Lección 10. El Canon y Los Escritos Apócrifos. FICHA RESUMEN

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10. El canon y los escritos apócrifos.

Con el Apocalipsis y los escritos del corpus joánico nos encontramos más o
menos en el cambio del siglo I al II; algunas de las cartas, como por ejemplo
la Carta de Judas y la Segunda de Pedro, probablemente fueron escritas
pasado el primer decenio del siglo II. Junto con los Evangelios sinópticos,
los Hechos de los Apóstoles y el corpus paulino, estos escritos constituyen
un conjunto dispar de documentos que responden a diferentes necesidades
expresadas por las comunidades cristianas y que se caracterizan también por
orientaciones ideológicas que, al menos en parte, se contraponen unas a las 1
otras, unificadas sólo por la contingencia exterior o marginal de estar
destinados a formar parte del canon del NT que se iría constituyendo
paulatinamente desde finales del siglo II.
Llegados a este punto, conviene aclarar los conceptos de Escritura y canon.
En primer lugar, hay que señalar que hasta el siglo II, a falta de un canon del
NT, los cristianos tenían como texto divinamente inspirado la Escritura en
uso en el judaísmo, generalmente leída en la traducción griega llamada
10. El canon y los escritos apócrifos.
"Septuaginta" o "versión de los LXX" y no en el texto hebreo. En segundo
lugar, queremos señalar que cuando se utilizan los términos AT y NT, hay
que recordar que se trata de un uso convencional: hasta finales del siglo II,
hablar de NT es en sí mismo un anacronismo. La misma distinción entre el
AT y el NT es ya un punto de vista de orientación cristiana: evidentemente
para los judíos sólo hay un Testamento y éste no es "antiguo". Por último,
hay que tener en cuenta que los cristianos de los primeros siglos
consideraban la Escritura y mencionaban como tal también los llamados
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Testimonia, es decir, las colecciones cristianas de pasajes del AT, reunidos
sobre la base de presupuestos teológicos precisos —sobre todo el de la
mesianidad de Jesús—, que ejercían una función subsidiaria con respecto a
la predicación oral.
Actualmente se considera que el NT consta de 27 libros pero en la
antigüedad, la idea de un canon del NT, introducida a finales del siglo II, no
se correspondía con el número actual de libros: algunos tenían grandes
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dificultades para entrar en el canon (por ejemplo, el Apocalipsis en el
Oriente cristiano), mientras que en ciertas épocas y en ciertas zonas se
consideraban canónicos libros que finalmente fueron excluidos del canon.
La selección de los libros canónicos no se realizó sin debate en las
comunidades cristianas. Es de ambiente antioqueno el libro de La Ascensión
de Isaías: lo mencionamos como un ejemplo significativo de la literatura
apócrifa. El nombre "apócrifo" (etimológicamente: oculto, secreto, pero más
tarde el significado pasó a ser negativo, en el sentido de "espurio, falso") se
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da a una serie de escritos que tienen una estructura literaria y un estilo
similares a los libros que se incluyeron en el canon de los libros sagrados.
Distinguimos entre apócrifos del AT y apócrifos del NT. Los apócrifos del
AT son textos pertenecientes a la literatura judía que fueron escritos entre el
siglo II a.C. y el siglo II d.C. (aunque algunos se remontan a épocas
anteriores) que tienen un género literario principalmente apocalíptico,
aunque no exclusivamente. Han llegado hasta nosotros no en el idioma
original en que fueron escritos sino en las diversas lenguas de las iglesias
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cristianas, tal y como fueron transmitidos por los cristianos. Aunque son
escritos judíos, tienen una importancia inestimable para la literatura cristiana
porque proporcionan las coordenadas ideológicas y literarias en las que ésta
se basa.
Una dificultad metodológica que presentan los apócrifos del AT, dado el
éxito entre los cristianos que produjeron interpolaciones y composiciones
cristianas a imitación de ellos (como La Ascensión de Isaías), es discernir
qué libros o qué partes de un libro son indudablemente precristianos. El 4
descubrimiento de los rollos del Mar Muerto (la biblioteca de Qumrán),
entre los que se han encontrado partes de algunos de estos textos en su
lengua original, es muy útil en este sentido. Mencionemos algunos de los
apócrifos del AT, teniendo en cuenta los problemas señalados anteriormente.
De profundo carácter apocalíptico tenemos el libro de Henoc (Henoc
etiópico), que influyó en la ideología de los autores del NT; además, se ha
conservado El libro de las parábolas (de finales del siglo I a.C.): uno de los
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cinco libros que lo componen ha sido considerado de origen cristiano pero,
al parecer, sin fundamento. El libro de los Jubileos, que no presenta
interpolaciones cristianas, data del siglo II a.C. Datan del siglo I d.C. el
Henoc eslavo, el Apocalipsis siríaco de Baruc, el 4º libro de Esdras (este
último insertado por decisión del Concilio de Trento al final de la Vulgata).
Todavía se discute si El testamento de los XII patriarcas es un escrito judío
con interpolaciones cristianas o una reescritura cristiana de material judío
anterior: el escrito pone en boca de cada uno de los hijos de Jacob, que se
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encuentra muy cerca de morir, un mensaje y una exhortación para sus
descendientes. El libro de José y Asenet, inspirado en los esquemas de la
novela helenística, es un documento del judaísmo egipcio del siglo I d.C.
Narra la historia de amor del hijo predilecto de Jacob con Asenet, la hija del
sacerdote egipcio Pentefrés: la primera redacción fue escrita por un judío
egipcio pero poseemos otras redacciones que han sido reelaboradas en
sentido cristiano. Los eruditos protestantes designan a los apócrifos del AT
como pseudoepígrafes y reservan el nombre de apócrifos para los libros
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deuterocanónicos (1 libro de Esdras, 1-4 de los Macabeos, Eclesiástico o
Sirácide, Judit, Tobías, Sabiduría, Odas de Salomón, Salmos de Salomón,
así como también adiciones a varios libros del AT), llamados así por los
católicos porque fueron incluidos en el canon alejandrino de la versión de
los LXX y entraron posteriormente en el canon bíblico actual de la Iglesia
católica.
Pasemos a los apócrifos del NT. Algunos de los textos que contienen el
registro de los dichos y los hechos de Jesús se movieron en círculos 6
restringidos, en áreas geográficas aisladas, mientras que otros tuvieron una
circulación más amplia. Otros fueron los evangelios utilizados por los
cristianos judíos, progresivamente marginados frente a la tendencia
mayoritaria, o sea la no judía o los llamados "cristianos étnicos". Los
cristianos gnósticos, pertenecientes a corrientes doctrinales consideradas
fuera de la ortodoxia, que creían en una revelación particular reservada para
ellos por Jesús, utilizaban libros que llamaban "apócrifos", secretos, que
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contenían aquellas tradiciones que eran preciosas precisamente por ser
reservadas (cf. Clem. Alex., Str. 1,15). A los ojos de los cristianos que se
esforzaban por identificar y proclamar como auténtica una tradición escrita
pública que pudiera remontarse claramente a uno de los apóstoles, este uso
esotérico de ciertas obras se presentaba muy diferente y francamente
negativo: así Ireneo en el siglo II habla de "apócrifo" en el sentido negativo
de "falso" (cf. Adv. haer. 1,20,1).
En un determinado momento posterior al siglo II entra en juego un nuevo 7
factor, este es la constitución del canon del NT, con al menos dos
consecuencias importantes: (1) los libros que entran en el canon gozan, en
virtud de esta prerrogativa, de una transmisión textual fija frente a la
transmisión fluctuante y abierta de los libros que no lo hacen; (2) los libros
del canon aumentan su difusión frente a los que están fuera de él.
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Versiones del canon bíblico.


Eusebio de Cesarea, h. e. 3,25; 6,25,1-2 (del año 320ca).
El concilio de Laodicea, canon 59 (del año 363).
La Carta Pascual (epistula festalis 39) de Atanasio de Alejandría (del año
367).
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San Agustín, de doctrina christiana 2,8,13 (del año 396).
El concilio de Trento, sesión 4 (8 de abril de 1546).
El Fragmento Muratoriano, datado en el siglo VIII, contiene una lista
de los libros del NT (fue descubierto y publicado por Ludovico
Antonio Muratori en 1740). Se trata del canon bíblico más antiguo
que poseemos porque ha sido datado hacia mediados del siglo II.
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En cuanto a la sospecha que se cierne sobre los que están fuera del canon, se
trata de una consecuencia que se produce de diferentes maneras, según los
ámbitos y los textos de que se trate. Las definiciones modernas más
comunes de "libros apócrifos" se refieren precisamente a la distinción entre
los libros que han entrado en el canon y los libros que han sido excluidos de
él, según la cual los apócrifos son libros escritos con una forma, un estilo y
unos temas similares a los de los libros que han entrado en el canon del NT,
con una pretensión de autoridad similar: muchos de ellos se presentan como
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evangelios, hechos, cartas y apocalipsis. La denominación de apócrifos del
NT ha sido cuestionada recientemente por estudiosos autorizados porque
provocaría una especie de estrabismo crítico al juzgar los textos, ya que
compararía un conjunto indeterminado de escritos que por sus características
está en contra de la idea misma de colección, con el corpus del NT que, en
cambio, está definido, establecido y fechado. También crearía un vínculo
artificial entre textos profundamente diferentes, limitaría su ámbito
cronológico al siglo III como máximo, cortaría algunos textos cristianos que
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se refieren a figuras bíblicas anteriores a Jesús y no tendría en cuenta que la
forma literaria de los apócrifos no coincide en algunos casos con la de los
escritos del NT. En consecuencia, estos estudiosos (guiados sobre todo por
Éric Junod de la Universidad de Lausana) proponen el término más flexible
y amplio de "apócrifos cristianos antiguos", y hay indicios de una tendencia
a abandonar el término "apócrifo". Por nuestra parte, creemos —dado que
toda denominación es convencional y en parte arbitraria— que debemos ser
más bien conservadores, intentando, en la medida de lo posible, mantener
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los términos acreditados por una larga tradición de estudios, para evitar que
aumente la confusión. Por tanto, una vez aclarados satisfactoriamente los
límites del término apócrifo del NT, podemos seguir utilizándolo. También
hay que tener en cuenta el hecho indudable de que mientras muchos
apócrifos son anteriores al canon, otros se compusieron cuando el proceso
de formación del canon estaba en marcha y pretendían hacer aclaraciones o
adiciones a los escritos canónicos; otros, sin embargo, debido a la progresiva
marginación de los grupos que los utilizaban, sufrieron inserciones heréticas
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y alteraciones deliberadas precisamente en oposición a los escritos
canónicos: esta es la razón por la cual nos referimos al canon en la
valoración de los apócrifos. En cualquier caso, lo que debe quedar claro,
precisamente por la compleja situación descrita, es que incluso los textos
apócrifos de redacción tardía y claramente heréticos pueden contener
elementos de tradición antigua paralelos a los canónicos. Hay muchos
fragmentos griegos de evangelios apócrifos: es difícil pero posible distinguir
si contienen una tradición independiente y/o auténtica con respecto a los
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cánones, o una derivada y/o inauténtica.
Pueden subdividirse, según la fuente de la que proceden, en: (1) variantes
manuscritas, es decir, variantes contenidas en los manuscritos de los textos
canónicos, que son tan particulares y autónomas que se consideran
apócrifas; (2) fragmentos de papiro; (3) fragmentos, citados por los
escritores cristianos, de los que no se especifica la obra a la que pertenecen,
que se denominan palabras auténticas de Jesús y que no se encuentran en los
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evangelios canónicos: han sido llamados agrapha (ἄγραφος = no escritos);
(4) fragmentos, citados por los escritores cristianos, de los que se especifica
el evangelio del que están tomados y que no resultan ser uno de los
canónicos. Entre los vestigios incluidos en el primer grupo se encuentra ese
famoso dicho (en griego loghion, pl. loghia, o logos, pl. logoi, como
prefieren algunos), que para muchos es auténtico, sobre la primacía de la
conciencia individual que sabe responder ante Dios, respecto a la
observancia literal de la Ley, en caso de necesidad superior; lo encontramos
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añadido a Lc. 6,4 (en la discusión sobre el sábado) del códice Bezae
Cantabrigiensis (del siglo VI). El texto dice: «El mismo día, viendo a un
hombre que trabajaba en sábado, Jesús le dijo: "Hombre, si sabes lo que
haces, eres dichoso; pero si no lo sabes, eres maldito y transgresor de la
ley"». Para el segundo grupo, un texto representativo es el papiro Egerton 2,
que en poco más de dos hojas contiene cuatro fragmentos de un evangelio
desconocido, compuesto antes del año 150 d.C. Supone el conocimiento de
los evangelios que posteriormente se volvieron canónicos y una cierta
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reelaboración personal que descontextualiza los dichos de Jesús con la
probable intención de hacer más evidente el mensaje subyacente. Un
ejemplo de esto que acabamos de señalar es el dicho de Jesús sobre el
tributum capitis de los sinópticos (Mc. 12,13-17; Mt. 22,15-22; Lc. 20,20-
26), el impuesto individual introducido por los romanos que aquí se
convierte genéricamente en «los impuestos que imponen los reyes», para
plantear el problema del pago de impuestos en términos generales. La
modesta reelaboración del material tradicional no parece tener una
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orientación ideológica, sino sólo en el sentido de hacer que el material de la
tradición evangélica sea fácilmente accesible a los lectores del entorno del
editor. Los fragmentos pertenecientes al grupo de los agrapha son pocos,
pero al menos dos de ellos son citados varias veces por los escritores
cristianos. Uno es la exhortación, cuya autenticidad no se pone en duda, a
convertirse en un «experto cambista», es decir, a ser capaz de discernir
inmediatamente el bien del mal, como hacen los expertos con las monedas
falsas. El otro dice: «Pide las cosas grandes y las pequeñas se te darán por
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añadidura». Este segundo loghion constituye en Clemente de Alejandría y
especialmente en Orígenes el fundamento de la doctrina cristiana sobre la
oración. Parecería un comentario, o más bien una traslación al plano
eucarístico, del precepto que se lee en Mt. 6,33 y Lc. 12,31 («Busquen
primero el reino y su justicia, y Dios les dará lo demás por añadidura»), pero
su forma y contenido se corresponde tan perfectamente con la enseñanza
dada por Jesús en el Padrenuestro que podría ser auténtica. Detengámonos
un poco más en el último grupo identificado, es decir, los fragmentos de los
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antiguos evangelios transmitidos por los escritores cristianos.
Se trata de los vestigios de algunos de los evangelios que se compusieron
ciertamente antes de la formación del canon del NT, producidos por esa
parte del judeocristianismo que fue la forma de esperanza cristiana para un
gran número de judíos que creyeron en Jesucristo en los primeros siglos,
progresivamente marginado por el etnocristianismo. Siempre es difícil
reconstruir el punto de vista de los derrotados por la historia. De los
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evangelios utilizados en el seno de las comunidades judeocristianas, los
fragmentos ni siquiera son suficientes para saber si los títulos Evangelio de
los judíos, Evangelio de los nazarenos, Evangelio de los ebionitas (el primer
título es original, los otros dos son modernos) corresponden realmente a tres
escritos diferentes o sólo a dos. El Evangelio de los judíos (para algunos
estudiosos debe identificarse con el Evangelio de los nazarenos) es el más
antiguo, basado en tradiciones sobre Jesús independientes de las que crearon
los evangelios sinópticos. Es un documento que podría remontarse a la
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primera mitad del siglo II. Eusebio de Cesarea lo define como «el evangelio
del que se alegran sobre todo los judíos que han aceptado a Cristo» (cf. h. e.
3,25). Hay informes de que fue escrito originalmente en hebreo o arameo.
Independientemente de lo que se piense de esta cuestión, en un fragmento
Jesús habla del Espíritu Santo como su madre, lo que muestra, tras el griego,
el trasfondo semítico de la expresión, ya que en hebreo el término ruah
(espíritu) es femenino. Dos citas de Clemente de Alejandría de este
evangelio (Str. 2,9,45,5; 5,14,96,3) parecen referirse al mismo loghion,
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quizás duplicado. En la versión más extensa dice, con un quíntuple aumento
gradual: «El que busca no cesará hasta que encuentre; cuando encuentre, se
asombrará; cuando se asombre, reinará; cuando sea rey, descansará». El
mismo loghion, centrado en el valor y los efectos salvíficos de la búsqueda
interior, se encuentra con algunas variaciones en el Evangelio de Tomás y
constituye un ejemplo de cómo un mismo conjunto de tradiciones llega de
forma independiente utilizando canales diferentes. En comparación con el
Evangelio de los judíos, los fragmentos atribuibles a los otros dos parecen
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más judeocristianos, ya que uno (el Evangelio de los nazarenos) muestra ser
una versión aramea modificada del Evangelio de Mateo, y el otro (el
Evangelio de los ebionitas) acentúa la caracterización de Jesucristo como
hombre, rasgo peculiar de la cristología ebionita, rechazada posteriormente
por las corrientes teológicas mayoritarias.
También perteneciente a un grupo progresivamente marginado, pero
completamente diferente del de los judeocristianos, es el llamado Evangelio
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de los egipcios, compuesto también en el siglo II, a las afueras de Alejandría
en Egipto. Orígenes, en el siglo III (en la primera homilía sobre Lucas) habla
de él como un texto utilizado por los herejes; Clemente de Alejandría, antes
que Orígenes, al dar cuenta de algunas expresiones del mismo texto, destaca
el hecho de que, ciertamente, se daba una interpretación heterodoxa por
parte de los cristianos de tendencia ascética, adversarios del matrimonio y de
la procreación (los encratitas), pero que también se podía extraer de él una
enseñanza ortodoxa, como intenta hacer el propio Clemente: A la pregunta
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«¿Hasta cuándo será poderosa la muerte?» que le hace Salomé, Cristo da la
siguiente respuesta: «Hasta que las mujeres den a luz». Los encratitas
entendieron estas palabras como una invitación a interrumpir el perverso
circuito nacimiento-muerte mediante la abstinencia sexual; Clemente (Str.
3,45), en cambio, dice que es una simple declaración de Cristo sobre el
orden natural de las cosas. Para los que no se conforman con el sentido
obvio, Clemente añade (Str. 3,64) que la muerte puede entenderse en sentido
espiritual, como el pecado producido constantemente en el alma por las
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pasiones (es decir, alegóricamente, por las "mujeres"). Los esfuerzos de
Clemente dan la impresión de que, para él, el Evangelio de los egipcios, sea
cual sea el uso que se haga de él, contenía palabras auténticas de Jesús y, por
tanto, no debía abandonarse en manos de los herejes.
El anónimo autor ortodoxo de la llamada 2 Carta de Clemente Romano cita
como verdaderas palabras de Jesús, relativas a la llegada del reino de Dios,
un loghion («cuando los dos serán uno y el exterior como el interior y el
macho y la hembra no serán ni masculino ni femenino») del que no dice la 18
fuente (parecería ser un agraphon): es de hecho un texto que se encuentra en
el Evangelio de los egipcios. El uso en la homilía de Orígenes (en forma de
agraphon) de este loghion encontrado en el Evangelio de los Egipcios y la
diferente opinión de Clemente respecto a Orígenes sobre este evangelio son
dos circunstancias suficientes para demostrar que estamos ante una obra que
se nutre de antiguas tradiciones paralelas a las de los evangelios canónicos,
reunidas —y en algunos casos alteradas—, por los grupos minoritarios de
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los que emana: El Evangelio de los egipcios sigue una línea de uso e
interpretación que llega hasta los gnósticos. El Evangelio de Pedro sólo se
conocía indirectamente por algunos testimonios antiguos, hasta que en 1886
se encontró un amplio fragmento en Akhmim (Alto Egipto) en la tumba de
un monje. El fragmento demuestra que el escritor estaba familiarizado con
los evangelios canónicos, aunque los reelaboró con cierta libertad a partir de
sus propias tradiciones orales: podría datar de mediados del siglo II. El
fragmento habla de la pasión de Jesús: se nota una acentuada polémica
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antijudía y un planteamiento apologético al introducir, a diferencia de los
evangelios canónicos, a los soldados romanos como testigos de la
resurrección que no han sido sobornados. No parece haber nada de
heterodoxo en esto. Evidentemente, el obispo Serapión de Antioquía, a
principios del siglo III, también pensaba lo mismo: por eso permitió que una
comunidad cristiana cercana a Antioquía siguiera leyéndolo. Pero luego, al
enterarse de que había sido utilizado por grupos de docetistas, es decir,
cristianos que creían en una humanidad sólo aparente de Jesús, comenzó a
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examinarlo con cuidado, mientras que antes, según declara él mismo en una
carta conservada por Eusebio de Cesarea (h. e. 6,12,2-6), ni siquiera lo había
visto (pero lo dudo, al menos debió haberle echardo un vistazo). Incluso
después de leerlo, le parece que no tiene nada de malo, salvo algunos
detalles "nuevos", de modo que por prudencia revoca el permiso de leerlo.
Este interesante episodio es un ejemplo de cómo el juicio sobre el carácter
ortodoxo o no de un texto evangélico está influido, entre los antiguos
eclesiásticos, por su conocimiento de los círculos en los que se lee un
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determinado documento.
También se observa una tendencia encratita en el Evangelio de Tomás,
descubierto en la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi en traducción copta:
se compone de 114 dichos de Jesús prácticamente sin marco narrativo
(probablemente esta estructura presentaba la fuente Q de los sinópticos). Fue
compuesto en Siria a mediados del siglo II, pero utiliza tradiciones arcaicas:
la mayoría de los dichos son paralelos a los sinópticos pero elaborados en
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una forma independiente de ellos. El Evangelio de Tomás no puede ser
considerado ni heterodoxo ni gnóstico: más bien presenta una orientación
que los gnósticos encontraron consonante con su propia espiritualidad (el
reino de los cielos como realidad presente e interior, la tendencia ascética, el
desprecio por la materia). En el Evangelio de los egipcios y en el Evangelio
de Tomás aparecen las primeras huellas de un rasgo que se convertirá en
macroscópico en los evangelios gnósticos: la gran importancia que se da a
los diálogos de Jesús con las mujeres, especialmente con María Magdalena,
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con la que compiten los Doce y especialmente Pedro. En los fragmentos
conservados del Evangelio de los egipcios, las preguntas a Jesús las hace
Salomé. En los loghia del Evangelio de Tomás, todas las preguntas
individuales son formuladas por María o Salomé, mientras que el resto son
formuladas colectivamente por los discípulos. De ello podemos deducir que
se ha perdido cierta información y tradiciones muy antiguas sobre las
relaciones de Jesús con las mujeres, que se han mantenido en ámbitos
marginales del cristianismo. Otra característica de los apócrifos gnósticos es
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situar los diálogos en los que Jesús imparte enseñanzas secretas en el
período de su estancia en la tierra tras la resurrección, que se prolonga en
comparación con los cuarenta días de los Hechos de los Apóstoles: ejemplos
son la Pistis Sophia, el Diálogo del Salvador, el Evangelio de María, la
Carta de los Apóstoles (que curiosamente está en contra de Los diálogos
gnósticos del Resucitado. Una cuestión que divide a los estudiosos es el
llamado Evangelio secreto de Marcos. El célebre erudito Morton Smith
anunció en 1958 que había descubierto en el monasterio ortodoxo de Mar
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Saba (cerca de Jerusalén) la copia —escrita con letra del siglo XVIII, en las
páginas en blanco de la primera edición de las cartas auténticas de Ignacio
de Antioquía— de una carta de Clemente de Alejandría en la que hablaba de
un evangelio espiritual de Marcos, escrito para los fieles más avanzados.
Este evangelio espiritual, escrito por Marcos en Alejandría, había sido
falsificado por los carpocratianos, una secta gnóstica de tendencia libertina.
Clemente cita un pasaje del mismo, que puede situarse después de Mc.
10,34, relativo al milagro de la resurrección de un joven al que Jesús explica
10. El canon y los escritos apócrifos.
los misterios del Reino después de seis días, por la noche, con una
implicación homoerótica bastante evidente. Clemente protesta que fueron
los carpocratianos quienes interpolaron el texto en un sentido impropio,
añadiendo la expresión «uno y otro estaban desnudos». También debido al
hecho de que Morton Smith fotografió las tres páginas de la carta, pero que
el original, es decir, el libro que contiene estas páginas, no se ha encontrado
en el monasterio, las discusiones sobre la autenticidad de la carta y la
interpretación de su contenido son más acaloradas que nunca y el
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escepticismo es generalizado.
Entre los numerosos evangelios apócrifos que han llegado hasta nosotros,
una categoría aparte es la de los que se compusieron con el único propósito
de conocer más sobre Jesús de lo que se podía extraer de los evangelios
canónicos. Los evangelios canónicos, con su imagen bastante precisa de la
vida pública de Jesús, limitaron la libertad creativa de los autores de los
evangelios apócrifos, que casi sólo podían ejercer sobre la infancia de Jesús.
10. El canon y los escritos apócrifos.
El más famoso y autorizado de los evangelios de la infancia es el llamado
Protoevangelio de Santiago, más conocido como El Nacimiento de María.
Probablemente escrito en Siria o Egipto en el último cuarto del siglo II, tuvo
un éxito inmediato —Clemente de Alejandría ya lo menciona con
veneración— y fue la base de posteriores desarrollos narrativos. El autor
integra la narración canónica para responder a los rumores maliciosos sobre
el nacimiento de Jesús, de los que se hacen eco el pagano Celso y el Talmud.
La narración comienza con el dolor de Joaquín y Ana por su esterilidad y
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continúa con la alegría del nacimiento de María. A continuación, relata la
educación del niño en el templo, los esponsales con el viudo José, el anuncio
del ángel, la prueba de las aguas amargas, el nacimiento de Jesús con gran
énfasis en la exploración de la comadrona para verificar la virginidad de
María, la matanza de los inocentes, el asesinato de Zacarías por Herodes. El
otro evangelio fundamental sobre la juventud de Jesús es el Evangelio de la
infancia de Tomás, donde hay una mezcla de elementos paganos y
cristianos. Se ha conservado en dos versiones griegas, una latina y varias
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orientales. Narra la infancia de Jesús en el periodo no cubierto por el
Evangelio de Lucas, entre los cinco y los doce años. El niño Jesús demuestra
ser ante todo un taumaturgo y muestra las dos caras de la taumaturgia, que
también se encuentran en la hagiografía de tiempos posteriores: la benéfica y
la vengativa y destructiva. La muerte o la ceguera esperan a los que se
oponen a su voluntad infantil. La inmoralidad de estos y otros relatos
infantiles similares y las similitudes con los relatos sagrados de otras
civilizaciones permiten interpretarlos de forma histórico-religiosa como
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mitos fundacionales, destinados a imprimir a la realidad cristiana un
lenguaje mítico similar al de las religiones desprestigiadas. Los autores de
los hechos apócrifos de los apóstoles, a falta de escritos autorizados distintos
de los Hechos de los Apóstoles canónicos, han podido actuar con total
libertad, amontonando tal masa de invenciones sobre los distintos apóstoles
que hace imposible separar de ella una tradición menos fiable, si es que la
hubo. Aquí fue fuerte la influencia de los esquemas de la novela helenística,
cuyo trasfondo erótico se vislumbra, debidamente depurado y sublimado, en
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la relación que el apóstol (Juan, Tomás, Pablo) sostiene con la heroína de
turno, convirtiéndola del amor a su novio o marido al amor a Cristo. La
influencia de las convicciones encratitas es realmente notable en estos
textos. Aquí y allá también se pueden encontrar ecos de doctrinas más o
menos heréticas, especialmente de extracción gnóstica. Los más antiguos
son los Hechos de Juan, mutilados en su última parte, compuestos en Asia
Menor o en Egipto entre el 150 y el 180 d.C. y atribuidos tradicionalmente a
Leucio Carino, discípulo de Juan: muestran intenciones encratitas y
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docetistas, y destacan por su vivaz narración. Los Hechos de Pedro fueron
compuestos probablemente en Siria a finales del siglo II. Los Hechos de
Pablo y Tecla son un importante documento de literatura popular,
esencialmente ortodoxo a pesar de las tendencias encratitas. Forman parte de
los Hechos de Pablo, libro del que quedan pocos fragmentos. En la
narración destaca la figura de Tecla, una virgen fuerte, capaz de autonomía
misionera hasta el punto de bautizarse y dedicarse a la predicación
itinerante: estos rasgos se ocultarán en las posteriores exaltaciones literarias
10. El canon y los escritos apócrifos.
de Tecla, que la convertirán sobre todo en un modelo de virginidad. La
narración se desarrolla desde un punto de vista femenino, y ésta es la razón
de la aversión de Tertuliano a estos Hechos; Tertuliano, al mismo tiempo
que da testimonio de su popularidad, informa en su Tratado sobre el
bautismo que fueron utilizados por los partidarios del derecho de las mujeres
a enseñar y bautizar, y precisa que el presbítero asiático que había
compuesto la obra hacia finales del siglo II se llamaba Pablo —convencido
de llevar este nombre para gloria del apóstol— había sido destituido, pero
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por falsificación y no por heterodoxia.
Existe un vínculo entre el encratismo y la emancipación de la mujer en el
cristianismo primitivo, como lo demuestra la postura del autor de las Cartas
pastorales, que se preocupa por estas tendencias y subraya que la mujer se
salva a través de la maternidad, que es su tarea específica. Los Hechos de
Tomás fueron compuestos probablemente en Edesa, la cuna de la Iglesia
siríaca, en siríaco en la primera mitad del siglo III y poco después traducidos
10. El canon y los escritos apócrifos.
al griego. Narran las hazañas de Judas Tomás, al que se le asignó la India en
la división misionera, a la que acudió de mala gana, pero que luego alcanzó
un gran éxito y fue coronado por el martirio, como es habitual en el género
literario de los Hechos: el propio rey Mazdai, que lo había condenado, se
convirtió tras la curación de su hijo. Es un libro que presenta rasgos de
gnosticismo siríaco, además de contener himnos litúrgicos (entre ellos el
hermoso canto de la perla). Está estructurado en una serie de narraciones
breves con una trama viva: posee todos los ingredientes de la novela
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helenística. También en estos Hechos las figuras femeninas adquieren un
protagonismo especial.
En comparación con la masa de los evangelios y de los Hechos apócrifas, es
mucho menos rica la lista de las cartas —ya hemos mencionado la Carta de
los Apóstoles— y de los apocalipsis, documentos que se ocupan sobre todo
de cuestiones de orden doctrinal, las cartas sobre todo de la situación de la
Iglesia y de los cristianos en el tiempo que sigue a la venida de Cristo con
10. El canon y los escritos apócrifos.
una fuerte proyección hacia el tiempo final. El Apocalipsis de Pedro,
probablemente el más antiguo después del Apocalipsis de Juan, merece una
mención especial. El Canon Muratoriano y Clemente de Alejandría lo
consideran como libro inspirado. Debió componerse en Palestina antes de la
muerte de Bar Kochba en el año 135, ya que alude a éste como el Anticristo
por la persecución desatada contra los cristianos que no habían participado
en la revuelta antirromana. Ha llegado hasta nosotros en una versión etíope
más antigua y en un fragmento griego. La reescritura del fragmento es la
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prueba de una tendencia en el texto a acentuar cada vez más la visión del
castigo infernal.
10. El canon y los escritos apócrifos.
Bibliografía.

Kaestli J.-D., La historia del canon, en Introducción al Nuevo Testamento,


ed. D. Marguerat, Bilbao 2008, 449-474.

Quasten J., Patrología 1. Hasta el concilio de Nicea, ed. I. Oñatibia, Madrid


2001, 114-176.

The Other Bible: Ancient Alternative Scriptures, ed. W. Barnstone, San 30


Francisco 1984.

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