Salmo 91 La Confianza en Dios
Salmo 91 La Confianza en Dios
Salmo 91 La Confianza en Dios
1. “Mi Dios”: el carácter de Dios
El salmo empieza con una deslumbrante descripción del carácter
de Dios. Hasta cuatro nombres distintos se mencionan en los
dos versículos iniciales para explicar quién y cómo es Dios.
¡Formidable pórtico de entrada a la confianza! Para el salmista,
Dios es el Altísimo, el Todopoderoso, el Señor (Yahweh) y el Dios
Sublime. La conciencia de la grandeza de Dios es el cimiento de
nuestra confianza. Podríamos parafrasear el refrán y
afirmar “dime cómo es tu Dios y te diré cómo es tu confianza”. En
la hora del temor el primer paso es alzar los ojos al cielo, mirar a
Dios y contemplar su grandeza y su soberanía. Al hacerlo, el
salmista experimenta que Dios es su Abrigo, su Sombra, su
Esperanza y su Castillo. El retrato de Dios en
“cuatro dimensiones” conlleva una bendición cuádruple. Conocer
cómo es Dios realmente es un paso imprescindible en el trayecto
hacia la confianza. Notemos, sin embargo que el salmista se
refiere a Él como MI Dios. Esta pequeña palabra “mi” nos abre
una perspectiva singular y cambia muchas cosas: el Dios del
salmista es un Dios personal, cercano, que Interviene en su vida y
se preocupa por sus temores y necesidades. Estamos ante uno de
los rasgos más distintivos de la fe cristiana: Dios no es sólo el
Todopoderoso, el creador del Universo, sino también el Padre
íntimo, el Abba (“papá”) que me ama y me guarda (Gal. 4:6). Éste
es nuestro gran privilegio: Dios nos trata como un padre a su hijo
porque en Cristo somos hechos hijos adoptivos de Dios.
El salmista describe esta vivencia con una preciosa metáfora: “Con
sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro” (v. 4)
2. “Él te librará”: la providencia de Dios
“ Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora, escudo
y protección es su verdad. No temerás…ni a la pestilencia que
ande en la oscuridad, ni a mortandad que en medio del día
destruya…. No te sobrevendrá mal ni plaga tocará tu morada” (v.
3-6,10). Llegamos al corazón del salmo: la protección de Dios en
la práctica. La conciencia de la grandeza de Dios ha de ir
acompañada de la conciencia de la providencia de Dios. Estamos
ante un punto crucial, decisivo en la experiencia de fe. Si lo
entendemos bien, será una fuente insuperable de paz y serenidad,
pero si lo malinterpretamos podemos caer en errores y
extremismos, o sentirnos frustrados con Dios.
La manipulación del diablo. Es muy significativo que el diablo
tentó a Jesús (Mt. 4: 6, Lc.4) con una doble cita de este salmo:
“Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden… En las
manos te llevarán para que tu pie no tropiece en piedra.” (v.11-
12). Usar mal las promesas de la protección divina es una
tentación vigente hoy. ¡Cuidado con la súper espiritualidad y la
súper fe! Puede ser una forma de tentar a Dios como nos enseña la
contundente respuesta de Jesús a
Satanás: “No tentarás al Señor tu Dios” (Mt. 4:7). Confiar en Dios
no nos exime de actuar de forma responsable y sabia.
Dicho esto, no podemos minimizar la potente acción protectora de
Dios sobre los que en Él confían:
«Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; lo
pondré
en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará y yo le
responderé; con él estaré yo en la angustia, lo libraré y lo
glorificaré” (v.
14-15).
¿Una póliza a todo riesgo? “La palabra clave es “librar”.
¿Qué significa “Dios te librará”? La misma expresión se aplica a
José -“Dios le libró de todas sus tribulaciones” (Hc. 7:10), y sin
embargo el patriarca tuvo que pasar por muchos valles de sombra
y de muerte. Dios no le evitó la prueba, pero le rescató de ella.
Como dijo Spurgeon, “es imposible que ningún mal acontezca a
los que son amados por Dios”. La fe no garantiza la ausencia de la
prueba, pero sí la victoria sobre la prueba. El apóstol Pablo
desarrolla esta idea de forma majestuosa en el cántico de Romanos
8:28-39: “en todas estas cosas (pruebas) somos más que
vencedores por medio de aquel que nos amó, Cristo”.
Así pues, la fe en Cristo no es una vacuna contra todo mal, sino
una garantía de total seguridad, la seguridad de que “si Dios es
por nosotros, ¿quién contra nosotros? (Rom. 8:31). Este salmo no
es una promesa de completa inmunidad, sino una declaración de
plena confianza. Confianza en la protección de Dios expresada de
tres maneras.
La triple “C” de la protección de Dios. En toda situación de
prueba,
Dios conoce
Dios controla
Dios cuida (de mí)
En la vida de los hijos de Dios nada ocurre sin su conocimiento y
su consentimiento. El azar no existe en la vida del creyente.
La providencia majestuosa del Dios personal resplandece en los
momentos más oscuros: “Caerán a tu lado mil y diez mil a tu
diestra; mas a ti no llegarán”. Nada sucede si Él no lo permite,
como vemos tan vívidamente en la experiencia de Job. Esta
promesa viene ratificada por el Señor Jesús mismo:
“¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de
ellos
cae a tierra sin vuestro Padre. Pues aun vuestros cabellos están
todos
contados. Así que, no temáis; más valéis vosotros que muchos
pajarillos” (Mateo 6:15-16, Lucas 12:6-7).
3. Mi respuesta: “Confiaré”
Después de contemplar el carácter de Dios -lo que Él es para mí- y
su providencia -lo que Él hace en mi vida – el salmista exclama
con firmeza: “Mi Dios en quien confiaré”. Es una secuencia lógica.
La confianza es la respuesta a unas evidencias. El salmista ha
conocido a Dios de forma personal, íntima – “por cuanto ha
conocido mi nombre” (v. 14). Tal conocimiento le
lleva a enamorarse de Él -“en mí ha puesto su amor” (v.14) y se
establece una relación estrecha. Ahí tenemos, por cierto, el meollo
de la fe cristiana: es la confianza que nace de una relación de
amor, la certeza de que el amado no me va a fallar porque “Él
(Dios) es fiel”.
Nuestra vida no está a merced de un virus, sino en manos del
Dios todopoderoso. Ahí radica la certidumbre de nuestra fe y el
cimiento de la confianza que vence todo temor. No hay lugar para
el triunfalismo, pero ciertamente hay triunfo. Es el triunfo que
Cristo nos aseguró con su victoria sobre el mal y el maligno en la
Cruz. Es el mismo Cristo cuyas últimas palabras fueron:
“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt.
28:20)