Compendio DSI - Capítulo 8
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CAPÍTULO OCTAVO
LA COMUNIDAD POLÍTICA
I. ASPECTOS BÍBLICOS
378 El prototipo de rey elegido por Yahvéh es David, cuya condición humilde
es subrayada con satisfacción por la narración bíblica (cf. 1 S 16,1- 13).
David es el depositario de la promesa (cf. 2 S 7,13-16; Sal 89,2-38; 132,11-
18), que lo hace iniciador de una especial tradición real, la tradición «
mesiánica ». Ésta, a pesar de todos los pecados y las infidelidades del mismo
David y de sus sucesores, culmina en Jesucristo, el « ungido de Yahvéh » (es
decir, « consagrado del Señor »: cf. 1 S 2,35; 24,7.11; 26,9.16; ver
también Ex 30,22-32) por excelencia, hijo de David (cf. la genealogía
en: Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38; ver también Rm 1,3).
381 La oración por los gobernantes, recomendada por San Pablo durante las
persecuciones, señala explícitamente lo que debe garantizar la autoridad
política: una vida pacífica y tranquila, que transcurra con toda piedad y
dignidad (1Tm 2,1-2). Los cristianos deben estar « prontos para toda obra
buena » (Tt 3,1), « mostrando una perfecta mansedumbre con todos los
hombres » (Tt 3,2), conscientes de haber sido salvados no por sus obras, sino
por la misericordia de Dios. Sin el « baño de regeneración y de renovación del
Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de
Jesucristo nuestro Salvador » (Tt 3,5-6), todos los hombres son « insensatos,
desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres,
viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros »
(Tt 3,3). No se debe olvidar la miseria de la condición humana, marcada por
el pecado y rescatada por el amor de Dios.
II. EL FUNDAMENTO
Y EL FIN DE LA COMUNIDAD POLÍTICA
387 A cada pueblo corresponde normalmente una Nación, pero, por diversas
razones, no siempre los confines nacionales coinciden con los
étnicos.784 Surge así la cuestión de las minorías, que históricamente han dado
lugar a no pocos conflictos. El Magisterio afirma que las minorías
constituyen grupos con específicos derechos y deberes. En primer lugar, un
grupo minoritario tiene derecho a la propia existencia: « Este derecho puede
no ser tenido en cuenta de modos diversos, pudiendo llegar hasta el extremo
de ser negado mediante formas evidentes o indirectas de genocidio
».785 Además, las minorías tienen derecho a mantener su cultura, incluida la
lengua, así como sus convicciones religiosas, incluida la celebración del culto.
En la legítima reivindicación de sus derechos, las minorías pueden verse
empujadas a buscar una mayor autonomía o incluso la independencia: en estas
delicadas circunstancias, el diálogo y la negociación son el camino para
alcanzar la paz. En todo caso, el recurso al terrorismo es injustificable y
dañaría la causa que se pretende defender. Las minorías tienen también
deberes que cumplir, entre los cuales se encuentra, sobre todo, la cooperación
al bien común del Estado en que se hallan insertos. En particular, « el grupo
minoritario tiene el deber de promover la libertad y la dignidad de cada uno de
sus miembros y de respetar las decisiones de cada individuo, incluso cuando
uno de ellos decidiera pasar a la cultura mayoritaria ». 786
396 La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad
deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral,804 « que tiene a Dios como
primer principio y último fin ».805 En razón de la necesaria referencia a este
orden, que la precede y la funda, de sus finalidades y destinatarios, la
autoridad no puede ser entendida como una fuerza determinada por criterios
de carácter puramente sociológico e histórico: « Hay, en efecto, quienes osan
negar la existencia de una ley moral objetiva, superior a la realidad externa y
al hombre mismo, absolutamente necesaria y universal y, por último, igual
para todos. Por esto, al no reconocer los hombres una única ley de justicia con
valor universal, no pueden llegar en nada a un acuerdo pleno y seguro ». 806 En
este orden, « si se niega la idea de Dios, esos preceptos necesariamente se
desintegran por completo ».807 Precisamente de este orden proceden la fuerza
que la autoridad tiene para obligar 808 y su legitimidad moral; 809 no del arbitrio
o de la voluntad de poder,810 y tiene el deber de traducir este orden en acciones
concretas para alcanzar el bien común. 811
401 La doctrina social indica los criterios para el ejercicio del derecho de
resistencia: « La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá
recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones
siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los
derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos;
3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5)
si es imposible prever razonablemente soluciones mejores ». 824 La lucha
armada debe considerarse un remedio extremo para poner fin a una « tiranía
evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales
de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país ». 825 La
gravedad de los peligros que el recurso a la violencia comporta hoy evidencia
que es siempre preferible el camino de la resistencia pasiva, « más conforme
con los principios morales y no menos prometedor del éxito ». 826
b) Instituciones y democracia
e) Información y democracia
V. LA COMUNIDAD POLÍTICA
AL SERVICIO DE LA SOCIEDAD CIVIL
419 La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil
según el principio de subsidiaridad: 855 es esencial que el crecimiento de la
vida democrática comience en el tejido social. Las actividades de la sociedad
civil —sobre todo de voluntariado y cooperación en el ámbito privado-
social, sintéticamente definido « tercer sector » para distinguirlo de los
ámbitos del Estado y del mercado— constituyen las modalidades más
adecuadas para desarrollar la dimensión social de la persona, que en tales
actividades puede encontrar espacio para su plena manifestación. La
progresiva expansión de las iniciativas sociales fuera de la esfera estatal crea
nuevos espacios para la presencia activa y para la acción directa de los
ciudadanos, integrando las funciones desarrolladas por el Estado. Este
importante fenómeno con frecuencia se ha realizado por caminos y con
instrumentos informales, dando vida a modalidades nuevas y positivas de
ejercicio de los derechos de la persona que enriquecen cualitativamente la
vida democrática.
423 En razón de sus vínculos históricos y culturales con una Nación, una
comunidad religiosa puede recibir un especial reconocimiento por parte del
Estado: este reconocimiento no debe, en modo alguno, generar una
discriminación de orden civil o social respecto a otros grupos religiosos.864 La
visión de las relaciones entre los Estados y las organizaciones religiosas,
promovida por el Concilio Vaticano II, corresponde a las exigencias del
Estado de derecho y a las normas del derecho internacional. 865 La Iglesia es
perfectamente consciente de que no todos comparten esta visión: por
desgracia, « numerosos Estados violan este derecho [a la libertad religiosa],
hasta tal punto que dar, hacer dar la catequesis o recibirla llega a ser un delito
susceptible de sanción ».866
a) Autonomía e independencia
b) Colaboración