Leslie Bethell Tomo XII - Capítulo 5

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Institución: ISFD Nº163

Alumno: Britos, Walter / Llambí, Laura.

Carrera: Profesorado de Historia

Espacio Curricular: Historia Americana Siglo XX

Profesora: Pitencel, Marcela

Trabajo Práctico: Los militares en la política americana desde 1930.

Fecha de entrega: 22/09/21


Lectura comprensiva de los textos.

Leslie Bethell tomo XII- capítulo 5.

"Los militares en la política latinoamericana desde 1930".

El trastorno del orden económico y político mundial que causó la depresión de 1929 fue el
comienzo de un período de intensa turbulencia en la política latinoamericana, durante el cual
hicieron su aparición irreversible en la escena política los ejércitos modernos, organizados
imitando los modelos europeos, profesionales. Entre febrero y diciembre de 1930 los
militares estuvieron envueltos en el derrocamiento del gobierno en no menos de 6 naciones
muy diferentes de América latina: Argentina como Brasil, República Dominicana, Bolivia,
Perú y Guatemala.
Al estudiar el asunto desde una perspectiva continental hay que prestar la debida atención
a los matices, las reservas y las excepciones. Así Venezuela bajo la mano de hierro del
patriarca Juan Vicente Gómez, se libró de la crisis política que sacudió al continente y parece
que no entró en el siglo XX hasta la muerte del dictador en 1935. En la vecina Colombia la
estabilidad institucional también perduró y se consolidó bajo la hegemonía liberal, debido en
parte a la llamada revolución en marcha. En México el orden revolucionario se fortaleció al
desmilitarizarse organizando una amplia participación popular bajo la égida del Estado. 1930
representa una línea divisoria mucho más clara para Argentina y Brasil que para las otras
naciones del continente con un antes y un después definidos en gran parte por la magnitud de
la intervención militar en la política, los resultados de las revoluciones del 6 de septiembre y
del 3 de octubre parecen ser diametralmente opuestos. En Brasil los militares interpretaron un
papel decisivo en el movimiento que puso fin al sistema oligárquico de la primera República,
mientras que en Argentina constituyeron a devolver el poder a las clases tradicionalmente
dominantes después de un período durante el cual, la política había estado abierta una
participación popular más amplia.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las repúblicas de América Latina
eran gobernadas por militares, esta visión debe atenuarse y no sólo porque ciertos países
constituyeron clases de excepciones de la regla, el mismo concepto de la misma graduación
militar puedo ocultar realidades profundamente distintas y sistemas políticos totalmente
inconmensurables. Cárdenas en México, Baldomir en Uruguay, Ubico en Guatemala, Trujillo
en la República Dominicana, Carías en Honduras, Benavides en Perú, López Contreras en
Venezuela, Peñaranda en Bolivia y Estigarribeña en Paraguay ostentaban la graduación en
general. Llegaron al poder de forma muy diversa y también eran muy diferentes los
regímenes que presidían. Un gobierno militar no puede definirse meramente por la profesión
del jefe del ejecutivo. En las sociedades con niveles muy dispares de modernización del
estado y complejidad social y de diferenciación fundacional un general latinoamericano hacia
1930, podría ser un maestro de escuela primaria transformado en caudillo político y líder de
hombres en medio de la confusión de la revolución mexicana (Calles) o un Modesto
funcionario municipal nombrado capitán al alistarse en los ejércitos (Cárdenas), entre otros.
Un general latinoamericano del mismo período también podría ser un oficial de carrera, que
había ascendido en el escalafón por méritos o antigüedad y cuya única ocupación había
consistido en mandar tropas. Del mismo modo clases muy diversas de gobierno se definen
atendiendo a los diferentes grados de intervención institucional por parte de las fuerzas
armadas permanentes en la transmisión del poder y en los procesos de toma de decisión son
importantes cuestiones políticas.

Las fuerzas armadas: evolución histórica y experiencias nacionales.

Aunque no hay militarismo en el sentido riguroso de la palabra, antes de que existiese en


ejércitos permanentes y oficiales de carrera, las instituciones militares toman forma a imagen
de las naciones en las cuales aparecen como brazo armado del aparato del Estado. Las fuerzas
armadas de la mayoría de los países sudamericanos no pueden equipararse a las de ciertas
naciones caribeñas o centroamericanas, no sólo por la diferencia de tamaño sino, debido a la
tardía aparición del estado en dichas naciones y el contexto colonial en que apareció el
Estado. Así Nicaragua, la República Dominicana, Cuba y Haití, que empezaron tarde la
construcción del Estado, apenas habían salido de las guerras entre clanes y caudillos. Todas
estas naciones pasaron por un largo periodo de ocupación norteamericana cuya finalidad
según el Colorario Roosevelt de 1904, de la doctrina Monroe era poner, fin a lo que, al modo
de ver de Washington, un desmoronamiento general de la sociedad civil. Los Estados Unidos
se esforzaron porque en estos países los cuerpos de policía uniformada local cuyas oficiales
pertenecían a la infantería de Marina norteamericana.
En los países suramericanos y en ciertos estados Centroamericanos se distinguen tres
etapas principales en la evolución del estamento militar y su papel en la política. El primer
periodo, que va aproximadamente de 1860 al decenio de 1920, fue el de la creación de los
ejércitos modernos. En el segundo período, que empieza alrededor de los años veinte o treinta
entramos en el aérea militar, en la cual las fuerzas armadas profesionales comenzaron a
desempeñar un papel en la vida política. Durante el tercer periodo, que empezó en el decenio
de 1960, el papel de los militares adquirió un tono internacional, en el marco de la hegemonía
de los Estados Unidos y bajo el efecto de la Guerra fría. Esta última etapa puede a su vez
dividirse en secuencias breves y contrastadas y sus factores determinantes en la situación
mundial y la política de Washington.
Las fuerzas armadas de un país son símbolos de su soberanía nacional, la creación de
fuerzas armadas permanentes y dotadas de una oficialidad profesional formaron parte de una
modernización de cara al exterior, vinculada de modo inseparable al crecimiento hacia afuera
de las economías nacionales. Es obvio que las fuerzas armadas de estas naciones
industrializadas sólo podían transformarse imitando prototipos extranjeros. Llevaron a cabo
su modernización dependiente no sólo comprando armas a los países europeos sino también
adoptando los modelos de organización y formación de los países avanzados. Las decisiones
que los países sudamericanos tomaban en este sentido eran dictadas por sus propias
rivalidades tanto, como imperativos europeos. Argentina y Chile solicitaron el envío de
misiones militares alemanas que se encargasen de reformar sus ejércitos. La transformación
afecto sus armamentos, uniformes y formas de desfilar, pero también sus ordenanzas internas,
como la organización de sus unidades y su manera de observar los problemas internacionales.
Parece ser que la aceptación de esta ayuda militar no resulta políticamente incómoda para
quienes la recibida. La modernización de los ejércitos latinoamericanos llevó aparejada dos
reformas claves: el reclutamiento de oficiales por medio de academias militares
especializadas y su formación en ellas en la instauración del servicio militar obligatorio, la
instauración de este servicio militar obligatorio cambió la situación. En lo sucesivo, la tropa,
la constitución de civiles mientras que, los profesionales permanentes con instrucción técnica
fueron los oficiales, además como el servicio militar universal creo responsabilidades
especiales para el ejército nuevo. Tenían que inculcar un sentido cívico y moral en los futuros
ciudadanos que eran puestos en su cargo y fomentar su espíritu nacional. Debido a estas
responsabilidades cívicas y nacionales los nuevos ejércitos no estaban predispuestos a
permanecer callados en lo que se refería a la política, a los militares no le resulta fácil
permanecer neutrales en política cuando se encuentran muy ocupados en las tareas de
edificación nacional y estatal y se les han encomendado importantes funciones relacionadas
con la defensa interna. Los recursos que las reformas pusieron a disposición de los oficiales
hicieron el resto.
En los decenios de 1920 y 1930 el activismo político de los militares como institución
aumento de manera notable en gran número de países. Generalmente los oficiales se
levantaban contra el estatus quo y por ello puede decirse que las fuerzas armadas entraron en
la política por la izquierda del escenario, por lo general estas intervenciones en las cuales sólo
participaban sectores minoritarios del estamento militar resultaban eficacísimas. En 1924 un
grupo de jóvenes oficiales chilenos obligó al congreso a promulgar inmediatamente una serie
de leyes sociales de carácter progresista cuya aprobación venía retrasándose desde hacía
meses o años. En 1922 varios jóvenes oficiales brasileños tomaron parte en una serie de
rebeliones esporádicas, improvisadas y no coordinadas cuya causa fue el descontento político
militar generalizado que provocaron la corrupción y las prácticas restrictivas de la primera
república. El militarismo reformista también efectúo en Ecuador en Julio de 1925 en la liga
de jóvenes oficiales derrocó al presidente liberal, que dependía principalmente de la
burguesía exportadora y financiera de Guayaquil. En Bolivia los oficiales jóvenes arrebataron
el poder a los políticos tradicionales como los que jugaban incompetentes y corruptos,
después de que el país fuera derrotado por Paraguay en la guerra del Chaco. Argentina
representa la nota discordante en este concierto militar que, si bien no siempre fue
progresista, al menos era hostil a la estatura. El primer golpe de estado de este siglo que
derribó un gobierno legal y elegido de modo democrático en Buenos Aires era claramente
conservador. En septiembre de 1930 el general José Uriburu y los cadetes del código militar
fueron aplaudidos por la oligarquía cuando expulsaron del poder a Hipólito Yrigoyen. El
nacionalismo era tal vez el común denominador que podría identificarse en las orientaciones
políticas de los diversos países latinoamericanos. El general Pedro Gómez Monteiro como
ministro de la guerra y jefe del Estado mayor del ejército que albergaba la esperanza
incrementar progresivamente el poder del Estado y del que se decía que simpatizaba con el
nazismo y era pro alemán en Brasil, a su modo de ver, cada uno a su manera había
conseguido crear nuevos órganos institucionales estatales. El líder político de potentado
militar más importante del Estado de nuevo era, que el Estado debe tener la facultad de
intervenir para regular la totalidad de la vida colectiva y disciplinar a la nación. Sin embargo,
este culto al Estado no estaba limitado a los militares brasileños, la recurrente decisión de los
militares y diversos países latinoamericanos de liberar al Estado de la sociedad civil, también
estaba vinculada a la situación internacional y a la consecuente crisis de las clases
gobernantes locales. También favorecían la afirmación del poder militar las divisiones de las
clases gobernantes sobre cómo había que afrontar la crisis y las transformaciones económicas
y sociales que se estaban produciendo. Las clases dominantes fueron quedando cada vez más
aisladas y perdieron progresivamente su capacidad de organizar el asentamiento de los grupos
sociales subordinados, las élites socioeconómicas estaban divididas sobre el modo de
industrialización que debe adoptarse y sobre la actitud que había que mostrar ante una clase
trabajadora en expansión y cada vez más combativa.
El derrocamiento de Vargas en Brasil en 1945 y el asesinato de Villarreal en Bolivia en
1946, fueron el resultado de intervenciones militares democráticas de índole claramente
conservadora. Sin embargo, en otras partes de América latina el final de la Segunda Guerra
Mundial se caracterizó por manifestaciones del militarismo popular como izquierdista, que se
diferenciaba del nacionalismo y militarismo, y manifestaba sus simpatías por el eje y los
regímenes autoritarios. Este nuevo reformismo militar recibió la bendición del departamento
de estado norteamericano. Este clima de euforia democrática, militares y estudiantes del
Salvador derrocaron en mayo de 1944 al dictador Maximiliano Hernández Martínez, que
había perdido el apoyo de su propio ejército. En julio del mismo año, Ubico cayó en
Guatemala y el general que le sucedió fugazmente fue expulsado del poder por una revuelta
militar. En las elecciones presidenciales libres que se celebraron en diciembre con mala junta
que gobernaba Guatemala apoyo al candidato civil y progresista de la antigua oposición, Juan
José Arévalo que obtuvo una victoria arrolladora. En Ecuador las fuerzas armadas, con el
consentimiento de todos los partidos de izquierda llamaron al popular José María Velasco
Ibarra la presidencia y convocar una asamblea constituyente. En Venezuela el derrocamiento
de sucesor de Gómez en 1945 con un golpe militar, y La Asunción del poder por parte de la
acción democrática formaron parte de la misma oleada democrática.
La Segunda Guerra Mundial había consagrado la hegemonía absoluta de los Estados
Unidos sobre el continente. Sin embargo, a principios del decenio de 1960 la sombra del
conflicto entre el este y occidente cayó con retraso sobre América latina. La revolución
cubana, la ruptura del régimen de Castro con los Estados Unidos en 1960 y la instauración de
un régimen comunista, cómo crear una situación política totalmente nueva en América latina.
Un gran temor al castrismo recorre el continente entero al reactivarse la izquierda y aparecer
la guerrilla en numerosos países. La seguridad nacional sustituyó a la defensa nacional. La
vigilancia alarmista de los militares les hacía ver comunismo en todas partes, de esta forma,
entre 1962-1966 los nuevos cruzados de la Guerra fría desencadenaron una serie de 9 golpes
de estado en la región.
El régimen cubano intentó convertirse en un foco mundial de influencia y acción
revolucionaria. Así la Habana fue sede de la conferencia tricontinental, en julio y agosto de
1967 la conferencia de la organización latinoamericana de solidaridad se reunió en la capital
cubana para dar su aprobación oficial a los numerosos intentos de crear focos de guerra de
guerrillas en América latina de acuerdo con la estrategia castrista.
En 1968 empezó a tomar forma una coyuntura nueva que haría sentir sus efectos en las
orientaciones políticas de los militares latinoamericanos hasta 1973, este periodo de
distensión fue resultado de varias causas distintas y concurrentes. Fue en esta circunstancia
cuando los militares latinoamericanos retomaron, durante un tiempo los siglos del militarismo
nacionalista y reformista de un período anterior.
Había sonado la hora de la revolución por parte del Estado mayor, juicio de los oficiales
peruanos que, capitaneados por el general Juan Velasco Alvarado, derrocaron a las
autoridades civiles del país en octubre de 1968, y también del general Omar Torrijos, que
tomó el poder de forma casi simultánea en Panamá. En Bolivia, la oportunista desviación
hacia la izquierda de un régimen militarizado y conservador bajo el general Alfredo Ovando
Candía paso el 1970 al fugaz gobierno plural del general Juan José Torres González. En
Ecuador en 1972 pasó algo similar y en otras regiones del continente se registrarían
acontecimientos parecidos. En Argentina durante los primeros meses que sucedieron el
retorno del peronismo al poder en 1973 se produjo un efímero avance en la ciencia militar.
En el año 1933 la unidad popular chilena sucumbió ante unos militares que hasta entonces
habían respetado la democracia y en aquel mismo año Uruguay, cayó bajo el poder de sus
propias lecciones. En marzo de 1976 una nueva intervención militar en la Argentina enterró
toda esperanza de instaurar una democracia duradera en el país: los militares argentinos
habían renunciado al poder tres años antes, pero ahora volvían a él con todas sus fuerzas. La
coyuntura histórica volvía a estar en manos del militarismo conservador o incluso
contrarrevolucionario.

Regímenes militares: modelos y mecanismos del militarismo contemporáneo.

Los regímenes militares se parecen, pero los regímenes militares latinoamericanos del
período comprendido entre los años 30 y 80, eran muy diversos. Es posible elaborar una útil
tipología de los regímenes militares. Podemos distinguir entre, militarismo reiterado, casi
institucionalizado, y autoritarismo llamado cataclismico o de ruptura, así entre regímenes
militares con proyectos socioeconómicos conservadores o contrarrevolucionarios y ciertas
formas de militarismo reformista o progresista. La primera forma, aunque no estable, en la
cual la excepción en términos constitucionales se ha convertido en la regla. Bajo una forma u
otra cómo existieron Repúblicas pretorianas de esta clase en Argentina y Brasil, así como en
El Salvador y Guatemala, hasta mediados del decenio de 1980. En segundo lugar, como
Uruguay y chile después de 1973 fueron ejemplos del militarismo catastrófico, en el cual
unos militares que antes respetaban una tradición democrática arraigada trataron de fundar un
estado contrarrevolucionario. Finalmente, en el decenio de 1970, sintetiza revoluciones
militares que abarcaban una amplia serie de actitudes reformistas y nacionalistas, sin
participación de las masas, pero no sin connotaciones populistas, en Perú con Bolivia y
Panamá en particular, hasta cierto punto, en Ecuador y Honduras.

Los límites del militarismo: estados civiles.

Es innegable que existe un reducido número de países, donde el gobierno civil ha


predominado durante períodos relativamente largos. Los militares no intervencionistas no son
una especie totalmente desconocida en América latina, a finales del decenio de 1980, 4
naciones latinoamericanas sobresalían por haber disfrutado de 30 años de gobierno civil y
subordinación militar ininterrumpidos. Ocurre sencillamente que costa Rica, Venezuela
México y Colombia son los únicos estados latinoamericanos donde, las relaciones entre
civiles y militares no han sido pretorianas y dónde los golpistas no han tenido éxito. Es obvio
que costa Rica es el país de América latina que se lleva la palma en lo que la democracia se
refiere, este pequeño país, no sufrió un golpe de estado militar desde 1917 y, no ha tenido
fuerzas armadas desde 1948. La administración de Rafael Ángel Calderón guardia y la de su
sucesor, Teodoro picado, habían degustado a la gran burguesía del café, que reaccionó contra
sus tendencias reformistas, pero también las nuevas clases medias que rechazaban su
corrupción y su desprecio en las garantías constitucionales. Al finalizar se negó a aceptar los
resultados de las elecciones para la presidencia celebradas poco antes, que eran desfavorables
Calderón Guardia, que, aliado con el partido comunista y apoyado por la iglesia, aspiraba a
un segundo mandato. A consecuencia de ello en febrero de 1948 como la oposición sacó la
conclusión de que la ruta electoral estaba cerrada y emprendió el levantamiento militar, que
recibió la aprobación de los Estados Unidos.
Las fuerzas de la oposición como al ejército de liberación nacional mandado por José
Figueres Ferrer, salieron victoriosas. Hasta después del derrumbamiento de las fuerzas del
gobierno cubano empezaron las verdaderas dificultades para la alianza oportunista que había
derrocado el régimen dictador, de hecho, como el único objetivo de la gran burguesía había
sido poner fin al peligro rojo.
En realidad, las fuerzas de seguridad, se reclutaron principalmente entre los hombres del
carismático don Pepe Figueres, que fue elegido presidente en 1953, pero, aunque desde
entonces el PLN ha sido la principal formación política de Costa Rica. Venezuela, que
durante el primer tercio del siglo fue el clásico país de tiranía tropical, durante más de 30
años después de 1958 fue una democracia modélica donde la alternancia en el poder de
socialdemócratas y democratacristianos iba acompañada de niveles sin precedentes de
participación electoral. El cambio empezó en 1945, en octubre de aquel año un grupo de
oficiales jóvenes y el partido socialdemócrata derrocaron el gobierno del general Isaías
Medina, el segundo sucesor militar del general Juan Vicente Gómez, a cuya larga dictadura
de 1908 1935, sólo la muerte había dado fin.
En enero de 1958 elementos de las fuerzas armadas expulsaron finalmente a Pérez Jiménez
del poder, desde entonces el país ha tenido gobiernos civiles. Las vicisitudes de los 13 años
turbulentos que van de 1945 a 1958 no dejaron de ejercer influencia en el éxito del nuevo
régimen, los beneficiarios del golpe de estado de 1943 habían monopolizado del poder a la
vez que confiaban en la movilización de las masas, lo cual asustaba la opinión moderada. La
restauración de la democracia y dos años después y su consolidación dieron mucho a las
elecciones de este doloroso proceso de aprendizaje, en los sucesivos la mayor prioridad sería
construir una democracia estable y duradera.
México, cuya población era la segunda en importancia numérica de América latina tenía
175,000 sobre las armas en 1992, sus fuerzas armadas ocupaban el segundo y el tercer lugar
en la región muy por debajo del lugar correspondiente a las brasileñas y al de Cuba. Sin
embargo, los gastos mexicanos en defensa ocupaban sólo el sexto lugar en la región. Por
supuesto los militares mexicanos no están totalmente ausentes del escenario político. No cabe
duda de que se les consulta sobre todos los problemas relacionados con el orden público.
Atendemos a criterios económicos y sociales para evaluar la situación como en el siglo XX
Colombia parecería uno de los países latinoamericanos que reúne menos condiciones para el
progreso de la democracia, el país ha distinguido por la pobreza generalizada como a los
elevados niveles de analfabetismo, la deficiente integración nacional tanto desde el punto de
vista geográfico como del humano como una poderosa iglesia católica tentada por el poder
secular, propiedades agrarias en gran escala que durante mucho tiempo fueron inmunes al
cambio y una tradición de violencia política a cargo de grupos de guerrilleros marxistas
imposibles de erradicar y de traficante de drogas. Sin embargo, desde comienzos del siglo
Colombia disfrutado de un sistema político bipartidista que ha garantizado una continuidad
constitucional que es rara en el continente junto a parte de las fuerzas armadas colombianas
han sido tradicionalmente débiles como pobres y carentes de prestigio, también se han
diferenciado atrás del continente por el hecho de que durante casi medio siglo han estado
ocupada de forma constante en operaciones militares activas. La expansión del papel de los
militares estuvo estrechamente vinculada al fenómeno rural y político de la violencia. Al
desaparecer gradualmente este enfrentamiento no declarada entre liberales y conservadores,
no hizo más que dar paso a la guerra de guerrillas castristas o maoísta. Así pues, las fuerzas
armadas han constituido un elemento importante del régimen establecido al que respetan solo
mientras el gobierno en el poder no cambia el trato de dispensa a los militares. Después de
examinar sus cuatro casos podemos preguntar cuáles son los principales factores que tienden
a limitar el militarismo y que sean simultáneamente militares o políticos y a decir verdad la
presencia de elementos de ambos tipos parece ser generalmente indispensable. El anhelado
militar y contrariamente a lo que se suele creer la profesionalización débil o tardía ha servido
para reforzar el ascendiente civil punto seguido la fusión y la confusión de los papeles
políticos y militares han aparecido como medio de controlar a las fuerzas armadas en el siglo
XX. La fuerza y la coherencia del sistema de partidos también parecen haber desempeñado
un papel decisivo.
La democracia entendida como fórmula conciliatoria y como acuerdo, para la cooperación
social significa necesariamente que lo que está en juego desde el punto de vista social es poco
y que existe un pacto que prohíbe el recurso a las fuerzas armadas contra el gobierno que está
en el poder. Por decirlo de otro modo como un régimen político en el cual la posición está
situada dentro del sistema institucional, tiene cierta probabilidad de resistir la militarización.

¿Desmilitarización? Los años 80 y después.

En otros momentos del siglo en curso, las dictaduras militares latinoamericanas han dado
pasó a instituciones civiles, representativas. Es raro presenciar una retirada militar en general
de poder como la que se produjo durante el decenio de 1980. En efecto como a mediados de
1990 en ningún país de América latina seguía en el poder un gobierno militar y el sentido
riguroso de la expresión. Sólo en Paraguay había un general en la presidencia, el gobierno
civil fue restaurado en 11 naciones latinoamericanas entre 1979 y 1990. El reflujo de la marea
militar en América latina fue fruto de factores mundiales, regionales y locales. Que la vuelta
al gobierno civil se produjera durante un período de 12 años y nos indica que las causas
continentales no produjeron efectos simultáneos o uniformes en cada país, y que las
características nacionales desempeñaron un papel clave en lo que se refiere a determinar el
momento de la retirada militar. Primero fue la crisis económica mundial, entre las que destaca
el problema de la deuda exterior. Generalmente los tiempos difíciles favorecen a los cambios
de gobierno, allí donde los militares habían subido al poder prometiendo mejorar los índices
de desarrollo mediante una reorganización y una modernización, del orden socioeconómico,
la crisis tuvo efectos de legitimadores especialmente fuertes, la erosión del apoyo se reflejó
en un aumento de la rehabilitación democrática por parte de sectores que antes habían dado
pocas señales desear niveles de participación más elevados. El segundo de los dos elementos
fue la política regional de los Estados Unidos a favor del predominio de la formación y las
representativas y democráticas. Durante su presidencia el demócrata Jimmy Carter dio más
importancia que sus predecesores a las cuestiones relacionadas con los derechos humanos y
sus esfuerzos contribuyeron a poner en marcha el movimiento de desmilitarización. Puede
que, en vista de los resultados contraproducentes de la política norteamericana en la Cuba y la
Nicaragua prerrevolucionarias, R. Reagan, como Bush y sus asesores acabaran sacando la
conclusión de que apoyará dictaduras impopulares tenía una tendencia desconcertante
entregar el control a los comunistas. A mediados de los años 70, tanto Perú con Ecuador eran
gobernados por regímenes militares de carácter progresista y fundado respectivamente. En
1968 y 1972, en ambos los programas reformistas estaban muy identificados con los que
encabezaron los regímenes en sus primeros tiempos y que él boca llena después de perder a
pollo dentro de las fuerzas armadas.
Los militares retuvieron el poder durante 3 años más en Quito, pero el 1978 organizar un
referéndum sobre una constitución de 1979 supervisó las elecciones. En Perú como la
segunda fase de la reforma resultó incoherente e inútil, a principios de 1977 Morales
Bermúdez coma alberca identificaba se intensificaba la oposición en el país al tiempo que la
economía empeoraba rápidamente, convocó por fin a una asamblea constituyente que empezó
sucesiones después de la votación que se declaró al cabo de un año. En Brasil como
Argentina Uruguay y chile regímenes militares de signo conservador se habían hecho con el
poder para proteger la democracia de peligrosos movimientos subversivos, se propusieron
llevar a cabo programas de romanización Nacional de restaurar y a la autoridad del Estado,
pondrían fin al desorden social y superarían el estancamiento económico, con lo que
eliminarían de forma permanente toda futura amenaza izquierdista. En Argentina como
incluso antes de la guerra de 1982 como las luchas intestinas y la bancarrota de sus
programas socioeconómicos se habían debilitado. Paradójicamente también lo debilitó el
éxito de la guerra sucia que había hecho contra los enemigos interiores, en gran medida se
decidió lanzar el ataque contra las Malvinas para apuntalar el flanqueante apoyo político en el
país punto seguido es indudable que sin su derrota militar las fuerzas armadas hubieran
podido prolongar su régimen durante años y negociar condiciones favorables para abandonar
el gobierno. A la rendición en las Malvinas precipitó una segunda rendición, está en el propio
país como que dejó las fuerzas armadas a Merced de sus adversarios políticos, al menos
temporalmente en Brasil, el régimen semi autoritario y semi competitivo que se instauró en
1964 nunca había abolido por completo los procedimientos representativos ni prohibidos los
partidos políticos. En 1974 el propio gobierno inició un deshielo que debía culminar con la
legalización o la legitimización constitucional de régimen mediante el uso de subterfugios
electorales y jurídicos que permitían que el partido oficial siguiera controlando el poder. En
Uruguay y en Chile los regímenes militares habían sido extremadamente represivos, en el
caso de Uruguay en 1980 la izquierda armada había sido eliminada y las reformas liberales
que el gobierno había hecho en la economía parecían dar resultados. El gobierno colegiado de
los militares estaba preocupado porque la excesiva politización amenazaba la unidad de las
fuerzas armadas, con la promesa de celebrar elecciones regulares en 1981. En Chile la
personalización del poder en manos del general Pinochet disminuyó el riesgo de que
surgieran divisiones políticas entre las organizaciones militares o dentro de ellas y
proporciona cierta coherencia y cierta continuidad a la política del recinto seguido para las
fuerzas armadas, las fuerzas tradicionales de la izquierda es un argumento favorable a la
prolongación del régimen militar hasta que pudieron arreglar las reformas políticas y
socioeconómicas que habían puesto en marcha. Podría decirse que en los países donde se
restauró el gobierno civil entre 1979 y 1990 los regímenes acabados de instaurar no siempre
dominaban por completo, a sus fuerzas armadas. En particular el período inicial después de
La retirada de los militares del poder solía caracterizarse por la fricción declaradas entre las
autoridades militares y las civiles, el gobierno civil tenía que decidir si va a procesar o no a
los responsables y esta decisión dependía, de la solidez de su posición política, de la gravedad
de los crímenes cometidos y de la presión pública para que se hiciera algo al respecto. Pero
también dependía de lo que opinaban los nuevos líderes sobre si el efecto de enjuiciamiento
de los responsables de acelerar o retrasar el proceso de desmilitarización. No sancionar a los
culpables podría equivaler a dar validez a la visión que tenían los militares de la historia
reciente de la nación y sentar un precedente peligroso seguido tal vez de penas de prisión para
los culpables, podía hacer que los militares tardarán más en concentrarse en sus asuntos
profesionales.
En Argentina donde los crímenes cometidos eran especialmente en numerosos y donde
unos militares debilitados por la derrota en la guerra se habían visto obligados a abandonar el
poder de forma precipitada como el presidente radical Alfonsín adoptó al principio en actitud
severa ante las violaciones de los derechos humanos con más convencido de que tratar de
modo ejemplar a los oficiales culpables podrían contribuir a romper el dominio del poder que
desde hacía medio siglo ejercían los militares. El gobierno civil repudio la amnistía que las
fuerzas armadas habían concedido a sí mismas en los últimos días del régimen militar.
Alfonsín tomó medidas para limitar el alcance de los procedimientos, pero en abril de 1987
una revuelta del ejército capitaneada por oficiales de graduación media puso en marcha una
espiral de presiones militares y concesiones civiles. Carlos Menem, qué sucedió Alfonsín
1989, quitó hierro al problema aceptando las condiciones de los militares y perdonando a
todos los oficiales que habían recibido sentencias condenatorias, sin olvidar a los líderes del
régimen anterior. Sin embargo, se ha mostrado inflexible con los participantes en una cuarta
revuelta qué estalló en diciembre de 1990 junto a parte de Brasil con Uruguay, Chile los
militares se encontraban en una posición más fuerte que en Argentina cuando dejaron el
poder. En Brasil como el congreso dominado por militares voto a favor de una amnistía en
1979, por los delitos cometidos desde 1964. El nuevo gobierno civil accedió al poder en 1985
respeto esta medida y los delitos cometidos después de 1979 no se investigaron con mucho
empeño. En Uruguay la retirada negociada de los militares del poder abarca una visita que en
1986 fue sancionada en una ley que voto el nuevo congreso, elegido democráticamente. En
Chile la administración Aylwin procuro sacar provecho de la experiencia de Alfonsín, al
igual que en Argentina, se creó una comisión que se encargaría de investigar los delitos
cometidos bajo el régimen militar y se promulgaron leyes que otorgaban compensaciones a
las víctimas de las violaciones de los derechos humanos y a sus familias.
Lo más probable es que el futuro papel político de los militares latinoamericanos depende
principalmente de la voluntad y la capacidad de los civiles de las diversas naciones para dar
forma sistemas políticos ordenados y eficaces, resolver los inevitables conflictos políticos y
sociales y reducir de esta manera el apoyo interesado o los llamamientos de los civiles a las
intervención militar, y los gobiernos elegidos no son capaces de limitar de forma apropiada a
las aspiraciones populares mientras satisfacen las revelaciones razonables de sus ciudadanos
puede que queda abierto el camino para más formas de gobierno autoritario.
En los países sudamericanos donde las fuerzas armadas tuvieron el poder en los años 70 y
80 cómo aparecer relativamente improbable que vuelvan a oírse voces civiles pidiendo la
intervención directa de los militares en la política. La cuestión de la actitud de los militares
ante su propio papel político en el futuro, luego profesionalismo de los años 70 se caracterizó
por un orgullo desmesurado. Después la confianza de los militares en su propia capacidad
para resolver problemas se vio mermada al enfrentar a problemas irresolubles.
Por tanto, así donde han gobernado recientemente las fuerzas armadas en general no parecen
ansiosas de cargar otra vez con la tarea de resolver asuntos políticos y socioeconómicos
complejos y problemáticos. No obstante, parece que los militares de América latina siguen
creyendo que son el baluarte y la encarnación de sus respectivas naciones, los guardianes de
sus fronteras, pero también de sus instituciones, su modo de vida y trascendentalmente, de su
alma misma.
Las fuerzas armadas y el militarismo parecen temas difíciles de abordar de manera seria,
propia de estudiosos. Los observadores tienen hacer juicio de valor sobre la actuación extra
militar de las fuerzas armadas ya sea para probarla o para condenarla. Dado que el gobierno
militar se percibe como una patología de la vida política como una anomalía en relación con
el bien supremo de la democracia pluralista, estos observadores indignados e impacientes
como a veces se ven empujados a sacar la conclusión de que han descubierto explicaciones
generales de un fenómeno que talvez no habrán examinado y descrito por no haberse dado a
sí mismo tiempo suficiente para ellos. Al parecer el resultado de la continuación histórica del
militarismo, no consistido en ahondar nuestra convención relativa del fenómeno por medio de
la confrontación de numerosas experiencias de periodo y frentes, sino que ha consistido
principalmente en ocultar sus mecanismos mediante la simple proyección del presente sobre
el pasado o del pasado sobre el presente.
El peso de la historia se manifiesta en la importancia de que adquieren las interpretaciones
deterministas de toda clase, a la vez que la indignación cívica ante la traición pretoriana
aspiradora explicaciones conspirativas de la intervención de los militares en la vida política.
Para delimitar el militarismo en sus límites históricos apropiados es importante insistir en que
los jefes de las bandas armadas embarcados en las guerras civiles como militares aficionados.
Aunque adornados a menudo con títulos rimbombantes como no pueden equipararse a los
oficiales de carrera profesional es el caudillo guerrero improvisado cómo era en realidad fruto
del derrumbamiento del Estado colonial español y de la desorganización social punto y
seguido la oficial, por el contrario, es un hombre organización y existe sólo por y para el
estado.
Las organizaciones militares modernas son instituciones públicas y burocratizadas que
tienen el monopolio técnico del uso de la violencia legal, mientras que el caudillo representa
a la violencia privada que se alzaba contra el monopolio del estado o sobre sus ruinas.
Más cerca de nuestro tiempo las teorías conspirativas de la historia que generalmente va
acompañada desierto economismo desprovisto de sentido crítico han hecho que tuvieran
aceptación las interpretaciones instrumentadas del poderío militar.

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