Carta Apostólica (Año de San José)

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CARTA APOSTÓLICA

PATRIS CORDE
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL 150° ANIVERSARIO
DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ
COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL
 
Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los
cuatro Evangelios «el hijo de José»[1].
Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y
Lucas, refieren poco, pero lo suficiente para entender qué tipo
de padre fuese y la misión que la Providencia le confió.
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55),
desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo»
(Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios
manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los
cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de
un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en
un pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos»
(Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-
20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban
respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien
dio el nombre que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por
nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados»
(Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un
nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la
pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-
20).
En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto
a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la
profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María
(cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció
en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en su
tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido
pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se decía: “No sale
ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52;
1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén,
1
donde estaba el templo. Cuando, durante una peregrinación a
Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo
buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras
discutía con los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50).
Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto
espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Mis
predecesores han profundizado en el mensaje contenido en los
pocos datos transmitidos por los Evangelios para destacar su
papel central en la historia de la salvación: el beato Pío IX lo
declaró «Patrono de la Iglesia Católica»[2], el venerable Pío
XII lo presentó como “Patrono de los trabajadores”[3] y
san Juan Pablo II como «Custodio del Redentor»[4]. El pueblo
lo invoca como «Patrono de la buena muerte»[5].
Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío
IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la
Iglesia Católica, quisiera —como dice Jesús— que “la boca
hable de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34),
para compartir con ustedes algunas reflexiones personales
sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a nuestra
condición humana. Este deseo ha crecido durante estos meses
de pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de
la crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas están
tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente
olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de
revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin
lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos
decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y
enfermeras, encargados de reponer los productos en los
supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas
de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero
tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. […]
Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde
esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino
corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y
abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos
pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis
readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la
oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el
2
bien de todos»[6]. Todos pueden encontrar en san José —el
hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia
diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía
en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los
que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen
un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos
ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.

1. Padre amado

La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el


esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en
el servicio de toda la economía de la encarnación», como dice
san Juan Crisóstomo[7].
San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó
concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un
sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora
que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le
correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don
total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber
convertido su vocación humana de amor doméstico en la
oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda
capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su
casa»[8].
Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre
que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo
demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas
iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos,
hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su
espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se
celebran en su honor diversas representaciones sagradas.
Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre
ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e
intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las
gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa
persuadía a otros para que le fueran devotos[9].
En todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a
san José. Invocaciones particulares que le son dirigidas todos
3
los miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo,
tradicionalmente dedicado a él[10].
La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión
“Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en
Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les
respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga»
(Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus
hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28) y que —
siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en
virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).
Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz
debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el
profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María de
Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo
Testamento.

2. Padre en la ternura

José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en


estatura y en gracia ante Dios y los hombres» ( Lc 2,52). Como
hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo
tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un
niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de
comer” (cf. Os 11,3-4).
Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente
ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo
temen» (Sal 103,13).
En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José
ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un
Dios de ternura[11], que es bueno para todos y «su ternura
alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda
esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades.
Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte
buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría
de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra
debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: «Para que
no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un
4
emisario de Satanás que me golpea para que no me engría.
Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me
ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta
plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).
Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación,
debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa
ternura[12].
El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio
negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura.
La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en
nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los
demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad para
aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo
la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap 12,10).
Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia
de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación,
teniendo una experiencia de verdad y ternura.
Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad,
pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo,
que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos
acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona. La Verdad
siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la
parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos
devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con
nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).
También a través de la angustia de José pasa la voluntad de
Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener
fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a
través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra
debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la
vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de
nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo
control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia.

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3.  Padre en la obediencia

Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de


salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a
través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos
antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios
manifestaba su voluntad[13].
José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible
de María; no quería «denunciarla públicamente»[14], pero
decidió «romper su compromiso en secreto» ( Mt 1,19). En el
primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No
temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella
proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando
José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había
mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y
salvó a María.
En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma
contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí
hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para
matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin
cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar:
«Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a
Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» ( Mt 2,14-
15).
En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso
prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un
tercer sueño el mensajero divino, después de haberle
informado que los que intentaban matar al niño habían muerto,
le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su
madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él
una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a
su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).
Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao
reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de
ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—,

6
se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo
llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).
El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el
largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del
censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su
ciudad de origen. Y fue precisamente en esta circunstancia que
Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como
todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7).
San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los
padres de Jesús observaban todas las prescripciones de la ley:
los ritos de la circuncisión de Jesús, de la purificación de María
después del parto, de la presentación del primogénito a Dios
(cf. 2,21-24)[15].
En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su
“fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní.
José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser
sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios
(cf. Ex 20,12).
En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús
aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se
transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el
momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió
hacer la voluntad del Padre y no la suya propia[16] y se hizo
«obediente hasta la muerte […] de cruz» ( Flp 2,8). Por ello, el
autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús «aprendió
sufriendo a obedecer» (5,8).
Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido
llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la
misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este
modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran
misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la
salvación”»[17].

4.  Padre en la acogida

José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las


palabras del ángel. «La nobleza de su corazón le hace supeditar
a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde
7
la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es
patente, José se presenta como figura de varón respetuoso,
delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide
por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo
hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio»[18].
Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado
no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de
decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para
dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le
parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con
su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia,
ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre
seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las
consiguientes decepciones.
La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica,
sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta
reconciliación, podemos también intuir una historia más
grande, un significado más profundo. Parecen hacerse eco las
ardientes palabras de Job que, ante la invitación de su esposa a
rebelarse contra todo el mal que le sucedía, respondió: «Si
aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los
males?» (Jb 2,10).
José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un
protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el
que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que
nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la
fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso
a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la
existencia.
La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del
Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de
su propia historia, aunque no la comprenda del todo.
Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no
temas» (Mt 1,20), parece repetirnos también a nosotros: “¡No
tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado nuestra ira y
decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana
y con una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos
elegido, pero está allí. Acoger la vida de esta manera nos
8
introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de
nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si
encontramos la valentía para vivirla según lo que nos dice el
Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber tomado un
rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles.
Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas. Aun
cuando nuestra conciencia nos reprocha algo, Él «es más
grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).
El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que existe,
vuelve una vez más. La realidad, en su misteriosa
irreductibilidad y complejidad, es portadora de un sentido de la
existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol
Pablo afirme: «Sabemos que todo contribuye al bien de quienes
aman a Dios» (Rm 8,28). Y san Agustín añade: «Aun lo que
llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur )»[19]. En esta
perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento
feliz o triste.
Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa
encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos
enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, que no buscó
atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le
acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona.
La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin
exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles,
porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre de
los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena
amar al extranjero[20]. Deseo imaginar que Jesús tomó de las
actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y
el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32).

5. Padre de la valentía creativa

Si la primera etapa de toda verdadera curación interior es


acoger la propia historia, es decir, hacer espacio dentro de
nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en
nuestra vida, necesitamos añadir otra característica importante:
la valentía creativa. Esta surge especialmente cuando
encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a
9
un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o
podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las
dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos
en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.
Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos
preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente.
Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el
hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de
la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el
que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino
confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando
llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a
luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un
lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al
mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes,
que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un
sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la
huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).
De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la
impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de
los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en
mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los
gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino
para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece
a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el
Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es
importante, con la condición de que tengamos la misma
valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía
transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo
siempre la confianza en la Providencia.
Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que
nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que
podemos planear, inventar, encontrar.
Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del
paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo
(cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la
obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que
Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo
10
por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo
hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron
en medio de la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos,
le dijo al paralítico: “¡Hombre, tus pecados quedan
perdonados!”» (vv. 19-20). Jesús reconoció la fe creativa con la
que esos hombres trataron de traerle a su amigo enfermo.
El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que
María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo
que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de
encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha
imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este
respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas
concretos como todas las demás familias, como muchos de
nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy
arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre.
A este respecto, creo que san José sea realmente un santo
patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su
tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria.
Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el
Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre
e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De
hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de
nuestra fe[21].
En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la
Madre, de aquella que «avanzó en la peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz»[22].
Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con
todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están
misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro
cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al
mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de
José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía
en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que
encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al
que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san
José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la
Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al
mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la
11
maternidad de María[23]. José, a la vez que continúa
protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su
madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos
amando al Niño y a su madre.
Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que
ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más
pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada persona
necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada
moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son
“el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san
José como protector de los indigentes, los necesitados, los
exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo
mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más
pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se
identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender
el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su
madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a
los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el
Niño y su madre.

6. Padre trabajador

Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado


desde la época de la primera Encíclica social, la Rerum
novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José
era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el
sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la
dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es
fruto del propio trabajo.
En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber
vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo
alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas
naciones en las que durante décadas se ha experimentado un
cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada,
comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que
nuestro santo es un patrono ejemplar.
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la
salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del
12
Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades,
poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El
trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno
mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad
que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más
expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la
desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo
podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos
para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento
digno?
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora
con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo
que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis
económica, social, cultural y espiritual, puede representar para
todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y
la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva
“normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san
José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no
desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos
hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos
tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un
llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José
obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir:
¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!

7. Padre en la sombra

El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del


Padre[24], noveló la vida de san José. Con la imagen
evocadora de la sombra define la figura de José, que para
Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo
protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos.
Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el
desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como
un padre cuida a su hijo durante todo el camino» ( Dt 1,31). Así
José ejercitó la paternidad durante toda su vida[25].
Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por
traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él
13
responsablemente. Todas las veces que alguien asume la
responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la
paternidad respecto a él.
En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen
no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita
padres. La amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios
es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil instructores, pero
padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u
obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien los
engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio» ( ibíd.). Y a
los Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro
dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes»
(4,19).
Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la
vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no
para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre,
de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto
a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una
indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud
que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres
del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando
un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere
poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca,
hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto,
dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra
suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y
José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente
libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse,
para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.
La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino
en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la
frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no
contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El
mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a
los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio
vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo,
servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con
asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación
14
verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del
simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada
se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea
en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez
de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del
sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la
belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar
infelicidad, tristeza y frustración.
La paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida de los
hijos está siempre abierta a nuevos espacios. Cada niño lleva
siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser
revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad. Un
padre que es consciente de que completa su acción educativa y
de que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho
“inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y
camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la
situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo,
sino que simplemente había sido confiado a su cuidado.
Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No
llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo
es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).
Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la
paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de
posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad
superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la
condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace
salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos
e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.

***

«Levántate, toma contigo al niño y a su madre» ( Mt 2,13), dijo


Dios a san José.
El objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el amor a
este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión
e imitar sus virtudes, como también su resolución.
En efecto, la misión específica de los santos no es sólo la de
conceder milagros y gracias, sino la de interceder por nosotros
15
ante Dios, como hicieron Abrahán[26] y Moisés[27], como hace
Jesús, «único mediador» (1 Tm 2,5), que es nuestro
«abogado» ante Dios Padre ( 1 Jn 2,1), «ya que vive
eternamente para interceder por nosotros» ( Hb 7,25;
cf. Rm 8,34).
Los santos ayudan a todos los fieles «a la plenitud de la vida
cristiana y a la perfección de la caridad»[28]. Su vida es una
prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio.
Jesús dijo: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de
corazón» (Mt 11,29), y ellos a su vez son ejemplos de vida a
imitar. San Pablo exhortó explícitamente: «Vivan como
imitadores míos» (1 Co 4,16)[29]. San José lo dijo a través de
su elocuente silencio.
Ante el ejemplo de tantos santos y santas, san Agustín se
preguntó: «¿No podrás tú lo que éstos y éstas?». Y así llegó a
la conversión definitiva exclamando: «¡Tarde te amé, belleza
tan antigua y tan nueva!»[30].
No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias:
nuestra conversión.

A él dirijamos nuestra oración:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.

Roma, en San Juan de Letrán, 8 de diciembre, Solemnidad de


la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María,
del año 2020, octavo de mi pontificado.
Francisco
 
16
 
[1] Lc 4,22; Jn 6,42; cf. Mt 13,55; Mc 6,3.
[2] S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre
1870): ASS 6 (1870-71), 194.
[3] Cf. Discurso a las Asociaciones cristianas de Trabajadores
italianos con motivo de la Solemnidad de san José obrero  (1
mayo 1955): AAS 47 (1955), 406.
[4] Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989): AAS 82
(1990), 5-34.
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 1014.
[6] Meditación en tiempos de pandemia  (27 marzo
2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(3 abril 2020), p. 3.
[7]  In Matth. Hom, V, 3: PG 57, 58.
[8] Homilía (19 marzo 1966): Insegnamenti di Paolo VI, IV
(1966), 110.
[9] Cf. Libro de la vida, 6, 6-8.
[10] Todos los días, durante más de cuarenta años, después de
Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de
devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las
Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y
un cierto reto a san José: «Glorioso patriarca san José, cuyo
poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi
ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo
tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío,
para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi
confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya
invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y
María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder.
Amén».
[11] Cf. Dt 4,31; Sal 69,17; 78,38; 86,5; 111,4;
116,5; Jr 31,20.
[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium  (24 noviembre
2013), 88, 288: AAS 105 (2013), 1057, 1136-1137.
[13] Cf. Gn 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1
Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15.

17
[14] En estos casos estaba prevista la lapidación (cf. Dt 22,20-
21).
[15] Cf. Lv 12,1-8; Ex 13,2.
[16] Cf. Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42.
[17] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos (15
agosto 1989), 8: AAS 82 (1990), 14.
[18] Homilía en la Santa Misa con beatificaciones , Villavicencio
– Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1061.
[19] Enchiridion de fide, spe et caritate, 3.11: PL 40, 236.
[20] Cf. Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37.
[21] Cf. S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8
diciembre 1870): ASS  6 (1870-71), 193; B. Pío IX, Carta
ap. Inclytum Patriarcham (7 julio 1871): l.c., 324-327.
[22] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 58.
[23] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 963-970.
[24] Edición original: Cień Ojca, Varsovia 1977.
[25] Cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos, 7-
8: AAS 82 (1990), 12-16.
[26] Cf. Gn 18,23-32.
[27] Cf. Ex 17,8-13; 32,30-35.
[28] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 42.
[29] Cf. 1 Co  11,1; Flp 3,17; 1 Ts 1,6.
[30] Confesiones, 8, 11, 27: PL 32, 761; 10, 27, 38: PL 32,
795.

LAS INDULGENCIAS (Catecismo de la Iglesia)

1471 La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia


están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la
Penitencia (Pablo VI, const. ap. "Indulgentiarum doctrina",
normas 1–3).

QUÉ SON LAS INDULGENCIAS

"La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal


por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un
fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue
por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la
18
redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las
satisfacciones de Cristo y de los santos".

CLASES DE INDULGENCIA

"La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena


temporal debida por los pecados en parte o totalmente."

¿QUIÉN PUEDE GANAR LA INDULGENCIA O PARA QUIÉN?

"Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos,
a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como
plenarias" (CIC, can. 992–994).

LAS PENAS DEL PECADO

1472 Para entender esta doctrina y esta práctica de la Iglesia


es preciso recordar que el pecado tiene una doble
consecuencia. El pecado grave nos priva de la comunión con
Dios y por ello nos hace incapaces de la vida eterna, cuya
privación se llama la "pena eterna" del pecado. Por otra parte,
todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las
criaturas que tienen necesidad de purificación, sea aquí abajo,
sea después de la muerte, en el estado que se llama
Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la "pena
temporal" del pecado. Estas dos penas no deben ser
concebidas como una especie de venganza, infligida por Dios
desde el exterior, sino como algo que brota de la naturaleza
misma del pecado. Una conversión que procede de una
ferviente caridad puede llegar a la total purificación del
pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena (Cc. de
Trento: DS 1712–13; 1820).

1473 El perdón del pecado y la restauración de la comunión


con Dios entrañan la remisión de las penas eternas del pecado.
Pero las penas temporales del pecado permanecen. El cristiano
debe esforzarse, soportando pacientemente los sufrimientos y
las pruebas de toda clase y, llegado el día, enfrentándose
19
serenamente con la muerte, por aceptar como una gracia estas
penas temporales del pecado; debe aplicarse, tanto mediante
las obras de misericordia y de caridad, como mediante la
oración y las distintas prácticas de penitencia, a despojarse
completamente del "hombre viejo" y a revestirse del "hombre
nuevo" (cf. Ef 4,24).

EN LA COMUNIÓN DE LOS SANTOS

1474 El cristiano que quiere purificarse de su pecado y


santificarse con ayuda de la gracia de Dios no se encuentra
sólo. "La vida de cada uno de los hijos de Dios está ligada de
una manera admirable, en Cristo y por Cristo, con la vida de
todos los otros hermanos cristianos, en la unidad sobrenatural
del Cuerpo místico de Cristo, como en una persona mística"
(Pablo VI, Const. Ap. "Indulgentiarum doctrina", 5).

1475 En la comunión de los santos, por consiguiente, "existe


entre los fieles –tanto entre quienes ya son bienaventurados
como entre los que expían en el purgatorio o los que que
peregrinan todavía en la tierra– un constante vínculo de amor y
un abundante intercambio de todos los bienes" (Pablo VI, ibid).
En este intercambio admirable, la santidad de uno aprovecha a
los otros, más allá del daño que el pecado de uno pudo causar
a los demás. Así, el recurso a la comunión de los santos
permite al pecador contrito estar antes y más eficazmente
purificado de las penas del pecado.

1476 Estos bienes espirituales de la comunión de los santos, los


llamamos también el tesoro de la Iglesia, "que no es suma de
bienes, como lo son las riquezas materiales acumuladas en el
transcurso de los siglos, sino que es el valor infinito e
inagotable que tienen ante Dios las expiaciones y los méritos
de Cristo nuestro Señor, ofrecidos para que la humanidad
quedara libre del pecado y llegase a la comunión con el Padre.
Sólo en Cristo, Redentor nuestro, se encuentran en abundancia
las satisfacciones y los méritos de su redención (cf Hb 7,23–25;

20
9, 11–28)" (Pablo VI, Const. Ap. "Indulgentiarum doctrina",
ibid).

1477 "Pertenecen igualmente a este tesoro el precio


verdaderamente inmenso, inconmensurable y siempre nuevo
que tienen ante Dios las oraciones y las buenas obras de la
Bienaventurada Virgen María y de todos los santos que se
santificaron por la gracia de Cristo, siguiendo sus pasos, y
realizaron una obra agradable al Padre, de manera que,
trabajando en su propia salvación, cooperaron igualmente a la
salvación de sus hermanos en la unidad del Cuerpo místico"
(Pablo VI, ibid).

OBTENER LA INDULGENCIA DE DIOS POR MEDIO DE LA


IGLESIA

1478 Las indulgencias se obtienen por la Iglesia que, en virtud


del poder de atar y desatar que le fue concedido por Cristo
Jesús, interviene en favor de un cristiano y le abre el tesoro de
los méritos de Cristo y de los santos para obtener del Padre de
la misericordia la remisión de las penas temporales debidas por
sus pecados. Por eso la Iglesia no quiere solamente acudir en
ayuda de este cristiano, sino también impulsarlo a hacer a
obras de piedad, de penitencia y de caridad (cf Pablo VI, ibid.
8; Cc. de Trento: DS 1835).

1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son


también miembros de la misma comunión de los santos,
podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos
indulgencias, de manera que se vean libres de las penas
temporales debidas por sus pecados.

¿QUÉ ES INDULGENCIA PLENARIA?

Imagina que tu alma es una tabla, y cuando pecas es como si


agarraras puntillas y se las clavaras. Cuando te confiesas estas
puntillas salen, pero lamentablemente los huecos que dejaron

21
en la tabla permanecen. La indulgencia plenaria se encarga de
quitar esos huecos de la tabla y dejarla como nueva.
Otra imagen que puede ayudar es la de unos niños jugando a
la pelota en el parque. Uno de ellos, patea con fuerza y rompe
la ventana de una casa (este sería el pecado). Avergonzado va
a donde el dueño de esta y le pide perdón (esta sería la
confesión), el vecino amablemente lo perdona sin embargo aún
hace falta que el niño pague por la ventana rota, como él no
tiene dinero se dirige a donde sus padres y les pide para
pagarle al vecino, ellos sacan lo necesario y pagan su deuda
(nota que en este ejemplo los padres son la Iglesia).

¿CÓMO PUEDO ALCANZAR LA INDULGENCIA PLENARIA?

La Iglesia, a lo largo del tiempo, ha determinado distintas


formas para alcanzar la indulgencia plenaria. Hay algunas que
se pueden hacer en cualquier momento –media hora de
adoración frente al Santísimo, rezar el Vía Crucis, rezar el
rosario en familia o en comunidad, leer la Biblia durante media
hora etc. –, como también hay otras que aplican solo para
momentos específicos como sucedió en el año de la fe o el año
de jubilar de la misericordia. Sea cual sea la forma en que se
obtiene la indulgencia plenaria es necesario:

 Tener la disposición interior de un desapego total del


pecado, incluso venial.
 Confesarse
 Comulgar (preferiblemente en Misa).
 Orar por las intenciones del Papa.

AÑO DEDICADO A SAN JOSÉ

El Decreto de la Penitenciaría Apostólica ofrece la posibilidad,


hasta el 8 de diciembre de 2021, de recibir indulgencias
especiales vinculadas a la figura de San José, "cabeza de la
celestial Familia de Nazaret". Se presta especial atención a los
que sufren en este tiempo de pandemia.

22
San José, un "tesoro" que la Iglesia sigue descubriendo. Es la
bella imagen contenida en el Decreto de la Penitenciaría
Apostólica, firmado por el Cardenal Mauro Piacenza, en el que
se perfila la figura del "custodio de Jesús". El Papa Francisco le
dedicó un año especial, 150 años después de su proclamación
como Patrono de la Iglesia Universal. De ahí la decisión de la
Penitenciaría, de acuerdo con la voluntad del Papa, de
conceder la Indulgencia Plenaria hasta el 8 de diciembre de
2021 en las condiciones habituales: CONFESIÓN
SACRAMENTAL, COMUNIÓN EUCARÍSTICA Y ORACIÓN SEGÚN
LAS INTENCIONES DEL PAPA.

Los fieles, al participar en el Año de San José "con un alma


despojada de todo pecado", podrán obtener la Indulgencia a
través de diversos métodos que la Penitenciaría enumera en el
Decreto.

MEDITAR SOBRE SAN JOSÉ

Quien meditará "por lo menos 30 minutos la oración del Padre


Nuestro", o participará en un retiro espiritual incluso por un día
"que prevea una meditación sobre San José" podrá beneficiarse
de este don especial. "San José, auténtico hombre de fe, nos
invita – se lee en el decreto – a redescubrir nuestra relación
filial con el Padre, a renovar la fidelidad a la oración, a ponerse
en escucha y a corresponder con profundo discernimiento a la
voluntad de Dios.

MISERICORDIA EN EL NOMBRE DEL "HOMBRE JUSTO"

La indulgencia podrá obtenerse realizando "una obra de


misericordia corporal o espiritual", siguiendo el ejemplo de San
José, "depositario del misterio de Dios", que "nos impulsa a
redescubrir el valor del silencio, la prudencia y la lealtad en el
cumplimiento de nuestros deberes". La virtud de la justicia,
practicada por José, es "ley de misericordia" y es "la
misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la verdadera
justicia".
23
ORACIÓN EN FAMILIA

Recitar el Rosario en familia y entre novios es una de las


formas de obtener este don. San José fue el esposo de María,
padre de Jesús y custodio de la familia de Nazaret, donde
floreció su vocación. De ahí la invitación de la Penitenciaría
Apostólica a las familias cristianas a recrear "el mismo ambiente
de íntima comunión, de amor y de oración que se vivía en la
Sagrada Familia".

POR UN TRABAJO DIGNO

Quien mirará con confianza al "artesano de Nazaret" para


encontrar un trabajo y para que este sea digno para todos,
podrá obtener la Indulgencia Plenaria, extendida también a
quien "confiará cotidianamente la propia actividad a la
protección de San José". Precisamente el 1 de mayo de 1955,
Pío XII había instituido la fiesta del santo "con la intención de
que la dignidad del trabajo sea reconocida por todos, y que
esta inspire la vida social y las leyes, fundadas en el reparto
equitativo de los derechos y deberes".

UNA ORACIÓN POR LA IGLESIA QUE SUFRE

El Decreto de la Penitenciaría Apostólica prevé la indulgencia "a


los fieles que recitarán las Letanías a San José (para la
tradición latina), o el Akathistos a San José, en su totalidad o al
menos en parte (para la tradición bizantina), o alguna otra
oración a San José, propia de las otras tradiciones litúrgicas".
Oraciones que estén así a favor "de la Iglesia perseguida ad
intra y ad extra y para el alivio de todos los cristianos que
padecen toda forma de persecución" porque, se lee en el texto,
"la huida de la Sagrada Familia a Egipto nos muestra que Dios
está allí donde el hombre está en peligro, allí donde el hombre
sufre, allí donde escapa, donde experimenta el rechazo y el
abandono".

24
UN SANTO UNIVERSAL

Otras ocasiones para obtener la Indulgencia Plenaria son


"cualquier oración o acto de piedad legítimamente aprobado en
honor de San José" como por ejemplo, explica la Penitenciaria,
"A TI, OH BIENAVENTURADO JOSÉ", especialmente "en las
fiestas del 19 de marzo y del 1 de mayo, en la fiesta de la
Sagrada Familia de Jesús, María y José, en el domingo de San
José (según la tradición bizantina), el 19 de cada mes, y cada
miércoles, día dedicado a la memoria del Santo según la
tradición latina".
En el decreto se recuerda la universalidad del patronato de
José en la Iglesia, reportando las palabras de Santa Teresa de
Ávila que lo consideraba, más que otros santos, capaz de
socorrer en muchas necesidades. "Una renovada actualidad
para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación al nuevo milenio
cristiano" es lo que San Juan Pablo II evidenciaba sobre la
figura de José.

CONSUELO EN PANDEMIA

Es particular la atención a los que sufren en esta emergencia


causada por el coronavirus. El Decreto establece que "el don de
la Indulgencia Plenaria se extiende particularmente a los
ancianos, los enfermos, los agonizantes y todos aquellos que
por legítimos motivos no pueden salir de su casa". Los que
reciten "un acto de piedad en honor a San José ofreciendo con
confianza a Dios las penas y las dificultades de su vida" podrán
recibir este don "con un ánimo desprendido de todo pecado y
con la intención de cumplir, lo antes posible, las tres
condiciones habituales, en su propia casa o dondequiera que el
impedimento les retenga".

25
LETANÍAS DE SAN JOSÉ

Señor, ten misericordia de nosotros


Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
San José, ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David,  ruega por nosotros.    
Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros.   
Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.   
Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros.   
Padre nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.   
Celoso defensor de Cristo, ruega por nosotros.   
Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.   
José, justísimo, ruega por nosotros.   
José, castísimo, ruega por nosotros.   
José, prudentísimo, ruega por nosotros.   
José, valentísimo, ruega por nosotros.   
José, fidelísimo, ruega por nosotros.   
Espejo de paciencia, ruega por nosotros.   
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.   
Modelo de trabajadores, ruega por nosotros.   
Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros.   
Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros.   
Sostén de las familias, ruega por nosotros.   
Consuelo de los desgraciados, ruega por nosotros.   
Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.   
Patrón de los moribundos, ruega por nosotros.   
Terror de los demonios, ruega por nosotros.   
Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros.   
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
26
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten
misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
 
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste
elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre:
concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor
en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú
que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

27
ORACIÓN A SAN JOSÉ, DESPOSADO CON LA THEOTOKOS

¡Oh santo y justo José! Durante tu vida terrenal tuviste gran


audacia ante el Hijo de Dios, que se complació en llamarte Su
padre, pues te desposaste con Su Madre, y te obedeció.
Nosotros creemos que ahora, habiendo recibido tu morada con
los coros de los justos en las cámaras celestiales, serás
escuchado en cualquier súplica a nuestro Dios y Salvador.
Por eso, refugiándonos en tu protección y ayuda, te pedimos
humildemente y te suplicamos que, así como fuiste liberado de
la tormenta de los pensamientos dudosos, nos libres también a
los que somos acosados por las tormentosas olas de nuestros
problemas y pasiones. Así como protegiste a la Toda Pura
Virgen de las calumnias humanas, protégenos también a
nosotros de todo falso testimonio. Así como protegiste al Señor
de toda intención maligna y dañina, protege también a Su
Iglesia y a todos nosotros de toda maldad y perjuicio.
Tú sabes, oh santo de Dios, que el Hijo de Dios también tuvo
necesidad de cosas corporales en los días de Su encarnación, y
tú Le serviste. Por eso te suplicamos que nos ayudes en
nuestras necesidades temporales por tu intercesión.
Concédenos todos los bienes necesarios en esta vida, y así
mismo, te pedimos que supliques a Aquel que fue llamado tu
Hijo, el Hijo Unigénito de Dios, nuestro Señor Jesús Cristo, para
que nos conceda el perdón de nuestros pecados, para que
seamos dignos de heredad el reino del cielo, y para que,
recibiendo contigo nuestra morada en lo alto del cielo,
podamos siempre glorificar al Dios que es Uno en la Santa
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora y siempre y por los
siglos de los siglos. Amén.

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