Historia de La Autobiografía Erazo y Marín - Introducción Monografía Abad Faciolince

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UNIVERSIDAD DEL VALLE Seminario Taller Teorías Literarias IV

SEDE REGIONAL PALMIRA Profesor: Alexánder Erazo Mesa


LICENCIATURA EN LITERATURA Estudiante: ________________________________________

APROXIMACIÓN A LA HISTORIA DEL GÉNERO AUTOBIOGRÁFICO1

Por Johan Andrés Marín y Alexánder Erazo Mesa2

RESUMEN: El siguiente texto realiza un recorrido histórico del género autobiográfico desde la
Antigüedad hasta la Modernidad. Este recorrido se basa en el estudio de la evolución histórica de los
textos literarios de naturaleza autobiográfica –considerando tanto su contexto de producción como
de recepción–, desde dos perspectivas analíticas: la naturaleza genérica de lo autobiográfico y el
sentido ideológico del contenido autobiográfico. En la primera perspectiva, se parte de una
definición plurivalente de género literario, que abarca desde la dimensión formal hasta el estatuto
pragmático de los textos literarios. En la segunda perspectiva, tendremos en cuenta la evolución
histórica de la concepción del yo presente en las obras autobiográficas; desde un enfoque
diacrónico, revisaremos las concepciones del yo irradiadas por las autobiografías.

PALABRAS CLAVE: género autobiográfico, historia de la autobiografía, yo autobiográfico, género


literario, contexto de producción y recepción genérica.

El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del
conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar;
su fama, indescifrable. En pocas palabras: todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor, lo que
es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido.

Marco Aurelio. (2017). Meditaciones [traducción Amaury Carbó]. Madrid, España: Editorial
Verbum.

Confluyen en la autobiografía algunos de los temas arquetípicos más pertinaces de la


humanidad respecto al individuo: el amor propio, construido por sentimientos de soberbia, vanidad
u orgullo; el deseo de conocimiento de sí mismo, más arcaico que cualquier fórmula socrática; la
adquisición de eternidad póstuma, ya presente en la aventura de Gilgamesh y la flor de la
inmortalidad3; el carácter temporal de la existencia y la función que en éste cumplen la memoria, el

1
El siguiente texto corresponde a la Introducción de la monografía La escritura autobiográfica en El olvido que seremos de
Héctor Abad Faciolince, realizada por Johan Andrés Marín y Alexánder Erazo Mesa. Esta monografía fue evaluada como un
trabajo de grado laureado de la Licenciatura en Literatura de la Universidad del Valle en 2010.
2
Alexánder Erazo Mesa es Licenciado en Literatura de la Universidad del Valle y Magíster de la Maestría en Literatura
Colombiana y Latinoamericana de la misma universidad. Se desempeña actualmente como docente de la Licenciatura en
Literatura de la Universidad del Valle y como profesor de Undécimo de Bachillerato en el Colegio Jefferson de Yumbo. Correo
electrónico: [email protected]
Johan Andrés Marín Londoño, Licenciado en literatura de la Universidad del Valle. Ha realizado estudios de maestría en Historia
en la misma universidad. Fundador de la Red Nacional de Estudiantes de Literatura. Profesor del Colegio Jefferson desde 2013.
3
Se considera la Epopeya de Gilgamesh el texto literario conservado más antiguo. Tras la muerte de Enkidu, Gilgamesh
emprende la búsqueda de una solución para la muerte. Al fin llega donde Ut-Napishtim (el Noé sumerio), quien le revela el
secreto de la flor de la inmortalidad, y ordena a su batelero Urshanabi que lleve a Gilgamesh hasta donde ésta se encuentra. Se

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recuerdo y la predicción del porvenir; también la imposibilidad de guardar los secretos de la vida
interior; por mencionar solo los más evidentes.
Convergen también en ella prácticas discursivas disímiles: el relato de recuerdos; la
reflexión sobre la vida pasada, presente y futura; el elogio o la confesión; tan antiguas como el
hombre mismo.
Ambos cauces, el abordaje de temas arquetípicos de la individualidad y el recurso a una
diversidad discursiva que privilegia la expresión de lo subjetivo, pueden considerarse auténticas
funciones literarias de la autobiografía que, si bien se aúnan tardía pero de forma indisoluble en la
historia, resultan imprescindibles para postular una conciencia de lo autobiográfico en el sujeto
occidental moderno. Al punto de que podemos afirmar que la autobiografía es uno de los géneros
literarios fundantes de la modernidad. Algo remarcado, según la mayoría de los estudiosos de este
género, con la publicación de la primera autobiografía en el sentido moderno del término, las
Confesiones de Rousseau, publicadas póstumamente en 1782.
Así, Georges Gusdorf ha recalcado la función antropológica de la autobiografía como
discurso literario por excelencia del individuo, imbricándola a una civilización, la Occidental, que ha
alcanzado un alto nivel de desarrollo de la individualidad (1991, p. 9). Esto es cierto respecto al
fenómeno editorial autobiográfico en Europa y América Anglosajona posterior a la publicación de
las Confesiones de Rousseau (1782), no así respecto al discurso autobiográfico mismo, el cual no
existe exclusivamente en las autobiografías literarias y en los continentes mencionados. Sin salir de
la lengua escrita, es evidente que buena parte del discurso filosófico propende un carácter
autobiográfico, por cuanto este discurso elucida la relación entre yo y mundo (o realidad) de una
manera reflexiva.
Las Meditaciones de Marco Aurelio, De vita beata de Séneca, El Discurso del método o las
Meditaciones de Descartes, la obra entera de Nietzsche o Repetición de Sören Kierkegaard, para
mencionar casos ejemplares, prueban que el discurso autobiográfico no es patrimonio exclusivo de
la literatura.
También es cuestionable la aseveración de la ciudadanía occidental del discurso
autobiográfico. Hay en este juicio, sostenido por casi todos los estudiosos de la autobiografía
(Georges May, Virgilio Tortosa, Georges Gusdorf, Pozuelo Yvancos, entre otros), un prejuicio
eurocéntrico que desconoce en el discurso autobiográfico oral, ejercido por todas las culturas, una
de las fuentes, acaso la más antigua, del discurso autobiográfico escrito. Y no puede ser de otro
modo, cuando, como hemos explicado, los temas y procedimientos autobiográficos se retrotraen
hasta los mitos y prácticas discursivas fundacionales de la humanidad.
Propia de una cultura escrita –siguiendo el término acuñado por Walter Ong en Oralidad y
escritura–, la autobiografía literaria remonta sus orígenes a los relatos orales de los ancianos,
chamanes o viajeros sobre sus experiencias, aventuras y reflexiones. Ya en la Odisea (cuyas fuentes
orales han sido determinadas desde investigaciones recientes)4 encontramos vastamente retratado

trata de una fuente, en cuyo fondo florece la planta, espinosa como el rosal. Gilgamesh se sumerge y obtiene la flor, que es robada
luego por una serpiente, suscitando en el héroe una aflicción insuperable.
4
Estas investigaciones se basan en estudios sobre los relatos cosmogónicos y épicos de distintas culturas primigenias
sobrevivientes. Los estudios de Milman Parry y sus seguidores permitieron establecer la función que la oralidad cumple en textos
de la tradición literaria occidental, tales como los poemas homéricos. El lenguaje formulario de la Ilíada y la Odisea, el carácter
eventual de la enunciación –ese eterno presente del discurso homérico del que habla Auerbach en Mimesis (2001, pp. 12–13)–,
entre otras particularidades estilísticas de la épica homérica, son recursos que reflejan un pre-discurso oral basado en un emisor y

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el procedimiento: Odiseo, en el país de los feacios, relata sus avatares desde la salida de Troya,
interpolando reflexiones sobre su destino; de regreso en Ítaca oye las cuitas del porquerizo Eumeo;
y después cuenta una vida fingida a Penélope, haciéndose pasar por un mendigo. Del primer ejemplo
tenemos:

Pero te movió el ánimo [rey Alcínoo] a desear que te cuente mis luctuosas desdichas, para que
llore aún más y prorrumpa en gemidos. ¿Cuál cosa relataré en primer término, cuál en último lugar,
siendo tantos los infortunios que me enviaron los celestiales dioses? Lo primero quiero deciros mi
nombre... (Homero, 1971, p. 177).

Es, como colegimos de este ejemplo, el relato autobiográfico oral tan antiguo como los mitos
épicos de los pueblos primigenios y una de las fuentes menos estudiadas de la autobiografía.
Discurso autobiográfico vigente, el relato oral de la propia vida es usado actualmente como fuente
de las llamadas autobiografías por interpuesta persona, poseedoras de una tradición en la práctica
etnológica o sociológica5. Sin embargo, hecha ya la salvedad de que los orígenes de la autobiografía
habría que buscarlos en la más remota antigüedad, incluso en las sociedades primigenias actuales o
en los sectores no letrados de las sociedades modernas, nos restringiremos al estudio de la
evolución histórica de los textos literarios de naturaleza autobiográfica, desde dos perspectivas de
análisis: la naturaleza genérica de lo autobiográfico y el sentido ideológico del contenido
autobiográfico.
En la primera perspectiva, consideramos como género literario una categoría de análisis
dinámica, emanada de una relación dialéctica entre lectura y texto, y que, por lo tanto, no está
circunscrita exclusivamente a la instancia formal textual. Si bien el género permite apreciar algunas
constantes formales que delimitan una tipología y, por lo tanto, un criterio clasificatorio, éste último
depende de la recepción del texto, la cual siempre se da en un cronotopo histórico determinado6;
seguimos aquí a Philippe Lejeune:

Los géneros literarios no son entes en sí: constituyen, en cada época, una especie de código
implícito por medio y gracias al cual las obras del pasado y las obras nuevas pueden ser recibidas y
clasificadas por los lectores (1994, p. 277).

Es evidente, desde esta definición plurivalente de género literario –que trasciende la


dimensión formal literaria hasta el estatuto pragmático de los textos–, que al abordar la evolución
histórica del género autobiográfico se establece una línea de análisis que considera los textos en su
plena condición discursiva7: retórica, literaria, pragmática, semántica, entre otras.

un receptor-escucha. La situación de interrelación entre oralidad y literatura es estudiada a fondo, por primera vez, por Walter
Ong en su célebre Oralidad y literatura.
5
Obras de carácter antropológico, sociológico o histórico tienen este formato, consistente en transcribir o editar el relato
autobiográfico de un individuo: The Children of Sanchez, El soldat de Pandora, Tuhani o Tante Suzanne. Este procedimiento de
la práctica de las ciencias sociales es estudiado por Carles Feixa (2003, p. 80).
6
El cronotopo es una noción sociocrítica propuesta por Mijail Bajtín –retomada luego por otros críticos– que se refiere a la
espacialidad y a la temporalidad diegética de una obra literaria. En esta tesis utilizamos el término para referirnos a la ubicación
espacio-temporal de la obra literaria (su lugar y tiempo de producción y recepción literarias) o a un periodo histórico determinado
(como en este caso).
7
Una concepción de género cercana a la que consideramos en este estudio es la de género discursivo desarrollada por Mijail
Bajtín (1999, pp. 248–251), definido como un tipo relativamente estable de enunciados que tienen lugar en una esfera de uso de la

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Abordaremos el análisis de la evolución del género autobiográfico en este estudio histórico-
literario introductorio tanto en el campo de la producción como en el de la recepción literaria.
En el campo de la recepción, consideraremos la canonización del género, entendiendo por
ésta la inserción del género dentro del sistema genérico occidental historicista8. Este sistema se
conformó hacia el siglo XVI, a partir del estudio de las preceptivas literarias clásicas grecolatinas,
según el criterio de la modalidad expresiva: exegemática (lírica), dramática (teatro) y mixta
(narración épica y novelesca).
En el siglo XIX, Hegel reforzó esta taxonomía ternaria mediante un esquema dialéctico de la
modalidad de representación referencial literaria de la realidad, llevada a cabo por cada uno de
estos géneros: objetiva (tesis épica), subjetiva (antítesis lírica) y mixta (síntesis dramática). Desde
entonces, el sistema tripartito de géneros ha sido cuestionado numerosas veces, sin que se consiga
su refutación o sustitución por un sistema más amplio; como máximo se ha extendido el campo de
estudio de los géneros del sistema historicista a otro denominado de los géneros teóricos o
naturales, que incluye un espectro más vasto de modos discursivos9. Surgida en el margen de o
confundida con los géneros clásicos, la autobiografía tardará siglos para suscitar el estudio de su
especificidad genérica en el canon literario occidental, estudio aún vigente e irresoluto.
En el campo de la producción (entendida aquí, principalmente, como autoría) de los textos
autobiográficos, indagaremos el carácter intertextual de estos: desde sus orígenes, la autobiografía
se perfiló como un género de géneros; a su motivación biográfica, los autobiógrafos han adaptado
numerosas formas y concepciones de otros géneros canonizados, como la biografía, la novela, la
lírica o el ensayo.
En la segunda perspectiva analítica de la evolución histórica de los textos autobiográficos: el
sentido ideológico del contenido autobiográfico, tendremos en cuenta la evolución histórica de la
concepción del yo presente en las obras autobiográficas. Desde un enfoque diacrónico, realizaremos
un recorrido por las concepciones del yo irradiadas por las autobiografías; seguimos a Karl
Weintraub, que en Autobiografía y conciencia histórica afirma:

La autobiografía está inseparablemente unida a la concepción del yo. La forma en la que el hombre
concibe la naturaleza del yo determina en gran medida tanto la forma como el proceso de la escritura
autobiográfica (1991, p. 25).

Para realizar este recorrido histórico nos situaremos en cronotopos paradigmáticos10 (la
Antigüedad, la Edad Media, El Renacimiento y la Ilustración) y utilizaremos insumos teóricos
diversos de la relación historia-literatura, extraídos de la sociocrítica, la sociología de la literatura, la

lengua. En el caso de los géneros literarios se trata de géneros secundarios (esto es complejos, formados por numerosos
enunciados que tienen implicaciones ideológicas asentadas en un cronotopo histórico determinado), modelados por el uso y la
tradición.
8
Todas las consideraciones relativas al sistema historicista de géneros literarios están basadas en el estudio de Antonio García
Berrío y Javier Huerta Calvo, Los géneros literarios: sistema e historia (1999, pp. 11–18).
9
Respecto a la división tripartita de los géneros literarios no se trata –aunque no sea comprensible para una mirada superficial– de
un dogma arbitrario: “En tal sentido, la fijación regular en tres de la división tradicional de los géneros ha de ser considerada no
como el mantenimiento de un capricho o superstición numérica convencionalizada en la tradición, sino el resultado natural del
despliegue dialéctico a partir de una polaridad dual. Estructuras ambas arquetípicas –y “naturales”– en el despliegue de las formas
humanas de plasmación comunicativa de la realidad” (García Berrío y Huerta Calvo, 1999, p. 59).
10
Desde una perspectiva historicista podríamos denominar estos periodos como paradigmas históricos.

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teoría de los campos de producción y recepción del texto literario e, incluso, la ética. Tal variedad
teórica está bien justificada en la naturaleza transdisciplinaria del objeto autobiográfico11.
Aclarados los presupuestos teóricos de este trabajo, entramos en materia diciendo que la
autobiografía posee un primer estadio del desarrollo histórico en los textos biográficos de reyes,
héroes legendarios o sabios de la antigüedad; veneros escritos cuyo tema es la vida de un ser
humano. La biografía es el primer escalón en el desarrollo de la autobiografía en relación con su
mutuo objeto del discurso: la vida de un individuo. Exceptuando lo que de autobiográfico puedan
tener obras como los Diálogos de Platón (donde es casi imposible discernir que de Platón hay en
Sócrates, el protagonista) o los libros proféticos del Antiguo Testamento (considérese, por ejemplo,
el libro de Jeremías)12, se reconoce que la primera obra de carácter autobiográfico (en tanto relata
hechos de la vida del escritor referidos por él mismo) es Comentarios sobre la Guerra de las Galias de
Julio César; allí el fundador del Imperio Romano refirió sus hazañas militares, con un estilo objetivo
(no usó siquiera la primera persona) que excluyó la introspección. Caso contrario es el de las
célebres Confesiones de San Agustín, donde la exploración de la vida interior del sujeto
autobiográfico alcanza un nivel paradigmático, por lo que es considerada como la primera
autobiografía strictu sensu. En ambos casos, la obra no consigue una repercusión que dé lugar a
epígonos o a una tradición genérica. Las razones de esta insularidad habría que buscarlas en el
horizonte de expectativas literario, usando la expresión de Jauss13, en el que surgen estas obras.
La Antigüedad clásica estableció un canon de géneros literarios fundado en La República de
Platón, la Poética de Aristóteles y en la Carta a los pisones de Horacio: géneros como la épica, la lírica
o la tragedia, que después del Renacimiento conformarían el sistema tripartito de géneros literarios,
son referidos y estudiados por ambos filósofos y por el poeta latino. Este canon se convirtió en el
paradigma de los géneros ficcionales de la Antigüedad. El de las obras no ficcionales se acomodó al
prototipo de los géneros históricos, didácticos y retóricos14. Dada la ambigüedad del carácter del
texto autobiográfico (a dos aguas entre lo ficcional y lo fáctico), los textos de un Flavio Josefo, un
Julio César, un Marco Aurelio o un San Agustín no dejan de ser exóticos en su peculiaridad
autobiográfica, y adhieren al horizonte de expectativas de géneros vecinos más canonizados como
los de la historia, la biografía, la reflexión filosófica o el texto doctrinal filosófico, respectivamente.
Tan importante como la calidad de avis raris genéricas de estas obras para explicar su
insularidad en la Antigüedad, es el hecho de que su motivación ideológica no esté cimentada en
concepciones propias de la individualidad, tal como ésta es entendida en el contexto de la
autobiografía moderna. No son obras autobiográficas en el sentido moderno del término, pues éste,

11
Por su peculiaridad de discurso autorreferencial, situado en la encrucijada entre ficción y realidad, el autobiográfico es el campo
de batalla conceptual de múltiples disciplinas, que van desde la historia (el carácter verídico de lo autobiográfico) hasta la filosofía
(la epistemología del conocimiento de sí mismo), pasando, obviamente, por la crítica y la teoría literaria, con sus numerosas
escuelas.
12
Sobre el carácter autobiográfico del libro de Jeremías ver Biblia comentada (Nacar, Colunga, 1951, p. 1928)
13
En La historia de la literatura como provocación, Hans Robert Jauss plantea que la relación historia y literatura se establece
desde el estudio de las relaciones de producción y recepción entre autor y lector. Respecto al horizonte de expectativas, Jauss
afirma: “El análisis de la experiencia literaria del lector se sustrae a la amenaza del psicologismo cuando describe la recepción y el
efecto de una obra en el sistema de relación objetivable de las expectativas que nace para cada obra de la comprensión previa del
género, la forma y la temática de obras anteriormente conocidas y de la oposición entre lenguaje poético y lenguaje práctico en el
momento histórico de su aparición” (2000, p. 163).
14
Por ejemplo, las aportaciones a la delimitación de géneros retóricos se deben a autores latinos o neoplatónicos como Quintiliano
(Instituciones Oratorias) o Longino (a quien se atribuye el estudio crítico denominado De lo sublime).

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según sus definidores, implica la presencia ideológica en el texto de la reflexividad de un individuo
que define su individualidad propia, única y consciente de sí misma dentro de la sociedad en la que
se inscribe, mediante un relato de su propia vida; reflexividad que no se halla presente en las obras
de la Antigüedad que hemos venido considerando.
Son dos, pues, las nociones fundamentales del contenido ideológico de lo autobiográfico:
conciencia de individualidad y narración de vida. La primera referida a la construcción de una
conciencia del sujeto contrapuesta al sistema social; la segunda anclada a las elaboraciones
culturales de la narración de la vida individual propias de cada cosmovisión. La dinámica de ambas
nociones en la Antigüedad no dota a las posibles autobiografías de este periodo de un contenido
ideológico inherente al de las autobiografías modernas.
La noción de individualidad durante la Antigüedad, tal como explica Karl Weintraub15, Mijail
Bajtín o, desde una perspectiva ética, Alasdair MacIntyre17, no está desligada de la de modelo de
16

ciudadano. No podríamos hablar en la Antigüedad tan pertinentemente de un individuo como de un


ciudadano, o, más genéricamente, de un sujeto portador de un rol social paradigmático, sea éste el
héroe homérico, el animal político, el filósofo estoico, el ciudadano romano o el siervo de dios (en el
contexto más tardío de los orígenes del cristianismo). En todos los casos, un individuo que toma
desde su palabra la narración de su propia vida lo hace para fijar un rol social paradigmático, para
ajustar su individualidad al modelo social hegemónico de individuo. Y no es que en la autobiografía
moderna esto no suceda (tenemos, por ejemplo, el caso del registro genérico memorialístico), sino
que el individuo que así lo realiza trasciende la conciencia de su lugar en la sociedad –a diferencia
del individuo de la Antigüedad– desde el conocimiento, la crítica y el deslinde de este rol social hacia
uno individual propio; ha desarrollado lo que para Weintraub es una conciencia histórica individual
y para MacIntyre un estado ético inserto en el emotivismo moral18.
Aunque desde la perspectiva del contenido ideológico ni genéricamente sea factible hablar
de autobiografía en la Antigüedad, es importante reconocer que los tipos discursivos que conforman
la autobiografía moderna tienen su origen en aquélla. En otras palabras, a nivel formal, casi todas las
formas discursivas autobiográficas pueden remontarse a la Antigüedad. Consideremos, por ejemplo,
el relato narrativo en primera persona, presente tanto en el discurso metadiegético de la épica
(verbigracia, los episodios que mencionamos de la Odisea) como en los primeros intentos
novelísticos de la escuela alejandrina o latina. Ejemplos como el de los Diálogos de Luciano de
Samosata, El asno de oro de Apuleyo o El satiricón de Petronio (para mencionar los más destacados)

15
Karl J. Weintraub en Autobiografía y conciencia histórica (1991, pp. 18-33) propone la noción de modelo para dar cuenta de
este rol social paradigmático.
16
Consideramos aquí las ideas bajtinianas presentes en Teoría y estética de la novela sobre el fenómeno de recepción de los textos
biográficos y autobiográficos de la Antigüedad. Para Bajtín, el biógrafo y el autobiógrafo de la antigüedad escriben desde una
conciencia dialógica instaurada en el cronotopo del ágora, esto es, una conciencia definida según el rol social del ciudadano del
ágora (1991).
17
En su tratado sobre la ética aristotélica, Tras la virtud (1987, pp. 156 – 206), Alasdair McIntyre delimita la noción de virtud en
las sociedades heroicas y en la polis ateniense. La palabra areté expresa el paradigma moral que un griego de Homero hasta
Aristóteles asume como marco axiológico. El héroe homérico y el ciudadano que aspira a la felicidad (según lo propuesto por la
Ética a Nicómaco) son los modelos éticos de Grecia en el periodo micénico y el ateniense, respectivamente.
18
MacIntyre estudia la cuestión moral en la Modernidad y concluye que todos los desarrollos éticos modernos plantean la
creación de un orden moral individual, racional e inmanente al acto, a diferencia de los sistemas morales clásicos basados en
órdenes morales sociales y teleológicos (con una finalidad para la práctica moral, como, por ejemplo, la felicidad –eudaimonía–
en Aristóteles). Este estado de la cuestión moral en la Modernidad es denominado emotivismo moral.

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instauran la narración de primera persona en un cronotopo sincrónico al contexto de producción y
recepción de la obra. Otro tipo discursivo es la reflexión filosófica o religiosa individual sobre la
propia vida, que tiene en las Meditaciones de Marco Aurelio y en las Confesiones de San Agustín
modelos cimeros de muchas de las autobiografías posteriores. No obstante, ambos autores oscilan
entre las reflexiones auténticas derivadas de su propia experiencia y las ideas doctrinales, estoicas y
cristianas para cada uno, lo que ideológicamente es afín a todos los textos de tema personal de la
Antigüedad, inscritos en una concepción del individuo como rol social hegemónico. Lo anterior para
mencionar apenas dos recursos formales con fuentes en la Antigüedad, de los que echa mano el
autobiógrafo moderno, quien, como ha demostrado George May en La autobiografía, incorpora
formas típicas de otros géneros literarios tradicionalmente conformados en el canon literario
occidental.
La situación en la Edad Media no difiere mucho de la descrita para la Antigüedad, con la
salvedad de que ideológicamente la noción de individualidad no se inscribe dentro de un rol social
comunitario sino en relación con la condición de criatura divina. El modelo de individuo en la Edad
Media es el del cristiano, y, por lo tanto, la conciencia del individuo se establece con relación a la
trascendencia que éste posee en calidad de hijo de Dios que propende la salvación eterna de su
alma. Es decir, el modelo de las Confesiones de San Agustín –esa magnífica autobiografía del pecador
que se redime para la vida eterna– rige los textos autobiográficos medievales, tanto los del rey,
como los del santo o el hombre del común.

Grande eres, Señor, y laudable sobre manera; grande tu poder, y tu sabiduría no tiene número.
¿Y pretende alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación, y precisamente el hombre, que, revestido
de su mortalidad, lleva consigo el testimonio de su pecado y el testimonio de que resistes a los soberbios?
Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo
que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que
descanse en ti (1951, p. 83).

Es significativo, no obstante, el viraje que asume la construcción de la individualidad en los


textos autobiográficos medievales: por una parte, la siempre ingente distancia moral que interpone
el pecado entre la vida vivida y el ideal de vida santa genera niveles de reflexión tan profundos que
se convierten en la vena que origina el carácter introspectivo de las autobiografías modernas; por
otra, la dependencia del discurso autobiográfico al diálogo criatura-Dios será clave para que, en la
medida en que se gesten los procesos de secularización de la Modernidad, este diálogo desaparezca
paulatinamente transformándose en otro donde el interlocutor divino irá dando lugar al propio yo
del autor (caracterizándose, pues, la autobiografía moderna como el diálogo del autor con su propio
yo) o al lector objetivo (asumiendo éste el rol de censor del acto confesional implícito en el acto
autobiográfico del autor, o el rol de público del ritual exhibicionista que la narración de la propia
vida del autor conforma). Compárense con relación al cambio del interlocutor medieval al moderno
del sujeto autobiográfico, la cita anterior de las Confesiones de San Agustín con esta de La vida de
Benvenuto Cellini escrita por él mismo:

Todos los hombres de cualquier suerte que hayan efectuado alguna cosa que sea virtuosa o que a la
virtud se asemeje, deberían procurando ser verídicos y honrados, describir por su propia mano su vida
(1993, p. 19).

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Desde un punto de vista formal, el modelo discursivo de las autobiografías medievales es la
confesión. El sacramento confesional impone sinceridad al autobiografiado, de ahí que la diferencia
entre la obra de San Agustín y la de Julio César, por ejemplo, radique en que el primero presenta su
vida no como un modelo de grandeza y corrección moral, sino como el testimonio de un pecador que
aspira a la redención. También resulta patente de este modo discursivo que el enunciatario del texto
no sea colectivo como en la Antigüedad (la posteridad, el ágora), sino individual, el confesor. La
noción de autobiografía como narración sincera a un enunciatario particular, tan importante en la
autobiografía moderna, tiene su remoto origen en la autobiografía medieval: confesión ante Dios de
la vida de un individuo que aspira a la vita beata. Esta aspiración de toda autobiografía medieval
informa la vida del sujeto autobiográfico como un ideal de vida: ya sea el del monje (Vita beata de
Ramón Llull), sea el del poeta y enamorado (Vita nuova de Dante Alighieri).
Hay que situar el origen de la autobiografía moderna en el Renacimiento, si bien ninguna de
las obras de carácter autobiográfico del periodo creó un movimiento epigonal, y los casos de éstas,
aunque menos infrecuentes, no dejaron de ser atípicos. En algunas de las mayores creaciones
literarias renacentistas hay un giro en su contenido ideológico al situar su cronotopo diegético en el
presente histórico del autor. En La Divina Comedia o El Quijote, por ejemplo, la referencia
autobiográfica del protagonista o el narrador (éste solo para El Quijote) establece un juego ficcional
con la realidad histórica del autor, que inclinará definitivamente el interés en la narrativa por el
cronotopo diegético contemporáneo al de la producción y recepción de la obra. Esta relación entre
literatura y realidad histórica es más patente en las obras literarias cabalmente autobiográficas, en
las que existe identidad unívoca entre autor, narrador y protagonista, es decir, entre vida vivida y
vida escrita, como ocurre en la Vida de Benvenuto Cellini, las Moradas de Santa Teresa o los Ensayos
de Montaigne.
Este interés por la historia, esta nueva conciencia histórica (siguiendo a Weintraub), se
inscribe en una auténtica revolución antropológica generada durante el Renacimiento: el cambio de
la mirada del hombre por lo humano, la visión antropocéntrica de la realidad humana que sucede a
la visión teocéntrica y providencialista medieval. Dueños de sus destinos, al azar de la buena y la
mala andanza –en el sentido de la aventura–, los autobiógrafos renacentistas tienen un gran interés
en contar sus vidas, en definir sus personalidades, en construir una imagen póstuma de su carácter.
Sus obras son proteicas en su vitalidad, son odiseas que dan cuenta de periplos vitales profusos:
desde la minucia picaresca de un Cellini, que incluye el crimen y la búsqueda trascendente del
artista; hasta la cita erudita y la vida recogida del lector Montaigne; pasando por la agitada vida de
los genios multifacéticos como Cardano.
La concepción del yo en el Renacimiento es inherente a la de individualidad, fundamental
para la autobiografía moderna. La noción de individualidad –decisiva desde entonces en la cultura
occidental– surge de la percepción del hombre renacentista como un ser único, diferenciado
plenamente del colectivo humano; lo intrínsecamente humano del individuo está en su propio yo, no
en un paradigma social o religioso como en la Antigüedad o la Edad Media. La individualidad en el
Renacimiento se sustenta entonces en un proyecto personal de vida libre y consciente. El sujeto se
convierte en artifex vitae. No obstante, no puede entenderse este individualismo en el Renacimiento
como una secularización absoluta de la concepción del yo. La vida humana es todavía trascendente
para el hombre renacentista. Esta trascendencia puede ser de un carácter más o menos profano (por
ejemplo, el interés de numerosos pensadores renacentistas: Miguel Ángel, Giordano Bruno, León
Hebreo, Galileo, etc., por la hibridación cristiana y pagana de las nociones neoplatónicas o

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neopitagóricas de la inmortalidad del alma humana) o palmariamente religiosa (los místicos
españoles). En todos los casos, los autobiógrafos renacentistas intentaron elucidar su yo, conocerse
a sí mismos; así este conocimiento se planteara irresoluble o fatuo. ¿No es este el caso de
Montaigne? Leemos en el prefacio Al lector de sus Ensayos:

He aquí un libro de buena fe, lector. […] Lo he dedicado al uso particular de mis parientes y amigos para
que, cuando me pierdan (lo que sucederá muy pronto), puedan volver a hallar en él algunos rasgos de mi
condición y humor, y por este medio les quepa nutrir y tornar más entero y más vivo el conocimiento que
tuvieron de mí. Si yo hubiese pretendido buscar el favor del mundo, me hubiera engalanado con
prestadas hermosuras; pero no quiero sino que se me vea en mi manera sencilla, natural y ordinaria, sin
estudio ni artificio, porque solo me pinto a mí mismo. Aquí se leerán a lo vivo mis defectos e
imperfecciones y mi modo de ser, todo ello descrito con tanto sinceridad como el decoro público me lo ha
permitido. […] Así, yo mismo soy el tema de mi libro, y no hay razón para que emplees tus ocios en
materia tan frívola y vana (1968, p. 3).

Cabe indicar que aunque no podemos hablar en el Renacimiento de una conciencia genérica
de la autobiografía, las obras ya mencionadas y otras de menor importancia motivaron la escritura
personal. El horizonte de expectativas del Renacimiento se enriqueció favorablemente hacia lo
autobiográfico porque los géneros narrativos novelescos se impusieron progresivamente. En este
sentido, el impulso de la narrativa picaresca de fuente española es definitivo.
Después de la publicación de obras como El Lazarillo de Tormes, El Guzmán de Alfarache, El
buscón y Vida y hechos de Estebadillo Gonzáles –traducidas a las principales lenguas europeas–,
Inglaterra y Francia se suman con obras como Las aventuras de Robinson Crusoe o El Gil Blas de
Santillana. Aunque estas obras son ficcionales, el modelo de narración de vida del pícaro con la
reflexión sobre lo vivido es una de las fuentes inmediatas del movimiento autobiográfico ilustrado.
No solamente el modelo de narración de vida de la picaresca influirá el género autobiográfico
moderno, también la concepción del yo picaresco, desarrollada en una óptica del mundo y no del
más allá (María Verónica Serra, 2005): el sujeto que a pesar de las adversidades del medio social se
afirma en la vida gracias a su carácter y a su talante, abandonando la noción providencialista
medieval.
Conviene analizar más en detalle, desde el punto de vista de la recepción, el modelo de
personaje picaresco como fuente del modelo de personaje autobiográfico. El discurso picaresco no
está dirigido a Dios o al confesor, está dirigido al lector profano19. Si bien el pícaro se confiesa, no lo
hace tanto con fines expiatorios (aunque hay aún un sustrato confesional) como por dar testimonio
de la formación de su carácter; el pícaro modela su experiencia, es ejecutor de sus obras, autor de su
existencia y responsable ante el “lector” de su vida. La cual resulta –de tan exuberante–
inverosímil20. Esta inverosimilitud instaura un punto de giro en el pacto ficcional de la narrativa que

19
Considérense las dedicatorias, prólogos o prefacios, dirigidos al lector, de obras como el Lazarillo de Tormes (2006, p. 31):
“Pues sepa vuestra merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes”; La vida del Buscón de Quevedo: “Habiendo
sabido el deseo que vuestra merced tiene de conocer los varios sucesos de mi vida…” (Carta dedicatoria) (1998, p. 11); o El
diablo cojuelo de Vélez de Guevara: “Lector amigo: yo he escrito este discurso, que me he atrevido a llamarle libro…” (Carta de
recomendación al cándido o moreno lector) (1941, p. 9)
20
La noción de verosimilitud en literatura surge en la Poética de Aristóteles (1948, p. 45): el discurso histórico es verdadero; el
literario es posible, aunque se ajusta a un contenido mimético, éste sería el nivel de verdad literaria (verosimilitud). En la Edad
Media la verosimilitud del texto para el lector llano equivalió a la verdad fáctica, probablemente por el valor de verdad de los

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será decisivo para diferenciar los textos autobiográficos de otras formas narrativas. Como un atisbo
antiquísimo de lo que vendría –siglos después– a ser la discusión sobre el pacto autobiográfico (la
cuestión de la verdad del discurso autobiográfico propuesta por el autor al lector), encontramos en
el Quijote una afirmación del carácter verdadero de la autobiografía en oposición al pacto ficcional
de la novela picaresca. Se trata del diálogo de don Quijote con Ginés de Pasamonte, autor de una
autobiografía (aunque el género, para entonces, no había sido canonizado), extraído de la célebre
aventura de los galeotes:

Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios; que ya enfada con tanto querer
saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por
estos pulgares.
─ Dice verdad –dijo el comisario–; que él mismo ha escrito su historia, que no hay más que desear, y deja
empeñado el libro en la cárcel, en doscientos reales.
─ Y le pienso quitar –dijo Ginés– si quedara en doscientos ducados.
─ ¿Tan bueno es? –dijo Don Quijote.
─ Es tan bueno –respondió Ginés–, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquél
género se han escrito o escribieren. Lo que le sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades
tan lindas y tan donosas, que no puede haber mentiras que se le igualen.
─¿Y cómo se intitula el libro? –preguntó Don Quijote.
─La vida de Ginés de Pasamonte –respondió el mismo.
─ ¿Y está acabado? –preguntó Don Quijote.
─ ¿Cómo puede estar acabado –respondió él–, si aún no está acabada mi vida? (2004, p. 206).

Como indica Francisco Rico (citado por Borkosky, 2007), el horizonte de expectativas de los
lectores españoles del Siglo de Oro incluía el estatuto de veracidad. Leían el Lazarillo de Tormes no
como un relato verosímil o realista, sino real (Villanueva, 1992, p. 27). Esta confusión en el estatuto
de realidad de la novela picaresca favoreció el modelo autobiográfico, pues muchas obras ficcionales
o a mitad de camino entre lo ficcional y lo verídico serían tomadas como fuentes formales e
ideológicas de escritos genuinamente autobiográficos21.
En relación con lo anterior, tenemos, por ejemplo, el caso de las memorias de viajes. Los
relatos de viajes, inspirados en los descubrimientos geográficos del Renacimiento, generan otro
momento importante en la historia de la narrativa personal. Algunas de las llamadas crónicas de
Indias (los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca o los Comentarios reales del Inca Garcilaso son
dos casos destacados) modelan un nuevo tipo heroico: el aventurero descubridor. Héroe que se
define en la búsqueda de lo desconocido, y no en la búsqueda de un fin religioso (el caballero
medieval que lucha por conquistar la tierra de los infieles es ya una caricatura en El Quijote). La
noción de la vida como aventura y, más filosóficamente, como viaje espiritual, está presente en
obras de y posteriores al Renacimiento, que, en conjunto, instauran uno de los linajes de la

textos bíblicos. Después del Renacimiento se retoma el sentido aristotélico de verosimilitud. Desde entonces se instaura el pacto
ficcional entre lector y texto literario, el cual se define como la convención lectora de asumir como verdadero el universo literario
(el mundo narrativo, la emoción o idea lírica…) creado por la obra, y juzgar lo verdadero dentro de los límites y reglas de tal
universo. Sin embargo, en la autobiografía la noción de verosimilitud no tiene cabida pues se considera un discurso verdadero. Por
esto, Philippe Lejeune propone un pacto autobiográfico: la convención lectora entre autor autobiográfico y lector de que el
discurso de la autobiografía es verdadero.
21
La pretensión de veracidad de los escritos autobiográficos es acaso la característica determinante del género autobiográfico.

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autobiografía ilustrada. Es en este sentido donde se inscriben obras como el Viaje sentimental de
Sterne (1777) o Jacques el fatalista de Diderot (1793); o las obras místicas, donde el viaje es a la
noche profunda del alma, el estado del alma correspondiente al encuentro místico con Dios (Las
moradas de Santa Teresa o los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola).
Otro momento importante en el desarrollo de lo autobiográfico tiene lugar entre los siglos
XVII y XVIII, en la corriente espiritual (artística, literaria y vital) del Barroco: se trata del nacimiento
del género ensayístico con las obras de Montaigne y Bacon, que inician las ricas tradiciones
ensayísticas francesa e inglesa, respectivamente. El registro argumentativo del género
autobiográfico tiene su fuente en el ensayo. Y esto es así porque en el desarrollo del ensayo cumple
una gran importancia la conformación del punto de vista personal sobre las ideas, lo que propicia un
giro hacia el discurso autorreflexivo, tanto en la filosofía como en la literatura. En este sentido, es
importante destacar la obra de autores como Samuel Butler, Samuel Johnson, William Hazlitt, entre
otros, en el ámbito anglosajón; y de René Descartes, la Rochefoucauld y Chateaubriand en el francés.
Su aporte radica en la tenacidad con la que marcan su sello individual, ya casi autobiográfico, en la
expresión de sus ideas. La amalgama entre forma y contenido autobiográfico tiene en los ensayistas
ingleses y franceses un primer gran momento, que dará lugar a una tradición autobiográfica, en
cierto modo, autónoma y singular respecto a la de otros géneros literarios ya canonizados.
Damos un salto del Renacimiento a la Ilustración. Los desarrollos de la autobiografía en el
Barroco y en movimientos culturales posteriores como el Neoclasicismo siguen los cauces expuestos
para el Renacimiento.
Nos ubicaremos, entonces, en el momento del nacimiento oficial de la autobiografía. Es ya un
lugar común de la literatura secundaria autobiográfica aseverar que el género autobiográfico
moderno irrumpe con la publicación de Confesiones de Rousseau (1782). La gran difusión que esta
obra tuvo en su tiempo, su monumentalidad (pocas veces se había realizado antes un proyecto
autobiográfico tan exhaustivo), sus implicaciones ideológicas escandalosas para su tiempo (la
afirmación de una individualidad libérrima dentro del sistema social hegemónico; rayana en el
libertinaje, según fue juzgada por la opinión pública imperante –aún orientada por el clero católico o
protestante–), hicieron de esta obra un hito literario de la Ilustración, prontamente imitado en otras
naciones europeas. Rousseau era consciente de su logro, pero se equivocó al augurar que no tendría
imitadores:

Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis
semejantes un hombre en toda la verdad de la Naturaleza y ese hombre seré yo.
Solo yo. Conozco mis sentimientos y conozco a los hombres. No soy como ninguno de cuantos he visto, y
me atrevo a creer que no soy como ninguno de cuantos existen. Si no soy mejor, a lo menos soy distinto de ellos. Si
la Naturaleza ha obrado bien o mal rompiendo el molde en que me ha vaciado, solo podrá juzgarse después de
haberme leído.
Que la trompeta del Juicio Final suene cuando quiera; yo, con este libro, me presentaré ante el Juez
Supremo y le diré resueltamente:
“He aquí lo que hice, lo que pensé y lo que fui. Con igual franqueza dije lo bueno y lo malo. Nada malo me
callé ni me atribuí nada bueno; si me ha sucedido emplear algún adorno insignificante, lo hice solo para llenar un
vacío de mi memoria. Pude hacer supuesto cierto lo que pudo haberlo sido, más nunca lo que sabía que era falso.
Me he mostrado como fui, despreciable y vil, o bueno, generoso y sublime cuando lo he sido. He descubierto mi
alma tal como Tú la has visto, ¡oh Ser Supremo!” (1973, p. 1).

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La cita anterior es el inicio de la obra. Encontramos en ella un programa que condice con las
características del hombre moderno, que ya encontrábamos germinales en el hombre renacentista.
Veamos estas características: especificidad individual: No soy como ninguno de cuantos he visto, y me
atrevo a creer que no soy como ninguno de cuantos existen (p. 1); carácter reflexivo respecto a la
experiencia particular: Me he mostrado como fui, despreciable y vil, o bueno, generoso y sublime
cuando lo he sido (p. 1); y distancia de cualquier modelo de restricción social hegemónica a favor de
una concepción “natural” del hombre: Si la Naturaleza ha obrado bien o mal rompiendo el molde en
que me ha vaciado, solo podrá juzgarse después de haberme leído (p. 1).
Hay que considerar varias causas para explicar el éxito de Confesiones, todas comprensibles
dentro del horizonte de expectativas del lector burgués ilustrado. Un horizonte de expectativas
modelado por la publicación de la Enciclopedia. La construcción de esta obra había sido posible por
la conformación de un equipo de científicos y hombres de letras que consideraban posible el
conocimiento racional y sistemático de la realidad física y humana. Este optimismo cognoscitivo,
derivado de la confianza plena en la razón, se extendería a todos los objetos de estudio posibles:
desde los fenómenos de la composición de la materia (es la época del nacimiento de la Química y del
desarrollo de la Física) hasta los fenómenos humanos como las culturas y etnias (la Ilustración
marca el punto de partida de la antropología moderna), pasando –y es aquí donde Rousseau es
pionero– por la naturaleza del yo individual. Confesiones es, pues, un intento excelentemente
logrado de dar cuenta de una vida humana según un punto de vista enciclopédico. Explicaremos este
aserto.
La minuciosidad del proyecto rousseauniano de testimoniar la vida propia incluye un
examen sicológico y sociohistórico exhaustivo, que conforma un auténtico tratado de la vida
personal. Hay, por lo tanto, en este estudio riguroso, un intento por obtener una visión de la vida
humana como una totalidad significante. Rousseau, cual científico de su existencia, aventura
hipótesis sicológicas o sociohistóricas, barrunta teorías a partir de sus experiencias y vivencias que
tendrán un desarrollo posterior en la antropología o el sicoanálisis22. Lo que ocurrirá con todos los
autobiógrafos posteriores.
Tal como ha señalado James Olney en Algunas versiones de la memoria / Algunas versiones
del bios: la ontología de la autobiografía (1991, pp. 33–47), hay dos procesos en los que la
autobiografía moderna cifra su ser: la reconstrucción del transcurso de la vida –desde el pasado
hasta el presente de la elaboración autobiográfica– y la significación de este transcurso como una
configuración síquica única, la noción de yo que une ese sujeto recreado del pasado y el del presente
de la escritura. Para Olney, es la memoria humana la que permite el puente entre estos dos procesos
de construcción del proyecto autobiográfico. Sería pues la memoria la substancia ontológica de toda
autobiografía. Este proceso está presente en toda autobiografía moderna, y tiene un pináculo
originario en Confesiones.
Lo anterior significa que toda autobiografía literaria occidental moderna surge como una
búsqueda del ser individual, plantea la conformación de la ontología de un individuo. Hay profundas
implicaciones ideológicas en este propósito. Situar el ser en el individuo y no en lo que lo trasciende,
es el fin del largo camino emprendido por la empresa filosófica occidental moderna. Desde
Descartes (recordemos su principio de la duda metódica: “Pienso, luego existo”) hasta Nietzsche (en
este intervalo se suceden ismos filosóficos como el racionalismo, el empirismo y el positivismo), el

22
Considérese en este sentido el lugar que tiene la reflexión analítica de su sexualidad en la obra.

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proceso de secularización de la visión de lo humano ha desterrado la metafísica por una visión
filosófica antropológica, sicológica o sociológica, es decir, una filosofía del hombre y para el hombre.
Tal es el cambio en la noción del yo en la Modernidad, inaugurada en la autobiografía con la
obra de Rousseau, pero seguida por innumerables autores. El autobiografiado es el fin de su obra,
construye una Torre de Babel para orgullo de sí mismo. La soberbia –entendida como el
desmesurado intento del hombre por trasponer las limitaciones de su yo, ya sean relativas al
conocimiento o a su poder físico o creativo–, con diversas denominaciones en las culturas
antiguas23, es el “pecado” del autobiógrafo moderno, quien carece de un motivo trascendente para
su testimonio vital. La autobiografía moderna se justifica en el deseo del individuo, no pacta con
Dios. Como un testimonio de la ausencia divina, como prueba de la muerte de Dios, vislumbrada por
Nietzsche, la autobiografía surge, se desarrolla y tiene su fin en una visión antropocéntrica e
individualista del sujeto.
Este secularismo de la Modernidad es el caldo de cultivo del nuevo género literario. El
interés que la Biblia representaba para el hombre Medieval y Renacentista, se traslada ahora a estos
Evangelios personales. Resulta paradójica e irónica la similitud del título de la obra de Rousseau con
la de San Agustín. Éste escribió su obra como testimonio de su proyecto vital de santidad, aquél para
mostrarse en su desnudez humana (vital y espiritual) en un acto exhibicionista:

Reúne en torno mío [Ser Supremo] la innumerable multitud de mis semejantes para que escuche mis
confesiones, lamenten mis flaquezas, se avergüencen de mis miserias. Que cada cual luego descubra su
corazón a los pies de su trono con la misma sinceridad; y después que alguno se atreva a decir en tu
presencia: Yo fui mejor que ese hombre (1973, p. 1).

No debe engañarnos esta invocación al Ser Supremo, es simplemente un recurso retórico


para justificar la congregación de la humanidad (a quien está dirigido todo el discurso de
introducción a la obra –ya citado–, de la cual esta cita es el cierre). Rousseau escribe su obra para el
examen de la humanidad. Su énfasis en el exordio de su obra (supra) sobre la verdad personal, da
cuenta de una nueva posición ante el yo que lo juzga objeto de estudio, análisis e interpretación. Es
éste el sentido ideológico de la autobiografía moderna, que se afianzará con el advenimiento de
momentos posteriores como el Romanticismo, el Positivismo o el Existencialismo.

REFERENCIAS

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23
Hybris en la cultura griega antigua, vanitas en la cultura latina, soberbia en la cultura cristiana.

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