Parpadeó con fuerza para asegurarse de que no estaba alucinando.
—¡¿Qué cojones crees que estás haciendo?! —vociferó cabreado mientras la cogía por
el brazo para zarandearla.
Aunque echaba chispas Matt intentó serenarse pues necesitaba pensar con claridad.
Debía deshacerse de ella cuanto antes y debía ser lo más discreto posible.
—¿A qué esperas? —le desafió ella pasándose la lengua por los labios—. Soy tuya,
puedes hacer conmigo lo que quieras.
—Mierda —siseó Matt indignado. ¡Vaya morro el de esta tía! Desnudarse en su salón
sabiendo que su esposa estaba al llegar… Le repugnó tanto su actitud que debió
controlarse para no coger toda su ropa y arrojarla por la ventana.
—Lo único que quiero es que muevas tu puto culo de mi casa —escupió las palabras
con una furia fría y dientes apretados.
Mientras pulsaba el botón para llamar al ascensor, la chica se volvió hacia él.
Aún luchando por volver a montarse en sus zapatos de tacones Brenda se detuvo en
seco y le fulminó con la mirada.
—No me lo puedo creer, eres de lo peor, Matt Tanner. ¡Tú no eres capaz de querer a
nadie! ¡Ni siquiera te quieres a ti mismo! Pero el tiempo pasa para todos, capullo,
y un día te encontrarás viejo, solo y despreciado. ¡Y entonces te acordarás de mí y
te arrepentirás de esto que me has hecho! —vociferaba mientras se limpiaba con el
brazo las lágrimas de frustración.
Hasta ese momento no se había dado cuenta de cuánto le importaba lo que su esposa
pudiera pensar de él. Valoraba su opinión más que la de cualquier otra persona en
el mundo y se le encogía el corazón solo de pensar que ella pudiera descubrirle en
semejante situación con una tía como Brenda.
Matt cerró los ojos imaginando aquella situación y negó con la cabeza.
* * * * *
Al oír el escándalo que provenía del salón, Emily se detuvo en seco a mitad del
vestíbulo.
Una voz femenina de inmediato la hizo retroceder y casi se topa con la estatua de
la Venus desnuda.
No supo identificar a quien pertenecía, solo distinguía que se trataba de una mujer
joven y que en esos momentos gritaba cabreada y con la voz destemplada.
Una idea repentina provocó que se le encogiera el corazón y casi se dobla del
dolor.
Sin pensarlo giró en redondo y con cuidado volvió a cerrar la puerta de entrada. A
toda prisa subió las escalerillas que conducían a la terraza de la comunidad. Sin
saber muy bien qué hacer se detuvo en el último descansillo para coger aliento y
descubrió que desde esa posición podía ver todo lo que sucediera en el palier sin
ser vista.
Se mantuvo alerta, temblando como una hoja mientras esperaba ver salir a Matt en
cualquier momento. Solo deseaba que no hubiera ninguna mujer junto a él.
El corazón le latía tan fuerte que pensó que le iba a dar algo. ¿Qué narices estaba
haciendo? ¡Se sentía estúpida jugando al escondite!
Contuvo la respiración cuando de repente vio abrirse la puerta del ático con
brusquedad.
La primera en salir fue una mujer rubia que iba casi desnuda. Emily jadeó de
sorpresa sin poder evitarlo y rápidamente cerró los labios para no hacer ruido. La
chica estaba despeinada como si acabara de levantarse de la cama y no paraba de
soltar insultos y obscenidades.
Al ver a Matt salir tras ella Emily palideció y se le cayó el alma a los pies.
—Dios mío —se tapó la boca con horror mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
Les vio entrar juntos en el ascensor. Emily solo atinó a quedarse en su sitio,
atónita por lo que acababa de ver.
Ya le parecía que la vida junto a Tanner era demasiado buena para ser real, se dijo
sintiendo que el llanto sacudía sus hombros sin control.
Se sintió una tonta que se había hecho ilusiones por unos cuantos besos que, ahora
estaba claro, para él no significaban nada.
¡Absolutamente nada!
Se sintió una idiota por haberse enamorado de un hombre como su jefe. Dios mío,
¿cómo podía haberse dejado engañar así?
Cuando se aseguró de que ellos ya no estaban ahí, Emily bajó las escalerillas para
luego acercarse de puntillas hasta la puerta del ático. Allí se detuvo decidiendo
si debía entrar o marcharse.
En el salón no vio nada extraño, así que se armó de valor y subió a la segunda
planta para inspeccionar los dormitorios. Esperaba encontrarse con la típica escena
de infidelidad que salía en las películas: la cama de Matt revuelta, una botella de
champaña y velas encendidas, música romántica, esas cosas.
Pero al entrar en la habitación de su jefe y encender las luces encontró que todo
estaba limpio y ordenado.
Con cierto alivio volvió a bajar al salón y miró alrededor tratando de entender qué
había ocurrido allí.
Era evidente que Tanner había vuelto a las andadas. Por eso la distancia, por eso
el mal humor y los desplantes de los últimos días.
Lo que más le dolía a Emily era que él no hubiese sido sincero con ella. Por un
momento creyó que estaba empezando a confiar en ella, que estaba aprendiendo a ser
aquel hombre fuerte e íntegro que ella veía en él.
¡Tanner!
Puso a trabajar su mente a toda velocidad tratando de decidir qué hacer cuando él
entrara. Ciertamente no estaba en condiciones de enfrentarle. Temía que sus
emociones le jugaran una mala pasada. Temía estallar de furia y acabar
fastidiándolo todo aún más.
Dándose la vuelta volvió a subir las escaleras, esta vez corriendo como si el
demonio la persiguiera.
¡Mierda, Tanner había entrado! Pero Emily siguió corriendo, rogando por que no la
hubiera visto. Llevaba tanta prisa que ni siquiera se volvió a mirar por encima del
hombro. Solo pensaba en llegar a su habitación y refugiarse allí hasta que pudiera
aclararse las ideas.
Tras cerrar su puerta con llave se quedó de pie respirando con agitación.
Mentalmente siguió los pasos de su jefe a medida que subían las escaleras y se
acercaban por el pasillo.
—Emily, ¿te encuentras bien? Oye, nena, sé que estás allí. ¿Quieres que pida algo
para comer?
Ella tragó saliva incapaz de hablar. Permanecía tan quieta como podía, con los
labios apretados y dos ríos de lágrimas calientes rodando por sus mejillas
enrojecidas.
Él insistió.
Solo cuando los pasos de Tanner volvieron a alejarse se dejó caer lentamente hasta
quedar sentada en el suelo, tapándose la cara con las manos.
Se reprochó en silencio por creer que una relación con él podría ser posible...
Emily sorbió por la nariz desconsolada y se dijo que no era su culpa pues ella lo
había intentado, había tratado de demostrarle que él no era aquella persona
terrible que sus padres le habían hecho creer que era… Pero evidentemente no podía
cambiar su naturaleza.
Su corazón se había equivocado esta vez. Por primera vez le había fallado y ahora
sabía qué tan doloroso podía llegar a ser amar a la persona incorrecta.
CAPÍTULO 16
Matt se paseaba nervioso por el salón mientras Emily permanecía en la planta alta,
encerrada en su habitación.
Podía oírla abriendo y cerrando cajones, preparándose seguramente para darse una
ducha rápida antes de bajar a comer.
¡Por el amor de Dios, qué idiota has sido! Por un pelo no te has cruzado con ella
en el portal, se recriminó sacudiendo la cabeza de un lado a otro y pensando que
era un milagro que Emily no le hubiera sorprendido con Brenda…
Matt se paralizó de pronto y la expresión de sus ojos se volvió aún más severa.
Fue hasta la cocina y se preparó una taza de café. Mientras esperaba tamborileaba
con sus dedos sobre la encimera fantaseando con poder volver el tiempo atrás para
ignorar el puñetero mensaje de Brenda.
Pero lo hecho hecho estaba, se dijo amargamente. No tenía caso fustigarse por haber
cometido un error. Lo importante era que se había dado cuenta a tiempo.
Por primera vez en su vida reconoció ante sí mismo que ya no deseaba su vida
anterior, esa vida de soltero exitoso que solo era una fachada para ocultar el
vacío interior que sentía.
Lo que deseaba verdaderamente era una vida simple y feliz, alejada del mundo
superficial y egoísta que solía habitar.
Y tanto mejor si podía compartir esa nueva vida con alguien como Emily.
—Ah, Emily, nena… —dijo en voz queda lanzando un suspiro y sonrió al volver a oír
su nombre.
Era un alivio estar de nuevo en casa con ella, los dos a solas y sin distracciones.
Joder, eran muchas las ganas que tenía de abrazarla y sentirla junto a él. Su
corazón comenzó a bombear más deprisa, como si su cuerpo clamara desesperadamente
por ella.
Necesitaba hacerla suya. Era todo lo que deseaba. Hacerle el amor y estar dentro de
ella durante horas...
Y cuando deseaba algo con tanta fuerza sabía por experiencia que nada podía
detenerle.
Nada.
Esta noche será especial, se dijo ampliando la sonrisa mientras se le ocurría una
idea bastante alocada.
Su idea era expresar con un plato de comida estos nuevos sentimientos que estaba
experimentando por ella. Deseaba demostrarle que él iba en serio, que Emily le
importaba. ¡Vaya si le importaba! Tanto que ella había acabado por convertirse en
el centro de su vida y de sus pensamientos.
Mientras encendía los fogones, Matt llegó a una decisión. Esta noche vaciaría su
corazón y le confesaría a Emily que la quería.
Al pensar aquello se sintió inseguro como un adolescente. Todo esto era nuevo para
él. Jamás se imaginó que llegaría el día en el que le confesara su amor a su
asistente.
Cogió los ingredientes que necesitaba del frigorífico. Pensaba hacer unas chuletas
con una crema de verduras y hongos. No era un plato demasiado complicado para un
cocinero con experiencia, aunque para él era casi tan difícil como la prueba final
de Masterchef.
Mientras trozaba los tomates y las cebollas vio su imagen reflejada en el canto de
la olla, con el mandil blanco de cocinero que se había puesto encima de su camisa
remangada. Le costaba reconocerse, pero no podía negar la evidencia. Ya no era el
mismo Matt de otras épocas. Emily había logrado domar al Tirano. Y no lo había
hecho por la fuerza sino por el cariño.
Ella tenía razón al decir que él estaba herido. Le maravillaba que Emily hubiera
sido capaz de descubrir al pequeño Matt olvidado en un doloroso pliegue del tiempo.
Tragó saliva con la emoción a flor de piel, pues aquel niño triste y atormentado
que él creía haber dejado atrás hace años, siempre había estado dentro suyo
esperando a que llegara alguien que le reconociera y ayudara.
Joder.
A decir verdad, nunca antes había conocido a una chica igual que Emily, se dijo
conmovido. Las mujeres despampanantes que solían entrar y salir de su vida en un
desfile vertiginoso e incesante, palidecían al lado de ella. Toda aquella belleza
artificial y sus cuerpos de gimnasio no podían competir con la paciencia y
fortaleza de su esposa, con su dulzura y su bondad.
No hay color, se dijo sonriendo para sí mientras rociaba la sartén con aceite de
oliva.
—¿Su Emily? —repitió en tono burlón frunciendo el ceño como si no reconociera sus
propias palabras.
Rió mientras daba vuelta las chuletas y las sazonaba con pimienta molida y con
hierbas. Estás pillado, Matt Tanner. Jodida e irremediablemente pillado por ella.
Matt no recordaba que nada en su vida le hiciera sentir así excepto su trabajo.
Trabajar duro siempre había sido su válvula de escape. Pero lo curioso era que
últimamente había logrado que los problemas de Tanner Security se quedaran allí en
su despacho. Ya no se traía el trabajo a casa y eso hacía que se sintiera más libre
y de mejor humor.
—¡Me cago en la leche, esto está buenísimo! —exclamó orgulloso y apagó el fuego
antes de que se le quemara.
Cuando acabó miró su obra de arte frotándose las manos ansioso por que Emily lo
probara.
Luego puso todo en una bandeja, cogió una botella de vino y dos copas, y decidió
que que le llevaría la comida a su habitación. Allí podrían cenar más tranquilos y
conversar a gusto.
Tomó aire antes de subir las escaleras. Temblaba por dentro y sentía mariposas en
su estómago, quizás como nunca antes en su vida.
Al llegar a la habitación de Emily se sintió algo estúpido por estar plantado allí
delante de su puerta como un camarero.
¿Qué cojones haces aquí?, se preguntó mirándose las pintas y dándose cuenta de que
no se había quitado el mandil y tendría un aspecto de lo más ridículo. Estaba a
punto de dar media vuelta y regresar a la cocina cuando oyó unos sollozos
entrecortados al otro lado de la puerta; unos sollozos que le hicieron enderezar la
cabeza.
Al instante giró el pomo y empujó la puerta con un pie entrando de lado haciendo
equilibrio con la bandeja en la mano. Levantó una ceja al ver la cama perfectamente
hecha y la habitación vacía.
Desesperado buscó a Emily con los ojos mientras dejaba la comida en la mesita. Notó
que los sollozos provenían del cuarto de baño y cruzó la estancia en tres zancadas.
Reprimió las ganas de echar la puerta abajo y se obligó a llamar a la puerta
civilizadamente.
Pasados unos segundos la puerta se entreabrió y Emily sacó la cabeza. Tenía el pelo
mojado y los ojos algo enrojecidos.
Ella vaciló un instante antes de apartarse para dejarle entrar. Matt observó que
iba descalza y vestida solo con un albornoz. Se acercó lentamente sin quitarle ojo,
pero Emily se apartó de él hipando y sorbiendo por la nariz. Volvió a sentarse
frente al tocador y cogió su cepillo para seguir peinándose los rizos como si él no
estuviera allí.
Matt se quedó a un lado admirando la escena en silencio. Joder, aun con los ojos
hinchados y la cara arrasada en lágrimas se veía tan hermosa…
—Nena… —susurró y sin poder evitarlo dio un paso hacia ella alargando una mano para
tocar su mejilla. La acarició con el dorso de su mano, lenta y rítmicamente, y
pronto comprobó que la tensión de su cuerpo se evaporaba.
Ambos se miraron largamente a través del espejo mientras Matt se preguntaba qué
pasaba por la cabeza de su esposa.
Finalmente, y sin pronunciar una sola palabra, la cogió de la mano y la llevó hasta
la cama. Una vez allí se sentó junto a ella y pasó un brazo por sus hombros. Ella
respondió con docilidad al abrazo apoyándose contra su cuerpo. Matt se moría por
saber por qué rayos lloraba, pero prefirió no preguntarle acerca de ello.
Extrañamente, el tiempo parecía haberse detenido y sintió que una especie de
burbuja les envolvía.
Era un momento mágico que temía romper con sus palabras, así que se limitó a
permanecer abrazado junto a su esposa en silencio. Estuvieron así durante un buen
rato, mientras él la mecía suavemente contra su pecho. Emily temblaba como una hoja
y en ese momento el corazón de Matt habló.
Sorprendido abrió los ojos como platos pues podía oír la voz de su corazón con toda
claridad. ¡Joder, funcionaba! ¡Su corazón al fin se estaba comunicando con él!
Es tu deber cuidar de esta mujer por el resto de tu vida, volvió a decirse con una
sonrisa boba dibujada en los labios.
Iba a obedecer aquel mandato como si fuera un mandamiento divino, se prometió pues
amaba a Emily y en ese momento lo supo con total certeza.
Matt se estremeció y Emily alzó la cabeza para mirarle. Estaba a punto de abrir la
boca para decir algo cuando él la silenció apoyando un dedo sobre sus labios. Ella
le miraba expectante con sus ojos grandes de cervatillo, esos ojos color caramelo
que Matt sería capaz de mirar durante una eternidad sin cansarse jamás.
Fue Emily quien inició el beso esta vez. Su lengua tímida y femenina avanzó hasta
adentrarse en la boca de Matt, que se estremeció hasta los huesos cuando la punta
de sus lenguas se tocaron. Como si su cuerpo se hubiese encendido de pronto,
acarició a su esposa con una necesidad voraz, jadeando sin aliento contra sus
labios pues el deseo que sentía por su mujer era tan filoso como una daga y se
clavaba en su carne sin misericordia.
Dios mío, se dijo con desesperación, ¡la haré mía aunque sea lo último que haga!
—Nena —gimió dentro de su boca con su voz enronquecida por la pasión—, ¿qué me
estás haciendo?
Matt podía darse cuenta que no era lujuria lo que sentía por Emily. No, esto era
algo completamente distinto. Algo mucho más poderoso. Un sentimiento desconocido
que le hacía desear que con aquel beso pudiese borrar para siempre todo el
sufrimiento por el que su esposa había tenido que atravesar.
Y luego abrió los ojos y la miró sintiendo que podía ver su alma en aquellas
pupilas ambarinas llenas de vida y de emoción.
Mientras besaba cada uno de los dedos de su mano menuda, hizo algo que jamás pensó
que haría con ninguna mujer.
Le suplicó.
Ella le miró con ojos brillantes y Matt tragó saliva antes de continuar.
—Déjame hacer que todo tu dolor desaparezca —las palabras brotaron directamente de
su alma, pero no le avergonzaron. Era lo que sentía y por primera vez en la vida se
estaba expresando libremente, sin ataduras.
Y se sentía estupendo.
Gracias a esta mujer volvía a ser aquel que fue antes de que sus padres, las
personas que más necesitaba que le apoyaran en el mundo, le traicionaran.
Su esposa se mordió el labio inferior y alargó sus pequeñas manos para posarlas
sobre su duro abdomen descubierto. Al sentir el contacto Matt contrajo sus
músculos, y su tableta de chocolate se marcó definiéndose aún más. Emily ahogó un
gemido y continuó acariciando su torso desnudo con un abandono y una fascinación
que Matt encontró irresistibles.
Sus caricias le ponían tanto que se empalmó de tal manera que podía sentir su
erección palpitante apresada contra la pernera del pantalón.
Matt entrecerró los ojos y una sonrisa de malicia se dibujó en sus labios.
—Te lo advierto, voy a tomarte ahora mismo. Tienes dos opciones: detenerme antes de
que sea tarde o disfrutarlo —dijo y se quedó observando su reacción.
Emily tragó saliva pero le sostuvo la mirada con aplomo.
Matt sintió que una ola de deseo le invadía y al instante la cogió levantándola
entre sus brazos. Ella se desabrochó el cinturón del albornoz y le rodeó las
caderas con sus piernas. Matt gimió sintiendo cómo sus cuerpos se fundían
lentamente.
Con una mano le quitó el albornoz haciéndolo deslizar por su espalda hasta caer al
suelo. Cuando sintió la tibieza de sus senos aplastándose contra su pecho volvió a
buscar su boca con una desesperación animal al tiempo que se deshacía de sus
pantalones. Acto seguido tumbó a su esposa sobre la cama y se arrodilló en el
colchón colocándose entre sus piernas, dejando que su erección hinchada y caliente
se apretara contra su centro.
El profundo y dulce jadeo de ella casi le vuelve loco y respiró contando hasta diez
pues sentía que su sano juicio pendía de un hilo.
¿Cómo era posible que una chica sin experiencia, una mujer virgen pudiera causar
semejante efecto en él?
Con el resto de mujeres Matt siempre permanecía en control, era él quien comandaba
la situación. Pero con su esposa era distinto. Con ella no podía evitar abandonarse
a sus instintos más básicos.
Debes ser suave, se dijo recordándose que era la primera vez que Emily estaba con
un hombre.
Se apartó de pronto para poder admirar su cuerpo desnudo tan inmaculado, tan
sensual que no podía entender como alguna vez pudo haberla despreciado. Incrédulo
negó con la cabeza repetidas veces. Había estado completa y absurdamente ciego.
Se humedeció los labios pensando que sus curvas y recovecos más íntimos habían
permanecido ocultos para cualquier hombre hasta hoy.
—Eres un jodido milagro, nena —susurró con los labios pegados a su oreja.
Emily respondió con una serie de gemidos de placer. Un ansia que jamás había
experimentado se adueñó de él mientras descendía hasta su boca y luego a lo largo
de su blanca garganta.
Al llegar a sus pechos besó cada una de sus pecas sintiendo que había llegado al
puto paraíso. Adoraba el tacto de su piel suave y sedosa entre sus manos ásperas.
Mientras ella aún se estremecía, Matt continuó amasando los pechos turgentes y
sensibles con sus grandes manos. Los apretó con firmeza multiplicando sus espasmos.
Matt no podía dejar de contemplar su rostro. Tenía una expresión agónica y
angelical a la vez. Una mujer entregada al placer y a su deseo a pesar de su
inexperiencia.
Dios mío, cuánto la necesitaba…
Emily respiraba con anhelo y eso hacía que él enloqueciera aún más. Las manos de
ella se cerraban sobre la cabeza de Matt cogiendo puñados de su pelo espeso. A él
le encantaba que ella respondiera tan bien a sus caricias. Acelerar el corazón de
su esposa de este modo le ponía como una moto.
Dios mío, se dijo maravillado, podría estar días besando su piel, mordisqueando su
carne rosada y acariciando sus curvas suaves…
Al rozar su vientre con la nariz ella se tensó levantando las caderas hacia Matt,
que la sujetó sonriendo con satisfacción al ver cuánto lo estaba disfrutando. Muy
lentamente bajó hasta su entrepierna y entonces se dio cuenta de lo empapada que
estaba.
Cerró los ojos apretando los párpados y suspiró preguntándose cuánto tiempo más
podría aguantar esta tortura. Probablemente no mucho más, pues su erección pulsaba
con dolor.
Con una sonrisa de lado volvió a soplar su aliento sobre los labios rosados de su
vulva y vio cómo la carne tan sensible se erizaba. Matt se relamió al ver a su
esposa estremecida por aquellos espasmos de placer y sin esperar más tiempo hundió
su lengua dentro de su centro.
Jugó durante un buen rato entrando y saliendo de su cuerpo con habilidad. Emily se
retorcía de placer arqueando sus caderas y levantando su espalda de la cama de
manera violenta. Matt sujetó sus piernas con ambas manos, pegándolas al colchón
mientras devoraba su carne sin piedad, escuchando cómo Emily se elevaba a la cima
de su placer para luego despeñarse de aquellas alturas gritando con locura.
Esto se repitió una y otra vez, y en cada ocasión Matt contemplaba a Emily
sintiendo una mezcla de orgullo y frustración, pues él también necesitaba consumar
su placer o se volvería loco de necesidad.
Así que suavemente se apartó de ella y se incorporó para deslizarse sobre el cuerpo
de su mujer. Llegó hasta su boca y la besó profundamente compartiendo con ella
aquel licor de hembra que aún bañaba su lengua. Los besos se volvieron tan
apasionados que ambos debieron apartar sus bocas para recuperar el aliento.
—Abre tus ojos, nena. Quiero verte —ordenó él respirando con agitación.
Emily entornó sus ojos y le miró con las pupilas dilatadas por el placer extremo.
Sus mejillas estaban sonrosadas y una fina capa de sudor cubría su frente. Parpadeó
repetidas veces mordiéndose el labio inferior. Madre mía, se dijo Matt alucinando
con lo que veía. Tanta sensualidad en una sola mujer debía ser un pecado mortal. Se
dijo que en ese momento no le importaría morir.
Sabía que se estaba enamorando cada vez más de ella, pero ese era un asunto en el
que meditaría más tarde. Este no era el momento de pensar. Ahora solo deseaba
sentir a su mujer a fondo.
Matt esbozó una sonrisa irónica pues ahora era ella quien le suplicaba.
Su propio cuerpo estaba a punto de explotar, de modo que sin perder más tiempo se
incorporó sobre sus rodillas y miró a Emily desde arriba con sus ojos azules
oscurecidos por el deseo. Le cogió una mano guiándola hasta su erección y ella
apretó la piel caliente de su polla hinchada haciéndole cerrar los ojos con un
placer insoportable.
Emily abrió los ojos con susto y al instante soltó su miembro. Matt soltó una
carcajada y negó con la cabeza.
—Ay, nena, vas a matarme —y luego poniéndose serio la miró a los ojos añadiendo con
voz ronca y anhelante—. No puedo esperar más, necesito hacerte mía.
Pero entonces Matt vio que Emily movía la cabeza afirmativamente y al fin respiró
aliviado agradeciendo al cielo su suerte. Tenía a la mujer que quería en su cama y
estaba a punto de hacerla suya para siempre.
Matt hizo que Emily recogiera sus piernas para poder colocarse en posición. Volvió
a besarla en la boca y ambos comenzaron a respirar con agitación anticipando lo que
vendría a continuación.
Ninguno de los dos podía parar de emitir gemidos cada vez que sus pieles se unían.
El aire de la habitación estaba tan cargado de tensión y expectativas que parecía
crepitar con una carga eléctrica. Matt se inclinó sobre su esposa dejando reposar
toda su masculinidad sobre su centro sensible y permaneció quieto durante un rato.
Al ver que Emily elevaba sus caderas arqueándose con desesperación y empujando su
entrepierna contra la de él, cogió su miembro palpitante con una mano y lo guió con
firmeza y habilidad, haciendo que su gruesa cabeza se abriera paso entre la
inmaculada carne rosada de su mujer.
Emily le agarró por los brazos jadeando de placer y desesperación. Una fina
película de sudor cubría su rostro de ángel y Matt no le quitó ojo mientras entraba
en ella.
La penetró muy lentamente, casi con reverencia. Matt estaba absorto, pendiente de
cada gesto y expresión de su mujer. No quería perder detalle. La vio cerrar los
ojos con fuerza primero, frunciendo la boca y haciendo un delicioso mohín con sus
labios después, para luego volver a entreabrirlos de manera sensual.
Aquello le indicaba que lo estaba disfrutando tanto como él, así que se relajó y
permaneció dentro suyo un rato más, aguardando a que su cuerpo se amoldara a su
tamaño.
Cuando Matt volvió a moverse embistiendo suavemente con sus caderas, vio que Emily
se mordía el labio inferior, hinchado y enrojecido por sus besos, y sonrió
preguntando:
—Estás haciéndolo muy bien, mi amor —la animó con una sonrisa.
Dejó que Emily recobrara el aliento antes de continuar con sus embestidas.
Lentamente volvió a rotar sus caderas entrando y saliendo de ella en círculos,
haciendo que su esposa se arqueara, sacudiera y retorciera pidiéndole más.
Matt arrugó el ceño, preocupado porque ya podía sentir las primeras convulsiones de
su miembro y no quería dejarse ir.
A medida que crecían los espasmos de Emily él iba adentrándose más y más en su
húmeda calidez. Ambos cuerpos se movían sobre la cama acoplados a la perfección,
meneándose a un ritmo preciso y frenético. Las uñas de Emily se clavaron en su
trasero y Matt oyó que ella gritaba incoherencias mientras él la embestía sin
pausa.
Lanzando una serie de gruñidos aferró a Emily con brusquedad por el trasero y la
atrajo hacia él con fuerza mientras se derramaba interminablemente dentro de su
cuerpo.
—¡Mierda, nena, eres mía, mía y de nadie más! —susurraba entre dientes sin dejar de
menear sus caderas contra las de su mujer.
Cuando finalmente se detuvo jadeando sin aire, observó a Emily desde arriba. Joder,
estaba radiante, sudorosa y sonrosada. En sus labios asomaba una sonrisa extenuada,
y Matt se maravilló una vez más de su belleza, como si un halo de santidad la
rodeara.
Ambos yacieron unidos mientras recuperaban el aliento. La satisfacción de Matt era
completa. La había marcado para siempre y en esos momentos se sentía el hombre más
orgulloso del universo.
Pasados unos minutos Matt se apartó saliendo de su esposa para tumbarse a su lado.
Con las cabezas apoyadas en la almohada, ambos se miraron exhaustos pero
sonrientes. Y en ese instante Matt se dijo que al fin sabía lo que se sentía estar
enamorado
Así que de esto se trata el amor. Pues debía admitir que la gente no se equivocaba.
¡Era estupendo, un sentimiento verdaderamente glorioso! En silencio miró a su
esposa y deseó que aquel momento durara para siempre.
Emily fue la primera en quedarse dormida. Procurando no hacer ruido, Matt cogió el
mando de la mesita y pulsó un botón para que los estores de las ventanas se
alzaran. La luz de la luna invadió la habitación y Matt se relajó colocando sus
manos bajo la nuca mientras observaba el cielo completamente estrellado.
Era una noche ideal, una noche que mientras viviera jamás olvidaría.
Al volver a abrirlos por la mañana lo primero que hizo fue alargar su mano sobre la
cama, buscando la calidez del cuerpo de su esposa. Pero en cambio se encontró con
las sábanas frías y vacías.
Gruñó de frustración pues deseaba estrecharla entre sus brazos y darle los buenos
días con un beso largo y profundo. Su idea era amanecer junto a ella para continuar
con renovadas energías lo que habían comenzado por la noche.
Vacía.
Al oír el ruido de la cafetera esbozó una sonrisa de alivio, pues estaba seguro que
encontraría a su esposa preparando el desayuno en la cocina.
¡Joder, cómo deseaba verla, estrecharla entre sus brazos y besarla largamente! Se
sentía tan ansioso como un niño en la mañana de navidad a punto de abrir sus
regalos.
Matt se pasó una mano por el pelo alborotado y volvió a mirar su reloj. No se
explicaba donde podría haber ido a estas horas.
De pronto vio algo que le llamó la atención y se acercó a la mesa del salón.
Apretando las mandíbulas lo cogió con aprehensión. Algo dentro suyo le decía que
aquello no pintaba bien.
La sangre se le heló en las venas cuando sacó los papeles del divorcio. Emily los
había firmado. Su firma aparecía junto a la firma del abogado y solo faltaba la
firma de Matt para que el documento tuviera validez legal.
Al sentir que los ojos comenzaban a escocerle se restregó la cara con rabia.
Siguió rebuscando dentro del sobre y pescó otro papel donde Emily había escrito una
nota de su puño y letra.
Matt permaneció encorvado sobre la mesa leyendo cada línea al menos dos veces, pues
estaba tan nervioso que sus ojos no conseguían enfocarse en la tarea por más de dos
segundos seguidos.
“Lo siento, pero no quiero continuar siendo una carga para ti. Ya puedes reanudar
tu vida sin condicionamientos ni cláusulas absurdas. No te preocupes por mí, haré
de cuenta que lo nuestro jamás ha existido. Te aseguro que no te traeré más
problemas en el futuro. Gracias por todo. Emily”
Al volver en sí Matt miró su puño aún cerrado alrededor de los anillos. Lentamente
abrió la mano y vio su propia sangre enrojeciendo los anillos.
¿Por qué?
También pasó por su mente la imagen de su madre dándole la espalda con desprecio.
Por último se imaginó el momento en que esa mañana Emily se había zafado de su
abrazo y salido de la cama sin hacer ruido para no despertarle, con la intención de
huir de él.
Solo cuando la primera lágrima solitaria cayó por su pómulo y fue rodando hasta
tocar sus labios, aquel sabor amargo pareció despertarle de su trance.
CAPÍTULO 17
Tienes que hacer algo, se dijo mirando los anillos en la palma ensangrentada de su
mano.
Matt respiró hondo y enderezó la cabeza decidido. Pensaba luchar por ella con uñas
y dientes. ¡Así fuera lo último que hiciera en esta puta vida!
Con sumo cuidado volvió a poner los anillos en el sobre. No era hora de
derrumbarse. Era hora de entrar en acción.
Debía salir a buscar a su esposa cuanto antes, así que bajó al garaje y cogió su
deportivo mientras avisaba a su chófer que hoy no viniera a recogerle. Con dedos
temblorosos tecleó en el GPS la dirección del viejo apartamento de Emily, se puso
unas gafas de sol de aviador y cogió el volante con fuerza antes de salir quemando
llanta.
Por suerte a esas horas casi no había tráfico y en menos de quince minutos estaba
aparcado frente a su portal.
—El mismo. Mire, hoy es el aniversario del día que ella y yo nos conocimos y me
gustaría… darle una sorpresa. Para eso necesito entrar en su estudio pero no tengo
forma de hacerlo. ¿Sería usted tan amable de darme una copia de las llaves?
El encargado hizo una pausa del otro lado del intercomunicador y Matt pudo advertir
que su tono se volvía suspicaz.
—Lo siento, pero no tengo permiso para hacer algo así. ¿Por qué no prueba a hacer
una llamada al administrador de la comunidad?
Volvió a hacerse un silencio, esta vez bastante más largo. ¡Mierda, no se lo estaba
tragando! Debía pensar algo deprisa o le colgaría sin más.
Lo único que Matt sabía de este hombre era que evidentemente era un forofo de los
coches deportivos. Estaba seguro de que daría lo que no tenía por subirse a uno y
conducirlo aunque más no fuera un par de calles.
Se le ocurrió una idea.
—Oiga —dijo Matt tratando de disimular la ansiedad en su voz—, esta es una sorpresa
que llevo planeando días y necesito su ayuda. Le prometo que serán apenas unos
minutos. Además necesitaré un favor adicional.
—Mire, necesito a alguien de confianza que me haga de chófer. ¿Le importaría dar
unas vueltas por la ciudad conduciendo el deportivo por mí? Puede estar seguro de
que le recompensaré generosamente.
—Cuente conmigo —respondió el portero y luego de una breve pausa bajó la voz
adoptando un tono confesional—. Sabe, siempre he querido conducir un deportivo como
el suyo.
—Espere un minuto, por favor, que enseguida bajo a abrirle. ¡No se vaya a ir, eh!
Matt celebró con un puño en el aire que su plan improvisado hubiera funcionado.
No habían pasado ni dos minutos cuando apareció el portero con una amplia sonrisa
en los labios. En cuanto abrió la puerta buscó con los ojos el deportivo de Matt.
—¡Oh, allí está! —dijo con una expresión de alegría inocultable—. Vaya, ese coche
es un sueño.
—Ya lo creo —respondió Matt meneando el llavero de su deportivo ante las narices
del hombre—. Me imagino que tendrá copia de las llaves de cada apartamento del
edificio, ¿verdad?
—¡Claro que sí! Pero pase por favor —el hombre le palmeó la espalda como si fueran
viejos amigos.
Las llaves resultaron estar en un cajón de la mesa de la recepción que se abría sin
llave. El portero buscó la del apartamento de Emily y se la enseñó con gesto
triunfante. Pero Matt sacudió la cabeza mosqueado al ver aquello. ¿A quién cojones
se le ocurría guardar las llaves de repuesto de toda la comunidad en un cajón sin
candado? ¡Era un descuido imperdonable!
—¿No le parece un peligro dejar las llaves aquí para que cualquiera pueda cogerlas?
—¡Eh, señor Tanner! —le llamó desde unos metros más atrás—. Le espero junto al
coche, si le parece bien.
Cabreado con la actitud de aquel inepto, Matt pulsó el botón de la planta de Emily
y se limitó a mirarle en silencio mientras las puertas del ascensor se cerraban.
Al llegar a la cuarta planta caminó hasta la puerta del final del pasillo y se
detuvo acercando la oreja para ver si conseguía oír algún movimiento al otro lado,
pero no logró escuchar nada. Entonces metió la llave y la giró dos veces tratando
de no hacer ruido. Contuvo la respiración al abrir.
Nada.
Hasta el aire tenía olor a encierro. Era evidente que el apartamento llevaba
semanas vacío. Definitivamente por aquí no había pasado Emily.
Pensativo Matt cruzó las manos detrás de la nuca tratando de decidir qué coño hacer
mientras su cabeza daba vueltas a mil por hora.
A toda prisa salió del edificio y sin mirar atrás se montó en su coche. Estaba
arrancando el motor cuando el portero se acercó para increparle.
Matt resopló al verle pues no estaba de humor para escucharle, así que volvió a
cerrar la capota mientras el portero seguía despotricando contra él furioso.
Matt se prometió que regresaría un día de estos para darle el gusto de conducir su
deportivo, pero eso tendría que esperar. De momento solo podía pensar en su mujer.
¡Dios mío, era la primera vez que sentía que la había cagado de verdad! Sin Emily
todo perdía sentido. Por más que lo intentara era incapaz de imaginarse una vida
sin ella.
Matt sintió que le faltaba el aire y una punzada de dolor atravesó su pecho. Era un
dolor incomparable, un dolor que nunca antes había sentido.
Se llevó las manos a la cara y maldijo por lo bajo pues seguía desorientado y
confundido por la actitud de Emily. ¿Por qué se había marchado justo después de
haberse acostado con él? No tenía lógica. Joder, si no habían pasado ni seis horas
desde que la había hecho suya…
Sintiéndose fatal consigo mismo Matt dejó caer la barbilla sobre el pecho. Un
sentimiento de melancolía le sobrecogió. Sin su esposa estaba solo y perdido en el
mundo.
Sus recuerdos le llevaron de pronto al garaje subterráneo del local de moda donde
por primera vez se había mostrado públicamente junto a Emily.
Sonrió con ironía al recordar que aquella vez había declarado ante los paparazzi
que al fin había encontrado al amor de su vida y que nada podría separarle de ella.
Cuando pronunció aquellas palabras Matt pensaba que era la típica chorrada
sentimental que alguien como Orwell necesitaba oír para creer que lo suyo con su
asistente iba en serio.
Menuda ironía, pues ahora su mundo se había vuelto patas arriba y se encontraba
dispuesto a dar su vida para que aquella “chorrada sentimental” se hiciera
realidad.
Pegó un puñetazo sobre la cama soltando un taco. ¡De nada le servía pensar aquello
pues ella no tenía forma de saber lo que él sentía!
No podía culpar a Emily por huir de él luego de su primera noche de amor, pues Matt
no le había dado razones para confiar en él.
Ella tenía motivos suficientes para seguir pensando que para él todo esto era un
juego y que en el fondo seguía siendo el mismo playboy que necesitaba follarse a
una mujer diferente cada noche.
¡Mierda! Él tenía la culpa de todo, pues su corazón estaba tan endurecido que era
incapaz de expresar emociones verdaderas. Estaba habituado a actuar con esa
horrible máscara que le había protegido del desprecio de sus padres. Pero a la vez
que le protegía, también le aislaba de aquello que más quería.
Si la vida le diese la oportunidad de tener a Emily otra vez delante suyo para
poder decirle lo que verdaderamente sentía por ella…
—Dios, dame una oportunidad. Una sola. ¡Juro que esta vez no la desperdiciaré!
Apesadumbrado se puso en pie y cogió su móvil haciendo un nuevo intento por ubicar
a Emily. Tras marcar su número, una voz repitió que el móvil al que llamaba se
encontraba apagado o fuera de cobertura. Frunció el ceño mirando la pantalla.
En cambio a este nuevo Matt se la sudaba saber que las acciones de su empresa
continuaban subiendo. ¿De qué le servía el dinero si no podía compartir sus éxitos
con su esposa?
Y en ese momento se dio cuenta que necesitaba ayuda. Debía hablar con alguien
acerca de lo que ocurría. Alguien que pudiera ayudarle a encontrar a Emily.
En las últimas semanas su opinión del accionista había dado un giro de ciento
ochenta grados. Era un hombre al que Matt había aprendido a respetar. Encontró en
él y en su familia un espejo donde al fin podía mirarse sin esa horrible distorsión
que había sido el espejo roto de su propia familia.
Matt no dudaba que podría ser feliz si lograba formar una familia como la que
habían construido los Orwell.
Al pensar aquello rió para sí pues recordaba lo que pensaba antes acerca de la
felicidad: buscar ser feliz era una de esas chorradas de las que hablaba la gente
que no tenía ambiciones ni algo mejor que hacer que fantasear con castillos en el
aire…
Negó con la cabeza burlándose de su antiguo cinismo. Ya no pensaba así, por
supuesto. Ahora sabía que también un tipo rudo y borde como él necesitaba de
ilusiones.
La idea de una familia junto a Emily, por ejemplo. Esa era una ilusión que no
sonaba nada mal, se dijo sonriendo y decidió aferrarse a la esperanza de volver a
ver a su mujer con la misma urgencia con la que necesitaba respirar.
Rápidamente buscó a Joseph entre sus contactos y sin pensárselo dos veces marcó su
número.
Al ver que no contestaba soltó un taco pasándose una mano por la cara. Miró la
hora, era demasiado temprano, pensó. Lo más probable es que no haya salido para la
oficina aún.
A tomar por culo, se dijo con determinación, iré a verle directo a su casa.
Tenía que zanjar las cosas con Joseph de una vez y para siempre.
Matt iba por la autovía en su deportivo cuando le entró una llamada de Orwell que
cogió enseguida.
—Emily se ha marchado.
—¡Que me ha dejado y no tengo ni puñetera idea de dónde pueda estar! —vociferó Matt
en un tono angustiado.
—Ajá.
—Oye, Joseph...
—Dime.
Matt vaciló.
Del otro lado de la línea se hizo un silencio. Matt alcanzó a oír un suspiró
tembloroso y arrugó el entrecejo.
—Vale, ya me dirás —dijo Joseph al fin—. Pero ahora necesito que te concentres en
el camino. Tu seguridad es lo primero.
Matt sonrió.
Lo primero que hizo después de colgar fue soltar el aire de los pulmones como si
alguien acabara de quitarle el pie de encima.
Se lo iba a decir todo, estaba decidido. A la mierda con las consecuencias. Iba a
escupir la verdad. ¡Toda la verdad!
Sabía que si pretendía encarrilar su vida, debía aclarar las cosas de una puta vez
y empezar de cero.
¡Pues que le follen al Grand River! El nuevo Matt podía conseguir otras diez
cuentas más si se lo proponía, tan grandes y provechosas como la de la cadena
hotelera de Orwell, se dijo entrecerrando los ojos con determinación.
Lo importante era confesar la verdad a Joseph y a Susan, pues ahora veía claramente
cómo les había manipulado.
Si alguien debe pagar por esta situación de mierda, ese soy yo, se dijo afirmando
con la cabeza mientras pisaba el acelerador a fondo.
Matt asintió.
—No le he hecho daño, si a eso te refieres —dijo sin inmutarse mirando a Susan a
los ojos—. Hasta anoche todo iba perfecto.
Pero Susan no contestó. Se limitó a mirarle con el ceño fruncido. Estaba que echaba
chispas y Matt no podía entender el motivo.
—Dime Matt, ¿has podido hablar con la familia de Emily? ¿O con sus amigos?
Él se rascó la nuca.
—Pues la verdad es que no sabría por donde empezar —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Vas a decirnos ahora que ni siquiera te has puesto en contacto con Claire? ¡No me
lo puedo creer!
Matt enderezó la cabeza al oír aquel nombre. Claire… Sonaba vagamente familiar,
pero no sabía a quién se refería en concreto.
Matt se pasó una mano por la cara a la vez avergonzado y enfadado consigo mismo.
Dios mío, ¿cómo podía haber sido un capullo tan egoísta?
Ese era él, un esposo farsante que no se merecía tener a su lado a una mujer del
calibre de Emily.
Matt cerró los ojos y rebuscó en su memoria. Se remontó a la noche en que le
propuso la farsa a Emily. Haciendo un esfuerzo recordó a los amigos que la
acompañaban en aquel bar de moda al que habían asistido.
De golpe la imagen de una chica morena surgió en sus recuerdos. Era la misma chica
que se había abrazado a Emily llorando el día de la boda. Suponía que ella debía de
ser Claire.
Susan meneó la cabeza de un lado a otro y estaba por abrir la boca para decir algo
cuando Joseph se volvió hacia ella y bajando la voz dijo:
Ella asintió, sin embargo no dejó de fulminar con sus ojos a Matt ni por un
segundo.
Él suspiró sintiéndose fatal. No tenía caso esperar más. Este era el momento de
decírselo todo, tenía que hacerlo. Era ahora o nunca.
—Debo deciros algo importante. Algo que me carcome aquí —dijo tocándose el corazón.
Joseph y Susan se miraron por un instante intercambiando una mirada que a Matt le
resultó enigmática cuanto menos.
—Pasa, por favor —dijo Joseph y ambos se hicieron a un lado invitándole a pasar al
salón.
Pese a ello iba a hacerlo. Lo confesaría todo y acabaría con aquello de una puta
vez.
Ser lo más directo posible era probablemente la mejor opción, así que levantó la
vista y fijó sus ojos azules en los de Joseph, que le miraba desde su sillón con
una expresión de severidad.
—Es sobre mi relación con Emily… — carraspeó nervioso—. Tanto el compromiso como
nuestro matrimonio, todo ha sido…
Las palabras se negaban a salir de su boca y Matt se sujetó a los apoyabrazos con
ambas manos como si el sillón fuera a salir volando en cualquier momento.
Echó un vistazo a su alrededor en busca de ayuda, pero se dio cuenta que esta vez
nada podía sacarle del apuro.
—Todo ha sido una farsa —soltó al fin y contuvo el aliento mirándoles a ambos sin
parpadear.
—¿Qué dices?
—Ha sido todo una idea mía. Lo he hecho aposta, sabiendo que no tenía otro modo de
convencerte para que cambiaras tu opinión acerca de mí.
El accionista se le quedó mirando con la boca abierta. Susan puso una mano en su
brazo para tranquilizarle y luego se volvió a mirar a Matt con labios apretados.
—Tenéis derecho a enfadaros. No soy más que un farsante. Sé muy bien que no merezco
ni pizca de consideración. Pero lo que más lamento es haber arrastrado a Emily a
esta situación.
Joseph carraspeó mirando a su esposa con una expresión que Matt no pudo descifrar.
—Un momento, Joseph. Quiero deciros algo que tengo atragantado hace rato. Vosotros
no os merecíais pasar por esto. Ni Susan ni tú, pues los dos me habéis tratado como
a un hijo sin que yo hiciera nada por merecerlo. No tengo perdón de Dios, lo sé…
Pero de todas maneras siento la necesidad de pediros disculpas. Lo siento mucho, lo
siento de corazón y si pudiera hacer algo para compensaros lo haría sin pensarlo
dos veces.
El silencio que se hizo a continuación fue tan incómodo que los tres se removieron
en sus asientos.
—¿Se lo dices tú? —preguntó ella en voz alta volviendo a mirar a Matt con una
mirada que traslucía algo muy distinto al cabreo y a la indignación. Era una mirada
casi de remordimiento.
Joseph miró a su esposa y tras asentir con aire apesadumbrado, se volvió hacia él
carraspeando nerviosamente.
—Lo sabemos todo —dijo ella suavizando la mirada y juntando las manos a la altura
del pecho a modo de disculpa.
—¿Perdona?
Susan suspiró.
—Lo que oyes, Matt. Sabíamos del engaño que estabais montando desde el primer
momento —Susan hizo una pausa para mirar a su esposo—. Y también que poco a poco os
estabais enamorando, ¿verdad cariño?
Atónito Matt abrió los ojos como platos y se puso en pie de un salto. Sin dejar de
mirar a ambos soltó una risa nerviosa.
—Susan fue la primera en darse cuenta. Como habrás notado mi esposa es una mujer
muy perceptiva. Y pues bueno, el caso es que me convenció para que te siguiera el
juego.
Matt miró a Susan con la boca abierta. Joseph se echó a reír suavemente.
— Debo reconocer que no me caíste nada bien, Matt, y que si por mi fuera te hubiera
dado la patada el primer día. Ya sabes, eso de que las primeras impresiones son
difíciles de borrar.
—¿Sabes qué ha sido lo que te ha salvado el pellejo? —terció ella con una sonrisa
maternal.
—¡Tu buena estrella! Pues el destino te ha puesto a una chica como Emily en el
camino. Y debo decir a tu favor que has tenido la sensatez de fijarte en ella para
que te acompañe en esta locura.
—Susan tiene razón, Emily es una dulzura de mujer —afirmó Joseph sonriendo
ampliamente—. Esa chica tiene una sensibilidad especial.
Matt la miró sin saber qué decir. De pronto se sentía como el cazador cazado. Aún
así sintió el impulso de defender a Emily a capa y espada.
—Os aseguro que he sido yo quien la obligó a formar parte del engaño —dijo
mirándoles a los ojos con toda sinceridad—. Me he aprovechado de sus problemas
financieros para presionarla. Ella no pretendía…
Susan se puso en pie y dio un paso hacia Matt cogiendo su mano en un gesto
tranquilizador.
—No te fustigues, hombre. Eso lo sabemos de sobra. Emily tiene un corazón sincero y
la pobrecilla ha sido una víctima de las circunstancias —volviéndose hacia su
marido preguntó—. ¿Verdad, querido?
—Y también sabemos que tú no eres esa máscara vacía que te empeñas en mostrar de
cara al mundo.
Matt abrió la boca pensando que debía decir algo, pero la volvió a cerrar de
inmediato pues no encontraba qué decir ante aquellas palabras que le habían tomado
completamente por sorpresa.
Susan sonrió.
—El cambio que ha obrado esa chica sobre tu carácter es milagroso. Matt, tienes el
potencial para ser el esposo fuerte, leal y apasionado que necesita alguien tan
especial como Emily.
Era una sensación tan desconocida para él que desvió la mirada a sus pies para
intentar ocultar su emoción.
—Estoy cansado de vivir una mentira —masculló al fin, y al decirlo sintió que se
quitaba un gran peso de encima—. Quiero ganarme la confianza y el amor de Emily. Y
también quiero ganarme vuestro respeto…
Matt vio por el rabillo del ojo que Joseph también se levantaba de su sillón y se
detenía ante él.
—Hijo, te puedo asegurar que ya tienes nuestro cariño —le puso una mano en el
hombro e hizo una pausa antes de añadir—. Pero acabarás de conseguir todo nuestro
respeto cuando seas capaz de abrir tu corazón a Emily.
—Matt, el peor engaño te lo has hecho a ti mismo. Afortunadamente podemos ver que
te has dado cuenta de ello a tiempo.
Incapaz de contener sus lágrimas por más tiempo, Matt se llevó las manos a la cara.
Susan le abrazó.
—Ciertamente ya no eres el más grande, pero aún tienes algo de capullo —dijo
esbozando una sonrisa cariñosa para demostrarle que en sus palabras no había
animosidad alguna.
Al oír aquello Matt se echó a reír limpiándose las lágrimas contra su propio
hombro. Susan le dio unas palmaditas afectuosas en la espalda.
—Sabemos que esa chica te quiere con locura, pero tienes mucho que arreglar antes
de que ella pueda confiar en ti al cien por cien —dijo Susan en su oído y Matt
asintió.
Al separarse de Susan, Matt se rascó la nuca y les miró en busca de ayuda, como si
de repente hubiese perdido toda la seguridad en sí mismo.
—Es mi intención arreglar las cosas entre ella y yo, pero es que estoy perdido y no
sé por donde tirar —dijo con la más absoluta sinceridad, sintiendo que era la
primera vez en su vida adulta que se ponía en manos de otras personas.
Para los asuntos del corazón Matt se sentía un auténtico novato, un tío sin
experiencia sometido al más arduo de los aprendizajes.
—Para recuperar a tu esposa debes poner todas tus cartas sobre la mesa. Ser capaz
de sincerarte con ella como nunca antes lo has hecho con nadie.
—Emily ya no es mi esposa.
Matt abrió los ojos sorprendido por el taco, pero Susan continuó con la misma
vehemencia.
—Tú eres el hombre perfecto para ella y ella es la mujer que te ha cambiado la
vida. ¡Y no hay más que hablar!
—Tienes razón.
—Pero cuidado —le advirtió Susan—, no dejes que de nuevo te gane ese obstinado
orgullo que tienes. Debes decirle a Emily todo lo que sientes por ella, abrir tu
corazón sin reservas —luego entrecerró los ojos al preguntarle—. ¿Crees que podrás
hacerlo?
Matt sintió una fuerza irresistible que surgía desde lo más hondo de su alma.
¡Claro que sería capaz de hacerlo! Su destino era amar a Emily y no iba a rendirse
hasta conseguir lo que quería.
Asintió con la cabeza y abrazó primero a Susan y luego a Joseph.
—Sois como unos padres para mí —dijo con la voz atragantada por la emoción antes de
salir y montarse en el deportivo para ir en busca de su esposa.
Ya en la carretera lo primero que hizo fue marcar el número que Susan le había
dado.
Impaciente tamborileó con los dedos sobre el volante mientras sonaba el tono.
¡Joder, los nervios le estaban devorando vivo! Necesitaba saber que su Emily se
encontraba a salvo...
Respiró aliviado.
—Está bien. Oye, necesito saber algo, ¿has hablado con Emily en las últimas horas?
—Esto…
—Oye Claire, esto es urgente. Tengo que saber donde se encuentra mi esposa —hizo
una pausa pensando que tenía que dar una razón convincente para que Claire le diera
lo que quería y tragó saliva antes de añadir—. Necesito decirle cuánto la amo, lo
feliz que me ha hecho como hombre y que la necesito a mi lado.
Tras decir aquello Matt pudo sentir que sus mejillas comenzaban a arder y pronto
hasta las orejas se le pusieron rojas. ¿Acaso se estaba ruborizando? Se miró en el
retrovisor. ¡Mierda, nunca antes se había sonrojado de esta manera!
Matt pisó los frenos de golpe haciendo que las ruedas chillaran y maniobró para
aparcarse en el arcén.
Matt miró su reloj y comprobó que faltaban quince minutos para las nueve.
—Gracias, Claire, te debo una —fue todo lo que dijo antes de colgar, volver a
arrancar el coche y dar un abrupto giro en redondo para meterse en el otro carril.
Mientras pisaba el acelerador a fondo se maldijo por no haber hablado antes con
Claire pues ahora temía no llegar a tiempo.
Los minutos pasaban demasiado rápido y Matt se saltó varias señales de tráfico
esperando que no le detuvieran. Tras unos diez minutos de conducir como un bólido
por la autopista, vio aparecer la mole del Aeropuerto Internacional de Riverside.
Acelerando al máximo pasó junto a los buses vacíos que esperaban a los pasajeros
del siguiente vuelo y clavó los frenos justo delante de la trompa del avión que se
preparaba para partir.
Luego echó a andar hacia la terminal mientras veía por el rabillo a un grupo de
guardias de seguridad que desde la otra punta de la explanada corrían hacia él.
Matt aceleró el paso calculando rápidamente qué posibilidad tendrían aquellos
hombres de detenerle.
Ninguna, concluyó.
Le sacaba al menos una cabeza al más fuerte de ellos, así que no le costaría
trabajo imponerse. Continuó su marcha sin hacerles caso y cuando empezaron a llegar
a su lado fue quitándoselos de encima con un gesto de fastidio sin siquiera
mirarles ni responder a sus preguntas.
Siguió avanzando por los salones de la terminal determinado a impedir que Emily se
montara a ese avión.
Pero unos metros antes de llegar a los mostradores, unos diez hombres de la policía
aeroportuaria le rodearon impidiéndole el paso.
—¡Es ese tío bueno que sale en todas las revistas del corazón y que ahora se ha
casado con su secretaria! —exclamó la mujer emocionada cogiendo la mano de Matt
como para defenderle de los guardias.
Los hombres se quedaron de piedra mirándose entre sí sin saber de qué narices
hablaba la mujer.
La mujer se puso de puntillas con la intención de darle dos besos y Matt se agachó
lo suficiente para que ella pudiera hacerlo.
—Carmen, un gusto —dijo arreglándose el pelo con coquetería—. ¿En qué puedo
ayudarle?
—Menuda suerte tienen algunas —comentó con un deje anhelante en su voz, pero
enseguida adoptó un aire profesional—. ¿Número de vuelo?
Una vez allí ocupó su mostrador y tras ingresar los datos a su ordenador empezó a
consultar la lista de pasajeros.
Matt hizo una mueca y se quedó mirando la pantalla del ordenador pensativo.
Entonces se le ocurrió algo.
De inmediato cogió el intercomunicador y preguntó acerca del estado del vuelo 32.
Con cara de preocupación se volvió hacia Matt.
La mujer pareció debatirse durante unos instantes. Miró la cola de pasajeros que
esperaban ante su mostrador y luego se volvió hacia sus compañeras preguntando si
alguna podría cubrirla, pero todas dijeron que no con la cabeza.
—A tomar por culo con los protocolos —musitó para sí y luego alzó la voz
dirigiéndose a sus compañeras—. ¡Oye, Lisa!
—Me debes una, ¿lo recuerdas? Pues hoy es mi día de paga. Vas a cubrirme durante
unos minutos sin rechistar mientras yo atiendo a este caballero, ¿de acuerdo?
La mujer puso los ojos en blanco pero aceptó a regañadientes y Carmen cogió a Matt
de la mano echando a andar a toda prisa, moviéndose como pez en el agua entre la
marea de gente que se interponía a cada paso.
—Gracias —dijo Matt casi sin aire pues la mujer le llevaba volando. Era pequeña
pero casi tan rápida como un corredor de los cien metros lisos.
Carmen se detuvo ante la puerta de embarque donde había dos empleados encargados de
recibir a los pasajeros y coger los billetes. Eran un hombre y una mujer, y en ese
momento estaban cogiéndole el billete a una familia. Carmen irrumpió apartándoles
sin ceremonias y señaló a los dos empleados con el dedo.
—Este señor necesita pasar a buscar a su esposa. Haréis la vista gorda o le diré al
supervisor aquello de… ¡ya sabéis! ¿De acuerdo?
Tanto la mujer como el hombre palidecieron al oír aquella amenaza, y tras mirarse
entre sí, se hicieron a un lado a la vez sin emitir una sola protesta.
—¡Venga, a qué esperas, que te he dejado el campo libre! ¡Ve a por ella! —vociferó
la mujer sonriente. Como agradecimiento Matt le dio un beso en la frente y echó a
andar por la pasarela de acceso—. ¡Y díselo todo sin cortarte un pelo, eh!
Matt sonrió para sí mientras pasaba deprisa entre varias personas buscando a su
Emily. Giró en una esquina y luego en otra, con cada paso se acercaba cada vez más
a la aeronave pero seguía sin verla.
Emily estaba sola y Matt observó que llevaba su bolsa de viaje, su viejo bolso de
lanilla y una pequeña mochila. No creía que hubiera despachado una maleta, aquel
debía de ser todo el equipaje que traía.
Con cuidado Matt avanzó un paso hacia ella. Luego otro. Y otro más.
Matt hizo una mueca al pensar que probablemente estuviera planeando su nueva vida
lejos de Riverside.
Lejos de él.
Ansioso dio otro paso, pero desde aquel ángulo vio algo que le hizo volver a
detenerse.
Sintió que le faltaba el aire y dolorido se llevó una mano al pecho mientras el
corazón se le encogía como si alguien acabara de atravesarle con un puñal de parte
a parte.
Matt entornó los ojos y se miró la mano que tenía colocada en su pecho.
En un murmullo se dijo:
—Corazón, debí hacerte caso desde el principio. Esta vez estoy dispuesto a seguirte
hasta las últimas consecuencias. No permitas que sea demasiado tarde.
Entonces volvió a abrir los ojos, enderezó la cabeza y cuadró los hombros armándose
del valor que sabía que iba a necesitar para encararse con su mujer.
CAPÍTULO 18
Sentada en un banco de la terminal con su billete en la mano y la bolsa de viaje
entre los pies, Emily esperaba el momento de embarcar sintiéndose sola y perdida en
medio de la muchedumbre de pasajeros.
Volvía a huir, pero esta vez no solo huía de sí misma, sino del hombre que se había
quedado con su corazón.
Necesitaba esconderse, dejar que el tiempo la ayudara a sanar las heridas y quizás
entonces podría intentar volver a recomponer lo que quedaba de su corazón roto.
Su cacao mental era el mismo de siempre. Por supuesto que no esperaba aclararse las
ideas. Todavía era demasiado pronto para eso. Solo podía cerrar los ojos y escuchar
lo que su corazón le dictaba.
Y su corazón le había indicado que Matt Tanner era el hombre de su vida, aun cuando
él fuera incapaz de aceptar su amor.
Emily lo había intentado y eso le daba cierta paz interior. Pero por desgracia sus
esfuerzos no habían alcanzado para obrar un cambio definitivo en él.
Tanner aún creía que el amor era un lastre, una emoción que solo servía para
debilitar a las personas.
Ella en cambio creía que el amor te daba alas para saltar sobre las dificultades.
Emily reprimió un sollozo apretando los párpados con fuerza. Madre mía, se dijo,
estoy agotada de tanto llorar…
Se pasó una mano temblorosa por las mejillas húmedas y el recuerdo de anoche volvió
a asaltarla llenándola de zozobra.
¿Por qué lo había hecho? ¿Qué era exactamente lo que la había llevado a meterse en
la cama con Tanner?
Aún no podía explicárselo. Solo sabía que su corazón la había empujado directa
hacia sus brazos. Quizás al saber que era la última noche junto a él y que luego ya
no le vería más, había decidido que no tenía nada más que perder y que entregarse a
él en cuerpo y alma, aunque más no fuera una vez, sería una especie de justicia
poética.
Cerró los ojos y al instante volvió a sentir las apasionadas caricias masculinas
invadiendo cada rincón de su cuerpo, los besos desesperados, la calidez de su piel,
las tiernas palabras de amor y su mirada apasionada expresando algo que por un
momento le había parecido que era…
Debían de ser imaginaciones suyas pues Tanner no era capaz de sentir amor. Al menos
no la clase de amor que ella necesitaba.
Emily suspiró pensando que al menos podría atesorar la noche pasada como un
recuerdo agridulce, aun cuando la hiciera pensar en lo que habría podido ser…
Se preguntó cómo iba a sobrellevar los próximos años sin él. Emily temía que
quedarse en su pueblo la condenara a una vida trivial e insignificante. Tal vez
conociera a un buen muchacho del pueblo con quien poder compartir su vida. Puede
que incluso consiguiera alcanzar una felicidad tranquila y sin sobresaltos.
Ella no quería esa clase de vida. Su alma se negaba a aceptar ese triste destino
para ella. Emily no quería marchitarse en un pueblo perdido en el mapa, donde todos
la conocían como a la hija de su padre. ¡Aquello iba a ser asfixiante!
Por los altavoces avisaron de que los pasajeros del vuelo número 32 con destino a
Nebraska City podían comenzar a embarcar.
Emily miró su billete y chasqueó la lengua. Allá vamos, se dijo sin demasiado
entusiasmo.
Echó un vistazo alrededor y vio un mar de personas ajetreadas que iban y venían con
sus maletas a cuestas. Se sintió abrumada.
Suspiró levantando su mochila y ajustando las correas a sus hombros. Luego arrastró
los pies hasta la puerta de embarque, sonriendo débilmente a la azafata que recibió
su billete y le deseó un buen viaje.
El cielo de Riverside, los ojos de su amado… Dos cosas que probablemente jamás
volvería a ver, se dijo y ya no pudo reprimir las lágrimas.
Se dejó envolver por el dolor tan grande que sentía mientras su cuerpo era sacudido
por el llanto. Debió detenerse antes de subir las escalerillas pues estaba segura
que no la dejarían subir así al avión.
La pena la ahogaba, pues no solo dejaba atrás su vínculo con Matt, sino también su
relación con los Orwell.
Joseph y Susan se habían mostrado especialmente cariñosos con ella. Le habían dado
su apoyo sin pedir nada a cambio y eso Emily lo valoraba muchísimo. No recordaba a
muchas personas que la hubieran tratado con tanta calidez y respeto.
Pero lo más importante era que los Orwell le habían demostrado que una familia
podía permanecer feliz y unida a través del tiempo.
Aquello le daba esperanzas. Pero también la llenaba de miedo, pues temía no poder
conseguir una familia así para sí misma.
Los Orwell eran el espejo de la familia que ella misma podría haber tenido si todo…
Pero Matt y ella no eran Susan y Joseph. Eran personas muy distintas, con historias
y problemas mucho más complejos. Ambos estaban dañados y al parecer no habían
podido escapar de un pasado tormentoso.
Cerró los ojos por un momento y se imaginó a Matt despertándose solo aquella
mañana. ¿Qué habría pensado al no verla en la cama?
Imaginó su cara al abrir el sobre que le había dejado con los papeles del divorcio
y…
Los anillos.
Posó la mirada en la mano que tenía apoyada en el cristal y la abrió y cerró un par
de veces.
Emily se sentía desnuda sin su anillo de casada, pero era cruel seguir engañándose.
Jamás había sido la esposa de Matt Tanner, por mucho que hubiera deseado serlo de
verdad.
Dos enormes lágrimas cayeron por sus mejillas y sorbió por la nariz sintiéndose
sola, triste y desconsolada.
Emily estaba tan ensimismada en sus pensamientos que no advirtió que alguien se
acercaba a ella y se detenía a sus espaldas, inclinándose sobre su oído derecho.
Emily abrió los ojos sorprendida sintiendo que su corazón se saltaba un latido y
luego se detenía. Lentamente se volvió para encontrarse con la mirada de Matt, esa
mirada de ojos azules que parecían más brillantes que nunca.
Matt no se había afeitado y su camisa de lino estaba algo arrugada. Aun así lucía
tan guapo que quitaba el aliento.
Le vio tragar saliva y agachar la mirada durante unos momentos, como si no supiera
qué hacer ni qué decir en su presencia. Pero cuando volvió a levantar sus ojos,
Emily pudo ver tanta emoción en ellos que quedó aturdida y desconcertada.
—Gracias al cielo estás aquí —masculló él como para sí y luego la miró con dulzura
—. Emy, mi amor… Nena, no puedo vivir sin ti.
Varios pasajeros se detuvieron para observarles con curiosidad, pero Matt no les
hizo caso. En ese momento solo tenía ojos para su esposa.
Emily se mordió el labio inferior y levantó los ojos empañados hacia él.
Matt se pasó una mano por el pelo. Debía actuar con cautela pues no quería
intimidarla. La mujer que sostenía en sus brazos era el amor de su vida y no podía
permitirse un nuevo error.
Vaya, el amor de tu vida, se repitió sonriendo para sí sin poder dar crédito a sus
propias palabras.
Pero era un hecho que no podía seguir ignorando. Amaba a estar mujer como nunca
había amado a nadie y no quería a ninguna otra, solo a ella… Matt deseaba compartir
su vida con su esposa, formar una familia y tener hijos con ella.
—Se lo he contado todo a los Orwell —dijo de pronto sin dejar de mirar a su esposa
para poder medir su reacción.
—Porque estoy hasta aquí de herir a la gente que quiero. Y eso te incluye a ti.
—Pero la cuenta del Grand River… los cientos de puestos que se perderán en la
empresa…
—Encontraré otra solución. Te prometo que lucharé por Tanner Security con uñas y
dientes. No pienso dejar a una sola persona en la calle, pero tampoco pienso volver
a comprometer tu integridad para conseguirlo.
Ella enderezó la cabeza y parpadeó haciendo que sus lágrimas cayeran por sus
mejillas como hilos de plata.
—Ya es demasiado tarde, Matt. Me marcho —añadió tratando de aparentar una firmeza
que no sentía.
Matt soltó el aire entre los dientes y cogió sus pequeñas manos con las suyas
entrelazando sus dedos.
Emily giró la cabeza hacia el avión. Ellos eran las únicas personas que quedaban en
la pasarela de acceso. Todos los pasajeros habían abordado y las azafatas se
miraban entre sí sin atreverse a acercarse a molestarles.
Matt volvió a clavar sus ojos azules en ella e inclinó la cabeza hasta tocar su
nariz con la suya.
—Emily, nena… tú eres lo único real en mi vida —dijo al fin y a Matt le pareció que
aquellas palabras dichas con sinceridad y pureza cobraban vida propia al salir de
su boca.
Emily negó con la cabeza y abrió la boca para decir algo, pero Matt hizo un gesto
para interrumpirla.
—No, déjame acabar, porque me he dado cuenta que la farsa nunca ha sido nuestro
matrimonio —continuó él con un brillo de emoción en sus ojos—, la verdadera farsa
ha sido la vida que he llevado hasta conocerte a ti.
Hizo una pausa y Emily se acercó aún más a él. Quería besarle, quería decirle que
ella sentía lo mismo pero calló pues sabía que Matt no había terminado. Ansiosa se
quedó esperando sus siguientes palabras.
—¡Cómo tardé tanto tiempo en darme cuenta de lo errado que estaba, del dolor que
había acumulado en mi interior durante tantos años! ¡Cómo no pude ver a la mujer
maravillosa y auténtica que se escondía tras las faldas largas y las blusas de
abuela! —sonrió al decir aquello y Emily pudo ver que las lágrimas asomaban a sus
ojos—. Estaba ciego y herido, nena. Has tenido que llegar tú para quitarme la venda
de los ojos. Mi arrogancia no me permitía admitir que había transformado mi vida en
un puto circo de apariencias y placeres vacíos, y eso me avergüenza, no sabes
cuánto...
Se miraron durante un momento. Matt inclinó la cabeza para unir su frente con la
suya. Estaban a escasos centímetros de distancia y Emily se estremeció al respirar
su dulce aliento.
—¿Pero sabes qué, nena? —añadió Matt en un susurro—. Lo que más me avergüenza es
haberme comportado como un capullo con la única persona en el mundo que de verdad
me comprende. Emily, tú me has enseñado a obedecer a mi corazón. Quiero ser un
hombre mejor para ti. Por favor, cielo, enséñame a ser tan honesto y generoso como
tú.
Los ojos de Emily brillaron con emoción y aun cuando deseaba creerle con todo el
corazón y abandonarse a sus sentimientos, su razón no podía olvidar que ayer le
había visto con otra mujer.
Amaba a Matt, de eso estaba segura, ¿pero cómo creerle? ¿Cómo confiar en él?
—Honesto, ¿eh? —preguntó ella con retintín y se le quedó mirando con intención.
¡Joder, lo sabía! ¡He sido yo quien la ha cagado! Jamás debí haber cogido esa
puñetera llamada, se dijo furioso consigo mismo.
Al comprender al fin por dónde iban los tiros, suspiró dejando caer sus brazos.
—Vaya, crees que te he mentido —dijo Matt con un deje de amargura— . Mira nena, sé
que no te fías de mí y créeme que lo entiendo. Tampoco yo me fiaría teniendo en
cuenta mi reputación… Pero déjame decirte algo, estoy dispuesto a dar mi vida para
ganarme tu confianza.
Emily le sostuvo la mirada y vio sinceridad en sus ojos. Deseaba creerle. Oh Dios,
cómo lo deseaba… Pero no podía quitarse de la cabeza la imagen de Matt junto a esa
mujer desnuda.
—Brenda Sellers, una vieja conocida. Y no la llevé al ático. Ella se coló pues
quería darme un mensaje de un viejo socio mío. Lo que por supuesto era una mentira
para seducirme. No voy a ser hipócrita y negarte que el celibato forzado no me ha
hecho pensar alguna que otra tontería. He sido un auténtico imbécil por creerle y
por no haberla detenido antes, pero te puedo asegurar que por muy cachondo que
estuviera, jamás habría permitido que un polvo se interpusiera en lo que hay entre
nosotros, nena.
La miró durante un momento y ella tragó saliva. Tenía los ojos brillosos y Matt
quiso alargar su mano para secar sus lágrimas, pero se forzó a continuar:
—Por eso en cuanto Brenda intentó algo, la eché a patadas de la casa. Si te soy
sincero, no estoy orgulloso de haber permitido que entrara en nuestro hogar en
primer lugar, pero te aseguro que no debes preocuparte de ella. Ni de ella ni de
ninguna otra mujer. Emy, tú eres la única mujer que existe en mi vida. La única,
¿comprendes?
Se sentía halagada y deseaba creerle y olvidar lo que había visto con sus propios
ojos.
Pero aún había otra parte de ella, la parte más cabezota, que se negaba a ceder tan
fácilmente.
—¿Estás diciéndome que esa chica se desnudó ante tus narices y que aun así no ha
pasado nada entre vosotros?
—Exacto, nena. Jamás haré algo que pueda herirte. Eres demasiado valiosa para mí.
Se miraron durante varios segundos, ninguno de los dos pestañeaba. Matt sabía que
su reputación como mujeriego hacía que su palabra no valiera demasiado, pero se
prometió que eso cambiaría, aunque tendría que pasar algún tiempo pues la
reputación no era algo que pudiera cambiarse de un momento a otro.
Era por eso que solo le quedaba una última carta por jugar. Sacó su móvil del
bolsillo de su pantalón y se puso a revisar las notificaciones del día. Cuando
encontró lo que buscaba miró a Emily a los ojos antes de tenderle el móvil. Ella
miró el móvil en su mano pero no lo cogió.
Matt insistió.
—Sé que estás dolida, nena. Créeme que también yo lo estoy. Pero no quiero verte
sufrir. Venga, toma el móvil —suplicó en un tono de voz que a Emily le resultó
irresistible.
Alargó su cuello para mirar la pantalla con recelo y al ver un mensaje de voz listo
para reproducirse levantó una ceja interrogante.
Como toda respuesta Matt pulsó la pantalla y una voz femenina comenzó a hablar.
Emily se removió inquieta al reconocer la voz de la chica que había visto ayer. Era
la tal Brenda, se dijo haciendo una mueca de disgusto, pero aun así permaneció
atenta a las palabras de la mujer.
En ese momento la voz de Brenda se descompuso tanto que sus balbuceos furiosos
resultaban incomprensibles para Emily.
Matt se sentía incómodo y mortificado al oír aquello, pero debía soportarlo para
demostrarle a Emily que se equivocaba si pensaba que él podría querer algo con otra
mujer que no fuera ella.
Sin poder contenerse por más tiempo, Matt le cogió las manos con suavidad y las
llevó a su pecho, a la altura de su corazón.
—¿Puedes oírlo? —preguntó Matt con la sombra de una tierna sonrisa en sus labios—.
Mi corazón está diciendo que mi sitio en el mundo es junto a ti. Tú eres mi
destino, nena.
Emily no pudo evitar sonreír, aunque aún le temblaban las rodillas y sentía que
podría desmayarse en cualquier momento. Matt pareció advertirlo pues la estrechó
con fuerza entre sus brazos.
—Tras la fachada de un capullo —le corrigió ella con una leve sonrisa que le llenó
de esperanzas.
—Ya lo eres.
Los ojos azules de Matt brillaron con ilusión. Al ver que permanecía en silencio
Emily levantó una ceja.
—Que jamás pensé que unas simples palabras podrían hacerme tan feliz.
—Son los beneficios de estar enamorado —dijo con una amplia sonrisa.
También Matt sonrió con sus dientes blancos y la apretó entre sus brazos con
fuerza. Emily gimió de gusto al sentir aquel apretón y levantó la cabeza para
mirarle.
—Gracias, nena.
Se miraron a los ojos durante un momento, sintiendo cada uno que una fuerza
irresistible se empeñaba en unirles. Entonces Matt adelantó su boca y Emily cerró
los ojos sintiendo la calidez y firmeza de los labios masculinos. Fue un beso breve
pero apasionado, como si se saborearan por primera vez.
Al separarse Emily volvió a abrir los ojos y le miró con una sonrisa.
—Te creo, Matt Tanner —dijo sin poder ocultar su emoción—. Sé que dices la verdad,
puedo verlo en tus ojos. ¿Quieres saber qué dice mi corazón?
Matt sonrió.
—Claro.
—Pues él dice que se siente a salvo contigo y que es seguro confiar en ti —al decir
esto buscó la mano de Matt y la puso sobre su corazón para que él también pudiera
sentirlo.
—Regresemos a casa, ¿quieres? Me muero por empezar una nueva vida contigo.
Emily miró su bolsa de viaje en el suelo, miró el avión de su vuelo que estaba a
punto de cerrar las puertas y finalmente se quedó mirando a su esposo durante unos
momentos.
Entonces Emily se agachó para coger sus cosas y luego agarró la mano de Matt.
Matt suspiró de alivio. ¡Joder, se sentía tan liviano y feliz que podía jurar que
le faltaba esto para salir volando! La abrazó pegándola a su cuerpo y juntos
desandaron el camino de regreso hacia la sala de embarque.
—¡Eh, chicos! ¡Sed felices y comer perdices! ¡Ah, y niña —exclamó dirigiéndose
especialmente a Emily que se detuvo para mirarla con sorpresa —cuida mucho de ese
hombre que además de ser un guaperas tiene un corazón de oro! ¡Aquí todas te
envidiamos, pero envidia de la sana, eh!
Emily abrió los ojos como platos y se volvió hacia Matt con una expresión de
curiosidad, pero él se limitó a encogerse de hombros y sonreír.
—Las locuras de un hombre enamorado. Nada más y nada menos —Matt se encogió de
hombros y sonrió enigmáticamente mientras la guiaba hacia el coche.
Se detuvo ante los guardias para disculparse con ellos por su comportamiento y les
estrechó la mano a cada uno, entregándoles su tarjeta de negocios y animándoles a
que le contactaran si alguna vez necesitaban otro empleo.
Los hombres se mostraron impresionados al ver que estaban tratando con el Director
Ejecutivo de Tanner Security y le aseguraron que así lo harían, mientras se
apartaban para dejarles pasar.
Matt se volvió hacia su mujer y con una reverencia exagerada le abrió la puerta del
asiento del acompañante.
CAPÍTULO 19
Emily arrugó el entrecejo ante aquella propuesta y en cambio ofreció hacer algo de
comer para los dos, pues ya estaba echando de menos su delantal de cocinera. Matt
aceptó con una sonrisa y se acomodó en un taburete de la barra para realizar su
actividad favorita: observar a su esposa mientras cocinaba.
Cada vez que Emily pasaba a su lado para buscar algo del frigorífico, Matt no
dejaba pasar la oportunidad de rodear su cintura y atraerla hacia su cuerpo para
hacer caer una lluvia de besos sobre su cara y su cuello, mientras deslizaba las
manos ásperas bajo su blusa provocándole unas cosquillas deliciosas.
Emily reía abrazada a él y permanecían mirándose a los ojos durante varios segundos
hasta que con un suspiro ella se obligaba a apartarse de él para ir a atender la
olla que chillaba en el fuego.
Cenaron unos boquerones al ajillo con unos tarteletis de espinaca de los baratos de
supermercado, pero que a Matt le supieron como maná del cielo.
—Eres una cocinera fantástica. No sé lo que haría sin ti. Ven aquí —la sentó sobre
sus piernas acercando su plato para que pudieran comer juntos en aquella postura.
Después del café de sobremesa, Matt buscó una manta y unos cojines y los llevó
hasta el salón.
—¿Qué haces?
Cuando regresó a la cocina cogió a Emily de la mano para llevarla al sitio que
había improvisado para pasar el resto de la velada.
Volviéndose hacia el salón con el mando a distancia en mano, apagó todas las luces
una por una hasta que solo el fuego iluminaba sus rostros.
Era evidente que ambos habían echado de menos aquel contacto íntimo.
La piel cálida de Emily se erizaba con sus caricias como si estuviera electrificada
y él gemía de placer al verla tan a gusto entre sus brazos.
Matt solo se apartaba de su lado para echar otro leño al fuego de vez en cuando.
Matt se dijo que si pudiera congelar este momento para siempre y revivirlo una y
otra vez, lo haría sin pensárselo dos veces.
Cuando a Emily finalmente la venció el cansancio del día y se quedó dormida en sus
brazos, él se incorporó sobre un codo para observarla con atención. Apartó el pelo
de su frente con ternura mientras el fuego creaba un exquisito juego de luces y
sombras sobre la piel delicada de su rostro angelical.
No supo cuánto tiempo permaneció así, mirando a su esposa como si contemplara una
exquisita obra de arte.
Chasqueó la lengua diciéndose que esta noche era preferible mantener las
distancias. Había sido un día duro para ambos y necesitaban descansar.
Tras decir esto Matt bajó la vista y se quedó unos momentos allí de pie, tratando
de entrar en contacto con aquella parte profunda de su ser a la que hacía tan poco
tiempo había aprendido a hacerle caso.
Cerró los ojos tratando de sentir algo, pero tras unos momentos de silencio empezó
a ponerse impaciente y resopló maldiciendo por lo bajo, pues su corazón hoy parecía
no querer hablar con él.
Joder, qué fuerte, se dijo algo asustado porque no estaba acostumbrado a tener
semejantes reacciones. Como si alguien hubiera abierto un grifo, todas las palabras
que Matt mantuvo guardadas en el pecho durante demasiado tiempo pujaron por salir a
borbotones.
—Lo que más quiero en el mundo es formar una familia contigo, nena. ¿Sabes por qué?
Porque te amo como jamás he amado a nadie. Eres la persona más especial que he
conocido y nada me haría más feliz que estar a tu lado para siempre, amarte y
protegerte hasta el fin de los tiempos.
Matt se detuvo de golpe y abrió los ojos con sorpresa al oír aquellas palabras.
¿Tener hijos? ¿Él?
Matt cerró los ojos durante un instante y volvió a hablar con la voz atragantada
por la emoción.
—Sí, sí, lo que oyes, que quiero ser papá… Pero un padre de verdad, ¿eh? No como el
hijoputa que me arruinó la vida a mí. Seré un papá cariñoso y siempre presente. Y
no dudaré en dar la vida por ti, nena, y también por cada uno de nuestros futuros
hijos.
Cuando Matt acabó de hablar se quedó allí temblando de emoción al darse cuenta de
lo que acababa de hacer. Había vaciado su corazón y se sentía desnudo y vulnerable,
sintiendo emociones tan fuertes y tan ajenas a su antigua vida que no podía creer
que fuera él quien hablara.
La vida te está dando una oportunidad de comenzar de nuevo, se dijo serio mirándose
a los ojos. La oportunidad de ser feliz y hacer feliz a otra persona. ¡Esta vez no
lo eches a perder, so capullo!
Matt se señaló con un dedo acusador y luego se apartó bruscamente del espejo para
sentarse en el borde de la cama. Se agarró la cabeza poniéndola entre sus rodillas
y suspiró.
Antes de cerrar los ojos se dijo que tenía que tomar una decisión. Había logrado
recuperar a Emily y no estaba dispuesto a perderla otra vez.
¡Sí, señor, mañana sería el día en que desnudaría su alma ante la mujer que amaba!
¿Y si ella le rechazaba? ¿Y si se burlaba de él por tener estos sentimientos hacia
ella?
Nada de eso importaba ahora, se dijo con determinación. Emily tenía que saber todo
lo que él sentía, lo demás estaba fuera de su control.
Se durmió con una sonrisa en los labios y a la mañana siguiente le despertaron unas
cosquillas extrañas en su nariz que casi le hacen estornudar.
—Despierta remolón…
Al abrir los ojos y encontrarse a su esposa junto a él, Matt sintió un alivio
inexplicable.
No le había abandonado.
Sintiendo que una ola de alegría le invadía cogió a su esposa por la cintura y la
arrastró consigo a la cama. Ella chilló riendo mientras Matt rodaba por el colchón
hasta dejar a su esposa tumbada debajo suyo. La aferró por las muñecas y mordisqueó
su labio inferior con anhelo mientras la atravesaba con sus ojos azules oscurecidos
por el deseo.
Emily gimió de gusto y durante un rato jugaron cogiéndose de los brazos y besándose
con ganas, hasta que Emily recordó para qué había venido y con una sonrisa traviesa
puso las manos sobre su pecho para detenerle.
—¿Cómo dices?
—Eso mismo, que Joseph ha llamado y necesita verte cuanto antes. Por eso he venido
a despertarte tan temprano.
A Matt le brillaron los ojos al oír que su mujer le llamaba de ese modo.
Este es el momento perfecto, se dijo de pronto, sintiendo que debía vaciar su
corazón o estallaría. Tomando una bocanada de aire se sentó sobre la cama, se pasó
una mano por el pelo y miró a Emily con toda seriedad.
—Te escucho.
Ella sonrió.
—Eso lo sé.
—No, en realidad no lo sabes. Lo intuyes, pero no puedes saber hasta qué punto me
has transformado. ¿Y sabes por qué no puedes saberlo? —preguntó levantando una ceja
y ella negó con la cabeza—. Porque no he tenido el valor para expresar todo lo que
siento por ti.
—Emily, cariño… Por primera vez en la vida siento que estoy enamorado de alguien… y
eso me acojona. Pensarás que soy un cobarde.
—Jamás pensaría eso de ti. Eres el hombre más valiente que conozco.
—Pues al parecer no para estas cosas del corazón —dijo Matt haciendo una mueca—. Te
juro que me he devanado los sesos tratando de encontrar las palabras justas…
—Mi amor, no tienen que ser perfectas, solo tienen que salir de aquí —dijo
alargando una mano y tocando con un dedo el lado izquierdo del pecho de Matt.
Emily levantó una ceja pues era la primera vez que veía que a Matt le daba un
ataque de timidez y eso le resultó sumamente atractivo y encantador.
Emily se quedó observándole pues parecía que estaba a punto de decir más, pero algo
se lo impedía.
—Pues… que estoy cagado de miedo porque no estoy seguro que tú me quieras como yo
te quiero a ti. Sé que aún no te fías de mí...
Emily le miró en silencio durante unos instantes que a Matt le parecieron una
eternidad.
—¿Cómo dices?
—¿En serio?
—Ajá —dijo Emily tratando de que no se le escapara una sonrisa pues le fascinaba
ver a Matt tan vulnerable.
—¿De veras no crees que sea un capullo insufrible? —preguntó él levantando una
ceja.
Emily se echó a reír y a la vez se secó las lágrimas que empezaban a asomar en sus
ojos.
Este era el impulso que Matt necesitaba para atreverse a vaciar su corazón.
—Dime.
—Te amo más que a mi propia vida, nena —la miró con sus ojos azules emocionados y
brillantes—. Tú eres la única mujer que ha sabido ver más allá de las apariencias.
Has tenido la fortaleza para ahondar en mi interior hasta dar con el verdadero
Matt, aquel niño herido y olvidado en un rincón oscuro de mi pasado.
—¿Pero sabes qué? Ya no siento ese vacío. Estando junto a ti, Emy, ya no siento esa
soledad que durante años paralizó mi alma.
Ella le miró con su rostro bañado en lágrimas de alegría y gimiendo le abrazó con
fuerza rodeándole y pegando su mejilla húmeda a su cuello.
—Emily… —Matt acarició su pelo tratando de encontrar las palabras para expresar su
inmenso amor—. Déjame ser parte de tu vida, quiero protegerte y estar contigo para
siempre. Formar una familia… una familia de verdad, ¿comprendes? La familia que tú
y yo tanto nos merecemos…
Conmovido hasta los huesos, Matt luchaba para que su voz no se quebrase.
—Joder, nena —se apartó lo bastante para volver a mirar sus ojos color caramelo—.
¡Te amo con locura!
Ella levantó sus ojos con mirada agradecida y esbozó una sonrisa radiante.
Matt miró a su esposa con adoración y deseo. Se la comía con los ojos pues la
encontraba más preciosa que nunca.
Emily le abrazó.
—Solo quiero tu amor, Matt. Eso es todo lo que pretendo de ti. Tu amor me basta
para ser la mujer más feliz del mundo.
Se miraron durante un momento sin hablar. El corazón de Matt latía con fuerza y
levantó una mano para trazar con un dedo el contorno de los labios rojos de Emily
antes de besarlos con reverencia. Sin romper su abrazo la sentó sobre sus piernas y
juntos se recostaron en el cabecero de la cama mirándose a los ojos.
Emily resopló.
—Cómo olvidarlos… ¡No sabía qué narices querías de mí! Siempre salías con algo
distinto. Eras demasiado impredecible y complicado.
—¿Lo era? ¿Eso quiere decir que ya no lo soy? —preguntó con una sonrisa maliciosa.
—Bueno, pensándolo mejor en eso no has cambiado tanto. Aún eres un cabrón
complicado e impredecible.
Matt se echó a reír y entrelazó los dedos de su mano con los de su esposa.
—Oye, ¿y recuerdas la cara que puso Anderson cuando te vio conmigo en el bar?
—Jo, qué vergüenza. ¡Solo faltaba que también nos hubieran visto las Urracas!
—¿Las urracas?
Emily puso los ojos en blanco como si el asunto fuera de lo más evidente.
—¿Acaso nunca has visto los dibujos animados de las Urracas Parlanchinas? ¡Pues no
me digas que no son clavadas! Se pasan el día entero dándole al pico y cuando no,
sobrevuelan en círculos mi mesa en busca de nuevo material para sus cotilleos. Y lo
que es peor, siempre se alborotan cuando te ven a ti salir de tu despacho.
—¡Ni se te ocurra! Una cosa es que no las trague y otra muy distinta que quiera que
pierdan su empleo.
—Nena, si es por eso me temo que pronto todos nosotros estaremos desempleados.
Urracas Parlanchinas incluidas.
—¿Crees que Joseph vaya a cortar relaciones definitivamente con Tanner Security?
Matt le indicó con una mirada que aún no lo sabía de seguro, pero que era probable
que algo así ocurriera. Después cogió a Emily en brazos y la tumbó dándole un beso
breve en la boca antes de salir de la cama y empezar a vestirse.
—Las cosas han tomado un rumbo… impredecible —dijo mientras se abrochaba la camisa.
—No tiene por qué. El único que puede salvar o hundir a Tanner Security soy yo. Ya
es tiempo de asumir mi responsabilidad en todo este lío.
Emily asintió comprensiva y él volvió a acercarse para coger su carita entre ambas
manos y gruñendo de placer le plantó un beso sonoro en los labios. ¡Dios, cómo
amaba a esta mujer!
—¿Sabes, nena? Aunque debamos comenzar de cero, saldremos adelante. Nos tenemos el
uno al otro y eso es lo más importante. Teniéndote a mi lado me sobran las fuerzas.
Ambos se giraron a la vez hacia la mesita donde estaba el móvil de Matt y luego se
miraron con un gesto de preocupación.
—Tengo entrevista con él en una hora. Supongo que toca enfrentar al monstruo.
—Lo sé, nena. Pero cuando hablaba de enfrentar al monstruo no me refería a Joseph.
Matt suspiró.
—Me refería a mí, nena. Al Matt del pasado y su conducta destructora. Ese es el
monstruo al que debo enfrentarme de una puta vez. Toca lidiar con las consecuencias
de haber estafado a un buen hombre y a su excelente familia, y no puedo huir de
ello.
Emily se puso seria y asintió con la cabeza. Comprendía exactamente de qué hablaba,
pues ella misma había tenido que enfrentar sus propios fantasmas, y se sentía muy
orgullosa de él.
Matt le dio un beso en los labios antes de dirigirse al cuarto de baño a prepararse
para la fatídica entrevista. Emily le siguió con los ojos.
—Entiendo.
—Suerte, mi amor.
Él le guiñó un ojo.
* * * * *
Matt le observó por un momento pues le notaba raro, algo tenso. No parecía el mismo
Joseph de siempre.
Además, ¿por qué tenían que alejarse de la oficina? No se tragaba el pretexto del
café. Igual el accionista temía una reacción intempestiva de parte de Matt ante las
malas noticias que pensaba darle.
O a lo mejor quería evitar que él hiciera una escena en las oficinas y perturbara
el ambiente de trabajo.
El caso es que Matt siguió a Joseph hacia el ascensor como si fuera al matadero.
—¿Lo de siempre?
—¡Enseguida, Joe!
Matt arqueó una ceja. ¿Joe? Nunca dejaba de asombrarle lo campechano que resultaba
en el trato un tipo tan importante como Orwell. Por un instante comparó aquella
forma de ser con la que solía emplear Matt cuando se paseaba por sus oficinas o
entraba a una sala de juntas con sus aires de realeza, como si todo aquel que
estuviera delante de él le debiera pleitesía, y se sintió bastante ridículo.
Afortunadamente Emily había llegado a su vida a tiempo para abrirle los ojos acerca
de lo capullo que podía llegar a ser a veces.
—Bueno, hijo, aquí estamos —dijo Joseph juntando las manos sobre la mesa y
mirándole a los ojos a través de sus gafas gruesas—. Antes que nada, ¿cómo ha ido
todo con Emily?
—Ahora mismo ella está en casa. No te imaginas todo lo que he debido hacer para
repescarla del avión. Me he saltado todos los controles y he corrido como un loco.
Y aun así por un pelo no se me escapa. Pero te aseguro que cuando Emily aceptó
regresar a casa conmigo, fue como volver a respirar.
—Vaya.
Joseph volvía a llamarle “hijo” y por algún motivo aquello le reconfortaba. Matt no
podía evitarlo, le gustaba que él le llamara así.
Hijo.
Sonaba bien en sus labios. Aunque por supuesto Matt sabía que solo era un apelativo
cariñoso que de seguro usaría con todos los hombres jóvenes con los que hacía
negocios. Aun así, hacía años que nadie le llamaba de esa manera y debía reconocer
que en ocasiones lo echaba en falta.
Matt miró a Joseph y sintió que podía confiar en él. Adoptando un tono confidencial
se inclinó hacia delante.
—A buenas horas.
—Puede que suene algo cursi, pero haber vaciado mi corazón de esa manera ha sido lo
más difícil que he hecho en mi vida.
—No es cursi, al contrario. Es lo más genuino que podías haber hecho, y me imagino
que para Emily habrá sido un momento emocionante.
—Para los dos, Joseph. Ha sido emocionante para los dos —repitió sintiendo en el
interior de su pecho un orgullo inexplicable—. Mi corazón me dice que este es el
comienzo de una nueva etapa para mí, ¿sabes? Emily y yo al fin estamos juntos y
esta vez no se trata de ninguna farsa… —añadió y de repente tomó conciencia de sus
palabras. Al instante agachó la mirada pues se sentía avergonzado por haber usado
su relación con Emily como una fachada para engañar a Joseph y a su familia. Una
vez más se sintió en la obligación de disculparse—. Oye Joseph, acerca del numerito
que me he montado… No sabes cuánto lo siento, tío. No sé cómo haré para pagar por
todas las putadas que os he hecho a ti y a toda la familia.
Matt asintió.
—Así es. Haré lo posible por sacar adelante a Tanner Security. Y sé que tú debes
hacer lo que creas necesario con tu compañía. No te preocupes por mí, Joseph, me
las apañaré.
El accionista dejó su taza en la mesa con un suspiro y le miró directo a los ojos.
—Bah, no te andes con sutilezas. Querrás decir que tengo un carácter de mierda.
Joseph sonrió.
—Eso también.
—No, en verdad —insistió Joseph—. He tomado vuestra relación como una señal. Como
sabes, Emily me ha hecho replantearme mi actitud hacia ti y me alegro de haberte
dado una oportunidad. Susan y yo hemos aprendido a apreciarte por quien eres. A
pesar de tus deslices y metidas de pata, en el fondo eres un buen muchacho, Matt.
Un tío valioso con un gran corazón.
Matt sonrió con ironía.
Joseph sonrió negando con la cabeza pero enseguida volvió a ponerse serio.
Matt enderezó la espalda y le miró con atención. Sabía que aquí venía el golpe
fatal y trató de mentalizarse para que no le doliera tanto.
—Debo decirte algo muy importante. Algo que espero sirva para darte el empujón
final que necesitas para empezar tu nueva vida con buen pie.
Por un instante Matt no respiró, pendiente de las palabras de Joseph que carraspeó
antes de decir:
—Como bien sabes, ser el accionista mayoritario del Grand River Group me da mucho
poder de decisión sobre las políticas de la compañía.
—¿Quieres decir que Tanner Security puede volver a brindar servicios de seguridad a
tu compañía?
—¿Algo más?
—El Grand River está interesado en hacer una oferta por Tanner Security.
Matt se quedó de piedra.
—¿Una oferta?
—Espera un momento —dijo Matt frunciendo el ceño—. ¿Qué pasaría entonces con mis
empleados?
—Tranquilo, ninguno de ellos perderá su puesto —le aseguró Joseph con una sonrisa—.
Es más, muchos recibirán ascensos y habrá un aumento general de la nómina. Pero con
la condición de que tú seas el próximo director ejecutivo del Grand River Group. Te
quiero al frente del grupo, conduciendo los destinos de nuestra compañía. ¿Qué
dices?
—No es una decisión precipitada, Matt. He venido pensándolo desde nuestra estadía
en el rancho. Durante estas semanas he tenido la oportunidad de observar cada uno
de tus movimientos y he llegado a la conclusión de que tienes un gran potencial sin
explotar. Solo necesitabas a alguien que te pusiera en tu eje, que te centrara.
—Y ese alguien es Emily —dijo Matt como para sí, maravillado de las ironías del
destino.
—En efecto, todo esto se lo debes a ella —afirmó con una sonrisa y levantó un dedo
a modo de advertencia—. ¡Oye, pero nada de descuidar a tu esposa! Serás un Director
Ejecutivo eficaz y no trabajarás más que seis horas diarias. Yo mismo controlaré
que no te pases. El resto del tiempo quiero que se lo dediques a tu esposa. Y más
te vale que la hagas feliz.
—Lo haré.
—¿Prometido?
Menudo viejo zorro que eres, Joseph Orwell, se dijo pues el accionista sabía muy
bien lo que hacía al haber despejado sus dudas acerca del tiempo que le llevaría
conducir una empresa tan grande como el Grand River.
Joseph celebró dando un golpecito en la mesa con su taza y le tendió una mano
afectuosa que Matt estrechó con fuerza, ambos hombres riendo con entusiasmo.
—Te advierto que tendrás una semana atareada —dijo Joseph—. Mañana mismo recibirás
la visita de una plantilla de técnicos, peritos financieros y abogados para empezar
con los trabajos de revisión de los libros contables. Será una pesadilla de
papeleo, pero te aseguro que merecerá la pena. Y recuerda, no más de seis horas
diarias.
—Solo seis horas, comprendido mi general. El lunes estaré al pie del cañón y
prometo esforzarme al máximo.
Ambos hombres se pusieron de pie para despedirse. Joseph volvió a tenderle la mano
pero Matt ignoró aquel gesto tan formal y le dio un abrazo que tomó al accionista
por sorpresa.
—Gracias por confiar en mí —dijo Matt emocionado—. Espero poder compensar pronto
todo el daño que os he causado a ti y a Susan.
Matt le observó con detenimiento. Joder, ¿acaso Joseph Orwell también se había
emocionado?
—¿Qué haces aquí parado todavía? ¡Ala, largo de aquí, que Emily debe de estar ya
echándote de menos! Corre a darle la noticia y celébralo por todo lo alto, ¿vale?
—Eso haré —dijo Matt con una gran sonrisa llena de gratitud.
Charlie levantó la cabeza cuando vio salir a su jefe del restaurante y rodeó la
limusina para abrirle la puerta. Sonriente Matt le dio una palmada cariñosa en la
espalda y le urgió para que se diera prisa porque quería llegar a casa cuanto antes
para ver a su Emily.
Se sentía tan feliz que no pudo guardarse las novedades y durante el camino se lo
fue contando todo a Charlie, que se emocionó como si le hubiera sucedido a él.
—Enhorabuena, señor.
—¡Ya deja de decirme señor cuando estamos en confianza! Soy Matt para mis amigos.
Su chófer abrió los ojos sorprendido ante aquellas palabras pero no dijo nada. Muy
lentamente una sonrisa se abrió paso en su inexpresivo rostro y volvió su atención
a la avenida. Pero Matt no le quitaba ojo y podía ver que el viejo Charlie estaba
visiblemente emocionado.
Riéndose para sí mismo se dijo que su chófer tenía la piel dura como la de un
elefante, pero sabía que eso era pura fachada y que por dentro latía un corazón
sensible y bondadoso.
En eso ambos se parecían, pensó Matt con una sonrisa en los labios.
Al abrir la puerta del ático se detuvo en seco en el umbral al oír unas risas que
provenían del salón. Intrigado atravesó el vestíbulo mientras se quitaba la
chaqueta.
Matt se acercó a ellas lentamente y las miró levantando una ceja interrogante.
Ambas rieron al ver su expresión de desconcierto.
—¿Te ha dicho que soy un capullo insufrible que ni siquiera es capaz de aprenderse
el nombre de la mejor amiga de su esposa?
Claire sonrió.
—No pasa nada, veo que ya te lo has aprendido. Por cierto, Emily me ha dicho que te
has reformado.
Matt se volvió hacia su esposa con los ojos entrecerrados. Emily levantó las manos
a modo de protesta.
—No exactamente como un criminal, más bien como un playboy mandón que disfrutaba de
hacerme la vida imposible.
Matt abrió los ojos y puso una cara tan graciosa que Emily fue incapaz de contener
la carcajada.
—Es lo menos que podía hacer por mi amiga —sonrió dedicándole a Emily una mirada de
cariño. Ella le devolvió la sonrisa y le tiró un beso con la mano.
—¡No se diga más! Bistec y patatas fritas para tres —anunció Emily con una sonrisa
resplandeciente. Se la veía tan feliz de cocinar para su amiga que Matt sonrió para
sus adentros.
—¡Pero eso sí! Voy a necesitar una pinche de cocina —dijo y cogió la mano de su
amiga para conducirla hacia los hornos donde enseguida Emily se puso a programar
las temperaturas de los distintos dispositivos como toda una experta en la materia.
—Vale, pero antes necesito hacer una llamada. Es que quedé con Jack y necesito
avisarle de que llegaré más tarde a la cita.
—¿Una cita?
Mientras Claire hacía la llamada, Matt aprovechó para entrar en la cocina y abrazar
a su esposa por detrás. Ella se volvió sonriendo encantada y se apoyó sobre su
pecho ronroneando como una gatita.
—¡Serás fanfarrona!
Emily se echó a reír girándose para quedar cara a cara con su esposo.
—Shhh —rechistó—, no seas ansiosa. Hablaremos de eso más tarde cuando estemos a
solas. Ahora disfrutemos de una cena estupenda entre amigos, ¿vale?
—Vale.
Cuando Claire regresó a la cocina se ofreció a hacer una ensalada verde y Matt
abrió una botella de vino Grigio mientras los tres seguían conversando
animadamente.
A decir verdad, Claire le caía de maravilla. Le gustaba que su esposa tuviera una
amiga así. Alguien que estuviera junto a ella en las buenas y en las malas. Sonrió
satisfecho pensando que la vida de Emily comenzaba a poblarse con gente que la
quería de verdad.
Al volver a entrar en el ascensor Matt notó que Emily le miraba con impaciencia y
esbozó una sonrisa traviesa.
Ella puso morritos y él la abrazó y la arrinconó contra el espejo del ascensor. Sus
labios se encontraron y él se apoderó de su boca. Se besaron con vehemencia hasta
que la dichosa campanilla anunció que estaban en la última planta. Se separaron a
regañadientes y cogidos de la mano entraron en el ático.
Emily se sentó en el sofá ansiosa por oír las noticias de su esposo. En cuanto Matt
se sentó a su lado ella se arrebujó en su pecho mirándole interrogante. Matt le
devolvió la mirada sin poder ocultar su alegría.
—¿En serio?
—El Grand River comprará nuestra empresa y lo mejor es que todos conservan su
puesto, nena. Y tú y yo nos tomaremos unas merecidas vacaciones.
Matt tardó casi una hora en explicarle la reunión sin ahorrar ningún detalle. Emily
le escuchaba fascinada y con cada revelación daba un gritito de emoción.
Pero al terminar su relato Matt se quedó mirando a Emily con cara de preocupación.
—¿Sabes qué, nena? No puedo quitarme de la cabeza la sensación de que aquí falta
algo.
—Ajá…
—¿Qué tengo?
Alarmada Emily se miró el cuerpo. El vestido que se había puesto para recibir a
Claire se encontraba en perfectas condiciones, así que al no ver nada fuera de
sitio volvió a levantar la cabeza y entrecerró los ojos porque justo en ese momento
Matt empezaba a reír por lo bajo incapaz de contenerse por más tiempo.
Pero cuando vio que se ponía a rebuscar algo en el bolsillo de su pantalón, Emily
enderezó la espalda.
—¿Qué narices te traes entre manos? —preguntó ella acercándose a él para intentar
coger lo que Matt guardaba.
—Creo que te has dejado algo por el camino —dijo él bajando el brazo lentamente
hasta colocar su mano cerrada delante de ella.
Emily siguió el movimiento de su mano con expectativa y Matt se puso serio mientras
abría su puño poco a poco hasta que la palma de su mano estuvo completamente
abierta, revelando al fin su contenido.
Emily se llevó las dos manos a la boca al ver relucir su alianza de casamiento y su
anillo de compromiso. Sentía que se le llenaban los ojos de lágrimas y cuando
intentó hablar debió tragarse el nudo que se le había formado en la garganta.
—Matt… yo…
Mientras Matt cogía la mano izquierda de su amada entre sus propias manos, Emily le
miraba con ojos rebosantes de felicidad.
Volver a tener aquel anillo en su mano significaba que seguía siendo su esposa, se
dijo. Y eso para ella era más importante que cualquier éxito económico.
—Al fin eres mía y de nadie más —susurró Matt hinchando el pecho de orgullo. —Eres
mi esposa, Emy. Para siempre.
—¿Ah sí? ¿Y cómo lo conseguirás? —preguntó ella con una sonrisa traviesa.
—Haciéndote feliz todos y cada uno de los días del resto de nuestras vidas.
Conmovida por sus palabras Emily se lanzó a sus brazos aferrándose a su cuello con
fuerza y cerrando los ojos apoyó sus labios sobre los suyos. Durante unos segundos
permanecieron así, pegados el uno al otro como si quisieran confundirse en un solo
ser antes de besarse profundamente.
Una vez más Matt se maravillaba por el giro radical que había dado su vida.
Lo que había empezado como una farsa se había transformado en un matrimonio real y
verdadero.
—Mi amor, ¿no crees que eres un poquito demasiado ambicioso? —preguntó divertida.
—Cariño, te puedo asegurar que no exagero en lo más mínimo. Además —añadió guiñando
un ojo—, recuerda que siempre consigo lo que quiero.
Emily se mordió el labio inferior y antes de que pudiera decir nada, Matt la tenía
cogida en volandas y comenzaba a subir los escalones de dos en dos, ansioso por
llegar a su habitación.
Ella se aferró a su cuello con ambos brazos y Matt le dio una palmada en el culo.
Sorprendida Emily dio un chillido antes de echarse a reír encantada.
La cama de Matt era lo bastante grande para que Emily estirara sus brazos al máximo
por encima de la cabeza suspirando de placer.
—Pues creo que aquí dormiré como un angelito —dijo probando el colchón con su
trasero y levantando el dedo pulgar para dar su aprobación.
Matt la miró fijamente a los ojos y bajó el tono de su voz haciéndola más grave y
más sexi que de costumbre.
Las mejillas de Emily se encendieron y sus ojos ambarinos reflejaron el deseo que
sentía por su esposo. Contuvo la respiración cuando Matt apoyó una rodilla sobre el
colchón y alargó una mano para acariciar la delicada barbilla de su esposa. Ella
gimió al contacto de sus dedos ásperos y Matt metió uno de ellos dentro de su boca
haciendo que Emily se lo chupara con gusto.
Al darse cuenta de que su esposa estaba lista para él, Matt enderezó su cuerpo y
lentamente comenzó a desprenderse los botones de la camisa uno a uno, mientras ella
le observaba fascinada.
—Que quiero que te des prisa —Emily hizo el gesto de consultar un reloj imaginario
y añadió con picardía—. A estas horas ya tendrías que estar desnudo y encima de mí.
Matt lanzó una carcajada y luego esbozó una sonrisa lobuna mientras se inclinaba
sobre su mujer para darle un mordisco a aquellos labios sensuales que tanto le
tentaban.
Al instante ella respondió rodeándole con los brazos y tirando de su camisa con
tanta fuerza que hizo saltar los botones restantes. Luego le clavó las uñas en la
piel de su espalda. Matt abrió los ojos sorprendido por la pasión desenfrenada de
su mujer. Le encantaban esas reacciones espontáneas tan suyas. Eran parte de lo que
le había enamorado de ella.
Prepárate Tanner porque esta noche será larga, se dijo antes de descender sobre su
mujer con todo el peso de su cuerpo, aplastándola suavemente contra el colchón y
gruñendo con deleite. Emily jadeó mientras se apretaba a él con necesidad.
Muy hábilmente Matt desvistió a su esposa al tiempo que la regaba con una incesante
lluvia de besos tocando cada centímetro de su piel.
Cuando finalmente la luz del amanecer empezó a colarse por los ventanales, Matt se
tumbó exhausto junto a su mujer, tratando de recuperar el aliento.
Mientras Dios le diera vida, se dijo con solemnidad, se dedicaría a hacer feliz a
esta mujer.
Pensando aquello se dio cuenta que por primera vez en mucho tiempo le hacía ilusión
pensar en su futuro.
Matt sabía que le esperaba un futuro muy distinto al que hasta unos meses atrás
imaginaba para él.
CAPÍTULO 20
Joder, cómo le encantaba llegar a casa, quitarse los zapatos, deshacerse la corbata
y tumbarse en su sillón favorito junto a su esposa mientras ella le besaba por todo
el rostro y él le susurraba palabras de amor en el oído. Conversando entre risas y
caricias, luego cenaban y más tarde en la cama, ella le daba unos masajes que
tenían la virtud de dejarle como nuevo. Era un elixir que nunca fallaba. Un ritual
que le cargaba las pilas y le dejaba como nuevo.
Cada noche Matt sentía que podía estar tumbado junto a su mujer en la cama
conversando con ella y haciéndole el amor hasta el amanecer sin agotarse.
En fin, que cada día junto a Emily era una pasada y no le importaba saltarse alguna
reunión demasiado aburrida para improvisar una cita; o planear una escapada
romántica a algún sitio alejado donde pudieran desaparecer del mundo durante
algunas horas.
Emily también parecía disfrutar de aquellos encuentros espontáneos tanto como él, y
eso le llenaba de satisfacción y de orgullo.
El día en el que al fin se firmó la fusión de las empresas y nombraron a Matt como
el nuevo Director Ejecutivo de la cadena de hoteles, lo celebraron a lo grande. Por
la tarde asistieron a una reunión formal donde Emily se lució especialmente,
metiéndose a todos los accionistas en el bolsillo con su habitual encanto. Tanto
éxito tuvo su presencia allí que le ofrecieron un puesto en el nuevo Departamento
de Comunicaciones Estratégicas del grupo, asegurándole que allí podría organizar su
equipo como ella quisiera y dirigir varios proyectos imprimiéndoles su impronta
personal.
Tanto a ella como a Matt la propuesta les cogió desprevenidos. Emily agradeció el
ofrecimiento y pidió un tiempo para llegar a una decisión. Los accionistas se
mostraron comprensivos, pero a la salida uno de ellos se acercó a Matt para
insistir en que querían a Emily trabajando para ellos y pidiéndole a él muy
especialmente que hiciera lo posible por convencerla.
Matt se quedó flipando en colores. Vaya, se dijo, al parecer tendría que empezar a
hacerse a la idea de que Emily regresaría definitivamente a la oficina; y aunque no
estaría directamente bajo su mando no podía negar que le encantaba la idea de
toparse con ella en medio de un pasillo y llevarla a su despacho para tumbarla en
su escritorio, levantarle la falda y…
Matt se mordió los labios pues se empalmaba solo de imaginarse las cosas que
podrían hacer allí juntos.
* * * * *
Sintiendo el repentino impulso de salir del coche, le ordenó a Charlie que aparcara
junto al bordillo. Lo tenía decidido, iba a comprarle el ramo gigante con una
tarjeta donde pondría que la amaba con todo su corazón. Y posiblemente luego le
pediría a su chófer que se desviasen del camino para ir a llevarle las flores él
mismo. ¡No quería perderse la cara que pondría al ver aquel ramo!
Estar enamorado tenía estas cosas, se dijo sonriente mientras sacaba la cartera
para pagar.
Vaya que se sentía estupendo estar enamorado, aunque muchas veces Matt se
preguntaba si estaría expresando su amor con la misma potencia con la que lo sentía
en su corazón. Igual se estaba quedando corto y no lo sabía. Después de todo, aún
no era más que un novato en esto de amar de verdad.
Con este pensamiento en la cabeza, Matt dejó el ramo de rosas con todo cuidado para
que no se desarmara y luego se volvió hacia su chófer, pues le apetecía conocer su
opinión al respecto. Charlie era un hombre casado desde su primera juventud, con
experiencia de sobra en estas lides y seguramente podría aconsejarle.
—Puede hacerme todas las preguntas que guste. Eso sí, yo me reservo el derecho de
responder.
—Vale, me arriesgaré a ver qué pasa. ¿Te parece un gesto anticuado comprar flores
para una mujer? ¿Alguna vez le has llevado unas rosas a tu esposa?
El hombre giró la cabeza para mirarle con una expresión de lo más seria.
Charlie se le quedó viendo entonces con lo que a Matt le pareció una mirada
bastante enigmática.
—Pues… supongo que a Emily le alegrará tener rosas frescas en la casa. A ella le
encanta poner jarrones con flores como centro de mesa y las cambia cada dos o tres
días, es parte de su ritual al montar sus platos. Así que calculo que ya toca…
Entonces Charlie le detuvo con un gesto brusco e impaciente y Matt se frenó en seco
alzando una ceja sorprendido.
—Disculpe mi atrevimiento, señor —dijo Charlie con cierta timidez.
—De acuerdo, Matt, voy a tutearte si quieres pero siento decirte que te equivocas
de parte a parte. El amor no es como los negocios. De hecho, no se parecen en nada.
El amor no entiende de cálculos ni de razones. Cuando uno está enamorado las cosas
se sienten y se hacen sin más —dijo de forma terminante, como si aquello fuera una
ley sagrada que no admitiera discusión, y tras una pausa añadió con una ligera
sonrisa en los labios—. Recuerda, jamás te avergüences de hacer algo tan bonito por
tu mujer. No se necesita tener un motivo lógico ni justificarse ante nadie para
expresar un sentimiento tan profundo y maravilloso como el amor.
Joder, ¿y eso? Matt se quedó de piedra con la vista puesta en los ojos de su
chófer.
¡Y pensar que este hombre le había llevado y traído durante años sin haberle dicho
jamás algo semejante!
—Gracias, señor —dijo Charlie algo cortado por el halago—. Tantos años de meter la
pata tienen que servirle a uno de provecho. A fin de cuentas, uno no tiene más
remedio que acabar aprendiendo.
Matt se echó a reír con ganas apreciando su humor y su sabiduría práctica. Le dio
una palmada en el hombro y dijo:
—Un día de estos nos vamos a tomarnos unas cañas mientras me explicas de qué
cojones va todo esto del amor.
Al llegar a casa Matt pulsó el timbre con impaciencia y esperó a que ella viniera a
abrirle. Él no acostumbraba a usar el timbre, siempre entraba directamente sin
llamar, pero esta vez quería sorprenderla de verdad.
Emily jamás se imaginará que soy yo quien espera detrás de la puerta, se dijo
sonriendo con malicia.
Estaba tan ansioso que no podía parar de mover el peso de su cuerpo de una pierna a
la otra, hasta que al fin que oyó pasos que se acercaban por el vestíbulo. De
inmediato puso el ramo tras su espalda.
Por toda respuesta Emily se puso de puntillas, le cogió por la nuca y chocó sus
labios contra los suyos dejándole sin aliento. Matt sonrió encantado disfrutando de
aquel beso tan vehemente.
Solo una vez que se hubo apartado de él Emily desvió su mirada hacia el enorme ramo
de rosas amarillas.
Emily cogió el ramo y lo abrazó contra su pecho mientras hundía su naricilla entre
las flores frescas. Sus ojos brillaban sin poder ocultar su alegría y Matt sonrió
ilusionado mientras su esposa leía la tarjeta suspirando de felicidad.
—Joder, ¿en serio te ha gustado? Es que aún no sé cómo poner en palabras todo lo
que te quiero. A veces me siento casi como un crío avergonzado. Sí, lo sé, es
absurdo que alguien como yo se comporte así. Pero es que te amo tanto que me
vuelves loco, nena. Traerte un ramo de tus rosas favoritas es solo una manera más
de expresar el profundo amor que siento por ti.
Mientras se quitaban la ropa sin dejar de besarse, Matt decidió que definitivamente
debía adoptar al viejo Charlie como su consejero. Si estos eran los resultados que
podía obtener, se dijo que a partir de ahora aprovecharía sus viajes por la ciudad
para consultarle más a menudo sobre asuntos del corazón.
Después de hacerle el amor a su esposa más veces de las que podía contar y rodar
exhausto sobre el colchón, Matt cerró los ojos mientras volvía a recuperar el
aliento, disfrutando de aquel momento único de intimidad. Tras unos minutos giró su
rostro hacia el de Emily y se quedó mirándola con una sonrisa misteriosa.
Pero sobre todo le gustaba que ahora fuera él quien estaba pendiente de ella a cada
momento. Le gustaba que se preguntara si ella estaba pensando en él, igual que ella
hacía cuando le veía pensativo.
¡Claro que estaba pensando en él! Qué pregunta, ¡si casi no hacía otra cosa!
—Mientras no hables seguiré con la tortura —dijo divertido abarcando con sus
grandes manos cada centímetro de su cuerpo.
Emily le suplicó juntando las manos delante de su pecho hasta que al fin Matt se
detuvo mirándola con esos ojos azules rasgados que a ella tanto la ponían.
—Vale, vale —se apresuró a decir ella sentándose en la cama y apoyando su cabeza en
el cabecero— te diré en qué estaba pensando exactamente. Pero por favor, no quiero
que te asustes —añadió perdiendo la sonrisa de golpe y poniendo cara de
circunstancia.
—Nena, ¿por qué pones esa cara? Me estás acojonando —la advirtió.
Emily solo estaba bromeando y se sintió fatal al ver su reacción, pero aun así se
mordió el labio tratando de ocultar su sonrisa mientras pudo. Hasta que ya no pudo
mantener el suspense y suspiró abrazándole.
—Pensaba en ti, tonto. Haga lo que haga, siempre pienso en ti —y al decirlo sintió
que una emoción repentina e inesperada inundaba sus ojos con lágrimas de alegría—.
Soy muy afortunada en tenerte junto a mí, pues sabes qué hacer exactamente para que
me sienta la mujer más feliz del mundo...
—¡Joder nena, eres una gran actriz, casi me matas del susto! —dijo sonriendo y se
quedó mirándola a los ojos con ternura—. ¿Sabes? También yo me siento el hombre más
afortunado del mundo por tenerte aquí conmigo —Matt le pasó un brazo por la cintura
atrayéndola hacia su cuerpo y Emily se pegó a él sintiéndose amada y protegida como
nunca antes.
—Oye, nena, aún tienes tus cosas en la habitación de huéspedes. Es hora de que te
mudes aquí conmigo, ¿no te parece?
Emily no pudo evitar esbozar una sonrisa de oreja a oreja al oír aquello, pues la
idea de compartir oficialmente la habitación de Matt Tanner le hacía muchísima
ilusión.
Matt no se inmutó.
—¡No te creo!
Emily se echó a reír y de forma juguetona le empujó por el pecho. Aún riendo, él la
aferró por ambas piernas y tiró de ella hacia sí imitando el gruñido de un oso
enfadado. Emily chilló y Matt rodó encima de ella a lo largo de toda la cama
mientras reían a carcajadas. Cuando ambos se detuvieron a coger aire, Matt la miró
a los ojos con ternura.
—En serio, nena, quiero compartirlo todo contigo y tienes la libertad de cambiar
los muebles de sitio y redecorar lo que desees dentro de esta casa porque este es
tu hogar —dijo con total convicción, pero entonces se detuvo y su voz de barítono
se volvió aún más grave al añadir lo siguiente—: Al menos hasta que encontremos la
casa de nuestros sueños…
—¿Hablas en serio?
—Claro —sonrió de lado—. Me gustaría encontrar una de esas casas grandes de estilo
victoriano con un jardín enorme para que los niños puedan correr y jugar
libremente.
Emily dio un brinco sobre su trasero al oír la mención de niños y abrió los ojos
como platos.
—¡No! Es solo que… que quería asegurarme de que había oído bien.
Desbordada por la emoción Emily se llevó ambas manos a la boca y luego se lanzó al
cuello de su marido para abrazarle con fuerza.
—Ser mamá me hace muchísima ilusión —rió entre lágrimas pegando su mejilla a la de
Matt.
—Lo sé, nena —asintió él mientras acariciaba su cabeza con cariño, enredando sus
dedos en sus rizos rojos.
De pronto Matt se puso serio y apartó su rostro para poder mirar a su esposa a la
cara. Sus ojos azules adquirieron esa profundidad que hacía que a Emily se le
acelerara el pulso.
Emily le acarició una mejilla con la mano. La sombra de su barba de dos días
raspaba contra la palma de su mano y le provocaba una sensación deliciosa en su
bajo vientre.
—No me importaría oírlo una vez más —respondió ella mientras se lo comía con los
ojos.
Matt acercó sus labios a los de ella y sus alientos frescos se mezclaron en un
intercambio de dulces susurros.
Emily sintió que otra vez se le formaba un nudo en la garganta. Le sucedía cada vez
que Matt le decía que la quería, pues aún no se acostumbraba a oír aquellas
palabras saliendo de los labios de su jefe. Eran las palabras más dulces del mundo
y significaban tanto para ella...
—También yo, cielo —susurró sonriendo con lágrimas en los ojos—. Te amo más que a
mi vida.
Emily adelantó su boca y Matt capturó su labio inferior con un gruñido de placer.
—Podríamos ponernos manos a la obra… con el asunto de los niños, quiero decir —
susurró ella al apartar su boca de la de él y relamió sus labios sonriendo con
picardía mientras Matt la atravesaba con sus ojos oscurecidos por el deseo y
entrelazaba sus dedos con los suyos antes de acomodarse nuevamente entre sus
piernas para volver a embestirla profundamente con sus poderosos golpes de cadera,
esos que hacían que Emily se desgañitara alcanzando la cima máxima del placer.
Una inesperada sucesión de orgasmos hizo que Emily arqueara su espalda levantándose
por completo del colchón, abrazándose a su marido con desesperación y arañando su
espalda mientras jadeaba palabras incoherentes con la boca entreabierta y los
párpados apretados.
Madre mía, se dijo respirando con agitación y bañada en sudor. ¡Esto era tocar el
cielo con las manos!
Aquella tarde perdió la cuenta de las veces que Matt la hizo disfrutar llevándola
al extremo de su placer y llenándola de atenciones. Cuidando cada detalle con mimo
para que la velada romántica fuera perfecta.
Cada vez que Matt se levantaba de la cama para buscar más vino o más comida, Emily
no podía dejar de mirar su cuerpo de Adonis completamente desnudo mientras se
sonreía con aquella gran sonrisa del gato de Cheshire.
Y pensar que este guaperas será el padre de mis hijos, se dijo riendo maravillada y
sintió que la felicidad la envolvía haciendo que los dedos de sus pies se
retorcieran de gusto bajo las mantas.
Dejó que su mente fantaseara libremente con una casa de cuento de hadas en el medio
del bosque, repleta de niños y mascotas, de tartas de manzana recién horneadas y
siestas interminables junto a su marido.
Suspiró sonriendo mientras pensaba por primera vez en su vida que todo era posible.
* * * * *
Con la fusión de las compañías completada, Matt disponía de más tiempo y de mucha
más energía para dedicar a la casa y a Emily.
Una nueva actividad se les había hecho costumbre: visitar casas en venta.
Matt tenía muy claro las zonas donde quería vivir y era un cliente exigente,
volviendo locos a los agentes inmobiliarios con toda clase de preguntas. Tanto que
a Emily le parecía que por momentos exageraba buscándole tres pies al gato, pues
nunca terminaba de satisfacerle ninguna de las casas que visitaban.
Ella en cambio tenía gustos más sencillos y podía imaginarse viviendo en varios de
los bonitos chalets que el agente les presentaba.
—¿En serio? ¿Quieres vivir en una casa con vistas a un callejón? —se burlaba Matt
mientras visitaban una casa que a ella le gustaba particularmente.
Pero Matt era irreductible en sus opiniones. Negando con la cabeza siempre acababa
las discusiones con la misma frase:
—Mis hijos vivirán en un paraíso y punto. No puedo aceptar menos para ellos. Jamás
me lo perdonaría.
Emily ponía los ojos en blanco ante aquellas palabras un tanto melodramáticas,
aunque dichas con su voz masculina llena de determinación y con ese tono de mando
tan suyo, hacían que ella se derritiera por dento y olvidara su enfado.
Al final siempre acababa dándole la razón, pues por mucho que le agradaran las
casas que visitaba, era cierto que aún no habían dado con la casa de sus sueños.
A veces Emily se desanimaba un poco pues temía que esa casa perfecta quizá
únicamente existiera en su imaginación. Pero cada vez que le ocurría eso, Matt
estaba allí para levantarle el ánimo y asegurarse que no se diera por vencida y
continuara soñando.
Y tenía razón.
Una tarde soleada de primeros de julio recibió una llamada inesperada de Susan,
quien la avisaba de que estuviera lista en una hora pues la pasaría a recoger en un
rato. Saldrían a dar juntas un paseo largo. Cuando quiso saber más al respecto,
Susan le colgó el teléfono. Extrañada, Emily se quedó mirando el móvil durante un
rato.
De todos modos se puso en marcha pues le apetecía verla; habían pasado casi dos
semanas desde la última vez que habían quedado para almorzar y echaba de menos sus
conversaciones.
Tras darse una ducha rápida escogió un vestido de verano amarillo y un sombrero de
ala ancha que Matt le había regalado para que el sol no le pusiera roja la nariz.
Luego ató su cabello en una cola de caballo, se puso el bolso al hombro y salió al
portal a esperar a Susan.
El coche que aparcó en su calle minutos después no era el típico coche negro
corporativo con chófer y guardaespaldas que solía transportar a Susan por la
ciudad. Era un imponente todoterreno con unas ruedas tan grandes que a Emily le
entró la risa al verlas. Se acercó a la ventana del conductor y saludó a su amiga
con un beso.
—Lo siento, pero no puedo decirte nada hasta que lleguemos a nuestro destino.
—Venga, sube que llevamos retraso y aún tenemos una horita de viaje.
Emily entrecerró los ojos. ¿Por qué la prisa? ¿Acaso no se trataba solo de un
paseo?
Don’t worry, be happy, canturreó Emily para sí con una sonrisa mientras el sol le
calentaba los brazos y las piernas.
Susan se detuvo en una gasolinera para comprar unas tostadas de aguacate y dos
tazas de café. Fueron a sentarse a una de las mesas en la pequeña terraza que daba
a la campiña. Allí se pusieron al día en cuanto a sus asuntos personales. Hablaron
principalmente de sus respectivos maridos. Susan le confió que Joseph estaba
encantado con Matt, que jugaban tenis dos veces por semana y que no pasaba un día
en que no almorzaran juntos.
Emily sonreía satisfecha pues los hombres parecían haber forjado una sólida
amistad. Pasar tiempo con verdaderos amigos era un arte que Matt necesitaba
practicar más a menudo y Emily se alegraba de oír aquello.
Cuando el camarero regresó para volver a llenar sus tazas de café, Emily se
encontraba despotricando acerca de su asunto favorito: la búsqueda infructuosa de
un nuevo hogar para ella y para Matt.
Sabía que cada vez que hablaba del tema sonaba como una quejica, pero es que
encontrar la casa de sus sueños se había convertido en su principal obsesión.
Vivir en el ático era muy guay y no estaba nada mal de momento, pero si debía ser
sincera, a ella aún la ponía nerviosa vivir a semejante altura del suelo y, a pesar
de hallarse cómoda, no acababa de sentirse como en casa.
Pero lo que más la preocupaba era que había empezado a echar mucho de menos el
contacto con la naturaleza. Después de todo, Emily se había criado en un sitio
agreste, rodeada de árboles, montañas y animales de granja. Ese era su hábitat
natural.
—¿Sabes una cosa, Susan? Daría lo que fuera por tener un jardín colmado de plantas,
flores y animalillos que cuidar…
—No exactamente.
—Ah, me olvidaba… —sacó algo que Emily no alcanzó a ver—. Antes de continuar, debes
ponerte esto.
Emily parpadeó sin entender al reconocer lo que Susan sostenía en la mano. Era un
antifaz negro de esos que se usan en los aviones para cubrirse los ojos mientras
una duerme. Haciendo un mohín de protesta con los labios, Emily se cruzó de brazos.
Susan rió.
—Venga, dame el gusto. Solo tienes que seguirme el juego, te aseguro que merece la
pena.
Emily dudó.
—¡Claro!
—¡Pues no se diga más! Cierras los ojos y cuando vuelvas a abrirlos te prometo que
te encontrarás en un sitio mágico.
—Vaya, igual que Dorothy en el Mago de Oz —rió ella pues no se tomaba en serio la
promesa de Susan.
—Igualito, ya lo verás.
¿Hacia dónde narices se dirigían? Emily se moría de ganas de hacer trampa y echar
una ojeada furtiva. Pero no quería estropear la sorpresa para sí misma.
—¿Puedo? —Emily se volvió hacia Susan haciendo un gesto para indicar que deseaba
bajar la ventanilla.
—Adelante.
De inmediato sintió la brisa veraniega que revolvía su melena rizada, y con ella un
aroma de pinos, de resina, de romero...
Aquel aroma inconfundible despertó sus sentidos. Emily enderezó la cabeza y abrió
los ojos tras el antifaz. ¡Estaban cerca del bosque!
—Estamos en el bosque.
—Vale, vale, déjame pensar un momento. Mmm… creo que tiene que ver con tu futuro.
Emily arrugó el entrecejo. ¿Mi futuro? Se rascó la barbilla pensativa mientras una
idea comenzaba a formarse en su cabeza.
A Susan se le escapó la risa y fue en ese preciso momento que Emily lo supo con
certeza.
Jolín, no te ilusiones, se repetía una y otra vez excitada como una niña pequeña.
Que si te ilusionas demasiado luego la desilusión dolerá el doble.
Pero no podía evitarlo pues se trataba de una casa en el bosque. ¡Una casa en el
bosque, su sueño hecho realidad! se dijo emocionada conteniendo las ganas de
abrazar a Susan y ponerse a brincar de alegría sobre el asiento.
Emily recordó que en una ocasión, cuando le había propuesto la idea de buscar casa
fuera de la ciudad, Matt había hecho una mueca diciendo que no estaba dispuesto a
irse a vivir a un sitio tan alejado. No era práctico pues dificultaría su trabajo
innecesariamente, esas habían sido sus palabras exactas y Emily se había mostrado
decepcionada pero acabó por aceptar sus razones. Al parecer su trabajo aún seguía
siendo el centro de su vida y estaba claro que ese aspecto de su marido no podría
cambiarlo ni ella ni nadie.
Por ese motivo Emily no podía creerse que esto estuviera ocurriendo. Le costaba
imaginar que Matt hubiera cambiado de opinión tan drásticamente.
¿Qué tal si todo el tiempo había sido la intención de Matt encontrar una casa fuera
de la ciudad, pero había decidido mantenerlo en secreto para darle la sorpresa?
Emily pudo advertir entonces que tomaban un desvío y cuando comenzó a oír el crujir
de la gravilla bajo las grandes ruedas, supo sin ninguna duda que habían dejado el
camino forestal para entrar en la avenida de una propiedad privada.
Alguien que no podía ser Susan abrió la puerta del acompañante desde fuera y Emily
se sobresaltó. ¡Estaba segura de que si no se quitaba el antifaz pronto le iba a
dar un síncope!
—Tranquila —dijo Susan riendo a su lado y dándole palmaditas sobre una rodilla.
—Aún no, pero ya falta muy poco. No seas tan ansiosa y deja que te guíen.
En ese momento alguien la cogió por el brazo con suavidad para ayudarla a bajar del
vehículo. Era una mano grande y áspera que hizo que se le acelerara el corazón.
Emily dio algunos pasos torpes y vacilantes antes de detenerse mirando hacia el
cielo. Solo veía la luz del sol filtrada por la tela negra pero el aire estaba
inconfundiblemente cargado de un dulce aroma a polen. Su acompañante no se movía de
su lado y cada vez que ella intentaba aflojar el agarre este la apretaba más la
mano, como si no estuviera dispuesto a dejarla escapar. Eso la inquietó un poco,
pero en ese momento la voz de Susan habló desde muy cerca, en algún punto a su
izquierda, y Emily se volvió hacia ella con expectativa.
Emily inspiró por la nariz pues estaba más nerviosa de lo que creía. Armándose de
valor se subió el antifaz lo bastante para ver aparecer la alta y atlética figura
de su marido tan guapo como siempre, vestido con una camisa de cuadros remangada y
unos vaqueros que le quedaban de muerte. Completamente desorientada Emily parpadeó
varias veces mientras él la observaba con su sonrisa de lado que marcaba sus
irresistibles hoyuelos haciéndole lucir más guapo aún.
—¡Matt! ¡Lo sabía! ¿Dónde narices me has traí…? —pero no acabó la frase porque su
marido dio un paso lateral desvelando al fin lo que se erigía frente a ellos.
Emily levantó la vista hacia la casa de tres plantas y se quedó sin aliento.
Parpadeó varias veces llevándose una mano a la boca y se abrazó a su marido
temblando.
—No estás soñando, nena —dijo él estrechándola contra su cuerpo—. Esta casa es
nuestra.
—¿Nuestra?
Echó un vistazo alrededor viendo aquel bosque como de cuento de hadas que se
extendía hasta donde su vista alcanzaba. Asombrada volvió a mirar la casa y levantó
sus ojos hacia Matt que la miraba con ojos brillantes.
—Sí, nena. Esta casa y todo lo que se extiende en diez kilómetros a la redonda.
—¡Basta de arrumacos! Tendréis tiempo de sobra para eso más tarde —dijo Susan con
una sonrisa pícara y les empujó hacia la casa—. Venga, que toca hacer una visita
guiada en condiciones. Pasa cariño, conoce tu nuevo hogar.
Con pasos tentativos Emily subió las escalerillas que subían al porche y alargó una
mano para tocar la balaustrada de ébano que rodeaba la casa.
¡Era real! Su casa de los sueños se había materializado delante de sus narices como
si siempre hubiera estado aquí esperando por ella, se dijo maravillada mientras
luchaba por contener las lágrimas de emoción.
—Shhh, déjate de palabras —susurró besándole los labios. Tocando su corazón añadió
—: Mejor siéntelo aquí.
—Créeme que lo estoy sintiendo —sonrió—. Pero aún no entiendo cómo no me lo has
dicho…
Matt negó con la cabeza y ella calló al instante cuando vio que su marido acercaba
su rostro hasta alinear sus ojos con los suyos.
—Nena, he removido cielo y tierra para encontrar el sitio perfecto para ti y para
nuestros hijos. Hace dos semanas que he cerrado la compra, pero debía poner la casa
en condiciones antes de enseñártela.
—No sabes lo que le ha costado al pobre guardar el secreto durante todo este tiempo
—añadió Susan dándole un codazo a Matt.
—No sabéis lo feliz que me habéis hecho. Gracias, gracias, gracias —repitió
conmovida sintiendo una dicha tan grande que no le cabía en el cuerpo.
Cuando se hubo recuperado de la emoción, Matt cogió su mano y juntos subieron hasta
la galería que rodeaba la casa. Extasiada, Emily iba observándolo todo, no quería
perderse ni un detalle. La fachada era una auténtica obra de arte. Las paredes eran
de piedra natural con un tono azulado que quitaba el aliento en perfecto contraste
con las molduras blancas. Cada pocos pasos se abría una nueva cristalera que iba
del suelo hasta el techo y Emily intentó mirar hacia el interior pero todo lo que
pudo ver fue su propio reflejo.
—Esta será nuestra burbuja, nena. Solo tú y yo. No quiero a nadie fisgoneando.
Ella se echó a reír y le besó con gratitud porque Matt sabía que Emily era una
persona muy privada y un detalle tan tonto como tener ventanas espejadas lograba
que se sintiera aún más cómoda y protegida.
Matt se detuvo con una sonrisa traviesa. Señaló primero al suelo y luego a las
paredes de piedra azul.
Emily asintió.
—Claro, es precioso.
Matt bufó.
Emily entrecerró los ojos y echó un vistazo a su alrededor examinando cada objeto
que encontraba, pero no alcanzaba a ver qué era lo que su marido deseaba que
notase.
—Estás de coña.
Matt sonrió.
—Le he enviado fotografías tuyas al artesano que las diseñó para que tenga una
referencia clara. Según me ha dicho, se ha pasado días enteros probando con
distintos pigmentos hasta conseguir el matiz de ámbar exacto. Y a ese nuevo color
que encontró le ha puesto Emily en tu honor.
Ella se quedó mirándole sin saber aún si bromeaba o si iba en serio. Al fin se
agachó para examinar más de cerca la baldosa junto a sus pies y se quedó de piedra.
¡Jolín, era verdad!
El efecto era tan sutil que le hubiera resultado imposible reconocerlo a simple
vista, pero ahora que lo sabía no podía dejar de notarlo cada vez que miraba el
suelo. Atónita se quedó contemplando las baldosas color caramelo y no supo bien por
qué, pero se sintió tan halagada que se sonrojó.
—Aún no has resuelto el acertijo —dijo Matt recostando su hombro en la pared con
esa sonrisa de listillo que Emily había aprendido a amar.
Entonces retrocedió unos pasos y volvió a mirarlo todo con renovada curiosidad.
—Un momento… —dijo Emily arrugando el entrecejo hasta que de repente sus ojos se
abrieron grandes y su rostro se iluminó—. ¡Las paredes! ¡Madre mía, son del color
de tus ojos! —se volvió exultante hacia su marido.
Emily no podía dejar de sonreír. Era un toque de genialidad que a ella jamás se le
hubiera ocurrido.
—¡Eh, que esto apenas ha empezado! Mira hacia arriba —añadió él señalando el tejado
con un dedo.
Entonces Emily levantó la cabeza. Arriba del todo había una chimenea que parecía la
torreta de un castillo en cuya cara parecía haber algo escrito.
Emily leyó la frase con la boca abierta y enseguida se volvió hacia su marido
mirándole con asombro.
—Para que veas el peso que tienen tus palabras sobre mí —dijo él—. Lo que me has
dicho aquella vez me ha calado muy hondo, nena. Tanto que la he transformado en mi
frase de cabecera. Son palabras que me han ayudado a transformar mi vida, por ese
motivo quiero tenerlas siempre presentes, como un recuerdo constante y como una
lección de vida para nuestros futuros hijos.
Matt hizo una reverencia como un caballero medieval, ofreciendo su brazo a ambas
mujeres. Emily se cogió de su brazo izquierdo y Susan del derecho, y de esta manera
los tres enfilaron hacia la puerta principal.
—Madre mía, vaya pedazo de salón —dijo boquiabierta tratando de abarcarlo todo con
sus ojos.
Solo el salón debía de medir unos doscientos metros cuadrados. Era una estancia
amplia y luminosa, con suficiente espacio para albergar con comodidad a unas
treinta personas sentadas.
Pero a pesar de su gran tamaño, el ambiente se sentía acogedor, con sus pisos de
madera rústica y sus lámparas de pie delineando cada ambiente con precisión…
También las alfombras de piel color crudo, las cortinas blancas y las paredes de
ladrillos al descubierto le daban al conjunto una calidez que hacía que se sintiera
como un hogar de verdad.
—Todo —le aseguró Matt con una sonrisa pues le divertía la expresión incrédula de
su esposa.
—Nuestra casa, al fin… —suspiró ella mirándolo todo con fascinación. Luego se
volvió hacia su marido—. ¿Cómo has conseguido dar con semejante maravilla?
—Sí, que me muero por saber de dónde has sacado esta joyita —añadió Susan igual de
curiosa.
—¿Al otro lado del mundo? —preguntó Emily cada vez más intrigada—. ¿Dónde
exactamente?
—Oye, que no es tan malo como crees. Su sueño sigue en pie, solo que ha cambiado de
escenario. Si lo piensas bien, Australia se adapta perfectamente al estilo de vida
que siempre ha querido llevar. Es un sitio exótico con mucha naturaleza y él me ha
dicho que piensa que su familia se adaptará de maravilla. Lo bueno para nosotros es
que aquello le obligó a sacar al mercado esta joya. Y bueno, digamos que le he
hecho una generosa oferta que no dudó en aceptar.
Emily miró a su marido con reverencia. Admiraba a este hombre como jamás había
admirado a nadie antes.
—Pues no digas nada, nena, y disfruta de tu nuevo hogar. Ven aquí —dijo cogiéndola
de la mano—. Quiero enseñarte algo. ¿Nos disculpas Susan?
A medida que las recorrían, abriendo armarios y tumbándose sobre cada cama para
probar los colchones, Emily se imaginaba su vida allí junto a Matt. Al cerrar los
ojos veía una escena que se repetía y que la hacía suspirar de felicidad: era
domingo por la mañana y un montón de niños tan guapos como su padre entraban
corriendo a la habitación para despertar a mamá y a papá porque hoy tocaba
desayunar todos juntos en la cama.
Emily se acercó riendo, propinando a su marido unas palmadas en el pecho para que
dejara de hacer el loco. En cuanto puso un pie dentro del cuarto se le dibujó una
sonrisa de oreja a oreja.
Cada detalle era una auténtica pasada. Abrió y cerró los grifos de la ducha
escocesa y el hidromasaje, y luego pasó una mano por la superficie de la bañera
hecha de una pieza en mármol veteado blanco. Cuando descubrió las sales de baño
ordenadas por colores en cajitas de cristal enderezó la espalda y se volvió hacia
su marido aplaudiendo de alegría.
Matt le dio una palmada juguetona en el trasero que la hizo dar un respingo y
soltar una carcajada.
Salieron de aquel cuarto de baño con la respiración agitada y los ojos iluminados
por el fuego del deseo.
—Venga —dijo él sin soltarle la mano—, subamos a la tercera planta a ver si se nos
pasa el calentón.
Emily se echó a reír con picardía haciendo círculos con el pulgar sobre la mano de
su marido mientras Matt la conducía escaleras arriba tratando de disimular la
creciente erección que abultaba sus pantalones.
—Vale, estoy preparada —respondió Emily cogiendo aire pues no sabía con qué más
podría sorprenderla. ¡Se sentía como una niña en la mañana de Navidad a punto de
abrir otro regalo!
Tras subir el último tramo de escaleras lo primero que vieron sus ojos fue una gran
sala de juegos iluminada con luces de neón, completa con mesa de billar, antiguas
máquinas traga perras y hasta una rocola de los años cincuenta en pleno
funcionamiento.
Emily se detuvo con una sonrisa al ver el futbolín que Matt solía tener arrumbado
en el trastero del ático. Alguien lo había remozado y colocado en una tarima con
una luz de enfoque cenital que lo alumbraba como si fuera una pieza de museo.
—Claro —dijo él guiñándole un ojo—. Vas a tener que enseñarme a jugar, pues creo
que la última vez le gané a alguien a esto tenía unos doce años.
—No hay problema. Me encanta destrozar novatos —dijo ella con chulería, haciendo
sonar los huesos de sus dedos.
Abrazándola por la cintura la llevó hasta la parte de atrás del salón donde había
una extraña puerta forrada en terciopelo rojo y acolchada con unas almohadillas.
Emily entrecerró los ojos con suspicacia pues tenía todo el aspecto que del otro
lado iba a encontrarse con el cuarto rojo del dolor.
—No es lo que tú crees —rió Matt—, aunque puede que dentro te encuentres con Grey.
Tiró de la puerta y se apartó para dejarla pasar. Emily avanzó con cautela y a los
pocos pasos se quedó de piedra al encontrarse en un ambiente en penumbra apenas
iluminado y tan característico que una pila de recuerdos de su niñez parecieron
surgir en su mente en cascada. Lentamente alzó la cabeza para abarcar la pantalla.
Luego se volvió hacia su marido con la boca abierta y las cejas levantadas casi
hasta la línea del pelo.
Matt soltó una carcajada por su exabrupto. Era la primera vez que la oía decir esa
palabrota y la abrazó dándole un beso en la mejilla.
—Claro, nena. Tú sabes hacer unas palomitas estupendas. ¿No te parece que sería un
desperdicio no contar con un cine en condiciones para disfrutarlas?
Emily puso los ojos en blanco y luego se echó a reír. Mientras recorría la sala iba
acariciando las butacas de terciopelo sin poder quitarse la sonrisa de la cara.
Definitivamente esto era una excentricidad. ¡Su propio cine en medio del bosque!
Se detuvo para sentarse en una de las butacas admirando la pantalla que ocupaba
toda la pared y que en ese momento mostraba la peli de Cincuenta sombras de Grey
con el sonido bajo.
—Esta ya la he visto.
Sin esperar su respuesta él se inclinó sobre ella y con una mano recorrió su largo
y fino cuello para luego rozarle el pecho con la yema de sus dedos cálidos,
haciendo que la respiración de Emily se acelerara.
—¿Otra sorpresa? —Emily se abanicó el rostro con la mano— . Hoy vas a matarme, Matt
Tanner.
—Claro, a besos y sobre una gran cama. Pero eso será más tarde —sonrió con malicia.
—Venga —la animó él cogiéndola de la mano—, que estoy seguro que esto va a
encantarte.
Salieron del cine por una puerta interior y se metieron en una especie de jardín de
invierno que era como una jaula de cristal desde la que se salía a una enorme
terraza de piedra que daba la vuelta a la casa.
—Esto es una auténtica locura —dijo admirada mientras la tibia brisa veraniega
acariciaba su piel.
Emily miró a su marido con la boca abierta pues nunca había visto un sitio tan
impresionante. Él puso una mano en su espalda baja y suavemente la hizo girar hacia
el otro lado para mirar la parte de atrás del inmenso parque.
Ante los ojos de Emily se abría un espectacular jardín trasero, pero Emily se
detuvo especialmente en el huerto con su invernadero. Al instante se imaginó un
mediodía de un futuro no demasiado lejano, cuando ella saldría al huerto junto a
sus peques a coger acelgas, tomates y calabacines para hacer una sopa para el
almuerzo. Al pensar en ello se le quedó una sonrisa boba en los labios y Matt,
advirtiendo su expresión soñadora, la abrazó por detrás pegándola a su cuerpo e
inclinándose para hablar en su oído.
—Aquí pondremos una piscina, nena —indicó levantando un brazo y Emily siguió la
dirección de su mano para ver el amplio pozo en forma rectangular que habían hecho
allí abajo—. Y más allá, justo antes de donde empieza el pinar, construiremos un
establo.
—¡Un establo! ¿No estarás de coña, no? ¡Mira que soy de ilusionarme muy rápido!
Estaba decidido, buscaría un par de animales tan bellos y nobles como Belfos. Se
pondría a ello en cuanto se instalasen en la casa, se dijo resuelta.
Matt la atrajo aun más hacia sí y capturó su labio con un gruñido mirándola a los
ojos con tal intensidad que a Emily se le aflojaron las rodillas.
—Despacio, nena. Aún resta trabajo que hacer para dejar la casa habitable.
Emily protestó con un mohín de desencanto, como una niña a la que le quitan el
dulce.
—He dejado lo mejor para el final. —Los ojos de Emily se abrieron con una chispa de
curiosidad—. Venga, sígueme.
Matt se detuvo ante unas puertas batientes que se parecían bastante a las de una
cocina de restaurante y Emily unió las manos mirándole con los ojos brillantes de
ilusión.
Emily se moría por echar un vistazo dentro, pero Matt la retuvo un momento más
entre sus brazos para dejar que la imaginación inquieta de su esposa anticipara lo
que se encontraría al otro lado.
Al volver a separar sus bocas Matt la miró con una sonrisa, se relamió los labios y
luego se apartó para dejarla ir. Entonces Emily salió disparada y empujó aquellas
puertas con fuerza. Al ver lo que había al otro lado se llevó una mano al pecho
mirando a su marido con los ojos empañados.
—¡Madre mía, madre mía, madre mía…! —era todo lo que podía decir mientras daba
vueltas alrededor de la enorme cocina profesional que contaba con dos islas
totalmente equipadas y una gran zona de fogones.
—Madre mía, esto es demasiado —susurró asombrada levantando la cabeza para mirar a
su marido.
—Nada es demasiado cuando se trata de hacerte feliz, nena. Será mejor que te vayas
acostumbrando pues tengo pensado seguir consintiéndote de esta manera.
Ella le dio un rápido beso en los labios y enseguida se volvió para continuar su
recorrido por aquel pedazo de cocina. Fascinada abrió el frigorífico de tres
puertas que estaba a tope de comida, botes de helados, un montón de botellas de
yogures y latas de cerveza. Como si aquello fuera poco a un lado había un
congelador horizontal, también repleto de postres, cupcakes, tartas y más helados.
Emily se echó a reír negando con la cabeza.
—Te he dicho que voy a consentirte como nunca nadie lo ha hecho antes.
Ella puso los ojos en blanco pues su marido parecía hacerlo todo a lo grande.
Emily se giró para echarles un vistazo y jadeó de sorpresa al ver aquellos hornos
de acero inoxidable que ella había visto en unos catálogos especializados y sabía
que eran de lo más sofisticados.
—¿Seguro?
—En serio, mi amor, no necesito más —y al decir aquello le besó con ternura.
A continuación abrió cada uno de los armarios de la inmensa despensa, luego pasó
una mano por las encimeras de mármol de Carrara sonriendo feliz y con la boca
abierta observó las cacerolas, cazos y sartenes que brillaban como joyas colgadas
del techo.
Estaba fascinada. Necesitaba tocarlo todo, sentir cada superficie con sus manos. Se
dijo que aquí cocinaría los platos más deliciosos para su esposo, para sus amigos
y, eventualmente, también para sus hijos.
Emocionada se volvió para mirar a Matt con gratitud. Él parecía observar cada una
de sus reacciones con placer y Emily sintió el impulso de abrazarle. Jolín, este
hombretón era lo mejor que le había pasado en la vida. Lo había sacrificado todo
por ella, su estilo de vida, su posición de soltero codiciado, su libertad de hacer
lo que le viniera en gana con quien quisiera, su pasión desmedida por el trabajo y
¡hasta su bordería de déspota!
Además había vencido sus reservas y se había atrevido a compartir con ella el dolor
que asolaba su alma.
Había abierto su corazón para contarle cosas terribles, cosas que jamás había
confesado a nadie más…
Y todo ese esfuerzo lo había hecho para hacerla feliz a ella, a Emily Williams, una
simple chica de pueblo que sobrevivía en la gran ciudad a base de cupones de
descuento y ropa de segunda mano.
Emily sintió que los ojos le escocían y se pasó una mano por la cara sintiendo la
humedad de sus lágrimas. En ese momento se juró con solemnidad que haría que este
hombre viviera sus mejores días junto a ella. Y mientras acariciaba su espeso
cabello negro y se perdía en sus ojos azules, se prometió a sí misma que siempre
sería su compañera, su amante, su confidente y consejera.
—Quiero follarte aquí mismo, nena —dijo de repente mientras la levantaba en vilo
sentándola sobre la encimera, levantándole la falda del vestido para acomodarse
entre sus piernas.
Emily lo necesitaba tanto como él, así que dejó que él la tomara. Pero no había
pasado más de un minuto cuando oyó que las puertas batientes se abrían y se
sobresaltó.
Al parecer Matt no las había oído, o si las oyó no le importó un pimiento porque
continuó embistiéndola con fuerza.
Quien había entrado a la cocina era Susan. Emily la vio frenarse en seco, dar la
vuelta y volver sobre sus pasos como alma que lleva el diablo. Gimió abochornada
por haber sido descubiertos en una situación tan íntima. Pero luego sonrió para sí
pensando que si los Orwell aún tenían dudas acerca de su relación, en este instante
se acababan de esfumar.
En ese momento su marido la cogió por el trasero y empujó con sus caderas
llenándola por completo. Emily abrió los ojos sofocando un chillido y al instante
volvió a enfocarse en Matt y en sus potentes movimientos. Incapaz de hacer otra
cosa que abandonarse a su deseo, Emily meneó las caderas tratando de acoplarse a su
ritmo para ayudarle a terminar con lo que habían comenzado.
Ahogando los gritos agónicos de placer, ambos alcanzaron la cima a la vez, los
cuerpos estremecidos y sudorosos sobre la fría encimera. Exhausta, Emily dejó
caerse sobre el torso de su marido, pero él reclamó su atención tomándole la cara
entre las manos y acercando su boca a la suya para decirle en susurros:
—Emily, nena, este es nuestro sitio en el mundo. Aquí construiremos nuestra vida
soñada.
Emily miró primero sus ojos y luego sus labios firmes antes de volver a besarlos
con necesidad.
Cuando lograron separar sus labios durante un segundo Matt la miró a los ojos y
dijo:
Emily se estremeció al oír aquellas palabras dichas con tanto sentimiento y asintió
con vehemencia, contemplando largamente los ojos de su esposo. Podía ver en ellos
su sinceridad y su ilusión, que eran idénticas a las de ella, y aquello provocó en
su corazón un sentimiento de gratitud tan grande que las lágrimas comenzaron a
brotar libremente.
—Es lo menos que podía hacer por ti, mi cielo. Sabes que te amo con el alma.
—Y yo a ti —respondió ella con la voz rota por la emoción.
—Joseph acaba de llamarme —anunció con una gran sonrisa—. Está de camino y trae el
almuerzo para los cuatro.
Susan se volvió hacia Matt y le guiñó un ojo con complicidad mientras añadía con
voz cantarina:
—Aunque aún va a tardar unos cuantos minutos, ya sabéis lo tiquismiquis que es para
conducir. Oye, hijo, ¿qué te parece si llevas a tu chica a conocer el bosque antes
de comer?
Matt se echó a reír al captar la indirecta de Susan y miró a Emily con picardía.
Matt la llevó primero a dar una vuelta por las calles internas de la propiedad. Los
alrededores de su nueva casa eran soñados y a Emily aún le costaba creer que todo
aquello fuera suyo. En un momento se perdieron por un sendero que serpenteaba en
medio del denso bosque de pinos y Matt aprovechó la soledad del lugar para
arrinconar a su esposa contra el tronco de un árbol.
Decidieron acercarse para echar un vistazo cuando advirtieron que el portón estaba
abierto y tres niños de unos siete años salían de la casa riendo y corriendo.
Detrás de ellos iban dos niñas más pequeñas seguidas por tres cachorros de
labradores que no dejaban de saltar y ladrar moviendo el rabo felices.
Emily sonrió de oreja a oreja mientras les seguía con la mirada. Los niños
corrieron hasta un castaño y Matt alzó una ceja al ver que uno a uno comenzaban a
trepar por una escalerilla hecha de cuerdas.
Ambos rieron sorprendidos al darse cuenta que entre las ramas del árbol había una
casita de madera muy mona, con una entrada sin puerta y unos ventanucos redondos.
—Claro, te prometo que nuestros niños tendrán la casa en el árbol más guay de todo
el vecindario.
Emily se echó a reír metiendo una mano bajo la camiseta de su marido y le pellizcó
juguetona. Él la cogió por la cintura y la sentó sobre sus piernas. Ella se dejó
caer contra el cuerpo de él aspirando su delicioso aroma a aftershave y los dos
permanecieron sentados en la gramilla admirando el paisaje y dejándose envolver por
la tranquilidad del lugar.
Se quedaron así durante un buen rato. Emily se sentía tan feliz y protegida en
aquel sitio que habría deseado congelar este momento para siempre.
Entre las zarzas se oyó un ruido que les sobresaltó y Emily se giró de golpe para
ver aparecer la silueta de una persona. Por un momento se alarmó, pero pronto
advirtió que era Joseph quien salía del zarzal y que había venido hasta aquí para
llamarles de regreso.
Emily y Matt se miraron a la vez. ¿Pizzas y cerveza? ¡Se les hacía la boca agua!
En todo momento Emily advirtió que Matt parecía no poder dejar sus manos quietas. O
la acariciaba por debajo de la mesa; o la atraía hacia sí de forma posesiva
apretándola sensualmente; o incluso pellizcaba sus nalgas con picardía. Y cada
tanto se quedaba mirándola a los ojos con un deseo indisimulable, como si ambos
estuvieran encerrados en una burbuja donde nadie más que ellos podía entrar,
compartiendo una intimidad que a Emily la conmovía haciéndola sentir el aleteo de
mil mariposas en su vientre.
Y lo mejor, su Matt era todo suyo, se repitió feliz mientras se inclinaba para
besarle con ansias, como si el mundo fuese a acabar esa misma noche.
Tardaron casi tres semanas en instalarse en su nueva casa, pues la mudanza hubo de
alargarse necesariamente tras un descubrimiento que puso sus vidas patas arriba.
La inminente llegada de los primogénitos hacía que los paparazzi les importunaran
cada vez con mayor frecuencia, pero aun así ambos estaban disfrutándolo al máximo.
Especialmente Matt, que se moría por conocer el sexo de sus bebés, y aunque aún era
demasiado temprano para que pudieran determinarlo en las primeras ecografías, el
médico había decidido ordenar una analítica de sangre en la que probablemente
saldría esa información.
Pues bien, hoy tenían cita con el médico que les daría los resultados de la
analítica, y si Emily estaba que se comía las uñas de los dedos, Matt estaba que se
subía por las paredes.
El único problema era que la cita con el médico había coincidido con la reunión
trimestral de accionistas, la primera en la que el nuevo Director Ejecutivo
reportaría resultados tras asumir el mando del Grand River Group.
Matt había insistido en cancelar la reunión de todos modos, pues no quería perderse
la oportunidad de acompañar a su esposa a la consulta, a lo que Emily se negó
rotundamente aduciendo que no podía ser que él lo dejara todo cada vez que ella
tenía que salir de la casa para cumplir con algún compromiso. Matt tenía su vida y
sus obligaciones profesionales, y ella se sentía fatal por interferir en ellas.
Tras la cita con el médico Emily entró en la recepción del despacho de su marido
temblando de la emoción. La señora Nielsen, que se había convertido en la nueva
asistente personal de Matt, se puso en pie al verla llegar y salió a recibirla con
ansiedad.
—Calla, que puede oírte —dijo mirando hacia la puerta cerrada del despacho, pero
pronto se encontró esbozando una amplia sonrisa incapaz de ocultar su felicidad.
—¡Lo sabía! —dijo dibujando las palabras con sus labios para no hacer ruido y
celebró alzando un puño en el aire.
Emily no podía dejar de sonreír con los ojos humedecidos y la mujer la abrazó con
evidente emoción.
—Gracias, cariño. Pero de esto ni una palabra —dijo en voz muy baja—. Se supone que
el padre es el primero que debe enterarse de una noticia así.
—Tienes razón —dijo ella haciendo el gesto de coserse los labios con un hilo
invisible—. Espera aquí que ya mismo te anuncio.
—¿En la recepción?
—Es que acaba de lleg… —pero la señora Nielsen no acabó de decir aquello cuando la
puerta del despacho se abrió de par en par y Matt salió como una tromba al
encuentro de su Emily.
—¡Nena, estás aquí! Te echaba mucho de menos y quería verte. Dime cómo ha ido todo.
A Emily no le salían las palabras así que solo pudo quedarse allí quieta mirándole
con un brillo de emoción en los ojos.
Emily asintió conmovida, luchando para contener las lágrimas. Matt le cogió las
manos y las elevó hasta sus labios para besarle los dedos.
—Son niños.
—¡Madre de Dios, gracias al cielo! —se santiguó la señora Nielsen a unos pasos de
ellos fingiendo que oía la noticia por primera vez.
Pero Matt en cambio guardó silencio y cerró los ojos. Luego se llevó las manos a la
nuca y se puso a caminar de un lado al otro recorriendo la recepción como un león
enjaulado. Emily le miró preocupada, pues parecía que le iba a dar algo, pero tras
unos segundos Matt volvió a abrir los ojos y se detuvo frente a su esposa. Una
lágrima caía por su mejilla.
—Dos niños… —susurró tan conmovido que Emily sintió un nudo en la garganta—. ¡Mis
primeros hijos! Joder, nena… Gracias.
Emily tenía la corazonada de que Matt iba a ser un gran papá. Cuando él se agachó
poniendo una rodilla en el suelo y apoyando sus dos manos sobre su vientre, ella
colocó sus manos encima de las suyas y le miró con una sonrisa traviesa.
—¿Les sientes?
—A ver, espera un momento que unos de los pequeñines me está diciendo algo.
—¿Qué te dice?
—Que cree que te las apañarás muy bien para cambiar pañales.
—Nena, puedes estar segura que seré el primero en consentir a nuestros hijos —hizo
una pausa antes de añadir con una sonrisa socarrona—. Pero te advierto que no
pienso acercarme a menos de un metro de esos pañales sucios.
—¡Eso ya lo veremos!
Matt soltó una carcajada y se inclinó para besarla. Ella entreabrió la boca
sintiendo con placer cómo los labios demandantes de su esposo aplastaban los suyos
en un beso largo y profundo. Cuando se separaron para recuperar el aliento, Emily
entornó los ojos y le miró con adoración.
—Os amo con locura. A ti y a los niños —dijo Matt con su vozarrón enronquecido por
la emoción.
—Lo nuestro es para siempre, nena —susurró Matt en su oído y luego se llevó una
mano al pecho añadiendo con una sonrisa—. Me lo dice el corazón. Y él nunca se
equivoca.
Era algo que ella siempre se había preguntado sin encontrar una respuesta.
A este momento inolvidable compartido junto a su hombre y junto a sus dos hijos.
EPÍLOGO
La lluvia golpeó su cara con violencia y una ráfaga de viento deshizo su peinado,
pero aquello no le importó. Dio un paso hacia delante, luego otro y pronto se
encontró aferrada a la barandilla mirando el cielo oscuro iluminado por relámpagos.
Vio un rayo caer entre los árboles bastante cerca de allí, pero no se amedrentó.
El cielo volvió a rugir y Emily cerró los ojos esbozando una sonrisa.
Ya no sentía miedo.
Hacía un tiempo que creía que sus ataques de pánico se habían ido, pero ahora
estaba segura.
Entonces volvió a entrar a la casa y bajó las escaleras cogiendo una toalla por el
camino para secarse el pelo empapado. Al pasar por la habitación de los niños se
detuvo para echar un vistazo. Sonrió al verles dormidos como angelitos, cada cual
en su propia cunita, y se agachó para besarles en la frente, oyéndoles gemir apenas
entre sueños.
—Sí, nena. Debo hacerlo o los demonios del pasado no me dejarán en paz.
—Seguro, nena. Le he dado vueltas durante días hasta conseguir decir todo lo que
verdaderamente siento.
—Pues entonces…
Matt sonrió.
Tras inspirar por la nariz cogió la mano de su esposa y ambos se miraron con ojos
llenos de amor. Luego Matt se inclinó en su escritorio, miró largamente la pantalla
y finalmente alargó un dedo para pulsar el botón de Enviar.
“Os preguntaréis por qué me he sentado a escribir este email después de tantos
años.
Lo único que tengo claro es que el antiguo Matt no podría haberos escrito jamás de
esta manera. He cambiado y no sabéis cuánto. Todo se lo debo a mi Emily, ya os
hablaré más de ella pero todo lo que yo pueda decir sabrá a poco pues tendríais que
conocerla en persona para saber lo bella persona que es.
Cada día que paso a su lado me maravillo más y más. Mi Emily es una mujer
sorprendente.
Más feliz.
Ha llenado mi vida de una alegría y una paz que me ha dado alas para volar… y para
hacer cosas que jamás habría pensado hacer.
Soy un hombre feliz, a pesar de todo lo que he tenido que atravesar para llegar
hasta aquí, y eso me hace más tolerante con vosotros.
Más comprensivo.
Ahora mi vida gira en torno a Emily y a los niños. Todo, absolutamente todo lo que
hago lo hago por ellos.
Pensar que durante años creí que una familia era lo que más se asemeja a un
infierno en la tierra. En esa época no sabía lo que decía, pues no tenía más que
vuestro ejemplo y el de vuestros amigos. Y estaréis de acuerdo conmigo en que
fuisteis un completo y auténtico desastre.
Ya no.
Afortunadamente he aprendido que hay un mundo distinto. Una forma sana de hacer las
cosas. Una familia también puede ser una bendición, y yo me siento bendecido por
toda la eternidad.
Patrick y Matthew Jr. son los hombrecitos de la casa. Tendríais que ver cómo cuidan
de su hermana pequeña.
Jazmine es una niña preciosa, dulce y fuerte como su madre. Como veréis, tiene mis
ojos y mi color de pelo. Pero mirar bien, si os fijáis en la forma de la cara, con
esos pómulos altos y los hoyuelos en las mejillas, veréis que tiene un aire a ti,
mamá.
La pequeña Jazmine es nuestra princesa y siento una debilidad especial por ella.
Jamás imaginé que tener otra mujer en la casa fuera a remover tantas emociones en
mí.
También aprovecho la ocasión para daros una noticia que nos ha colmado de
felicidad.
Una niña más, ¿podéis creerlo? No sé cómo hará mi corazón para resistir semejante
felicidad.
En fin, que me hace una ilusión tremenda verla ya entre nosotros y poder acunarla
en mis brazos. Estoy tan ansioso que hasta he soñado con la bebé en varias
ocasiones.
Emily se ríe y me llama exagerado, pero es que he descubierto que cada hijo es una
experiencia única y especial. Incomparable. Las emociones que despiertan son
siempre potentes, pero nunca exactamente iguales.
Joder, jamás pensé que ser padre podía ser tan fascinante.
El médico nos ha dado una fecha aproximada para su nacimiento, entre el diez y el
quince de junio del año próximo. Y en ese momento tuve un golpe de inspiración.
Se me ha ocurrido que la niña puede llamarse Emily June. ¿Qué os parece? Aún no lo
he consultado con Emily, pero estoy seguro que le gustará tanto como a mí. Oír la
musicalidad de ese nombre: Emily June Tanner. Suena espléndido, ¿a que sí?
Desde luego, deseo de corazón que algún día mis nietos puedan conocer a sus
abuelos. Será muy bueno para ellos, y no dudo que también lo será para vosotros.
Sé que si no habéis podido ser mejores padres, ha sido porque cargáis con vuestros
propios demonios internos.
Por suerte yo estoy logrando exorcizar los míos. Emily me ha ayudado a ello, esta
mujer tiene una paciencia de santa.
Mientras tanto, aquí estaré. Viviendo mi vida feliz y contento, con unos amigos que
valen su peso en oro, una familia a la que amo, una mujer a la que adoro y un
trabajo que me llena de satisfacciones.
Es mucho más de lo que soñé. Más de lo que podría haberme imaginado para mi vida.
Y espero de corazón que vosotros hayáis recapacitado lo suficiente para ser capaces
de luchar por el amor de vuestro hijo y el de vuestros nietos.
Sinceramente,
Matthew Tanner
Vuestro hijo.
ATENCIÓN: Lee el siguiente mensaje ÚNICAMENTE si te has emocionado y has reído con
Marido Farsante…
Pues muy fácil, escribiéndome un bonito mensaje de ánimo en las opiniones de este
libro en Amazon.
Pero eso sí, ¡tan problemático que cuando llega a su vida lo pone todo patas
arriba!
Si has llegado hasta aquí quiero decirte que me alegro de que hayas disfrutado el
libro y espero de corazón que te hayas quedado con un sentimiento de optimismo,
amor y esperanza.
Este año ha sido difícil para todos y muchos hemos pasado momentos de zozobra. Pero
es bueno poder compartir estas historias para animarnos unos a otros.
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secretaria que le planta cara y con las escenas más calientes en medio de un
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Todos los derechos reservados. Este libro es una obra de ficción. Nombres,
personas, lugares y circunstancias son producto de la imaginación del autor o están
utilizados de manera ficticia. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o
muertas, lugares o eventos es una coincidencia.