La Palabra y Vinculo
La Palabra y Vinculo
La Palabra y Vinculo
RenéKaes
Amorrortu editores
Buenos Aires • Madrid
Biblioteca de psicología y psicoanálisis
Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
La parole et le lien. Processus associatifs dans les groupes, René Kaes
© Dunod, París, 1994
Traducción, Mirta Segoviano
ISBN 950-518-109-4
ISBN 2-10-002070-6, París, edición original
Kaes, René
La palabra y el vínculo : procesos asociativos en los grupos / René
Kaes.- 1ª ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2005.
368 p. ; 23x14 cm.- (Biblioteca de psicología y psicoanálisis/
dirigida por Jorge Colapinto y David Maldavsky)
ISBN 950-518-109-4
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, pro-
vincia de Buenos Aires, en mayo de 2005.
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143 Marco el porta-síntoma
10
312 Los organizadores del proceso asociativo y la doble
inscripción de las cadenas significantes
34 7 Bibliografia
11
Acerca de la traducción al castellano
Mirla Segoviano
13
parole como palabra hablada cada vez que las diferencias
entre mot y parole toman un valor conceptual.
14
Prefacio a la segunda edición (francesa)
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En El grupo y el sujeto del grupo (1993), retomé y elaboré
algunas de estas proposiciones. Centré el análisis sobre los
efectos del grupo en la formación del sujeto del inconsciente.
En este sentido sostuve que el sujeto del grupo y el sujeto
del inconsciente se constituyen de modo correlativo.
El grupo, como conjunto, prescribe las leyes que rigen los
contratos, pactos y alianzas inconscientes, preconscientes y
conscientes que organizan simultáneamente, en órdenes
lógicos diferentes, el espacio psíquico del grupo y el de cada
sujeto. Prescribe además emplazamientos y funciones en
los cuales los sujetos vienen a sujetarse entre ellos y a
realizar algunos de sus deseos: por ejemplo, en las funciones
del Ideal común, en las figuras del Ancestro, del Niño Rey,
del Muerto, del Héroe, del jefe, de la víctima emisaria, del
porta-palabra, del porta-síntoma, del porta-sueño, etc. Aquí
vuelve a funcionar una doble lógica: los sujetos ocupan estos
lugares por razones que les son propias y para cumplir en
ellos, simultáneamente, funciones a las que el grupo, como
conjunto, los asigna.
Al crear estos emplazamientos, el grupo impone a sus
sujetos una cantidad de coerciones psíquicas: ellas atañen a
las puestas en latencia o a los renunciamientos a la realiza-
ción directa de los fines pulsionales, a los abandonos parcia-
les de los ideales personales o al desdibujamiento de los lí-
mites del yo o de la singularidad de los pensamientos, es de-
cir, de una parte de la realidad psíquica que singulariza y
diferencia a cada sujeto.
A cambio, el grupo se hace cargo de una cantidad de ser-
vicios en beneficio de sus sujetos, servicios en los que ellos
colaboran, por ejemplo, edificando mecanismos de defensa
colectivos o participando en las funciones del Ideal.
16
esta articulación finalmente centraron sus investigaciones
en uno solo de sus términos, examinando la incidencia de
una variable sobre otra, pero no su correlación.
Inicié las investigaciones sobre los procesos asociativos
a comienzos de la década de 1980 para responder a una exi-
gencia de método: ¿cómo explicar las reglas del método psi-
coanalítico cuando este se aplica al grupo, requiriendo que
se instale el proceso asociativo en la transferencia de tal mo-
do que los efectos del inconsciente se manifiesten en ella y
devengan interpretables? De la respuesta a esta pregunta
dependía para mí el avance de las investigaciones clínicas y
teóricas.
Esta exigencia de método perdura, porque he podido
reconocer mejor su objeto, sus apuestas y sus dificultades.
Una vez escrita esa obra, me resultó evidente, en efecto que
mis análisis sobre los puntos de anudamiento entre los pro-
cesos asociativos individuales y grupales ponían al descu-
bierto nuevas dificultades. Por ejemplo, una de las tareas es
especificar las condiciones de posibilidad del proceso asocia-
tivo en los diferentes dispositivos de grupo: así, el grupo fa-
miliar, en razón de sus principios organizadores, edípicos e
intergeneracionales, ejerce sobre el proceso asociativo coer-
ciones de censura y fantasías incestuosas específicas que
aparecen principalmente en los relatos de sueños. Otra di-
ficultad es formarse en la escucha de estos discursos íntima-
mente entretejidos y sometidos a lógicas diferentes.
La presente obra puede contribuir a relanzar estas
cuestiones, llamando la atención sobre ciertas dimensiones
del problema y sobre algunas formas de tratarlas. La pala-
bra y el vínculo se construyen de modo correlativo, en el
cruce de varias estructuras, e implican varios centros or-
ganizadores. Este es un factor de complejidad, y es también
una dimensión polifónica de la palabra y del vínculo, tal
como del sueño, según intenté mostrarlo recientemente en
La polyplwnie du reve. La noción de polifonía, que tomo de
las teorías de Bajtin-Vorochilov, se ha vuelto central en mis
exploraciones. La palabra asociativa, el vínculo y el sueño
hacen oír «varias voces», varios enunciados cuyas señales
están destinadas a varios destinatarios, porque la palabra
hablada, el vínculo y el sueño se han constituido, en el hom-
bre, en la intersubjetividad. La noción de polifonía existe
independientemente de cualquier búsqueda de una armo-
17
nía o de un unísono. La polifonía nos conduce a imaginar
que, en todo vínculo intersubjetivo, el inconsciente se inscri-
be y se dice varias veces, en varios registros y en varios len-
guajes, en el de cada sujeto en su palabra y su sueño, y en el
del vínculo mismo.
No se trata de oír todo y de decir todo, sino de oírse decir,
a la escucha de una polifonía en la que tomamos parte y que
nos constituye. Como en un coro.
18
utiliza y la articula con lo común. El entre-decir es la forma
y la función del decir que circula entre diferentes lugares
psíquicos: es también su consistencia, en la medida en que
esos lugares son parcialmente heterogéneos unos a otros.
Podemos suponer un entre-decir intrapsíquico, constituido
por las relaciones entre las instancias, entre los objetos de
identificación, entre las imagos, entre los personajes inter-
nos actores de los libretos fantasmáticos; un entre-decir
íntimo entre las voces polifónicas que nos han aportado la
palabra y con las cuales proseguimos diálogos, diatribas y
malentendidos. El entre-decir intersubjetivo es una de las
condiciones del advenimiento de la palabra, del decir con la
palabra; es también el efecto de los entre-dichos íntimos ca-
paces de exportarse y de anudarse con otros decires, lo que
supone ciertas zonas de pasaje entre los lugares psíquicos
del adentro y del afuera, y sobre todo algunas formaciones
idénticas entre los sujetos entre-dicientes.
La hipótesis fuerte que organiza esta investigación es
que las palabras entre-dichas que forman las cadenas aso-
ciativas en las situaciones de grupo, estructuradas por la
regla de la asociación libre, sacan a la luz los pensamientos
interdictos por efecto de la represión y por efecto de las
operaciones co-represoras de los otros, de más de un otro.
Las palabras entre-dichas abren la vía al retorno de lo repri-
mido, así como constituían una fuerza liberadora respecto
de las censuras: de esta manera, restituyen significaciones
que cada sujeto, en su medida, podrá reconocer como senti-
do encontrado, reencontrado y comunicable.
El hilo conductor que entrelaza el decir, el interdecir y el
entre-decir, que son los tres componentes constitutivos de la
actividad asociativa de la psique, los enlaza poniendo el
acento en la intersubjetividad como una de sus condiciones
necesarias.
19
quico que se organiza como la serie de acontecimientos de
palabra y silencio obtenidos en la situación psicoanalítica, a
partir del enunciado de la regla fundamental por el psico-
analista. La secuencia de representaciones, afectos y pensa-
mientos que sobrevienen, sus arreglos internos, las signifi-
caciones que se forman y se manifiestan bajo el triple efecto
del empuje de lo reprimido, de las transformaciones im-
puestas por la censura y de la transferencia, todos estos
componentes del proceso asociativo deben entenderse como
la vía de acceso abierta por el psicoanálisis al conocimiento
del inconsciente.
La situación psicoanalítica lleva esta proposición a su
óptima eficiencia cuando instituye el proceso de los acon-
tecimientos asociativos de la palabra en la transferencia. Lo
que especifica al vínculo de transferencia es que se necesita
a otro extraño y familiar para que en uno mismo se libere y
sea reconocida la extrañeza radical del inconsciente. Deve-
nir Yo[Je], es decir, uno mismo, requiere que el sujeto se ex-
perimente en las vicisitudes de esta relación de palabra, de
inconsciente y de alteridad intersubjetiva. En la cura psico-
analítica, este conocimiento sólo es accesible a través de lo
que dice el analizando a, para y con el analista.
Por otro lado, proceso asociativo puede también describir
los vínculos psíquicos que se anudan y se desanudan entre
sujetos asociados entre ellos por sus investiduras recípro-
cas, por sus representaciones mutuas, por los emplaza-
mientos que se asignan o se conceden en sus espacios res-
pectivos. Las identificaciones constituyen el mecanismo
cardinal del proceso asociativo de los vínculos intersubjeti-
vos; califican su componente libidinal, mientras que la pul-
sión de muerte cumple aquí su trabajo antagonista múlti-
ple, en su obra de desligazón-disociación, indiferenciación y
destrucción.
Las modalidades de este proceso asociativo intersubjeti-
va pueden ser descriptas con términos validados para el
análisis de las asociaciones de ideas: nos asociamos por se-
mejanza, por contraste o por oposición. Sobre los otros se
condensan, se desplazan y se difractan los objetos internos
que rigen nuestras relaciones con otro, con más de un otro,
con más de un semejante.
Por mi parte, supongo ciertas analogías de estructura y
funcionamiento entre la cadena asociativa del nivel del gru-
20
po y los vínculos intersubjetivos que se anudan en ese nivel.
Aunque lenguaje y psiquismo estén organizados en órdenes
distintos, la palabra asociativa en grupo es también un
principio de la asociación intersubjetiva y de la organiza-
ción asociativa intrapsíquica. Mi hipótesis es que, en los
grupos, las palabras entre ellas y los sujetos entre ellos si-
guen, particularmente en ciertas circunstancias notables,
cursos asociativos homólogos. Esta hipótesis es necesaria
para considerar la noción de pensamiento como movimiento
intersubjetivo cuyo depositario y pensador es un sujeto sin-
gular.
Precisemos esta hipótesis: el grupo es una secuencia aso-
ciativa de sujetos reunidos y ensamblados en sus vínculos
por organizadores de la grupalidad psíquica que funcionan
como representaciones-meta. El grupo es una cadena aso-
ciativa formada por la asociación de las palabras y silencios
de los sujetos parlantes, cuyas relaciones se organizan en
un conjunto significante. El discurso en el nivel del grupo
puede entonces ser considerado como un discurso de grupo,
sostenido por la correlación de una doble cadena asociativa:
intersubjetiva e interdiscursiva.
Estas dos dimensiones, órdenes o registros de la asocia-
ción-disociación son heterogéneas, pero correlativas, co-
estructuradas, ca-procesales: suponerles zonas de interes-
tructuración, formaciones correlativas, correspondencias y
antagonismos, no oculta el hecho de que no se superponen
la una a la otra.
Esta correlación no significa identidad, salvo cuando
constituye la isomorfi.a (imaginaria) del sujeto, del grupo, de
la palabra y de los pensamientos: es el caso límite del grupo
psicótico, narcisista, ideológico. Semejante correlación de
perfecta identidad entre el discurso del sujeto y la estructu-
ra intersubjetiva pone en cuestión (lo que no quiere decir
que anula) la singularidad de la fantasía individual.
3
El sujeto, la palabra, el grupo. Inscribo mi investigación
en una formulación más amplia y general que apunta a es-
tablecer cómo el sujeto psíquico, el lenguaje -más precisa-
21
:j
mente, la palabra hablada- y el grupo se fundan el uno al
otro.
Antes de que se constituyeran las disciplinas de la
lingüística y de la semiología, antes de la sociología y el
psicoanálisis, los mitos propusieron e impusieron represen-
taciones correspondientes a las relaciones entre la lengua,
las formaciones colectivas y el sujeto. El mito bíblico de la
Torre de Babel, sobre la palabra, tiene un carácter funda-
mental: propone efectivamente un fundamento a los dis-
cursos que podemos sostener sobre las relaciones entre la
palabra, el sujeto y el grupo. El mito dice que la diversidad
de lenguas es una de las condiciones de la palabra y del pen-
samiento; dice también que nosotros mismos no podemos
construirnos nuestro origen: recibimos la lengua, el nombre
y el origen. La transgresión de la interdicción de darse a sí
mismo su nombre tiene como consecuencia el hecho de que
ya no es posible entre-decir. La pasión de la lengua única
fracasa en el derrumbe de la obra de autoengendramiento.
Esta relación de fundación constante de la palabra y del
agrupamiento está en el centro de las preocupaciones de los
primeros lingüistas, y el contrato social de J.-J. Rousseau
no es otra cosa que la tentativa de resolver, mediante la len-
gua y mediante la palabra entre-dicha, lo que de otro modo
quedaría librado al cuerpo a cuerpo. Por la palabra, cada
uno puede reconocer en el otro lo que él mismo no tiene. La
idea de un desvío necesario por la lengua y por la palabra
introduce la noción, que Freud desarrollará más tarde en El
malestar en la cultura, de una renuncia a la satisfacción di-
recta de los fines pulsionales para fundar la comunidad de
derecho y la posibilidad misma de la cultura. El cumpli-
miento de su propio fin por parte del sujeto, en los límites
que le impone su condición de sujeto del grupo, se encuentra
con esta doble necesidad del desvío y de la renuncia impues-
ta por la interdicción.
Pero existen otras aproximaciones, las de los poetas, que
articulan creación de la lengua y trabajo del agrupamiento:
es la función misma del grupo literario, de la Pléyade a los
Salones románticos, del grupo surrealista al OuLiPo. Aquí
nuevamente una regla genera en el mismo movimiento la
interdicción, o la restricción, y el entre-dicho. La invención
por los surrealistas del juego literario del Cadáver Exquisi-
to es más que un procedimiento de creación poética por con-
22
tribución anónima de los miembros de un grupo: es la intro-
ducción, mediante este procedimiento, de una determina-
ción aleatorw del sentido por las asociaciones individuales
de los participantes. Se trata de hacer jugar la asociación co-
lectiva desconectándola de los efectos de convención de len-
guaje que sostienen los procesos de grupo y, de una manera
más general, el vínculo social y sus instancias normativas.
1 Sobre estos desarrollos, cf. R. Kae>i, El grupo y el sujeto del grupo, Bue-
23
de intercambio con disciplinas como la psicolingüística, la
sociolingüística o la etnolingüística, que hacen de estas ar-
ticulaciones el objeto de sus investigaciones centrales.
Desde hace algunas décadas contamos con un dispositi-
vo metodológico que habilita un acceso hasta entonces im-
practicable a la formulación parcialmente especulativa del
punto de vista psicoanalítico sobre este problema: en una si-
tuación intersubjetiva de grupo, a condición de que esté es-
tructurada por el enunciado de la regla fundamental en la
transferencia, podemos abrir un acceso pertinente al cono-
cimiento de las relaciones entre el sujeto, la palabra y el
grupo intersubjetivo. Estas relaciones pueden entonces ser
consideradas bajo el aspecto donde el inconsciente se mani-
fiesta por sus efectos específicos.
Así, tenemos que examinar más particularmente dos
cuestiones: la primera trata de las hipótesis a formular y po-
ner a prueba para dar cuenta de los contenidos y modalida-
des de las cadenas asociativas formadas a partir de dos fo-
cos de determinación: intrapsíquico e intersubjetiva. ¿Cuá-
les son los contenidos y modos de manifestación del incons-
ciente a través de los procesos asociativos y de las cadenas
asociativas en los grupos? Una de estas hipótesis forma el
hilo conductor mencionado al comienzo de esta introduc-
ción: se expresa a través de la noción de trabajo intersubje-
tivo de las asociaciones, siendo el grupo uno de los operado-
res de las transformaciones producidas por los procesos
asociativos. Muchos ejemplos mostrarán cómo las cadenas
asociativas que se despliegan en el grupo producen efectos
diferentes, incluso opuestos: para algunos sujetos, abren las
vías del retorno de lo reprimido y descubren representacio-
nes hasta entonces no disponibles, y para otros, simultánea-
mente, sostienen el movimiento de la represión secundaria.
Estos movimientos complementarios y antagonistas son
adecuados para comprender su lógica en la organización in-
trapsíquica, en la del grupo y en sus conjunciones.
La segunda cuestión que se debe poner a trabajar atañe
a las condiciones de posibilidad de los procesos asociativos
puestos en movimiento por la enunciación de la regla fun-
damental en un dispositivo de grupo. Para desarrollar esta
cuestión, debemos indagar en los paradigmas teóricos y me-
todológicos fundamentales del psicoanálisis cuando se trata
de prácticas que invocan sus hipótesis y que instituyen un
24
dispositivo propio, diferenciado. Es posible que nuevos
datos inauguren concepciones del inconsciente, efectos de
subjetividad y métodos de tratamiento de los trastornos
psíquicos hasta entonces inaccesibles.
5
Hipótesis. Esta búsqueda abre un trabajo de investiga-
ción. Algunas hipótesis estructuran su campo.
25
3°) Considerada desde el ángulo de la realidad psíquica
propia del grupo como conjunto, la cadena asociativa se or-
ganiza en un discurso significante portador de los efectos
del inconsciente que la estructura. Es inteligible en este
nivel. La coexistencia de varias cadenas asociativas, organi-
zadas a partir de organizadores psíquicos inconscientes he-
terogéneos en su estructura (por ejemplo, a partir de los
grupos internos, de los supuestos básicos, de las organiza-
ciones neuróticas o psicóticas) suscita una tensión específi-
ca en la integración de los procesos y las formaciones del in-
consciente que se manifiestan, y que estimulan la función
represora en lugares subjetivos distintos.
26
te, se crea una relación específica entre el discurso de cada
sujeto singular y el discurso que se produce por surgir de la
sucesión de enunciados de los sujetos agrupados.
En este dispositivo se manifiesta el doble estatuto del
sujeto: singular en su propia cifra inconsciente; intersubje-
tiva y grupal en su entramado con otros que lo preexisten
como pluralidad y como conjunto de voces parlantes.
27
l. Palabra e intersubjetividad en los grupos
29
sesto, huellas de otra escritura del descubrimiento del in-
consciente. Y esta lectura genera nuevas preguntas.
30
A los trabajos pioneros de W. R. Bion y de S. H. Foulkes,
cada uno con una sensibilidad diferente, debemos la cons-
trucción de conceptos nuevos y vigorosos para pensar el gru-
po como entidad psíquica específica, sede de procesos y for-
maciones originales. Pero la articulación de sus análisis con
las estructuras y los funcionamientos del aparato psíquico
«individual» sigue estando poco desarrollada.
Las investigaciones francesas, sobre todo las que se em-
prendieron a partir de 1965 en el equipo de psicoanalistas
reunidos por D. Anzieu, se orientaron inicialmente hacia la
cualificación del funcionamiento en los grupos de ciertas
formaciones o ciertos procesos psíquicos previamente reco-
nocidos y teorizados a partir de la situación de la cura indi-
vidual: lo imaginario, la ilusión, las identificaciones, las
transferencias, las repeticiones, el narcisismo, las represen -
taciones, la fantasía, las formaciones del ideal, etcétera.
Por fecundas que hayan sido, en la mayoría de los casos
estas investigaciones tropezaron con el postulado según el
cual los procesos y formaciones «del nivel del grupo» son
pensables con los conceptos y la problemática de la metapsi-
cología surgida del psicoanálisis individual. Por este hecho,
las articulaciones con las estructuras y funcionamientos
psíquicos propios del grupo fueron escasamente tomados en
consideración.
Con el modelo del aparato psíquico grupal he intentado
ponerlos recíprocamente en perspectiva, despejando al-
gunas hipótesis sobre sus puntos de anudamiento. He su-
puesto que deberíamos distinguir y articular dos lugares de
formación, de procesos y efectos del inconsciente: esos dos
lugares deben comprenderse en sus relaciones y en sus
organizaciones comunes o intermediarias.
El primero es el del sujeto considerado en la singulari-
dad de su estructura y de su historia, ante todo en el aspecto
del sujeto del inconsciente como sujeto del grupo, en cuanto
está sujetado, como heredero, servidor, beneficiario y esla-
bón de transmisión, a un conjunto intersubjetivo del que
recibe los efectos constitutivos hasta en las modalidades y
los contenidos de la represión; y luego en el aspecto en que
algunas formaciones y ciertos funcionamientos de su apa-
rato psíquico pueden describirse y comprenderse con los
conceptos de grupalidad psíquica y de grupos internos, es-
31
tructuras de emplazamientos correlativos de los objetos,
imagos, instancias y del sujeto mismo.
El segundo lugar donde se manifiesta el inconsciente y
probablemente, en parte, se forma, es el conjunto intersub-
jetivo constituido por el agrupamiento de los sujetos singu-
lares, en el aspecto en que se efectúa un trabajo psíquico del
nivel del grupo, generador de formaciones y procesos psíqui-
cos específicos; los efectos del inconsciente están ahí orien-
tados en las alianzas inconscientes, los pactos denegatorios,
los contratos narcisistas, la comunidad del renunciamiento,
la comunidad de la renegación.
La articulación entre esos dos lugares psíquicos define
un tercer nivel del análisis: el de las formaciones y funcio-
nes intermediarias por las que se efectúan --0 no se efec-
túan- el anudamiento, el pasaje y las transformaciones de
un espacio al otro.
Estos tres niveles del análisis corresponden a tres nive-
les lógicos de la grupalidad; son articulables en un modelo
teórico que he propuesto hacia el final de la década de 1960:
supuse un aparato psíquico de ligazón, transformación, or-
ganización, continencia y transmisión de las formaciones y
procesos psíquicos, que adquieren por ese trabajo un índice
de realidadgrupal. Este aparato de la realidad psíquica del
nivel del grupo se apuntala sobre los aparatos psíquicos in-
dividuales, principalmente sobre las formaciones de la gru-
palidad interna, y genera procesos específicos.
Centrar el análisis en el proceso asociativo y en las cade-
nas significantes que se producen en una situación psico-
analítica de grupo, es llevar la investigación del psicoanáli-
sis a los lugares teóricos, metodológicos y clínicos donde se
anudan las relaciones de fundación recíproca, entre el suje-
to del inconsciente, la palabra hablada y los conjuntos inter-
subjetivos. El análisis del proceso asociativo en los grupos,
el descubrimiento de sus determinaciones y de sus efectos
múltiples conduce a poner en perspectivas recíprocas estos
tres órdenes de realidad distintos, heterogéneos y articula-
bles. Sin embargo, aún no hemos constituido un conjunto
suficientemente organizado de hipótesis y conceptos psico-
analíticos sobre los procesos de comunicación y significa-
ción, que tome en cuenta el nivel específico de la intersubje-
tividad y de la interdiscursividad en los grupos.
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Preguntas y apuestas
Subsisten dos preguntas capitales, que no fueron sufi-
cientemente desarrolladas en el primer modelo del aparato
psíquico grupal (1969-1976).
La primera atañe precisamente a la relación de continui-
dad que mantienen dos espacios psíquicos parcialmente he-
terogéneos, las modalidades de transformación de uno por
el otro, la naturaleza y el estatuto del resto irreductible a
toda metabolización. La teoría freudiana del apuntalamien-
to, a condición de restituirle su alcance epistemológico fun-
damental, puede proporcionar un marco conceptual para
plantear esta pregunta. El concepto de doble límite intro-
ducido por A. Green (1982) es adecuado para precisar su
apuesta. Con este concepto, el campo de la realidad psíquica
se organiza en el espacio interno del sujeto a partir del lími-
te y de las ligazones del Pee-Ice y a partir del límite y de las
ligazones intrapsíquicas e intersubjetivas. Allí se producen
formaciones intermediarias tales como las formaciones del
ideal o los objetos transnarcisistas que son los objetos de su-
blimación y cultura.
La segunda pregunta es la siguiente: en el espacio inter-
subjetivo al que da acceso la situación de grupo, ¿de qué otro
modo pensar el estatuto del inconsciente sino como una pu-
ra y simple transposición de sus características individua-
les, y una vez admitido que el grupo no es la simple suma de
sus sujetos constituyentes? La instalación de una situación
de grupo que suponemos corresponder a las exigencias me-
todológicas de toda situación psicoanalítica, ¿en qué modifi-
ca la posición teórica de la hipótesis del inconsciente y de su
«pilar fundamental»: la represión? ¿Cuáles son los procesos
constitutivos, los contenidos y las modalidades de manifes-
tación y los efectos de subjetividad en los dos espacios psí-
quicos que he definido? ¿Cómo, también aquí, pensar el pa-
saje de uno al otro?
Una vez admitido que ciertos fenómenos psíquicos cuyo
lugar es el grupo permanecen inconscientes para sus miem-
bros, ¿debemos considerar una tópica, una dinámica y una
economía intersubjetivas del inconsciente y de la represión,
o sea una metapsicología que tendría una parte de autono-
mía propia, y más precisamente una metapsicología de los
conjuntos intersubjetivos que se anudaría a la de las forma-
33
ciones y procesos inconscientes individuales? ¿Qué diferen-
cias indicar, si se adopta esta perspectiva, con las nociones
de inconsciente «Colectivo», o de inconsciente «grupal» o
también «familiar», nociones que, en mi opinión, han tenido
sobre todo una función de pantalla respecto de un problema
cuyos términos son de dificil determinación? Si nos mante-
nemos dentro de las interrogaciones suscitadas por las hi-
pótesis y los postulados de Freud, ¿qué consistencia, qué
contenidos y qué procesos debemos reconocer a la Massen-
psyche? ¿Seguiremos a Freud en el punto en que supone que
estos no difieren en nada de lo que el psicoanálisis de los
neuróticos ha permitido conocer?
El punto de vista a partir del cual intento comprender
esta articulación, manteniéndola en el campo continuo del
psicoanálisis, concibe el desarrollo y la organización psico-
sexual, la formación misma del inconsciente y las modalida-
des del retorno de lo reprimido, como fundados no exclusiva-
mente en una evolución intra-individual, sino en los anuda-
mientos y las facilitaciones de la intersubjetividad.
Pensar esta articulación de lugares, economías y diná-
micas que se interfieren puede dar consistencia a la hipóte-
sis según la cual el conjunto grupal ejerce directamente, o
por medio de sus representantes preferenciales, una fun-
ción co-represora sobre algunos de sus sujetos, sin que por
eso desaparezca el carácter «altamente individual» de la
represión misma (Freud, 1915). Así, puede preverse una
función auxiliar o de facilitación en el levantamiento de la
represión, y ocurrir que un mismo enunciado produzca
efectos opuestos en distintos sujetos.
Si admitimos que estos datos renuevan el método del co-
nocimiento y del tratamiento de la realidad psíquica, que
abren la vía a concepciones del inconsciente antes inaccesi-
bles, debemos proponer entonces representaciones más
adecuadas para dar cuenta del funcionamiento psíquico, de
sus determinaciones, formaciones y efectos de subjetiva-
ción. En consecuencia, debemos contar con que se hagan
necesarias construcciones que no coincidirán a priori con los
conceptos teóricos, clínicos y metodológicos que permitieron
pensar la experiencia psicoanalítica a partir de la situación
prínceps y paradigmática de la cura individual. Además, de-
bemos contar con que algunos procesos que describen cons-
34
tantes de la realidad psíquica no funcionen idénticamente
en el espacio intrapsíquico y en el espacio interpsíquico.
Por eso la pura y simple transposición de esos conceptos,
si bien valida su extensión, oculta este hecho capital: cam-
biamos de universo, dentro del campo del psicoanálisis,
cuando pasamos del análisis del sujeto considerado en su
singularidad al del sujeto sostenido en la intersubjetividad
del grupo y, a fortiori, al análisis del grupo considerado co-
mo entidad específica; cambiamos de dimensiones en la pro-
blemática del inconsciente, de la represión y del retomo de
lo reprimido, en nuestra concepción del sujeto del incons-
ciente y del Yo.
Hasta tanto estas investigaciones no se inscriban de una
manera más central en la problemática fundamental del
psicoanálisis, mantendrán algún desconocimiento de las
apuestas que introducen en sus construcciones. Estas
apuestas solo podrían revelarse si una hipótesis fuerte so-
bre la consistencia psicoanalítica de la cuestión del grupo se
sometiese a la prueba de los enunciados fundamentales del
psicoanálisis: con esta condición, podría también cuestio-
narlos.
Obstáculos y resistencias
En mi libro anterior, El grupo y el sujeto del grupo
(1993), destaqué que probablemente un haz de obstáculos y
resistencias impidió la elaboración de un problema tan cen-
tral. La introducción de una nueva situación en la práctica
psicoanalítica modifica necesariamente la representación
de la realidad psíquica que la teoría psicoanalítica se ha
construido.
Entre los obstáculos epistemológicos, uno de los más po-
derosos es probablemente la reducción de lo psíquico a lo in-
dividual. Debemos a la psicología social estructural el haber
mostrado que los fenómenos psíquicos que se producen en
un grupo no son la simple suma de los fenómenos psíquicos
pertenecientes a sus elementos constituyentes. El psicoaná-
lisis establece aquí la misma restricción que el conjunto de
los enfoques psicológicos tradicionales. Ciertamente, Freud
intentó superar esa oposición al proponer la hipótesis de la
psique de masa (o psique de grupo). Pero sabemos hasta qué
35
punto esta mantuvo su carácter especulativo: no basta,
pues, formular esta hipótesis para superar la oposición, es
necesario además ponerla a prueba según un método ade-
cuado y con conceptos pertinentes.
Debemos apreciar las dimensiones de la dificultad: no
hay ningún ejemplo en la historia del psicoanálisis en que
los psicoanalistas se hayan visto necesitados de reelaborar
algunos de los fundamentos del método y de la teoría con
motivo de una extensión tan innovadora del campo de la
práctica. Ciertamente, el psicoanálisis de niños y psicóticos
hizo necesarias algunas reevaluaciones cruciales, pero, en
lo esencial, estas se centraron en el funcionamiento del apa-
rato psíquico del sujeto singular; aun siendo justo señalar
que fue precisamente el análisis de las psicosis el que per-
mitió realizar aperturas decisivas hacia los funcionamien-
tos psíquicos intersubjetivos. En todo caso, introducir en el
campo del psicoanálisis una situación pluri-individual y
tratar de dar cuenta de las formaciones psíquicas que en
ella se manifiestan y producen, suscita una dificultad par-
ticular puesto que, con el grupo, no nos enfrentamos a una
serie independiente de espacios psíquicos homólogos sino a
la acomodación de los aparatos psíquicos y de las subjetivi-
dades en un espacio psíquico parcialmente heterogéneo a
sus elementos constituyentes. Debemos pensar esta hetero-
geneidad y esta complejidad.
La dificultad aparece así en su dimensión propiamente
epistemológica. Cuando en un dispositivo distinto al de la
cura, inspirándose al mismo tiempo en él, se desarrollan
prácticas que invocan las hipótesis del psicoanálisis, nos ve-
mos efectivamente en la obligación de interrogar conjunta-
mente sus paradigmas teóricos y metodológicos fundamen-
tales. Podemos decirlo de otro modo: los psicoanalistas que
inventaron un dispositivo de experiencia del inconsciente,
de conocimiento y tratamiento de sus efectos en situación de
grupo, introdujeron mucho más que una simple extensión
del campo de la investigación y de la práctica psicoanalí-
ticas: pusieron en movimiento un proceso de transforma-
ción en los paradigmas metodológicos y teóricos del psico-
análisis.
Esta transformación puede adquirir un valor de regre-
sión y de transgresión con respecto a la invención de la si-
tuación prínceps de la cura individual: de regresión, puesto
36
que Freud instala esta situación contra los efectos histeró-
genos de un frente a frente que el grupo no hace más que
amplificar. Admitiremos, no obstante, que la invención téc-
nica del dispositivo de la cura es ante todo el resultado de
descubrimientos teóricos fundamentales sobre la represen-
tación, la palabra y la fantasía de la histérica. Por otra par-
te, estaremos atentos al hecho de que algunos de esos descu-
brimientos, los relativos a las identificaciones y a las trans-
ferencias, son considerados por Freud en términos que pue-
den describirse con el concepto de grupalidad psíquica. El
recurso al grupo sería entonces una especie de retorno a
una situación que, por sus rasgos de puesta en escena del
cuerpo, de seducción y captación por la mirada, sería poten-
cialmente prepsicoanalítico.
Regresión, pues, pero también transgresión, puesto que,
en varias oportunidades, Freud, como Klein y Lacan más
tarde, expresa serias reticencias a considerar una situación
psicoanalítica abierta a la presencia de un tercero: el encua-
dre que se habrá de preservar y desplegar es el de la cura
individual. Pero se admitirá también que Freud emite sufi-
cientes hipótesis especulativas o clínicas sobre los vínculos
intersubjetivos y sobre la Gruppenpsyche como para que re-
quieran la búsqueda de un dispositivo capaz de ponerlas a
prueba. Por añadidura, en más de una ocasión, sugiere que
la cura psicoanalítica es sólo una de las aplicaciones del psi-
coanálisis, aun cuando sea ciertamente la primera y su pa-
radigma. El hecho de que los dispositivos metodológicos de
grupo referidos a ese paradigma sólo se hayan desarrollado
tras la muerte de Freud, no hace más que insistir sobre esta
afinidad inaugural y conflictiva de la invención del psico-
análisis y de la experiencia grupal.
Esta afinidad se inscribe, por otra parte, en la institu-
ción misma del psicoanálisis. La Sociedad de los Miércoles
tras la ruptura con W. Fliess, y luego la Sociedad Psicoana-
lítica de Viena, serán el lugar de formación de los primeros
psicoanalistas. Estos grupos serán el teatro de una expe-
riencia original del inconsciente, diferente a la del diván, ex-
periencia donde, en la transferencia sobre Freud y sobre el
psicoanálisis, los conflictos interpersonales, las alianzas in-
tersubjetivas inconscientes, se anudan a las divisiones y a
las formaciones de compromiso intrapsíquicas. La transmi-
sión del psicoanálisis, el desarrollo de la teoría y la elabora-
37
ción de la clínica se realizarán en este encuadre grupal. Más
tarde, en ese ultra-grupo que será el Comité, cada uno esta-
rá ligado al otro en la salvaguarda del ideal y de la orto-
doxia.
La fundación del psicoanálisis lleva la huella de todas
estas dimensiones del grupo y de las intrincaciones inter-
subjetivas. Dirigir el análisis a esos nudos originarios sería
develar los «basamentos escabrosos» sobre los que se funda
la institución: toda sociedad y toda cultura reposan sobre
esas bases de las que Freud nos advirtió en 191 7 que son de
naturaleza sexual. La introducción de la cuestión del grupo
estableciendo una situación psicoanalítica adecuada para
ese develamiento, no podía sino desembocar en lo que pro-
piamente conviene llamar prohibiciones de los Ancestros.
Pero, en lugar de interrogar la consistencia de estas
prohibiciones -o solamente de estas reticencias- y ar-
ticularlas con la posición de los fundadores en sus propios
grupos, en lugar de descubrir sus apuestas institucionales
en la transmisión del psicoanálisis, el problema se hizo mar-
ginal y vergonzante. Ciertamente, las hipótesis básicas que
permitirían introducir la cuestión del grupo en el psicoaná-
lisis comienzan apenas a ser suficientemente establecidas;
pero las que se proponen casi no son discutidas -en Fran-
cia muy especialmente- en un debate crítico, ni dentro de
los círculos de los psicoanalistas embarcados en esta explo-
ración, ni, a fortiori, en la comunidad psicoanalítica que, ca-
si siempre, rechaza con desconfianza esas investigaciones
consideradas como aplicaciones aventuradas.
Todo ocurre como si, tras un período fecundo en descu-
brimientos clínicos, metodológicos y teóricos, en Inglaterra
tras la muerte de Freud, en Francia tras la escisión lacania-
na de 1963, las transformaciones de fondo que se iniciaban
hubieran generado tal culpabilidad y tan intensa inhibición
de pensamiento, que terminaron ocultando la intrincación
de los problemas epistemológicos introducidos por la prácti-
ca grupal con los problemas de afiliación en la institución
psicoanalítica. Sabemos que esos dos órdenes de problemas
están desde un comienzo en constante interacción.
El hecho de que esos problemas casi no hayan sido plan-
teados no se explica sólo por su dificultad epistemológica y
por los obstáculos institucionales que encuentran. Una difi-
cultad de índole narcisista impide pensar las relaciones en-
38
tre el yo individual y el conjnnto del que este es un eslabón,
un servidor y un beneficiario. Si su narcisismo primario se
apuntala en dicho conjunto, el yo no se representa de otro
modo que como la causa y el centro de un sistema que gravi-
ta en torno de él. No basta que haya tenido que aceptar que
el inconsciente es el organizador central y el atractor de la
vida psíquica; deberá admitir además que el inconsciente
podría «deslocalizarse» en espacios psíquicos de múltiples
focos de los que el sujeto es un constituyente, a los que él es-
tá sujetado, de los que él se forma, y de los que es heredero
hasta en las modalidades más singulares del cumplimiento
de su propio fin.
Otra dificultad atañe a las investiduras pulsionales, las
representaciones y defensas de que el grupo es objeto, en el
sentido psicoanalítico del término: el análisis del grupo co-
mo objeto muestra que está íntimamente inscripto en las re-
presentaciones más primitivas de la envoltura y de los obje-
tos corporales, del cuerpo, del autoerotismo y del cuerpo ma-
terno.1 Desde este punto de vista, es notable y constante la
dificultad de permitir representarse, figurarse y pensarse lo
que se moviliza o se paraliza en nosotros en los grupos. Este
trabajo de represión de las representaciones y de supresión
de los afectos es, en parte, efecto de ese aumento de las co-
excitaciones intrapsíquicas e interindividuales, potencial-
mente traumáticas, que el agrupamiento suscita. Esta afi-
nidad del grupo con la excitación y la función para-excitado-
ra introduce al problema específico del inconsciente en los
grupos.
En cierto modo, todas estas dificultades debidas al man-
tenimiento de un impensado, de un irrepresentado o de un
incognoscible, no pueden ser disociadas de la posición con-
tratransferencial del psicoanalista frente al inconsciente,
frente al grupo y frente a la relación de desconocido que es-
tos instauran y redoblan.
39
El problema de la regla fundamental y de los
procesos asociativos en los grupos
La necesidad de erigir una hipótesis fuerte aparece en
ocasión de este hecho notable: tras cinco décadas de práctica
de grupo referida al método psicoanalítico en situación de
grupo, no disponemos de ideas directrices, ni siquiera de es-
tudios empíricos, a fortíori de debates sobre la pertinencia y
los efectos de la enunciación de la regla fundamental y del
método asociativo en esta situación: nada sobre las condi-
ciones de posibilidad del proceso asociativo, nada tampoco
sobre la consistencia de las formaciones y procesos psíqui-
cos que se manifiestan en las cadenas asociativas produci-
das en y por el agrupamiento de varios sujetos. La torna en
consideración del método asociativo en situación psicoanalí-
tica de grupo fue propuesta por primera vez por S. H. Foul-
kes en 1964. No parece que Foulkes mismo la haya some-
tido a una elaboración profunda, y sus discípulos no han
desarrollado, hasta donde sé, investigaciones en esta di-
rección.
Sin duda era incuestionable, para los fundadores de la
práctica, operar una transposición del método de la asocia-
ción libre y del enunciado de la regla fundamental a partir
de la situación de la cura individual: los descubrimientos
posibilitados por esta transposición justificaban probable-
mente que uno se atuviese más a los resultados clínicos y al
conocimiento de los contenidos psíquicos así sacados a la luz
que al método utilizado para llegar a ellos. Supongamos que
la segunda generación de los psicoanalistas movilizados por
la práctica psicoanalítica en situación de grupo se haya vis-
to llevada a cuestionar más firmemente las relaciones entre
el método, la clínica y la teoría, a interrogar los modos de
constitución del saber para evaluar su consistencia, sus lí-
mites y sus fallas: en todo caso, la cuestión metodológica de
la asociación libre y de la regla fundamental no ha llegado a
articularse con la especificidad del dispositivo de grupo, o,
más exactamente, y ahí surge una dificultad, con la especifi-
cidad de la situaci.ón grupal a través de la diversidad de los
dispositivos puestos en marcha.
Es sorprendente la dimensión de esta laguna. Ella cues-
tiona los fundamentos en el psicoanálisis de toda situación,
toda práctica y toda teorización que invoque sus paradig-
40
mas teóricos y metodológicos. Formular esta interrogación
no invalida, evidentemente, las adquisiciones de esta prác-
tica; expresa la exigencia de superar el relativo empirismo
en el que se mantiene, a fin de reconocer sus apuestas. Aquí,
como en cualquier otro lugar donde el método del psicoaná-
lisis y sus conceptos teóricos son convocados para estructu-
rar una práctica que deriva de ellos, no debemos desconocer
lo que implica esta referencia a la hipótesis constitutiva del
psicoanálisis: que sólo el método que la especifica abre el ac-
ceso al conocimiento y al tratamiento de esa parte de la
realidad psíquica clivada de la conciencia, que no nos sería
accesible de otro modo.
41
¿A qué formaciones del inconsciente, que la cura no hubiera
tomado en consideración, posibilita el acceso? ¿Se trata de
analizar al grupo como conjunto, supuesto lugar de una rea-
lidad psíquica propia? En ese caso, ¿cuál sería su sujeto y có-
mo articular allí las relaciones de los sujetos que lo constitu-
yen? Las respuestas a estas dos interrogaciones son pro-
puestas por algunos casos cuyos extremos son particular-
mente instructivos; o bien la situación de grupo es utilizada
como un medio de tratamiento estrictamente individual, y
entonces excluye el análisis de los fenómenos psíquicos que
se desarrollan específicamente en la situación; o bien, a la
inversa, el análisis de los procesos psíquicos se efectúa sólo
en el nivel del grupo, se interpreta sólo «en términos de
grupo», y nunca en términos de la relación singular del suje-
to con su mundo interno, en cuanto lo que de ella se mani-
fiesta en y por la situación de grupo.
El segundo conjunto de interrogantes concierne a los
parámetros metodológicos específicamente comprometidos
en el dispositivo y en la situación psicoanalítica de grupo.
Debemos considerar las condiciones de posibilidad constan-
tes de toda situación psicoanalítica, definir sus especificida-
des grupales e interrogarlas en sus relaciones con los objeti-
vos teóricos y terapéuticos. Las investigaciones deberán or-
ganizarse en torno de tres ejes principales: ¿cuáles son las
modalidades, los contenidos y efectos de las transferencias y
de la contratransferencia (o de las formaciones, cuando va-
rios psicoanalistas están asociados en la función psicoanalí-
tica)? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad del proceso
asociativo, los contenidos de las cadenas asociativas y los
efectos de la asociación libre entre varios sujetos, para cada
uno de ellos y en el conjunto grupal? ¿Según qué modalida-
des, sobre qué contenidos, a qué destinatarios se dirigen las
interpretaciones, las propuestas por el (o los) psicoanalis-
ta(s), pero también las asociaciones de efecto interpretativo
producidas en las cadenas asociativas? La correlación de
estos tres parámetros del método exige elaborar tres hipóte-
sis consistentes que actualmente no están disponibles: so-
bre el trabajo de la escucha psicoanalítica en situación de
grupo, sobre el trabajo de la re-significación, sobre el estatu-
to de la palabra hablada, del pensamiento y del discurso
sostenido a varias voces, en la polifonía de la intersubjetivi-
dad y de la interdiscursividad.
42
Una dificultad crucial debe ser puesta en evidencia: co-
rresponde a las particularidades de las transferencias en la
situación de grupo. Las transferencias se difractan y conec-
tan allí sobre varios objetos; además, y sobre todo, son dis-
tribuidas de una manera disimétrica entre los participantes
y el psicoanalista, y por este hecho son diferentemente tra-
tadas por unos y otro. Toda la dificultad, y toda la apuesta
del proceso emprendido en la situación psicoanalítica de
grupo, está en que los otros «responden», mientras que ese
«otro» que es el psicoanalista no responde, o no de la misma
manera.
43
Así, la cuestión planteada por la regla fundamental, el
proceso asociativo y el despliegue de cadenas asociativas, se
sitúa exactamente en la articulación de los paradigmas
metodológico, teórico y praxológico del psicoanálisis.
Cuando pasamos de la situación de la cura individual
a la del grupo, el campo de investigación interroga necesa-
riamente el estatuto de esos paradigmas y sus relaciones.
Reencontramos aquí la dificultad que señalaba más arriba.
¿A quién se dirige el psicoanalista cuando propone la regla
fundamental en situación de grupo: a cada uno considerado
en su singularidad o a un conjunto de sujetos agrupados?
Suponiendo que la formulación de la regla sea idéntica a la
enunciada en la cura, las condiciones intersubjetivas en las
que es propuesta y recibida modifican necesariamente los
procesos asociativos y las cadenas asociativas: ¿qué objeti-
vos se presuponen a la utilización de este método y cuáles
son sus efectos? Si es evidente que quienes hablan asocian-
do libremente en un grupo son sujetos singulares, ¿qué
coacciones y qué efectos de análisis están definidos por el
hecho de que la asociación «libre» se produce en una situa-
ción intersubjetiva de grupo? ¿Qué es hablar libremente en
la red de varias series asociativas producidas por un con-
junto de sujetos? ¿Quién y qué habla en ellos o por ellos?
Sólo hemos comenzado a formular una parte de las pre-
guntas. Otras más surgen cuando tomarnos en considera-
ción el lugar, el funcionamiento y la función del psicoana-
lista en tal situación : lo que él emplaza, inviste, desplaza en
el grupo con relación a la cura, las representaciones más o
menos teorizadas con que cuenta acerca del funcionamiento
psíquico en los grupos, todos esos elementos inciden sobre
su relación con la enunciación y el enunciado de la regla
fundamental. Determinan, por un lado, los contenidos, las
modalidades y las condiciones subjetivas de escucha de las
cadenas asociativas producidas en situación de grupo; por
otro lado, modifican el análisis de las transferencias y de la
contratransferencia y, finalmente, por otro lado, que está en
correlación con los precedentes, organizan los contenidos y
las destinaciones de la interpretación.
Las dimensiones específicas del trabajo del psicoanalista
en situación de grupo deben ser descubiertas y elaboradas:
las condiciones de la escucha se definen por la exigencia de
la atención parejamente flotante respecto de las manifesta-
44
ciones del inconsciente. ¿Puede realmente esta atención dis-
tribuirse a cada uno de los sujetos, a sus relaciones y al con-
junto en cuanto tal, o bien se limita necesariamente a foca-
lizaciones preferenciales? Por ejemplo, si la escucha y la
atención recaen sobre los sujetos singulares, «individuales»,
¿qué estatuto conferir al discurso que se forma en el proceso
intersubjetivo grupal? La escucha ¿se centrará sobre el
conjunto, sobre «el grupo»? En ese caso, ¿qué devienen en la
escucha y el pensamiento del psicoanalista los sujetos consi-
derados uno por uno en la singularidad de su fantasía y de
su palabra, sujetos a los que se les propone devenir y ser Yo
en el grupo, ahí donde era el grupo? O bien, además, ¿esta
atención se cultivará preferentemente en la escucha de las
formaciones intermediarias, nodales, articulares, sobre el
límite y la interfaz entre el espacio psíquico intra e inter, ahí
donde se mantienen también los síntomas y las formaciones
de compromiso? ¿Cuáles serían entonces la clínica y la teo-
ría de esas funciones que encarnan las figuras de porta-pa-
labra, porta-sueño, porta-ideal, porta-síntoma, y que yo lla-
mo funciones fóricas?
Todas estas preguntas destacan que la escucha y la in-
terpretación no pueden hacerse independientes de una teo-
ría de los lugares, las economías y las dinámicas psíquicas
donde se producen las significaciones, donde se crea el sen-
tido. El psicoanalista se encuentra allí contratransferen-
cialmente comprometido, como sujeto del inconsciente y co-
mo garante de una situación de la que es instituyente, no
autor.
45
ciativos en los grupos, una vez establecida la diferencia de-
cisiva entre las situaciones de comunicación estudiadas por
los lingüistas y la situación irreductible a cualquier otra que
constituye la situación psicoanalítica, y que se especifica
por la regla fundamental. Evidentemente, esta diferencia
deberá precisarse más.
En su contribución lingüística a las ciencias humanas,
C. Hagege {1985, pág. 235 y sig.) afirma que, en ese último
cuarto de siglo, interesarse por el lenguaje es interesarse
por el hombre en el uso que este hace de él: el hombre es, por
naturaleza, dialogal (y debe entenderse diálogo en sentido
amplio, incluyendo el poh1ogo), y no podemos sino integrar
en la definición de la lengua las propiedades ligadas a las
instancias de interlocución. Su teoría de los tres puntos de
vista, que describe las tres vertientes del estudio de las len-
guas, establece lazos indisolubles entre el punto de vista
morfosintáctico, el punto de vista semántico-referencial y el
punto de vista enunciativo-jerárquico. Este último describe
las relaciones de interacción de locutor a oyente: «El locutor
elige una estrategia de presentación, introduciendo una
jerarquía entre lo que enuncia y aquello acerca de lo cual
enuncia» (op. cit., pág. 208). La perspectiva propuesta por
C. Hagege cimenta solidariamente estos tres puntos de
vista, al unir explícitamente las estrategias enunciativas a
la sintaxis y a la semántica. Dicho de otro modo, los efectos
de sentido resultan a la vez de la estructura morfosintáctica
del signo lingüístico, de las coacciones semántico-referen-
ciales y de las condiciones interindividuales en las que se
efectúan las interlocuciones.
Hagege define el marco estrictamente lingüístico de la
consideración del punto de vista enunciativo-jerárquico: la
noción de enunciador psicosocial, constituido por el conjun-
to locutor + enunciador y por sus relaciones disimétricas, es
sólo lingüística; no describe «una subjetividad hablante»,
sino una relación de interlocución, es decir, «toda interac-
ción lingüística en situación de frente a frente, definitoria
de la especie humana en profundidad» (op. cit., pág. 235). La
relación de interlocución es esencialmente una conducta
lingüística de naturaleza reguladora: «En cualquier caso, lo
que caracteriza a la actividad de los copartícipes es la cons-
trucción solidaria de un sentido» (ibid.).
46
Lenguaje e intersubjetividad
Los vínculos entre grupo (intersubjetividad) y lenguaje
(palabra hablada) son una de las preocupaciones centra]es
de los mitos, de los primeros lingüistas, de los primeros et-
nólogos. Junto a los trabajos pioneros de E. Sapir, los de
Leenhardt (Do kamo) siguen siendo ejemplares de esta
corriente de investigación que sostiene el paralelo entre es-
tructura social, estructura de la lengua y uso de la palabra.
Estas investigaciones se desarrollan hoy sobre otras bases,
con los trabajos de la lingüística pragmática y sus diversas
ramificaciones, entre ellas, las del análisis conversacional y
el análisis interlocutorio, desarrollos fecundos de las inves-
tigaciones de Bajtin y del análisis dialógico surgidos de la
corriente bajtiniana. Otras corrientes de investigación, más
centradas en la estructura del lenguaje, sostienen que la
lengua misma es diálogo, composición de preguntas y res-
puestas, despliegue de aserciones, pruebas, debates contra-
dictorios. Tal sería el modelo de tipo dialógico, aquí nueva-
mente tributario de las investigaciones de M. Bajtin, que or-
ganizaría el sentido de la frase en la relación de las frases
entre sí. Todas estas investigaciones sitúan el acto de pala-
bra en la mutualidad intersubjetiva a fin de concebir nue-
vos fundamentos para la lingüística.
47
vocablo es el de un diálogo (más tarde una polifonía) de va-
rias escrituras: las del escritor, de sus personajes, del des-
tinatario, del contexto histórico, ético, cultural; esas escri-
turas se sedimentan en ellas, y el vocablo lleva la huella de
esta sobredeterminación en su ambivalencia o en su poli-
valencia.
Esta organización dialógica caracteriza, según Bajtin, la
esfera misma del lenguaje: lo demuestra con referencia al
discurso carnavalesco3 y ante todo con los problemas del
lenguaje poético en la novela dostoievskiana. 4 Extiende su
principio a toda producción semiótica, intrínsecamente
ambivalente, doble (una y otra): la lógica que la organiza no
es la de la determinación lineal y la identidad, sino aquella,
transgresora, de la lógica del Sueño o de la Revolución. Allí
opera otra ley, sin ninguna duda la que hace descubrir a Ar-
taud o a Pessoa «los innumerables estados del ser».
Con el concepto de polifonía, Bajtin pone en cuestión en
la teoría literaria la creencia en la unicidad del autor. Pero
Bajtin no limita su análisis al lenguaje poético en la novela
polifónica; el acto de palabra y la enunciación5 son conside-
rados en su naturaleza social, en la interacción verbal. Sos-
tiene la idea de un auditorio social interno y propio de cada
individuo, en «cuya atmósfera se construyen sus deduccio-
nes, sus motivaciones, sus apreciaciones». La palabra se
orienta por dos determinaciones, contiene dos caras: «Está
determinada tanto por el hecho de que procede de alguien
como por el hecho de que se dirige hacia alguien. Constituye
justamente el producto de la interacción del locutor y el
oyente. Tuda palabra sirve de expresión a uno con relación a
otro ... , la palabra es el territorio común del locutor y del
interlocutor».
Esta orientación ha proporcionado a los lingüistas, a los
filósofos del lenguaje6 y a los psicolingüistas7 la base de una
3 Franr;ois Rabelriis et la culture populaire sous la Renaissance (1965).
4 Les problemes de la création chez Dostofeuski (1963). Traducido al fran-
cés como Les problemes de la poétique de Dosto'ieuski (1970).
5 Cf. su ensayo de aplicación del método sociológico en lingüística: Le
marxisme et la philosophie du langage (1929).
6 Principalmente F. Jacques y sus investigaciones lógicas sobre el
48
renovación de las teorías de la enunciación. 8 Falta que los
psicoanalistas emprendan la reelaboración de las tesis de
Bajtin en el campo del análisis del proceso asociativo, prin-
cipalmente en cuanto al estatuto intrapsíquico de lo que él
designa como «auditorio social». Es sorprendente que el es-
tructuralismo saussuriano haya proporcionado por sí solo el
terreno de la transposición metafórica (en el mejor de los ca-
sos) de la lingüística en el psicoanálisis, aunque Lacan haya
sido, parece, un buen conocedor de Bajtin.
Recordemos cómo F. de Saussure describe lo que él llama
el «estado de la lengua» a partir de dos teorías: la teoría de
los sintagmas y la teoría de las asociaciones, más tarde de-
nominada teoría del paradigma; el eje sintagmático de un
enunciado es ese sobre el cual los términos son situados jun-
tos en un orden conforme a las leyes del lenguaje (lo que se
dice, lo que no se dice), y bajo el efecto de una ley de lineali-
dad, anterior a todas las leyes gramaticales: esta ley pres-
cribe que en el mismo emplazamiento del eje sintagmático
solamente puede concurrir una sola entidad lingüística; es-
ta ley preserva la distinción de los signos lingüísticos y cons-
tata que «no se puede decir todo a la vez».
El eje paradigmático es aquel sobre el cual se efectúa la
elección de los términos de la cadena sintagmática. En cada
emplazamiento distinto de esta pueden concurrir asociacio-
nes en relación de equivalencia con el término sustituido.
Saussure señala que los términos asociados guardan rela-
ciones definidas por la memoria, pero que no hay ley para
determinar un orden en las asociaciones.
La heterogeneidad de estos dos ejes, destacada por Saus-
sure, ha servido de base al desarrollo de la lingüística es-
tructural en la corriente psicoanalítica alentada por Lacan:
el hecho de que el primer eje funcione in praesentia y el se-
gundo in absentia es propio para postular una semiótica de
la significancia (E. Benveniste) y para sostener que lo dicho
sólo se comprende con relación a un no-dicho, pero no para
49
introducir una lingüística de los actos de palabra, es decir,
una semántica del discurso.
50
logo es constitutiva de la persona, porque implica en reci-
procidad que yo deviene tú en la alocución de aquel que a su
vez se designa como yo. Vemos ahí un principio cuyas conse-
cuencias deben desplegarse en todas las direcciones. El len-
guaje sólo es posible porque cada locutor se plantea como
sujeto, remitiendo a sí mismo como yo en su discurso. Por es-
te hecho, yo plantea otra persona, la que, completamente
externa como es a «mÍ», deviene mi eco al que le digo tú y
que me dice tú (. .. ) La polaridad de personas es la condición
fundamental en el lenguaje» (op. cit., pág. 259).
El reconocimiento de los hechos de lenguaje que tra-
ducen esta correlación de subjetividad, es decir, esta inter-
subjetividad, se efectúa en dos dimensiones: la dimensión
enunciativa, a partir de los marcadores de apropiación de la
lengua y de la relación con el enunciado, pronombres perso-
nales, expresión del espacio y del tiempo ... la lista de los ín-
dices de enunciación es muy amplia; la dimensión ilocuto-
ria, a partir de los enunciados en situación de comunicación,
en cuanto son actos de lenguaje tomados a cargo por un su-
jeto. El sentido de los intercambios está constituido por el
contenido informativo de las frases y por el juego intersub-
jetivo que se despliega en ellas.
Con los trabajos de J. Austin, J. Searle, O. Ducrot,11 la
lingüística describe los enunciados como lugares donde el
emisor desarrolla respecto del destinatario un conjunto de
estrategias que se inscriben en la estructura de la frase y en
la organización de la lengua: sin embargo, precisa N. Gelas
(op. cit., págs. 142-3), la lingüística del discurso dirige su in-
terés a los fenómenos subjetivos más bien que propiamente
intersubjetivos: la enunciación es descripta esencialmente
desde el punto de vista del emisor del mensaje, y no en el
conjunto del recorrido comunicacional propio del diálogo,
hecho de enunciaciones sucesivas e intercambiadas: en defi-
nitiva, en estos estudios, el sujeto hablante, aun si inscribe
al otro en su discurso, es aprehendido ante todo a través de
sus enunciados monologales. De este modo, la simetría del
yo y del tú supone que emisor y destinatario «Se enfrentan
en una especie de cara a cara ideal (o narcisista) y, con el
11 Según Ducrot, el objeto de la lingüística pragmática es describir la ac·
ción humana llevada a cabo por medio del lenguaje: cómo es posible servir-
se de las palabras para ejercer una influencia, y más especialmente lo que
se supone, según el enunciado mismo, que la palabra hablada hace.
51
mismo código, se transmiten alternativamente informacio-
nes según el protocolo de un intercambio libre, consciente,
controlado y transparente» (op. cit., págs. 144-5). No se po-
dría decir mejor que la dimensión de la subjetividad no pue-
de desentenderse de la alteridad interna que contiene;
N. Gelas lo percibe perfectamente al destacar, con los traba-
jos de J. Milner, que los interlocutores nunca hablan com-
pletamente la misma lengua pese a cierto consenso, que la
comunicación es siempre parcial e imperfecta y que emiso-
res y receptores son irreductibles uno al otro.
52
La lingüística se da en consecuencia por objeto el estudio
del lenguaje como actividad intersubjetiva, y por objetivo la
elaboración de los modelos de estructuración de los inter-
cambios verbales. El análisis conversacional será la herra-
mienta con la cual intentará ordenar sus principios de orga-
nización: giros verbales, secuencias de apertura y cierre, re-
corte jerárquico, recaptaciones, etcétera.
Detengámonos un instante en el problema de la recapta-
ción por parte de un locutor del discurso de otro locutor: este
problema tiene su correspondiente en el proceso asociativo
grupal. Ha sido explorado por varios investigadores, y prin-
cipalmente por O. Ducrot (1984), sobre la base de una
apuesta teórica importante que concierne a la teoría poli-
fónica de la enunciación: Ducrot refuta un postulado de la
lingüística moderna (comparatismo, estructuralismo,
gramática generativa), el de la unicidad del sujeto hablan-
te, postulado según el cual cada enunciado poseería un
autor y sólo uno. El análisis preciso del caso de la recapta-
ción del enunciado muestra, según él, que esta tesis no se
sostiene.
53
de recaptación del discurso: aquellas cuya función es de
asentimiento o de evocación ponen en marcha procesos de
co-acción entre los participantes. Estas modalidades se
distinguen de aquellas otras cuya función es de negociación,
que generan procesos de interacción y de confrontación de
puntos de vista entre los interlocutores y, simultáneamente,
en la palabra de un mismo locutor (op. cit., pág. 68).
Este estudio ilustra bastante bien el marco general en el
cual se inscriben los trabajos de A. Trognon y sus colabora-
dores: en el cruce de la lingüística pragmática, sobre la ver-
tiente del análisis de las conversaciones y de la psicosocio-
logía de las interacciones, poniendo el acento en los procesos
de negociación. Su análisis está centrado en las conductas y
los comportamientos psico-socio-lingüísticos, en las conjun-
ciones constantes entre esos tres determinantes. En un
estudio publicado en 1991,A. Trognon propone que la inter-
locución es la matriz del proceso asociativo del que resulta
el grupo. El problema a tratar se formula así: ¿cómo unas
personas reunidas se aseguran de la identidad de sus conte-
nidos de pensamiento, o constituyen esta identidad y de ese
mismo modo se estructuran como grupo? Aquí nuevamente
el problema capital implicado en la estructuración del grupo
es la interacción: la función comparativa de la interacción
externaliza y objetiva los contenidos de pensamiento, tradu-
ciéndolos en acción. Un grupo se constituye poniendo en
marcha un sistema de acciones coordinadas. Trognon puede
precisar entonces que el vínculo asociativo mediante el cual
se forma el grupo reposa sobre dos procesos combinados: un
proceso de cooperación en el cumplimiento de una intencio-
nalidad colectiva; un proceso de fijación y de estabilización
de los contenidos de pensamiento de las personas implica-
das en la acción colectiva, que crea un grado de saber mutuo
necesario para el proceso precedente (1991, págs. 79 y 91).
La precisión metodológica y la potencia heurística de
estas investigaciones no pueden dejar indiferente a quien-
quiera que se interese en los procesos asociativos en las si-
tuaciones intersubjetivas. Plantean problemas estimulan-
tes al abordaje psicoanalítico del lenguaje, de la subjetivi-
dad y de los fenómenos de grupo, pero que debemos confron-
tar con esa diferencia capital que introducen el proyecto y
el dispositivo de la situación psicoanalítica de grupo: que
la enunciación de la regla fundamental ordena los procesos
54
interlocutorios en una dimensión que, por definición, el
abordaje psico-socio-lingüístico no considera; que esta regla
está destinada a hacer manifiestos los efectos del incons-
ciente y del trabajo de la asociación en el grupo y para cada
sujeto del grupo. Quedan por establecer, cada vez que se
presente la posibilidad de ello, los pasajes teóricos entre los
dos abordajes a partir de los análisis concretos.
Los trabajos semiológicos podrían prestar importantes
servicios a nuestras investigaciones, con la condición de in-
terrogarlos en su nivel de pertinencia: en un dispositivo de
grupo donde las asociaciones verbales son requeridas por
el enunciado de la regla fundamental, las asociaciones de
habla coexisten y componen, de una manera que nos es aún
oscura, con los procesos asociativos que se desarrollan se-
gún otros lenguajes (o «canales»), principalmente gestuales,
y en estrecha correlación con escenas dramáticas, acciones
de emplazamiento/desplazamiento corporales. La movi-
lización de lo visual como escena e instrumento de diversas
acciones psíquicas es verificada por todos quienes traba-
jan con grupos, pero las investigaciones casi no han ido más
allá de esa comprobación; de allí el interés de las investiga-
ciones psico-etno-semiológicas (cf. los trabajos de H. Mon-
tagner y J. Cosnier), y las de la corriente psicoanalítica so-
bre los significantes de demarcación y sobre los significan-
tes formales.
55
Estos no son ni los objetos ni los objetivos de la lingüística.
Ciertamente, los procesos que esta describe atañen a suje-
tos comprometidos en posiciones subjetivas e intersubjeti-
vas que ellos no dominan y de las que no son conscientes,
pero esos procesos no por eso son inconscientes, es decir,
producidos por los mecanismos de defensa que constituyen
lo inconsciente como clivado de lo consciente.
Así pues, como ya lo he señalado, los procesos y formacio-
nes psíquicas incluidos en los modelos de la interlocución y
del análisis conversacional que proponen los lingüistas es-
tán lejos de carecer de interés para nuestra investigación.
Por más de una razón: fueron los primeros en describir las
modalidades de formación conjunta del sujeto del enuncia-
do, la intersubjetividad y sus polaridades asimétricas, y del
sentido. Otros trabajos, realizados por los psicosociólogos,
pusieron al descubierto los efectos del dispositivo conversa-
cional sobre la organización del discurso. Debemos tomar en
cuenta esos datos, principalmente cuando ponen en relieve
las estrategias de negociación del sentido, las apuestas del
consenso y las formaciones de creencia común que implica
toda empresa dialógica. F. Jacques (1979, págs. 266-72) ha
mostrado claramente el predominio de esta apuesta en la
formación de la opinión común: se constituye por un mo-
vimiento dialéctico y estabiliza por un tiempo una estruc-
tura implícita de discusión (op. cit., pág. 271). Se trata de
una propiedad constante de todo vínculo estable, claramen-
te localizada en la contradicción más o menos amplia entre
las exigencias de la convención y las de la infom1ación, es
decir, entre ciertas exigencias del grupo y ciertas exigencias
del Yo.
Retomando esta contradicción en términos de signos
absolutos opuestos a los signos relativos, V. Lemieux había
señalado (1967) que los discursos son más convencionales,
es decir, eficaces para acordar las mentes, cuando implican
poca información y, en consecuencia, modifican poco las re-
presentaciones. El intercambio convencional está saturado
de signos absolutos necesarios para el placer del consenso,
para el reconocimiento de lo semejante, para la confirma-
ción de la expectativa. Así es la composición del vínculo in-
terhumano fundamental, que los sociólogos han descripto
con el concepto de participación, los psicosociólogos con el de
comunicación y los psicoanalistas con la identificación.
56
El grado más alto de la convención es la insignificancia,
y el mensaje apunta sólo a establecer y hacer conocer la
identidad y el acuerdo de los participantes, a expresar y
mantener el código y la institución. En el otro extremo, el
grado más alto de información es la no-significancia, satu-
ración de la imprevisibilidad de la representación (V. Le-
mieux, op. cit., págs. 31-4).
57
«correspondiente» directo en la escucha y el discurso del
analista; esta suspensión de la respuesta y esta puesta in
absentia del supuesto destinatario manifiestan y hacen
revelar al destinatario inconsciente; restituyen la polifonía
de la asociación y preservan el poder de despliegue de las
asociaciones: con la condición de que el psicoanalista no se
identifique con el objeto de la transferencia. El psicoanalis-
ta no está comprometido como interlocutor que produce una
interacción, sino como la condición que posibilita el descu-
brimiento de las formaciones del inconsciente, a través de la
escucha y la interpretación del discurso asociativo en la
transferencia. De ello resulta un tipo muy particular de dis-
curso y de «Comunicación». Así, en los dos niveles preceden-
tes está implicado un tercero; concierne a la teoría del fun-
cionamiento psíquico, especialmente de los procesos de pen-
samiento movilizados en la asociación libre en situación de
grupo o en cualquier situación pluripsíquica diferente a la
de la cura.
La situación de grupo en la que se enuncia la regla fun-
damental plantea un problema particular: la presencia si-
multánea e interactiva de varios participantes suscita ine-
vitablemente la negociación de representaciones y de signi-
ficaciones necesarias para la formación y el mantenimiento
del vínculo grupal. Desde este punto de vista, las produccio-
nes asociativas podrían corresponder al análisis interlocu-
torio, en la medida en que se manifiestan la búsqueda del
consenso, la formación de convención y de creencias, pro-
ducciones todas que van en una dirección opuesta a la que
sostiene la regla fundamental y en las que se podrían re-
conocer fácilmente las resistencias a cualquier intento de
descubrimiento de los efectos del inconsciente.
Lo que obstaculiza ese despliegue natural y posibilita su
reconocimiento es precisamente el valor que adquiere, en la
expectativa de los sujetos que se reúnen en tal situación,
la enunciación de la regla fundamental: es la conjunción de
la demanda y de la oferta de un dispositivo de comunicación
no convencional lo que, desde este punto de vista, posee el
mismo carácter de excepción que el dispositivo de la cura,
pero que genera en esta situación específica efectos específi-
cos. En esas especificidades se inscribe la experiencia psi-
coanalítica.
58
Panorama de las investigaciones psicoanalíticas
correspondientes a las relaciones del sujeto, de la
palabra y del grupo
La investigación de esas especificidades está aún poco
desarrollada, como lo he señalado a propósito de la insufi-
ciencia de los trabajos sobre la regla fundamental, la cadena
asociativa y los procesos que las organizan en los grupos.
Expondré más adelante las proposiciones de S. H. Foulkes.
Lo esencial de la investigación psicoanalítica se ha ce-
ñido naturalmente a tratar las relaciones del sujeto y del
lenguaje, y en algunos casos a tomar en consideración sus
inscripciones y la formación de sus relaciones en la inter-
subjetividad. Más raras aún son las investigaciones que
atienden al hecho de que el lenguaje, las obras del lengua-
je y de la palabra son también los depósitos, los memoriales
extrasubjetivos del inconsciente; al de que forman las es-
tructuras intersubjetivas donde se sustenta lo simbólico, las
mismas que instala la comunidad en el contrato social (cf.
Rousseau), para evitar que el cuerpo a cuerpo sea la salida
arrasadora y mortal del pensamiento y del vínculo.
Al reinstaurar la preponderancia de un modelo lingüísti-
co de inteligibilidad del sujeto del inconsciente, Lacan osciló
entre dos posiciones radicales: la pura determinación del
inconsciente por los efectos del lenguaje, y la toma en consi-
deración, cercana en esto al sistema triádico de Peirce, del
sujeto interpretante en la relación significado-significante.
Dentro de esta segunda perspectiva, la palabra hablada es
un acto interpretativo que corresponde en ese caso más bien
a la función del preconsciente que del inconsciente, y esta
función sólo se ejerce en y por la intersubjetividad. El dis-
curso del paciente puede tanto menos presentarse y ser des-
cifrado como un texto, cuanto que es acto interpretativo y
relación intersubjetiva.
Según supuestos teóricos diferentes, W. R. Bion pone el
acento, como J. Lacan, en la importancia de la función psí-
quica del Otro en el acceso al lenguaje, el uso de la palabra y
la formación del pensamiento; sostiene, con el concepto de la
fü.nción alfa, un vínculo psíquico de metabolización en el
Otro (el aparato psíquico de la madre) de los contenidos psí-
quicos inadecuados para transformarse por sí mismos en
representación de palabra. La función de acompañamiento
59
de la experiencia del infans por la voz y las palabras de la ·
madre ha sido retomada y destacada por P. Aulagnier,
quien, con los conceptos de porta-palabra y de sombra ha-
blada, pone vigorosamente en relieve la articulación de las
funciones interpretativa y continente del acompañamiento
con aquellas, estructurantes, de presentación de las prohibi-
ciones capitales y de transmisión de contenidos de represen-
tación marcados por la represión materna.
Los trabajos de D. Anzieu se introdujeron en una direc-
ción que se acerca a algunas de estas perspectivas, cuando
analiza la palabra como acto psíquico que articula investi-
dura pulsional (cf. l. Fonagy) y código organizado colectiva y
psíquicamente. También dentro de esta perspectiva, R. Gori
ha orientado sus trabajos sobre el cuerpo y el signo en el
acto de palabra; en una orientación que destaca asimismo la
función de envoltura o continente, R. Gori propone el análi-
sis de las murallas sonoras (1975) y D. Anzieu el de la envol-
tura sonora del sí mismo (1976).
Finalmente -pero esta exploración sumaria no es
exhaustiva-, los conceptos de significante enigmático (J.
Laplanche), de significante formal CD. Anzieu) y de signifi-
cante de demarcación (G. Rosolato) describen la inscripción
mnémica de experiencias a menudo intensas, precozmente
vividas y dotadas de una gran capacidad de impregnación
psíquica; los primeros permanecen en suspenso de sentido y
de significación, y concederemos a su puesta en sentido el
peso determinante de su recaptación significante via el apa-
rato de significar/interpretar (der Apparat zu deuten,
Freud, 1913) de otro sujeto; los segundos, distintos de los
significantes lingüísticos, organizan la comunicación no
verbal según pares de oposición elementales (presencia/au-
sencia; movimiento /reposo; emplazamiento/ desplazamien-
to; toma en sí/rechazo ... ) en los que prevalece la gestua-
lidad.
La cuestión de las relaciones del lenguaje y del grupo in-
teresó a Bion. En sus investigaciones sobre los pequeños
grupos y en algunos textos ulteriores, W. R. Bion centrará
sobre el relato bíblico de la Torre de Babel algunas perspec-
tivas marcadamente estimulantes sobre esta articulación,
pero no desarrollará los aspectos metodológicos correspon-
dientes en una proposición específica sobre los procesos aso-
ciativos y las cadenas asociativas en los grupos.
60
El estudio realizado en 1975 por M. C. Gear y E. C. Lien-
do, que parte de las proposiciones semiológicas de Prieto 13 y
del abordaje estructural de la comunicación familiar, aporta
también algunas hipótesis, pero no trata explícitamente so-
bre el estatuto de la palabra en la consideración psicoanalí-
tica de la psique y de los conjuntos intersubjetivos, sin duda
por falta de una hipótesis psicoanalítica lo bastante consis-
tente sobre estas relaciones.
Los trabajos de R. Gori sobre el objeto-palabra hablada y
sobre el acto de palabra en los grupos de formación (1972,
1973) tuvieron por objetivo articular la economía pulsional
y las representaciones de la palabra hablada como acto del
sujeto en los grupos. Prefiguraban una nueva zona de inves-
tigación sobre las modalidades de ligazón entre afecto y re-
presentación. Deberá proseguirse la investigación en la vía
que nos permitiría comprender mejor cómo la situación de
grupo provoca, en ciertos casos, no la ligazón, sino la diso-
ciación entre el afecto y el discurso.
61
Para avanzar en este punto, debía prestar atención al
proceso asociativo en el lugar donde está determinado por la
función defensiva que cumple el recurso al ideal, a la idea
omnipotente y a los fetiches. Al mismo tiempo, me veía con-
frontado con el análisis de las angustias y resistencias acti-
vadas en el dispositivo psicoanalítico de grupo, con sus efec-
tos en la contratransferencia, principalmente cuando dos o
varios psicoanalistas trabajan juntos. Luego, a propósito del
análisis intertransferencial, formulé la idea de que el grupo
no es otra cosa que una cadena asociativa, y me interesé
principalmente en el estatuto del porta-palabra, del porta-
síntoma y del porta-sueño, en los mecanismos de sustitu-
ción, desplazamiento y representación-delegación que se
operan a través de las funciones cumplidas por estos.
Algunos años más tarde (1975-1976), el desarrollo de
mis investigaciones sobre los grupos internos y sobre el
apuntalamiento grupal del psiquismo me condujo a tratar
el grupo interno en su relación con el sueño. Hacia 1980, ini-
cié trabajos más precisos sobre las formaciones intermedia-
rias (Mittelbildungen) intrapsíquicas (pensamientos, in-
termediarios en la formación del sueño y en la cadena aso-
ciativa, síntomas, formación del yo ... ) e interpsíquicas (me-
diador, mensajero, representante) en el pensamiento freu-
diano. Despejé, a partir del análisis de sueños de grupo, el
proceso primario de difracción, distinto de la fragmentación
y del despedazamiento, y situé la función de ese proceso (al
lado del desplazamiento y de la condensación) en el proceso
grupal. La elaboración clínica que sostuvo esos trabajos fue,
por un lado, la clínica de las posiciones ideológicas, mitopoé-
ticas y utópicas en el sujeto singular y en los grupos; por
otro lado, la clínica del histérico en su grupalidad interna y
en su relación con el grupo; finalmente, la clínica del aconte-
cimiento traumático y de la elaboración intersubjetiva de
las huellas y significantes individuales en el grupo. Cada
una de estas exploraciones clínicas me convenció de cierta
homología de estructura entre el proceso de la cadena aso-
ciativa y el proceso psíquico grupal. El encuentro de estos
dos procesos en el grupo plantea la cuestión del sujeto a la
vez singular y plural, sujeto que habla su propia subjetivi-
dad, y sujeto hablado en una red intersubjetiva en la que él
es porta-palabra, porta-sueño o porta-síntoma. A partir de
esas dos estructuras asociativas, intenté despejar algunas
62
hipótesis sobre la especificidad de la cadena asociativa
grupal.
63
¿Cómo se articulan en la relación de cada sujeto con la pala-
bra, con la significación, con el sentido y con el saber, lo en-
tre-dicho [entre-dit] y lo prohibido [interdit]? Para avanzar
en esta dirección, como en las siguientes, probablemente
habría que indagar en la validez y los resultados de las teo-
rías lingüísticas de referencia en el campo del psicoanálisis.
No está garantizado que el legado saussuriano sea aquí el
más pertinente. M. Bajtin y la lingüística pragmática per-
miten referencias que están más en resonancia con estas
cuestiones.
La segunda serie de preguntas tratará sobre las condi-
ciones, modalidades e implicaciones de la hipótesis que ad-
mitiría que algunas formaciones y procesos de pensamiento
o de discurso tienen una consistencia en el nivel del grupo:
la noción bioniana de una «mentalidad grupal» expresa a la
vez la idea de que algunas significaciones se producen en
grupo y de que algunas significaciones son propias del gru-
po en cuanto tal. 14 ¿Qué estatuto metapsicológico tendría la
noción de un Nosotros, homóloga a la del Yo, como sujeto del
pensamiento? ¿Qué posiciones psíquicas satisfacen los
mitos, las ideologías, las utopías, las teorías, en la estructu-
ra, la economía y la dinámica del conjunto? En sus relacio-
nes con la fantasía inconsciente compartida, ¿qué funciones
les están reservadas?
La tercera dirección de investigación trata acerca de las
articulaciones de la palabra, el pensamiento y el discurso en
los puntos de anudamiento del inconsciente en el aparato
psíquico individual y en el espacio grupal. Considera desde
este punto de vista, en la doble lógica que los constituye, el
porta-palabra, el porta-sueño, el mensajero, los mediadores,
las personas y los personajes del poeta, del héroe y del
historiador (el Dichter, cuyo retrato traza Freud al final de
Psicología de las masas y análisis del yo). Según esta pers-
pectiva, ¿cuál sería el estatuto metapsicológico y clínico de
las representaciones, discursos y pensamientos comunes y
compartidos? ¿Cómo concebir la conjunción de modalidades
intrapsíquicas e intersubjetivas de la represión, la denega-
64
ción, la renegación, la alucinación, pero también de la hue-
lla, la memoria y la memorización?
Lo impensado capital de la regla fundamental, del proce-
so asociativo y de las cadenas asociativas en situación de
grupo arraiga en la sobredeterminación de todas estas difi-
cultades. La incertidumbre que subsiste en cuanto a las ver-
daderas apuestas de las modificaciones introducidas en la
construcción psicoanalítica, en lugar de poner esta laguna
al descubierto y de generar el debate, lo paraliza. Hasta tan-
to la cuestión no se plantee, la falta de conocimiento nos im-
pide incrementar o reducir anticipadamente su alcance. Por
mi parte, supongo que el psicoanálisis aún no ha recorrido
ni reconocido todo el espacio de su dominio teórico y de su
práctica. Nuestra tarea es transformar en dinámica de in-
vestigación las resistencias y los obstáculos que descubre.
65
2. El grupo como situación psicoanalítica
67
frente, y concederse preeminencia a los procesos y conteni-
dos de la representación y de la palabra.
El problema que queda por resolver a partir de esta se-
gunda inversión es que el dispositivo de grupo no contradi-
ga, en el fondo, los requisitos teóricos y metodológicos del
psicoanálisis. El dispositivo de conducción de las curas indi-
viduales en frente a frente, hoy más frecuentemente utiliza-
do, si bien plantea dificultades particulares, no ha invali-
dado los fundamentos del método. Al contrario, porque los
principios metodológicos invariantes se han consolidado, los
dispositivos pueden tolerar variaciones apropiadas a su
objeto particular.
De este cambio de perspectiva podemos esperar el descu-
brimiento de formas de la realidad psíquica en parte inacce-
sibles precisamente a causa de la limitación que introducen
los diferentes dispositivos de la cura individual. Sólo una
metodología general del psicoanálisis constituiría un sis-
tema de criterios aptos para poner a prueba la calidad de los
efectos de análisis y de investigación que cada dispositivo
hace posibles.
68
mente del deseo inconsciente en tanto significación capaz de
ser llevada al sentido, de ser descifrada, traducida e inter-
pretada.
El deseo humano se dirige a otro. El segundo criterio es
que la situación psicoanalítica selecciona lo que pone al de-
seo en relación con otro. Aquí, nuevamente, el criterio epis-
temológico está guiado por la dimensión central de la técni-
ca psicoanalítica. La dimensión de la transferencia se mani-
fiesta como algo distinto de una técnica: la transferencia es
considerada como una verdadera dimensión epistemológica
del psicoanálisis, como lo certifican varios textos de Freud.
Lo seleccionado está en condiciones de revelar la dimensión
intersubjetiva y el rasgo constitutivo del deseo humano:
susceptible de ser dicho, se dirige a otro.
La transferencia es la actualización de las diversas ma-
neras de tomar al propio analista como otro. El otro es evi-
dentemente susceptible de tomar diferentes estatutos en la
cura, pero con la condición de que el psicoanalista no se con-
funda con esos otros. La transferencia, lo sabemos, no es só-
lo repetición del conflicto psicosexual inconsciente genera-
dor de la situación neurótica, también es descubrimiento e
invención de las vías por las cuales la repetición puede ser
elaborada y superada. Lo que interesa destacar aquí es que
la experiencia analítica obliga a la teoría a incluir la inter-
subjetividad como una condición del deseo. Esta implicación
ha sido poco desarrollada en la teoría psicoanalítica: subsis-
te en esta lo que podemos llamar un «solipsismo del deseo»
(Ricreur), una definición del deseo en términos de energía,
tensión y descarga, más que en términos de orientación ha-
cia otro.
Si el deseo humano está dirigido a otro, este otro cons-
tituido como su objeto y destinatario en el discurso proferido
en la situación psicoanalítica, participa según una modali-
dad específica en el mismo «proceso de elucidación del in-
consciente», según la fórmula de M. Neyraut: por eso la
transferencia y la contratransferencia están inseparable-
mente unidas y deben en consecuencia ser consideradas
juntas; una y otra están organizadas según un régimen y un
manejo asimétricos, de modo de mantener la distancia ge-
neradora del trabajo psíquico propio del analista y del ana-
lizando. El trabajo psíquico del analista tiene por objetivo
que el error sobre el objeto y sobre el destinatario no quede
69
fijado y que, en consecuencia, la actividad interpretativa se
haga posible.
La consistencia de la realidad psíquica. El tercer criterio
introducido por la situación psicoanalítica corresponde a la
consistencia, la resistencia y la insistencia de ciertas mani-
festaciones del inconsciente. Se trata esencialmente de las
fantasías y síntomas y, en consecuencia, de todas las trans-
formaciones cuya estructura es homóloga a la de la fantasía
y de los síntomas, el sueño, los objetos abandonados y susti-
tuidos, y las configuraciones generadas por la combinatoria
de las sustituciones.
La historizaci6n. Por último, cuarto criterio: la situación
analítica retiene de la experiencia de un sujeto lo que está
en condiciones de entrar en una historia o en un relato. Este
trabajo de historización es destacado por Freud desde que
introduce la noción de la resignificación y de la perlabora-
ción, es decir, la noción de una reestructuración recurrente
de acontecimientos anteriores que en su momento no pu-
dieron ser integrados a un contexto significante. La memo-
ria, el trabajo de memoria, es entonces el trabajo de reelabo-
ración de las estructuraciones anteriores bajo formas cada
vez más complejas. El método de la asociación libre propor-
ciona el acceso a él.
Antes de traducir los efectos de estos criterios en la si-
tuación psicoanalítica de grupo, me es preciso describir al-
gunas especificidades de esta situación.
70
la interdiscursividad de los procesos asociativos;
efectos de trabajo psíquico consecutivos a estas tres ca-
racterísticas.
71
dimensión visual esté activada, mientras que está desacti-
vada, neutralizada o suspendida en la situación paradigmá-
tica de la cura, define una oposición y una complementarie-
dad entre lo visual (lo pictográmico, lo icónico) y la articula-
ción de la palabra (lo sintáctico); la activación de lo visual
sostiene varias funciones, algunas de las cuales pueden ser
reclamadas para mantener efectos de captación imaginaria,
mientras que la apelación a la palabra es capaz de habilitar
un acceso a lo simbólico.
El análisis de esta dimensión por parte de los psicolin-
güistas que trabajan sobre situaciones interlocutorias pone
en evidencia su papel en los encuentros de este tipo, gene-
ralmente recogidos en el marco habitual de la vida cotidia-
na, es decir, frente a frente y, con toda evidencia, sin enun-
ciación de la regla de asociación libre. J. Cosnier (1991) ha
destacado las particularidades de estos encuentros: se
realizan por una combinación multicanal de elementos ver-
bales, vocales y mimogestuales utilizados según reglas re-
guladoras y constitutivas precisas, adaptadas al marco si-
tuacional. Los intercambios se organizan según un modelo
llamado «de tres tiempos» (A propone, B valida, A valida la
validación de B) que funciona prácticamente siempre utili-
zando, conjunta o separadamente, lo no verbal: movimien-
tos de cabeza, mímicas faciales, emisiones vocales. Apoyán-
dose sobre un protocolo presentado por A. Trognon, J. Cos-
nier destaca que es mediante un gesto como el animador
llega a administrar el tiempo de exposición de un orador y a
hacerle aceptar la cesión de su turno a algún otro. Por otra
parte, el grupo se confirma en su comunidad de pensa-
miento:
72
presentes en el compañero. Ahora bien, este trabajo de atri-
bución de afectos estaría basado en gran parte sobre una ac-
tividad de ecoización corporal. Recientemente se ha demos-
trado que la adopción de mímicas, posturas, o la realización
de ciertas actividades corporales eran susceptibles de hacer
nacer afectos específicos, susceptibles ellos mismos de in-
ducir representaciones mentales específicas (. .. ) Esta "in-
ducción emocional por la reproducción de los modelos efec-
tores" podría así ser puesta por ecoización al servicio del co-
nocimiento de otro y contribuiría a dar una base objetiva al
fenómeno de empatía. En el nivel del grupo, esta participa-
ción corporal actúa sin duda alguna y es particularmente
evidente en las circunstancias en que las expresiones emoti-
vas o motrices se vuelven explícitas: risas, llantos, pánicos,
cantos, bailes, desfiles ... Pero, en las interacciones frente a
frente, esos fenómenos resultan casi siempre subliminales»
(op. cit., pág. 98).
La situación psicoanalítica contrasta considerablemen-
te con estas otras situaciones: «Ante todo en su proxémica
misma: la multicanalidad habitual se reduce a la verbali-
dad y a la vocalidad. Luego, en la actitud del analista, que
refuerza la reducción precedente con la parsimonia de sus
intervenciones. El segundo tiempo de la interacción (B vali-
da a A) está reducido al máximo, e incluso ausente. Esta
ausencia forzará al analizando, que por otra parte es inti-
mado a hablar, a imaginar las reacciones del analista que
está detrás de él. Dicho de otro modo, esto lo impulsa a la
proyección y a la transferencia. Podemos decir que este dis-
positivo proxémico especial cumple un papel muy importan-
te en la estructuración del discurso analítico y en el desarro-
llo del proceso.
«Pero entonces, ¿qué ocurre en el psicoanálisis de grupo?
Allí la situación es más compleja, el segundo tiempo se hace
más notable. Los analistas no pueden sustraerse o volverse
invisibles, todo lo que pueden hacer es permanecer lo más
neutros posible, pero esta neutralidad es en buena medida
ilusoria, y lo no verbal hace aquí una irrupción masiva, y es-
to tanto de una parte como de la otra: tanto del lado de los
pacientes como [del] de los terapeutas. Podemos, pues, espe-
rar que muchas cosas sucedan en paralelo en los inter-
cambios verbales "oficiales", y O. Avron (1991) aborda esos
problemas con mucha pertinencia. Debemos alegrarnos de
73
esto, puesto que hasta ahora lo no verbal fue muy a menudo
puesto entre paréntesis» (ibid.).
Ciertamente. Es necesario tomar en consideración estas
observaciones y sólo podremos hacerlo examinando la fun-
ción de la comunicación multicanal en el proceso asociati-
vo. Pero en ese caso nos arriesgamos a confundir los niveles
de análisis y los objetos que se propone tratar cada aborda-
je disciplinario. Debemos formular la hipótesis de que la
enunciación de la regla fundamental en la situación psico-
analítica transforma el estatuto de las manifestaciones de
lo no verbal y tiende hacia su reinscripción, o su inscripción
primera, en el registro de la palabra hablada. La postura
metodológica que impone el enfoque psicoanalítico es re-
conocer que los procesos de grupo son trabajados por la
«combinación multicanal de elementos verbales, vocales y
mimogestuales», pero asimismo tomar partido por la exi-
gencia de la palabra.
Ciertamente, el discurso es heterogéneo, es una mezcla
de verbalidad, vocalidad y gestualidad. Y debemos retener
al mismo tiempo lo que nos revelan la semántica (la com-
prensión del sentido, descripto en términos de represen-
taciones) y la pragmática (el contexto de los intercambios,
descriptos en términos de acciones e interacciones). Pero si
tratamos de retener estas dos dimensiones, es finalmente
para devolverlas al objetivo del trabajo propiamente psico-
analítico, del que D. Widlócher (1986) daba una exacta
formulación inspirándose en los trabajos de la lingüística:
describir e interpretar el móvil de los actos de palabra por la
intención de los actos de lenguaje.
Tales cuestiones no pueden tratarse únicamente me-
diante el debate teórico y las tomas de posición a priori: de-
ben ser informadas por la clínica y por los efectos empírica-
mente observables en la práctica psicoanalítica de los gru-
pos. Es absolutamente probable que algunas de las dimen-
siones del dispositivo de grupo sean utilizables por uno u
otro sujeto para obstaculizar la constitución de un trabajo
psicoanalítico, para contrarrestar la elaboración de su expe-
riencia y satisfacer sus resistencias. No me refiero aquí al
régimen habitual de emergencia de las resistencias reducti-
bles mediante su interpretación en la transferencia, sino a
una potencialidad resistencia! que correspondería a la si-
tuación de grupo misma. Pero pienso que al menos una par-
74
~
te de esas utilizaciones resistenciales corresponde al conoci-
miento todavía mediocre que tenemos de los procesos psí-
quicos implicados en los grupos y susceptibles de transfor-
marse en proceso psicoanalítico.
75
sus etapas y sus apuestas a partir de las investigaciones
que desembocan en el abandono de la hipnosis y en la in-
vención del método psicoanalítico. En su artículo de 1913,
«Sobre la iniciación del tratamiento», Freud expone los
elementos invariantes de la situación: allí se describen las
características formales del dispositivo, la función del ana-
lista, la organización del tiempo (duración y ritmo de las se-
siones) y del espacio, la relación con el dinero, finalmente la
estructura de las reglas fundamentales.
El camino que va de Freud a Bleger pasa por numerosas
etapas y por algunas rupturas en la concepción del psico-
análisis: remito sobre este punto al trabajo de R. Roussillon,
que muestra cómo cada una de las grandes modificaciones
técnicas corresponde a un debate teórico y a una tentativa
de re-fundar el psicoanálisis. Por ejemplo, los cambios apor-
tados por J. Lacan en el dispositivo de la cura (duración de
las sesiones, cantidad de sesiones) van mucho más allá de
simples modificaciones técnicas. Son una crítica respecto
de la fetichización y de la normalización del dispositivo regi-
do por la concepción norteamericana del psicoanálisis, al
mismo tiempo que una forma de situarse con relación a la
herencia de Freud en ruptura dentro del movimiento psico-
analítico.
D. W. Winnicott contribuirá de una manera menos tu-
multuosa a definir el concepto moderno de encuadre con la
noción de setting: designa así el conjunto de todos los deta-
lles de organización del dispositivo psicoanalítico «de trata-
miento» que contribuyen a su estabilidad.
Antes de la puesta a punto realizada por José Bleger
(1967), el encuadre era entendido como el representante
superyoico dotado de un poder legislante sobre el proceso de
la cura.
En su artículo «Psicoanálisis del encuadre psicoanalíti-
co», Bleger propone una concepción absolutamente original
pues es el primero en introducir la idea de que el encuadre
condensa o recoge el continente psíquico habitualmente
fundado sobre la emanación de la parte más arcaica del yo.
El encuadre será el lugar donde se incrustan esos elementos
arcaicos.
En el origen del trabajo de Bleger hay observaciones clí-
nicas: corresponden a irregularidades en los horarios, cam-
bios en el espacio, ciertas dificultades relativas al pago, ten-
76
1
tativas para prolongar la sesión más allá de los horarios o
para cambiar estos, etcétera.
A partir de estas consideraciones, el encuadre ya no es
sólo y principalmente el conjunto de los elementos espacia-
les, temporales, materiales y jurídicos que sostienen la si-
tuación psicoanalítica. Lo que se vuelve «predominante»
son las funciones que cumple: principalmente, la de ligar las
angustias y las representaciones simbióticas.
J. Bleger dice que el encuadre es la organización más pri-
mitiva y menos diferenciada de la personalidad. Es «el ele-
mento fusiona! yo-cuerpo-mundo de cuya inmutabilidad de-
pende la formación, existencia y diferenciación del yo, del
objeto, de la imagen del cuerpo, del cuerpo, de la mente,
etc.» (trad. fr., págs. 255-6). El encuadre es una presencia
permanente sin la cual el yo no puede constituirse ni desa-
rrollarse. Es un no-proceso, es decir, una serie de invarian-
tes dentro de las cuales el proceso puede tener lugar.
Una de las características del encuadre es ser «mudo»:
Bleger evoca la simbiosis madre-bebé, reproducida en la re-
lación analítica en forma muda, y de la que, mientras no fa-
lle, no tenemos percepción consciente ni conceptualización.
Así pues, donde se manifiesta es en la ruptura o en la ame-
naza de ruptura. Diremos, entonces, que toda irregularidad
hace aparecer la existencia del encuadre y constituye una
amenaza respecto del soporte principal del yo, es decir, res-
pecto de la parte simbiótica de la personalidad. El encuadre
está efectivamente en posición meta con relación al conteni-
do y, si el encuadre varía, el contenido varía considerable-
mente. En varias ocasiones, Bleger observa que en los aná-
lisis de psicóticos, si el encuadre analítico se mueve, el peli-
gro de desestructuración afecta a los apoyos del yo del suje-
to, es decir, a todo lo que lo constituye. El no mantenimiento
del encuadre psicoanalítico por parte del analista tiene efec-
tos amenazadores para la seguridad y la identidad del su-
jeto.
De hecho, para cada uno, el encuadre es el depositario de
la parte no diferenciada y no disuelta de los vínculos simbió-
ticos primitivos. En este sentido, es verdaderamente una
institución y toda institución posee sus propiedades.
77
Algunas funciones del encuadre
78
del encuadre confrontado con el de su adecuación y su
disposición. Este problema define en parte el contenido del
análisis transicional.
79
la teoría, de la metodología y de la clínica psicoanalíticas
de los grupos cuando logremos establecer, más allá de las
variaciones de los objetivos y dispositivos, un cuerpo míni-
mo de proposiciones sobre las invariantes de la situación
psicoanalítica de grupo, sobre el espacio psicoanalítico que
en ella se construye, sobre la cadena asociativa grupal, so-
bre la interpretación.
80
aspectos inconscientes como el equivalente de la asociación
libre» (ibid.).
Foulkes desarrolla así su punto de vista: la situación
analítica de grupo está concebida para alentar al máximo la
liberación de la censura. Los grupos donde la conversación
cambia a menudo de tema son los más cercanos a la asocia-
ción libre de grupo; por el contrario, cuanto más la ocupa-
ción (la razón que el grupo tiene para encontrarse) está en
primer plano, menos libre es la asociación de grupo. En los
grupos analíticos, el contenido manifiesto de la comunica-
ción está emparentado con las ideas latentes del sueño. La
matriz de grupo es «la trama hipotética de comunicación y
relación en un grupo dado» (ibid., pág. 287). Por eso ese te-
rreno compartido en común determina el sentido y la impor-
tancia de todos los elementos, y, en consecuencia, el curso de
las asociaciones.
Dentro de esta red transpersonal, el individuo es conce-
bido como un punto nodal, probablemente análogo al Kno-
tenpunkt con que Freud designa el entrecruzamiento de los
hilos asociativos de un mismo individuo. Foulkes lleva más
lejos la metáfora freudiana comparando al individuo con la
neurona, «punto nodal del sistema nervioso que reacciona y
responde siempre como un todo (Goldstein)». El individuo,
como la neurona en el sistema nervioso, está sostenido en la
matriz del grupo. «Dentro de esta perspectiva, concluye
Foulkes, se hace más fácil comprender nuestra afirmación
según la cual el grupo asocia, responde y reacciona como un
todo. El grupo se sirve de un orador u otro, pero es siempre
la red transpersonal la que está sensibilizada y se expresa o
responde. En este sentido, podemos postular la existencia
de una "mente" de grupo, de la misma manera como pos-
tulamos la existencia de una "mente individual"» (ibid.,
pág. 117).
Si algunas de mis propias concepciones pueden empa-
rentarse con ciertas ideas de Foulkes, pretendo distinguir-
me de ellas por la problemática y la metodología: he desta-
cado la función determinante del aparato psíquico grupal
sobre el curso de las asociaciones; he desarrollado una
concepción del sujeto del grupo como punto de anudamiento
en la red asociativa grupal y como sujeto del inconsciente.
81
Proposicwnes
82
El deseo humaoo se dirige a otro: las
transferencias en el grupo
83
transferenciagrupal sobre el grupo, en tanto objeto que fun-
ciona como imago materna arcaica y edípica y como «ma-
triz» societal (en el nivel arcaico: la horda; y en el nivel edípi-
co-societario: el pasaje del grupo al estado de «cultura» y de
asunción de su historia); las transferencias laterales sobre
los otros como imagos fraternas, en el marco de la familia,
de la horda primitiva y de la sociedad; la transferencia socie-
tal sobre el mundo externo como poder tiránico, represen-
tante de un afuera amenazador, lugar de proyección de la
destructividad individual, y también de la esperanza de un
mundo mejor, y además como referencia estructurante a la
ley simbólica (posedípica).
Según esta perspectiva, las resistencias, consideradas
esencialmente como actualización de las defensas en la
transferencia, se deben a la reactivación del conflicto defen-
sivo frente a la situación grupal, es decir, frente a los cuatro
objetos transferenciales grupales. A. Béjarano precisa que
esas resistencias resultan de la regresión debida a la puesta
en situación grupal y a la regla de la asociación libre y de
abstinencia; el clivaje del yo, de los objetos y de la transfe-
rencia son resultado de ello. Béjarano demuestra que el li-
derazgo en los grupos es un fenómeno de clivaje esencial, y
sobre todo que «el líder es el agente de la resistencia de
transferencia, por lo tanto el agente del cambio y del des-
prendimiento si esta función resistencial-transferencial es
interpretada (e interpretable)». Concluye así: «Este punto
es el más central de nuestra perspectiva (. . .) puesto que
regirá necesariamente la técnica, es decir, la escucha (elec-
ción del material), la interpretación, por lo tanto la meta
de desprendimiento y, de ese mismo modo, los objetivos»
(ibid.).
Proposiciones
84
quica, la repetición de las experiencias infantiles durante
las cuales se constituyeron los objetos y procesos de los
grupos internos, las formas y procesos transindividuales,
transgeneracionales y transubjetivos que pertenecen pro-
piamente a cada sujeto sólo a través de su pertenencia a la
cadena y al conjunto. La situación de grupo moviliza y tra-
baja, en la resistencia y la transferencia, esos contenidos y
esos procesos.
La noción de una dinámica propia de la transferencia y
de la perlaboración en situación de grupo se desprende del
análisis de las modalidades y objetos específicos de la trans-
ferencia, de los contenidos transferidos en las configuracio-
nes transferenciales: con esto quiero decir que las correla-
ciones entre los objetos de la transferencia determinan un
proceso de trabajo psíquico distinto, en sus modalidades y
resultados, del que generan la situación y el dispositivo de
la cura individual.
En la situación de grupo, las características de la neu-
rosis infantil propia de cada uno se actualizan, repiten y
transforman según modalidades que confieren a la neurosis
de transferencia una configuración particular, descripta por
la noción de grupo de transferencia, es decir, la transferen-
cia múltiple administrada por los grupos internos y el apa-
rato psíquico de grupo.
Se moviliza predominantemente una determinada cons-
telación de los objetos infantiles y de los vínculos entre esos
objetos. En el más alto grado, en la situación de grupo, la
transferencia sobre un objeto implica (incluye) la transferen-
cia sobre el otro del objeto: en ese sentido, nos encontramos
con un doble proceso de difracción y de conexión de las
transferencias. He destacado el primer proceso; 3 J.-C. Rou-
chy señaló la importancia del segundo; 4 escribe: «Una ca-
racterística del trabajo de grupo es que se produzcan trans-
ferencias simultáneamente sobre varias personas, y de
manera articulada unas a otras: sea por el desplazamien-
to de objetos internos sobre diferentes personas, en una
descomposición de diferentes partes del yo que adquieren la
apariencia de objetos independientes unos de otros y que
sólo están ligados por el proceso inconsciente en el origen de
85
la difracción, de la fragmentación o de la forclusión; sea por
el desplazamiento de los personajes internos reencarnados
que adquieren su sentido en sus relaciones. De este modo,
pueden ser transferidos en el grupo no sólo objetos parciales
o personajes, sino los elementos recompuestos de las redes
de interacciones familiares. Esta sustitución puede incluso
afectar principalmente a esas relaciones mismas: se trans-
fieren las conexiones» (ibid., págs. 55-6). Freud, en el relato
del análisis de Dora, no dice nada diferente: habla de las
transferencias de la histérica y de la conexión entre estas.
La utilidad de los conceptos de grupalidad psíquica y de
aparato psíquico grupal aparece en esta necesidad de pen-
sar las transferencias en la situación de grupo. El primero
describe formaciones intrapsíquicas dotadas de propieda-
des distributivas y permutativas; estas formaciones son mo-
vilizadas como organizadores de los procesos de ligazón,
contención y transformación interpsíquicos, o sea, la for-
mación del aparato psíquico grupal. Estos dos conceptos es-
tán construidos para dar cuenta de la clínica psicoanalítica
grupal, es decir, para representarse y tratar movimientos
de la realidad psíquica en un conjunto: lo que se produce en
un lugar psíquico de este conjunto ocasiona sobre otros lu-
gares de este conjunto un efecto de trabajo, y determina de
ese modo la economía y la dinámica psíquica interferente
para cada sujeto del grupo y para el conjunto considerado
como tal.
La transferencia en situación de grupo se caracteriza por
el reemplazo sucesivo o simultáneo de la relación entre va-
rios objetos organizados en las estructuras de un grupo in-
terno, por la relación actuada e imaginaria establecida en el
grupo con los diferentes objetos y vínculos que lo consti-
tuyen.
Vemos así que el grupo es el lugar de emergencia de con-
figuraciones particulares de la transferencia. El psicoana-
lista, por necesidad morfológica del grupo, no es el único ob-
jeto de la transferencia. La critica referida a una noción de
dilución de la transferencia impide comprender que se trata
más bien de una difracción de las transferencias y de sus co-
nexiones entre los objetos inconscientes del deseo. Esto im-
plica desconocer la estructura y la dinámica propias de la
transferencia en situación de grupo, y este desconocimiento
está fundado en parte sobre el sentimiento de desposesión
86
que experimenta o puede experimentar el psicoanalista
cuando se desplaza desde el sillón hacia el grupo. Más allá
de este desconocimiento, queda pendiente reconocer los ob-
jetos de la transferencia y su dinámica de conexión.
87
Un caso particular: las intertransferencias entre
psicoanalistas en grupo
88
también, y en este aspecto particular de la técnica, la si-
tuación psicoanalítica de grupo se distingue de la cura indi-
vidual.
89
aparato psíquico de agrupamiento (o aparato psíquico gru-
pal). Recuerdo brevemente sus principios: las formaciones
de la grupalidad psíquica funcionan como organizadores de
este aparato.
El acoplamiento implica que algunas funciones psíqui-
cas se vean inhibidas o reducidas y que otras, en cambio,
resulten electivamente movilizadas, manifestadas y trans-
formadas; el acoplamiento se efectúa según modalidades
donde prevalecen, entre cada sujeto y el conjunto, o relacio-
nes isomórficas (imaginarias, metonímicas), o relaciones
homomórficas (simbólicas, metafóricas).
La historización y el trabajo de la
intersubjetividad
Ese cuarto criterio de selección que las características de
la situación psicoanalítica operan en la experiencia psíquica
tiene sentido en el dispositivo psicoanalítico de grupo. Se
comprende, según mi punto de vista, mediante el concepto
de trabajo de la intersubjetividad.
En efecto, las características de la situación psicoanalíti-
ca grupal califican un régimen de trabajo psíquico particu-
lar cuyos lugares, dinámica y economía se expresan en los
términos de la intersubjetividad.
Llamo trabajo de la intersubjetividad al trabajo psíquico
del Otro o de más-de-un-otro en la psique del sujeto del in-
consciente. El corolario de esta proposición es que la cons-
titución intersubjetiva del sujeto (lo que define el concepto
de sujeto del grupo) impone a la psique ciertas exigencias de
trabajo psíquico: imprime a la formación, a los sistemas,
instancias y procesos del aparato psíquico, y en consecuen-
cia al inconsciente, contenidos y modos de funcionamiento
específicos.
El concepto de trabajo de la intersubjetividad admite co-)
mo una consecuencia del concepto de sujeto del grupo la
idea de que cada sujeto está representado y busca represen-~
tarse en las relaciones de objeto, en las imagos, identifica-
ciones y fantasías inconscientes de un otro y de un conjunto
de otros; asimismo, cada sujeto se enlaza en formaciones
psíquicas de este tipo con los representantes de otros suje-
90
tos, con los objetos de objetos que alberga en sí y que enlaza
entre ellos.
El acceso al sentido es correlativo del acceso al juego me-
tafórico entre el conjunto grupal y sus elementos.
91
institución psicoanalítica. Más allá del modo en que fue tra-
tada por los diferentes movimientos y las diferentes cultu-
ras psicoanalíticas, esta dificultad mantiene abierta una
cuestión de fondo: en realidad, ¿qué viene a hacer el psico-
analista en un grupo? ¿Por qué se desplaza en él, qué em-
plaza en él, en qué lugares lo llevan a ubicarse las caracte-
rísticas formales de la situación de grupo?
El psicoanalista se mantiene en una cierta tensión entre
dos lugares necesarios y correlativos. En el grupo, es a la
vez iniciador del proceso y está en una posición de retrac-
ción, única que le permite escuchar, comprender e in-
terpretar. A. Missenard (1972) observó que en el período ini-
cial de los grupos se estimulan las identificaciones inmedia-
tas, se abre ampliamente el abanico de los referentes identi-
ficatorios; el pequeño grupo atrae al conjunto de los partici-
pantes, incluido el analista, a una situación originaria, es
decir, a una situación de comienzo. Observa también que el
pequeño grupo hace vínculo entre el analista y los partici-
pantes, en el sentido de que es entre ellos un objeto común y
tercero. Yo agregaría que debe mantenerse en esta posición
para que el proceso analítico pueda funcionar.
El lugar del psicoanalista en el grupo se analiza a partir
de esa tensión que nace, en último análisis, de lo que él ofre-
ce a la demanda de que haya un psicoanalista en un grupo.
Una fantasmática organiza esta oferta y esta demanda: una
emergencia es provista por los términos con que se designó
a sí mismo o se dejó nombrar durante todo el tiempo en que
la posición psicoanalítica sobre el grupo se desprendió de las
perspectivas de la psicología social: líder, monitor-anima-
dor. Esta herencia semántica no es sólo una huella de la his-
toria.
El psicoanalista se ve confrontado con la fantasía de fun-
dar o dirigir un grupo, de ser su jefe. ¿Será esta fantasía y
esta transferencia residual la que lo hace desplazarse del si-
llón de la cura individual hacia el grupo: para conducirlo,
enseñarle, cuidarlo? ¿Para fundarlo, refundarlo o disolver-
lo? ¿Para fundar su propio grupo: hacer escuela?
La práctica del análisis de las transferencias cruzadas
que se movilizan cuando varios psicoanalistas en situación
de grupo colaboran, devela esta fantasía: después de Freud,
respaldándose en él, pero también contra él, instituir un
grupo donde el psicoanálisis se haría entre todos, cada uno
92
alternativamente en posición de analizando y de analista,
como en el origen (supuesto), como en la época de las reunio-
nes de los Miércoles o del Comité, como en la época del viaje
a América donde, mucho antes de que los surrealistas lo hu-
bieran recomendado a las familias, Freud, Jung y Ferenczi
se contaban y se interpretaban por la mañana sus sueños de
la noche. No es imposible que esta ficción sostenga el empla-
zamiento imaginario del psicoanalista en los grupos: ¿si-
tuarse en el lugar originario donde los sueños se fundan, se
forman y fusionan, en una comunidad de soñantes e intér-
pretes? ¿Sería el lugar del adivino del pueblo, el del sacerdo-
te-taumaturgo de los templos de Epidauro o de Pérgamo?
El agrupamiento y el grupo suscitan tales ofertas de
lugares. En ello se empeñan los sujetos del grupo. El psico-
analista es convocado siempre a estos emplazamientos fan-
tasmáticos: gracias a estas demandas entre otras, se consti-
tuye la resistencia, es decir, la transferencia. El psicoana-
lista no puede ocupar realmente ninguno de los lugares que
le son asignados en la transferencia: en esto, falla. Sólo
puede dejarse representar figurando el del Otro y de más-
de-un-otro. Para que esos lugares puedan ser traducidos e
interpretados, él no puede coincidir con ninguno de ellos,
a fortiori los del caudillo o del jefe.
Los rasgos morfológicos de la situación de grupo sobre-
determinan esos emplazamientos. El grupo es un conjunto
de varios sujetos reunidos simultáneamente por el psico-
analista, que se encuentra así situado en la transferencia
como el origen de la reunión. Esta copresencia de los «miem-
bros» del grupo con el mismo psicoanalista es uno de los so-
portes de las identificaciones entre los participantes, uno de
los elementos fundamentales del campo transferencia! y
contratransferencial en situación de grupo. Esta particula-
ridad del espacio psíquico produce efectos específicos de la
regresión, de las identificaciones y de los mecanismos de de-
fensa. Otras particularidades dependen de la movilidad
(habitual) de los emplazamientos físicos en el grupo. He
destacado qué incidencias psíquicas tiene, sobre el proceso
de grupo y especialmente sobre el proceso asociativo, la po-
sición frontal, entre otras frontales, móvil, entre otras igual-
mente móviles, del psicoanalista. ¿Al lado y frente a quién
se sitúa, o se encuentra situado en el espacio del grupo?
93
¿Qué cumple y qué induce al desplazarse, qué deja ver de su
cuerpo?
Aun cuando las respuestas que podemos esperar no des-
vían probablemente la concepción de las metas y de la natu-
raleza del trabajo psíquico en los grupos dirigidos según el
dispositivo psicoanalítico, es importante medir los efectos
de tales fenómenos sobre el desarrollo del proceso (las aso-
ciaciones en la transferencia). Sabemos desde hace ya una
veintena de años que la pluralidad de los sujetos reunidos
frente a frente en el grupo crea las condiciones de fenóme-
nos con que el psicoanalista se ve confrontado: su presencia
corporal frontal, el apuntalamiento visual que esta ofrece a
la mirada de los otros plantea la cuestión de lo que él sostie-
ne y de lo que él rechaza en los juegos de la seducción espec-
tacular, en el desarrollo de las identificaciones especulares y
de la «función-espejo» que el grupo parece convocar particu-
larmente. 6 No debemos recusar estas dimensiones -¿cómo
podríamos?- sino comprender sus efectos para tratarlos y
retomarlos en el curso del análisis; debemos comprender
cómo juegan, en el dispositivo de grupo, las puestas en esce-
na del cuerpo y las puestas en actos de palabra en los proce-
sos de puestas en representación endopsíquica. Es en esos
términos como me parece plantearse la cuestión del espacio
mental de que dispone el psicoanalista en grupo, para dar
curso a su atención parejamente flotante y disponible a sus
libres movimientos asociativos.
Todas estas cuestiones, aquí en estado de esbozo, tienen
una incidencia sobre la función psicoanalítica del psicoana-
lista. Se han precisado, complejizándose, con la descripción
de las modalidades de la transferencia y del proceso asocia-
tivo en situación psicoanalítica de grupo. Las respuestas
que he intentado aportarles permiten cualificar las metas
de la situación psicoanalítica de grupo.
94
para los sujetos que son parte constituyente. Implica sin
embargo metas manifiestas «de tipo terapéutico» o «de tipo
formativo o didáctico», y en esas condiciones, lo mismo que
en la cura individual, está entonces más expuesta a efectos
de norma ideológica.
El propósito principal de la situación psicoanalítica de
grupo no podría ser posibilitar la experiencia de un «buen»
funcionamiento de grupo, proponer una experiencia de
adaptación del yo a las normas de grupo o un aprendizaje
del manejo de los fenómenos de grupo. Aunque es claro que
uno u otro de estos propósitos está generalmente incluido
en la. demanda, y que el desarrollo del proceso de grupo da
ocasión para satisfacer uno u otro de esos fines, la suspen-
sión metodológica de su realización mantiene la situación
psicoanalítica ordenada a su objetivo principal: el análi-
sis de los vínculos que se constituyeron en el espacio de la
transferencia y de la contratransferencia, el desligamiento
de las investiduras y representaciones, de los pactos y con-
tratos concluidos en el grupo y que sostienen sus apuestas.
Se trata, pues, de des-agrupar, para cada sujeto del grupo y
en el grupo como tal, en las correspondencias de acopla-
miento entre la grupalidad psíquica y el agrupamiento de
los sujetos, lo que se apuesta en el grupo en cuanto a los
efectos del inconsciente producidos en él.
La función de suspensión metodológica de los propósitos
no psicoanalíticos es neutralizar los efectos de los campos
extra.psicoanalíticos interferentes sobre la situación: este
abordaje a-social (o a-pedagógico) del grupo no significa que
las dimensiones interferentes de la realidad social se desco-
nozcan, que el psicoanalista las trate al modo del rechazo o
de la renegación. Por el contrario, son conocidas en su apor-
te de apuntalamiento a la formación de la realidad psíquica,
y en su utilización por la resistencia al conocimiento de la
realidad del inconsciente. Otro desvío descalificante de la si-
tuación psicoanalítica de grupo es la reducción o la asimi-
lación de esta a la situación de la cura individual. Estos dos
desvíos extremos tienen como consecuencia el escamoteo o
la perversión del objeto propio de la situación psicoanalítica
de grupo.
95
Observaciones sobre la constitución de los
protocolos clínicos y su procedimiento de análisis
96
La primera, circunstancial, es que mi práctica psicoana-
lítica grupal se ha desarrollado preferentemente, pero no
exclusivamente, en este tipo de dispositivo. La segunda es
más fundamental: en los grupos de breve duración, los pro-
cesos de acoplamiento psíquico intersubjetivo son particu-
larmente estimulados, intensa y rápidamente. Los grupos
llamados «de formación», cuyo término está fijado por anti-
cipado, presentan así características que podrían oponerse
punto por punto a las características temporales del disposi-
tivo psicoanalítico de la cura. Sin embargo, estas oposicio-
nes corren el riesgo de enmascarar lo esencial: las especifici-
dades formales de esos grupos son particularmente apro-
piadas para activar y manifestar los procesos intra e inter-
subjetivos del acoplamiento psíquico del grupo. Son metodo-
lógicamente apropiadas para el desarrollo de una situación
psicoanalítica original, en el marco de la cual se producen
efectos de análisis de los vínculos del sujeto del grupo con la
realidad psíquica grupal. Esta particularidad de la dimen-
sión temporal acentúa ciertos procesos y ciertas formacio-
nes psíquicas movilizadas con preferencia en los vínculos
intersubjetivos: A. Missenard (1976) puso particularmente
en evidencia la necesidad en que se encuentran los sujetos
ubicados en esta situación de reencontrar y construir juntos
referentes identificatorios, en cierta urgencia por restable-
cer los límites de su yo, por constituir objetos, continentes y
contenidos. El yo de los participantes es puesto a prueba por
la situación incierta de un frente a frente plural, aún no su-
ficientemente dispuesto en grupo para producir acomoda-
mientos defensivos o creadores contra las angustias sus-
citadas por este encuentro violento; esos referentes, esos
límites y esos continentes de urgencia son encontrados-
creados en cada uno y al mismo tiempo que se construye la
situación del grupo; son producidos en el proceso intersubje-
tivo y lo sostienen. La limitación de la duración interviene
así como factor de una regresión tópica y formal de inten-
sidad variable, de cualidad y recursos desiguales en los par-
ticipantes. Pero moviliza también procesos de trabajo psí-
quico de una cualidad original que corresponde al régimen
específico de la temporalidad en los grupos (Kaes, 1984).
La contrapartida negativa de este tipo de protocolos es
que no siempre disponemos de elementos muy precisos
97
sobre la historia (pero no sobre la estructura) de las psiques
individuales. No obstante, suele ocurrir que esos datos es-
tén disponibles. En cualquier caso, se impondrá la puesta a
prueba de las hipótesis que he formulado en otros dispositi-
vos de grupo (grupo de duración prolongada, grupo con psi-
codrama, trabajo psicoanalítico de grupo con una familia,
grupo de niños, etcétera).
En la mayoría de las situaciones sobre las que se apoya
mi investigación, participé en la situación psicoanalítica
con un(a) colega psicoanalista. En las investigaciones que
he efectuado, el análisis de las intertransferencias ha sido
un elemento decisivo de mi interés por el proceso asociativo
y de mi método para desplegar su análisis.
98
del marco de referencia teórica y de la ética del psicoana-
lista.8
Procedimiento de análisis
99
transformadas en sentido, en el tiempo de la resignifi-
cación.
100
mentos, proliferaciones, nudos, blancos? ¿Cómo voy a dar
cuenta de la simultaneidad de discursos y de lo que oigo en
mi escucha de lo que dicen, con lo que no dicen, con lo que
contradicen sin saberlo o sin querer saberlo, o con aquellos a
quienes no oyen? Y más: ¿cómo memorizar tales secuencias
y dejar jugar en las rememoraciones posteriores a la sesión
los efectos de resignificación, el trabajo de la represión, de
mi propia represión y de la de los otros, y precisamente ahí
donde, por ciertas alianzas, está ligada a la mía? Interroga-
ciones que, evidentemente, habrá que retomar un día con
un inicio de hipótesis sobre la escucha y sobre «la escucha de
la escucha» en situación de grupo. 10
Finalmente, ¿cómo hacer público un protocolo de tal
modo que se preserve el anonimato de cada uno de los suje-
tos? Un protocolo clínico de grupo expone a un conjunto de
sujetos ligados entre sí por una historia común: se necesitan
ciertos disfraces para no develar los unos a los otros y, en
principio, la experiencia y su publicación deben estar sepa-
radas por un plazo de diez años.
101
3. Organizadores psíquicos y
emplazamientos subjetivos en el proceso
asociativo grupal
El grupo con Solange, o el porta-palabra
103
previa. Las sesiones se suceden en tres, cuatro o seis días, a
razón de cuatro sesiones de una hora y cuarto por día: dos
por la mañana y dos por la tarde. Los participantes se reú-
nen en la misma sala, a las horas convenidas por anticipa-
do; están sentados, frente a frente, 1 en general dispuestos
en un círculo (sea porque los asientos están distribuidos así,
sea porque ellos mismos los disponen en esta forma). Entre
las sesiones hay pausas de media hora. Las comidas no es-
tán organizadas para hacerse en común.
Estos grupos se proponen, por lo general, como grupos de
formación; esta designación implica cierta ambigüedad cu-
yos efectos deben detectarse en la situación y en el proceso
que allí se desarrollan. La ambigüedad del lado de «la ofer-
ta» es que el dispositivo y la situación propuestos por los psi-
coanalistas son ante todo pensados y puestos en marcha por
ellos en un registro que se podría calificar como el de lo Ne-
gativo, en el sentido de que la experiencia no apunta a dotar
a los participantes de una «forma» de saber y, a fortiori, de
comportamiento que los psicoanalistas tendrían que trans-
mitirles. Más bien tiene como proyecto permitirles experi-
mentar y pensar ciertos efectos de de-fonnación2 en sus re-
presentaciones e identificaciones; a partir de esos efectos
puede producirse un trabajo psíquico de la cualidad especí-
fica que hace posible una situación psicoanalítica. Estos
grupos «de formación» tampoco se proponen como grupos de
finalidad terapéutica, aun cuando la demanda que parece
encontrar en esta «oferta» una adecuación puede nacer de
un sufrimiento patológico, y aun si en ocasión de esta expe-
riencia se producen efectos terapéuticos o de tratamiento
psíquico. Por último, estos grupos no se proponen como
grupos de psicoanálisis, en el sentido de una cura psicoana-
lítica a través del grupo, lo que no impide que, para algunos
sujetos, tengan sobre su organización psíquica un efecto de
análisis, ya sea antes de una cura individual, ya sea -y en
ciertas condiciones- durante una cura, ya sea también des-
104
pués de una cura. Los efectos propiamente psicoanalíticos
no son, pues, despreciables.
He mencionado en el capítulo anterior que la situación
psicoanalítica de grupo está estructurada por el enunciado
de las reglas que definen el encuadre de la experiencia y
permiten poner en marcha su proceso. Estas reglas son di-
chas, al comienzo de la primera sesión, por el psicoanalista o
por los psicoanalistas que garantizan la función psicoanalí-
tica en la situación. Para que se produzcan los efectos de
trabajo psíquico, y para que esté asegurada la función psico-
analítica que garantiza sus condiciones, es importante que
las reglas constitutivas de la situación 3 se acompañen de la
suspensión de cualquier otro objetivo que el de posibilitar a
los sujetos la experiencia (en el sentido de vivenciarlo) del
inconsciente, y el pensamiento de sus efectos en el grupo y
para cada uno.
En la situación a que voy a referirme, éramos dos psico-
analistas, ambos miembros de la asociación que organiza
este tipo de grupos; a fin de preservar todo lo posible el ano-
nimato de los participantes, y para mantener el sentido de
las equivalencias homofónicas que revelaron su importan-
cia en los nombres de pila de algunos de ellos, llamaré
Sophie a mi colega psicoanalista.
En este grupo se habían inscripto diez participantes.
Para reflejar lo mejor posible nuestra disposición interna en
el momento de comenzar el grupo, debería escribir más bien
que esperábamos, para un grupo de cuatro días, a diez par-
ticipantes, diez desconocidos para nosotros y para ellos mis-
mos. Algunos están ya ante la puerta de la sala cuando lle-
gamos para abrirla; otros llegarán cuando estemos ya insta-
lados en nuestros asientos, silenciosos. Nueve de ellos están
presentes cuando Sophie y yo enunciamos las reglas consti-
tutivas de la situación, tras recordar que los participantes
demandaron inscribirse en este grupo y tras haber precisa-
do los elementos constantes del dispositivo: lugar, horario
de las sesiones [séances], duración de la «reunión» [session].
Los participantes son invitados a decir y sólo decir lo que les
viene a la mente: lo que se les presenta, tal como les llega,
sin crítica ni restricción. Correlativamente, ambos psico-
105
analistas sólo tendrán con los participantes relaciones de
palabra y solamente durante las sesiones. Estos dos enun-
ciados formulan la regla fundamental y la regla de absti-
nencia. Son las dos reglas indispensables.
Otras dos reglas --o más bien dos recomendaciones- se
enunciaron al comienzo de esta sesión; una es llamada «de
discreción»: se invita a cada uno a mantenerse discreto, fue-
ra del grupo, respecto de las personas que conocen en él; la
otra, llamada «de restitución», propone que lo que pudiera
decirse fuera de las sesiones entre los participantes, duran-
te las pausas, retorne en sesión. 4
Primera sesión
106
de nombres para saber a quién uno se dirige, quién habla a
quién»; necesita estos «puntos de referencia» para avanzar.
Es común que se haga esta propuesta en la primera se-
sión: a menudo se sugiere una «lista», se solicitan presenta-
ciones; a veces estas se satisfacen parcialmente, pero es fre-
cuente que se rechacen. Jacques emplea una expresión inu-
sual al insistir sobre los nombres, que fija momentánea-
mente mi atención; pero la moviliza más aún el hecho de
que su proposición «saber quién habla a quién» entra en re-
sonancia asociativa con la preocupación que me acompaña
en esta época y que siento al venir a este grupo: cómo funcio-
na, precisamente, el proceso asociativo. Sorprendido por la
fórmula de Jacques, admito que él no sabe nada de mi inte-
rés por esta cuestión; pero no excluyo que, cuando enuncié
la regla fundamental, ciertas entonaciones hayan dejado
traslucir un signo apenas perceptible, salvo para él, de mi
investidura; si la hipótesis es plausible, la pregunta subsis-
te: ¿por qué él?
La demanda de J acques queda en suspenso durante
cierto tiempo. Una joven, Sylvie, que había llegado después
de que hubiéramos enunciado las reglas y mencionado las
disposiciones de tiempo y lugar, dice que, al llegar a este
grupo silencioso, se preguntó, escrutando los rostros y las
posturas, quién es el «monitor» y quién es la «monitora». 5
Cree saber quién es el monitor, alega la edad, su apariencia
física, su aspecto «vagamente despreocupado»; pero duda
aún entre dos mujeres para «elegir» a la que sería la monito-
ra: esta («¿Cuál es su nombre?» - «Solange») o aquella («¿Y
usted?» - «Michele» - «Gracias»).
Tomando el hilo, Jacques propone que se continúe la
«ronda de nombres», pero no tiene eco. Los participantes es-
tán más bien movilizados por la pregunta que se hizo Syl-
vie; varios de ellos que no nos habían visto abrir la puerta se
habían planteado la misma pregunta-adivinanza, en el si-
107
lencio del comienzo de la sesión, antes de que habláramos.
Ahora saben, puesto que nos escucharon formular las re-
glas.
Esos enunciados orientan mi escucha hacia el esbozo de
una sucesión asociativa regida por el movimiento de la
transferencia: varias personas se reconocen en la pregunta
de Sylvie, pero no responden a la pregunta de Jacques. Al
centrar su pregunta sobre la «monitora», Sylvie intenta, no
tanto conocer lo que esta es para ella, como identificar a una
desconocida, eliminar una incertidumbre. Al tomarla por
otras dos, expresa su dificultad, dobla la apuesta, a menos
que la divida en dos. No se trata, pues, solamente de «locali-
zar» una función encarnada por una mujer, sino de recono-
cer un rostro desconocido, reducir la distancia entre la in-
certidumbre y la expectativa surgida de un rostro que ten-
dría los rasgos de un objeto interno.
Por eso nadie va a responder directamente a la pregunta
que Sylvie se plantea y que interesa a todos; ella deberá per-
manecer en la incertidumbre, mientras que los otros, sa-
biendo que saben, mantienen por su silencio un vínculo pri-
vilegiado con Sophie, cuyo nombre no será pronunciado.
Más tarde, en el tercer día, Sylvie sabrá que ha sido casti-
gada por su atraso y por su desenvoltura, con ese silencio ce-
losamente guardado sobre un saber compartido. Sabrá
previamente, por una interpretación de Sophie, que su ten-
tativa de identificar a la pareja, y especialmente a la mujer
desdoblada en otras tantas rivales, la hizo de entrada porta-
dora de un deseo contra el cual se movilizaron las resisten-
cias. Los participantes sabrán que en aquel momento fue-
ron atrapados en un efecto de grupo -alianza inconsciente
primera, constituyente, resistencia}, cuyo sentido se desple-
gará luego, en apres-coup.
En este momento de la sesión, podemos suponer que el
silencio está completamente ocupado por la represión de
este fugitivo y peligroso «reconocimiento» en Sylvie de un
movimiento de transferencia; ese silencio será interrumpi-
do por Marc: siente, dice, un vago malestar, ya no puede
pensar, «hilar dos ideas seguidas», tiene «la cabeza vacía».
Boris expresa el mismo «sentimiento»: ya no sabe muy bien
dónde está ni quién es. Uno y otro se encuentran concordan-
do sobre una fórmula de Marc: perdieron sus «puntos de
referencia•>, están «fuera de sí». Recuerdo entonces que
108
Jacques, el primero, mencionó su necesidad de referentes
para justificar su propuesta de una «ronda de nombres».
Una secuencia asociativa bastante larga, a la que contri-
buyen varios participantes, retoma esas palabras que insis-
ten sobre la confusión, la pérdida de referentes, la desorien-
tación, el «fuera de sí». La polisemia de esta expresión* deja
asomar la cólera en este sentimiento de desorganización
caótica que expresan en varias ocasiones Marc y Boris. Por
el momento, no intervengo, no señalo este doble sentido, na-
da me parece hacerlo necesario. Estoy movilizado por esta
irrupción bastante intempestiva de un malestar que perdu-
rará hasta el final de la sesión. La representación que tengo
en ese momento es que, efectivamente, los participantes
han perdido sus «referentes identificatorios» y que buscan
reencontrarlos; estoy atento a la diferencia de las preguntas
que plantean Jacques y Sylvie, a la violencia de la expresión
del malestar en Marc y Boris, a la transferencia de Sylvie
sobre nosotros, en especial sobre Sophie.
Segunda sesión
* Esta expresión, hors de soi, significa tanto furioso como presa de agita·
ción, extravío o anonadámiento. (N. de la T.)
109
que siente: un «paquete que hay que deshacer», palabras
para nombrar lo que la hace sufrir y de lo que nada puede
decir, decirse a sí misma.
Comienza a darse cuenta de que quizá no es sólo para
«hablar bien» por lo que está aquí en este momento. Esto,
hace una hora no lo sabía. Se le ocurrió cuando Marc dijo
que estaba «fuera de sÍ»; entonces había traducido: al lado
de sí mismo, como si tuviera un doble. Entonces la afectó,
retroactivamente, haber sido objeto de una equivocación
cuando Sylvie imaginó que ella podía ser Sophie. Sean-
gustió por eso.
Tras un breve tiempo de silencio, alguien le dice que ella
no escuchó lo que le sugirió Sylvie acerca de la inicial de los
nombres. Parece que no es la única que no escuchó, varios
ya no lo recuerdan, y comienzan los intercambios para recu-
perar lo que dijo Sylvie, quien no interviene en el debate; se
prepara así en el grupo un lugar de silencio y de supuesto
saber, lo que adquiere sentido en la transferencia sobre So-
phie, en adelante «localizada»* por ella como la «monitora».
Solange declara que esta equivocación la llevó a sentir
cierta decepción respecto del grupo. De inmediato, Sylvie
recoge el término en su sentido más crudo para ella: «Ah,
¿sil ¿decepción, quizá, de no ser realmente Sophie?». Solan-
ge, en voz baja y con un tono defensivamente desafectado
que me llama la atención, responde que a ella le hubiera en-
cantado ser Sophie. Sylvie triunfa al haber dicho una ver-
dad sobre Solange y al haberse evitado saber algo que le
atañe a ella misma. Muy pronto, Solange se recupera de su
breve doblegamiento depresivo: con voz más tónica dice que
decidió quedarse en este grupo «pese a esa decepción»: es
decir, no es un grupo para «hablar bien» y ocurre otra cosa,
que la sorprende. Se ha sentido muy interesada por lo que
ocurrió entre Marc y Boris, su modo de devolverse la pelota
y decirse mutuamente lo que sentían, que habían perdido
sus referentes: como ellos, ya no sabe dónde está.
Solange identificó sin duda con rapidez, por un rasgo
común con ellos, la relación Marc-Boris como una relación
de doble: ella misma está atrapada en esta relación con res-
110
pecto a Michele y con respecto a Sophie. De pronto se encon-
tró con que ocupaba un lugar en la fantasía de Sylvie, pQr lo
tanto en su deseo, en esta relación de identificación simé-
trica mutua. Podemos suponer que está angustiada por con-
frontarse directamente con lo que representa para ella esta
relación de doble; también podemos formular la hipótesis de
que se ve atraída a la vez a sus identificaciones homosexua-
les con el semejante (hermana) y con la imago materna de
su deseo edípico: sentiría entonces que su identificación con
la madre coloca a su objeto idealizado «fuera de sí», a una
distancia que la angustia, probablemente en un reparto con
rivales que la privan de él.
No consigo transformar estos esbozos de pensamiento en
una interpretación que quisiera al menos formularme a mí
mismo: me parece necesario tomar en consideración, para
articularlos, el nivel de los procesos que son propios del
grupo y las posiciones en que se han ubicado o han sido ubi-
cadas por otros, y por las que se han ligado entre sí, Solange,
Michele y Sylvie. Pero también tengo el sentimiento de que
tal interpretación, suponiendo que fuera pertinente, no se-
ría quizás oportuna en este preciso momento, que su efec-
to sería detener el proceso en desarrollo. Es posible que mi
vacilación sea también efecto de la resistencia que siento en
mí a desplegar mis pensamientos.
La manera como Solange inventa un recurso para salir
de su breve momento depresivo confirma que era útil espe-
rar y escuchar. En efecto, Solange, en un nuevo y brusco
cambio de tono y de tema, va a criticar vivamente lo que lla-
ma nuestro «recibimiento»: contaba con que se hicieran las
presentaciones y nosotros no respondimos nada a la deman-
da de Jacques; hubiera deseado una verdadera animación
y nosotros somos particularmente pasivos. Sabe perfecta-
mente que lo que no obtuvo le permitió descubrir que nece-
sita otra cosa, esto no le impide seguir esperando «verdade-
ros animadores». Algunos participantes le piden que pre-
cise, ella no puede decir nada más.
La crítica de Solange tiene tanto más alcance por lo mis-
mo que expresa en voz alta reproches que los otros no for-
mulan; el remordimiento que le causa asumirlos sin recono-
cerse o ser reconocida como porta-palabra de su malestar la
vuelve súbitamente silenciosa, como el grupo entero bajo el
efecto de una angustia creciente y compartida. Que Solange
111
haya facilitado la vía a la expresión de esos reproches le
valdrá ser agredida a su vez, por la parte que se reservó al
hablar tanto tiempo de sí misma. Señalo este desplaza-
miento: Solange es agredida porque devela sentimientos
hostiles hacia nosotros. Comprendo que yo estaba atascado
en la elaboración de mis pensamientos porque me resistía
contra la transferencia negativa de Solange y contra el ca-
mino que ella abre a representaciones hostiles.
Se nos dirigirán entonces algunos reproches, a Sophie y
a mí, sobre todo a propósito de nuestro silencio: «Pese a todo
lo que sabemos sobre el necesario repliegue silencioso del
psicoanalista, uno espera una coordinación un poco más ac-
tiva: ustedes abandonan al grupo». Ni Marc ni Sylvie ni So-
lange participan en esas críticas, ni en las que atañen a la
disposición de la sala (¡toda a lo largo!), al color de la alfom-
bra (¡roja, agresiva, sucia!), al desordenado apilamiento de
mesas y sillas «que dan a la habitación el aspecto de un
campo de batalla». Michele t~esión de que no es
sólo «desorden, sino que eso pulula por todos lados, que hay
demasiada gente aquí y que se tendría que haber restringi-
do el número de participantes», lo que provoca vivas protes-
tas. Sophie señala el poder de vida y de muerte que se nos
atribuye.
El pasaje de la sala a «la habitación» da sentido a la fan-
tasía de que hemos abandonado al grupo para hacer niños,
demasiados niños. Aquí nuevamente me abstengo de in-
tervenir; aumentaría la persecución al señalar el lapsus y
sobrecargaría la vía interpretativa abierta por Sophie. Ade-
más, estimularía probablemente las defensas contra una
evocación demasiado directa de la fantasía subyacente, de-
masiado reprimida aún.
El trabajo prosigue, el deslizamiento de sentido de la
sala a la habitación tendrá dos efectos opuestos: para unos,
contribuye al sentimiento de confusión que se amplifica, lo
que va en el sentido del poder de la muerte; para otros, abre
la vía a unjuego con las palabras, lo que señala la investidu-
ra de vida y de placer. Así, Jacques (que intenta ligar las re-
presentaciones y establecer vínculos con los otros), reto-
mando la fórmula de Marc (que lucha con la desorganiza-
ción) acerca de la pérdida de referentes [reperes], la trans-
forma en «hemos perdido también nuestras guaridas [re-
paires]». Esta referencia a un espacio de protección, pero
112
también al escondite de los bandidos, hace volver sin duda
en la cadena asociativa la representación de estar «fuera de
sí». Me parece posible hacer notar entonces que ciertas pa-
labras utilizadas en la primera sesión son retomadas ahora
con significaciones nuevas (referente, guarida [repere , re-
paire]; fuera de sí, al lado de sí); estas palabras vuelven
ahora, después de que se nos dirigieran reproches más di-
rectos, y se acomodan en la representación de que estaría-
mos aquí como en un habitación transformada en campo de
batalla. Estos enlaces entre violencia, desorientación y có-
lera, ¿estaban ahí desde el comienzo?
Mi intervención se hizo posible por el juego introducido
en las asociaciones, es decir, en el trabajo de representación
abierto por la intervención de Sophie. Era importante, en
ese momento, no destacar el lapsus y el juego de palabras,
sino solamente escucharlos y dejar que se desplegaran sus
efectos: la cólera de estar excluido de la habitación donde se
ha refugiado la pareja de los «padres», o la de verse confron-
tados con el caos de su apareamiento prolífico, paradójica-
mente volvió a dar un límite y un contenido al sentimiento
de estar «fuera de sí».
La fantasía de escena originaria es movilizada aquí en
su función de organizador de los vínculos de grupo: en el es-
pacio intrapsíquico da un escenario, una acción, protagonis-
tas y emplazamientos subjetivos a los participantes; aporta
una forma dramatizada a la representación del objeto-gru-
po para sus sujetos constituyentes: una habitación de bata-
lla, figuración de la violencia originaria fundadora en la que
se supone que «Sophie» y «YO» los hemos sumido.
La desorientación, la pérdida de referentes significarían
su angustia por haber sido desalojados de su posición fan-
tasmática, al habérseles revelado otras versiones subjeti-
vas. Al articular lo que se dice ahora con lo que se dijo (y se
transformó) desde el comienzo, destaco que la cuestión del
origen está planteada mucho añtes ·de la primera sesión.
Uno de los efectos de nuestras dos_intervenciones, de las
que-se notará que, por su conjunción, está~ ~;--;esonancia
con la fantasía, será que varios participantes van a decir, de
una manera muy elíptica o estereotipada, por qué se inscri-
bieron en este grupo. Tras hacer notar que queda un cuarto
de hora para el final de la sesión, Marc dirá que vino a hacer
este grupo conmigo, que se inscribió «por mi nombre [nom]»,
113
lo que provoca sorpresas, risas y preguntas, que Marc deja
en suspenso. Sylvie se limitará a dar una información: una
de sus amigas hizo un grupo con Sophie. El final de la sesión
será un juego sobre el significante repere, repaire, re-pere,
paire [referencia, guarida, re-padre, par/pareja] (Sophie y
yo). La sesión se interrumpe en el momento en que Marc
hace observar que la serie de los «re» indica una repetición.
Se pregunta si ocurre lo mismo con mi nombre de pila
fprénom].'""
En la pausa, durante la comida, Sophie y yo hablamos
poco del grupo: repasamos nuestras breves intervenciones,
las que hemos esbozado en sesión, los pensamientos que se
nos ocurrieron a propósito de uno u otro participante, pero
sobre todo hablamos de nuestras vacaciones, de accidentes
ocurridos a personas cercanas, de la dificultad para escribir
la clínica de las curas psicoanalíticas, de un filme que pla-
neamos ir a ver. Cuando hablamos de los participantes,
mencionamos a Marc, Sylvie y Solange: Marc, «inscripto por
mi nombre», pero perdido entre sus «referentes»; Sylvie,
hábil para hacerse representar, en sus transferencias, por
Solange; Solange, atrapada en el conflicto que suscita en
ella esta delegación que, sin que lo sepa, le hace saber algo
de ella misma, y luchando contra el devenir consciente de
ese saber; Solange, dividida entre hablar para sí misma, de
sí misma, y hablar para otros. Después del almuerzo, me re-
tiro para tomar notas y dejarme llevar en mis asociaciones
libres, solo.
Tercera sesión
114
enuncié al comienzo de la sesión lo obligaba a ello: en efec-
to, durante la pausa ha comenzado a hablar de lo que va
a decir.
Luego, precisa: «Hace aproximadamente un año, he aquí
lo que ocurrió en un grupo como este y en el que me encon-
traba; el grupo estaba organizado por la misma asociación,
pero con otros psicoanalistas. Se produjo para mí un aconte-
cimiento que me marcó intensamente y del cual me repongo
con dificultad. Un cuarto de hora antes del final de la última
sesión del último día, el monitor, o el animador, si se quiere,
me «echó» una interpretación salvaje que para mí fue como
un golpe en la cabeza, salí completamente aturdido y deso-
rientado de esa sesión y de ese grupo, y les aseguro que me
cuesta reponerme. Vine aquí con estos dos psicoanalistas
porque espero poder salir de eso con ellos. Eso es lo que
quería decirles».
El silencio en el que se va a instalar Marc, y tras él los
participantes anonadados, va a durar un buen cuarto de ho-
ra. Marc no aclarará nada sobre el contenido, el contexto y
los efectos de esa «interpretación salvaje». Repetirá su «con-
fesión», insistiendo sobre «la marca», lo «mareante», lo
«marcado», el «Cuarto de hora antes del final». Sophie y yo
estaremos, también nosotros, bastante estupefactos, lo que
era probablemente uno de los efectos buscados por Marc.
Detengámonos sobre lo que Marc está diciendo, no sólo
diciendo sino haciendo con el decir, haciendo experimentar,
y experimentando repetitivamente él mismo. Al final de la
sesión anterior, al observar que queda un cuarto de hora
para que termine la sesión, Marc declara que ha venido a
hacer este grupo conmigo «por mi nombre [nom]», sin más
precisión pese a las preguntas que se le formulan. Sabemos
que, por mi nombre de pila, él descubre una repetición, la de
un renacimiento, y por lo tanto una muerte atravesada o
negada. Antes de hacer esta observación, habló de lo que lo
llevó a volver a un grupo cuyo monitor/animador esta vez
sería yo, con Sophie.
El primer grupo había sido «monitoreado» por un solo
psicoanalista, hombre, pero, en su relato, Marc hace pensar
que había dos psicoanalistas, como en el grupo actual. Ha-
bló fuera de la sesión de lo que ocurrió para él en ese otro
grupo, sabiendo que tendrá el recurso de restituir el conte-
nido en sesión; se apoya en la regla enunciada por mí para
115
significar que él respeta «la obligación» y para destacar que
ese respeto de su parte hace resaltar aún más la «falta» del
psicoanalista que le infligió aquella interpretación salvaje,
asestada como un golpe en la cabeza; este acontecimiento es
para él a tal punto «mareante», que lo representa; en feme-
nino: él lleva su «marca» y quiere testimoniarlo aquí y recla-
mar reparación/reanimación. Rehúsa comunicar un conte-
nido de representación más preciso: la cosa en la escena vio-
lenta sólo se pone en palabras para actuar su efecto y, utili-
cemos aquí este término antiguo, abreaccionarla.
Este modo de utilizar la palabra tiene también por fina-
lidad hacer sentir a los otros el afecto de una violencia que
para Marc está en el origen de su presencia en el grupo:
Marc se vuelve activo infligiendo el golpe que le dejó la cabe-
za vacía. Toma a los participantes por testigos y ubica a los
psicoanalistas en posición de acusados, jueces y reparado-
res. Pero no transmite, o no transfiere, más que el afecto de
violencia que emana de esta escena ampliamente indeter-
minada en cuanto a su contexto y a su contenido.
Al escuchar a Marc en el silencio de perplejidad y ano-
nadamiento que sigue a su «confesión», me pregunto de qué
podría él ser culpable, sino al menos de su fantasía de vio-
lencia; tengo la hipótesis de que ni antes -pero ¿cuándo?-
ni ahora, Marc tiene a su disposición las representaciones
de palabra que faltan a su emoción y a la simbolización de lo
que pudo ponerse en juego para él en ese «acontecimiento»;
el acontecimiento «mareante» sólo adquiere su peso por la
fantasía que realiza, sin que él lo sepa, del destino que cum-
ple fuera de él y cuyos hilos viene a desanudar y a reanudar
aquí. Lo que se transmite por la vía del afecto para ser sen-
tido debe facilitar primero un camino a las asociaciones en
los participantes, antes de que Sophie o yo tengamos algo
que decir.
Un silencio bastante largo seguirá a la declaración de
Marc; cuando vuelva la palabra, con Boris, será para expre-
sar de nuevo el malestar de hallarse desorientado, de haber
perdido los referentes. Me parece que el grupo está ligándo-
se en la repetición de los afectos de cólera y de desorienta-
ción, en la angustia; la dificultad de pensar es sin duda uno
de los efectos inconscientemente buscados por Marc, es ex-
presado por Boris y sentido por la mayoría de los participan-
tes. Me parece que sería útil puntualizar mediante una in-
116
terpretación el enlace entre esta dificultad, la interrupción
del proceso asociativo y su anclaje en la transferencia.
Confío en que Sophie haga esta interpretación: me sien-
to demasiado cargado por la transferencia de Marc sobre
mí, y sin duda temía repetir el «golpe en la cabeza», o debía
retenerme de asestárselo en un movimiento contratransfe-
rencial narcisista de agresividad hacia él. Sophie no inter-
viene. Ella no está urgida; yo lo estoy, y le reprocho incons-
cientemente dejarme confrontado con ella sin encontrar la
vía para liberarme. Reproyecto sobre Sophie lo que Marc me
ha transmitido por identificación proyectiva y concluyo que
no puedo dejar sin palabras, sin representación de palabra
hablada, el efecto traumático de la violenta confesión de
Marc.
Intervengo entonces para señalar que se repite ahora,
tras «la confesión» de Marc, un sentimiento ya experimen-
tado de pérdida de los referentes, y que algo que ha ocurrido
en otro lugar -en un grupo como este-- es traído ahora a
este grupo, que ese algo provoca emociones en algunos, de-
sasosiegos que les son propios y que los ligan aquí entre
ellos, los pone quizá «fuera de sí» y deja abierta la cuestión
de decir qué son este malestar y esta desorientación: quizás
el temor de recibir interpretaciones «salvajes», como Marc
dice haber recibido in extremis su golpe en la cabeza. El
efecto inmediato de mi intervención es un silencio que se ex-
tiende hasta el final de la sesión.
En la pausa, Sophie y yo hablamos de la emoción, a decir
verdad, del estupor provocado por la confesión de Marc. Co-
mo si tuviéramos que defendernos contra la alegación de
realidad que sugería y que nos confrontaba, a cada uno en
su versión, con nuestros movimientos de violencia hacia los
participantes, con la fantasía de que somos salvajes en este
grupo de salvajes. Hablamos de mi expectativa de interven-
ción de Sophie, de su silencio ocupado por el enigma de
Marc, del alivio que mi intervención produjo en ella y quizás
en el grupo.
Cuarta sesión
117
lo que se repite ahí, manifiestamente, con insistencia, y por
el dominio que ejerce «la confesión» de Marc sobre todo el
grupo y sobre nosotros. En realidad, sólo se trata de una fal-
sa confesión, que deja planear una amenaza y asomar una
desmentida del tipo «sé perfectamente que no ocurrirá tal
como en el otro grupo, pero a pesar de todo podría ocurrir».
El tener efecto en espacios psíquicos ligados entre sí da a es-
te enunciado una dimensión grupal. Pero con estas pregun-
tas de cuya pertinencia al mismo tiempo dudo, ¿qué y a
quién escuchar? Estas preguntas deprimentes son sintóni-
cas con las asociaciones, o más bien con las no-asociaciones
en el grupo.
La sesión me parece pesada, caótica, es muy silenciosa.
No alcanzo a asociar y a mantener una atención «pareja» y
suficientemente flotante. Sin que yo lo sepa, se efectúa un
trabajo de represión o de borramiento de lo que se dice, y So-
phie también comprobará que ya no recuerda exactamente
lo que se dijo en esta sesión. Hasta que Solange declare a su
vez, un cuarto de hora antes del final, esto: se siente obliga-
da a hablar ahora, ya no puede diferir mucho tiempo el «ha-
cerse portavoz» (porta-palabra) de lo que le ha confiado An-
ne-Marie durante la pausa, en «secreto». La hija de Anne-
Marie está hospitalizada desde hace unos días para un exa-
men que debería confirmar o desestimar un diagnóstico de
cáncer. Este acontecimiento las ha trastornado a ambas, la
madre y la hija, y ha cuestionado, evidentemente, la partici-
pación de Anne-Marie en el grupo. Tras hablar con los mé-
dicos y asegurarse de que la joven enferma estaría en bue-
nas manos, decidieron de común acuerdo que Anne-Marie
vendría a este grupo, del que espera mucho: hace bastante
tiempo que se inscribió. Pero es posible que se vea obligada
a ausentarse, si el estado de su hija llegara a agravarse.
Anne-Marie, muy conmovida, agradece a Solange el haber
hablado por ella, como se lo había pedido.
Mientras Solange cumplía su «obligación», hablando por
Anne-Marie, súbitamente le sobrevino el recuerdo de una
amenaza de su propia madre hacia ella: la joven Solange se
enfermaría de cáncer si seguía fumando en forma tan des-
medida. La brusquedad de este movimiento de insight (de
Einsú:ht) es característica de la toma de conciencia que se
produce en ese momento: el trabajo de las asociaciones efec-
tuado por Solange y por algunos miembros del grupo se des-
118
plegará sobre el trasfondo de las representaciones incons-
cientes asociadas a la confesión de Marc y al secreto de An-
ne-Marie.
Al hablar así de ella con intensa emoción, Solange, como
Anne-Marie, se dirige con la mirada a Sophie, pero ni una ni
otra se hablan. Después, Anne-Marie y Solange lloran, las
lágrimas asoman en los ojos de Jacques. Solange dirá que
puede comprender la carga de que Anne-Marie tenía que
aliviarse. Las asociaciones que anteceden al final de la se-
sión se inscriben en el peso decisivo de las palabras dichas
por los padres: se evocan sobre todo las palabras de madres
dichas a las hijas en sus efectos devastadores, a veces salva-
dores. Anne-Marie dice hasta qué punto se sentía culpable
de desear venir aquí, y cuánto la disculpó su hija al consen-
tir que se ausentara. Pero, ¿quién creería en esta disculpa?
El final de la sesión aclara retrospectivamente el males-
tar y, en parte, la ruptura en el proceso asociativo: habrán
sido necesarios una nueva confesión fuera de sesión y el
cumplimiento, in extremis, de la misión del porta-palabra,
para que se nos revelara la dimensión de las angustias de
muerte movilizadas en este grupo: la repetición significati-
va de la confesión del último cuarto de hora lo prueba.
Disponemos de suficientes materiales asociativos, trans-
ferenciales y contratransferenciales como para proponer
una primera puesta en perspectiva del proceso asociativo y
del acoplamiento de los espacios psíquicos en el grupo.
Solange o el porta-palabra
Centraré mi análisis sobre la función de porta-palabra
que recibe y cumple Solange en el grupo: Solange es porta-
palabra manifiesto y explícito deAnnc-Marie, pero también
de Marc y de más de un otro. Mi hipótesis es que, al centrar
el análisis sobre Solange en su función de porta-palabra,
adoptamos un punto de vista que permite comprender la ar-
ticulación de las series asociativas producidas por cada su-
jeto con las que se organizan a través del proceso y las for-
maciones del nivel del grupo. Este punto de vista implica la
puesta a prueba de mis hipótesis sobre la grupalidad psíqui-
119
ca, la realidad psíquica del nivel del grupo, las formaciones
intermediarias y el modelo del aparato psíquico grupal.
120
La elección de Solange está sobredeterminada por ras-
gos que dependen de su historia, de sus identificaciones, de
su conflicto inconsciente, de su fantasía. Esos rasgos son
percibidos e interpretados por los otros en función de su pro-
pio «aparato de interpretar», es decir, a partir de sus fan-
tasías y de sus predisposiciones para transferir. Por ende,
constituyen otros tantos puntos de atracción para las iden-
tificaciones y para los movimientos de transferencia de
Sylvie y de Anne-Marie. En otro aspecto, la transferencia de
Solange sobre Sophie está en cierto modo acreditada por la
«equivocación» de Sylvie: Solange, en ese momento, al oír
esa expresión de deseo, se sentirá amenazada de ser puesta
en el lugar de una madre a la vez amenazante (la amenaza
del cáncer en la adolescencia) y reparadora, la que ella mis-
ma quisiera ser y que idealiza en Sophie; de ahí su decep-
ción por no ser esa madre, y su dolor por tener una madre
amenazante, de la que escuchaba que todo placer (aquí, bu-
cal) se pagaba con una muerte anunciada.
Serie 1: la palabra
121
pretación (una palabra salvaje) permanece enigmática: sólo
se transmite el afecto, falta la palabra sobre la palabra
«mareante», amenazante, como lo es y como no lo es, en la
ambivalencia hacia los objetos transferenciales, la de los
psicoanalistas dotados del poder de destruir y reparar, por
efecto de su palabra todopoderosa.
Esta palabra no puede sino ser una palabra del cuarto de
hora final: palabra decisiva, última y por lo tanto asociada a
la muerte; para ser dicha frente a los que detentan su temi-
ble poder, y para exorcizar la palabra que enuncia la ame-
naza de la muerte, la palabra debe primero ser dicha fuera
de sesión, de algún modo ensayada en ausencia de aquellos
ante un grupo más pequeño, que podría ser el de los otros-
semejantes, íntimos en este asunto de familia como lo son
hermanos y hermanas. La palabra debe primero ser depo-
sitada allí, después confiada a un porta-palabra para ser
vuelta a decir luego ante un destinatario finalmente consti-
tuido para escuchar.
Al lado de estas representaciones de la palabra hablada
asociada a la vida y a la muerte, otro hilo asociativo está
sostenido por el placer del juego con las palabras y con lapa-
labra hablada (re pe re, re-pere, repaire, paire . .. ). Obser-
vemos de paso un ejemplo de contigüidad por asonancia en
las figuras retóricas movilizadas en las asociaciones. Tene-
mos también un excelente ejemplo de comunicación de pro-
pósito interactivo cuando, con las intervenciones de Marc y
de Anne-Marie, se produce la puesta en marcha de una ac-
ción mediante la palabra: Marc actúa la palabra en la trans-
misión y en la transferencia directa de la experiencia vio-
lenta sobre el grupo en su conjunto, es decir, en la repetición
traumática; Anne-Marie realiza una acción por la palabra
al demandar a Solange portar su palabra, transportarla por
ella, en su lugar; el efecto de esta acción se manifiesta en el
descubrimiento, sorprendente para la que porta la palabra
de otra, de que esta palabra, de cierta manera, la habla a
ella misma_ Y aquí ya no estamos en la interacción.
Notemos que el carácter elíptico de la confesión de Marc
preserva el poder de despliegue de las asociaciones en los
otros miembros del grupo a partir de la estructura polifóni-
ca/politópica de la fantasía inconsciente que moviliza. Es
importante, por lo tanto, que los destinatarios del discurso
de Marc, es decir, los psicoanalistas, no se tomen por sus
122
interlocutores reales, y no respondan, para poder inter-
pretar.
En el curso de estas cuatro sesiones, la palabra habrá si-
do un motivo central del proceso asociativo: lo habrá sido
para mí, en mi interrogación previa sobre el proceso asocia-
tivo y en la resonancia que encuentra en mí la interrogación
inicial de Jacques; lo habrá sido para Sophie y para mí en
nuestras preguntas recurrentes sobre la oportunidad de
proponer o no proponer, o de esperar del otro, una interpre-
tación.
Lo habrá sido para los participantes: palabras de anta-
ño, oídas y malentendidas,* enlazadas y emergentes en pa-
labras aquí supuestas, oídas, mal-entendidas y no-oídas/
entendidas, esperadas y borradas o reprimidas; palabras de
amenaza o de salvación, de expectativas reparadoras o de
temores devastadores. Lo que la palabra dice y no dice, or-
ganiza así una segunda serie asociativa.
123
ellos por ese rasgo que los tres tienen en común, la pérdida
de los referentes; pero identifica en ellos otro rasgo que le
interesa: «Se» hablan, en el sentido en que uno habla al otro,
uno es porta-palabra del otro; encuentra en el otro la pala-
bra hablada que le falta en el momento en que está sin re-
presentación de palabra, librado a la amenaza de la cosa y a
la angustia de ser invadido o vaciado por ella.
Lo que «descubre» [«repere»] en ellos, es una función de
porta-palabra que le falta en el momento de la amenaza del
cáncer-sanción, amenaza lanzada por la madre contra su
hija. Ciertamente, no sabemos nada aún que nos permita
comprender el valor traumático adquirido por esta amena-
za en la fantasía de Solange. Pero nuestra hipótesis supo-
ne en Solange un doble vínculo de identificación: con Marc,
en cuanto es portador de un traumatismo, con la relación
Marc-Boris en cuanto esta representa un porta-palabra;
probablemente es este doble modelo lo que llegará a sobre-
determinar la elección de Solange de ser porta-palabra y de
dejarse elegir como tal.
Este doble movimiento de identificación con un doble se
sigue inmediatamente de una crítica de Solange contra los
«animadores», contra su recibimiento defectuoso, decepcio-
nante, como si su desconcierto, sostenido por su doble iden-
tificación, reclamara una causa y un objeto representables
al designar un culpable. Pero Solange se detiene en ese mo-
vimiento y es ella quien, habiéndose hecho porta-palabra de
sus álter ego, se inhibe de proseguir en esta vía demasiado
peligrosa para ella.
Es notable que sean los miembros del grupo menos
directamente comprometidos en la transferencia quienes,
en ese momento, toman el relevo de la crítica. A su vez ellos
se vuelven porta-palabra de Solange y de Marc. Es un mo-
mento típicamente grupal del funcionamiento asociativo:
la representación-meta que organiza el curso de los aconte-
cimientos asociativos se mantiene por otras vías, por otras
voces que despliegan sus variaciones sobre el tema princi-
pal. Otra cara de la representación organizadora aparece
en una inversión de la persecución, se transforma en una
nueva representación organizadora: son los psicoanalistas
quienes impondrían a los participantes estar presentes en
la habitación prolífica donde hormiguean los niños, en un
caos de campo de batalla.
124
Esta representación del deseo de los padres, de sus re-
laciones sexuales continuas, del origen de los niños, de la
razón de ser de los hermanos y hermanas, lleva necesaria-
mente a reactivar la violencia del encuentro originario con
el objeto sexual, a movilizar una fantasía que pueda repre-
sentarla hasta en la causa de su presencia en el grupo: ¿por
efecto de qué deseo, y de qué sujetos deseantes, están reuni-
dos aquí?
El lapsus sale I salle I chambre I champ [sucio/sala/habi-
tación/campo] sintomatiza en una condensación notable los
diferentes componentes de lo reprimido que retorna: mien-
tras más próximo llega a estar del preconsciente, más per-
turba las mentes y las vacía de todo pensamiento conscien-
te, y sobre todo en los que no participan en la crítica, al me-
nos directamente.
La «confesión» de Marc viene a inscribirse entonces en
esta serie y a dar una dimensión grupal a su verbalización,
aunque señala con insistencia que este enigmático aconte-
cimiento «mareante» es su propio nombre; esta marca lo
representa para el grupo y -lo que sigue lo indicará-,
para su (re)pere [(re)padre],* es decir, para mí en la trans-
ferencia.
El hecho de que la confesión tenga lugar primero fuera
de sesión, durante la pausa, será un modelo ulteriormente
utilizado, así como la repetida referencia al último cuarto de
hora antes del final. Como si se necesitara significar me-
diante esta «pre-palabra hablada» [auant-parole] fuera de
sesión el tiempo de la pre-significación [auant-coup]** de la
realización traumática; o también como si se necesitara un
espacio para decir, un espacio que representaría entonces la
tópica del preconsciente, lugar y función previos a la asun-
ción de su historia por parte del Yo; o además como si se ne-
cesitara metabolizar en la instancia de los hermanos y her-
manas, y reafirmar por ella, lo que no se puede decir direc-
tamente a la cara a los padres, y que les atañe: pero de qué
se trata si no de una culpa, lo que prueba la denominación
de confesión: en lo que ocurrió, el sujeto es parte implicada,
125
y lo que ocurrió realiza demasiado su deseo de que esto sea
así; ahí está el impacto traumático, en la «realización» de la
fantasía.
El argumento utilizado por Marc para transmitir la car-
ga traumática desorganiza la relativa continuidad del pro-
ceso asociativo. Pero sirve de modelo a Anne-Marie para in-
troducir en la cadena asociativa y en la red transferencia!
su propio «acontecimiento traumático» actual: este es doble-
mente puesto a distancia, por su develamiento fuera de se-
sión ante Solange representando a Sophie, y luego por la
elección de un porta-palabra encargado de hablar por ella,
en su nombre.
Nuevamente aquí una carga de culpabilidad acompaña
a la evocación del acontecimiento doloroso; notemos sin em-
bargo que Anne-Marie no se dispensa de una «confesión»
sino de un «secreto»: esta madre que abandona a su hija
-aunque sea con su acuerdo- sólo puede decir su «Culpa»
depositándola primero en otra, elegida por cierta intimidad
con ella en este asunto, al punto de que la delegada de la
madre se descubre y se reconoce en la hija amenazada de
cáncer por la madre cuya historia ella relata. La palabra
que ella transporta habla de un acontecimiento traumático
actual (aquí, para otra) que le sucedió a ella en otro lugar,
antes. Así se anuda entre el depositante y la depositaria ese
vínculo de identificación analizado por J. Bleger (1967) y
que considero uno de los fundamentos de las alianzas in-
conscientes.
La serie sobre el acontecimiento traumático contiene
otras series adyacentes; una serie sobre la culpabilidad y la
reparación, una serie sobre los tiempos (ahora, antes, la re-
petición, el último cuarto de hora) y sobre los lugares (aquí,
en otra parte, en un mismo/otro grupo; desorientación, fue-
ra de sí, habitación, campo de batalla, hospital. .. ). Mi inter-
vención del final de la tercera sesión puntúa esta serie y la
articula con la del traumatismo.
126
en declarar su necesidad de referentes. Después de un tiem-
po de suspenso, la serie es relanzada indirectamente por
Sylvie que, manifestando su vacilación sobre la identidad
de la psicoanalista, pide a Solange y a Michele que digan su
nombre, lo que ellas hacen de inmediato.
Sin embargo, al comienzo de la segunda sesión, Solange
sentirá la necesidad de decir ella misma su nombre, como
para remarcar el gesto de autoridad de Sylvie, pero no lo-
grará arrastrar a los otros detrás de ella; la «ronda de nom-
bres» se realizará (se completará) al día siguiente. Sylvie,
decididamente atenta a los nombres, hará notar a Solange
que la sílaba inicial de su nombre le es común con Sophie:
por este rasgo Solange puede representar a Sophie, ser co-
mo ella; pero Sylvie, implicada ella misma por la letra ini-
cial de su propio nombre, no se incluirá en ese juego de iden-
tificaciones; más tarde, dirá que su madre había deseado en
su lugar un varón y que su nombre (aquí cambiado) es la fe-
minización del que estaba destinado al hijo esperado.
Cuando llegue el momento de decir lo que ha llevado a
cada uno al grupo, Marc dirá que «se inscribió por mi nom-
bre [nom]»; aquí nuevamente debemos hacer una doble hi-
pótesis.
127
cruzan y se despliegan, están sostenidas por algunos su-
jetos en los que se anudan varios hilos de la asociación. En
varias oportunidades he destacado que el proceso y el conte-
nido de las asociaciones estaban orientados por las transfe-
rencias, especialmente por las transferencias sobre los psi-
coanalistas.
Queda por poner de manifiesto el modo en que esas
diferentes series están organizadas por una representación-
meta inconsciente: supongo que un organizador preponde-
rante define los emplazamientos correlativos a partir de los
que se ordena la palabra de cada uno, que una estructura de
grupo organiza el proceso asociativo del nivel del grupo.
Solange, pero también Marc, Sylvie y Jacques, se afianzan
en emplazamientos decisivos y cumplen funciones particu-
lares en ese proceso: se han situado ellos mismos y han sido
ubicados por los otros en el punto de anudamiento de proce-
sos individuales, intersubjetivos y grupales. Son los opera-
dores del aparato psíquico grupal.
Mi hipótesis sobre la elección que hace Anne-Marie de
Solange como porta-palabra se precisa así: se la elige en ese
lugar, en esa función, por razones sobredeterminadas. Unas
dependen de su historia, de sus identificaciones, de su afini-
dad con cierto argumento fantasmático provisto de elemen-
tos comunes con los argumentos fantasmáticos de otros su-
jetos, lo que sostiene los vínculos de identificación con ella y
entre ellos. Esos vínculos se actualizan a su vez en los movi-
mientos transferenciales. Los otros factores determinan-
tes son precisamente la organización de la red asociativa a
partir de tres series principales entrecruzadas, de las que
Solange representa para Anne-Marie, pero también para
otros, un punto de anudamiento, es decir, un síntoma, por lo
tanto un lugar del retorno de lo reprimido, incluso para ella
misma: ella recuerda súbitamente, en el cruzamiento de las
series sobre la palabra, sobre el acontecimiento traumático
y sobre el nombre! apellido, estar capturada en aquello de lo
que habla: en su historia.
128
Los organizadores psíquicos del grupo y el
acoplamiento intersubjetivo
129
nombre; algunas versiones de esta escena dramática de en-
tradas múltiples, con variaciones permutativas, serán de-
clinadas en la sucesión de las asociaciones; reforzarán las
identificaciones por el síntoma, en la «comunidad de la fan-
tasía compartida»; contribuyen así a reforzar la coherencia
de la estructura psíquica predominante: la relación padre-
hijo anunciada por Jacques y por Marc, en la cual se acopla
Boris, es relanzada por Solange a raíz de la pérdida de re-
peres [referentes/re-padres] pero declinada en una relación
homóloga madre-hija, invertida después en hija-madre; en
estas variaciones de la estructura, los primeros elementos
de la historia y de la prehistoria del grupo (la violencia, la
equivocación, la decepción, la apuesta de la nominación)
son reagrupados, reinterpretados y significados en el esce-
nario de la fantasía que emerge en la confesión de Marc.
Al polo de la amenaza se oponen, pues, en forma comple-
mentaria el de la culpabilidad y el de la reparación. Al golpe
recibido en otro lugar pasivamente, in extremis, en un ano-
nadamiento desorganizador, se opone el golpe dado anóni-
mamente a los «animadores» que no se ocupan de los niños
porque están ocupados en otra parte, en la habitación de
batalla, haciendo otros niños. Un lugar de la escena se pre-
cisa así en la entreapertura del lapsus, retorno de un repri-
mido mantenido en la represión para y por varios miembros
del grupo.
La apuesta originaria de esta escena de proliferación
caótica, donde rondan la violencia y la muerte, movilizará las de-
fensas y la culpabilidad, restablecerá la confusión, sostendrá
y reemplazará en el relato de Marc la primacía que concederá
él a la carga afectiva para transferirla en los otros.
Nos encontramos así ante una primera emergencia de
una fantasía cuya estructura de grupo interno es moviliza-
da en el acoplamiento psíquico de los sujetos del grupo:
un padre amenaza a un hijo
130
Al término de las cuatro primeras sesiones, todas las
configuraciones de la estructura habrán sido actualizadas
en las series asociativas y en las transferencias. Un análi-
sis preciso permite describir y articular unos con otros los
emplazamientos correlativos de algunos participantes en la
fantasía: principalmente Solange, Marc, Anne-Marie. Los
emplazamientos de otros participantes se revelarán más
precisamente en la continuación del proceso asociativo y en
otras configuraciones fantasmáticas: es el caso de Jacques,
Boris y Michele.
Un rasgo común a Marc y Solange fue identificado in-
conscientemente por Anne-Marie, por identificación proyec-
tiva: ella también tiene en común con ellos el haber perdido
sus referentes, el verse amenazada/amenazante, y afirmar-
se en su capacidad de ser una madre reparadora: en Solan-
ge/Sophie, a esta madre doble apela Anne-Marie, quien se
siente culpable de no haber sabido proteger a su hija contra
el mal, ese «golpe del destino», como lo denominará más tar-
de. El descubrimiento por parte de Solange de que ella mis-
ma es portadora de una palabra materna amenazante para
la hija que ella fue, confirma en cierto modo la intuición de
Anne-Marie. La emoción que las oprime a ambas tras esta
confesión y este descubrimiento sella su identificación en la
fantasía.
Se entiende así que Solange pueda encontrarse disponi-
ble para representar para otra y para más-de-un-otro, en su
función de porta-palabra, una imago reparadora, en lugar y
posición de Sophie, imago demasiado peligrosa, rival, su-
peryoica. Solange figura una especie dejoker que permite el
entrejuego, la articulación y la permutación entre los em-
plazamientos y las relaciones de objetos en la fantasía.
131
La «habitación de batalla» prolífica y la
emergencia de la fantasía de escena originaria
El trabajo asociativo intersubjetivo despeja súbitamen-
te, y desde la segunda escena, otra organización fantasmá-
tica: la de una escena primitiva en dos versiones comple-
mentarias, cuya fórmula podría ser:
hacen el amor
hacen la guerra
Esquema 2.
abandonan
padresque< >aloshijos
excluyen
Esquema 3.
132
la repetición y la perlaboración del «acontecimiento» trau-
mático de Marc. 6
Nos encontramos, pues, con la emergencia de tres orga-
nizadores fantasmáticos originarios cuyas apuestas especí-
ficas están aún sepultadas en el inconsciente de los sujetos,
pero algunos de cuyos elementos aparecen en una versión
fantasmática secundaria elaborada por el proceso asocia-
tivo grupal, al mismo tiempo que este está sostenido por
aquella. Los juegos de distancia con relación a esta versión,
parcialmente defensiva contra la emergencia de la fantas-
mática originaria, son los que hacen aparecer súbitamente
sus apuestas. Estos datos clínicos ponen a prueba y comple-
tan las proposiciones teóricas que formulé a propósito de los
grupos internos.
He intentado describir los grupos internos como forma-
ciones de la grupalidad psíquica (R. Kaes, 1993); la noción
de grupalidad psíquica enfatiza esta actividad fundamental
de la psique: asociar y disociar, identificar y diferenciar, li-
gar y desligar, producir lo compacto y singularizar. Esta ac-
tividad es probablemente, ante todo, un dato constitutivo de
la vida psíquica y de sus mecanismos elementales de auto-
rrepresentación. Se especifica en el entorno psíquico inter-
subjetivo y en el ejercicio del pensamiento y de la palabra.
Según esta perspectiva, el grupo es una modalidad de or-
ganización y de funcionamiento de la psique, es una de sus
formas de autorrepresentación. Es también principio orga-
nizador del proceso intersubjetivo.
6 Cf. capítulo 4.
133
que el niño encuentra para representarse su origen y la par-
te que en él cumple el otro: parental, sexual, fraterno. Desde
este punto de vista, como lo ha propuesto G. Rosolato, obtu-
ran algo de la relación de desconocido.
Las fantasías originarias se despliegan según una orga-
nización que se puede calificar de grupal si se considera que
distribuyen emplazamientos y relaciones de objeto ordena-
das por acciones en las que se anudan y representan las
investiduras pulsionales del sujeto de la fantasía. Este es
sucesiva o exclusivamente actor, actuado o espectador de
una escena en la que los objetos o personajes son correlati-
vos, fijados en su posición o permutables. En el espacio in-
trapsíquico de la fantasía, no nos encontramos con interac-
ciones entre actores autónomos, sino con correlaciones en-
tre personajes sobre los que intervienen los procesos prima-
rios de desplazamiento, condensación y difracción. La gru-
palidad de las fantasías está certificada por la existencia de
un doble director de escena: el inconsciente, rector de la
composición grupal originaria de la «materia psíquica»; el
sujeto del inconsciente, actor y espectador en su propia
puesta en escena.
En razón de su estructura, su contenido y su apuesta, la
fantasía de escena originaria es el prototipo de la represen-
tación-puesta en escena del grupo primordial del que surgió
el sujeto. Tal fantasía, escribe G. Rosolato, debe considerar-
se como «la organización más general y concentrada de la
fantasía» (1963, edición de 1969, pág. 205). No es sorpren-
dente que la situación de grupo se organice sobre su movili-
zación, respuesta al enigma del origen sexual a la vez del
grupo y de cada sujeto.
La fantasía de escena originaria es una estructura
transindividual y una interpretación apres-coup que el suje-
to elabora en cuanto a las relaciones sexuales entre los pa-
dres, en una escena donde él se representa a sí mismo en
persona o según los sustitutos que le imponen su teoría se-
xual y los representantes de sus investiduras pulsionales
orales, anales, uretrales y genitales. Las teorías sexuales
del niño racionalizan esas interpretaciones censurándolas,
transformándolas e inscribiéndolas en el pensamiento y el
lenguaje.
En ese pasaje de la fantasía como estructura grupal de la
realidad intrapsíquica a la función organizadora de la fan-
134
tasía en el campo psíquico del agrupamiento, retenemos só-
lo ciertos aspectos de la fantasmática originaria: esencial-
mente, la respuesta que ella constituye a las preguntas so-
bre el origen del sujeto, preguntas que implican en sus res-
puestas los emplazamientos correlativos de otros sujetos
representados según diferentes argumentos compuestos
sintácticamente; pero también las propiedades escénicas de
la fantasía, su distribución de lugares permutables.
Esta grupalidad de la fantasía es una estructura de lla-
mada y una representación de las figuras del deseo y del su-
jeto deseante. Según la perspectiva que propongo, el estatu-
to y el funcionamiento de la fantasía en los grupos no se de-
jan describir más eficazmente en términos de denominador
común o de resonancia, sino de organizador estructural in-
consciente de la realidad psíquica en el grupo.
La fantasía produce sus efectos organizadores en razón
de las propiedades distributivas, escénicas y permutativas,
que obtiene de su estructura grupal, es decir, de su aptitud
para poner en escena relaciones de deseo entre un sujeto y
sus objetos, de figurar en ella los esfuerzos contra su rea-
lización. En el grupo, cada sujeto se precipita en esta distri-
bución o bien la rechaza por otra, más adecuada para repre-
sentarlo en su fantasía personal, a riesgo de no encontrar
un lugar en la escena fantasmática actual del grupo. Por eso
ciertos emplazamientos pueden quedar vacíos o provisoria-
mente desocupados. En todo caso, es específico de la posi-
ción del analista no ocupar el lugar que se le asigna en esta
puesta en escena.
135
proyecciones, identificaciones, transferencias) de sus suje-
tos, y por las formaciones, complejos y procesos psíquicos
que el agrupamiento, según sus necesidades propias, gene-
ra. Este nivel lógico es irreductible al que organiza el espa-
cio intrapsíquico de sus sujetos, pero existen formaciones y
procesos psíquicos que les son comunes y que constituyen
puntos de anudamiento y pasaje entre estos dos espacios.
He admitido que las fantasías originarias están dotadas
de una estructura y un contenido fundamental universal.
Para cada una de ellas, es posible formular un enunciado
portador del argumento en la «lengua fundamental» de la
fantasía:
136
sentido en la pregunta. Podemos, pues, considerar províso-
riamente accesoria la respuesta a la pregunta sobre el ori-
gen de la inducción por un sujeto inductor. Probablemente
se trata de una estructura ya presente que actualiza deter-
minado sujeto sobre la base de percepciones subliminales
de un deseo real o supuesto de los analistas, o de la reactiva-
ción de huellas mnémicas ligadas a una emoción actual cu-
ya expresión atraerá, por similitud, contraste o contigüidad
de formas semióticas, una asociación singular (la «ronda de
nombres», por ejemplo), o también un sueño de la víspera en
el que están incluidos restos diurnos asociados a la perlabo-
ración de la experiencia grupal, etcétera.
El hecho es que un elemento significativo de partida va a
intervenir como esbozo del proceso asociativo y de acopla-
miento. En consecuencia, es más importante comprender el
movimiento que lleva a los otros a asociarse entre sí y a aso-
ciar representaciones y afectos según la lógica intrapsíquica
e intersubjetiva.
La fantasía funciona como llamada al emplazamiento y
figuración en el argumento al que abre acceso. Dos factores
son decisivos, la identificación y la dramatización. Ante to-
do, debemos destacar la importancia de la dramatización,
porque el dispositivo de grupo realiza sus condiciones óp-
timas: se trata de hacer salir a la luz, o de traer al mundo,
hacer nacer, más allá de las representaciones suprimidas o
reprimidas, un modo específico de relación y de no-relación
que el sujeto establece con sus objetos.
La presión a identificarse (la urgencia identificatoria
descripta por A. Missenard) se alivia en la medida en que
la estructura del organizador pre-dispone en un argumento
objetos y acciones complementarios y reversibles; el despla-
zamiento, la condensación o la difracción sobre las dife-
rentes posiciones en la fantasía están al servicio tanto del
juego transicional como de la evitación histérica y del dis-
fraz con la censura. El análisis de la transferencia permitirá
relacionar esos movimientos identificatorios con su econo-
mía en el espacio intrapsíquico, bajo el aspecto de su pro-
yección en la situación grupal. El acoplamiento va a efec-
tuarse, pues, sobre la base de un emplazamiento del sujeto
y de sus objetos correlativos (progenitor, niño, espectador,
actor... ).
137
Además, obedece a una estrategia económica inconscien-
te en la que cada uno puede encontrar la ocasión de realizar
algunos beneficios: la acreditación que recibe de los otros
el inductor de la fantasía acrecienta el placer de la realiza-
ción fantasmática: al ser compartido, el placer de cada uno
es provisoriamente librado de la culpabilidad, desbaratada
provisoriamente la censura, hasta que esta se reconstituya
y un miembro del grupo la represente para sí mismo y para
los otros: sin duda alguna, el psicoanalista puede ser asig-
nado a este lugar en la transferencia.
La estrategia inconsciente del inductor es una estrategia
de seducción: se trata de consumar su requerimiento identi-
ficatorio de tal modo que, a su llamado a emplazarse, se le
responda con una acreditación. La apuesta de este resul-
tado es ser el director de escena del inconsciente, represen-
tarse en él como tal, como el autor de los personajes, como el
deus ex machina, como lo originante.
En situación de grupo, la potencia originante de la fanta-
sía fascina al que la induce en la organización inconsciente
del grupo. Aquel es el caudillo que se instala para los otros
como figura de fundador, en la filiación y la rivalidad con el
Ancestro de los orígenes. Un segundo beneficio es el del des-
conocimiento de su propia posición subjetiva inconsciente
en la fantasía: si los otros la acreditan, esta no aparece tanto
como formación de la realidad psíquica subjetiva sino que
deviene fantasía del otro o realidad interindividual en su
aspecto desubjetivado. El «Se» [«on»] del enunciado de la
fantasía expresa esta posición que permite al sujeto eludir-
se como Yo.
Las apuestas inconscientes investidas en el proceso de
acoplamiento grupal deben apreciarse en su dimensión di-
námica, en dos niveles. Ante todo, en el del conflicto in-
consciente entre el yo de cada sujeto confrontado en el es-
pacio interno con los retoños del inconsciente que ahí se ac-
tualizan, y cuyos representantes se encarnan de manera
más o menos deformada en los personajes y acciones regla-
dos por el argumento grupal de la fantasmática. Se debe
esperar entonces la formación de mecanismos de defensa
tanto contra el retorno de lo reprimido como contra los efec-
tos de extrañeza producidos por las defonnaciones de los ob-
jetos internos.
138
En otro nivel, la dinámica conflictiva tiene lugar entre
los miembros del grupo cuando rivalizan en la inducción
fantasmática organizadora de este, en razón de los benefi-
cios que pueden atribuirse a tales realizaciones psíquicas;
la rivalidad en la inducción fantasmática es uno de los prin-
cipales motores de los conflictos y crisis en los grupos; puede
describir las relaciones de Jacques, Marc, Solange y Sylvie,
en sus transferencias sobre Sophie y sobre mí, en su rivali-
dad fraterna.
139
El trabajo del análisis es restituir a cada uno su posición
subjetiva por el deslígamiento de esas composiciones grupa-
les y de los beneficios que generan para cada uno. Ambos es-
pacios psíquicos, intra- e ínter-, sus determinantes y sus
efectos deben analizarse en su lógica propia y en sus rela-
ciones económicas y dinámicas interferentes: para llegar a
este resultado, será necesario considerar que los sujetos se
acoplan entre sí a partir de lo que les es propio y distintivo
en su relación con la fantasía y a partir de lo que les es co-
mún y correlativo en esa relación. Otra distinción es crucial,
la que mantiene la separación entre la fantasía en el espacio
intrapsíquico y la fantasía en el espacio de la realidad psí-
quica del nivel del grupo; ahora bien, los sujetos intentan
permanentemente en grupo reducir esta separación, ni-
velar lo que contiene de singular y de no idéntico: se efectúa
constantemente un trabajo que apunta a una inversión del
espacio interno en el espacio externo, y recíprocamente.
El psicoanalista no puede confundir la relación del suje-
to con su fantasía con los emplazamientos que toma en el
acoplamiento intersubjetivo. Si él mismo se enredara en es-
ta confusión, introduciría en el trabajo psicoanalítico un ca-
llejón sin salida, al reificar al sujeto en los personajes que
representa para algunos otros, al acreditar la red de empla-
zamientos imaginarios que los hace mantenerse juntos.
Por el contrario, sigue siendo psicoanalista al mantener
el pensamiento de una separación entre la fantasía incons-
ciente del sujeto, la representación que de ella da y de la que
saca algunos beneficios, y la puesta en escena que produce
el grupo al respecto, con su participación. Es psicoanalista
al reservar un no-saber sobre ese nudo, pero esta reserva
sólo puede ser sostenida si acepta que haya algún saber
constituible sobre esta maraña en la que se ha constituido el
sujeto. El objeto del trabajo psicoanalítico en grupo es ese
desagruparniento.
Mi crítica de la noción encubridora de una fantasía co-
mún tiene por finalidad mantener el acento sobre el juego
de las variaciones individuales y su despliegue en la polifo-
nía del proceso asociativo. Va más allá de la idea de reso-
nancia fantasmática (Ezriel, Foulkes). Implica algunas con-
secuencias en cuanto a la escucha del proceso asociativo, en
su doble articulación, individual y grupal; y también una
140
concepción del objeto, del objetivo y de la técnica de la inter-
pretación.
141
caos, movimiento depresivo bajo los signos y las máscaras
de este retomo violento de lo reprimido.
142
4. Repetición del traumatismo y trabajo
grupal de asociación
Marc o el porta-síntoma
J.Lacan,1966,pág.256
143
ción» en su expectativa sobre el objetivo del grupo (aprender
el «hablar bien»); luego anuncia que lo que ocurre, y dice le
interesa, es que aquí la palabra puede ser utilizada para de-
cir lo que permanece en suspenso en uno mismo. Más tarde
criticará nuestro recibimiento, el «encuadre», es decir, esen-
cialmente, el espacio que preexiste a los participantes y en
el que se impone nuestra presencia sexuada.
La confusión que sigue a esta crítica se disipa cuando va-
rios participantes dicen qué elecciones los llevaron a inscri-
birse en este grupo. Marc declara haberse inscripto «por mi
nombre». En la sesión siguiente, tras recordar la regla de
restitución enunciada por mí al comienzo de la primera se-
sión, confiesa ante el grupo entero lo que él llama su «acon-
tecimiento mareante»: el choque traumático de una inter-
pretación recibida en un grupo homólogo a este, un cuarto
de hora antes del final de la última sesión, de parte del psi-
coanalista que conducía ese grupo. Del contenido de la
interpretación no sabremos nada, sólo será transmitido el
afecto en la violencia de la escena del choque, transmitida
tal cual en el grupo. La presencia de Marc en este grupo sig-
nifica una demanda manifiesta de reparación dirigida a mí,
aunque Marc aclare que ha elegido a los dos psicoanalistas
de este grupo por su competencia.
En el curso de la sesión siguiente, un cuarto de hora an-
tes del final, Solange se hace porta-palabra de un «secreto»
que le ha confiado Anne-Marie durante la pausa: su hija
acaba de ser hospitalizada por un cáncer, ella se siente cul-
pable de haber venido a este grupo. A través de las palabras
que transporta para otra, Solange recuerda la amenaza de
cáncer que su propia madre le profirió cuando ella tenía la
edad de la hija de Anne-Marie.
He analizado precedentemente las series asociativas en
los puntos de anudamiento de los que Solange se constituye
ella misma, en tanto sujeto del grupo, como porta-palabra
para representar la realidad psíquica del nivel del grupo; he
despejado tres cadenas asociativas grupales: sobre la pala-
bra, sobre el acontecimiento traumático, sobre el nombre/
apellido. La sobredeterminación intrapsíquica e intersubje-
tiva de la elección de Solange como porta-palabra es un mo-
delo de acoplamiento psíquico grupal, cuyo organizador fan-
tasmático va a develarse primero a través de la confesión de
144
Marc, luego en la palabra de la que Solange es portadora
por Anne-Marie y por sí misma. La fórmula que he propues-
to es esta: «un progenitor amenaza/repara a un niño»; este
enunciado, reversible en las posiciones del sujeto, del objeto,
de la acción actuar/padecer, despliega la estructura de un
grupo interno del que cada sujeto participa según la versión
singularizante (sujeta!) de su fantasía personal.
Retomemos ahora el hilo de nuestra exposición, centrán-
dolo sobre Marc. Al final de esta primera jornada, los inter-
cambios entre Sophie y yo versan sobre varias cuestiones:
comprobamos ante todo que el secreto de Anne-Marie, la
rememoración de Solange y la confesión de Marc forman
parte de un mismo conjunto asociativo: la referencia a un
«acontecimiento traumático», el cual en todos los casos está
inserto en una fantasmática que aquí es la única accesible
al análisis. Estimo que la confesión de Marc ha facilitado la
vía a representaciones de palabra, y luego a representacio-
nes de palabra hablada; anudadas en la transferencia, las
representaciones corresponden a fantasías de pérdida de
referentes, vivencias de confusión de identidad, recuerdos
de violencias en las relaciones entre padres e hijos, apuestas
de vida y de muerte. A través del proceso y del trabajo aso-
ciativos se operó la transformación de lo que adquirió valor
de acontecimiento impensado para varios de ellos.
Durante nuestros intercambios, Sophie propondrá con-
tar quiénes, en este grupo, ya han tenido la ocasión de ins-
cribirse en un grupo, sea con uno de nosotros, sea con otros
colegas miembros de nuestra Asociación: tres corresponden
al primer caso, tres al otro. Su idea es que nuestra Asocia-
ción, en tanto institución, es uno de los objetos de transfe-
rencia de los miembros del grupo, y que el núcleo traumáti-
co que la fantasía pone en escena nos atañe en nuestra pro-
pia relación con esta institución. La observación de Sophie
suscita en mí varias asociaciones: primero se me ocurre que,
al mismo tiempo que estoy de acuerdo con la hipótesis de
que la transferencia sobre nuestra Asociación nos moviliza,
sucede que intentamos, para salir de la confusión, no sólo
establecer una genealogía de la participación de los miem-
bros del grupo en los «grupos de nuestra Asociación», sino
también preguntarnos por lo que subsiste, en su transferen-
cia sobre cada uno de nosotros, del pasado común: Marc, por
ejemplo, ya ha hecho un grupo conmigo.
145
Supongo que su demanda manifiesta de reparación es
también una demanda vinculada a la significación de un
«acontecimiento» que sólo adquirió este valor traumático
porque su sentido para él no pudo constituirse, ni en la si-
tuación ni con relación a lo que le confería este valor. Luego
pienso que probablemente nosotros mismos estamos movili-
zados por este núcleo traumático: recordamos que, durante
la pausa de mediodía, evocamos accidentes ocurridos a per-
sonas cercanas: la fantasía de «rotura», la puesta en escena
intrapsíquica del temor, es decir, de la defensa contra el de-
seo de «deformar» participantes, sería sin duda la fantasía
organizadora de nuestra posición inconsciente en el grupo;
en lo que me concierne, esta posición está probablemente
articulada con mi deseo de saber cómo funciona el proceso
asociativo --es decir, las asociaciones sexuales- en los gru-
pos. Sophie asocia sobre su temor de que, en los grupos, pue-
da quedar capturada en una transferencia de la imagen de
una madre mala sobre ella.
En ese momento de nuestra elaboración, cada uno de no-
sotros retendrá para sí dos elementos del análisis inter-
transferencial: Sophie pensará en las incidencias, entre
nosotros y en nuestra relación con el grupo, de la fantasía de
seducción, pero no dirá nada al respecto; yo recordaré, pero
no le diré una palabra, cierta situación de grupo en la cual
había sido amenazado por un participante; la elaboración
de esta amenaza se me hizo posible gracias a la escucha de
mi co-psicoanalista y a la transferencia que yo hacía sobre
él: un vestigio de otra transferencia volvía aquí en mi rela-
ción con Sophie y con el grupo. Fue precisamente esta situa-
ción traumática la que relanzó mi interés por el proceso aso-
ciativo.
Un sueño de Michele
146
miembros del grupo, lo que constituye la dimensión interac-
tiva de su relato. 1
Cada elemento del sueño es el punto de partida de varias
series asociativas. Una primera serie se organiza a partir de
la incertidumbre sobre la identidad del padre (¿el de Marc o
el de Michele?), sobre el rasgo común (cabellos entrecanos)2
a ambos, sobre el desplazamiento del reconocimiento del de-
seo incestuoso. La cadena asociativa desembocará en el
reconocimiento de la apuesta transferencia! sobre mí (tam-
bién cabellos entrecanos) y en el silencio de Marc cada vez
que se mencione su lugar en el sueño de Michele.
Una segunda serie asociativa tendrá como punto de par-
tida «la habitación en completo desorden», el desorden amo-
roso, la habitación de batalla mencionada la víspera. Marc
participará activamente en esta serie armando parejas cu-
yas relaciones espía: querrá vernos, a Sophie y a mí, for-
mando una pareja armoniosa, atentos el uno con el otro;
«casará» a Sylvie y Jacques, también ellos, según él, perfec-
tamente complementarios. Reconocerá enJacques a una es-
pecie de hijo, cuya fuerza e inteligencia de «las cosas de la
vida» admira. Lo que lleva a varios participantes al filme de
C. Sautet así titulado, y en el que un tema crucial es un ac-
cidente de automóvil.
La tercera serie arraigará sobre la idea de la catástrofe y
del accidente. Se evocarán varios acontecimientos traumá-
ticos: la muerte brutal y precoz del padre de una participan-
1 El relato del sueño de esta participante nos invita a prestar una espe-
chengedanken ), «la barba dorada» en el sueño del tío Joseph, podría apli-
carse aquí al pie de la letra (cf. S. Freud, 1900, GW, II-III, págs. 143-4;
trad. fr. 1967, págs. 126-7).
147
te, hasta entonces silenciosa en el grupo; ella recordará con
emoción el silencio familiar que siguió a esta pérdida, su
madre aún en duelo y la depresión de su adolescencia; la
desaparición en la montaña de un amigo muy querido y cu-
yo nombre era el de un hermano mayor muerto a corta
edad; una madre paralizada a consecuencia de un accidente
de auto.
La reinvestidura libidinal movilizada por esta serie or-
ganizada por la muerte sostendrá un cuarto hilo asociativo
que retomará el motivo central del sueño: ¿se puede aquí, en
el grupo, hacer el amor sin transgredir la prohibición del
incesto fraterno, o bien las exigencias de la regla de absti-
nencia se aplican sólo a las relaciones entre los psicoanalis-
tas y los participantes? ¿Somos aquí realmente hermanos y
hermanas? En ese caso, ¿toda tentativa de seducción se en-
contrará con la prohibición cuya transgresión debería aca-
rrear el destierro y la muerte, o sólo nos imaginamos her-
manos y hermanas para no confrontarnos con nuestros de-
seos sexuales?
148
mediante una interpretación según la cual Jacques se resis-
tiría a oír lo que él le dice.
Intervengo para puntualizar la repetición de la amenaza
de interpretación «salvaje» y la repetición en la transferen-
cia de una configuración de vínculos padre-hijo en la que
Jacques, Marc, Boris y yo estamos implicados. Sostengo que
Marc «se hace» un hijo como Marc se había sentido «hecho»
por el monitor salvaje, y que estas apuestas de deseo y de
amenaza deben quizá situarse con relación a las resonan-
cias incestuosas (hija-padre) traídas por el relato del sueño
de Michele. Sólo entonces hará Sylvie el enlace con mis ca-
bellos entrecanos (resto diurno para Michele), los del «padre
de Marc» y los del padre de la soñante.
No es inútil detenerse en el hecho de que Michele integra
en su sueño a Marc figurando a su padre como objeto del
desplazamiento de su deseo incestuoso, directamente ex-
presado, al modo de un sueño infantil. El sueño de Michele
es también una interpretación por parte de Michele, me-
diante el sueño, de lo que ella comprende inconscientemen-
te sobre la apuesta del acontecimiento traumático de Marc;
esta apuesta le atañe porque se trata de su fantasía de se-
ducción por el padre. El trabajo asociativo del grupo desple-
gará sus variaciones y correlaciones. Además, el sueño de
Michele, que sueña para una parte desconocida de sí mis-
ma, aparece como una actividad del proceso asociativo para
el grupo.
Pero no hemos terminado con los efectos de la confesión
traumática de Marc. El segundo día está nuevamente mar-
cado por una repetición: un cuarto de hora antes del final de
la última sesión, Irene, silenciosa hasta entonces, pero muy
atenta a lo que se dice, anuncia, «por urbanidad hacia el
grupo>>, que ella podría no venir en los días siguientes. No
da ninguna razón, incluso cuando Solange hace notar, bro-
meando, que el motivo será dado primero en una pausa an-
tes de ser restituido en sesión.
149
por un silencio de un cuarto de hora, «marca» (como dirá
Boris) del comienzo y del fin del mundo.
La primera sesión de la tercerajomada comienza con un
cuarto de hora de silencio: Irene está retrasada, cada uno
piensa que ella cumple su anuncio de la víspera, pero ella
dice que quedó atrapada en un embotellamiento.
Sin embargo, nada se dirá de lo que se haya temido o es-
perado durante el tiempo de silencio, teniendo en cuenta
que Pierre, el otro silencioso que había hablado del herma-
no muerto, también está retrasado. La asociación ausencia-
silencio-muerte (último cuarto de hora) no se elabora aún
en un pensamiento suficientemente preconsciente como pa-
ra que haga posible una interpretación. Sólo en la tarde,
tras un intercambio con Sophie durante la pausa, interrogo
el silencio que se instala de nuevo al comienzo de sesión pa-
ra puntualizar su repetición y para señalar la relación que
me parece tener con el acontecimiento de Marc, el «fin del
mundo», y la amenaza de una ausencia.
Irene anuncia entonces que deberá partir al día siguien-
te, lo que ella no había previsto al inscribirse en el grupo, ni
siquiera al llegar el primer día: acaba de enterarse la víspe-
ra y por telegrama de la inminente partida de su hijo para
una larga estadía en el extranjero. Debe verlo antes de esta
separación. Para ella será una prueba para la que se habrá
preparado aquí. Durante estos tres días se vio confrontada
con el vínculo dificil, casi pasional, que mantiene con este
hijo; se sintió consternada y se quedó silenciosa cuando
Anne-Marie y Solange evocaron sus relaciones con su hija
y su madre. Ahora puede colocar una representación de
muerte (la suya y la de su hijo) sobre esta ausencia de su hi-
jo; comprende que su ausencia de la mañana, aunque haya
sido provocada por una causa fortuita, satisface en esta oca-
sión su deseo inconsciente de colocamos en la posición de
padres preocupados por su hijo que se aleja de ellos.
El valor sintomático tomado por el significante «último
cuarto de hora», que Marc trae al grupo, no será elucidado
antes de la mitad del cuarto día. Cuando el silencio comien-
za a instalarse en el inicio de la sesión y dura desde hace
unos diez minutos, Boris inicia una serie de cuentas y cálcu-
los sobre el cuarto de hora de más que implica la duración
de la sesión con relación a la unidad horaria (una hora y
cuarto), asociándolo con el cuarto de hora de menos que co-
150
rrespondería a la duración de una sesión de cura (tres cuar-
tos de hora). Solange responde que, si se totaliza el horario
diario de las sesiones, se llega a una cifra redonda, y que
ella, por su parte, no tiene este problema de más/ de menos
que preocupa tanto a Boris en sus cálculos.
Michele retoma su sueño para dar una asociación perso-
nal, lo que no había podido hacer hasta ese momento: se
pregunta qué son ese de más y ese de menos y a quién hacen
gozar, al hombre o a la mujer. Otra participante habla de su
fantasía incestuosa respecto de su padre: J acques asocia so-
bre este otro valor del significante «último cuarto de hora»,
el de la muerte que introduce tanto en la separación como
en la confusión.
La confusión era precisamente su pregunta inicial; vuel-
ve a anudarse aquí con el hilo asociativo grupal y él desanu-
da sus apuestas conflictivas, para él, en grupo: no separarse
y exponerse a la confusión, perder un objeto y exponerse a la
soledad.
Es en esta tonalidad depresiva, como en una serie de
duelos finalmente aceptados, como el grupo podrá separar-
se. Las sesiones siguientes se centrarán en el análisis de es-
tas diferencias: en lo que se puso en juego para cada una y
por cada una en el grupo, en las relaciones de sexo y genera-
ción, en las relaciones de transferencia y representación de
los objetos infantiles. Marc contribuirá activamente a este
trabajo de despejamiento. Dirá, en cuanto a la interpreta-
ción traumática cuya marca ha conservado, y que habría re-
cibido en el último cuarto de hora de la existencia del grupo,
que su efecto cuenta ahora más por la significación que
habrá tomado para él aquí que por el contenido de entonces,
del que por otra parte no conserva un recuerdo preciso. En-
tiendo que aquello que lo marcó borró la huella de la signifi-
cación, que el sentido estará siempre por construir.
151
Transformaciones de los organizadores del
proceso asociativo y de los emplazamientos
subjetivos en el grupo
X X
=
<
progenitor
un padre
una madre
amenaza
repara
a un h i j )
a una hij
ann
niño
Esquema l.
Esquema 4.
novela de Stefan Zweig que lleva este título y que trata sobre las identifi-
caciones homosexuales de un alumno con un profesor.
152
El cambio en la estructura de la fantasía organizadora
afecta al pasaje del bipolo amenaza/reparación a la pareja
seducción/ amenaza. Si examinamos esta estructura desde
la posición de Marc, para él todo padre es seductor/amena-
zante. Esto es precisamente lo que él anuncia de entrada,
en una versión donde se privilegian el afecto asociado a la
amenaza y la demanda de reparación. En esta primera ver-
sión, se excluye como sujeto de su fantasía de seducción. La
versión traumática sobre la que insiste sirve además de
pantalla a esta fantasía. Como complemento a esta organi-
zación defensiva intrapsíquica, Marc ocupa en el grupo una
posición de líder, en correlación con la de Solange. El carác-
ter general de su anuncio tiene por función afirmarlo en es-
ta posición y sincronizar el sentido del pasado, del presente
y del futuro: todo progenitor es amenazante para su hijo.
Pero sobre este enunciado genérico se articulan las ver-
siones específicas de cada participante en su relación con la
experiencia traumática. Y sobre todo, en este enunciado que
implica la representación de un allá y entonces homólogo a
este aquí y ahora, se inicia una representación del movi-
miento de transferencia. El cambio que se opera en la orga-
nización fantasmática va a producir efectos en el trabajo
asociativo.
153
al pensamiento del sueño, por ejemplo contra la idea de la
muerte, contra la idea de la relación incestuosa homose-
xual, contra la fantasía de castración y de la diferencia de
sexos (el de-más, el de-menos).
Marc trazará por sí mismo su camino hacia el sentido de
su posición en la fantasía tomando la vía de la transferencia
que establece sobre Jacques: lo asigna a un papel de hijo. Lo
seduce, lo amenaza; él mismo encontrará la fórmula para
eso: «Jacques es para mí como yo para mi padre y aquí para
René». Se ha producido una doble inversión, cuyos movi-
mientos podrían ser estos:
154
ficación, angustias de abandono del yo por parte de sus obje-
tos de identificación.
Esta transformación se efectúa primero en los analistas,
lo que habla de la importancia del trabajo del análisis inter-
transferencial en las situaciones de este tipo, especialmente
en lo que atañe a las fantasías de seducción. En efecto, las
deformaciones, inversiones (amenaza) y desplazamientos
de esa fantasía constituyen, para el análisis, los indicadores
de los movimientos de transformación en la cadena asociati-
va grupal.
155
representarse la pieza homomórfica que él trabaja sin sa-
berlo. Se puede aplicar al sueño en el grupo lo que Freud di-
ce en el análisis del sueño de la monografia botánica, cuan-
do cita a Goethe: «Nos encontramos aquí-----€scribe Freud-
en medio de una fábrica de pensamientos en la que, como en
la obra maestra del tejedor,
156
La tercera pregunta suscitada por Pontalis indaga en la
naturaleza del trabajo asociativo efectuado en grupo sobre
el sueño. Destaca el contraste entre la pobreza de las asocia-
ciones del soñante en grupo sobre su propio sueño y el inte-
rés que presentan en cambio las asociaciones de los miem-
bros del grupo sobre el sueño. Supongo que este fenómeno
se debe a que el grupo se reconoce parte activa, constituyen-
te y destinataria del sueño; por eso lo interpreta como un
material fabricado para una interpretación. Sólo el enun-
ciado de la regla fundamental y el trabajo asociativo songa-
rantes de que el relato del sueño no será utilizado como co-
rroboración del sistema de pensamiento que el grupo cons-
truye para su propio uso.
157
en la tópica, la dinámica y la economía grupales. Esta
función se interpreta en las dimensiones de las transfe-
rencias y de las funciones fóricas.
158
Hay otro aún, que corresponde a una tercera teoría freu-
diana del síntoma: el síntoma es «autorrepresentación de
ciertos procesos psíquicos o de ciertas "teorías" del yo». Tam-
bién esta dimensión es completamente reconocible en el
primer momento de la manifestación del síntoma de Marc
(el acontecimiento que «lo marca», cuya «marca» él ha reci-
bido); también lo es en la elaboración de las últimas sesio-
nes, después de que Marc se reconoció, en la transferencia
sobre Jacques, identificado con su padre interno amena-
zante.
Señalé antes que la actividad onírica abría el acceso a
la transformación y a la puesta en sentido del síntoma de
Marc, al síntoma del que es portador y que, por identifica-
ción con su apuesta y con las defensas que contiene, será
compartido y reactivado en varios participantes. Este acce-
so es abierto, paradójicamente, por el movimiento de trans-
ferencia, con valor de síntoma (actuado por la transferencia)
y por lo tanto de resistencia a la integración de la fantasía
de seducción.
Hasta ahora, he puesto en evidencia las funciones capi-
tales del porta-palabra, del porta-síntoma y del porta-sueño
en el trabajo del aparato psíquico grupal y, más particular-
mente, en el proceso de formación de las cadenas asociati-
vas. He insistido, porque así era la clínica de ese grupo, so-
bre el proceso de transformación en la representación del
trauma a través del trabajo asociativo. Ahora quisiera pre-
cisar algunas perspectivas de investigación a partir de la hi-
pótesis según la cual existiría una afinidad, una especie de
relación complementaria entre la experiencia traumática y
la situación de grupo. Si esta hipótesis tomara consistencia,
podríamos comprender mejor cómo efectuar la transfor-
mación de esa relación a través del trabajo asociativo de ca-
da uno en el grupo.
159
senta bajo la forma del caos, del asesinato y de la seducción.
Esbozaré algunas proposiciones sobre este último punto,
destacando que las situaciones de grupo a las que me refiero
movilizan, en su dispositivo mismo, procesos generadores
de crisis, reactivadores de las huellas de los acontecimientos
con potencialidad traumática y de las fantasías de deseo que
les están asociadas; movilizan los recursos del aparato psí-
quico grupal, de la perlaboración intersubjetiva y del tra-
bajo asociativo para integrar sus apuestas y sus significa-
c10nes.
El grupo crisógeno
160
representa en la psique como la multiplicidad desordenada
y desorganizadora de las pulsiones parciales y como otros
tantos encuentros violentos, hiperexcesivos, con los objetos
correspondientes.
A Missenard ha descripto claramente (1976) en tales
grupos la urgencia identificatoria como invención defensiva
del sujeto contra la desorganización de las estructuras fami-
liares de las identificaciones del yo. Una primera tentativa
de resolución de la crisis nacida del encuentro violento entre
un exceso de objetos extraños y la pérdida sentida por el yo
de sus apoyos constituyentes, es esta precipitación identifi-
catoria. Reviste los aspectos de una adhesión, de una pro-
yección o de una incorporación, cuyo destino será confrontar
al sujeto con sus modalidades anteriores de identificación, y
sobre todo con sus introyecciones ahora momentáneamente
inoperantes. La inyección de un objeto de identificación «en
urgencia» implica esta doble valencia paradójica: es una
solución anticrisis generadora de crisis ulteriores.
La hipótesis de una afinidad entre grupo y crisis iÍlcluye,
según este primer nivel, que el desarrollo y la estructura-
ción del aparato psíquico son correlativos de la capacidad de
la psique para estar en crisis (excitabilidad, división estruc-
füi'ál, antagonismo pulsional, oposiciones placer-displacer,
presencia-aus~ncia, masculino-femenino, ya-no yo .. .) y pa-
ra tratar esas crisis. Esta perspectiva admite cierta compla-
cencia hacia la crisis que se constituiría sobre la prima de
placer adquirida durante experiencias de autosostén de una
tensión crítica en el aparato psíquico o de inducción de esta
excitabilidad en la psique de otro sujeto.
El grupo es un escenario de seducción multilateral y
polimorfa: cada uno intenta a la vez despertar en los otros
una excitación para él excitante, y defenderse contra los
aspectos peligrosos de estas tentativas; cada uno es movili-
zado en la representación inconsciente de ser causa del de-
seo que pone en movimiento la excitación en el otro, desco-
nociendo entonces la suya propia, y cada uno, según los
términos de las representaciones y movilizaciones afectivas
que le imponen su estructura y su historia, está en una re-
lación crítica entre su experiencia de la excitación y el senti-
do sexual que esta tiene para él. La seducción está constitui-
da por esta doble experiencia; incluye las dos caras de la au-
toexcitación y de la excitación inducida, una sosteniendo a
161
la otra. Dicho de otro modo, cada uno se ve en situación de
arrostrar las singularidades de su historia traumática, las
resoluciones sobrevenidas en apres-coup y las estasis en es-
pera de desenlace.
El grupo es, evidentemente, una formidable caja de reso-
nancia de esos efectos de coexcitación. La constitución del
grupo como objeto es ante todo la de un continente de repre-
sentantes y representaciones de la excitación sobre la esce-
na del grupo.
162
Bajo el aspecto en que el sujeto singular es sujeto del
grupo, la crisis adquiere sentido y destino en la intersubjeti-
vidad; las crisis propiamente psíquicas de desarrollo, tanto
como las crisis inherentes a la conflictividad intrapsíquica,
ponen en juego al Otro, apelan a él, lo constituyen como ac-
tor, testigo, causa, continente, transformador de la crisis.
El segundo nivel de análisis es el del grupo como forma-
ción específica de la realidad psíquica, lugar de produccio-
nes .psíquicas originales, de una dinámica y una economía
propias del conjunto. En cuanto tal, ciertas crisis lo afectan,
lo amenazan, lo confrontan con transformaciones de vida o
de muerte. Estas crisis pueden desarrollarse nwtu proprio
o resultar del desplazamiento de una crisis individual sobre
la escena del conjunto: en ese caso, la capacidad receptora
del grupo debe ser interrogada en cuanto al valor propia-
mente grupal que toma esa transferencia de un espacio psí-
quico en otro.
Según esta perspectiva, debemos considerar además los
montajes anticrísicos del nivel del grupo, admitiendo que
también son utilizables por cada sujeto del grupo.
Er tercer nivel corresponde precisamente a las formacio-
nes intermediarias entre el espacio intrapsíquico y el espacio
intersubjetiva. Son formaciones de pasaje y anudamiento,
por lo tanto también de ruptura y desligazón: como los sím-
bolos, los referentes identificatorios, las formaciones del
ideal, las «personas-mediadores», los representantes, dele-
gados y otros «go-between». Son formaciones críticas en el
sentido de que están sobre las líneas de contacto entre espa-
cios heterogéneos.
He mencionado ya en varias oportunidades el significati-
vo ejemplo que Freud propone en Psicología de las masas y
análisis del yo, cuando relata esta parodia del drama de
Hebbel: al haber sido Holofernes, el jefe del ejército asirio,
decapitado por Judith, los soldados pierden la cabeza. Pro-
digiosa condensación (¡y tan breve!) para significar el juego
intrapsíquico cruzado del cuerpo y del grupo: las identifica-
ciones son las marcas psíquicas respectivas encamadas en
los soldados desorganizados por haber perdido su «cabeza».
La crisis inducida en el conjunto encuentra su origen en el
ataque a quien mantiene juntos a sus sujetos constituyen-
tes, el jefe como formación intermediaria. La desorganiza-
ción de las formaciones psíquicas del nivel del grupo (la ins-
163
titución psíquica <9efe») induce un efecto de crisis en los su-
jetos que han colocado en esas formaciones intermediarias
investiduras pulsionales, representaciones y apoyos defen-
sivos necesarios para su economía interna.
Los tres niveles lógicos de campo del análisis grupal de-
finen interdependencias, puntos de anudamiento, metaboli-
zaciones intersistémicas y solidaridades tópicas, dinámicas
y económicas. Ellos sostienen mi proposición sobre la afini-
dad bivalente del grupo, del traumatismo y de la crisis.
Las solidaridades intersubjetivas y el acoplamiento psi-
cogrupal forman un sistema de inducción constitutivo de las
crisis. Lo que corresponde propiamente al sujeto en esta in-
ducción permanece para él desconocido, y una parte notable
de sus esfuerzos será utilizar al grupo como un disolvente
de su subjetividad (del Yo en el «Se» [on]). Se produce así un
doble desplazamiento, que el análisis y la interpretación
deben significar. Como lugar de complacencia de la crisis
sin sujeto de la crisis, el grupo contribuye a actuar de modo
que el síntoma esté sostenido desde un tercer lado, el del
vínculo intersubjetivo. Son frecuentes los casos en que el
grupo es inducido a crisis por un miembro del grupo en ra-
zón del valor económico que esta transferencia cumple en la
psique de ese sujeto.
Una función similar cumple el valor crisótropo que ad-
quiere el grupo, principalmente en la adolescencia o en los
grupos de formación en la edad adulta, en un movimiento
de regresión a las apuestas traumáticas de la adolescencia. 5
Se produce un fenómeno análogo al que describe J. Guillau-
min en su estudio sobre la necesidad del traumatismo en la
adolescencia (1985). La búsqueda de límites de la excitación
a través de las situaciones de ruptura del equilibrio pulsio-
nal es sostenida entonces por la formidable actividad dife-
renciadora de la psique, su apropiación de nuevos límites
y nuevas potencialidades. El retorno hacia las situaciones
traumáticas precoces no elaboradas es también un recurso
con miras a una reconsideración elaborativa apres-coup.
Conocemos, por otra parte, la importancia de las expe-
riencias traumáticas actualizadas en los procesos terapéu-
164
ticos o formativos, en todos los casos en que se redistribuyen
los equilibrios económicos que afectan a las reestructuracio-
nes identificatorias. La «necesidad del traumatismo» es una
forma de dar cuenta de un menoscabo en la capacidad del
preconsciente para ejercer sus funciones metaforizantes.
El desbaratamiento de las formaciones intermediarias, y
especialmente de las formaciones activas en el trabajo del
preconsciente, es una dimensión crucial de la crisis en los
gnipos. El gnipo está en crisis porque esas formaciones es-
tán debilitadas (cf. Holofernes) y la crisis ataca primero las
zonas de contacto, de pasaje: se trata de las zonas de diso-
ciación y de desmoronamiento homólogas en el espacio in-
trapsíquico y en el espacio intersubjetivo. Podríamos reto-
mar desde esta perspectiva los estudios sobre los pánicos,
como autoinducción y autoseducción colectiva, destructora
de las representaciones metafóricas (pensamiento, símbolo)
y de las mediaciones intersubjetivas (representantes, dele-
gados, porta-palabra). Desde este punto de vista, la ex-
periencia de lo.s grupos amplios en los dispositivos de for-
mación y de terapia (principalmente en institución) es una
ocasión privilegiada para comprender las incidencias -las
caídas-de la realidad psíquica en síntomas psicosomáticos
benignos, pero significativos de una correlación aún oscura
entre los campos de la realidad corporal, de la realidad in-
trapsíquica y de la realidad grupal.
165
Las potencialidades resolutivas y metabolizadoras que
contiene el grupo se expresan en distintos grados: como de-
pósito y encuadre psíquicos externalizados; como para-exci-
tación y contención; como aparato de transformación psí-
quica a través de los efectos metabólicos que produce la in-
vestidura de la psique del sujeto por más-de-un-otro sujeto.
Precisemos esta hipótesis de que el grupo, cuyas di-
mensiones crisógenas acabamos de poner de manifiesto, es
también un dispositivo de trabajo intersubjetivo privilegia-
damente movilizable en el proceso de elaboración de las cri-
sis. Esta aptitud psicoterapéutica y psicoprofiláctica del
grupo se inscribe desde antiguo en la historia de las socieda-
des humanas, y la psicoterapia es inicialmente un terapia
por el grupo, una terapia en grupo (en Grecia) y una terapia
del grupo (en Africa). Durante períodos sensibles y críticos
del desarrollo, en el rápido pasaje del estatuto de niño al de
adulto, los rituales de iniciación son activaciones controla-
das por el grupo de crisis que afectan a las oposiciones fun-
damentales de la ausencia y la presencia, de la vida y la
muerte, de la bisexualidad, el narcisismo y la objetalidad.
El grupo conserva así la memoria de los traumatismos y
de las crisis desorganizadoras. Sin esas inscripciones me-
moriales colectivas, la memoria individual no podría arran-
car de sus propias huellas, o reconstituir sobre los blancos
de la experiencia una construcción plausible de una historia
aceptable por el sujeto. 6
Si se verifica la hipótesis según la cual el grupo es el lu-
gar de una reestructuración del traumatismo, podemos es-
perar que se instalen contrainvestiduras de defensa contra
el retomo de la efracción traumática. Se activarán particu-
larmente mecanismos de defensa arcaicos: clivaje, idealiza-
ción, inversión, desafección. También podemos esperar una
activación de la repetición de la experiencia traumática en
el grupo, ya sea para asegurar el dominio de la excitación,
ya sea para obliterar el goce en la coexcitación desubjeti-
vante.
Al la.do de esos mecanismos de defensa paradójicos, que
mantienen, autosostienen o reproducen la excitación a fin
de suprimir su fuente por su mismo exceso, en grupo se mo-
166
vilizan otros dispositivos anticrisis: para impedir el acceso a
las representaciones inadmisibles en el campo de lo cons-
ciente, se activan, evidentemente, la represión y los soste-
nes intersubjetivos de la función represora. La renegación
es otro dispositivo, destinado a anular por la sola potencia
del pensamiento la idea de que la crisis pueda introducirse
en la experiencia. La construcción de sistemas de certeza
idealizados es, como tal, una formación de esos dispositivos
anticrisis: lo mismo ocurre en lo que concierne a la utopía,
que trata de ubicar definitivamente fuera del curso de la
historia (y por lo tanto de la crisis inherente a las vicisitudes
de la conflictividad psíquica) el destino de un grupo o de un
sujeto singular.
Todos esos mecanismos de defensa se forman en el
grupo, bajo el efecto de las cooperaciones intersubjetivas,
para mantenerlo como metasistema psíquico sobre el cual
se apoyan las defensas individuales (cf. las perspectivas
abiertas por E. Jacques, 1955).
Si el grupo es realmente ocasión para que se reactuali-
cen experiencias traumáticas que implican una ruptura de
las funciones y formaciones para-excitadoras, se puede es-
perar además que se reproduzcan en él algunas de las con-
diciones de formación de los contenidos originarios del in-
consciente, y sobre todo que se desplieguen las representa-
ciones y puestas en escena de lo originario a través de las
fantasías de los orígenes.
Los grupos en su fase inicial, y particularmente los de
duración limitada y de sesiones muy próximas, serían si-
tuaciones especialmente aptas para manifestar los efectos
de esas formaciones del inconsciente. El grupo se organiza-
ría para tratarlas.
167
zus de despersonalización. Después, Marc relata lo que le
trajo a este grupo: hace un relato elíptico e inmutable del
acontecimiento mareante, transmite más su efecto de desor-
ganización emocional que el contenido de representación:
no conoceremos ni el texto, ni el contexto del acontecimien-
to de palabra referido por Marc; sabremos solamente cómo
lo experimentó: asestado como un golpe en la cabeza, y es
importante que así sea. Lo que importa es que la evocación
de un traumatismo sea para Marc y para los otros una pues-
ta en escena de lo originario 7 en una fantasía de los oríge-
nes, aquí conjuntamente las del sujeto y la del grupo.
Lo que especifica el trabajo psíquico de la elaboración del
traumatismo en situación de grupo es precisamente esta
recaptación significante, este volver a poner en juego, a
través del proceso asociativo grupal, significantes despro-
vistos de sentido o devaluados: el proceso se vale de las se-
paraciones, los desplazamientos, las variaciones, las trans-
posiciones y las inversiones de un enunciado de la lengua
fundamental de la fantasía ocultada por el traumatismo,
pero organizadora del síntoma y de la crisis; todo ocurre co-
mo en la fantasía bisexual del ataque histérico.
He formulado la hipótesis de que en el grupo tendía a re-
petirse, a representarse, a rememorarse y a perlaborarse lo
que para Marc,pero también para más-de-un-otro, no había
llegado a ligarse en una representación que produjera sen-
tido. El proceso de acoplamiento grupal manifiesta y res-
taura en cada uno la falla de funcionamiento de lo que
Freud llama «el aparato de significar/interpretar» (der Ap-
parat zu deuten) mediante el cual cada uno trata los aconte-
cimientos traumáticos transmitidos en las generaciones y
los grupos. Lo que no pudo ser interpretado y significado por
el Apparat zu deuten vuelve, insiste, perlabora en el proce-
so asociativo del nivel del grupo. Para Marc, el acceso al tra-
bajo de la resignificación, a la reinscripción significante e
historizante, fue correlativo de ese juego de recaptación y
de relanzamiento metafórico/metonímico, entre la cadena
asociativa del nivel del grupo y sus propias asociaciones.
Allí encontró e inventó las representaciones que le habían
faltado. Pudo identificarlas en los otros, apropiárselas sin
trauma.
168
mantenerse en la identificación proyectiva con sus porta-
palabra. Pudo recuperarse como aquel que, en el grupo, ha-
bía literalmente actuado, mediante el relato enigmático y
angustiante de un «acontecimiento mareante», para inyec-
tar su contrainvestidura traumática en el espacio del apa-
rato psíquico grupal.
El grupo liquida el acontecimiento individual, lo utiliza
para su propia economía volviéndolo común y anónimo, con-
fronta a cada uno con lo que hay de universal y de imperso-
nal en el inconsciente. Pero el trabajo del análisis es capaz,
bajo ciertas condiciones, de desligar el acontecimiento «indi-
vidual» de su utilización colectiva, de desprender los signifi-
cantes propios del sujeto de la cadena asociativa grupal en
la que se cruzan los discursos de los otros, y devolverles su
capacidad de establecer su sentido subjetivo.
Hemos podido verificar la emergencia clínica de esto: el
acceso al sentido es correlativo del acceso al juego metafóri-
co entre el conjunto grupal y sus elementos; es contemporá-
neo de la constitución de espacios subjetivos individualiza-
dos en el grupo. El discurso de cada uno adquiere una auto-
nomía relativa con relación al discurso del grupo: se hace
posible integrar la representación de las relaciones entre lo
que ocurre y lo que ya ha ocurrido, entre lo que surge en la
asociación y la huella, entre lo que se repite y lo que resiste
a la representación.
Ahora podemos introducir tres nociones: la primera es la
de repetición grupal. J.-C. Ginoux (1982) ha mostrado que
la instauración de una repetición grupal es una de las mo-
dalidades que el grupo escoge adoptar para preparar la rup-
tura en caso de transición brutal entre dos entornos. Gi-
noux distingue las repeticiones individuales en grupo y los
fenómenos repetitivos propiamente grupales. Describe su
origen, su función económica, su funcionamiento y evolu-
ción. El origen de la repetición sería la reactivación repen-
tina de un pasado olvidado de origen traumático, reactiva-
ción transferida en la situación de grupo. La repetición es
también actual para el yo de los participantes: está ligada
al período inicial, el de los primeros encuentros entre los
miembros del grupo y con el o los psicoanalistas; estos en-
cuentros iniciales entre las representaciones fantasmáticas
de los participantes, el dispositivo de grupo y los analistas
169
serían vividos bajo el signo de la excitación masiva, del es-
tupor o la decepción. 8
J.-C. Ginoux privilegiará el valor de reacción de defensa
que adquieren las repeticiones grupales: defensa destinada
a aislar a los participantes del entorno actual insuficiente-
mente adaptado a sus necesidades más profundas. Esta
perspectiva determina el origen de la repetición grupal en
una sucesión de fallas en un entorno (encuadre, psicoanalis-
tas) devenido momentáneamente incapaz de cumplir una
función protectora y para-excitadora.9
Esta hipótesis puede ser validada con precisión por lo
mismo que es posible cualificar las especificidades de las
transferencias, de la contratransferencia y de la intertrans-
ferencia en los grupos. En efecto, la noción de falla en el en-
torno no es objetivable fuera de la fantasía actualizada por y
en la transferencia sobre los objetos del entorno. El grupo
con Marc mostraría más bien que las transferencias sobre
los psicoanalistas, que constituyen «el entorno» como sufi-
cientemente fiable, hacen posibles la actualización de los
traumatismos anteriores y su perlaboración.
La noción de resignificación permite precisar el destino
de la repetición. Clásicamente, la noción de resignificación
designa la modificación que opera el sujeto sobre los aconte-
cimientos pasados; los reorganiza, reinscribe su sentido y
los dota de una nueva eficacia psíquica. Laplanche y Ponta-
lis destacan, en su artículo sobre la resignificación, cuatro
aspectos característicos de esta noción:
170
El fenómeno de resignificación es, como la represión,
estrictamente individual; pero algunas condiciones inter-
subjetivas favorecen o no el acceso al contexto significativo
deficiente en el momento de ser vivido el acontecimiento
traumático.
La tercera noción es la de trabajo intersubjetivo de las
asociaciones. Esta noción especifica lo que describí en El
grupo y el sujeto del grupo (1993) como un trabajo psíquico
por y en la intersubjetividad. El alcance de esta proposición
es inteligible en el modelo de análisis que propongo y que
expresa: primo, la idea de un acoplamiento entre las organi-
zaciones intrapsíquicas; secundo, la noción de que los anu-
damientos que mantienen juntas son los lugares de pasaje,
J.ransformación o estasis, de una subjetividad a otra; tertio,
que este aparato y esos puntos de anudamiento establecen
una continuidad intersubjetiva. En esas condiciones, el gru-
po es una formación metapsíquica: cumple por esta razón
una función para-excitadora y filtrante de envoltura psíqui-
ca, pero, como lo ha propuesto D. Anzieu (1985) conforme a
los recientes resultados de la investigación biológica, la en-
voltura no es sólo una membrana, es también un aparato,
diferente del núcleo, y cumple una función de transforma-
ción; mutatis mutandis, el grupo como envoltura es un apa-
rato de formación y transformación de la realidad psíquica.
El trabajo intersubjetivo de asociación y la restitución de
la función del preconsciente son, en grupo, las condiciones
favorables a la perlaboración y modificación de las significa-
ciones. Lo que se repite en la modalidad compulsiva o en la
modalidad abreactiva debe ser reconocido como instancia y
resistencia en el aparato psíquico grupal: el trabajo de los
psicoanalistas es estar disponibles para «premeditar» las
modificaciones y preparar las condiciones para ellas. 10
Todos estos desarrollos ponen al descubierto la función
de las formaciones intermediarias en los procesos que cons-
truyen las cadenas asociativas grupales. Pudimos estable-
cer que los pensamientos y las formaciones inconscientes,
para devenir preconscientes-conscientes, deben transfor-
marse en formaciones intermediarias. Hemos observado
que las formaciones inconscientes utilizan formaciones de
171
ligazón a veces preestablecidas, a veces creadas. Y, por últi-
mo, que las formaciones de ligazón son a la vez representa-
ciones de ligazón y aparatos de ligazón. El grupo es una re-
presentación de ligazón y un aparato ínterpsíquíco de li-
gazón.
172
5. Retorno de lo reprimido y funciones del
preconsciente en el proceso asociativo
grupal
Dimitri, o el otro de la espalda
173
particularidades de dicho dispositivo. Propondré a conti-
nuación un análisis de los procesos asociativos que se pro-
dujeron en la secuencia retenida, poniendo a prueba la hi-
pótesis que he anticipado. Retomando el debate metodoló-
gico, intentaré indicar más precisamente los efectos del dis-
positivo sobre el proceso asociativo y sobre el contenido de
las asociaciones.
174
hallarse en el campo inmediato de su deseo. Se ven privile-
giadas otras investiduras sensoriales: la identificación por
la piel-del-vecino puesta en evidencia por P. M. Turquet
(1974), y de la que observaré que se apoya en la percepción
visual lateral del vecino, la búsqueda del sostén por la espal-
da, cuyos efectos analizo más adelante refiriéndome a las
investigaciones de J. Grotstein (1981), J. Sandler (1960) y
G. Haag (1987); la intensificación de las impresiones olfati-
vas y térmicas que atestiguan, con las precedentes carac-
terísticas, una importante potencialidad regresiva tópica,
temporal y formal. Se hace así la experiencia de un retomo
y de un recurso a modos de funcionamiento y a contenidos
psíquicos constituidos en las fases primitivas de la orga-
nización psíquica, vinculados, por ejemplo, a las demarca-
ciones o confusiones adentro/afuera. Tundremos ocasión de
verificar esta proposición en la secuencia elegida y más aún
cuando sea el turno de generalizar el análisis de los efectos
del dispositivo sobre el proceso asociativo.
En el dispositivo «de espaldas», las angustias persecuto-
rias suelen movilizarse en condiciones sensiblemente dife-
rentes de las que observamos en los grupos dispuestos fren-
te a frente: se ven particularmente estimuladas las proyec-
ciones alucinatorias; por ejemplo, una particularidad del
espacio frontal deviene el soporte de un rostro o de una pre-
sencia; es notable la frecuente formación colectiva de una
especie de pantalla visual que circunda al grupo, sobre la
cual son proyectadas, como sobre una pantalla panorámica
que envuelve a los espectadores, los personajes y las accio-
nes de una escena en cuya creación varios contribuyen y al-
gunos rehúsan participar. Esta envoltura visual activa,
obra del trabajo asociativo grupal, cumple seguramente
algunas de las funciones hoy mejor conocidas desde los tra-
bajos de D. Anzieu (1985) sobre el yo-piel. Insistiré especial-
mente sobre la puesta en representación de los grupos in-
ternos y del grupo mismo como objeto que contiene objetos,
lo que prefigura la tópica grupal del preconsciente.
El dispositivo alcanza globalmente su objetivo -al me-
nos con neuróticos- al intensificar, en límites aceptables y
con resultados apreciables, los efectos de anudamiento (y de
análisis) de las formaciones intrapsíquicas y de las forma-
ciones grupales. Los efectos de grupo, principalmente, se
ven intensificados, y podríamos compararlos a los que se
175
producen en grupos amplios, con la diferencia de que en el
dispositivo «de espaldas» los sujetos están más individuali-
zados.
El desarrollo de las secuencias sigue etapas bastantes
regulares: tras un período variable de exploración más o
menos sistemática de las dimensiones originales de la si-
tuación, de su extrañeza (no verse frente a frente contravie-
ne el hábito de las relaciones sociales y moviliza formacio-
nes psíquicas particulares), de las angustias o inquietudes
que suscita, las asociaciones versan sobre la escucha, la voz,
el discurso, el incierto sujeto que lo profiere y el incierto des-
tinatario al que se dirige. La atención prestada aja voz, a su
tesitura, a sus armónicos, al acento, es correlativa de la pre-
sión por identificar quién habla, de dónde viene la palabra.
El proceso asociativo sigue un curso diferente del que se
desarrolla en un grupo frente a frente y se asemeja más al
que se instaura en la cura cuando manifiesta, muy cerca de
la insistencia o de la censura, las formaciones del incons-
ciente. Por más de un motivo, encontramos aquí algunas de
las dimensiones de análisis empleadas por Freud cuando,
con el análisis de Dora, al modificar el dispositivo, obliga al
analizando a convertir sus representaciones de finalidad
espectacular (acciones, mímicas, solicitación de la mirada,
puesta en escena del cuerpo) en representaciones de pala-
bra y de palabra hablada. En estas condiciones, la regla fun-
damental debería producir sus efectos esperados, puesto
que se la enuncia para instaurar el levantamiento de las dos
censuras, y de ese modo el trabajo del preconsciente.
El protocolo de análisis
El protocolo que establecí para someterlo al análisis fue
seleccionado en el movimiento de mi contratransferencia
sobre varios objetos: sobre la «investigación», y evoco aquí
mi investidura sobre ese dispositivo exploratorio instalado
para avanzar en el conocimiento del proceso asociativo; esta
investidura es percibida seguramente por los participantes,
que saben que participan en una investigación al propio
tiempo que ellos mismos están interesados por esta expe-
riencia; el segundo objeto contratransferencial es un parti-
cipante, Dimitri, que moviliza mi atención y mis asocia-
176
ciones lo suficiente como para impulsarme a memorizar la
secuencia que voy a presentar.
Para establecer esta secuencia, tomé algunos puntos de
referencia en el curso de la sesión (sin tomar notas), e inme-
diatamente después de la sesión hice dos relatos, uno por re-
gistro en grabador y el otro por escrito un poco más tarde y
por anotaciones sucesivas; luego comparé los dos relatos,
atendiendo a sus diferencias y reconstruyendo el texto de
las asociaciones al hilo de mis propias rememoraciones, al-
gunas veces un tiempo después de la sesión. Renuncié a la
grabación directa para evitar dos inconvenientes: el aumen-
to del carácter potencialmente persecutorio de este disposi-
tivo experimental; mi exclusión como sujeto analista de la
escucha en la (contra)transferencia.
En estas condiciones, propongo el análisis que sigue. El
protocolo presenta las asociaciones manifiestas de cuatro
participantes (un hombre, tres mujeres) en un grupo que
contaba con seis participantes; tres enunciados no pudieron
ser identificados, pero es posible formular algunas hipótesis
sobre su(s) autor( es). Las asociaciones de una misma perso-
na están numeradas según su sucesión. El fragmento abajo
presentado tiene lugar justo después de una secuencia du-
rante la cual se habló sobre la extrañeza de la situación (in-
cluso para aquellos o aquellas que tienen experiencia de cu-
ra). Sigue un largo silencio. Luego Dimitri, que todavía no
ha hablado, que es extranjero y que declarará ulteriormen-
te sentirse incómodo por su acento, su origen y su cultura,
dice así:
177
de que Dimitri hablara, esos dos pomos de puerta que veo
ante mí como los dos ojos de un rostro y reconstruía un ros-
tro, un interlocutor.
Col.ette (2): ¿Te das cuenta de que acabas de decir interrup-
tor?
Denise (2): No me di cuenta; no, dije interlocutor, en fin,
creo...
Colette (3): Era interruptor.
Béatrice (3): Acabo de representarme en el TGV* con al-
guien adelante.
Colette (4): ¡De espaldas!
Béatrice (4): Sí, como los niños que juegan a la chenille.**
Forman un grupo, eso se mantiene junto.
Denise (3): Me intriga, interruptor, interlocutor.
Colette (5): Es lo que decía Dimitri recién cuando hablaba de
su país.
X (2): (. .. me gustaría ir.)
Denise (4): Acabo de pensar en dos cosas muy agradables:
justamente el frente a frente amoroso, sexual, y luego cuan-
do di a luz, cuando me pusieron al bebé sobre la panza, y es-
taba acostado sobre mi panza.
Colette (6): Ahí no es un interruptor, o en ese caso ... (risas).
Denise (5): Tampoco es verdaderamente un interlocutor.
X (3): (. .. )
Denise (6): Se me ocurre que para venir a la sesión tuve que
cancelar una cita con una enferma que me importa mucho y
que está muy ligada a mí pero tenemos dificultad para esta-
blecer contacto.
Béatrice (5): ¡Me siento sola!
Denise (7): Pienso que esa adolescente, que sólo puede ha-
blarme si le doy la espalda, está sola también ...
Colette (7): ¿A quién se le habla aquí (silencio), y quién oye lo
que uno dice?
Denise (8): Yo hablo, me oigo hablar y no sé del todo lo que
digo ... Es a la vez agradable y angustiante.
Silencio (3).
178
Análisis de una secuencia de cadenas asociativas
Propondré primero un comentario de cada asociación,
asociando las que se me ocurrieron en el momento y en los
tiempos consecutivos a la sesión. Recuerdo que en esta
secuencia manifestaron asociaciones cuatro participantes:
un hombre y una mujer permanecieron silenciosos en ese
momento, pero participaron ulteriormente en el trabajo
asociativo grupal.
179
riosidad frente a la escena (sexual) de la ruptura. Podría-
mos decir que la reformulación del significante país indica
tanto el lugar del extranjero y el deseo de conocerlo (¡cuen-
ta!: se trataría entonces, quizá, de una tentativa de tratar la
relación de desconocido), como una tentativa de desmetafo-
rización (por el recurso a la cosa que se debe localizar), y se
trataría más bien de una medida defensiva contra el despla-
zamiento de la escena cultural hacia la escena psíquica.
Béatrice (1). Interrumpe el silencio con una asociación
que recoge el enunciado del afecto de displacer articulándo-
lo, no con el otro lugar, sino con la situación presente. La
construcción sintáctica condensa el miedo a decir cosas de-
sagradables y el miedo al efecto producido por esas cosas so-
bre el otro y sobre sí misma. Su asociación está sostenida
por la transferencia sobre un objeto que evidentemente no
está nominado. Beatriz utiliza, como Dimitri, el pronombre
impersonal «Se» para banalizar su pensamiento y mantener
la indeterminación del sujeto, como del objeto: ¿Quién da
miedo? ¿Qué es lo que da miedo? Parece en todo caso esta-
blecido que se tienen cosas desagradables de decir(se). Todo
el problema es el destinatario.
Colette (1). Nombra en un mismo movimiento al sujeto
(es ella la que habla de sí), un objeto del miedo, en todo caso
para ella, quizá para Béatrice. Colette responde a la pre-
gunta de Béatrice mediante esta alucinación de «Ver» me, un
instante, de espaldas. Nombra también al destinatario de
las cosas desagradables de decir(se). Mantiene así el hilo
asociativo organizado en torno del significante espalda,
introducido por Dimitri. Más tarde Dimitri reconocerá que,
cuando Colette dijo mi nombre, él supo que era de mí de
quien tenía miedo. Que Colette me alucine de espaldas, y no
de frente, sigue siendo todavía una cuestión para elucidar.
Durante la sesión, volviendo sobre esta secuencia, supuse
esto: cuando una persona se aleja, la vemos de espaldas. Pe-
ro ¿por qué alejarme? ¿Qué me significa ella en la transfe-
rencia? Probablemente soy yo, o más bien lo que para ella se
representa como siendo yo, quien ha roto con ella alejándo-
me, volviéndole la espalda, enojado u hostil. ..
Béatrice (2). Interviene inmediatamente después de Co-
lette, ha recibido respuesta a su pregunta (a quién decir
cosas «desagradables»), pero interviene para precisar que
Colette acaba de designar una imagen, y no mi persona.
180
Observación que deja abiertas varias cuestiones: ¿la preci-
sión apunta a restablecer la escena de la realidad psíquica,
o a preservarme contra proyecciones agresivas ahora dema-
siado intensas (¡no es él, es sólo una imagen!)?
Denise (1). Esta segunda alucinación es diferente de la
primera: mientras que la primera era una ecuación, esta
otra reintroduce precisamente la metáfora («como los dos
ojos ... »). Es verdad que esta alucinación se produjo durante
el silencio antes de que hablara Dimitri, y esto es lo que pre-
cisará Denise ulteriormente al agregar que esta «visión» se
le presentó cuando se trató de que alguien estuviera ausen-
te de la sesión. Pero es verdad que es dicha después de que
Colette hablara de la suya. Tal movimiento cualifica la in-
terdiscursividad y el trabajo intersubjetiva de la asociación.
La representación está disponible, Denise la produce en el
grupo, pero sólo puede ser dicha en condiciones intersubjeti-
vas particulares. Su efecto, tal como el de una interpreta-
ción o puntuación en la cura, es suprimir la reticencia a
transformar una representación de palabra en una repre-
sentación de palabra hablada. Observemos además que, a
partir de la forma de una puerta, Denise reconstruye un
rostro. Ese rostro que ella da vuelta como una carta, es una
mirada que la mira, pero también es un interlocutor que
ella suscita, alguien a quien hablar frente a frente. A este
respecto se podría formular una hipótesis suplementaria y
suponer que al guardar Denise su «Visión» para sí, es Di-
rnitri quien habla de ella, también él movilizado por una re-
presentación de ruptura o de separación en la evocación de
la ausencia de alguien en el grupo.
Colette (2). Oyó interruptor por interlocutor. El efecto de
la representación de ruptura que rige las asociaciones de
Colette (me vio de espaldas), polariza también su escucha.
Ella oye un lapsus, es de nuevo una alucinación, la contra-
cara de la de Denise. El lapsus, volveré sobre ello, separa los
dos hilos conjuntos de la cadena asociativa: «separarse del
otro, reconstruirlo, perderlo». Va a formar el punto nodal
(der Knotenpunkt) a partir del cual se va a iniciar la secuen-
cia de las asociaciones, en esas dos vías antagonistas que la
formación de compromiso trata de volver complementarias.
Denise (2). Sostiene lo que dijo, interlocutor, disponiendo
al mismo tiempo un espacio de incertidumbre, en la medida
en que interlocutor no carece de correlación con interruptor.
181
Colette (3). Para ella no hay duda, lo que yo represento
para ella sólo puede figurarse en ruptura, de espaldas.
Béatrice (3). Es probable que este modo de represen-
tación mediante visión-alucinación le concierna puesto que
a su vez ella ve a alguien de espaldas en el TGV. Destacaré
el efecto de identificación con Colette y con Denise en la
elección de esta modalidad asociativa, cercana a la ensoña-
ción preconsciente, descargada de angustia, relativamente
lúdica.
Colette (4). Una vez más, destaca inmediatamente lo que
le importa: que el otro esté representado de espaldas.
Béatrice (4). Admite esta representación sin atribuirle la
significación que le confiere Colette; el juego de la chenille
es evocado como una forma de proveer una representación
del grupo, de mantenerse juntos, como un grupo de niños,
como una especie de juego del carretel que articularía el es-
tar solo, o separado, y el mantenerse juntos, temporaria-
mente, pero a poca velocidad. Esta segunda representación
de Béatrice introduce una nueva temporalidad en la repre-
sentación de la separación. Introduce también una repre-
sentación de cuerpos asociados vientre-espalda. Observe-
mos que Béatrice introduce aquí una metáfora (como niños)
en lugar de la alucinación que se impone como percepción
dotada de un sentido inmediato, ya presente.
Denise (3). Es probable que la correlación interruptor-in-
terlocutor, puesta en evidencia por el lapsus auditivo de Co-
lette, se facilite una vía de significación en su preconsciente.
Colette (5). Siempre polarizada por su fantasía de ruptu-
ra, ella sólo oye en la interrogación de Denise la validación
de su escucha: la pretende una prueba de que Dimitri ha-
blaba de ruptura cuando hablaba de su país.
X (2). Se puede suponer que esta evocación del país (del
lugar) del otro suscita esta asociación de deseo. También se
puede hacer la hipótesis de que se trata una vez más de una
desmetaforización de las representaciones psíquicas ac-
tuantes.
Silencio (2). A partir de este segundo silencio (entre los
tres que contiene esta secuencia), las asociaciones se van a
desarrollar sobre la vertiente «positiva» del lapsus. Este de-
sarrollo permite suponer que durante ese silencio la resis-
tencia en la vertiente negativa se ha consolidado, sin duda
también a causa de la insistencia de Colette.
182
Denise (4). Introduce el placer, lo agradable, el frente a
frente amoroso, sexual, al que asocia su experiencia de par-
to, panza contra panza, por fin descubierto el rostro del otro
llevado en sí misma. Podremos entender además que esta
segunda asociación se le ocurre mientras se identifica con el
niño que reencuentra el rostro de la madre. Esta hipótesis
asoma en mis asociaciones en el momento en que, en la in-
versión de los cuerpos de espaldas a frente a frente, intento
entender lo que Denise dice en la transferencia. Denise de-
nota también su primera alucinación: los dos ojos asociados
al rostro frente a frente .
Colette (6). Interrumpe a Denise con una broma que se
enuncia en forma de negación irónica, triunfa, suscita la
risa de los otros.
Denise (5). La alternativa que le impone Colette es trata-
da mediante el humor de su respuesta, que también hace
reír.
X (3). Alguien que no identifico dice algo de lo que no me
acuerdo. Yo mismo estoy movilizado por los términos con-
flictivos del lapsus, y es probable que las risas hayan tapado
esta asociación. Hoy me digo que este hueco en el protocolo
lleva además la marca de una pérdida necesaria para oírse
escuchar.
Denise (6). El trabajo asociativo realizaqo por Denise, a
la escucha de la parte de sí misma que oye interruptor en >
interlocutor, le permite dejar llegar áTa palabra hablada la '
evocación de una separación, luego la de un apego recíproco
entre ella y una enferma, y finalmente una dificultad (un
sufrimiento) en el establecimiento del «Contacto». Denise
hace el enlace entre aquí y allá, abre, tras Béatrice, la vía
al trabajo de la metáfora. Vuelve a encontrar una emoción
negativa asociada a interruptor.
Béatrice (5). Al decir que se siente sola, Béatrice reen-
cuentra un afecto depresivo asociado a una experiencia pre-
coz de abandono. Sabremos más tarde que se sintió identifi-
cada con la enferma de Denise y con Dimitri.
Denise (7). Restablece el lazo de las asociaciones entre
contacto y soledad (contraste), entre soledad de Béatrice y
soledad de la adolescente enferma (similitud), entre espal-
das, soledad y vínculo (contigüidad). Abre representaciones
de depresión, a diferencia de aquellas, más ligadas a la per-
secución, suscitadas por el conflicto psíquico de Dimitri.
183
Pero calla ahora lo que dirá más tarde: si la adolescente sólo
puede hablarle vuelta de espaldas, es para preservarla, a
ella, Denise, de sus fantasías de destrucción, es decir, para
salvaguardar el rostro de madre que ella representa para su
paciente. Esta asociación le volverá cuando evoque su alu-
cinación de un rostro a partir de los dos pomos de puerta.
Aquí nuevamente lo que dice Denise será oído por Dimitri
como una puesta en representación de la apuesta de su si-
lencio mediante la palabra hablada. ¿Podemos decir que
Denise se dirige también a Dimitri al desplegar sus propias
asociaciones? Yo lo creo, si precisamos que Dimitri es esa
parte de ella misma con la que está en debate y que el lap-
sus de Colette le ha permitido oír el nacimiento de ese de-
bate.
Colette (7). Mi hipótesis podría verse confirmada por su
doble pregunta, entrecortada por un silencio de elaboración;
Colette probablemente percibió en su preconsciente que las
palabras se dirigen a destinatarios no identificados, com-
prende que el sentido puede producirse sin que los sujetos lo
sepan, apela a una interpretación suponiendo un oyente pa-
ra lo que se dice. Además, encuentra una formulación que yo
oigo como el objeto mismo de mi investigación: eso de lo que
ella tiene un conocimiento explícito (a diferencia de Jaques
en el grupo con Solange y Marc). Su doble pregunta se diri-
ge, pues, simultáneamente al grupo («Se» habla, «Se» dice), a
mí (supuesto saber y oír) y a ella misma, sujeto de su lapsus
auditivo (¿cómo escucharlo?).
Denise (8). Su primera palabra es Yo, la repite cuatro ve-
ces,* cinco si se cuenta su forma reflexiva, prueba de su des-
doblamiento asumido: «me oigo .. ·"· La confusión y la incer-
tidumbre en cuanto al sentido y al afecto acompañan este
surgimiento del Yo.
Silencio (3). Se trata de un silencio de elaboración en el
placer. Yo lo siento como los participantes. La formulación
de Denise surge como una especie de calderón, con el silen-
cio como caja de resonancia. Me reafirmo en la idea de que
este dispositivo experimental produce efectos de trabajo psí-
quico de calidad. Es en este momento cuando mi investidu-
ra de memoria se transforma para una escucha más pareja-
mente flotante.
* En francés, la articulación de pronombre antecede necesariamente al
verbo. (N. de la T.)
184
La formación del proceso asociativo grupal a
partir de lo reprimido actual
La represión actual
La hipótesis según la cual no pueden existir procesos
asociativos en el grupo sin que se haya producido una repre-
sión actual ya fue puesta a prueba en el análisis precedente.
No se trata sólo de lo reprimido con que, podríamos decir,
cada uno llega al grupo. Se trata de la represión suscitada
por el encuentro con objetos de deseo y con la regla funda-
mental, que invita a suspender el efecto de las dos censuras.
Este reprimido ligado a la situación grupal y a su organiza-
ción psicoanalítica retorna por diversas vías: especialmente
en la transferencia y en el proceso asociativo. Este se forma
a partir de una representación preconsciente de un comple-
jo reprimido que funciona como organizador del curso de las
asociaciones en el grupo.
Como Marc en el grupo anterior, Dimitri provee esta re-
presentación inicial donde algunos elementos del complejo
inconsciente se han vuelto preconscientes y funcionan como
atractores o repulsores de la represión para los otros miem-
bros del grupo.
Los participantes se identifican con ciertos aspectos del
complejo y del conflicto inconscientes cuyo portador es Di-
mitri. Así pues, lo colocarán en posición de líder y él cumpli-
rá la función resistencia} del líder descripta por A. Béjarano
(1972). Esta perspectiva es, sin embargo, insuficiente si no
tomamos en consideración el trabajo asociativo efectuado
por los miembros del grupo para facilitar las vías al retorno
de lo reprimido del líder y, de paso, para abrir las vías al re-
conocimiento de lo que les corresponde a ellos. Dimitri está,
pues, sin saberlo al servicio de la insistencia del retorno de
contenidos reprimidos de diversos orígenes, y que habrán
sido movilizados por la represión secundaria actual y de-
vueltos al preconsciente mediante el trabajo intersubjetivo
de la asociación. ¿Es el haber percibido esto muy pronto lo
que me volvió atento a esta secuencia? El hilo conductor de
mi análisis es que el proceso asociativo se organiza como
despliegue de lo reprimido de Dimitri: el grupo en su con-
185
junto está en una función de porta-palabra con relación a
Dimitri.
186
así». El enunciado es a la vez general, desubjetivado, anóni-
mo o universal: «Se» [on] permite que cualquiera, uno cual-
quiera entre otros 1 pueda situarse en esta representación:
yo, tú, él, varios de nosotros ... Varias posiciones subjetivas
pueden declinarse sobre esta estructura de argumento de
entradas múltiples: uno enoja o lo enojan, el otro se da vuel-
ta, le vuelve la espalda.
Aquí, es como en su país, como «en mi casa», dice Dimi-
tri: no sabemos aún si Dimitri me vuelve la espalda o si soy
yo quien le volvió la espalda; si cada uno se vuelve la espal-
da, algunos o alguien cuenta(n) para Dimitri más que otros,
y de hecho yo lo situé «como en su país». Lo expuse a vivir de
nuevo una situación desagradable, angustiante, a reen-
contrar sentimientos hostiles. Las fantasías que se movi-
lizan en él son probablemente inadmisibles; ciertamente
está en juego su deseo de ruptura con la herencia de los pa-
dres: ¿enojar al padre, volverle la espalda, sentir hostilidad
respecto a él?
He destacado el cambio que sobreviene en el contenido
y el estilo de la asociación de Dimitri cuando dice, tras un
breve tiempo de silencio: «y eso me hace pensar también que
cuando tengo que romper un vínculo con una amiga . .. ».Mi
atención fue atraída por este también que escucho como
resultado del trabajo de encubrimiento de «eso» por la repre-
sentación de la ruptura con una amiga, no ya con el padre,
según mi hipótesis. Dimitri se ha alejado de su fantasía y
del contacto físico que esta moviliza: volverse la espalda
cuando «Se» está enojado u hostil se transforma en romper
por teléfono, la voz sin la presencia del cuerpo, del rostro.
Este cambio de contenido y de objeto me hace pensar que
se produjo en Dimitri una represión de las representaciones
devenidas parcialmente preconscientes. El desplazamiento
sobre la amiga, la ruptura que no implica ni el de espaldas
ni el frente a frente, sino la distancia donde se suprimen los
vínculos de cuerpo a cuerpo, indican la apuesta sexual de su
fantasía reprimida.
Dimitri guardará silencio durante casi toda la sesión.
Estará a la escucha de lo que va a decirse, de lo que se aso-
ciará a partir de su asociación. Se situará en posición de
187
descubrir y significarse/interpretarse, en las asociaciones
de los otros, lo que no podía alcanzar directamente la repre-
sentación preconsciente-consciente en él, pero que encuen-
tra un acceso a él. En la medida en que escucha las asocia-
ciones de los otros a la distancia que conviene para admitir-
las en su preconsciente, el trabajo asociativo proseguirá en
él apoyado en las asociaciones de los otros; estas tomarán
para él un valor de figuración y de interpretación de sus pro-
pios pensamientos reprimidos.
Lo que Dimitri dirá más tarde da testimonio de este tra-
bajo: podrá reconocer la angustia de enojar a su padre si él
no asume la herencia de los Ancestros. Volverle la espalda
es para él exponerse a que su padre lo atrape por detrás.
Tendrá esta representación cuando Colette me haya aluci-
nado de espaldas ante ella. Observemos que lo que tiene va-
lor de fantasía de separación materna para Colette es inter-
pretado por Dimitri en el sentido de su fantasía inconscien-
te: tener a su padre en la espalda. Esta es precisamente la
representación reprimida que retoma y contra la cual se de-
fendió evocando la ruptura con la amiga.
Dimitri volverá sobre su relación con su cultura, emba-
rullándose con las significaciones «científicas» de acultura-
ción y de enculturación; no puede ni volverle la espalda ni
fijarse en el papel de representante de esta cultura que él
«arrastra» tras sí. El «lapsus» interlocutor-interruptor será
entendido por él como una puesta en forma de su debate; si-
túa en ese lapsus el punto de anudamiento de su propio con-
flicto. El trabajo de la resignificación, para él como para los
otros miembros del grupo, supone una capacidad de identi-
ficación con los conflictos y con los objetos internos del otro,
pero también una recuperación diferenciadora de sí mismo
y del otro. Este trabajo es el que se opera en Dimitri durante
su silencio: reconstituye en este el espacio y la función del
preconsciente, en proporción a la movilización de esta ins-
tancia en los otros miembros del grupo. Por eso se puede
efectuar una perlaboración intersubjetiva.
188
,
cunscribir con cierta precisión cómo la parte devenida pre-
consciente de su fantasía reprimida inicia un movimiento
de represión y luego de retorno de lo reprimido en el desplie-
gue de las asociaciones.
He indicado lo que me parecía eran las marcas del pre-
consciente en la asociación de Dimitri: el desplazamiento
metaforizante, el enunciado que incluye una multiplicidad
de posicionamientos subjetivos, el tránsito entre varios lu-
gares psíquicos: Ice Pee/Ce; aquí-allá; ahora-entonces. El
enunciado de Dimitri ha puesto en representación de pa-
labra, en la palabra hablada, las representaciones angus-
tiantes de los participantes. Pero, en el caso de Dimitri, el
levantamiento parcial de la represión fue inmediatamente
suspendido y contrariado por una operación de represión
secundaria actual.
Varias fantasías devenidas preconscientes están soste-
nidas por las características espacio-corporales del disposi-
tivo: la posición de espaldas movilizará fantasías y relacio-
nes de objeto que remiten a diversas organizaciones libidi-
nales. Estas representaciones proveen continentes de pen-
samiento (B. Gibello,passim) a las representaciones de cosa
y a los afectos de los participantes. En un primer momento,
la fantasía será perder el rostro de la madre: varios partici-
pantes sentirán, en la transferencia, odio y angustia respec-
to del objeto de amor faltante, ausente o perdido. Todas las
asociaciones están regidas por esta representación, según
un primer nivel de organización en el que se proponen las
variaciones en torno de «la angustia del octavo mes».
Hay una segunda fantasía activa, inconsciente y mante-
nida en la represión por Dimitri. La de tener al padre en la
espalda, el pene que lo penetra, lo persigue y lo aniquila; la
«cultura» es el representante, admisible para el precons-
ciente, de esta fantasía: por eso ese significante es utilizable
para representar, por desplazamiento, el conflicto intrapsí-
quico reprimido. 2 El enunciado encubridor de esta fantasía
pondrá en escena a «la amiga» como objeto de la separación,
es decir, probablemente una representación regresiva de-
2 Cf. R. Kaés, 1987 y 1998. Intento mostrar que el lenguaje de las dife-
189
fensiva frente al ideal perseguidor incorporado en la moda-
lidad anal («enculturado»).
Nos encontramos, pues, con dos fantasías organizadoras
del proceso asociativo grupal. Porque una está reprimida,
Dimitri se calla y permanece a la escucha de su develamien-
to por parte de los otros. Esto implica que lo reprimido inte-
resa, de alguna manera, a más-de-un-otro. Las dos fanta-
sías de Dimitri, el recubrimiento de una por la otra, corres-
ponden a estructuras pregenitales y genitales, y tienen es-
tatutos conscientes, preconscientes e inconscientes en los
miembros del grupo. Los miembros del grupo se acoplan
entre sí por sus identificaciones recíprocas en los objetos
correlativos de esta comunidad fantasmática. Se identifican
además entre sí sobre la base de sus angustias: angustias
de separación, de ausencia, de pérdida de la seguridad por
el contacto de espaldas y sobre la base de los síntomas (las
alucinaciones) que producen; están ligados entre sí por las
dinámicas y las economías transferenciales. La transferen-
cia negativa es consecuencia del odio suscitado por la desa-
parición de los objetos de apuntalamiento visual; la transfe-
rencia positiva se establece y se reafirma en las identifica-
ciones con los objetos de amor compartidos y que es necesa-
rio preservar, figura para unos de la madre; para otros, del
grupo como objeto narcisista y conjunto continente; para
otros, del padre.
190
Béatrice y el cuidado del vínculo
191
Ella ha percibido exactamente el conflicto de Dimitri, la
doble fantasía que lo organiza, e insiste sobre su punto co-
mún: la ruptura, la interrupción. También habrá pensado
IVG al oír TGV.
Colette puso en forma el conflicto que atraviesa a cada
uno y del que Dimitri dio una primera representación: para
que haya un interlocutor, es preciso que haya una interrup-
ción, una separación. Esta significación es lo que trabaja en
ella y lo que insiste en su versión del interruptor.
192
podemos imaginar que falta el diferencial tópico. El trabajo
de la interpretación consiste precisamente en restituir ese
diferencial, en sostener la función de preconsciente, en
mantener abierta la escucha de esas versiones singulares
en su articulación con el fondo común: en grupo, una signifi-
cación adquiere su sentido en el tejido asociativo, en una o
varias otras asociaciones, en sus enlaces.
Las alucinaciones
En esta secuencia se producen en serie tres visiones-
alucinaciones; precisaré en un instante lo que entiendo aquí
193
por alucinación. Recuerdo su orden: Colette me ve de espal-
das, Denise reconstruye un rostro con dos ojos, Béatrice se
representa en el TGV con alguien adelante, sin precisar si
está de frente o de espaldas. Luego, un lapsus auditivo de
Colette interpreta la visión de Denise.
Esta serie contagiosa signa las identificaciones en el
síntoma al mismo tiempo que despliega los elementos cons-
titutivos de las fantasías organizadoras: por una parte, se
organiza una serie en torno de la fantasía separación-des-
trucción, reparación-reunión, con la inversión espalda/ros-
tro; en esta serie, Béatrice es la única en representarse a sí
misma después de que, habiéndome Colette «visto de espal-
das», Denise vuelva esa espalda y reconstruya un rostro.
Así, nos encontramos con un movimiento en dos tiempos:
194
trabajo asociativo plurisubjetivo, en un proceso de metafori-
zación.
Tenemos, en lo que relata Denise, un ejemplo de alucina-
ción con soporte perceptivo: antes de que Dimitri hable, dos
pomos de puerta ante ella se transforman en dos ojos de un
rostro, que ella reconstruye y al que constituye como inter-
locutor. Notemos la elección del soporte perceptivo: los
pomos de una puerta, es decir, de un lugar de pasaje, de una
discontinuidad adentro/afuera. El soporte perceptivo inves-
tido participa en la transformación metaforizante y en el
proceso de pensamiento: la alucinación es una forma de lu-
cha contra la desaparición del objeto, su reconstrucción, pe-
ro es también esa tentativa de reconstrucción psíquica y de
ligazón entre los objetos. Por eso nos encontramos aquí con
una alucinación y no con una transformación en la aluci-
nosis. El trabajo de ligazón recae sobre la espalda (irse, des-
truir, odiar) y sobre el rostro (reencontrar, reconstruir, re-
parar), pero también sobre la representación de cosa y la re-
presentación de palabra (el lapsus).
El lapsus
Esta segunda forma del retorno de lo reprimido es una
alucinación auditiva: Colette oye interruptor en interlo-
cutor. Ella comete ciertamente este lapsus: adquiere valor
de síntoma para ella, pero también en el grupo y para el
grupo, en la serie asociativa.
Detengámonos sobre este «Knotenpunkt». Colette oye un
lapsus: interruptor por interlocutor, tras haberme alucina-
do ante ella de espaldas. Denise, que también se represen-
taba en silencio un rostro interlocutor, justo antes de que
Dimitri hablara, habría, para Colette, cometido ese lapsus.
Lo que «oye» Colette retoma, sobre la escena de lo oído, la
fantasía de verme ante ella, de espaldas:
un in t e r - < locuto'
ruptor
>' ¿un ;nwl""'t"' qu• ;nt<,,rumP'?
195
Esa es su pregunta. Es también la de Dimitri y la de De-
nise (4,6,7), para cada uno en el registro que le es propio. Es
una pregunta que recorre el grupo, sostiene su acoplamien-
to y testimonia de la comunidad inconsciente de las identifi-
caciones de cada otro con el otro.
Dos series asociativas se entrecruzan, interactúan en el
punto de anudamiento que constituye el lapsus, sostenidas
por el mismo complejo:
Las transferencias
Desde este punto de vista, la forma desubjetivada «Se»
señalaría una resistencia del sujeto a reconocerse como tal
196
en el retomo de lo reprimido. «Se» designaría también el ob-
jeto flotante de la transferencia. En realidad, de las transfe-
rencias múltiples, de un verdadero grupo de transferencias:
el psicoanálisis, el grupo, el dispositivo de investigación,
determinado participante.
La asociación de Dimitri está vectorizada por su trans-
ferencia sobre mí: por eso esta asociación toma inmediata-
mente para las tres mujeres ese valor de estar investida por
mí, sobre lo cual ellas transfieren sus configuraciones de
objetos infantiles. Es importante destacar la expectativa
transferencial de Dimitri sobre el grupo: supongo que esta
transferencia está en relación con la representación (¿pre-
consciente?) de que, si él se calla, los otros participantes van
a aportarle las palabras para decirse a sí mismo lo que él no
puede representarse. Se colocaría entonces en la posición
del analizando frente a un grupo-analista-progenitor. Po-
dría oír notablemente en las cadenas asociativas lo que le
corresponde como propio. Dimitri tiene la profunda intui-
ción (ligada a su capacidad de identificación proyectiva co-
municativa) de que el desenlace de su conflicto, el desanu-
damiento de su resistencia transitan por la perlaboración
intersubjetiva de los otros.
Correlativamente, cada una de las mujeres habla por su
propia cuenta, pero en la transferencia sobre Dimitri y so-
bre mí. ¿Diremos que Dimitri las representa ante mí? Ellas
hablan de lo que Dimitri desconoce, hablan de Dimitri, pero
sólo podrán comprender el sentido de lo que dicen con la
condición de reconocer que, al dirigirse a Dimitri, trans-
fieren sobre él lo que se resisten a reconocer de su de-
seo respecto de lo que yo represento para ellas: una ma-
dre enojada cuyo rostro debe reconstituirse, un padre aún
enigmático. Lo reprimido retorna a través de estos encaja-
mientos de transferencias y de resistencias.
197
la reutilización del significante (espalda) incluido en mi
enunciado del dispositivo; pero también a partir del silencio
de Dimitri los otros miembros del grupo hablan de un modo
asociativo. Cada uno habla de lo que le viene a la mente y, al
mismo tiempo, reconoce allí su fantasía, su deseo, su miedo.
Pero también cada uno, alternativamente, por proximidad
y distancia, en el silencio de Dimitri que ocupa aquí una
función de liderazgo silencioso, habla a partir del grupo in-
terno de Dimitri: ellos «hablan» a Dimitri, a quien le faltan
el reconocimiento y el uso de los significantes que sostienen
fantasías de ruptura, sobre todo fantasías asociadas a su
vínculo con su padre, la ruptura deseada y temida con él.
El trabajo de grupo será sostener, a partir de la represen-
tación-meta de la fantasía de ruptura y de la angustia de
«volver la espalda», este descubrimiento de que el otro se
constituye en la separación, y correlativamente el Yo. Este
descubrimiento es la creación común del discurso asociativo
grupal sostenido en la transferencia y en mi contratransfe-
rencia. Sobre esta trama, a partir del movimiento de trans-
misión psíquica que, en la transferencia lateral, se desplaza
hacia Dimitri, el extranjero para sí mismo extranjero, cada
uno definirá lo que es para él la identidad propia del otro: el
padre, la madre, el niño, el enfermo, el ausente, el otro se-
xuado, la cultura del extranjero.
El análisis preciso del proceso asociativo en esta breve
secuencia muestra que la función del porta-palabra se am-
plía al conjunto del grupo. Sin embargo, la contribución de
cada miembro del grupo, de cada sujeto, puede ser indi-
vidualizada. Es probable que mi escucha, al articular el pro-
ceso asociativo grupal y los procesos asociativos de los suje-
tos singulares en el grupo, sostenga esta escucha en los
miembros del grupo y que el dispositivo mismo haga posi-
ble, cuando no necesario, que se dirija la atención a esos
puntos de anudamiento.
Esta secuencia nos enseña aún otra cosa: hemos podido
comprobar que, a través de la cadena asociativa grupal, se
distribuyen las economías subjetivas singulares en función
del curso de los acontecimientos asociativos y de la estructu-
ración del discurso; lo que forma resistencia en un punto de
la red asociativa, en un punto subjetivamente determinado
por la resistencia de un sujeto en su relación con el discurso
sostenido en el grupo, puede producir efectos de trabajo en
198
otros puntos de la red asociativa. Es así como deviene pre-
consciente/ consciente en uno lo que permanece o vuelve a
transformarse en inconsciente en otro. Retomo de lo repri-
mido y retomo de la represión forman un movimiento cons-
tante; esto mismo mantiene juntos el proceso asociativo
grupal y la perlaboración específica que en él se produce.
199
las fantasías y angustias pueden ser reconocidas como
activadas por la situación, y no generadas por ella.
He indicado qué objetivos perseguía y qué efectos de
trabajo esperaba al proponer este dispositivo particular.
Quisiera detenerme más precisamente en el efecto de movi-
lización psíquica producido en el proceso asociativo por la
disposición «de espaldas» de los participantes. Es evidente
que esta característica de la situación estimula la transfe-
rencia de relaciones de objeto, de efectos, fantasías e identi-
ficación que la situación frente a frente sólo moviliza muy
rara vez; en este grupo, una de las preguntas que se me diri-
gieron podría formularse así: ¿por qué se aleja de nosotros
en un momento en que tenemos que vivir la separación,
cuando el grupo es el lugar del mantener-juntos frente a
frente?
Es evidente que soy precisamente yo quien instituyó es-
ta situación y que en esto se manifiesta algo de mi deseo. El
significante espalda, que se refiere al dispositivo, interroga
a mi supuesto deseo en la puesta en marcha de la situación
y así aparece en varias ocasiones en las cadenas asociativas:
está asociado a hostilidad, ruptura, destrucción; está aso-
ciado a separación, ausencia, alejamiento y, por oposición al
frente a frente, está asociado a rostro, mirada, apareamien-
to, parto.
¿A qué están expuestos, pues, específicamente los
participantes por causa de este dispositivo? A una situación
que moviliza emociones y representaciones asociadas a las
modalidades primitivas del cuerpo a cuerpo, es decir, prime-
ramente al cuerpo a cuerpo materno. Las alucinaciones ha-
cen aparecer el rostro de frente, el alejamiento de espaldas.
200
Proponer un dispositivo y someterlo a la prueba de la clí-
nica remite a interrogar su congruencia con el campo de los
objetos, del método y de la práctica del psicoanálisis; tam-
bién, a establecer una relación crítica con los dispositivos
habitualmente utilizados; finalmente, a confrontarse con el
dispositivo prínceps del psicoanálisis.
En efecto, la implementación de un dispositivo de traba-
jo moviliza una cantidad de preguntas sobre aquello que lo
rige: todo dispositivo psicoanalítico debe instalar las condi-
ciones necesarias para el cumplimiento del trabajo psíquico
cuya práctica sostiene el psicoanálisis: disposición del tiem-
po y del espacio de las sesiones, enunciado de las reglas des-
tinadas a sostener la constitución de los procesos (trans-
ferencia, asociaciones, interpretación) en el curso de los cua-
les se manifestará el sujeto en su relación con el incons-
ciente, en sus repeticiones, su sufrimiento, su goce y sus
recursos.
Si la invención del dispositivo de la cura psicoanalítica
corresponde precisamente a tal proyecto, no es seguro que
ocurra absolutamente lo mismo con los dispositivos depen-
dientes de un proyecto de trabajo psicoanalítico en situación
de grupo. Aparte del psicodrama psicoanalítico -cuyas
variantes habría que precisar-, verificamos que tales prác-
ticas no están completamente dotadas de un dispositivo
propio, apto para movilizar la inversión del espacio del en-
cuentro intersubjetiva en el espacio intrapsíquico, por la
puesta en forma de una ruptura en lo acostumbrado del
vínculo social. Esta inversión caracteriza al dispositivo prín-
ceps de la cura. En la práctica grupal, los modelos de la psi-
cología social y de la psicoterapia de grupo persisten y reem-
plazan a los modelos más generales de la sociabilidad fami-
liar, de los grupos de aprendizaje, trabajo, entretenimiento,
asistencia o iniciación.
De este modo, el motor de la búsqueda de otro dispositivo
es una insatisfacción: insatisfacción por no reconocer en los
dispositivos habituales una suficiente correlación entre el
201
objeto teórico trazado por la práctica grupal en el campo del
psicoanálisis, el método adecuado para hacer manifiesto el
inconsciente en sus efectos, funciones y problemas para un
sujeto o conjunto de sujetos, y las propiedades de un disposi-
tivo capaz de neutralizar toda interferencia con un orden
heterogéneo al del inconsciente y de la subjetividad, que se
activa en el ser-juntos.
La reflexión que deseo introducir a partir de este ensayo
prosigue el indispensable debate sobre el estatuto epistemo-
lógico y metodológico del grupo en el campo del psicoaná-
lisis.
Limitaré mi desarrollo a la presentación del dispositivo
que he instalado, al análisis de ciertos efectos de trabajo que
se producen en él y que me parecen suficientemente nota-
bles como para sostener una reflexión sobre lo que requiere,
dadas las exigencias del trabajo psicoanalítico, un dispositi-
vo fundado en una estructura de grupo.
202
ble, la angustia de pérdida del sí mismo en el desdobla-
miento abisal (1972, pág. 54);
la experiencia de frente a frente del apareamiento (y las
fantasías originarias).
203
necesario para la constitución de la imagen del cuerpo y de
la separación psíquica. La pérdida del apuntalamiento vi-
sual frontal pone en entredicho «el trasfondo de seguridad»
de cada uno (J. Sandler, 1960). En sus más recientes inves-
tigaciones, G. Haag (1987) ha mostrado que el desarrollo
psíquico supone una integración por la mirada materna del
contacto táctil a nivel de la espalda, siempre y cuando esta
integración esté acompañada de palabras para garantizar
en el bebé el sentimiento de seguridad y de identidad. 4
En este tipo de grupo, los participantes deben reelaborar
esta fase crucial de la integración psíquica. En algunos gru-
pos predomina la fantasía del «agujero en la espalda», que
no podría ser tratada unilateralmente como una fantasía de
penetración sexual anal, sino como la asociación de una
angustia básica a esta fantasía. Como el análisis del grupo
con Dimitri nos lo ha mostrado, el atrás [arriere] no es el tra-
sero [derriere], pero esas dos representaciones del cuerpo li-
bidinal tienen en común ser regiones que la mirada no pue-
de captar. La instalación de una envoltura visual circular
corresponde a esta integración, mediante el trabajo de teji-
do asociativo de lo visto, lo oído y lo imaginado, en una espe-
cie de creación alucinatoria común.
Hablar/ver
204
En este grupo, desde la primera sesión, resultan inme-
diatamente movilizados los sentimientos de persecución,
ligados a la dificultad de identificar al otro en el trasfondo,
detrás de uno. Todo ocurre como si hubiera que poner lo
trasero adelante. Lo que se produce por detrás es evidente-
mente amenazador. Tener alguien en la espalda es estar ex-
puesto a la angustia de penetración, y es probablemente es-
ta angustia la que mantiene a Dimitri en su silencio, por no
tener representación aceptable por el yo.
Surgen otras series asociativas: estas dejan en la sombra
lo que amenaza de atrás y proyectan a cada uno hacia ade-
lante en el espacio frontal que delimita la sala y fija un ade-
lante para cada uno. 5 Uno se ve parado en un rincón contra
la pared: se acurruca contra el límite, en el ángulo que sub-
raya este límite y lo respalda a él, quien puede verse y refle-
jarse desdoblándose; otro se pregunta para qué sirve un
pizarrón, qué se podría escribir allí y quién sería su destina-
tario; otro divisa un intercomunicador con quien eso podría
comunicar (¿una máquina que comunica con eso?), y luego
afiches. Uno de los afiches es descripto así a quienes no lo
ven y que preguntan lo que representa:
205
tasía compartida de esos espacios psíquicos comunes, de
una especie de visión y una mirada «de grupo»: apelan a, o
se apoyan sobre, la constitución de una pantalla de proyec-
ción circular, a veces semicircular o parcial, sobre la que se
representan escenas, objetos, movimientos ligados en una
sucesión asociativa. Cada uno, y con la cooperación de los
otros, contribuye a crear una envoltura que contiene «el ex-
terior» y que reconstituye un rostro (un adelante) y una cin-
ta (una continuidad): la cinta (Bindung) constituye un lazo.
A esta pantalla de piel grupal, 6 a esta envoltura dérmica co-
rresponde un fantasmático ojo grupal7 o la representación
de un grupo-Argos-de-cien-ojos. Estas manifestaciones son
muy frecuentes durante la fase inicial del grupo y durante
secuencias en cuyo transcurso están mal afirmadas las
fronteras del yo y las del grupo, por ejemplo durante la au-
sencia de un(a) participante, o tras una ensoñación prolon-
gada en común.
Pensamos en un mito de la caverna que invertiría las re-
laciones adentro/ afuera: fragmentos de mundos internos se
reflejarían sobre las paredes, constituyendo así una bolsa o
un continente de representación que toma apoyo sobre per-
cepciones transformables en pensamientos, en representa-
ciones asociadas a otras representaciones mantenidas jun-
tas en los límites del continente. Cada uno participa en la
composición de una parte del universo cuya visión total, es
decir, su dominio y su conocimiento, el grupo garantizaría
mediante sus múltiples ojos.
Una vez establecido el vínculo grupal, y la formación de
la pantalla grupal será un momento constitutivo de este, se
podrá prestar atención al proceso asociativo, a la palabra
dicha y oída.
Volvamos a nuestro grupo. El pájaro migrador va a ser-
vir de representación intermediaria en una serie de aso-
ciaciones sobre los pasajes entre el afuera y el adentro, so-
bre el sentimiento de estar encerrados adentro, vueltos al
mismo tiempo hacia el exterior. El pájaro-guía los conducirá
a un viaje a América del Sur (algunos saben que voy allí), o
a un aeropuerto de Chicago con ocasión de una escala en la
206
cual uno de ellos esperaba visitar la ciudad, lo que no pudo
hacer. En lugar de esto, fue llevado a una especie de bunker
donde las personas estaban sentadas precisamente en esta
posición, de espaldas entre sí; nadie se comunicaba.
La metáfora del pájaro-transportador es transformada
en la de una estrella: el grupo funciona como una estrella,
dice una mujer. Este cambio en el contenido metafórico se
sigue de un silencio, que se instala y que yo interrumpo al
cabo de cierto tiempo preguntando qué se quedó detenido en
este silencio. Se trata entonces de un filme, Alíen, y se inte-
rroga a cerca del subtítulo:
207
La soledad aparece al mismo tiempo que la pregunta por
el límite:
208
de y sobre la cosa. Cada cual es libre de ser retenido por la
contemplación de la cosa, ella será su cosa, pero desgravada
de los efectos de seducción y dominación que provoca la
presencia excesiva del objeto.
Mientras se totalicen visiones y proyecciones parciales
y se formen objetos grupales -estos no son posesión de na-
die pero no se mantienen sino por la contribución de cada
uno-, la cuestión de la falta sólo se manifestará a través de
su rellenado; sólo se planteará en la doble experiencia que
podrá llevar a esta declaración: lo que el otro ve, yo no lo veo;
lo que yo veo, está fuera de su alcance. El ojo, la visión o la
mirada «grupales», el mantenimiento de una formación
común procede de la consumación de alianzas, pactos y con-
tratos inconscientes. Especialmente los que abrigan el be-
neficio de las renegaciones, de las negaciones y rechazos co-
munes, encontrando cada uno su interés en la represión y
en el negativo de la representación (la a-representación).
Una línea asociativa presente desde el comienzo va a re-
correr ahora toda la sesión; concierne a la falta de oxígeno,
al encierro, a lo malo, a los «malos armarios» donde se encie-
rra a los niños pequeños, a las mujeres de Barba Azul o a los
cadáveres de los roperos familiares:
209
estar abandonado y separado, ser agredido por detrás. La
dimensión sexual de estas fantasías es manifiesta, pero se
dibuja aquí la función de protección contra la soledad y el
miedo que el grupo está consagrado a garantizar, como lo
puso notablemente en evidencia G. Róheim (1943).
La restauración de los límites y de la confianza en la es-
cucha tendrá como efecto, al final de la sesión, producir una
reinvestidura del cuerpo, de sus límites y de su densidad, de
la espalda, con una fantasía de comunicar por la espalda.
210
Sentir / tocar / ver
211
Tales fenómenos son probablemente articulables con los
accesos de secreciones hormonales que provoca el agrupa-
miento, en el hombre como en muchos animales gregarios.
Estos procesos permanecen más acá de los umbrales de per-
cepción. En cambio, los marcados olfativos culturales son
utilizados en la constitución de las «atmósferas» grupales, y
ciertamente el dispositivo mantiene la atención dada a es-
tas formaciones. Así, el humo del tabaco favorece la consti-
tución de un espacio intersticial común, compartido, im-
puesto, rechazado: invasor, capaz de neutralizar los olores
singulares, individuantes, o funcionando como llamada se-
xual, el aire cargado de olor a tabaco garantiza, como una
cinta de Mcebius, una cierta continuidad entre el espacio
interno de cada uno, en su cuerpo, sus pulmones, su sangre,
su corazón, y el espacio externo, el aire cargado con un tóxi-
co común y compartido: inhalación y expulsión antagonis-
tas y simultáneas son los anclajes corporales de las fanta-
sías de aparato respiratorio común, a veces asociado a la
escena primitiva «aérea», en la alucinación sonora y olfativa
de un aliento, de un sonido, de un aire comunes. La depriva-
ción visual estimula todos los valores del retorno hacia el es-
tado narcisista primario, o hacia la unidad dual.
Sin embargo, la importancia correlativa del trabajo de la
palabra hablada, la atención prestada a la escucha del pro-
ceso asociativo, en su doble singularidad individual y gru-
pal, en sus articulaciones, la experiencia reiterada de la so-
ledad y de la ausencia en presencia de los otros, todos estos
elementos se conjugan para sostener el proceso del análisis,
del desligamiento y de la subjetivación en el ser-juntos.
212
fantasmatización y las identificaciones que concurren para
crear el aparato psíquico grupal, aparato de continencia, li-
gazón, transformación y transmisión, aparato de tránsito
tramitador de los desplazamientos entre la intersubjetivi-
dad y la intrasubjetividad grupales.
213
Nos encontramos entonces muy cerca del objetivo que
me parece poder alcanzar el dispositivo grupal: posibilitar
la experiencia del inconsciente a cada sujeto, en tanto es
sujeto del inconsciente, sujeto de la palabra y sujeto del gru-
po, a través de las relaciones que establece consigo mismo y
con los otros, al escucharse hablando en el concierto de las
voces habladas en el grupo. En tal dispositivo, de una mane-
ra más decisiva, la atención prestada al proceso asociativo
en la cadena asociativa grupal abre para cada uno el recono-
cimiento de la parte de su propia subjetividad implicada en
los efectos de grupo.
Estas pocas observaciones no agotan la descripción de
las formaciones y los procesos psíquicos a los que este dis-
positivo abre un acceso más fino y más preciso. Indican en
qué direcciones puede efectuarse el trabajo; en él nos vere-
mos más confrontados aún con el análisis de los efectos de
grupo: estos se forman y tienden a mantenerse con fuerza
mayor aún por cuanto el apuntalamiento primordial y el
dominio visual están ampliamente puestos en suspenso.
Por lo tanto, se ve estimulada y privilegiada la emergencia
de aquello que, en el inconsciente, es tributario de lo es-
cuchado y de lo olfateado. Al mantener la distancia entre lo
visto, lo oído y lo dicho en la intersubjetividad, el dispositivo
hace posible su articulación en la psique; el grupo queda
puesto en perspectiva; en sus manifestaciones metafóricas
y metonímicas, el trabajo del análisis puede efectuarse.
Tales efectos de trabajo no pueden ser referidos mecáni-
camente a las características de un dispositivo, a la mera
virtud de su aparato. Se producen en el espacio psicoanalíti-
co, ahí donde lo funda el psicoanalista cada vez que, habién-
dolo heredado, lo propone para una cierta experiencia, la del
psicoanálisis.
Resumamos: establecer un dispositivo es introducir una
ruptura en la organización habitual de las cosas, para ma-
nifestar un cierto orden de estas. Proponer un dispositivo
nuevo es además decidir una ruptura con los aparatos de
trabajo utilizados. Es seguramente situarse en una distan-
cia, dejarse interrogar en las propias afiliaciones, retomar
la propia relación con lo que es su origen, explicitar el propio
proyecto. Es también verse confrontado con las partes de
uno mismo que retornan de donde han sido depositadas, en
el encuadre de los dispositivos anteriores.
214
En el movimiento en que instituimos un dispositivo, so-
mos todavía ciegos y sordos ante lo que instituimos. En un
tiempo más tardío, podremos reevaluar sus apuestas y sus
efectos. Porque el dispositivo también nos instituye y tene-
mos que luchar contra la inercia en la que se ha instalado
una parte de su fuerza de ruptura y de trabajo. Por eso de-
bemos reinventar permanentemente el dispositivo del tra-
bajo psicoanalítico, y aquello en lo que este nos hace, en par-
te, ser psicoanalistas.
215
6. Una función fórica. El porta-palabra
217
Resumen de las hipótesis sobre la grupalidad interna,
el grupo y el sujeto del grupo
~
es e intermediarias: sería fastidioso y sin duda inútil hacer
a lista de ellas, puesto que casi todas las formaciones y to-
dos los procesos psíquicos -con la notable excepción de la
ulsión, que tiene su origen en el borde corporal del espacio
síquico- pueden adquirir este valor y esta función. Para
decirlo en los términos tan a menudo utilizados por Freud,
218
son seres mixtos, compuestos: como los bifrontes romanos o
los trifrontes célticos, «miran» desde varios lados.
Consideradas bajo este aspecto, esas formaciones tienen
no sólo un valor y una función distinta y común en el con·
junto y para cada sujeto; también reciben sus determina·
ciones. El concepto de identificación, tal como Freud lo in-
troduce significativamente en Psicología de las masas y
análisis del yo, es aquí nuevamente un prototipo de esta
formación mixta, bivalente, articular. Es posible despejar
propiedades idénticas en lo relativo al síntoma, a la fanta-
sía, a los significantes y representaciones, a los mecanismos
de defensa.
Tales informaciones se encarnan en emplazamientos
subjetivos-intersubjetivos. La larga serie de personajes in-
termediarios y mediadores que Freud destaca desde Tótem
y tabú hasta Moisés, en la figura del caudillo o del historia-
dor-poeta, son los prototipos de esas formaciones bifaces.
Más que personajes, son posiciones que toma el sujeto del
grupo en el conjunto: se emplaza ahí en la doble determina-
ción, de peso variable y fluctuante de un sujeto a otro, de un
grupo a otro, para cumplir según esa modalidad su propio
fin y para servir a los intereses del conjunto. Sólo el análisis
puede decidir en ese nudo de compromiso para restituir a
uno y a otro el juego de las determinaciones cruzadas que
formaron el lecho de esos emplazamientos: de porta-pala-
bra, porta-sueño, porta-ideales, porta-síntomas, de porta-
muerte, etc. Estas funciones fóricas, de representancia, me-
diación, significancia, acción, reciben un sostén del adentro
(de los grupos internos) y del afuera (del conjunto intersub-
jetivo).
219
mas de relación de objeto, complejos imagoicos ... ) se efec-
túa gracias a un aparato de ligazón que agrupa y ordena las
formaciones de esas realidades psíquicas. Sin este aparato
de ligazón, sin las formaciones intermediarias de las que es-
tá hecho, la realidad psíquica no tendría la posibilidad de
manifestarse en una forma y en una organización signifi-
cante para el sujeto y para el grupo.
220
que aprovecha los procesos psíquicos fundamentales (con-
densación, desplazamiento, difracción). Finalmente, las
formaciones intermediarias son movilizadas en los campos
de fuerzas en oposición. Se trata entonces de articular ele-
mentos que han entrado en conflicto. Desde este triple pun-
to de vista, se hace evidente que las formaciones interme-
diarias presentan un interés metodológico, puesto que las
situaciones de crisis y de ruptura atacan prioritariamente a
esas formaciones.
Al lado de estas dimensiones de la formación interme-
diaria, podemos distinguir los niveles de complejidad en que
opera. Sobre el modelo de la distinción establecida por Wat-
zlawick en relación con los cambios, distingo formaciones
intermediarias de tipo I. Estas operan en un campo homo-
géneo en el interior de una misma estructura para estable-
cer pasajes, continuidades, reducciones de antagonismo
dentro de ese campo: por ejemplo, los pensamientos inter-
mediarios del sueño o el síntoma intrapsíquico del sujeto
singular. Las formaciones intermediarias de tipo II ar-
ticulan dos conjuntos heterogéneos de niveles lógicos dife-
rentes reunidos entre sí por cierta cantidad de intereses
(economía), de conflictos (dinámica) y de estructuras (tópi-
ca). Podemos encontrar un ejemplo en la posición del sueño
cuando es considerado como formación intermediaria entre
la vigilia y el dormir. Otro ejemplo puede estar dado en el
análisis del mediador y del jefe como formación intermedia-
ria entre el grupo, los ideales y las instancias ideales de ca-
da sujeto singular.
La función de los intermediarios se evidencia netamente
en las situaciones de ruptura, traumatismo y crisis. La cri-
sis es la alteración en las articulaciones de los elementos de
un conjunto o en las relaciones entre varios conjuntos: lo
que era articulado, pasaje, reducción de antagonismo, por
ejemplo en la apariencia del síntoma o de los pensamientos
intermediarios, de los pensamientos heteróclitos del sueño,
pasa a ser separado, opuesto, desorganizado. Aquí está
exactamente la esencia de la crisis: disyunción, distinción,
separación. Pero, en el momento en que se produce, es to-
davía velamiento del sentido que, a través de esta desorga-
nización, puede salir a la luz. El síntoma, la formación de
compromiso o la paradoja introducen una ligazón de la que
sólo se manifiesta el signo; la significación queda por encon-
221
trarse: cada una de estas formaciones intermediarias abre
un pasaje económico para la ligazón. Las formaciones inter-
mediarias cumplen tales funciones para el sujeto singular y
para el conjunto del que este forma parte, en sus relaciones;
es así como algunas formaciones psíquicas intermediarias,
vacilantes, pueden ser compensadas por formaciones
interpsíquicas isomorfas: determinado jefe, determinado
ideal de grupo, determinada idea, determinado mito pue-
den constituir intermediarios eficaces para la tramitación o
la evitación de la crisis interna. Recíprocamente, si las for-
maciones intermediarias colectivas (por ejemplo, el caudillo
o lo ya-articulado, lo ya-dicho) llegan a faltar o a desagre-
garse, entonces la capacidad singular de ligar pensamien-
tos, de establecer ligazones, corre el riesgo de verse atacada
en determinado sujeto singular. Es la debilidad de estas for-
maciones de ligazón y de pasaje la que impide el proceso de
individuación en las familias y en los grupos patógenos.
Desde esta perspectiva, he postulado, siguiendo a Freud,
junto con el apuntalamiento de las formaciones psíquicas
sobre la experiencia de satisfacción de las necesidades cor-
porales, el apuntalamiento de las formaciones psíquicas so-
bre el grupo, la cultura, las instituciones: las formaciones
intermediarias nos indican, cuando entran en crisis, la
identidad de lo que ellas separan y unen.
222
senta una modalidad materna del portar. Las Vírgenes
abiertas del siglo XIII-XN ofrecen una doble representa-
ción: la de la Madre que lleva al Hijo en sus brazos; la de la
Madre abierta como un armario, cuyo contenido está consti-
tuido por la Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu, o por
el Niño solo. La estatua se abre en tríptico sobre este grupo.
Dos estados, dos tiempos del portar materno a través de los
cuales se mantienen la función fálica y sus representantes.
Nos vendrá de inmediato a la mente la iconografia cris-
tiana de las Pieta y de las genealogías maternas que repre-
sentan, por excelencia, las dos versiones de La Virgen, San-
ta Ana y el Niño Jesús de Leonardo da Vinci.
Otras figuras del portar expresan otras apuestas: la es-
tatuaria Bamiléké ofrece otro ejemplo de grupo o de racimo
de niños portados por la madre matriarcal; Christophe lleva
el nombre de su función fórica y del deseo materno en el
hombre de portar, de transportar al niño objeto de sus in-
vestiduras de vida y de muerte (cf. Le roí des aulnes comen-
tado por la novela de M. Tournier).
Todos estos grupos pueden describirse por la función fó-
rica que cumple un personaje o el grupo mismo: transferen-
cia, sostén, apuntalamiento, toma a cargo, gestación. A
través de todas estas representaciones, aparecen las inves-
tiduras del conjunto sobre las figuras del narcisismo prima-
rio: el Niño-Rey, el Niño-Muerto, el Ancestro, el Grupo, el
Archigrupo. Cada sujeto se determina en su emplazamiento
y en su función por su vínculo con los otros y con el conjunto:
no existe Cristóforo sin Niño Jesús portado, desplazado de
la Virgen Madre al Hombre portador. Lo que hace lazo, en el
triunfo o la depresión, es la relación con la función fálica. De
ese modo se transportan y se transmiten las identificacio-
nes narcisistas.
223
Tomar a cargo, poner a cargo
Contener, incorporar
224
dre ha portado en su vientre y contenido en su matriz. El
grupo es entonces este espacio corporal primitivo: matriz,
vientre, boca, molleja, caverna y cualquier otra cavidad que
lleva en sí sus elementos, los fabrica, los abriga y los alber-
ga, o los retiene enclavados. El grupo-camada se representa
como la cara interna de una bolsa psíquica en la cual algu-
nos contenidos van a poder ser situados, proyectados, depo-
sitados bajo el efecto de los procesos y mecanismos de la
puesta a cargo. Al contener/incorporar se asocian las inves-
tiduras de las fantasías intrauterinas, orales, oro-anales, y
los procesos de gestación, digestión, evacuación correspon-
dientes.
Transportar, transferir
225
Representar, delegar
226
Otras figuras fóricas: porta-síntoma, porta-sueño,
porta-ideales, etcétera
227
El porta-sueño está en el cruce de la realidad intrapsí-
quica de los sujetos y de la realidad psíquica del nivel del
grupo. Asegura su tránsito, específicamente en la formación
del preconsciente. El análisis del proceso asociativo grupal
nos lleva a prestar una atención particular a su emplaza-
miento sobre uno de los puntos de anudamiento de las se-
ries asociativas y a su papel en el proceso de transformación
de los organizadores psíquicos grupales. Hemos podido
verificar su función en el análisis del grupo con Marc (capí-
tulo 4).
Podemos llamar porta-ideal al sujeto que Freud descri-
bió como aquel que representa los sueños de deseos irreali-
zados de los otros: heredero o figura-fuente de su narcisis-
mo, es tanto Su Majestad el Niño como el Ancestro. Es tam-
bién la figura del jefe, que recibe y representa la parte aban-
donada de las formaciones del ideal de cada uno, abandono
necesario para la identificación con un objeto poderoso y
unificador, base de la comunidad en los ideales. El porta-
ideal representa, encarna al jefe del cuerpo imaginario gru-
pal, garantiza la permanencia del vínculo y de la existencia
de cada uno.
Se podría establecer más sistemáticamente la lista de
las figuras fóricas y deberá emprenderse una serie de estu-
dios desde la perspectiva que propongo para especificar las
del porta-niño, del porta-cripta (o criptóforo) descripto por
N. Abraham y M. Torok (1978), del porta-mal (víctima emi-
saria, poseído), del porta-memoria (historiador, poeta), to-
das esas figuras depasseur, o depontifex,* sobre el doble lí-
mite Ice-Pee e interno-externo. No hemos cerrado la lista
que dará un estatuto especial al Mensajero, cuyo lugar en
las mitologías y en las sociologías expresa claramente su
función vital en la representación del vínculo, y principal-
mente de la identificación del contenido del mensaje con
aquel que lo porta.
228
La doble determinación de las funcwnes fóricas en
los grupos
Al situar al porta-palabra, al porta-síntoma, al porta-
sueño o al porta-ideal en la triple articulación de la tópica,
la economía y la dinámica intrapsíquicas con la metapsi-
cología grupal y la estructura de la lengua, he iniciado un
doble análisis de las funciones fóricas: el del sujeto singular
que las cumple por intereses determinados por su historia y
su estructura; el del grupo que las convoca y las dirige se-
gún la lógica de sus propios intereses. En situación de gru-
po, no es posible mantener el campo del análisis de la reali-
dad psíquica si las determinaciones, la lógica y los efectos de
cumplimiento de las funciones fóricas son tratados con in-
dependencia de las relaciones entre esas dos tópicas, esos
dos regímenes económicos, esas dos dinámicas. Desistiría-
mos principalmente de analizar las funciones comunes e in-
termediarias entre la psique individual y la de los conjuntos
pluripsíquicos: las formaciones del ideal, de la ilusión, del
narcisismo, los procesos de la función represora, la constitu-
ción de los significantes y de los discursos comunes, la pro-
ducción de síntomas compartidos, etcétera.
Las premisas de esta orientación de investigación están
dadas en varios textos de Freud. Lo he recordado en varias
ocasiones; «Introducción del narcisismo» (1914) aporta a es-
te respecto tres ideas directrices:
229
sí, o que se forma a través de ellos. Como el ideal del yo, las
identificaciones son formaciones y procesos interfaces. Su
doble posición metapsicológica los destina a cumplir opera-
ciones de ligazón entre el sujeto y el conjunto, a estructurar
a uno y otro, a uno por el otro, correlativamente, en organi-
zaciones que permanecen sin embargo irreductibles la una
a la otra. En los grupos nos enfrentamos siempre con un do-
ble registro metapsicológico: el de los procesos y las forma-
ciones de la realidad psíquica del conjunto en cuanto tal; el
conjugado y articulado de las formaciones y procesos de la
realidad psíquica del sujeto singular.
230
Estas determinaciones fantasmáticas y las correspon-
dientes identificaciones están activas en la formación del
mensajero a partir de su posición subjetiva «entre-ellos-dos»
en la fantasía de la escena primitiva. Es probable que la
posición del porta-sueño pueda ilustrarse a la luz de su ne-
cesidad interna de establecer, mediante las identificaciones
proyectivas, un espacio psíquico más vasto que el suyo pro-
pio, en el cual sus límites están extendidos a los de otro, de
más-de-un-otro, de un grupo. Esta determinación podría
también describir la que se activa en los médiums en los cul-
tos de posesión mágica.
Todas estas posiciones tienen como rasgo constante el in-
vertirse en su contrario, por motivos intrapsíquicos e inter-
subjetivos. Esto aparece netamente en el caso del porta-pa-
labra, que puede transformarse en tergiversa-palabra, en
devuelve-palabra, en portador de una palabra persecutoria.
El dominio que el sujeto portador puede ejercer sobre lapa-
labra portada se articula con la fantasía grandiosa de ha-
blar al otro hasta el punto de privarlo de su palabra. El por-
ta-palabra, si es una condición del pensamiento, se trans-
pone por otra parte en la posición del obstructor del pensa-
miento.
A través de este esbozo sumario, se hace evidente que las
funciones fóricas están en parte determinadas por la estruc-
tura y el funcionamiento psíquico del portador, las particu-
laridades de organización y funcionamiento de sus relacio-
nes de objeto, de sus identificaciones, de la organización pa-
sivo/ activa de su posición pulsional.
231
tinado a seguirlo siendo. Estos movimientos intersubjetivos
nos son ahora familiares: se describen como deflexión de lo
negativo, proyección, delegación o depósito en otro aparato
psíquico, electivamente predispuesto para recibirlas, de las
partes de la psique de otro que nada de ellas quiere retener
en él, nada quiere saber, o que coloca como salvaguarda en
otro sujeto a fin de sustraerlas a lo que sería su destino si las
conservase en su propio espacio psíquico. No faltan ejem-
plos en los que pueden observarse estos procesos: la función
del doble fraterno, la instalación en el niño, por parte de un
progenitor o de ambos, de una parte inaceptable o irrealiza-
ble de su psique.
Estas determinaciones intersubjetivas forman la mate-
ria de las alianzas inconscientes, de los contratos narcisis-
tas, de los pactos denegativos, de la comunidad de renega-
ción: los sujetos «fóricos» juegan aquí su partida con quienes
los cargan. Todos estos emplazamientos son, de una u otra
manera, cumplimientos de deseos y de los mecanismos de
defensa intrincados en la intersubjetividad. Tienen sus ver-
siones neuróticas, perversas, psicóticas. Una versión psi-
cótica es la identificación del porta-palabra con lo que dice,
como del mensajero con lo que anuncia. Este mecanismo de
defensa ha sido descripto por Lévy-Bruhl y su análisis no es
válido solamente para las sociedades llamadas primitivas:
«El método universalmente empleado para protegerse de la
desgracia anunciada es suprimir al propio objeto anuncia-
dor». Una versión perversa es el goce obtenido en hacer de-
cir y repetir al otro, sobre todo si lo desconoce, lo que se re-
chaza en uno mismo (utilización perversa del mensajero de
lo horrible para gozar del relato de lo horrible obligando al
otro a repetirlo).
232
Las funciones fóricas del porta-palabra pueden ser des-
criptas a partir de las cinco principales dimensiones que he
despejado. Una primera función del porta-palabra (pero no
le está exclusivamente reservada) es articular el proceso in-
trapsíquico individual con el proceso intersubjetivo. Esta
función intermediaria constituye una de las caras del sujeto
del grupo: Solange es para sí misma su propio fin y es esla-
bón de la cadena a la cual ella está aquí, como allá y enton-
ces, sujeta. Los emplazamientos y funciones más específicos
derivan de eso: el porta-palabra es un emplazamiento y una
función que recibe o que toma una persona o una instancia
cuando habla en nombre de otro, en lugar de otro, cuando se
constituye como vehículo, soporte o continente de la pala-
bra. Correlativamente, tiene interés describir esta función
desde el punto de vista en que la palabra es contenida,
sostenida, vehiculizada, delegada y hablada por el sujeto o
por la instancia que asume la función de porta-palabra. Así
se conjugan dos polos de la función, activo y pasivo.
Para avanzar en el análisis de las funciones fóricas del
porta-palabra, quisiera presentar dos puntos de vista que
precedieron a mis propias investigaciones y que proponen
perspectivas diferentes de las mías.
233
go, y ese algo es el signo de un proceso grupal que hasta ese
momento ha permanecido latente o implícito, como escondi-
do dentro de la totalidad del grupo. Como signo, lo que de-
nuncia el portavoz debe ser decodificado, es decir, hay que
quitarle su aspecto implícito. De esa manera es decodificado
por el grupo -particularmente por el coordinador-, lo que
señala la significación de ese aspecto. El portavoz no tiene
conciencia de enunciar algo de la significación grupal que
tiene en ese momento, sino que enuncia o hace algo que vive
como propio» (1978, pág. 11).
Esta concepción, todavía ampliamente tributaria de la
problemática gestaltista del grupo (lewiniana, sistémica,
contextual), pone el acento en el porta-palabra como emer-
gencia, vehículo o resultante de las fuerzas no conscientes
que organizan al grupo. Clásicamente, y sin tomar en consi-
deración de modo suficiente la dimensión subjetiva del por-
ta-palabra, Pichon-Riviere hace del sujeto enfermo el porta-
voz* de la ansiedad y de las dificultades de su propio grupo
familiar (ibid. ).
El interés de esta concepción es subrayar que el porta-
palabra cumple esta función cuya significación debe ser
decodificada por el grupo. En consecuencia, el problema es,
por una parte, saber cómo reconocer, en lo que dice el porta-
palabra, el signo de un proceso grupal, y por otra parte, de
qué aparato interpretativo disponen «el coordinador» o «el
grupo» para proceder a esta decodificación. La noción mis-
ma de decodificación supone un dispositivo de transforma-
ción de un código en otro.
Sin dejar de reconocer el interés teórico e histórico de es-
ta noción, se le puede hacer una crítica, a fortiori porque
quien la propone es un psicoanalista: ¿no es restrictivo atri-
buir tal función a un sujeto sin indagar en aquello que lo de-
termina, en su fantasía, sus identificaciones y sus relacio-
nes de objeto, para cumplir esta función? Esta crítica se en-
caja en otra, más amplia, que corresponde a un abordaje de
los procesos de grupo exclusivamente en términos de enti-
dad grupal, de donde queda eliminado el sujeto.
234
La noción de porta-palabra según Piera Aulagnier
235
predicen las actividades y los supuestos pensamientos de
este. Esta primera función está entramada en las activida-
des mímicas, las miradas y las sonrisas, los gritos y los llan-
tos, en el conjunto de los contactos, apoyos y sustentos de la
madre y del bebé. La madre lleva (porte] al infans a la pala-
bra, en la palabra y por la palabra, le abre su puerta.
El porta-palabra es también, y he aquí la segunda di-
mensión de su función, aquel o aquella que porta la palabra
de otro o de más-de-un-otro: una palabra cuya delegación
ha recibido de otro y que él representa ante otro. La madre
cumple esta función de enunciar reglas, leyes, prohibicio-
nes, representaciones de las que ella no es causa u origen.
Las prohibiciones y las leyes que enuncia son esas mismas
que organizan las relaciones del infans con el cuerpo de la
madre, con el mundo, con las diferencias fundamentales:
animado-inanimado; muerto-vivo; animal-humano; hom-
bre-mujer; padres-hijos ...
De lo que la madre es porta-palabra, es de un orden in-
tersubjetiva al cual ella misma está sujeta y que organiza su
propia subjetividad en su relación con la de su infans. Estas
dos dimensiones de la función materna del porta-palabra
son distintas y articulables. Cualifican la función de «próte-
sis» (P. Aulagnier) cumplida para el infans por la psique ma-
terna. La madre habla al niño y para el niño: acompaña con
vocablos su experiencia y posibilita al niño el acceso a su
palabra hablada.
Destacaré por mi parte que la madre no pone solamente
al servicio del infans la palabra hablada: satisface además
la exigencia de este de encontrar predisposiciones signifi-
cantes; inicia al infans en el juego y en utilizar las significa-
ciones, en generar significaciones que le sean propias y en
confrontarlas con las significaciones comunes. Lo hace poe-
ta y recitador. Su capacidad asociativa, su estilo asociativo
serán ulteriormente marcados por ella, junto con los efectos
propios de su represión. Agregaré que la madre se habla a
través de su función de porta-palabra: por un lado, ella cum-
ple su doble destino de sujeto que es su propio fin para sí
mismo y eslabón de la cadena intersubjetiva: servidor y be-
neficiario. A través de esta función de palabra hablada, la
psique materna aporta su propia investidura pulsional a la
psique del infans, pero recibe además la investidura de par-
te de este.
236
La necesidad de la presencia de otro no puede reducirse
a las funciones vitales que debe garantizar para el infans en
compensación por la prematuración propia de la especie;
por igual motivo, se exige una respuesta a las «necesidades»
de la psique. Se requiere una condición capital: l2_s objetos (
de experiencia y de encuentro que la madre propone al niño \
y que ella asocia a palabras habladas, sólo pueden ejercer su
poder de representabilidad y de figurabilidad para el infans
si han sido marcados por la actividad de la psique materna,
que los dota de un índice libidinal y, de ese modo, de un es-
tatuto de objeto psíquico adecuado a las «necesidades» de la
psique. La representabilidad y la figurabilidad tienen como
materiales y como condición objetos moldeados por el tra-
bajo de la psique materna. El sello que la madre deja sobre
el objeto es un precedente necesario para estas dos metabo-
lizaciones. P. Aulagnier menciona su deuda con la teoría de
J. Lacan: el objeto sólo es metabolizable por la actividad psí-
quica del infans si, y en tanto, el discurso de la madre lo ha
dotado de un sentido del cual testimonia su denominación;
el sentido es tragado junto con el objeto: con esta fórmula,
Lacan designaba la introyección originaria del significante
y la inscripción del rasgo unario entre la madre y el niño.
P. Aulagnier completa su propia posición mediante una
referencia a W. R. Bion: destaca que el infans no puede me-
tabolizar en una representación de su relación con el mun-
do sino un objeto que primero ha sido albergado en la zona
de la psique materna. Sin embargo, sólo un fragmento del
mundo, conforme con la interpretación que la represión im-
pone al trabajo de la psique materna, es remodelado por él
para que se vuelva homogéneo a la organización de lo origi-
nario y de lo primario. La metabolización elabora la repre-
sentación de un objeto moldeado por el trabajo de la repre-
sión en la madre, en una representación sobre la cual la re-
presión todavía no ha prendido. Dicho de otro modo, la psi-
que del infans toma en sí un objeto marcado por el principio
de realidad y lo metaboliza en un objeto moldeado única-
mente por el principio de placer.
La función porta-palabra de la madre lleva al niño a par-
ticipar en el grupo como comunidad de voces. Según P. Au-
lagnier, el porta-palabra es una ayuda para pensar: evita
una crisis epistémica. Se sitúa en la articulación de lo pri-
mario (lugar de inscripción de una representación escénica
237
dramatizada, vínculo entre esos objetos) y de lo secundario
(discurso del principio de realidad).
La perspectiva abierta por P. Aulagnier inscribe el traba-
jo de la intersubjetividad en la formación del aparato psí-
quico: yo diría que el sujeto del inconsciente, en cuanto es
sujeto del grupo, es tributario de esta función de porta-pala-
bra reservada a la voz y al discurso matemos en la estructu-
ración de la psique del niño. Esta presencia hablante de otro
sujeto se inscribe en la red hablante de más-de-un-otro, de
un grupo: sitúa la función psiquizante del porta-palabra en
los confines de la realidad intrapsíquica, del lenguaje y de la
intersubjetividad; responde a esta necesidad fundamental
de la psique humana: por su actividad de sujeto porta-pala-
bra, la madre pone a disposición del infans los medios para
representarse su propia experiencia, lo introduce en la
capacidad de pensar y en la tensión que esta mantiene con
las exigencias del contrato narcisista.
238
psíquicos determinan una distribución de lugares y car-
gas. El modelo freudiano de la identificación en los grupos
muestra que la colocación de una parte del ideal de los suje-
tos en la figura del caudillo tiene como efecto la identifica-
ción con la figura común, y en consecuencia la identificación
en beneficio de las figuras portadoras del ideal común. La
pertenencia a un grupo requiere cierta división del trabajo
psú¡uico, reparto de las cargas psíquicas necesarias para el
mantenimiento y la continuidad del conjunto, en la medida
en que para cada sujeto es importante estar asociado en él.
En este sentido, cada uno se instala en predisposiciones de
emplazamiento, tales como las redes identificatorias, los
escenarios fantasmáticos, los sistemas de relación de objeto
o también los enunciados fundamentales del grupo: cada
uno se instala en este conjunto y se encuentra -€n cierta
manera-asignado a él por el conjunto. El efecto de dominio
que puede ejercer el conjunto en esta predisposición de lu-
gares y cargas sobre cada uno de los miembros del grupo de-
be ser nuevamente destacado, al igual que la potencia de
confirmación que los emplazamientos fóricos determinados
por la organización del grupo aportan a las determinaciones
internas que empujan a los sujetos hacia esas funciones. Lo
que equivale, una vez más, a destacar la apuesta de las
alianzas inconscientes de las que los sujetos fóricos son a
menudo representantes.
El análisis de las cuatro primeras sesiones del grupo con
Solange puso en evidencia cómo, en el encadenamiento de
las secuencias asociativas, aparecen, en un momento dado
del proceso, emplazamientos y funciones de porta-palabra
(Solange), de porta-síntoma (Marc, Anne-Marie) y de porta-
sueño (Michele). El grupo con Dimitri propone otro caso tí-
pico, donde el grupo, o una parte del grupo, ejerce esta fun-
ción de porta-palabra y de porta-síntoma (principalmente
las alucinaciones).
239
varios miembros del grupo, que ella representa y cuya pala-
bra porta.
Recordemos este movimiento: para Anne-Marie, en su
propia cadena asociativa, Solange es una representación o
un pensamiento intermediario (Zwischengedanken) perso-
nificado. «Solange» da acceso a los pensamientos incons-
cientes culpabilizados de Anne-Marie: «no debería estar
aquí, me equivoqué de grupo, amenazo a mi hija con un cán-
cer, una buena madre me tranquilizará acerca de mi deseo:
no es destructor». Es notable el silencio de Solange durante
las sesiones que seguirán: mensajera, escucha y entiende
que el mensaje de que era portadora le habla también de sí
misma, que ella misma es hablada en y por la cadena aso-
ciativa del grupo.
Lo he destacado de entrada, Solange es elegida en este
lugar y en esta función por razones sobredeterminadas:
unas dependen de su historia, sus identificaciones y su fan-
tasía; otra serie depende del proceso del grupo y, principal-
mente, de los movimientos de las transferencias. Así, los
rasgos propios de Solange son ofros tantos apoyos para la
transferencia de Sylvie y de Anne-Marie sobre ella; su
transferencia sobre Sophie está de alguna manera acredita-
da por la «equivocación» de Silvie, quien -la sucesión de las
sesiones nos lo mostrará cuando ella vuelva sobre esta equi-
vocación inicial- espera de su propia madre una palabra
reparadora y teme de ella palabras destructivas. Cuando
Sylvie la toma por Sophie, ella se siente amenazada de ser
puesta en el lugar de la madre para ella amenazante (la
amenaza del cáncer en la adolescencia).
La confesión de Marc (el golpe en la cabeza recibido del
padre monitor y la búsqueda de un «re-pere [re-padre/re-
ferente]» reparador en el monitor «Re-né [re-nacido]») va a
proveer un primer modelo de organización de la fantasía
compartida y de las transferencias. Como Marc por su pa-
dre, Solange está amenazada por su madre; como Marc y
Sylvie en busca de padres reparadores, Solange está dispo-
nible para figurar para Otra (Anne-Marie) una imago repa-
radora. Es elegida por Anne-Marie para recibir su grave
preocupación; es puesta por ella en lugar de madre (en
lugar de su deseo de ser Sophie) cuando ha sido, como la hija
de Anne-Marie, amenazada por su madre.
240
Se ve así perfilar, para Solange, una red de lugares con
los que ella se identifica y con los que es identificada por los
otros. Solange, identificándose con Sophie, transfiere sobre
ella la doble relación con una madre amenazante y repara-
dora. Cuando Sylvie la identifica con Sophie (se trata para
Sophie de una transferencia lateral de resistencia a la
transferencia sobre Sophie), Solange se siente amenazada,
y cuando es identificada por Anne-Marie con Sophie, se ve
inducida a ser reparadora, pero también amenazada como
la hija de Anne-Marie con la cual puede identificarse.
He destacado la fantasía organizadora en su estructura
genérica. Las identificaciones, los emplazamientos correla-
tivos de las posiciones subjetivas y las transferencias se han
ordenado en una fórmula para la que propuse el siguiente
enunciado: «un progenitor amenaza/repara a un hijo».
Solange está en el punto de vuelco y de condensación de
la organización fantasmática; se representa aquí en un em-
plazamiento inverso al deAnne-Marie (madre amenazante)
y homólogo al de Marc (hijo amenazado). Está en el foco de
las acciones pasivas y activas, en el punto de cruce de la fan-
tasía de amenaza y de la fantasía de reparación. Se sitúa, y
es situada con su asentimiento, en el lugar mismo de su con-
flicto amenazar /reparar, de sus identificaciones ambivalen-
tes respecto de la imago materna. Su lugar en la fantasía
está en el lugar mismo de su síntoma y es por los rasgos co-
munes a varios en el síntoma como se van a efectuar las
identificaciones con Solange. Eljuego de las identificaciones
por el síntoma se distribuye en la estructura de la fanta-
sía: este modelo organiza la posición correlativa de Marc,
Sylvie, Boris, Anne-Marie y algunos otros. Solange porta en
ella la estructura más compleja de la fantasía genérica. Sin
duda no es la única en esta situación. Otros factores van a
sobredeterminar su posición. En la organización del discur-
so asociativo, en uno de los enunciados notables entre los
enunciados de la fantasía, Solange es porta-palabra de un
relato que remite a una representación de palabra en la
cual ella es parte implicada. Ciertamente, el enunciado del
relato que ella sostiene para otra está ordenado en el sintag-
ma; sin embargo, lo que ella se representa en sí misma, en
el recuerdo surgido en el momento de portar esta palabra,
reemplaza y desplaza ciertas entidades lingüísticas sobre el
eje asociativo: es ella la que está amenazada. Ciertamente,
241
Solange no puede decir todo al mismo tiempo, porque está
en el proceso secundario, pero a su frase manifiesta, que no
es la suya, se asocia en su preconsciente otra representación
de palabra que, esta vez, le es propia: esta representación
sólo accederá a la palabra hablada en una secuencia ulte-
rior. Lo que se enuncia de una manera ordenada sobre el eje
del sintagma es transformado en el preconsciente del porta-
palabra y de los miembros del grupo según las asociaciones
paradigmáticas que testimonian su relación singular con la
estructura de la fantasía.
En tanto porta-palabra de Anne-Marie y de más-de-
un(a)-otro(a), Solange ocupa un lugar particular en los mo-
vimientos de transferencia y de identificación que amal-
gaman el conjunto intersubjetivo grupal. Ella se sitúa en el
nudo de las conexiones de transferencias que mantienen
desconocido lo que ella representa. He destacado suficien~
mente la parte que en esto toma ella misma: su posición in-
trapsíquica está determinada en lo inconsciente por los em-
plazamientos de convocación que implica la estructura de la
fantasía genérica, y en el preconsciente por las series aso-
ciativas sobre la palabra, el acontecimiento traumático,
el nombre/ apellido. Solange no es, pues, ubicada en esta
posición de una manera aleatoria y pasiva: se sitúa en ella
como sujeto del inconsciente y como sujeto del grupo: los
miembros del grupo se identifican con ella y entre sí sobre la
base del objeto que ella les propone. Como Marc anterior-
mente, cumple una función de caudillo que atañe al grupo
como conjunto y a cada sujeto en particular.
La estructura de las relaciones intersubjetivas en el gru-
po no está organizada solamente por la propiedad grupal de
la fantasía, ordenadora de posiciones subjetivas correlati-
vas; implica determinaciones propias: el régimen de las
identificaciones y de los efectos de transferencia, el desarro-
llo de un proceso de representación de palabra hablada y de
lenguaje en el encadenamiento de las asociaciones, la elec-
ción de representantes, delegados, procesos intermediarios
o personas-condensación. La elección de Solange está en
este cruce de determinación.
242
Transferencias, conexiones de, transferencias y
palabra hablada
El examen de los emplazamientos transferenciales en el
grupo esclarece la función fórica de porta-palabra cumplida
por Solange; ya he destacado algunos de sus aspectos. So-
lange recibe cargas de investidura, de representación y de
delegación por parte de Anne-Marie y de algunos otros. Ella
utilizará esas cargas en su propia economía, pero sólo podrá
ponerlas al servicio de la economía intersubjetiva en la me-
dida en que sus transferencias sobre el grupo, sobre la pala-
bra y sobre Sophie ya hayan sido suficientemente estableci-
das y reconocidas preconscientemente por ella misma y por
algunos otros (principalmente Sylvie). Esta transferencia-
transmisión (die Übertragung) sobre Solange es la cristali-
zación, en el proceso asociativo/transferencial, de varias lí-
neas transferenciales o, más bien, de una configuración
transferencia} «regida» por la estructura de la fantasía. Es-
te organizador genérico garantiza precisamente la plurali-
dad de las transferencias y sus conexiones: tanto en el espa-
cio subjetivo intrapsíquico (es decir, las relaciones entre los
objetos infantiles transferidos simultánea o sucesivamen-
te sobre los psicoanalistas, sobre el grupo y sobre ciertos
miembros del grupo), como en el espacio intersubjetivo (es
decir, las correlaciones de transferencias). Esa transfe-
rencia sobre los psicoanalistas está regida por la estructura
y el contenido de la fantasía organizadora: Sophie y yo so-
mos ubicados en posición de omnipotencia amenazante, sal-
vadora, más tarde seductora. Se nos supone saber y privar-
los de ese saber, excluirlos de él; sin duda se nos supone go-
zar de nosotros mismos y de su exclusión y gozar en la vio-
lencia sexual, según el modelo de su propio encuentro con
los objetos que los originan, los traen al mundo y los prome-
ten a la muerte.
Solange, porta-palabra, será la persona-condensación y
la persona-desplazamiento de una parte de esas transferen-
cias. El trabajo del análisis será elaborar -principalmente
mediante el análisis intertransferencial entre Sophie y
yo--, comprender e interpretar las transferencias sobre So-
lange, a la vez como vía de facilitación para la representa-
ción de la fantasía organizadora y como resistencia con rela-
ción a la transferencia sobre Sophie y sobre mí. Ulterior-
243
mente, Sylvie volverá sobre la «equivocación» transferen-
cial que puso a Solange en el lugar de Sophie; podrá decir lo
que ella espera y teme de Sophie, de lo que Sophie repre-
senta para ella. Solange había sido su metonimia; deviene
su metáfora.
La función de porta-palabra aparece en esta secuencia
como el resultado de los desplazamientos sucesivos, en la
cadena asociativa grupal, de las investiduras conflictivas
sobre una serie de sustitutos de los que Solange es la figura
de compromiso, hasta el momento en que, deviniendo Yo, ca-
paz de pensar su función, abre en cada uno el acceso a la re-
presentación de las palabras reprimidas.
244
espaldas; luego, cuando esta mujer diga haber escuchado
un lapsus: interruptor por interlocutor.
Las asociaciones que tendrán lugar en el grupo recorre-
rán entonces las representaciones y emociones de la sepa-
ración primaria, a partir de las dos líneas asociativas reuni-
das en el punto de anudamiento que constituye el lapsus.
Dos series asociativas se ligan en el grupo, se entrecruzan
en él; están sostenidas por el mismo complejo: constituir al
otro (su rostro, su continuidad, su presencia, su escucha, el
deseo del otro, constituirlo como interlocutor); separarse
de él (la espalda, el silencio, la hostilidad, la ausencia, la
soledad, la interrupción).
El trabajo del grupo será sostener este descubrimiento
de que el Otro se constituye en la separación, y correlativa-
mente el Yo. Este trabajo psíquico está sostenido por la
transferencia y por la represión de Dimitri, el extranjero
extraño a sí mismo. He propuesto analizar este proceso des-
de dos puntos de vista. Primero. Dimitri profiere una pala-
bra que le concierne y que al mismo tiempo adquiere signifi-
cación en el grupo. Profiere una palabra marcada por su re-
presión,, lo que pró~~su silencio y convoca la asociªción_
verbal de los otros miembros del grupo: el grupo deviene
entonces el porta-palabra de un dlscurso a través del cual
va a operarse un levantamiento de la_I~l!!'~ªi!J!len cªº-ª_p.no
de los miembros del grupo, in<:;Juido Dimitri. _ ---
El desarrollo del proceso asociativo se organiza a partir
de este silencio de invocación, y de la escucha de los partici-
pantes, especialmente de Dimitri y del psicoanalista. La
cadena asociativa grupal, las cadenas asociativas de cada
miembro del grupo, son los soportes y los vehículos de lapa-
labra que falta ser dicha por Dimitri, bajo el efecto de la re-
presión que se ejerce sobre sus representaciones y sobre el
curso de sus ideas. La capacidad asociativa del grupo, su to-
lerancia psíquicamente activa a las cargas que se desplazan
sobre él, a los objetos que se transfieren sobre él, hacen posi-
ble el ejercicio de su función alfa y el trabajo de transfor-
mación de las emociones en representaciones verbales.
Por eso analizo esta secuencia centrándola sobre el le-
vantamiento de la represión operado por el trabajo de la ca-
dena asociativa grupal. El efecto de este levantamiento de
la represión en algunos miembros del gffil)Q_es elTap~~ :;,fu~ -
terruptor-interlocutor», cualquiera sea su locutor (lo que
245
evidentemente no es superfluo para quien lo escucha o cree
haberlo escuchado). El lapsus es el punto de anudamiento
del discurso asociativo: su estructura es la del síntoma, al
igual que el silencio de Dimitri. En el grupo, el lapsus es es-
cuchado (¿alucinado?) por Colette, a continuación de la alu-
cinación de Denise, que a su vez alucina después de Colette.
El lapsus hace síntoma para el grupo en una sucesión de
identificaciones intersubjetivas por el síntoma de la aluci-
nación. A través de esta serie de síntomas que llegan a la
palabra, una palabra transportada y transformada por el
discurso del grupo, Dimitri es hablado. Es hablado porque
existe escucha y palabra que cada uno sostiene por su pro-
pia cuenta, y porque el trabajo grupal del desplazamiento
opera las condiciones psíquicas que permiten la sustitución
de una representación tachada por la censura en una pala-
bra hablada que la compromete y finalmente la reconoce.
246
que él mismo está sujeto. Es sujeto y persona, en el sentido
de persona: máscara a través de la cual hablamos.
En los grupos, nos encontramos con dos funciones
principales del porta-palabra que Piera Aulagnier reconoce
a la madre en la estructuración de la psique del infans, y
destacaré previamente que esta función sólo se sostiene si
es ella misma portada por un grupo:
247
ción de la regla fundamental hacen posible la interpreta-
ción, si una y otra están sujetas a la constitución de un «es-
pacio donde el Yo pueda advenir» como subjetividad separa-
da, distinta y portadora de sus propias palabras.
248
5. El porta-palabra, al abrir la comunicación entre in-
consciente y preconsciente-consciente, facilita la vía a las
representaciones de palabra no disponibles. Los procesos
que recorren la cadena asociativa las vuelven apropiables
para aquellos a quienes les habían faltado. Las representa-
ciones son aliviadas de la represión en una experiencia de
placer asociada a la transformación significante.
6. El porta-palabra funciona como la madre que logra
contener y transformar, «desintoxicándolas», las experien-
cias de displacer peligrosas para el infans; el grupo, o un
miembro del grupo, cumple esta función de interpretación o
de comentario hablado, tal como en la tragedia el coro,
según un modo poético secundario, mediante la voz del cori-
feo que se hace su porta-palabra, presta al héroe su aparato
para pensar los pensamientos. Esta idea, tomada de Bion,
destaca el doble emplazamiento del porta-palabra: habla
para alguien a alguien. Esta idea sugiere que la palabra ha-
blada sólo puede ser tomada en préstamo, y que el pensa-
miento sólo puede desarrollarse a partir de este préstamo si
el aparato de prótesis del porta-palabra está, en el momento
oportuno, disponible para hablar la palabra y para pensar
los pensamientos.
7. El porta-palabra habla a partir de un triple enlace de
palabra hablada: la faltante del Otro, sus propias represen-
taciones de palabra y la investidura libidinal de aquella pa-
ra decir los enunciados comunes.
8. El porta-palabra está en el lugar de articulación del
aparato psíquico individual y del aparato psíquico grupal.
Se sitúa en el lugar de su anudamiento con el aparato del
lenguaje.
249
ciones de palabras habladas conscientes. El porta-palabra
supone represión y un retorno de lo reprimido: facilita un
camino entre estos tres lugares psíquicos. En este grupo,
cada sujeto es porta-palabra de una palabra hablada que le
es propia cuando él asocia: cada uno es portador de una pa-
labra hablada que transita, transformándose, del incons-
ciente hacia el preconsciente y hacia el consciente. Pero, al
hacerlo, cumple una función de porta-palabra para otro
o más-de-un-otro, sin ser llamado porta-palabra como lo
ha sido Solange por o para Anne-Marie. El efecto de esta
palabra hablada es, o bien de facilitación del retorno de lo
reprimido ~s el caso para Solange misma, será también el
caso para Sylvie-, o bien de desencadenador de represión
(primera censura Pee-Ice) o de reticencia (segunda censura
Pee-Ce): fue el caso para Solange, Boris y otros después de
«la confesión» de Marc en la última sesión.
Formulo nuevamente aquí la idea de que, en la estructu-
ra intersubjetiva de grupo, cada uno o varios están en condi-
ciones de participar en una función conjunta de represión, o
en la función co-represora, estando admitido que la repre-
sión misma «es en grado extremo individual» (S. Freud,
1915). Formulo también, pues, la idea de que, en el tiempo y
las condiciones intersubjetivas de la situación de grupo, se
produce un trabajo de represión. Podemos suponer que este
trabajo de represión contiene no sólo características ligadas
a las condiciones de la represión, sino también contenidos
reprimidos que corresponden al vínculo intersubjetivo:
podemos presentar sus efectos en la alianza Marc-Boris.
El retorno de lo reprimido en los grupos constituye una
amenaza o un displacer para el yo consciente de los partici-
pantes. Podríamos entender la fantasía de amenaza como la
puesta en escena de esta angustia. Por ejemplo, en Marc,
cuando algunos contenidos del inconsciente retornan por el
desvío de la palabra de otro, él experimenta estar «fuera de
sí». Solange retomará esta fórmula de representación tras
«la confesión» de Marc. Frente a esta amenaza, son posibles
diversas salidas: la formación de un síntoma, la identifi-
cación por el síntoma, la represión actual (secundaria), la
renegación, la negación. Esta salida indica que la instancia
del Pee «alberga» y transforma en representación de pa-
labra hablada la amenaza del retorno de lo reprimido, a for-
tiori la amenaza de un retorno que se haría desde el afuera,
250
efractivamente. Aguí la fantasía es también una represen-
tación del aparato psíquico individual y grupal.
--,
251
7. El grupo como aparato de
transformación: el trabajo intersubjetivo
del preconsciente
groupe, págs. 284-96. [El grupo y el sujeto del grupo, págs. 340-54].
253
La tercera idea corresponde a la actividad y los procesos
intersubjetivos del preconsciente como condición de la ela-
boración de las asociaciones y, en primer término, de su for-
mación. Veremos en el capítulo siguiente que la inteligibili-
dad de los procesos de pensamiento en los grupos supone tal
hipótesis.
254
El proceso asociativo y el trabajo psíquico de la
intersubjetividad
2 Cf. Le groupe et le sujet du groupe, págs. 293 y sig. [El grupo y el sujeto
255
del sentido hasta entonces relegado. En el caso de Solange,
el placer caracteriza a la experiencia de alivio del enigma y
de la gratitud hacia el trabajo de metabolización significan-
te efectuado por los miembros del grupo.
Los resultados de estos análisis clínicos confirman la no-
ción de trabajo psíquico de la intersubjetividad. Ilustran
además ciertas condiciones en las que el sujeto del incons-
ciente se constituye. Admitimos que cada sujeto en su sin-
gularidad incorpora o introyecta, contiene o transforma for-
maciones y procesos psíquicos, es decir, objetos, representa-
ciones, emociones y pensamientos que pertenecen a uno o a
varios otros sujetos y, más precisamente aún, a sus relacio-
nes. Supondremos que la estrategia de vínculo de cada suje-
to es ser representado o hacerse representar en las relacio-
nes de objeto, en las imagos, identificaciones y fantasías in-
conscientes de otro y de un conjunto de otros.
256
sueño: el contenido manifiesto del sueño es considerado
como el resultado de un proceso de transformación de las
ideas latentes en imágenes visuales; o para hablar de las
asociaciones producidas por el paciente: las asociaciones
resultan de la transformación de pensamientos y emociones
en palabras habladas. La interpretación, del mismo modo,
es concebida como una transformación verbal de los pensa-
mientos del analista, y esos pensamientos son ellos mis-
mos la transformación de una experiencia emocional en el
contacto con el paciente.
Bion indica que es posible distinguir o suponer en toda
transformación (designada con la letra T) un hecho o un es-
tado inicial (que él designa con la letra 0), un proceso de
transformación (Ta), obtenido por ciertas técnicas o bajo
ciertas condiciones, y un producto final (T (3) resultante del
proceso. Además es importante determinar el medio donde
se efectúan las transformaciones. El concepto de invarian-
cia designa lo que, de O, permanece inalterado en el proceso
de transformación (Ta). La invariancia permite reconocer
en el producto final (T(3) lo original (0) transformado.
Las técnicas o los métodos por los cuales se opera la
transformación de O y T (3 son designados con el término de
«grupo de transformaciones». Se notará el carácter general
del concepto de grupo de transformaciones: las teorías psi-
coanalíticas pueden ser conceptualizadas como grupos de
transformaciones puesto que, en parte, fundan la interpre-
tación del material. Aparentemente, este concepto no tiene
mucho que ver directamente con la teoría psicoanalítica de
los grupos. Sin embargo, podemos preguntarnos si el gru-
po llamado de terapia o formación es, y en qué medida, un
«grupo de transformaciones».
Bion distingue tres modelos principales de transforma-
ciones: las transformaciones «de movimiento rígido» que só-
lo implican una débil deformación y en las cuales los inva-
riantes son fácilmente distinguibles, como por ejemplo en la
transferencia; las transformaciones «proyectivas» (en el
sentido geométrico del término), que corresponden al fun-
cionamiento de la parte más primitiva de la psique y que
producen deformaciones intensas del tiempo y del espacio;
finalmente, las transformaciones en la alucinosis, que se ca-
racterizan por la extrema dificultad de acceder a O y a T (3.
257
Estos tres modelos de transformaciones corresponden a
un saber sobre O, es decir, sobre la realidad psíquica: tal
realidad se manifiesta a través de las múltiples transforma-
ciones que el sujeto realiza. Se trata de transformaciones de
O. A estas, Bion opone las transformaciones en O. Con este
término designa las transformaciones que llegan a «ser en
sí mismas su propia verdad», es decir, a devenir O. Este tipo
de transformación suscita resistencias intensas, porque
«hay amenazas de contacto con lo que se cree real (. .. ) La
resistencia opera porque se teme que la realidad del objeto
sea inminente».
258
tasías de aniquilación, de sufrimiento y de amenazas res-
pecto de sí mismo y respecto de los conjuntos de los que cada
sujeto singular es parte constituyente y parte interesada,
conjuntos de vínculos intersubjetivos y de representaciones
ordenadas que garantizan la continuidad y la estabilidad
narcisista de los sistemas. La ideología es, desde este punto
de vista, un mecanismo de defensa utilizado con este doble
fin y conviene subrayar su función «terapéutica» espontá-
nea, pero habría que evaluar el precio de este recurso a la
«curación». Esta defensa contra el cambio catastrófico no es
sin embargo inexpugnable, y termina por producirse una
catástrofe y un derrumbe que van a obligar a un cambio vi-
tal; conocemos ahora mejor los efectos del cambio ideológi-
co para sujetos singulares y para los grupos, la ruptura
al principio impensable que representa, la reaparición de
angustias muy profundas, paranoides principalmente, los
recursos delirantes o psicosomáticos que constituyen sus
salidas, contra los cuales la ideología los había protegido con
el apoyo de la gestión grupal de los mecanismos de defensa
contra el cambio catastrófico. Existen otros modos de ges-
tión grupal de las defensas contra el cambio catastrófico:
por ejemplo, lo que Bion llama establishment, cuyos meca-
nismos apuntan a actuar de modo que los pensamientos
nuevos en una institución sean controlados, dominados, li-
mitados y trivializados por la institución para ponerse al
servicio de lo que Bion llama la mentira, mientras, al mismo
tiempo, la institución transmite la idea nueva, deformándo-
la, transformándola.
Cuando, en los grupos, predominan las formaciones y los
procesos del núcleo psicótico de la personalidad, predomi-
nan las transformaciones proyectivas. Ese es el caso cuando
se forman la posición ideológica y la posición utópica: los
mecanismos y las fantasías de identificación proyectiva, de
clivaje, incluso las renegaciones y las desmentidas ligadas a
las defensas perversas, son abundantemente estimulados.
En un grupo fundado sobre la posición ideológica o sobre la
posición utópica, devenir O, para sus miembros, sería verse
confrontados con el sadismo, la fantasmática omnipotente y
los terrores persecutorios y esquizoides. La defensa contra
el cambio catastrófico es más violenta aún cuando la ame-
naza de ruptura se experimenta como intensamente violen-
ta y dolorosa. El grupo es aquí un aparato de no-transfor-
259
mación. Posee sin embargo la propiedad de proveer una de-
sintoxicación de sus miembros proyectando los elementos
tóxicos en dos lugares: por una parte, sobre un enemigo ex-
terno; por la otra, en un sistema incapaz de comprender la
experiencia, en el cual la capacidad de ensoñación es ataca-
da y destruida. Esta se vuelve un arma para atacar al ene-
migo externo, y este enemigo puede ser el pensamiento y el
conocimiento. En la conceptualización bioniana nos encon-
tramos aquí con un vínculo -C (menos Conocimiento). 3
Las investigaciones sobre la cadena asociativa grupal
me dieron nuevamente ocasión para reunirme con el pen-
samiento de Bion sobre las transformaciones y poner en
evidencia el papel del grupo bajo los diferentes aspectos que
asume el concepto de aparato de transformación. El grupo
en tanto forma, estructura y proceso es un objeto sometido
a un proceso de transformaciones: considerado bajo este
aspecto, encontramos las preguntas relativas al origen, a
los productos finales, a las técnicas de transformaciones y a
los invariantes del grupo. Evidentemente, un punto de vista
sobre la transformación de los miembros del grupo no puede
ser disociado del punto de vista que corresponde a la trans-
formación del grupo mismo. Vemos aquí que no se trata de
una simple relación continente-contenido, sino de una re-
lación tal que las transformaciones afectan a esta relación;
por ejemplo, cuando un elemento contiene y transforma al
conjunto del grupo: es el caso de las funciones asumidas por
el porta-palabra, el héroe o el coro en los grupos; es también
el caso del terapeuta o de la pareja terapéutica, y sería in-
teresante comparar y distinguir esas dos modalidades de
cumplimiento de lo que he llamado, inspirándome en Bion y
Winnicott, la función contenedor (R. Kaes, 1979).
260
del grupo. La exposición de la primera situación clínica puso
en evidencia, por un lado, que el grupo funciona como apa-
rato de transformación de un acontecimiento traumático y,
por otro, el interés del pensamiento de Bion sobre las trans-
formaciones. Pero también nos hemos encontrado con la di-
ficultad de describir el proceso de transformación dando
cuenta del nivel del grupo y del nivel del sujeto singular:
¿cómo dar cuenta de una sesión o de una secuencia de gru-
po, de la que supondremos que es lugar y momento de ope-
raciones de transformación? ¿Cómo determinar O, es decir,
el estado inicial? El O no es idéntico para todos los miem-
bros del grupo. El O de un miembro del grupo tampoco es el
del analista. A fortiori, cuando dos psicoanalistas trabajan
juntos, ¿de qué O partir para tomar en consideración el pro-
ceso de transformación, y en qué nivel: el de los sujetos sin-
gulares o el del grupo como conjunto? En este último caso,
supondremos entonces Og. ¿Qué sentido tiene el concepto
de transformación en O cuando se trata de un conjunto de
sujetos? La teoría bioniana de la transformación no aporta
respuesta directa a estas preguntas; permite formularlas y
sostener la formulación de hipótesis y la búsqueda de solu-
ciones.
He propuesto esta hipótesis: algunos organizadores psí-
quicos del proceso de agrupamiento ordenan la instalación
de un aparato de ligazón, transmisión y transformación que
he llamado aparato psíquico grupal. Con este concepto, hay
que entender un aparato que reúne y trata la realidad psí-
quica en el agrupamiento.
Nos encontramos, pues, aquí con transformaciones de
transformaciones: esto es lo que sostienen la cadena asocia-
tiva y esos aparatos de transformar las transformaciones
como son el aparato psíquico del agrupamiento y el aparato
de significar I interpretar de los psicoanalistas. Aparece cla-
ramente, pienso, que tales concepciones exigen un dispositi-
vo de escucha particular por parte de los psicoanalistas.
Volvamos una vez más al grupo con Solange, Anne-Ma-
rie y Marc para mostrar cómo el proceso asociativo grupal
hace posible, no sólo para determinado participante conver-
tido en su síntoma o en su porta-palabra, sino para varios
miembros de este grupo, el desprendimiento de aconteci-
mientos traumáticos. Lo que en mi escucha va a ser consti-
tuido como Og (es decir, el estado inicial a partir del cual
261
hablan los miembros del grupo en tanto están agrupados) es
lo que Marc va a constituir como el O de su presencia en este
grupo: una interpretación que habría recibido de un psico-
analista un año antes, en otro grupo, un cuarto de hora an-
tes del final de la última sesión. Esta interpretación in
extremis habría tenido para él el valor de un acontecimiento
«mareante», de fuerte valor traumático, cuyo sentido se le
ha escapado y cuya reparación ha venido a buscar ante mi
colega y yo.
Sobre este enunciado van a articularse las asociaciones
de los diferentes miembros del grupo, que van así a sacar a
la luz emociones internas y a proveer un punto de apoyo a
fantasías de pérdida de los referentes, las identidades y los
vínculos de filiación. Se construye un trabajo de repre-
sentación a través de las transformaciones de cosas en pa-
labras, y luego en palabras habladas. Yo había observado
que esas emociones y fantasías hacían eco a una preocupa-
ción consciente mía antes del comienzo de este grupo, pre-
cisamente en relación con los procesos asociativos de los su-
jetos en situación de grupo, pero había olvidado cierta situa-
ción grupal que se mantuvo traumática para mí, y que pro-
bablemente había sostenido mi curiosidad por saber quién
habla a quién en un grupo, interés tras el que se ocultaban
otros que el proceso asociativo me dio ocasión de reconocer.
Recordamos que el proceso grupal y la elaboración aso-
ciativa van a develar la fantasmática inconsciente de la se-
ducción y sus correlatos traumáticos en varios miembros
del grupo. A través de la cadena asociativa grupal se va a
operar la transformación de lo que adquirió valor de aconte-
cimiento impensado para varios de ellos: para una mujer,
una amenaza de muerte proferida por su madre siendo que
ahora mismo la hija está amenazada de muerte por el
cáncer, y que se ejerce entre ellas un juego de seducción y de
amenaza; para un hombre, el deseo de ser seducido y el te-
mor de ser castrado por el padre.
Con este grupo, nos veremos movilizados esencialmente
en el registro de la neurosis, y los invariantes, detectables
en la transferencia y su difracción, serán fácilmente identi-
ficables. La comunidad de identificaciones y de fantasías
inconscientes garantizará la perlaboración intersubjetiva.
Nos encontramos aquí con una especificidad del proceso de
grupo.
262
En este proceso, el sueño de Michele cumplió un papel
decisivo en el proceso de transformación. 4 El relato del sue-
ño y las asociaciones consecutivas pudieron ser analizados
desde diferentes puntos de vista: como representaciones del
espacio psíquico interno compartido por los miembros del
grupo, y en ese caso podemos estar atentos a la posición de
porta-palabra que tienen el soñante o la soñante; por opo-
sición a los momentos ideológicos o a los actos; como puntos
de anudamiento entre significantes subjetivos singulares y
significantes grupales.
Las producciones oníricas y las producciones culturales
terciarias tales como los cuentos, las leyendas y los mitos
son representantes (o modelos) de transformación y se los
utiliza constantemente en el proceso de transformación. En
efecto, los objetos culturales tienen entre sus funciones la de
operar como representantes de transformaciones potencia-
les.5
Esta perspectiva me lleva a conceder una particular
atención a los porta-palabra y a los mediadores en el proce-
so psíquico grupal; porta-palabra, porta-sueño y porta-sín-
toma no sólo están en el cruce de la realidad psíquica de los
sujetos singulares y de la que se forma en el vínculo del
agrupamiento -y el análisis de la cadena asociativa grupal
nos señala su posición y su función de punto de anudamien-
to--, sino que son representantes de transformación.
De estas posiciones intermediarias resulta, en efecto, un
doble trabajo psíquico: la actividad del pensar y las transfor-
maciones que algunos miembros del grupo no pueden cum-
plir son realizadas por el porta-palabra, tal como la madre
llega a desintoxicar el espacio interno del bebé gracias a su
función de continente y de transformación, es decir, gracias
a su función contenedor. Por otro lado, el trabajo que un
miembro del grupo no puede cumplir, y lo más a menudo ese
mismo que provee inconscientemente a los otros miembros
del grupo la representación de un O común, este trabajo es
263
cumplido por la asociación y las asociaciones de los miem-
bros del grupo, tal como en la tragedia el coro, mediante la
voz del corifeo que se hace su porta-palabra, presta al héroe
su aparato para pensar los pensamientos.
Estos desarrollos nos llevan a proponer que la cualidad
terapéutica de un grupo es su aptitud para contener, desin-
toxicar y transformar los elementos brutos proyectados so-
bre el encuadre o devueltos sobre el cuerpo propio. Esta de-
finición tiene un alcance general: corresponde a los grupos
espontáneamente terapéuticos (por ejemplo, los de adoles-
centes o de creadores), a los grupos de finalidad terapéutica,
pero también a los grupos institucionales como la familia.
En un trabajo sobre el niño «insuficientemente bueno»
tratado en terapia familiar psicoanalítica, F. André (1985)
sostuvo que niños que presentan en los primeros meses de
vida una muy grave desventaja psíquica pueden fracasar en
cuanto a devenir para sus padres un ser humano, haciendo
vacilar así la parentalidad misma y el deseo de la genera-
ción hasta su inversión en el odio: el fracaso de la ilusión y
la pérdida del espacio metafórico constituyen entonces los
rasgos dominantes de la patología del grupo familiar. Fun-
dado en el concepto de cadena asociativa grupal, F. An-
dré ha considerado que tales niños constituyen eslabones
no mentalizados del discurso familiar. En efecto, el ata-
que al aparato de ligazón familiar crea un desborde econó-
mico y un agujero en el sistema representativo. F. André
muestra que las experiencias corporales del niño son de-
positadas en la psique parental en forma de huellas no
mentalizadas, porque la función alfa parental ha sido into-
xicada y desbordada por las vivencias brutas del niño. Estas
huellas son reactivadas en cada concordancia traumática
que los actores de la relación de objeto primaria ponen en
escena, y reaparecen en forma de angustias y de puestas en
acto.
Desde la perspectiva bioniana, nos encontramos aquí
con un cambio catastrófico: la llegada del niño gravemente
disminuido violenta el campo en el que sobreviene esta
«idea» nueva que acarrea desorganización, sufrimiento y
frustración intensos, y que moviliza el núcleo psicótico de la
personalidad de los familiares. El niño «deviene» relativa-
mente malo para evitar que los familiares se vean confron-
tados con lo que significaría para ellos devenir O, es decir,
264
expulsar fuera de lo humano, matar a este niño que ataca a
la organización narcisista familiar.
La terapia psicoanalítica de grupo con tales familias con-
duce a instalar los elementos necesarios para una transfe-
rencia de contenedor: la estructura familiar se transforma
en otra estructura, la de grupo de terapia familiar, en la
cual pueden operar los procesos de transformación y, a tra-
vés de las modalidades de la transferencia, ser descubiertos
los invariantes que fundan a esta familia. Descubrimiento
particularmente dificil cuando predominan modos de trans-
formación proyectiva o en la alucinosis, como es el caso en la
psicosis.
Con estas familias puede resultar eficaz un dispositivo
específico cuya pertinencia ha sido demostrada en los gru-
pos de funcionamiento psicótico. La dispersión proyectiva, a
minima la difracción del síntoma, del pensamiento insoste-
nible o del significante enigmático en el grupo o en la fami-
lia, se traducen por una modalidad de transformación con
fuerte distorsión. La experiencia muestra que la instalación
de un dispositivo grupal de reaprehensión secundaria de lo
que no pudo ser pensado por los terapeutas a causa de la ex-
periencia emocional que debieron vivir, muestra ser capaz
de restaurar un aparato del pensar y de hacer advenir, por
la vía asociativa, lo que fue puesto fuera de uso por los
miembros de la familia o del grupo. Se produce un efecto de
este tipo cuando, en el grupo del acontecimiento «marean-
te», mi colega y yo nos ponemos a soñar, despiertos, las ge-
nealogías de ciertos sujetos, tratando así el afecto de displa-
cer y la representación de ser malos padres. Esta restaura-
ción es también una desintoxicación, es decir, una transfor-
mación de los elementos beta en elementos alfa; dicho de
otro modo, en cualidades de vínculo.
265
tación, lo que implica siempre cierto modo de "ligazón"». En-
tonces, a partir de una función imaginaria, la del espejo gru-
pal descripto por M. Pines (1983), puede instalarse la activi-
dad simbolizante. La razón del análisis transferencia!, aquí
lo vemos, desborda el simple análisis de las contratransfe-
rencias y de las transferencias cruzadas, pero constituye el
primer espacio psíquico sobre el cual podrá apuntalarse el
proceso de transformación para los miembros del grupo.
El concepto de transformación se revela pertinente para
pensar los procesos asociativos en los grupos. Quedan algu-
nas cuestiones: la primera nos remite al problema de la
transformación de O y de la transformación en O. He men-
cionado la dificultad clínica y teórica de dar cuenta de un
proceso de grupo: nos encontramos ante la dificultad de de-
terminar O. ¿Qué sentido tiene considerar un hecho o una
idea como O en el proceso de transformación de un grupo?
Esto sólo tiene sentido en la medida en que dispongamos de
una teoría que permita considerar como O el estado inicial
de un proceso de transformación en el grupo (¿o de grupo?)
que sólo descubriremos en la resignificación como situado
en el origen.
Es lo que intenté indicar en aquel ejemplo donde el
enunciado de Marc viene a re-significar una situación trau-
mática cuya apuesta es la amenaza ligada a la fantasía de
seducción (esto toma sentido en la transferencia). Este O re-
mite a otra escena para cada uno y a un proceso asociativo
actual, aquí-ahora en la transferencia, donde emoción, re-
presentación, posición, defensa podrán organizarse y cons-
tituir la realidad psíquica de este grupo acoplado a partir de
elementos de la realidad psíquica de los diferentes miem-
bros del grupo. He precisado también mi hipótesis: me pare-
ce que se puede hablar de transformación de O cuando se
trata del proceso grupal, pero no veo todavía muy bien a qué
corresponde la transformación en O cuando se trata del gru-
po mismo. En el proceso de grupo existen transformaciones
en O que son evidentemente posibles para los sujetos que lo
constituyen; esto es lo que me vuelve más bien optimista en
cuanto al proceso terapéutico de grupo, aunque haya inten-
tado poner en evidencia que el agrupamiento, en cuanto tal,
y principalmente el agrupamiento institucional y familiar,
se constituye sobre la doble base del contrato narcisista y
del pacto denegativo. Gracias a este doble contrato, la es-
266
tructura que acopla en el agrupamiento los elementos sin-
gulares y el conjunto podrá mantenerse y escapar a cual-
quier situación de cambio catastrófico. En los grupos transi-
torios, nos hallamos constantemente ante procesos de ins-
tauración de estas formaciones, ante los esfuerzos para que
se anuden el pacto, su contracara y su complementario: el
contrato narcisista. El trabajo del analista se dirige enton-
ces precisamente a los mecanismos, administrados colec-
tivamente en el grupo, que llevan a formaciones cuyos efec-
tos desembocan en la constitución de una ideología, por
ejemplo: esta asegura la tramitación (la economía) de for-
maciones subjetivas que pertenecen al sujeto singular. En
el ejemplo que he propuesto, la pregunta de Marc es reto-
mada en el grupo, quien evita primero a Marc tener que re-
conocerla como suya, hasta que, en el movimiento de la
transferencia y en la economía grupal, Marc y cada uno de
los otros descubran en qué lugar se han puesto y qué con-
junto, qué agrupamiento han formado. Es comprensible que
la transformación en O suscite intensas resistencias, por-
que «existe amenaza de contacto con lo que se cree es real, la
resistencia opera porque se teme que la realidad del objeto
sea inminente». La realidad del objeto es lo que, en la termi-
nología de Bion, confrontará al sujeto con su verdad.
La segunda cuestión podría formularse así: ¿qué límite
opone el agrupamiento, en cuanto tal, al proceso de trans-
formación? En efecto, si toda transformación es una trans-
formación de O, es decir, de la realidad psíquica desconoci-
da, es posible preguntarse qué cosa debe permanecer des-
conocida para el sujeto singular, y, sobre todo, para los suje-
tos en tanto hacen grupo, de modo que se preserve el vínculo
grupal.
Freud puso en evidencia que la triple coacción sobre la
pulsión, sobre la representación y sobre la palabra hablada
es correlativa del ser-juntos, principalmente en las institu-
ciones de la familia, del Estado o de la civilización. Esta
coacción es la condición necesaria para el pasaje de la plu-
ralidad al agrupamiento. Pero Freud escribe también que
nada de lo que es importante para una generación puede
sustraerse totalmente a las que le suceden. La transmisión
que se opera se hace posible gracias a este aparato de signi-
ficar/interpretar que constituye probablemente el lugar y la
actividad del preconsciente. Estas dos proposiciones con-
267
tradictorias ponen el acento y la interrogación sobre el des-
tino de lo que no es transformado, significado o transforma-
ble, sobre los restos psíquicos que, en las instituciones, las
familias y las parejas, forman los bolsones de intoxicación y
los enclaves de sufrimiento no representado y cuyos efectos
son enloquecedores. La hipótesis sobre la que me detendría
aquí es que todo grupo, sea institucional o permanezca arti-
ficialmente precario, fomenta tales espacios internos, con-
secuencia del pacto denegativo que sostiene el ser-juntos y
que asegura a cada uno de sus sujetos contra los cambios ca-
tastróficos. Esos son los límites del grupo como aparato de
transformación, y sobre esos límites trabajamos en las
situaciones adecuadas.
6 Cf. sobre este punto los trabajos de J. Guillaumin (1976, 1986), que ha
insistido mucho sobre el papel del preconsciente en la experiencia depre-
siva.
268
grasas. En esto, la actividad del preconsciente constituye
por sí misma un tope a la regresión hacia posiciones desor-
ganizadoras angustiantes, por cuanto produce representa-
ciones en las cuales el sujeto se incluye como creador de la
actividad psíquica.
La actividad del preconsciente supone como condición de
su posibilidad un primer trabajo de simbolización; a partir
de este primer dato, el sujeto hace la experiencia de que la
realidad interna y externa es transformable en sentido, que
ella ha adquirido cierto grado de familiaridad y que inspira
la suficiente confianza. En este movimiento, la actividad del
preconsciente crea las categorías del adentro y el afuera,
sostiene la actividad de ensoñación, la imaginación de la no-
vela familiar y de las teorías sexuales, y a cambio es soste-
nida por estas.
El proceso secundario cumple un papel decisivo en la es-
tructuración del sistema preconsciente y en su función de
transformación. Organiza la estabilidad de las experiencias
mentales ligando la energía y sosteniendo las operaciones
del pensamiento vigil, de la atención, el juicio y la acción
controlada. Cumple una función reguladora con relación al
proceso primario, transforma los contenidos que le están
asociados en una estructura inteligible. Pero el vínculo
entre el aparato del lenguaje y el aparato psíquico se com-
prende más precisamente con la noción de proceso terciario
propuesta por A. Green. Este ha postulado la existencia de
procesos de relación entre procesos primarios y procesos se-
cundarios, «que circulan en los dos sentidos», y ha vinculado
estos procesos al preconsciente de la primera tópica y al yo
inconsciente de la segunda.
«Las palabras que van a surgir saben de nosotros lo que
nosotros ignoramos de ellas», escribe René Char. Cada pala-
bra hablada que se forma es como un nacimiento a la rela-
ción de desconocido. En el preconsciente, el lenguaje sabe y
no sabe lo que dice: puede tanto servir a la represión como
facilitar las vías al retomo de lo reprimido; funciona en las
dos direcciones, como un conmutador psíquico que lleva la
huella de sus primeras experiencias constituyentes.
269
Sobre la formación del preconsci.ente y su trabajo
específico en la intersubjetividad
270
ante el conjunto y ante algunos, ora en el sentido del le-
vantamiento de la represión, ora en el de su manteni-
miento.
Pienso que la capacidad de albergue, contención, signifi-
cación y transformación/interpretación que caracteriza a la
actividad del preconsciente, tiene como condición ciertas
cualidades de la intersubjetividad, y que se ejerce en varios
aparatos psíquicos. Esta proposición supone que ya esté
constituida una función «meta-preconsciente» y que esté
disponible al menos en otro para cada sujeto considerado
en su singularidad. Es exactamente lo que ha sucedido en
la mayoría de los grupos, con el trabajo de porta-palabra
efectuado por Solange, con el sueño cuyo relato propuso
Michele, con la reaprehensión de las alucinaciones por par-
te de Béatrice en el grupo con Dimitri. Béatrice transforma
en metáfora lo que es enunciado como metonimia, sólo ella
puede realmente decir Yo, dando testimonio, más allá del in-
dicador pronominal, del mantenimiento y la transmisión de
su actividad de pensamiento. Ella sostiene el proceso aso-
ciativo: al poner fuera de juego la segunda censura y al ha-
cer manifiesta la acción de la primera, pone en marcha y a
disposición un modelo de ligazón de los procesos primarios y
de los procesos secundarios; manifiesta de ese modo una ca-
pacidad de contención sobre la que los otros, o algunos otros,
pueden encontrar, por apuntalamiento e identificación, un
sostén para su propia actividad paraexcitadora y dejar for-
marse los pensamientos.
271
vivida como un ataque a la omnipotencia porque constituye
un tope a esta omnipotencia; como en la cura, suele ocurrir
que los participantes del grupo experimenten la pérdida de
su capacidad asociativa como el efecto de una angustia de
castración, y que las fantasías de pérdida de la sustancia
psíquica o de ataque envidioso contra el pecho acompañen
la ruptura de los vínculos asociativos.
Este último caso es frecuente cuando en los grupos nos
encontramos con personalidades psicóticas, aunque algu-
nas determinaciones de este orden ejercen efectos idénticos
cuando se manifiestan angustias psicóticas en personalida-
des neuróticas: las asociaciones se interrumpen porque toda
irrupción asociativa adquiere el valor amenazante de un ac-
to que se realizaría. Este fue el caso de Marc. Cantidades
demasiado fuertes de investidura son volcadas sobre las
representaciones que, literalmente, explotan como otras
tantas cargas que pueden ser utilizadas por otra parte en la
identificación proyectiva patológica; el proceso asociativo
queda obstaculizado, puesto que la asociación requiere la
circulación de poca cantidad de energía para realizar la li-
gazón entre los elementos de la representación y los afectos.
La cuestión es entonces restaurar la capacidad asociativa,
es decir, posibilitar la constitución de la función y de la acti-
vidad del preconsciente.
En los grupos, los pacientes, y especialmente los sujetos
psicóticos, pueden hacer la experiencia de que sus asociacio-
nes y las de los otros no acarrean las consecuencias catas-
tróficas que ellos temen o desean. Dicho de otro modo, a tra-
vés del grupo puede efectuarse una identificación con la
preocupación materna primaria, pero siempre y cuando los
analistas o los psicoterapeutas efectúen este trabajo aso-
ciativo de contención y transformación.
Con justa razón, se ha vinculado frecuentemente la de-
tención del proceso asociativo con el trabajo de la pulsión de
muerte: pero es preciso destacar que esos efectos no sólo se
manifiestan por el silencio que arrasa con toda representa-
ción o por el ataque contra las actividades del pensamiento;
también están implicados en las desligazones necesarias
para desanudar las formaciones compactas o proliferantes
de las asociaciones condensadas.
272
Los silencios en los grupos
7 En su artículo sobre el silencio en los grupos, uno de los pocos que exis-
ten sobre el tema, L. Michel (1990) recuerda con pertinencia esta perspec-
tiva propuesta por Nacht.
273
torrees cierta disposición a esa pasividad necesaria para la
verdadera actividad asociativa: se acompaña a menudo de
una tentativa de calmar la excitación de la curiosidad liga-
da a la compulsión a asociar. Esta tolerancia al silencio y a
la entrega a la pasividad pone en juego el conflicto de las
identificaciones bisexuales, y es mediante el tratamiento de
ese conflicto como puede constituirse o restablecerse la fun-
ción del preconsciente, en la parte femenina de la que está
formado.
Tal experiencia no deja de vincularse a la identificación
con el silencio del analista y con el tratamiento de las fanta-
sías y mecanismos de defensa que le están asociados: por
ejemplo, el silencio puede tener para uno, en la transferen-
cia, valor de desprendimiento con relación a una fantasía de
avidez y, para otro, valor de frustración de las supuestas ex-
pectativas del analista, y para otro, además, valor de identi-
ficación proyectiva con el analista, etc. Lo que será determi-
nante para el desarrollo del proceso asociativo y para la
elaboración de las asociaciones dependerá de la cualidad del
trabajo del preconsciente en el psicoanalista y en algunos
otros de los miembros del grupo. Volvemos así a la función
meta-preconsciente del otro.
Esta función meta-preconsciente está incluida en la
función instituyente de los psicoanalistas, principalmente
en la enunciación de la regla fundamental y en la interpre-
tación de la relación con esta regla en la situación psicoana-
lítica. Esta proposición general toma un relieve particular
en situación de grupo. En los grupos, donde los acting y las
emergencias psicosomáticas son bastantes frecuentes, el
valor psíquico de estos actos sólo puede ser descubierto o
restablecido si la actividad del preconsciente se mantiene y
llega a transmitirse en el terapeuta. Es esencialmente la
constancia de esta movilización del preconsciente en la si-
tuación de grupo lo que justifica los dispositivos de co-tera-
pia o de co-análisis y el consecutivo trabajo del análisis in-
tertransferencial.
Desde este punto de vista, la formación en el trabajo psi-
coanalítico en situación de grupo tiene como objetivo princi-
pal la constitución y el sostenimiento de la actividad del pre-
consciente. Este objetivo no es una particularidad de esta
formación; caracteriza a toda formación para la función psi-
coanalítica, y las instituciones llamadas de control, supervi-
274
sión, cartel y análisis cuarto no tienen otro sentido psico-
analítico que el de asegurar esta formación en el trabajo del
preconsciente.
Lo que especifica a la formación para la puesta en mar-
cha de la actividad del preconsciente en situación de grupo,
es el trabajo sobre la heterogeneidad de los lugares y proce-
sos psíquicos simultáneamente activados o desactivados.
Las nociones de acoplamiento de las grupalidades internas
en la formación del vínculo intersubjetivo grupal y de polifo-
nía de los discursos, por útiles que sean, corren el riesgo de
enmascarar esta dificultad de una escucha de discursos he-
terogéneos, que no deben reducir las representaciones teóri-
co-clínicas referidas a los significantes comunes, las iden-
tificaciones compartidas, el objeto-grupo. Para testimoniar
su utilidad clínica, estas nociones deben incluir la necesidad
de comprometer una escucha y una elaboración diferencia-
les de las asociaciones. Esta toma en consideración deman-
da una formación particular y algunas hipótesis básicas:
por ejemplo, que la formación y la actividad del preconscien-
te se inscriben en el juego y en el trabajo intersubjetivo, que
el grupo es el lugar y el objeto mismo de la metaforización
del espacio intrapsíquico, que el otro, si representa a otro o a
más-de-un-otro, es siempre irreductible a sus representa-
ciones imaginarias, a fortiori si lo consiente.
275
8. Las cadenas asociativas y los procesos
que las organizan en los grupos
277
presencia de un observador indiferente o sólo preocupado
por la adquisición del saber que creyera poder obtener de
este modo. Sobre la base de este argumento, se ha objetado
que la situación de grupo, por el hecho de la presencia si-
multánea de varios sujetos, moviliza contra el proceso aso-
ciativo un aumento de reticencia a dar a conocer a terceros
observadores las asociaciones más secretas, figuraciones
externalizadas de la doble censura intrapsíquica y de lacen-
sura social. Además, las resistencias aumentarían por la
multiplicidad de las transferencias y, finalmente, por su
«dilución».
Esta objeción lleva, evidentemente, a interrogarse sobre
las condiciones de posibilidad de todo emprendimiento psi-
coanalítico, sobre la concepción de su objetivo y de su obje-
to. Podrá sin embargo preguntarse si la objeción puede ser
transpuesta tal cual, de la cura a un dispositivo de grupo es-
tructurado para que se desarrolle una situación psicoanalí-
tica específica. La experiencia muestra efectivamente que,
por el contrario, tal situación permite tratar los daños pato-
lógicos de la unidad de la personalidad y que restituye al
sujeto su autonomía psíquica y social, siempre y cuando el
proceso analítico, las transferencias, las resistencias y el
trabajo asociativo específicos de la situación de grupo hayan
podido ser instalados, analizados e interpretados. La pre-
gunta equivale, pues, a establecer si el método de la asocia-
ción libre, como vía de acceso a los procesos y formaciones
determinados del inconsciente, conserva pertinencia y efi-
ciencia fuera del campo de su aplicación en la cura de un su-
jeto singular: ¿cómo concebir y tratar los movimientos de las
transferencias que ahí se producen y que sostienen o detie-
nen el curso de las asociaciones?
Más consistente parece ser la objeción según la cual, en
el grupo, habría siempre una respuesta: ninguno de sus
miembros sería dejado solo ante lo indecidible de su pregun-
ta. ¿Cuál grupo? Es probable que los grupos naturales seor-
ganicen bajo el efecto de sus sujetos para mantener tales ob-
turaciones y para sostener, contra la incertidumbre y las vi-
cisitudes del pensamiento singular, las clausuras ideológi-
cas. Lo que prevalece, por el contrario, en los grupos cuyo
dispositivo está organizado por la regla fundamental, es
precisamente, y ante todo, la sorpresa y la resistencia que
genera la pregunta o, más generalmente, lo que surge y no
278
se esperaba; lo que sorprende es la puesta en suspenso del
sentido. Finalmente, las «respuestas» tienen cualidades
muy diversas: es verdad que algunas de ellas producen un
cierre de las asociaciones, casi siempre en el punto en que se
encuentran con la resistencia; otras tienen un efecto de faci-
litación del retorno de lo reprimido, en su mayoría generan
otras preguntas y trabajan el sentido en este relanzamien-
to, y algunas permanecen sin ser retomadas, más allá del si-
lencio.
Se ve claramente que no se trata sólo de las condiciones
de posibilidad del proceso asociativo -y más precisamente
de los procesos asociativos-, ni sólo de la singularidad de
las transferencias y de los contenidos transferidos; se trata
de la especificidad de la situación psicoanalítica de grupo,
en tanto tiene una consistencia, en cuanto al acceso que fa-
cilita a fenómenos psíquicos que no serían accesibles de otro
modo, para conocerlos y tratarlos.
Una segunda serie de objeciones precisa la primera: pesa
sobre el hecho, desde hace mucho tiempo bien establecido,
de que la situación de grupo es el lugar de efectos específicos
llamados precisamente «de grupo». Esos efectos obstaculi-
zarían el proceso de la asociación libre. ¿Tolera la asociación
«libre» la fabricación de un código y de un sentido comunes
que el acoplamiento grupal exige? El aparato de producir
sentido que Freud presupone a la psique humana para co-
municar, decodificar y transmitir las significaciones incons-
cientes de generación en generación es a un tiempo la con-
dición del pensamiento y el límite de la asociación libre.
Puede parecer, a primera vista, que la situación grupal
acumula dos tipos de obstáculos a la asociación libre y ocul-
ta así la manifestación del inconsciente: a la censura del su-
jeto singular vendrían a agregarse la coacción normativa
del grupo, los enunciados previos heterogéneos de los otros
sujetos y sus efectos de anclaje; las resistencias «individua-
les» encontrarían apoyo y refuerzo en las resistencias «gru-
pales». Tales dificultades se opondrían a cualquier efecto de
análisis, que se vería obstaculizado por el trabajo de ligazón
del grupo.
La objeción se hace estigma en una fórmula de J. Lacan,
cuando escribe que él «mide el efecto de grupo por la obsce-
nidad que agrega al efecto imaginario del discurso» (1973,
pág. 31). Fórmula-Jano: una de las caras discierne una difi-
279
cultad, la otra señala un callejón sin salida, y es probable-
mente la segunda la que sostuvo la inhibición para pensar
el proceso asociativo en los grupos.
Examinemos la objeción. Corresponde precisamente a la
presencia plural, simultánea y frontal de los participantes;
los efectos de grupo son probablemente tanto más pregnan-
tes cuanto que las comunicaciones se ordenan sobre funcio-
namientos semióticos paralelos o en oposición con el lengua-
je hablado: sobre la sensorialidad visual (mímica, gestuali-
dad), auditiva (multiestimulación), olfativa (recuerdo que
esta es raramente tomada en consideración). Estos datos
constantes, algunos de cuyos elementos pueden ser sus-
pendidos en forma artificial, producen probablemente efec-
tos sobre el proceso asociativo. ¿Qué efectos, y cómo descu-
brir su vínculo con la realidad psíquica, con la organización
de las fantasías inconscientes de cada uno, en el grupo, con
lo que escapa al decir por la vía del hacer, con lo que se hace
mediante el decir? ¿No es esa una cuestión psicoanalítica?
Examinemos la objeción y admitamos además que las
resistencias, o más exactamente las reticencias a asociar, se
apoyan sobre los efectos de consenso, en la formación de las
normas perceptivas y de las presiones conformistas que
todo agrupamiento instala para transformarse en grupo. Se
notará que estas objeciones tratan el problema desde un
punto de vista más cercano a la psicología social que al del
psicoanálisis: lo que importa, desde este punto de vista, es
poder representarse la articulación entre las resistencias
individuales y las alianzas o los pactos inconscientes que se
consuman entre los sujetos de un grupo. Pero aquí, nueva-
mente, esta dificultad es la materia misma del campo del
análisis y de la interpretación.
No podemos dar sentido de entrada ni a los efectos de
grupo, ni a los efectos de la comunicación multicanal. Para
algunos psicoanalistas, la cuestión no es tanto saber cómo
pasa y se establece la comunicación, sino comprender de
qué modo se articulan, en lo que se dice en el grupo, la rela-
ción y la distancia entre lo que se puede decir aquí y lo que
se ha anudado o no se ha constituido psíquicamente en otra
parte, en otro tiempo. El gesto, la mímica, a fortiori el efecto
de identificación mimética de grupo, nada dicen directa-
mente y lo que expresan debe encontrar la vía, en primer lu-
280
gar el obstáculo, de la representación de palabra y de su
transformación en representación de palabra hablada.
Es notable que ninguna de estas objeciones o de estas
reticencias haya sido elaborada como problema: la razón es,
sin duda, que no se puede sólo objetar contra un dispositivo
y desacreditar (en lugar de describir) fenómenos si estos no
son retomados en la finalidad misma que ese dispositivo
instala. El trabajo del análisis es desligar y rearticular, me-
diante el efecto simbolígeno de la palabra, lo que hace cuer-
po y lo que hace grupo con la posición inconsciente del su-
jeto. En situación psicoanalítica de grupo, nuestra atención
y nuestro proyecto no es sostener los efectos de grupo y los
efectos de cuerpo, la ilusión unaria y la fantasmática de se-
ducción que ellos sostienen, sino reconocerlos en su relación
y en su diferencia con la asociación libre: reconocerlos, y
conferirles un estatuto en el campo de la construcción psico-
analítica.
Esta perspectiva sólo puede adoptarse con suficiente
precisión sobre la base de una elección metodológica: el
camino hacia el objeto requiere una restricción y una renun-
cia. Renunciar a todos los objetos posibles porque el grupo
es profusión de signos y de actos, entrecruces de variables y
de dimensiones. Restringir, además, para encuadrar al ob-
jeto, porque no se puede dar cuenta de todo en todos los ni-
veles. El dispositivo psicoanalítico se ha construido así. Por
eso, lo que en él se manifiesta es científicamente refutable.
El postulado de la posibilidad
281
Himhúlico porque presupone lo simbólico al mismo tiempo
q1u• ptwde generarlo. El temor a esta pérdida impide ade-
1111íH comprender que lo que se pierde a la mirada es empuja-
do 11 traducirse, bajo el efecto de la regla, en el registro de la
pulabra dirigida, en la transferencia a otro, a más-de-un-
otro.
282
crítica ni omisión. Esta precisión destaca que, a fortiori en
situación de grupo, el decir es un decir-con (Freud escribe:
mitsagen), un decir asociativo de palabra y de sujetos ha-
blantes y escuchantes. Se trata de decir lo que se hace oír,
pero también ver o experimentar; probablemente porque el
decir encuentra esos obstáculos y sólo puede superarse en el
análisis de las transferencias y en las modalidades particu-
lares de la escucha del psicoanalista, las asociaciones en los
grupos se organizan, se escuchan y se interpretan según un
modelo diferente del que organiza el discurso asociativo in-
dividual. Enunciar la regla implica una hipótesis sobre sus
efectos.
Dado que la regla fundamental tiene por objetivo la ma-
nifestación y el reconocimiento de las representaciones del
inconsciente susceptibles de volverse conscientes, su corre-
lato es la abstinencia de cualquier otra realización.
2sa
Otro, y aquí más-de-un-otro, para que las asociaciones se
pongan en movimiento: un otro interno/externo, destinata-
rio potencial de las palabras asociadas en el «locutorio»
interno; pero es necesario que este Otro encame también al
Ausente, por el cual la representación adquiere su dimen-
sión intrapsíquica, al Rehusan te, que no acepta ser colmado
ni por la palabra ni por el silencio, y al Escuchante, que sos-
tiene la posibilidad de que los sujetos estén ellos mismos a
la escucha del proceso asociativo y de lo que este transporta.
Los polos asimétricos de la transferencia y de la contra-
transferencia crean la distancia generadora del desarrollo
del proceso asociativo. Deberemos suponer esta separación
diferencial entre los enunciados asociados según el libre
curso de los acontecimientos psíquicos, que vienen a la pala-
bra y que tropiezan con las diferentes manifestaciones de la
resistencia, y una instancia que los recibe, los contiene y los
transforma. Sin esta distancia, que el analizando tendrá
que integrar en su proceso, el proceso asociativo se deten-
dría o se fijaría en una repetición.
Con este campo viene a articularse, cuando el trabajo
psicoanalítico es cumplido por varios analistas, el de las in-
tertransferencias. He mostrado en qué forma el análisis re-
sultante de este sostiene el proceso asociativo y permite su
interpretación.
284
el caso de Solange, Marc y Dimitri: todos los ejemplos pre-
sentados nos patentizaron este proceso de trabajo.
Para que se produzca el movimiento asociativo, se re-
quiere un doble apoyo: sobre lo reprimido y sobre el retomo
de lo reprimido propios del sujeto, sobre la represión y sobre
el retorno de lo reprimido constituidos según coacciones,
contenidos y modalidades propias del acoplamiento psíqui-
co grupal. Una parte de las identificaciones que mantienen
juntos a los sujetos del grupo se establece sobre esta base de
la identificación en la represión o de la identificación por el
síntoma. Este doble apoyo es particularmente perceptible
en los sujetos porta-síntoma.
La especificidad de los procesos asociativos en los grupos
se comprende mejor si introducimos la noción de una repre-
sión secundaria constituida en la situación actual de grupo.
En efecto, la coexistencia de varias cadenas asociativas, or-
ganizadas a partir de una pluralidad de organizadores psí-
quicos inconscientes, actúa como otros tantos excitadores
múltiples que estimulan o sostienen represión «estricta-
mente individual», pero en apoyo sobre la función co-repre-
sora de los otros. Así, se instalan modalidades y contenidos
de represión propios de la experiencia grupal; tienen como
objetivo reducir los efectos amenazadores o violentos del re-
torno directo de lo reprimido, mantener la cohesión del gru-
po como objeto común y como función continente de las ten-
siones de la realidad psíquica. Estas diferentes modalida-
des se traducen en formaciones grupales específicas, por
ejemplo las formaciones ideológicas, y por procesos grupales
tales como las alianzas, los pactos y los contratos incons-
cientes; he descripto una modalidad de estos con el pacto de-
negativo. Los contenidos reprimidos y los procesos incons-
cientes del nivel del grupo retornan ulteriormente en los
procesos asociativos de los sujetos, revelando su tenor y su
apuesta. El lapsus, en su estructura sintomática, es un
buen ejemplo de esto.
285
en el momento adecuado, su reconocimiento por parte de los
sujetos en el grupo. Los contenidos que retornan son conte-
nidos de la represión individual, pero también contenidos
constituidos en la represión actual, a través de las alianzas
inconscientes.
Las potencialidades traumáticas del proceso asociativo
en grupo no deben subestimarse ni sobrestimarse. Dados su
morfología y su funcionamiento, el grupo es un foco de coex-
citación pulsional intrapsíquica e intersubjetiva, que pone a
prueba las funciones para-excitadoras endopsíquicas e in-
tersubjetivas. La insuficiencia o la ruptura del para-excita-
ciones reúne probablemente las condiciones de la formación
y del surgimiento, fuera de la conciencia y fuera de la pala-
bra hablada, de contenidos de lo reprimido originario, de
significantes enigmáticos o de objetos bizarros. Estos surgi-
mientos son generadores de experiencias del orden de lo si-
niestro, cuando los significantes que le importan al sujeto le
vuelven desde afuera, antes de que el trabajo de la resignifi-
cación los haya vuelto reapropiables; es necesario entonces
un trabajo intersubjetivo que desligue los paquetes asociati-
vos. Se trata no sólo de desagrupar las asociaciones, sino de
desligar a los sujetos del grupo atrapados en las alianzas
inconscientes.
286
- - -------------
287
miento fijado por la desmentida: no tolera ningún desplaza-
miento ulterior, sólo repeticiones de lo idéntico. El proceso
asociativo del nivel del grupo supone preservada la diversi-
dad de voces (y de vías, Bindungswege) asociativas.
secreto como condición para poder pensar, escribe de entrada que «la
orden de decir todo implicaría para el sujeto al que se la impusiera un
estado de esclavitud absoluta, lo transformaría en un robot hablante»
(pág. 141).
288
bién la división del sujeto entre la necesidad de ser para sí
mismo su propio fin, de preservar los recursos para ello, y la
de ser miembro beneficiario y servidor de la cadena in-
tersubjetiva de la que él es un eslabón.
En su objeción de 1917 contra la idea de que la cura psi-
coanalítica tolere un tercero que imaginaría realizar así, co-
mo observador, el «aprendizaje del psicoanálisis», Freud
evoca esta necesaria preservación de un espacio de secreto
inconfesable para uno mismo. Este secreto inconfesable no
es sólo el constituido por la culpabilidad: es también lo inac-
cesible para cada cual, la cara negativa del sí mismo, la irre-
ductible contracara de silencio en la palabra. Sólo la presen-
cia de un tercero indiferente -perverso-- atacaría «la uni-
dad de la personalidad» y «la autonomía social de la perso-
na». Es posible entender en estas palabras de un Freud muy
interesado en mantener ante los médicos a quienes se dirige
la exigencia de la experiencia personal del psicoanálisis,
una advertencia clínica y ética: dividido entre la necesidad
de preservar este núcleo secreto para ser y pensar, y la de
entregar su intimidad inaccesible a los otros, el sujeto po-
dría no tener otro recurso que el clivaje, el acting o la menti-
ra. En este caso se trataría de la investidura de la regla por
parte del superyó arcaico y cruel. El enunciado de la regla
fundamental en los grupos, al igual que en cualquier otro
ámbito, no puede expresar semejante exigencia de decir ab-
solutamente, cueste lo que cueste.
289
para producir solidaridades intersubjetivas, para mantener
reprimidas algunas representaciones, suprimidos algunos
afectos y desviadas ciertas realizaciones pulsionales perju-
diciales para el conjunto.
Este trabajo de las convenciones y de la norma no se
efectúa sin que cada sujeto tome en él su parte y encuentre
de una manera u otra su beneficio; él mismo abandona una
parte de sus objetos ideales y de sus objetos de identificación
para estar en el grupo, en la convención. El discurso ideo-
lógico es el ejemplo extremo de tal abandono que suprime
las contribuciones de pensamiento propias de las subjeti-
vidades singulares: el proceso asociativo se detiene en su
fuente y en su dinámica interna cuando prevalece el efecto
nivelador de la pulsión de muerte, cuando triunfa la opinión
de la masa (die Menge, escribe entonces Freud); en cambio,
la atención prestada al componente «anarquista» de la
pulsión de muerte (cf. N. Zaltzman 1979) restituye las dife-
rencias irreductibles en los procesos, los contenidos y los
estilos asociativos de cada uno; restablece la coexistencia de
varias cadenas asociativas con sus diferencias y sus puntos
de ruptura. Preserva lo dicho de otro modo, la posibilidad de
una inagotable capacidad de asociar y de una interpreta-
ción que deja un resto por conocer y por ligar.
El proceso asociativo sólo puede desarrollarse en los
grupos si es posible efectuar un mínimo de desprendimiento
con relación al sentido común, al discurso de la tribu. Una
de las tareas del psicoanalista es sostener este movimiento
de des-acuerdo a partir del cual se harán escuchar las pala-
bras singulares y entredichas.
290
bestimada la amenaza que constituye ese contacto nece-
sariamente violento con el inconsciente;
el rechazo de la destrucción activa del aparato de signifi-
car/interpretar, es decir, del aparato de asociar y de pen-
sar;
el reconocimiento de que los ataques contra este aparato
son la expresión inelaborada de un movimiento de odio
contra el inconsciente (contra su conocimiento, cf. el
vínculo K- de Bion) o de una coacción impuesta por el su-
peryó arcaico, cruel y observador al yo preconsciente, o
de una puesta en peligro de las alianzas inconscientes.
291
Ciertamente, la transferencia se difracta, pero el psico-
analista sigue siendo su punto de dispersión y su lugar de
focalización. El objeto de la escucha es el efecto en uno mis-
mo de lo que dice y de lo que calla el otro, más-de-un-otro. La
escucha no es, pues, directamente la del otro; ella transita
por la escucha de la propia escucha, y por la escucha del
efecto de la asociación en el otro. 2 Con esta condición, el pro-
ceso asociativo está en comunicación con la verdad psíquica
que puede manifestarse en los sujetos del grupo.
La escucha tiene como condición determinada distancia
con relación al propio acoplamiento psíquico en el grupo, y
correlativamente la atención «uniformemente» flotante con
respecto a los movimientos internos de la grupalidad psí-
quica. Esta condición no agota la pregunta decisiva: ¿cómo
mantener en grupo, bajo la presión de los efectos de grupo,
del requerimiento de las asociaciones y de los afectos múlti-
ples, la capacidad de asociar, pensar, escuchar los registros
distintos e interferentes del proceso asociativo y de las ca-
denas que estos sostienen?
292
Las condiciones de imposibilidad
Esta docena de proposiciones describen, sin duda provi-
soriamente, las probables condiciones del proceso asociativo
suscitado por el enunciado del método asociativo bajo la for-
ma de la regla fundamental en los grupos. Los procesos y los
contenidos psíquicos que estos vehiculizan constituyen las
cadenas asociativas.
Pero ellas definen también, en negativo, sus condiciones
de imposibilidad, que me parecen poder remitirse a cuatro
fuentes principales:
293
mación de un grupo, sino para el análisis de las apuestas
psíquicas que se ponen allí en juego para cada sujeto.
294
la situación y del dispositivo psicoanalítico y mediante la
interpretación de las resistencias que estas suscitan en la
transferencia.
2. Su función es sostener y dejar hacerse oír la palabra
del sujeto en la asociación libre de los acontecimientos
psíquicos del decir. Este decir particular está entramado
con los decires múltiples encadenados unos a otros según
un orden por una parte determinado y por otra parte aleato-
rio; está atravesado en cada sujeto por las resistencias de
unos y las insistencias de otros. La función del psicoanalista
es mantener en sí mismo, en cada sujeto y entre ellos una
disposición de escucha de esos decires. Esto implica el análi-
sis de las resistencias, de las transferencias y de las alian-
zas inconscientes movilizadas por la asociación libre cuando
esta se apoya sobre formaciones grupales: censura, normas,
presiones conformistas, identificación con el discurso domi-
nante, etcétera.
3. Tiene por tarea constituir y mantener su propio espa-
cio de representación, de fantasmatización y de discurso
asociativo. En situación de grupo, un trabajo específico que
todo psicoanalista conoce en la cura de pacientes psicóticos
o estados límite graves, debe ser efectuado: para preservar
la capacidad de asociar y de pensar, para aceptar el doble
silencio (M. Foucault) de su deseo y de su saber, para estar a
la escucha de las cadenas asociativas grupales, para oír en
el entramado de los discursos la palabra de uno distinta a la
del otro, y también lo que enuncian en común, para inter-
pretar y dejar interpretar lo que no es dicho.
4. Debe dar cuenta, mediante la interpretación, de lo que
se anuda en las transferencias, las resistencias y los discur-
sos, producidos en situación de grupo. 3 La capacidad de
análisis y de interpretación reposa sobre varias condiciones
precedentes, principalmente sobre las que corresponden al
funcionamiento suficiente de la actividad y del pensamiento
preconscientes, la escucha, y la escucha de la escucha. La
capacidad de análisis y de interpretación es, repitámoslo,
una condición del proceso asociativo en cuanto implica la
segunda regla fundamental: es decir, la sumisión previa del
psicoanalista a la experiencia psicoanalítica, única capaz de
295
constituir un fundamento para aquello de lo que él es ga-
rante en el mantenimiento de la situación psicoanalítica;
con esta condición necesaria (pero no suficiente), el psico-
analista mantiene para cada sujeto el acceso al reconoci-
miento de lo que habla en él, para él y de él en el grupo.
La interpretación supone una teoría del objeto de la in-
terpretación, de lo interpretable y de los efectos de la inter-
pretación. Su principal dificultad es dar cuenta de la situa-
ción del sujeto singular en el proceso grupal (de otro modo, la
dimensión propiamente grupal queda reducida y oculta,
pero no por eso sus efectos dejan de producirse) y del proceso
grupal en cuanto tal en sus vínculos con el proceso de cada
sujeto (de otro modo, la dimensión propiamente subjetiva es
desconocida en su anclaje grupal y la ilusión del grupo como
realidad exclusivamente trascendente se mantiene en la
resistencia de transferencia sobre el grupo como entidad). A
lo largo de este libro, he destacado que esta teoría del objeto
de la interpretación debe tomar en cuenta los efectos de la
grupalidad psíquica y el trabajo intersubjetivo de la aso-
ciación: esos efectos pueden ser referidos a las estructuras
polifónicas de cada uno de los sistemas del aparato psíquico
y a las modalidades de sus acoplamientos en el vínculo in-
tersubjetivo.
¿Sobre qué recae la interpretación y quién la da? La in-
terpretación correspondiente al grupo recae sobre sus dife-
rentes estatutos de objetos: idealizados, perdidos, interiori-
zados, la interpretación de idealización con relación a la
transferencia negativa, la interpretación de la ambivalen-
cia fundamental con relación al grupo y en el grupo. Para
Freud, es el soñante mismo el que interpreta: no existe
interpretación del sueño fuera de la interpretación psico-
analítica; las significaciones no están dadas, devienen, en el
movimiento de la cura. En la situación de grupo, la interpre-
tación es una función del psicoanalista, que sostiene las
potencialidades interpretativas de los participantes.
5. Finalmente, el psicoanalista debe dar cuenta de su ex-
periencia a la comunidad psicoanalítica mediante el trabajo
de análisis clínico, de teorización y de confrontación. Esta
exigencia mantiene al psicoanalista en su función simbóli-
ca. Esta función teorizante lo conduce a precisar los concep-
tos y teorías con los cuales piensa y trata los objetos del psi-
296
coanálisis, con los cuales comprende el proceso psíquico de
los sujetos y del conjunto en situación de grupo.
297
una temporalidad específica; finalmente, se inscribe en una
estructura que determina su funcionamiento. Sin embargo,
nuevos procesos pueden modificar la estructura o regiones
de la estructura en las que están introducidos.
Mi hipótesis central es que, en la situación de grupo, el
proceso asociativo está determinado por dos estructuras pa-
ralelamente heterogéneas: el espacio intrapsíquico y el es-
pacio intersubjetivo. Por eso hablamos a veces de los proce-
sos que se desarrollan en cada una de estas estructuras, a
veces del proceso de conjunto considerado en su unidad di-
námica y bajo el aspecto en que afecta y eventualmente mo-
difica a cada una de esas estructuras. Si admitimos un or-
den de determinación en doble nivel, debemos considerar la
parte del azar en su encuentro, puesto que nos enfrentamos
con un sistema complejo y heterogéneo en el cual los en-
cuentros entre las asociaciones de los sujetos no son comple-
tamente previsibles. El grupo es la experiencia de la impre-
visibilidad en cada uno del efecto de la asociación del otro,
repitamos aquí nuevamente de más-de-un-otro. Una parte
de azar es irreductible: no sólo porque sabemos poco sobre
las condiciones que deben reunirse para que se produzca
probablemente una configuración asociativa, sino porque
podemos, verosímilmente, entender, como principio de ex-
plicación, que el encuentro de las determinaciones intrapsí-
quicas implica una parte aleatoria en la base de la creativi-
dad del proceso asociativo grupal. La complejidad de las for-
mas asociativas sólo es realmente inteligible si admitimos
el efecto del azar en la conjunción de los órdenes de determi-
nación.
298
acontecimientos asociativos producidos por el conjunto de
los miembros del grupo. El análisis del grupo con Solange
puso en evidencia varias series asociativas principales, del
nivel del grupo, y el movimiento de las asociaciones regidas
por las representaciones-meta de Solange y Marc.
2. Los procesos y las cadenas asociativas en situación de
grupo son los vectores de las formaciones del inconsciente en
esta situación. En ellas se manifiestan algunas de las condi-
ciones intersubjetivas de su formación (función co-represora
de más-de-un-otro), de sus contenidos (la represión de los
vínculos entre los objetos, lo que explicita la noción freudia-
na de «grupos psíquicos clivados y reprimidos» y mi obser-
vación sobre «el inconsciente estructurado como un grupo»),
y de su devenir consciente. La represión secundaria actual,
en el vínculo intersubjetivo de grupo, bajo la forma de alian-
zas inconscientes y de pactos denegativos, constituye una
de las principales condiciones del proceso asociativo, el equi-
valente de la neurosis de transferencia en el nivel del grupo.
En el grupo con Solange, la represión recae sobre la
representación de la violencia inherente a la seducción y a
la escena originaria. En el grupo se forma la alianza para no
saber, para castigar la curiosidad; pero el retorno de lo re-
primido se efectúa en la formación de síntomas (por ejemplo
el último cuarto de hora, el procedimiento del decir antes de
decirlo, fuera de sesión ... ) y en la puesta en acto mediante
la palabra (Marc hace algo con la palabra y retiene el traba-
jo de puesta en representación disociándolo del afecto).
3. Las cadenas asociativas tienen dos focos de determi-
naciones. El primer foco de organización del curso de los
acontecimientos asociativos es intrapsíquico: corresponde a
cada sujeto en la singularidad de su estructura y de su his-
toria, toma origen en su fantasía inconsciente o, más gene-
ralmente, en sus representaciones inconscientes. Se en-
cuentran implicados, pues, la organización y la reactivación
de los contenidos reprimidos y del retorno de lo reprimido,
el estilo asociativo (investiduras, procedimientos de figu-
ración, mecanismos de defensa, relación específica con la
palabra hablada), el funcionamiento del pensamiento pre-
consciente.
29H
bajo asociativo del conjunto, al que cada sujeto contribuye
por la sucesión de sus enunciados asociativos. Por lo tanto,
están implicadas las formaciones establecidas en común, o
heredadas de las generaciones precedentes, que contienen
las alianzas inconscientes, las predisposiciones significan-
tes referenciales, los procedimientos de figuración compues-
tos en común, las facilitaciones del pensamiento abierto por
los enunciados compartidos, los ajustes de memoria colecti-
vamente constituidos, las normas, los ideales y las prohibi-
ciones de pensar producidas por el conjunto y para mante-
nerlo como tal.
Estos dos focos de determinación están en interferencia
y sus correlaciones determinan el curso y los contenidos de
las asociaciones, en cada uno de los niveles donde se produ-
cen. Diremos, pues, que los procesos asociativos y las cade-
nas que estos ponen en movimiento están sostenidos en la
interdiscursividad de las asociaciones, efecto de la situación
intersubjetiva de grupo. Cada acontecimiento asociativo,
cada Einfall, puede ser considerado así en el aspecto en que
está probablemente en el cruce de varias determinaciones de
procesos y contenidos.
4. Esta doble determinación del curso y de las series aso-
ciativas sitúa a toda asociación en la interdiscursividad. El
concepto de interdiscursividad plantea de una manera es-
pecífica el problema de la secuencialidad de las asociaciones
y sus efectos en doble dirección: un enunciado adquiere sen-
tido, vuelve a adquirir sentido con relación a otro que sigue
y a otro que precede. Se trata, en consecuencia, de tomar en
consideración varios puntos que pueden reagruparse en
cuatro secciones:
300
plazamientos que se efectuarán; para otros, tiene lugar
un movimiento de represión que va a sostener el proceso
asociativo mediante los silencios. Sobre esos tiempos di-
ferentes, de lo reprimido ya constituido, de la represión
actual y del retorno de lo reprimido, trabajamos en el
grupo;
lo que sobreviene del inconsciente/preconsciente de un
sujeto cuando las determinaciones intrapsíquicas del
curso asociativo reciben la incidencia de los enunciados
introducidos por otros sujetos reunidos en grupo. Lo que
llamo efecto del trabajo del conjunto en el aparato psíqui-
co individual liga el curso de los pensamientos asociati-
vos de cada uno -y por lo tanto las condiciones del retor-
no de lo reprimido- a las palabras escuchadas y a los
discursos en los que toma parte. Esta perspectiva otorga
la plenitud de su significación a la idea del «Mitsagen»,
del «decir-con»: lo que sujeta a cada uno al otro por lapa-
labra. Por lo tanto, nos encontramos siempre con el pro-
ceso asociativo y con las cadenas asociativas del sujeto
(del grupo) en el grupo. Sin embargo, la interdiscursivi-
dad es la situación de todo discurso. Un paciente en cura
individual me decía, a propósito de una interpretación:
«Usted me ha dicho algo de lo que yo nunca me he habla-
do a mí mismo»;
se trata también de tomar en consideración lo que se or-
ganiza, sobre la base de la interdiscursividad y según las
determinaciones de un aparato psíquico de grupo, como
cadenas y procesos asociativos del nivel del grupo. Se
trata de transformar en hipótesis más precisas el postu-
lado de una inteligibilidad de este nivel del discurso lla-
mado «del grupo», y de despejar las dimensiones del in-
consciente que se manifiestan y operan en él. Un aspecto
de esta hipótesis es que existiría una homología de es-
tructura y de funcionamiento entre el proceso asociativo
del nivel del grupo y el proceso intersubjetivo grupal;
debe concederse una atención particular a los puntos de
anudamiento (Knotenpunkten) de las cadenas asociati-
vas «individuales» y «grupales»: de allí la importancia
clínica, metodológica y teórica de las formaciones inter-
mediarias, de las funciones fóricas y de las figuras me-
diadoras. Su posición y sus funciones se constituyen en
dos niveles; derivan de los dos factores precedentes: los
301
sujetos que se ubican como caudillos, chivos emisarios,
porta-palabra, porta-sueño, porta-síntoma o mensajero
(go between), por una parte se asignan a ellas porrazo-
nes intrapsíquicas y por otra son asignados a ellas por el
acoplamiento grupal según su economía y su dinámica
propias. Estos sujetos se sitúan en el punto de anuda-
miento de varios hilos asociativos. Reciben, en razón
misma de su emplazamiento y de su determinación en
dos espacios psíquicos, una sobrecarga económica nota-
ble. Por ellos se efectúan preferentemente las funciones
co-represoras y las vías del retorno de lo reprimido: esta-
remos, pues, atentos a las funciones que cumplen en la
producción de las hipercondensaciones, de los síntomas,
los lapsus, los actos fallidos. La posición de Solange ha
sido analizada desde esta perspectiva.
302
ciación está en condiciones de integrarse en una cadena sig-
nificante para cada sujeto considerado en su singularidad,
para más de un sujeto en el grupo, o para el conjunto que
componen. Esta proposición tiene una incidencia directa
sobre la escucha y la interpretación, su objeto y su moda-
lidad. Se expresa principalmente en términos de preponde-
rancia otorgada a los procesos y a las cadenas asociativas
individuales sobre el proceso y la cadena en el nivel del gru-
po, o inversamente. Mi punto de vista es el de una escucha y
una interpretación que dan cuenta de su interdependencia;
para sostener y poner en práctica este punto de vista, es ne-
cesario tratar el problema teórico de la organización de sus
relaciones y de sus efectos de organización recíproca.
En situación de grupo estructurada por el dispositivo
psicoanalítico, es decir, cuando los sujetos son invitados a
decir sin trabas lo que les viene a la palabra, se crea una ten-
sión específica entre el proceso y los contenidos asociativos
de cada uno y las asociaciones interferentes procedentes de
los otros sujetos, en la sucesión y el orden de sus enuncia-
dos. Esta tensión tiene origen en lo que develan y en lo que
ocultan para cada uno las asociaciones de los otros; está
sostenida por la pluralidad y los desfases de los lugares de
la significación.
6. En resumen, la doble determinación de los procesos
que organizan las cadenas asociativas, su disposición en
puntos de anudamiento específicos, la doble inscripción de
las significaciones, las transferencias de sentidos y los efec-
tos de desconocimiento que aquellas posibilitan, describen
la especificidad clínica y teórica del proceso asociativo gru-
pal. Expreso esta especificidad en dos hipótesis de investi-
gación:
303
través de las transferencias-transmisiones que la situa-
ción grupal actualiza específicamente y con intensidad;
si se verificase, tal hipótesis podría dar cuenta del desti-
no de los significantes brutos o bizarros, transmitidos de
generación en generación sin transformación, sin apro-
piación, sin haber sido retomados por el aparato de in-
terpretar (der Apparat zu deuten) que Freud postula co-
mo necesario para la transmisión intergeneracional. La
experiencia del trabajo del análisis intertransferencial
confirma esta función interpsíquica del aparato de signi-
ficar: mediante el trabajo asociativo del grupo de psico-
analistas, puede ser restablecido, reinventado el eslabón
faltante portador del significante primordial para un
sujeto o para el conjunto de los sujetos reunidos en gru-
po. La cuestión es entonces dar cuenta de los caminos to-
mados para que este reencuentro se produzca, o para
que se vea impedido.
304
maturamente a imponer una significación que el yo rechaza
o reniega.
Solange, en el grupo, en el momento en que transporta la
palabra de Anne-Marie-madre, «escucha» la voz y la pala-
bra de su madre. Su propia voz cambia de tonalidad.
305
Rimbaud han experimentado y puesto en sentido: 4 el dra-
maturgo, el novelista, el poeta, pero también el actor y el po-
seído hacen, más que nadie, de esas voces plurales y de esas
palabras múltiples su obra-misma. 5
Ellos dan voz y discurso a su locutorio interno: lo hacen
coro, coral;6 conocen en el drama interno la apuesta de Ba-
bel: renunciar a la palabra única para hacer oír esas pala-
bras plurales y diversas, para recibir su eco y su recupera-
ción desfasada, en más-de-un-otro. Saben que la palabra no
es para sí misma su origen ni su meta: que es recibida y que
transita, que se da y que se pierde.
Esa polifonía del mundo interno -ese polílogo- supone
un oyente interno, como para el escritor su lector potencial.
La búsqueda misma, cuando se hace dialéctica o puesta en
escena dialéctica, como en más de una ocasión Freud gusta
de hacer en sus textos «dialogados», no es otra cosa que el
trabajo de secundarización de los procesos primarios y de la
dramatización que el sueño atestigua.
En efecto, los procesos de condensación, desplazamiento
y difracción trabajan conjunta o preponderantemente el
grupo interno de las voces hablantes: la cadena asociativa
recorre, despliega, revela su organización. El sujeto del gru-
po y de la grupalidad psíquica se devela en esas voces inter-
nas, en sus vacilaciones y fallos, en su insistencia y sus re-
peticiones, su surgimiento inesperado, inarticulado hasta
entonces.
La cura individual abre acceso a esta dimensión de la
plurivocalidad de la palabra y del estilo de las asociaciones.
El psicoanalista es, desde ese punto de vista, aquel que, pa-
ra devenir intérprete, se ha visto confrontado primero con
ese poliglotismo psíquico requerido para traducir, transpo-
ner, reconocer las múltiples versiones de los discursos de
más-de-un-otro, y de sus propias palabras internas. Su es-
cucha recibe, alberga, identifica y diferencia en el discurso
del analizando las múltiples voces y palabras, sus composi-
306
ciones agrupadas, que lo constituyen: voz del niño, de lama-
dre, del padre, del otro sexuado en sí mismo, voz del Ances-
tro. Voces calladas o sobre las cuales han pesado silencios,
malentendidos; voces que ocultan otras, que son habladas
por otros, que se desplazan. Voces hablantes, con su registro
y su acento súbitamente recobrados, como la impronta de la
pulsión o de una filiación de nuevo identificada; voces extra-
ñas y extranjeras, inquietantes o encantadoras, enigmáti-
cas y desconocidas. En cada sujeto hablante, la plurivocali-
dad del discurso asociativo hace oír lo pendiente de recono-
cer por parte del Yo políglota.
307
com;ciente mediante una importante transformación: ha-
blun<lo con propiedad, la fantasía no enuncia nada; es la
escena intrapsíquica de un drama que, traducido y meta-
bolizado en representación de palabra hablada, se fija y se
limita, en el momento de su enunciación, en una versión
preferencialmente enunciada por un sujeto singular.
Así, la organización fantasmática obedece a una lógica
que difiere de la del enunciado lingüístico: en la fantasía, el
sujeto es simultáneamente y, por permutación en la estruc-
tura, sucesivamente, en todo caso correlativamente, el pa-
dre, el hijo, la acción misma, el testigo de la escena. Es acti-
vo y pasivo, amenazante y amenazado, seductor y seducido.
La estructura de la fantasía contiene el conjunto de estas
posibilidades, pero la singularidad de un sujeto es la de su
fantasía propia; él se define por la posición que ocupa de
manera electiva en esta estructura, dejando vacantes o re-
presentados por otros los emplazamientos correlativos,
complementarios o antagonistas.
La emergencia de la fantasía en el lenguaje, según las le-
yes de la comunicación lingüística, las condiciones subjeti-
vas del funcionamiento del preconsciente y las especificida-
des del vínculo intersubjetivo sólo develan una de sus ver-
siones. Las otras versiones, en última instancia el conjunto
de los enunciados posibles de aquello que, en el análisis de
la fantasía de Schreber, Freud llamaba «la lengua funda-
mental de la fantasía», se manifiestan bajo el efecto del
proceso asociativo, sucesivamente, pero están ya presentes
en el inconsciente: ahí donde varias representaciones-accio-
nes pueden ser sostenidas de manera simultánea y sin con-
tradicción, ahí donde varios objetos pueden ocupar el mismo
lugar al misma. tiempo. Es la función misma de la fantasía
posibilitar estas puestas en escena, estos cambios de posi-
ción, estas inversiones de actividad.
El despliegue de esas posiciones descubre la estructura
de la fantasía, de la que un enunciado genérico como «pegan
a un niño» [«on bat un enfant»] expresa perfectamente la in-
determinación o, como lo dicen Laplanche y Pontalis (1967),
la desubjetivación del sujeto de la fantasía. La traducción
que se prefiere habitualmente en francés tiene el mérito de
hacer aparecer en el «on»* una condensación perfectamente
308
grupal de los emplazamientos subjetivos. La descondensa-
ción se efectúa en la serie de transformaciones que, como lo
ha mostrado Freud con el análisis de la fantasía de Schre-
ber, devela emplazamientos subjetivos distintos, y even-
tualmente una organización psicopatológica específica.
Es una estructura de este tipo lo que yo llamo grupo in-
terno: la fantasía, específicamente la fantasía originaria, es
su prototipo. Los grupos internos tienen una función orga-
nizadora en el despliegue intersubjetivo de los actores y de
los emplazamientos que contienen. El proceso asociativo es
el soporte de la emergencia del sujeto del lenguaje, del su-
jeto del inconsciente y del sujeto del grupo, en la situación
de grupo; es el vector de su coincidencia y de sus distancias:
por ejemplo, de la distancia entre la posición del sujeto del
grupo en el grupo, sus enunciados de lenguaje y su emplaza-
miento en la fantasía inconsciente.
La situación de Marc es a este respecto ejemplar: su em-
plazamiento de sujeto del inconsciente revelará ser en su
fantasía de deseo inconsciente el de un hijo seducido por su
padre, él es «la» marca de esto, esa es para él la escena de la
violencia fundadora de su subjetividad. En el proceso aso-
ciativo, sus enunciados de lenguaje se producen sobre una
versión de esta fantasía, la de la amenaza; esta versión, li-
neal, mantiene a las otras versiones en lo reprimido o en el
desconocimiento, cuando emergen en otros enunciados de
otros participantes en la polifonía interlocutoria.
Como sujeto del grupo, en ese grupo, Marc ocupa una po-
sición de caudillo: su decir es, a la vez, un decir que remite a
lo desconocido o a lo irrepresentado, pero designa también
un peligro y una probable solución, posible si las potencias
tutelares son favorables, lo que él dice como los otros, en su
relación con la violencia, con la confusión, con su expectati-
va de reparación; su relato los liga a él, por identificación, en
la carga económica del afecto. El representa esta parte de
ellos, la encarna en un síntoma que Arme-Marie pedirá a
Solange constituir en representación de palabra hablada.
De manera más general, cada uno representa para sí mis-
mo y para algunos otros un elemento de la estructura de la
fantasía.
Según estas perspectivas, es posible concebir un proceso
asociativo del nivel del grupo y, en consecuencia, «un discur-
so del grupo». Ya nos hemos encontrado con algunos meca-
309
nismos de este proceso (inversión en lo contrario, desplaza-
miento, condensación, difracción). Podríamos decir que el
discurso del grupo es el despliegue, en los enunciados de
lenguaje producidos en la interlocución, de la totalidad o de
una parte de la fantasmática que mantiene juntos, por iden-
tificación y contraidentificación, a los sujetos del grupo. En
el discurso del grupo, se manifiestan tanto las realizaciones
de deseo como las defensas contra esas realizaciones.
310
moración de la palabra de amenaza materna en Solange en
el momento en que ella habla paraAnne-Marie.
2. Efectos de albergue o de contención, unívocos o mu-
tuos, de ciertos contenidos psíquicos. Deben considerarse
dos modalidades: albergues sin transformación, o depósi-
tos-delegaciones de lo reprimido en el espacio psíquico del
otro. Esta modalidad de la identificación proyectiva crea un
vínculo simbiótico, señalado por J. Bleger (1967) principal-
mente, entre el depositante, el contenido depositado y el de-
positario. La relación de objeto subyacente se puede califi-
car de diversas maneras y de forma complementaria, por
ejemplo en los vínculos de dominio oro-anal, sadomasoquis-
ta ... Estos depósitos son también lugares de memoria y de
olvido extratópicos, memoriales de los que cada uno es ga-
rante para el otro, en los vínculos de alianza, pacto y contra-
to que los unen. Están sostenidos por la fantasía de una
memoria común entre el psicoanalista y los miembros del
grupo.7
La segunda modalidad es la de los albergues-depósitos
con transformación. Se describe mediante la noción de un
trabajo psíquico en el otro y mediante los conceptos de pre-
consciente, aparato de significar/interpretar, función alfa,
capacidad de ensoñación materna, porta-palabra. El traba-
jo psíquico en el otro cumple una función de «desintoxica-
ción», establece nuevas ligazones asociativas y vías de fa-
cilitación disponibles para el otro, por apuntalamiento e
identificación. Esta perspectiva permite considerar al grupo
como aparato de transformación de los enunciados asociati-
vos de un sujeto por su reaprehensión metabolizadora en el
proceso asociativo de otro.
3. Esos efectos de interpretación y de significación deben
considerarse como efectos de resignificación que vienen a
volver a dar sentido a acontecimientos para los cuales no es-
taban disponibles para el sujeto representaciones signifi-
cantes. Los efectos de resignificación tienen aquí la particu-
laridad ya señalada de estar ligados al trabajo de la inter-
discursividad.
4. Efectos de confirmación y de especularización de las
asociaciones son, en cambio, producidos por la necesidad o
común en la cura.
811
el placer de eliminar toda distancia intersubjetiva: man-
tener las identificaciones imaginarias, establecer las rela-
ciones de seducción, reforzar lo idéntico mediante aso-
ciaciones en eco, adaptarse a las coacciones repetitivas, to-
das consecuencias y causas entremezcladas, autososteni-
das, que tienen como objetivo separar el proceso asociativo
del proceso de significación.
5. Efectos de rechazo: la emergencia de contenidos in-
conscientes en un sujeto constituye un displacer y eventual-
mente una amenaza para el yo consciente de otro sujeto. El
rechazo que sigue puede tomar diferentes valores: puede
ser el primer momento de la (de)negación en la aceptación
del contenido inconsciente homólogo presentado al yo;
estamos entonces en un proceso de levantamiento de la re-
presión. El rechazo puede significar represión actual por
efecto de un reforzamiento de la censura, o renegación,
eventualmente compartida por otros sujetos respecto del
contenido inconsciente homólogo, o proyección en el otro
(o varios otros, o el grupo . .. ), o enquistamiento e incorpora-
ción sin metabolización fantasmática; estos efectos pueden
acompañarse de formaciones sintomáticas que dan testimo-
nio del conflicto intrapsíquico: inhibición, recursos a los au-
tomatismos de repetición, o pensamiento vacío, ruptura y
detención del proceso asociativo, anonadamiento a causa
del contacto directo con voces internas que vienen del afue-
ra, experiencia de significantes enigmáticos y de objetos bi-
zarros.
312
efectos del inconsciente que los organizan. La cadena aso-
ciativa es inteligible e interpretable en este nivel y dentro de
estos límites.
314
Balance de las hipótesis puestas a prueba
Antes de proponer un balance de las hipótesis de investi-
gación puestas a prueba, quisiera recordar brevemente a
qué problemas corresponden, de modo que aparezcan las
preguntas que dejan en suspenso.
Si admitimos que el objetivo del trabajo psicoanalítico en
situación de grupo es volver accesible para cada uno la expe-
riencia, el conocimiento y el desligamiento de su conflicto in-
consciente, especialmente en sus ligazones intersubjetivas,
¿cómo dirigir el análisis a esos nudos asociativos constitui-
dos por contenidos y procesos diferentes?
Si la proposición de la regla fundamental en situación de
grupo es pertinente, ¿cuáles son sus objetivos y sus efectos?
¿Cómo calificar lo que se manifiesta del inconsciente? ¿A
quién se dirige el psicoanalista cuando enuncia esta regla?
¿Qué limitaciones, coacciones o inflexiones, pero también
qué posibilidades asociativas «inaccesibles de otro modo»
aporta la situación de grupo?
Si admitimos una organización interdiscursiva (o inter-
asociativa) de las asociaciones, ¿cuáles son los procesos de
formación de las cadenas asociativas, sus organizadores, las
correlaciones entre las asociaciones de ideas y las relaciones
intersubjetivas?
Finalmente, si admitimos la inteligibilidad psicoanalíti-
ca de un discurso asociativo con varios focos de determina-
ción y de significación, si suponemos una especificidad a un
discurso sostenido en grupo, ¿es necesario deducir la consis-
tencia de un discurso de grupo? ¿Cuál sería su sujeto, su
(o sus) destinatario(s)? ¿Existe siempre un destinatario o
bien se constituyen destinatarios a posteriori? ¿Cómo se
constituiría la instancia interpretante?
315
marios (condensación, desplazamiento, difracción), secun-
darios y terciarios; lógicas del inconsciente, del preconscien-
te y del consciente; censuras, defensas contra-asociativas
que suturan, por ejemplo, el proceso primario con el predo-
minio del secundario, como en las posiciones ideológicas.
Las formaciones intermediarias en el aparato psíquico gru-
pal son las mismas que Freud puso en evidencia cuando
describió los pensamientos intermediarios o la figura del
mediador en las multitudes, las instituciones y los grupos,
en la formación del sueño y en la cadena asociativa. Estas
formaciones intermediarias tienen una estructura y una
función homólogas en el proceso asociativo de los pensa-
mientos y de los vmculos: son inherentes al agrupamiento.
La hipótesis fuerte que ha orientado estas investigacio-
nes no se encuentra, pues, invalidada: cadena asociativa y
grupo son formaciones de ligazón, representaciones de liga-
zón y aparatos de ligazón. El acontecimiento asociativo co-
mo Einfall es lo que, enlazado en la cadena significante y re-
lacional, hace la diferencia, suscita la referencia, convoca el
sentido. El grupo es un aparato interpsíquico de ligazón y
una representación de ligazón: precisamente en esto consis-
te el aparato psíquico grupal. El análisis del acontecimiento
«mareante» lo ha confirmado.
Esta hipótesis nos ha llevado a cuestionar algunos efec-
tos del agrupamiento sobre la disposición de la cadena
asociativa del nivel del grupo, principalmente:
316
ferido en grupo, en la sucesión de enunciados de sujetos dis-
tintos, desde el momento en que están manifiestamente
reunidos en grupo y son invitados a decir sin traba lo que les
viene a la palabra. Formular la hipótesis de un proceso, de
una cadena asociativa y de un discurso específicos efectua-
dos en grupo, significantes en el nivel del conjunto, supone
otra serie de hipótesis relativas a su organización. He ade-
lantado, para constituirlas, varios conceptos: en primer lu-
gar, el del aparato psíquico del grupo, que se forma a partir
de los organizadores inconscientes estructurales del agru-
pamiento (grupos internos): el aparato psíquico grupal los
contiene, los liga entre sí y los transforma; el de objetos par-
ciales comunes, propios del intercambio y de las identifica-
ciones comunes; luego, el de significantes comunes y com-
partidos; después, el de porta-palabra y de porta-síntoma;
finalmente, el de alianzas, pactos y contratos inconscientes.
He supuesto un trabajo psíquico de la intersubjetividad y el
grupo mismo como aparato de transformación, incluyendo
sus procesos de inhibición, censura, facilitación de las vías
de pensamiento hacia el devenir consciente, etcétera.
Supongo que las cadenas asociativas grupales sucesivas
o simultáneas están hechas de las contribuciones anónimas,
personales y ordenadas de los miembros del grupo, contribu-
ciones de las que cada uno puede hacerse el porta-palabra
(como Solange) o el porta-síntoma (como Marc). Las contri-
buciones reproducen algunas de las organizaciones inter-
discursivas que les preexisten y las constituyen. Desde este
punto de vista, la cadena asociativa grupal es el lugar de
emergencia de la precedencia estructurante del discurso del
conjunto con relación al acceso del sujeto al lenguaje y a la
palabra.
Dos estructuras de grupo distintas pueden describir la
cadena asociativa grupal: la primera es la cadena asociativa
grupal íntergeneracional; lleva la huella o la transmisión de
los significantes ancestrales compartidos, reprimidos o en-
quistados o forcluidos; debemos examinar cómo aparecen,
qué efectos producen en cada sujeto y en el conjunto. La se-
gunda es la cadena asociativa grupal sincrónica; recibe los
desplazamientos y las transmisiones-transferencias de
la precedente, es su reaprehensión y su transformación o
su invención misma, contiene representaciones reprimidas
bajo el efecto de los intercambios intersubjetivos. Todos
317
los ejemplos propuestos ilustran esta transferencia de la
primera cadena en la segunda.
3. He supuesto, entre las condiciones de posibilidad del
proceso asociativo en situación de grupo, que ha existido y
existe aún actualmente represión bajo el efecto de la fun-
ción co-represora del conjunto. Precisamente porque hay re-
presión grupal, hay asociación grupal. Pero el proceso aso-
ciativo de las ideas y de los representantes de deseo sólo es
posible porque existe represión, exhortada a levantarse por
la enunciación de la regla fundamental. El sujeto hablante
habla a varias voces, y sólo puede asociar libremente sobre
lo reprimido: la represión es «en grado máximo» asunto del
sujeto singular, pero es también asunto del conjunto, de los
sujetos del conjunto en tanto «hacen grupo», del grupo en el
cual se instala el sujeto singular. El grupo es una asociación
de sujetos reunidos por compartir su deseo inconsciente, su
modalidad de realización de su deseo, sus mecanismos de
defensa y la administración extrasubjetiva de su represión.
Bajo el efecto de la regla fundamental, de las transferen-
cias y de la interpretación, los contenidos reprimidos y la re-
presión misma son simultáneamente mantenidos y exhor-
tados a levantarse en el movimiento del trabajo de la inter-
subjetividad; las asociaciones de cada sujeto se apoyan so-
bre este movimiento por lo mismo que el proceso asociativo
depende a la vez de la necesidad de constituir reprimidos y
de levantarlos, por su importancia en la apuesta interna del
sujeto y en la del conjunto de la que es parte activa y parte
constituyente. Es así como podemos pensar asociativamen-
te, en grupo: por placer y por necesidad de constituir en él y
de levantar en él reprimidos primordiales que son impor-
tantes para nuestros monogramas singulares.
Si las cadenas asociativas grupales funcionan así, pode-
mos esperar que lo que ha sido reprimido (en otra parte o en
el grupo) reaparezca en un punto de la cadena y produzca
en ella ciertos efectos subjetivos y grupales, que oponen de
un modo complementario efecto de discurso (de ligazón) y
efecto de análisis (de desligazón). Por eso podemos esperar
que se produzcan efectos de análisis, mediante el retorno de
significantes ahora nuevamente disponibles para el sujeto
singular, y que portan las cadenas asociativas grupales. Es-
tas cadenas sólo devienen significantes, para cada sujeto,
en la medida en que se articulan con su marca singular, y
318
para el conjunto, en la entidad específica que forman, por
ser escuchadas en ese nivel. Según esta perspectiva, forman
un discurso efectivamente colectivo, inteligible como efecto
del inconsciente en la intersubjetividad; no son, pues, exa-
minadas y tratadas como un discurso social, en el sentido de
que se las apreciaría bajo el aspecto de su determinación o
de sus efectos en la organización social.
Dicho de otro modo, la correlación doblemente determi-
nada de las asociaciones que forman las cadenas asociati-
vas grupales es la transmisión misma de lo inconsciente.
319
9. Pensar, en los grupos
321
de pensar separado», separado del conjunto. Yo postulo un
rwxo entre esta contradicción y la investigación de las con-
diciones intersubjetivas a partir de las cuales el pensa-
miento se produce, o no se produce. Deberé precisar pues de
qué tipo es la soledad necesaria para los pensamientos. Se
trata, justamente, de una soledad paradójica, que expresaré
en un lenguaje cercano a Winnicott (1958): sólo se puede
pensar en una relación de separación con el conjunto que
forman algunos otros, esos mismos que han hecho posible la
formación de nuestros pensamientos primeros.
Para avanzar en este proyecto, tomo como base tres con-
juntos de datos: lo que nos ha enseñado el análisis de las
condiciones intersubjetivas de los procesos asociativos en
los grupos; surge de inmediato una pregunta que atañe a la
especificidad del pensamiento con relación a las asociacio-
nes: ¿es toda asociación un pensamiento, o conviene con-
siderar el trabajo psíquico que se efectúa en el proceso aso-
ciativo como uno de los elementos del trabajo psíquico del
pensamiento? ¿Cómo articular asociación y representación,
que, según Freud, pertenecen una y otra al pensamiento?, 1
Omitiré presentar en este capítulo las condiciones intrapsí-
quicas de la actividad de pensamiento, salvo para indagar
en algunas de sus articulaciones criticas con las condiciones
intersubjetivas, por ejemplo cuando se trate de cualificar la
función que corresponde al otro, o que le es atribuida, en el
proceso de transformación de la excitación en representa-
ción, o en las condiciones de la represión o de la facilitación
de las vías del retorno de lo reprimido. Sobre estas cuestio-
nes y algunas otras, podemos hacer referencia a lo que
Freud nos indica cuando propone, al lado de un modelo psi-
cosexual del pensamiento, un modelo que hace lugar a las
dimensiones intersubjetivas de su desarrollo; por último,
podemos apoyarnos en lo que aprendemos de la experiencia
de la cura psicoanalítica individual, y principalmente del
trabajo requerido por el analista para hacer accesible al
analizando el pensamiento de su actividad de represen-
tación y de puesta en sentido.
Destacaré una vez más la homología de procesos y de or-
ganización que postulo entre la actividad de pensamiento y
1 Freud escribe en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer
322
la elaboración de la experiencia de grupo: una y otra consis-
ten en operaciones de reunión de elementos, requieren un
trabajo de ligazón entre elementos agrupados, implican dis-
positivos de transformación de los elementos con relación al
conjunto y, sobre todo, la puesta en relación del sujeto con su
propia actividad de pensamiento y con su posición en el gru-
po. Si pensar es representarse la actividad de representa-
ción, la condición de esta actividades es que sean represen-
tables las ligazones entre los objetos, las distancias entre los
objetos y lo que ellos representan y, en consecuencia, los
vínculos de generación entre los objetos de pensamiento. De
manera homóloga, la elaboración de la experiencia de grupo
es esencialmente la del acceso a la ley de composición del
conjunto, de tal modo que sean representables y transfor-
mables las relaciones entre los sujetos del grupo y el grupo
que ellos forman. Lo que vincula estas dos actividades, co-
mo todas las experiencias clínicas lo han demostrado, es el
papel estructurante que cumplen la fantasmática origina-
ria y la superación de la prohibición de representación. A
partir de estas proposiciones, podemos preguntarnos qué ti-
po de pensamiento se va a desarrollar en un grupo cuyo or-
ganizador estructural sea el complejo de Edipo: ¿podemos
esperar un modo de pensamiento donde prevalezcan las re-
laciones de exclusión, de jerarquía de las causas y de las re-
laciones? Si el organizador del grupo es el complejo fraterno,
nos veremos probablemente confrontados con una lógica
pluricausal o, por el contrario, con el pensamiento narci-
sista.
A fin de precisar el debate, es necesario introducir una
distinción entre pensamiento de grupo y pensamiento en
grupo.
323
ción y la función de los mitos, de las ideologías, de las uto-
pías, en tanto productos del proceso de grupo. Se trata de
formas de pensamiento irreductibles a las formas de pensa-
miento individuales: el grupo es necesario para producirlas
y el problema central es, evidentemente, cualificar lo que
las especifica como pensamientos grupales.
Dejaré de lado en esta exposición el análisis de esas for-
mas colectivas del pensamiento, 2 y solamente aludiré a
ellas cuando aborde el análisis de ciertos obstáculos al pen-
samiento en los grupos.
2. Otra cosa es el pensamiento en grupo: se trata de des-
cribir las condiciones intersubjetivas, y más especialmente
grupales, a partir de las cuales el pensamiento se produce o
no se produce. Los indicadores que propongo en este capítu-
lo apuntan a establecer algunas perspectivas de investiga-
ción sobre el tema.
324
mensajes que el cuerpo, mediante las sensaciones, hace
llegar a la psique. Sin embargo, su condición de posibilidad
es que el sujeto invista fuertemente la relación que mantie-
ne con aquel cuyos sentimientos, incluso sensaciones, adi-
vina. Por mi parte, vincularía de buen grado la naturaleza
de esta investidura de la relación con ese otro a la noción
freudiana de Apparat zu deuten, a la que ya me he referido
ampliamente: cada ser humano estaría dotado de este apa-
rato de significar y de interpretar las emociones, incluso los
pensamientos de los otros, pensamientos y emociones sobre
los que se ha efectuado un trabajo de supresión o de repre-
sión, y estos serían transmitidos a la generación siguien-
te, dado que nada importante que la concierna puede serle
ocultado por completo: la huella hace su camino y dispo-
nemos de un aparato psíquico para desencriptarla. ¿Pode-
mos ver en esta forma de actividad del aparato de interpre-
tar/ significar una primerísima forma del preconsciente? La
pregunta adquiere todo su relieve cuando nos vemos con-
frontados con ciertas estructuras patológicas del pensa-
miento, en los casos en que el trabajo de la represión no ha
podido efectuarse: ¿qué ocurre cuando la interpretación de
la realidad psíquica de otro, de un progenitor, por parte de
otro sujeto, su hijo, se despliega en un pensamiento deliran-
te? ¿Qué es lo que estuvo impedido en el aparato de pensar
de los padres?4
La consideración psicopatológica del autoerotismo y del
no-pensamiento en el autista aporta algunos principios de
respuesta a esta pregunta: «El esquema del autoerotismo
permite comprender la producción de un no-pensamiento,
donde el bloqueo sobre la sensorialidad autoerótica permite
reconstituir un mundo sin espacio de carencia», escribe S.
de Mijolla (op. cit., pág. 78). La cuestión es saber si el ataque
autista contra la capacidad de producir pensamientos es
efecto de una identificación con la incapacidad de la madre
de pensar al niño, de desprenderse de sus propias represen-
taciones fantasmáticas para investir a su bebé. Según S. de
Mijolla, la renuncia al pensamiento estaría del lado de la
326
miento de pertenencia, necesario para la estructuración de
su identidad. Pertenecerse a sí mismo pasa por la necesaria
recuperación del dominio primero en la pulsión de investi-
gación. Por esa razón debemos considerar esta zona donde
encuentran su origen pulsión de investigación, vínculo con
el objeto e intersubjetividad.
Hay todavía otra razón para introducir la temática del
dominio en la investigación sobre el pensamiento. El domi-
nio, en efecto, en su aspecto defensivo, es utilizado contra el
pensamiento. La clínica nos lleva a comprobar que el exceso
del dominio materno sobre el aparato de dominio del niño,
sobre sus objetos, produce el pensamiento psicótico, efectos
de lo cual pueden observarse en el pensamiento ideológico.
El ojo es un elemento del aparato de dominio que Freud
describe en los 'Ires ensayos: la pulsión escópica nos permite
percibir y establecer un dominio sobre el objeto, escrutar
sus cualidades e intensidades y compararlas con otros obje-
tos. A propósito del Hombre de los Lobos, Freud escribe:
«Supongamos que el objeto percibido sea semejante al suje-
to que percibe, es decir, a un ser humano. El interés teórico
que suscita se explica además por el hecho de que es un ob-
jeto del mismo orden el que ha aportado al sujeto su primera
satisfacción (y también su primer displacer), y que fue para
él el primer poder. El despertar del conocimiento se debe,
pues, a la percepción de otro, los complejos perceptivos que
de allí derivan son en parte nuevos, y no comparables con
otra cosa». Con la noción de «complejo del prójimo», Freud
va a precisar el modo en que la comprensión de los actos ex-
presivos del prójimo requiere ese tipo de análisis. Mostrará
que el problema central que articula el despertar del cono-
cimiento es precisamente la identificación del otro como ob-
jeto de satisfacción y displacer, y como fuente de poder. La
noción de Aparato de significar/interpretar está en germen
en estas proposiciones.
En una nota agregada a los 'lres ensayos con referencia
al Hombre de los orígenes, Freud escribe que «no es ni el
enigma intelectual, ni cada caso particular de muerte, sino
el conflicto de sentimientos experimentados al morir perso-
nas amadas, pero al mismo tiempo extrañas y odiadas, el
que hace nacer en los hombres el espíritu de investigación».
Si es la falta, la ausencia, la muerte como abandono y
como pérdida lo que nos hace pensar, eso es lo que debemos
327
trnnsformar en ligazón, en presencia de pensamiento, en
pl11cür. Para que la pulsión de investigación cumpla su mo-
vimiento hacia el objeto, para que pueda ser investida como
tal, es preciso que se instaure el reconocimiento de la falta
de objeto. Sólo sobre la zona de lo indecidible puede inves-
tirse la pulsión de saber. La pérdida de la certeza, el naci-
miento de la duda son una de las condiciones del trabajo del
pensamiento, que se caracteriza, desde este punto de vista,
por la transformación de una crisis individual en un enigma
de alcance universal.
El pensamiento de Freud inscribe con fuerza la función
del otro en la organización de la actividad psíquica: lo prue-
ba además el lugar que concede al intruso y al rival en la for-
mación del pensamiento. Aquí, la amenaza otorga su esta-
tuto vital a la exigencia de pensamiento.
328
gunta del hijo se centra en la causa del deseo de la madre:
una pregunta como esta supone que el niño ha renunciado a
ser su causa, o ha dudado de ser su destinatario exclusivo.
La pregunta con la que se debate es: ¿cómo conservar el
amor de la madre? Para poder plantear esta pregunta, el ni-
ño habrá tenido que hacer el duelo de ser el o~jeto del deseo
de la madre, lo que supone la experiencia de la caída narci-
sista necesaria para el trabajo del pensamiento.
Las elaboraciones fantasmáticas de Hans correspon-
dientes al nacimiento de Anna muestran claramente cómo
las elaboraciones del pequeño aportan una respuesta al su-
frimiento de tener que representarse el origen de la vida co-
mo sucediendo a un estado de no-vida, a un tiempo en que el
sujeto no tiene su lugar en el deseo de los padres.
La llegada del hermano o la hermana obliga al niño a
pensarse en un origen, en un comienzo y un final, entre la
vida y la muerte. Esta crisis lo obliga a pensarse en la sepa-
ración de las generaciones, en el deseo de los padres, en su
pertenencia a un conjunto de semejantes. Lo obliga de ese
modo a experimentar la rabia narcisista de los límites y a
encontrar una solución mediante el pensamiento. En lugar
de suprimir a los hermanos y hermanas «intrusos», para ser
el único admitido en el privilegio de participar en los retozos
amorosos de los padres, el niño inviste el saber sobre la se-
xualidad, de allí las modificaciones de la pulsión de investi-
gación. En efecto, la llegada del hermano o la hermana obli-
ga al niño a representarse en su relación con la bisexuali-
dad. La bisexualidad es, además, el problema de la ruptura
de la evidencia y de la sensación de lo extraño en lo fa-
miliar.5
Así pues, lo que el otro-semejante representa para el jo-
ven pensador no es sólo una amenaza, es también la ocasión
de un nuevo impulso de pensamiento que contribuye a la
adquisición de la independencia intelectual y de una relati-
va seguridad en el proceso de una seguridad de pensamien-
to. Lo que motiva la investidura del pensamiento no es sólo
el placer de dominar el enigma del origen y la posibilidad,
por esa vía, de asumir activamente un destino hasta enton-
329
Cl'H padecido, es también reconquistar un lugar ante lama-
d rP, un lugar de héroe: y Freud lo ha mostrado claramente
111 final de Psicología de las masas y análisis del yo, en la
pPrHona del Dichter.
Así pues, es precisamente la cuestión del otro, del amor y
del odio al otro, lo que está en el centro del desarrollo del
proceso de pensamiento. Los diversos lugares que han ocu-
pado un hermano o una hermana en los filósofos, escritores,
poetas, pensadores, deberían retener nuestra atención para
conocer la incidencia de la necesidad de pensar al hermano
o la hermana en las formas lógicas del pensamiento y en el
placer de pensar con el otro-semejante.
330
El trabajo de Piera Aulagnier sobre la función de porta-
palabra de la madre podría ser evocado nuevamente para
describir cómo llega el pensamiento al niño. Esta función
efectúa lo que Freud describía como el pasaje del magma de
las sensaciones disociadas al pensamiento, la puesta en re-
lación de las representaciones entre sí, el pasaje del pensa-
miento inconsciente al pensamiento consciente por la cone-
xión con la representación de palabras correspondientes.
Hemos recordado que la función de porta-palabra cumplida
por la madre contiene dos dimensiones: en una de ellas, la
madre ofrece la palabra [mot] al niño para comentar, acom-
pañar su encuentro con el mundo, cumpliendo también el
infans activamente su rol de saca-palabra, de empuja-pala-
bra. La madre da al infans, a aquel que no puede hablar, las
palabras [mots] para decir, para decirse. En más de una oca-
sión, P. Aulagnier ha destacado que, mucho antes de que
tenga acceso al lenguaje, el infans está en condiciones de
comprender los enunciados que se le dirigen, sea que se re-
fieran a él mismo o a los objetos, a su manipulación o a las
prohibiciones que pueden estarles ligadas.
Es crucial destacar la dimensión del enigma que el niño
y su necesidad de comprender representan para el adulto, y
lo que de esto proyecta el adulto sobre su actividad interpre-
tativa del infans. Este punto de vista me parece crucial por
varias razones: porque el adulto puede proyectarse otro
tanto en su necesidad de no comprender, en su rehusamien-
to a pensar al infans; recordemos aquí la identificación del
autista con la incapacidad de la madre para pensar no sólo
al niño, sino para pensar al infans en duelo en ella, para
desprenderse de sus propias representaciones fantasmáti-
cas melancólicas para investir a su bebé.
Resulta crucial introducir esta dimensión, porque, lo que
la madre dirige al niño, es precisamente la palabra hablada;
ahora bien, la palabra hablada no consiste sólo en palabras,
consiste en un mensaje a otro en un acto que lo considera y
le concierne, y que lo incluye como destinatario de la enun-
ciación, en un acto que incluye el compromiso de quien ha-
bla en aquello de lo que habla. El niño, desde ese momento,
no dispone únicamente de representaciones de cosas y de
representaciones de palabras, sino también de representa-
cwnes de palabras habladas que se inscriben en un disposi-
tivo intersubjetiva de deseos, prohibiciones [interdits] y en-
331
trn-dichm; kntre-dits], y que rige la referencia a la metáfora
pU(.('l'llll.
'lhdo esto debe ser referido a la segunda función de por-
ta-palabra cumplida por la madre: presentar, en nombre de
otro y de más-de-un-otro, la designación de la prohibición;
se trata, pues, de una función central en el proceso de la re-
presión. La madre, como porta-palabra, cumple esta segun-
da fünción cuando transporta las palabras de prohibición
con referencia a la metáfora paterna; al hacerlo, aporta
también al niño palabras de certeza, los enunciados funda-
dores del discurso del conjunto y los referentes identifica-
torios necesarios para la formación de su identidad. Esta re-
lación de porta-palabra y de saca-palabra hace aparecer su
función estructurante en el vínculo intersubjetiva y en la
formación del pensamiento; es preciso subrayar además la
dimensión del placer, el placer de recibir de otro la palabra y
su potencialidad pensante, el placer de hacer don de las pa-
labras [mots], de articularlas unas a otras y de articularlas
a otro.
332
Algunas condiciones necesarias para poder
pensar en los grupos
333
La •~xpericncia de la confianza en el propio aparato para
pP11sur es un pasaje obligado en toda experiencia de pensa-
miPnto entre varios; esta confianza es la condición de la fia-
hilidad de los pensamientos que vienen de los otros: la expe-
rioncía de la confianza consiste en aportar en el espacio gru-
pal, desconocido y por lo tanto potencialmente hostil, obje-
tos del propio mundo interno, en tolerar que los otros los
transformen, o los dejen de lado, o los ataquen, o los enri-
quezcan con valores nuevos. La instauración de la confian-
za implica siempre la experiencia de que los pensamientos
han sobrevivido al ataque o a la indiferencia. En ciertos ca-
sos, la tarea del analista es interpretar las fantasías para-
noides de ataque contra los pensamientos o contra el pen-
sar, y proteger así el aparato de pensamiento.
334
teorías, dogmas) constituidos en las estructuras familiares,
los diversos conjuntos grupales, el campo social. Los conti-
nentes grupales de pensamiento son predisposiciones signi-
ficantes que funcionan como embragadores y organizadores
disponibles para los continentes de pensamiento individua-
les. Son los soportes de los puntos de certeza y de los refe-
rentes identificatorios.
He designado como función contenedor a la función
transformadora asociada a la función continente; en los
grupos cuyo análisis he propuesto, esta función se ejerce a
través de las actividades transformadoras llevadas a cabo
por ciertos sujetos, especialmente por los psicoanalistas, y
por el grupo en su conjunto; por ejemplo, el relato del sueño
de Michele en el grupo con Marc, las metáforas de Béatrice
en el grupo con Dimitri, las funciones fóricas sostenidas por
el grupo, el trabajo que efectúo para convertir la escucha de
los fonemas (y para desprenderme de la seducción que estos
ejercen) en una construcción del sentido. Estas transforma-
ciones relanzan el pensamiento en el movimiento de las
transferencias de contenedor7 que especifican el régimen
intersubjetivo de la actividad asociativa, a condición de que
el pensamiento asociado se retome como pensamiento que
se presenta, en una secuencia asociativa, al sujeto que se re-
conoce su pensador. El movimiento podría describirse en
tres tiempos: hay transmisión de pensamiento, una rea-
prehensión y transformaciones, y una acogida de este movi-
miento por un sujeto que se piensa como Yo de este pensa-
miento.
335
tenido, lu investigación fundarse sobre la incertidumbre.
l~Hta condición es insuficiente; es necesaria la preexistencia
do una forma, de un aparato para pensar los pensamientos,
do puntos de certezas, para que se efectúe el trabajo sobre la
discontinuidad de los pensamientos, sobre las distancias
entre los sujetos. Pero los sujetos deben poder hacer Ja expe-
riencia de la conmoción no catastrófica de los enunciados
de certeza: su valor identificatorio no puede ser exagerada-
mente puesto en peligro. Con esto se topan, en el grupo con
Solange, Marc, J acques, Boris, la misma Solange. La incer-
tidumbre de los sentimientos debe mantenerse en una zona
inestable, donde la duda no produce sus efectos devastado-
res bajo el efecto del odio, y la adhesión sus efectos de obnu-
bilación bajo el efecto de la angustia de estar abandonado.
La tolerancia ante la pérdida de referentes y ante los con-
flictos será en todos los grupos una experiencia que los par-
ticipantes deberán elaborar. El juego es a menudo una vía
para esta elaboración.
336
La renuncia a comprender lo desconocido en el tiempo
mismo en que se efectúa el encuentro con lo desconocido,
esa es la apuesta: si no, en el lugar para comprender o, más
exactamente, para reducir lo desconocido, se presentan los
pensamientos preformados de la ideología, de las utopías,
de las teorías, del saber previo. Es preciso además renun-
ciar a la contemplación y a la presencia colmadora del obje-
to; el pensamiento nace de lo que se sustrae a su presencia
visible, obnubilante. Proponemos esta formulación para-
dójica: para pensar, es preciso apoyarse sobre una forma in-
cierta y encontrar a la vez un continente de pensamiento.
337
La distancia entre los sujetos y la capacidad de
decir 1w
338
bajo de las asociaciones y de las transformaciones inter-
subjetivas.
En estas condiciones, el grupo sería no sólo un porta-me-
moria, sino uno de los lugares de constitución de la memo-
ria. El grupo es el lugar de la puesta en trabajo de huellas
psíquicas (represión y facilitación para el retorno de lo re-
primido de varios aparatos psíquicos) que vuelven al sujeto
por vías diversas y por aparatos psíquicos distintos, pero
también de huellas que en cierto modo se han inscripto co-
mo negativo, sin contenido, con el único índice de la oscura
pero insistente percepción de un agujero, de una falla, de un
derrame de la sustancia psíquica.
Por esta razón, he supuesto que el proceso asociativo en
los grupos es reactivación, por el trabajo de la intersub-
jetividad, de las huellas que se han constituido en la situa-
ción de grupo, para la situación de grupo, y de las huellas
singulares que se han constituido fuera de la situación de
grupo. Para que cada una de estas huellas, en hueco y en re-
lieve, sin contenido o con los contenidos de la represión ori-
ginaria y de la represión secundaria actual, sean pensadas,
es importante que en el proceso del grupo se dispongan las
condiciones de una retracción del Yo. Este acondiciona-
miento sólo es posible si ha podido establecerse una asigna-
ción recíproca de pensamientos reconocidos como diferentes
y comunicables. Esta condición reposa sobre una doble ex-
periencia: la de la soledad del pensamiento en presencia de
otro, y hemos visto lo que ella implica, y la del placer de pen-
sar juntos.
339
sublimación de las pulsiones sexuales y narcisistas y la
rcsexualización de la curiosidad por el otro, base del interés
del intercambio intelectual: el placer de pensar juntos liga,
sin efectos destructores o culpabilizantes, envidia y grati-
tud, experiencia de la ilusión y puesta a prueba de la reali-
dad. Supone establecida la confianza, la identificación con
la actividad de pensamiento del otro; moviliza, sin excita-
ción incontenible, el placer de resolver con el otro los enig-
mas cruciales que me hacen semejante a él.
En el último capítulo de su obra Le plaisir de pensée, S.
de Mijolla escribe: «La experiencia del encuentro con el pen-
samiento de otro, puesto que no se trata de imponer la pro-
pia "verdad" en un vínculo de rivalidad donde el objeto de
pensamiento pasa al segundo plano, puede ofrecer un pla-
cer intenso, donde se recrea la certeza de poder existir un
momento compartido, como en la concomitancia y el juego
recíproco del placer sexual. Esos instantes de encuentro
ofrecen a los protagonistas una imagen identificatoria fun-
dada sobre el triunfo maníaco contra la separación».
Se trata, en efecto, de un encuentro, en el sentido fuerte
del término; remite al descubrimiento de un sentido que no
se podía presuponer que preexistiese bajo alguna forma.
Remite también a la sensación jubilosa de algo nuevo que se
ofrece, y a la precipitación de reflexiones parciales y de in-
tuiciones vagas en una forma que las metaboliza en pen-
samiento. Tenemos el equivalente de esta experiencia en la
cura cuando las asociaciones del analista y del paciente es-
tán suficientemente cercanas como para responderse has-
ta el punto de dar la impresión de un verdadero co-pensa-
miento.
Sería ciertamente posible expresar en el lenguaje de
Winnicott la apuesta y las condiciones de este encuentro. Se
trata probablemente de la experiencia reencontrada del
espacio transicional, de los juegos de incertidumbre y de pa-
radoja que este genera; se tratajustamente del tratamiento
de la separación, pero de un tratamiento de donde precisa-
mente el triunfo maníaco está excluido, porque este signifi-
caría más bien el pasaje de lo transicional al fetiche.
El juego del pensamiento con sus propias representacio-
nes y con los objetos del pensamiento del otro es un verdade-
ro acompañador del placer y del trabajo del pensamiento: el
juego es necesario para que la excitación no se transforme
340
en angustia, es la condición para poder pensar la escena pri-
mitiva; el placer de perderse o de perder al objeto y de reen-
contrarlo, el juego con la pérdida de los límites y de los refe-
rentes, preludios a la transgresión necesaria para poder
pensar, son experiencias decisivas en el movimiento de for-
mación del pensamiento: hemos tenido más de un ejemplo
de esto en el grupo con Solange, cuando los juegos de pala-
bras sobre la pérdida de referentes siguen a la puesta en
pensamiento de la fantasía de escena primitiva. 8
8 Cf. capítulo 3.
341
pr<'H<'l1LC's las pocas condiciones necesarias para poder pen-
:-iar en lo:; grupos que he intentado definir, así como había
pw•Hto en tensión las condiciones de posibilidad y las condi-
ciones de imposibilidad del proceso asociativo.
He recordado que las investigaciones que emprendí so-
bre la formación del pensamiento ideológico en los grupos
fue una de las primeras ocasiones para interrogarse sobre
los movimientos del proceso asociativo. Si admitimos que en
los grupos predominan las formaciones del yo ideal, es decir,
de la instancia narcisista primaria preedípica, y que estas
se oponen a las formaciones del superyó y del ideal del yo de
origen edípico, podemos, en efecto, oponer la ideología y el
dogma al trabajo del pensamiento.
Sobre la ideología
La ideología es un sistema inerte, que tiene por finalidad
hacer coincidir y adherir la realidad a los mandatos de las
ideas: es una formación psíquica que conjuga la omnipoten-
cia narcisista del ídolo, del ideal y de la idea. Son formas que
actúan, desde la percepción de las ideas, sobre la percepción
de las ideas; imponen opciones en una dicotomía de exclu-
sión/inclusión, de afuera/adentro. Son formas que no to-
leran ninguna elaboración de duelo. El duelo supone una in-
troyección del objeto, una desidealización. Tiene como con-
secuencia el acondicionamiento, el rodeo, la crítica, sin
resurgimiento de la exigencia de muerte que contiene la
alienación al yo ideal. El duelo se apoya finalmente sobre la
estructura edípica. En los casos en que la idealización del
pensamiento es ulterior a la formación del superyó, el aban-
dono de la ideología tiene siempre como correlato el acceso a
la experiencia e implica entonces una modificación capital
en la relación del sujeto con la relación de desconocido: «La
relación de desconocido es entonces abordada en el soporte
simbólico del lenguaje mismo que suplanta a los enfren-
tamientos imaginarios; así se constituye la experiencia, es
decir, el reconocimiento posible de un error en el seno de
la creencia y del saber, teniendo valor para un futuro donde
la búsqueda <le la realidad podrá desplegarse nuevamen-
te gracias a tal develamiento ya entrevisto» (G. Rosolato,
1975).
342
Cuando en los gro.pos aparece la ideología, podernos es-
tar seguros de que los participantes experimentan un exce-
so de sufrimiento ante el derrumbe de la evidencia y la insa-
tisfacción de la necesidad de certeza, y de que emerge por el
contrario la necesidad de suprimir la duda. En realidad, la
ideología se presenta como un pensamiento que ya tiene to-
do pensado, es omnipotente, omnipensante; es un pensa-
miento que se piensa completamente solo, sin «gasto», sin
dependencia de otros objetos que el objeto idealizado, sin es-
pera, finalmente sin sufrimiento.
Destaquemos la función antidepresiva de la adhesión
ideológica. El pensamiento desubjetivizado tiene como co-
rrelato el renunciamiento a la capacidad del Yo para pensar
su posición de sujeto; son pensamientos de la evidencia, feti-
chizados, idealizados. Imponen el sentido, y de ese modo
ejercen un efecto de violencia sobre el sentido. Se constru-
yen según la lógica del consenso, como racionalización de la
violencia padecida y legitimación de la violencia que se hace
padecer.
El deseo de auto-alienación
El pensamiento ideológico toma apoyo y energía en el de-
seo de auto-alienación descripto por Piera Aulagnier en Les
destins du plaisir (1979).
El fundamento del abandono de pensamiento y del esta-
do de alienación se definiría por su meta: la reducción míni-
ma, incluso absoluta, del conflicto entre lo identificante y lo
identificado, entre el Yo y sus ideales. Las consecuencias de
ello son la condena a muerte del pensamiento por la reduc-
ción máxima de toda distancia o diferencia. El sujeto se ins-
tala de entrada en su certeza, que no se adquiere al precio
de un proceso y de un trabajo de pensamiento.
El proceso de pensamiento es reemplazado por una re-
aprehensión en eco, sometida a reglas que impiden pensar
la situación de alienación. Existe equivalencia entre enun-
ciación, acto y pensamiento. La obligación de ortodoxia im-
plica no sólo la inhibición de todo pensamiento peligroso, si-
no el uso de una lógica que permite sostener ciertas propo-
siciones haciendo abstracción de los argumentos lógicos
contradictorios. Existe una repetición perpetua del pasado
343
l'll f'1111ci<'>n del presente con la finalidad de controlar el
fi1t.11ro.
Así pues, en el origen del deseo de auto-alienación hay
1111 doble movimiento: la desrealización de lo percibido, la
cual apela a una representación discursiva que cumple el
mismo papel que el delirio frente a la realidad. El segundo
movimiento es el apoyo sobre el discurso proferido por otro
para reconstruir y aportar al sujeto la ilusión de que se ins-
tala entre los elegidos, poseedores de una verdad que habrá
que imponer a los otros mediante su decir.
El mecanismo fundamental subyacente al abandono del
pensamiento es la idealización. Freud lo describe así en el
capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo: el
empobrecimiento del yo en libido es la consecuencia de la so-
breinvestidura de un objeto externo por parte del yo, final-
mente el objeto queda situado en el lugar del ideal del yo.
Dicho de otro modo, la idealización es la consecuencia del
fracaso de la formación del superyó y del ideal del yo surgi-
dos del Edipo. La consecuencia de esto es que el yo se des-
posee de su libido narcisista en provecho de objetos real-
mente existentes, alienantes en el sentido de que ejercen
una coacción impuesta al yo de poner en el exterior de sí
mismo su elemento constitutivo más importante: el ideal
del yo.
344
Porque la experiencia del trabajo y del placer de pensa-
miento, en situación de grupo, es la de un pasaje que a la
humanidad le ha llevado muchos siglos efectuar, pasando
de la lógica de clases a la lógica de las relaciones y de las es-
tructuras de grupo. K. Lewin nos había advertido sobre la
correspondencia entre esta mutación lógica y las condicio-
nes del conocimiento de procesos intersubjetivos de grupo.
Hoy podemos, con esta herramienta de la investigación y
del tratamiento psicoanalíticos, ligar esas mutaciones de la
lógica de pensamiento a sus condiciones inconscientes e in-
tersubjetivas.
345
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