Simmel Georg - Las Grandes Ciudades Y La Vida Intelectual

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LAS GRANDES CIUDADES

Y LA VIDA INTELECTUAL

El Jardín de Epicuro
¡Extranjero, aquí estarás bien: el placer es el fin supremo!
NO FICCIÓN
Georg Simmel
LAS GRANDES CIUDADES
Y LA VIDA INTELECTUAL
Traducción de
J. RAFAEL HERNÁNDEZ ARIAS

Estudio introductorio de
MICAELA CUESTA
ÍNDICE

Estudio introductorio, por Micaela Cuesta 11

Bibliografía 43

LAS GRANDES CIUDADES Y LA VIDA INTELECTUAL 57


LAS GRANDES CIUDADES
Y LA VIDA INTELECTUAL
Georg Simmel o la actualidad de lo anfibio
Todas las cosas sometidas a un proceso
incontenible de mezcla y contaminación pierden lo
que es su expresión esencial, de modo que lo
ambiguo ocupa actualmente el luga r de lo autén-
tico; esto le está sucediendo a la ciudad
Walter Benjamin1

Psicología y etnografía de la música inicia la serie de escri­


tos del autor multifacético del ensayo que nos convoca. Las
reacciones que este primer texto suscitó nos parecen hoy
premonitorias: rechazo en el seno de la élite académica, re­
conocimiento «por parte de las mentes más lúcidas». 2 En
efecto, la precaria condición institucional que acompañó a
Simmel a lo largo de toda su vida no impidió que su nombre
se convirtiera en cita obligada de quienes se sentían inter­
pelados por las más diversas manifestaciones del espíritu.
Nacido en Berlín en 1858 en el seno de una familia judía
convertida al cristianismo, hubo de soportar, no obstante,
que lo acusaran de «típico israelita» y lo discriminaran por
su presunta condición de judío.3

1. W. Benjamin, «Calle de dirección única», en Obras, libro IV, vol. 1,


trad. José Navarro Pérez, Madrid, Abada, 2010, p. 40.
2. E. Vernik, Simmel. Una introducción, Buenos Aires, Biblioteca
Nacional/Quadrata, 2009, p. 15.
3. D. Frisby, Georg Simmel, México, Fondo de Cultura Económica,
2014, p. 48. También F. Gil Villegas recuerda: «Pese a ser bautizado en la
fe luterana y no haber sido jamás un judío practicante, Simmel se vio

11
Estudio introductorio

Habiendo soportado los avatares de una carrera docente


trunca, Simmel se nos antoja un anfibio capaz de respirar
el aire de la academia sin dejar de moverse y oxigenar
ámbitos marginales a ella. Esta cualidad de anfibio se lee
en filigrana en sus escritos. Con destreza similar escudriña
los vericuetos de la moda y bucea en los mares de la filosofía
de la historia tanto como se detiene en las intuiciones
metafísicas de la vida, atreviéndose a lecturas díscolas de
Schopenhauer y Nietzsche.
Hizo gala del tratado y, sin disimular sus rodeos -plas-
mados en un sinfín de digresiones-, perseveró en el espí-
ritu de dar cuenta de «la cosa misma» que lo inquietaba. Se
detuvo obsesivamente en los detalles con el afán de iluminar
alguna porción de la totalidad social. Dejó un conjunto de
aforismos que, encriptados, continúan siendo leídos y des-
cifrados. Dio vitalidad al ensayo como forma de exponer la
verdad que reclama los mismos derechos y encierra iguales
pretensiones de legitimidad que el género académico. Habló
sobre la música, el sentimiento religioso, la pedagogía, del
Urphiinomen en Goethe y las configuraciones espirituales a
propósito de Rembrandt; escribió sobre el dinero, la conver-
sación, el secreto, la seducción, el ver, la lucha, el pobre, el
extranjero, sin desatender en cada caso lo que erigió como
objeto de su sociología: las formas de afectar y ser afectado
que se producen en las interacciones sociales. Quizás haya
que buscar en la heterogeneidad de aquello que hizo objeto
de su mirada la respuesta a esta versatilidad estilística.
Que en nuestros días se lo reconozca un «clásico tardío»
de las ciencias sociales y la sociología4 parece no haber sido

obligado a soportar epítetos y discriminaciones por su origen judío». (F. Gil


Villegas, Los profetas y el mesías. Lukács y Ortega como precursores de
Heidegger en el Zeigeist de la modernidad (1900-1929), México, Fondo
de Cultura Económica, 1998, p. 105).
4. G. Zabludovsky y O. Sabido, «Estudio introductorio», en G. Simmel,

12
Micaela Cuesta

obstáculo para que autores como Émile Durkheim y Max


Weber (que, junto a Karl Marx, son los padres de la discipli-
na) dedicaran tiempo, el primero a comentarlo y traducirlo,
y el segundo a ponderar su producción teórica. Así, mien-
tras Durkheim lo invitaba a publicar en I.:Année Sociologi-
que, hacía una reseña de La filosofía del dinero o un comen-
tario crítico al texto temprano La persistencia de los grupos
sociales, 5 Weber le dedicaba las siguientes palabras:

Al evaluar la obra de Georg Simmel, las respuestas perso­


nales prueban ser altamente contradictorias. Por un lado, uno
está obligado a reaccionar a las obras de Simmel desde un pun­
to de vista exageradamente antagónico. De manera particular,
los aspectos cruciales de su metodología son inaceptables. Sus
resultados sustantivos deben ser vistos demasiado frecuente­
mente con reservas, y no es raro que deban ser rechazados

Sociología: estudios sobre las formas de socialización, México, Fondo de


Cultura Económica, 2014, p. 15.
5. Hacia 1889 Durkheim traduce el texto de Simmel titulado «La
persistencia de los grupos sociales», que recibirá una fuerte crítica por
parte del padre de la sociología francesa en el texto de E. Durkheim,
«El ámbito de la sociología como ciencia», (publicado en Revista
Sociológica, año 17, n.º 50, pp. 179-200, septiembre-diciembre de 2002,
México, UAM). Los vínculos entre él y Simmel estarán mediados por
Célestin Bouglé, quien conocía a Simmel desde 1894, momento en que
traduce el artículo «El problema de la sociología» para su publicación
en la Revue de Métaphysique et de Morale de ese mismo año. Acerca
de las vicisitudes de este encuentro puede verse tam- bién Patricia
Gaytán, «Émile Durkheim y Georg Simmel: un encuentro no
planeado», en Revista Sociológica, año 17, n.º 50, pp. 17 1- 177,
septiembre-diciembre de 2002. Durkheim cita a Simmel por primera vez
en 1887, y luego se referirá críticamente a la Ober socia/e
Dijferenzierung en su tesis doctoral De la division du travail social,
defendida en 1893. Respecto de la relación entre Simmel, Durkheim y
Buglé, ver C. Papilloud, «Simmel, Durkheim et Mauss. Naissance ratée
de la sociologie européenne», en Revue du Mauss, 2002/2, n.º 20, pp.
300-327.

13
Estudio introductorio

radicalmente. Por lo demás, su modo de exposición se antoja


a veces muy extraño y a menudo no podemos por lo menos
congeniar con él. Pero por otro lado, uno se encuentra
absolutamente obligado a afirmar que su exposición es
simplemente brillante y, lo que es más importante, alcanza
resultados intrínsecos imposibles de lograr por algún
imitador. A decir verdad, prácticamente cada una de sus
obras abunda en ideas teóricas importantes y novedosas, así
como en observaciones de lo más sutiles. Casi todas sus obras
son de esa especie de libros donde no sólo los resultados
válidos, sino también los falsos, proporcionan tal riqueza de
estímulos para el desarrollo del pensamiento propio que,
comparada con ellos, la mayoría de incluso los más preciosos
logros de otros académicos parecen despedir continuamente
ese olor peculiar a estrechez y pobreza. Esto es válido también
para sus fundamentos epistemológicos y metodológicos y, de
nuevo, eso es doblemente cierto justo donde quizás no son en
última instancia defendibles.6

Esta apreciación de Weber logra trasmitir esa ambiva-


lencia que torna inquietante su obra. Sin embargo, el rango
institucional que logró Simmel no hace justicia a la gravi-
tación que sus ensayos tuvieron sobre los pensadores con-
temporáneos. Desde 1885 se desempeñó como Privatdozent de
la Universidad de Berlín. No gozaba luego de un salario fijo,
sino que sus ingresos dependían de la cantidad de
asistentes, los que, por fortuna, fueron muchos. En 1901 fue
nombrado Ausserordentlicher Professor (profesor auxiliar),
posición académica mal remunerada e inestable. Deberá
esperar a 1914 para obtener una plaza como profesor
ordinario de la Universidad de Estrasburgo, plaza que
ocupa en una coyuntura delicada, pues ya había comenzado la
Primera Guerra Mundial, y algunas universidades, como

6. M. Weber, «Simmel como sociólogo» en Revista Sociológica, año 1, n.º


l, primavera 1986, México, UAM.

14
Micaela Cuesta

era este el caso, servían como hospitales. 7 En 1915, tres años


antes de su muerte, solicitará su ingreso a la Universidad
de Heidelberg, que le será denegado, como sucediera en
oportunidades anteriores.
Estos desencuentros con el establishment académico lo
obligarían -como señala Daniel Mundo- «a colaborar
con asiduidad en revistas culturales y periódicos. Esta
práctica lo entrenó en una escritura no académica, y además
lo obligó a interesarse en un arco vastísimo de temas». 8 La
frágil posición alcanzada en la enseñanza formal contrasta
en Simmel con una producción prolífica y con la activa
participación en circuitos intelectuales locales y en revistas de
alcance internacional. La incidencia de sus vastas
reflexiones ha llevado, así, a que algunos autores lo consi-
deren como Herr Zeitgeist, o encarnación del espíritu de su
época.9 Tenía unas «membranas extraordinarias para
captar» todo lo que sucedía en su entorno, dice Habermas,
quien agrega: «Simmel fue más un incitador que un siste-
mático, más un intérprete de la época que filosofaba en clave
de ciencia social que un filósofo y un sociólogo sólidamente
arraigado en el establecimiento científico». 10
La añoranza de figuras con semejantes membranas vuelve
imprescindible hoy la relectura de uno de sus textos em-
blemáticos. Cuando la tendencia a la especialización parece
ser irreversible, la confusión de disciplinas que en él se con-

7. Ver G. Simmel, «Cronología de la vida de Simmel» en Cuestiones


fundamentales de sociología, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 145.
8. D. Mundo, «Simmel. La contraluz de la claridad moderna» en G. Sim-
mel, El secreto y las sociedades secretas, Madrid, Sequitur, 2010, p. 12.
9. F. Gil Villegas, Los profetas y el mesías. Lukács y Ortega como
precursores de Heidegger en el Zeigeist de la modernidad (1900-1929),
México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 1 16.
10. J. Habermas, «Epílogo: Georg Simmel como intérprete de la
época» en G. Simmel, Sobre la aventura. Ensayos de estética, Barcelona,
Península, 2002, p. 425.

15
Estudio introductorio

suma propicia la iluminación de nuestros propios puntos


ciegos. Sus preguntas, a su vez, sin emanar de nuestro pre-
sente contribuyen, no obstante, a problematizarlo. Emular
la resistencia a respuestas totalizantes sin renunciar a dar
cuenta de la mediación de la sociedad en la configuración
de la verdad es una de las tantas recomendaciones que
esperamos poder extraer de él.

La vitalidad de Simmel
A la vida vibrante, incesante, que no conocefron-
teras, del alma, alma en algún sentido creadora, se le
opone su producto fijo, idealmente instintivo, y esto
con el inquietante efecto retroactivo de inmovilizar
aquella vivacidad, más aún, de petrificarla; a
menudo es como si la movilidad productora del
alma muriera en su propio producto
Georg Simmel' 1

Por fortuna, no siempre las creaciones del espíritu mueren


en el producto creado. A menudo ocurre que la finitud de
las innovaciones individuales es desafiada por su supervi-
vencia, dando lugar y movimiento a la cultura. La obra de
Simmel, en vida, traspasó con éxito las fronteras territoriales
e idiomáticas para encontrar acogida en distintos continen-
tes. Los autores de la denominada Escuela de Chicago, en
especial uno de sus precursores, Albion Small, tentaría a
Simmel con el ofrecimiento de un cargo como profesor de
sociología de la Northwestern University. 12 También Robert

11. G. Simmel, «El concepto y la tragedia de la cultura», en Sobre la


aventura, Barcelona, Península, 2002, p. 325.
12. Simmel, no obstante, declinaría la invitación realizada por su colega
en 1892-1893. Ver E. Vernik, «Georg Simmel y la idea de nación. Una
conversación con Otthein Rammstedt» en REIS. Revista Española de In-
Micaela Cuesta

Park y Stanley Hall estrecharían vínculos con su obra. Estos


intercambios dejarían rastros en las perspectivas del inte-
raccionismo simbólico, la etnometodología, la microsocio-
logía y las «teorías del conflicto». Un capítulo relevante en
esta saga lo constituye el diálogo que, desde 1911, el sociólo-
go alemán mantendrá con Henri Bergson, una de las figuras
más prominentes del vitalismo francés. 13
Menos conocida y explorada es, quizás, la impronta que
sus reflexiones dejaron en el ruso Mijail Bajtin (e incluso
en Bujarin). 14 Un error de transliteración puede explicar de
modo parcial este olvido: en la versión castellana de
Problemas de la poética en Dostoievski, la referencia en las
primeras páginas de Bajtin a la edición rusa del Goethe de
«Zimmel» ayuda a que su huella pase desapercibida. 15 La
Escuela de Marburgo, de la que Simmel, reconocido neo-
kantiano, era próximo, hizo mella en el grupo comandado
por Bajtin e integrado por Medvédev y Volóshinov. 16 En El

vestigaciones Sociológicas, n.º 137, pp. 151- 162, enero-marzo 2012, Ma-
drid, Centro de Investigaciones Sociológicas.
13. A Bergson estará dedicado el libro póstumo de Simmel titulado Zur
Philosophie der Kunst (Potsdam, 1921). Cf. V. Jankélévitch, Georg
Simmel,filósofo de la vida, Barcelona, Gedisa, 2007, p. 33.
14. A este respecto B. Craig afirma que Bujarin sostiene que la socio-
logía «formula (...) un método para la historia» [énfasis en el original],
una afirmación que no sólo recuerda el metodologismo de la escuela
de Marburgo, sino que directamente repite los principios fundacionales de
la Soziologie (1908) de Simmel, a los que se refiere repetidamente de
manera afirmativa». Cf. B. Craig, El marxismo y el nuevo giro ético, en
http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-l 4/el-marxis-
mo-y-el-nuevo-giro-etico.
15. Se trata de la edición aún no corregida de Fondo de Cultura Econó-
mica. Agradezco a mi amigo y traductor del ruso, Alejandro González,
por advertirme sobre este dato. Cf. M. Bajtin, Problemas de la poética de
Dostoievski, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 48.
16. B. Craig afirma: «La temprana obra ética de Bajtin recibió la de-
cisiva influencia de la escuela de Marburgo, de Simmel y Scheler, a

17
Estudio introductorio

marxismoy lafilosofía del lenguaje, de este último, la alusión a


Simmel es explícita; allí se reconoce la «fineza» y el
carácter «interesante» de sus observaciones en torno a
la personalidad, el «psiquismo y la ideología». También
sabemos, a través de la pluma de Volóshinov, que el ensayo
«Tragedia de la cultura» y el libro Conflictos de la cultura
contemporánea, además de Goethe y del texto sobre Miguel
Ángel, se encontraban disponibles en lengua rusa hacia
1911-1912 y 1923 respectivamente. 17
En torno a su figura se congregaban personalidades tan
diferentes como relevantes: Edmund Husserl, Hans Vai-
hinger, Auguste Rodin, Ernst Cassirer, Heinrich Rikert,
Ernst Troetsch, Marianne y Max Weber, Alfred Weber, Karl
Mannheim, Martin Buber, Stefan George, Rainer Maria Ril-
ke, Lou Andreas-Salomé, y la nómina no se interrumpe. 18
Esta circunstancia llevó a estudiosos del campo intelectual
alemán, como Ringer, a afirmar: «Sombart, Simmel, Wiese y
Alfred Weber fueron individuos de talento insólito. Simmel,
Wiese y Weber estuvieron con los modernistas radicales, el
segmento más creativo de la comunidad de los mandarines
[ . . . ] . De los cuatro, Simmel fue ciertamente el más coheren-
te y sistemático a la hora de presentar sus ideas». 19

quienes combinó de manera particular. Ello originó su fragmentaria


"filosofía del acto", en la que la "conciencia responsable" ponía en
relación los reinos de la vida y la cultura de manera única e irrepetible
en cada contexto». Ver B. Craig, El marxismo y el nuevo giro ético, en
http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-l 4/el-marxis- mo-
y-el-nuevo-giro-etico.
17. Ver V. N. Volóshinov, El marxismo y lafilosofía del lenguaje, Buenos
Aires, Godot, 2009, p. 72.
18. Ver E. Vernik, «Prefacio» en G. Simmel, Cuestionesfundamentales de
sociología, Barcelona, Gedisa, 2002, p. 12.
19. F. K. Ringer, El ocaso de los mandarines alemanes. Catedráticos,
profesores y la comunidad académica alemana, 1890-1933, Barcelona,
Pomares-Corredor, 1995, p. 255.
Micaela Cuesta

Desde los seminarios que impartía en la Universidad de


Berlín, Simmel conseguía estimular la imaginación y
cultivar la curiosidad de sus ilustres asistentes. Entre ellos se
contaban el joven español José Ortega y Gasset, además del
húngaro Gyorgy Lukács20 y el alemán Ernst Bloch. Quizás
haya sido esta buena impresión temprana (alrededor de los
años 1906 a 1909), la que llevó a Ortega y Gasset a publi-
carlo en reiteradas ocasiones una vez fundada su Revista de
Occidente (1923). En el primer y segundo número ofrece
extensos fragmentos de Filosofía de la moda, seguida, tres
ejemplares después, por Lo femenino y lo masculino. Du-
rante el año 1924 se publicarían dos ensayos cortos: El asa
y Las ruinas. La lista continúa con Cultura femenina, cuya
segunda parte se ofrecerá en otro número, al que también
acompaña El problema de la situación religiosa (ambos
aparecidos durante 1925). Fidelidad y gratitud se publica al
año siguiente. En 1927 se presentará al público la primera
traducción de lo que luego se conocerá como la grosse
Soziologie en oposición a la kleine Soziologie escrita por
Simmel en 1917. La gran Sociología: estudios sobre las
formas de socialización se convertirá en un libro imprescin-
dible de la ciencia social. Entre esta traducción pionera y
Concepto y tragedia de la cultura (n.º 124, año 1933), texto
clave de la producción intelectual de Simmel, transcurrirán
seis años. Será también en 1933 cuando Revista de Occidente
publicará Rodin y La personalidad de Dios. En 1936 las
ediciones de la revista se interrumpen -sospechamos que
por razones políticas- para ser retomadas hacia 1963. No
obstante, desde la reanudación de las actividades, la
presencia de Simmel irá menguando en detrimento de otros
nombres por entonces vigentes.21 En efecto, los tres

20. Para una descripción detallada de este período, ver F. Gil Villegas,
op. cit.
21. Entre muchos otros, Lukács, Medina Echeverría, Arendt, Foucault,

19
Estudio introductorio

ensayos que aparecen en el segundo momento de la revista


son los ya dados a conocer en números previos (Filosofía de
la moda, Las ruinas y El asa).
La vitalidad de la que gozara Simmel durante la década de
los 20 irá, así, apagándose en los años sucesivos, recibiendo
un golpe de gracia de la mano de Talcott Parsons. Como
recuerdan Gina Zabludovsky y Olga Sabido, «el reconoci-
miento de su posición como pieza clave de la sociología y
la resignificación de su obra no se dan sino hasta ladécada
de 1980. Esta situación se explica en parte por el gran
impacto de la obra La estructura de la acción social... » 22 de
Parsons, aparecida en 1937. Excluido del canon por el
sociólogo funcionalista, Simmel tampoco será considerado un
clásico por Raymond Aron en su libro Las etapas del
pensamiento sociológico (1967). Hacia las décadas de los 60
y los 70 se registran -siguiendo a Zabludovsky y Sabido-
algunos intentos de horadar el férreo consenso del para-
digma parsoniano y sentar las condiciones de posibilidad
para el redescubrimiento de autores como Mead, Marx y
el propio Simmel. La «desparsonificación de los clásicos»
-como dice Jefferey Alexander-23 se hará evidente hacia
1980. En este contexto, la reedición española realizada en
1977 de la Sociología de Simmel -a cargo, una vez más, de
Revista de Occidente- preanuncia la revitalización de su
obra.
David Frisby reclamará la inclusión de Simmel (a quien
considera el «primer sociólogo de la modernidad») enel
panteón de los padres fundadores de la sociología,

Murena, Benjamin y Adorno.


22. G. Zabludovsky y O. Sabido, «Estudio introductorio», en G. Simmel,
Sociología: estudios sobre las formas de socialización, México, Fondo de
Cultura Económica, 2014, p. 16.
23. J. Alexander, «La centralidad de los clásicos», en A. Giddens y J. H.
Turner (eds), La teoría social hoy, Madrid, Alianza Editorial, 199 1, p. 59.

20
Micaela Cuesta

honrando así el hecho histórico de haber sido él uno de los


fundadores, junto a Max Weber y Ferdinand Tonnies, de
la Asociación Alemana de Sociología (1909). Por la misma
época, Otto Rammstedt se aventuraba en el proyecto
de editar la obra completa de este autor, 24 cuya persistente
huella puede rastrearse en los textos tempranos de Gyorgy
Lukács -previos a su abjuración en El asalto a la razón-,
Walter Benjamin, Siegried Kracauer, Ernst Bloch y el propio
Theodor Adorno -a pesar de sus muchas consideraciones
críticas-.
De todos sus escritos, tal vez sea Concepto y tragedia de
la cultura al que, de manera más recurrente, se apela para
evocar la figura de Simmel. Habermas leyó allí «un concepto
dinámico de cultura» 25 que articula las formaciones obje-
tivas y subjetivas de la vida del espíritu. La fluidez de este
engranaje se complejiza, recuerda, con el desarrollo de la
técnica que signa el proceso de modernización del que
Simmel fue contemporáneo y al cual dedicó enormes
esfuerzos intelectuales. Los encastres de los que se compone
la sociedad dejan de ser superficies lisas (si es que alguna
vez lo fueron) para ganar en pliegues y rugosidades.

24. Con el apoyo de Niklas Luhmann y Reinhart Koselleck, «Rammstedt


inicia a comienzos de la década de los ochenta el ambicioso proyecto de
editar las obras completas de Georg Simmel. El resultado es una impre-
sionante edición de 24 voluminosos tomos provista de un exhaustivo
aparato crítico, resultado de múltiples investigaciones que, bajo su
dirección, han recuperado aristas insospechadas del pensamiento del
sociólogo y filósofo berlinés». Ver E. Vernik, «Georg Simmel y la idea de
nación. Una conversación con Otthein Rammstedt», en REIS. Revista
Española de Investigaciones Sociológicas, n.º 137, enero-marzo 2012, pp. 15
1- 162, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas. En el anexo de
esta edición ofrecemos el detalle de cada uno de estos 24 tomos.
25. J. Habermas, «Georg Simmel. Sobre filosofía y cultura. Epílogo a una
colección de ensayos», en Textos y contextos, Barcelona, Ariel, 1996, p.
181.

21
Estudio introductorio

Las creaciones de la cultura, en sus distintos grados de


solidificación, dan cauce a la vida con el mismo vigor con
que la disecan. Las apropiaciones subjetivas, limitadas y
finitas, corren fatalmente por detrás de las posibilidades
brindadas por la cultura objetiva. Nadie puede leer todo lo
escrito, ni ver todo lo filmado, ni tocar todo lo esculpido,
ni oír todo lo compuesto, ni entablar todos los diálogos, ni
relacionarse con toda la gente. No quedan sino fragmentos
de vida y retazos de cultura. Que no podamos reapropiarnos
subjetivamente de lo que ha devenido cultura objetiva
constituye una auténtica tragedia, dirá el sociólogo berlinés.
Simmel se anticipa, además, al diagnóstico weberiano de
la secularización y la diferenciación de las esferas de la vida
(cada una regida por su principio normativo) y, leyendo a
Marx, se aventura a la explicación de uno de los más
actuales enigmas: el dinero. En efecto, en su Filosofía del
dinero { 1900), libro del cual forma parte uno de los pri- meros
esbozos del concepto trágico de la cultura, Simmel lleva a
cabo «su proyecto de expandir los análisis de la
alienación en Marx -que se encontraban parcialmente
en la esfera económica- hacia el resto de las esferas de la
vida».26 Asistimos a lo largo de sus páginas a una exposición
pormenorizada del principio de reciprocidad que estructura
las más diversas formas de asociación de grupos humanos.
Algo de lo expresado allí resuena en los ensayos antro-
pológicos de Marcel Mauss, quien, desde ya, sabía de la
existencia de Simmel. Algunos comentaristas miden esta
obra con La división social del trabajo de Durkheim,27
además de con El capital de Marx, aun cuando, tomando
distancia de ambos, Simmel se entregue a una reflexión
sobre los efectos ambivalentes de la mediación del dinero

26. E. Vernik, «Introducción: aguafuertes simmelianas», en G. Simmel,


Imágenes momentáneas, Barcelona, Gedisa, 2007, p. 13.
27. Ver lo que a este respecto recuerda D. Frisby en su «Introducción» a
Filosofía del dinero de G. Simmel, Madrid, Capitán Swing, 2013.

22
Micaela Cuesta

en las relaciones sociales. Quizás radique aquí la maestría


de este pensador: en mostrar la impureza de los fenómenos,
sus claroscuros.
En aquellas páginas se nos advierte acerca de cómo el di-
nero dilata y comprime la libertad de los hombres, de qué
manera da apertura pero también inhibe el despliegue de la
personalidad, de qué forma promueve y, en el mismo mo-
vimiento, restringe la posibilidad de diferenciación indi-
vidual. Lo que en Filosofía del dinero es ofrecido en térmi-
nos diacrónicos reaparecerá en Las grandes ciudades... con
un privilegio de la mirada sincrónica. En este pequeño ar-
tículo reciben un tratamiento intensivo varios de los temas
que serán desplegados con posterioridad por el autor.

Ciudades, una cuestión de estilo


[. .. ] el estilo es el intento estético de solucionar
el gran problema de la vida: cómo una vida única
o un comportamiento único, que constituye una to-
talidad, cerrada en sí misma, puede pertenecer al
mismo tiempo a una totalidad superior, a un con-
texto unificador más amplio.
Georg Simmel28

Publicado en 1903, Las grandes ciudades y la vida inte-


lectual es reconocido como uno de sus más célebres ensa-
yos, pues ofrece «en forma sintética algunas de las líneas de
análisis principales de sus dos obras sociológicas mayores,
la Filosofía del dinero, que había aparecido tres años antes, y
la Sociología, que saldrá cinco años más tarde».29 El mismo

28. G. Simmel, «El problema del estilo», en REIS, Revista Española de


Investigación Sociológica, n.º 84, octubre-diciembre 1998, p. 326,
Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas.
29. E. Vernik, Simmel, una introducción, Buenos Aires, Biblioteca

23
Estudio introductorio

Simmel invita al lector a buscar los fundamentos histórico-


sociales de lo enunciado en Las grandes ciudades. .. en su
Philosophie des Geldes. 30 Y es también allí donde encontra-
remos las mejores razones para respaldar la decisión del
traductor de un nuevo título. En especial, en ciertos pasajes
del capítulo seis, que, desde su inicio, advierte: «la energía
espiritual que caracteriza las manifestaciones típicas de la
economía monetaria es el entendimiento, en oposición a la
que, en general, se llama sentimiento o ánimo». 3 1 Si consi-
deramos que es en las grandes ciudades donde se despliegan
aquellas manifestaciones típicas de la economía monetaria,
será también en ellas donde primará el «entendimiento» o
el más unilateral «intelecto» como estilo de vida. No sería
errado afirmar, entonces, que las cualidades comunes que
Simmel atribuye en este gran tratado a dinero e inteligen-
cia preludian lo que en 1903 configurará el estilo de vida
intelectual que se impone en las grandes ciudades.
En Francia, en una de sus más recientes reediciones, el
escrito está seguido de «Sociología de los sentidos» con el
objeto de subrayar una lectura de la experiencia sensible en
las grandes ciudades. En Estados Unidos aparece por pri-
mera vez en 1971 integrando una compilación que lleva por
título Simmel: On individuality and social forms (Chicago
University Press). De esta publicación es deudora, quizás, la
inadecuada traducción The metropolis and mental lije de la
que se hacen eco muchas versiones en lengua castellana. En
Alemania, a su turno, y en esta ocasión, se decide ofrecer
este breve y rico ensayo por separado, en la esperanza de in-
citar una serie de asociaciones posibles con distintos pasajes
de esta obra tan peculiar.
«Angustia, repugnancia, miedo, suscitó la multitud me-
tropolitana en los primeros que la miraron a los ojos», dice

Nacional/Quadrata, 2009, p. 39.


30. Ver nota al pie n.º 73 de esta edición, p. 77.
31. G. Simmel, Filosofía del dinero, Madrid, Capitán Swing, 2013, p. 506.

24
Micaela Cuesta

Benjamin al evocar una memoria que tenía a Heinrich Hei-


ne32 como protagonista. Contemporáneo al poeta, Le Bon
veía en ella indicios de un «infantilismo» y «femineidad»
peligrosa por su natural debilidad ante cualquier intento de
manipulación.33 La cualidad amorfa e indiferenciada de la
multitud la volvía sospechosa e indigna. Simmel -como
Freud- no sucumbió a este prejuicio. Si en 1898, con su
artículo Roma, proponía una lectura estética de la ciudad
-cuya trilogía terminaría de ser conformada con Florencia
(1906) y Venecia (1907)-, en 1903 su lectura expondría
una clara primacía de la mirada sociológica. En esta
aproximación a la naciente metrópoli capitalista, territorio
privilegiado de la división del trabajo y el tráfico de
hombres y cosas, Simmel construirá una suerte de tipo ideal
del individuo de las ciudades: el ciudadano.
Si coincidimos con Axel Honneth34 en que una de las
preocupaciones centrales de la sociología de Simmel es el
proceso de individualización propio de la vida moderna,
podemos presentar a estas «grandes ciudades» como el

32. W Benjamín, Sobre algunos temas en Baudelaire, trad. H. Murena,


Buenos Aires, Leviatán, 1999, p. 42.
33. Gustave Le Bon llega a afirmar: «Es de observar que entre los ca-
racteres especiales de las muchedumbres hay muchos, tales como la
impulsividad, la irritabilidad, la incapacidad para razonar, la ausencia
de juicio y de espíritu crítico, la exageración de sentimientos y muchos
otros, que se observan igualmente en los seres que pertenecen a formas
inferiores de evolución, tales como la mujer, el salvaje y el niño». Cf, G.
Le Bon, Psicología de las multitudes, Buenos Aires, Albatros, 1972, p. 40.
34. A. Honneth afirma: «El clásico entre los sociólogos que desarrolló
desde temprano un sentido por las diferenciaciones conceptuales que
eran necesarias dentro de la propia disciplina para disipar las ambigüe-
dades en el concepto de "individualización" es Georg Simmel» («Reali-
zación organizada de sí mismo», en Crítica del agravio moral. Patologías de
la sociedad contemporánea, trad. Peter Storandt Diller, Buenos Aires,
Fondo de Cultura Económica, 2009, p. 365).

25
Estudio introductorio

escenario de la lucha cotidiana que libra el ciudadano para


preservar algún grado de autonomía. Autonomía indi-
vidual acechada por «la preponderancia de la sociedad, de
la herencia histórica, de la civilización y de la técnica de
la vida».35 La resistencia del individuo a ser fagocitado por un
mecanismo técnico social fue reescrita a lo largo de los
siglos, afirma Simmel: en el xvrn -se recuerda en la
primera y la última página del texto- asumió la forma de
un llamado a desatar los lazos institucionales (el Estado, la
religión, la moral, la economía) que limitaban el despliegue
de la naturaleza humana; en el x1x reaparecería la misma
aspiración bajo la idea de la realización de la singularidad de
cada quien en virtud de una división social del trabajo que,
al tiempo que brindaba la posibilidad de distinción, volvía
más dependiente de otros a cada individuo; en Nietzsche y
en el pensamiento socialista, aun con sus desacuerdos,
puede reconocerse este mismo principio de filosofía o
antropología social.
«El hombre -asevera Simmel- es un ser diferenciador».
A la manera de una placa fotosensible, registra las impre-
siones que se suceden de modo ininterrumpido en su
entorno. La cantidad y calidad de imágenes estímulo, tanto
como la configuración de las relaciones sociales, varían
según se trate de zonas rurales, pequeñas ciudades o
grandes conglomerados humanos. Si en las primeras nos
sentimos protegidos por el ritmo afable con que se suceden
las cosas, por lo general conocidas -sin perjuicio de que
podamos experimentarlas con abulia o incluso sentir ante
ellas asfixia-, en las segundas la «intensificación de la vida
nerviosa» es indubitable. Entre una y otra se sitúan los
procesos de industrialización, tecnificación y masificación.
Tres términos que, sin ser exhaustivos, nombran en su ar-
ticulación el proceso de modernización del que las grandes
son resultado.

35. P. 59 de esta edición.

26
Micaela Cuesta

Un artefacto se constituye en emblema: el reloj. En una


orilla nunca visitada por Simmel, un pensador argentino
llamado Ezequiel Martínez Estrada escribía:
La maquinaria de la ciudad es el reloj, porque el au­
tomóvil representa la vida colectiva de la calle y el reloj
la vida mecanizada del individuo. En el bolsillo o en la
muñeca de cada habitante existe un reloj que regula los
actos mayúsculos y minúsculos de su historia. La vida del
ciudadano está milimetrada y a cada milímetro cuadrado
corresponde un segundo redondo. El sentido de la vida
del hombre está en las minucias: a tal hora y minuto, tal
cosa.36
Simmel -como Martínez Estrada- veía en la existencia
y presencia del reloj el objeto que simbolizaba las trans-
formaciones múltiples a que daba lugar la lógica de la vida
moderna, cuyo paisaje natural es la gran urbe. El reloj
representa la imagen en miniatura del mecanismo complejo
requerido para el funcionamiento más o menos armonioso
de las relaciones sociales en la metrópolis. Su minutero
garantizaba, en épocas previas a la telefonía móvil, que los
encuentros en alguna esquina ocurrieran, que las citas
prosperasen, que los trenes y ferrocarriles transporta- sen
con éxito. Bajo su compás se desplazaban, antes como
ahora, masas de trabajadores para no perder los premios por
«puntualidad» con que eran seducidos por los empresarios.
Sin su auxilio, los usos y costumbres de las megaciudades
corrían el riesgo de naufragar. Calculabilidad, puntualidad,
precisión y exactitud se han impuesto, sin duda, como trazos
del estilo de vida en las grandes ciudades. Quedaron atrás los
tiempos en que el tiempo no contaba, atrás tam- bién quedó
el relacionarse con otros por el puro estar-ahí- con-el-otro.
Las formas lúdicas de sociabilidad han perdido su inmediatez
y autorregulación.

36. E. Martínez Estrada, La cabeza de Goliat, Barcelona, Losada, 2001, p. 48.

27
Estudio introductorio

El estilo al que compele la ciudad, aquello que cada


habitante comparte con otros y con la época, «señala
dónde se sitúa el límite de la originalidad del individuo».37
Hablamos de estilo ciudadano cuando nos referimos a
lo «que niega su naturaleza y su valor individuales» para
alcanzar un grado tal de generalidad que despoja al sujeto
de una autonomía absoluta. Tres rasgos caracterizan, dice
Philippe Simay, la vida espiritual metropolitana: «la inte-
lectualización de las relaciones sociales, la impersonalidad
de los intercambios y el carácter blasé y reservado de los
ciudadanos».38
El órgano privilegiado del ciudadano es el intelecto. Ante
la sobreabundancia de estímulos, la intensificación de la vida
nerviosa, la fluidificación de encuentros y contactos, el
individuo de las grandes ciudades responde con la razón. En
el intento de protegerse de esta sobreexposición, inte-
lectualiza, lo cual supone establecer distancias, discriminar,
diferenciar, jerarquizar. Pero también, y en el mismo acto,
abrevia, homogeneiza, iguala. Entre esta forma de condu-
cirse y las operaciones propias de la lógica del dinero es
posible, decimos con Simmel, trazar afinidades o detectar
homologías estructurales. La razón como instrumento, al
igual que la moneda, aborda qua objetos a hombres y cosas;
ambas generalizan, ciegas a las individualidades. Razón y
dinero, reducidos a mero recurso técnico, nivelan homo-
geneizando. Retienen de este modo cantidades y no ya
cualidades: «el dinero sólo se interesa por lo que es común
a todo, por el valor de cambio, que reduce toda cualidad y
singularidad a una cuestión meramente cuantitativa».39

37. Estas palabras de Simmel referidas al estilo en el campo del arte nos
ayudan a aproximarnos a los rasgos generales que, a la manera de un
habitus, condicionan las prácticas de los ciudadanos («El problema del
estilo», op. cit. , p. 321).
38. P. Simay, «Préface» de Les grandes vi/les et la vie de lespirit, París,
Payot, 2013, p. 13 [La traducción es nuestra].
39. P. 62 de esta edición.

28
Micaela Cuesta

Estos procedimientos, comunes a la intelectualización y a


la racionalidad de tipo económica, permean las relaciones
sociales. Ellas dejan de encontrar asidero en los vínculos
afectivos o sentimentales, habituales en las pequeñas
ciudades, para erigirse, de modo preponderante, sobre el
cálculo y el rendimiento. Simmel se hace eco -aunque uno
silencioso- de la tesis de Marx sobre la «sociedad de
productores de mercancías» al afirmar en este ensayo que
«la gran ciudad moderna [... ] se nutre casi por entero de la
producción destinada al mercado».40 Todo sucede -diría
Marx- a espaldas de los productores, que sólo parecen
poder vincularse entre sí a través de las cosas. A diferencia
de las formas de intercambio más primitivas, en las cuales
un productor producía a demanda y a gusto de un
consumidor, en las circunstancias actuales, «sociedad de
productores libres», tratamos con perfectos desconocidos,
razón por la cual «confiere el interés de ambas partes una
objetividad implacable».41 No es posible establecer entre la
economía monetaria y la vida intelectual una relación
causal lineal, dice Simmel. Pero sí podemos afirmar que la
ciudad es la tierra más fértil para su combinación y cultivo.
El reflejo subjetivo de la economía objetiva es la indife-
rencia. El hombre blasé, a quien todo le resbala -que no
distingue objetos de sujetos-, se aproxima a la sensación
de indolencia que antecede al anestesiamiento respecto de
los otros. El hastío es uno de los sinónimos al que Simmel
recurre para dar cuenta de este «embotamiento», no tanto
ante las diferencias de las cosas cuanto a su significación y
valor diferencial. El sociólogo berlinés pareciera parafrasear
a Marx, cuando, con su ironía característica, advertía: «Si las
mercancías pudieran hablar, lo harían de esta manera:
"Puede ser que a los hombres les interese nuestro valor de
uso. No nos incumbe en cuanto cosas. Lo que nos concierne

40. lbid.
41. !bid.

29
Estudio introductorio

en cuanto cosas es nuestro valor. Nuestro propio movimiento


como cosas mercantiles nos lo demuestra. Únicamente nos
vinculamos entre nosotras en cuanto valores de cambio"». 42
El dinero, ya se defina como equivalente general o como
denominador común de todo valor, se erige, asevera
Simmel, «en el nivelador más terrible, y socava irreme-
diablemente el núcleo de las cosas, su particularidad, su
valor específico, su carácter incomparable».43
No se trata en él de adelantar un juicio moral, tampoco de
hacer un culto romántico y nostálgico del paisaje rural; por el
contrario, la tarea es «únicamente entender» -como leemos
en la última frase estampada en el texto-. Así, el hastío
respecto a las cosas corre en paralelo a la frialdad y reserva
en relación al medio social. Estas cualidades del estilo ciu-
dadano encuentran su razón en la multiplicidad y fugacidad
de los encuentros con desconocidos. Walter Benjamin cap-
tura el espíritu de esta fugacidad de un modo magistral en
una frase corta y contundente: «El éxtasis del ciudadano no
es tanto un amor a primera vista como a "última vista''».44
Sin un grado de indolencia, distancia cauta que se traduce en
antipatía, no podría el ciudadano preservarse ni partici- par
de las formas de socialización de la gran ciudad. Lo que esa
reserva al mostrarse también esconde es cierta aversión y,
sobre todo, temor a lo desconocido, precavida descon-
fianza. Se produce, así, un juego entre proximidad corpo-
ral y lejanía espiritual cuya significación será expuesta años
después en la ya mencionada Sociología. Sin esta reserva no
habría lugar para la libertad personal.
Desde el comienzo de este escrito hasta su final, insisti-
rá el problema de la libertad. Ya sea bajo la forma de una

42. K. Marx, «El carácter fetichista de la mercancía y su secreto», en El


capital, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, pp. 101- 102.
43. P. 66 de esta edición.
44. W Benjamín, Sobre algunos temas en Baudelaire, trad. H. Murena,
Buenos Aires, Leviatán, 1999, p. 32.

30
Micaela Cuesta

doctrina filosófico-política, bajo la idea de la libre movili-


dad de hombres y cosas, o bien como concepto que alude a
la autorrealización. 45 De estas tres modulaciones, la última
es donde se anudan el mayor número de consideraciones.
La libertad, entendida como autorrealización, nos desafía a
reflexionar sobre los límites y condiciones sociales recla-
mados para su efectuación. Sabemos que las ciudades, en su
tendencia a la serialización, atentan contra la realización
individual con la misma fuerza con la que la impulsan. Apar-
tados del prejuicio y gozosos del anonimato, los individuos
de las ciudades nos sentimos más osados y menos conven-
cionales que los de las pequeñas ciudades. La proliferación
de formas, colores, texturas y diseños con que adornamos
nuestros cuerpos se constituyen en índices de un afán de
distinción personal y de libertad expresiva. El «sex appeal de
lo inorgánico» -como diría Benjamin-46 se encuentra aquí
a la orden del día.
Ahora bien, el aumento exponencial en la oferta, si bien
otorga un grado de libertad mayor en virtud de la variedad
de posibilidades de elección, nos torna de modo simultáneo
más responsables. La libertad es inescindible del principio de
responsabilidad. Tampoco la disponibilidad de medios
técnicos en las grandes ciudades garantiza el aspecto de
libertad del que aquí estamos hablando. Por su parte, la

45. Estas preocupaciones serán desplegadas años después en El individuo


y la libertad (191 3) y retomadas, con posterioridad, de manera extensa en
Cuestionesfundamentales de sociología (1 917). En el primero leemos:
«La libertad se convirtió para el siglo xvm en la exigencia general, con la que
el individuo encubría sus múltiples opresiones y autoafirmaciones frente a
la sociedad»; cf. G. Simmel, «El individuo y la libertad», en El individuo y la
libertad. Ensayos de crítica de la cultura, op. cit., p. 272.
46. Con esta expresión se refiere Benjamín a los efectos sociales e ideo- lógicos
del fetichismo de la mercancía aplicado al fenómeno de la moda. Ella «frente
al viviente, defiende los derechos del cadáver. El fetichismo, que aparece así
sujeto al sex-appeal de lo inorgánico, es su nervio vital».Cf. W Benjamín,
Libro de los pasajes, Madrid, Akal, 2011 , p. 55.

31
Estudio introductorio

división social del trabajo empuja a una especialización


tal que redunda, la más de las veces, en una atrofia de la
personalidad en su totalidad. Los individuos aparecen
como unidades funcionales, parciales e impersonales. Los
pros y los contras de esta realidad, Simmel los ofrece en una
variedad de matices y detalles en la Filosofía del dinero. El
cuadro termina de delinearse con otra circunstancia
también gravitante en torno a este problema: el aumento
desproporciona! de la cultura objetiva en relación a la
subjetiva pesa sobre la autonomía de cada individuo.
En este contexto, la pregunta que se formulaba Simmel
resuena con la misma vigencia: ¿cómo lograr, pese a todo,
que «el aspecto peculiar e incomparable, que a fin de
cuentas posee toda persona en cualquier parte, se va a
manifestar en la propia configuración de la misma» ? 47
En efecto, no son pocos los teóricos contemporáneos que,
continuando las tesis dt Simmel, advierten acerca de cómo
la realización de sí deviene en el actual capitalismo en un
imperativo de mercado. En otras palabras, la búsqueda de
autenticidad, el vértigo y la autonomía se convierten en la
clave de valorización del capital. Omitir este hecho histórico
sólo nos llevaría a subestimar su complejidad y, luego, errar
el justo tratamiento de este fenómeno.

Motivos impresionistas
La manera como nos es dado interpretar los fe-
nómenos de la vida nos hace percibir en cada punto
de la existencia una pluralidad de fuerzas, de tal
modo que cada una de éstas se nos aparece como
proyectándose más allá delfenómeno real...
Georg Simmel48

47. P. 72 de esta edición.


48. G. Simmel, «La moda», en Sobre la aventura. Ensayos de estética, trad.
Gustavo Muñoz y Salvador Mas, Barcelona, Península, 2002, p. 41.

32
Micaela Cuesta

La atención al detalle, la pluralidad de puntos de vista,


junto a la dispersión que, por momentos, asume su prosa,
fueron algunos de los motivos que llevaron a distintos
autores a caracterizar el «método» de Simmel de impre-
sionismo sociológico.49 Su cuidado por la forma era con-
fundido, a veces, con un esteticismo superfluo y estéril. No
obstante, en un pasaje de su Rembrandt, podemos leer cuál
era su convicción: «Lo que siempre me ha parecido una
tarea esencial de la filosofía: sondear, desde lo singular e
inmediato, desde lo simplemente dado, la capa de las signi-
ficaciones espirituales últimas [ . . . ] ». so
Con este espíritu Simmel elaboraba, de manera simul-
tánea a la publicación de Las grandes ciudades y la vida
intelectual, las versiones preliminares de «El espacio y la so-
ciedad» (1903) y «La lucha» (1903-1905). En el primero, el
énfasis recae sobre un concepto sociológico de espacio. Así
como las ciudades señalan formas preponderantes de rela-
ción social, el espacio será definido en este texto como una
«función psicológica específica», una «actividad del alma»
condicionante y condicionada.51 Son las formas de relación
social las que comandan la exclusividad, división, fijeza,
proximidad, distancia y movilidad; todas estas, cualidades
atribuidas a configuraciones espaciales. Lo cual no exclu-
ye la relación inversa, a saber: una vez consolidadas, estas
«propiedades» que solemos adjudicar a los espacios surten
efectos sobre las relaciones sociales.
«La lucha», por su parte, será un motivo persistente de las
preocupaciones de Simmel. Desde sus primeros escri- tos,
pasando por Las grandes ciudades y la vida intelectual hasta
su versión de 1908, la lucha, concepto recuperado del

49. Entre otros, así lo consideraban Mannheim, Tonnies, Lukács y Bloch.


50. G. Simmel, Rembrandt, Buenos Aires, Nova, 1950, p. 9.
5 l. G. Simmel, «El espacio y la sociedad», en Sociología: estudios sobre
lasformas de socialización, op. cit., p. 597.

33
Estudio introductorio

evolucionismo de Spencer, guarda una intensión cohesiva.


Sus manifestaciones, concebidas como medium de sociali-
zación, varían de acuerdo «a la personalidad que en ella se
involucra; a los elementos espaciales, temporales y de inten-
sidad; a la estructura de los círculos sociales; al peso de lo
subjetivo y lo objetivo; a los factores normativos y al proce- so
de individualización y diferenciación que se expresan en
forma aguda en las grandes ciudades».52 Contra todo senti-
do común, la lucha, dice Simmel, reclama más cooperación
que la paz, pues en ella es preciso reclutar, ganar adeptos,
simpatizar, persuadir.
Será en una tercera etapa (1905-1908)53 cuando Simmel
se ocupará del secreto, el adorno, el extranjero y otras tantas
digresiones de un valor sociológico ineludible. En cada una de
ellas, el sociólogo se abocará a la tarea de deslindar for-
ma de contenido y de esbozar tipos sociales, sin descuidar
el punto de vista geométrico que repara en la incidencia del
número y la distancia, entre otros factores decisivos, en la
constitución de las figuras sociales. Uno puede, sin dificul-
tad, recoger las pistas que conducirán a estas reflexiones en
ciertos pasajes de Las grandes ciudades y la vida intelectual.
Quizás, de todos los desarrollos acometidos en su Socio-
logía, los correspondientes al secreto sean los que de manera
más productiva se combinan con el ensayo de 1903. En él
leemos que el saber es condición de posibilidad de la inte-
racción. En efecto, todos nos formamos ideas de los otros,
tenemos de ellos la imagen que nuestro punto de vista nos
permite ver, punto de vista, sin duda, cargado de limitacio-
nes y distorsiones. Esto sucede de modo recíproco, es decir,
también el otro supone alguna unidad en mí en el momento

52. G. Zabludovsky y O. Sabido, op. cit., p. 45, y G. Simmel, «La lucha»,


en Sociología: estudios sobre lasformas de socialización, op. cit.
53. Tomamos aquí la periodización que reconstruyen G. Zabludovsky y
O. Sabido antes citadas (ibid, pp. 24-25).

34
Micaela Cuesta

de interactuar -no importa si real o imaginariamente-


conmigo. A diferencia de los animales o los objetos, los seres
humanos podemos, con un lábil margen, elegir qué porción
de nuestra personalidad queremos revelar ante otros y cuál
preferiríamos dejar en reserva. Muchas veces esta previsión
no se deja controlar y nos guiamos y conocemos a otros -o
nos damos a conocer- de modo espontáneo, inmediato, es-
quivo, en suma, bajo formas que escapan a nuestro dominio.
Si en general sólo revelamos fragmentos de nosotros mis-
mos, aun a las personas más íntimas, en las interacciones
que ocurren en las grandes ciudades, esta fragmentación
crece. La porción ofrecida de cada uno, que dista de ser una
muestra representativa de nosotros mismos, responde de
modo preponderante a un criterio racional, aunque tam-
bién valorativo. En este juego social interviene el vínculo
que tengamos con el oyente tanto como la estimación de
su sensibilidad y capacidad de comprensión. Así, saber y
no-saber constituyen la trama de las relaciones entre los
hombres, oscilando, según las circunstancias y escenarios,
entre la revelación (sincera) y el disimulo (mendaz).
El secreto como una forma sociológica pura desempeña, de
este modo, uno de los roles más sutiles en el concierto de la
socialización. Un precario equilibrio entre discreción,
revelación y disimulo mantienen vivas las relaciones socia-
les. La discreción se convierte en valor social, radicando su
clave no sólo en respetar el secreto de otro, su voluntad de
omitir algún aspecto, sino también de suspender o refrenar
nuestro impulso de alcanzar aquello que él no está dispuesto a
confiarnos positivamente. Esta discreción expresa el hecho de
que a cada hombre lo rodea una esfera ideal que, de ser
infringida, destruiría el valor personal del individuo. Espacio
ideal de cada quien entre los individuos como distancia
prudente.
En el proceso de «trabar conocimiento», todo esto ocurre
sin un plan calculado, no podemos evitar reconstruir

35
Estudio introductorio

la vida interior de otro, descubrirnos cavilando sobre sus


silencios, intentando descifrar aquello que no dice, que
oculta o simplemente omite. Pero ¿cómo determinar el
grado preciso de discreción? El llamado «tacto (moral)» o
una «visión global de las relaciones» no parecen ser una
solución definitiva, pues, a diferencia del derecho positivo,
las normas que regulan este tipo difuso de relación social no
son nunca diáfanas ni se encuentran escritas y clasificadas.
Revelación y secreto, entrega y contención, derecho a
preguntar, pero derecho también a callar se combinan en
toda relación de modo que pueden potenciarla o arruinarla. El
respeto voluntario e involuntario a estas modulaciones de lo
que se expone y lo que no, difiere de aquello que
intencionalmente se oculta y que resiste ante la intención de
otro de descubrirlo. Esta forma del secreto strictu sensu
representa una conquista para Simmel. Alejado de la incon-
tinencia del niño, el secreto puede abrir y ampliar el mundo
individual, aunque ello nos parezca hoy, en plena apoteosis
de la «transparencia» y de la exhibición del mundo del yo,
algo contra-intuitivo. Como anticipaba Simmel en Las
grandes ciudades y la vida intelectual, el privilegio del oído
cede terreno, hoy más que nunca, a la primacía del ver. De
tal suerte, no sólo el secreto, tensionado entre lo público y lo
íntimo, se ha ido desplazando según épocas y culturas;
también el ordenamiento de los sentidos muta intrahistó-
ricamente: «Las comunicaciones modernas hacen que la
mayor parte de las relaciones sensibles entabladas entre los
hombres queden confinadas, cada vez en mayor escala, ex-
clusivamente al sentido de la vista». 54 Espacio social, lucha,
secreto y sentidos son algunos de los elementos teóricos a
los que se puede recurrir para interpretar las figuras actuales
de la socialización en las grandes ciudades.

54. G. Simmel, «Digresión sobre la sociología de los sentidos», en Socio-


logía: estudios sobre las formas de socialización, op. cit., p. 626.
Micaela Cuesta

De lo que se conoce como «sociología formal» -más


presente en los primeros estudios de Simmel- a la «socio-
logía filosófica» que se asienta en Cuestiones fundamentales
de sociología ( 191 7) la atención se desplazará -como señala
Esteban Vernik- hacia tres relaciones estructurales de la
vida social: el par individuo-sociedad, el binomio libertad-
igualdad y el problema del vínculo socialismo-individualis-
mo.55 En este deslizamiento hacia una sociología filosófica se
cuelan algunas de las preocupaciones políticas que, sin ser
explícitas en sus textos, informaron el pensamiento deeste
pensador anfibio.

En la huella simmeliana
En todas las relaciones espirituales, cuya alegría
no consiste solamente en la ganancia sino en la
propia entrega, y en las que cada parte se enriquece
correspondiente y recíprocamente por medio de
la otra, crece un valor cuyo disfrute no puede
conseguirse a través del expolio.
Georg Simmel56

Lejos de presentársenos de modo transparente, las formas de


socialización, tanto como sus marcas, constituyen el objeto
de la mirada sociológica de Simmel. Hoy, como ayer, nos
entregamos a la tarea singular de descifrar las combi-
naciones posibles del lazo social -y sus formas recíprocas
de afectación- mediante una mirada que se pretende sutil
y atenta. Seguimos siendo cautivados por las figuras que se
dibujan tras las tramas más abigarradas, pero también a
contraluz de las más laxas, que configuran el tejido de los
hilos sociales. Nos sigue interpelando la pregunta con

55. . Ver E. Vernik, Simmel. Una introducción, op. cit., pp. 62-64.
56. G. Simmel, Filosofía del dinero, op. cit., p. 336.

37
Estudio introductorio

que Simmel inaugura su Sociología: «¿cómo es posible la


sociedad?». Volvemos a acudir a los a priori kantianos que
el sociólogo alemán traía a colación para alejarse, paradó-
jicamente, de su idealismo. Nos sorprendemos, así, refle-
xionando sobre la contemporaneidad de las tres condiciones
de posibilidad de la experiencia en sociedad: el aprehender lo
otro mediante generalizaciones (tipo general) mediadas por
lo que se percibe como semejante a uno, principio
condicionado por la categoría de fragmentación y el supuesto de
la diferencia; la índole sociable e insociable del hombre, su
estar -incansable- dentro y fuera de la sociedad (ejem- plo
de sus figuras extremas son «el extranjero, el enemigo, el
delincuente y aún el pobre»),57 y, en tercer lugar, el a priori
que afirma a la sociedad como producto de elementos
desiguales, «un cosmos de diversidad incalculable».58
Nos detenemos, una vez más, en los modos de expe-
riencia y en las formas intermitentes de sociabilidad pura
que se cuelan en los intersticios de la vida en común.59 Los
seres humanos -aprendemos de la «pequeña sociología» de
Simmel- nos conectamos y desconectamos, nos buscamos
con la mirada, nos seducimos, nos adornamos para otros,
nos ocultamos, disentimos, entre otras tantas formas de
encuentro y desencuentro. Lejosde presentársenosde modos
transparentes, estas formas de socialización, tanto como sus
marcas, constituyen un enigma60 para la mirada sociológica.

57. G. Simmel, Sociología... , op. cit., p. 127.


58. Ibid, p. 131.
59. De allí, quizás, la afirmación de Daniel Mundo: «El verdadero con-
cepto de felicidad de Simmel, en cambio, tiene resonancias aristotélicas:
se basa en la relación armónica del hombre "con el todo del ser", que es
el mundo, espacio virtual que aparece en la mediación entre un hombre
y otro» (D. Mundo, «Prólogo», en G. Simmel, De la esencia de la cultura,
Buenos Aires, Prometeo, 2008).
60. Cf. G. Simmel, Cuestiones fundamentales de sociología, op. cit., pp. 32-33.

38
Micaela Cuesta

Pathos y vita activa, pena y felicidad se anudan en los lazos


que produce la vida en sociedad, sobre todo en aquellos
intervalos donde el telos -la inversión fatua que hace de lo
que era medio un fin en sí mismo- parece quedar suspen-
dido.
En la huella de Simmel, es posible reflexionar, así, sobre
un concepto sociológico de felicidad que, sin negar la pena,
no se desentienda de dos dimensiones comprometidas en
su entendimiento: una ética y otra política. Una ética de la
sociabilidad, a diferencia de una moral, se inscribiría no
tanto en la lógica del merecimiento cuanto en la poten-
ciación del estar juntos. Supondría, en este sentido, una
pregunta orientada hacia lo que es bueno y no ya a lo que
está bien. Aludiría, asimismo, a una relación singular con
la alteridad donde quedaran disueltos tanto lo individual
subjetivo como el contenido meramente objetivo. 61 Simmel lo
dice con las siguientes palabras:

La sociabilidad, si se quiere, crea un mundo so­


ciológicamente ideal: porque en ella -como lo ex­
presan estos principios- la alegría del individuo
depende plenamente de que también los otros estén
alegres, y en principio nadie puede encontrar satis­
facción a costa de sentimientos totalmente opuestos
del otro.62

En los a priori establecidos por Simmel en su «Digresión


sobre el problema: ¿cómo es posible la sociedad?» (1908),
insinuaba algunas de estas reflexiones. La condición dual del
ser social, su índole «insociable» -como antes evocába- mos-,
tan relevante como su naturaleza sociable, constitu- ye junto
al a priori de los «elementos desiguales» las claves

61. Ibid., p. 96.


62. Ibid., p. 88.

39
Estudio introductorio

de esta dimensión ética de la sociabilidad: «la vida social


está atenida al supuesto de una armonía fundamental entre
el individuo y el todo social, sin que esto impida las estriden-
tes disonancias de la vida ética y la eudemonística». 63 Ahora
bien, ¿qué régimen político produce las condiciones socio-
históricas propicias a esta virtualidad? ¿Podemos encontrar en
la democracia una afinidad electiva con este concepto de
felicidad y con la dimensión enigmática -en el sentido de
incalculable- de este afecto?
La primera indicación sobre la dimensión política de
este concepto sociológico de felicidad podemos encontrarla
en uno de los subtítulos de Conceptos fundamentales de
sociología (1917): «El "impulso sociable" y la naturaleza
democrática de la sociabilidad».64 Este impulso sociable es
definido en términos de fuente y sustancia de sociabilidad; su
principio, a la manera de la libertad en Kant, reza: «cada cual
tenga tanta satisfacción de este impulso como es
compatible con la satisfacción de éste para todos los
demás».65 Tal vez podamos desplazar nuestros argumentos
hacia un tipo de razonamiento menos formal y abstracto que
el kantiano e interrogar aquellas propiedades que tornan
afines a felicidad y democracia.
Si sostenemos, como hace Simmel, la opacidad y el
enigma que guarda la forma y el efecto de sociabilidad
-uno de cuyos valores, o mejor, plusvalores es la felicidad-
podemos reparar en lo que ella tiene de incalculable.66 El

63. G. Simmel, «Digresión sobre el problema: ¿cómo es posible la socie-


dad?», en Sociología: estudios sobre las formas de socialización, Fondo de
Cultura Económica, México, 2014, p. 1 33.
64. G. Simmel, Cuestionesfundamentales de sociología, op. cit., p. 87.
65. Ibid.
66. Un filósofo argentino, Diego Tatián, sin referirse explícitamente a
Simmel, sugiere que, mientras la administración es gobernada por la
lógica del cálculo, las pasiones se rigen por lo incalculable y lo enigmá-
tico que se abre en la convivencia de los hombres. Sostener esta inde-

40
Micaela Cuesta

tercer a priori que da realidad a la sociedad y que consiste,


como arriba sugerimos, en que «el elemento individual
halla un puesto en la estructura general, e incluso que esta
estructura es, en cierto modo, adecuada desde luego a la
individualidad y a la labor del individuo, pese a lo incal-
culable que es este último».67 El concepto de profesión
traduce, aunque de modo parcial, lo imprescindible que
revela ser tanto para la producción de la sociedad como
para la realización de la individualidad, hallar un lugar parael
desempeño de una labor o trabajo profesional. Cuando
estas posiciones faltan, resta la angustia que no encuentra
ya coartada en ningún «interior burgués».
Si asumimos, con Simmel, que la individualidad se resis-
te a la gramática del cálculo, lo que queda es reclamar un
orden social y político que contemple su apertura, su inde-
terminación, sin desatender la relevancia de un lugar donde
cada quien pueda desplegar su labor profesional, su diferen-
cia. El conflicto entre lo que la sociedad impone y lo que los
individuos pueden, nos devuelve, desde otra perspectiva, al
terreno de la libertad, pues: «Estos conflictos en los que el
individuo entra [ . . . ] se han sublimado en la historia mo- derna
finalmente a una necesidad, por así decir, abstracta de
libertad individual».68 La apelación a esta idea abstracta

terminación, no clausurarla reconociendo su determinación histórica y


cultural, es tarea, pero también cifra, del destino de la democracia. Así,
refiere Tatián: «Si bien incalculables y enigmáticas, las pasiones revelan
una existencia en su singularidad más que estar presupuestas por ella; son
el fruto de un lenguaje, de una forma de vida y una elección radical más
que una inmediatez somática y, en ese sentido, aventuras y avatares de la
cultura» (Cf. D. Tatián, Lo impropio, Buenos Aires, Excursiones, 2012,
p. 49).
67. G. Simmel, «El problema de la sociología» en Sociología: estudios
sobre lasformas de socialización, op. cit. , p. 134 [El subrayado es nuestro].
68. G. Simmel, Cuestionesfundamentales de sociología, op. cit., p. 111.

41
Estudio introductorio

-antes, como ahora- ha servido de significante común para


expresar «las diversas quejas y autoafirmaciones de los
individuos frente a la sociedad».69 Su derrotero, recuerda
Simmel, va de la idea de una libertad individual a la consta-
tación de una antinomia entre libertad e igualdad con sus
soportes filosófico-metafísicos, hasta condensar en el siglo
xrx en la oposición «igualdad sin libertad» (socialismo) y
«libertad sin igualdad» (liberalismo).
Bajo este prisma, las consideraciones de Simmel en el
texto que tenemos ante nosotros adquieren otro relieve. Una
frase funciona allí como señuelo: «no es más que el reverso
de esta libertad, pues aquí, como por doquier, no es preciso
que la libertad del ser humano se refleje en su vida emo-
cional como bienestar».7° Con el repiquetear de estas pala-
bras, los invitamos a transitar esta pieza de Simmel como si
de una gran ciudad se tratase. Los invitamos a perderse en
sus calles, a dejarse guiar por sus señales, a identificar sus
avenidas y toparse con sus muros, a descansar en una de
sus esquinas o adentrarse en sus zonas oscuras para reco-
rrer sus márgenes. Los incitamos a habitarla con el espíritu
del ingeniero que, alejado de la quietud de los cementerios,
excava para edificar, construye puentes para comunicar y
abre caminos, multiplicando las posibilidades siempre in-
ciertas de los encuentros. Es caminando por los textos cual
grandes urbes, con o sin mapas, como se los conoce. Y es
conociendo alguno de ellos como se alimenta la curiosidad
de pisar otros, con la esperanza de evitar los clichés del tu-
rista aunque sin poder escapar -por fortuna- de la lectura
sospechosa y un poco culpable de quien se sabe extranjero.

69. !bid.
70. P. 71 de esta edición.

42
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Micaela Cuesta

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Libros de Simmel en castellano7 '

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español; el año entre corchetes, la fecha de la publicación
original en alemán.

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Francisco Ayala, fue publicada por la editorial Schapire de
Buenos Aires en 1944 y reimpresa por Anaconda (Buenos
Aires) en 1950. Otras publicaciones: Renacimiento, Sevilla,
2004; Creonte, Buenos Aires, 2005; Prometeo Libros, Bue-
nos Aires, 2005, pról. de Daniel Mundo.

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Argentina, Universidad Nacional de Córdoba), trad. Carlos
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apareció en la Revista Española de Investigaciones Socioló-
gicas (n.º 89, pp. 315-330, enero-marzo de 2000, Madrid).

1926-1 927 [1908] Sociología: estudios sobre lasformas de


socialización (Madrid, Revista de Occidente), 6 vols., trad.
José R. Pérez-Bances; 2.ª ed., Buenos Aires, Espasa-Calpe,

71. Lista actualizada de la obra de Simmel en castellano, confeccionada


a partir del trabajo realizado por G. Catalaño, «Bibliografía de Georg
Simmel en castellano», en Revista Colombiana de Sociología, n.º 31, pp.
87-89, 2008, Bogotá, ISSN: 0120-159X.
Micaela Cuesta

1939, 2 vols.; 3.ª ed., Revista de Occidente, Madrid, 1977, 2


vols.; 4.ª ed., Madrid, Alianza Editorial, 1986, 2 vols. En 2014
se reedita la versión de 1926-1927 con un «Estudio in-
troductorio» de Gina Zabludovsky y Olga Sabido (México,
Fondo de Cultura Económica).

1 934 [1902-1911] Cultura femenina y otros ensayos (Ma-


drid, Revista de Occidente). Contiene: «Cultura femenina»,
trad. Eugenio Imaz; «Filosofía de la coquetería», trad. J.
Pérez-Bances; «Lo masculino y lo femenino», trad. M. G.
Morente, y «Filosofía de la moda», trad. Fernando Vela. Este
pequeño volumen ha tenido múltiples eds. en América Lati-
na por parte de la casa Espasa-Calpe de Argentina y México.
La 6.ª ed. apareció en 1961.

1 935 [ 1902 y 1911] Cultura femenina yfilosofía de la co-


quetería (Santiago de Chile, Cultura). Contiene los dos en-
sayos anunciados en el título.

1 935 [1911] El problema de la situación religiosa (Santia- go


de Chile, Cultura). Contiene «El problema de la situación
religiosa» y «La personalidad de Dios».

1 946 [ 191O] Problemas fundamentales de la filosofía


(Madrid, Revista de Occidente), trad. Fernando Vela. Una 2.ª
versión, de Susana Molinari y Eduardo Schulzen, fue publi-
cada por la Editora del Plata (Buenos Aires, 1947). Una 3.ª
trad., de Héctor Rogel, apareció en Uthea (México, 1961).
Publicado de nuevo por Prometeo (Buenos Aires, 2005), pról.
Daniel Mundo.

1 949 [1913] Goethe (Buenos Aires, Nova), trad. José Ro- vira
Armengol. Incluye, además, el ensayo «Kant y Goethe: para
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1 950 [1916] Rembrandt: ensayo de filosofía del arte (Buenos


Aires, Nova, 1950), trad. Emilio Estiú. Otras eds.: Librería
Yerba, Murcia, 1996; Prometeo Libros, Buenos Ai- res, 2005,
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trad. José Robira Armengol. En 2005 se publica la trad. de
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Prometeo).

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Estudios Políticos), trad. Ramón García Cotarelo. Reedi-
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2013, pról. de David Frisby.

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1 988 [ 1911 ] Sobre la aventura: ensayos filosóficos (Barce-


Micaela Cuesta

lona, Edicions 62), trad. Gustavo Muñoz y Salvador Mas.


Incluye 13 ensayos compilados por el propio Simmel en
1911 bajo el título de Cultura .filosófica. Se reeditó en 2002
(Barcelona, Península) bajo el título Sobre la aventura, con un
epílogo de Jürgen Habermas.

1999 [1905 y 1911-1912] Cultura femenina y otros ensa-


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Contiene una intr. y seis ensayos: «La aventura», «La moda»,
«Lo relativo y lo absoluto en el problema de los sexos», «La
coquetería», «El concepto y la tragedia de la cultura» y «Cul-
tura femenina».

2002 [ 1917] Problemas fundamentales de sociología, ed.


Esteban Vernik (Barcelona, Gedisa), trad. Ángela Acker-
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Abdo Ferez.

2003 [ 1901-1918] La ley individual y otros escritos, intr. Jordi


Riba (Barcelona, Paidós), trad. Anselmo Sanjuán. Contiene
tres ensayos: «La ley individual: un ensayo acer- ca del
principio fundamental de la ética» (1909-1918), «Las dos
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lismo» (1909-1910).

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2010 El secreto y las sociedades secretas, trad. Javier Era-


so Ceballos, intr. Daniel Mundo (Madrid, Sequitur); reimp.
2015 (2.ª ed.).

2010 El conflicto. Sociología del antagonismo, trad. Javier


Eraso Ceballos (Madrid, Sequitur).

201 1 El pobre, trad. Javier Eraso Ceballos, intr. Jerónimo


Molina Cano (Madrid, Sequitur).

201 1 El rostro y el relato, (Madrid, Casimiro Libros).

2012 [1912] La religión (Buenos Aires, Gedisa), trad.


Laura Carugati, prefacio de Esteban Vernik y posfacio de
Olga Sabido Ramos.

2012 Diagnóstico de la tragedia de la cultura moderna. Una


colección de ensayos filosóficos de Georg Simmel, trad. Eugenio
Imaz, José R. Pérez Bances y Manuel García (Sevilla,
Espuela de Plata).

50
Micaela Cuesta

2012 El extranjero. Sociología del extraño seguido por


ensayos afines de Alfred Schütz, Norbert Elias y Massimo
Cacciari, con intr. de Olga Sabido Ramos (Madrid,
Sequitur).

2013 Filosofía del paisaje, trad. Mathias Andlau (Madrid,


Casimiro Libros) .

2014 Filosofía de la moda (Madrid, Casimiro Libros).

Edición alemana de las obras completas (a cargo de


Otthein Rammstedt)72
Tomo 1. Das Wesen der Materie nach Kant's Physischer
Monadologie. Abhandlungen 1882-1884. Rezensionen 1883-
1901 [Naturaleza de la materia según la monadología físi-
ca de Kant. Trabajos de 1882- 1884. Recensiones de 1883-
1901], ed. Klaus Christian Kohnke (Frankfurt am Main,
Suhrkamp, 1999), 527 págs.

Tomo 2. Aufsatze 1887 bis 1890, über sociale Differen-


zierung. Die Probleme der Geschichtsphilosophie (1892) [En-
sayos de 1887-1890 sobre la diferenciación social. El pro-
blema de la filosofía de la historia], vol. 11, ed. Heniz-Jürgen
Dahne (Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1989), 434 págs.

Tomo 3. Einleitung in die Moralwissenschaft eine Kritik


der ethischen Grundbegriffe [Introducción a la ciencia de la
moral: crítica de las nociones básicas de la ética] , vol. I, ed.
Klaus Christian Kohnke (Frankfurt am Main, Suhrkamp,
1989), 461 págs.

72. Tomado de G. Catalaño, «Bibliografía de Georg Simmel en


castellano», en Revista Colombiana de Sociología, n.º 31, pp. 87-89, 2008,
Bogotá, ISSN: 0120- 159X.

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Tomo 4. Einleitung in die Moralwissenschaft eine Kritik


der ethischen Grundbegriffe [Introducción a la ciencia de la
moral: crítica de los fundamentos de la ética] , vol. 11, ed. Klaus
Christian Kohnke (Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1991),
427 págs.

Tomo 5. Aufsiitze und Abhandlungen 1894 bis 1900


[Ensayos y disertaciones de 1894-1900], ed. David Frisbyy
Heinz-Jürgen Dahme (Frankfurt am Main, Suhrkamp,
1992), 690 págs.

Tomo 6. Philosophie des Geldes [Filosofía del dinero], ed.


David P. Frisby y Klaus Christian Kohnke (Frankfurt am
Main, Suhrkamp, 1989), 787 págs.

Tomos 7 y 8. Aufsiitze und Abhandlungen, 1901-1908


[Ensayos y disertaciones, 1901-1908], 2 vols.; vol. I a cargo
de Rüdiger Kramme, Angela Rammstedt y Otthein Ramm-
stadt y vol. 11 a cargo de Allesandro Cavalli y Volkhard
Krech (Frankfurt am Main, Suhrkamp, 1993-1995).

Tomo 9. Kant (Zweite Fassung 1905/1907). Die Proble-


me der Geschichtsphilosophie [ Kant (segunda versión de 1905-
1907). El problema de la filosofía de la historia], ed. Guy
Oakes y Kurt Rottgers (Frankfurt am Main, Suhrkamp,
1997), 485 págs.

Tomo 10. Philosophie der Mode (1905). Die Religion


(1906/1912). Kant und Goethe (1906/1916). Schopenhauer
und Nietzsche (1907) [La filosofía de la moda (1905). La
religión (1906/1912). Kant y Goethe (1906/1916). Scho-
penhauer y Nietzsche (1907)], ed. Michael Behr, Volkhard
Krech y Gert Schmidt (Frankfurt am Main, Suhrkamp,
1995), 497 págs.

52
Micaela Cuesta

Tomo 11 . Soziologie Untersuchungen über die Formen der


Vergesellschaftung [Sociología: estudios sobre las formas de
socialización], ed. Otthein Rammstedt (Frankfurt am Main,
Suhrkamp, 1992), 1051 págs.

Tomo 12. Aufsatze und Abhandlungen, 1909-1 918 [Ensa-


yos y disertaciones, 1909-1918], vol. I, ed. Rüdiger Kram-
me y Angela Rammstedt (Frankfurt am Main, Suhrkamp,
2001), 586 págs.

Tomo 13. Aufsatze und Abhandlungen, 1909-1918 [En-


sayos y disertaciones, 1909-1918], vol. 11, ed. Klaus Latzel
(Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2000), 431 págs.

Tomo 14. Hautptprobleme der Philosophie. Philosophische


Kultur [Problemas fundamentales de la filosofía. Cultura
filosófica], ed. Otthein Rammstedt (Frankfurt am Main,
Suhrkamp, 1996), 530 págs.

Tomo 15. Goethe. Deutschlands innere Wandlung. Das


Problem der historischen Zeit. Rembrandt [ Goethe. Trans-
formaciones internas de Alemania. El problema del tiempo
histórico. Rembrandt], ed. Uta Kosser, Hans-Martin Kruc- kis
y Otthein Rammstedt (Frankfurt am Main, Suhrkamp,
2003), 678 págs.

Tomo 16. Der Krieg und die geistigen Entscheidungen.


Grundfragen der Soziologie. Vom Wesen des historischen
Verstehens. Der Konflikt der modernen Kultur. Lebensans-
chauung [La guerra y las decisiones espirituales. Problemas
básicos de la sociología. Sobre la naturaleza de la compren-
sión histórica. El conflicto de la cultura moderna. Intuición de
la vida], ed. Gregor Fitzi y Otthein Rammstedt (Frankfurt am
Main, Suhrkamp, 1999), 516 págs.

53
Bibliografía

Tomo 17. Miszellen, Glossen, Stellungnahmen, Umfraget-


worten, Leserbriefe, Diskussionsbeitrage, 1889-1 91 8; Anony- me
und pseudonyme Veroffentlichungen, 1888-1920 [Misce-
láneas, glosas, comentarios, resultados de encuestas, cartas
de lectores, aportes a los debates 1889-1918; publicaciones
anónimas y con pseudónimo], ed. Klaus Christian Kohnke,
con la ayuda de Cornelia Jaenichen y Erwin Schullerus
(Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2005), 626 págs.

Tomo 18. Englischsprachige Veroffentlichungen, 1893-191 O


[Publicaciones en inglés, 1893-1910]; ed. David P. Frisby
(Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2008), 548 págs.

Tomo 19. Franzosisch und italienischsprachige Veroffent-


lichungen. Mélanges de philosophie relativiste [Textos en
francés e italiano. Miscelánea de filosofía relativista], ed.
Christian Papilloud, Angela Rammstedt y Patrick Watier
(Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2002), 458 págs.

Tomo 20. Postume Veroffentlichungen, Ungedrucktes,


Schul-padagogik [Publicaciones póstumas, Textos no im-
presos, Pedagogía escolar], ed. Torge Karlsruhen y Otthein
Rammstedt (Frankfurt am Main, Suhrkamp, 2004), 627
págs.

Tomo 21. Nachschriften und Referate von Vorlesungen


und Vortragen [Protocolos y conferencias y exposiciones
orales en el salón de clases]. Todavía sin publicar.

Tomo 22. Briefe 1880-191 1 [ Correspondencia 1880- 1911]


, ed. Klaus Christian Kohnke (Frankfurt am Main: Suhrkamp,
2005), 1093 p.

Tomo 23. Briefe 1912-1918. Jugendbriefe [Correspon-

54
Micaela Cuesta

dencia 1912-1918. Cartas de juventud] (Frankfurt am Main:


Suhrkamp, 2008), 1241 p.

Tomo 24. Gesamtbibliographie und Register [Bibliografías


y registros finales de la obras completas]. Todavía sin publi-
car.

55
LAS GRANDES CIUDADES
Y LA VIDA INTELECTUAL
Los problemas más profundos de la vida moderna brotan
de la pretensión por parte del individuo de preservar la au-
tonomía y peculiaridad de su existencia contra la prepon-
derancia de la sociedad, de la herencia histórica, de la civi-
lización y de la técnica de la vida, lo cual supone la última
transformación alcanzada en la lucha que el hombre pri-
mitivo hubo de mantener con la naturaleza para sobrevivir
físicamente. Por más que en el siglo xvm se clamase por
la liberación de todos los vínculos de origen histórico, en
el Estado y la religión, en la moral y en la economía, con
objeto de lograr que la naturaleza originalmente bondadosa
de los hombres, que es igual en todos ellos, se desarrollase
sin trabas; por más que en el siglo x1x se fomentara, junto
a la simple libertad, el carácter individual del ser humano,
mediante la división del trabajo y sus logros, que es lo que
hace al individuo único e imprescindible en la medida de
lo posible, pero que, al mismo tiempo, le obliga a depender
tanto más de la actividad complementaria de sus semejantes;
por más que Nietzsche viera en la lucha más despiadada
entre los individuos el requisito previo para su pleno desa-
rrollo, o que el socialismo viera lo mismo en la suspensión
de la competencia, en todos estos intentos actúa el mismo
motivo fundamental: la resistencia del sujeto a ser nivelado
y utilizado por un mecanismo social y técnico. Cuando uno se
pregunta por el carácter interno de los productos de la
vida específicamente moderna; cuando, por decirlo así, se
indaga en el cuerpo de la cultura para que nos revele su
alma -tarea que me corresponde hoy a mí al ocuparme de

59
Las grandes ciudades y la vida intelectual

nuestras grandes ciudades-, la respuesta requerirá que se


investigue la relación que impulsa tales estructuras entre los
contenidos individuales y supraindividuales de la vida;
asimismo requerirá que se investiguen las adaptaciones
logradas por la personalidad con objeto de acomodarse a los
poderes externos.
El fundamento psicológico sobre el cual se erige el tipo
individual de las grandes ciudades es la intensificación de la
vida nerviosa, que resulta de la sucesión rápida e ininte-
rrumpida de las impresiones externas e internas. El hombre
es un ser diferenciador, esto es, su conciencia se ve estimu-
lada por la diferencia existente entre la impresión actual y la
precedente. Las impresiones prolongadas, la insignificancia
de sus diferencias, la habitual regularidad de su alternancia
y de los contrastes entre ellas, consumen, por decirlo así,
menos energía mental que la rápida concentración de imá-
genes variadas, las diferencias pronunciadas dentro de lo
que se capta con una simple mirada y el carácter inespe-
rado de impresiones poderosas. La gran ciudad, al crear
precisamente estas condiciones psicológicas -con cada
paso que se da en la calle, con la velocidad y con la varie-
dad de la vida económica, profesional y social- provoca ya
en los fundamentos sensibles de la vida anímica, en la
porción de atención que exige de nosotros a causa de nues-
tra organización corno seres diferenciadores, un profundo
contraste con la pequeña ciudad y la vida rural, debido al
ritmo dominante en estas últimas de un flujo más lento,
habitual y regular en su vida intelectual y sensible. Por esto
podernos entender el carácter intelectual de la vida anímica
de la gran ciudad, en oposición al de la pequeña ciudad,
que más bien descansa en los lazos afectivos y en las rela-
ciones emocionales. Y es que estas últimas radican en las
capas inconscientes del alma y crecen con mayor rapidez en
el tranquilo equilibrio de costumbres continuadas. El lugar

60
Georg Simmel

de la razón, en cambio, se encuentra en las capas superiores,


conscientes, lúcidas, de nuestra alma, y es lo que mejor se
adapta de nuestras fuerzas internas; no necesita, para aco-
modarse al cambio y a las contradicciones de las aparien-
cias, de los estremecimientos y de los trastornos internos,
que son los únicos medios por los que las personalidades
más conservadoras son capaces de adaptarse a los ritmos de
los sucesos. Así, el tipo de la gran ciudad, que se manifiesta
naturalmente en miles de modificaciones individuales, crea
para sí mismo un órgano protector contra el desarraigo con
el que le amenazan las fluctuaciones y discrepancias de su
medio social; reacciona ante ellas no con emociones, sino,
en esencia, con la razón, creando así una primacía anímica
mediante una intensificación de la conciencia, generada a su
vez por la misma causa. Así, la reacción a esos sucesos se
transfiere al órgano físico menos sensible, al más alejado de
las profundidades de la personalidad.
Esta cualidad racional, a la que hemos reconocido como
protectora de la vida subjetiva contra la violencia ejercida
por la gran ciudad, se ramifica en numerosos fenómenos
particulares. Las grandes ciudades han sido desde siempre
el asiento de la economía monetaria, ya que la variedad y la
concentración de los intercambios económicos dan una
importancia al medio de cambio a la que no se habría
llegado con la escasez de trueques del comercio rural. Ahora
bien, la economía monetaria y el predominio del intelecto se
encuentran estrechamente relacionados. Los dos comparten la
misma forma puramente objetiva de tratar a los seres
humanos y a las cosas, en la que una justicia formal se alía a
menudo con una dureza implacable. El hombre puramente
intelectual es indiferente hacia toda realidad individual,
porque de ésta se derivan relaciones y reacciones que no
llegan a comprenderse del todo sirviéndose de razonamien-
tos lógicos; lo mismo ocurre con la individualidad de los
Las grandes ciudades y la vida intelectual

fenómenos, que no encaja en el principio del dinero. Pues


el dinero sólo se interesa por lo que es común a todo, por el
valor de cambio, que reduce toda cualidad y singularidad a
una cuestión meramente cuantitativa. Mientras que todas
las relaciones emocionales entre personas se fundan en su
individualidad, las intelectuales cuentan con las personas
como con los números, esto es, como elementos que fueran,
en sí mismos, indiferentes, y que sólo poseyeran interés por
ofrecer una prestación calculable en términos objetivos. Lo
mismo ocurre con el habitante de la gran ciudad que trata
frecuentemente con sus suministradores y sus clientes, sus
sirvientes y las personas con las que está obligado a relacio-
narse socialmente, mientras que en el círculo pequeño el co-
nocimiento inevitable de las individualidades genera nece-
sariamente un matiz más afectivo en el comportamiento, en
un ámbito que trasciende el mero cálculo objetivo de pres-
tación y contraprestación. Si abordamos el problema desde
el ámbito de la psicología económica, lo esencial aquí es que
en relaciones más primitivas se produce para el cliente que
ordena la mercancía, de modo que productor y consumidor
se conocen mutuamente. La gran ciudad moderna, en cam-
bio, se nutre casi por entero de la producción destinada al
mercado, esto es, a consumidores que son completos desco-
nocidos y que nunca han entrado en la esfera visual del pro-
ductor propiamente dicho. Esto es lo que confiere al interés
de ambas partes una objetividad implacable, además de un
egoísmo intelectual, calculador, económico, que no teme te-
ner que desviarse de su camino por los imponderables de las
relaciones personales. Y es ostensible que esto se encuentra
en una interacción tan estrecha con la economía monetaria
predominante en las grandes ciudades -que aquí ha elimi-
nado los últimos restos de producción propia y del comercio
de mercancías directo, y que reduce diariamente cada vez
más el pedido personal del consumidor- que nadie sabría

62
Georg Simmel

decir si no fue primero aquella constitución anímica inte-


lectualista la que impulsó la economía monetaria o si ésta no
fue el factor determinante para la anterior. De lo que no cabe
duda es que la forma de vida de la gran ciudad es el suelo
más nutritivo para esta interacción, algo que aspiro a
demostrar ahora citando al historiador político más
importante de Inglaterra: en el transcurso de toda la historia de
Inglaterra, Londres nunca ha actuado como su corazón, sino
con frecuencia como su intelecto y siempre como su bolsa.
Un rasgo aparentemente insignificante en la superficie de
la vida viene dado por la confluencia, de manera no menos
característica, de las mismas tendencias anímicas. El espíritu
moderno se ha tornado cada vez más calculador. La
exactitud calculadora de la vida práctica, que le ha
proporcionado la economía monetaria, corresponde al
ideal de las ciencias naturales de transformar el mundo en
un problema aritmético y fijar cada una de sus partes en
fórmulas matemáticas. Es consecuencia de esta economía
que tantos hombres estén ocupados en la vida diaria con
las actividades de ponderar, calcular, determinar numéri-
camente, así como en reducir valores cualitativos a valores
cuantitativos. Debido a la naturaleza calculadora del dinero, en
la relación de los elementos vitales se ha introducido una
precisión, una seguridad en la determinación de lo que es
equivalente y lo que no lo es, una precisión en los acuerdos
y en las estipulaciones, como la que ha causado la difusión
general de los relojes de bolsillo. Pero son las condiciones
de la gran ciudad las que constituyen la causa y el efecto de
ese rasgo esencial. Los vínculos y las ocupaciones del típico
habitante de la gran ciudad suelen ser tan variadas y compli-
cadas que, sobre todo por la acumulación de tantas perso-
nas con intereses tan diferentes, sus relaciones y actividades
se enredan entre sí formando una textura compleja. De ahí

63
Las grandes ciudades y la vida intelectual

que sin la puntualidad más exacta en las promesas y en las


prestaciones el conjunto acabaría precipitándose en un caos
inextricable. Si todos los relojes de Berlín se equivocaran al
marcar la hora y lo hicieran de manera diferente, aunque
sólo fuera durante el espacio temporal de una hora, toda su
vida económica y comercial quedaría perturbada por largo
tiempo. A esto se añade, aunque en apariencia sea un
factor más externo, que la magnitud de las distancias con-
vierte toda espera y todo desplazamiento inútil en una
pérdida de tiempo irrecuperable. Así, la técnica de la vida de
la gran ciudad no es concebible sin que todas las actividades
y relaciones recíprocas se integren de la manera más exacta
en un esquema temporal rígido que trascienda lo meramente
subjetivo. Pero también aquí surgen aquellos aspectos que
constituyen el cometido de estas consideraciones, a saber:
que cualquier punto de la existencia, por más que parezca
restringirse a su superficie, puede tornar contacto, cornosi
se arrojara una sonda, con las profundidades del alma; y
que las exterioridades más banales terminan por unirse,
mediante líneas directivas, con las últimas decisiones
concernientes al sentido y al estilo de la vida. La puntualidad, la
fiabilidad, la exactitud que requieren las complicaciones y
complejidades de la vida de la gran ciudad no sólo estánen
la relación más estrecha con su carácter monetario e
intelectual, sino que además van a teñir los contenidos de la
vida y a favorecer la exclusión de aquellos rasgos esenciales
e impulsos irracionales, instintivos y soberanos que quieren
determinar, a partir de ellos mismos, la forma vital, en vez de
recibirlos desde fuera corno una forma de vida general de
precisión esquemática. Aun cuando esas existencias sobe-
ranas caracterizadas por dichos rasgos e impulsos no son en
modo alguno imposibles en la ciudad, son, sin embargo,
opuestas a su tipo. Y así se explica el odio apasionado contra
la gran ciudad de algunas personalidades corno Ruskin o
Georg Simmel

Nietzsche; para ellas el valor de la vida se encuentra única-


mente en la peculiaridad ajena a los esquemas y en aquello
que se sale de lo uniforme, y en ellas el odio a la ciudad
brotó de la misma fuente que el odio contra la economía
monetaria y contra el intelectualismo de la existencia.
Los mismos factores que, en la exactitud y minuciosa
precisión de la forma de vida, se han aglutinado en una es-
tructura de máxima impersonalidad, ejercen una influencia,
por otra parte, de tendencia sumamente personal. Tal vez no
haya un fenómeno anímico tan exclusivo de la gran
ciudad como el hastío. Es en principio la consecuencia de
aquellos estímulos nerviosos de rápida alternancia y acu-
sada contradicción, de los que nos parecía surgir también la
creciente intensidad intelectual de la gran ciudad; esto
explica que personas de mente débil no suelen mostrarse
hastiadas. Así como una vida de placeres inmoderados
termina por causar hastío, ya que estimula tanto tiempo el
sistema nervioso hasta alcanzar sus reacciones máximas que
termina por no producir reacción alguna; del mismo modo,
estímulos más inofensivos, por la rapidez y naturaleza
contradictoria de sus variationes, fuerzan respuestas tan
violentas, sacuden el sistema nervioso con tal brutalidad
que éste agota sus últimas reservas energéticas y, al perma-
necer en el mismo medio social, no tiene tiempo de regene-
rarse. Esta incapacidad así originada de reaccionar a nuevos
estímulos con la energía adecuada a ellos constituye ese
hastío que, en realidad, ya muestra cada niño de la gran
ciudad en comparación con los niños de medios sociales
más apacibles y menos variados.
Con este origen fisiológico del hastío urbano se combina
otro que brota de la economía monetaria. La esencia del
hastío radica en un embotamiento en la capacidad de
diferenciar las cosas, no en el sentido de que no se perci-
ban, como ocurre en la persona obtusa, sino en que la

65
Las grandes ciudades y la vida intelectual

importancia y el valor de las diferencias entre las cosas y,


en consecuencia, las cosas mismas, se perciben como des-
deñables. Al hastiado le parecen como de una tonalidad
uniforme, gris y mate, indignas de ser preferidas a otras.
Este estado de ánimo es el fiel reflejo subjetivo de una
economía monetaria tan compleja; el dinero, al someter la
variedad a un criterio uniforme, expresa todas las diferencias
cualitativas mediante diferencias cuantitativas; y el dinero,
con su frialdad e indiferencia, se erige en el común deno-
minador de todos los valores, en el nivelador más terrible, y
socava irremediablemente el núcleo de las cosas, su parti-
cularidad, su valor específico, su carácter incomparable. To-
das las cosas nadan con el mismo peso específico en el flujo,
en continuo movimiento, del dinero; todas se encuentran
en el mismo nivel y sólo se diferencian por el espacio que
ocupan. En casos particulares, esa coloración de las cosas, o
tal vez su decoloración, puede ser, por su equivalencia con
el dinero, imperceptiblemente más pequeña; pero en la rela-
ción que tiene el rico con los objetos que puede adquirir con
él, tal vez ya por el carácter general que la opinión pública
otorga a esos objetos en todas partes, adopta proporciones
considerables. Por ello las grandes ciudades son el asiento
principal del movimiento de fondos y en ellas se impone
en una escala muy diferente la posibilidad de comprar
cosas, a diferencia de ámbitos más pequeños, y también son
las sedes propiamente dichas del hastío. En ellas culmina en
cierto modo aquel éxito de la concentración de seres
humanos y de cosas que estimula al individuo a alcanzar el
máximo empleo de energía nerviosa. Ahora bien, a través de
la intensificación meramente cuantitativa de las mismas
condiciones, ese éxito se transforma en lo contrario: en ese
fenómeno adaptativo peculiar del hastío, en el cual el
sistema nervioso descubre su última posibilidad de acomo-
darse a los contenidos y a la forma de la vida de la gran

66
Georg Simmel

ciudad mediante la renuncia a reaccionar ante ellos. Aquí


se comprueba que la conservación de ciertas naturalezas se
obtiene al precio de devaluar todo el mundo objetivo, lo cual
termina por hundir inevitablemente la propia personalidad
en la sensación de la misma devaluación.
Mientras que el sujeto tiene que avenirse a esta forma
de existencia, su instinto de conservación frente a la gran
ciudad exige de él una conducta social no menos negativa. La
actitud mental de los habitantes de la gran ciudad ante sus
semejantes puede calificarse formalmente de reservada. Si el
contacto externo incesante con innumerables personas
tuviese que encontrar respuesta en una cantidad igual de
reacciones internas, como ocurre en la pequeña ciudad, en la
cual casi todos se conocen y mantienen una relación posi-
tiva, uno terminaría por atomizarse interiormente del todo y
caería en un estado psicológico inimaginable. Es en parte
esta circunstancia psicológica, y en parte la desconfianza que
tenemos derecho a sentir ante los elementos tan variados y
pasajeros de la gran ciudad, lo que nos obliga a mantener esa
reserva, como consecuencia de la cual a menudo ni siquiera
conocemos de vista a vecinos con los que hemos convivido
años, conducta que a los habitantes de la pequeña ciudad les
parece con frecuencia fría y huraña. Si no me equivoco, tras
esa reserva visible no hay sólo indiferencia, sino, con más
frecuencia de lo que creemos, una ligera aversión, una mutua
repulsión y extrañeza que en el caso de un contacto más
estrecho, ocasionado por cualquier causa, se tornaría de
inmediato en hostilidad y odio. Toda la organización
interna de una vida social tan amplia se fundamenta en una
estructura piramidal escalonada, extremadamente variada,
de simpatías, indiferencias y aversiones breves o prolon-
gadas, puesto que la esfera de la indiferencia no es tan grande
como parecería a primera vista. Nuestra actividad anímica
responde con una emoción, en cierto sentido determinada,
Las grandes ciudades y la vida intelectual

a casi toda impresión procedente de otro ser humano, pero


cuya inconsciencia, fugacidad y variación sólo parece redu-
cirla a indiferencia. De hecho, esta indiferencia nos puede
resultar tan poco natural como nos resultaría insoportable
la confusión de sugestiones contradictorias y caóticas, y de
estos dos peligros típicos de la gran ciudad nos preserva la
antipatía, la primera fase latente del antagonismo práctico.
Es ella la que procura las distancias frente a los demás y
la necesidad de evitarlos, sin lo cual no se podría vivir esa
existencia. Su extensión y sus combinaciones, el ritmo de
su aparición y desaparición, las formas en que se adapta,
todo esto forma, con los motivos unificadores propiamente
dichos, un todo inseparable de la configuración vital de la
gran ciudad; lo que en ésta aparece directamente como
disociación es, en realidad, sólo una de sus formas elemen-
tales de socialización.
Esta reserva, que conlleva a veces un matiz de aversión
oculta, reaparece, sin embargo, como forma o envoltura de
una cualidad mental mucho más general de la gran ciudad.
Confiere al individuo una modalidad y un grado de libertad
personal para los que no se encuentra ninguna analogía en
otras relaciones. Se retrotrae, eso sí, a una de las grandes
tendencias de desarrollo de la vida social, a una de las pocas
para las que se puede encontrar una fórmula hasta cierto
punto exhaustiva. La fase más antigua de las formaciones
sociales, que se encuentra tanto en la historia como en las
formaciones que se están configurando en el presente, es la
siguiente: un círculo relativamente pequeño que se cierra
frente a círculos vecinos, ajenos o en cierta manera antago-
nistas, pero que, en cambio, muestra una cohesión interna
tanto más estrecha, de modo que sólo permite al miembro
particular de ella un pequeño margen de acción para el
desarrollo de cualidades individuales y para movimientos
libres y responsables. Así es como comienzan los grupos

68
Georg Simmel

políticos y familiares, las comunidades políticas y religiosas;


la supervivencia de asociaciones muy jóvenes exige una
rigurosa delimitación y unidad centrípeta, y, por lo tanto,
no puede conceder al individuo ninguna libertad ni pecu-
liaridad de desarrollo interno o externo. A partir de esta
fase, la evolución social se bifurca a un mismo tiempo en
dos direcciones que, no obstante, siguen guardando cierta
correspondencia. En la medida en que crece el grupo -nu-
méricamente, espacialmente, en importancia y contenidos
vitales-, se relaja su unidad interna directa; la rigurosidad
de su delimitación originaria contra otros se suaviza me-
diante intercambios y conexiones; y al mismo tiempo el in-
dividuo obtiene libertad de movimientos, más allá de la pri-
mera limitación desconfiada, y de una peculiaridad y singu-
laridad a las que da oportunidad e incita a la división del
trabajo en el grupo más grande. Por más que las condiciones
y fuerzas especiales de la situación individual modifiquen el
esquema general, el Estado y el cristianismo, los gremios y
los partidos políticos y otros grupos innumerables se han
desarrollado según esta fórmula. Pero a mí este proceso me
parece también claramente reconocible en el desarrollo de
la individualidad dentro de la vida urbana. La vida en la
pequeña ciudad, tanto en la Antigüedad como en la Edad
Media, impuso al individuo una limitación tal de sus movi-
mientos y de sus relaciones externas, de su autonomía y de
su diferenciación social, que harían la existencia asfixiante
al hombre moderno. Aún hoy el habitante de la gran ciudad
siente, trasplantado a la pequeña ciudad, una sensación
similar de asfixia. Cuanto más pequeño sea el círculo que
constituya nuestro medio social, tanto más limitadas serán
las relaciones capaces de romperlo; y cuanto más vigile el
grupo con temor las prestaciones, el modo de vivir, las
orientaciones del individuo, tanto más probable será que las
particularidades cuantitativas y cualitativas rompan el
Las grandes ciudades y la vida intelectual

marco del conjunto. En virtud de lo mencionado, la polis de


la Antigüedad parece haber poseído las características de la
pequeña ciudad. Su existencia, expuesta a la continua ame-
naza por enemigos tanto próximos como lejanos, le confirió
aquella firmeza colectiva en el aspecto político y militar,
aquella supervisión del ciudadano por el ciudadano, aquella
actitud celosa de la colectividad frente al individuo, cuya
vida privada quedaba hasta tal punto reprimida que sólo
encontraba compensación, a lo sumo, con el poder despóti-
co ejercido en su casa. La tremenda agitación y excitación, el
colorido único de la vida ateniense, tal vez se explique por el
hecho de que un pueblo constituido por personalidades de
una individualidad incomparable estaba en lucha constante
con esa presión interna y externa, propia de una pequeña
ciudad de fuertes tendencias colectivistas. Esto generaba
una atmósfera de tensión en la cual los más débiles eran
oprimidos y los fuertes se veían incitados a la más apasiona-
da autoprotección. Y por este motivo floreció en Atenas
aquello que se puede designar, sin poderlo definir exacta-
mente, como «lo humano en general» en el desarrollo inte-
lectual de nuestra especie. Pues la relación cuya validez fác-
tica e histórica aquí se afirma es la siguiente: los contenidos
y formas más generales y amplios de la vida están íntima-
mente vinculados a los más individuales; ambos tienen su
común fase previa o también su enemigo común en agrupa-
ciones y configuraciones estrechas, cuya lucha por la propia
conservación se enfrenta tanto contra lo amplio y general
fuera de ellas como contra lo individual y lo que se mueve
libremente en el interior. Así como en la época feudal, el
hombre «libre» era aquel que estaba sometido al derecho
común, esto es, al derecho del gran círculo social, y el siervo,
en cambio, el que derivaba su derecho del estrecho círculo de
una comunidad feudal, con lo que quedaba excluido de
aquél; del mismo modo, el habitante de la gran ciudad de

70
Georg Simmel

nuestro tiempo es «libre», en un sentido sutil e intelectuali-


zado, en contraste con la estrechez de miras y los prejuicios
que constriñen a los habitantes de la pequeña ciudad. Pues
la reserva e indiferencia mutuas, las condiciones de vida
mental de los grandes círculos no se perciben nunca con
tanta fuerza por su éxito en la independencia del individuo
como en el denso bullicio de la gran ciudad, porque es aquí
donde la proximidad corporal y la estrechez hacen clara-
mente perceptible por primera vez la distancia intelectual; el
hecho de que en ninguna otra parte uno se sienta más solo y
abandonado que entre el gentío de la gran ciudad no es
más que el reverso de esta libertad, pues aquí, como por do-
quier, no es preciso que la libertad del ser humano se refleje
en su vida emocional como bienestar. No es sólo la propor-
ción directa entre el territorio y la población la que, por cau-
sa de la correlación histórico-universal entre la ampliación
del círculo y el grado de libertad personal interna y externa,
hace de la gran ciudad el asiento de la última, sino que, tras-
cendiendo esta extensión concreta, las grandes ciudades han
sido el asiento del cosmopolitismo. Al igual que el pa-
trimonio, alcanzado cierto nivel, suele aumentar en progre-
siones cada vez más rápidas y de manera automática, del
mismo modo lo hace, pero en progresión geométrica, el ho-
rizonte, las relaciones económicas, personales e intelectua-
les de la ciudad, la esfera ideal de su población, una vez que
se ha superado un cierto límite; toda extensión dinámica
alcanzada le sirve de peldaño, no sólo para incrementarse en
otra extensión igual, sino para incrementarse en una más
grande, y de cada hilo que se hilvana en ella surgen siempre
otros nuevos, al igual que dentro de la ciudad el unearned
increment de la renta inmobiliaria procura al propietario,
por el mero aumento de la circulación, un incremento de
beneficios que hace que se generen por sí mismos. Llegados
a este punto, el carácter cuantitativo de la vida se torna en

71
Las grandes ciudades y la vida intelectual

un carácter cualitativo. La esfera vital de la pequeña ciudad


queda limitada, en lo principal, a ella misma. Para la gran
ciudad es decisivo que su vida interior se extienda en ondas
concéntricas sobre un amplio territorio nacional o interna-
cional. Weimar no fue ninguna excepción, puesto que su
importancia quedaba vinculada a personalidades indivi-
duales y murió con ellas, mientras que la gran ciudad se
caracteriza precisamente por su independencia esencial res-
pecto, incluso, a sus más importantes personalidades: es el
anverso y el precio que ha de pagar por la independencia
que el individuo goza dentro de ella. El aspecto más impor-
tante de la gran ciudad reside en esa dimensión funcional
que sobrepasa con creces sus límites físicos, y esa acción
efectiva produce a su vez una reacción que confiere a su vida
peso, importancia y responsabilidad. Al igual que un ser hu-
mano no se halla confinado en los límites de su cuerpo o del
espacio que abarca directamente con su actividad, sino que
sólo llega hasta la suma de efectos que, partiendo de él, se
prolongan en el tiempo y en el espacio, del mismo modo
una ciudad consiste en la totalidad de los efectos que tras-
cienden su ámbito inmediato. Esta es la verdadera dimen-
sión en que se expresa su ser. Y esto ya indica que la libertad
individual, que es el miembro complementario lógico e his-
tórico de dicha extensión, no sólo se ha de entender en un
sentido negativo, como mera libertad de movimientos y au-
sencia de prejuicios y actitudes filisteas, sino que su caracte-
rística esencial va a residir en que el aspecto peculiar e in-
comparable, que a fin de cuentas posee toda persona en
cualquier parte, se va a manifestar en la misma configura-
ción de la vida.
El que nosotros sigamos las leyes de nuestra propia na-
turaleza -y esto es a lo que se llama libertad- se vuelve
comprensible y convincente, tanto para nosotros como para
otros, cuando las manifestaciones de esa naturaleza se dife-

72
Georg Simmel

rendan de las de los otros; es nuestro carácter inconfundi- ble


respecto a los demás lo que evidencia que nuestra forma de
existencia no se nos ha impuesto por otros. Las ciudades son
ante todo el asiento de la máxima división del trabajo
económica; generan por ello fenómenos tan extremos como
en París la lucrativa profesión del quatorzieme: personas que se
anuncian con letreros en sus viviendas y que están pre-
parados a la hora de la cena, vestidos para la ocasión, a la
espera de ser recogidos de inmediato y llevados a la mesa
de una reunión que conste de trece personas. La ciudad
ofrece siempre, precisamente en la medida de su extensión,
un grado creciente de condiciones determinantes de la
división del trabajo; es un círculo que por su tamaño posee
una capacidad de acogida para una gran variedad de presta-
ciones o servicios, mientras que al mismo tiempo la con-
centración de individuos y su lucha por los clientes fuerza
al individuo a especializarse en la prestación, de modo que
no pueda ser desbancado con tanta facilidad por otros. Lo
decisivo es que la vida urbana ha transformado la lucha con
la naturaleza por la obtención de alimentos en una lucha
entre seres humanos, de modo que la ganancia por la que
aquí se lucha ya no la conéede la naturaleza, sino el hombre.
Y aquí no sólo encontramos el origen antes mencionado de la
especialización, sino una fuente más profunda, a saber:
aquella en que el que oferta ha de crear necesidades nuevas
y cada vez más originales en el consumidor, al que no deja de
cortejar. La necesidad de especializar los servicios que se
prestan para encontrar una fuente de ingresos aún no ago-
tada, una función que no sea fácilmente sustituida, incita a la
diferenciación, al refinamiento, al enriquecimiento de las
necesidades del público, lo que no puede dejar de conducir
visiblemente a crecientes diferencias personales dentro de
este público.
Y esto lleva a la individualización intelectual en sentido

73
Las grandes ciudades y la vida intelectual

estricto de los atributos anímicos, que la ciudad crea a


medida que crece. Esto se debe a una serie de causas. Pri-
mero, la dificultad de hacer valer la propia personalidad en
las dimensiones de la vida de la gran ciudad. Donde la in-
tensificación cuantitativa de la importancia y de la energía
llegan a sus límites, se recurre a la distinción cualitativa, para
así, mediante la excitación de la sensibilidad diferenciado-
ra, obtener, de algún modo, la conciencia del círculo social, lo
cual termina por incitar a las más extrañas excentricida- des,
a las extravagancias típicas de la gran ciudad, como la
originalidad a cualquier precio, el capricho, la cursilería,
cuyo sentido ya no se encuentra en el contenido de tales
comportamientos, sino sólo en su forma de ser diferente y,
por tanto, de distinguirse, de llamar la atención, lo cual
para muchas personas es el único medio de salvar, con un
rodeo a través de la conciencia de los otros, algo de autoes-
tima y la convicción de ocupar un lugar en la sociedad. Hay
un factor acumulativo inaparente, pero apreciable por sus
efectos, que opera en el mismo sentido: los encuentros que se
conceden a los individuos son breves y poco frecuentes en
comparación con el trato en la pequeña ciudad. Así sur- ge la
tentación de aparecer agudo, conciso, lo más personal
posible, y mucho más próximo, mientras que encuentros
largos y frecuentes procuran una imagen clara y precisa de
la personalidad del otro.
El motivo más profundo por el que la gran ciudad
conduce a una existencia personal más individualizada, con
independencia de que esto se lleve a cabo con razón o con
éxito, me parece ser el siguiente. El desarrollo de la cultura
moderna se caracteriza por el predominio de aquello que se
puede denominar espíritu objetivo sobre el subjetivo, esto
quiere decir que tanto en el lenguaje como en el derecho,
tanto en la técnica de producción como en el arte, tanto en
la ciencia como en los objetos del entorno domés-

74
Georg Simmel

tico, se incorpora una suma intelectual, cuyo crecimiento


diario es seguido de manera muy parcial por el desarrollo
intelectual de los sujetos y con un incremento cada vez ma-
yor de la distancia. Si abarcamos de una ojeada la inmen- sa
cultura que se ha incorporado desde hace cien años en
cosas y conocimientos, en instituciones y comodidades, y
comparamos con ella el progreso cultural de los individuos
en el mismo periodo -al menos en las clases superiores-,
se muestra una alarmante diferencia en el crecimiento en-
tre ambas, incluso en algunos aspectos se advierte más bien
un retroceso de la cultura de los individuos en relación con
aspectos como la espiritualidad, el refinamiento o el idealis-
mo. Esta discrepancia se debe en lo esencial al éxito de una
creciente división del trabajo; pues tal división reclama del
individuo un rendimiento cada vez más parcial, cuya máxi-
ma intensificación a menudo puede atrofiar el conjunto de su
personalidad. En cualquier caso, al individuo cada vez le
cuesta más mantenerse a la altura de la desmesurada ex-
pansión de la cultura objetiva. Y tal vez en esto quede más
afectado en su conciencia que en la vida práctica; y en los
oscuros complejos sentimentales que se derivan de ello, el
individuo se ha visto reducido a una quantité négligeable, a
una partícula de polvo frente a una enorme organización de
cosas y poderes, que arrebata lentamente de sus manos todo
progreso, espiritualidad y valores y que los transfiere desde
la forma de la vida subjetiva a la forma de la vida puramen-
te objetiva. Baste indicar que las grandes ciudades son los
escenarios más apropiados para este tipo de cultura, que ha
crecido desbordándose por encima de todo elemento
personal. En los edificios y en las instituciones educativas, en
los prodigios y comodidades de una técnica superadora del
espacio, en las formas de la vida social y en las instituciones
visibles del Estado se muestra una riqueza intelectual tan
enorme, cristalizada e impersonal, que la personalidad,

75
Las grandes ciudades y la vida intelectual

por así decirlo, no puede hacerle frente. La vida, por una


parte, se hace más fácil, ya que se le ofrecen desde todas
las perspectivas estímulos, intereses, formas de emplear el
tiempo y la mente, y la llevan como en una corriente en la
cual uno apenas necesita moverse para nadar. Por otra
parte, la vida se compone cada vez más de esos contenidos y
ofrecimientos impersonales, que quieren suprimir aque- llos
rasgos y matices incomparables y personales; de modo que,
para que se salve ese aspecto personal, se tienen que
extremar los esfuerzos conducentes a la originalidad y a la
singularidad, y se han de exagerar para hacerlos percep-
tibles, incluso para sí mismos. La atrofia de lo individual
causada por la hipertrofia de la cultura objetiva es un
motivo del odio enconado que los predicadores del indivi-
dualismo extremado, Nietzsche ante todo, albergan contra
las grandes ciudades, pero es también un motivo por el cual
se los ama en ellas tan apasionadamente, y aparecen ante los
habitantes de la gran ciudad como los anunciadores y
redentores de su anhelo insatisfecho.
Cuando se examinan, por la posición que ocupan en la
historia, estas dos formas de individualismo, alimentadas
por las relaciones cuantitativas de la gran ciudad -la in-
dependencia individual y la elaboración de peculiaridades
personales-, la gran ciudad obtiene un valor completa-
mente nuevo en la historia universal del espíritu. El siglo
xvm encontró al individuo unido por vínculos de índole
política y agraria, gremial y religiosa, que se habían vuelto
rígidos y que habían perdido la razón de ser, restricciones
que imponían al ser humano, desde ya hacía tiempo, una
forma de existencia antinatural y desigualdades injustas. En
esta situación se originó el clamor por la libertad y la
igualdad, la creencia en la libertad completa del individuo en
todas las relaciones sociales e intelectuales, que haría surgir
en todos los hombres el noble fondo común que la
Georg Simmel

naturaleza había depositado en cada uno de ellos y que ha-


bía desfigurado la sociedad y la historia. Junto a este ideal del
liberalismo, surgió en el siglo x1x, a través de Goethe y el
romanticismo por una parte, y a través de la división del
trabajo por otra, la siguiente tendencia: que los individuos
liberados de las ataduras históricas también querían dife-
renciarse entre ellos. El «hombre en general» deja de ser el
criterio del valor del individuo; ahora lo es la particularidad
y el carácter inconfundible en su dimensión cualitativa. Con
el conflicto y las cambiantes interacciones de estas dos for-
mas de determinar el papel del sujeto dentro de la totalidad,
trascurre tanto la historia interna como la externa de nuestro
tiempo. La función de la gran ciudad consiste en prestar el
escenario para el conflicto y para los intentos de unificación
de ambas formas, al habérsenos revelado sus condiciones
peculiares como oportunidades y estímulos para su desa-
rrollo. Así obtienen en el desarrollo de la existencia anímica
un lugar único, fructífero en una medida incalculable, y se
revelan como una de esas grandes estructuras históricas en
la que las corrientes opuestas que abarcan la vida se encuen-
tran y despliegan con la misma legitimidad. Pero así se sa-
len, ya nos resulten sus fenómenos particulares simpáticos o
antipáticos, de la esfera en la que era apropiada por nuestra
parte la actitud del juez. Nuestra tarea ya no consiste en acu-
sar o perdonar, sino únicamente en entender, en la medida
en que esas fuerzas se han incorporado al conjunto de toda
la vida histórica, a la que pertenecemos como la existencia
fugaz de una célula.73

73. El contenido de esta conferencia no se remite, en virtud de su


naturaleza, a una bibliografía por citar. El fundamento y la exposición de
sus principales pensamientos histórico-culturales se encuentran en mi
Filosofía del dinero.

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