Hortal - Ética Profesional Docentes
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Enseñar al que no sabe era y es una de las catorce obras de misericordia del catecismo:
una actividad descentralizada que cualquiera está en condiciones de llevar a cabo; no se necesita
título de licenciado o maestro para practicarla; basta tener alma misericordiosa... y saber lo que
uno pretende enseñar a otros. Como tantas otras actividades ha pasado a institucionalizarse y
quedar encomendada a un cuerpo de profesionales: los maestros y profesores.
La docencia es una actividad ocupacional que tiene, al menos en cierto grado, todas las
características por las que se define una profesión:
a) presta un servicio específico a la sociedad,
b) es una actividad encomendada y llevada a cabo por un conjunto de personas (los
profesionales) que se dedican a ella de forma estable y obtienen de ella su medio de vida;
c) los profesionales acceden a la docencia tras un largo proceso de capacitación, requisito
indispensable para estar acreditados para ejercerla;
d) los profesionales forman un colectivo más o menos organizado (el cuerpo docente o el
colegio profesional) que tiene o pretende obtener el control monopolístico sobre el ejercicio de
su profesión.
Al generalizarse la enseñanza obligatoria y abrirse los otros niveles a amplias capas de la
población, está creciendo el número de maestros y profesores. Por eso mismo, no está de más
recordar que la profesión docente no siempre ha existido ni siempre ha presentado los perfiles de
su configuración actual. Nace en un determinado tipo de sociedad y está en función de esa
sociedad. A cada tipo de sociedad corresponde una forma de concebir el saber. Al cambio en la
concepción del saber corresponde un cambio en la concepción de la docencia y en el perfil de
los responsables de impartirla; y los cambios en las configuraciones del tipo de profesor son
correlativos e interdependientes de los cambios en el perfil de los aprendices, alumnos o
estudiantes.
Cuando no había escuelas se aprendía a vivir viviendo, a cazar cazando, y a ejercer los
oficios haciendo de aprendiz en los talleres en que esos mismos oficios se practicaban. Hay
críticos de la sociedad escolarizada, como Ivan Illich, que consideran que lo importante se
aprende hoy fuera de las aulas; pero en general se estima que ya no se puede vivir ni entender el
mundo sin pasar por la escuela. La escuela, tal como está, tiene innumerables defectos; pero
quienes no pasan por ella o fracasan en ella no potencian, precisamente, sus oportunidades en la
vida.
El INFORME DELORS (1996) ha sabido ofrecer en términos sintéticos unos objetivos
en los que confluyen por igual la educación inicial y la educación a lo largo de toda la vida, la
educación formal y la educación informal: aprender a conocer, aprender a aprender, aprender a
vivir juntos y aprender a ser.
Para todo eso es para lo que se necesitan profesores y educadores; ellos tienen
encomendada la tarea de facilitar los procesos de aprendizaje de conocimientos y actitudes que
favorecen el acceso a la vida adulta, a los estudios superiores, al mundo profesional y científico
por parte de la nueva generación. Para seguir llevando la vida que llevamos o que intentamos
llevar se necesita no sólo la escuela sino también los conocimientos que se investigan y enseñan
en la universidad. No es posible cuidar la salud sin médicos, administrar justicia sin juristas,
tener técnica sin ingenieros, información sin periodistas, ni aguantar las tensiones de la vida
actual sin acudir al psicólogo. Todos ellos, para llegar a ejercer sus respectivas profesiones,
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tienen que haber pasado muchos años en las aulas; allí se habrán encontrado a su vez con otros
profesionales: los profesores.
No existe un acuerdo explícito sobre lo que debe ser objeto de transmisión por parte de
los profesores y maestros. La enseñanza, tal como la proponía el primer modelo ilustrado,
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intentaba transmitir "la ciencia", la visión científica del mundo, o al menos capacitar para
acceder a esa visión científica del mundo. De la ciencia se esperaba el remedio de los males
materiales y sociales de la humanidad. Con el tiempo ha ido quedando claro que eso es a la vez
pretencioso e insuficiente. La escuela, además de impartir enseñanzas se espera que contribuya a
la formación de las personas de modo que puedan participar plenamente en la vida y en la
cultura de la sociedad en la que han nacido o están creciendo.
Cada vez que algo no funciona en la sociedad se pretente que sea la escuela la que lo
haga funcionar: las desigualdades sociales (educación compensatoria), el tráfico (educación
vial), el medio ambiente (educación medioambiental), la sexualidad (educación sexual), la
convivencia, la paz, la solidaridad (educación para...)... La escuela no puede suplir a la familia
ni las carencias sociales: "quod familia non dat, quod societas non dat, schola non praestat".
En principio los profesores y maestros, por serlo, tienen encomendada la actividad de
enseñar; para eso se supone que se han preparado y eso es lo que saben o deben saber hacer. "Yo
no soy su padre", "yo no soy su amigo" dicen algunos profesores marcando los límites y las
distancias frente a las expectativas excesivamente globalizadoras con las que en ocasiones se les
pretende confrontar. Es verdad: no hay maestro o profesor que pueda a la larga ejercer de padre
o de amigo sin que eso, además, vaya en detrimento de sus responsabilidades de profesor, para
el mismo alumno en cuestión y también para el resto de los alumnos que le están encomendados.
Pero es ingenuo o malicioso ver al docente sólo en su función docente, sin interferencias
de las otras "funcionalidades y disfuncionalidades" que proceden de su situación en el entramado
en el que ejerce su función. Los maestros y profesores tienen una función dentro del sistema de
la ciencia, del sistema productivo, del sistema educativo, del sistema curricular de ascenso social
propio y del de sus estudiantes. Cómo se sitúan en ese complejo entramado estructural es algo
que afecta a su función docente no sólo por la vía de las interferencias, sino también de la
configuración intrínseca de su ejercicio profesional.
La docencia profesionalmente ejercida tiene una enorme importancia educativa; se ejerce
siempre en un contexto que no puede dejar de ser educativo (o deseducativo). Aunque
profesores y maestros estrictamente sólo tuvieran la obligación de enseñar -eso es lo que saben
o deben saber hacer- no pueden hacer eso medianamente bien sin implicarse como personas en
la formación de las personas de los alumnos.
Los profesores y maestros son los profesionales específicamente preparados a quienes se
les encomienda la tarea de transmitir los conocimientos, estimular el aprendizaje y las
capacidades cognoscitivas de los alumnos, acompañante y guía de la adquisición de habilidades,
métodos y actitudes. Haciendo bien su cometido, enseñando y educando, no sólo contribuye al
crecimiento intelectual de sus alumnos sino a la vez educa y eleva su nivel vital y personal.
Enseñar es hoy una parte importante de la tarea de educar. Educar es siempre, a la vez que
cualquier aspecto parcial por pequeño que sea, enseñar a vivir.
Quisiéramos tomar en consideración la enseñanza en todos sus niveles: básica,
secundaria y superior. Existen demás la educación pre-escolar, la educación continua y la
educación informal (por ejemplo de la familia, de las asociaciones de voluntarios o de los
medios de comunicación social). No quiséramos perderlas de vista en el horizonte de nuestras
reflexiones pero aquí no pretendemos hablar de la ética de todos los procesos educativos
posibles (formales e informales) sino ante todo y sobre todo de los que tienen en la enseñanza, y
en la enseñanza formal profesionalizada, su eje vertebrador. No hablamos de la ética del
1 J.M.ESTEVE, S.FRANCO y J.VERA, Los profesores ante el cambio social. Repercusiones sobre la salud
de los profesores. Editorial Anthropos. Barcelona 1995. págs. 10, 14 y passim.
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educador en sentido genérico, sino sólo de la ética profesional de los profesores y maestros,
aunque ésta tiene innegablemente una dimensión educativa, y se integra y comprende en un
horizonte educativo. Hablaremos en términos generales sobre lo que tienen de común los
maestros de primaria, profesores de secundaria y profesores universitarios; luego dedicaremos
un apartado a hacer algunas consideraciones sobre la docenca universitaria.
Herbert SPENCER (1820-1903) dejó escrito un libro sobre el Origen de las profesiones
en clave evolucionista. En él se presenta el nacimiento de las diferentes profesiones como un
paso evolutivo en el crecimiento de la vida. El médico que cura enfermedades y alivia dolores,
aumenta la vida. El historiador y el hombre de letras elevan el estado mental del hombre. A su
manera también aumentan la vida el legislador y el abogado. "El profesor, tanto por la
instrucción que suministra como por la disciplina que impone, hace a sus alumnos capaces de
adaptarse a cualquier ocupación de un modo más efectivo y obtener provechos para su
subsistencia, y aumenta la vida." Los poetas y actores, pintores, escultores y arquitectos
aumentan la vida proporcionando belleza y sentido. 2
a) El principio de beneficencia
Un profesional ético es aquél que hace el bien en su profesión haciendo bien su
profesión. No hay nada más moralizador que que cada cual haga bien lo que tiene que hacer,
lleve a cabo cada actividad procurando realizar el bien al que esa actividad está intrínsecamente
orientada. Toda ética profesional tiene su núcleo inspirador y su aliciente máximo en los bienes
intrínsecos que se propone realizar. Es algo tan obvio como, en ocasiones, olvidado. Cuidar la
salud con arreglo a los conocimientos y técnicas disponibles es el bien intrínseco de la profesión
médica; asesorar y representar ante los tribunales y en las relaciones contractuales para defender
los derechos y legítimos intereses de sus clientes en el marco de la legalidad vigente es el bien
intrínseco de la profesión de abogado, etc. El bien intrínseco a la práctica de la docencia es que
los alumnos aprendan.
Decía Platón que ningún "arte" se ejerce para el bien del que lo ejerce. La
mercantilización actual de las profesiones y el psicologismo individualista con que hablamos de
las motivaciones desmienten de mil maneras esta afirmación, si la entendemos como
constatación empírica de los motivos subjetivos dominantes por los que se elige y se ejerce una
profesión. En cambio si la entendemos como formulación de lo que institucionalmente se espera
que sea el ejercicio de una profesión, entonces sigue siendo válida: enuncia las razones que dan
legitimidad en el espacio público a las diferentes actividades con su funcionalidad social. Puede
ocurrir que los motivos que determinaron a una o a muchas personas a escoger la profesión
médica fuesen o sigan siendo obtener un alto nivel de ingresos o prestigio social que
proporciona dicha profesión; eso no impide seguir afirmando que la profesión médica se ejerce
para el bien de los destinatarios de los servicios médicos. Tiene sentido decir "el campo para el
que lo trabaja"; pero es un disparate decir (se nota nada más decirlo en alta voz): "la medicina
para el que la trabaja". Tampoco la enseñanza es para el bien del maestro; es para el bien del que
aprende (principio de beneficencia).
El ejercicio éticamente responsable de la función docente lleva consigo al menos estos
deberes y responsabilidades: ante todo enseñar, entendiendo la enseñanza como ayudar a
2 H.SPENCER, Origen de las profesiones. Textos en: Revista Española de Investigaciones Sociológicas, Nº
59 (Julio-Septiembre 1992) 315-325. La cita es de la página 316.
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aprender. Enseñar presupone saber, haber aprendido lo que enseña y estar al día en la materia
que enseña, de la que es profesor. García Morente comenta al respecto que el docente no tiene
que saber mucho, pero lo que sabe tiene que saberlo bien, "con saber auténtico, con saber
pensado, con ese saber que consiste en la evidencia íntima, en la luz mental ante la cual todo
resulta llano y claro."
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b) El principio de autonomía
El principio de beneficencia lleva consigo una evidente falta de simetría en la relación
entre el profesor y el alumno: uno sabe y el otro ignora, uno enseña y el otro aprende. Cuando
esa inicial falta de simetría se fomenta y pretende mantener en forma de dependencia
permanente, se cae en el paternalismo. Hay que tender a hacerla disminuir en lo posible.
Esa falta de simetría se traduce en una relación de dependencia que conviene no
prolongar más allá de lo debido y tratando de evitar cualquier abuso de poder. El maestro de
primaria mucho más que el profesor de secundaria, y éste más que el profesor universitario, pero
todos en cierta medida, tienen que saber renunciar a determinadas formas de actuación que
representan un uso indebido de la posición de poder que ostentan, por supuesto para evitar
abusos contrarios al respeto que merece la dignidad de todo ser humano, pero incluso para
realizar actividades que, en otro contexto pueden ser perfectamente lícitas y legítimas. La
posición de superioridad inicial (en edad, experiencia, saber y posición social) no debe servir,
por ejemplo, para intentar ejercer una influencia ideológica, no digamos para cualquier forma de
explotación, manipulación, abusos o malos tratos. Maestros y profesores, en el ejercicio de sus
tareas profesionales, deben abstenerse de intentar ejercer el proselitismo ideológico, utilizando
su posición y su poder para inculcar sus convicciones personales.
Para superar el paternalismo y poner coto a los posibles abusos de la situación de
dependencia hay que hacer intervenir, más allá del principio de beneficencia, el principio de
autonomía. El alumno no es mero receptor de la docencia, sino alguien que progresivamente
3 M.GARCIA MORENTE, "Virtudes y vicios de la profesión docente", en: Obras completas. Fundación
Caja Madrid y Editorial Anthropos. Madrid y Barcelona 1996. Tomo I/2, pág. 458.
4 Ibid., 459s.
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c) El principio de justicia
La ética profesional no se agota en las relaciones bilaterales entre los profesionales y los
destinatarios de sus servicios profesionales, en nuestro caso entre profesores y alumnos,
educadores y educandos. Cuando el profesor y sus alumnos se encuentran por primera vez en el
aula no están en un espacio infinito y neutro que ellos, ellos solos, puedan configurar como les
plazca. Se encuentran en el marco institucional de un centro educativo de enseñanza primaria,
secundaria o superior, estatal o privado, con un curriculum organizado en el que a cada profesor
corresponde desarrollar las tareas, con los objetivos y contenidos asignados en el curriculum,
conforme a criterios fijados de antemano, con recursos, suficientes o insuficientes, en el marco
de una estructura organizativa en la que las competencias propias y ajenas están también
prefijadas en gran medida.
En este marco de competencias es en el que se desarrolla la labor de los maestros y
profesores. Antes hablábamos de competencias en el sentido habilidades adquiridas para ejercer
bien la profesión; ahora hablamos de competencia en un sentido análogo al que nos referimos
cuando decimos, por ejemplo, que un juez es o no competente en un caso; con ello no estamos
emitiendo un juicio sobre sus habilidades y prudencia para juzgar, sino sobre el alcance de lo
que le compete, más allá del cuál ya el asunto no es cosa suya; compete a otro. También los
docentes, como los demás profesionales, tienen que actuar en el marco de sus competencias, en
aquello que les compete.
Por eso, los primeros deberes de justicia consisten en que cada uno cumpla con "su
deber", es decir con lo que se le ha encomendado, lo que se espera que haga al encomendarle la
plaza o el puesto en el que ejercer la docencia, sin extralimitarse. En este ámbito hay que situar
tanto las obligaciones y derechos que tienen los profesores funcionarios, como las obligaciones
contractuales que adquieren los contratados con la institución que les contrata y los derechos que
tienen o adquieren.
Los maestros y profesores no son ni los primeros ni los últimos responsables de la
enseñanza, ni de la estructura del sistema educativo, ni de cómo son los alumnos a los que él
tiene que enseñar e intentar educar. Si la enseñanza está o no masificada, si los alumnos
proceden de un medio social con graves carencias económicas, sociales o psicológicas, de 5
familias rotas o deterioradas, si son hijos de emigrantes y tienen pocas perspectivas de encontrar
empleo al terminar sus estudios... es algo que viene dado al maestro y al profesor, lo mismo que
5 "La pobreza, el hambre, la violencia y la droga entran con los alumnos en los establecimientos escolares"
(INFORME DELORS, pág. 163).
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en gran medida se le dan hechos las competencias, el escalafón o el convenio colectivo y los
procedimientos académicos y disciplinares.
No está en manos de profesores y maestros, ellos solos, generar una sociedad justa y
libre. Es injusto pretender que una sociedad injusta y desigual considere que sólo la escuela
puede regenerarla. Pero la enseñanza y la educación son hoy el instrumento más poderoso de
ascenso social, de adquisición, conservación, elevación o pérdida de status. Y -la otra cara de la
moneda- la educación es a la vez, tal y como de hecho funciona, el factor más determinante de
generación de desigualdad y marginación social. Maestros y profesores tienen que tenerlo en
cuenta.
Por todo ello, no basta con enseñar bien (principio de beneficencia) y respetar a las
personas (principio de autonomía); hay que trabajar desde todas partes, desde todas las
profesiones, muy especialmente desde las aulas, en favor de la justicia. No es indiferente lo que
hagan maestros y profesores por promover mediante la enseñanza y la educación unas
condiciones sociales más justas. Pero sus responsabilidades empiezan a partir de las condiciones
sociales y culturales que les vienen dadas. Aunque no sean ni los primeros, ni los últimos
responsables, tampoco pueden desentederse de esta dimensión de su actividad profesional.
Los maestros y profesores en sus tareas docentes de cada día, difícilmente pueden
modificar el curso global de los acontecimientos que tanto inciden en lo que hacen. Tampoco
pueden ignorar ni desentenderse de si lo que hacen contribuye o no a generar condiciones
sociales más justas en las que haya un lugar digno para todos y cada uno. La ética profesional
queda incompleta y distorsionada si no se enmarca en la perspectiva de una ética social, desde la
que poder discernir en qué contribuye o puede contribuir en general y en concreto el propio
ejercicio profesional a mejorar la justicia de la sociedad. Tiene que existir una perspectiva en la
que se articulen las múltiples necesidades e intereses, con las posibilidades y recursos
disponibles conforme a criterios de justicia.
Por lo demás, tampoco cabe reducir lo que en este terreno se puede conseguir a lo que
cada profesional aislado puede o no puede llevar a cabo. Si maestros y profesores,
individualmente considerados, apenas pueden incidir eficazmente en las condiciones sociales
globales que configuan lo que traen entre manos, si los mismos centros, uno a uno, tampoco
tienen en sus manos la modificación de esas condiciones, unos y otros, además de encajar
lúcidamente esas condiciones, están llamados a ejercer un influjo decisivo en la definición de las
estrategias más aptas para alcanzar los objetivos de la educación y la enseñanza en las difíciles y
cambiantes condiciones sociales. Para ello ha de establecerse un fecundo diálogo entre los
afectados (alumnos y padres de alumnos), los expertos (maestros, profesores y pedagogos) y los
responsables políticos. En ese diálogo es en el que cabe abrir una perspectiva en la que se
articulen las múltiples necesidades e intereses, con las posibilidades y recursos disponibles en
una sociedad conforme a criterios de justicia.
investigado o estando ejerciendo la investigación sabrá enseñar lo que las ciencias tienen de
proceso inacabado, abierto. Pero seamos intelectualmente honestos: En el mejor de los casos
¿qué porcentaje de lo que enseñamos lo sabemos por haberlo investigado? En ocasiones la
investigación es un alibi para descuidar o darle menos importancia a la docencia; entre otras
razones porque en el curriculum académico se valora mucho la investigación y poco o casi nada
la docencia.
Nadie lo formulará explícitamente, pero a veces se enseña en la universidad como si el
objetivo incuestionable de la docencia universitaria fuese formar profesores universitarios, el
mismo tipo de profesor universitario que aspira a ser el que está enseñando.
En realidad los alumnos universitarios sólo en una pequeña proporción se están
formando para ser investigadores o profesores universitarios. La mayoría pasa por la universidad
para adquirir los conocimientos y acreditación necesaria para ejercer una determinada profesión.
Es una ficción plantear la docencia descuidando la perspectiva profesional; desde esta
perspectiva es posible enfocar mejor qué es lo que hay que enseñar y cómo hay que enseñarlo.
La universidad tiene entre sus "funciones" o bienes intrínsecos: las de capacitar y facultar
a los alumnos para adquirir los conocimientos y habilidades necesarios para ejercer un servicio
competente y responsable en una determinada parcela de las actividades ocupacionales
profesionalizadas que atienden algún aspecto individualizado de la vida humana (la salud, la
protección jurídica, etc.) conforme a los usos y tradiciones de un colectivo profesional. El hecho
de que sea la universidad el lugar en que esto se lleva a cabo, parece que pretende garantizar la
base intelectual que puede proporcionar el conocimiento crítico y científico, y la constante
innovación que alienta el espíritu investigador, alejado de las rutinas y servidumbres de la
actividad profesional. El peligro de esta segregación es el de alejarse de las necesidades sociales
y crear un mundo de atribuciones de status, que se alejan completamente de lo que necesita la
sociedad en cada caso y en cada campo.
Entre los profesionales están los futuros maestros de primaria, profesores de secundaria
y, en menor proporción, los profesores de universidad; la institución universitaria no se ha
responsabilizado suficientemente de esta tarea que tiene encomendada. Muchos alumnos de hoy
serán docentes al poco tiempo de abandonar las aulas; de que sean competentes en lo que
enseñan y en el modo de enseñarlo deberían ocuparse también quienes los forman o deforman.
Hemos dicho que el docente, también el docente universitario, es además de un
transmisor de conocimientos, un acompañante de la adquisición de habilidades y métodos, un
estimulador de las capacidades cognoscitivas de sus alumnos... Haciendo bien su cometido,
enseñando, eleva el nivel moral de los participantes en la docencia y de la universidad en
general. Valer para algo y ser competente en algo es siempre positivo para el que vale y para la
sociedad. Por eso los profesores universitarios tienen que asumir también lo que al hacer vida
universitaria contribuye a la formación de los profesionales en los aspectos que van más allá del
aprendizaje de conocimientos teóricos y habilidades técnicas. El quehacer universitario tendría
que ser humanizante. Desde la Universidad eso se hace abriendo posibilidades, promoviendo
una manera fecunda de insertar la ciencia en la cultura. "Hubo un tiempo en el que la ciencia
puso orden en la vida, ahora será la vida la que tenga que poner orden en la ciencia" -sentenció
Ortega. Por eso es importante no aislarse en la propia especialidad. Ser capaz de relacionar unas
ciencias con otras es un requisito indispensable para que la universidad contribuya a la
humanización de la vida de todos, especialmente de los que viven en condiciones más precarias.
A veces la comodidad se disfraza de especialismo y positivismo y los profesores
universitarios se apuntan a un modelo "puzzle" de yuxtaposición de saberes que deja sin
respuesta ni tratamiento los aspectos de la relevancia social y la integración entre los saberes... o
lo que es peor en manos de poderes fácticos y sus intereses.
Lo mismo suele ocurrir con los aspectos formativos del alumnado universitario. Los
profesores universitarios no pretendemos ser "sabios", no queremos ser "maestros"; preferimos
limitarnos a ser "profesores"; pero, aun cuando no queamos darnos por enterados, en los años de
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su paso por la universidad, se fraguan las identidades decisivas de la nueva generación, para bien
y para mal, con unas carencias o con otras, con unas alianzas u otras, con nuestra aportación o
sin ella.
El papel de los profesores está siendo objeto de una atención central por parte de los
estudios y planteamientos pedagógicos actuales. ESTEVE y otros (1995) estiman que una de las
razones fundamentales del "malestar de los profesores" radica en el desajuste que se produce
entre una formación inicial sobrecargada de idealismo y una realidad social y escolar cambiante
que hace imposible la realización de esos ideales y frustrante el seguir aspirando a ellos. Por eso
mismo estos autores abogan por "la sustitución de los enfoques normativos por enfoques
descriptivos en la formación inicial del profesorado" (p. 50).
Existe una cierta desmoralización de los educadores en general y de los profesores en
particular: falta autoridad reconocida y apoyada, falta cohesión de todas las instancias que
intervienen en los procesos formativos y de enseñanza, falta estabilidad suficiente del marco
general en el que se desarrolla la enseñanza de los equipos docentes y de los mismos programas
y proyectos docentes. Las reformas, incluso siendo buenas en sus planteamientos, generan
desconcierto e inseguridad en la mayoría del personal docente encargado de llevarlas a cabo.
Es frecuente que cada vez que se cuestiona el sistema educativo se reclame como
solución, o al menos como condición indispensable y prioritaria, un aumento de las dotaciones
económicas; puede ser que ahí radiquen algunas carencias, pero pienso que más aún que de
mayores recursos económicos la profesión docente está necesitada de motivación, de aliciente,
de un horizonte compartido, y sobrada de retórica pedagógica.
Sin negar la realidad y las dificultades que esa realidad cambiante y compleja plantea a
las tareas de los profesores en forma de exigencias desmedidas, con frecuancia incompatibles
unas con otras, no considero que la solución tenga que consistir en abandonar los planteamientos
normativos. Tanto en la formación inicial como en el desarrollo ulterior de la formación
permanente y del ejercicio profesional hay que prestar una atención primordial al componente
ético del ejercicio profesional. En otros escritos he abogado por el realismo moral y por la
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mediación pragmática de los planteamientos éticos. No es éste el lugar de repetir lo allí escrito
ni de someter a consideración pormenorizada los obstáculos que pone la compleja y cambiante
realidad a quien pretende ejercer éticamente la profesión docente. Aquí se trata de abrir el
horizonte de la dimensión ética y avivar los resortes que ella pone en funcionamiento... Las
dificultades ya vendrán y habrá que afrontarlas.
La ética profesional de los profesores y maestros puede ser un punto central desde el que
recuperar o reforzar por un lado la autoestima personal y colectiva de los profesionales, la
calidad profesional y humana de lo que hacen y la estima social del servicio que prestan o
intentan prestar a la sociedad.
Cuando abordamos el tema de la relación entre profesión y vocación, no pretendemos
embarcarnos en un lirismo sentimental que emplea un lenguaje pseudoreligioso. Se trata de
poner en el centro de nuestra atención cómo se implica la persona en la profesión y cómo la
profesión configura a la persona que la ejerce responsablemente. No sólo desarrollamos tales o
cuales actividades docentes, sino somos profesores, somos maestros. No es posible disociar la
clase de persona de la clase de profesionales que somos: no es posible ser persona buena ni buen
ciudadano si no se es, además de buen amigo, buen padre, buen hijo o buen vecino, buen
profesional; en el caso que nos ocupa caso buen docente y docente bueno. A su vez, para ser
8 A.HORTAL, "El realismo moral", en: J.L.ARANGUREN y otros, Etica y estética en Xavier Zubiri. Ed.
Trotta. madrid 1996. págs. 71-76. De la necesidad de mediación recíproca entre ética y pragmática me
ocupé por primera vez en: "La democracia como institucionalización de una utopía", Estudios Eclesiásticos
53 (1978) 237-242.
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buen profesor o buen maestro hace falta algo más que calidades pedagógicas, hace falta una
cierta ejemplaridad de vida.
Somos hijos de nuestros actos; dime cómo actúas y te diré quién eres. Es verdad que el
trabajo profesional puede (y a veces suele) vivirse como mero "medio de vida", como "puesto de
trabajo" del que lo único importante es el sueldo que se cobra a fin de mes. Otros viven la
profesión como "carrera", como fuente de status social que se desarrolla en un itinerario
ascendente a lo largo de la propia trayectoria profesional. Cuando sólo se viven estas
dimensiones, el trabajo profesional es bastante periférico al núcleo de la persona que ejerce la
profesión. Pero la profesión puede, además, ser vivida como vocación; en ese caso el trabajo
profesional es una parte importante, central, de nuestras vidas; somos profesionales, somos
maestros, somos profesores.
El trabajo profesional presta una importante contribución a la configuración de la
identidad del que lo ejerce. Ninguno de nosotros puede decir quién es sin decir, entre otras
cosas, en qué trabaja y, si entra un poco más en materia, hasta qué punto se implica o no se
implica en su trabajo. La profesión docente es vivida como vocación cuando se vive como
importante para la persona que la vive; ella se juega su propio ser en su trabajo.
Existen, por supesto, actitudes diferentes (unos se implican más y otros menos), existen
profesiones diferentes y aun posiciones diferentes dentro de una misma profesión (unas
demandan mayor implicación personal y otras menos), existen también circunstancias
personales y profesionales múltiples y cambiantes (unas favorecen más la implicación personal y
otras constituyen un verdadero obstáculo para la implicación personal). No es retrayendo la
implicación personal, abriendo un abismo entre lo que hacemos en el trabajo y lo que somos en
privado como se resuelve la cuestión (ni la cuestión de la profesión ni la cuestión de la
identidad, ni la cuestión de la intersección entre esas dos cuestiones). Sin negar que haya
posibilidad y aun necesidad de mantener una cierta distancia (nunca somos del todo y
exclusivamente lo que hacemos, también somos alguien distinto, como queda patente en la otra
expresión complementaria: "tenemos una profesión") entre nuestra identidad y nuestras
ocupaciones. Sin negar que hay que ser cautos y no quemarse en empeños imposibles, hay que
saber que en principio no es posible ser buenas personas si no se ejerce bien, competente y
honestamente, la profesión que se tiene, el profesional que se es.
Bibliografía
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