Compendio DSI - Capítulo 8

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COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

CAPÍTULO OCTAVO

LA COMUNIDAD POLÍTICA

I. ASPECTOS BÍBLICOS

a) El señorío de Dios

377 El pueblo de Israel, en la fase inicial de su historia, no tiene rey, como


los otros pueblos, porque reconoce solamente el señorío de Yahvéh. Dios
interviene en la historia a través de hombres carismáticos, como atestigua el
Libro de los Jueces. Al último de estos hombres, Samuel, juez y profeta, el
pueblo le pedirá un rey (cf. 1 S 8,5; 10,18-19). Samuel advierte a los israelitas
las consecuencias de un ejercicio despótico de la realeza (cf. 1 S 8,11-18). El
poder real, sin embargo, también se puede experimentar como un don de
Yahvéh que viene en auxilio de su pueblo (cf. 1 S 9,16). Al final, Saúl recibirá
la unción real (cf. 1 S 10,1-2). El acontecimiento subraya las tensiones que
llevaron a Israel a una concepción de la realeza diferente de la de los pueblos
vecinos: el rey, elegido por Yahvéh (cf. Dt 17,15; 1 S 9,16) y por él
consagrado (cf. 1 S 16,12-13), será visto como su hijo (cf. Sal 2,7) y deberá
hacer visible su señorío y su diseño de salvación (cf. Sal 72). Deberá, por
tanto, hacerse defensor de los débiles y asegurar al pueblo la justicia: las
denuncias de los profetas se dirigirán precisamente a los extravíos de los reyes
(cf. 1R 21; Is 10, 1-4; Am 2,6-8; 8,4-8; Mi 3,1-4).

378 El prototipo de rey elegido por Yahvéh es David, cuya condición humilde
es subrayada con satisfacción por la narración bíblica (cf. 1 S 16,1- 13).
David es el depositario de la promesa (cf. 2 S 7,13-16; Sal 89,2-38; 132,11-
18), que lo hace iniciador de una especial tradición real, la tradición «
mesiánica ». Ésta, a pesar de todos los pecados y las infidelidades del mismo
David y de sus sucesores, culmina en Jesucristo, el « ungido de Yahvéh » (es
decir, « consagrado del Señor »: cf. 1 S 2,35; 24,7.11; 26,9.16; ver
también Ex 30,22-32) por excelencia, hijo de David (cf. la genealogía
en: Mt 1,1-17 y Lc 3,23-38; ver también Rm 1,3).

El fracaso de la realeza en el plano histórico no llevará a la desaparición del


ideal de un rey que, fiel a Yahvéh, gobierne con sabiduría y realice la
justicia. Esta esperanza reaparece con frecuencia en los Salmos (cf. Sal 2; 18;
20; 21; 72). En los oráculos mesiánicos se espera para el tiempo escatológico
la figura de un rey en quien inhabita el Espíritu del Señor, lleno de sabiduría y
capaz de hacer justicia a los pobres (cf. Is 11,2-5; Jr 23,5-6). Verdadero
pastor del pueblo de Israel (cf. Ez 34,23-24; 37,24), él traerá la paz a los
pueblos (cf. Za 9,9-10). En la literatura sapiencial, el rey es presentado como
aquel que pronuncia juicios justos y aborrece la iniquidad (cf. Pr 16,12), juzga
a los pobres con justicia (cf. Pr 29,14) y es amigo del hombre de corazón puro
(cf. Pr 22,11). Poco a poco se va haciendo más explícito el anuncio de cuanto
los Evangelios y los demás textos del Nuevo Testamento ven realizado en
Jesús de Nazaret, encarnación definitiva de la figura del rey descrita en el
Antiguo Testamento.

b) Jesús y la autoridad política

379 Jesús rechaza el poder opresivo y despótico de los jefes sobre las


Naciones (cf. Mc 10,42) y su pretensión de hacerse llamar
benefactores (cf. Lc 22,25), pero jamás rechaza directamente las autoridades
de su tiempo. En la diatriba sobre el pago del tributo al César (cf. Mc 12,13-
17; Mt 22,15-22; Lc 20,20-26), afirma que es necesario dar a Dios lo que es
de Dios, condenando implícitamente cualquier intento de divinizar y de
absolutizar el poder temporal: sólo Dios puede exigir todo del hombre. Al
mismo tiempo, el poder temporal tiene derecho a aquello que le es debido:
Jesús no considera injusto el tributo al César.

Jesús, el Mesías prometido, ha combatido y derrotado la tentación de un


mesianismo político, caracterizado por el dominio sobre las
Naciones (cf. Mt 4,8-11; Lc 4,5-8). Él es el Hijo del hombre que ha venido « a
servir y a dar su vida » (Mc 10,45; cf. Mt 20,24-28; Lc 22,24-27). A los
discípulos que discuten sobre quién es el más grande, el Señor les enseña a
hacerse los últimos y a servir a todos (cf. Mc 9,33-35), señalando a los hijos
de Zebedeo, Santiago y Juan, que ambicionan sentarse a su derecha, el camino
de la cruz (cf. Mc 10,35-40; Mt 20,20-23).

c) Las primeras comunidades cristianas

380 La sumisión, no pasiva, sino por razones de conciencia (cf. Rm 13,5), al


poder constituido responde al orden establecido por Dios. San Pablo define
las relaciones y los deberes de los cristianos hacia las autoridades
(cf. Rm 13,1-7). Insiste en el deber cívico de pagar los tributos: « Dad a cada
cual lo que se le debe: a quien impuestos, impuestos; a quien tributo, tributo; a
quien respeto, respeto; a quien honor, honor » (Rm 13,7). El Apóstol no
intenta ciertamente legitimar todo poder, sino más bien ayudar a los cristianos
a « procurar el bien ante todos los hombres » (Rm 12,17), incluidas las
relaciones con la autoridad, en cuanto está al servicio de Dios para el bien de
la persona (cf. Rm 13,4; 1 Tm 2,1-2; Tt 3,1) y « para hacer justicia y castigar
al que obra el mal » (Rm 13,4).

San Pedro exhorta a los cristianos a permanecer sometidos « a causa del


Señor, a toda institución humana » (1 P 2,13). El rey y sus gobernantes están
para el « castigo de los que obran el mal y alabanza de los que obran el bien »
(1 P 2,14). Su autoridad debe ser « honrada » (cf. 1 P 2,17), es decir
reconocida, porque Dios exige un comportamiento recto, que cierre « la boca
a los ignorantes insensatos » (1 P 2,15). La libertad no puede ser usada para
cubrir la propia maldad, sino para servir a Dios (cf. 1 P 2,16). Se trata
entonces de una obediencia libre y responsable a una autoridad que hace
respetar la justicia, asegurando el bien común.

381 La oración por los gobernantes, recomendada por San Pablo durante las
persecuciones, señala explícitamente lo que debe garantizar la autoridad
política: una vida pacífica y tranquila, que transcurra con toda piedad y
dignidad (1Tm 2,1-2). Los cristianos deben estar « prontos para toda obra
buena » (Tt 3,1), « mostrando una perfecta mansedumbre con todos los
hombres » (Tt 3,2), conscientes de haber sido salvados no por sus obras, sino
por la misericordia de Dios. Sin el « baño de regeneración y de renovación del
Espíritu Santo, que él derramó sobre nosotros con largueza por medio de
Jesucristo nuestro Salvador » (Tt 3,5-6), todos los hombres son « insensatos,
desobedientes, descarriados, esclavos de toda suerte de pasiones y placeres,
viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y aborreciéndonos unos a otros »
(Tt 3,3). No se debe olvidar la miseria de la condición humana, marcada por
el pecado y rescatada por el amor de Dios.

382 Cuando el poder humano se extralimita del orden querido por Dios, se


auto-diviniza y reclama absoluta sumisión: se convierte entonces en la Bestia
del Apocalipsis, imagen del poder imperial perseguidor, ebrio de « la sangre
de los santos y la sangre de los mártires de Jesús » (Ap 17,6). La Bestia tiene a
su servicio al « falso profeta » (Ap 19,20), que mueve a los hombres a
adorarla con portentos que seducen. Esta visión señala proféticamente todas
las insidias usadas por Satanás para gobernar a los hombres, insinuándose en
su espíritu con la mentira. Pero Cristo es el Cordero Vencedor de todo poder
que en el curso de la historia humana se absolutiza. Frente a este poder, San
Juan recomienda la resistencia de los mártires: de este modo los creyentes dan
testimonio de que el poder corrupto y satánico ha sido vencido, porque no
tiene ninguna influencia sobre ellos.

383 La Iglesia anuncia que Cristo, vencedor de la muerte, reina sobre el


universo que Él mismo ha rescatado. Su Reino incluye también el tiempo
presente y terminará sólo cuando todo será consignado al Padre y la historia
humana se concluirá con el juicio final (cf. 1 Co 15,20-28). Cristo revela a la
autoridad humana, siempre tentada por el dominio, que su significado
auténtico y pleno es de servicio. Dios es Padre único y Cristo único maestro
para todos los hombres, que son hermanos. La soberanía pertenece a Dios. El
Señor, sin embargo, « no ha querido retener para Él solo el ejercicio de todos
los poderes. Entrega a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer,
según las capacidades de su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser
imitado en la vida social. El comportamiento de Dios en el gobierno del
mundo, que manifiesta tanto respeto a la libertad humana, debe inspirar la
sabiduría de los que gobiernan las comunidades humanas. Estos deben
comportarse como ministros de la providencia divina ». 773

El mensaje bíblico inspira incesantemente el pensamiento cristiano sobre el


poder político, recordando que éste procede de Dios y es parte integrante del
orden creado por Él. Este orden es percibido por las conciencias y se realiza,
en la vida social, mediante la verdad, la justicia, la libertad y la solidaridad
que procuran la paz.774

II. EL FUNDAMENTO
Y EL FIN DE LA COMUNIDAD POLÍTICA

a) Comunidad política, persona humana y pueblo

384 La persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia


política.775 Dotado de racionalidad, el hombre es responsable de sus propias
decisiones y capaz de perseguir proyectos que dan sentido a su vida, en el
plano individual y social. La apertura a la Trascendencia y a los demás es el
rasgo que la caracteriza y la distingue: sólo en relación con la Trascendencia y
con los demás, la persona humana alcanza su plena y completa realización.
Esto significa que por ser una criatura social y política por naturaleza, « la
vida social no es, pues, para el hombre sobrecarga accidental », 776 sino una
dimensión esencial e ineludible.

La comunidad política deriva de la naturaleza de las personas, cuya


conciencia « descubre y manda observar estrictamente »  777 el orden inscrito
por Dios en todas sus criaturas: se trata de « una ley moral basada en la
religión, la cual posee capacidad muy superior a la de cualquier otra fuerza o
utilidad material para resolver los problemas de la vida individual y social, así
en el interior de las Naciones como en el seno de la sociedad internacional
».778 Este orden debe ser gradualmente descubierto y desarrollado por la
humanidad. La comunidad política, realidad connatural a los hombres, existe
para obtener un fin de otra manera inalcanzable: el crecimiento más pleno de
cada uno de sus miembros, llamados a colaborar establemente para realizar el
bien común,779 bajo el impulso de su natural inclinación hacia la verdad y el
bien.

385 La comunidad política encuentra en la referencia al pueblo su auténtica


dimensión: ella « es, y debe ser en realidad, la unidad orgánica y organizadora
de un verdadero pueblo ».780 El pueblo no es una multitud amorfa, una masa
inerte para manipular e instrumentalizar, sino un conjunto de personas, cada
una de las cuales —« en su propio puesto y según su manera propia » 781 —
tiene la posibilidad de formar su opinión acerca de la cosa pública y la libertad
de expresar su sensibilidad política y hacerla valer de manera conveniente al
bien común. El pueblo « vive de la plenitud de vida de los hombres que lo
componen, cada uno de los cuales... es una persona consciente de su propia
responsabilidad y de sus propias convicciones ». 782 Quienes pertenecen a una
comunidad política, aun estando unidos orgánicamente entre sí como pueblo,
conservan, sin embargo, una insuprimible autonomía en su existencia personal
y en los fines que persiguen.

386 Lo que caracteriza en primer lugar a un pueblo es el hecho de compartir


la vida y los valores, fuente de comunión espiritual y moral: « La sociedad
humana... tiene que ser considerada, ante todo, como una realidad de orden
principalmente espiritual: que impulse a los hombres, iluminados por la
verdad, a comunicarse entre sí los más diversos conocimientos; a defender sus
derechos y cumplir sus deberes; a desear los bienes del espíritu; a disfrutar en
común del justo placer de la belleza en todas sus manifestaciones; a sentirse
inclinados continuamente a compartir con los demás lo mejor de sí mismos; a
asimilar con afán, en provecho propio, los bienes espirituales del prójimo.
Todos estos valores informan y, al mismo tiempo, dirigen las manifestaciones
de la cultura, de la economía, de la convivencia social, del progreso y del
orden político, del ordenamiento jurídico y, finalmente, de cuantos elementos
constituyen la expresión externa de la comunidad humana en su incesante
desarrollo ».783

387 A cada pueblo corresponde normalmente una Nación, pero, por diversas
razones, no siempre los confines nacionales coinciden con los
étnicos.784 Surge así la cuestión de las minorías, que históricamente han dado
lugar a no pocos conflictos. El Magisterio afirma que las minorías
constituyen grupos con específicos derechos y deberes. En primer lugar, un
grupo minoritario tiene derecho a la propia existencia: « Este derecho puede
no ser tenido en cuenta de modos diversos, pudiendo llegar hasta el extremo
de ser negado mediante formas evidentes o indirectas de genocidio
».785 Además, las minorías tienen derecho a mantener su cultura, incluida la
lengua, así como sus convicciones religiosas, incluida la celebración del culto.
En la legítima reivindicación de sus derechos, las minorías pueden verse
empujadas a buscar una mayor autonomía o incluso la independencia: en estas
delicadas circunstancias, el diálogo y la negociación son el camino para
alcanzar la paz. En todo caso, el recurso al terrorismo es injustificable y
dañaría la causa que se pretende defender. Las minorías tienen también
deberes que cumplir, entre los cuales se encuentra, sobre todo, la cooperación
al bien común del Estado en que se hallan insertos. En particular, « el grupo
minoritario tiene el deber de promover la libertad y la dignidad de cada uno de
sus miembros y de respetar las decisiones de cada individuo, incluso cuando
uno de ellos decidiera pasar a la cultura mayoritaria ». 786

b) Tutelar y promover los derechos humanos


388 Considerar a la persona humana como fundamento y fin de la comunidad
política significa trabajar, ante todo, por el reconocimiento y el respeto de su
dignidad mediante la tutela y la promoción de los derechos fundamentales e
inalienables del hombre: « En la época actual se considera que el bien común
consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona
humana ».787 En los derechos humanos están condensadas las principales
exigencias morales y jurídicas que deben presidir la construcción de la
comunidad política. Estos constituyen una norma objetiva que es el
fundamento del derecho positivo y que no puede ser ignorada por la
comunidad política, porque la persona es, desde el punto de vista ontológico y
como finalidad, anterior a aquélla: el derecho positivo debe garantizar la
satisfacción de las exigencias humanas fundamentales.

389 La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la


creación de un ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la
posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento
pleno de los respectivos deberes: « De hecho, la experiencia enseña que,
cuando falta una acción apropiada de los poderes públicos en lo económico, lo
político o lo cultural, se produce entre los ciudadanos, sobre todo en nuestra
época, un mayor número de desigualdades en sectores cada vez más amplios,
resultando así que los derechos y deberes de la persona humana carecen de
toda eficacia práctica ».788

La plena realización del bien común requiere que la comunidad política


desarrolle, en el ámbito de los derechos humanos, una doble y
complementaria acción, de defensa y de promoción: debe « evitar, por un
lado, que la preferencia dada a los derechos de algunos particulares o de
determinados grupos venga a ser origen de una posición de privilegio en la
Nación, y para soslayar, por otro, el peligro de que, por defender los derechos
de todos, incurran en la absurda posición de impedir el pleno desarrollo de los
derechos de cada uno ».789

c) La convivencia basada en la amistad civil

390 El significado profundo de la convivencia civil y política no surge


inmediatamente del elenco de los derechos y deberes de la persona. Esta
convivencia adquiere todo su significado si está basada en la amistad civil y
en la fraternidad.790 El campo del derecho, en efecto, es el de la tutela del
interés y el respeto exterior, el de la protección de los bienes materiales y su
distribución según reglas establecidas. El campo de la amistad, por el
contrario, es el del desinterés, el desapego de los bienes materiales, la
donación, la disponibilidad interior a las exigencias del otro. 791 La amistad
civil,792 así entendida, es la actuación más auténtica del principio de
fraternidad, que es inseparable de los de libertad y de igualdad. 793 Se trata de
un principio que se ha quedado en gran parte sin practicar en las sociedades
políticas modernas y contemporáneas, sobre todo a causa del influjo ejercido
por las ideologías individualistas y colectivistas.

391 Una comunidad está sólidamente fundada cuando tiende a la promoción


integral de la persona y del bien común. En este caso, el derecho se define, se
respeta y se vive también según las modalidades de la solidaridad y la
dedicación al prójimo. La justicia requiere que cada uno pueda gozar de sus
propios bienes, de sus propios derechos, y puede ser considerada como la
medida mínima del amor.794 La convivencia es tanto más humana cuanto más
está caracterizada por el esfuerzo hacia una conciencia más madura del ideal
al que ella debe tender, que es la « civilización del amor ». 795

El hombre es una persona, no sólo un individuo.796 Con el término « persona


» se indica « una naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío
»: 797 es por tanto una realidad muy superior a la de un sujeto que se expresa
en las necesidades producidas por la sola dimensión material. La persona
humana, en efecto, aun cuando participa activamente en la tarea de satisfacer
las necesidades en el seno de la sociedad familiar, civil y política, no
encuentra su plena realización mientras no supera la lógica de la necesidad
para proyectarse en la de la gratuidad y del don, que responde con mayor
plenitud a su esencia y vocación comunitarias.

392 El precepto evangélico de la caridad ilumina a los cristianos sobre el


significado más profundo de la convivencia política. La mejor manera de
hacerla verdaderamente humana « es fomentar el sentido interior de la justicia,
de la benevolencia y del servicio al bien común y robustecer las convicciones
fundamentales en lo que toca a la naturaleza verdadera de la comunidad
política y al fin, recto ejercicio y límites de los poderes públicos ». 798 El
objetivo que los creyentes deben proponerse es la realización de relaciones
comunitarias entre las personas. La visión cristiana de la sociedad política
otorga la máxima importancia al valor de la comunidad, ya sea como modelo
organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de vida cotidiana.

III. LA AUTORIDAD POLÍTICA

a) El fundamento de la autoridad política

393 La Iglesia se ha confrontado con diversas concepciones de la autoridad,


teniendo siempre cuidado de defender y proponer un modelo fundado en la
naturaleza social de las personas: « En efecto, como Dios ha creado a los
hombres sociales por naturaleza y ninguna sociedad puede conservarse sin un
jefe supremo que mueva a todos y a cada uno con un mismo impulso eficaz,
encaminado al bien común, resulta necesaria en toda sociedad humana una
autoridad que la dirija; una autoridad que, como la misma sociedad, surge y
deriva de la naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor ». 799 La
autoridad política es por tanto necesaria,800 en razón de las tareas que se le
asignan y debe ser un componente positivo e insustituible de la convivencia
civil.801

394 La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la


comunidad, sin suplantar la libre actividad de los personas y de los grupos,
sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común,
respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y
sociales. La autoridad política es el instrumento de coordinación y de
dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos intermedios se deben
orientar hacia un orden cuyas relaciones, instituciones y procedimientos estén
al servicio del crecimiento humano integral. El ejercicio de la autoridad
política, en efecto, « así en la comunidad en cuanto tal como en las
instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del
orden moral para procurar el bien común —concebido dinámicamente—
según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es
entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer ». 802

395 El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su


totalidad como titular de la soberanía. El pueblo transfiere de diversos modos
el ejercicio de su soberanía a aquellos que elige libremente como sus
representantes, pero conserva la facultad de ejercitarla en el control de las
acciones de los gobernantes y también en su sustitución, en caso de que no
cumplan satisfactoriamente sus funciones. Si bien esto es un derecho válido en
todo Estado y en cualquier régimen político, el sistema de la democracia,
gracias a sus procedimientos de control, permite y garantiza su mejor
actuación.803 El solo consenso popular, sin embargo, no es suficiente para
considerar justas las modalidades del ejercicio de la autoridad política.

b) La autoridad como fuerza moral

396 La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad
deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral,804 « que tiene a Dios como
primer principio y último fin ».805 En razón de la necesaria referencia a este
orden, que la precede y la funda, de sus finalidades y destinatarios, la
autoridad no puede ser entendida como una fuerza determinada por criterios
de carácter puramente sociológico e histórico: « Hay, en efecto, quienes osan
negar la existencia de una ley moral objetiva, superior a la realidad externa y
al hombre mismo, absolutamente necesaria y universal y, por último, igual
para todos. Por esto, al no reconocer los hombres una única ley de justicia con
valor universal, no pueden llegar en nada a un acuerdo pleno y seguro ». 806 En
este orden, « si se niega la idea de Dios, esos preceptos necesariamente se
desintegran por completo ».807 Precisamente de este orden proceden la fuerza
que la autoridad tiene para obligar 808 y su legitimidad moral; 809 no del arbitrio
o de la voluntad de poder,810 y tiene el deber de traducir este orden en acciones
concretas para alcanzar el bien común. 811

397 La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y


morales esenciales. Estos son innatos, « derivan de la verdad misma del ser
humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto,
que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear,
modificar o destruir ».812 Estos valores no se fundan en « mayorías » de
opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser simplemente
reconocidos, respetados y promovidos como elementos de una ley moral
objetiva, ley natural inscrita en el corazón del hombre (cf. Rm 2,15), y punto
de referencia normativo de la misma ley civil. 813 Si, a causa de un trágico
oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo lograse poner en
duda los principios fundamentales de la ley moral, 814 el mismo ordenamiento
estatal quedaría desprovisto de sus fundamentos, reduciéndose a un puro
mecanismo de regulación pragmática de los diversos y contrapuestos
intereses.815

398 La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad


de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón: « En tanto la ley
humana es tal en cuanto es conforme a la recta razón y por tanto deriva de la
ley eterna. Cuando por el contrario una ley está en contraste con la razón, se le
denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser ley y se convierte más bien en un
acto de violencia ».816 La autoridad que gobierna según la razón pone al
ciudadano en relación no tanto de sometimiento con respecto a otro hombre,
cuanto más bien de obediencia al orden moral y, por tanto, a Dios mismo que
es su fuente última.817 Quien rechaza obedecer a la autoridad que actúa según
el orden moral « se rebela contra el orden divino »
(Rm 13,2).818 Análogamente la autoridad pública, que tiene su fundamento en
la naturaleza humana y pertenece al orden preestablecido por Dios, 819 si no
actúa en orden al bien común, desatiende su fin propio y por ello mismo se
hace ilegítima.

c) El derecho a la objeción de conciencia

399 El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones


de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden
moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del
Evangelio.820 Las leyes injustas colocan a la persona moralmente recta ante
dramáticos problemas de conciencia: cuando son llamados a colaborar en
acciones moralmente ilícitas, tienen la obligación de negarse.821 Además de
ser un deber moral, este rechazo es también un derecho humano elemental
que, precisamente por ser tal, la misma ley civil debe reconocer y proteger: «
Quien recurre a la objeción de conciencia debe estar a salvo no sólo de
sanciones penales, sino también de cualquier daño en el plano legal,
disciplinar, económico y profesional ».822

Es un grave deber de conciencia no prestar colaboración, ni siquiera formal,


a aquellas prácticas que, aun siendo admitidas por la legislación civil, están
en contraste con la ley de Dios. Tal cooperación, en efecto, no puede ser
jamás justificada, ni invocando el respeto de la libertad de otros, ni
apoyándose en el hecho de que es prevista y requerida por la ley civil. Nadie
puede sustraerse jamás a la responsabilidad moral de los actos realizados y
sobre esta responsabilidad cada uno será juzgado por Dios mismo (cf. Rm 2,6;
14,12).

d) El derecho de resistencia

400 Reconocer que el derecho natural funda y limita el derecho positivo


significa admitir que es legítimo resistir a la autoridad en caso de que ésta
viole grave y repetidamente los principios del derecho natural. Santo Tomás
de Aquino escribe que « se está obligado a obedecer ... por cuanto lo exige el
orden de la justicia ».823 El fundamento del derecho de resistencia es, pues, el
derecho de naturaleza.

Las expresiones concretas que la realización de este derecho puede adoptar


son diversas. También pueden ser diversos los fines perseguidos. La
resistencia a la autoridad se propone confirmar la validez de una visión
diferente de las cosas, ya sea cuando se busca obtener un cambio parcial, por
ejemplo, modificando algunas leyes, ya sea cuando se lucha por un cambio
radical de la situación.

401 La doctrina social indica los criterios para el ejercicio del derecho de
resistencia: « La resistencia a la opresión de quienes gobiernan no podrá
recurrir legítimamente a las armas sino cuando se reúnan las condiciones
siguientes: 1) en caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los
derechos fundamentales; 2) después de haber agotado todos los otros recursos;
3) sin provocar desórdenes peores; 4) que haya esperanza fundada de éxito; 5)
si es imposible prever razonablemente soluciones mejores ». 824 La lucha
armada debe considerarse un remedio extremo para poner fin a una « tiranía
evidente y prolongada que atentase gravemente a los derechos fundamentales
de la persona y dañase peligrosamente el bien común del país ». 825 La
gravedad de los peligros que el recurso a la violencia comporta hoy evidencia
que es siempre preferible el camino de la resistencia pasiva, « más conforme
con los principios morales y no menos prometedor del éxito ». 826

e) Infligir las penas


402 Para tutelar el bien común, la autoridad pública legítima tiene el
derecho y el deber de conminar penas proporcionadas a la gravedad de los
delitos.827 El Estado tiene la doble tarea de reprimir los comportamientos
lesivos de los derechos del hombre y de las reglas fundamentales de la
convivencia civil, y remediar, mediante el sistema de las penas, el desorden
causado por la acción delictiva. En el Estado de Derecho, el poder de infligir
penas queda justamente confiado a la Magistratura: « Las Constituciones de
los Estados modernos, al definir las relaciones que deben existir entre los
poderes legislativo, ejecutivo y judicial, garantizan a este último la
independencia necesaria en el ámbito de la ley ». 828

403 La pena no sirve únicamente para defender el orden público y garantizar


la seguridad de las personas; ésta se convierte, además, en instrumento de
corrección del culpable, una corrección que asume también el valor moral de
expiación cuando el culpable acepta voluntariamente su pena.829 La finalidad
a la que tiende es doble: por una parte, favorecer la reinserción de las
personas condenadas; por otra parte, promover una justicia reconciliadora,
capaz de restaurar las relaciones de convivencia armoniosa rotas por el acto
criminal.

En este campo, es importante la actividad que los capellanes de las cárceles


están llamados a desempeñar, no sólo desde el punto de vista específicamente
religioso, sino también en defensa de la dignidad de las personas detenidas.
Lamentablemente, las condiciones en que éstas cumplen su pena no favorecen
siempre el respeto de su dignidad. Con frecuencia las prisiones se convierten
incluso en escenario de nuevos crímenes. El ambiente de los Institutos
Penitenciarios ofrece, sin embargo, un terreno privilegiado para dar
testimonio, una vez más, de la solicitud cristiana en el campo social: «
Estaba... en la cárcel y vinisteis a verme » (Mt 25,35-36).

404 La actividad de los entes encargados de la averiguación de la


responsabilidad penal, que es siempre de carácter personal, ha de tender a la
rigurosa búsqueda de la verdad y se ha de ejercer con respeto pleno de la
dignidad y de los derechos de la persona humana: se trata de garantizar los
derechos tanto del culpable como del inocente. Se debe tener siempre presente
el principio jurídico general en base al cual no se puede aplicar una pena si
antes no se ha probado el delito.

En la realización de las averiguaciones se debe observar escrupulosamente la


regla que prohíbe la práctica de la tortura, aun en el caso de los crímenes
más graves: « El discípulo de Cristo rechaza todo recurso a tales medios, que
nada es capaz de justificar y que envilecen la dignidad del hombre, tanto en
quien es la víctima como en quien es su verdugo ». 830 Los instrumentos
jurídicos internacionales que velan por los derechos del hombre indican
justamente la prohibición de la tortura como un principio que no puede ser
derogado en ninguna circunstancia.

Queda excluido además « el recurso a una detención motivada sólo por el


intento de obtener noticias significativas para el proceso ». 831 También, se ha
de asegurar « la rapidez de los procesos: una duración excesiva de los mismos
resulta intolerable para los ciudadanos y termina por convertirse en una
verdadera injusticia ».832

Los magistrados están obligados a la necesaria reserva en el desarrollo de


sus investigaciones para no violar el derecho a la intimidad de los indagados y
para no debilitar el principio de la presunción de inocencia. Puesto que
también un juez puede equivocarse, es oportuno que la legislación establezca
una justa indemnización para las víctimas de los errores judiciales.

405 La Iglesia ve como un signo de esperanza « la aversión cada vez más


difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso como
instrumento de “legítima defensa” social, al considerar las posibilidades con
las que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen de
modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive
definitivamente de la posibilidad de redimirse ». 833 Aun cuando la enseñanza
tradicional de la Iglesia no excluya —supuesta la plena comprobación de la
identidad y de la responsabilidad del culpable— la pena de muerte « si esta
fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto
las vidas humanas »,834 los métodos incruentos de represión y castigo son
preferibles, ya que « corresponden mejor a las condiciones concretas del bien
común y son más conformes con la dignidad de la persona humana ». 835 El
número creciente de países que adoptan disposiciones para abolir la pena de
muerte o para suspender su aplicación es también una prueba de que los casos
en los cuales es absolutamente necesario eliminar al reo « son ya muy raros,
por no decir prácticamente inexistentes ». 836 La creciente aversión de la
opinión pública a la pena de muerte y las diversas disposiciones que tienden a
su abolición o a la suspensión de su aplicación, constituyen manifestaciones
visibles de una mayor sensibilidad moral.

IV. EL SISTEMA DE LA DEMOCRACIA

406 Un juicio explícito y articulado sobre la democracia está contenido en la


encíclica « Centesimus annus »: « La Iglesia aprecia el sistema de la
democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en
las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y
controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de
manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos
dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos
ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible
solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de
la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la
promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en
los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante
la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad ». 837

a) Los valores y la democracia

407 Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal


de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores
que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona
humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del « bien común
» como fin y criterio regulador de la vida política. Si no existe un consenso
general sobre estos valores, se pierde el significado de la democracia y se
compromete su estabilidad.

La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las


democracias actuales en el relativismo ético, que induce a considerar
inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la
correcta jerarquía de valores: « Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y
el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud fundamental
correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están
convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son
fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea
determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios
políticos. A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad
última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las
convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de
poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un
totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia ». 838 La
democracia es fundamentalmente « un “ordenamiento” y, como tal, un
instrumento y no un fin. Su carácter “moral” no es automático, sino que
depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro
comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de
los fines que persigue y de los medios de que se sirve ». 839

b) Instituciones y democracia

408 El Magisterio reconoce la validez del principio de la división de poderes


en un Estado: « Es preferible que un poder esté equilibrado por otros poderes
y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo límite. Es éste el
principio del “Estado de derecho”, en el cual es soberana la ley y no la
voluntad arbitraria de los hombres ».840
En el sistema democrático, la autoridad política es responsable ante el
pueblo. Los organismos representativos deben estar sometidos a un efectivo
control por parte del cuerpo social. Este control es posible ante todo mediante
elecciones libres, que permiten la elección y también la sustitución de los
representantes. La obligación por parte de los electos de rendir cuentas de su
proceder, garantizado por el respeto de los plazos electorales, es un elemento
constitutivo de la representación democrática.

409 En su campo específico (elaboración de leyes, actividad de gobierno y


control sobre ella), los electos deben empeñarse en la búsqueda y en la
actuación de lo que pueda ayudar al buen funcionamiento de la convivencia
civil en su conjunto.841 La obligación de los gobernantes de responder a los
gobernados no implica en absoluto que los representantes sean simples
agentes pasivos de los electores. El control ejercido por los ciudadanos, en
efecto, no excluye la necesaria libertad que tienen los electos, en el ejercicio
de su mandato, con relación a los objetivos que se deben proponer: estos no
dependen exclusivamente de intereses de parte, sino en medida mucho mayor
de la función de síntesis y de mediación en vistas al bien común, que
constituye una de las finalidades esenciales e irrenunciables de la autoridad
política.

c) La componente moral de la representación política

410 Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar


la dimensión moral de la representación, que consiste en el compromiso de
compartir el destino del pueblo y en buscar soluciones a los problemas
sociales. En esta perspectiva, una autoridad responsable significa también una
autoridad ejercida mediante el recurso a las virtudes que favorecen la práctica
del poder con espíritu de servicio 842 (paciencia, modestia, moderación,
caridad, generosidad); una autoridad ejercida por personas capaces de asumir
auténticamente como finalidad de su actuación el bien común y no el prestigio
o el logro de ventajas personales.

411 Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política


es una de las más graves 843 porque traiciona al mismo tiempo los principios
de la moral y las normas de la justicia social; compromete el correcto
funcionamiento del Estado, influyendo negativamente en la relación entre
gobernantes y gobernados; introduce una creciente desconfianza respecto a las
instituciones públicas, causando un progresivo menosprecio de los ciudadanos
por la política y sus representantes, con el consiguiente debilitamiento de las
instituciones. La corrupción distorsiona de raíz el papel de las instituciones
representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre
peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo, las
opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los
medios para influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos
los ciudadanos.

412 La administración pública, a cualquier nivel —nacional, regional,


municipal—, como instrumento del Estado, tiene como finalidad servir a los
ciudadanos: « El Estado, al servicio de los ciudadanos, es el gestor de los
bienes del pueblo, que debe administrar en vista del bien común ». 844 Esta
perspectiva se opone a la burocratización excesiva, que se verifica cuando «
las instituciones, volviéndose complejas en su organización y pretendiendo
gestionar toda área a disposición, terminan por ser abatidas por el
funcionalismo impersonal, por la exagerada burocracia, por los injustos
intereses privados, por el fácil y generalizado encogerse de hombros ». 845 El
papel de quien trabaja en la administración pública no ha de concebirse como
algo impersonal y burocrático, sino como una ayuda solícita al ciudadano,
ejercitada con espíritu de servicio.

d) Instrumentos de participación política

413 Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia


participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. Los
partidos están llamados a interpretar las aspiraciones de la sociedad civil
orientándolas al bien común,846 ofreciendo a los ciudadanos la posibilidad
efectiva de concurrir a la formación de las opciones políticas. Los partidos
deben ser democráticos en su estructura interna, capaces de síntesis política y
con visión de futuro.

El referéndum es también un instrumento de participación política, con él se


realiza una forma directa de elaborar las decisiones políticas. La
representación política no excluye, en efecto, que los ciudadanos puedan ser
interpelados directamente en las decisiones de mayor importancia para la vida
social.

e) Información y democracia

414 La información se encuentra entre los principales instrumentos de


participación democrática. Es impensable la participación sin el conocimiento
de los problemas de la comunidad política, de los datos de hecho y de las
varias propuestas de solución. Es necesario asegurar un pluralismo real en este
delicado ámbito de la vida social, garantizando una multiplicidad de formas e
instrumentos en el campo de la información y de la comunicación, y
facilitando condiciones de igualdad en la posesión y uso de estos instrumentos
mediante leyes apropiadas. Entre los obstáculos que se interponen a la plena
realización del derecho a la objetividad en la información, 847 merece particular
atención el fenómeno de las concentraciones editoriales y televisivas, con
peligrosos efectos sobre todo el sistema democrático cuando a este fenómeno
corresponden vínculos cada vez más estrechos entre la actividad gubernativa,
los poderes financieros y la información.

415 Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y


sostener la comunidad humana, en los diversos sectores, económico, político,
cultural, educativo, religioso: 848 « La información de estos medios es un
servicio del bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada
en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad ». 849

La cuestión esencial en este ámbito es si el actual sistema informativo


contribuye a hacer a la persona humana realmente mejor, es decir, más
madura espiritualmente, más consciente de su dignidad humana, más
responsable, más abierta a los demás, en particular a los más necesitados y a
los más débiles. Otro aspecto de gran importancia es la necesidad de que las
nuevas tecnologías respeten las legítimas diferencias culturales.

416 En el mundo de los medios de comunicación social las dificultades


intrínsecas de la comunicación frecuentemente se agigantan a causa de la
ideología, del deseo de ganancia y de control político, de las rivalidades y
conflictos entre grupos, y otros males sociales. Los valores y principios
morales valen también para el sector de las comunicaciones sociales: « La
dimensión ética no sólo atañe al contenido de la comunicación (el mensaje) y
al proceso de comunicación (cómo se realiza la comunicación), sino también a
cuestiones fundamentales, estructurales y sistemáticas, que a menudo incluyen
múltiples asuntos de política acerca de la distribución de tecnología y
productos de alta calidad (¿quién será rico y quién pobre en información?)
».850

En estas tres áreas —el mensaje, el proceso, las cuestiones estructurales— se


debe aplicar un principio moral fundamental: la persona y la comunidad
humana son el fin y la medida del uso de los medios de comunicación
social. Un segundo principio es complementario del primero: el bien de las
personas no se puede realizar independientemente del bien común de las
comunidades a las que pertenecen.851 Es necesaria una participación en el
proceso de la toma de decisiones acerca de la política de las comunicaciones.
Esta participación, de forma pública, debe ser auténticamente representativa y
no dirigida a favorecer grupos particulares, cuando los medios de
comunicación social persiguen fines de lucro. 852

V. LA COMUNIDAD POLÍTICA
AL SERVICIO DE LA SOCIEDAD CIVIL

a) El valor de la sociedad civil


417 La comunidad política se constituye para servir a la sociedad civil, de la
cual deriva. La Iglesia ha contribuido a establecer la distinción entre
comunidad política y sociedad civil, sobre todo con su visión del hombre,
entendido como ser autónomo, relacional, abierto a la Trascendencia: esta
visión contrasta tanto con las ideologías políticas de carácter individualista,
cuanto con las totalitarias que tienden a absorber la sociedad civil en la esfera
del Estado. El empeño de la Iglesia en favor del pluralismo social se propone
conseguir una realización más adecuada del bien común y de la misma
democracia, según los principios de la solidaridad, la subsidiaridad y la
justicia.

La sociedad civil es un conjunto de relaciones y de recursos, culturales y


asociativos, relativamente autónomos del ámbito político y del económico: «
El fin establecido para la sociedad civil alcanza a todos, en cuanto persigue el
bien común, del cual es justo que participen todos y cada uno según la
proporción debida ».853 Se caracteriza por su capacidad de iniciativa, orientada
a favorecer una convivencia social más libre y justa, en la que los diversos
grupos de ciudadanos se asocian y se movilizan para elaborar y expresar sus
orientaciones, para hacer frente a sus necesidades fundamentales y para
defender sus legítimos intereses.

b) El primado de la sociedad civil

418 La comunidad política y la sociedad civil, aun cuando estén


recíprocamente vinculadas y sean interdependientes, no son iguales en la
jerarquía de los fines. La comunidad política está esencialmente al servicio de
la sociedad civil y, en último análisis, de las personas y de los grupos que la
componen.854 La sociedad civil, por tanto, no puede considerarse un mero
apéndice o una variable de la comunidad política: al contrario, ella tiene la
preeminencia, ya que es precisamente la sociedad civil la que justifica la
existencia de la comunidad política.

El Estado debe aportar un marco jurídico adecuado para el libre ejercicio de


la actividades de los sujetos sociales y estar preparado a intervenir, cuando
sea necesario y respetando el principio de subsidiaridad, para orientar al bien
común la dialéctica entre las libres asociaciones activas en la vida
democrática. La sociedad civil es heterogénea y fragmentaria, no carente de
ambigüedades y contradicciones: es también lugar de enfrentamiento entre
intereses diversos, con el riesgo de que el más fuerte prevalezca sobre el más
indefenso.

c) La aplicación del principio de subsidiaridad

419 La comunidad política debe regular sus relaciones con la sociedad civil
según el principio de subsidiaridad: 855 es esencial que el crecimiento de la
vida democrática comience en el tejido social. Las actividades de la sociedad
civil —sobre todo de voluntariado y cooperación en el ámbito privado-
social, sintéticamente definido « tercer sector » para distinguirlo de los
ámbitos del Estado y del mercado— constituyen las modalidades más
adecuadas para desarrollar la dimensión social de la persona, que en tales
actividades puede encontrar espacio para su plena manifestación. La
progresiva expansión de las iniciativas sociales fuera de la esfera estatal crea
nuevos espacios para la presencia activa y para la acción directa de los
ciudadanos, integrando las funciones desarrolladas por el Estado. Este
importante fenómeno con frecuencia se ha realizado por caminos y con
instrumentos informales, dando vida a modalidades nuevas y positivas de
ejercicio de los derechos de la persona que enriquecen cualitativamente la
vida democrática.

420 La cooperación, incluso en sus formas menos estructuradas, se delinea


como una de las respuestas más fuertes a la lógica del conflicto y de la
competencia sin límites, que hoy aparece como predominante. Las relaciones
que se instauran en un clima de cooperación y solidaridad superan las
divisiones ideológicas, impulsando a la búsqueda de lo que une más allá de lo
que divide.

Muchas experiencias de voluntariado constituyen un ulterior ejemplo de gran


valor, que lleva a considerar la sociedad civil como el lugar donde siempre es
posible recomponer una ética pública centrada en la solidaridad, la
colaboración concreta y el diálogo fraterno. Todos deben mirar con confianza
estas potencialidades y colaborar con su acción personal para el bien de la
comunidad en general y en particular de los más débiles y necesitados. Es
también así como se refuerza el principio de la « subjetividad de la sociedad
».856

VI. EL ESTADO Y LAS COMUNIDADES RELIGIOSAS

A) LA LIBERTAD RELIGIOSA, UN DERECHO HUMANO


FUNDAMENTAL

421 El Concilio Vaticano II ha comprometido a la Iglesia Católica en la


promoción de la libertad religiosa. La Declaración « Dignitatis humanae »
precisa en el subtítulo que pretende proclamar « el derecho de la persona y de
las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa ». Para que
esta libertad, querida por Dios e inscrita en la naturaleza humana, pueda
ejercerse, no debe ser obstaculizada, dado que « la verdad no se impone de
otra manera que por la fuerza de la misma verdad ». 857 La dignidad de la
persona y la naturaleza misma de la búsqueda de Dios, exigen para todos los
hombres la inmunidad frente a cualquier coacción en el campo religioso. 858 La
sociedad y el Estado no deben constreñir a una persona a actuar contra su
conciencia, ni impedirle actuar conforme a ella. 859 La libertad religiosa no
supone una licencia moral para adherir al error, ni un implícito derecho al
error.860

422 La libertad de conciencia y de religión « corresponde al hombre


individual y socialmente considerado ».861 El derecho a la libertad religiosa
debe ser reconocido en el ordenamiento jurídico y sancionado como derecho
civil.862 Sin embargo, no es de por sí un derecho ilimitado. Los justos
límites al ejercicio de la libertad religiosa deben ser determinados para cada
situación social mediante la prudencia política, según las exigencias del bien
común, y ratificados por la autoridad civil mediante normas jurídicas
conformes al orden moral objetivo. Son normas exigidas « por la tutela eficaz,
en favor de todos los ciudadanos, de estos derechos, y por la pacífica
composición de tales derechos; por la adecuada promoción de esa honesta paz
pública, que es la ordenada convivencia en la verdadera justicia; y por la
debida custodia de la moralidad pública ». 863

423 En razón de sus vínculos históricos y culturales con una Nación, una
comunidad religiosa puede recibir un especial reconocimiento por parte del
Estado: este reconocimiento no debe, en modo alguno, generar una
discriminación de orden civil o social respecto a otros grupos religiosos.864 La
visión de las relaciones entre los Estados y las organizaciones religiosas,
promovida por el Concilio Vaticano II, corresponde a las exigencias del
Estado de derecho y a las normas del derecho internacional. 865 La Iglesia es
perfectamente consciente de que no todos comparten esta visión: por
desgracia, « numerosos Estados violan este derecho [a la libertad religiosa],
hasta tal punto que dar, hacer dar la catequesis o recibirla llega a ser un delito
susceptible de sanción ».866

B) IGLESIA CATÓLICA Y COMUNIDAD POLÍTICA

a) Autonomía e independencia

424 La Iglesia y la comunidad política, si bien se expresan ambas con


estructuras organizativas visibles, son de naturaleza diferente, tanto por su
configuración como por las finalidades que persiguen. El Concilio Vaticano
II ha reafirmado solemnemente que « la comunidad política y la Iglesia son
independientes y autónomas, cada una en su propio terreno ». 867 La Iglesia se
organiza con formas adecuadas para satisfacer las exigencias espirituales de
sus fieles, mientras que las diversas comunidades políticas generan relaciones
e instituciones al servicio de todo lo que pertenece al bien común temporal. La
autonomía e independencia de las dos realidades se muestran claramente sobre
todo en el orden de los fines.
El deber de respetar la libertad religiosa impone a la comunidad política que
garantice a la Iglesia el necesario espacio de acción. Por su parte, la Iglesia no
tiene un campo de competencia específica en lo que se refiere a la estructura
de la comunidad política: « La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden
democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u
otra solución institucional o constitucional », 868 ni tiene tampoco la tarea de
valorar los programas políticos, si no es por sus implicaciones religiosas y
morales.

b) Colaboración

425 La recíproca autonomía de la Iglesia y la comunidad política no


comporta una separación tal que excluya la colaboración: ambas, aunque a
título diverso, están al servicio de la vocación personal y social de los mismos
hombres. La Iglesia y la comunidad política, en efecto, se expresan mediante
formas organizativas que no constituyen un fin en sí mismas, sino que están al
servicio del hombre, para permitirle el pleno ejercicio de sus derechos,
inherentes a su identidad de ciudadano y de cristiano, y un correcto
cumplimiento de los correspondientes deberes. La Iglesia y la comunidad
política pueden desarrollar su servicio « con tanta mayor eficacia, para bien de
todos, cuanto mejor cultiven ambas entre sí una sana cooperación, habida
cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo ». 869

426 La Iglesia tiene derecho al reconocimiento jurídico de su propia


identidad. Precisamente porque su misión abarca toda la realidad humana, la
Iglesia, sintiéndose « íntima y realmente solidaria del genero humano y de su
historia »,870 reivindica la libertad de expresar su juicio moral sobre estas
realidades, cuantas veces lo exija la defensa de los derechos fundamentales de
la persona o la salvación de las almas. 871

La Iglesia por tanto pide: libertad de expresión, de enseñanza, de


evangelización; libertad de ejercer el culto públicamente; libertad de
organizarse y tener sus reglamentos internos; libertad de elección, de
educación, de nombramiento y de traslado de sus ministros; libertad de
construir edificios religiosos; libertad de adquirir y poseer bienes adecuados
para su actividad; libertad de asociarse para fines no sólo religiosos, sino
también educativos, culturales, de salud y caritativos. 872

427 Con el fin de prevenir y atenuar posibles conflictos entre la Iglesia y la


comunidad política, la experiencia jurídica de la Iglesia y del Estado ha
delineado diversas formas estables de relación e instrumentos aptos para
garantizar relaciones armónicas. Esta experiencia es un punto de referencia
esencial para los casos en que el Estado pretende invadir el campo de acción
de la Iglesia, obstaculizando su libre actividad, incluso hasta perseguirla
abiertamente o, viceversa, en los casos en que las organizaciones eclesiales no
actúen correctamente con respecto al Estado.

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