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Capítulo 10

La obra salvadora de Cristo


L Daniel B. Pecota
a obra salvadora de Cristo se alza como el pilar central dentro de la estructura
del templo redentor de Dios. Es el apoyo que carga con el peso, y sin el cual nunca
se habría podido completar la estructura. También la podemos considerar como el
centro alrededor del cual gira toda la actividad reveladora de Dios. Le da una
cabeza al cuerpo, antitipo al tipo y sustancia a la sombra. Estas afirmaciones no
disminuyen en lo más mínimo la importancia de todo lo que Dios hizo por el
pueblo del pacto, y con él y las naciones vecinas en el Antiguo Testamento. Esto
sigue teniendo una importancia incalculable para todo el que estudie las
Escrituras. Refleja más bien el pensamiento de Hebreos 1:1–2: “Dios, habiendo
hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los
profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo.” En el pasado, Dios
habló de manera infalible y dijo cosas importantes, pero no definitivas. Para eso,
tendríamos que esperar a la venida de su Hijo, cuya puesta por escrito y
significado aparece infalible y definitiva en los veintisiete libros del canon del
Nuevo Testamento.1

10.1 EL SIGNIFICADO DE LA “SALVACIÓN”


Todo estudio de la obra salvadora de Cristo debe comenzar con el Antiguo
Testamento. Es allí donde descubrimos en las actuaciones y palabras divinas la
naturaleza redentora de Dios. Descubrimos tipos y predicciones concretas sobre
Aquél que habría de venir, y sobre lo que habría de hacer. Parte de lo que hallamos
se encuentra en el uso que hace el Antiguo Testamento de terminología para
describir la salvación, tanto natural como espiritual.
Todo el que haya estudiado el Antiguo Testamento hebreo sabe lo rico que es su
vocabulario. Los escritores usan varias palabras que se refieren al pensamiento
general de “liberación” o “salvación”, ya sea natural, legal o espiritual.1 Aquí la
atención se centra en dos verbos: natsal y yashá’. La primera aparece 212 veces,2
generalmente con el significado de “libertar” o “rescatar”. Dios le dijo a Moisés
que Él había descendido para “rescatar” a Israel de mano de los egipcios (Éxodo
3:8). Senaquerib le escribió al rey

Ezequías: “Los dioses de las naciones de los países no pudieron librar a su pueblo
de mis manos, tampoco el Dios de Ezequías librará al suyo de mis manos” (2 Crónicas
32:17). El salmista clamaba con frecuencia, pidiendo a Dios que lo rescatase
(Salmos 22:21; 35:17; 69:14; 71:2; 140:1). Estos usos indican que se está teniendo
en cuenta una “salvación” física, personal o nacional.
Sin embargo, la palabra toma también connotaciones relacionadas con la salvación
espiritual a través del perdón de los pecados. David clamó a Dios para que lo
salvara de todas sus transgresiones (Salmo 39:8).3 En el Salmo 51:14 se hace
evidente que David estaba pensando en la restauración espiritual personal y en la
salvación cuando oraba diciendo: “Líbrame de homicidios, oh Dios, Dios de mi
salvación; cantará mi lengua tu justicia”.
Aunque el Salmo 79 es un lamento debido a la invasión de Israel y la profanación
del templo por sus enemigos, el salmista reconoce que sólo será posible una
liberación si ésta incluye el perdón de sus pecados (v. 9).
La raíz yashá’ aparece 354 veces, estando la mayor concentración de ellas en los
Salmos (136 veces) y en los libros proféticos (100 veces). Significa “salvar”,
“liberar”, “dar la victoria”, o “ayudar”. Algunas veces aparece la palabra, libre
de matices teológicos (por ejemplo, cuando Moisés defendió a las hijas de Reuel de
las acciones opresoras de los pastores; Éxodo 2:17). Sin embargo, lo más frecuente
es que se use la palabra teniendo a Dios como sujeto y al pueblo de Dios como
objeto directo. Él los ha librado de toda clase de dificultades, incluyendo cosas
como los enemigos, nacionales o personales (Éxodo 14:30; Deuteronomio 20:4; Jueces
3:9; Jeremías 17:14–18) y de calamidades (por ejemplo, plaga o hambruna; 2 Crónicas
20:9). Por consiguiente, Yahwé es “Salvador” (Isaías 43:11–12), “mi Salvador”
(Salmo 18:14), y “mi salvación” (2 Samuel 22:3; Salmo 27:1).
La mayor parte de las veces, Dios decidía usar a los representantes enviados por Él
para llevar la salvación, pero “los obstáculos a superar eran tan espectaculares,
que no había duda alguna de que era necesaria una ayuda especial por parte de Dios
mismo”.1 En Ezequiel, esta palabra toma características morales. Dios promete: “Y
os guardaré de todas vuestras inmundicias” (36:29); “Y los salvaré de todas sus
rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré” (37:23).
Cuando leemos el Antiguo Testamento y tomamos su mensaje seriamente y al pie de la
letra,2 podemos llegar fácilmente a la conclusión

de que el tema dominante es el de la salvación, siendo Dios el principal


protagonista. El tema de la salvación aparece ya en Génesis 3:15, en la promesa de
que la descendencia o “simiente” de la mujer le aplastaría la cabeza a la
serpiente. “Éste es el protoevangelio, el primer resplandor de una salvación que
vendría por medio de Aquél que restauraría al hombre a la vida.”3 Yahwé salvó a su
pueblo por medio de jueces (Jueces 2:16, 18) y de otros caudillos como Samuel (1
Samuel 7:8) y David (1 Samuel 19:5). Yahwé salvó incluso a Siria, el enemigo de
Israel, por medio de Naamán (2 Reyes 5:1). No hay salvador alguno sin el Señor
(Isaías 43:11; 45:21; Oseas 13:4).
El lugar clásico para el uso teológico de yashá’ en los textos narrativos es Éxodo
14, donde Yahwé “salvó a Israel de mano de los egipcios” (v. 30). Este suceso se
convirtió en el prototipo de lo que el Señor haría en el futuro para salvar a su
pueblo. Todo esto señalaba hacia el momento en el que Dios traería la salvación, no
sólo a Israel, sino a todos, por medio del Siervo sufriente. En Isaías 49:6, le
dice al Siervo: “También te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación
hasta lo postrero de la tierra.” Las “obras de salvación en el [Antiguo Testamento]
se van acumulando y señalando hacia la obra definitiva de salvación, que incluirá a
todos los pueblos bajo las posibilidades de su bendición”.1
Con respecto al concepto de “salvar”, “rescatar” o “liberar”, la riqueza léxica
evidente en el Antiguo Testamento no se repite en el Nuevo.2 Éste usa
principalmente el verbo sódzo — que significa “salvar”, “conservar” o “rescatar del
peligro” — y sus formas derivadas.3 En la Septuaginta, sódzo aparece unas tres
quintas partes del tiempo para traducir yashá’, y se usa sotería sobre todo para
los derivados de yashá’. Él término hebreo se halla comprendido dentro del nombre
anunciado por el ángel a José: “Y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21). “Que el significado de este nombre era
ampliamente bien conocido … lo atestigua el exegeta y filósofo judío alejandrino …
Filón cuando interpreta el nombre de Josué como sigue: Iesús sotería kyríu, Jesús
significa salvación por medio del Señor.”4 Por consiguiente, la palabra que emplea
el Nuevo Testamento al hablar de la obra salvadora de Cristo refleja ideas del
Antiguo Testamento.
Sódzo se puede referir a salvar a alguien de la muerte física (Mateo 8:25; Hechos
27:20, 31), de la enfermedad física (Mateo 9:22; Marcos
10:52; Lucas 17:19; Santiago 5:15), de la posesión demoniaca (Lucas 8:36), o de una
muerte que ya ha tenido lugar (Lucas 8:50). No obstante, con mucho, el mayor número
de usos se refiere a la salvación espiritual que Dios proveyó por medio de
Cristo (1 Corintios 1:21; 1 Timoteo 1:15) y

que las personas experimentan por fe (Efesios 2:8).


Aunque los griegos atribuían el título de salvador (gr. sotér) a sus dioses,
líderes políticos y otros que traían honra o beneficio a su pueblo, en la
literatura cristiana sólo se les aplicaba a Dios (1 Timoteo 1:1) y a Cristo (Hechos
13:23; Filipenses 3:20). El sustantivo “salvación” (gr. sotería) aparece cuarenta
y cinco veces y se refiere casi exclusivamente a la salvación espiritual, que es la
posesión presente y futura de todos los creyentes legítimos.1 Sin embargo, aunque
las palabras griegas con el sentido de “salvar” o “salvación” no sean frecuentes,
es Jesús mismo el que proclama el tema central del Nuevo Testamento al decir: “El
Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar [sósai] lo que se había perdido” (Lucas
19:10).

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