Baer - La Memoria Social
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Al ej andro Baer
pea entre finales del siglo XIX y comienzos del X X (como la erosión de la
vida tradicional rural y la conmoción provocada por la destrucción de
la primera guerra mundial) cuando literatos y académicos se hacen eco
de lo que entienden com o una crisis o cam bio epocal fundamental.
Destacamos aquí a M aurice Halbwachs, quien acuña el término de
«memoria colectiva» subrayando su carácter esencialmente social y com
partido, y rompiendo con la tradición previa que entendía la memoria
exclusivamente como una facultad individual. No hay memoria que no
sea social. Esta es la tesis principal y revolucionaria de Halbwachs2. Cada
«yo» está conectado a un «nosotros» por lo que su recuerdo se forja en
la interacción con el grupo o grupos de pertenencia (la familia, la comu
nidad escolar, la profesión). La memoria individual de cada persona está
inmersa en un horizonte de interpretación sociocultural que determina y
también posibilita su propia actividad de recuerdo. A ello Halbwachs le
llama los «marcos sociales de la memoria», que configuran la inscripción
social de todo recuerdo individual y determinan su existencia. En otras
palabras, los individuos recuerdan o recrean el pasado en el marco grupal
específico y el olvido no sería sino consecuencia del debilitamiento del
marco por la desaparición del contexto vivido socialmente.
! Al subrayar la naturaleza social de la memoria individual, y estable
cer este vínculo indisociable entre recuerdo y grupo social, Halbwachs
abre el camino a la investigación socio-antropológica de la memoria. Por
otro lado, el situar el recuerdo en el seno del contexto social y comu
nicativo señala otro elemento definitorio: el carácter reconstructivo o
presentista del mismo. El pasado se actualiza desde el presente y en éste
encuentra sus principios de selección, descripción e interpretación3. Pa
samos, por tanto, de un modelo de memoria como archivo— donde el
pasado es inalterable— a un modelo de construcción activa en la que
el pasado está siendo permanentemente modificado por los valores, creen
cias y condicionantes del presente4.
Si hlalbwachs había precisado que la memoria no sólo se produce «en»
(dimensión psíquica) los hombres sino «entre» ellos (dimensión comuni
cativa y social), otros autores, como por ejemplo Aleida Assmann y Jan
Assmann, han desarrollado una terminología más diferenciada y especí
fica para el fenómeno del recuerdo, situando su atención en los medios
y estructuras temporales e instituciones que organizan este «entre». En
otras palabras, qué recordar y cómo hacerlo está inexorablemente ligado
a las posibilidades de registro del conocimiento, y de su recuperación o
actualización.
En sociedades sin escritura existen dos tipos de pasado. El reciente,
que todavía está en el recuerdo de los vivientes, y el pasado mítico, un
pasado absoluto del tiempo de los héroes o animales totémicos. Esta sim
ple constatación sobre los distintos registros del pasado en las culturas
ágrafas lleva a Jan Assmann a proponer dos marcos memorísticos distin
tos: memoria comunicativa y memoria cultural. La primera no es otra
que aquella que Halbwachs denominó «memoria colectiva», un registro
del pasado de corta duración, que comparte el individuo con sus coetá
neos, y que está por tanto condicionada a la existencia de portadores vivos
(abarca aproximadamente tres generaciones). La memoria cultural, por
otro lado, sería la comunicación organizada y ceremonializada sobre el
pasado, la fijación duradera de los contenidos a través de la forja cultu
ral. Esta memoria supone un conocimiento compartido del pasado sobre
el cual un grupo se crea una imagen de sí mismo y toma conciencia de su
unidad o especifidad5. El paso de la memoria comunicativa a la memoria
cultural se produce a través de los medios o soportes del conocimiento
sobre el pasado (figuras totémicas, rituales y recitaciones, textos cano
nizados, museos, archivos, etc.). Yosef Yerushalmi ejemplifica esta idea al
referirse a los textos sagrados de la tradición judía, que considera como
paradigmáticos para entender el fenómeno de la memoria colectiva (aquí
entendida como memoria cultural). Todos los pueblos tienen una Tord
(tradición, enseñanza canonizada, necesitada de consenso), en que ciertos
elementos del pasado (histórico o mítico) son resaltados y recordados6.
Aleida Assmann afina estos conceptos como instrumentos heurísti
cos. Ella considera que la memoria colectiva de Halbwachs sería en rea
lidad un nivel intermedio entre la memoria comunicativa y la cultural.
La primera sería aquella que se gesta en el contexto de la vida cotidiana,
de importante carga emocional, y basada en la interacción hablada de los
individuos. La memoria colectiva sería más estable y delimitada, y bus
ca perdurar por espacios temporales más prolongados, y «convierte los
acontecimientos en arquetipos y las narraciones en mitos»7. La memoria
cultural es de todavía más larga duración y su característica definitoria es
3. Lugares de memoria
4, Monumentos
24, J. Young, «Horst Hoheisel’s Counter-memory of the Holocaust: The End of che
Mqnument», en H. Hoheisel y A. Knitz (eds.), Z erm ahlen e G eschichte: Kunst als Umweg,
Schriften des Thüringischen Hauptstaatsarchivs, Weimar, 1999.
; ¡25. Cf, P. Sztulwark, «Ciudad memoria, Monumento, lugar y situación urbana»: Otra
M irada 4 (2005), y también H. Loewy, «Zermahlene Geschichte»: N ew sletter des Fritz
Bauer Instituts 18 (2000).
IA MEMORIA SOCIAL
5. Aniversarios y conmemoraciones
«Si existe tal cosa como la memoria colectiva la encontramos en las ce
remonias conmemorativas» escribió Paul Connerton en H ow Societies
Remember11. Si un colectivo o sociedad constituye por encima de todo la
idea que ésta se hace de sí misma (Durkheim), las conmemoraciones son
aquellas prácticas de escenificación social en que esta idea se expresa.
Las conmemoraciones permiten declarar determinados acontecimientos
como dignos de ser recordados y también reevaluarlos, asignándoles un
significado nuevo desde el presente. Mientras que los lugares de la me
moria representan la espacialización del recuerdo y su proyección en
términos físicos, los aniversarios expresan la dimensión temporal de la
cultura del recuerdo. Lo hacen a través del anclaje en el calendario de los
6. Testigos y testimonios
6, Testigos y testimonios
36. La frase de Friedrich Nietzsche que muy frecuentemente se cita en relación al deber
de memoria tiene, sin embargo, un claro sentido crítico para el autor. El individuo que
recuerda es el lugar en el que la sociedad se inscribe con sus exigencias y obligaciones.
Nietzsche considera que nunca fue sin sangre, mártires y víctimas cuando el hombre creyó
necesario hacerse con una memoria.
37. Cf. A. Margalit, E tica del recuerdo, Herdet, Barcelona, 2002.
38. U. Baer, N'temand zeugt fiir den Zetigen. Erinnenm gskultur uach der S h oab , Suhr-
kanip, Frankfurt a, M ., 2000.
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tean van más allá de la sospecha razonable del historiador ante el siem
pre problemático vínculo referencial entre narración y experiencia (los
errores, vacíos, solapamientos o superposición de conocimientos que no
necesariamente brotan de la experiencia) y apuntan a la necesidad de pen
sar críticamente sobre las mediaciones, elaboraciones colectivas y condi
ciones de posibilidad de estas historias que emanan desde los afectos, la
moral y lo identitario. Tener una identidad implica tener memorias signi
ficativas, que son principalmente dolorosas, sostiene Geoffrey Hartman.
En una cultura en que la recuperación de la memoria es determinante
para la formación de identidad emerge un nuevo cogito-, sangro luego
existo39. En un plano individual, el síndrome de la falsa víctima (los casos
de Benjamín Wilkomirski, el falso superviviente del campo de Maidanek,
o de Enric M arco, falso superviviente republicano de Mauthausen, son
paradigmáticos) o, en el plano social, la envidia de memoria entre gru
pos que compiten en una supuesta jerarquía del sufrimiento colectivo
en el espacio público, serían los efectos perversos de una cultura de la
memoria centrada en exceso en el testigo y su testimonio. Frente a la
hemorragia testimonial y esta verdadera inflación de relatos del horror
sufrido en carne propia, la argentina Beatriz Sarlo reivindica el valor de
la teoría y la reflexión40. Igualmente, Yosef Yerushalmi reclama la digni
dad esencial de la vocación histórica, cuyo «imperativo moral tiene en la
actualidad más urgencia que nunca»41. En definitiva, se trata de no sola
mente atender al deber de memoria sino, como sostiene Rioux, al «deber
de historia, de inteligibilidad y de conocimiento»42.
39. Cf. G. Hartman, The Lougest S hadow , Indiana University Press, Indiana, 2002,
40. Cf. B. Sarlo, T iem po pasado. Cultura d e la m em oria y giro su bjetivo, Siglo X X I,
Buenos Aires, 2 005.
41. Y. Yerushalmi, Reflexiones sobre el olvido, Nueva Visión, Buenos Aires, 1998, p. 25.
4 2 . J.-P. Rioux, «Devoir de mémoire, devoir d’intelligence», citado en J. Cuesta Bus-
tillo, L a odisea de la m em oria, Alianza, Madrid, 2008, p. 44.
LA MEMORIA SOCIAL I 4 7
43. Y. Yerushalmi, Reflexiones sobre el olvido, cit., p. 24. Este historiador parte del
ejemplo de la historiografía judía moderna, que nace de la ruptura con la memoria judía
tradicional (ritualizada, canonizada y cerrada, y que daba a la comunidad su sentido de
identidad y destino), pero reconoce este problema como universal.
44. T. Todorov, L os abusos d e la m em oria, Paidós, Barcelona, 1995, p. 30.
45. Cf. ibid., p. 31.
46. Cf. http-.//www.gfh.org.il/Eng/lndex.asp?CategoryID=86.
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