1472-Texto Del Artículo-2453-2-10-20190617
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queer
Brad Epps 217
Brad Epps
1
Todas las traducciones de obras no traducidas previamente al español son mías.
220 desde lo queer
2
Quisiera dar las gracias a Nelly Richard por haberme presentado la obra de Perlongher
y a Raquel Olea, Carmen Berenguer, Pancho Casas, Pedro Lemebel, Jaime Lepe, María
Moreno, Luis Cárcamo-Huechante y, sobre todo, Adrián Cangi y Roberto Echavarren
por haberme proporcionado más información, tanto personal como crítica, sobre el poe-
ta, pensador y activista.
3
En este y otros respectos, mi análisis se distingue del análisis del crítico literario
Christian Gundermann, quien sí enfrenta la teoría queer y la obra (poética) de Néstor
Perlongher de una manera tajante. Pese a la crudeza del enfrentamiento, el análisis de
Gundermann tiene momentos prometedores: defiende una “melancolía de la resisten-
cia” que se niega a aceptar el fin de todo proyecto revolucionario; se detiene en la
materialidad discursiva de la poesía y en la corporalidad del sujeto sexuado; insiste en
hablar de “necesidad” antes que de “deseo;” y aboga por la incorporación de las
“extáticas” reivindicaciones homosexuales de Perlongher en “un proyecto izquierdista
anti-neoliberal y materialista, aunque [las reivindicaciones de Perlongher] desafíen la
racionalidad reclamada por la ortodoxia marxista” (135-136). Sin embargo, la ortodo-
xia marxista, tal y como la presenta Gundermann, pareciera acaparar todo proyecto
izquierdista y, tal vez por esto mismo, se muestra totalmente cerrada a otras líneas
críticas, sobre todo cuando estas se formulan, siquiera en parte, en la academia norte-
americana y llevan el nombre de “queer”. Haciendo alarde de una voluntad totalizante
que presenta, contra toda evidencia, como contraria al pensamiento único, y escamo-
teando las contradicciones de su propio lugar de enunciación (como académico afinca-
do en un college de élite de los Estados Unidos, al igual que yo), Gundermann encadena
“neoliberalismo”, “academia norteamericana” y “teoría queer” con una contundencia
que no le permite ver que Perlongher, muerto en 1992, no llegó a vivir el advenimiento ni
mucho menos la institucionalización y globalización parciales de lo queer. Este hecho
histórico-materialista poco parece importarle a Gundermann a la hora de enfrentar la
teoría queer y la poesía de Perlongher, quien no habló de lo queer, sino de lo homosexual,
lo gay y, por supuesto, mucho más. Semejantes diferencias semánticas, así como los
condicionamientos ideológicos que les subyacen, parecen ser meros “detalles” que a este
crítico de la poesía no le interesa reconocer, ni mucho menos elucidar, tal vez porque si lo
hiciera tendría que poner en perspectiva lo que realmente parece molestarle acerca de la
teoría queer: el que haya producido “estrellas” y que estas supuestamente “dominen”
la producción académica norteamericana. Huelga decir que el “dominio” que Gundermann
da por sentado está reñido con la práctica político-institucional de muchísimas univer-
sidades norteamericanas, tanto públicas (a la merced de todo tipo de presión cristiano-
integrista) como privadas (a la merced de un concepto enaltecido de la cultura). En todo
caso, algunas de estas mismas “estrellas” distan mucho de ser tan complacientes como
las pinta Gundermann y se han mostrado críticas hasta de Queer Nation, una de las
Brad Epps 221
agrupaciones más radicales del activismo queer —de la que tampoco habla Gundermann.
Lauren Berlant y Elizabeth Freeman, por ejemplo, aseveran que las operaciones de Queer
Nation no lograban superar “las fantasías de glamour y de homogeneidad que caracte-
rizan el nacionalismo [norte]americano” (215). En términos que recuerdan algunos de
los de Gundermann (pero con la diferencia crucial de que no se sitúan como “exteriores”
a la problemática que examinan), Berlant y Freeman critican “la lógica generalizante de
la ciudadanía [norte]americana y el horizonte de un formalismo oficial que iguala la
elección de un objeto sexual con la identidad individual” (215). Gundermann o descono-
ce o no quiere reconocer estas y otras coincidencias y posibles alianzas, estas y otras
fisuras y críticas internas, y se aferra a la singularidad de su acto en contra de todo lo queer
—algo por otra parte muy común en un sistema de competitividad académica que, mal
que nos pese, no se limita a los Estados Unidos de América.
4
Si “dildo” es una palabra celebrada por Beatriz Preciado, y “cockring” el pan de cada
día de algunos bares de ambiente, “bullying,” una especie de intimidación especialmen-
222 desde lo queer
integral contra la violencia de género, es altamente ideológica y se puede leer como el rechazo
no sólo de una traducción del inglés “gender” (el argumento más estrictamente “académi-
co”), sino también de un uso cada vez más asentado entre los medios de comunicación,
las organizaciones políticas y los usuarios de la lengua española. Para más sobre el debate
acerca de “género”, véanse los artículos de Soledad de Andrés Castellanos y Pilar García
Mouton.
6
Según Carlos Monsiváis, “[l]o más semejante al uso de la expresión inglesa queer, a la
vez ‘extraño’ y gay, es el vocablo rarito, hoy ya jubilado” (12). Es interesante notar que
“lo más semejante” a “queer”, resemantizado y puesto de moda entre ciertos círculos,
sea un vocablo “ya jubilado”, caído en desuso y rescatado, por así decirlo, a través de
una intervención foránea.
7
Bolívar Echeverría ofrece una interpretación brillante de lo queer en relación con el
barroco y, más específicamente, el manierismo en la que destaca la fuerza de la
artificialidad como otra naturalidad o como una “naturalidad ‘trans-natural” (6).
8
El proceso de inversión semántica no deja de ser irónica, ya que una de las acepciones
más establecidas de la palabra “inversión” es “homosexualidad”. De ahí que se haya
hablado de la teoría queer como una inversión de la inversión.
9
Aunque es cierto que, como dice Hortensia Moreno, “existe un permanente contacto y
retroalimentación entre los discursos feministas y los estudios sobre homosexualida-
des” (x), el contacto no ha sido siempre fácil o carente de controversia. Véase, por
ejemplo, la colección de ensayos publicada por Naomi Schor y Elizabeth Weed, Feminism
Meets Queer Theory.
224 desde lo queer
10
Entre las exclusiones y restricciones hay que contar las automarginatorias. En pala-
bras de Hortensia Moreno: “Las prácticas sociales derivadas de una conciencia queer se
plantean de inicio como una respuesta a la segregación y, sin embargo, no hay que
perder de vista el peligro de que se conviertan en prácticas segregativas. La autoidenti-
ficación de un discurso académico como el producto de un pensamiento alternativo
corre el riesgo, sin embargo, de convertirse en un discurso automarginatorio” (xii).
11
Altamente influida por la teoría queer y por la obra de Michel Foucault, la propuesta
de Beatriz Preciado para un “contrato contra-sexual” ejemplifica ese utopismo de la
resignificación radical. “En el marco del contrato contra-sexual”, asevera Preciado, “los
cuerpos se reconocen a sí mismos no como hombres y mujeres, sino como cuerpos
parlantes, y reconocen a los otros como cuerpos parlantes. Se reconocen a sí mismos la
posibilidad de acceder a todas las prácticas significantes, así como a todas las posiciones
de enunciación, en tanto sujetos, que la historia ha determinado como masculinas,
femeninas o perversas” (18, cursivas mías).
12
Con frecuencia la crítica de la identidad se manifiesta como repudio de la identidad.
Esto ha provocado relaciones tensas cuando no beligerantes entre, por un lado, algunos
teóricos queer y, por otro lado, algunas feministas y estudiosos y activistas gays, lesbianas,
bisexuales y transexuales.
226 desde lo queer
13
No todos los teóricos queer arremeten contra la identidad. Alexander Doty, por
ejemplo, se refiere explícitamente a una identidad queer: “esta ‘barahúnda crítico-teóri-
co-política respecto a cómo [sic] llegar al fondo del queerness ... constituye en realidad una
de sus principales armas durante este primer periodo de formación de la identidad,
cultura y teoría queer” (103).
14
Junto al “cuando”, cabe señalar el “siempre” con el que Butler modifica una supuesta
necesidad heterosexual: “Gran parte del mundo heterosexual tuvo siempre necesidad de
estos seres ‘queer’ que procuraba repudiar mediante la fuerza performativa del térmi-
no” (cursivas mías). Incluso si admitiéramos que “siempre” podría funcionar a la
manera del “toujours déjà” tan caro a la desconstrucción, aquí sus efectos son curiosa-
mente ahistóricos —o si se quiere, atemporales— y requieren un suplemento histórico:
desde que “gran parte del mundo” empezara a definirse como heterosexual —es decir,
desde finales del siglo XIX cuando se acuñaron los términos “homosexual” y “hetero-
Brad Epps 227
sexual”— siempre tuvo necesidad de estos seres “queer”. Ya que Butler no presenta ni
la homosexualidad ni la heterosexualidad como formaciones eternas, hay que leer este
“siempre”, al igual que el “nunca” que también emplea, de una manera más histórica-
mente —más temporalmente— delimitada.
15
No es que “gay” y “lesbiana” no puedan utilizarse también como armas arrojadizas
(“gay” en el argot inglés ha llegado a convertirse, sobre todo entre los jóvenes, en una
palabra casi tan despectiva como “queer”), sino que “gay” y “lesbiana” son, en sus
primeras acepciones, o bien “descriptivas” (en la medida en que esto sea posible) o bien
medallas de orgullo de manera más directa que en el caso de “queer”.
228 desde lo queer
16
“Queer”, dice Echeverría, “tiene en inglés un sentido que no puede entenderse directa-
mente en español mediante el uso de un equivalente —‘atravesado’ o ‘invertido’, ‘chueco’
o ‘raro’— que fuera capaz de traducirlo en el nivel ‘decente’ del uso lingüístico, que es el
nivel al que pertenece. Para que suceda tal cosa, el español debe recurrir a alguna
paráfrasis” (7). Es interesante notar que Echeverrría se refiere a un “nivel ‘decente’ del
uso lingüístico” que parece aludir menos a la historia “indecente” de “aquello” que el
230 desde lo queer
término designaba que al hecho de que el término, al convertirse en una marca académi-
ca y activista, teórica y práctica, inevitablemete se ha “adecentado”. También es intere-
sante notar que Greg Hutcheson, en unas reflexiones publicadas en forma electrónica
acerca de un libro titulado Queer Iberia que editó con Josiah Blackmore, lleva a cabo
una auto-crítica en la que aduce unos argumentos parecidos a los de Echeverría: “En
última instancia ‘queer’ es un término tan arraigado en su etimología y en su historia de
apropiación deliberada por parte de la comunidad gay angloamericana que no puede ser
expresado por un solo término en español. Al usar ‘queer’ en nuestro título [Queer Iberia],
creamos sin saberlo una entidad que se resiste a priori a una traducción fácil y rápida y
que parece imponer el inglés como la base no examinada (‘the default’) para hablar de
los sujetos ibéricos que estudiamos y que perpetúa modelos angloamericanos”.
Brad Epps 231
17
Edward Said ha criticado la tendencia por parte de algunos de no aceptar ningún
cuestionamiento del imperialismo desde dentro: “Deberíamos mencionar otra ironía a
este respecto: exactamente igual que algunos sionistas han convertido en obligación
suya defender el orientalismo contra sus críticos, algunos nacionalistas árabes han
realizado un esfuerzo cómico para ver la controversia orientalista como una trama
imperialista para fortalecer el control estadounidense sobre el mundo árabe. Según este
poco plausible escenario, los críticos del orientalismo no son antiimperialistas en abso-
luto, sino agentes encubiertos del imperialismo. La conclusion lógica de ello es que el
mejor modo de atacar el imperialismo es no decir nada sobre él. En este aspecto admito
que hemos abandonado la realidad por el reino de lo ilógico y de la perturbación men-
tal” (209).
18
Aunque el término “gay” también se ha entendido y criticado como un anglicismo,
proviene del latín gaudium (“alegría”, “gozo”) y más específicamente del occitano,
donde designaba el arte poético (la gaya ciencia, la gaya doctrina, el gay saber), la
alegría de la lengua.
232 desde lo queer
19
Después del fracaso del volapük y del esperanto, lenguas artificiales y pretendidamente
universales lanzadas a finales del siglo XIX a fin de superar las diferencias nacionales,
parece que tenemos que resignarnos a usar lenguas llamadas “naturales” con todas sus
inevitables limitaciones.
Brad Epps 233
20
El propio Perlongher recurre a “un ejemplo familiar” en el que su padre —“las locas
también tienen papá”— y su madre —“qué sería una loca sin madre, ‘deseoso es aquél
que huye de su madre’, dice Lezama Lima”— refuerzan de una manera íntima la idea,
que Perlongher resiste por supuesto, de que “[s]e puede hablar del dolor, mas no del
goce” (1997j: 31).
21
Como observa María Ángeles Calero Fernández en un artículo sobre la presencia y
ausencia de vocablos con los que se designan la homosexualidad y la heterosexualidad
en varios diccionarios de la lengua española, “los diccionarios son textos en los que
pueden percibirse rasgos de subjetividad tanto en la macroestructura como en la mi-
croestructura” (47). Dichos rasgos de subjetividad son particularlmente imponentes
cuando se trata de vocablos que son “susceptibles de ser objeto de censura dada su
estrecha relación con el tabú lingüístico” (47).
22
La fuerza de “la palabra en la boca” es notada por Perlongher: “la grosería chongueril
—andando siempre ‘con el culo en la boca’: si cuando digo la palabra carro, un carro
pasa por mi boca, al decir culo…” (1997g: 37).
234 desde lo queer
23
Queer as Folk es una serie lo suficientemente compleja y contradictoria como para
constituir una crítica de determinadas prácticas consumistas e insolidarias dentro de
la comunidad gay. Queer Eye, en cambio, es un gran anuncio publicitario en el que el
consumo capitalista se entroniza como el significado último de lo “queer”; en España,
interesantemente, la serie duró poco. Respecto a Queer Eye también es interesante notar
que se borra la “q” de “queer” y se vuelve a la “g” de “gay”, otra palabra de proceden-
cia “foránea” cuya historia, sin embargo, no pasa por la refundición de una acepción
injuriosa. Evidentemente, por mucho que algunos intenten distinguir “queer” de “gay”
u “homosexual”, muchos otros los ven como meros sinónimos.
236 desde lo queer
interpersonales, sin el tufo todavía persistente —aunque cada vez más per-
fumado por el éxito, eso sí— de la mierda que rezumara, la violencia que
augurara y la inquietud que generara la palabra “queer”.
No cabe duda, pues, de que “queer” tiene más resonancia, más peso,
más fuerza, en un contexto mayoritariamente anglófono que en cualquier
otro, donde su uso poco común, poco “mundano”, se limita a los sectores
académicos y activistas ya indicados. Este hecho aparentemente obvio y
sencillo suele pasar inadvertido en gran parte de la producción queer en
lengua inglesa y suele diluirse ante las pretensiones generalizantes propias
de toda teoría (he aquí una generalización metateórica), incluso cuando
esta quiere mostrarse atenta, como en el artículo presente, a localizaciones,
particularidades y personalizaciones. Por si esto fuera poco, una localiza-
ción más lingüísticamente atenta —implícita en la tendencia de incluir en
casi todo examen de la teoría queer en lengua española una definición de la
palabra “queer”— tampoco carece de problemas. Como señala Martínez
Expósito respecto al intento de Ricardo Llamas de promover una teoría torci-
da como réplica española a la teoría queer: “esa misma especificidad cultu-
ral es la que impide que esa teoría torcida pueda generalizarse con comodidad
a todo el espectro de la homosexualidad, a pesar incluso de la propia capa-
cidad de autocrítica que la teoría manifiesta” (2004: 21, cursivas en el origi-
nal).24 Dejando de lado la cuestión de si la comodidad es un valor crítico
(sostendría más bien lo contrario), y recordando que en todo caso no se
trataría sólo de “todo el espectro de la homosexualidad”, sino de “todo
aquello que se aparta de la norma sexual”, es importante preguntarse si la
generalización de la teoría queer, por lo visto más cómodamente aceptada
entre muchos críticos hispanohablantes (David Córdoba, Javier Sáez, Pedro
Vidarte, Juan A. Herrero, Carmen Romero Bachiller, el ya citado Martínez
Expósito, entre otros) que la propuesta torcida, no se nutre de especificida-
des culturales que habrían de hacer incómoda su generalización.25
24
La tendencia de incluir una definición de la palabra “queer” en el examen de la teoría
queer se halla en Monsiváis y Echeverría, en Córdoba, quien empieza su estudio con
“una aclaración previa de tipo terminológico” (21), y en Ernest Alcoba, autor del prólo-
go a la edición española de una colección de ensayos sobre teoría queer y pedagogía por
Susan Talburt y Shirley R. Steinberg, quien desmenuza el “cuño teoría queer” al señalar
como el “término queer (‘marica’, ‘rarito’, ‘extraño’, etc.)” pretende invertir y así “minar,
desde dentro, un pensamiento que encierra al otro en una etiqueta” (9). Es precisamente
este “desde dentro” lo que merece considerarse con más detenimiento.
25
Otro de los impedimentos para la generalización de la teoría torcida tiene que ver con
el propio término “torcido,” el cual capta parte de la etimología de “queer”, pero que no
Brad Epps 237
se emplea de manera coloquial como lema despectivo (nadie interpela o increpa a nadie
con el término “torcido”). Si la generalización es problemática, también lo es la especifi-
cación, porque toda cultura es, en cierta medida, heterogénea —algunas supuestamente
más que otras. Tal es el caso de los Estados Unidos de América, país en el cual la
diversidad y la heterogeneidad funcionarían como un rasgo específicamente norteamerica-
no. Entre los críticos que han estudiado esta aparente paradoja y sus usos nacionalistas
se encuentran, por ejemplo, Carrie Tirado Bramen y Frederick Buell.
238 desde lo queer
26
El término “homosexual” y su hermano menor “heterosexual” (menor porque es
posterior a “homosexual”), ambos acuñados a finales del siglo XIX, fueron calificados
por Havelock Ellis de “híbridos bastardos” por el hecho de estar compuestos de elemen-
tos griegos y latinos; citado en Halperin 1989: 485, n. 11.
Brad Epps 239
27
“En el mercado de imágenes norteamericano, tan dado a lo desechable, tal vez el
momento queer, si hoy aparece, por esta misma razón desaparcerá mañana. A pesar de
esto, quisiera que los ensayos recopilados en este libro [Tendencies] hicieran, de manera
acumulativa, testaruda, un argumento en contra de la obsolescencia: un argumento que
mantiene que algo acerca de lo queer es inextinguible”. La explícita “testarudez”
240 desde lo queer
voluntarista de esta declaración de principios ha sido objeto de críticas mías en “El peso
de la lengua y el fetiche de la fluidez” y “The Fetish of Fluidity”.
28
Dice Llamas: “estamos, entonces, ante una estrategia que no puede culminar su
recorrido en vía muerta; que no acabará entrando en un cauce que la contenga. Ni podrá
fabricársele un remanso que calme sus turbulencias y fuerce su sedimentación. Ni
allanarse tampoco un arcén el que que pueda detenerse, reposar y ser reparada. Parece-
rá haberse salido incluso de cualquiera de los márgenes que puedan imaginarse; tam-
bién del de la marginalidad. Dicho de otro modo, esta es una teoría que ha abandonado
el recto camino sin hacerse otro. O, si se prefiere, que no reconoce autoridad o legitimi-
dad alguna que la haga entrar en vereda. [...]. Teoría queer, en definitiva, es decir, rarita.
O, si apelamos a la etimología latina del término (torquere), sencillamente, teoría torci-
da” (xi). Por cierto, Tendencies es de 1993; Teoría torcida de 1998.
Brad Epps 241
29
La excepcionalidad del lo “queer” guarda una curiosa relación con la retórica de la
excepcionalidad que marca el nacionalismo estadounidense.
30
En cuanto norma de conducta y principio de organización social, el deber es problemá-
tico en la teoría queer, pero la sigue marcando profundamente. La propuesta vagamente
programática de Butler en contra de los “objetos propios/apropiados” (“Against Proper
Objects”) así como la demanda más abiertamente programática de Preciado de borrar
“las denominaciones ‘masculino’ y ‘femenino’ correspondientes a las categorías biológi-
cas (varón/mujer, macho/hembra) del carné de identidad así como de todos los formu-
larios administrativos y legales de carácter estatal” (29) comprueban la persistencia de
un concepto y práctica del deber.
242 desde lo queer
Aunque es evidente que Córdoba sabe que lo del “uso común” es muy
relativo (de ahí que hable de “un cierto activismo” y de “una parte de la muy
poca” teoría), su postura suplementa y corrige la que he venido exponiendo
Brad Epps 243
hasta aquí. Entre otras cosas, Córdoba reconoce que el uso del vocablo in-
glés no sólo corresponde a la existencia de “una comunidad que, pese a
carecer de un suelo o un lugar dentro de las fronteras geopolíticas actuales,
ha tenido y tiene una fuerza específica en el ámbito anglosajón,” sino que
también “nos sitúa en una posición de extrañamiento, de una cierta exterio-
ridad respecto de nuestra cultura nacional [aquí, la española], en la cual
somos/estamos exiliados” (Idem).
La presentación de Córdoba frena, desde dentro de un contexto hispa-
nohablante, la tendencia de otros, “nativos” o “conversos”, a querer supe-
rar toda muestra del inglés como si fuera siempre y en todos los casos un
elemento intolerablemente foráneo e imperialista. En su ambivalencia, el
gesto de Córdoba guarda una relación interesante con el de Óscar Montero,
quien en su “Critical notes from a Latino Queer”, nota que si la palabra
“’gay’ circula en el mundo hispanohablante” de manera que “las compleji-
dades de su estatus importado son imposibles de editar, y algo de su carga
originariamente celebratoria se pierde en la traducción”, los “usos de ‘queer’
están aún más circunscritos a la metrópoli imperial” (1998: 162). Montero,
quien se autodesigna como un “latino queer”, señala los límites de todas
estas designaciones (“homosexual”, “gay”, “queer”); subraya la circuns-
cripción en lugar del “movimiento libre” (pocos practicantes de la teoría
queer en Estados Unidos se paran a preguntarse hasta qué punto el valor del
“movimiento libre” podría ser cómplice del mal llamado “mercado libre”); y
recuerda a quienes se les pudiera olvidar que “queer” no sólo puede califi-
carse de muchas maneras (en este caso, de “latino”) sino que también es
capaz de producir sus propias normas.31 Al llamarse “queer” y al señalar
los límites de esta misma designación, Montero aúna crítica y autocrítica; lo
31
Conviene recordar, con Ricardo Llamas, que la palabra “gay”, de origen “francés”,
también causó problemas y provocó debates —incluso en Francia—: “Fuera del mundo
anglosajón, como sucede en Francia, el término no tiene, en un principio, demasiada
aceptación. No obstante, a partir de los años setenta se utiliza para darle nombre a
revistas como Gai Pied, a emisoras de radio (Fréquence Gaie), y a grupos profesionales
como la Association des Médecins Gais, entre otras muchas. Sin embargo, al haber nacido el
movimiento gay y lésbico francés bajo la dicotomía de la influencia del término ‘homo-
sexual’, por un lado, y la opción de muchos y muchas militantes favorable a la subver-
sión de los términos ofensivos por excelencia (pédé, gouine) por otro, y al ser adoptado el
término ‘gai’ posteriormente, este adquiere unas connotaciones un tanto acomodaticias
o integracionistas” (370).
244 desde lo queer
32
Ian Halley guarda una rara relación con Janet Halley, profesora de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Harvard. Según Halley, “[l]a divergencia en el pensamien-
to izquierdista sobre la sexualidad y el poder nos puede proporcionar unos beneficios
que no parece proporcionarnos la convergencia”.
Brad Epps 245
A juzgar por las traducciones, así como por los desplazamientos, desli-
ces y “traiciones” que implican, las obras de Butler, Sedgwick, Gayle Rubin,
Michael Warner, Lauren Berlant, Diana Fuss y otros pesos pesados de la
teoría queer (algunos más abiertamente autoidentificados con ella que otros)
tienen una importancia que sobrepasa con creces la de las obras de Per-
longher, relativamente poco traducidas. Y, sin embargo, como reconocen
Daniel Balderston y José Quiroga en Sexualidades en disputa (cuyo título alu-
de a El género en disputa de Butler), dos latinoamericanistas afincados en los
Estados Unidos, la existencia de textos, discursos y planteamientos teóricos
sobre la (homo)sexualidad elaborados en América Latina desmiente la idea,
bastante común en Estados Unidos, Gran Bretaña y por lo visto España, de
que son los primeros dos los países donde primero y con más perspicacia y
fervor se elaboró una crítica de la normatividad génerico-sexual.33 Según
Balderston y Quiroga:
Si [las] posiciones de Puig y Perlongher al final de sus vidas expresan un cuestio-
namiento radical de la “homosexualidad” y de la “identidad homosexual”, no
deja de ser interesante que haya sido justamente en los años posteriores a la
desaparición de ambos que la temática queer haya comenzado a establecerse de
modo serio, no sólo en la prensa, la televisión y el cine, sino también en la acade-
mia, donde los aportes de la teoría queer han alterado de modo significativo las
maneras de analizar la producción cultural (2005: 78).
33
Esto no quiere decir que fueran los países latinoamericanos donde primero y con más
perspicacia y fervor se elaborara esa “misma” crítica, sino simplemente que en diversos
países, en diversas lenguas y de acuerdo con diversas situaciones materiales se elabora-
ron diversas líneas críticas que cualquier persona medianamente interesada en la teoría
queer, o la teoría torcida, o la maricoteoría, o como quiera llamarse, haría bien en atender.
No se trata, pues, de efectuar una inversión facilona que mantendría intacta una divi-
sión pan-nacional y/o económica (como si la producción intelectual estuviera determi-
nada de modo total y absoluto por la producción mercantilista) ni tampoco de efectuar
una relativización de la producción intelectual en la que cuestiones de nacionalidad y
economía dejarían de significar: ambos extremos acarrearían la disolución de toda posi-
bilidad de crítica y de resistencia a escala internacional.
Brad Epps 247
34
Nadie menos que Michael Warner, editor de Fear of a queer planet, reconoce que la
homosexualidad masculina y femenina sigue estando en el centro de lo queer: “el efecto
de esa nueva ola de ‘teoría queer’ ha sido mostrar cada vez más lo dominante [‘pervasive’]
que ha sido la cuestión de la lucha gay y lésbica en la cultura moderna” (x).
248 desde lo queer
35
Echavarren aclara el significado de michê: “el michê (chongo, taxi boy) se vende, él, en
un conjunto de variantes: el michê loca es pasivo, el michê gay vuelta y vuelta, el michê
propiamente dicho se desempeñaría como macho, aunque no siempre. Perlongher se
concentra en el último por tres razones: a) le parece que este es el protomichê, o el michê
por excelencia, que vende la mercancía fetichista opuesta a la del travesti; b) es la
variante mayoritaria en los locales y en la época en que el autor realiza su tarea (1982-
1985); c) probablemente resulta el más enigmático, dado que cuanto más afirmada
(bajo este aspecto comercial) la virilidad, que responde a una demanda (la del cliente),
mejor puede ser desconstruida como mera pose teatral y mercantil” (II-III).
36
Perlongher dialoga en su obra con pensadores tan destacados y diversos como Philippe
Ariès, Peter Fry, John Rechy, Gilles Deleuze, Félix Guattari, Roland Barthes, Georges
Bataille, Jean Baudrillard, Pierre Bourdieu, Alberto Cardín, Manuel Castells, Roberto
Echavarren, Michel Foucault, Henri Lefebvre, Jean Lyotard, Marcel Mauss, Paul Veyne,
Brad Epps 249
Jeffrey Weeks, Guy Hocquenghem, Jean Genet, José Lezama Lima, Pierre Klossowski,
Osvaldo Lamborghini, Pier Paolo Pasolini, Severo Sarduy, Octavio Paz y Manuel Puig.
La obra de las “estrellas” de la teoría queer, como diría Gundermann, está ausente por
una razón inapelable ya aducida: su muerte en 1992, antes de que la teoría queer se
consolidara como tal.
37
Perlongher abre su estudio sobre la prostitución masculina en São Paulo con una
definición etimológica de “michê” que lo lleva a barajar varias acepciones francesas,
entre las cuales están “senos”, “nalgas”, “enfermedad venérea”, y “el que paga el amor”
(1999: 17).
250 desde lo queer
real.38 En las palabras de Fry: “mantengo mi posición con una gran dificul-
tad frente a mis opositores, quienes prefieren creer que gay es ‘guei’ en todo
lugar y en toda época” (1999: 14). Algo parecido, mutatis mutandis, se podría
decir de “queer”—a pesar de las diferencias significativas que hay entre
ambos términos y conceptos.
Mi interés en la nomenclatura y mi inquietud respecto a la disemina-
ción de un queer sin calle e historia no se limitan, como espero que haya
quedado claro, a cuestiones meramente filológicas o formales, sino que vie-
ne motivado por la complejidad del mundo y, más específicamente, por la
obra de Perlongher, para quien “[l]os nombres ... en uso” son señas de pasa-
je, antes que bautismos ontológicos” (1997a: 47). Estos nombres, casi del
todo inoperantes en contextos anglófonos (y muchos de ellos inoperantes
en contextos hispanos), “cargan un dejo de carnalidad insultante: bicha bofe,
michê, travesti, gay, boy, tía, garoto, maricona, mona, oko, eré, monoko, oko mati, oko
odara y sus sucesivas combinaciones y reformulaciones (¡un total de 56 no-
menclaturas en sólo algunas manzanas!)” (Idem). Para Perlongher, “[e]stos
nombres barroquizan hasta tal punto el sistema clasificatorio que resulta
válido asociar esta inflación de significantes a la proliferación de divinidades
que Lyotard, en su Economía libidinal, percibe en el paganismo del Bajo Im-
perio Romano” (Idem). Divinidades aparte, lo que más cautiva a Perlongher
son las materialidades socioeconómicas y corporales de los “muchachos de
la noche” que negocian, junto con sus clientes, con el deseo. Lejos de ser una
abstracción o entelequia, el deseo, para Perlongher, es el efecto de lugares,
momentos, prácticas y personas específicas.39 De ahí que Perlongher centre
su atención en la prostitución masculina y en las “[p]utas, michês, travestis,
malandros, malucos, y todas las variantes del lumpesinado [sic]” que
“disputa[n] áreas de influencia o de alianza, con una presencia constante:
la policía —cuya relación de exterioridad juridical respecto de ese mundo
38
La utopía ha informado la producción literaria gay o queer de una manera explícita; un
ejemplo interesante es la novela Utopía gay (1983) del mexicano José Rafael Calva, en la
que una pareja masculina da a luz, sin la intervención de una mujer biológica, un hijo.
Huelga decir que semejante “utopía”, en la que las mujeres no serían “necesarias” para
la reproducción, puede ser sumamente “distópica” también. Algo parecido, salvando
las distancias, podría decirse de la utopía separatista de Monique Wittig en Les guérillères
(1969).
39
Según Christian Ferrer y Osvaldo Baigorria, en su prólogo a Prosas plebeyas, “el deseo
era para Perlongher un cruzado que vulnera las fronteras de la forma, la conyugalidad,
el sedentarismo, la consanguineidad” (9).
Brad Epps 251
40
En su ensayo de 1985 sobre la historia del Frente de Liberación Homosexual, Perlongher
declara que “[e]n cuanto a sus resultados concretos, la experiencia del FLH argentino
constituye, a todas luces, un fracaso. No consiguió imponer una sola de sus consignas,
ni interpretar a ningún sector trascendente en la problemática de la represión sexual, ni
—tampoco— concientizar a la comunidad gay argentina” (1997f: 83).
252 desde lo queer
41
Aunque la Real Academia Española sólo reconoce la forma “lumpemproletariado”,
con una “m”, sigo a Perlongher y sus críticos al emplear la “n”, más fiel, dicho sea de
paso, al original alemán (Lumpen, “estropajo”, “trapo”, “harapo”).
42
En una entrevista con Carlos Ulanovsky titulada “El sida puso en crisis la identidad
homosexual” y publicada originalmente en Página/12 el 19 de septiembre de 1990 Per-
longher critica la asunción de la identidad: “La palabra ‘asumir’ me parece muy fea.
Hay otras asunciones divinas, pero tomar esa identidad es contradictorio con aquella
idea de hacer correr flujos. Yo me asumo como alguien que siguió y sigue el ritmo de sus
pasiones y sus deseos” (2004: 333-334). La postura de Perlongher en cuanto a la asun-
ción de la identidad, aunque crítica, no deja de ser ambivalente. Si por un lado afirma
que asumir una identidad está reñido con “la idea de hacer correr flujos”, por otro
afirma haberse asumido “como alguien que siguió y sigue el ritmo de sus pasiones y sus
deseos”; es decir, afirma haber asumido una identidad cuya seña más importante es la
negación de la identidad o, al menos, de una identidad estable. El lenguaje de Perlongher
aquí se aproxima al de los partidarios de la fluidez queer y evidencia un voluntarismo
idealista cuya medida sería “el ritmo de las pasiones y los deseos”. Ahora bien, el ritmo
de las pasiones y los desesos de Perlongher estaba, como demasiado bien sabía él,
intensamente modulado por todo tipo de obstáculos, desde la dictadura argentina
hasta el sida. Lo que Perlongher parece estar criticando es la complicidad que puede haber
en la asunción aparentemente voluntaria de una identidad para con la imposición de una
identidad.
Brad Epps 253
43
El análisis y la propuesta de Perlongher, aunque centrados en el miché o protomichê,
contrastan con los de Oscar Guasch, para quien la loca, o “marica”, es un sujeto del
todo indeseable, tanto sexual como políticamente. Haciendo del binomio maricón/
marica —que reduce a su vez al binomio “hombre”/”mujer”— la clave explicativa de
su lectura de la sexualidad y de la sociedad, Guasch afirma que: “[a] través de su
deseo, el maricón inyecta desorden en la masculinidad hegemónica y actúa en su núcleo
al vulnerar su pilar más relevante. El potencial crítico del maricón respecto a la mascu-
linidad hegemónica es enorme, pero ya ha sido desactivado por la versión del gay
contemporáneo. Desde la transición [española], el maricón es una especie en extinción.
Ahora sólo quedan maricas y, por supuesto, gays. De estos últimos, hay tantos y son tan
abundantes, que han expoliado los recursos simbólicos hasta el punto de impedir que
los hombres puedan amarse entre sí sin ser gays. La actual identidad-basura gay crea tal
sobresignificado sobre el amor entre hombres que cualquiera que ame a otro, de forma
inmediata es clasificado como gay (aunque no quiera)” (127, énfasis original). En un
libro dedicado “a la testosterona (bendita sea)” —el “bendito sea”, por si no quedara
claro, es de Guasch— no es de sorprender que el autor se mese las barbas (signo de
256 desde lo queer
cambios importantes, sobre todo en São Paulo y Buenos Aires, en los que se
combinaban factores asociados con la ampliación de un modelo de libera-
ción gay y la retórica y práctica de la tolerancia. Se refiere, por ejemplo, a
“una creciente legitimación de la actividad del michê entre sectores más
vastos de la juventud, lo cual tiene que ver con la expansión general de la
tolerancia frente a la homosexualidad” (1999: 96). Es una tolerancia marca-
da, desde luego, por un peligro de implicaciones claramente económicas,
entre las cuales la reconfiguración de la topografía urbana y la construcción
cada vez más pujante de un nicho de mercado son centrales:
[l]a lumpenización de la zona —en el contexto del deterioro general del centro de la
ciudad— parece coincidir con un proceso incierto, una especie de “gayzación” de las
mariquitas y los garotos de la periferia, que pasan rápidamente a imitar los tics, la
ropa y los gestos de los gays de clase media. De este modo, el acceso a la modelización
gay puede dar la ilusión de un ascenso social, expresado en términos de prestigio
aunque generalmente sin réditos financieros reales (1999: 95).45
45
Como aclara Perlongher, el término “garoto” suele designar a un “muchacho de 15 o
16 años que llega al centro con la intención de transar con homosexuales, pero sin tener
experiencia en el negocio. Como son muy jóvenes, no pertenecen a un género muy
definido aunque comúnmente se consideren ‘machos’” (1999: 116).
46
Respecto al creciente número de “practicantes circunstanciales” de la prostitución
masculina, Perlongher —citando un trabajo que había publicado con anterioridad— se
refiere a un “‘síntoma embrionario del estallido del gueto’” que “tiende a tornar más
difuso el comercio e indiscernibles sus fronteras. Dicha expansión no es exclusiva donde
puede estar ocurriendo algo similar a lo detectado por [Hubert] Lafont en Francia”
(1999: 97).
260 desde lo queer
gay es blanco” (2000: 71). Tal vez. O tal vez no. Como ya queda dicho, Lemebel
parece ignorar que gente de color frecuentara el Stonewall Inn; que gente de
color sigue frecuentando algunos de los bares que quedan en Christopher
Street; y que Christopher Street ya no es lo que era porque hace tiempo que
sufre unas reformas impelidas por alcaldes conservadores y especuladores
voraces que han asegurado la subida del precio del solar y el cierre de todo
tipo de antro, reconstruyendo, de paso, un barrio en el que no predominan
sujetos ni demasiado “oscuros” ni demasiado “bigotudos” —aunque que-
dan algunos, por supuesto que quedan—. ¿Cómo no van a quedar en un
lugar tan, cómo decirlo, tan “histórico”? No es sorprendente, pues, que
Lemebel no se quedara mucho rato allí y que no se percatara de nada que no
se conformara con lo que esperaraba ver; no es sorprendente que, ante una
“concurrencia ... mayoritariamente clara, rubia y viril” (2000: 72), recurriera
a la cursilería decimonónica de hablar de un “alma latina” (Idem) y que
pusiera pies en polvorosa al estilo de “las películas de vaqueros” (Idem) que
tanto parecen molestarle para ir en busca de lo que le resultaba menos “ex-
traño” y más “familiar”. Lemebel, brillante cronista y ofuscado historiador,
ignora, o parece ignorar, todo esto, y se aferra, o parece aferrarse, a un esen-
cialismo etno-racial y pan-nacional que sería del todo “intolerable” si vinie-
ra de uno de esos tipos claros, rubios y viriles que despacha de un plumazo.
Pero sabe, o parece saber, que Stonewall no puede seguir presentándose
como la meca (con perdón) de la mariconería o de la cultura gay o mucho
menos de la contra-cultura queer; que la fetichización de la historia del
local, del barrio, de la ciudad y del país en que se encuentra (sin encontrarse
del todo) alimenta su monumentalización; y que una bandera así emplaza-
da, por multicolor que sea, no puede pretender ondear en nombre de todos
sin llegar a ser, para algunos, una soberbia piltrafa.
Lemebel ha podido hacer lo que Perlongher, muerto en 1992, no pudo
hacer: dar testimonio del agotamiento —o tal vez mejor, del hartazgo— de
un modelo norteamericano, gringo o yanqui de la homosexualidad en el que
el sida pasa de ser el final de todos los homosexuales a ser el final de mu-
chos pobres, sea la que sea su identidad sexual, sobre todo en África y Asia.
En “La desaparición de la homosexualidad”, publicada en noviembre de
1991, justo un año antes de la muerte del autor, Perlongher recriminó a “los
gays a la moda norteamericana, de erguidos bigotitos hirsutos, desplomán-
dose en su condición de paradigma individualista en el más abyecto tedio”
(1997k: 88-89). A mis ojos (cansados ya de ser azules), poco importa que el
juicio de Perlongher, como el de Lemebel, sea “justo” o “injusto”, que corres-
Brad Epps 263
47
Perlongher defiende relaciones parciales, de y entre partes: “Fragmentación del cuerpo
total en un goce ‘por partes’, efecto de despersonalización que se detecta en la fuga o el
rechazo de las identidades” (Perlongher 1997: 49). La defensa no deja de ser problemática,
porque los cuerpos sexuados no se han fragmentado todos de la misma manera. Existe,
además, el problema de la literalización: el elogio del cuerpo fragmentado y de la desapa-
rición resuena de una manera inquietante en un país como la Argentina. Perlongher tenía
bien presente el peso simbólico y real de la fragmentación o desaparición del cuerpo; véase,
al respecto, su poema más conocido, “Cadáveres” (1987b: 51-63; 1997: 227-237).
48
Lejos de ser, como pretende Gundermann, consistentemente “vitriólico” en sus decla-
raciones “contra la contradictoria mescolanza de políticas identitarias y teorías descons-
tructivistas del modelo de liberación gay norteamericana” (135), Perlongher dice que
“prefier[e] dejar la cuestión [de la asunción de la identidad] como problema, como
pregunta” (1997c: 188). Lo que es más —y que valga como contradicción de otras
declaraciones en otros ensayos— Perlongher se refiere a “la relación de semejanza gay-
gay” que “es algo que está sucediendo (la pareja gay-gay) y que me parece maravilloso:
pero si se pretende elevar ese accidente amoroso al plano de ideal, de modelo a seguir, de
‘síntesis’, ¿no se estaría configurando una suerte de redención de la teoría del Tercer Sexo
Brad Epps 265
que hizo furor en la Alemania prenazi? Con una diferencia: Hirstchfeld [sic] y sus compin-
ches consideraban que un homosexual era una mujer en cuerpo de hombre, y se
fotografiaban alternativamente vestidos de hombre y de mujer (1997c: 187). La retórica
de Perlongher es tentativa, cuestionante y atenta a las diferencias dentro de las semejan-
zas; es un pensamiento abiertamente “en proceso” —”algo que está sucediendo”— que
si bien tiende a ver la asunción de la identidad en general como un problema o incluso
como algo negativo también es capaz de reconocer algo positivo, incluso admirable.
Ferrer y Baigorria advierten que en los “recodos y curvas” de la trayectoria de Perlong-
her, “rastrearíamos en vano una fisura entre el liberacionismo homosexual de los co-
mienzos y la posterior crítica lapidaria de Perlongher a la ‘identidad gay’. Nos perderíamos
en la búsqueda de grietas” (9).
49
Parciales en lugar de totalizantes, las prácticas que Perlongher observa y vive en las
calles de São Paulo “no se agotan en la monótona extenuación de los recursos anatómi-
cos, sino que sirven de cimiento a verdaderas redes de sociabilidad ‘alternativas’ respec-
to de la cultura oficial, ‘desviantes’ o marginales respecto de la norma social dominante,
nómades en relación con los módulos de heterosexualidad sedentaria” (1999: 167-168).
50
Aunque se puede discutir hasta qué punto convergen y divergen la obra de Perlongher
y esa masa conocida, y no conocida, bajo el nombre de teoría queer, de ninguna manera
pudieron haber “contrariado” a Perlongher “las des-materializaciones de los estudios
queer, causa de la ‘desaparición’ de la homosexualidad” (Gundermann 2003: 147, cursi-
vas mías). La desaparición de la homosexualidad de la que tan apasionada e inteligen-
temente escribiera Perlongher surge de varios factores, entre los cuales destacan el éxito
de modelos de asimilacionismo gay y el desastre del sida, intrincadamente interrelacio-
nados el uno con el otro. Lo queer se formula y se mobiliza, como ya se ha dicho, en
266 desde lo queer
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El compromiso de Perlongher para con una noción radical de la democracia es innega-
ble y marca las actividades de todo un conjunto de organizaciones (algunas muy mino-
ritarias y pasajeras), entre las cuales estaba la Comunidad Homosexual Argentina, que
se reunía bajo el lema “CON DISCRIMINACIÓN Y REPRESIÓN NO HAY DEMOCRACIA”. El lema,
que aparece en una solicitada publicada a finales de mayo de 1984 en el diario Clarín, es
de la Comunidad Homosexual Argentina, organización que, con Carlos Luis Jauregui al
timón, afina las lecciones del Frente de Liberación Homosexual (FLH), en el que tanto
destacara Néstor Perlongher. La solicitada se encuentra reproducida en La homosexuali-
dad en la Argentina (Jauregui 1987: 227). Osvaldo Bazán cita varias declaraciones del
FLH, entre las cuales se encuentra: “con la represión de la sexualidad libre y las actitudes
sexuales no convencionales, se lesiona el derecho a disponer del propio cuerpo y por
consiguiente de la propia vida, derecho negado por este sistema de relaciones de domi-
nación donde el hombre es una mercancía más” (Bazán 2004: 342). El propio Perlongher
anota otros eslóganes del movimiento: “amar y vivir libremente en un país liberado” y
“por el derecho a disponer del propio cuerpo” (1997: 79). Finalmente, cabe recordar que
el FLH mantuvo lazos importantes con la Unión Feminista Argentina y el Movimiento de
Liberación Feminista y que estaba abierto a la participación de todos los heterosexuales
que apoyaran la idea de que “la libertad sexual es un presupuesto básico en la lucha por
la dignidad humana” (Bazán 2004: 342).
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