Leslie Bethell Tomo XII - Capítulo 5
Leslie Bethell Tomo XII - Capítulo 5
Leslie Bethell Tomo XII - Capítulo 5
El trastorno del orden económico y político mundial que causó la depresión de 1929 fue el
comienzo de un período de intensa turbulencia en la política latinoamericana, durante el cual
hicieron su aparición irreversible en la escena política los ejércitos modernos, organizados
imitando los modelos europeos, profesionales. Entre febrero y diciembre de 1930 los
militares estuvieron envueltos en el derrocamiento del gobierno en no menos de 6 naciones
muy diferentes de América latina: Argentina como Brasil, República Dominicana, Bolivia,
Perú y Guatemala.
Al estudiar el asunto desde una perspectiva continental hay que prestar la debida atención
a los matices, las reservas y las excepciones. Así Venezuela bajo la mano de hierro del
patriarca Juan Vicente Gómez, se libró de la crisis política que sacudió al continente y parece
que no entró en el siglo XX hasta la muerte del dictador en 1935. En la vecina Colombia la
estabilidad institucional también perduró y se consolidó bajo la hegemonía liberal, debido en
parte a la llamada revolución en marcha. En México el orden revolucionario se fortaleció al
desmilitarizarse organizando una amplia participación popular bajo la égida del Estado. 1930
representa una línea divisoria mucho más clara para Argentina y Brasil que para las otras
naciones del continente con un antes y un después definidos en gran parte por la magnitud de
la intervención militar en la política, los resultados de las revoluciones del 6 de septiembre y
del 3 de octubre parecen ser diametralmente opuestos. En Brasil los militares interpretaron un
papel decisivo en el movimiento que puso fin al sistema oligárquico de la primera República,
mientras que en Argentina constituyeron a devolver el poder a las clases tradicionalmente
dominantes después de un período durante el cual, la política había estado abierta una
participación popular más amplia.
En vísperas de la Segunda Guerra Mundial la mayoría de las repúblicas de América Latina
eran gobernadas por militares, esta visión debe atenuarse y no sólo porque ciertos países
constituyeron clases de excepciones de la regla, el mismo concepto de la misma graduación
militar puedo ocultar realidades profundamente distintas y sistemas políticos totalmente
inconmensurables. Cárdenas en México, Baldomir en Uruguay, Ubico en Guatemala, Trujillo
en la República Dominicana, Carías en Honduras, Benavides en Perú, López Contreras en
Venezuela, Peñaranda en Bolivia y Estigarribeña en Paraguay ostentaban la graduación en
general. Llegaron al poder de forma muy diversa y también eran muy diferentes los
regímenes que presidían. Un gobierno militar no puede definirse meramente por la profesión
del jefe del ejecutivo. En las sociedades con niveles muy dispares de modernización del
estado y complejidad social y de diferenciación fundacional un general latinoamericano hacia
1930, podría ser un maestro de escuela primaria transformado en caudillo político y líder de
hombres en medio de la confusión de la revolución mexicana (Calles) o un Modesto
funcionario municipal nombrado capitán al alistarse en los ejércitos (Cárdenas), entre otros.
Un general latinoamericano del mismo período también podría ser un oficial de carrera, que
había ascendido en el escalafón por méritos o antigüedad y cuya única ocupación había
consistido en mandar tropas. Del mismo modo clases muy diversas de gobierno se definen
atendiendo a los diferentes grados de intervención institucional por parte de las fuerzas
armadas permanentes en la transmisión del poder y en los procesos de toma de decisión son
importantes cuestiones políticas.
Los regímenes militares se parecen, pero los regímenes militares latinoamericanos del
período comprendido entre los años 30 y 80, eran muy diversos. Es posible elaborar una útil
tipología de los regímenes militares. Podemos distinguir entre, militarismo reiterado, casi
institucionalizado, y autoritarismo llamado cataclismico o de ruptura, así entre regímenes
militares con proyectos socioeconómicos conservadores o contrarrevolucionarios y ciertas
formas de militarismo reformista o progresista. La primera forma, aunque no estable, en la
cual la excepción en términos constitucionales se ha convertido en la regla. Bajo una forma u
otra cómo existieron Repúblicas pretorianas de esta clase en Argentina y Brasil, así como en
El Salvador y Guatemala, hasta mediados del decenio de 1980. En segundo lugar, como
Uruguay y chile después de 1973 fueron ejemplos del militarismo catastrófico, en el cual
unos militares que antes respetaban una tradición democrática arraigada trataron de fundar un
estado contrarrevolucionario. Finalmente, en el decenio de 1970, sintetiza revoluciones
militares que abarcaban una amplia serie de actitudes reformistas y nacionalistas, sin
participación de las masas, pero no sin connotaciones populistas, en Perú con Bolivia y
Panamá en particular, hasta cierto punto, en Ecuador y Honduras.
En otros momentos del siglo en curso, las dictaduras militares latinoamericanas han dado
pasó a instituciones civiles, representativas. Es raro presenciar una retirada militar en general
de poder como la que se produjo durante el decenio de 1980. En efecto como a mediados de
1990 en ningún país de América latina seguía en el poder un gobierno militar y el sentido
riguroso de la expresión. Sólo en Paraguay había un general en la presidencia, el gobierno
civil fue restaurado en 11 naciones latinoamericanas entre 1979 y 1990. El reflujo de la marea
militar en América latina fue fruto de factores mundiales, regionales y locales. Que la vuelta
al gobierno civil se produjera durante un período de 12 años y nos indica que las causas
continentales no produjeron efectos simultáneos o uniformes en cada país, y que las
características nacionales desempeñaron un papel clave en lo que se refiere a determinar el
momento de la retirada militar. Primero fue la crisis económica mundial, entre las que destaca
el problema de la deuda exterior. Generalmente los tiempos difíciles favorecen a los cambios
de gobierno, allí donde los militares habían subido al poder prometiendo mejorar los índices
de desarrollo mediante una reorganización y una modernización, del orden socioeconómico,
la crisis tuvo efectos de legitimadores especialmente fuertes, la erosión del apoyo se reflejó
en un aumento de la rehabilitación democrática por parte de sectores que antes habían dado
pocas señales desear niveles de participación más elevados. El segundo de los dos elementos
fue la política regional de los Estados Unidos a favor del predominio de la formación y las
representativas y democráticas. Durante su presidencia el demócrata Jimmy Carter dio más
importancia que sus predecesores a las cuestiones relacionadas con los derechos humanos y
sus esfuerzos contribuyeron a poner en marcha el movimiento de desmilitarización. Puede
que, en vista de los resultados contraproducentes de la política norteamericana en la Cuba y la
Nicaragua prerrevolucionarias, R. Reagan, como Bush y sus asesores acabaran sacando la
conclusión de que apoyará dictaduras impopulares tenía una tendencia desconcertante
entregar el control a los comunistas. A mediados de los años 70, tanto Perú con Ecuador eran
gobernados por regímenes militares de carácter progresista y fundado respectivamente. En
1968 y 1972, en ambos los programas reformistas estaban muy identificados con los que
encabezaron los regímenes en sus primeros tiempos y que él boca llena después de perder a
pollo dentro de las fuerzas armadas.
Los militares retuvieron el poder durante 3 años más en Quito, pero el 1978 organizar un
referéndum sobre una constitución de 1979 supervisó las elecciones. En Perú como la
segunda fase de la reforma resultó incoherente e inútil, a principios de 1977 Morales
Bermúdez coma alberca identificaba se intensificaba la oposición en el país al tiempo que la
economía empeoraba rápidamente, convocó por fin a una asamblea constituyente que empezó
sucesiones después de la votación que se declaró al cabo de un año. En Brasil como
Argentina Uruguay y chile regímenes militares de signo conservador se habían hecho con el
poder para proteger la democracia de peligrosos movimientos subversivos, se propusieron
llevar a cabo programas de romanización Nacional de restaurar y a la autoridad del Estado,
pondrían fin al desorden social y superarían el estancamiento económico, con lo que
eliminarían de forma permanente toda futura amenaza izquierdista. En Argentina como
incluso antes de la guerra de 1982 como las luchas intestinas y la bancarrota de sus
programas socioeconómicos se habían debilitado. Paradójicamente también lo debilitó el
éxito de la guerra sucia que había hecho contra los enemigos interiores, en gran medida se
decidió lanzar el ataque contra las Malvinas para apuntalar el flanqueante apoyo político en el
país punto seguido es indudable que sin su derrota militar las fuerzas armadas hubieran
podido prolongar su régimen durante años y negociar condiciones favorables para abandonar
el gobierno. A la rendición en las Malvinas precipitó una segunda rendición, está en el propio
país como que dejó las fuerzas armadas a Merced de sus adversarios políticos, al menos
temporalmente en Brasil, el régimen semi autoritario y semi competitivo que se instauró en
1964 nunca había abolido por completo los procedimientos representativos ni prohibidos los
partidos políticos. En 1974 el propio gobierno inició un deshielo que debía culminar con la
legalización o la legitimización constitucional de régimen mediante el uso de subterfugios
electorales y jurídicos que permitían que el partido oficial siguiera controlando el poder. En
Uruguay y en Chile los regímenes militares habían sido extremadamente represivos, en el
caso de Uruguay en 1980 la izquierda armada había sido eliminada y las reformas liberales
que el gobierno había hecho en la economía parecían dar resultados. El gobierno colegiado de
los militares estaba preocupado porque la excesiva politización amenazaba la unidad de las
fuerzas armadas, con la promesa de celebrar elecciones regulares en 1981. En Chile la
personalización del poder en manos del general Pinochet disminuyó el riesgo de que
surgieran divisiones políticas entre las organizaciones militares o dentro de ellas y
proporciona cierta coherencia y cierta continuidad a la política del recinto seguido para las
fuerzas armadas, las fuerzas tradicionales de la izquierda es un argumento favorable a la
prolongación del régimen militar hasta que pudieron arreglar las reformas políticas y
socioeconómicas que habían puesto en marcha. Podría decirse que en los países donde se
restauró el gobierno civil entre 1979 y 1990 los regímenes acabados de instaurar no siempre
dominaban por completo, a sus fuerzas armadas. En particular el período inicial después de
La retirada de los militares del poder solía caracterizarse por la fricción declaradas entre las
autoridades militares y las civiles, el gobierno civil tenía que decidir si va a procesar o no a
los responsables y esta decisión dependía, de la solidez de su posición política, de la gravedad
de los crímenes cometidos y de la presión pública para que se hiciera algo al respecto. Pero
también dependía de lo que opinaban los nuevos líderes sobre si el efecto de enjuiciamiento
de los responsables de acelerar o retrasar el proceso de desmilitarización. No sancionar a los
culpables podría equivaler a dar validez a la visión que tenían los militares de la historia
reciente de la nación y sentar un precedente peligroso seguido tal vez de penas de prisión para
los culpables, podía hacer que los militares tardarán más en concentrarse en sus asuntos
profesionales.
En Argentina donde los crímenes cometidos eran especialmente en numerosos y donde
unos militares debilitados por la derrota en la guerra se habían visto obligados a abandonar el
poder de forma precipitada como el presidente radical Alfonsín adoptó al principio en actitud
severa ante las violaciones de los derechos humanos con más convencido de que tratar de
modo ejemplar a los oficiales culpables podrían contribuir a romper el dominio del poder que
desde hacía medio siglo ejercían los militares. El gobierno civil repudio la amnistía que las
fuerzas armadas habían concedido a sí mismas en los últimos días del régimen militar.
Alfonsín tomó medidas para limitar el alcance de los procedimientos, pero en abril de 1987
una revuelta del ejército capitaneada por oficiales de graduación media puso en marcha una
espiral de presiones militares y concesiones civiles. Carlos Menem, qué sucedió Alfonsín
1989, quitó hierro al problema aceptando las condiciones de los militares y perdonando a
todos los oficiales que habían recibido sentencias condenatorias, sin olvidar a los líderes del
régimen anterior. Sin embargo, se ha mostrado inflexible con los participantes en una cuarta
revuelta qué estalló en diciembre de 1990 junto a parte de Brasil con Uruguay, Chile los
militares se encontraban en una posición más fuerte que en Argentina cuando dejaron el
poder. En Brasil como el congreso dominado por militares voto a favor de una amnistía en
1979, por los delitos cometidos desde 1964. El nuevo gobierno civil accedió al poder en 1985
respeto esta medida y los delitos cometidos después de 1979 no se investigaron con mucho
empeño. En Uruguay la retirada negociada de los militares del poder abarca una visita que en
1986 fue sancionada en una ley que voto el nuevo congreso, elegido democráticamente. En
Chile la administración Aylwin procuro sacar provecho de la experiencia de Alfonsín, al
igual que en Argentina, se creó una comisión que se encargaría de investigar los delitos
cometidos bajo el régimen militar y se promulgaron leyes que otorgaban compensaciones a
las víctimas de las violaciones de los derechos humanos y a sus familias.
Lo más probable es que el futuro papel político de los militares latinoamericanos depende
principalmente de la voluntad y la capacidad de los civiles de las diversas naciones para dar
forma sistemas políticos ordenados y eficaces, resolver los inevitables conflictos políticos y
sociales y reducir de esta manera el apoyo interesado o los llamamientos de los civiles a las
intervención militar, y los gobiernos elegidos no son capaces de limitar de forma apropiada a
las aspiraciones populares mientras satisfacen las revelaciones razonables de sus ciudadanos
puede que queda abierto el camino para más formas de gobierno autoritario.
En los países sudamericanos donde las fuerzas armadas tuvieron el poder en los años 70 y
80 cómo aparecer relativamente improbable que vuelvan a oírse voces civiles pidiendo la
intervención directa de los militares en la política. La cuestión de la actitud de los militares
ante su propio papel político en el futuro, luego profesionalismo de los años 70 se caracterizó
por un orgullo desmesurado. Después la confianza de los militares en su propia capacidad
para resolver problemas se vio mermada al enfrentar a problemas irresolubles.
Por tanto, así donde han gobernado recientemente las fuerzas armadas en general no parecen
ansiosas de cargar otra vez con la tarea de resolver asuntos políticos y socioeconómicos
complejos y problemáticos. No obstante, parece que los militares de América latina siguen
creyendo que son el baluarte y la encarnación de sus respectivas naciones, los guardianes de
sus fronteras, pero también de sus instituciones, su modo de vida y trascendentalmente, de su
alma misma.
Las fuerzas armadas y el militarismo parecen temas difíciles de abordar de manera seria,
propia de estudiosos. Los observadores tienen hacer juicio de valor sobre la actuación extra
militar de las fuerzas armadas ya sea para probarla o para condenarla. Dado que el gobierno
militar se percibe como una patología de la vida política como una anomalía en relación con
el bien supremo de la democracia pluralista, estos observadores indignados e impacientes
como a veces se ven empujados a sacar la conclusión de que han descubierto explicaciones
generales de un fenómeno que talvez no habrán examinado y descrito por no haberse dado a
sí mismo tiempo suficiente para ellos. Al parecer el resultado de la continuación histórica del
militarismo, no consistido en ahondar nuestra convención relativa del fenómeno por medio de
la confrontación de numerosas experiencias de periodo y frentes, sino que ha consistido
principalmente en ocultar sus mecanismos mediante la simple proyección del presente sobre
el pasado o del pasado sobre el presente.
El peso de la historia se manifiesta en la importancia de que adquieren las interpretaciones
deterministas de toda clase, a la vez que la indignación cívica ante la traición pretoriana
aspiradora explicaciones conspirativas de la intervención de los militares en la vida política.
Para delimitar el militarismo en sus límites históricos apropiados es importante insistir en que
los jefes de las bandas armadas embarcados en las guerras civiles como militares aficionados.
Aunque adornados a menudo con títulos rimbombantes como no pueden equipararse a los
oficiales de carrera profesional es el caudillo guerrero improvisado cómo era en realidad fruto
del derrumbamiento del Estado colonial español y de la desorganización social punto y
seguido la oficial, por el contrario, es un hombre organización y existe sólo por y para el
estado.
Las organizaciones militares modernas son instituciones públicas y burocratizadas que
tienen el monopolio técnico del uso de la violencia legal, mientras que el caudillo representa
a la violencia privada que se alzaba contra el monopolio del estado o sobre sus ruinas.
Más cerca de nuestro tiempo las teorías conspirativas de la historia que generalmente va
acompañada desierto economismo desprovisto de sentido crítico han hecho que tuvieran
aceptación las interpretaciones instrumentadas del poderío militar.