La Palabra y Vinculo

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La palabra y el vínculo

De Rep.é Kaes en esta biblioteca

«El pacto denegativo en los conjuntos


trans-subjetivos», en Lo negativo. Figuras y
modalidades

El grupo y el sujeto del grupo. Elementos para una


teoría psicoanalítica del grupo

«Introducción: el sujeto de la herencia» e


«Introducción al concepto de trasmisión psíquica en
el pensamiento de Freud», en Trasmisión de la vida
psíquica entre generaciones

«Introducción. Dispositivos psicoanalíticos y


emergencias de lo generacional», en
Lo generacional. Abordaje en terapia familiar
psicoanalítica

Las teorías psicoanalíticas del grupo

La palabra y el vínculo. Procesos asociativos en los


vínculos

René Kaes ha seleccionado para la edición en castellano


nueve de los once capítulos que integran la edición original
francesa (cuyo prefacio a la segunda edición reproducimos),
pero buscando a la vez, con diversas modificaciones, que la
obra conserve tanto la consistencia interna como la unidad
temática.
La palabra y el vínculo
Procesos asociativos en los grupos

RenéKaes

Amorrortu editores
Buenos Aires • Madrid
Biblioteca de psicología y psicoanálisis
Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky
La parole et le lien. Processus associatifs dans les groupes, René Kaes
© Dunod, París, 1994
Traducción, Mirta Segoviano

La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o modificada


por cualquier medio mecánico, electrónico o informático, incluyendo foto-
copia, grabación, digitalización o cualquier sistema de almacenamiento y
recuperación de información, no autorizada por los editores, viola dere-
chos reservados.

©Todos los derechos de la edición en castellano reservados por


Amorrortu editores S. A., Paraguay 1225, 7º pi.so (1057) Buenos Aires
www.amorrortueditores.com

Amorrortu editores España SL


C/San Andrés, 28 - 28004 Madrid

Queda hecho el depósito que previene la ley nº 11. 723


Industria argentina. Made in Argentina

ISBN 950-518-109-4
ISBN 2-10-002070-6, París, edición original

Kaes, René
La palabra y el vínculo : procesos asociativos en los grupos / René
Kaes.- 1ª ed. - Buenos Aires : Amorrortu, 2005.
368 p. ; 23x14 cm.- (Biblioteca de psicología y psicoanálisis/
dirigida por Jorge Colapinto y David Maldavsky)

Traducción de: Mirta Segoviano

ISBN 950-518-109-4

l. Psicoanálisis. I. Segoviano, Mirta, trad. II. Título


CDD 150.195

Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, pro-
vincia de Buenos Aires, en mayo de 2005.

Tirada de esta edición: 2.000 ejemplares.


«Sólo somos hombres y nos tenemos los unos a los otros por
la palabra».

Michel de Montaigne, Essais, libro primero, capítulo IX


(Des Menteurs)
Indice general

11 Acerca de la traducción al castellano, Mirta


Segoviarw

15 Prefacio a la segunda edición (francesa)

29 l. Palabra e intersubjetividad en los grupos

30 La cuestión del grupo en el psicoanálisis: apuestas y


obstáculos
40 El problema de la regla fundamental y de los
procesos asociativos en los grupos
45 Contribuciones de la lingüística al estudio de los
actos de palabra interlocutorios

67 2. El grupo como situación psicoanalítica

67 Método psicoanalítico y dispositivo de grupo


75 Elementos de la situación psicoanalítica de grupo
79 Dispositivo y encuadre del grupo

103 3. Organizadores psíquicos y emplazamientos


subjetivos en el proceso asociativo grupal

103 El grupo con Solange, o el porta-palabra

103 Pre~entación del dispositivo y de la situación


106 El grupo con Solange: las cuatro primeras sesiones
119 Solange o el porta-palabra
129 Los organizadores psíquicos del grupo y el
acoplamiento intersubjetivo

143 4. Repetición del traumatismo y trabajo grupal de


asociación

9
143 Marco el porta-síntoma

143 El acontecimiento «mareante». Consecuencias


152 Transformaciones de los organizadores del proceso
asociativo y de los emplazamientos subjetivos en el
grupo
159 La perlaboración intersubjetiva del traumatismo en
los procesos asociativos

173 5. Retorno de lo reprimido y funciones del


preconsciente en el proceso asociativo grupal

173 Dimitri, o el otro de la espalda

174 Breve presentación del dispositivo grupal «de


espaldas»
179 Análisis de una secuencia de cadenas asociativas
185 La formación del proceso asociativo grupal a partir
de lo reprimido actual
193 Formas y modalidades del retorno de lo reprimido
199 Efectos del dispositivo sobre los procesos asociativos

217 6. Una función fórica. El porta-palabra

220 Formaciones intermediarias y funciones fóricas


232 Las funciones fóricas del porta-palabra
238 El porta-palabra en los grupos

253 7. El grupo como aparato de transformación: el


trabajo intersubjetiva del preconsciente

254 El trabajo intersubjetivo de las asociaciones


256 El grupo como aparato de transformación
268 Sobre la actividad del preconsciente en los grupos

277 8. Las cadenas asociativas y los procesos que las


organizan en los grupos

277 Las condiciones de posibilidad y sus obstáculos


297 Los procesos asociativos en los grupos:
reconsideración de las principales hipótesis
304 Sujeto del grupo, palabra e intersubjetividad

10
312 Los organizadores del proceso asociativo y la doble
inscripción de las cadenas significantes

321 9. Pensar, en los grupos

324 Indicadores para determinar las condiciones


intersubjetivas del pensamiento
333 Algunas condiciones necesarias para poder pensar
en los grupos
341 Los obstáculos al pensamiento en el grupo: ideología
y auto-alienación
344 ¿Por qué el grupo?

34 7 Bibliografia

11
Acerca de la traducción al castellano
Mirla Segoviano

La traducción de esta obra de René Kaes agrega, al siem-


pre estimulante placer del contacto con sus innovadoras
ideas, una exigencia mayor que la habitual en la búsqueda
de los términos que mejor permitirían volcarlas al castella-
no con la suficiente precisión.
Ya el propio título del libro, La parole et le lien, nos con-
fronta con una cuestión cuya importancia adquiere un cre-
ciente relieve a lo largo de la obra. Es por esto que hemos pre-
ferido presentar al lector desde un principio esas dificulta-
des y las elecciones realizadas en tales casos:

l. Parole. En francés, a diferencia de lo que ocurre en cas-


tellano, puede denotarse distintamente cada una de dos di-
versas significaciones del término palabra. En tanto parole
expresa la facultad de la palabra, del habla, del discurrir,
mot designa al elemento que se emplea para ejercerla, el vo-
cablo, el término. El Dictionnaire Hachette des synonymes,
de Henri Bénac, ilustra claramente la diferencia de empleo
entre ambas al indicar que, cuando se usa parole por mot,
«es para designar algo menos breve, lo más a menudo habla-
do, y considerado subjetivamente, con relación al sujeto que
habla, mientras que mot [palabra), que puede ser escrita, es
objetiva y considerada con relación a su significación, a su
efecto en la frase». En los últimos años, René Kaes comenzó
a utilizar estos dos términos en función precisamente de su
diferencia. El caso más relevante es su propuesta de la no-
ción de représentation de parole, que se sumaría a los con-
ceptos tradicionales en psicoanálisis de representación de
cosa [représentation de chose] y representación de palabra
[représentátion de mot]. Tanto las -hasta ahora pocas-
referencias en su bibliografí,a precedente, como las conversa-
ciones con él mantenidas al respecto, nos llevan a traducir

13
parole como palabra hablada cada vez que las diferencias
entre mot y parole toman un valor conceptual.

2. Je. Una segunda dificultad de traducción, que se ini-


cia con los trabajos de Piera Aulagnier, y que insiste al ritmo
de su progresiva influencia dentro del psicoanálisis, reapa-
rece en consecuencia con cada autor que, como es el caso de
René Kaiis, incluye sus conceptualizaciones. Esta autora in-
troduce, por motivos que, en su excelente artículo «Je, Sujet
et Identification. Eléments pour une discussion», interpreta
Yves Lebeaux (Topique, nº 37, 1986), el concepto de Je, que,
dentro de su modelo teórico, podemos definir como la ins-
tancia enunciante, o como lo que designa al sujeto de la
enunciación. El término Je no coincide, pues, con el término
Moi, cuyo uso es tradicional en psicoanálisis para designar
a la instancia yoica del aparato psíquico. En castellano con-
tamos con sólo un término para traducir a ambos, yo. Para
distinguirlos, entonces, hemos elegido traducir Je como Yo,
con mayúscula, y conservar la habitual minúscula para la
instancia, moi.

14
Prefacio a la segunda edición (francesa)

Esta obra constituye, con El aparato psíquico grupal y El


grupo y el sujeto del grupo, la tercera pieza de mi estudio
psicoanalítico sobre los procesos y formaciones de la reali-
dad psíquica en los grupos.
En el primer libro, publicado en 1976 y revisado para
una segunda edición en 2000, imaginé un aparato psíquico
grupal como un modelo que diera cuenta de la construcción
de la realidad psíquica de y en el grupo. Lo concebí con mi-
ras a articular un triple nivel de análisis: el del grupo como
conjunto, el de los vínculos de grupo en los miembros de este
y el del sujeto singular en el grupo. Este triple vértex define
la originalidad de este modelo en relación con los de Bion,
Pichon-Riviere, Foulkes y Anzieu.
El aparato psíquico grupal es un modelo destinado a
comprender cómo se efectúa un trabajo psíquico particular:
producir, asociar y transformar elementos psíquicos que los
miembros aportan al espacio común y que constituyen la
realidad psíquica de y en el grupo. El aparato psíquico gru-
pal es así irreductible al aparato psíquico individual y no
una extrapolación de este.
El corolario de esta proposición es que el grupo constitu-
ye una estructura de convocación hacia emplazamientos
psíquicos necesarios para su funcionamiento y preserva-
ción. En ellos vienen a representarse objetos, imagos, ins-
tancias y significantes cuyas funciones y sentido son im-
puestos por la organización grupal.
El grupo impone también coerciones de creencia, de re-
presentación, normas perceptivas, de adhesión a los ideales
y sentimientos comunes. Orienta los mecanismos de re-
presión, o de desmentida, o de rechazo, garantiza dispositi-
vos metadefensivos y exige una cooperación al servicio del
conjunto dirigida a su autoconservación y a la realización de
sus fines.

15
En El grupo y el sujeto del grupo (1993), retomé y elaboré
algunas de estas proposiciones. Centré el análisis sobre los
efectos del grupo en la formación del sujeto del inconsciente.
En este sentido sostuve que el sujeto del grupo y el sujeto
del inconsciente se constituyen de modo correlativo.
El grupo, como conjunto, prescribe las leyes que rigen los
contratos, pactos y alianzas inconscientes, preconscientes y
conscientes que organizan simultáneamente, en órdenes
lógicos diferentes, el espacio psíquico del grupo y el de cada
sujeto. Prescribe además emplazamientos y funciones en
los cuales los sujetos vienen a sujetarse entre ellos y a
realizar algunos de sus deseos: por ejemplo, en las funciones
del Ideal común, en las figuras del Ancestro, del Niño Rey,
del Muerto, del Héroe, del jefe, de la víctima emisaria, del
porta-palabra, del porta-síntoma, del porta-sueño, etc. Aquí
vuelve a funcionar una doble lógica: los sujetos ocupan estos
lugares por razones que les son propias y para cumplir en
ellos, simultáneamente, funciones a las que el grupo, como
conjunto, los asigna.
Al crear estos emplazamientos, el grupo impone a sus
sujetos una cantidad de coerciones psíquicas: ellas atañen a
las puestas en latencia o a los renunciamientos a la realiza-
ción directa de los fines pulsionales, a los abandonos parcia-
les de los ideales personales o al desdibujamiento de los lí-
mites del yo o de la singularidad de los pensamientos, es de-
cir, de una parte de la realidad psíquica que singulariza y
diferencia a cada sujeto.
A cambio, el grupo se hace cargo de una cantidad de ser-
vicios en beneficio de sus sujetos, servicios en los que ellos
colaboran, por ejemplo, edificando mecanismos de defensa
colectivos o participando en las funciones del Ideal.

Con La palabra y el vínculo (1994), sometí a la prueba de


la clínica y de la argumentación teórica las hipótesis que
había propuesto anteriormente para establecer un ámbi-
to de investigación y práctica relativamente nuevo en el
campo del psicoanálisis: un espacio que se especificaría por
el estudio de las relaciones conjugadas entre las organiza-
ciones intrapsíquicas y las formaciones del vínculo inter-
subjetivo, precisamente en el punto de anudamiento de sus
estructuras y procesos, allí donde se constituye el sujeto del
inconsciente. La mayoría de los trabajos que atendieron a

16
esta articulación finalmente centraron sus investigaciones
en uno solo de sus términos, examinando la incidencia de
una variable sobre otra, pero no su correlación.
Inicié las investigaciones sobre los procesos asociativos
a comienzos de la década de 1980 para responder a una exi-
gencia de método: ¿cómo explicar las reglas del método psi-
coanalítico cuando este se aplica al grupo, requiriendo que
se instale el proceso asociativo en la transferencia de tal mo-
do que los efectos del inconsciente se manifiesten en ella y
devengan interpretables? De la respuesta a esta pregunta
dependía para mí el avance de las investigaciones clínicas y
teóricas.
Esta exigencia de método perdura, porque he podido
reconocer mejor su objeto, sus apuestas y sus dificultades.
Una vez escrita esa obra, me resultó evidente, en efecto que
mis análisis sobre los puntos de anudamiento entre los pro-
cesos asociativos individuales y grupales ponían al descu-
bierto nuevas dificultades. Por ejemplo, una de las tareas es
especificar las condiciones de posibilidad del proceso asocia-
tivo en los diferentes dispositivos de grupo: así, el grupo fa-
miliar, en razón de sus principios organizadores, edípicos e
intergeneracionales, ejerce sobre el proceso asociativo coer-
ciones de censura y fantasías incestuosas específicas que
aparecen principalmente en los relatos de sueños. Otra di-
ficultad es formarse en la escucha de estos discursos íntima-
mente entretejidos y sometidos a lógicas diferentes.
La presente obra puede contribuir a relanzar estas
cuestiones, llamando la atención sobre ciertas dimensiones
del problema y sobre algunas formas de tratarlas. La pala-
bra y el vínculo se construyen de modo correlativo, en el
cruce de varias estructuras, e implican varios centros or-
ganizadores. Este es un factor de complejidad, y es también
una dimensión polifónica de la palabra y del vínculo, tal
como del sueño, según intenté mostrarlo recientemente en
La polyplwnie du reve. La noción de polifonía, que tomo de
las teorías de Bajtin-Vorochilov, se ha vuelto central en mis
exploraciones. La palabra asociativa, el vínculo y el sueño
hacen oír «varias voces», varios enunciados cuyas señales
están destinadas a varios destinatarios, porque la palabra
hablada, el vínculo y el sueño se han constituido, en el hom-
bre, en la intersubjetividad. La noción de polifonía existe
independientemente de cualquier búsqueda de una armo-

17
nía o de un unísono. La polifonía nos conduce a imaginar
que, en todo vínculo intersubjetivo, el inconsciente se inscri-
be y se dice varias veces, en varios registros y en varios len-
guajes, en el de cada sujeto en su palabra y su sueño, y en el
del vínculo mismo.
No se trata de oír todo y de decir todo, sino de oírse decir,
a la escucha de una polifonía en la que tomamos parte y que
nos constituye. Como en un coro.

Decir, interdecir, entredecir

Decir, interdecir, entredecir. La hipótesis principal que


orienta el curso de las investigaciones presentadas en este
libro es la siguiente: el decir propio de la actividad asociati-
va sólo es posible si las interdicciones capitales pudieron ser
articuladas en la palabra de otro y recibidas de él; otro cuya
palabra y pensamiento han sido estructurados por el traba-
jo de la represión.
La interdicción, que resulta del ínter-decir, separa los lu-
gares psíquicos, los constituye y los diferencia correlativa-
mente como organización del adentro y como organizaciÓn
del afuera. Al significar mediante la palabra el límite y la
transgresión, el interdecir constituye la alteridad en el
espacio interno y en los vínculos entre los sujetos, pero se-
ñala al mismo tiempo el deseo de retorno hacia las confu-
siones primeras y hacia las realizaciones imaginarias del
cuerpo a cuerpo. La interdicción supone una represión inau-
gural que, a su vez, posibilitará el decir y el entre-decir. Las
transformaciones y ligazones psíquicas que efectúa la re-
presión son, no cabe duda, individuales al más alto punto.
Sin embargo, pienso que algunas de sus condiciones y algu-
nos de sus contenidos son tributarios de las palabras dichas
o no dichas en el conjunto intersubjetivo del que procede el
sujeto. Lo mismo ocurre con lo reprimido que retorna en el
decir asociativo: lo dicho entre los sujetos se vierte, entre
otros más, por el entre-dicho.
Si el interdecir separa y limita, el entre-decir junta y ope-
ra como pasaje. El primero hace la diferencia, el segundo la

18
utiliza y la articula con lo común. El entre-decir es la forma
y la función del decir que circula entre diferentes lugares
psíquicos: es también su consistencia, en la medida en que
esos lugares son parcialmente heterogéneos unos a otros.
Podemos suponer un entre-decir intrapsíquico, constituido
por las relaciones entre las instancias, entre los objetos de
identificación, entre las imagos, entre los personajes inter-
nos actores de los libretos fantasmáticos; un entre-decir
íntimo entre las voces polifónicas que nos han aportado la
palabra y con las cuales proseguimos diálogos, diatribas y
malentendidos. El entre-decir intersubjetivo es una de las
condiciones del advenimiento de la palabra, del decir con la
palabra; es también el efecto de los entre-dichos íntimos ca-
paces de exportarse y de anudarse con otros decires, lo que
supone ciertas zonas de pasaje entre los lugares psíquicos
del adentro y del afuera, y sobre todo algunas formaciones
idénticas entre los sujetos entre-dicientes.
La hipótesis fuerte que organiza esta investigación es
que las palabras entre-dichas que forman las cadenas aso-
ciativas en las situaciones de grupo, estructuradas por la
regla de la asociación libre, sacan a la luz los pensamientos
interdictos por efecto de la represión y por efecto de las
operaciones co-represoras de los otros, de más de un otro.
Las palabras entre-dichas abren la vía al retorno de lo repri-
mido, así como constituían una fuerza liberadora respecto
de las censuras: de esta manera, restituyen significaciones
que cada sujeto, en su medida, podrá reconocer como senti-
do encontrado, reencontrado y comunicable.
El hilo conductor que entrelaza el decir, el interdecir y el
entre-decir, que son los tres componentes constitutivos de la
actividad asociativa de la psique, los enlaza poniendo el
acento en la intersubjetividad como una de sus condiciones
necesarias.

Los procesos asociativos en los grupos. El subtítulo de es-


te libro es portador de una ambigüedad intencional.
Por un lado, y tal es el uso regular de este concepto en
psicoanálisis, proceso asociativo designa el movimiento psí-

19
quico que se organiza como la serie de acontecimientos de
palabra y silencio obtenidos en la situación psicoanalítica, a
partir del enunciado de la regla fundamental por el psico-
analista. La secuencia de representaciones, afectos y pensa-
mientos que sobrevienen, sus arreglos internos, las signifi-
caciones que se forman y se manifiestan bajo el triple efecto
del empuje de lo reprimido, de las transformaciones im-
puestas por la censura y de la transferencia, todos estos
componentes del proceso asociativo deben entenderse como
la vía de acceso abierta por el psicoanálisis al conocimiento
del inconsciente.
La situación psicoanalítica lleva esta proposición a su
óptima eficiencia cuando instituye el proceso de los acon-
tecimientos asociativos de la palabra en la transferencia. Lo
que especifica al vínculo de transferencia es que se necesita
a otro extraño y familiar para que en uno mismo se libere y
sea reconocida la extrañeza radical del inconsciente. Deve-
nir Yo[Je], es decir, uno mismo, requiere que el sujeto se ex-
perimente en las vicisitudes de esta relación de palabra, de
inconsciente y de alteridad intersubjetiva. En la cura psico-
analítica, este conocimiento sólo es accesible a través de lo
que dice el analizando a, para y con el analista.
Por otro lado, proceso asociativo puede también describir
los vínculos psíquicos que se anudan y se desanudan entre
sujetos asociados entre ellos por sus investiduras recípro-
cas, por sus representaciones mutuas, por los emplaza-
mientos que se asignan o se conceden en sus espacios res-
pectivos. Las identificaciones constituyen el mecanismo
cardinal del proceso asociativo de los vínculos intersubjeti-
vos; califican su componente libidinal, mientras que la pul-
sión de muerte cumple aquí su trabajo antagonista múlti-
ple, en su obra de desligazón-disociación, indiferenciación y
destrucción.
Las modalidades de este proceso asociativo intersubjeti-
va pueden ser descriptas con términos validados para el
análisis de las asociaciones de ideas: nos asociamos por se-
mejanza, por contraste o por oposición. Sobre los otros se
condensan, se desplazan y se difractan los objetos internos
que rigen nuestras relaciones con otro, con más de un otro,
con más de un semejante.
Por mi parte, supongo ciertas analogías de estructura y
funcionamiento entre la cadena asociativa del nivel del gru-

20
po y los vínculos intersubjetivos que se anudan en ese nivel.
Aunque lenguaje y psiquismo estén organizados en órdenes
distintos, la palabra asociativa en grupo es también un
principio de la asociación intersubjetiva y de la organiza-
ción asociativa intrapsíquica. Mi hipótesis es que, en los
grupos, las palabras entre ellas y los sujetos entre ellos si-
guen, particularmente en ciertas circunstancias notables,
cursos asociativos homólogos. Esta hipótesis es necesaria
para considerar la noción de pensamiento como movimiento
intersubjetivo cuyo depositario y pensador es un sujeto sin-
gular.
Precisemos esta hipótesis: el grupo es una secuencia aso-
ciativa de sujetos reunidos y ensamblados en sus vínculos
por organizadores de la grupalidad psíquica que funcionan
como representaciones-meta. El grupo es una cadena aso-
ciativa formada por la asociación de las palabras y silencios
de los sujetos parlantes, cuyas relaciones se organizan en
un conjunto significante. El discurso en el nivel del grupo
puede entonces ser considerado como un discurso de grupo,
sostenido por la correlación de una doble cadena asociativa:
intersubjetiva e interdiscursiva.
Estas dos dimensiones, órdenes o registros de la asocia-
ción-disociación son heterogéneas, pero correlativas, co-
estructuradas, ca-procesales: suponerles zonas de interes-
tructuración, formaciones correlativas, correspondencias y
antagonismos, no oculta el hecho de que no se superponen
la una a la otra.
Esta correlación no significa identidad, salvo cuando
constituye la isomorfi.a (imaginaria) del sujeto, del grupo, de
la palabra y de los pensamientos: es el caso límite del grupo
psicótico, narcisista, ideológico. Semejante correlación de
perfecta identidad entre el discurso del sujeto y la estructu-
ra intersubjetiva pone en cuestión (lo que no quiere decir
que anula) la singularidad de la fantasía individual.

3
El sujeto, la palabra, el grupo. Inscribo mi investigación
en una formulación más amplia y general que apunta a es-
tablecer cómo el sujeto psíquico, el lenguaje -más precisa-

21

:j
mente, la palabra hablada- y el grupo se fundan el uno al
otro.
Antes de que se constituyeran las disciplinas de la
lingüística y de la semiología, antes de la sociología y el
psicoanálisis, los mitos propusieron e impusieron represen-
taciones correspondientes a las relaciones entre la lengua,
las formaciones colectivas y el sujeto. El mito bíblico de la
Torre de Babel, sobre la palabra, tiene un carácter funda-
mental: propone efectivamente un fundamento a los dis-
cursos que podemos sostener sobre las relaciones entre la
palabra, el sujeto y el grupo. El mito dice que la diversidad
de lenguas es una de las condiciones de la palabra y del pen-
samiento; dice también que nosotros mismos no podemos
construirnos nuestro origen: recibimos la lengua, el nombre
y el origen. La transgresión de la interdicción de darse a sí
mismo su nombre tiene como consecuencia el hecho de que
ya no es posible entre-decir. La pasión de la lengua única
fracasa en el derrumbe de la obra de autoengendramiento.
Esta relación de fundación constante de la palabra y del
agrupamiento está en el centro de las preocupaciones de los
primeros lingüistas, y el contrato social de J.-J. Rousseau
no es otra cosa que la tentativa de resolver, mediante la len-
gua y mediante la palabra entre-dicha, lo que de otro modo
quedaría librado al cuerpo a cuerpo. Por la palabra, cada
uno puede reconocer en el otro lo que él mismo no tiene. La
idea de un desvío necesario por la lengua y por la palabra
introduce la noción, que Freud desarrollará más tarde en El
malestar en la cultura, de una renuncia a la satisfacción di-
recta de los fines pulsionales para fundar la comunidad de
derecho y la posibilidad misma de la cultura. El cumpli-
miento de su propio fin por parte del sujeto, en los límites
que le impone su condición de sujeto del grupo, se encuentra
con esta doble necesidad del desvío y de la renuncia impues-
ta por la interdicción.
Pero existen otras aproximaciones, las de los poetas, que
articulan creación de la lengua y trabajo del agrupamiento:
es la función misma del grupo literario, de la Pléyade a los
Salones románticos, del grupo surrealista al OuLiPo. Aquí
nuevamente una regla genera en el mismo movimiento la
interdicción, o la restricción, y el entre-dicho. La invención
por los surrealistas del juego literario del Cadáver Exquisi-
to es más que un procedimiento de creación poética por con-

22
tribución anónima de los miembros de un grupo: es la intro-
ducción, mediante este procedimiento, de una determina-
ción aleatorw del sentido por las asociaciones individuales
de los participantes. Se trata de hacer jugar la asociación co-
lectiva desconectándola de los efectos de convención de len-
guaje que sostienen los procesos de grupo y, de una manera
más general, el vínculo social y sus instancias normativas.

El trabajo intersubjetiva de las asociaciones. Las exigen-


cias de una teoría psicoanalítica del lenguaje fueron for-
muladas por A. Green (1984) de manera neta y concisa:
«Ninguna teoría psicoanalítica del lenguaje -escribe-
puede estar fundada por fuera de la puesta en perspectiva
del aparato del lenguaje en el aparato psíquico. Parte del
aparato psíquico, y en cierto modo su metonimia, el aparato
del lenguaje es también su metáfora reducida». Conviene
entonces definir la categoría psíquica capaz de articular es-
tas dos estructuras heterogéneas puestas recíprocamente
en perspectiva: A. Green propone que «la categoría de la re-
presentación es susceptible de crear un puente entre psique
y lenguaje» (ibid.)
Queda por efectuar la operación de recíproca puesta en
perspectiva del lenguaje y la palabra con la intersubjeti-
vidad y lo grupal, y por mostrar cómo esas estructuras sos-
tienen a la vez el acceso al lenguaje y a la palabra: a su orga-
nización misma. He intentado esta exploración de puesta en
perspectiva recíproca de la psique y el grupo insistiendo so-
bre la exigencia de trabajo que impone a la psique su nece-
saria ligazón, de apuntalamiento, con lo grupal. 1
Introducir la intersubjetividad en la articulación del len-
guaje y del sujeto de la palabra, es poner a prueba las hipó-
tesis que propuse y el modelo teórico que construí para ope-
rar esta puesta en perspectiva. Es, por lo tanto, reclamar
sobre este problema una nueva contribución del psicoaná-
lisis: a él le toca definir su propia problemática, en relación

1 Sobre estos desarrollos, cf. R. Kae>i, El grupo y el sujeto del grupo, Bue-

nos Aires: Amorrortu, 1995.

23
de intercambio con disciplinas como la psicolingüística, la
sociolingüística o la etnolingüística, que hacen de estas ar-
ticulaciones el objeto de sus investigaciones centrales.
Desde hace algunas décadas contamos con un dispositi-
vo metodológico que habilita un acceso hasta entonces im-
practicable a la formulación parcialmente especulativa del
punto de vista psicoanalítico sobre este problema: en una si-
tuación intersubjetiva de grupo, a condición de que esté es-
tructurada por el enunciado de la regla fundamental en la
transferencia, podemos abrir un acceso pertinente al cono-
cimiento de las relaciones entre el sujeto, la palabra y el
grupo intersubjetivo. Estas relaciones pueden entonces ser
consideradas bajo el aspecto donde el inconsciente se mani-
fiesta por sus efectos específicos.
Así, tenemos que examinar más particularmente dos
cuestiones: la primera trata de las hipótesis a formular y po-
ner a prueba para dar cuenta de los contenidos y modalida-
des de las cadenas asociativas formadas a partir de dos fo-
cos de determinación: intrapsíquico e intersubjetiva. ¿Cuá-
les son los contenidos y modos de manifestación del incons-
ciente a través de los procesos asociativos y de las cadenas
asociativas en los grupos? Una de estas hipótesis forma el
hilo conductor mencionado al comienzo de esta introduc-
ción: se expresa a través de la noción de trabajo intersubje-
tivo de las asociaciones, siendo el grupo uno de los operado-
res de las transformaciones producidas por los procesos
asociativos. Muchos ejemplos mostrarán cómo las cadenas
asociativas que se despliegan en el grupo producen efectos
diferentes, incluso opuestos: para algunos sujetos, abren las
vías del retorno de lo reprimido y descubren representacio-
nes hasta entonces no disponibles, y para otros, simultánea-
mente, sostienen el movimiento de la represión secundaria.
Estos movimientos complementarios y antagonistas son
adecuados para comprender su lógica en la organización in-
trapsíquica, en la del grupo y en sus conjunciones.
La segunda cuestión que se debe poner a trabajar atañe
a las condiciones de posibilidad de los procesos asociativos
puestos en movimiento por la enunciación de la regla fun-
damental en un dispositivo de grupo. Para desarrollar esta
cuestión, debemos indagar en los paradigmas teóricos y me-
todológicos fundamentales del psicoanálisis cuando se trata
de prácticas que invocan sus hipótesis y que instituyen un

24
dispositivo propio, diferenciado. Es posible que nuevos
datos inauguren concepciones del inconsciente, efectos de
subjetividad y métodos de tratamiento de los trastornos
psíquicos hasta entonces inaccesibles.

5
Hipótesis. Esta búsqueda abre un trabajo de investiga-
ción. Algunas hipótesis estructuran su campo.

1º) En situación psicoanalítica de grupo, bajo el efecto de


las transferencias y de la enunciación de la regla fundamen-
tal, se producen acontecimientos de palabra que sostienen
los procesos asociativos y que forman las cadenas asociati-
vas en el grupo.
Denomino cadena asociativa a la sucesión de enunciados
provenientes de los sujetos reunidos por un vínculo de agru-
pamiento, y a través de la cual se manifiesta un orden deter-
minado de formación y de procesos inconscientes. Esta ca-
dena de doble determinación se constituye en cadena signi-
ficante en cada uno de los niveles donde se produce: el del
sujeto singular y el de la asociación grupal.

2°) La libre asociación desarrolla la producción de una


doble cadena asociativa: la que resulta de las asociaciones
sucesivas de cada sujeto y la que se constituye en la suce-
sión de los acontecimientos asociativos del conjunto de los
miembros del grupo. Esta doble cadena es significante en
cada uno de los niveles donde se forma y donde se enuncia;
organiza una relación específica entre las formaciones del
inconsciente del sujeto singular y las formaciones del in-
consciente en el grupo en cuanto tal.
El proceso asociativo y el discurso a varias voces que este
genera, es el vector mediante el cual se manifiestan los efec-
tos del inconsciente. En situación de grupo, se establece una
relación específica entre el proceso asociativo de cada sujeto
y el conjunto de las ideas que sobrevienen, asociadas en el
vínculo grupal y en la sucesión de enunciados de los sujetos
singulares.

25
3°) Considerada desde el ángulo de la realidad psíquica
propia del grupo como conjunto, la cadena asociativa se or-
ganiza en un discurso significante portador de los efectos
del inconsciente que la estructura. Es inteligible en este
nivel. La coexistencia de varias cadenas asociativas, organi-
zadas a partir de organizadores psíquicos inconscientes he-
terogéneos en su estructura (por ejemplo, a partir de los
grupos internos, de los supuestos básicos, de las organiza-
ciones neuróticas o psicóticas) suscita una tensión específi-
ca en la integración de los procesos y las formaciones del in-
consciente que se manifiestan, y que estimulan la función
represora en lugares subjetivos distintos.

4º) Las cadenas asociativas que se despliegan en el grupo


portan las condiciones de la represión y del levantamiento
de la represión, producen efectos diferentes, incluso opues-
tos en los miembros del grupo: para algunos sujetos, contri-
buyen al levantamiento de la represión, abren las vías del
retorno, en la cadena significante del grupo, de significantes
y afectos no disponibles hasta entonces y en lo sucesivo en-
contrados-creados por el sujeto. Para otros, simultánea-
mente, sostiene el movimiento de la represión secundaria, o
de la desmentida, o del rechazo. Quedan por comprender
estos movimientos asociados, complementarios o antago-
nistas, en la lógica de los procesos y organizaciones intrapsí-
quicos, en la del grupo y de las relaciones entre estos dos es-
pacios psíquicos.

5º) Anticipo aquí la noción de trabajo intersubjetiva de


las asociaciones. No se trata solamente de una pluralidad
de discursos producida en el grupo y en cada sujeto, sino de
una interdiscursividad, constitutiva del sujeto de la palabra
y del inconsciente, y que la situación de grupo pone en juego
en las transferencias.
Llamo interdiscursividad al entramado de los enuncia-
dos desde el momento en que se producen en una red inter-
subjetiva que, en parte, organiza su economía y su sentido.
La interdiscursividad es condición de la palabra del sujeto.
El encuadre, el dispositivo y el proceso grupal trabajan
la cadena significante del sujeto singular en las correlacio-
nes interdiscursivas de las asociaciones. Cuando varios
sujetos reunidos en grupo son invitados a asociar libremen-

26
te, se crea una relación específica entre el discurso de cada
sujeto singular y el discurso que se produce por surgir de la
sucesión de enunciados de los sujetos agrupados.
En este dispositivo se manifiesta el doble estatuto del
sujeto: singular en su propia cifra inconsciente; intersubje-
tiva y grupal en su entramado con otros que lo preexisten
como pluralidad y como conjunto de voces parlantes.

27
l. Palabra e intersubjetividad en los grupos

«Las palabras que surgirán saben de nosotros lo que no-


sotros ignoramos de ellas. En un momento seremos la tripu-
lación de esa fiota compuesta de unidades indóciles y, en el
tiempo de una borrasca, su almirante. Luego, la alta mar la
recogerá, abandonándonos a nuestros torrentes cenagosos y
a nuestras vallas escarchadas».

René Char, Chants de la Balandrane

Desde hace varias décadas -cerca de medio siglo-, psi-


coanalistas de sensibilidades diversas, pero igualmente an-
clados en sus referencias teóricas y metodológicas al psico-
análisis freudiano, han utilizado un método de conocimien-
to del inconsciente y un procedimiento de tratamiento psí-
quico a partir de una situación derivada de la de la cura in-
dividual. El grupo, casi siempre el grupo restringido de
cinco a doce personas, a veces ampliado a un número mayor
de participantes, constituye el dispositivo, la situación y el
encuadre de esta experiencia psíquica original.
Esta innovación introdujo en el campo del conocimiento
psicoanalítico nuevas formas de considerar la organización
y el funcionamiento psíquicos: tanto en el espacio propio del
sujeto singular como en los conjuntos intersubjetivos de los
que procede y que él contribuye a constituir.
Estas nuevas concepciones hicieron emerger del texto
freudiano, para quien lo acepta en su integridad y en la po-
lisemia que se revela en lecturas sucesivas, alcances hasta
entonces ocultos. Más aún, se abrieron vías de investigación
de las que Freud se había apartado o que se había limitado
a explorar. Una lectura que podríamos llamar «grupalista»
del pensamiento freudiano devela así, como en un palimp-

29
sesto, huellas de otra escritura del descubrimiento del in-
consciente. Y esta lectura genera nuevas preguntas.

La cuestión del grupo en el psicoanálisis:


apuestas y obstáculos
Seguramente, debe emprenderse un estudio crítico para
evaluar el alcance de las proposiciones teóricas y clínicas
suscitadas por esas prácticas y por esos nuevos abordajes
del pensamiento freudiano: el hecho es que han permiti-
do relanzar sobre bases originales las insistentes preguntas
de Freud sobre las relaciones entre la psique individual y
las formaciones intersubjetivas, sobre la consistencia de la
«psique de masa» y sobre lo que en la psique «individual» es
efecto de grupo. Pero, en cualquier caso, la contribución de
estas investigaciones al conjunto del saber psicoanalítico no
podría ser desconocida o aminorada, aunque sólo fuera por
esta razón: hicieron posible que los postulados y las especu-
laciones de Freud sobre la vida psíquica en los grupos e ins-
tituciones se transformaran en verdaderas hipótesis de tra-
bajo susceptibles de ser puestas a prueba en una situación
metodológica apropiada. El inventor del psicoanálisis no
disponía de una situación semejante, y todo indica que una
cantidad de razones le hicieron considerar su desarrollo con
reticencia.

Investigaciones psicoanalíticas sobre los pequeños


grupos

Al adquirir así un más alto grado de probabilidad, las


concepciones intuitivas o especulativas de Freud se volvie-
ron aptas para iluminar con nuevas significaciones proposi-
ciones establecidas por él a partir de la situación prínceps y
paradigmática de ]a cura individual: sobre las condiciones
intersubjetivas de la formación del aparato psíquico, sobre
la transmisión psíquica de la represión, sobre ciertas es-
tructuras de la psique que dan testimonio, según la expre-
sión de J.-B. Pontalis, ade lo que en cada uno de nosotros es
grupalidad» .

30
A los trabajos pioneros de W. R. Bion y de S. H. Foulkes,
cada uno con una sensibilidad diferente, debemos la cons-
trucción de conceptos nuevos y vigorosos para pensar el gru-
po como entidad psíquica específica, sede de procesos y for-
maciones originales. Pero la articulación de sus análisis con
las estructuras y los funcionamientos del aparato psíquico
«individual» sigue estando poco desarrollada.
Las investigaciones francesas, sobre todo las que se em-
prendieron a partir de 1965 en el equipo de psicoanalistas
reunidos por D. Anzieu, se orientaron inicialmente hacia la
cualificación del funcionamiento en los grupos de ciertas
formaciones o ciertos procesos psíquicos previamente reco-
nocidos y teorizados a partir de la situación de la cura indi-
vidual: lo imaginario, la ilusión, las identificaciones, las
transferencias, las repeticiones, el narcisismo, las represen -
taciones, la fantasía, las formaciones del ideal, etcétera.
Por fecundas que hayan sido, en la mayoría de los casos
estas investigaciones tropezaron con el postulado según el
cual los procesos y formaciones «del nivel del grupo» son
pensables con los conceptos y la problemática de la metapsi-
cología surgida del psicoanálisis individual. Por este hecho,
las articulaciones con las estructuras y funcionamientos
psíquicos propios del grupo fueron escasamente tomados en
consideración.
Con el modelo del aparato psíquico grupal he intentado
ponerlos recíprocamente en perspectiva, despejando al-
gunas hipótesis sobre sus puntos de anudamiento. He su-
puesto que deberíamos distinguir y articular dos lugares de
formación, de procesos y efectos del inconsciente: esos dos
lugares deben comprenderse en sus relaciones y en sus
organizaciones comunes o intermediarias.
El primero es el del sujeto considerado en la singulari-
dad de su estructura y de su historia, ante todo en el aspecto
del sujeto del inconsciente como sujeto del grupo, en cuanto
está sujetado, como heredero, servidor, beneficiario y esla-
bón de transmisión, a un conjunto intersubjetivo del que
recibe los efectos constitutivos hasta en las modalidades y
los contenidos de la represión; y luego en el aspecto en que
algunas formaciones y ciertos funcionamientos de su apa-
rato psíquico pueden describirse y comprenderse con los
conceptos de grupalidad psíquica y de grupos internos, es-

31
tructuras de emplazamientos correlativos de los objetos,
imagos, instancias y del sujeto mismo.
El segundo lugar donde se manifiesta el inconsciente y
probablemente, en parte, se forma, es el conjunto intersub-
jetivo constituido por el agrupamiento de los sujetos singu-
lares, en el aspecto en que se efectúa un trabajo psíquico del
nivel del grupo, generador de formaciones y procesos psíqui-
cos específicos; los efectos del inconsciente están ahí orien-
tados en las alianzas inconscientes, los pactos denegatorios,
los contratos narcisistas, la comunidad del renunciamiento,
la comunidad de la renegación.
La articulación entre esos dos lugares psíquicos define
un tercer nivel del análisis: el de las formaciones y funcio-
nes intermediarias por las que se efectúan --0 no se efec-
túan- el anudamiento, el pasaje y las transformaciones de
un espacio al otro.
Estos tres niveles del análisis corresponden a tres nive-
les lógicos de la grupalidad; son articulables en un modelo
teórico que he propuesto hacia el final de la década de 1960:
supuse un aparato psíquico de ligazón, transformación, or-
ganización, continencia y transmisión de las formaciones y
procesos psíquicos, que adquieren por ese trabajo un índice
de realidadgrupal. Este aparato de la realidad psíquica del
nivel del grupo se apuntala sobre los aparatos psíquicos in-
dividuales, principalmente sobre las formaciones de la gru-
palidad interna, y genera procesos específicos.
Centrar el análisis en el proceso asociativo y en las cade-
nas significantes que se producen en una situación psico-
analítica de grupo, es llevar la investigación del psicoanáli-
sis a los lugares teóricos, metodológicos y clínicos donde se
anudan las relaciones de fundación recíproca, entre el suje-
to del inconsciente, la palabra hablada y los conjuntos inter-
subjetivos. El análisis del proceso asociativo en los grupos,
el descubrimiento de sus determinaciones y de sus efectos
múltiples conduce a poner en perspectivas recíprocas estos
tres órdenes de realidad distintos, heterogéneos y articula-
bles. Sin embargo, aún no hemos constituido un conjunto
suficientemente organizado de hipótesis y conceptos psico-
analíticos sobre los procesos de comunicación y significa-
ción, que tome en cuenta el nivel específico de la intersubje-
tividad y de la interdiscursividad en los grupos.

32
Preguntas y apuestas
Subsisten dos preguntas capitales, que no fueron sufi-
cientemente desarrolladas en el primer modelo del aparato
psíquico grupal (1969-1976).
La primera atañe precisamente a la relación de continui-
dad que mantienen dos espacios psíquicos parcialmente he-
terogéneos, las modalidades de transformación de uno por
el otro, la naturaleza y el estatuto del resto irreductible a
toda metabolización. La teoría freudiana del apuntalamien-
to, a condición de restituirle su alcance epistemológico fun-
damental, puede proporcionar un marco conceptual para
plantear esta pregunta. El concepto de doble límite intro-
ducido por A. Green (1982) es adecuado para precisar su
apuesta. Con este concepto, el campo de la realidad psíquica
se organiza en el espacio interno del sujeto a partir del lími-
te y de las ligazones del Pee-Ice y a partir del límite y de las
ligazones intrapsíquicas e intersubjetivas. Allí se producen
formaciones intermediarias tales como las formaciones del
ideal o los objetos transnarcisistas que son los objetos de su-
blimación y cultura.
La segunda pregunta es la siguiente: en el espacio inter-
subjetivo al que da acceso la situación de grupo, ¿de qué otro
modo pensar el estatuto del inconsciente sino como una pu-
ra y simple transposición de sus características individua-
les, y una vez admitido que el grupo no es la simple suma de
sus sujetos constituyentes? La instalación de una situación
de grupo que suponemos corresponder a las exigencias me-
todológicas de toda situación psicoanalítica, ¿en qué modifi-
ca la posición teórica de la hipótesis del inconsciente y de su
«pilar fundamental»: la represión? ¿Cuáles son los procesos
constitutivos, los contenidos y las modalidades de manifes-
tación y los efectos de subjetividad en los dos espacios psí-
quicos que he definido? ¿Cómo, también aquí, pensar el pa-
saje de uno al otro?
Una vez admitido que ciertos fenómenos psíquicos cuyo
lugar es el grupo permanecen inconscientes para sus miem-
bros, ¿debemos considerar una tópica, una dinámica y una
economía intersubjetivas del inconsciente y de la represión,
o sea una metapsicología que tendría una parte de autono-
mía propia, y más precisamente una metapsicología de los
conjuntos intersubjetivos que se anudaría a la de las forma-

33
ciones y procesos inconscientes individuales? ¿Qué diferen-
cias indicar, si se adopta esta perspectiva, con las nociones
de inconsciente «Colectivo», o de inconsciente «grupal» o
también «familiar», nociones que, en mi opinión, han tenido
sobre todo una función de pantalla respecto de un problema
cuyos términos son de dificil determinación? Si nos mante-
nemos dentro de las interrogaciones suscitadas por las hi-
pótesis y los postulados de Freud, ¿qué consistencia, qué
contenidos y qué procesos debemos reconocer a la Massen-
psyche? ¿Seguiremos a Freud en el punto en que supone que
estos no difieren en nada de lo que el psicoanálisis de los
neuróticos ha permitido conocer?
El punto de vista a partir del cual intento comprender
esta articulación, manteniéndola en el campo continuo del
psicoanálisis, concibe el desarrollo y la organización psico-
sexual, la formación misma del inconsciente y las modalida-
des del retorno de lo reprimido, como fundados no exclusiva-
mente en una evolución intra-individual, sino en los anuda-
mientos y las facilitaciones de la intersubjetividad.
Pensar esta articulación de lugares, economías y diná-
micas que se interfieren puede dar consistencia a la hipóte-
sis según la cual el conjunto grupal ejerce directamente, o
por medio de sus representantes preferenciales, una fun-
ción co-represora sobre algunos de sus sujetos, sin que por
eso desaparezca el carácter «altamente individual» de la
represión misma (Freud, 1915). Así, puede preverse una
función auxiliar o de facilitación en el levantamiento de la
represión, y ocurrir que un mismo enunciado produzca
efectos opuestos en distintos sujetos.
Si admitimos que estos datos renuevan el método del co-
nocimiento y del tratamiento de la realidad psíquica, que
abren la vía a concepciones del inconsciente antes inaccesi-
bles, debemos proponer entonces representaciones más
adecuadas para dar cuenta del funcionamiento psíquico, de
sus determinaciones, formaciones y efectos de subjetiva-
ción. En consecuencia, debemos contar con que se hagan
necesarias construcciones que no coincidirán a priori con los
conceptos teóricos, clínicos y metodológicos que permitieron
pensar la experiencia psicoanalítica a partir de la situación
prínceps y paradigmática de la cura individual. Además, de-
bemos contar con que algunos procesos que describen cons-

34
tantes de la realidad psíquica no funcionen idénticamente
en el espacio intrapsíquico y en el espacio interpsíquico.
Por eso la pura y simple transposición de esos conceptos,
si bien valida su extensión, oculta este hecho capital: cam-
biamos de universo, dentro del campo del psicoanálisis,
cuando pasamos del análisis del sujeto considerado en su
singularidad al del sujeto sostenido en la intersubjetividad
del grupo y, a fortiori, al análisis del grupo considerado co-
mo entidad específica; cambiamos de dimensiones en la pro-
blemática del inconsciente, de la represión y del retomo de
lo reprimido, en nuestra concepción del sujeto del incons-
ciente y del Yo.
Hasta tanto estas investigaciones no se inscriban de una
manera más central en la problemática fundamental del
psicoanálisis, mantendrán algún desconocimiento de las
apuestas que introducen en sus construcciones. Estas
apuestas solo podrían revelarse si una hipótesis fuerte so-
bre la consistencia psicoanalítica de la cuestión del grupo se
sometiese a la prueba de los enunciados fundamentales del
psicoanálisis: con esta condición, podría también cuestio-
narlos.

Obstáculos y resistencias
En mi libro anterior, El grupo y el sujeto del grupo
(1993), destaqué que probablemente un haz de obstáculos y
resistencias impidió la elaboración de un problema tan cen-
tral. La introducción de una nueva situación en la práctica
psicoanalítica modifica necesariamente la representación
de la realidad psíquica que la teoría psicoanalítica se ha
construido.
Entre los obstáculos epistemológicos, uno de los más po-
derosos es probablemente la reducción de lo psíquico a lo in-
dividual. Debemos a la psicología social estructural el haber
mostrado que los fenómenos psíquicos que se producen en
un grupo no son la simple suma de los fenómenos psíquicos
pertenecientes a sus elementos constituyentes. El psicoaná-
lisis establece aquí la misma restricción que el conjunto de
los enfoques psicológicos tradicionales. Ciertamente, Freud
intentó superar esa oposición al proponer la hipótesis de la
psique de masa (o psique de grupo). Pero sabemos hasta qué

35
punto esta mantuvo su carácter especulativo: no basta,
pues, formular esta hipótesis para superar la oposición, es
necesario además ponerla a prueba según un método ade-
cuado y con conceptos pertinentes.
Debemos apreciar las dimensiones de la dificultad: no
hay ningún ejemplo en la historia del psicoanálisis en que
los psicoanalistas se hayan visto necesitados de reelaborar
algunos de los fundamentos del método y de la teoría con
motivo de una extensión tan innovadora del campo de la
práctica. Ciertamente, el psicoanálisis de niños y psicóticos
hizo necesarias algunas reevaluaciones cruciales, pero, en
lo esencial, estas se centraron en el funcionamiento del apa-
rato psíquico del sujeto singular; aun siendo justo señalar
que fue precisamente el análisis de las psicosis el que per-
mitió realizar aperturas decisivas hacia los funcionamien-
tos psíquicos intersubjetivos. En todo caso, introducir en el
campo del psicoanálisis una situación pluri-individual y
tratar de dar cuenta de las formaciones psíquicas que en
ella se manifiestan y producen, suscita una dificultad par-
ticular puesto que, con el grupo, no nos enfrentamos a una
serie independiente de espacios psíquicos homólogos sino a
la acomodación de los aparatos psíquicos y de las subjetivi-
dades en un espacio psíquico parcialmente heterogéneo a
sus elementos constituyentes. Debemos pensar esta hetero-
geneidad y esta complejidad.
La dificultad aparece así en su dimensión propiamente
epistemológica. Cuando en un dispositivo distinto al de la
cura, inspirándose al mismo tiempo en él, se desarrollan
prácticas que invocan las hipótesis del psicoanálisis, nos ve-
mos efectivamente en la obligación de interrogar conjunta-
mente sus paradigmas teóricos y metodológicos fundamen-
tales. Podemos decirlo de otro modo: los psicoanalistas que
inventaron un dispositivo de experiencia del inconsciente,
de conocimiento y tratamiento de sus efectos en situación de
grupo, introdujeron mucho más que una simple extensión
del campo de la investigación y de la práctica psicoanalí-
ticas: pusieron en movimiento un proceso de transforma-
ción en los paradigmas metodológicos y teóricos del psico-
análisis.
Esta transformación puede adquirir un valor de regre-
sión y de transgresión con respecto a la invención de la si-
tuación prínceps de la cura individual: de regresión, puesto

36
que Freud instala esta situación contra los efectos histeró-
genos de un frente a frente que el grupo no hace más que
amplificar. Admitiremos, no obstante, que la invención téc-
nica del dispositivo de la cura es ante todo el resultado de
descubrimientos teóricos fundamentales sobre la represen-
tación, la palabra y la fantasía de la histérica. Por otra par-
te, estaremos atentos al hecho de que algunos de esos descu-
brimientos, los relativos a las identificaciones y a las trans-
ferencias, son considerados por Freud en términos que pue-
den describirse con el concepto de grupalidad psíquica. El
recurso al grupo sería entonces una especie de retorno a
una situación que, por sus rasgos de puesta en escena del
cuerpo, de seducción y captación por la mirada, sería poten-
cialmente prepsicoanalítico.
Regresión, pues, pero también transgresión, puesto que,
en varias oportunidades, Freud, como Klein y Lacan más
tarde, expresa serias reticencias a considerar una situación
psicoanalítica abierta a la presencia de un tercero: el encua-
dre que se habrá de preservar y desplegar es el de la cura
individual. Pero se admitirá también que Freud emite sufi-
cientes hipótesis especulativas o clínicas sobre los vínculos
intersubjetivos y sobre la Gruppenpsyche como para que re-
quieran la búsqueda de un dispositivo capaz de ponerlas a
prueba. Por añadidura, en más de una ocasión, sugiere que
la cura psicoanalítica es sólo una de las aplicaciones del psi-
coanálisis, aun cuando sea ciertamente la primera y su pa-
radigma. El hecho de que los dispositivos metodológicos de
grupo referidos a ese paradigma sólo se hayan desarrollado
tras la muerte de Freud, no hace más que insistir sobre esta
afinidad inaugural y conflictiva de la invención del psico-
análisis y de la experiencia grupal.
Esta afinidad se inscribe, por otra parte, en la institu-
ción misma del psicoanálisis. La Sociedad de los Miércoles
tras la ruptura con W. Fliess, y luego la Sociedad Psicoana-
lítica de Viena, serán el lugar de formación de los primeros
psicoanalistas. Estos grupos serán el teatro de una expe-
riencia original del inconsciente, diferente a la del diván, ex-
periencia donde, en la transferencia sobre Freud y sobre el
psicoanálisis, los conflictos interpersonales, las alianzas in-
tersubjetivas inconscientes, se anudan a las divisiones y a
las formaciones de compromiso intrapsíquicas. La transmi-
sión del psicoanálisis, el desarrollo de la teoría y la elabora-

37
ción de la clínica se realizarán en este encuadre grupal. Más
tarde, en ese ultra-grupo que será el Comité, cada uno esta-
rá ligado al otro en la salvaguarda del ideal y de la orto-
doxia.
La fundación del psicoanálisis lleva la huella de todas
estas dimensiones del grupo y de las intrincaciones inter-
subjetivas. Dirigir el análisis a esos nudos originarios sería
develar los «basamentos escabrosos» sobre los que se funda
la institución: toda sociedad y toda cultura reposan sobre
esas bases de las que Freud nos advirtió en 191 7 que son de
naturaleza sexual. La introducción de la cuestión del grupo
estableciendo una situación psicoanalítica adecuada para
ese develamiento, no podía sino desembocar en lo que pro-
piamente conviene llamar prohibiciones de los Ancestros.
Pero, en lugar de interrogar la consistencia de estas
prohibiciones -o solamente de estas reticencias- y ar-
ticularlas con la posición de los fundadores en sus propios
grupos, en lugar de descubrir sus apuestas institucionales
en la transmisión del psicoanálisis, el problema se hizo mar-
ginal y vergonzante. Ciertamente, las hipótesis básicas que
permitirían introducir la cuestión del grupo en el psicoaná-
lisis comienzan apenas a ser suficientemente establecidas;
pero las que se proponen casi no son discutidas -en Fran-
cia muy especialmente- en un debate crítico, ni dentro de
los círculos de los psicoanalistas embarcados en esta explo-
ración, ni, a fortiori, en la comunidad psicoanalítica que, ca-
si siempre, rechaza con desconfianza esas investigaciones
consideradas como aplicaciones aventuradas.
Todo ocurre como si, tras un período fecundo en descu-
brimientos clínicos, metodológicos y teóricos, en Inglaterra
tras la muerte de Freud, en Francia tras la escisión lacania-
na de 1963, las transformaciones de fondo que se iniciaban
hubieran generado tal culpabilidad y tan intensa inhibición
de pensamiento, que terminaron ocultando la intrincación
de los problemas epistemológicos introducidos por la prácti-
ca grupal con los problemas de afiliación en la institución
psicoanalítica. Sabemos que esos dos órdenes de problemas
están desde un comienzo en constante interacción.
El hecho de que esos problemas casi no hayan sido plan-
teados no se explica sólo por su dificultad epistemológica y
por los obstáculos institucionales que encuentran. Una difi-
cultad de índole narcisista impide pensar las relaciones en-

38
tre el yo individual y el conjnnto del que este es un eslabón,
un servidor y un beneficiario. Si su narcisismo primario se
apuntala en dicho conjunto, el yo no se representa de otro
modo que como la causa y el centro de un sistema que gravi-
ta en torno de él. No basta que haya tenido que aceptar que
el inconsciente es el organizador central y el atractor de la
vida psíquica; deberá admitir además que el inconsciente
podría «deslocalizarse» en espacios psíquicos de múltiples
focos de los que el sujeto es un constituyente, a los que él es-
tá sujetado, de los que él se forma, y de los que es heredero
hasta en las modalidades más singulares del cumplimiento
de su propio fin.
Otra dificultad atañe a las investiduras pulsionales, las
representaciones y defensas de que el grupo es objeto, en el
sentido psicoanalítico del término: el análisis del grupo co-
mo objeto muestra que está íntimamente inscripto en las re-
presentaciones más primitivas de la envoltura y de los obje-
tos corporales, del cuerpo, del autoerotismo y del cuerpo ma-
terno.1 Desde este punto de vista, es notable y constante la
dificultad de permitir representarse, figurarse y pensarse lo
que se moviliza o se paraliza en nosotros en los grupos. Este
trabajo de represión de las representaciones y de supresión
de los afectos es, en parte, efecto de ese aumento de las co-
excitaciones intrapsíquicas e interindividuales, potencial-
mente traumáticas, que el agrupamiento suscita. Esta afi-
nidad del grupo con la excitación y la función para-excitado-
ra introduce al problema específico del inconsciente en los
grupos.
En cierto modo, todas estas dificultades debidas al man-
tenimiento de un impensado, de un irrepresentado o de un
incognoscible, no pueden ser disociadas de la posición con-
tratransferencial del psicoanalista frente al inconsciente,
frente al grupo y frente a la relación de desconocido que es-
tos instauran y redoblan.

1 Mis primeras investigaciones, a partir de 1966, se centraron en las


representaciones del grupo como objeto. Cf'. El aparato psíquico grupal
(1976) y, más recientemente, El grupo y el sujeto del grupo (1993).

39
El problema de la regla fundamental y de los
procesos asociativos en los grupos
La necesidad de erigir una hipótesis fuerte aparece en
ocasión de este hecho notable: tras cinco décadas de práctica
de grupo referida al método psicoanalítico en situación de
grupo, no disponemos de ideas directrices, ni siquiera de es-
tudios empíricos, a fortíori de debates sobre la pertinencia y
los efectos de la enunciación de la regla fundamental y del
método asociativo en esta situación: nada sobre las condi-
ciones de posibilidad del proceso asociativo, nada tampoco
sobre la consistencia de las formaciones y procesos psíqui-
cos que se manifiestan en las cadenas asociativas produci-
das en y por el agrupamiento de varios sujetos. La torna en
consideración del método asociativo en situación psicoanalí-
tica de grupo fue propuesta por primera vez por S. H. Foul-
kes en 1964. No parece que Foulkes mismo la haya some-
tido a una elaboración profunda, y sus discípulos no han
desarrollado, hasta donde sé, investigaciones en esta di-
rección.
Sin duda era incuestionable, para los fundadores de la
práctica, operar una transposición del método de la asocia-
ción libre y del enunciado de la regla fundamental a partir
de la situación de la cura individual: los descubrimientos
posibilitados por esta transposición justificaban probable-
mente que uno se atuviese más a los resultados clínicos y al
conocimiento de los contenidos psíquicos así sacados a la luz
que al método utilizado para llegar a ellos. Supongamos que
la segunda generación de los psicoanalistas movilizados por
la práctica psicoanalítica en situación de grupo se haya vis-
to llevada a cuestionar más firmemente las relaciones entre
el método, la clínica y la teoría, a interrogar los modos de
constitución del saber para evaluar su consistencia, sus lí-
mites y sus fallas: en todo caso, la cuestión metodológica de
la asociación libre y de la regla fundamental no ha llegado a
articularse con la especificidad del dispositivo de grupo, o,
más exactamente, y ahí surge una dificultad, con la especifi-
cidad de la situaci.ón grupal a través de la diversidad de los
dispositivos puestos en marcha.
Es sorprendente la dimensión de esta laguna. Ella cues-
tiona los fundamentos en el psicoanálisis de toda situación,
toda práctica y toda teorización que invoque sus paradig-

40
mas teóricos y metodológicos. Formular esta interrogación
no invalida, evidentemente, las adquisiciones de esta prác-
tica; expresa la exigencia de superar el relativo empirismo
en el que se mantiene, a fin de reconocer sus apuestas. Aquí,
como en cualquier otro lugar donde el método del psicoaná-
lisis y sus conceptos teóricos son convocados para estructu-
rar una práctica que deriva de ellos, no debemos desconocer
lo que implica esta referencia a la hipótesis constitutiva del
psicoanálisis: que sólo el método que la especifica abre el ac-
ceso al conocimiento y al tratamiento de esa parte de la
realidad psíquica clivada de la conciencia, que no nos sería
accesible de otro modo.

La situación de grupo como dimensión


problemática del método psicoanalítico
La razón de esta laguna no es dificil de hallar: radica en
que las relaciones entre el método psicoanalítico y la cons-
trucción de su objeto teórico son interdependientes. Al po-
ner en marcha el obrador metodológico, se nos precipitan to-
dos los problemas teóricos dejados en suspenso. Dos cuestio-
nes principales deben ser elaboradas.
La primera concierne a los objetivos a que apunta el mé-
todo: el objetivo del psicoanálisis como método de trata-
miento y de conocimiento del inconsciente es indisociable-
mente volver disponible para el sujeto, en una situación
apropiada, el acceso a su conflicto inconsciente y a sus efec-
tos, y tratar de ese modo los trastornos psíquicos que lo obs-
taculizan en su capacidad de amar, trabajar y crear. Aplica-
da al grupo, esta proposición encierra una ambigüedad, en
la medida en que el grupo es potencialmente a la vez el me-
dio, el agente y el objeto del método. Se admitirá empírica-
mente que el método del psicoanálisis pueda movilizar las
propiedades morfológicas, dinámicas y funcionales del
agrupamiento de varias personas para posibilitar la expe-
riencia, es decir, el conocimiento y tratamiento de procesos
y formaciones psíquicas del inconsciente que no serían
accesibles de otro modo. ¿En qué condiciones, para qué fi-
nes, y según qué efectos? ¿No basta definir a qué objetivo
está supeditado el método en la situación de grupo: al del
análisis del sujeto singular? Pero, ¿de qué sujeto se trata?

41
¿A qué formaciones del inconsciente, que la cura no hubiera
tomado en consideración, posibilita el acceso? ¿Se trata de
analizar al grupo como conjunto, supuesto lugar de una rea-
lidad psíquica propia? En ese caso, ¿cuál sería su sujeto y có-
mo articular allí las relaciones de los sujetos que lo constitu-
yen? Las respuestas a estas dos interrogaciones son pro-
puestas por algunos casos cuyos extremos son particular-
mente instructivos; o bien la situación de grupo es utilizada
como un medio de tratamiento estrictamente individual, y
entonces excluye el análisis de los fenómenos psíquicos que
se desarrollan específicamente en la situación; o bien, a la
inversa, el análisis de los procesos psíquicos se efectúa sólo
en el nivel del grupo, se interpreta sólo «en términos de
grupo», y nunca en términos de la relación singular del suje-
to con su mundo interno, en cuanto lo que de ella se mani-
fiesta en y por la situación de grupo.
El segundo conjunto de interrogantes concierne a los
parámetros metodológicos específicamente comprometidos
en el dispositivo y en la situación psicoanalítica de grupo.
Debemos considerar las condiciones de posibilidad constan-
tes de toda situación psicoanalítica, definir sus especificida-
des grupales e interrogarlas en sus relaciones con los objeti-
vos teóricos y terapéuticos. Las investigaciones deberán or-
ganizarse en torno de tres ejes principales: ¿cuáles son las
modalidades, los contenidos y efectos de las transferencias y
de la contratransferencia (o de las formaciones, cuando va-
rios psicoanalistas están asociados en la función psicoanalí-
tica)? ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad del proceso
asociativo, los contenidos de las cadenas asociativas y los
efectos de la asociación libre entre varios sujetos, para cada
uno de ellos y en el conjunto grupal? ¿Según qué modalida-
des, sobre qué contenidos, a qué destinatarios se dirigen las
interpretaciones, las propuestas por el (o los) psicoanalis-
ta(s), pero también las asociaciones de efecto interpretativo
producidas en las cadenas asociativas? La correlación de
estos tres parámetros del método exige elaborar tres hipóte-
sis consistentes que actualmente no están disponibles: so-
bre el trabajo de la escucha psicoanalítica en situación de
grupo, sobre el trabajo de la re-significación, sobre el estatu-
to de la palabra hablada, del pensamiento y del discurso
sostenido a varias voces, en la polifonía de la intersubjetivi-
dad y de la interdiscursividad.

42
Una dificultad crucial debe ser puesta en evidencia: co-
rresponde a las particularidades de las transferencias en la
situación de grupo. Las transferencias se difractan y conec-
tan allí sobre varios objetos; además, y sobre todo, son dis-
tribuidas de una manera disimétrica entre los participantes
y el psicoanalista, y por este hecho son diferentemente tra-
tadas por unos y otro. Toda la dificultad, y toda la apuesta
del proceso emprendido en la situación psicoanalítica de
grupo, está en que los otros «responden», mientras que ese
«otro» que es el psicoanalista no responde, o no de la misma
manera.

La cuestión de la regla fundamental

La regla fundamental sólo se llama así porque especifica


el enunciado estructurante del método de la asociación libre
propio del psicoanálisis en la situación de la cura. Esto quie-
re decir ante todo que no se la puede disociar, en esta situa-
ción, del campo tránsfero-contratransferencial que allí se
despliega. Ciertamente, los objetivos asignados a esta regla
han podido variar según cambiaban la representación de
las metas del trabajo psicoanalítico y las concepciones de la
causa de los trastornos psíquicos. Pero el propósito funda-
mental de la regla fundamental sigue siendo constante: se
enuncia para abrir al analizando el acceso a la realidad psí-
quica y a su actividad mental inconsciente, a las especifici-
dades de su conflicto fundamental y de su economía psíqui-
ca, al conocimiento de su posición de sujeto deseante y de Yo
pensante, a las resistencias que, desde varios lados, se opo-
nen al devenir consciente.
Correlativamente, la enunciación de la regla fundamen-
tal y el mantenimiento de las condiciones de posibilidad de
la asociación libre definen en una parte esencial la función
propia del psicoanalista. En efecto, sólo la asociación libre
en la transferencia funda la validez de la interpretación. Fi-
nalmente, la eficiencia de la regla fundamental en la situa-
ción psicoanalítica está subordinada, siguiendo a Freud, a
la sumisión previa y continua del psicoanalista a la expe-
riencia misma del psicoanálisis y a las formas del trabajo
psicoanalítico exigidas por su función. Esta es, según S . Fe-
renczi, la segunda regla fundamental.

43
Así, la cuestión planteada por la regla fundamental, el
proceso asociativo y el despliegue de cadenas asociativas, se
sitúa exactamente en la articulación de los paradigmas
metodológico, teórico y praxológico del psicoanálisis.
Cuando pasamos de la situación de la cura individual
a la del grupo, el campo de investigación interroga necesa-
riamente el estatuto de esos paradigmas y sus relaciones.
Reencontramos aquí la dificultad que señalaba más arriba.
¿A quién se dirige el psicoanalista cuando propone la regla
fundamental en situación de grupo: a cada uno considerado
en su singularidad o a un conjunto de sujetos agrupados?
Suponiendo que la formulación de la regla sea idéntica a la
enunciada en la cura, las condiciones intersubjetivas en las
que es propuesta y recibida modifican necesariamente los
procesos asociativos y las cadenas asociativas: ¿qué objeti-
vos se presuponen a la utilización de este método y cuáles
son sus efectos? Si es evidente que quienes hablan asocian-
do libremente en un grupo son sujetos singulares, ¿qué
coacciones y qué efectos de análisis están definidos por el
hecho de que la asociación «libre» se produce en una situa-
ción intersubjetiva de grupo? ¿Qué es hablar libremente en
la red de varias series asociativas producidas por un con-
junto de sujetos? ¿Quién y qué habla en ellos o por ellos?
Sólo hemos comenzado a formular una parte de las pre-
guntas. Otras más surgen cuando tomarnos en considera-
ción el lugar, el funcionamiento y la función del psicoana-
lista en tal situación : lo que él emplaza, inviste, desplaza en
el grupo con relación a la cura, las representaciones más o
menos teorizadas con que cuenta acerca del funcionamiento
psíquico en los grupos, todos esos elementos inciden sobre
su relación con la enunciación y el enunciado de la regla
fundamental. Determinan, por un lado, los contenidos, las
modalidades y las condiciones subjetivas de escucha de las
cadenas asociativas producidas en situación de grupo; por
otro lado, modifican el análisis de las transferencias y de la
contratransferencia y, finalmente, por otro lado, que está en
correlación con los precedentes, organizan los contenidos y
las destinaciones de la interpretación.
Las dimensiones específicas del trabajo del psicoanalista
en situación de grupo deben ser descubiertas y elaboradas:
las condiciones de la escucha se definen por la exigencia de
la atención parejamente flotante respecto de las manifesta-

44
ciones del inconsciente. ¿Puede realmente esta atención dis-
tribuirse a cada uno de los sujetos, a sus relaciones y al con-
junto en cuanto tal, o bien se limita necesariamente a foca-
lizaciones preferenciales? Por ejemplo, si la escucha y la
atención recaen sobre los sujetos singulares, «individuales»,
¿qué estatuto conferir al discurso que se forma en el proceso
intersubjetivo grupal? La escucha ¿se centrará sobre el
conjunto, sobre «el grupo»? En ese caso, ¿qué devienen en la
escucha y el pensamiento del psicoanalista los sujetos consi-
derados uno por uno en la singularidad de su fantasía y de
su palabra, sujetos a los que se les propone devenir y ser Yo
en el grupo, ahí donde era el grupo? O bien, además, ¿esta
atención se cultivará preferentemente en la escucha de las
formaciones intermediarias, nodales, articulares, sobre el
límite y la interfaz entre el espacio psíquico intra e inter, ahí
donde se mantienen también los síntomas y las formaciones
de compromiso? ¿Cuáles serían entonces la clínica y la teo-
ría de esas funciones que encarnan las figuras de porta-pa-
labra, porta-sueño, porta-ideal, porta-síntoma, y que yo lla-
mo funciones fóricas?
Todas estas preguntas destacan que la escucha y la in-
terpretación no pueden hacerse independientes de una teo-
ría de los lugares, las economías y las dinámicas psíquicas
donde se producen las significaciones, donde se crea el sen-
tido. El psicoanalista se encuentra allí contratransferen-
cialmente comprometido, como sujeto del inconsciente y co-
mo garante de una situación de la que es instituyente, no
autor.

Contribuciones de la lingüística al estudio de los


actos de palabra interlocutorios
Lo impensado de los procesos asociativos en los grupos
se topa con un doble obstáculo: sin resolverlo, acabo de des-
cribir el primero, del lado del psicoanálisis. El segundo se
ubica del lado de los aportes de la lingüística al análisis de
las situaciones polilogales o interlocutorias: el balance de
las investigaciones llevadas a cabo en este dominio es extre-
madamente fructífero y debería coincidir con algunas de las
preguntas que plantea el análisis de los procesos interaso-

45
ciativos en los grupos, una vez establecida la diferencia de-
cisiva entre las situaciones de comunicación estudiadas por
los lingüistas y la situación irreductible a cualquier otra que
constituye la situación psicoanalítica, y que se especifica
por la regla fundamental. Evidentemente, esta diferencia
deberá precisarse más.
En su contribución lingüística a las ciencias humanas,
C. Hagege {1985, pág. 235 y sig.) afirma que, en ese último
cuarto de siglo, interesarse por el lenguaje es interesarse
por el hombre en el uso que este hace de él: el hombre es, por
naturaleza, dialogal (y debe entenderse diálogo en sentido
amplio, incluyendo el poh1ogo), y no podemos sino integrar
en la definición de la lengua las propiedades ligadas a las
instancias de interlocución. Su teoría de los tres puntos de
vista, que describe las tres vertientes del estudio de las len-
guas, establece lazos indisolubles entre el punto de vista
morfosintáctico, el punto de vista semántico-referencial y el
punto de vista enunciativo-jerárquico. Este último describe
las relaciones de interacción de locutor a oyente: «El locutor
elige una estrategia de presentación, introduciendo una
jerarquía entre lo que enuncia y aquello acerca de lo cual
enuncia» (op. cit., pág. 208). La perspectiva propuesta por
C. Hagege cimenta solidariamente estos tres puntos de
vista, al unir explícitamente las estrategias enunciativas a
la sintaxis y a la semántica. Dicho de otro modo, los efectos
de sentido resultan a la vez de la estructura morfosintáctica
del signo lingüístico, de las coacciones semántico-referen-
ciales y de las condiciones interindividuales en las que se
efectúan las interlocuciones.
Hagege define el marco estrictamente lingüístico de la
consideración del punto de vista enunciativo-jerárquico: la
noción de enunciador psicosocial, constituido por el conjun-
to locutor + enunciador y por sus relaciones disimétricas, es
sólo lingüística; no describe «una subjetividad hablante»,
sino una relación de interlocución, es decir, «toda interac-
ción lingüística en situación de frente a frente, definitoria
de la especie humana en profundidad» (op. cit., pág. 235). La
relación de interlocución es esencialmente una conducta
lingüística de naturaleza reguladora: «En cualquier caso, lo
que caracteriza a la actividad de los copartícipes es la cons-
trucción solidaria de un sentido» (ibid.).

46
Lenguaje e intersubjetividad
Los vínculos entre grupo (intersubjetividad) y lenguaje
(palabra hablada) son una de las preocupaciones centra]es
de los mitos, de los primeros lingüistas, de los primeros et-
nólogos. Junto a los trabajos pioneros de E. Sapir, los de
Leenhardt (Do kamo) siguen siendo ejemplares de esta
corriente de investigación que sostiene el paralelo entre es-
tructura social, estructura de la lengua y uso de la palabra.
Estas investigaciones se desarrollan hoy sobre otras bases,
con los trabajos de la lingüística pragmática y sus diversas
ramificaciones, entre ellas, las del análisis conversacional y
el análisis interlocutorio, desarrollos fecundos de las inves-
tigaciones de Bajtin y del análisis dialógico surgidos de la
corriente bajtiniana. Otras corrientes de investigación, más
centradas en la estructura del lenguaje, sostienen que la
lengua misma es diálogo, composición de preguntas y res-
puestas, despliegue de aserciones, pruebas, debates contra-
dictorios. Tal sería el modelo de tipo dialógico, aquí nueva-
mente tributario de las investigaciones de M. Bajtin, que or-
ganizaría el sentido de la frase en la relación de las frases
entre sí. Todas estas investigaciones sitúan el acto de pala-
bra en la mutualidad intersubjetiva a fin de concebir nue-
vos fundamentos para la lingüística.

Bajtin y la polifonía del discurso


El aporte de M. Bajtin es particularmente valioso para
nuestras investigaciones, no sólo a causa de su posteridad
en la pragmática del discurso, sino sobre todo porque su no-
ción de polifonía y de dialoguismo puede, mutatis mutandis,
ilustrarse con el concepto de la grupalidad psíquica. 2
Sabemos que Bajtin introdujo primero en el análisis de
la estructura literaria la idea de que la obra se elabora en el
cruzamiento de otras estructuras, tal como el estatuto del

2 Hoy, apreciando la importancia de las investigaciones de M. Bajtin, de-


bo reparar una especie de deuda a posteriori para con él, puesto que la no-
ción de un efecto de polifonía en la organización «grupal» del inconsciente
y en la interpretación en situación de grupo se me ocurrió a partir de 1967
para calificar la especificidad del discurso que allí se sostiene.

47
vocablo es el de un diálogo (más tarde una polifonía) de va-
rias escrituras: las del escritor, de sus personajes, del des-
tinatario, del contexto histórico, ético, cultural; esas escri-
turas se sedimentan en ellas, y el vocablo lleva la huella de
esta sobredeterminación en su ambivalencia o en su poli-
valencia.
Esta organización dialógica caracteriza, según Bajtin, la
esfera misma del lenguaje: lo demuestra con referencia al
discurso carnavalesco3 y ante todo con los problemas del
lenguaje poético en la novela dostoievskiana. 4 Extiende su
principio a toda producción semiótica, intrínsecamente
ambivalente, doble (una y otra): la lógica que la organiza no
es la de la determinación lineal y la identidad, sino aquella,
transgresora, de la lógica del Sueño o de la Revolución. Allí
opera otra ley, sin ninguna duda la que hace descubrir a Ar-
taud o a Pessoa «los innumerables estados del ser».
Con el concepto de polifonía, Bajtin pone en cuestión en
la teoría literaria la creencia en la unicidad del autor. Pero
Bajtin no limita su análisis al lenguaje poético en la novela
polifónica; el acto de palabra y la enunciación5 son conside-
rados en su naturaleza social, en la interacción verbal. Sos-
tiene la idea de un auditorio social interno y propio de cada
individuo, en «cuya atmósfera se construyen sus deduccio-
nes, sus motivaciones, sus apreciaciones». La palabra se
orienta por dos determinaciones, contiene dos caras: «Está
determinada tanto por el hecho de que procede de alguien
como por el hecho de que se dirige hacia alguien. Constituye
justamente el producto de la interacción del locutor y el
oyente. Tuda palabra sirve de expresión a uno con relación a
otro ... , la palabra es el territorio común del locutor y del
interlocutor».
Esta orientación ha proporcionado a los lingüistas, a los
filósofos del lenguaje6 y a los psicolingüistas7 la base de una
3 Franr;ois Rabelriis et la culture populaire sous la Renaissance (1965).
4 Les problemes de la création chez Dostofeuski (1963). Traducido al fran-
cés como Les problemes de la poétique de Dosto'ieuski (1970).
5 Cf. su ensayo de aplicación del método sociológico en lingüística: Le
marxisme et la philosophie du langage (1929).
6 Principalmente F. Jacques y sus investigaciones lógicas sobre el

diálogo (1979). Se consultará también con provecho el bello estudio que


T. Tudorov ha consagrado a M. Bajtin y a los Ecrits du Cercle de Bakhtine
(1981), en particular el capítulo 7, sobre la antropología filosófica de su
autor: la idea fundamental es que el otro es necesario para realizar la

48
renovación de las teorías de la enunciación. 8 Falta que los
psicoanalistas emprendan la reelaboración de las tesis de
Bajtin en el campo del análisis del proceso asociativo, prin-
cipalmente en cuanto al estatuto intrapsíquico de lo que él
designa como «auditorio social». Es sorprendente que el es-
tructuralismo saussuriano haya proporcionado por sí solo el
terreno de la transposición metafórica (en el mejor de los ca-
sos) de la lingüística en el psicoanálisis, aunque Lacan haya
sido, parece, un buen conocedor de Bajtin.
Recordemos cómo F. de Saussure describe lo que él llama
el «estado de la lengua» a partir de dos teorías: la teoría de
los sintagmas y la teoría de las asociaciones, más tarde de-
nominada teoría del paradigma; el eje sintagmático de un
enunciado es ese sobre el cual los términos son situados jun-
tos en un orden conforme a las leyes del lenguaje (lo que se
dice, lo que no se dice), y bajo el efecto de una ley de lineali-
dad, anterior a todas las leyes gramaticales: esta ley pres-
cribe que en el mismo emplazamiento del eje sintagmático
solamente puede concurrir una sola entidad lingüística; es-
ta ley preserva la distinción de los signos lingüísticos y cons-
tata que «no se puede decir todo a la vez».
El eje paradigmático es aquel sobre el cual se efectúa la
elección de los términos de la cadena sintagmática. En cada
emplazamiento distinto de esta pueden concurrir asociacio-
nes en relación de equivalencia con el término sustituido.
Saussure señala que los términos asociados guardan rela-
ciones definidas por la memoria, pero que no hay ley para
determinar un orden en las asociaciones.
La heterogeneidad de estos dos ejes, destacada por Saus-
sure, ha servido de base al desarrollo de la lingüística es-
tructural en la corriente psicoanalítica alentada por Lacan:
el hecho de que el primer eje funcione in praesentia y el se-
gundo in absentia es propio para postular una semiótica de
la significancia (E. Benveniste) y para sostener que lo dicho
sólo se comprende con relación a un no-dicho, pero no para

percepción de sí mismo. Las citas de textos de Bajtin ponen de relieve una


excelente crítica de los componentes imaginarios del solipsismo especular
(págs. 146-7).
7 Cf. A. Trognon y sus investigaciones sobre el análisis interlocutorio.
8 Cf. principalmente el semanálisis de J . Kristeva (1969) y la reconside-
ración por O. Ducrot (1980, 1984) y por A. Berrendonner (1981) de la no-
ción bajtiniana de polifonía.

49
introducir una lingüística de los actos de palabra, es decir,
una semántica del discurso.

Investigaciones lingüísücas sobre el estatuto de la


intersubjetividad en el lenguaje
Curiosamente, las teorías lingüísticas, en su mayoría, no
han integrado la dimensión de la intersubjetividad en su
estudio del lenguaje. En el intento de hacer un balance de la
cuestión, N. Gelas señala su paradoja, «puesto que el len-
guaje sólo existe por un sujeto que lo habla -y que lo habla
a otro sujeto» (1986, pág. 137). N. Gelas considera la actitud
de F. Saussure como ejemplar de esta puesta a distancia
cuando escribe que la lengua es el único objeto de la lingüís-
tica propiamente dicha. La lengua es considerada como in-
dependiente de los individuos, no se presenta como una fun-
ción de los sujetos hablantes sino como un puro sistema de
reglas. También Chomsky y los teóricos de la lingüística
transformacional excluyen la cuestión de la intersubjetivi-
dad y el mundo de la enunciación.
Para N. Gelas, la noción de intersubjetividad emerge
cuando intenta constituirse una lingüística de la palabra
hablada, es decir, «un estudio de la lengua en el marco del
discurso» (ibid.). Cita a E. Benveniste cuando, introducien-
do el problema de la subjetividad en el lenguaje,9 propone
considerar «la lengua en tanto asumida por el hombre que
habla y en la condición de intersubjetividad, lo único que
hace posible la comunicación lingüística» (E. Benveniste,
1966, pág. 266). El sujeto hablante se dirige siempre a otro
sujeto y el yo instala obligatoriamente un tú frente a él. Es
precisamente esta correlación de subjetividad lo que des-
cribe Benveniste: 10 «La conciencia de sí sólo es posible si se
experimenta por contraste: sólo empleo yo al dirigirme a al-
guien que en mi alocución será un tú. Esta condición de diá-

9 Benveniste precisa el estatuto que da a la subjetividad: .. La subjetivi-


dad de la que aquí nos ocupamos es la capacidad del locutor de erigirse co-
mo sujeto» (ibid., pág. 259).
10 Se observarán los acentos bajtinianos de todo el pasaje que sigue, y

que describe notablemente el principio dialógico y la referencia central a


la alteridad como condición del sujeto.

50
logo es constitutiva de la persona, porque implica en reci-
procidad que yo deviene tú en la alocución de aquel que a su
vez se designa como yo. Vemos ahí un principio cuyas conse-
cuencias deben desplegarse en todas las direcciones. El len-
guaje sólo es posible porque cada locutor se plantea como
sujeto, remitiendo a sí mismo como yo en su discurso. Por es-
te hecho, yo plantea otra persona, la que, completamente
externa como es a «mÍ», deviene mi eco al que le digo tú y
que me dice tú (. .. ) La polaridad de personas es la condición
fundamental en el lenguaje» (op. cit., pág. 259).
El reconocimiento de los hechos de lenguaje que tra-
ducen esta correlación de subjetividad, es decir, esta inter-
subjetividad, se efectúa en dos dimensiones: la dimensión
enunciativa, a partir de los marcadores de apropiación de la
lengua y de la relación con el enunciado, pronombres perso-
nales, expresión del espacio y del tiempo ... la lista de los ín-
dices de enunciación es muy amplia; la dimensión ilocuto-
ria, a partir de los enunciados en situación de comunicación,
en cuanto son actos de lenguaje tomados a cargo por un su-
jeto. El sentido de los intercambios está constituido por el
contenido informativo de las frases y por el juego intersub-
jetivo que se despliega en ellas.
Con los trabajos de J. Austin, J. Searle, O. Ducrot,11 la
lingüística describe los enunciados como lugares donde el
emisor desarrolla respecto del destinatario un conjunto de
estrategias que se inscriben en la estructura de la frase y en
la organización de la lengua: sin embargo, precisa N. Gelas
(op. cit., págs. 142-3), la lingüística del discurso dirige su in-
terés a los fenómenos subjetivos más bien que propiamente
intersubjetivos: la enunciación es descripta esencialmente
desde el punto de vista del emisor del mensaje, y no en el
conjunto del recorrido comunicacional propio del diálogo,
hecho de enunciaciones sucesivas e intercambiadas: en defi-
nitiva, en estos estudios, el sujeto hablante, aun si inscribe
al otro en su discurso, es aprehendido ante todo a través de
sus enunciados monologales. De este modo, la simetría del
yo y del tú supone que emisor y destinatario «Se enfrentan
en una especie de cara a cara ideal (o narcisista) y, con el
11 Según Ducrot, el objeto de la lingüística pragmática es describir la ac·

ción humana llevada a cabo por medio del lenguaje: cómo es posible servir-
se de las palabras para ejercer una influencia, y más especialmente lo que
se supone, según el enunciado mismo, que la palabra hablada hace.

51
mismo código, se transmiten alternativamente informacio-
nes según el protocolo de un intercambio libre, consciente,
controlado y transparente» (op. cit., págs. 144-5). No se po-
dría decir mejor que la dimensión de la subjetividad no pue-
de desentenderse de la alteridad interna que contiene;
N. Gelas lo percibe perfectamente al destacar, con los traba-
jos de J. Milner, que los interlocutores nunca hablan com-
pletamente la misma lengua pese a cierto consenso, que la
comunicación es siempre parcial e imperfecta y que emiso-
res y receptores son irreductibles uno al otro.

Enunciados dialogales y procesos


conversacionales

La noción de intersubjetividad sólo es verdaderamente


tomada en cuenta cuando la lingüística se interesa en los
enunciados dialogales y en los procesos conversacionales. 12
En los trabajos de J. y J.-C. Milner, locutor y oyente son con-
siderados como dos personas diferenciadas «que actúan uno
sobre el otro en una operación dinámica y móvil de cons-
trucción del sentido». A. Culioli insiste sobre la disimetría
de los sujetos hablantes y sobre el movimiento de acomo-
dación intersubjetiva que preside todo acto de lenguaje y
que construye su significación. La lingüística intentará
estudiar entonces cómo se construye el sentido en una rela-
ción intersubjetiva, a través de la interacción de los partici-
pantes de un diálogo: dirige su interés a lo que C. Hagege
describe como «la construcción solidaria del sentido».

12 Aunque los trabajos de J.-J. Gumperz estén principalmente orienta-

dos hacia una etnografia de la comunicación, también son una sociolin-


güística de las relaciones interpersonales y, por esta razón, deben ser
mencionados entre las referencias fundadoras del análisis de las conver-
saciones (J.-J. Gumperz, D. Hymes, 1972; J.-J. Gumperz, 1981, 1989).
Gumperz se caracteriza ante t.odo por su rechazo a someter el análisis del
lenguaje a un determinismo que se ejercería a partir del solo sistema
lingüístico, sin relación con la actividad lingüística de los sujetos ha-
blantes: la actividad lingüística está ligada a las relaciones interpersona-
les y la conversación es el terreno preferente donde se manifiestan la di-
námica interpersonal, las estrategias de interacción, la actividad interpre-
tativa de los locutores y las restricciones socioculturales que las singula-
rizan.

52
La lingüística se da en consecuencia por objeto el estudio
del lenguaje como actividad intersubjetiva, y por objetivo la
elaboración de los modelos de estructuración de los inter-
cambios verbales. El análisis conversacional será la herra-
mienta con la cual intentará ordenar sus principios de orga-
nización: giros verbales, secuencias de apertura y cierre, re-
corte jerárquico, recaptaciones, etcétera.
Detengámonos un instante en el problema de la recapta-
ción por parte de un locutor del discurso de otro locutor: este
problema tiene su correspondiente en el proceso asociativo
grupal. Ha sido explorado por varios investigadores, y prin-
cipalmente por O. Ducrot (1984), sobre la base de una
apuesta teórica importante que concierne a la teoría poli-
fónica de la enunciación: Ducrot refuta un postulado de la
lingüística moderna (comparatismo, estructuralismo,
gramática generativa), el de la unicidad del sujeto hablan-
te, postulado según el cual cada enunciado poseería un
autor y sólo uno. El análisis preciso del caso de la recapta-
ción del enunciado muestra, según él, que esta tesis no se
sostiene.

Análisis interlocutorio y proceso de grupo

El análisis del tratamiento de las negociaciones de grupo


pone en evidencia el estatuto del destinatario en el diálogo y,
más precisamente, en el polílogo. En el caso del diálogo, el
locutor es generalmente superponible al enunciador, mien-
tras que el oyente lo es al destinatario. A. Trognon y J. La-
rrue (1988) destacan, recordando los trabajos de Goffman,
que, cuando el diálogo se desenvuelve en presencia de un
tercero, aun cuando este no intervenga, el locutor desdobla
potencialmente sus destinatarios. Precisan que, cuando el
número de oyentes es superior a la unidad, y todos son sus-
ceptibles de intervenir en la conversación a partir del enun-
ciado del locutor, el destinatario ya no es una constante,
como en el diálogo en sentido estricto, sino una variable que
recorre al conjunto de los oyentes: «La recaptación del dis-
curso de otro participante genera, en un polílogo, una nego-
ciación que se desarrolla en red». El análisis de la produc-
ción de la conversación, que es el proceso mismo de la for-
mación del grupo, permite despejar diversas modalidades

53
de recaptación del discurso: aquellas cuya función es de
asentimiento o de evocación ponen en marcha procesos de
co-acción entre los participantes. Estas modalidades se
distinguen de aquellas otras cuya función es de negociación,
que generan procesos de interacción y de confrontación de
puntos de vista entre los interlocutores y, simultáneamente,
en la palabra de un mismo locutor (op. cit., pág. 68).
Este estudio ilustra bastante bien el marco general en el
cual se inscriben los trabajos de A. Trognon y sus colabora-
dores: en el cruce de la lingüística pragmática, sobre la ver-
tiente del análisis de las conversaciones y de la psicosocio-
logía de las interacciones, poniendo el acento en los procesos
de negociación. Su análisis está centrado en las conductas y
los comportamientos psico-socio-lingüísticos, en las conjun-
ciones constantes entre esos tres determinantes. En un
estudio publicado en 1991,A. Trognon propone que la inter-
locución es la matriz del proceso asociativo del que resulta
el grupo. El problema a tratar se formula así: ¿cómo unas
personas reunidas se aseguran de la identidad de sus conte-
nidos de pensamiento, o constituyen esta identidad y de ese
mismo modo se estructuran como grupo? Aquí nuevamente
el problema capital implicado en la estructuración del grupo
es la interacción: la función comparativa de la interacción
externaliza y objetiva los contenidos de pensamiento, tradu-
ciéndolos en acción. Un grupo se constituye poniendo en
marcha un sistema de acciones coordinadas. Trognon puede
precisar entonces que el vínculo asociativo mediante el cual
se forma el grupo reposa sobre dos procesos combinados: un
proceso de cooperación en el cumplimiento de una intencio-
nalidad colectiva; un proceso de fijación y de estabilización
de los contenidos de pensamiento de las personas implica-
das en la acción colectiva, que crea un grado de saber mutuo
necesario para el proceso precedente (1991, págs. 79 y 91).
La precisión metodológica y la potencia heurística de
estas investigaciones no pueden dejar indiferente a quien-
quiera que se interese en los procesos asociativos en las si-
tuaciones intersubjetivas. Plantean problemas estimulan-
tes al abordaje psicoanalítico del lenguaje, de la subjetivi-
dad y de los fenómenos de grupo, pero que debemos confron-
tar con esa diferencia capital que introducen el proyecto y
el dispositivo de la situación psicoanalítica de grupo: que
la enunciación de la regla fundamental ordena los procesos

54
interlocutorios en una dimensión que, por definición, el
abordaje psico-socio-lingüístico no considera; que esta regla
está destinada a hacer manifiestos los efectos del incons-
ciente y del trabajo de la asociación en el grupo y para cada
sujeto del grupo. Quedan por establecer, cada vez que se
presente la posibilidad de ello, los pasajes teóricos entre los
dos abordajes a partir de los análisis concretos.
Los trabajos semiológicos podrían prestar importantes
servicios a nuestras investigaciones, con la condición de in-
terrogarlos en su nivel de pertinencia: en un dispositivo de
grupo donde las asociaciones verbales son requeridas por
el enunciado de la regla fundamental, las asociaciones de
habla coexisten y componen, de una manera que nos es aún
oscura, con los procesos asociativos que se desarrollan se-
gún otros lenguajes (o «canales»), principalmente gestuales,
y en estrecha correlación con escenas dramáticas, acciones
de emplazamiento/desplazamiento corporales. La movi-
lización de lo visual como escena e instrumento de diversas
acciones psíquicas es verificada por todos quienes traba-
jan con grupos, pero las investigaciones casi no han ido más
allá de esa comprobación; de allí el interés de las investiga-
ciones psico-etno-semiológicas (cf. los trabajos de H. Mon-
tagner y J. Cosnier), y las de la corriente psicoanalítica so-
bre los significantes de demarcación y sobre los significan-
tes formales.

El aporte de los lingüistas de la interlocución:


balance
Los análisis propuestos por los lingüistas de la interlocu-
ción tienen el gran mérito de poner el acento sobre la ca-pro-
ducción de los actos de lenguaje, del sentido y del vínculo
intersubjetiva mismo.
¿Debemos objetar que la subjetividad y la intersubjetivi-
dad de las que hablan los lingüistas y los psicolingüistas no
son las que conciben los psicoanalistas? Estos fundan sus
posiciones sobre la hipótesis del inconsciente y de sus efec-
tos de subjetividad específicos, efectos que traduce el con-
cepto de sujeto del inconsciente. La concepción que propon-
go del sujeto del grupo no es idéntica a la del sujeto social,
sino que expresa una dimensión del sujeto del inconsciente.

55
Estos no son ni los objetos ni los objetivos de la lingüística.
Ciertamente, los procesos que esta describe atañen a suje-
tos comprometidos en posiciones subjetivas e intersubjeti-
vas que ellos no dominan y de las que no son conscientes,
pero esos procesos no por eso son inconscientes, es decir,
producidos por los mecanismos de defensa que constituyen
lo inconsciente como clivado de lo consciente.
Así pues, como ya lo he señalado, los procesos y formacio-
nes psíquicas incluidos en los modelos de la interlocución y
del análisis conversacional que proponen los lingüistas es-
tán lejos de carecer de interés para nuestra investigación.
Por más de una razón: fueron los primeros en describir las
modalidades de formación conjunta del sujeto del enuncia-
do, la intersubjetividad y sus polaridades asimétricas, y del
sentido. Otros trabajos, realizados por los psicosociólogos,
pusieron al descubierto los efectos del dispositivo conversa-
cional sobre la organización del discurso. Debemos tomar en
cuenta esos datos, principalmente cuando ponen en relieve
las estrategias de negociación del sentido, las apuestas del
consenso y las formaciones de creencia común que implica
toda empresa dialógica. F. Jacques (1979, págs. 266-72) ha
mostrado claramente el predominio de esta apuesta en la
formación de la opinión común: se constituye por un mo-
vimiento dialéctico y estabiliza por un tiempo una estruc-
tura implícita de discusión (op. cit., pág. 271). Se trata de
una propiedad constante de todo vínculo estable, claramen-
te localizada en la contradicción más o menos amplia entre
las exigencias de la convención y las de la infom1ación, es
decir, entre ciertas exigencias del grupo y ciertas exigencias
del Yo.
Retomando esta contradicción en términos de signos
absolutos opuestos a los signos relativos, V. Lemieux había
señalado (1967) que los discursos son más convencionales,
es decir, eficaces para acordar las mentes, cuando implican
poca información y, en consecuencia, modifican poco las re-
presentaciones. El intercambio convencional está saturado
de signos absolutos necesarios para el placer del consenso,
para el reconocimiento de lo semejante, para la confirma-
ción de la expectativa. Así es la composición del vínculo in-
terhumano fundamental, que los sociólogos han descripto
con el concepto de participación, los psicosociólogos con el de
comunicación y los psicoanalistas con la identificación.

56
El grado más alto de la convención es la insignificancia,
y el mensaje apunta sólo a establecer y hacer conocer la
identidad y el acuerdo de los participantes, a expresar y
mantener el código y la institución. En el otro extremo, el
grado más alto de información es la no-significancia, satu-
ración de la imprevisibilidad de la representación (V. Le-
mieux, op. cit., págs. 31-4).

Apuestas y obstáculos movilizados por el método


asociativo en los grupos
Esos análisis proporcionan a minima algunos puntos de
referencia para cualificar las apuestas y los obstáculos que
moviliza el método asociativo en los grupos. El debate
implica un grado de generalidad suplementario cuando se
lo considera bajo el aspecto de lo que D. Widlücher ha deno-
minado el problema de la comunicación psicoanalítica, ela-
borándolo a partir de los aportes de la lingüística de la
enunciación. Precisemos desde ahora lo que hace la diferen-
cia entre, por una parte, una lingüística socio-operativa,
para retomar la noción propuesta por C. Hagege, o una psi-
co-socio-lingüística de la interlocución, tal como la propone
A. Trognon, y por la otra, un abordaje psicoanalítico del len-
guaje y de la palabra en las situaciones de grupo organiza-
das por la enunciación de la regla fundamental.
La respuesta se elabora, sin duda alguna, en varios
niveles. El primero corresponde al estatuto teórico del suje-
to de la palabra, en tanto es sujeto del inconsciente y sujeto
del grupo: desde este punto de vista, no es la relación de
interlocución ni «el enunciador psicosocial» lo que constitu-
ye el campo de objetos del psicoanálisis. El segundo nivel
concierne al estatuto metodológico de la regla fundamental
y de la «comunicación» psicoanalítica, en cuanto es irreduc-
tible a cualquier otra forma de comunicación o, a fortiori, de
conversación habitualmente estudiadas por los lingüistas.
En la situación psicoanalítica, lo que es propio de la con-
versación ordinaria queda suspendido por el enunciado de
la regla fundamental y por la posición de reserva, repliegue
y escucha del psicoanalista. El (o los) «destinatario(s)» del
discurso asociativo, si está(n) incluido(s) en la estructura
dialógica de la enunciación del sujeto, no encuentran un

57
«correspondiente» directo en la escucha y el discurso del
analista; esta suspensión de la respuesta y esta puesta in
absentia del supuesto destinatario manifiestan y hacen
revelar al destinatario inconsciente; restituyen la polifonía
de la asociación y preservan el poder de despliegue de las
asociaciones: con la condición de que el psicoanalista no se
identifique con el objeto de la transferencia. El psicoanalis-
ta no está comprometido como interlocutor que produce una
interacción, sino como la condición que posibilita el descu-
brimiento de las formaciones del inconsciente, a través de la
escucha y la interpretación del discurso asociativo en la
transferencia. De ello resulta un tipo muy particular de dis-
curso y de «Comunicación». Así, en los dos niveles preceden-
tes está implicado un tercero; concierne a la teoría del fun-
cionamiento psíquico, especialmente de los procesos de pen-
samiento movilizados en la asociación libre en situación de
grupo o en cualquier situación pluripsíquica diferente a la
de la cura.
La situación de grupo en la que se enuncia la regla fun-
damental plantea un problema particular: la presencia si-
multánea e interactiva de varios participantes suscita ine-
vitablemente la negociación de representaciones y de signi-
ficaciones necesarias para la formación y el mantenimiento
del vínculo grupal. Desde este punto de vista, las produccio-
nes asociativas podrían corresponder al análisis interlocu-
torio, en la medida en que se manifiestan la búsqueda del
consenso, la formación de convención y de creencias, pro-
ducciones todas que van en una dirección opuesta a la que
sostiene la regla fundamental y en las que se podrían re-
conocer fácilmente las resistencias a cualquier intento de
descubrimiento de los efectos del inconsciente.
Lo que obstaculiza ese despliegue natural y posibilita su
reconocimiento es precisamente el valor que adquiere, en la
expectativa de los sujetos que se reúnen en tal situación,
la enunciación de la regla fundamental: es la conjunción de
la demanda y de la oferta de un dispositivo de comunicación
no convencional lo que, desde este punto de vista, posee el
mismo carácter de excepción que el dispositivo de la cura,
pero que genera en esta situación específica efectos específi-
cos. En esas especificidades se inscribe la experiencia psi-
coanalítica.

58
Panorama de las investigaciones psicoanalíticas
correspondientes a las relaciones del sujeto, de la
palabra y del grupo
La investigación de esas especificidades está aún poco
desarrollada, como lo he señalado a propósito de la insufi-
ciencia de los trabajos sobre la regla fundamental, la cadena
asociativa y los procesos que las organizan en los grupos.
Expondré más adelante las proposiciones de S. H. Foulkes.
Lo esencial de la investigación psicoanalítica se ha ce-
ñido naturalmente a tratar las relaciones del sujeto y del
lenguaje, y en algunos casos a tomar en consideración sus
inscripciones y la formación de sus relaciones en la inter-
subjetividad. Más raras aún son las investigaciones que
atienden al hecho de que el lenguaje, las obras del lengua-
je y de la palabra son también los depósitos, los memoriales
extrasubjetivos del inconsciente; al de que forman las es-
tructuras intersubjetivas donde se sustenta lo simbólico, las
mismas que instala la comunidad en el contrato social (cf.
Rousseau), para evitar que el cuerpo a cuerpo sea la salida
arrasadora y mortal del pensamiento y del vínculo.
Al reinstaurar la preponderancia de un modelo lingüísti-
co de inteligibilidad del sujeto del inconsciente, Lacan osciló
entre dos posiciones radicales: la pura determinación del
inconsciente por los efectos del lenguaje, y la toma en consi-
deración, cercana en esto al sistema triádico de Peirce, del
sujeto interpretante en la relación significado-significante.
Dentro de esta segunda perspectiva, la palabra hablada es
un acto interpretativo que corresponde en ese caso más bien
a la función del preconsciente que del inconsciente, y esta
función sólo se ejerce en y por la intersubjetividad. El dis-
curso del paciente puede tanto menos presentarse y ser des-
cifrado como un texto, cuanto que es acto interpretativo y
relación intersubjetiva.
Según supuestos teóricos diferentes, W. R. Bion pone el
acento, como J. Lacan, en la importancia de la función psí-
quica del Otro en el acceso al lenguaje, el uso de la palabra y
la formación del pensamiento; sostiene, con el concepto de la
fü.nción alfa, un vínculo psíquico de metabolización en el
Otro (el aparato psíquico de la madre) de los contenidos psí-
quicos inadecuados para transformarse por sí mismos en
representación de palabra. La función de acompañamiento

59
de la experiencia del infans por la voz y las palabras de la ·
madre ha sido retomada y destacada por P. Aulagnier,
quien, con los conceptos de porta-palabra y de sombra ha-
blada, pone vigorosamente en relieve la articulación de las
funciones interpretativa y continente del acompañamiento
con aquellas, estructurantes, de presentación de las prohibi-
ciones capitales y de transmisión de contenidos de represen-
tación marcados por la represión materna.
Los trabajos de D. Anzieu se introdujeron en una direc-
ción que se acerca a algunas de estas perspectivas, cuando
analiza la palabra como acto psíquico que articula investi-
dura pulsional (cf. l. Fonagy) y código organizado colectiva y
psíquicamente. También dentro de esta perspectiva, R. Gori
ha orientado sus trabajos sobre el cuerpo y el signo en el
acto de palabra; en una orientación que destaca asimismo la
función de envoltura o continente, R. Gori propone el análi-
sis de las murallas sonoras (1975) y D. Anzieu el de la envol-
tura sonora del sí mismo (1976).
Finalmente -pero esta exploración sumaria no es
exhaustiva-, los conceptos de significante enigmático (J.
Laplanche), de significante formal CD. Anzieu) y de signifi-
cante de demarcación (G. Rosolato) describen la inscripción
mnémica de experiencias a menudo intensas, precozmente
vividas y dotadas de una gran capacidad de impregnación
psíquica; los primeros permanecen en suspenso de sentido y
de significación, y concederemos a su puesta en sentido el
peso determinante de su recaptación significante via el apa-
rato de significar/interpretar (der Apparat zu deuten,
Freud, 1913) de otro sujeto; los segundos, distintos de los
significantes lingüísticos, organizan la comunicación no
verbal según pares de oposición elementales (presencia/au-
sencia; movimiento /reposo; emplazamiento/ desplazamien-
to; toma en sí/rechazo ... ) en los que prevalece la gestua-
lidad.
La cuestión de las relaciones del lenguaje y del grupo in-
teresó a Bion. En sus investigaciones sobre los pequeños
grupos y en algunos textos ulteriores, W. R. Bion centrará
sobre el relato bíblico de la Torre de Babel algunas perspec-
tivas marcadamente estimulantes sobre esta articulación,
pero no desarrollará los aspectos metodológicos correspon-
dientes en una proposición específica sobre los procesos aso-
ciativos y las cadenas asociativas en los grupos.

60
El estudio realizado en 1975 por M. C. Gear y E. C. Lien-
do, que parte de las proposiciones semiológicas de Prieto 13 y
del abordaje estructural de la comunicación familiar, aporta
también algunas hipótesis, pero no trata explícitamente so-
bre el estatuto de la palabra en la consideración psicoanalí-
tica de la psique y de los conjuntos intersubjetivos, sin duda
por falta de una hipótesis psicoanalítica lo bastante consis-
tente sobre estas relaciones.
Los trabajos de R. Gori sobre el objeto-palabra hablada y
sobre el acto de palabra en los grupos de formación (1972,
1973) tuvieron por objetivo articular la economía pulsional
y las representaciones de la palabra hablada como acto del
sujeto en los grupos. Prefiguraban una nueva zona de inves-
tigación sobre las modalidades de ligazón entre afecto y re-
presentación. Deberá proseguirse la investigación en la vía
que nos permitiría comprender mejor cómo la situación de
grupo provoca, en ciertos casos, no la ligazón, sino la diso-
ciación entre el afecto y el discurso.

Evolucwn de mis propias investigaciones


Mi interés por las cadenas significantes en el grupo y por
el proceso asociativo grupal se remonta a mis primeras in-
vestigaciones sobre los grupos organizados por la enuncia-
ción de la regla fundamental: más precisamente, a los pri-
meros ensayos que D. Anzieu y yo realizamos a partir de
1965. Entonces estaba interesado en la emergencia de tres
tipos de discurso en los grupos y en su relación cualitativa
con el trabajo asociativo: distinguía los «momentos» mito-
poéticos, utópicos e ideológicos. Ulteriormente (1971), me
ocupé en especial del discurso ideológico: me había llamado
la atención la parálisis del proceso asociativo cuando el aco-
plamiento grupal se anudaba en una repetición de la idea
idealizada, en la representación omnipotente de la causa-
lidad única. En esa época no estaba en condiciones de tratar
la pregunta que me planteaba: ¿cómo se ajustan la posición
y el discurso ideológico del sujeto singular con los que pro-
ducen los sujetos entre sí en situación de grupo?

l3 Cf. su ensayo de semiología psicoanalítica (1975)_

61
Para avanzar en este punto, debía prestar atención al
proceso asociativo en el lugar donde está determinado por la
función defensiva que cumple el recurso al ideal, a la idea
omnipotente y a los fetiches. Al mismo tiempo, me veía con-
frontado con el análisis de las angustias y resistencias acti-
vadas en el dispositivo psicoanalítico de grupo, con sus efec-
tos en la contratransferencia, principalmente cuando dos o
varios psicoanalistas trabajan juntos. Luego, a propósito del
análisis intertransferencial, formulé la idea de que el grupo
no es otra cosa que una cadena asociativa, y me interesé
principalmente en el estatuto del porta-palabra, del porta-
síntoma y del porta-sueño, en los mecanismos de sustitu-
ción, desplazamiento y representación-delegación que se
operan a través de las funciones cumplidas por estos.
Algunos años más tarde (1975-1976), el desarrollo de
mis investigaciones sobre los grupos internos y sobre el
apuntalamiento grupal del psiquismo me condujo a tratar
el grupo interno en su relación con el sueño. Hacia 1980, ini-
cié trabajos más precisos sobre las formaciones intermedia-
rias (Mittelbildungen) intrapsíquicas (pensamientos, in-
termediarios en la formación del sueño y en la cadena aso-
ciativa, síntomas, formación del yo ... ) e interpsíquicas (me-
diador, mensajero, representante) en el pensamiento freu-
diano. Despejé, a partir del análisis de sueños de grupo, el
proceso primario de difracción, distinto de la fragmentación
y del despedazamiento, y situé la función de ese proceso (al
lado del desplazamiento y de la condensación) en el proceso
grupal. La elaboración clínica que sostuvo esos trabajos fue,
por un lado, la clínica de las posiciones ideológicas, mitopoé-
ticas y utópicas en el sujeto singular y en los grupos; por
otro lado, la clínica del histérico en su grupalidad interna y
en su relación con el grupo; finalmente, la clínica del aconte-
cimiento traumático y de la elaboración intersubjetiva de
las huellas y significantes individuales en el grupo. Cada
una de estas exploraciones clínicas me convenció de cierta
homología de estructura entre el proceso de la cadena aso-
ciativa y el proceso psíquico grupal. El encuentro de estos
dos procesos en el grupo plantea la cuestión del sujeto a la
vez singular y plural, sujeto que habla su propia subjetivi-
dad, y sujeto hablado en una red intersubjetiva en la que él
es porta-palabra, porta-sueño o porta-síntoma. A partir de
esas dos estructuras asociativas, intenté despejar algunas

62
hipótesis sobre la especificidad de la cadena asociativa
grupal.

Una hipótesis rectora


La hipótesis principal que pongo a prueba y que propon-
go para el debate es que, bajo el efecto de la regla fundamen-
tal, la sucesión de las palabras y silencios que sobrevienen,
y que constituyen las cadenas asociativas en los grupos, se
rige por al menos dos lugares organizadores:

el primero es el que se ubica en los límites del aparato


psíquico individual, y debemos trabajar sobre las condi-
ciones de su funcionamiento en situación de grupo es-
tructurada por el enunciado de la regla fundamental y
por los efectos de las transferencias;
el segundo es el que se constituye en el grupo mismo, en
tanto composición específica de las ligazones intersubje-
tivas; debemos convenir en que, fuera de la noción-pan-
talla de un discurso global del grupo, no sabemos gran
cosa sobre esta cuestión, mejor explorada como tal por
las investigaciones del análisis interlocutorio y del aná-
lisis conversacional que por los trabajos de los psicoana-
listas.

En cada uno de esos lugares, el inconsciente se mani-


fiesta según lógicas, contenidos y efectos específicos, según
una economía y una dinámica psíquica doble y cruzada.
A partir de la hipótesis que propongo, me parece que
debería iniciarse la investigación en estas tres direcciones
principales.
La primera estará centrada en el sujeto y el Yo singula-
res en sus relaciones con el conjunto hablante en el que se
constituyen y diferencian: ¿cómo les es dirigida la palabra,
en qué condiciones pueden tomarla, qué dicen de sí mismos
y de los otros, a sí mismos y a los otros? Más precisamente:
¿cómo, a través de las palabras y discursos sostenidos en el
conjunto y que sostienen a cada uno del conjunto y de cada
uno, se ejerce una parte de la función represora? ¿Cómo se
constituyen ciertos contenidos de lo reprimido, y cómo se
predisponen las modalidades del retorno de lo reprimido?

63
¿Cómo se articulan en la relación de cada sujeto con la pala-
bra, con la significación, con el sentido y con el saber, lo en-
tre-dicho [entre-dit] y lo prohibido [interdit]? Para avanzar
en esta dirección, como en las siguientes, probablemente
habría que indagar en la validez y los resultados de las teo-
rías lingüísticas de referencia en el campo del psicoanálisis.
No está garantizado que el legado saussuriano sea aquí el
más pertinente. M. Bajtin y la lingüística pragmática per-
miten referencias que están más en resonancia con estas
cuestiones.
La segunda serie de preguntas tratará sobre las condi-
ciones, modalidades e implicaciones de la hipótesis que ad-
mitiría que algunas formaciones y procesos de pensamiento
o de discurso tienen una consistencia en el nivel del grupo:
la noción bioniana de una «mentalidad grupal» expresa a la
vez la idea de que algunas significaciones se producen en
grupo y de que algunas significaciones son propias del gru-
po en cuanto tal. 14 ¿Qué estatuto metapsicológico tendría la
noción de un Nosotros, homóloga a la del Yo, como sujeto del
pensamiento? ¿Qué posiciones psíquicas satisfacen los
mitos, las ideologías, las utopías, las teorías, en la estructu-
ra, la economía y la dinámica del conjunto? En sus relacio-
nes con la fantasía inconsciente compartida, ¿qué funciones
les están reservadas?
La tercera dirección de investigación trata acerca de las
articulaciones de la palabra, el pensamiento y el discurso en
los puntos de anudamiento del inconsciente en el aparato
psíquico individual y en el espacio grupal. Considera desde
este punto de vista, en la doble lógica que los constituye, el
porta-palabra, el porta-sueño, el mensajero, los mediadores,
las personas y los personajes del poeta, del héroe y del
historiador (el Dichter, cuyo retrato traza Freud al final de
Psicología de las masas y análisis del yo). Según esta pers-
pectiva, ¿cuál sería el estatuto metapsicológico y clínico de
las representaciones, discursos y pensamientos comunes y
compartidos? ¿Cómo concebir la conjunción de modalidades
intrapsíquicas e intersubjetivas de la represión, la denega-

14 La intuición de que los miembros de una misma familia desarrollan


«reacciones asociativas» del mismo tipo en el test de asociación verbal con-
d uj o a C. G. Jung (1907) a interesarse en este problema, pero las explora-
ciones resultaron excesivamente sumarias.

64
ción, la renegación, la alucinación, pero también de la hue-
lla, la memoria y la memorización?
Lo impensado capital de la regla fundamental, del proce-
so asociativo y de las cadenas asociativas en situación de
grupo arraiga en la sobredeterminación de todas estas difi-
cultades. La incertidumbre que subsiste en cuanto a las ver-
daderas apuestas de las modificaciones introducidas en la
construcción psicoanalítica, en lugar de poner esta laguna
al descubierto y de generar el debate, lo paraliza. Hasta tan-
to la cuestión no se plantee, la falta de conocimiento nos im-
pide incrementar o reducir anticipadamente su alcance. Por
mi parte, supongo que el psicoanálisis aún no ha recorrido
ni reconocido todo el espacio de su dominio teórico y de su
práctica. Nuestra tarea es transformar en dinámica de in-
vestigación las resistencias y los obstáculos que descubre.

65
2. El grupo como situación psicoanalítica

Introducir en el campo del psicoanálisis la cuestión del


grupo es formular la cuestión teórica de la realidad psíquica
que allí se produce y se transforma y, correlativamente, la
cuestión metodológica y clínica de sus condiciones de posibi-
lidad en tanto experiencia del inconsciente. Este proyecto
obliga a definir un dispositivo apto para comprender el mo-
do de existencia del inconsciente -y del sujeto del incons-
ciente- en situación de grupo. Todas las modificaciones y
todas las extensiones de la situación psicoanalítica prínceps
plantean problemas conjuntos de método, clínica y teoría.

Método psicoanalítico y dispositivo de grupo

Antes de introducir el grupo como situación psicoanalí-


tica, dos observaciones: cuando Freud formula la hipótesis
de una psique de masa, cuando propone los conceptos nece-
sarios para su investigación, no piensa en dotar a tal objeto
teórico de un dispositivo psicoanalítico correspondiente. La
posición negativa que adopta contra el análisis de varios su-
jetos reunidos en grupo, y que precisamente se apoya en la
consideración de dificultades metodológicas, clínicas y éti-
cas, no por eso anticipa soluciones a esas dificultades y no
paraliza, al contrario, la investigación teórica.
Por otro lado, el establecimiento de una situación psico-
analítica de grupo se constituye por un recorrido inverso del
que llevó a inventar la situación y el dispos_itivo prínceps de
la cura psicoanalítica. Ciertamente, esta invención se carac-
terizó por una primera inversión, y esta llevó a atender ex-
clusivamente a la realidad intrapsíquica, al ser neutraliza-
dos los efectos de seducción y dominación que se despliegan
a partir del núcleo histerógeno, estimulados en el frente a

67
frente, y concederse preeminencia a los procesos y conteni-
dos de la representación y de la palabra.
El problema que queda por resolver a partir de esta se-
gunda inversión es que el dispositivo de grupo no contradi-
ga, en el fondo, los requisitos teóricos y metodológicos del
psicoanálisis. El dispositivo de conducción de las curas indi-
viduales en frente a frente, hoy más frecuentemente utiliza-
do, si bien plantea dificultades particulares, no ha invali-
dado los fundamentos del método. Al contrario, porque los
principios metodológicos invariantes se han consolidado, los
dispositivos pueden tolerar variaciones apropiadas a su
objeto particular.
De este cambio de perspectiva podemos esperar el descu-
brimiento de formas de la realidad psíquica en parte inacce-
sibles precisamente a causa de la limitación que introducen
los diferentes dispositivos de la cura individual. Sólo una
metodología general del psicoanálisis constituiría un sis-
tema de criterios aptos para poner a prueba la calidad de los
efectos de análisis y de investigación que cada dispositivo
hace posibles.

Lo que selecciona toda situación psicoanalítica

La instalación de una situación psicoanalítica de grupo


que pretende satisfacer los requisitos del método psicoana-
lítico interroga el paradigma sobre el cual esta se ha cons-
truido.
Mi abordaje de la cuestión ha sido particularmente ilus-
trado por la reflexión de Paul Ricreur (1986) sobre la selec-
ción operada en la experiencia psíquica por las característi-
cas de la situación psicoanalítica: despeja cuatro criterios
principales de selección.
La exigencia de decir. El primer criterio de selección
planteado por el psicoanálisis es que la experiencia psíqui-
ca, particularmente el deseo inconsciente, es susceptible de
ser dicha. Esta restricción es propia de la técnica psicoanalí-
tica de la cura y obliga a pasar por el desfiladero de las pala-
bras, con exclusión de toda satisfacción sustitutiva. Esta
determinación metodológica remite necesariamente a un
presupuesto teórico que a la vez define lo que puede ser con-
siderado como el objeto del psicoanálisis; se trata esencial-

68
mente del deseo inconsciente en tanto significación capaz de
ser llevada al sentido, de ser descifrada, traducida e inter-
pretada.
El deseo humano se dirige a otro. El segundo criterio es
que la situación psicoanalítica selecciona lo que pone al de-
seo en relación con otro. Aquí, nuevamente, el criterio epis-
temológico está guiado por la dimensión central de la técni-
ca psicoanalítica. La dimensión de la transferencia se mani-
fiesta como algo distinto de una técnica: la transferencia es
considerada como una verdadera dimensión epistemológica
del psicoanálisis, como lo certifican varios textos de Freud.
Lo seleccionado está en condiciones de revelar la dimensión
intersubjetiva y el rasgo constitutivo del deseo humano:
susceptible de ser dicho, se dirige a otro.
La transferencia es la actualización de las diversas ma-
neras de tomar al propio analista como otro. El otro es evi-
dentemente susceptible de tomar diferentes estatutos en la
cura, pero con la condición de que el psicoanalista no se con-
funda con esos otros. La transferencia, lo sabemos, no es só-
lo repetición del conflicto psicosexual inconsciente genera-
dor de la situación neurótica, también es descubrimiento e
invención de las vías por las cuales la repetición puede ser
elaborada y superada. Lo que interesa destacar aquí es que
la experiencia analítica obliga a la teoría a incluir la inter-
subjetividad como una condición del deseo. Esta implicación
ha sido poco desarrollada en la teoría psicoanalítica: subsis-
te en esta lo que podemos llamar un «solipsismo del deseo»
(Ricreur), una definición del deseo en términos de energía,
tensión y descarga, más que en términos de orientación ha-
cia otro.
Si el deseo humano está dirigido a otro, este otro cons-
tituido como su objeto y destinatario en el discurso proferido
en la situación psicoanalítica, participa según una modali-
dad específica en el mismo «proceso de elucidación del in-
consciente», según la fórmula de M. Neyraut: por eso la
transferencia y la contratransferencia están inseparable-
mente unidas y deben en consecuencia ser consideradas
juntas; una y otra están organizadas según un régimen y un
manejo asimétricos, de modo de mantener la distancia ge-
neradora del trabajo psíquico propio del analista y del ana-
lizando. El trabajo psíquico del analista tiene por objetivo
que el error sobre el objeto y sobre el destinatario no quede

69
fijado y que, en consecuencia, la actividad interpretativa se
haga posible.
La consistencia de la realidad psíquica. El tercer criterio
introducido por la situación psicoanalítica corresponde a la
consistencia, la resistencia y la insistencia de ciertas mani-
festaciones del inconsciente. Se trata esencialmente de las
fantasías y síntomas y, en consecuencia, de todas las trans-
formaciones cuya estructura es homóloga a la de la fantasía
y de los síntomas, el sueño, los objetos abandonados y susti-
tuidos, y las configuraciones generadas por la combinatoria
de las sustituciones.
La historizaci6n. Por último, cuarto criterio: la situación
analítica retiene de la experiencia de un sujeto lo que está
en condiciones de entrar en una historia o en un relato. Este
trabajo de historización es destacado por Freud desde que
introduce la noción de la resignificación y de la perlabora-
ción, es decir, la noción de una reestructuración recurrente
de acontecimientos anteriores que en su momento no pu-
dieron ser integrados a un contexto significante. La memo-
ria, el trabajo de memoria, es entonces el trabajo de reelabo-
ración de las estructuraciones anteriores bajo formas cada
vez más complejas. El método de la asociación libre propor-
ciona el acceso a él.
Antes de traducir los efectos de estos criterios en la si-
tuación psicoanalítica de grupo, me es preciso describir al-
gunas especificidades de esta situación.

Especificidades del dispositivo de grupo


Cualesquiera sean las variaciones del dispositivo (objeti-
vos y composición del grupo, duración, soporte de los pro-
cesos asociativos: psicodrama o asociación libre verbal. .. ),
la especificidad del dispositivo de grupo puede ser caracteri-
zada por cuatro rasgos principales:

la presencia simultánea frente a frente de varias per-


sonas;
la composición de Jos vínculos intersubjetivos en un apa-
rato de ligazón y de transformación de las formaciones
psíquicas;

70
la interdiscursividad de los procesos asociativos;
efectos de trabajo psíquico consecutivos a estas tres ca-
racterísticas.

Estas cuatro dimensiones mantienen entre sí relaciones


complejas; movilizan formaciones y procesos inconscientes,
pero también otros fenómenos que no pertenecen al orden
de la realidad psíquica, con los cuales transigen e interfie-
ren. Esos fenómenos interferentes son lo que se trata de
neutralizar. Las limitaciones internas de la situación de
grupo dependen de la aptitud de esta situación para neutra-
lizar los efectos propiamente psíquicos del agrupamiento
con relación a los de la realidad social, sobre la cual no obs-
tante se apuntalan, en el sentido preciso que toma este con-
cepto en la teoría psicoanalítica. Sólo se puede responder a
esta cuestión mediante la presentación y discusión de los re-
sultados del trabajo psicoanalítico producido en situación
de grupo.

El frente a frente, lo visual y lo no verbal

La primera característica de la situación es la presencia


simultánea frente a frente de varias personas reunidas por
un psicoanalista que, en un encuadre espacio-temporal co-
mún, pone en marcha los procesos asociativos al enunciar la
regla fundamental. Esta particularidad produce efectos es-
pecíficos de resistencia y de transferencia, determina moda-
lidades propias del trabajo asociativo, moviliza preferente-
mente ciertas formaciones psíquicas que se manifiestan así
en configuraciones originales: la fantasía, el sueño, las iden-
tificaciones y los mecanismos de defensa no son moviliza-
dos, tratados y trabajados en grupo como en la cura. Actúan
una tópica, una dinámica y una economía psíquicas singu-
lares.
La morfología del dispositivo de grupo tiene, pues, algu-
nas incidencias sobre el desarrollo de la situación psicoana-
lítica: el proceso asociativo verbal guarda una relación par-
ticular con procesos asociativos no verbales. Quisiera dete-
nerme un instante sobre las cuestiones que plantea este as-
pecto del dispositivo de grupo cuando se transforma en
dispositivo de trabajo psicoanalítico. El hecho de que en él la

71
dimensión visual esté activada, mientras que está desacti-
vada, neutralizada o suspendida en la situación paradigmá-
tica de la cura, define una oposición y una complementarie-
dad entre lo visual (lo pictográmico, lo icónico) y la articula-
ción de la palabra (lo sintáctico); la activación de lo visual
sostiene varias funciones, algunas de las cuales pueden ser
reclamadas para mantener efectos de captación imaginaria,
mientras que la apelación a la palabra es capaz de habilitar
un acceso a lo simbólico.
El análisis de esta dimensión por parte de los psicolin-
güistas que trabajan sobre situaciones interlocutorias pone
en evidencia su papel en los encuentros de este tipo, gene-
ralmente recogidos en el marco habitual de la vida cotidia-
na, es decir, frente a frente y, con toda evidencia, sin enun-
ciación de la regla de asociación libre. J. Cosnier (1991) ha
destacado las particularidades de estos encuentros: se
realizan por una combinación multicanal de elementos ver-
bales, vocales y mimogestuales utilizados según reglas re-
guladoras y constitutivas precisas, adaptadas al marco si-
tuacional. Los intercambios se organizan según un modelo
llamado «de tres tiempos» (A propone, B valida, A valida la
validación de B) que funciona prácticamente siempre utili-
zando, conjunta o separadamente, lo no verbal: movimien-
tos de cabeza, mímicas faciales, emisiones vocales. Apoyán-
dose sobre un protocolo presentado por A. Trognon, J. Cos-
nier destaca que es mediante un gesto como el animador
llega a administrar el tiempo de exposición de un orador y a
hacerle aceptar la cesión de su turno a algún otro. Por otra
parte, el grupo se confirma en su comunidad de pensa-
miento:

por la distribución organizada de los turnos de exposi-


ción y su corolario: la autoridad gestionaria reguladora
consentida y delegada en el «animador»;
por manifestaciones corporales sincrónicas, como las
risas.

J . Cosnier recuerda que el cuerpo desempeña efectiva-


mente un papel importante en la aprehensión de los afectos
de otro: «Cada interactante no se contenta con interpretar
los enunciados desde el doble punto de vista semántico y
pragmático, se esfuerza también en discernir los afectos

72
presentes en el compañero. Ahora bien, este trabajo de atri-
bución de afectos estaría basado en gran parte sobre una ac-
tividad de ecoización corporal. Recientemente se ha demos-
trado que la adopción de mímicas, posturas, o la realización
de ciertas actividades corporales eran susceptibles de hacer
nacer afectos específicos, susceptibles ellos mismos de in-
ducir representaciones mentales específicas (. .. ) Esta "in-
ducción emocional por la reproducción de los modelos efec-
tores" podría así ser puesta por ecoización al servicio del co-
nocimiento de otro y contribuiría a dar una base objetiva al
fenómeno de empatía. En el nivel del grupo, esta participa-
ción corporal actúa sin duda alguna y es particularmente
evidente en las circunstancias en que las expresiones emoti-
vas o motrices se vuelven explícitas: risas, llantos, pánicos,
cantos, bailes, desfiles ... Pero, en las interacciones frente a
frente, esos fenómenos resultan casi siempre subliminales»
(op. cit., pág. 98).
La situación psicoanalítica contrasta considerablemen-
te con estas otras situaciones: «Ante todo en su proxémica
misma: la multicanalidad habitual se reduce a la verbali-
dad y a la vocalidad. Luego, en la actitud del analista, que
refuerza la reducción precedente con la parsimonia de sus
intervenciones. El segundo tiempo de la interacción (B vali-
da a A) está reducido al máximo, e incluso ausente. Esta
ausencia forzará al analizando, que por otra parte es inti-
mado a hablar, a imaginar las reacciones del analista que
está detrás de él. Dicho de otro modo, esto lo impulsa a la
proyección y a la transferencia. Podemos decir que este dis-
positivo proxémico especial cumple un papel muy importan-
te en la estructuración del discurso analítico y en el desarro-
llo del proceso.
«Pero entonces, ¿qué ocurre en el psicoanálisis de grupo?
Allí la situación es más compleja, el segundo tiempo se hace
más notable. Los analistas no pueden sustraerse o volverse
invisibles, todo lo que pueden hacer es permanecer lo más
neutros posible, pero esta neutralidad es en buena medida
ilusoria, y lo no verbal hace aquí una irrupción masiva, y es-
to tanto de una parte como de la otra: tanto del lado de los
pacientes como [del] de los terapeutas. Podemos, pues, espe-
rar que muchas cosas sucedan en paralelo en los inter-
cambios verbales "oficiales", y O. Avron (1991) aborda esos
problemas con mucha pertinencia. Debemos alegrarnos de

73
esto, puesto que hasta ahora lo no verbal fue muy a menudo
puesto entre paréntesis» (ibid.).
Ciertamente. Es necesario tomar en consideración estas
observaciones y sólo podremos hacerlo examinando la fun-
ción de la comunicación multicanal en el proceso asociati-
vo. Pero en ese caso nos arriesgamos a confundir los niveles
de análisis y los objetos que se propone tratar cada aborda-
je disciplinario. Debemos formular la hipótesis de que la
enunciación de la regla fundamental en la situación psico-
analítica transforma el estatuto de las manifestaciones de
lo no verbal y tiende hacia su reinscripción, o su inscripción
primera, en el registro de la palabra hablada. La postura
metodológica que impone el enfoque psicoanalítico es re-
conocer que los procesos de grupo son trabajados por la
«combinación multicanal de elementos verbales, vocales y
mimogestuales», pero asimismo tomar partido por la exi-
gencia de la palabra.
Ciertamente, el discurso es heterogéneo, es una mezcla
de verbalidad, vocalidad y gestualidad. Y debemos retener
al mismo tiempo lo que nos revelan la semántica (la com-
prensión del sentido, descripto en términos de represen-
taciones) y la pragmática (el contexto de los intercambios,
descriptos en términos de acciones e interacciones). Pero si
tratamos de retener estas dos dimensiones, es finalmente
para devolverlas al objetivo del trabajo propiamente psico-
analítico, del que D. Widlócher (1986) daba una exacta
formulación inspirándose en los trabajos de la lingüística:
describir e interpretar el móvil de los actos de palabra por la
intención de los actos de lenguaje.
Tales cuestiones no pueden tratarse únicamente me-
diante el debate teórico y las tomas de posición a priori: de-
ben ser informadas por la clínica y por los efectos empírica-
mente observables en la práctica psicoanalítica de los gru-
pos. Es absolutamente probable que algunas de las dimen-
siones del dispositivo de grupo sean utilizables por uno u
otro sujeto para obstaculizar la constitución de un trabajo
psicoanalítico, para contrarrestar la elaboración de su expe-
riencia y satisfacer sus resistencias. No me refiero aquí al
régimen habitual de emergencia de las resistencias reducti-
bles mediante su interpretación en la transferencia, sino a
una potencialidad resistencia! que correspondería a la si-
tuación de grupo misma. Pero pienso que al menos una par-

74
~
te de esas utilizaciones resistenciales corresponde al conoci-
miento todavía mediocre que tenemos de los procesos psí-
quicos implicados en los grupos y susceptibles de transfor-
marse en proceso psicoanalítico.

Elementos de la situación psicoanalítica de grupo


Los «fenómenos psíquicos» que la situación psicoanalíti-
ca selecciona y retiene específicamente se presentan en con-
figuraciones singulares en la situación de grupo, pero con la
condición de que esta se haya constituido según las mismas
exigencias fundamentales del método.
He definido el dispositivo como la composición artificial
de elementos distintos destinados a producir un efecto de
trabajo psíquico, y he destacado en qué el dispositivo de la
cura psicoanalítica es apropiado para las condiciones de
manifestación de las formaciones y procesos del inconscien-
te en subjetividades singulares.
Cuatro elementos representan las condiciones de una si-
tuación psicoanalítica de grupo: los invariantes del encua-
dre, la formación de los fenómenos de transferencias, la
constitución de un discurso asociativo por efecto de la regla
de asociación libre, el lugar y la función del psicoanalista en
esta situación; esos cuatro elementos son en cuanto tales los
componentes constitutivos de toda situación psicoanalítica.
Permiten especificar la naturaleza de la realidad psíquica
que se constituye en ella, cualificar las modalidades y for-
mas del trabajo psíquico que allí se efectúa.

Los invariantes del encuadre

Consideraciones sobre el encuadre

El concepto de encuadre en psicoanálisis, no denomina-


do y no pensado como tal por Freud, fue progresivamente
construido a partir de los trabajos de J. Bleger. Existe una
prehistoria de esta noción. R. Rousillon (1992) ha trazado

75
sus etapas y sus apuestas a partir de las investigaciones
que desembocan en el abandono de la hipnosis y en la in-
vención del método psicoanalítico. En su artículo de 1913,
«Sobre la iniciación del tratamiento», Freud expone los
elementos invariantes de la situación: allí se describen las
características formales del dispositivo, la función del ana-
lista, la organización del tiempo (duración y ritmo de las se-
siones) y del espacio, la relación con el dinero, finalmente la
estructura de las reglas fundamentales.
El camino que va de Freud a Bleger pasa por numerosas
etapas y por algunas rupturas en la concepción del psico-
análisis: remito sobre este punto al trabajo de R. Roussillon,
que muestra cómo cada una de las grandes modificaciones
técnicas corresponde a un debate teórico y a una tentativa
de re-fundar el psicoanálisis. Por ejemplo, los cambios apor-
tados por J. Lacan en el dispositivo de la cura (duración de
las sesiones, cantidad de sesiones) van mucho más allá de
simples modificaciones técnicas. Son una crítica respecto
de la fetichización y de la normalización del dispositivo regi-
do por la concepción norteamericana del psicoanálisis, al
mismo tiempo que una forma de situarse con relación a la
herencia de Freud en ruptura dentro del movimiento psico-
analítico.
D. W. Winnicott contribuirá de una manera menos tu-
multuosa a definir el concepto moderno de encuadre con la
noción de setting: designa así el conjunto de todos los deta-
lles de organización del dispositivo psicoanalítico «de trata-
miento» que contribuyen a su estabilidad.
Antes de la puesta a punto realizada por José Bleger
(1967), el encuadre era entendido como el representante
superyoico dotado de un poder legislante sobre el proceso de
la cura.
En su artículo «Psicoanálisis del encuadre psicoanalíti-
co», Bleger propone una concepción absolutamente original
pues es el primero en introducir la idea de que el encuadre
condensa o recoge el continente psíquico habitualmente
fundado sobre la emanación de la parte más arcaica del yo.
El encuadre será el lugar donde se incrustan esos elementos
arcaicos.
En el origen del trabajo de Bleger hay observaciones clí-
nicas: corresponden a irregularidades en los horarios, cam-
bios en el espacio, ciertas dificultades relativas al pago, ten-

76
1
tativas para prolongar la sesión más allá de los horarios o
para cambiar estos, etcétera.
A partir de estas consideraciones, el encuadre ya no es
sólo y principalmente el conjunto de los elementos espacia-
les, temporales, materiales y jurídicos que sostienen la si-
tuación psicoanalítica. Lo que se vuelve «predominante»
son las funciones que cumple: principalmente, la de ligar las
angustias y las representaciones simbióticas.
J. Bleger dice que el encuadre es la organización más pri-
mitiva y menos diferenciada de la personalidad. Es «el ele-
mento fusiona! yo-cuerpo-mundo de cuya inmutabilidad de-
pende la formación, existencia y diferenciación del yo, del
objeto, de la imagen del cuerpo, del cuerpo, de la mente,
etc.» (trad. fr., págs. 255-6). El encuadre es una presencia
permanente sin la cual el yo no puede constituirse ni desa-
rrollarse. Es un no-proceso, es decir, una serie de invarian-
tes dentro de las cuales el proceso puede tener lugar.
Una de las características del encuadre es ser «mudo»:
Bleger evoca la simbiosis madre-bebé, reproducida en la re-
lación analítica en forma muda, y de la que, mientras no fa-
lle, no tenemos percepción consciente ni conceptualización.
Así pues, donde se manifiesta es en la ruptura o en la ame-
naza de ruptura. Diremos, entonces, que toda irregularidad
hace aparecer la existencia del encuadre y constituye una
amenaza respecto del soporte principal del yo, es decir, res-
pecto de la parte simbiótica de la personalidad. El encuadre
está efectivamente en posición meta con relación al conteni-
do y, si el encuadre varía, el contenido varía considerable-
mente. En varias ocasiones, Bleger observa que en los aná-
lisis de psicóticos, si el encuadre analítico se mueve, el peli-
gro de desestructuración afecta a los apoyos del yo del suje-
to, es decir, a todo lo que lo constituye. El no mantenimiento
del encuadre psicoanalítico por parte del analista tiene efec-
tos amenazadores para la seguridad y la identidad del su-
jeto.
De hecho, para cada uno, el encuadre es el depositario de
la parte no diferenciada y no disuelta de los vínculos simbió-
ticos primitivos. En este sentido, es verdaderamente una
institución y toda institución posee sus propiedades.

77
Algunas funciones del encuadre

La {Unción continente, para Bleger: «el encuadre mismo


es receptor de la simbiosis». Cumple un papel de «continen-
cia», incluso de contención de afectos, de representaciones
del propio cuerpo, más generalmente de los objetos inter-
nos, su forma, su valencia, las investiduras que reciben. El
encuadre contiene esencialmente la «parte psicótica de la
personalidad». Para Bleger, poskleiniano argentino, la
parte psicótica es esencialmente un lugar tópico clivado en
el interior del yo: no tiene mucho que ver con la psicosis
clínica ni con la desestructuración del yo y su restitución de-
lirante. «La parte más loca o narcisista del funcionamiento
psíquico está así dispuesta a depositarse y a descansar so-
bre el encuadre. El proceso, con sus múltiples, imprevisibles
vicisitudes, podrá desarrollarse» (ibid.). La función esencial
del encuadre sería alcanzar la estabilidad para que haya
proceso, movilidad y creatividad.
Una segunda función, limitante, garantiza la distinción
entre el «yo» y el «no-yo»; permite así la constitución de una
interioridad y de una exterioridad corporal y luego psíquica.
El encuadre es el garante de los límites del sujeto, de su
espacio psíquico.
Una tercera función puede ser llamada simbolígena: el
encuadre es «un no en acto. Dice en acto lo que la regla
enuncia en palabras», escribe Roussillon; permite, pues, el
acceso a la categoría de la negación y a todo lo que deriva de
ella: la oposición, la discriminación, la diferenciación, etc.
Instaura un proceso de simbolización y, en este sentido,
constituye una condición del pensamiento.
Una cuarta función, transicional, se deduce de la natu-
raleza transicional del encuadre: frontera entre el yo y el no-
yo, el encuadre participa de ese espacio que conceptualizó
Winnicott, donde reinan la paradoja y la indecidibilidad:
el encuadre no es ni subjetivamente concebido, ni objetiva-
mente percibido. Encontrado y creado, está en una relación
a la vez de contigüidad y de continuidad con relación al suje-
to. Así pues, destacaremos aquí, con Bleger, la paradoja del
encuadre: cuando sostiene su función en silencio, ofrece un
punto de tope al análisis, y sólo cuando está amenazado de
ruptura deviene analizable. Uno de los problemas conse-
cuentes es el mantenimiento de la dimensión contractual

78
del encuadre confrontado con el de su adecuación y su
disposición. Este problema define en parte el contenido del
análisis transicional.

Dispositivo y encuadre del grupo


El dispositivo de grupo, como el de la cura, contiene indi-
caciones precisas sobre la regla fundamental, el lugar, el
ritmo y la duración de las sesiones, sobre las modalidades
de pago. Algunas de estas indicaciones son adecuadas a la
especificidad de la situación del grupo: como la invitación a
responsabilizarse mutuamente de la discreción en cuanto a
lo que se dice o se pone en escena; la invitación a devolver en
las sesiones lo que hubiera podido ocurrir o intercambiarse
entre los participantes en el intervalo de estas. Estas dos
proposiciones toman en cuenta dos parámetros de la situa-
ción de grupo: el vínculo intersubjetivo sincrónico y la rela-
ción de cada uno con el objeto-grupo.
Algunas variaciones de forma y de fondo pueden afectar
a estas disposiciones en función de las modalidades y objeti-
vos de cada proyecto de trabajo: el psicodrama psicoanalíti-
co de grupo, el grupo-análisis, los grupos de terapia o de for-
mación psicoanalíticos, la terapia familiar psicoanalítica,
los grupos psicoanalíticos de niños psicóticos, autistas o
neuróticos ponen en práctica modalidades de trabajo espe-
cíficas. Algunas variaciones pueden corresponder al límite o
a la ausencia de límite temporal fijo en cuanto a la duración
y el número de sesiones, al del proceso mismo, a las dimen-
siones del grupo (grupos restringidos de cinco a doce perso-
nas, grupos amplios o vastos), a la disposición espacial de
los miembros del grupo. 1
El análisis diferencial de estos dispositivos no ha avan-
zado aún lo suficiente. Progresaremos en la elaboración de
1 He realizado una investigación exploratoria sobre un dispositivo en el

cual cinco o seis participantes están sentados en círculo, de espaldas, el


analista ubicado también así en el grupo. El incremento de las angustias
arcaicas, tal como se movilizan en grupo amplio, pero también la impor-
tancia de la palabra y de la escucha aceleran considerablemente ciertas
elaboraciones. Sobre el análisis de la cadena asociativa en este dispositivo,
cf. en esta obra el capítulo 5.

79
la teoría, de la metodología y de la clínica psicoanalíticas
de los grupos cuando logremos establecer, más allá de las
variaciones de los objetivos y dispositivos, un cuerpo míni-
mo de proposiciones sobre las invariantes de la situación
psicoanalítica de grupo, sobre el espacio psicoanalítico que
en ella se construye, sobre la cadena asociativa grupal, so-
bre la interpretación.

La exigencia de decir y el método asociativo en


situación de grupo
Para situar la perspectiva que propongo, se necesitan
aquí algunos indicadores.

S. H. Foulkes y las primeras formulaciones del problema

La consideración propiamente psicoanalítica del proceso


asociativo de grupo fue propuesta por primera vez por S. H.
Foulkes en 1964; pero no parece que haya sido objeto de una
investigación particular entre los especialistas que decla-
ran una afiliación foulkesiana, ni que haya sido sometida,
por Foulkes mismo, a un verdadero análisis en tanto ca-
dena asociativa grupal; este concepto no aparece, por otra
parte, en su pensamiento.
En su intento de dotar a la teoría y la práctica del aná-
lisis de grupo de equivalentes (el término vuelve permanen-
temente bajo su pluma) psicoanalíticos, S. H. Foulkes intro-
duce la noción de asociación libre de grupo: «Un equivalente
de importancia capital es el que corresponde a la asociación
libre en el psicoanálisis individual( ... ) Yo invitaba a los pa-
cientes que habían seguido un psicoanálisis anterior a "aso-
ciar libremente", tal como en la situación individual. Según
lo previsto, las asociaciones que los pacientes proporciona-
ban eran modificadas por la situación de grupo» (pág. 116).
Foulkes llamará al resultado de este proceso «discusión li-
bre y flotante»; tratará las producciones del grupo conside-
rado como un todo, como el equivalente de las asociaciones
libres individuales; mucho más tarde le parecerá que la con-
versación de cualquier grupo puede ser considerada «en sus

80
aspectos inconscientes como el equivalente de la asociación
libre» (ibid.).
Foulkes desarrolla así su punto de vista: la situación
analítica de grupo está concebida para alentar al máximo la
liberación de la censura. Los grupos donde la conversación
cambia a menudo de tema son los más cercanos a la asocia-
ción libre de grupo; por el contrario, cuanto más la ocupa-
ción (la razón que el grupo tiene para encontrarse) está en
primer plano, menos libre es la asociación de grupo. En los
grupos analíticos, el contenido manifiesto de la comunica-
ción está emparentado con las ideas latentes del sueño. La
matriz de grupo es «la trama hipotética de comunicación y
relación en un grupo dado» (ibid., pág. 287). Por eso ese te-
rreno compartido en común determina el sentido y la impor-
tancia de todos los elementos, y, en consecuencia, el curso de
las asociaciones.
Dentro de esta red transpersonal, el individuo es conce-
bido como un punto nodal, probablemente análogo al Kno-
tenpunkt con que Freud designa el entrecruzamiento de los
hilos asociativos de un mismo individuo. Foulkes lleva más
lejos la metáfora freudiana comparando al individuo con la
neurona, «punto nodal del sistema nervioso que reacciona y
responde siempre como un todo (Goldstein)». El individuo,
como la neurona en el sistema nervioso, está sostenido en la
matriz del grupo. «Dentro de esta perspectiva, concluye
Foulkes, se hace más fácil comprender nuestra afirmación
según la cual el grupo asocia, responde y reacciona como un
todo. El grupo se sirve de un orador u otro, pero es siempre
la red transpersonal la que está sensibilizada y se expresa o
responde. En este sentido, podemos postular la existencia
de una "mente" de grupo, de la misma manera como pos-
tulamos la existencia de una "mente individual"» (ibid.,
pág. 117).
Si algunas de mis propias concepciones pueden empa-
rentarse con ciertas ideas de Foulkes, pretendo distinguir-
me de ellas por la problemática y la metodología: he desta-
cado la función determinante del aparato psíquico grupal
sobre el curso de las asociaciones; he desarrollado una
concepción del sujeto del grupo como punto de anudamiento
en la red asociativa grupal y como sujeto del inconsciente.

81
Proposicwnes

Los procesos y las cadenas asociativas que se movilizan y


constituyen en situación de grupo son plurales, interacti-
vos, diversos en sus formas y contenidos. La noción de inter-
discursividad describe ese fenómeno. He llamado interdis-
cursividad a la composición de las asociaciones producidas
por cada sujeto en la red de los intercambios que contribu-
yen, en parte, a organizar su economía, su proceso y su sen-
tido. La interdiscursividad puede describir una condición
necesaria del advenimiento de la palabra del sujeto; descri-
be también una condición de la formación de una cadena
asociativa del nivel del grupo.
Esta cadena transformacional es inteligible según cier-
tas hipótesis sobre el grupo corno entidad específica, vector
del inconsciente. Como lo he mencionado con anterioridad,
el grupo no es solamente el lugar organizador de aconteci-
mientos de palabra (y de silencio): se producen acciones no
verbales y, al lado de los significantes lingüísticos, signifi~
cantes de demarcación y significantes formales contribuyen
a transportar las significaciones psíquicas inconscientes.
He destacado además que el grupo es el lugar de una
dramatización específica: allí se constituyen y manifiestan,
en acto y en representación, representaciones reprimidas o
no advenidas, afectos suprimidos o no sentidos, las modali-
dades de relación y de no relación que cada sujeto ha esta-
blecido con sus objetos internos. Sin embargo, la regla fun-
damental enuncia la exigencia de una transformación de
esas representaciones y de esos afectos en representaciones
de palabra y de palabra hablada, su reconocimiento me-
diante la palabra. 2
Vemos, pues, por qué caminos del decir se efectúa el tra-
tamiento del deseo inconsciente «Como significación capaz
de ser llevada al sentido, de ser descifrada, traducida e in-
terpretada».

2Esta exigencia se mantiene, evidentemente, en un dispositivo de psico-


drama psicoanalítico de grupo.

82
El deseo humaoo se dirige a otro: las
transferencias en el grupo

En el relato de la cura de Dora, Freud aborda la cuestión


de la transferencia en sus dimensiones plurales: die Über-
tragungen, las transferencias. Para el enfermo, no se trata
solamente de reemplazar a una persona por la del médico
(del psicoanalista), sino también de reemplazar sucesiva o
simultáneamente la relación entre varias personas por la
relación con el médico. Esta concepción de la transferencia
en la situación de la cura define un rasgo constante de la
transferencia en situación de grupo: las propiedades morfo-
lógicas de esta predisponen a la manifestación de ese tipo de
configuración transferencia!, en una dinámica que favo-
recen los procesos de desplazamiento, condensación y di-
fracción de los grupos internos. Es posible, pues, articular la
demanda de los sujetos, lo transferido, las propiedades
estructurales del dispositivo y la configuración de las trans-
ferencias.

Sumario de las investigaciones de Béjarano

A partir de 1966 y en 1972, A. Béjarano describió la es-


pecificidad de la resistencia y de la transferencia en los
grupos. Articula, primero, clásicamente la resistencia y la
transferencia: los mecanismos de defensa contra el recono-
cimiento de los efectos del inconsciente se elaboran en re-
sistencia, que se actualiza ella misma en la transferencia
según las formas específicas que una y otra toman en la cu-
ra. La resistencia no es, por lo tanto, sólo un obstáculo al
proceso psicoanalítico, es al mismo tiempo vía de acceso al
inconsciente.
Resistencia y transferencia son los ejes de la función in-
terpretante del psicoanalista. Lo esencial del descubrimien-
to freudiano sigue siendo válido en la situación de grupo;
pero la transferencia se especifica aquí en cuatro modalida-
des: A. Béjarano distingue (1972, págs. 138-9) la transferen-
cia central sobre el psicoanalista que funciona como imago
paterna arcaica (superyó infantil o padre cruel de la horda),
edípica y societal (superyó e ideal del yo, tras la rebelión
contra el jefe de la horda y el pacto de los hermanos); la

83
transferenciagrupal sobre el grupo, en tanto objeto que fun-
ciona como imago materna arcaica y edípica y como «ma-
triz» societal (en el nivel arcaico: la horda; y en el nivel edípi-
co-societario: el pasaje del grupo al estado de «cultura» y de
asunción de su historia); las transferencias laterales sobre
los otros como imagos fraternas, en el marco de la familia,
de la horda primitiva y de la sociedad; la transferencia socie-
tal sobre el mundo externo como poder tiránico, represen-
tante de un afuera amenazador, lugar de proyección de la
destructividad individual, y también de la esperanza de un
mundo mejor, y además como referencia estructurante a la
ley simbólica (posedípica).
Según esta perspectiva, las resistencias, consideradas
esencialmente como actualización de las defensas en la
transferencia, se deben a la reactivación del conflicto defen-
sivo frente a la situación grupal, es decir, frente a los cuatro
objetos transferenciales grupales. A. Béjarano precisa que
esas resistencias resultan de la regresión debida a la puesta
en situación grupal y a la regla de la asociación libre y de
abstinencia; el clivaje del yo, de los objetos y de la transfe-
rencia son resultado de ello. Béjarano demuestra que el li-
derazgo en los grupos es un fenómeno de clivaje esencial, y
sobre todo que «el líder es el agente de la resistencia de
transferencia, por lo tanto el agente del cambio y del des-
prendimiento si esta función resistencial-transferencial es
interpretada (e interpretable)». Concluye así: «Este punto
es el más central de nuestra perspectiva (. . .) puesto que
regirá necesariamente la técnica, es decir, la escucha (elec-
ción del material), la interpretación, por lo tanto la meta
de desprendimiento y, de ese mismo modo, los objetivos»
(ibid.).

Proposiciones

Los desarrollos más recientes en materia de transferen-


cia en los grupos no invalidan lo esencial de estas proposi-
ciones, que fueron las primeras en formularse. Por el con-
. trario, el análisis clínico confirma su valor; ellas abrieron la
vía a ]a exploración de los contenidos transferidos de modo
preferencial en la situación de grupo, o sea, según mi punto
de vista, las formas arcaicas o edípicas de la grupalidad psí-

84
quica, la repetición de las experiencias infantiles durante
las cuales se constituyeron los objetos y procesos de los
grupos internos, las formas y procesos transindividuales,
transgeneracionales y transubjetivos que pertenecen pro-
piamente a cada sujeto sólo a través de su pertenencia a la
cadena y al conjunto. La situación de grupo moviliza y tra-
baja, en la resistencia y la transferencia, esos contenidos y
esos procesos.
La noción de una dinámica propia de la transferencia y
de la perlaboración en situación de grupo se desprende del
análisis de las modalidades y objetos específicos de la trans-
ferencia, de los contenidos transferidos en las configuracio-
nes transferenciales: con esto quiero decir que las correla-
ciones entre los objetos de la transferencia determinan un
proceso de trabajo psíquico distinto, en sus modalidades y
resultados, del que generan la situación y el dispositivo de
la cura individual.
En la situación de grupo, las características de la neu-
rosis infantil propia de cada uno se actualizan, repiten y
transforman según modalidades que confieren a la neurosis
de transferencia una configuración particular, descripta por
la noción de grupo de transferencia, es decir, la transferen-
cia múltiple administrada por los grupos internos y el apa-
rato psíquico de grupo.
Se moviliza predominantemente una determinada cons-
telación de los objetos infantiles y de los vínculos entre esos
objetos. En el más alto grado, en la situación de grupo, la
transferencia sobre un objeto implica (incluye) la transferen-
cia sobre el otro del objeto: en ese sentido, nos encontramos
con un doble proceso de difracción y de conexión de las
transferencias. He destacado el primer proceso; 3 J.-C. Rou-
chy señaló la importancia del segundo; 4 escribe: «Una ca-
racterística del trabajo de grupo es que se produzcan trans-
ferencias simultáneamente sobre varias personas, y de
manera articulada unas a otras: sea por el desplazamien-
to de objetos internos sobre diferentes personas, en una
descomposición de diferentes partes del yo que adquieren la
apariencia de objetos independientes unos de otros y que
sólo están ligados por el proceso inconsciente en el origen de

3 R. Kaes, 1980, 1985a, 1985b.


4 J.-C. Rouchy, 1980.

85
la difracción, de la fragmentación o de la forclusión; sea por
el desplazamiento de los personajes internos reencarnados
que adquieren su sentido en sus relaciones. De este modo,
pueden ser transferidos en el grupo no sólo objetos parciales
o personajes, sino los elementos recompuestos de las redes
de interacciones familiares. Esta sustitución puede incluso
afectar principalmente a esas relaciones mismas: se trans-
fieren las conexiones» (ibid., págs. 55-6). Freud, en el relato
del análisis de Dora, no dice nada diferente: habla de las
transferencias de la histérica y de la conexión entre estas.
La utilidad de los conceptos de grupalidad psíquica y de
aparato psíquico grupal aparece en esta necesidad de pen-
sar las transferencias en la situación de grupo. El primero
describe formaciones intrapsíquicas dotadas de propieda-
des distributivas y permutativas; estas formaciones son mo-
vilizadas como organizadores de los procesos de ligazón,
contención y transformación interpsíquicos, o sea, la for-
mación del aparato psíquico grupal. Estos dos conceptos es-
tán construidos para dar cuenta de la clínica psicoanalítica
grupal, es decir, para representarse y tratar movimientos
de la realidad psíquica en un conjunto: lo que se produce en
un lugar psíquico de este conjunto ocasiona sobre otros lu-
gares de este conjunto un efecto de trabajo, y determina de
ese modo la economía y la dinámica psíquica interferente
para cada sujeto del grupo y para el conjunto considerado
como tal.
La transferencia en situación de grupo se caracteriza por
el reemplazo sucesivo o simultáneo de la relación entre va-
rios objetos organizados en las estructuras de un grupo in-
terno, por la relación actuada e imaginaria establecida en el
grupo con los diferentes objetos y vínculos que lo consti-
tuyen.
Vemos así que el grupo es el lugar de emergencia de con-
figuraciones particulares de la transferencia. El psicoana-
lista, por necesidad morfológica del grupo, no es el único ob-
jeto de la transferencia. La critica referida a una noción de
dilución de la transferencia impide comprender que se trata
más bien de una difracción de las transferencias y de sus co-
nexiones entre los objetos inconscientes del deseo. Esto im-
plica desconocer la estructura y la dinámica propias de la
transferencia en situación de grupo, y este desconocimiento
está fundado en parte sobre el sentimiento de desposesión

86
que experimenta o puede experimentar el psicoanalista
cuando se desplaza desde el sillón hacia el grupo. Más allá
de este desconocimiento, queda pendiente reconocer los ob-
jetos de la transferencia y su dinámica de conexión.

Incidencias de la especificidad de la transferencia sobre el


proceso asociativo en los grupos

Esta difracción de la transferencia tiene una consecuen-


cia fundamental sobre el proceso asociativo: corresponde al
carácter disimétrico de las transferencias y de los trata-
mientos de estas en la situación psicoanalítica de grupo.
Mientras que los participantes establecen una interacción
de palabras y encuentran, al menos durante cierto período o
en ciertos momentos, respuestas en otros participantes, or-
ganizando así un proceso de polílogo con sus estrategias de
validación e invalidación, con el psicoanalista sólo pueden
establecer, en la mayoría de los casos, una interacción ima-
ginaria.
En la medida en que la regla fundamental prescribe una
restricción negativa sobre las modalidades interactivas e in-
formativas de la comunicación, tiende a establecer, contra
los efectos de grupo habituales, las condiciones de la expe-
riencia psicoanalítica, pero con una particularidad ligada al
principio según el cual unos responden, el otro no. Por eso,
es decir, debido a la ausencia de respuesta a la comunica-
ción habitual de parte del psicoanalista, y porque sus inter-
pretaciones indican la dirección del sentido y de la escucha
de los discursos, los intercambios de palabra y sentido que
conciernen a cada uno en su relación con los otros y con el
grupo, y más particularmente con ese otro que representa el
psicoanalista, pueden ser transformados en atención conce-
dida a la actividad de representación y a los procesos psíqui-
cos que la determinan. Esta diferencia en las trabazones de
transferencia y en el tratamiento que reciben de parte de los
psicoanalistas, sostiene y especifica el proceso asociativo en
el grupo.

87
Un caso particular: las intertransferencias entre
psicoanalistas en grupo

Quisiera destacar otra particularidad de la transferen-


cia en situación de grupo: corresponde a la incidencia sobre
el proceso psíquico, sobre las transferencias y las resisten-
cias, de la presencia de dos (o de varios) psicoanalistas en
posición de analistas en un grupo. En estas condiciones, ca-
da analista se expone a la mirada y la escucha del otro ana-
lista, lo que inevitablemente lo remite, en un momento u
otro, a su propia experiencia transferencia!, tal como se
anudó y desanudó en su propia cura.
Una situación semejante compromete la dinámica del
conjunto del campo tránsfero-contratransferencial en pro-
cesos que orientan el trabajo psicoanalítico de análisis y de
interpretación hacia vías absolutamente originales: hace
particularmente necesario el análisis de los movimientos
transferenciales y resistenciales que se desarrollan entre los
psicoanalistas, a partir de la dinámica y la economía de sus
vínculos, y a partir de lo que los mantiene juntos en el gru-
po, y recibiendo de ellos los efectos inducidos por su presen-
cia en el dispositivo. He designado como intertransferencia
el movimiento y los contenidos de transferencia de uno a
otro por efecto de las transferencias de los miembros del
grupo sobre los psicoanalistas. Llamé análisis intertransfe-
rencial a la elaboración regulada por la función psicoanalí-
tica en esta modalidad del dispositivo de grupo. 5 Ella impli-
ca un análisis de los emplazamientos en el grupo. Aquí

5 Cf., sobre el análisis intertransferencial, mis estudios de 1976 y 1982.

He definido más preci:oiamente intertransferencia como el estado de la


realidad psíquica de los psicoanalistas según es inducida por sus vínculos
en la situación de grupo, frente a uno o varios sujetos. La intertransferen-
cia no puede ser considerada y tratada independientemente de la(s) trans-
ferencia(s) y de la contratransferencia. Está hecha de los mismos consti-
tuyentes, de las mismas apuestas con relación al devenir consciente:
quiere decir que es, a un tiempo, repetición y creación, resistencia y vía de
acceso al conocimiento de los movimientos del deseo inconsciente. La in-
tertransferencia se especifica por el hecho de que los psicoanalistas trans-
fieren su propia organización intrapsíquica sobre sus colegas, por el hecho
mismo de lo que es inducido por ta situación grupal, por las transferencias
que reciben y por sus disposiciones contratransferenciales. Esta proble-
mática fue puesta a prueba en algunos trabajos, principalmente por
A Missenard e Y. Gutiérrez (1989).

88
también, y en este aspecto particular de la técnica, la si-
tuación psicoanalítica de grupo se distingue de la cura indi-
vidual.

La consistencia de la realidad psíquica en los


grupos
Lo que se califica como realidad psíquica en los grupos es
el objeto decisivo de nuestro debate, y de esto he comenzado
a tratar en El grupo y el sujeto del grupo. He querido poner
en evidencia:

la heterogeneidad de los espacios psíquicos intrapsíqui-


cos y grupales; no son reductibles el uno al otro, pero es
nuestra tarea pensar sus articulaciones;
en esta articulación, debemos reconocer una función de-
cisiva a la fantasía en su dimensión estructural y distri-
butiva, según la versión que de ella da Freud en el análi-
sis de la lengua fundamental de las fantasías schrebe-
rianas y en el de la fantasía «pegan a un niño»;
el doble eje estructurante de la posición del sujeto y de la
organización del grupo: el eje de la alianza horizontal
con lo mismo, sostenida por las identificaciones mutuas
con la imagen del semejante; el eje de la filiación y de las
afiliaciones, que inscriben al sujeto singular y a los gru-
pos en la sucesión de los movimientos de vida y muerte
entre las generaciones, es decir, en la cuestión de la he-
rencia, el superyó y los ideales;
la resistencia que opone a toda reducción imaginaria la
opacidad del otro y de los otros, la consistencia de la rea-
lidad psíquica que mantiene a los sujetos a distancia
unos de otros. Es precisamente esta distancia lo que las
ligazones imaginarias de grupo apuntan a abolir. Y en
ello debe recaer precisamente el análisis.

En efecto, la ligazón y composición de las formaciones


y procesos psíquicos entre los sujetos se efectúan necesa-
riamente para que se mantengan o transformen los víncu-
los intersubjetivos en el grupo como conjunto. Este trabajo
psíquico de ligazón y disociación, este proceso de transfor-
mación se cumple mediante la construcción común de un

89
aparato psíquico de agrupamiento (o aparato psíquico gru-
pal). Recuerdo brevemente sus principios: las formaciones
de la grupalidad psíquica funcionan como organizadores de
este aparato.
El acoplamiento implica que algunas funciones psíqui-
cas se vean inhibidas o reducidas y que otras, en cambio,
resulten electivamente movilizadas, manifestadas y trans-
formadas; el acoplamiento se efectúa según modalidades
donde prevalecen, entre cada sujeto y el conjunto, o relacio-
nes isomórficas (imaginarias, metonímicas), o relaciones
homomórficas (simbólicas, metafóricas).

La historización y el trabajo de la
intersubjetividad
Ese cuarto criterio de selección que las características de
la situación psicoanalítica operan en la experiencia psíquica
tiene sentido en el dispositivo psicoanalítico de grupo. Se
comprende, según mi punto de vista, mediante el concepto
de trabajo de la intersubjetividad.
En efecto, las características de la situación psicoanalíti-
ca grupal califican un régimen de trabajo psíquico particu-
lar cuyos lugares, dinámica y economía se expresan en los
términos de la intersubjetividad.
Llamo trabajo de la intersubjetividad al trabajo psíquico
del Otro o de más-de-un-otro en la psique del sujeto del in-
consciente. El corolario de esta proposición es que la cons-
titución intersubjetiva del sujeto (lo que define el concepto
de sujeto del grupo) impone a la psique ciertas exigencias de
trabajo psíquico: imprime a la formación, a los sistemas,
instancias y procesos del aparato psíquico, y en consecuen-
cia al inconsciente, contenidos y modos de funcionamiento
específicos.
El concepto de trabajo de la intersubjetividad admite co-)
mo una consecuencia del concepto de sujeto del grupo la
idea de que cada sujeto está representado y busca represen-~
tarse en las relaciones de objeto, en las imagos, identifica-
ciones y fantasías inconscientes de un otro y de un conjunto
de otros; asimismo, cada sujeto se enlaza en formaciones
psíquicas de este tipo con los representantes de otros suje-

90
tos, con los objetos de objetos que alberga en sí y que enlaza
entre ellos.
El acceso al sentido es correlativo del acceso al juego me-
tafórico entre el conjunto grupal y sus elementos.

El psicoanalista en situación de grupo


Esta cuestión se enuncia en dos tiempos: el primero tra-
ta sobre el recorrido que lo lleva hacia el grupo; el segundo,
sobre su función en la especificidad del espacio psicoanalíti-
co en situación de grupo (transferencias y discurso asociati-
vo, objetos y modalidades de la interpretación).
El análisis del deseo que sostiene el lugar del psicoana-
lista en la situación psicoanalítica determina el ejercicio de
su función. La interrogación sobre este emplazamiento fan-
tasmático es indisociable de la interrogación sobre la espe-
cificidad de la función del psicoanalista en un grupo.
Pero hay que interrogarse más a fondo: sólo la evidencia
que la historia confiere al pasado nos hace creer que el lu-
gar, y función, del psicoanalista en la cura no fue inventado,
buscado y encontrado, y que estaría hoy perfectamente
consolidado gracias a este origen mítico. Ahora bien, el de-
bate teórico, clípico e institucional de estos últimos años lle-
va a pensar lo contrario; este debate nace con el nacimiento
del psicoanálisis. El lugar del psicoanalista en el grupo no
escapa, al igual que el del psicoanalista en la cura, a la for-
zosa precariedad de todo lugar de analista, aunque más no
sea porque este lugar no puede ser fijado de una vez para
siempre, por al menos la razón de que se sostiene en la dis-
tancia entre el emplazamiento imaginario donde lo afecta la
transferencia, y ese lugar de escucha y de palabra donde se
constituye la función simbólica del psicoanalista, función
adquirida por su propio trabajo del psicoanálisis.
Allí donde se ubica el psicoanalista, allí pone en acción
su deseo de ser analista. No ocurre de por sí que un psico-
analista se instale en un grupo, aun cuando en este espacio
diferente al de la cura se produzcan experiencias específicas
del inconsciente, se manifiesten subjetividades hasta ahora
desconocidas, se constituyan efectos de sentido y de análisis
inéditos. Ya he mencionado la dificultad de afiliación que
pueden suscitar este lugar y esta función, con relación a la

91
institución psicoanalítica. Más allá del modo en que fue tra-
tada por los diferentes movimientos y las diferentes cultu-
ras psicoanalíticas, esta dificultad mantiene abierta una
cuestión de fondo: en realidad, ¿qué viene a hacer el psico-
analista en un grupo? ¿Por qué se desplaza en él, qué em-
plaza en él, en qué lugares lo llevan a ubicarse las caracte-
rísticas formales de la situación de grupo?
El psicoanalista se mantiene en una cierta tensión entre
dos lugares necesarios y correlativos. En el grupo, es a la
vez iniciador del proceso y está en una posición de retrac-
ción, única que le permite escuchar, comprender e in-
terpretar. A. Missenard (1972) observó que en el período ini-
cial de los grupos se estimulan las identificaciones inmedia-
tas, se abre ampliamente el abanico de los referentes identi-
ficatorios; el pequeño grupo atrae al conjunto de los partici-
pantes, incluido el analista, a una situación originaria, es
decir, a una situación de comienzo. Observa también que el
pequeño grupo hace vínculo entre el analista y los partici-
pantes, en el sentido de que es entre ellos un objeto común y
tercero. Yo agregaría que debe mantenerse en esta posición
para que el proceso analítico pueda funcionar.
El lugar del psicoanalista en el grupo se analiza a partir
de esa tensión que nace, en último análisis, de lo que él ofre-
ce a la demanda de que haya un psicoanalista en un grupo.
Una fantasmática organiza esta oferta y esta demanda: una
emergencia es provista por los términos con que se designó
a sí mismo o se dejó nombrar durante todo el tiempo en que
la posición psicoanalítica sobre el grupo se desprendió de las
perspectivas de la psicología social: líder, monitor-anima-
dor. Esta herencia semántica no es sólo una huella de la his-
toria.
El psicoanalista se ve confrontado con la fantasía de fun-
dar o dirigir un grupo, de ser su jefe. ¿Será esta fantasía y
esta transferencia residual la que lo hace desplazarse del si-
llón de la cura individual hacia el grupo: para conducirlo,
enseñarle, cuidarlo? ¿Para fundarlo, refundarlo o disolver-
lo? ¿Para fundar su propio grupo: hacer escuela?
La práctica del análisis de las transferencias cruzadas
que se movilizan cuando varios psicoanalistas en situación
de grupo colaboran, devela esta fantasía: después de Freud,
respaldándose en él, pero también contra él, instituir un
grupo donde el psicoanálisis se haría entre todos, cada uno

92
alternativamente en posición de analizando y de analista,
como en el origen (supuesto), como en la época de las reunio-
nes de los Miércoles o del Comité, como en la época del viaje
a América donde, mucho antes de que los surrealistas lo hu-
bieran recomendado a las familias, Freud, Jung y Ferenczi
se contaban y se interpretaban por la mañana sus sueños de
la noche. No es imposible que esta ficción sostenga el empla-
zamiento imaginario del psicoanalista en los grupos: ¿si-
tuarse en el lugar originario donde los sueños se fundan, se
forman y fusionan, en una comunidad de soñantes e intér-
pretes? ¿Sería el lugar del adivino del pueblo, el del sacerdo-
te-taumaturgo de los templos de Epidauro o de Pérgamo?
El agrupamiento y el grupo suscitan tales ofertas de
lugares. En ello se empeñan los sujetos del grupo. El psico-
analista es convocado siempre a estos emplazamientos fan-
tasmáticos: gracias a estas demandas entre otras, se consti-
tuye la resistencia, es decir, la transferencia. El psicoana-
lista no puede ocupar realmente ninguno de los lugares que
le son asignados en la transferencia: en esto, falla. Sólo
puede dejarse representar figurando el del Otro y de más-
de-un-otro. Para que esos lugares puedan ser traducidos e
interpretados, él no puede coincidir con ninguno de ellos,
a fortiori los del caudillo o del jefe.
Los rasgos morfológicos de la situación de grupo sobre-
determinan esos emplazamientos. El grupo es un conjunto
de varios sujetos reunidos simultáneamente por el psico-
analista, que se encuentra así situado en la transferencia
como el origen de la reunión. Esta copresencia de los «miem-
bros» del grupo con el mismo psicoanalista es uno de los so-
portes de las identificaciones entre los participantes, uno de
los elementos fundamentales del campo transferencia! y
contratransferencial en situación de grupo. Esta particula-
ridad del espacio psíquico produce efectos específicos de la
regresión, de las identificaciones y de los mecanismos de de-
fensa. Otras particularidades dependen de la movilidad
(habitual) de los emplazamientos físicos en el grupo. He
destacado qué incidencias psíquicas tiene, sobre el proceso
de grupo y especialmente sobre el proceso asociativo, la po-
sición frontal, entre otras frontales, móvil, entre otras igual-
mente móviles, del psicoanalista. ¿Al lado y frente a quién
se sitúa, o se encuentra situado en el espacio del grupo?

93
¿Qué cumple y qué induce al desplazarse, qué deja ver de su
cuerpo?
Aun cuando las respuestas que podemos esperar no des-
vían probablemente la concepción de las metas y de la natu-
raleza del trabajo psíquico en los grupos dirigidos según el
dispositivo psicoanalítico, es importante medir los efectos
de tales fenómenos sobre el desarrollo del proceso (las aso-
ciaciones en la transferencia). Sabemos desde hace ya una
veintena de años que la pluralidad de los sujetos reunidos
frente a frente en el grupo crea las condiciones de fenóme-
nos con que el psicoanalista se ve confrontado: su presencia
corporal frontal, el apuntalamiento visual que esta ofrece a
la mirada de los otros plantea la cuestión de lo que él sostie-
ne y de lo que él rechaza en los juegos de la seducción espec-
tacular, en el desarrollo de las identificaciones especulares y
de la «función-espejo» que el grupo parece convocar particu-
larmente. 6 No debemos recusar estas dimensiones -¿cómo
podríamos?- sino comprender sus efectos para tratarlos y
retomarlos en el curso del análisis; debemos comprender
cómo juegan, en el dispositivo de grupo, las puestas en esce-
na del cuerpo y las puestas en actos de palabra en los proce-
sos de puestas en representación endopsíquica. Es en esos
términos como me parece plantearse la cuestión del espacio
mental de que dispone el psicoanalista en grupo, para dar
curso a su atención parejamente flotante y disponible a sus
libres movimientos asociativos.
Todas estas cuestiones, aquí en estado de esbozo, tienen
una incidencia sobre la función psicoanalítica del psicoana-
lista. Se han precisado, complejizándose, con la descripción
de las modalidades de la transferencia y del proceso asocia-
tivo en situación psicoanalítica de grupo. Las respuestas
que he intentado aportarles permiten cualificar las metas
de la situación psicoanalítica de grupo.

Metas de la situación psicoanalítica de grupo

La situación psicoanalítica de grupo, en cuanto tal, no


tiene otra meta que posibilitar la experiencia del incons-
ciente, en las formas y los procesos que allí se manifiestan
6 Cf. el trabajo de M. Pines (1983) sobre la función-espejo en los grupos.

94
para los sujetos que son parte constituyente. Implica sin
embargo metas manifiestas «de tipo terapéutico» o «de tipo
formativo o didáctico», y en esas condiciones, lo mismo que
en la cura individual, está entonces más expuesta a efectos
de norma ideológica.
El propósito principal de la situación psicoanalítica de
grupo no podría ser posibilitar la experiencia de un «buen»
funcionamiento de grupo, proponer una experiencia de
adaptación del yo a las normas de grupo o un aprendizaje
del manejo de los fenómenos de grupo. Aunque es claro que
uno u otro de estos propósitos está generalmente incluido
en la. demanda, y que el desarrollo del proceso de grupo da
ocasión para satisfacer uno u otro de esos fines, la suspen-
sión metodológica de su realización mantiene la situación
psicoanalítica ordenada a su objetivo principal: el análi-
sis de los vínculos que se constituyeron en el espacio de la
transferencia y de la contratransferencia, el desligamiento
de las investiduras y representaciones, de los pactos y con-
tratos concluidos en el grupo y que sostienen sus apuestas.
Se trata, pues, de des-agrupar, para cada sujeto del grupo y
en el grupo como tal, en las correspondencias de acopla-
miento entre la grupalidad psíquica y el agrupamiento de
los sujetos, lo que se apuesta en el grupo en cuanto a los
efectos del inconsciente producidos en él.
La función de suspensión metodológica de los propósitos
no psicoanalíticos es neutralizar los efectos de los campos
extra.psicoanalíticos interferentes sobre la situación: este
abordaje a-social (o a-pedagógico) del grupo no significa que
las dimensiones interferentes de la realidad social se desco-
nozcan, que el psicoanalista las trate al modo del rechazo o
de la renegación. Por el contrario, son conocidas en su apor-
te de apuntalamiento a la formación de la realidad psíquica,
y en su utilización por la resistencia al conocimiento de la
realidad del inconsciente. Otro desvío descalificante de la si-
tuación psicoanalítica de grupo es la reducción o la asimi-
lación de esta a la situación de la cura individual. Estos dos
desvíos extremos tienen como consecuencia el escamoteo o
la perversión del objeto propio de la situación psicoanalítica
de grupo.

95
Observaciones sobre la constitución de los
protocolos clínicos y su procedimiento de análisis

Llamo clínica psicoanalítica a lo que se produce en el en-


cuentro de los sujetos en el encuadre de la situación psico-
analítica. ¿Cómo dar cuenta de la clínica, con qué catego-
rías, con qué aparato de referencia teórica? Los conceptos
nacidos de la psicopatología psicoanalítica, ¿tienen un sen-
tido y una pertinencia aplicados al grupo, o aplicados a cada
sujeto del grupo? Son raras las elaboraciones sobre estos in-
terrogantes. 7

La elección de las situaciones de grupo

Las referencias clínicas sobre las que me apoyo en esta


obra estuvieron constituidas por protocolos tomados de mi
práctica psicoanalítica de grupos, del psicodrama y del tra-
bajo de duración prolongada en instituciones de tratamien-
to psiquiátrico. Preferí no obstante conservar cierta homo-
geneidad de referencia a un solo dispositivo de grupo; esta
elección permitirá decir a otros investigadores si las pro-
posiciones que he despejado pueden transponerse, y dentro
de qué límites, a otros dispositivos. He elegido asimismo
atenerme, en la casi totalidad de los casos, a grupos estruc-
turados por la regla de asociación libre verbal. El psicodra-
ma psicoanalítico «individual» o «de grupo» introduce varia-
bles tales que requieren un cuerpo de hipótesis específicas
para dar cuenta de las correlaciones asociativas (en conti-
nuidad, yuxtaposición, contraste u oposición) entre la pala-
bra, el juego, la puesta en escena de los cuerpos. Esta aso-
ciación de formas, acciones y palabra especifica la multitud
de estructuras de grupos llamados «de mediación» no ver-
bal; el análisis de los procesos asociativos apenas ha comen-
zado y tropieza con la imprecisión de los enunciados que
estructuran el <lispositivo de grupo.
He conservado cierta homogeneidad en la elección de las
situaciones de grupo de breve duración, por dos razones.

7 Acerca de la regresión en los grupos: S. Freud, 1921; W. R. Bion, 1952;

S. H. Foulkes, 1964; R. Kaes, 1973, 1993.

96
La primera, circunstancial, es que mi práctica psicoana-
lítica grupal se ha desarrollado preferentemente, pero no
exclusivamente, en este tipo de dispositivo. La segunda es
más fundamental: en los grupos de breve duración, los pro-
cesos de acoplamiento psíquico intersubjetivo son particu-
larmente estimulados, intensa y rápidamente. Los grupos
llamados «de formación», cuyo término está fijado por anti-
cipado, presentan así características que podrían oponerse
punto por punto a las características temporales del disposi-
tivo psicoanalítico de la cura. Sin embargo, estas oposicio-
nes corren el riesgo de enmascarar lo esencial: las especifici-
dades formales de esos grupos son particularmente apro-
piadas para activar y manifestar los procesos intra e inter-
subjetivos del acoplamiento psíquico del grupo. Son metodo-
lógicamente apropiadas para el desarrollo de una situación
psicoanalítica original, en el marco de la cual se producen
efectos de análisis de los vínculos del sujeto del grupo con la
realidad psíquica grupal. Esta particularidad de la dimen-
sión temporal acentúa ciertos procesos y ciertas formacio-
nes psíquicas movilizadas con preferencia en los vínculos
intersubjetivos: A. Missenard (1976) puso particularmente
en evidencia la necesidad en que se encuentran los sujetos
ubicados en esta situación de reencontrar y construir juntos
referentes identificatorios, en cierta urgencia por restable-
cer los límites de su yo, por constituir objetos, continentes y
contenidos. El yo de los participantes es puesto a prueba por
la situación incierta de un frente a frente plural, aún no su-
ficientemente dispuesto en grupo para producir acomoda-
mientos defensivos o creadores contra las angustias sus-
citadas por este encuentro violento; esos referentes, esos
límites y esos continentes de urgencia son encontrados-
creados en cada uno y al mismo tiempo que se construye la
situación del grupo; son producidos en el proceso intersubje-
tivo y lo sostienen. La limitación de la duración interviene
así como factor de una regresión tópica y formal de inten-
sidad variable, de cualidad y recursos desiguales en los par-
ticipantes. Pero moviliza también procesos de trabajo psí-
quico de una cualidad original que corresponde al régimen
específico de la temporalidad en los grupos (Kaes, 1984).
La contrapartida negativa de este tipo de protocolos es
que no siempre disponemos de elementos muy precisos

97
sobre la historia (pero no sobre la estructura) de las psiques
individuales. No obstante, suele ocurrir que esos datos es-
tén disponibles. En cualquier caso, se impondrá la puesta a
prueba de las hipótesis que he formulado en otros dispositi-
vos de grupo (grupo de duración prolongada, grupo con psi-
codrama, trabajo psicoanalítico de grupo con una familia,
grupo de niños, etcétera).
En la mayoría de las situaciones sobre las que se apoya
mi investigación, participé en la situación psicoanalítica
con un(a) colega psicoanalista. En las investigaciones que
he efectuado, el análisis de las intertransferencias ha sido
un elemento decisivo de mi interés por el proceso asociativo
y de mi método para desplegar su análisis.

Constitución de los protocolos

Los protocolos en que descansa mi investigación, y de los


que en esta obra presento sólo algunos, son de naturaleza y
precisión variables: en el período inicial de mis investigacio-
nes practiqué registros exhaustivos de los discursos acom-
pañados de observaciones sobre el trabajo de los psicoana-
listas, sobre datos extralingüísticos (emplazamientos es-
paciales, gestualidad y mímica). En ciertos casos, y en el
curso de este período experimental, se efectuaron entre-
vistas y exámenes psicológicos antes y después del proceso
de grupo. Procedí de otro modo después y a partir de 1970:
tan pronto relatos parciales pero suficientemente informa-
dos de sesiones o de secuencias de sesiones como transcrip-
ciones precisas de fragmentos de sesiones. He dado cada vez
más importancia al análisis de los movimientos contra-
transferenciales y, en este caso, intertransferenciales. Tuve
también ocasión de trabajar, en la situación psicoanalítica
de la cura individual, con analizandos que hicieron una ex-
periencia en situación de grupo e, inversamente, con pa-
cientes que habían hecho una cura individual antes de
hacer una experiencia de trabajo psicoanalítico en gru-
po. Los problemas planteados por la constitución de estos
protocolos apenas están esbozados; serán objeto, ulterior-
mente, de una publicación centrada en los aspectos cru-
ciales de la formación y el desarrollo de la metodología,

98
del marco de referencia teórica y de la ética del psicoana-
lista.8

Procedimiento de análisis

El análisis del «material», para mí indisociable del análi-


sis de la contratransferencia y, en este caso, de la inter-
transferencia, se funda en mi experiencia de la escucha psi-
coanalítica en su particularidad de ser oída de nuevo en la
escucha de otro psicoanalista, ya sea en la situación misma,
ya sea fuera de la situación. Sin duda, debería aportar aún
algunas precisiones en cuanto a mi investidura y a mi inte-
rés por la escucha de los discursos asociativos plurales, por
cuanto estos estructuran mi método. Actualmente, sólo pue-
do exponer sus efectos de trabajo, exponiéndome a manifes-
tar sus dificultades y sus límites.
En el procedimiento de análisis del material asociativo
debieron respetarse tres tipos de coacciones:

las coacciones de la linealidad de los enunciados: es ne-


cesario recoger con la mayor aproximación la enuncia-
ción de las secuencias asociativas, su organización sin-
táctica, su ciclo y su relación de orden, su recurrencia en
las «series», los elementos que constituyen el indicio de
un punto nodal;
las coacciones de la sincronía de ciertas enunciaciones: es
preciso registrar las simultaneidades de las asociacio-
nes, pero sobre todo su composición en la interdiscursivi-
dad, sus transformaciones y las insistencias procedentes
de varios sujetos. La atención a esta coacción es la vía de
acceso a los organizadores estructurales que ordenan las
correspondencias de las asociaciones;
las coacciones de los efectos de resignificación: las sig-
nificaciones comprometidas en el proceso asociativo im-
plican a las asociaciones según una temporalidad que
corresponde a los movimientos del levantamiento o del
reforzamiento de la represión. Las significaciones son

8 Sobre algunos problemas planteados por la constitución de los protoco-


los clínicos, cf. Kaes, 1976, en R. Kaes y D. Anzieu, 1976, introducción; E.
Pozzi, 1987.

99
transformadas en sentido, en el tiempo de la resignifi-
cación.

Estas coacciones deben ser transformadas en instru-


mentos de la investigación: mi memorización de ciertas se-
cuencias asociativas se produjo en la resignificación de las
sesiones, a veces incluso en el curso de mis asociaciones du-
rante sesiones de cura individual.
En ciertos casos, en su mayoría no publicados, he con-
frontado mi método con el del análisis interlocutorio que
propone el psicosociolingüista A. Trognon. Como ya había
advertido su interés en trabajos anteriores, cuando tuve
ocasión de confrontar mi método de análisis de los cuentos
con el del abordaje estructural, obtuve a cambio, por lo me-
nos, algunas orientaciones para poner a prueba ciertas di-
recciones de la investigación.

Escribir y publicar la clínica de grupos: problemas

Las exposiciones clínicas que siguen plantean algunos


problemas metodológicos, técnicos y deontológicos: ¿cómo
constituir, analizar y publicar un protocolo clínico que des-
cribe, comenta e interpreta una situación de grupo? No es-
toy en condiciones de responder en este momento a esa pre-
gunta, pero espero que podrá ser planteada con mayor pre-
cisión y recibir algún principio de respuesta al término de
este estudio. Efectivamente, tales protocolos plantean, com-
plicándolo, el problema de toda escritura de una experiencia
psíquica, 9 de una experiencia psíquica plural, compartida,
necesariamente irreductible a un relato realizado desde un
solo punto de vista, el del psicoanalista: ¿de quién, de qué,
para quién y en nombre de quién expone lo que escribe, lo
que transcribe? ¿Cómo dar cuenta de procesos y experien-
cias que son los de una pluralidad de sujetos, y ante todo có-
mo escuché yo aquello cuya huella transmito aquí? ¿Quién
habla, cuándo, a quién, con qué efectos manifiestos u ocul-
tos, inmediatos o diferidos, y cómo seguir este hilo, sus liga-

9 «¿Cómo decir?.,, se pregunta recientemente D. Anzieu (1990), buscando

un estilo de relato apropiado a este objeto tan particular como es la expe-


riencia psicoanalítica de la cura.

100
mentos, proliferaciones, nudos, blancos? ¿Cómo voy a dar
cuenta de la simultaneidad de discursos y de lo que oigo en
mi escucha de lo que dicen, con lo que no dicen, con lo que
contradicen sin saberlo o sin querer saberlo, o con aquellos a
quienes no oyen? Y más: ¿cómo memorizar tales secuencias
y dejar jugar en las rememoraciones posteriores a la sesión
los efectos de resignificación, el trabajo de la represión, de
mi propia represión y de la de los otros, y precisamente ahí
donde, por ciertas alianzas, está ligada a la mía? Interroga-
ciones que, evidentemente, habrá que retomar un día con
un inicio de hipótesis sobre la escucha y sobre «la escucha de
la escucha» en situación de grupo. 10
Finalmente, ¿cómo hacer público un protocolo de tal
modo que se preserve el anonimato de cada uno de los suje-
tos? Un protocolo clínico de grupo expone a un conjunto de
sujetos ligados entre sí por una historia común: se necesitan
ciertos disfraces para no develar los unos a los otros y, en
principio, la experiencia y su publicación deben estar sepa-
radas por un plazo de diez años.

10 Según la perspectiva introducida por Haydée Faimberg.

101
3. Organizadores psíquicos y
emplazamientos subjetivos en el proceso
asociativo grupal
El grupo con Solange, o el porta-palabra

«Naturalmente, un caso aislado no nos enseña todo lo que


quisiéramos saber. O, más precisamente, podría enseñarnos
todo si estuviéramos en condiciones de comprender todo, y
si la inexperiencia de nuestra propia percepción no nos obli-
gara a conformarnos con poco».

S. Freud, «El Hombre de los Lobos»

Una situación clínica relativamente simple pondrá en


evidencia la disposición del proceso asociativo en los grupos
y el papel que cumplen en él algunos miembros. El análisis
de esta situación permitirá poner a prueba algunos de los
conceptos que he expuesto en los capítulos precedentes. Se
tratará de despejar la función organizadora que cumple
aquí una fantasía inconsciente: la doble inscripción de esta
fantasía en el espacio intrapsíquico y en el espacio intersub-
jetivo revela, en relación con la función intermediaria de un
porta-palabra, algunos aspectos de la posición del sujeto del
grupo.

Presentación del dispositivo y de la situación


Una asociación tiene como objetivo proponer a las perso-
nas que desean incluirse hacer la experiencia del incons-
ciente en una situación de grupo y elaborar sus efectos en
los diferentes niveles donde se producen: personales, inter-
subjetivos y grupales. Se reúne una docena de personas;
no tienen entre sí relaciones de intimidad, familiares o je-
rárquicas; no son seleccionadas mediante una entrevista

103
previa. Las sesiones se suceden en tres, cuatro o seis días, a
razón de cuatro sesiones de una hora y cuarto por día: dos
por la mañana y dos por la tarde. Los participantes se reú-
nen en la misma sala, a las horas convenidas por anticipa-
do; están sentados, frente a frente, 1 en general dispuestos
en un círculo (sea porque los asientos están distribuidos así,
sea porque ellos mismos los disponen en esta forma). Entre
las sesiones hay pausas de media hora. Las comidas no es-
tán organizadas para hacerse en común.
Estos grupos se proponen, por lo general, como grupos de
formación; esta designación implica cierta ambigüedad cu-
yos efectos deben detectarse en la situación y en el proceso
que allí se desarrollan. La ambigüedad del lado de «la ofer-
ta» es que el dispositivo y la situación propuestos por los psi-
coanalistas son ante todo pensados y puestos en marcha por
ellos en un registro que se podría calificar como el de lo Ne-
gativo, en el sentido de que la experiencia no apunta a dotar
a los participantes de una «forma» de saber y, a fortiori, de
comportamiento que los psicoanalistas tendrían que trans-
mitirles. Más bien tiene como proyecto permitirles experi-
mentar y pensar ciertos efectos de de-fonnación2 en sus re-
presentaciones e identificaciones; a partir de esos efectos
puede producirse un trabajo psíquico de la cualidad especí-
fica que hace posible una situación psicoanalítica. Estos
grupos «de formación» tampoco se proponen como grupos de
finalidad terapéutica, aun cuando la demanda que parece
encontrar en esta «oferta» una adecuación puede nacer de
un sufrimiento patológico, y aun si en ocasión de esta expe-
riencia se producen efectos terapéuticos o de tratamiento
psíquico. Por último, estos grupos no se proponen como
grupos de psicoanálisis, en el sentido de una cura psicoana-
lítica a través del grupo, lo que no impide que, para algunos
sujetos, tengan sobre su organización psíquica un efecto de
análisis, ya sea antes de una cura individual, ya sea -y en
ciertas condiciones- durante una cura, ya sea también des-

1 Salvo excepción, he utilizado con fines de estudio un dispositivo en el

que los participantes están dispuestos en círculo, de espaldas; doy cuenta


de la situación desarrollada en tal dispositivo en el capítulo 5, págs. 174-6,
200-12.
2 He propuesto analizar este proyecto como trabajo de la fantasía

«(de)forman a un niño» (1975), retomado en R. Kaes y D. Anzieu, 1976,


reedición de 1984.

104
pués de una cura. Los efectos propiamente psicoanalíticos
no son, pues, despreciables.
He mencionado en el capítulo anterior que la situación
psicoanalítica de grupo está estructurada por el enunciado
de las reglas que definen el encuadre de la experiencia y
permiten poner en marcha su proceso. Estas reglas son di-
chas, al comienzo de la primera sesión, por el psicoanalista o
por los psicoanalistas que garantizan la función psicoanalí-
tica en la situación. Para que se produzcan los efectos de
trabajo psíquico, y para que esté asegurada la función psico-
analítica que garantiza sus condiciones, es importante que
las reglas constitutivas de la situación 3 se acompañen de la
suspensión de cualquier otro objetivo que el de posibilitar a
los sujetos la experiencia (en el sentido de vivenciarlo) del
inconsciente, y el pensamiento de sus efectos en el grupo y
para cada uno.
En la situación a que voy a referirme, éramos dos psico-
analistas, ambos miembros de la asociación que organiza
este tipo de grupos; a fin de preservar todo lo posible el ano-
nimato de los participantes, y para mantener el sentido de
las equivalencias homofónicas que revelaron su importan-
cia en los nombres de pila de algunos de ellos, llamaré
Sophie a mi colega psicoanalista.
En este grupo se habían inscripto diez participantes.
Para reflejar lo mejor posible nuestra disposición interna en
el momento de comenzar el grupo, debería escribir más bien
que esperábamos, para un grupo de cuatro días, a diez par-
ticipantes, diez desconocidos para nosotros y para ellos mis-
mos. Algunos están ya ante la puerta de la sala cuando lle-
gamos para abrirla; otros llegarán cuando estemos ya insta-
lados en nuestros asientos, silenciosos. Nueve de ellos están
presentes cuando Sophie y yo enunciamos las reglas consti-
tutivas de la situación, tras recordar que los participantes
demandaron inscribirse en este grupo y tras haber precisa-
do los elementos constantes del dispositivo: lugar, horario
de las sesiones [séances], duración de la «reunión» [session].
Los participantes son invitados a decir y sólo decir lo que les
viene a la mente: lo que se les presenta, tal como les llega,
sin crítica ni restricción. Correlativamente, ambos psico-

3 Las reglas constitutivas de la situación, y no del grupo, que se organi-


zará según otras lógicas asociativas.

105
analistas sólo tendrán con los participantes relaciones de
palabra y solamente durante las sesiones. Estos dos enun-
ciados formulan la regla fundamental y la regla de absti-
nencia. Son las dos reglas indispensables.
Otras dos reglas --o más bien dos recomendaciones- se
enunciaron al comienzo de esta sesión; una es llamada «de
discreción»: se invita a cada uno a mantenerse discreto, fue-
ra del grupo, respecto de las personas que conocen en él; la
otra, llamada «de restitución», propone que lo que pudiera
decirse fuera de las sesiones entre los participantes, duran-
te las pausas, retorne en sesión. 4

El grupo con Solange: las cuatro primeras


sesiones
Limitaré mi exposición a las cuatro primeras sesiones
del primer día, centrándola en el proceso asociativo, la for-
mación del aparato psíquico del grupo, la función y el lugar
que toma una participante, Solange.
Volveré posteriormente sobre la exposición clínica de es-
ta primera jornada, cuando, en el próximo capítulo, mi aná-
lisis se focalice sobre la posición de Marc y sobre el trabajo
intersubjetiva de perlaboración del trauma cuyo porta-sín-
toma, o porta-nombre, es este participante.

Primera sesión

Un largo silencio sigue al enunciado de las reglas. Es in-


terrumpido por Jacques, quien pide que se haga «Una ronda

4 Por mi parte, renuncié después a considerar esta última proposición


como una verdadera regla. El efecto de coacción que produce, refuerza inú-
tilmente las interpretaciones superyoicas de la regla fundamental. Sos-
tiene además la persecución asociada a la paradoja según la cual las sesio-
nes tienen un límite y a la vez no lo tienen. Prefiero considerar que la si-
tuación de grupo puede suscitar desplazamientos específicos, intercam-
bios de palabra oactings fuera de sesión, que no debemos «inducirlos», que
sus efectos deben experimentarse antes de ser interpretados, llegado el
momento, en la transferencia.

106
de nombres para saber a quién uno se dirige, quién habla a
quién»; necesita estos «puntos de referencia» para avanzar.
Es común que se haga esta propuesta en la primera se-
sión: a menudo se sugiere una «lista», se solicitan presenta-
ciones; a veces estas se satisfacen parcialmente, pero es fre-
cuente que se rechacen. Jacques emplea una expresión inu-
sual al insistir sobre los nombres, que fija momentánea-
mente mi atención; pero la moviliza más aún el hecho de
que su proposición «saber quién habla a quién» entra en re-
sonancia asociativa con la preocupación que me acompaña
en esta época y que siento al venir a este grupo: cómo funcio-
na, precisamente, el proceso asociativo. Sorprendido por la
fórmula de Jacques, admito que él no sabe nada de mi inte-
rés por esta cuestión; pero no excluyo que, cuando enuncié
la regla fundamental, ciertas entonaciones hayan dejado
traslucir un signo apenas perceptible, salvo para él, de mi
investidura; si la hipótesis es plausible, la pregunta subsis-
te: ¿por qué él?
La demanda de J acques queda en suspenso durante
cierto tiempo. Una joven, Sylvie, que había llegado después
de que hubiéramos enunciado las reglas y mencionado las
disposiciones de tiempo y lugar, dice que, al llegar a este
grupo silencioso, se preguntó, escrutando los rostros y las
posturas, quién es el «monitor» y quién es la «monitora». 5
Cree saber quién es el monitor, alega la edad, su apariencia
física, su aspecto «vagamente despreocupado»; pero duda
aún entre dos mujeres para «elegir» a la que sería la monito-
ra: esta («¿Cuál es su nombre?» - «Solange») o aquella («¿Y
usted?» - «Michele» - «Gracias»).
Tomando el hilo, Jacques propone que se continúe la
«ronda de nombres», pero no tiene eco. Los participantes es-
tán más bien movilizados por la pregunta que se hizo Syl-
vie; varios de ellos que no nos habían visto abrir la puerta se
habían planteado la misma pregunta-adivinanza, en el si-

5 Estas denominaciones son una herencia de la práctica psicosociológi-


ca de los grupos de formación. Los «monitores» eran los que sostenían el
aprendizaje del diagnóstico de los fenómenos de grupo en los ciclos de
«Training group• de orientación lewiniana. Los psicoanalistas que efec-
tuaron la conversión psicoanalítica de las prácticas de grupo en Francia, al
comienzo de la década de 1960, mantuvieron la marca de este origen, cul-
tivando a la vez cierta resistencia a decirse psicoanalistas en situación de
grupo.

107
lencio del comienzo de la sesión, antes de que habláramos.
Ahora saben, puesto que nos escucharon formular las re-
glas.
Esos enunciados orientan mi escucha hacia el esbozo de
una sucesión asociativa regida por el movimiento de la
transferencia: varias personas se reconocen en la pregunta
de Sylvie, pero no responden a la pregunta de Jacques. Al
centrar su pregunta sobre la «monitora», Sylvie intenta, no
tanto conocer lo que esta es para ella, como identificar a una
desconocida, eliminar una incertidumbre. Al tomarla por
otras dos, expresa su dificultad, dobla la apuesta, a menos
que la divida en dos. No se trata, pues, solamente de «locali-
zar» una función encarnada por una mujer, sino de recono-
cer un rostro desconocido, reducir la distancia entre la in-
certidumbre y la expectativa surgida de un rostro que ten-
dría los rasgos de un objeto interno.
Por eso nadie va a responder directamente a la pregunta
que Sylvie se plantea y que interesa a todos; ella deberá per-
manecer en la incertidumbre, mientras que los otros, sa-
biendo que saben, mantienen por su silencio un vínculo pri-
vilegiado con Sophie, cuyo nombre no será pronunciado.
Más tarde, en el tercer día, Sylvie sabrá que ha sido casti-
gada por su atraso y por su desenvoltura, con ese silencio ce-
losamente guardado sobre un saber compartido. Sabrá
previamente, por una interpretación de Sophie, que su ten-
tativa de identificar a la pareja, y especialmente a la mujer
desdoblada en otras tantas rivales, la hizo de entrada porta-
dora de un deseo contra el cual se movilizaron las resisten-
cias. Los participantes sabrán que en aquel momento fue-
ron atrapados en un efecto de grupo -alianza inconsciente
primera, constituyente, resistencia}, cuyo sentido se desple-
gará luego, en apres-coup.
En este momento de la sesión, podemos suponer que el
silencio está completamente ocupado por la represión de
este fugitivo y peligroso «reconocimiento» en Sylvie de un
movimiento de transferencia; ese silencio será interrumpi-
do por Marc: siente, dice, un vago malestar, ya no puede
pensar, «hilar dos ideas seguidas», tiene «la cabeza vacía».
Boris expresa el mismo «sentimiento»: ya no sabe muy bien
dónde está ni quién es. Uno y otro se encuentran concordan-
do sobre una fórmula de Marc: perdieron sus «puntos de
referencia•>, están «fuera de sí». Recuerdo entonces que

108
Jacques, el primero, mencionó su necesidad de referentes
para justificar su propuesta de una «ronda de nombres».
Una secuencia asociativa bastante larga, a la que contri-
buyen varios participantes, retoma esas palabras que insis-
ten sobre la confusión, la pérdida de referentes, la desorien-
tación, el «fuera de sí». La polisemia de esta expresión* deja
asomar la cólera en este sentimiento de desorganización
caótica que expresan en varias ocasiones Marc y Boris. Por
el momento, no intervengo, no señalo este doble sentido, na-
da me parece hacerlo necesario. Estoy movilizado por esta
irrupción bastante intempestiva de un malestar que perdu-
rará hasta el final de la sesión. La representación que tengo
en ese momento es que, efectivamente, los participantes
han perdido sus «referentes identificatorios» y que buscan
reencontrarlos; estoy atento a la diferencia de las preguntas
que plantean Jacques y Sylvie, a la violencia de la expresión
del malestar en Marc y Boris, a la transferencia de Sylvie
sobre nosotros, en especial sobre Sophie.

Segunda sesión

Desde el comienzo de la sesión, Solange repite su nom-


bre, esta vez voluntariamente, aclara, y no por el efecto de la
pregunta de Sylvie; agrega de inmediato que se sintió intri-
gada, incómoda e incluso bastante angustiada cuando Syl-
vie la tomó por Sophie. Se preguntó qué parte podría corres-
ponderle en «esta equivocación», sI ella tiene «algo» que ver
con eso. Sylvie Ieresponde-c~n perspiCacia: «Quizás hay al-
go más entre ustedes dos que la primera sílaba de sus nom-
bres... ».
Silencio de Solange, que retoma su idea de «e<I!livoca-
ción»: vino a este grupo con una expectativa precisa, para
iíieer un «aprendizaje del hablar-bien». Hablar bien que
necesita sobre todo para ejercer su profesión; de esta no dirá
nada, ni espontáneamente ni ante la pregunta de algunos
que, como Michele en particular, insistirán en vano para
saber más. Solange dice que, pensándolo bien, no es tanto
su profesión lo que importa sino las palabras para decir lo

* Esta expresión, hors de soi, significa tanto furioso como presa de agita·
ción, extravío o anonadámiento. (N. de la T.)

109
que siente: un «paquete que hay que deshacer», palabras
para nombrar lo que la hace sufrir y de lo que nada puede
decir, decirse a sí misma.
Comienza a darse cuenta de que quizá no es sólo para
«hablar bien» por lo que está aquí en este momento. Esto,
hace una hora no lo sabía. Se le ocurrió cuando Marc dijo
que estaba «fuera de sÍ»; entonces había traducido: al lado
de sí mismo, como si tuviera un doble. Entonces la afectó,
retroactivamente, haber sido objeto de una equivocación
cuando Sylvie imaginó que ella podía ser Sophie. Sean-
gustió por eso.
Tras un breve tiempo de silencio, alguien le dice que ella
no escuchó lo que le sugirió Sylvie acerca de la inicial de los
nombres. Parece que no es la única que no escuchó, varios
ya no lo recuerdan, y comienzan los intercambios para recu-
perar lo que dijo Sylvie, quien no interviene en el debate; se
prepara así en el grupo un lugar de silencio y de supuesto
saber, lo que adquiere sentido en la transferencia sobre So-
phie, en adelante «localizada»* por ella como la «monitora».
Solange declara que esta equivocación la llevó a sentir
cierta decepción respecto del grupo. De inmediato, Sylvie
recoge el término en su sentido más crudo para ella: «Ah,
¿sil ¿decepción, quizá, de no ser realmente Sophie?». Solan-
ge, en voz baja y con un tono defensivamente desafectado
que me llama la atención, responde que a ella le hubiera en-
cantado ser Sophie. Sylvie triunfa al haber dicho una ver-
dad sobre Solange y al haberse evitado saber algo que le
atañe a ella misma. Muy pronto, Solange se recupera de su
breve doblegamiento depresivo: con voz más tónica dice que
decidió quedarse en este grupo «pese a esa decepción»: es
decir, no es un grupo para «hablar bien» y ocurre otra cosa,
que la sorprende. Se ha sentido muy interesada por lo que
ocurrió entre Marc y Boris, su modo de devolverse la pelota
y decirse mutuamente lo que sentían, que habían perdido
sus referentes: como ellos, ya no sabe dónde está.
Solange identificó sin duda con rapidez, por un rasgo
común con ellos, la relación Marc-Boris como una relación
de doble: ella misma está atrapada en esta relación con res-

* En francés, «repérée,,, lo que enlaza esta expresión con la pérdida y/o


búsqueda de «referentes• (reperes) que ya insistía en las asociaciones. (N.
de la T.)

110
pecto a Michele y con respecto a Sophie. De pronto se encon-
tró con que ocupaba un lugar en la fantasía de Sylvie, pQr lo
tanto en su deseo, en esta relación de identificación simé-
trica mutua. Podemos suponer que está angustiada por con-
frontarse directamente con lo que representa para ella esta
relación de doble; también podemos formular la hipótesis de
que se ve atraída a la vez a sus identificaciones homosexua-
les con el semejante (hermana) y con la imago materna de
su deseo edípico: sentiría entonces que su identificación con
la madre coloca a su objeto idealizado «fuera de sí», a una
distancia que la angustia, probablemente en un reparto con
rivales que la privan de él.
No consigo transformar estos esbozos de pensamiento en
una interpretación que quisiera al menos formularme a mí
mismo: me parece necesario tomar en consideración, para
articularlos, el nivel de los procesos que son propios del
grupo y las posiciones en que se han ubicado o han sido ubi-
cadas por otros, y por las que se han ligado entre sí, Solange,
Michele y Sylvie. Pero también tengo el sentimiento de que
tal interpretación, suponiendo que fuera pertinente, no se-
ría quizás oportuna en este preciso momento, que su efec-
to sería detener el proceso en desarrollo. Es posible que mi
vacilación sea también efecto de la resistencia que siento en
mí a desplegar mis pensamientos.
La manera como Solange inventa un recurso para salir
de su breve momento depresivo confirma que era útil espe-
rar y escuchar. En efecto, Solange, en un nuevo y brusco
cambio de tono y de tema, va a criticar vivamente lo que lla-
ma nuestro «recibimiento»: contaba con que se hicieran las
presentaciones y nosotros no respondimos nada a la deman-
da de Jacques; hubiera deseado una verdadera animación
y nosotros somos particularmente pasivos. Sabe perfecta-
mente que lo que no obtuvo le permitió descubrir que nece-
sita otra cosa, esto no le impide seguir esperando «verdade-
ros animadores». Algunos participantes le piden que pre-
cise, ella no puede decir nada más.
La crítica de Solange tiene tanto más alcance por lo mis-
mo que expresa en voz alta reproches que los otros no for-
mulan; el remordimiento que le causa asumirlos sin recono-
cerse o ser reconocida como porta-palabra de su malestar la
vuelve súbitamente silenciosa, como el grupo entero bajo el
efecto de una angustia creciente y compartida. Que Solange

111
haya facilitado la vía a la expresión de esos reproches le
valdrá ser agredida a su vez, por la parte que se reservó al
hablar tanto tiempo de sí misma. Señalo este desplaza-
miento: Solange es agredida porque devela sentimientos
hostiles hacia nosotros. Comprendo que yo estaba atascado
en la elaboración de mis pensamientos porque me resistía
contra la transferencia negativa de Solange y contra el ca-
mino que ella abre a representaciones hostiles.
Se nos dirigirán entonces algunos reproches, a Sophie y
a mí, sobre todo a propósito de nuestro silencio: «Pese a todo
lo que sabemos sobre el necesario repliegue silencioso del
psicoanalista, uno espera una coordinación un poco más ac-
tiva: ustedes abandonan al grupo». Ni Marc ni Sylvie ni So-
lange participan en esas críticas, ni en las que atañen a la
disposición de la sala (¡toda a lo largo!), al color de la alfom-
bra (¡roja, agresiva, sucia!), al desordenado apilamiento de
mesas y sillas «que dan a la habitación el aspecto de un
campo de batalla». Michele t~esión de que no es
sólo «desorden, sino que eso pulula por todos lados, que hay
demasiada gente aquí y que se tendría que haber restringi-
do el número de participantes», lo que provoca vivas protes-
tas. Sophie señala el poder de vida y de muerte que se nos
atribuye.
El pasaje de la sala a «la habitación» da sentido a la fan-
tasía de que hemos abandonado al grupo para hacer niños,
demasiados niños. Aquí nuevamente me abstengo de in-
tervenir; aumentaría la persecución al señalar el lapsus y
sobrecargaría la vía interpretativa abierta por Sophie. Ade-
más, estimularía probablemente las defensas contra una
evocación demasiado directa de la fantasía subyacente, de-
masiado reprimida aún.
El trabajo prosigue, el deslizamiento de sentido de la
sala a la habitación tendrá dos efectos opuestos: para unos,
contribuye al sentimiento de confusión que se amplifica, lo
que va en el sentido del poder de la muerte; para otros, abre
la vía a unjuego con las palabras, lo que señala la investidu-
ra de vida y de placer. Así, Jacques (que intenta ligar las re-
presentaciones y establecer vínculos con los otros), reto-
mando la fórmula de Marc (que lucha con la desorganiza-
ción) acerca de la pérdida de referentes [reperes], la trans-
forma en «hemos perdido también nuestras guaridas [re-
paires]». Esta referencia a un espacio de protección, pero

112
también al escondite de los bandidos, hace volver sin duda
en la cadena asociativa la representación de estar «fuera de
sí». Me parece posible hacer notar entonces que ciertas pa-
labras utilizadas en la primera sesión son retomadas ahora
con significaciones nuevas (referente, guarida [repere , re-
paire]; fuera de sí, al lado de sí); estas palabras vuelven
ahora, después de que se nos dirigieran reproches más di-
rectos, y se acomodan en la representación de que estaría-
mos aquí como en un habitación transformada en campo de
batalla. Estos enlaces entre violencia, desorientación y có-
lera, ¿estaban ahí desde el comienzo?
Mi intervención se hizo posible por el juego introducido
en las asociaciones, es decir, en el trabajo de representación
abierto por la intervención de Sophie. Era importante, en
ese momento, no destacar el lapsus y el juego de palabras,
sino solamente escucharlos y dejar que se desplegaran sus
efectos: la cólera de estar excluido de la habitación donde se
ha refugiado la pareja de los «padres», o la de verse confron-
tados con el caos de su apareamiento prolífico, paradójica-
mente volvió a dar un límite y un contenido al sentimiento
de estar «fuera de sí».
La fantasía de escena originaria es movilizada aquí en
su función de organizador de los vínculos de grupo: en el es-
pacio intrapsíquico da un escenario, una acción, protagonis-
tas y emplazamientos subjetivos a los participantes; aporta
una forma dramatizada a la representación del objeto-gru-
po para sus sujetos constituyentes: una habitación de bata-
lla, figuración de la violencia originaria fundadora en la que
se supone que «Sophie» y «YO» los hemos sumido.
La desorientación, la pérdida de referentes significarían
su angustia por haber sido desalojados de su posición fan-
tasmática, al habérseles revelado otras versiones subjeti-
vas. Al articular lo que se dice ahora con lo que se dijo (y se
transformó) desde el comienzo, destaco que la cuestión del
origen está planteada mucho añtes ·de la primera sesión.
Uno de los efectos de nuestras dos_intervenciones, de las
que-se notará que, por su conjunción, está~ ~;--;esonancia
con la fantasía, será que varios participantes van a decir, de
una manera muy elíptica o estereotipada, por qué se inscri-
bieron en este grupo. Tras hacer notar que queda un cuarto
de hora para el final de la sesión, Marc dirá que vino a hacer
este grupo conmigo, que se inscribió «por mi nombre [nom]»,

113
lo que provoca sorpresas, risas y preguntas, que Marc deja
en suspenso. Sylvie se limitará a dar una información: una
de sus amigas hizo un grupo con Sophie. El final de la sesión
será un juego sobre el significante repere, repaire, re-pere,
paire [referencia, guarida, re-padre, par/pareja] (Sophie y
yo). La sesión se interrumpe en el momento en que Marc
hace observar que la serie de los «re» indica una repetición.
Se pregunta si ocurre lo mismo con mi nombre de pila
fprénom].'""
En la pausa, durante la comida, Sophie y yo hablamos
poco del grupo: repasamos nuestras breves intervenciones,
las que hemos esbozado en sesión, los pensamientos que se
nos ocurrieron a propósito de uno u otro participante, pero
sobre todo hablamos de nuestras vacaciones, de accidentes
ocurridos a personas cercanas, de la dificultad para escribir
la clínica de las curas psicoanalíticas, de un filme que pla-
neamos ir a ver. Cuando hablamos de los participantes,
mencionamos a Marc, Sylvie y Solange: Marc, «inscripto por
mi nombre», pero perdido entre sus «referentes»; Sylvie,
hábil para hacerse representar, en sus transferencias, por
Solange; Solange, atrapada en el conflicto que suscita en
ella esta delegación que, sin que lo sepa, le hace saber algo
de ella misma, y luchando contra el devenir consciente de
ese saber; Solange, dividida entre hablar para sí misma, de
sí misma, y hablar para otros. Después del almuerzo, me re-
tiro para tomar notas y dejarme llevar en mis asociaciones
libres, solo.

Tercera sesión

Tras un breve silencio, haciendo notar por cierta agita-


ción su intención de hablar, pero aplazando ese momento
hasta estar seguro de captar toda la atención del grupo,
Marc advierte que tiene «una confesión que hacer al conjun-
to del b'l"Upo, la confesión de un acontecimiento que lo ha
marcu<lo mucho». Una vez retenida la atención, va a deta-
llar mita «Confesión», y la palabra no es indiferente. Anun-
cia en primer lugar que va a hablar de ese acontecimiento
«man·1mte», porque entendió que la regla de restitución que

* R1•111f, si ocurre lo misrrl(), sería re-né, es decir, re-nacido. (N. de la T.)

114
enuncié al comienzo de la sesión lo obligaba a ello: en efec-
to, durante la pausa ha comenzado a hablar de lo que va
a decir.
Luego, precisa: «Hace aproximadamente un año, he aquí
lo que ocurrió en un grupo como este y en el que me encon-
traba; el grupo estaba organizado por la misma asociación,
pero con otros psicoanalistas. Se produjo para mí un aconte-
cimiento que me marcó intensamente y del cual me repongo
con dificultad. Un cuarto de hora antes del final de la última
sesión del último día, el monitor, o el animador, si se quiere,
me «echó» una interpretación salvaje que para mí fue como
un golpe en la cabeza, salí completamente aturdido y deso-
rientado de esa sesión y de ese grupo, y les aseguro que me
cuesta reponerme. Vine aquí con estos dos psicoanalistas
porque espero poder salir de eso con ellos. Eso es lo que
quería decirles».
El silencio en el que se va a instalar Marc, y tras él los
participantes anonadados, va a durar un buen cuarto de ho-
ra. Marc no aclarará nada sobre el contenido, el contexto y
los efectos de esa «interpretación salvaje». Repetirá su «con-
fesión», insistiendo sobre «la marca», lo «mareante», lo
«marcado», el «Cuarto de hora antes del final». Sophie y yo
estaremos, también nosotros, bastante estupefactos, lo que
era probablemente uno de los efectos buscados por Marc.
Detengámonos sobre lo que Marc está diciendo, no sólo
diciendo sino haciendo con el decir, haciendo experimentar,
y experimentando repetitivamente él mismo. Al final de la
sesión anterior, al observar que queda un cuarto de hora
para que termine la sesión, Marc declara que ha venido a
hacer este grupo conmigo «por mi nombre [nom]», sin más
precisión pese a las preguntas que se le formulan. Sabemos
que, por mi nombre de pila, él descubre una repetición, la de
un renacimiento, y por lo tanto una muerte atravesada o
negada. Antes de hacer esta observación, habló de lo que lo
llevó a volver a un grupo cuyo monitor/animador esta vez
sería yo, con Sophie.
El primer grupo había sido «monitoreado» por un solo
psicoanalista, hombre, pero, en su relato, Marc hace pensar
que había dos psicoanalistas, como en el grupo actual. Ha-
bló fuera de la sesión de lo que ocurrió para él en ese otro
grupo, sabiendo que tendrá el recurso de restituir el conte-
nido en sesión; se apoya en la regla enunciada por mí para

115
significar que él respeta «la obligación» y para destacar que
ese respeto de su parte hace resaltar aún más la «falta» del
psicoanalista que le infligió aquella interpretación salvaje,
asestada como un golpe en la cabeza; este acontecimiento es
para él a tal punto «mareante», que lo representa; en feme-
nino: él lleva su «marca» y quiere testimoniarlo aquí y recla-
mar reparación/reanimación. Rehúsa comunicar un conte-
nido de representación más preciso: la cosa en la escena vio-
lenta sólo se pone en palabras para actuar su efecto y, utili-
cemos aquí este término antiguo, abreaccionarla.
Este modo de utilizar la palabra tiene también por fina-
lidad hacer sentir a los otros el afecto de una violencia que
para Marc está en el origen de su presencia en el grupo:
Marc se vuelve activo infligiendo el golpe que le dejó la cabe-
za vacía. Toma a los participantes por testigos y ubica a los
psicoanalistas en posición de acusados, jueces y reparado-
res. Pero no transmite, o no transfiere, más que el afecto de
violencia que emana de esta escena ampliamente indeter-
minada en cuanto a su contexto y a su contenido.
Al escuchar a Marc en el silencio de perplejidad y ano-
nadamiento que sigue a su «confesión», me pregunto de qué
podría él ser culpable, sino al menos de su fantasía de vio-
lencia; tengo la hipótesis de que ni antes -pero ¿cuándo?-
ni ahora, Marc tiene a su disposición las representaciones
de palabra que faltan a su emoción y a la simbolización de lo
que pudo ponerse en juego para él en ese «acontecimiento»;
el acontecimiento «mareante» sólo adquiere su peso por la
fantasía que realiza, sin que él lo sepa, del destino que cum-
ple fuera de él y cuyos hilos viene a desanudar y a reanudar
aquí. Lo que se transmite por la vía del afecto para ser sen-
tido debe facilitar primero un camino a las asociaciones en
los participantes, antes de que Sophie o yo tengamos algo
que decir.
Un silencio bastante largo seguirá a la declaración de
Marc; cuando vuelva la palabra, con Boris, será para expre-
sar de nuevo el malestar de hallarse desorientado, de haber
perdido los referentes. Me parece que el grupo está ligándo-
se en la repetición de los afectos de cólera y de desorienta-
ción, en la angustia; la dificultad de pensar es sin duda uno
de los efectos inconscientemente buscados por Marc, es ex-
presado por Boris y sentido por la mayoría de los participan-
tes. Me parece que sería útil puntualizar mediante una in-

116
terpretación el enlace entre esta dificultad, la interrupción
del proceso asociativo y su anclaje en la transferencia.
Confío en que Sophie haga esta interpretación: me sien-
to demasiado cargado por la transferencia de Marc sobre
mí, y sin duda temía repetir el «golpe en la cabeza», o debía
retenerme de asestárselo en un movimiento contratransfe-
rencial narcisista de agresividad hacia él. Sophie no inter-
viene. Ella no está urgida; yo lo estoy, y le reprocho incons-
cientemente dejarme confrontado con ella sin encontrar la
vía para liberarme. Reproyecto sobre Sophie lo que Marc me
ha transmitido por identificación proyectiva y concluyo que
no puedo dejar sin palabras, sin representación de palabra
hablada, el efecto traumático de la violenta confesión de
Marc.
Intervengo entonces para señalar que se repite ahora,
tras «la confesión» de Marc, un sentimiento ya experimen-
tado de pérdida de los referentes, y que algo que ha ocurrido
en otro lugar -en un grupo como este-- es traído ahora a
este grupo, que ese algo provoca emociones en algunos, de-
sasosiegos que les son propios y que los ligan aquí entre
ellos, los pone quizá «fuera de sí» y deja abierta la cuestión
de decir qué son este malestar y esta desorientación: quizás
el temor de recibir interpretaciones «salvajes», como Marc
dice haber recibido in extremis su golpe en la cabeza. El
efecto inmediato de mi intervención es un silencio que se ex-
tiende hasta el final de la sesión.
En la pausa, Sophie y yo hablamos de la emoción, a decir
verdad, del estupor provocado por la confesión de Marc. Co-
mo si tuviéramos que defendernos contra la alegación de
realidad que sugería y que nos confrontaba, a cada uno en
su versión, con nuestros movimientos de violencia hacia los
participantes, con la fantasía de que somos salvajes en este
grupo de salvajes. Hablamos de mi expectativa de interven-
ción de Sophie, de su silencio ocupado por el enigma de
Marc, del alivio que mi intervención produjo en ella y quizás
en el grupo.

Cuarta sesión

Aún me encuentro inmerso en las cuestiones que acaba-


mos de evocar, cuando comienza la sesión: me pregunto por

117
lo que se repite ahí, manifiestamente, con insistencia, y por
el dominio que ejerce «la confesión» de Marc sobre todo el
grupo y sobre nosotros. En realidad, sólo se trata de una fal-
sa confesión, que deja planear una amenaza y asomar una
desmentida del tipo «sé perfectamente que no ocurrirá tal
como en el otro grupo, pero a pesar de todo podría ocurrir».
El tener efecto en espacios psíquicos ligados entre sí da a es-
te enunciado una dimensión grupal. Pero con estas pregun-
tas de cuya pertinencia al mismo tiempo dudo, ¿qué y a
quién escuchar? Estas preguntas deprimentes son sintóni-
cas con las asociaciones, o más bien con las no-asociaciones
en el grupo.
La sesión me parece pesada, caótica, es muy silenciosa.
No alcanzo a asociar y a mantener una atención «pareja» y
suficientemente flotante. Sin que yo lo sepa, se efectúa un
trabajo de represión o de borramiento de lo que se dice, y So-
phie también comprobará que ya no recuerda exactamente
lo que se dijo en esta sesión. Hasta que Solange declare a su
vez, un cuarto de hora antes del final, esto: se siente obliga-
da a hablar ahora, ya no puede diferir mucho tiempo el «ha-
cerse portavoz» (porta-palabra) de lo que le ha confiado An-
ne-Marie durante la pausa, en «secreto». La hija de Anne-
Marie está hospitalizada desde hace unos días para un exa-
men que debería confirmar o desestimar un diagnóstico de
cáncer. Este acontecimiento las ha trastornado a ambas, la
madre y la hija, y ha cuestionado, evidentemente, la partici-
pación de Anne-Marie en el grupo. Tras hablar con los mé-
dicos y asegurarse de que la joven enferma estaría en bue-
nas manos, decidieron de común acuerdo que Anne-Marie
vendría a este grupo, del que espera mucho: hace bastante
tiempo que se inscribió. Pero es posible que se vea obligada
a ausentarse, si el estado de su hija llegara a agravarse.
Anne-Marie, muy conmovida, agradece a Solange el haber
hablado por ella, como se lo había pedido.
Mientras Solange cumplía su «obligación», hablando por
Anne-Marie, súbitamente le sobrevino el recuerdo de una
amenaza de su propia madre hacia ella: la joven Solange se
enfermaría de cáncer si seguía fumando en forma tan des-
medida. La brusquedad de este movimiento de insight (de
Einsú:ht) es característica de la toma de conciencia que se
produce en ese momento: el trabajo de las asociaciones efec-
tuado por Solange y por algunos miembros del grupo se des-

118
plegará sobre el trasfondo de las representaciones incons-
cientes asociadas a la confesión de Marc y al secreto de An-
ne-Marie.
Al hablar así de ella con intensa emoción, Solange, como
Anne-Marie, se dirige con la mirada a Sophie, pero ni una ni
otra se hablan. Después, Anne-Marie y Solange lloran, las
lágrimas asoman en los ojos de Jacques. Solange dirá que
puede comprender la carga de que Anne-Marie tenía que
aliviarse. Las asociaciones que anteceden al final de la se-
sión se inscriben en el peso decisivo de las palabras dichas
por los padres: se evocan sobre todo las palabras de madres
dichas a las hijas en sus efectos devastadores, a veces salva-
dores. Anne-Marie dice hasta qué punto se sentía culpable
de desear venir aquí, y cuánto la disculpó su hija al consen-
tir que se ausentara. Pero, ¿quién creería en esta disculpa?
El final de la sesión aclara retrospectivamente el males-
tar y, en parte, la ruptura en el proceso asociativo: habrán
sido necesarios una nueva confesión fuera de sesión y el
cumplimiento, in extremis, de la misión del porta-palabra,
para que se nos revelara la dimensión de las angustias de
muerte movilizadas en este grupo: la repetición significati-
va de la confesión del último cuarto de hora lo prueba.
Disponemos de suficientes materiales asociativos, trans-
ferenciales y contratransferenciales como para proponer
una primera puesta en perspectiva del proceso asociativo y
del acoplamiento de los espacios psíquicos en el grupo.

Solange o el porta-palabra
Centraré mi análisis sobre la función de porta-palabra
que recibe y cumple Solange en el grupo: Solange es porta-
palabra manifiesto y explícito deAnnc-Marie, pero también
de Marc y de más de un otro. Mi hipótesis es que, al centrar
el análisis sobre Solange en su función de porta-palabra,
adoptamos un punto de vista que permite comprender la ar-
ticulación de las series asociativas producidas por cada su-
jeto con las que se organizan a través del proceso y las for-
maciones del nivel del grupo. Este punto de vista implica la
puesta a prueba de mis hipótesis sobre la grupalidad psíqui-

119
ca, la realidad psíquica del nivel del grupo, las formaciones
intermediarias y el modelo del aparato psíquico grupal.

La elección de Solange como porta-palabra


Supongo que la elección de Solange como porta-palabra
de Anne-Marie, Marc y otras personas en el grupo es el re-
sultado de varias series de determinaciones. Unas son pro-
pias de la estructura y de la historia de Solange; las que se
movilizan y actualizan en este grupo, percibidas e investi-
das por Anne-Marie, son determinaciones intersubjetivas.
Otras, finalmente, están definidas por la organización de
los emplazamientos subjetivos, las transferencias y el pro-
ceso asociativo en el grupo.
Mi hipótesis es que Solange predispone los signos que
van a sostener su elección como porta-palabra. Ella elige ser
elegida: lo sabe con un saber preconsciente cuando se pre-
gunta si ella misma no tendrá algo que ver en el hecho de
que la tomaran por Sophie; esta equivocación se le revelará
como decepción de no ser Sophie, y esta decepción signa su
identificación con una madre idealizada en la transferencia
sobre Sophie: la otra figura de la madre, persecutoria, se re-
velará más tarde. Que Sophie sea, conmigo, porta-palabra
de las reglas que rigen la relación de palabra, no hace más
que sostenerla en ese vínculo de identificación.
Solange se dice, efectivamente, portadora de una pre-
gunta sobre la palabra; pero descubre que el «hablar bien»
que quería adquirir puede enmascarar una expectativa
mucho más seria e importante para ella, desde el momen-
to en que quisiera hablar de lo que justamente no está dis-
ponible a su palabra para decir «sus paquetes» en suspen-
so. Estará atenta, y lo significará, a los intercambios entre
Marc y Boris «que se hablan mutuamente». Al señalar esta
asociación de dos personas en una palabra complementaria
y común, Solange se sitúa en un modelo de relación inter-
subjetiva donde otros emplazamientos correlativos son
puestos en latencia: pero están disponibles y son ocupables,
por incitación a la identificación con esos lugares: uno de
esos lugares es precisamente el que viene a ocupar Anne-
Marie.

120
La elección de Solange está sobredeterminada por ras-
gos que dependen de su historia, de sus identificaciones, de
su conflicto inconsciente, de su fantasía. Esos rasgos son
percibidos e interpretados por los otros en función de su pro-
pio «aparato de interpretar», es decir, a partir de sus fan-
tasías y de sus predisposiciones para transferir. Por ende,
constituyen otros tantos puntos de atracción para las iden-
tificaciones y para los movimientos de transferencia de
Sylvie y de Anne-Marie. En otro aspecto, la transferencia de
Solange sobre Sophie está en cierto modo acreditada por la
«equivocación» de Sylvie: Solange, en ese momento, al oír
esa expresión de deseo, se sentirá amenazada de ser puesta
en el lugar de una madre a la vez amenazante (la amenaza
del cáncer en la adolescencia) y reparadora, la que ella mis-
ma quisiera ser y que idealiza en Sophie; de ahí su decep-
ción por no ser esa madre, y su dolor por tener una madre
amenazante, de la que escuchaba que todo placer (aquí, bu-
cal) se pagaba con una muerte anunciada.

Las series asociativas que, al anudarse,


constituyen a Solange como porta-palabra
del grupo
Si tomamos ahora en consideración las secuencias aso-
ciativas que manifiestan las determinaciones inconscientes
y preconscientes combinadas en el nivel del grupo en las
transferencias, obtenemos las siguientes series:

Serie 1: la palabra

Esta serie es inaugurada por la demanda de Jacques so-


bre la «ronda de nombres•>, y por su afán de saber «a quién
se habla•>, demanda y afán retomados y precisados en la
transferencia en cuestión sobre la identidad de los psico-
analistas (Sylvie); sigue la secuencia sobre la equivocación
en cuanto al objetivo del grupo: del «hablar bien» a «la pala-
bra para decir» lo que está en suspenso (Solange, siempre
en la transferencia, después de haber sido tomada por So-
phie); luego viene la confesión de un acontecimiento trau-
mático «mareante» (Marc) cuya causa relativa a una inter-

121
pretación (una palabra salvaje) permanece enigmática: sólo
se transmite el afecto, falta la palabra sobre la palabra
«mareante», amenazante, como lo es y como no lo es, en la
ambivalencia hacia los objetos transferenciales, la de los
psicoanalistas dotados del poder de destruir y reparar, por
efecto de su palabra todopoderosa.
Esta palabra no puede sino ser una palabra del cuarto de
hora final: palabra decisiva, última y por lo tanto asociada a
la muerte; para ser dicha frente a los que detentan su temi-
ble poder, y para exorcizar la palabra que enuncia la ame-
naza de la muerte, la palabra debe primero ser dicha fuera
de sesión, de algún modo ensayada en ausencia de aquellos
ante un grupo más pequeño, que podría ser el de los otros-
semejantes, íntimos en este asunto de familia como lo son
hermanos y hermanas. La palabra debe primero ser depo-
sitada allí, después confiada a un porta-palabra para ser
vuelta a decir luego ante un destinatario finalmente consti-
tuido para escuchar.
Al lado de estas representaciones de la palabra hablada
asociada a la vida y a la muerte, otro hilo asociativo está
sostenido por el placer del juego con las palabras y con lapa-
labra hablada (re pe re, re-pere, repaire, paire . .. ). Obser-
vemos de paso un ejemplo de contigüidad por asonancia en
las figuras retóricas movilizadas en las asociaciones. Tene-
mos también un excelente ejemplo de comunicación de pro-
pósito interactivo cuando, con las intervenciones de Marc y
de Anne-Marie, se produce la puesta en marcha de una ac-
ción mediante la palabra: Marc actúa la palabra en la trans-
misión y en la transferencia directa de la experiencia vio-
lenta sobre el grupo en su conjunto, es decir, en la repetición
traumática; Anne-Marie realiza una acción por la palabra
al demandar a Solange portar su palabra, transportarla por
ella, en su lugar; el efecto de esta acción se manifiesta en el
descubrimiento, sorprendente para la que porta la palabra
de otra, de que esta palabra, de cierta manera, la habla a
ella misma_ Y aquí ya no estamos en la interacción.
Notemos que el carácter elíptico de la confesión de Marc
preserva el poder de despliegue de las asociaciones en los
otros miembros del grupo a partir de la estructura polifóni-
ca/politópica de la fantasía inconsciente que moviliza. Es
importante, por lo tanto, que los destinatarios del discurso
de Marc, es decir, los psicoanalistas, no se tomen por sus

122
interlocutores reales, y no respondan, para poder inter-
pretar.
En el curso de estas cuatro sesiones, la palabra habrá si-
do un motivo central del proceso asociativo: lo habrá sido
para mí, en mi interrogación previa sobre el proceso asocia-
tivo y en la resonancia que encuentra en mí la interrogación
inicial de Jacques; lo habrá sido para Sophie y para mí en
nuestras preguntas recurrentes sobre la oportunidad de
proponer o no proponer, o de esperar del otro, una interpre-
tación.
Lo habrá sido para los participantes: palabras de anta-
ño, oídas y malentendidas,* enlazadas y emergentes en pa-
labras aquí supuestas, oídas, mal-entendidas y no-oídas/
entendidas, esperadas y borradas o reprimidas; palabras de
amenaza o de salvación, de expectativas reparadoras o de
temores devastadores. Lo que la palabra dice y no dice, or-
ganiza así una segunda serie asociativa.

Serie 2: sobre el acontecimiento traumático

Esta serie comienza con la demanda de Jacques sobre


«la ronda de nombres», demanda que inaugura una suce-
sión de interrogantes sobre la incertidumbre en cuanto al
sujeto de la palabra y a la identidad de cada uno. Marc y Bo-
ris desarrollan y amplifican esta pregunta al expresar su
desorientación, la pérdida de referentes, la representación
de la cabeza vacía, de estar «fuera de sÍ», es decir, en la ex-
trañeza y la cólera. Estos temas serán retomados por Solan-
ge cuando comprenda que la palabra que quiere dominar en
el «hablar bien» es una palabra para decir un paquete de
términos todavía innombrables, que permanecen «al lado
de ella-misma»: la «equivocación» de la que ha sido objeto, y
de la que presiente que le significa algo de su deseo y de su
conflicto inconscientes, ha tocado una zona de sufrimiento
que ignora; de ahí su tono «desafectado» y deprimido para
decir que le hubiera gustado ser Sophie, pero a continuación
su voz más vivaz cuando expresa su «interés» por los inter-
cambios entre Marc y Boris: seguramente se identifica con

* Juego de palabras intraducible, basado en la doble significación del


verbo entrendre: «Oír» y «entender» . CN. de la T.)

123
ellos por ese rasgo que los tres tienen en común, la pérdida
de los referentes; pero identifica en ellos otro rasgo que le
interesa: «Se» hablan, en el sentido en que uno habla al otro,
uno es porta-palabra del otro; encuentra en el otro la pala-
bra hablada que le falta en el momento en que está sin re-
presentación de palabra, librado a la amenaza de la cosa y a
la angustia de ser invadido o vaciado por ella.
Lo que «descubre» [«repere»] en ellos, es una función de
porta-palabra que le falta en el momento de la amenaza del
cáncer-sanción, amenaza lanzada por la madre contra su
hija. Ciertamente, no sabemos nada aún que nos permita
comprender el valor traumático adquirido por esta amena-
za en la fantasía de Solange. Pero nuestra hipótesis supo-
ne en Solange un doble vínculo de identificación: con Marc,
en cuanto es portador de un traumatismo, con la relación
Marc-Boris en cuanto esta representa un porta-palabra;
probablemente es este doble modelo lo que llegará a sobre-
determinar la elección de Solange de ser porta-palabra y de
dejarse elegir como tal.
Este doble movimiento de identificación con un doble se
sigue inmediatamente de una crítica de Solange contra los
«animadores», contra su recibimiento defectuoso, decepcio-
nante, como si su desconcierto, sostenido por su doble iden-
tificación, reclamara una causa y un objeto representables
al designar un culpable. Pero Solange se detiene en ese mo-
vimiento y es ella quien, habiéndose hecho porta-palabra de
sus álter ego, se inhibe de proseguir en esta vía demasiado
peligrosa para ella.
Es notable que sean los miembros del grupo menos
directamente comprometidos en la transferencia quienes,
en ese momento, toman el relevo de la crítica. A su vez ellos
se vuelven porta-palabra de Solange y de Marc. Es un mo-
mento típicamente grupal del funcionamiento asociativo:
la representación-meta que organiza el curso de los aconte-
cimientos asociativos se mantiene por otras vías, por otras
voces que despliegan sus variaciones sobre el tema princi-
pal. Otra cara de la representación organizadora aparece
en una inversión de la persecución, se transforma en una
nueva representación organizadora: son los psicoanalistas
quienes impondrían a los participantes estar presentes en
la habitación prolífica donde hormiguean los niños, en un
caos de campo de batalla.

124
Esta representación del deseo de los padres, de sus re-
laciones sexuales continuas, del origen de los niños, de la
razón de ser de los hermanos y hermanas, lleva necesaria-
mente a reactivar la violencia del encuentro originario con
el objeto sexual, a movilizar una fantasía que pueda repre-
sentarla hasta en la causa de su presencia en el grupo: ¿por
efecto de qué deseo, y de qué sujetos deseantes, están reuni-
dos aquí?
El lapsus sale I salle I chambre I champ [sucio/sala/habi-
tación/campo] sintomatiza en una condensación notable los
diferentes componentes de lo reprimido que retorna: mien-
tras más próximo llega a estar del preconsciente, más per-
turba las mentes y las vacía de todo pensamiento conscien-
te, y sobre todo en los que no participan en la crítica, al me-
nos directamente.
La «confesión» de Marc viene a inscribirse entonces en
esta serie y a dar una dimensión grupal a su verbalización,
aunque señala con insistencia que este enigmático aconte-
cimiento «mareante» es su propio nombre; esta marca lo
representa para el grupo y -lo que sigue lo indicará-,
para su (re)pere [(re)padre],* es decir, para mí en la trans-
ferencia.
El hecho de que la confesión tenga lugar primero fuera
de sesión, durante la pausa, será un modelo ulteriormente
utilizado, así como la repetida referencia al último cuarto de
hora antes del final. Como si se necesitara significar me-
diante esta «pre-palabra hablada» [auant-parole] fuera de
sesión el tiempo de la pre-significación [auant-coup]** de la
realización traumática; o también como si se necesitara un
espacio para decir, un espacio que representaría entonces la
tópica del preconsciente, lugar y función previos a la asun-
ción de su historia por parte del Yo; o además como si se ne-
cesitara metabolizar en la instancia de los hermanos y her-
manas, y reafirmar por ella, lo que no se puede decir direc-
tamente a la cara a los padres, y que les atañe: pero de qué
se trata si no de una culpa, lo que prueba la denominación
de confesión: en lo que ocurrió, el sujeto es parte implicada,

* (Re)pere: la división de la palabra repi!re [referente] en re-pere [re-pa-


dre] permite hacer esta asociación interpretativa. (N. de la T.)
** Juego de palabras intraducible con apres-coup (a posteriori), que,
además, por medio de avant (antes), enlaza aquí significativamente pa-
role, temps y traumatisme. (N. de la T.)

125
y lo que ocurrió realiza demasiado su deseo de que esto sea
así; ahí está el impacto traumático, en la «realización» de la
fantasía.
El argumento utilizado por Marc para transmitir la car-
ga traumática desorganiza la relativa continuidad del pro-
ceso asociativo. Pero sirve de modelo a Anne-Marie para in-
troducir en la cadena asociativa y en la red transferencia!
su propio «acontecimiento traumático» actual: este es doble-
mente puesto a distancia, por su develamiento fuera de se-
sión ante Solange representando a Sophie, y luego por la
elección de un porta-palabra encargado de hablar por ella,
en su nombre.
Nuevamente aquí una carga de culpabilidad acompaña
a la evocación del acontecimiento doloroso; notemos sin em-
bargo que Anne-Marie no se dispensa de una «confesión»
sino de un «secreto»: esta madre que abandona a su hija
-aunque sea con su acuerdo- sólo puede decir su «Culpa»
depositándola primero en otra, elegida por cierta intimidad
con ella en este asunto, al punto de que la delegada de la
madre se descubre y se reconoce en la hija amenazada de
cáncer por la madre cuya historia ella relata. La palabra
que ella transporta habla de un acontecimiento traumático
actual (aquí, para otra) que le sucedió a ella en otro lugar,
antes. Así se anuda entre el depositante y la depositaria ese
vínculo de identificación analizado por J. Bleger (1967) y
que considero uno de los fundamentos de las alianzas in-
conscientes.
La serie sobre el acontecimiento traumático contiene
otras series adyacentes; una serie sobre la culpabilidad y la
reparación, una serie sobre los tiempos (ahora, antes, la re-
petición, el último cuarto de hora) y sobre los lugares (aquí,
en otra parte, en un mismo/otro grupo; desorientación, fue-
ra de sí, habitación, campo de batalla, hospital. .. ). Mi inter-
vención del final de la tercera sesión puntúa esta serie y la
articula con la del traumatismo.

Serie 3: sobre el (pré)nom [nombre/ apellido]

Esta tercera serie comienza nuevamente por la deman-


da de Jacques («una ronda de nombres»); Jacques es el pri-
mero en hablar después de Sophie y yo mismo, es el primero

126
en declarar su necesidad de referentes. Después de un tiem-
po de suspenso, la serie es relanzada indirectamente por
Sylvie que, manifestando su vacilación sobre la identidad
de la psicoanalista, pide a Solange y a Michele que digan su
nombre, lo que ellas hacen de inmediato.
Sin embargo, al comienzo de la segunda sesión, Solange
sentirá la necesidad de decir ella misma su nombre, como
para remarcar el gesto de autoridad de Sylvie, pero no lo-
grará arrastrar a los otros detrás de ella; la «ronda de nom-
bres» se realizará (se completará) al día siguiente. Sylvie,
decididamente atenta a los nombres, hará notar a Solange
que la sílaba inicial de su nombre le es común con Sophie:
por este rasgo Solange puede representar a Sophie, ser co-
mo ella; pero Sylvie, implicada ella misma por la letra ini-
cial de su propio nombre, no se incluirá en ese juego de iden-
tificaciones; más tarde, dirá que su madre había deseado en
su lugar un varón y que su nombre (aquí cambiado) es la fe-
minización del que estaba destinado al hijo esperado.
Cuando llegue el momento de decir lo que ha llevado a
cada uno al grupo, Marc dirá que «se inscribió por mi nom-
bre [nom]»; aquí nuevamente debemos hacer una doble hi-
pótesis.

Marc hace «inscripción» de su nombre por el mío; posi-


blemente la observación de Sylvie, al encontrar porrazo-
nes que le son propias el nombre de Solange en el de So-
phie, facilitó la vía a esta formulación; esta significa para
Marc, muy cerca de su representación, su relación con su
re-pere [referenteJre-padre] identicatorio (cf. su observa-
ción acerca de mi nombre);
la insistencia de Marcen representarse en el aconteci-
miento mareante señala probablemente su inscripción
como sujeto en ese significante nominal, del que pode-
mos pensar que está sostenido en una escena referida al
origen y a la filiación.

La sobredeterminación de la elección de Solange


La elección de Solange como porta-palabra está sobrede-
terminada por estas tres series, que constituyen la red de
las cadenas asociativas en el grupo. Estas series se entre-

127
cruzan y se despliegan, están sostenidas por algunos su-
jetos en los que se anudan varios hilos de la asociación. En
varias oportunidades he destacado que el proceso y el conte-
nido de las asociaciones estaban orientados por las transfe-
rencias, especialmente por las transferencias sobre los psi-
coanalistas.
Queda por poner de manifiesto el modo en que esas
diferentes series están organizadas por una representación-
meta inconsciente: supongo que un organizador preponde-
rante define los emplazamientos correlativos a partir de los
que se ordena la palabra de cada uno, que una estructura de
grupo organiza el proceso asociativo del nivel del grupo.
Solange, pero también Marc, Sylvie y Jacques, se afianzan
en emplazamientos decisivos y cumplen funciones particu-
lares en ese proceso: se han situado ellos mismos y han sido
ubicados por los otros en el punto de anudamiento de proce-
sos individuales, intersubjetivos y grupales. Son los opera-
dores del aparato psíquico grupal.
Mi hipótesis sobre la elección que hace Anne-Marie de
Solange como porta-palabra se precisa así: se la elige en ese
lugar, en esa función, por razones sobredeterminadas. Unas
dependen de su historia, de sus identificaciones, de su afini-
dad con cierto argumento fantasmático provisto de elemen-
tos comunes con los argumentos fantasmáticos de otros su-
jetos, lo que sostiene los vínculos de identificación con ella y
entre ellos. Esos vínculos se actualizan a su vez en los movi-
mientos transferenciales. Los otros factores determinan-
tes son precisamente la organización de la red asociativa a
partir de tres series principales entrecruzadas, de las que
Solange representa para Anne-Marie, pero también para
otros, un punto de anudamiento, es decir, un síntoma, por lo
tanto un lugar del retorno de lo reprimido, incluso para ella
misma: ella recuerda súbitamente, en el cruzamiento de las
series sobre la palabra, sobre el acontecimiento traumático
y sobre el nombre! apellido, estar capturada en aquello de lo
que habla: en su historia.

128
Los organizadores psíquicos del grupo y el
acoplamiento intersubjetivo

Las series asociativas que he despejado son obra del tra-


bajo asociativo de los miembros del grupo: trabajo asocia-
tivo de los vínculos intersubjetivos y de las ligazones entre
las representaciones. Jacques inaugura en pocas palabras
estas tres series; ellas determinan la elección de Solange co-
mo porta-palabra del grupo; se anudan ante todo por la
«confesión» de Marc: una palabra lo ha herido, de lo que su
nombre es la inscripción. Hasta el momento, sólo dispone-
mos de estos datos parciales y manifiestos. Para compren-
der su combinación, su coherencia y sus efectos, debemos
poner a prueba en el análisis los conceptos teóricos que he
propuesto.

La confesión de Marc y el develamiento de una


fantasía organizadora: «un padre amenaza/
repara a un hijo>>

El relato de Marc da forma y fuerza a la fantasía incons-


ciente que organiza conjuntamente el proceso asociativo,
los emplazamientos subjetivos e intersubjetivos, los movi-
mientos de las transferencias. Una formulación de estafan-
tasía, la más cercana al enunciado de Marc, podría ser: «un
padre allá y entonces, pero siempre aquí presente, amena-
za/repara a un hijo, que en esto encuentra su marca».
Al difuminar la singularidad de las palabras pronuncia-
das en la escena del acontecimiento (que ya ha sido inter-
pretada por él según esta fantasía), Marc indica que el fin
que persigue es actuar sobre el grupo, especialmente sobre
mí. Transfiere en nuestros espacios psíquicos la carga pul-
sional, y la violencia constituye el motor de la transferencia
y el ligante afectivo de las identificaciones entre los partici-
pantes. Esta característica confiere al enunciado de Marc
un valor de modelo depurado utilizable para la representa-
ción de otras escenas traumáticas.
La fantasía movilizada en el grupo posee una estructura
genérica que atrae, reorganiza y reactiva una serie de re-
presentaciones individuales; sobre la palabra, el trauma, el

129
nombre; algunas versiones de esta escena dramática de en-
tradas múltiples, con variaciones permutativas, serán de-
clinadas en la sucesión de las asociaciones; reforzarán las
identificaciones por el síntoma, en la «comunidad de la fan-
tasía compartida»; contribuyen así a reforzar la coherencia
de la estructura psíquica predominante: la relación padre-
hijo anunciada por Jacques y por Marc, en la cual se acopla
Boris, es relanzada por Solange a raíz de la pérdida de re-
peres [referentes/re-padres] pero declinada en una relación
homóloga madre-hija, invertida después en hija-madre; en
estas variaciones de la estructura, los primeros elementos
de la historia y de la prehistoria del grupo (la violencia, la
equivocación, la decepción, la apuesta de la nominación)
son reagrupados, reinterpretados y significados en el esce-
nario de la fantasía que emerge en la confesión de Marc.
Al polo de la amenaza se oponen, pues, en forma comple-
mentaria el de la culpabilidad y el de la reparación. Al golpe
recibido en otro lugar pasivamente, in extremis, en un ano-
nadamiento desorganizador, se opone el golpe dado anóni-
mamente a los «animadores» que no se ocupan de los niños
porque están ocupados en otra parte, en la habitación de
batalla, haciendo otros niños. Un lugar de la escena se pre-
cisa así en la entreapertura del lapsus, retorno de un repri-
mido mantenido en la represión para y por varios miembros
del grupo.
La apuesta originaria de esta escena de proliferación
caótica, donde rondan la violencia y la muerte, movilizará las de-
fensas y la culpabilidad, restablecerá la confusión, sostendrá
y reemplazará en el relato de Marc la primacía que concederá
él a la carga afectiva para transferirla en los otros.
Nos encontramos así ante una primera emergencia de
una fantasía cuya estructura de grupo interno es moviliza-
da en el acoplamiento psíquico de los sujetos del grupo:
un padre amenaza a un hijo

Estructura genérica de la fantasía


Fantasía secundaria de Marc
Fantasía secundaria de Solange
Esquema l.

130
Al término de las cuatro primeras sesiones, todas las
configuraciones de la estructura habrán sido actualizadas
en las series asociativas y en las transferencias. Un análi-
sis preciso permite describir y articular unos con otros los
emplazamientos correlativos de algunos participantes en la
fantasía: principalmente Solange, Marc, Anne-Marie. Los
emplazamientos de otros participantes se revelarán más
precisamente en la continuación del proceso asociativo y en
otras configuraciones fantasmáticas: es el caso de Jacques,
Boris y Michele.
Un rasgo común a Marc y Solange fue identificado in-
conscientemente por Anne-Marie, por identificación proyec-
tiva: ella también tiene en común con ellos el haber perdido
sus referentes, el verse amenazada/amenazante, y afirmar-
se en su capacidad de ser una madre reparadora: en Solan-
ge/Sophie, a esta madre doble apela Anne-Marie, quien se
siente culpable de no haber sabido proteger a su hija contra
el mal, ese «golpe del destino», como lo denominará más tar-
de. El descubrimiento por parte de Solange de que ella mis-
ma es portadora de una palabra materna amenazante para
la hija que ella fue, confirma en cierto modo la intuición de
Anne-Marie. La emoción que las oprime a ambas tras esta
confesión y este descubrimiento sella su identificación en la
fantasía.
Se entiende así que Solange pueda encontrarse disponi-
ble para representar para otra y para más-de-un-otro, en su
función de porta-palabra, una imago reparadora, en lugar y
posición de Sophie, imago demasiado peligrosa, rival, su-
peryoica. Solange figura una especie dejoker que permite el
entrejuego, la articulación y la permutación entre los em-
plazamientos y las relaciones de objetos en la fantasía.

131
La «habitación de batalla» prolífica y la
emergencia de la fantasía de escena originaria
El trabajo asociativo intersubjetivo despeja súbitamen-
te, y desde la segunda escena, otra organización fantasmá-
tica: la de una escena primitiva en dos versiones comple-
mentarias, cuya fórmula podría ser:
hacen el amor

padres en una habitación

hacen la guerra

Esquema 2.

Sobre esta fantasía se articulan las representaciones de


la violencia: violencia de la fundación del grupo en el caos,
violencia del rechazo y del abandono, violencia de la omni-
potencia (vida y muerte) de los padres sobre los hijos, vio-
lencia de la interpretación, violencia de la rivalidad frater-
na: es por la violencia como la fantasía de amenaza/repa-
ración se encaja en la fantasía de escena originaria. Una
nueva versión de la fantasía organizadora sería entonces:

abandonan

padresque< >aloshijos

excluyen

Esquema 3.

Esta primera y precoz emergencia de tal fantasía servirá


de vector al delineamiento de la fantasía de amenaza/repa-
ración, movilizada por las angustias traumáticas actuales.
Más tarde, la fantasía de amenaza/reparación se trans-
formará, en sus versiones profundas, en una fantasía de se-
ducción y en una de castración: volveremos sobre ello con el
análisis más preciso de la sucesión de sesiones centradas en

132
la repetición y la perlaboración del «acontecimiento» trau-
mático de Marc. 6
Nos encontramos, pues, con la emergencia de tres orga-
nizadores fantasmáticos originarios cuyas apuestas especí-
ficas están aún sepultadas en el inconsciente de los sujetos,
pero algunos de cuyos elementos aparecen en una versión
fantasmática secundaria elaborada por el proceso asocia-
tivo grupal, al mismo tiempo que este está sostenido por
aquella. Los juegos de distancia con relación a esta versión,
parcialmente defensiva contra la emergencia de la fantas-
mática originaria, son los que hacen aparecer súbitamente
sus apuestas. Estos datos clínicos ponen a prueba y comple-
tan las proposiciones teóricas que formulé a propósito de los
grupos internos.
He intentado describir los grupos internos como forma-
ciones de la grupalidad psíquica (R. Kaes, 1993); la noción
de grupalidad psíquica enfatiza esta actividad fundamental
de la psique: asociar y disociar, identificar y diferenciar, li-
gar y desligar, producir lo compacto y singularizar. Esta ac-
tividad es probablemente, ante todo, un dato constitutivo de
la vida psíquica y de sus mecanismos elementales de auto-
rrepresentación. Se especifica en el entorno psíquico inter-
subjetivo y en el ejercicio del pensamiento y de la palabra.
Según esta perspectiva, el grupo es una modalidad de or-
ganización y de funcionamiento de la psique, es una de sus
formas de autorrepresentación. Es también principio orga-
nizador del proceso intersubjetivo.

Las fantasías originarias como grupos internos


Las fantasías originarias son los prototipos de los gru-
pos internos, en razón de su contenido y de su estructura.
Cumplen una función organizadora en el proceso psíquico
grupal.
Las fantasías originarias son argumentos inconscientes,
anónimos y transindividuales a través de los cuales se re-
presenta la versión singular del origen de la concepción del
sujeto, de su nacimiento, de la atracción sexual y de la dife-
rencia entre los sexos. Constituyen respuestas a los enigmas

6 Cf. capítulo 4.

133
que el niño encuentra para representarse su origen y la par-
te que en él cumple el otro: parental, sexual, fraterno. Desde
este punto de vista, como lo ha propuesto G. Rosolato, obtu-
ran algo de la relación de desconocido.
Las fantasías originarias se despliegan según una orga-
nización que se puede calificar de grupal si se considera que
distribuyen emplazamientos y relaciones de objeto ordena-
das por acciones en las que se anudan y representan las
investiduras pulsionales del sujeto de la fantasía. Este es
sucesiva o exclusivamente actor, actuado o espectador de
una escena en la que los objetos o personajes son correlati-
vos, fijados en su posición o permutables. En el espacio in-
trapsíquico de la fantasía, no nos encontramos con interac-
ciones entre actores autónomos, sino con correlaciones en-
tre personajes sobre los que intervienen los procesos prima-
rios de desplazamiento, condensación y difracción. La gru-
palidad de las fantasías está certificada por la existencia de
un doble director de escena: el inconsciente, rector de la
composición grupal originaria de la «materia psíquica»; el
sujeto del inconsciente, actor y espectador en su propia
puesta en escena.
En razón de su estructura, su contenido y su apuesta, la
fantasía de escena originaria es el prototipo de la represen-
tación-puesta en escena del grupo primordial del que surgió
el sujeto. Tal fantasía, escribe G. Rosolato, debe considerar-
se como «la organización más general y concentrada de la
fantasía» (1963, edición de 1969, pág. 205). No es sorpren-
dente que la situación de grupo se organice sobre su movili-
zación, respuesta al enigma del origen sexual a la vez del
grupo y de cada sujeto.
La fantasía de escena originaria es una estructura
transindividual y una interpretación apres-coup que el suje-
to elabora en cuanto a las relaciones sexuales entre los pa-
dres, en una escena donde él se representa a sí mismo en
persona o según los sustitutos que le imponen su teoría se-
xual y los representantes de sus investiduras pulsionales
orales, anales, uretrales y genitales. Las teorías sexuales
del niño racionalizan esas interpretaciones censurándolas,
transformándolas e inscribiéndolas en el pensamiento y el
lenguaje.
En ese pasaje de la fantasía como estructura grupal de la
realidad intrapsíquica a la función organizadora de la fan-

134
tasía en el campo psíquico del agrupamiento, retenemos só-
lo ciertos aspectos de la fantasmática originaria: esencial-
mente, la respuesta que ella constituye a las preguntas so-
bre el origen del sujeto, preguntas que implican en sus res-
puestas los emplazamientos correlativos de otros sujetos
representados según diferentes argumentos compuestos
sintácticamente; pero también las propiedades escénicas de
la fantasía, su distribución de lugares permutables.
Esta grupalidad de la fantasía es una estructura de lla-
mada y una representación de las figuras del deseo y del su-
jeto deseante. Según la perspectiva que propongo, el estatu-
to y el funcionamiento de la fantasía en los grupos no se de-
jan describir más eficazmente en términos de denominador
común o de resonancia, sino de organizador estructural in-
consciente de la realidad psíquica en el grupo.
La fantasía produce sus efectos organizadores en razón
de las propiedades distributivas, escénicas y permutativas,
que obtiene de su estructura grupal, es decir, de su aptitud
para poner en escena relaciones de deseo entre un sujeto y
sus objetos, de figurar en ella los esfuerzos contra su rea-
lización. En el grupo, cada sujeto se precipita en esta distri-
bución o bien la rechaza por otra, más adecuada para repre-
sentarlo en su fantasía personal, a riesgo de no encontrar
un lugar en la escena fantasmática actual del grupo. Por eso
ciertos emplazamientos pueden quedar vacíos o provisoria-
mente desocupados. En todo caso, es específico de la posi-
ción del analista no ocupar el lugar que se le asigna en esta
puesta en escena.

El acoplamiento psíquico grupal

El grupo es un complejo intersubjetivo en el que se pro-


duce una realidad psíquica propia, bajo el efecto del incons-
ciente de sus sujetos. El concepto de grupo califica una orga-
nización de la intersubjetividad que, como tal, posee un fun-
cionamiento y una producción psíquica propios y está regi-
da por un determinismo interno: las leyes que organizan el
grupo dependen de las lógicas del inconsciente y de la subje-
tividad específicamente movilizadas en el agrupamiento in-
tersubjetiva. Esta realidad psíquica está constituida por la
contribución (investiduras, representaciones, depósitos,

135
proyecciones, identificaciones, transferencias) de sus suje-
tos, y por las formaciones, complejos y procesos psíquicos
que el agrupamiento, según sus necesidades propias, gene-
ra. Este nivel lógico es irreductible al que organiza el espa-
cio intrapsíquico de sus sujetos, pero existen formaciones y
procesos psíquicos que les son comunes y que constituyen
puntos de anudamiento y pasaje entre estos dos espacios.
He admitido que las fantasías originarias están dotadas
de una estructura y un contenido fundamental universal.
Para cada una de ellas, es posible formular un enunciado
portador del argumento en la «lengua fundamental» de la
fantasía:

unos padres se acoplan,


se seduce a un niño,
un progenitor castra a un niño.

Cuando una fantasía originaria es el organizador in-


consciente en el grupo, todos los miembros del grupo son
necesariamente movilizados por ella: pero también hemos
establecido, gracias al análisis de las secuencias clínicas an-
tes presentadas, que no todos los miembros de un grupo son
sincrónicamente movilizados por la misma fantasía: se de-
fienden de ella directamente, o bien otra fantasía originaria
los atrae; pero esta atracción es una manera indirecta de
evitar la pregunta central de la fantasía desplazándola so-
bre otra. Finalmente, tampoco son las mismas versiones de
una misma fantasía inconsciente las que movilizan a todos
los miembros de un grupo.
El proceso de «agrupamiento» es, esquemáticamente, el
siguiente: el sujeto inductor del proceso de acoplamiento
grupal ocupa cierto emplazamiento para él decisivo en la
fantasía. Primera pregunta: ¿quién es el sujeto inductor?
En el caso expuesto, Jacques ocupa manifiestamente esta
función. Pero la respuesta no es tan evidente: ¿a qué «res-
ponde» Jacques al proponer «una ronda de nombres para
saber a quién se dirige uno, quién habla a quién»? He seña-
lado el eco que esta formulación encuentra en mí, en la pre-
disposición de investidura más o menos clara que traigo
conmigo al venir a este grupo.
¿Cuál es el efecto de esta pre-ocupación por mí del espa-
cio psíquico del grupo? La respuesta es indecidible, tiene su

136
sentido en la pregunta. Podemos, pues, considerar províso-
riamente accesoria la respuesta a la pregunta sobre el ori-
gen de la inducción por un sujeto inductor. Probablemente
se trata de una estructura ya presente que actualiza deter-
minado sujeto sobre la base de percepciones subliminales
de un deseo real o supuesto de los analistas, o de la reactiva-
ción de huellas mnémicas ligadas a una emoción actual cu-
ya expresión atraerá, por similitud, contraste o contigüidad
de formas semióticas, una asociación singular (la «ronda de
nombres», por ejemplo), o también un sueño de la víspera en
el que están incluidos restos diurnos asociados a la perlabo-
ración de la experiencia grupal, etcétera.
El hecho es que un elemento significativo de partida va a
intervenir como esbozo del proceso asociativo y de acopla-
miento. En consecuencia, es más importante comprender el
movimiento que lleva a los otros a asociarse entre sí y a aso-
ciar representaciones y afectos según la lógica intrapsíquica
e intersubjetiva.
La fantasía funciona como llamada al emplazamiento y
figuración en el argumento al que abre acceso. Dos factores
son decisivos, la identificación y la dramatización. Ante to-
do, debemos destacar la importancia de la dramatización,
porque el dispositivo de grupo realiza sus condiciones óp-
timas: se trata de hacer salir a la luz, o de traer al mundo,
hacer nacer, más allá de las representaciones suprimidas o
reprimidas, un modo específico de relación y de no-relación
que el sujeto establece con sus objetos.
La presión a identificarse (la urgencia identificatoria
descripta por A. Missenard) se alivia en la medida en que
la estructura del organizador pre-dispone en un argumento
objetos y acciones complementarios y reversibles; el despla-
zamiento, la condensación o la difracción sobre las dife-
rentes posiciones en la fantasía están al servicio tanto del
juego transicional como de la evitación histérica y del dis-
fraz con la censura. El análisis de la transferencia permitirá
relacionar esos movimientos identificatorios con su econo-
mía en el espacio intrapsíquico, bajo el aspecto de su pro-
yección en la situación grupal. El acoplamiento va a efec-
tuarse, pues, sobre la base de un emplazamiento del sujeto
y de sus objetos correlativos (progenitor, niño, espectador,
actor... ).

137
Además, obedece a una estrategia económica inconscien-
te en la que cada uno puede encontrar la ocasión de realizar
algunos beneficios: la acreditación que recibe de los otros
el inductor de la fantasía acrecienta el placer de la realiza-
ción fantasmática: al ser compartido, el placer de cada uno
es provisoriamente librado de la culpabilidad, desbaratada
provisoriamente la censura, hasta que esta se reconstituya
y un miembro del grupo la represente para sí mismo y para
los otros: sin duda alguna, el psicoanalista puede ser asig-
nado a este lugar en la transferencia.
La estrategia inconsciente del inductor es una estrategia
de seducción: se trata de consumar su requerimiento identi-
ficatorio de tal modo que, a su llamado a emplazarse, se le
responda con una acreditación. La apuesta de este resul-
tado es ser el director de escena del inconsciente, represen-
tarse en él como tal, como el autor de los personajes, como el
deus ex machina, como lo originante.
En situación de grupo, la potencia originante de la fanta-
sía fascina al que la induce en la organización inconsciente
del grupo. Aquel es el caudillo que se instala para los otros
como figura de fundador, en la filiación y la rivalidad con el
Ancestro de los orígenes. Un segundo beneficio es el del des-
conocimiento de su propia posición subjetiva inconsciente
en la fantasía: si los otros la acreditan, esta no aparece tanto
como formación de la realidad psíquica subjetiva sino que
deviene fantasía del otro o realidad interindividual en su
aspecto desubjetivado. El «Se» [«on»] del enunciado de la
fantasía expresa esta posición que permite al sujeto eludir-
se como Yo.
Las apuestas inconscientes investidas en el proceso de
acoplamiento grupal deben apreciarse en su dimensión di-
námica, en dos niveles. Ante todo, en el del conflicto in-
consciente entre el yo de cada sujeto confrontado en el es-
pacio interno con los retoños del inconsciente que ahí se ac-
tualizan, y cuyos representantes se encarnan de manera
más o menos deformada en los personajes y acciones regla-
dos por el argumento grupal de la fantasmática. Se debe
esperar entonces la formación de mecanismos de defensa
tanto contra el retorno de lo reprimido como contra los efec-
tos de extrañeza producidos por las defonnaciones de los ob-
jetos internos.

138
En otro nivel, la dinámica conflictiva tiene lugar entre
los miembros del grupo cuando rivalizan en la inducción
fantasmática organizadora de este, en razón de los benefi-
cios que pueden atribuirse a tales realizaciones psíquicas;
la rivalidad en la inducción fantasmática es uno de los prin-
cipales motores de los conflictos y crisis en los grupos; puede
describir las relaciones de Jacques, Marc, Solange y Sylvie,
en sus transferencias sobre Sophie y sobre mí, en su rivali-
dad fraterna.

Sobre la idea encubridora de una fantasía común


No basta con decir que un organizador psíquico de es-
tructura grupal como la fantasía mantiene juntos a los
miembros de un grupo. Es preciso tomar inmediatamente
en consideración los diferentes emplazamientos, correlacio-
nados y permutables que ocupan los sujetos en su propio es-
pacio psíquico y en los vínculos intersubjetivos.
No basta con decir que el grupo es movilizado por una
fantasía común. No estoy seguro de que se pueda sostener
verdaderamente esta proposición. En el grupo con Solange,
es evidente que sus miembros no tienen la misma fantasía,
sino que una estructura fantasmática es organizadora de
vínculos de identidad y de distancias, es decir, de diferencia
entre los sujetos: algunos espacios psíquicos son comunes,
algunas representaciones son compartidas, tanto por efecto
de la fantasía como por efecto del grupo y del lenguaje: el
problema será discriminarlos.
La cuestión es más bien comprender cómo funciona el
grupo y cómo cada sujeto contribuye a ese funcionamiento;
qué parte de sí mismo, de sus identificaciones, de su fanta-
sía, abandona o relega, motu proprio, para hacer funcionar
un objeto o una organización como-uno/a, para mantener la
ilusión isomórfica y la triple unidad del discurso, del sujeto
y del grupo. Son esos borramientos, esos abandonos y esas
partes sacrificadas lo que la escucha del psicoanalista debe
descubrir en sus resurgencias sintomáticas, y restituir a ca-
da sujeto en las resistencias que actualizan las transferen-
cias, en el trabajo de co-represión al que se aplican los suje-
tos, en las formaciones de compromiso «mantenidas juntas
desde varios lados».

139
El trabajo del análisis es restituir a cada uno su posición
subjetiva por el deslígamiento de esas composiciones grupa-
les y de los beneficios que generan para cada uno. Ambos es-
pacios psíquicos, intra- e ínter-, sus determinantes y sus
efectos deben analizarse en su lógica propia y en sus rela-
ciones económicas y dinámicas interferentes: para llegar a
este resultado, será necesario considerar que los sujetos se
acoplan entre sí a partir de lo que les es propio y distintivo
en su relación con la fantasía y a partir de lo que les es co-
mún y correlativo en esa relación. Otra distinción es crucial,
la que mantiene la separación entre la fantasía en el espacio
intrapsíquico y la fantasía en el espacio de la realidad psí-
quica del nivel del grupo; ahora bien, los sujetos intentan
permanentemente en grupo reducir esta separación, ni-
velar lo que contiene de singular y de no idéntico: se efectúa
constantemente un trabajo que apunta a una inversión del
espacio interno en el espacio externo, y recíprocamente.
El psicoanalista no puede confundir la relación del suje-
to con su fantasía con los emplazamientos que toma en el
acoplamiento intersubjetivo. Si él mismo se enredara en es-
ta confusión, introduciría en el trabajo psicoanalítico un ca-
llejón sin salida, al reificar al sujeto en los personajes que
representa para algunos otros, al acreditar la red de empla-
zamientos imaginarios que los hace mantenerse juntos.
Por el contrario, sigue siendo psicoanalista al mantener
el pensamiento de una separación entre la fantasía incons-
ciente del sujeto, la representación que de ella da y de la que
saca algunos beneficios, y la puesta en escena que produce
el grupo al respecto, con su participación. Es psicoanalista
al reservar un no-saber sobre ese nudo, pero esta reserva
sólo puede ser sostenida si acepta que haya algún saber
constituible sobre esta maraña en la que se ha constituido el
sujeto. El objeto del trabajo psicoanalítico en grupo es ese
desagruparniento.
Mi crítica de la noción encubridora de una fantasía co-
mún tiene por finalidad mantener el acento sobre el juego
de las variaciones individuales y su despliegue en la polifo-
nía del proceso asociativo. Va más allá de la idea de reso-
nancia fantasmática (Ezriel, Foulkes). Implica algunas con-
secuencias en cuanto a la escucha del proceso asociativo, en
su doble articulación, individual y grupal; y también una

140
concepción del objeto, del objetivo y de la técnica de la inter-
pretación.

Una función de la fantasía en el grupo con


Solange: puesta en forma de la violencia
originaria fundadora del sujeto y del grupo,
mediante su puesta en escena
Una función de la fantasía es tratar la violencia origina-
ria fundadora del sujeto y del grupo: la situación de grupo
reactualiza esta violencia, especialmente la situación de
grupo de desconocidos reunidos por un breve período y cuyo
término está fijado por anticipado. La fantasía trata esta
violencia mediante la forma y mediante el límite que le da,
al poner en escena el actor, la acción, lo actuado, al disponer
del principio de inversión de posiciones y acciones, al posibi-
litar una «politopía» de los emplazamientos subjetivos cu-
yas representaciones de palabra hablada se efectuarán en
«polifonía».
Todos los acontecimientos ulteriores son interpretados
por la fantasía, cargan con su peso, de lo contrario permane-
cen en el estado bruto del afecto sin representación ni trans-
formación. Se podría decir que el trabajo politópico y po-
lifónico del grupo es esta construcción, por parte del aparato
psíquico del grupo, de una trama fantasmática sobre la cual
se van a cruzar los hilos de cada subjetividad singular. Se
trata de una verdadera creación del espacio psíquico inter-
subjetivo donde cada psique encuentra su origen.
Marc, Anne-Marie, Solange, Jacques aportan represen-
taciones de acontecimientos violentos que les ocurrieron en
la fantasía, o que no les ocurrieron en la fantasía, y que to-
man forma, escena y significación a medida que la fantasía
dispone al grupo como estructura transicional intersub-
jetiva.
En cada etapa del develamiento de la relación que cada
sujeto mantiene con la fantasía inconsciente, cuando vuel-
ven repentinamente los recuerdos, cuando una palabra to-
ma sentido, cuando lo reprimido retorna hacia el devenir
consciente, reaparecen los síntomas que dicen y no dicen es-
ta violencia: sensación de estar «fuera de sí», confusión,

141
caos, movimiento depresivo bajo los signos y las máscaras
de este retomo violento de lo reprimido.

142
4. Repetición del traumatismo y trabajo
grupal de asociación
Marc o el porta-síntoma

«Seamos categóricos, no se trata en la anamnesis psicoanalí-


tica de realidad, sino de verdad, porque es el efecto de una
palabra plena reordenar las contingencias pasadas dándo-
les el sentido de las necesidades por venir, tales como las
constituye la poca libertad por medio de la cual el sujeto las
hace presentes».

J.Lacan,1966,pág.256

Prosigamos el análisis del «Grupo con Solange», centrán-


dolo en Marc y en la proposición siguiente: el trabajo inter-
subjetivo grupal de asociación posibilita, no sólo para un
participante que se constituye en su síntoma (o en su punto
de anudamiento), sino para varios miembros de ese grupo,
la perlaboración y el desprendimiento de experiencias trau-
máticas.

El acontecimiento «mareante». Consecuencias


Recordaré brevemente el contexto en el que aparece «la
confesión» de Marc: las primeras sesiones dan cuenta de un
malestar, compartido por varios participantes y principal-
mente por Marc, J acques y Boris, por haber perdido sus «re-
ferentes» al venir al grupo, estar «fuera de sí». Esas sensa-
ciones son compartidas, según modalidades diversas, por
Sylvie y Anne-Marie. Solange, a quien Sylvie tomó -como
también a Michele-, al comienzo de la sesión, por Sophie
(la co-psicoanalista de este grupo), expresa su «equivoca-

143
ción» en su expectativa sobre el objetivo del grupo (aprender
el «hablar bien»); luego anuncia que lo que ocurre, y dice le
interesa, es que aquí la palabra puede ser utilizada para de-
cir lo que permanece en suspenso en uno mismo. Más tarde
criticará nuestro recibimiento, el «encuadre», es decir, esen-
cialmente, el espacio que preexiste a los participantes y en
el que se impone nuestra presencia sexuada.
La confusión que sigue a esta crítica se disipa cuando va-
rios participantes dicen qué elecciones los llevaron a inscri-
birse en este grupo. Marc declara haberse inscripto «por mi
nombre». En la sesión siguiente, tras recordar la regla de
restitución enunciada por mí al comienzo de la primera se-
sión, confiesa ante el grupo entero lo que él llama su «acon-
tecimiento mareante»: el choque traumático de una inter-
pretación recibida en un grupo homólogo a este, un cuarto
de hora antes del final de la última sesión, de parte del psi-
coanalista que conducía ese grupo. Del contenido de la
interpretación no sabremos nada, sólo será transmitido el
afecto en la violencia de la escena del choque, transmitida
tal cual en el grupo. La presencia de Marc en este grupo sig-
nifica una demanda manifiesta de reparación dirigida a mí,
aunque Marc aclare que ha elegido a los dos psicoanalistas
de este grupo por su competencia.
En el curso de la sesión siguiente, un cuarto de hora an-
tes del final, Solange se hace porta-palabra de un «secreto»
que le ha confiado Anne-Marie durante la pausa: su hija
acaba de ser hospitalizada por un cáncer, ella se siente cul-
pable de haber venido a este grupo. A través de las palabras
que transporta para otra, Solange recuerda la amenaza de
cáncer que su propia madre le profirió cuando ella tenía la
edad de la hija de Anne-Marie.
He analizado precedentemente las series asociativas en
los puntos de anudamiento de los que Solange se constituye
ella misma, en tanto sujeto del grupo, como porta-palabra
para representar la realidad psíquica del nivel del grupo; he
despejado tres cadenas asociativas grupales: sobre la pala-
bra, sobre el acontecimiento traumático, sobre el nombre/
apellido. La sobredeterminación intrapsíquica e intersubje-
tiva de la elección de Solange como porta-palabra es un mo-
delo de acoplamiento psíquico grupal, cuyo organizador fan-
tasmático va a develarse primero a través de la confesión de

144
Marc, luego en la palabra de la que Solange es portadora
por Anne-Marie y por sí misma. La fórmula que he propues-
to es esta: «un progenitor amenaza/repara a un niño»; este
enunciado, reversible en las posiciones del sujeto, del objeto,
de la acción actuar/padecer, despliega la estructura de un
grupo interno del que cada sujeto participa según la versión
singularizante (sujeta!) de su fantasía personal.
Retomemos ahora el hilo de nuestra exposición, centrán-
dolo sobre Marc. Al final de esta primera jornada, los inter-
cambios entre Sophie y yo versan sobre varias cuestiones:
comprobamos ante todo que el secreto de Anne-Marie, la
rememoración de Solange y la confesión de Marc forman
parte de un mismo conjunto asociativo: la referencia a un
«acontecimiento traumático», el cual en todos los casos está
inserto en una fantasmática que aquí es la única accesible
al análisis. Estimo que la confesión de Marc ha facilitado la
vía a representaciones de palabra, y luego a representacio-
nes de palabra hablada; anudadas en la transferencia, las
representaciones corresponden a fantasías de pérdida de
referentes, vivencias de confusión de identidad, recuerdos
de violencias en las relaciones entre padres e hijos, apuestas
de vida y de muerte. A través del proceso y del trabajo aso-
ciativos se operó la transformación de lo que adquirió valor
de acontecimiento impensado para varios de ellos.
Durante nuestros intercambios, Sophie propondrá con-
tar quiénes, en este grupo, ya han tenido la ocasión de ins-
cribirse en un grupo, sea con uno de nosotros, sea con otros
colegas miembros de nuestra Asociación: tres corresponden
al primer caso, tres al otro. Su idea es que nuestra Asocia-
ción, en tanto institución, es uno de los objetos de transfe-
rencia de los miembros del grupo, y que el núcleo traumáti-
co que la fantasía pone en escena nos atañe en nuestra pro-
pia relación con esta institución. La observación de Sophie
suscita en mí varias asociaciones: primero se me ocurre que,
al mismo tiempo que estoy de acuerdo con la hipótesis de
que la transferencia sobre nuestra Asociación nos moviliza,
sucede que intentamos, para salir de la confusión, no sólo
establecer una genealogía de la participación de los miem-
bros del grupo en los «grupos de nuestra Asociación», sino
también preguntarnos por lo que subsiste, en su transferen-
cia sobre cada uno de nosotros, del pasado común: Marc, por
ejemplo, ya ha hecho un grupo conmigo.

145
Supongo que su demanda manifiesta de reparación es
también una demanda vinculada a la significación de un
«acontecimiento» que sólo adquirió este valor traumático
porque su sentido para él no pudo constituirse, ni en la si-
tuación ni con relación a lo que le confería este valor. Luego
pienso que probablemente nosotros mismos estamos movili-
zados por este núcleo traumático: recordamos que, durante
la pausa de mediodía, evocamos accidentes ocurridos a per-
sonas cercanas: la fantasía de «rotura», la puesta en escena
intrapsíquica del temor, es decir, de la defensa contra el de-
seo de «deformar» participantes, sería sin duda la fantasía
organizadora de nuestra posición inconsciente en el grupo;
en lo que me concierne, esta posición está probablemente
articulada con mi deseo de saber cómo funciona el proceso
asociativo --es decir, las asociaciones sexuales- en los gru-
pos. Sophie asocia sobre su temor de que, en los grupos, pue-
da quedar capturada en una transferencia de la imagen de
una madre mala sobre ella.
En ese momento de nuestra elaboración, cada uno de no-
sotros retendrá para sí dos elementos del análisis inter-
transferencial: Sophie pensará en las incidencias, entre
nosotros y en nuestra relación con el grupo, de la fantasía de
seducción, pero no dirá nada al respecto; yo recordaré, pero
no le diré una palabra, cierta situación de grupo en la cual
había sido amenazado por un participante; la elaboración
de esta amenaza se me hizo posible gracias a la escucha de
mi co-psicoanalista y a la transferencia que yo hacía sobre
él: un vestigio de otra transferencia volvía aquí en mi rela-
ción con Sophie y con el grupo. Fue precisamente esta situa-
ción traumática la que relanzó mi interés por el proceso aso-
ciativo.

Un sueño de Michele

La primera sesión del segundo día se organiza en torno


del relato de un sueño que Michele tuvo durante la noche:
«hacía el amor en una habitación en completo desorden, con
el padre de Marc, o quizás el suyo, uno y otro tenían cabellos
entrecanos». Michele agrega, desconcertada por lo que se
escucha decir, que no sabe muy bien lo que dice. Pero habrá
conseguido movilizar la atención de los analistas y de los

146
miembros del grupo, lo que constituye la dimensión interac-
tiva de su relato. 1
Cada elemento del sueño es el punto de partida de varias
series asociativas. Una primera serie se organiza a partir de
la incertidumbre sobre la identidad del padre (¿el de Marc o
el de Michele?), sobre el rasgo común (cabellos entrecanos)2
a ambos, sobre el desplazamiento del reconocimiento del de-
seo incestuoso. La cadena asociativa desembocará en el
reconocimiento de la apuesta transferencia! sobre mí (tam-
bién cabellos entrecanos) y en el silencio de Marc cada vez
que se mencione su lugar en el sueño de Michele.
Una segunda serie asociativa tendrá como punto de par-
tida «la habitación en completo desorden», el desorden amo-
roso, la habitación de batalla mencionada la víspera. Marc
participará activamente en esta serie armando parejas cu-
yas relaciones espía: querrá vernos, a Sophie y a mí, for-
mando una pareja armoniosa, atentos el uno con el otro;
«casará» a Sylvie y Jacques, también ellos, según él, perfec-
tamente complementarios. Reconocerá enJacques a una es-
pecie de hijo, cuya fuerza e inteligencia de «las cosas de la
vida» admira. Lo que lleva a varios participantes al filme de
C. Sautet así titulado, y en el que un tema crucial es un ac-
cidente de automóvil.
La tercera serie arraigará sobre la idea de la catástrofe y
del accidente. Se evocarán varios acontecimientos traumá-
ticos: la muerte brutal y precoz del padre de una participan-
1 El relato del sueño de esta participante nos invita a prestar una espe-

cial atención al estilo asociativo de las personalidades narcisistas; prin-


cipalmente, a su preocupación por producir objetos que corresponden a lo
que el narcisista ama en sí mismo; o, para ser más exactos, el narcisista se
ama a sí mismo como piensa que su madre lo ha amado, y los objetos que
presenta en la asociación sólo pueden ser objetos que lo representan en su
posición narcisista.
Por otro lado, el narcisista solicita la complicidad del analista, y la
transferencia del analizando moviliza los componentes narcisistas del
analista mismo. Esta formación de un conjunto, más precisamente de una
pareja narcisista sobre el modelo de la seducción narcisista originaria, es
una de las formas que pueden tomar las alianzas inconscientes en la re-
lación analítica. Veremos qué destino depara el grupo a estas personali-
dades.
2 El análisis que Freud hizo sobre el pensamiento intermediario (Zwis-

chengedanken ), «la barba dorada» en el sueño del tío Joseph, podría apli-
carse aquí al pie de la letra (cf. S. Freud, 1900, GW, II-III, págs. 143-4;
trad. fr. 1967, págs. 126-7).

147
te, hasta entonces silenciosa en el grupo; ella recordará con
emoción el silencio familiar que siguió a esta pérdida, su
madre aún en duelo y la depresión de su adolescencia; la
desaparición en la montaña de un amigo muy querido y cu-
yo nombre era el de un hermano mayor muerto a corta
edad; una madre paralizada a consecuencia de un accidente
de auto.
La reinvestidura libidinal movilizada por esta serie or-
ganizada por la muerte sostendrá un cuarto hilo asociativo
que retomará el motivo central del sueño: ¿se puede aquí, en
el grupo, hacer el amor sin transgredir la prohibición del
incesto fraterno, o bien las exigencias de la regla de absti-
nencia se aplican sólo a las relaciones entre los psicoanalis-
tas y los participantes? ¿Somos aquí realmente hermanos y
hermanas? En ese caso, ¿toda tentativa de seducción se en-
contrará con la prohibición cuya transgresión debería aca-
rrear el destierro y la muerte, o sólo nos imaginamos her-
manos y hermanas para no confrontarnos con nuestros de-
seos sexuales?

Las transferencias de Marc

En el curso de estas dos sesiones del segundo día, el re-


lato del sueño de Michele habrá disparado un movimiento
defensivo contra su fantasía de seducción sexual, fantasía
cuya apuesta se precisará en cuanto al lugar que ocupa él
en ella. Este movimiento defensivo se manifestará en sus
transferencias sobre mí y sobre Jacques: nos «casará» a ca-
da uno, nos dotará de una mujer, al mismo tiempo que nos
asociará en la transferencia, a mí en el lugar de un padre, a
Jacques en el de un hijo: el padre está casado, el hijo tam-
bién, sus deseos van hacia la mujer; su posición se aclara si
suponemos que Marc pone en marcha esas representacio-
nes en defensa contra la posición que él ocupa en la fantasía
de seducción del hijo por parte del padre.
Marc no dejará de poner en acción, en la transferencia,
esta posición eligiendo a Jacques como un hijo casado; lo
asignará más precisamente aún en esta posición suponién-
dola la de un hijo en conflicto con un padre distante, erudito,
amenazante y atractivo. Cuando haya suscitado, por esta
insistencia, la protesta de Jacques, lo amenazará a su vez

148
mediante una interpretación según la cual Jacques se resis-
tiría a oír lo que él le dice.
Intervengo para puntualizar la repetición de la amenaza
de interpretación «salvaje» y la repetición en la transferen-
cia de una configuración de vínculos padre-hijo en la que
Jacques, Marc, Boris y yo estamos implicados. Sostengo que
Marc «se hace» un hijo como Marc se había sentido «hecho»
por el monitor salvaje, y que estas apuestas de deseo y de
amenaza deben quizá situarse con relación a las resonan-
cias incestuosas (hija-padre) traídas por el relato del sueño
de Michele. Sólo entonces hará Sylvie el enlace con mis ca-
bellos entrecanos (resto diurno para Michele), los del «padre
de Marc» y los del padre de la soñante.
No es inútil detenerse en el hecho de que Michele integra
en su sueño a Marc figurando a su padre como objeto del
desplazamiento de su deseo incestuoso, directamente ex-
presado, al modo de un sueño infantil. El sueño de Michele
es también una interpretación por parte de Michele, me-
diante el sueño, de lo que ella comprende inconscientemen-
te sobre la apuesta del acontecimiento traumático de Marc;
esta apuesta le atañe porque se trata de su fantasía de se-
ducción por el padre. El trabajo asociativo del grupo desple-
gará sus variaciones y correlaciones. Además, el sueño de
Michele, que sueña para una parte desconocida de sí mis-
ma, aparece como una actividad del proceso asociativo para
el grupo.
Pero no hemos terminado con los efectos de la confesión
traumática de Marc. El segundo día está nuevamente mar-
cado por una repetición: un cuarto de hora antes del final de
la última sesión, Irene, silenciosa hasta entonces, pero muy
atenta a lo que se dice, anuncia, «por urbanidad hacia el
grupo>>, que ella podría no venir en los días siguientes. No
da ninguna razón, incluso cuando Solange hace notar, bro-
meando, que el motivo será dado primero en una pausa an-
tes de ser restituido en sesión.

El «último cuarto de hora»

El «último cuarto de hora» va a instalarse como síntoma,


sostenido desde varios lados, en cada uno y en el grupo. Es
así como cada sesión del tercer día se inaugura y concluye

149
por un silencio de un cuarto de hora, «marca» (como dirá
Boris) del comienzo y del fin del mundo.
La primera sesión de la tercerajomada comienza con un
cuarto de hora de silencio: Irene está retrasada, cada uno
piensa que ella cumple su anuncio de la víspera, pero ella
dice que quedó atrapada en un embotellamiento.
Sin embargo, nada se dirá de lo que se haya temido o es-
perado durante el tiempo de silencio, teniendo en cuenta
que Pierre, el otro silencioso que había hablado del herma-
no muerto, también está retrasado. La asociación ausencia-
silencio-muerte (último cuarto de hora) no se elabora aún
en un pensamiento suficientemente preconsciente como pa-
ra que haga posible una interpretación. Sólo en la tarde,
tras un intercambio con Sophie durante la pausa, interrogo
el silencio que se instala de nuevo al comienzo de sesión pa-
ra puntualizar su repetición y para señalar la relación que
me parece tener con el acontecimiento de Marc, el «fin del
mundo», y la amenaza de una ausencia.
Irene anuncia entonces que deberá partir al día siguien-
te, lo que ella no había previsto al inscribirse en el grupo, ni
siquiera al llegar el primer día: acaba de enterarse la víspe-
ra y por telegrama de la inminente partida de su hijo para
una larga estadía en el extranjero. Debe verlo antes de esta
separación. Para ella será una prueba para la que se habrá
preparado aquí. Durante estos tres días se vio confrontada
con el vínculo dificil, casi pasional, que mantiene con este
hijo; se sintió consternada y se quedó silenciosa cuando
Anne-Marie y Solange evocaron sus relaciones con su hija
y su madre. Ahora puede colocar una representación de
muerte (la suya y la de su hijo) sobre esta ausencia de su hi-
jo; comprende que su ausencia de la mañana, aunque haya
sido provocada por una causa fortuita, satisface en esta oca-
sión su deseo inconsciente de colocamos en la posición de
padres preocupados por su hijo que se aleja de ellos.
El valor sintomático tomado por el significante «último
cuarto de hora», que Marc trae al grupo, no será elucidado
antes de la mitad del cuarto día. Cuando el silencio comien-
za a instalarse en el inicio de la sesión y dura desde hace
unos diez minutos, Boris inicia una serie de cuentas y cálcu-
los sobre el cuarto de hora de más que implica la duración
de la sesión con relación a la unidad horaria (una hora y
cuarto), asociándolo con el cuarto de hora de menos que co-

150
rrespondería a la duración de una sesión de cura (tres cuar-
tos de hora). Solange responde que, si se totaliza el horario
diario de las sesiones, se llega a una cifra redonda, y que
ella, por su parte, no tiene este problema de más/ de menos
que preocupa tanto a Boris en sus cálculos.
Michele retoma su sueño para dar una asociación perso-
nal, lo que no había podido hacer hasta ese momento: se
pregunta qué son ese de más y ese de menos y a quién hacen
gozar, al hombre o a la mujer. Otra participante habla de su
fantasía incestuosa respecto de su padre: J acques asocia so-
bre este otro valor del significante «último cuarto de hora»,
el de la muerte que introduce tanto en la separación como
en la confusión.
La confusión era precisamente su pregunta inicial; vuel-
ve a anudarse aquí con el hilo asociativo grupal y él desanu-
da sus apuestas conflictivas, para él, en grupo: no separarse
y exponerse a la confusión, perder un objeto y exponerse a la
soledad.
Es en esta tonalidad depresiva, como en una serie de
duelos finalmente aceptados, como el grupo podrá separar-
se. Las sesiones siguientes se centrarán en el análisis de es-
tas diferencias: en lo que se puso en juego para cada una y
por cada una en el grupo, en las relaciones de sexo y genera-
ción, en las relaciones de transferencia y representación de
los objetos infantiles. Marc contribuirá activamente a este
trabajo de despejamiento. Dirá, en cuanto a la interpreta-
ción traumática cuya marca ha conservado, y que habría re-
cibido en el último cuarto de hora de la existencia del grupo,
que su efecto cuenta ahora más por la significación que
habrá tomado para él aquí que por el contenido de entonces,
del que por otra parte no conserva un recuerdo preciso. En-
tiendo que aquello que lo marcó borró la huella de la signifi-
cación, que el sentido estará siempre por construir.

151
Transformaciones de los organizadores del
proceso asociativo y de los emplazamientos
subjetivos en el grupo

Esta salida de la confusión de sentimientos 3 y de la sen-


sación de estar fuera de sí es efecto del desprendimiento de
la fantasía de seducción y de su correlato catastrófico.
Recordamos que sobre el enunciado del relato de Marc
van a articularse las asociaciones de los otros miembros del
grupo. Estas asociaciones están organizadas por una repre-
sentación-meta, la fantasía inconsciente cuya fórmula pre-
tendía dar cuenta de las posiciones subjetivas de varios
miembros del grupo; recuerdo el esquema propuesto en el
capítulo precedente:

X X
=
<
progenitor
un padre

una madre
amenaza

repara
a un h i j )

a una hij
ann
niño

Esquema l.

La segunda jornada se organiza a partir del relato del


sueño de Michele; estará regida en las asociaciones por la
fantasmática incestuosa de seducción, que develará el sen-
tido de la amenaza. Sobre esta fantasmática vienen a ar-
ticularse fantasías de castración y separación; no obstante,
el núcleo organizador puede representarse ahora en esta
fórmula más diferenciada:

unamadrev seduce V aunahija

unpadre 6 amenaza L aunhijo

Esquema 4.

3 En varias ocasiones evoqué con Sophie, a propósito de Marc y Boris, la

novela de Stefan Zweig que lleva este título y que trata sobre las identifi-
caciones homosexuales de un alumno con un profesor.

152
El cambio en la estructura de la fantasía organizadora
afecta al pasaje del bipolo amenaza/reparación a la pareja
seducción/ amenaza. Si examinamos esta estructura desde
la posición de Marc, para él todo padre es seductor/amena-
zante. Esto es precisamente lo que él anuncia de entrada,
en una versión donde se privilegian el afecto asociado a la
amenaza y la demanda de reparación. En esta primera ver-
sión, se excluye como sujeto de su fantasía de seducción. La
versión traumática sobre la que insiste sirve además de
pantalla a esta fantasía. Como complemento a esta organi-
zación defensiva intrapsíquica, Marc ocupa en el grupo una
posición de líder, en correlación con la de Solange. El carác-
ter general de su anuncio tiene por función afirmarlo en es-
ta posición y sincronizar el sentido del pasado, del presente
y del futuro: todo progenitor es amenazante para su hijo.
Pero sobre este enunciado genérico se articulan las ver-
siones específicas de cada participante en su relación con la
experiencia traumática. Y sobre todo, en este enunciado que
implica la representación de un allá y entonces homólogo a
este aquí y ahora, se inicia una representación del movi-
miento de transferencia. El cambio que se opera en la orga-
nización fantasmática va a producir efectos en el trabajo
asociativo.

El cambio de organizador fantasmático

Intentemos localizar el momento y el contexto de este


cambio: según mi análisis de las secuencias asociativas, el
cambio se produce a partir de la puesta en representación,
en el sueño de Michele, de la fantasía de seducción incestuo-
sa. El sueño elabora restos diurnos de la víspera que perte-
necen a la experiencia del grupo: la incertidumbre sobre el
nombre (en el sueño sobre el nombre del padre), la escena de
la habitación de batalla, la insistencia sobre el respeto a la
regla (la víspera, la de restitución).
El sueño y su relato introducen en el curso de las asocia-
ciones del grupo el retorno de contenidos reprimidos: des-
pliegan un pensamiento o un grupo de pensamientos ya in-
cluidos en la estructura precedente; pero movilizan también
defensas más densas contra otros pensamientos asociados

153
al pensamiento del sueño, por ejemplo contra la idea de la
muerte, contra la idea de la relación incestuosa homose-
xual, contra la fantasía de castración y de la diferencia de
sexos (el de-más, el de-menos).
Marc trazará por sí mismo su camino hacia el sentido de
su posición en la fantasía tomando la vía de la transferencia
que establece sobre Jacques: lo asigna a un papel de hijo. Lo
seduce, lo amenaza; él mismo encontrará la fórmula para
eso: «Jacques es para mí como yo para mi padre y aquí para
René». Se ha producido una doble inversión, cuyos movi-
mientos podrían ser estos:

l. inversión del deseo de seducción del padre por el hijo


en amenaza del padre hacia el hijo;
2. inversión de la amenaza padecida en amenaza actua-
da, en la transferencia sobre un hijo que lo representa a él
mismo en su vínculo con su padre.

Podemos precisar ahora cómo, a partir del sueño de Mi-


chele, se produce la transformación en el núcleo de la fanta-
sía organizadora: con este grupo, estaremos movilizados
esencialmente en el registro de la neurosis; la comunidad de
identificaciones y de fantasías inconscientes asegurará la
perlaboración intersubjetiva. Nos encontramos aquí con
una especificidad del proceso de grupo.
La transformación se efectúa a través del trabajo de las
psiques acopladas, lo que supone una abolición parcial de
las fronteras singularizantes en el tiempo de este trabajo
propiamente grupal. La transformación se individualiza a
partir del momento en que la fantasía organizadora es inte-
grada por los sujetos como parte constituyente de su subjeti-
vidad, es decir, cuando deja de funcionar sólo en la modali-
dad impersonal y anónima que es la del inconsciente origi-
nario. La oscilación individuante en la relación con la fan-
tasía inicia un movimiento decisivo en las identificaciones
sostenidas para cada sujeto, por la fantasía secundaria, sin-
gularizada: toda mutación del sujeto en su relación con la
fantasía conlleva, en efecto, y la experiencia del diván nos
pone frente a esto regularmente, una vacilación del yo en
sus identificaciones; aparecen entonces, ligadas al cambio
correlativo del yo y de sus vínculos con sus objetos de identi-

154
ficación, angustias de abandono del yo por parte de sus obje-
tos de identificación.
Esta transformación se efectúa primero en los analistas,
lo que habla de la importancia del trabajo del análisis inter-
transferencial en las situaciones de este tipo, especialmente
en lo que atañe a las fantasías de seducción. En efecto, las
deformaciones, inversiones (amenaza) y desplazamientos
de esa fantasía constituyen, para el análisis, los indicadores
de los movimientos de transformación en la cadena asociati-
va grupal.

El efecto del relato del sueño en el grupo

A esta transformación contribuyen la actividad onírica y


el trabajo psíquico del porta-síntoma. La actividad onírica
abre el acceso a la transformación y a la puesta en sentido
del síntoma. J.-B. Pontalis formuló en 1972 algunas pre-
guntas fundamentales sobre el estatuto del sueño y del rela-
to del sueño en el grupo. La primera de estas preguntas con-
cierne al soñante: ¿quién ha soñado ese sueño? En el grupo
del que tratamos, manifiestamente Michele soñó ese sueño
y no existe razón alguna, salvo que se decida abolir arbitra-
riamente su espacio psíquico propio, para no sostener que el
sueño es ante todo y en extremo «egoísta», como Freud lo
recordó suficientemente. Pero, ¿debemos por eso limitamos
a este hecho hoy evidente?
Si tomamos en consideración el trabajo asociativo del
grupo durante la víspera del sueño de Michele, debemos
distinguir claramente lo que para ella funciona como resto
diurno utilizado y transformado por ella, según sus propios
procedimientos de fabricación, y lo que ella extrae de los
contenidos psíquicos que se han formado en el grupo por el
efecto del trabajo de la intersubjetividad. Según este último
punto de vista, Michele pondría en forma de representación
onírica su propio deseo y lo que ha percibido de los conflictos
psicosexuales inconscientes movilizados en el grupo.
El sueño sería un trabajo de interpretación por Michele,
en su aparato de interpretar-significar, de lo que permanece
reprimido en el grupo y que en ella se está haciendo pre-
consciente. El sueño que Michele fabrica es la pieza que ella
teje en el telar del grupo-tejedor que, por su parte, no puede

155
representarse la pieza homomórfica que él trabaja sin sa-
berlo. Se puede aplicar al sueño en el grupo lo que Freud di-
ce en el análisis del sueño de la monografia botánica, cuan-
do cita a Goethe: «Nos encontramos aquí-----€scribe Freud-
en medio de una fábrica de pensamientos en la que, como en
la obra maestra del tejedor,

"un golpe del pie mil hilos mueve,


mientras vienen y van las lanzaderas
y mil hilos discurren invisibles
y a un solo golpe se entrelazan miles",,. 4

La segunda pregunta planteada por Pontalis, pero deja-


da sin respuesta, corresponde al destinatario del sueño.
Ciertamente, Michele sueña para sí misma, para una parte
de sí misma cuya representación delega en los personajes
del sueño, pero también en los personajes del grupo que son
el soporte de sus objetos transferidos. Marc, yo, el grupo en
su conjunto somos los destinatarios de su sueño, lo que si-
túa al sueño en la lógica de la transferencia estimulada por
la regla fundamental. Que el sueño sea egoísta no impide
que haya un destinatario y que el soñante, cuya función in-
terpretativa ha sido reconocida por el grupo, sueñe para
mantener esta función, de la que saca «egoístamente» algu-
nos beneficios.
Así se forma el porta-sueño, exactamente por el mismo
proceso que C. Lévi-Strauss describe a propósito de la for-
mación del brujo en su Anthropologie structurale (1958,
pág. 189). Tal como el brujo obtiene su poder y su función de
saberse brujo y de ser reconocido como brujo y en ese saber
por los otros: «Se le proclama brujo; puesto que lo hay, él po-
dría serlo», apunta Lévi-Strauss, idénticamente el grupo
reconoce a uno de sus miembros una función de soñante-in-
terpretante, lo inviste de una función que el soñante no
podría cumplir por sí mismo y este deviene y se reconoce a sí
mismo como soñante del grupo. La estructura de las identi-
ficaciones cruzadas sostiene en el fondo los emplazamientos
de delegación y dispone en parte los contenidos de las ope-
raciones psíquicas.

4 S. Freud, 1900, GW, 11-III, pág. 289.

156
La tercera pregunta suscitada por Pontalis indaga en la
naturaleza del trabajo asociativo efectuado en grupo sobre
el sueño. Destaca el contraste entre la pobreza de las asocia-
ciones del soñante en grupo sobre su propio sueño y el inte-
rés que presentan en cambio las asociaciones de los miem-
bros del grupo sobre el sueño. Supongo que este fenómeno
se debe a que el grupo se reconoce parte activa, constituyen-
te y destinataria del sueño; por eso lo interpreta como un
material fabricado para una interpretación. Sólo el enun-
ciado de la regla fundamental y el trabajo asociativo songa-
rantes de que el relato del sueño no será utilizado como co-
rroboración del sistema de pensamiento que el grupo cons-
truye para su propio uso.

Funciones del sueño en los grupos: el porta-sueño

A partir de todos estos elementos, adhiero a la conclu-


sión de Pontalis cuando escribe que, en situación de grupo,
primero debemos descubrir las funciones del sueño y sus
efectos en la dinámica del grupo. Esta proposición incluye la
necesidad de tomar más precisamente en consideración las
funciones y los efectos que entraña el relato del sueño hecho
por un soñante en un grupo, en tanto y en cuanto ese relato
es propuesto a las asociaciones de los miembros del grupo:
esos efectos deben, pues, examinarse en el proceso asociati-
vo de los sujetos considerados aisladamente, uno por uno. A
partir de este punto de vista, distingo hoy cinco funciones
del sueño en los grupos:

una función de retorno de lo reprimido en una figuración


aceptable para el preconsciente;
una función de tratamiento intersubjetivo de los restos
diurnos portadores de significaciones mantenidas in-
conscientes y cargadas de investiduras pulsionales su-
primidas la víspera;
una función de continente y de contenidos de representa-
ciones (elementos alfa);
una función de representación en un libreto y dramati-
zada, en su ensamble con los emplazamientos subjetivos
grupales;
una función de emplazamiento privilegiado del soñante

157
en la tópica, la dinámica y la economía grupales. Esta
función se interpreta en las dimensiones de las transfe-
rencias y de las funciones fóricas.

Podemos verificar que estas cinco funciones son las que


cumplen el sueño de Michele y el relato que ella hace de su
sueño en el grupo. El conjunto de estas funciones califica en
el grupo la función fórica del porta-sueño.
Algunas de estas funciones del sueño y del porta-sueño
son particularmente eficaces ante uno u otro sujeto: cierta
participante tendrá acceso a su fantasía incestuosa a conse-
cuencia del relato del sueño de Michele y de las asociaciones
de los miembros del grupo; desde el punto de vista de su or-
ganización intrapsíquica, el relato del sueño y las asociacio-
nes pre-disponen significantes utilizables por ella.
En cuanto a Marc, primero pondrá en marcha una acti-
vidad de resistencia mediante la transferencia sobre Jac-
ques y mediante los «matrimonios» que efectuará para de-
fenderse contra el retorno de lo reprimido (la relación inces-
tuosa con el padre) indicado por el sueño de Michele. Dicho
de otro modo, Marc producirá un nuevo síntoma que abar-
cará e indicará la apuesta del precedente. Entre estos dos
síntomas, de los que, sin saberlo, Marc se hace portador, se
produce el cambio mismo que Freud operó en su propia teo-
ría del síntoma: en un primer momento, el síntoma es pro-
puesto como huella de un acontecimiento pasado que ha ad-
quirido valor traumático en razón de la insuficiencia del tra-
bajo de elaboración psíquica. Es lo que nos dice Marc cuan-
do describe su síntoma del «golpe en la cabeza», síntoma
cuya elaboración no ha podido hacerse ni en su momento, ni
en el apres-coup del grupo anterior. En un segundo momen-
to, se toma en consideración la fantasía de deseo para dar
cuenta de que, con ocasión del acontecimiento pasado, reac-
tivado en su marca y en su huella, se efectuó una realiza-
ción de deseo, o encontró a posteriori un representante posi-
ble. Este segundo momento fue precisado por R. Roussillon
en un estudio sobre la alucinación y el síntoma psicosomáti-
co: «(el segundo momento) indica el pasaje de una teoría de
la seducción por la realidad a la de la activación de una fan-
tasía de seducción» (1989). Ese es uno de los movimientos
del trabajo psíquico inducido por Marcen su función de por-
ta-síntoma.

158
Hay otro aún, que corresponde a una tercera teoría freu-
diana del síntoma: el síntoma es «autorrepresentación de
ciertos procesos psíquicos o de ciertas "teorías" del yo». Tam-
bién esta dimensión es completamente reconocible en el
primer momento de la manifestación del síntoma de Marc
(el acontecimiento que «lo marca», cuya «marca» él ha reci-
bido); también lo es en la elaboración de las últimas sesio-
nes, después de que Marc se reconoció, en la transferencia
sobre Jacques, identificado con su padre interno amena-
zante.
Señalé antes que la actividad onírica abría el acceso a
la transformación y a la puesta en sentido del síntoma de
Marc, al síntoma del que es portador y que, por identifica-
ción con su apuesta y con las defensas que contiene, será
compartido y reactivado en varios participantes. Este acce-
so es abierto, paradójicamente, por el movimiento de trans-
ferencia, con valor de síntoma (actuado por la transferencia)
y por lo tanto de resistencia a la integración de la fantasía
de seducción.
Hasta ahora, he puesto en evidencia las funciones capi-
tales del porta-palabra, del porta-síntoma y del porta-sueño
en el trabajo del aparato psíquico grupal y, más particular-
mente, en el proceso de formación de las cadenas asociati-
vas. He insistido, porque así era la clínica de ese grupo, so-
bre el proceso de transformación en la representación del
trauma a través del trabajo asociativo. Ahora quisiera pre-
cisar algunas perspectivas de investigación a partir de la hi-
pótesis según la cual existiría una afinidad, una especie de
relación complementaria entre la experiencia traumática y
la situación de grupo. Si esta hipótesis tomara consistencia,
podríamos comprender mejor cómo efectuar la transfor-
mación de esa relación a través del trabajo asociativo de ca-
da uno en el grupo.

La perlaboración intersubjetiva del traumatismo


en los procesos asociativos
Todo mito de los orígenes es un mito de los orígenes
conjuntos del sujeto y del grupo; da cuenta de la violencia
originaria fundadora del grupo. Esta violencia se repre-

159
senta bajo la forma del caos, del asesinato y de la seducción.
Esbozaré algunas proposiciones sobre este último punto,
destacando que las situaciones de grupo a las que me refiero
movilizan, en su dispositivo mismo, procesos generadores
de crisis, reactivadores de las huellas de los acontecimientos
con potencialidad traumática y de las fantasías de deseo que
les están asociadas; movilizan los recursos del aparato psí-
quico grupal, de la perlaboración intersubjetiva y del tra-
bajo asociativo para integrar sus apuestas y sus significa-
c10nes.

La afinidad del grupo y del traumatismo


En varias ocasiones (1985, 1991, 1993 principalmente)
propuse un modelo traumático de agrupamiento que pone
en relaciones recíprocas la afinidad del grupo y la experien-
cia traumática. Esta afinidad se enuncia en dos proposicio-
nes complementarias y antagonistas:

el grupo y el agrupamiento contienen potencialidades


crisógenas y traumatógenas;
el grupo y el agrupamiento contienen notables potencia-
lidades perlaborativas de las situaciones de crisis.

Examinemos estas dos proposiciones e intentemos ar-


ticularlas una con otra.

El grupo crisógeno

El grupo es fuente y escenario de excitaciones, de coexci-


taciones acumulativas, ocasión de identificaciones por el
síntoma y de inducciones oníricas en sus miembros y por
sus miembros; en él, las funciones y formaciones de repre-
sentación individuadas se borran o se derrumban, en pro-
vecho de una desdiferenciación y de efectos de masa favo-
rables a las transmisiones directas de afectos y de emocio-
nes no metabolizadas, de alto rendimiento efractivo. Estas
cualidades coexcitadoras acumulativas, de potencial efecto
traumatógeno, proceden de la presencia plural simultánea
y frontal de los sujetos en un grupo. Esta multiplicidad se

160
representa en la psique como la multiplicidad desordenada
y desorganizadora de las pulsiones parciales y como otros
tantos encuentros violentos, hiperexcesivos, con los objetos
correspondientes.
A Missenard ha descripto claramente (1976) en tales
grupos la urgencia identificatoria como invención defensiva
del sujeto contra la desorganización de las estructuras fami-
liares de las identificaciones del yo. Una primera tentativa
de resolución de la crisis nacida del encuentro violento entre
un exceso de objetos extraños y la pérdida sentida por el yo
de sus apoyos constituyentes, es esta precipitación identifi-
catoria. Reviste los aspectos de una adhesión, de una pro-
yección o de una incorporación, cuyo destino será confrontar
al sujeto con sus modalidades anteriores de identificación, y
sobre todo con sus introyecciones ahora momentáneamente
inoperantes. La inyección de un objeto de identificación «en
urgencia» implica esta doble valencia paradójica: es una
solución anticrisis generadora de crisis ulteriores.
La hipótesis de una afinidad entre grupo y crisis iÍlcluye,
según este primer nivel, que el desarrollo y la estructura-
ción del aparato psíquico son correlativos de la capacidad de
la psique para estar en crisis (excitabilidad, división estruc-
füi'ál, antagonismo pulsional, oposiciones placer-displacer,
presencia-aus~ncia, masculino-femenino, ya-no yo .. .) y pa-
ra tratar esas crisis. Esta perspectiva admite cierta compla-
cencia hacia la crisis que se constituiría sobre la prima de
placer adquirida durante experiencias de autosostén de una
tensión crítica en el aparato psíquico o de inducción de esta
excitabilidad en la psique de otro sujeto.
El grupo es un escenario de seducción multilateral y
polimorfa: cada uno intenta a la vez despertar en los otros
una excitación para él excitante, y defenderse contra los
aspectos peligrosos de estas tentativas; cada uno es movili-
zado en la representación inconsciente de ser causa del de-
seo que pone en movimiento la excitación en el otro, desco-
nociendo entonces la suya propia, y cada uno, según los
términos de las representaciones y movilizaciones afectivas
que le imponen su estructura y su historia, está en una re-
lación crítica entre su experiencia de la excitación y el senti-
do sexual que esta tiene para él. La seducción está constitui-
da por esta doble experiencia; incluye las dos caras de la au-
toexcitación y de la excitación inducida, una sosteniendo a

161
la otra. Dicho de otro modo, cada uno se ve en situación de
arrostrar las singularidades de su historia traumática, las
resoluciones sobrevenidas en apres-coup y las estasis en es-
pera de desenlace.
El grupo es, evidentemente, una formidable caja de reso-
nancia de esos efectos de coexcitación. La constitución del
grupo como objeto es ante todo la de un continente de repre-
sentantes y representaciones de la excitación sobre la esce-
na del grupo.

Elementos de problemática intersubjetiva

Las solidaridades intersubjetivas son reconocibles en los


tres niveles lógicos de análisis que propuse en El grupo y el
sujeto del grupo, y que recuerdo: el primer nivel es el del su-
jeto considerado en su singularidad; yo supongo una fun-
ción determinante del conjunto grupal en las modalidades
constitutivas y los contenidos del inconsciente, las condicio-
nes del retorno de lo reprimido y la formación de los sínto-
mas. Por eso he propuesto considerar que el sujeto del in-
consciente contiene un sujeto del grupo, dividido entre la
necesidad «de ser para sí mismo su propio fin» y la de ser
miembro, servidor, beneficiario y heredero de una cadena
intersubjetiva a la que está sujeto y en la que se encuentran
o no reunidas las condiciones de un espacio psíquico donde
«el Yo puede devenir».
Toda crisis afecta al sujeto en su desorganización, en
cuanto él es «para sí mismo su propio fin». La crisis es una
desorganización intensa, pasajera o duradera del yo, un
desborde de sus funciones asociativas, para-excitadoras,
autocontinentes: ella menoscaba las actividades del pre-
consciente, y los primeros momentos de un grupo lo atesti-
guan.
La angustia que la crisis genera es de origen diverso:
nace del riesgo vital, o del hecho de implicar la crisis la di-
mensión de realización de un deseo inconsciente en conflicto
con otro deseo o con una prohibición; nace tanto de la con-
frontación brutal con lo desconocido (el ello, el inconsciente,
el Otro, es decir, más de un otro) como del triunfo posible de
la pulsión de muerte o del exceso de goce.

162
Bajo el aspecto en que el sujeto singular es sujeto del
grupo, la crisis adquiere sentido y destino en la intersubjeti-
vidad; las crisis propiamente psíquicas de desarrollo, tanto
como las crisis inherentes a la conflictividad intrapsíquica,
ponen en juego al Otro, apelan a él, lo constituyen como ac-
tor, testigo, causa, continente, transformador de la crisis.
El segundo nivel de análisis es el del grupo como forma-
ción específica de la realidad psíquica, lugar de produccio-
nes .psíquicas originales, de una dinámica y una economía
propias del conjunto. En cuanto tal, ciertas crisis lo afectan,
lo amenazan, lo confrontan con transformaciones de vida o
de muerte. Estas crisis pueden desarrollarse nwtu proprio
o resultar del desplazamiento de una crisis individual sobre
la escena del conjunto: en ese caso, la capacidad receptora
del grupo debe ser interrogada en cuanto al valor propia-
mente grupal que toma esa transferencia de un espacio psí-
quico en otro.
Según esta perspectiva, debemos considerar además los
montajes anticrísicos del nivel del grupo, admitiendo que
también son utilizables por cada sujeto del grupo.
Er tercer nivel corresponde precisamente a las formacio-
nes intermediarias entre el espacio intrapsíquico y el espacio
intersubjetiva. Son formaciones de pasaje y anudamiento,
por lo tanto también de ruptura y desligazón: como los sím-
bolos, los referentes identificatorios, las formaciones del
ideal, las «personas-mediadores», los representantes, dele-
gados y otros «go-between». Son formaciones críticas en el
sentido de que están sobre las líneas de contacto entre espa-
cios heterogéneos.
He mencionado ya en varias oportunidades el significati-
vo ejemplo que Freud propone en Psicología de las masas y
análisis del yo, cuando relata esta parodia del drama de
Hebbel: al haber sido Holofernes, el jefe del ejército asirio,
decapitado por Judith, los soldados pierden la cabeza. Pro-
digiosa condensación (¡y tan breve!) para significar el juego
intrapsíquico cruzado del cuerpo y del grupo: las identifica-
ciones son las marcas psíquicas respectivas encamadas en
los soldados desorganizados por haber perdido su «cabeza».
La crisis inducida en el conjunto encuentra su origen en el
ataque a quien mantiene juntos a sus sujetos constituyen-
tes, el jefe como formación intermediaria. La desorganiza-
ción de las formaciones psíquicas del nivel del grupo (la ins-

163
titución psíquica <9efe») induce un efecto de crisis en los su-
jetos que han colocado en esas formaciones intermediarias
investiduras pulsionales, representaciones y apoyos defen-
sivos necesarios para su economía interna.
Los tres niveles lógicos de campo del análisis grupal de-
finen interdependencias, puntos de anudamiento, metaboli-
zaciones intersistémicas y solidaridades tópicas, dinámicas
y económicas. Ellos sostienen mi proposición sobre la afini-
dad bivalente del grupo, del traumatismo y de la crisis.
Las solidaridades intersubjetivas y el acoplamiento psi-
cogrupal forman un sistema de inducción constitutivo de las
crisis. Lo que corresponde propiamente al sujeto en esta in-
ducción permanece para él desconocido, y una parte notable
de sus esfuerzos será utilizar al grupo como un disolvente
de su subjetividad (del Yo en el «Se» [on]). Se produce así un
doble desplazamiento, que el análisis y la interpretación
deben significar. Como lugar de complacencia de la crisis
sin sujeto de la crisis, el grupo contribuye a actuar de modo
que el síntoma esté sostenido desde un tercer lado, el del
vínculo intersubjetivo. Son frecuentes los casos en que el
grupo es inducido a crisis por un miembro del grupo en ra-
zón del valor económico que esta transferencia cumple en la
psique de ese sujeto.
Una función similar cumple el valor crisótropo que ad-
quiere el grupo, principalmente en la adolescencia o en los
grupos de formación en la edad adulta, en un movimiento
de regresión a las apuestas traumáticas de la adolescencia. 5
Se produce un fenómeno análogo al que describe J. Guillau-
min en su estudio sobre la necesidad del traumatismo en la
adolescencia (1985). La búsqueda de límites de la excitación
a través de las situaciones de ruptura del equilibrio pulsio-
nal es sostenida entonces por la formidable actividad dife-
renciadora de la psique, su apropiación de nuevos límites
y nuevas potencialidades. El retorno hacia las situaciones
traumáticas precoces no elaboradas es también un recurso
con miras a una reconsideración elaborativa apres-coup.
Conocemos, por otra parte, la importancia de las expe-
riencias traumáticas actualizadas en los procesos terapéu-

5 Había esbozado las dimensiones de esto en un artículo de 1973: «As-


pects de la régression da ns les groupes de formation: préadolescence,
perte de l"objet et travail du deuil».

164
ticos o formativos, en todos los casos en que se redistribuyen
los equilibrios económicos que afectan a las reestructuracio-
nes identificatorias. La «necesidad del traumatismo» es una
forma de dar cuenta de un menoscabo en la capacidad del
preconsciente para ejercer sus funciones metaforizantes.
El desbaratamiento de las formaciones intermediarias, y
especialmente de las formaciones activas en el trabajo del
preconsciente, es una dimensión crucial de la crisis en los
gnipos. El gnipo está en crisis porque esas formaciones es-
tán debilitadas (cf. Holofernes) y la crisis ataca primero las
zonas de contacto, de pasaje: se trata de las zonas de diso-
ciación y de desmoronamiento homólogas en el espacio in-
trapsíquico y en el espacio intersubjetivo. Podríamos reto-
mar desde esta perspectiva los estudios sobre los pánicos,
como autoinducción y autoseducción colectiva, destructora
de las representaciones metafóricas (pensamiento, símbolo)
y de las mediaciones intersubjetivas (representantes, dele-
gados, porta-palabra). Desde este punto de vista, la ex-
periencia de lo.s grupos amplios en los dispositivos de for-
mación y de terapia (principalmente en institución) es una
ocasión privilegiada para comprender las incidencias -las
caídas-de la realidad psíquica en síntomas psicosomáticos
benignos, pero significativos de una correlación aún oscura
entre los campos de la realidad corporal, de la realidad in-
trapsíquica y de la realidad grupal.

El grupo como reactualización del traumatismo


He asociado a la dimensión traumatógena del grupo la
hipótesis antagonista según la cual el grupo y el agrupa-
miento contienen notables posibilidades perlaborativas de
las situaciones de crisis. Para dar toda su dimensión a esta
hipótesis, creo necesario inscribirla en los recursos grupales
que, a partir de su nacimiento a la vida psíquica, el recién
nacido encuentra en el conjunto intersubjetivo deseante y
hablante que lo constituye como sujeto del grupo. No sólo el
recién nacido, todo el conjunto intersubjetivo primario pone
en marcha, según modalidades y consecuencias diversas,
los medios para superar la crisis inaugural del nacimiento.
Estos medios pueden ser activados desde entonces en las si-
tuaciones de crisis ulteriores.

165
Las potencialidades resolutivas y metabolizadoras que
contiene el grupo se expresan en distintos grados: como de-
pósito y encuadre psíquicos externalizados; como para-exci-
tación y contención; como aparato de transformación psí-
quica a través de los efectos metabólicos que produce la in-
vestidura de la psique del sujeto por más-de-un-otro sujeto.
Precisemos esta hipótesis de que el grupo, cuyas di-
mensiones crisógenas acabamos de poner de manifiesto, es
también un dispositivo de trabajo intersubjetivo privilegia-
damente movilizable en el proceso de elaboración de las cri-
sis. Esta aptitud psicoterapéutica y psicoprofiláctica del
grupo se inscribe desde antiguo en la historia de las socieda-
des humanas, y la psicoterapia es inicialmente un terapia
por el grupo, una terapia en grupo (en Grecia) y una terapia
del grupo (en Africa). Durante períodos sensibles y críticos
del desarrollo, en el rápido pasaje del estatuto de niño al de
adulto, los rituales de iniciación son activaciones controla-
das por el grupo de crisis que afectan a las oposiciones fun-
damentales de la ausencia y la presencia, de la vida y la
muerte, de la bisexualidad, el narcisismo y la objetalidad.
El grupo conserva así la memoria de los traumatismos y
de las crisis desorganizadoras. Sin esas inscripciones me-
moriales colectivas, la memoria individual no podría arran-
car de sus propias huellas, o reconstituir sobre los blancos
de la experiencia una construcción plausible de una historia
aceptable por el sujeto. 6
Si se verifica la hipótesis según la cual el grupo es el lu-
gar de una reestructuración del traumatismo, podemos es-
perar que se instalen contrainvestiduras de defensa contra
el retomo de la efracción traumática. Se activarán particu-
larmente mecanismos de defensa arcaicos: clivaje, idealiza-
ción, inversión, desafección. También podemos esperar una
activación de la repetición de la experiencia traumática en
el grupo, ya sea para asegurar el dominio de la excitación,
ya sea para obliterar el goce en la coexcitación desubjeti-
vante.
Al la.do de esos mecanismos de defensa paradójicos, que
mantienen, autosostienen o reproducen la excitación a fin
de suprimir su fuente por su mismo exceso, en grupo se mo-

6 Ct: mi estudio (1989) sobre las rupturas catastróficas y el trabajo de la


memoria.

166
vilizan otros dispositivos anticrisis: para impedir el acceso a
las representaciones inadmisibles en el campo de lo cons-
ciente, se activan, evidentemente, la represión y los soste-
nes intersubjetivos de la función represora. La renegación
es otro dispositivo, destinado a anular por la sola potencia
del pensamiento la idea de que la crisis pueda introducirse
en la experiencia. La construcción de sistemas de certeza
idealizados es, como tal, una formación de esos dispositivos
anticrisis: lo mismo ocurre en lo que concierne a la utopía,
que trata de ubicar definitivamente fuera del curso de la
historia (y por lo tanto de la crisis inherente a las vicisitudes
de la conflictividad psíquica) el destino de un grupo o de un
sujeto singular.
Todos esos mecanismos de defensa se forman en el
grupo, bajo el efecto de las cooperaciones intersubjetivas,
para mantenerlo como metasistema psíquico sobre el cual
se apoyan las defensas individuales (cf. las perspectivas
abiertas por E. Jacques, 1955).
Si el grupo es realmente ocasión para que se reactuali-
cen experiencias traumáticas que implican una ruptura de
las funciones y formaciones para-excitadoras, se puede es-
perar además que se reproduzcan en él algunas de las con-
diciones de formación de los contenidos originarios del in-
consciente, y sobre todo que se desplieguen las representa-
ciones y puestas en escena de lo originario a través de las
fantasías de los orígenes.
Los grupos en su fase inicial, y particularmente los de
duración limitada y de sesiones muy próximas, serían si-
tuaciones especialmente aptas para manifestar los efectos
de esas formaciones del inconsciente. El grupo se organiza-
ría para tratarlas.

El trabajo psíquico de la intersubjetividad en la


elaboración del traumatismo
En el grupo con Marc, el grupo es utilizado por él y luego
por otros como transmisión-puesta en acto-puesta en esce-
na y elaboración intersubjetiva del traumatismo. Recorde-
mos una vez más que las primeras sesiones están signadas
por la angustia de la pérdida de referentes y de las amena-

167
zus de despersonalización. Después, Marc relata lo que le
trajo a este grupo: hace un relato elíptico e inmutable del
acontecimiento mareante, transmite más su efecto de desor-
ganización emocional que el contenido de representación:
no conoceremos ni el texto, ni el contexto del acontecimien-
to de palabra referido por Marc; sabremos solamente cómo
lo experimentó: asestado como un golpe en la cabeza, y es
importante que así sea. Lo que importa es que la evocación
de un traumatismo sea para Marc y para los otros una pues-
ta en escena de lo originario 7 en una fantasía de los oríge-
nes, aquí conjuntamente las del sujeto y la del grupo.
Lo que especifica el trabajo psíquico de la elaboración del
traumatismo en situación de grupo es precisamente esta
recaptación significante, este volver a poner en juego, a
través del proceso asociativo grupal, significantes despro-
vistos de sentido o devaluados: el proceso se vale de las se-
paraciones, los desplazamientos, las variaciones, las trans-
posiciones y las inversiones de un enunciado de la lengua
fundamental de la fantasía ocultada por el traumatismo,
pero organizadora del síntoma y de la crisis; todo ocurre co-
mo en la fantasía bisexual del ataque histérico.
He formulado la hipótesis de que en el grupo tendía a re-
petirse, a representarse, a rememorarse y a perlaborarse lo
que para Marc,pero también para más-de-un-otro, no había
llegado a ligarse en una representación que produjera sen-
tido. El proceso de acoplamiento grupal manifiesta y res-
taura en cada uno la falla de funcionamiento de lo que
Freud llama «el aparato de significar/interpretar» (der Ap-
parat zu deuten) mediante el cual cada uno trata los aconte-
cimientos traumáticos transmitidos en las generaciones y
los grupos. Lo que no pudo ser interpretado y significado por
el Apparat zu deuten vuelve, insiste, perlabora en el proce-
so asociativo del nivel del grupo. Para Marc, el acceso al tra-
bajo de la resignificación, a la reinscripción significante e
historizante, fue correlativo de ese juego de recaptación y
de relanzamiento metafórico/metonímico, entre la cadena
asociativa del nivel del grupo y sus propias asociaciones.
Allí encontró e inventó las representaciones que le habían
faltado. Pudo identificarlas en los otros, apropiárselas sin

7 Cf. el estudio de J.-F. Rabain (1988) acerca de la puesta en escena del

trauma.

168
mantenerse en la identificación proyectiva con sus porta-
palabra. Pudo recuperarse como aquel que, en el grupo, ha-
bía literalmente actuado, mediante el relato enigmático y
angustiante de un «acontecimiento mareante», para inyec-
tar su contrainvestidura traumática en el espacio del apa-
rato psíquico grupal.
El grupo liquida el acontecimiento individual, lo utiliza
para su propia economía volviéndolo común y anónimo, con-
fronta a cada uno con lo que hay de universal y de imperso-
nal en el inconsciente. Pero el trabajo del análisis es capaz,
bajo ciertas condiciones, de desligar el acontecimiento «indi-
vidual» de su utilización colectiva, de desprender los signifi-
cantes propios del sujeto de la cadena asociativa grupal en
la que se cruzan los discursos de los otros, y devolverles su
capacidad de establecer su sentido subjetivo.
Hemos podido verificar la emergencia clínica de esto: el
acceso al sentido es correlativo del acceso al juego metafóri-
co entre el conjunto grupal y sus elementos; es contemporá-
neo de la constitución de espacios subjetivos individualiza-
dos en el grupo. El discurso de cada uno adquiere una auto-
nomía relativa con relación al discurso del grupo: se hace
posible integrar la representación de las relaciones entre lo
que ocurre y lo que ya ha ocurrido, entre lo que surge en la
asociación y la huella, entre lo que se repite y lo que resiste
a la representación.
Ahora podemos introducir tres nociones: la primera es la
de repetición grupal. J.-C. Ginoux (1982) ha mostrado que
la instauración de una repetición grupal es una de las mo-
dalidades que el grupo escoge adoptar para preparar la rup-
tura en caso de transición brutal entre dos entornos. Gi-
noux distingue las repeticiones individuales en grupo y los
fenómenos repetitivos propiamente grupales. Describe su
origen, su función económica, su funcionamiento y evolu-
ción. El origen de la repetición sería la reactivación repen-
tina de un pasado olvidado de origen traumático, reactiva-
ción transferida en la situación de grupo. La repetición es
también actual para el yo de los participantes: está ligada
al período inicial, el de los primeros encuentros entre los
miembros del grupo y con el o los psicoanalistas; estos en-
cuentros iniciales entre las representaciones fantasmáticas
de los participantes, el dispositivo de grupo y los analistas

169
serían vividos bajo el signo de la excitación masiva, del es-
tupor o la decepción. 8
J.-C. Ginoux privilegiará el valor de reacción de defensa
que adquieren las repeticiones grupales: defensa destinada
a aislar a los participantes del entorno actual insuficiente-
mente adaptado a sus necesidades más profundas. Esta
perspectiva determina el origen de la repetición grupal en
una sucesión de fallas en un entorno (encuadre, psicoanalis-
tas) devenido momentáneamente incapaz de cumplir una
función protectora y para-excitadora.9
Esta hipótesis puede ser validada con precisión por lo
mismo que es posible cualificar las especificidades de las
transferencias, de la contratransferencia y de la intertrans-
ferencia en los grupos. En efecto, la noción de falla en el en-
torno no es objetivable fuera de la fantasía actualizada por y
en la transferencia sobre los objetos del entorno. El grupo
con Marc mostraría más bien que las transferencias sobre
los psicoanalistas, que constituyen «el entorno» como sufi-
cientemente fiable, hacen posibles la actualización de los
traumatismos anteriores y su perlaboración.
La noción de resignificación permite precisar el destino
de la repetición. Clásicamente, la noción de resignificación
designa la modificación que opera el sujeto sobre los aconte-
cimientos pasados; los reorganiza, reinscribe su sentido y
los dota de una nueva eficacia psíquica. Laplanche y Ponta-
lis destacan, en su artículo sobre la resignificación, cuatro
aspectos característicos de esta noción:

lo que se modifica en la resignificación es lo que no pudo


integrarse plenamente en un contexto significativo en el
momento de ser vivido;
el acontecimiento traumatizante es el modelo de tal
vivencia;
la modificación es precipitada por la aparición de aconte-
cimientos, situación o maduración orgánica, que permi-
tirán al sujeto acceder a un nuevo tipo de significaciones
y reelaborar sus experiencias anteriores;
la evolución de la sexualidad, por los desfases tempora-
les que implica en el hombre, favorece el fenómeno de la
resignificación.
8 J.-C. Ginoux, 1982, págs. 36-7.
9 J .-C. Ginoux, op. cit., pág. 38.

170
El fenómeno de resignificación es, como la represión,
estrictamente individual; pero algunas condiciones inter-
subjetivas favorecen o no el acceso al contexto significativo
deficiente en el momento de ser vivido el acontecimiento
traumático.
La tercera noción es la de trabajo intersubjetivo de las
asociaciones. Esta noción especifica lo que describí en El
grupo y el sujeto del grupo (1993) como un trabajo psíquico
por y en la intersubjetividad. El alcance de esta proposición
es inteligible en el modelo de análisis que propongo y que
expresa: primo, la idea de un acoplamiento entre las organi-
zaciones intrapsíquicas; secundo, la noción de que los anu-
damientos que mantienen juntas son los lugares de pasaje,
J.ransformación o estasis, de una subjetividad a otra; tertio,
que este aparato y esos puntos de anudamiento establecen
una continuidad intersubjetiva. En esas condiciones, el gru-
po es una formación metapsíquica: cumple por esta razón
una función para-excitadora y filtrante de envoltura psíqui-
ca, pero, como lo ha propuesto D. Anzieu (1985) conforme a
los recientes resultados de la investigación biológica, la en-
voltura no es sólo una membrana, es también un aparato,
diferente del núcleo, y cumple una función de transforma-
ción; mutatis mutandis, el grupo como envoltura es un apa-
rato de formación y transformación de la realidad psíquica.
El trabajo intersubjetivo de asociación y la restitución de
la función del preconsciente son, en grupo, las condiciones
favorables a la perlaboración y modificación de las significa-
ciones. Lo que se repite en la modalidad compulsiva o en la
modalidad abreactiva debe ser reconocido como instancia y
resistencia en el aparato psíquico grupal: el trabajo de los
psicoanalistas es estar disponibles para «premeditar» las
modificaciones y preparar las condiciones para ellas. 10
Todos estos desarrollos ponen al descubierto la función
de las formaciones intermediarias en los procesos que cons-
truyen las cadenas asociativas grupales. Pudimos estable-
cer que los pensamientos y las formaciones inconscientes,
para devenir preconscientes-conscientes, deben transfor-
marse en formaciones intermediarias. Hemos observado
que las formaciones inconscientes utilizan formaciones de

10He propuesto un ejemplo de esto en mi estudio sobre la intertransfe-


rencia y la interpretación en el trabajo psicoanalítico grupal (1982).

171
ligazón a veces preestablecidas, a veces creadas. Y, por últi-
mo, que las formaciones de ligazón son a la vez representa-
ciones de ligazón y aparatos de ligazón. El grupo es una re-
presentación de ligazón y un aparato ínterpsíquíco de li-
gazón.

172
5. Retorno de lo reprimido y funciones del
preconsciente en el proceso asociativo
grupal
Dimitri, o el otro de la espalda

Este capítulo tomará otra vez por objeto las perlabora-


ciones intersubjetivas en el proceso asociativo de grupo. El
análisis se centrará concretamente en la organización de la
cadena asociativa; mi hipótesis es la siguiente: he supuesto
que, en la situación actual de grupo, algunos contenidos re-
primidos secundarios ejercen un efecto de atracción repre-
sora en algunos miembros del grupo, y en otros un efecto de
retorno de lo reprimido, en relación de contigüidad, seme-
janza o contraste con lo reprimido movilizador. He aquí una
condición crucial para que se organice el proceso asociativo;
una condición correlativa es que se hayan mantenido algu-
nas funciones del preconsciente.
El análisis va a recaer en una breve secuencia de la cade-
na asociativa grupal, cuyo relevamiento pudo efectuarse
con mediana precisión. En esta secuencia, analizaré cómo
se distinguen y se articulan varias cadenas asociativas sos-
tenidas por el trabajo asociativo de algunos sujetos; en este
caso, esas cadenas asociativas interferentes tienen el doble
estatuto que ya hemos destacado: tienen sentido y función
para cada sujeto considerado en su singularidad, y forman
un nivel de significación en el grupo. Supongo que ese nivel
grupal de la cadena asociativa se organiza a partir de una
representación reprimida de un miembro del grupo; en el
caso aquí presentado, se trata de Dimitri quien, tras un
enunciado asociativo que contiene una representación in-
consciente capaz de funcionar como organizador del curso
de las asociaciones, guardará silencio y será «hablado» por
los miembros del grupo.
Una particularidad de esta secuencia es que fue extraída
de un protocolo producido en un dispositivo de grupo infre-
cuente: yo había creado este dispositivo en el marco de mis
investigaciones sobre el proceso asociativo en los grupos.
Voy, entonces, a comenzar exponiendo sumariamente las

173
particularidades de dicho dispositivo. Propondré a conti-
nuación un análisis de los procesos asociativos que se pro-
dujeron en la secuencia retenida, poniendo a prueba la hi-
pótesis que he anticipado. Retomando el debate metodoló-
gico, intentaré indicar más precisamente los efectos del dis-
positivo sobre el proceso asociativo y sobre el contenido de
las asociaciones.

Breve presentación del dispositivo grupal «de


espaldas»

Una tentativa para neutralizar el efecto especular


del grupo
A comienzos de la década de 1980, propongo, a título ex-
ploratorio, un dispositivo de trabajo grupal infrecuente: una
cantidad restringida de personas (cinco a seis) se reúne en
círculo en una disposición espacial tal que ninguna de ellas
está de frente: en este dispositivo, cada uno vuelve la es-
palda a los otros sin tocarlos y sin distinguir al vecino o veci-
na que ocupa el sitio de al lado. Yo mismo estoy en esa posi-
ción. Mi objetivo es explorar, gracias a este dispositivo, una
situación que neutralice el efecto espectacular del agrupa-
miento frente a frente, y por lo tanto reeditar algunas de las
condiciones formales del dispositivo espacial de la cura.
Propongo la asociación libre. Mi experiencia actual se cen-
tra en una serie de secuencias breves (algunas sesiones), cu-
yas variables e interés para el trabajo psicoanalítico grupal
he elaborado antes de proponer una metodología diferen-
ciada que introduciría principalmente la mediana y larga
duración.
Este dispositivo tiene el efecto de centrar el proceso
asociativo en las representaciones de palabra y en las repre-
sentaciones de palabra hablada. La pérdida del apuntala-
miento visual refuerza por un lado la angustia de estar solo
y de no encontrar en el cuerpo y, sobre todo, en la mirada del
otro el apoyo identificatorio imaginario y el reaseguro de

174
hallarse en el campo inmediato de su deseo. Se ven privile-
giadas otras investiduras sensoriales: la identificación por
la piel-del-vecino puesta en evidencia por P. M. Turquet
(1974), y de la que observaré que se apoya en la percepción
visual lateral del vecino, la búsqueda del sostén por la espal-
da, cuyos efectos analizo más adelante refiriéndome a las
investigaciones de J. Grotstein (1981), J. Sandler (1960) y
G. Haag (1987); la intensificación de las impresiones olfati-
vas y térmicas que atestiguan, con las precedentes carac-
terísticas, una importante potencialidad regresiva tópica,
temporal y formal. Se hace así la experiencia de un retomo
y de un recurso a modos de funcionamiento y a contenidos
psíquicos constituidos en las fases primitivas de la orga-
nización psíquica, vinculados, por ejemplo, a las demarca-
ciones o confusiones adentro/afuera. Tundremos ocasión de
verificar esta proposición en la secuencia elegida y más aún
cuando sea el turno de generalizar el análisis de los efectos
del dispositivo sobre el proceso asociativo.
En el dispositivo «de espaldas», las angustias persecuto-
rias suelen movilizarse en condiciones sensiblemente dife-
rentes de las que observamos en los grupos dispuestos fren-
te a frente: se ven particularmente estimuladas las proyec-
ciones alucinatorias; por ejemplo, una particularidad del
espacio frontal deviene el soporte de un rostro o de una pre-
sencia; es notable la frecuente formación colectiva de una
especie de pantalla visual que circunda al grupo, sobre la
cual son proyectadas, como sobre una pantalla panorámica
que envuelve a los espectadores, los personajes y las accio-
nes de una escena en cuya creación varios contribuyen y al-
gunos rehúsan participar. Esta envoltura visual activa,
obra del trabajo asociativo grupal, cumple seguramente
algunas de las funciones hoy mejor conocidas desde los tra-
bajos de D. Anzieu (1985) sobre el yo-piel. Insistiré especial-
mente sobre la puesta en representación de los grupos in-
ternos y del grupo mismo como objeto que contiene objetos,
lo que prefigura la tópica grupal del preconsciente.
El dispositivo alcanza globalmente su objetivo -al me-
nos con neuróticos- al intensificar, en límites aceptables y
con resultados apreciables, los efectos de anudamiento (y de
análisis) de las formaciones intrapsíquicas y de las forma-
ciones grupales. Los efectos de grupo, principalmente, se
ven intensificados, y podríamos compararlos a los que se

175
producen en grupos amplios, con la diferencia de que en el
dispositivo «de espaldas» los sujetos están más individuali-
zados.
El desarrollo de las secuencias sigue etapas bastantes
regulares: tras un período variable de exploración más o
menos sistemática de las dimensiones originales de la si-
tuación, de su extrañeza (no verse frente a frente contravie-
ne el hábito de las relaciones sociales y moviliza formacio-
nes psíquicas particulares), de las angustias o inquietudes
que suscita, las asociaciones versan sobre la escucha, la voz,
el discurso, el incierto sujeto que lo profiere y el incierto des-
tinatario al que se dirige. La atención prestada aja voz, a su
tesitura, a sus armónicos, al acento, es correlativa de la pre-
sión por identificar quién habla, de dónde viene la palabra.
El proceso asociativo sigue un curso diferente del que se
desarrolla en un grupo frente a frente y se asemeja más al
que se instaura en la cura cuando manifiesta, muy cerca de
la insistencia o de la censura, las formaciones del incons-
ciente. Por más de un motivo, encontramos aquí algunas de
las dimensiones de análisis empleadas por Freud cuando,
con el análisis de Dora, al modificar el dispositivo, obliga al
analizando a convertir sus representaciones de finalidad
espectacular (acciones, mímicas, solicitación de la mirada,
puesta en escena del cuerpo) en representaciones de pala-
bra y de palabra hablada. En estas condiciones, la regla fun-
damental debería producir sus efectos esperados, puesto
que se la enuncia para instaurar el levantamiento de las dos
censuras, y de ese modo el trabajo del preconsciente.

El protocolo de análisis
El protocolo que establecí para someterlo al análisis fue
seleccionado en el movimiento de mi contratransferencia
sobre varios objetos: sobre la «investigación», y evoco aquí
mi investidura sobre ese dispositivo exploratorio instalado
para avanzar en el conocimiento del proceso asociativo; esta
investidura es percibida seguramente por los participantes,
que saben que participan en una investigación al propio
tiempo que ellos mismos están interesados por esta expe-
riencia; el segundo objeto contratransferencial es un parti-
cipante, Dimitri, que moviliza mi atención y mis asocia-

176
ciones lo suficiente como para impulsarme a memorizar la
secuencia que voy a presentar.
Para establecer esta secuencia, tomé algunos puntos de
referencia en el curso de la sesión (sin tomar notas), e inme-
diatamente después de la sesión hice dos relatos, uno por re-
gistro en grabador y el otro por escrito un poco más tarde y
por anotaciones sucesivas; luego comparé los dos relatos,
atendiendo a sus diferencias y reconstruyendo el texto de
las asociaciones al hilo de mis propias rememoraciones, al-
gunas veces un tiempo después de la sesión. Renuncié a la
grabación directa para evitar dos inconvenientes: el aumen-
to del carácter potencialmente persecutorio de este disposi-
tivo experimental; mi exclusión como sujeto analista de la
escucha en la (contra)transferencia.
En estas condiciones, propongo el análisis que sigue. El
protocolo presenta las asociaciones manifiestas de cuatro
participantes (un hombre, tres mujeres) en un grupo que
contaba con seis participantes; tres enunciados no pudieron
ser identificados, pero es posible formular algunas hipótesis
sobre su(s) autor( es). Las asociaciones de una misma perso-
na están numeradas según su sucesión. El fragmento abajo
presentado tiene lugar justo después de una secuencia du-
rante la cual se habló sobre la extrañeza de la situación (in-
cluso para aquellos o aquellas que tienen experiencia de cu-
ra). Sigue un largo silencio. Luego Dimitri, que todavía no
ha hablado, que es extranjero y que declarará ulteriormen-
te sentirse incómodo por su acento, su origen y su cultura,
dice así:

Dimitri (1): En mi país, cuando se está enojado u hostil, se


vuelve la espalda así . .. Y eso me hace pensar también que,
cuando tengo que romper un vínculo con una amiga, prefie-
ro volverle la espalda, no verla de frente, o telefonearle.
Silencio (1)
X (1): (. .. ¿dónde queda ese país? Cuéntanos.)
Béatrice (1): ¿Será que tenemos miedo de decir cosas desa-
gradables de decirse?¿ ... a quién?
Colette (1): Acabo de «ver» un instante la espalda del señor
Kaes ante mí y me produce un efecto raro.
Béatrice (2): Quieres decir que acabas de ver esa imagen,
¿una alucinación o qué?
Denise (1): Yo acababa justamente de representarme, antes

177
de que Dimitri hablara, esos dos pomos de puerta que veo
ante mí como los dos ojos de un rostro y reconstruía un ros-
tro, un interlocutor.
Col.ette (2): ¿Te das cuenta de que acabas de decir interrup-
tor?
Denise (2): No me di cuenta; no, dije interlocutor, en fin,
creo...
Colette (3): Era interruptor.
Béatrice (3): Acabo de representarme en el TGV* con al-
guien adelante.
Colette (4): ¡De espaldas!
Béatrice (4): Sí, como los niños que juegan a la chenille.**
Forman un grupo, eso se mantiene junto.
Denise (3): Me intriga, interruptor, interlocutor.
Colette (5): Es lo que decía Dimitri recién cuando hablaba de
su país.
X (2): (. .. me gustaría ir.)
Denise (4): Acabo de pensar en dos cosas muy agradables:
justamente el frente a frente amoroso, sexual, y luego cuan-
do di a luz, cuando me pusieron al bebé sobre la panza, y es-
taba acostado sobre mi panza.
Colette (6): Ahí no es un interruptor, o en ese caso ... (risas).
Denise (5): Tampoco es verdaderamente un interlocutor.
X (3): (. .. )
Denise (6): Se me ocurre que para venir a la sesión tuve que
cancelar una cita con una enferma que me importa mucho y
que está muy ligada a mí pero tenemos dificultad para esta-
blecer contacto.
Béatrice (5): ¡Me siento sola!
Denise (7): Pienso que esa adolescente, que sólo puede ha-
blarme si le doy la espalda, está sola también ...
Colette (7): ¿A quién se le habla aquí (silencio), y quién oye lo
que uno dice?
Denise (8): Yo hablo, me oigo hablar y no sé del todo lo que
digo ... Es a la vez agradable y angustiante.
Silencio (3).

* TGV: Train a Grande Vitesse ['.l}·en de Alta Velocidad]. (N. de la T. l


**Juego infantil comparable a «trencito•. (N. de la T.)

178
Análisis de una secuencia de cadenas asociativas
Propondré primero un comentario de cada asociación,
asociando las que se me ocurrieron en el momento y en los
tiempos consecutivos a la sesión. Recuerdo que en esta
secuencia manifestaron asociaciones cuatro participantes:
un hombre y una mujer permanecieron silenciosos en ese
momento, pero participaron ulteriormente en el trabajo
asociativo grupal.

Dimitri (1): Lo que dice Dimitri moviliza mi atención por


diversas razones. Habla de su calidad de extranjero, y yo
asocio con la situación de cambio introducida por mí en el
dispositivo. Luego me viene la idea de que para Dimitri se
trata de un conflicto con el padre. Las primeras palabras de
Dimitri lo singularizan, lo oponen a los otros (en mi país) y
al mismo tiempo introducen otro espacio, el de allá, que de-
viene el referente de su enunciado. Da sentido al disposi-
tivo, que yo he instalado y que es evocado por el significan-
te «espalda», proponiendo primero un contexto cultural a su
asociación, y luego para evocar la ruptura del vínculo amo-
roso. Entiendo que esta referencia cultural cumple varias
funciones: de diferenciación identificatoria, de desplaza-
miento de la escena de ruptura, de defensa respecto de sus
implicaciones transferenciales y de la o las fantasías que las
sostienen; mis asociaciones vuelven a encontrar la fórmula
de Dimitri: "Y esto me hace pensar también que», el «tam-
bién» revela probablemente el movimiento de una asocia-
ción que surge del preconsciente, pero que Dimitri no pue-
de, en ese momento, asumir como Yo. Se eclipsa en el «se»
[on] a partir del momento en que la referencia cultural cede
lugar a su fantasía sexual. Se podría tener una confirma-
ción de la resistencia actuante en el silencio que sigue, si-
lencio que Dimitri observará hasta el final de la sesión. En
el silencio, surgirá en mí la idea de que el dispositivo coloca
a los participantes ante la imposibilidad de un acto sexual
de espaldas.
Silencio (1).
X (1). No pude identificar en el momento a la persona
que plantea esta pregunta, que escucho como dividida entre
una defensa contra la representación inconsciente, o contra
el afecto movilizado por la asociación de Dimitri, y una cu-

179
riosidad frente a la escena (sexual) de la ruptura. Podría-
mos decir que la reformulación del significante país indica
tanto el lugar del extranjero y el deseo de conocerlo (¡cuen-
ta!: se trataría entonces, quizá, de una tentativa de tratar la
relación de desconocido), como una tentativa de desmetafo-
rización (por el recurso a la cosa que se debe localizar), y se
trataría más bien de una medida defensiva contra el despla-
zamiento de la escena cultural hacia la escena psíquica.
Béatrice (1). Interrumpe el silencio con una asociación
que recoge el enunciado del afecto de displacer articulándo-
lo, no con el otro lugar, sino con la situación presente. La
construcción sintáctica condensa el miedo a decir cosas de-
sagradables y el miedo al efecto producido por esas cosas so-
bre el otro y sobre sí misma. Su asociación está sostenida
por la transferencia sobre un objeto que evidentemente no
está nominado. Beatriz utiliza, como Dimitri, el pronombre
impersonal «Se» para banalizar su pensamiento y mantener
la indeterminación del sujeto, como del objeto: ¿Quién da
miedo? ¿Qué es lo que da miedo? Parece en todo caso esta-
blecido que se tienen cosas desagradables de decir(se). Todo
el problema es el destinatario.
Colette (1). Nombra en un mismo movimiento al sujeto
(es ella la que habla de sí), un objeto del miedo, en todo caso
para ella, quizá para Béatrice. Colette responde a la pre-
gunta de Béatrice mediante esta alucinación de «Ver» me, un
instante, de espaldas. Nombra también al destinatario de
las cosas desagradables de decir(se). Mantiene así el hilo
asociativo organizado en torno del significante espalda,
introducido por Dimitri. Más tarde Dimitri reconocerá que,
cuando Colette dijo mi nombre, él supo que era de mí de
quien tenía miedo. Que Colette me alucine de espaldas, y no
de frente, sigue siendo todavía una cuestión para elucidar.
Durante la sesión, volviendo sobre esta secuencia, supuse
esto: cuando una persona se aleja, la vemos de espaldas. Pe-
ro ¿por qué alejarme? ¿Qué me significa ella en la transfe-
rencia? Probablemente soy yo, o más bien lo que para ella se
representa como siendo yo, quien ha roto con ella alejándo-
me, volviéndole la espalda, enojado u hostil. ..
Béatrice (2). Interviene inmediatamente después de Co-
lette, ha recibido respuesta a su pregunta (a quién decir
cosas «desagradables»), pero interviene para precisar que
Colette acaba de designar una imagen, y no mi persona.

180
Observación que deja abiertas varias cuestiones: ¿la preci-
sión apunta a restablecer la escena de la realidad psíquica,
o a preservarme contra proyecciones agresivas ahora dema-
siado intensas (¡no es él, es sólo una imagen!)?
Denise (1). Esta segunda alucinación es diferente de la
primera: mientras que la primera era una ecuación, esta
otra reintroduce precisamente la metáfora («como los dos
ojos ... »). Es verdad que esta alucinación se produjo durante
el silencio antes de que hablara Dimitri, y esto es lo que pre-
cisará Denise ulteriormente al agregar que esta «visión» se
le presentó cuando se trató de que alguien estuviera ausen-
te de la sesión. Pero es verdad que es dicha después de que
Colette hablara de la suya. Tal movimiento cualifica la in-
terdiscursividad y el trabajo intersubjetiva de la asociación.
La representación está disponible, Denise la produce en el
grupo, pero sólo puede ser dicha en condiciones intersubjeti-
vas particulares. Su efecto, tal como el de una interpreta-
ción o puntuación en la cura, es suprimir la reticencia a
transformar una representación de palabra en una repre-
sentación de palabra hablada. Observemos además que, a
partir de la forma de una puerta, Denise reconstruye un
rostro. Ese rostro que ella da vuelta como una carta, es una
mirada que la mira, pero también es un interlocutor que
ella suscita, alguien a quien hablar frente a frente. A este
respecto se podría formular una hipótesis suplementaria y
suponer que al guardar Denise su «Visión» para sí, es Di-
rnitri quien habla de ella, también él movilizado por una re-
presentación de ruptura o de separación en la evocación de
la ausencia de alguien en el grupo.
Colette (2). Oyó interruptor por interlocutor. El efecto de
la representación de ruptura que rige las asociaciones de
Colette (me vio de espaldas), polariza también su escucha.
Ella oye un lapsus, es de nuevo una alucinación, la contra-
cara de la de Denise. El lapsus, volveré sobre ello, separa los
dos hilos conjuntos de la cadena asociativa: «separarse del
otro, reconstruirlo, perderlo». Va a formar el punto nodal
(der Knotenpunkt) a partir del cual se va a iniciar la secuen-
cia de las asociaciones, en esas dos vías antagonistas que la
formación de compromiso trata de volver complementarias.
Denise (2). Sostiene lo que dijo, interlocutor, disponiendo
al mismo tiempo un espacio de incertidumbre, en la medida
en que interlocutor no carece de correlación con interruptor.

181
Colette (3). Para ella no hay duda, lo que yo represento
para ella sólo puede figurarse en ruptura, de espaldas.
Béatrice (3). Es probable que este modo de represen-
tación mediante visión-alucinación le concierna puesto que
a su vez ella ve a alguien de espaldas en el TGV. Destacaré
el efecto de identificación con Colette y con Denise en la
elección de esta modalidad asociativa, cercana a la ensoña-
ción preconsciente, descargada de angustia, relativamente
lúdica.
Colette (4). Una vez más, destaca inmediatamente lo que
le importa: que el otro esté representado de espaldas.
Béatrice (4). Admite esta representación sin atribuirle la
significación que le confiere Colette; el juego de la chenille
es evocado como una forma de proveer una representación
del grupo, de mantenerse juntos, como un grupo de niños,
como una especie de juego del carretel que articularía el es-
tar solo, o separado, y el mantenerse juntos, temporaria-
mente, pero a poca velocidad. Esta segunda representación
de Béatrice introduce una nueva temporalidad en la repre-
sentación de la separación. Introduce también una repre-
sentación de cuerpos asociados vientre-espalda. Observe-
mos que Béatrice introduce aquí una metáfora (como niños)
en lugar de la alucinación que se impone como percepción
dotada de un sentido inmediato, ya presente.
Denise (3). Es probable que la correlación interruptor-in-
terlocutor, puesta en evidencia por el lapsus auditivo de Co-
lette, se facilite una vía de significación en su preconsciente.
Colette (5). Siempre polarizada por su fantasía de ruptu-
ra, ella sólo oye en la interrogación de Denise la validación
de su escucha: la pretende una prueba de que Dimitri ha-
blaba de ruptura cuando hablaba de su país.
X (2). Se puede suponer que esta evocación del país (del
lugar) del otro suscita esta asociación de deseo. También se
puede hacer la hipótesis de que se trata una vez más de una
desmetaforización de las representaciones psíquicas ac-
tuantes.
Silencio (2). A partir de este segundo silencio (entre los
tres que contiene esta secuencia), las asociaciones se van a
desarrollar sobre la vertiente «positiva» del lapsus. Este de-
sarrollo permite suponer que durante ese silencio la resis-
tencia en la vertiente negativa se ha consolidado, sin duda
también a causa de la insistencia de Colette.

182
Denise (4). Introduce el placer, lo agradable, el frente a
frente amoroso, sexual, al que asocia su experiencia de par-
to, panza contra panza, por fin descubierto el rostro del otro
llevado en sí misma. Podremos entender además que esta
segunda asociación se le ocurre mientras se identifica con el
niño que reencuentra el rostro de la madre. Esta hipótesis
asoma en mis asociaciones en el momento en que, en la in-
versión de los cuerpos de espaldas a frente a frente, intento
entender lo que Denise dice en la transferencia. Denise de-
nota también su primera alucinación: los dos ojos asociados
al rostro frente a frente .
Colette (6). Interrumpe a Denise con una broma que se
enuncia en forma de negación irónica, triunfa, suscita la
risa de los otros.
Denise (5). La alternativa que le impone Colette es trata-
da mediante el humor de su respuesta, que también hace
reír.
X (3). Alguien que no identifico dice algo de lo que no me
acuerdo. Yo mismo estoy movilizado por los términos con-
flictivos del lapsus, y es probable que las risas hayan tapado
esta asociación. Hoy me digo que este hueco en el protocolo
lleva además la marca de una pérdida necesaria para oírse
escuchar.
Denise (6). El trabajo asociativo realizaqo por Denise, a
la escucha de la parte de sí misma que oye interruptor en >
interlocutor, le permite dejar llegar áTa palabra hablada la '
evocación de una separación, luego la de un apego recíproco
entre ella y una enferma, y finalmente una dificultad (un
sufrimiento) en el establecimiento del «Contacto». Denise
hace el enlace entre aquí y allá, abre, tras Béatrice, la vía
al trabajo de la metáfora. Vuelve a encontrar una emoción
negativa asociada a interruptor.
Béatrice (5). Al decir que se siente sola, Béatrice reen-
cuentra un afecto depresivo asociado a una experiencia pre-
coz de abandono. Sabremos más tarde que se sintió identifi-
cada con la enferma de Denise y con Dimitri.
Denise (7). Restablece el lazo de las asociaciones entre
contacto y soledad (contraste), entre soledad de Béatrice y
soledad de la adolescente enferma (similitud), entre espal-
das, soledad y vínculo (contigüidad). Abre representaciones
de depresión, a diferencia de aquellas, más ligadas a la per-
secución, suscitadas por el conflicto psíquico de Dimitri.

183
Pero calla ahora lo que dirá más tarde: si la adolescente sólo
puede hablarle vuelta de espaldas, es para preservarla, a
ella, Denise, de sus fantasías de destrucción, es decir, para
salvaguardar el rostro de madre que ella representa para su
paciente. Esta asociación le volverá cuando evoque su alu-
cinación de un rostro a partir de los dos pomos de puerta.
Aquí nuevamente lo que dice Denise será oído por Dimitri
como una puesta en representación de la apuesta de su si-
lencio mediante la palabra hablada. ¿Podemos decir que
Denise se dirige también a Dimitri al desplegar sus propias
asociaciones? Yo lo creo, si precisamos que Dimitri es esa
parte de ella misma con la que está en debate y que el lap-
sus de Colette le ha permitido oír el nacimiento de ese de-
bate.
Colette (7). Mi hipótesis podría verse confirmada por su
doble pregunta, entrecortada por un silencio de elaboración;
Colette probablemente percibió en su preconsciente que las
palabras se dirigen a destinatarios no identificados, com-
prende que el sentido puede producirse sin que los sujetos lo
sepan, apela a una interpretación suponiendo un oyente pa-
ra lo que se dice. Además, encuentra una formulación que yo
oigo como el objeto mismo de mi investigación: eso de lo que
ella tiene un conocimiento explícito (a diferencia de Jaques
en el grupo con Solange y Marc). Su doble pregunta se diri-
ge, pues, simultáneamente al grupo («Se» habla, «Se» dice), a
mí (supuesto saber y oír) y a ella misma, sujeto de su lapsus
auditivo (¿cómo escucharlo?).
Denise (8). Su primera palabra es Yo, la repite cuatro ve-
ces,* cinco si se cuenta su forma reflexiva, prueba de su des-
doblamiento asumido: «me oigo .. ·"· La confusión y la incer-
tidumbre en cuanto al sentido y al afecto acompañan este
surgimiento del Yo.
Silencio (3). Se trata de un silencio de elaboración en el
placer. Yo lo siento como los participantes. La formulación
de Denise surge como una especie de calderón, con el silen-
cio como caja de resonancia. Me reafirmo en la idea de que
este dispositivo experimental produce efectos de trabajo psí-
quico de calidad. Es en este momento cuando mi investidu-
ra de memoria se transforma para una escucha más pareja-
mente flotante.
* En francés, la articulación de pronombre antecede necesariamente al
verbo. (N. de la T.)

184
La formación del proceso asociativo grupal a
partir de lo reprimido actual

La represión actual
La hipótesis según la cual no pueden existir procesos
asociativos en el grupo sin que se haya producido una repre-
sión actual ya fue puesta a prueba en el análisis precedente.
No se trata sólo de lo reprimido con que, podríamos decir,
cada uno llega al grupo. Se trata de la represión suscitada
por el encuentro con objetos de deseo y con la regla funda-
mental, que invita a suspender el efecto de las dos censuras.
Este reprimido ligado a la situación grupal y a su organiza-
ción psicoanalítica retorna por diversas vías: especialmente
en la transferencia y en el proceso asociativo. Este se forma
a partir de una representación preconsciente de un comple-
jo reprimido que funciona como organizador del curso de las
asociaciones en el grupo.
Como Marc en el grupo anterior, Dimitri provee esta re-
presentación inicial donde algunos elementos del complejo
inconsciente se han vuelto preconscientes y funcionan como
atractores o repulsores de la represión para los otros miem-
bros del grupo.
Los participantes se identifican con ciertos aspectos del
complejo y del conflicto inconscientes cuyo portador es Di-
mitri. Así pues, lo colocarán en posición de líder y él cumpli-
rá la función resistencia} del líder descripta por A. Béjarano
(1972). Esta perspectiva es, sin embargo, insuficiente si no
tomamos en consideración el trabajo asociativo efectuado
por los miembros del grupo para facilitar las vías al retorno
de lo reprimido del líder y, de paso, para abrir las vías al re-
conocimiento de lo que les corresponde a ellos. Dimitri está,
pues, sin saberlo al servicio de la insistencia del retorno de
contenidos reprimidos de diversos orígenes, y que habrán
sido movilizados por la represión secundaria actual y de-
vueltos al preconsciente mediante el trabajo intersubjetivo
de la asociación. ¿Es el haber percibido esto muy pronto lo
que me volvió atento a esta secuencia? El hilo conductor de
mi análisis es que el proceso asociativo se organiza como
despliegue de lo reprimido de Dimitri: el grupo en su con-

185
junto está en una función de porta-palabra con relación a
Dimitri.

Lo que dice Dimitri

Antes del enunciado asociativo que inaugura la secuen-


cia que he elegido, un largo silencio había seguido a la evo-
cación de la extrañeza de la situación: Dimitri había habla-
do de su condición de extranjero, cargado con el peso de-
masiado gravoso de una herencia cultural que lo abruma.
Además, se había mencionado un temor, el de que alguien
pudiera faltar en el grupo: ¿cómo lo sabríamos, puesto que
los participantes no se ven?
El borramiento de la experiencia preliminar, demasiado
breve sin duda, del frente a frente al comienzo de la sesión
señala evidentemente una insatisfacción profunda. La pre-
gunta sobre la ausencia me sitúa probablemente en la
transferencia como aquel (o aquella, la madre) que podría
faltar. Esta fantasía, observémoslo al pasar, contradice la
idea a priori de que la sobrepresencia en el grupo impide
hacer la experiencia de la ausencia del otro. Por el contrario,
las diversas cualidades de la experiencia de falta, de la au-
sencia y de la soledad son particularmente sentidas en este
grupo (cf. Béatrice (5): «Me siento sola»), sin duda a causa
del dispositivo.
Antes de que Dimitri hable, se trata, pues, de la incerti-
dumbre sobre la presencia del otro, del extranjero, del des-
conocido y del extraño. El silencio que sigue no significa la
detención del proceso asociativo, sino de la movilización de
los enunciados asociativos. Suponemos, con Freud, que este
silencio debe estar vinculado a las transferencias.
Al hablar, Dimitri interrumpe el silencio, luego está su
silencio. Sus primeras palabras indican un lugar de origen,
el suyo: también la designación de un lugar distinto al del
grupo, un desplazamiento, quizás una metáfora, una mane-
ra de señalar y de hacer funcionar una tópica del precons-
ciente, un espacio de tránsito entre el límite (y las censuras)
del inconsciente y del consciente.
Lo que ocurre allá (pero este allá es su casa) es una re-
presentación de lo que se juega en este espacio, aquí y aho-
ra: «cuando se está enojado u hostil, uno vuelve la espalda

186
así». El enunciado es a la vez general, desubjetivado, anóni-
mo o universal: «Se» [on] permite que cualquiera, uno cual-
quiera entre otros 1 pueda situarse en esta representación:
yo, tú, él, varios de nosotros ... Varias posiciones subjetivas
pueden declinarse sobre esta estructura de argumento de
entradas múltiples: uno enoja o lo enojan, el otro se da vuel-
ta, le vuelve la espalda.
Aquí, es como en su país, como «en mi casa», dice Dimi-
tri: no sabemos aún si Dimitri me vuelve la espalda o si soy
yo quien le volvió la espalda; si cada uno se vuelve la espal-
da, algunos o alguien cuenta(n) para Dimitri más que otros,
y de hecho yo lo situé «como en su país». Lo expuse a vivir de
nuevo una situación desagradable, angustiante, a reen-
contrar sentimientos hostiles. Las fantasías que se movi-
lizan en él son probablemente inadmisibles; ciertamente
está en juego su deseo de ruptura con la herencia de los pa-
dres: ¿enojar al padre, volverle la espalda, sentir hostilidad
respecto a él?
He destacado el cambio que sobreviene en el contenido
y el estilo de la asociación de Dimitri cuando dice, tras un
breve tiempo de silencio: «y eso me hace pensar también que
cuando tengo que romper un vínculo con una amiga . .. ».Mi
atención fue atraída por este también que escucho como
resultado del trabajo de encubrimiento de «eso» por la repre-
sentación de la ruptura con una amiga, no ya con el padre,
según mi hipótesis. Dimitri se ha alejado de su fantasía y
del contacto físico que esta moviliza: volverse la espalda
cuando «Se» está enojado u hostil se transforma en romper
por teléfono, la voz sin la presencia del cuerpo, del rostro.
Este cambio de contenido y de objeto me hace pensar que
se produjo en Dimitri una represión de las representaciones
devenidas parcialmente preconscientes. El desplazamiento
sobre la amiga, la ruptura que no implica ni el de espaldas
ni el frente a frente, sino la distancia donde se suprimen los
vínculos de cuerpo a cuerpo, indican la apuesta sexual de su
fantasía reprimida.
Dimitri guardará silencio durante casi toda la sesión.
Estará a la escucha de lo que va a decirse, de lo que se aso-
ciará a partir de su asociación. Se situará en posición de

1 La etimología de on remite para algunos a horno, el hombre en general,

las personas, y para otros a unum, uno cualquiera

187
descubrir y significarse/interpretarse, en las asociaciones
de los otros, lo que no podía alcanzar directamente la repre-
sentación preconsciente-consciente en él, pero que encuen-
tra un acceso a él. En la medida en que escucha las asocia-
ciones de los otros a la distancia que conviene para admitir-
las en su preconsciente, el trabajo asociativo proseguirá en
él apoyado en las asociaciones de los otros; estas tomarán
para él un valor de figuración y de interpretación de sus pro-
pios pensamientos reprimidos.
Lo que Dimitri dirá más tarde da testimonio de este tra-
bajo: podrá reconocer la angustia de enojar a su padre si él
no asume la herencia de los Ancestros. Volverle la espalda
es para él exponerse a que su padre lo atrape por detrás.
Tendrá esta representación cuando Colette me haya aluci-
nado de espaldas ante ella. Observemos que lo que tiene va-
lor de fantasía de separación materna para Colette es inter-
pretado por Dimitri en el sentido de su fantasía inconscien-
te: tener a su padre en la espalda. Esta es precisamente la
representación reprimida que retoma y contra la cual se de-
fendió evocando la ruptura con la amiga.
Dimitri volverá sobre su relación con su cultura, emba-
rullándose con las significaciones «científicas» de acultura-
ción y de enculturación; no puede ni volverle la espalda ni
fijarse en el papel de representante de esta cultura que él
«arrastra» tras sí. El «lapsus» interlocutor-interruptor será
entendido por él como una puesta en forma de su debate; si-
túa en ese lapsus el punto de anudamiento de su propio con-
flicto. El trabajo de la resignificación, para él como para los
otros miembros del grupo, supone una capacidad de identi-
ficación con los conflictos y con los objetos internos del otro,
pero también una recuperación diferenciadora de sí mismo
y del otro. Este trabajo es el que se opera en Dimitri durante
su silencio: reconstituye en este el espacio y la función del
preconsciente, en proporción a la movilización de esta ins-
tancia en los otros miembros del grupo. Por eso se puede
efectuar una perlaboración intersubjetiva.

Los organizadores del curso de las asociaciones

El análisis del enunciado de Dimitri y del trabajo que


efectúa a través del proceso asociativo grupal permite cir-

188
,
cunscribir con cierta precisión cómo la parte devenida pre-
consciente de su fantasía reprimida inicia un movimiento
de represión y luego de retorno de lo reprimido en el desplie-
gue de las asociaciones.
He indicado lo que me parecía eran las marcas del pre-
consciente en la asociación de Dimitri: el desplazamiento
metaforizante, el enunciado que incluye una multiplicidad
de posicionamientos subjetivos, el tránsito entre varios lu-
gares psíquicos: Ice Pee/Ce; aquí-allá; ahora-entonces. El
enunciado de Dimitri ha puesto en representación de pa-
labra, en la palabra hablada, las representaciones angus-
tiantes de los participantes. Pero, en el caso de Dimitri, el
levantamiento parcial de la represión fue inmediatamente
suspendido y contrariado por una operación de represión
secundaria actual.
Varias fantasías devenidas preconscientes están soste-
nidas por las características espacio-corporales del disposi-
tivo: la posición de espaldas movilizará fantasías y relacio-
nes de objeto que remiten a diversas organizaciones libidi-
nales. Estas representaciones proveen continentes de pen-
samiento (B. Gibello,passim) a las representaciones de cosa
y a los afectos de los participantes. En un primer momento,
la fantasía será perder el rostro de la madre: varios partici-
pantes sentirán, en la transferencia, odio y angustia respec-
to del objeto de amor faltante, ausente o perdido. Todas las
asociaciones están regidas por esta representación, según
un primer nivel de organización en el que se proponen las
variaciones en torno de «la angustia del octavo mes».
Hay una segunda fantasía activa, inconsciente y mante-
nida en la represión por Dimitri. La de tener al padre en la
espalda, el pene que lo penetra, lo persigue y lo aniquila; la
«cultura» es el representante, admisible para el precons-
ciente, de esta fantasía: por eso ese significante es utilizable
para representar, por desplazamiento, el conflicto intrapsí-
quico reprimido. 2 El enunciado encubridor de esta fantasía
pondrá en escena a «la amiga» como objeto de la separación,
es decir, probablemente una representación regresiva de-

2 Cf. R. Kaés, 1987 y 1998. Intento mostrar que el lenguaje de las dife-

rencias culturales puede ser el lenguaje de transposiciones de los conflic-


tos vinculados a las diferencias sexuales o generacionales.

189
fensiva frente al ideal perseguidor incorporado en la moda-
lidad anal («enculturado»).
Nos encontramos, pues, con dos fantasías organizadoras
del proceso asociativo grupal. Porque una está reprimida,
Dimitri se calla y permanece a la escucha de su develamien-
to por parte de los otros. Esto implica que lo reprimido inte-
resa, de alguna manera, a más-de-un-otro. Las dos fanta-
sías de Dimitri, el recubrimiento de una por la otra, corres-
ponden a estructuras pregenitales y genitales, y tienen es-
tatutos conscientes, preconscientes e inconscientes en los
miembros del grupo. Los miembros del grupo se acoplan
entre sí por sus identificaciones recíprocas en los objetos
correlativos de esta comunidad fantasmática. Se identifican
además entre sí sobre la base de sus angustias: angustias
de separación, de ausencia, de pérdida de la seguridad por
el contacto de espaldas y sobre la base de los síntomas (las
alucinaciones) que producen; están ligados entre sí por las
dinámicas y las economías transferenciales. La transferen-
cia negativa es consecuencia del odio suscitado por la desa-
parición de los objetos de apuntalamiento visual; la transfe-
rencia positiva se establece y se reafirma en las identifica-
ciones con los objetos de amor compartidos y que es necesa-
rio preservar, figura para unos de la madre; para otros, del
grupo como objeto narcisista y conjunto continente; para
otros, del padre.

Las cadenas asociativas y sus interferencias


En esta secuencia, por breve que sea, pueden detectarse
varias cadenas asociativas propias de cada sujeto; forman
los elementos de la cadena asociativa grupal y se anudan en
varios puntos, como el «lapsus» de Colette-Denise.
Distinguiré los movimientos del proceso asociativo en
Béatrice, Colette y Denise: las tres tienen en común recurrir
a una visión-alucinación, se identifican entre sí por este sín-
toma. Al mismo tiempo que hablan siguiendo su propia re-
presentación-meta inconsciente, cada una se toma de los
movimientos asociativos de las otras para derivar sus pro-
pias asociaciones. Una escucha global de las asociaciones
pierde estas versiones individuales, sus articulaciones mu-
tuas y con el proceso asociativo grupal.

190
Béatrice y el cuidado del vínculo

Sus asociaciones sostienen el proceso asociativo de


conjunto. Béatrice propone una autorrepresentación del
grupo como conjunto y como asociación (la chenille). Trans-
forma su alucinación personal en una metáfora, en una
forma unificada del grupo.
Le interesa que el conjunto se sostenga: su grito de
soledad, muy cercano a la verdad de su angustia, expresará
este valor de unión que ha tomado para ella el grupo. Más
tarde dirá: «Cuando dije TGV, enseguida pensé IVG* y
también pensé en esto cuando Denise habló del parto, pensé
que antes de mi nacimiento había habido un aborto de mi
madre». Esta asociación de Denise levantó para ella la re-
presión sobre su fantasía de desamparo.
Las asociaciones de Béatrice sostienen el trabajo del pre-
consciente y de la interpretación en el grupo: interviene pa-
ra hacer precisar a Colette que ha tenido una «alucinación»;
sin embargo, ella misma utiliza este sostén del trabajo de
elucidación para una función defensiva. Su posición recuer-
da la de Solange que, en su función de porta-palabra, arma-
ba un compromiso entre hablar de ella y hablar por otra.

Colette o la insistencia de la ruptura

Su modalidad asociativa es muy diferente a la de Béa-


trice y a la de Denise: asocia por alucinación visual y auditi-
va (el lapsus), por irrupción y afirmación perentoria. El
tiempo de retracción elaborativa sólo aparecerá al final de
la secuencia en su pregunta («¿A quién se habla aquí... ?»),
pregunta que la sorprenderá a ella misma. Su lapsus no de-
ja de tener, para ella, efecto de sentido, apres-coup.
Colette me nombra en su alucinación: propone una «res-
puesta» a la pregunta de Béatrice: yo soy el interruptor que
ella oye en el interlocutor de Denise; es también a mí a
quien se dirige, esta vez en su interrogación, cuando pre-
gunta «quién escucha lo que se dice».

* IVC.: Interruption Volontaire de Grossesse [Interrupción Voluntaria


de Embarazo). (N. de la T.)

191
Ella ha percibido exactamente el conflicto de Dimitri, la
doble fantasía que lo organiza, e insiste sobre su punto co-
mún: la ruptura, la interrupción. También habrá pensado
IVG al oír TGV.
Colette puso en forma el conflicto que atraviesa a cada
uno y del que Dimitri dio una primera representación: para
que haya un interlocutor, es preciso que haya una interrup-
ción, una separación. Esta significación es lo que trabaja en
ella y lo que insiste en su versión del interruptor.

Denise y la aparición del rostro

Su asociación invierte la representación de la espalda,


signo del alejamiento y la destrucción, en la representación
de un rostro «reconstruido»: repara, reinstaura un interlo-
cutor de cara a ella. Colette escuchará lo que falta o más
bien lo que motiva la alucinación de Denise: lo negativo, la
interrupción, la ruptura. Denise sabrá escuchar de qué le
habla el lapsus de Colette.
Como las de Béatrice, sus asociadones sostienen lo que
mantiene juntos los objetos, pero sabrá dejar surgir en ella
las representaciones del abandono, la soledad y la separa-
ción.
Dará lugar al placer: de la mujer, de la madre; Denise in-
troduce una palabra sobre lo sexual: más tarde, Dimitri to-
mará la posta.
¿Puse suficientemente en evidencia la diversidad, la in-
terferencia, la codeterminación de las cadenas asociativas
en esta breve secuencia? Una escucha global no da cuenta
de esas variaciones, de esos desplazamientos, de esas trans-
formaciones que se operan en la representación precons-
ciente mediante el trabajo intersubjetivo de la asociación.
El análisis que he propuesto mantiene diferencias en el es-
tatuto metapsicológico de una misma representación com-
partida por varios sujetos agrupados: una misma represen-
tación puede ser inconsciente para un sujeto, preconsciente
para otro, consciente para un tercero.
Sobre estos diferenciales de la misma representación,
tratados en posiciones tópicas diferentes por sujetos distin-
tos, funciona el proceso asociativo. Cuando el proceso aso-
ciativo no funciona, cuando las asociaciones no se producen,

192
podemos imaginar que falta el diferencial tópico. El trabajo
de la interpretación consiste precisamente en restituir ese
diferencial, en sostener la función de preconsciente, en
mantener abierta la escucha de esas versiones singulares
en su articulación con el fondo común: en grupo, una signifi-
cación adquiere su sentido en el tejido asociativo, en una o
varias otras asociaciones, en sus enlaces.

El grupo de las mujeres, porta-palabra de Dimitri

Tres mujeres son, en esta secuencia, los porta-palabra de


lo impensado de Dimitri. Otra mujer y un hombre permane-
cerán silenciosos en ese momento. El hombre rivaliza con
Dimitri, la mujer está demasiado angustiada para hablar y
probablemente para asociar.
Aparentemente, Denise, Béatrice y Colette no hablan a
Dimitri, no se dirigen a él, sino unas a otras o también a un
oyente no identificado. Pero hablan en la fantasía de Dimi-
tri, identificadas con la amiga cuya separación él evoca. Al
hablar de sí mismas, de su urgencia por ver y por re-presen-
tar al ausente, acompañarán con palabras habladas lo que
Dimitri no alcanza a nombrar. Los porta-palabra serán sus
intérpretes.

Formas y modalidades del retorno de lo


reprimido
He intentado definir el contenido de las representa-
ciones reprimidas que retornan en el espacio intrapsíquico
y en el espacio grupal. Ahora quisiera dirigir la atención
hacia las formas y modalidades del retorno de lo reprimido.
Las formas son la alucinación y el lapsus. Las modalidades,
la transferencia, el trabajo del preconsciente y la perlabora-
ción intersubjetiva.

Las alucinaciones
En esta secuencia se producen en serie tres visiones-
alucinaciones; precisaré en un instante lo que entiendo aquí

193
por alucinación. Recuerdo su orden: Colette me ve de espal-
das, Denise reconstruye un rostro con dos ojos, Béatrice se
representa en el TGV con alguien adelante, sin precisar si
está de frente o de espaldas. Luego, un lapsus auditivo de
Colette interpreta la visión de Denise.
Esta serie contagiosa signa las identificaciones en el
síntoma al mismo tiempo que despliega los elementos cons-
titutivos de las fantasías organizadoras: por una parte, se
organiza una serie en torno de la fantasía separación-des-
trucción, reparación-reunión, con la inversión espalda/ros-
tro; en esta serie, Béatrice es la única en representarse a sí
misma después de que, habiéndome Colette «visto de espal-
das», Denise vuelva esa espalda y reconstruya un rostro.
Así, nos encontramos con un movimiento en dos tiempos:

transposición del adentro afuera y percepción de lo que


falta en el afuera, luego
reintegración de la percepción en la representación in-
terna.

Se inicia otra serie que se inscribe, como en un palimp-


sesto, en la escena fantasmática sexual de la que Denise se
hará explícitamente porta-palabra.
No es quizás inútil hacer notar que, en este grupo, la for-
mación colectiva de una especie de pantalla-envoltura pa-
norámica rio se había realizado: tenemos aquí su equivalen-
te, pero en una forma mucho más individualizada en la que
lo reprimido propio de cada uno retorna en forma de aluci-
naciones que develan el organizador inconsciente de las
transferencias y de las asociaciones grupales.
Las alucinaciones no son la salida de una angustia in-
tensa en los participantes. Recurriré aquí, para dar cuenta
de esto, a la distinción que propone W. R. Bion (1965) entre
alucinación y alucinosis. La alucinosis está sustentada por
procesos proyectivos mediante los cuales se evacuan sin
soporte externo algunos elementos psíquicos incontenibles;
la alucinación requiere un soporte, apunta a una recons-
trucción psíquica inmediata, no tiene un carácter persecu-
torio y angustiante. La alucinación participa en el proceso
de transformación y de representación de la realidad psí-
quica en un sistema comunicable: se inserta, mediante el

194
trabajo asociativo plurisubjetivo, en un proceso de metafori-
zación.
Tenemos, en lo que relata Denise, un ejemplo de alucina-
ción con soporte perceptivo: antes de que Dimitri hable, dos
pomos de puerta ante ella se transforman en dos ojos de un
rostro, que ella reconstruye y al que constituye como inter-
locutor. Notemos la elección del soporte perceptivo: los
pomos de una puerta, es decir, de un lugar de pasaje, de una
discontinuidad adentro/afuera. El soporte perceptivo inves-
tido participa en la transformación metaforizante y en el
proceso de pensamiento: la alucinación es una forma de lu-
cha contra la desaparición del objeto, su reconstrucción, pe-
ro es también esa tentativa de reconstrucción psíquica y de
ligazón entre los objetos. Por eso nos encontramos aquí con
una alucinación y no con una transformación en la aluci-
nosis. El trabajo de ligazón recae sobre la espalda (irse, des-
truir, odiar) y sobre el rostro (reencontrar, reconstruir, re-
parar), pero también sobre la representación de cosa y la re-
presentación de palabra (el lapsus).

El lapsus
Esta segunda forma del retorno de lo reprimido es una
alucinación auditiva: Colette oye interruptor en interlo-
cutor. Ella comete ciertamente este lapsus: adquiere valor
de síntoma para ella, pero también en el grupo y para el
grupo, en la serie asociativa.
Detengámonos sobre este «Knotenpunkt». Colette oye un
lapsus: interruptor por interlocutor, tras haberme alucina-
do ante ella de espaldas. Denise, que también se represen-
taba en silencio un rostro interlocutor, justo antes de que
Dimitri hablara, habría, para Colette, cometido ese lapsus.
Lo que «oye» Colette retoma, sobre la escena de lo oído, la
fantasía de verme ante ella, de espaldas:

un in t e r - < locuto'

ruptor
>' ¿un ;nwl""'t"' qu• ;nt<,,rumP'?

195
Esa es su pregunta. Es también la de Dimitri y la de De-
nise (4,6,7), para cada uno en el registro que le es propio. Es
una pregunta que recorre el grupo, sostiene su acoplamien-
to y testimonia de la comunidad inconsciente de las identifi-
caciones de cada otro con el otro.
Dos series asociativas se entrecruzan, interactúan en el
punto de anudamiento que constituye el lapsus, sostenidas
por el mismo complejo:

constituir al otro (su rostro, su continuidad, su presen-


cia, su sostén por la mirada);
separarse de él (la espalda, el silencio, la hostilidad, la
ausencia, la soledad, la interrupción).

Volvamos, en efecto, a las asociaciones que anteceden y a


las que siguen al lapsus: se trató de una posible ausencia,-E-
luego Dimitri habló de ruptura y de hostilidad con dos «in-
terlocutores»: uno anónimo e impersonal, el otro identifica-
do como una amiga; se trató, en un enunciado notable desde
el punto de vista sintáctico, del «miedo a decir cosas desa-
gradables de decirse»: Colette pone un nombre sobre el des-
tinatario de las palabras desagradables, el mío; verme de
espaldas es, para Colette, verme alejarme de ella (abando-
nándola, separándome de ella) y es también no verme de
frente, en un acercamiento seductor o amenazante. Colette
habla de ella, de la separación y de la sexualidad, en la
transferencia --Colette (7)-, pero habla también en el dis-
curso de Dimitri y ante todo a partir del discurso de Dimitri;
finalmente, provee a Denise (1), y luego a Béatrice (3), un
eslabón asociativo que enlaza sus asociaciones separadas.
El lapsus condensa dos enunciados opuestos, términos
del conflicto psíquico de varios participantes. El particular
giro sintáctico de la asociación de Béatrice es, también él,
resultado de una colusión de dos enunciados: el miedo de de-
cir cosas desagradables, de decírselas a sí mismo y de decír-
selas a los otros (¿pero a quién?). Condensación ya presente
en el «Se» [«On>>].

Las transferencias
Desde este punto de vista, la forma desubjetivada «Se»
señalaría una resistencia del sujeto a reconocerse como tal

196
en el retomo de lo reprimido. «Se» designaría también el ob-
jeto flotante de la transferencia. En realidad, de las transfe-
rencias múltiples, de un verdadero grupo de transferencias:
el psicoanálisis, el grupo, el dispositivo de investigación,
determinado participante.
La asociación de Dimitri está vectorizada por su trans-
ferencia sobre mí: por eso esta asociación toma inmediata-
mente para las tres mujeres ese valor de estar investida por
mí, sobre lo cual ellas transfieren sus configuraciones de
objetos infantiles. Es importante destacar la expectativa
transferencial de Dimitri sobre el grupo: supongo que esta
transferencia está en relación con la representación (¿pre-
consciente?) de que, si él se calla, los otros participantes van
a aportarle las palabras para decirse a sí mismo lo que él no
puede representarse. Se colocaría entonces en la posición
del analizando frente a un grupo-analista-progenitor. Po-
dría oír notablemente en las cadenas asociativas lo que le
corresponde como propio. Dimitri tiene la profunda intui-
ción (ligada a su capacidad de identificación proyectiva co-
municativa) de que el desenlace de su conflicto, el desanu-
damiento de su resistencia transitan por la perlaboración
intersubjetiva de los otros.
Correlativamente, cada una de las mujeres habla por su
propia cuenta, pero en la transferencia sobre Dimitri y so-
bre mí. ¿Diremos que Dimitri las representa ante mí? Ellas
hablan de lo que Dimitri desconoce, hablan de Dimitri, pero
sólo podrán comprender el sentido de lo que dicen con la
condición de reconocer que, al dirigirse a Dimitri, trans-
fieren sobre él lo que se resisten a reconocer de su de-
seo respecto de lo que yo represento para ellas: una ma-
dre enojada cuyo rostro debe reconstituirse, un padre aún
enigmático. Lo reprimido retorna a través de estos encaja-
mientos de transferencias y de resistencias.

El trabajo de la asociación en el grupo


He tratado de poner a prueba la hipótesi&;según la cual
el proceso asociativo se forma, en las transferencias, a par-
tir de las representaciones preconscientes e inconscientes
de un miembro del grupo. El proceso asociativo se inicia a
partir de la evocación por parte de Dimitri de la ruptura y de

197
la reutilización del significante (espalda) incluido en mi
enunciado del dispositivo; pero también a partir del silencio
de Dimitri los otros miembros del grupo hablan de un modo
asociativo. Cada uno habla de lo que le viene a la mente y, al
mismo tiempo, reconoce allí su fantasía, su deseo, su miedo.
Pero también cada uno, alternativamente, por proximidad
y distancia, en el silencio de Dimitri que ocupa aquí una
función de liderazgo silencioso, habla a partir del grupo in-
terno de Dimitri: ellos «hablan» a Dimitri, a quien le faltan
el reconocimiento y el uso de los significantes que sostienen
fantasías de ruptura, sobre todo fantasías asociadas a su
vínculo con su padre, la ruptura deseada y temida con él.
El trabajo de grupo será sostener, a partir de la represen-
tación-meta de la fantasía de ruptura y de la angustia de
«volver la espalda», este descubrimiento de que el otro se
constituye en la separación, y correlativamente el Yo. Este
descubrimiento es la creación común del discurso asociativo
grupal sostenido en la transferencia y en mi contratransfe-
rencia. Sobre esta trama, a partir del movimiento de trans-
misión psíquica que, en la transferencia lateral, se desplaza
hacia Dimitri, el extranjero para sí mismo extranjero, cada
uno definirá lo que es para él la identidad propia del otro: el
padre, la madre, el niño, el enfermo, el ausente, el otro se-
xuado, la cultura del extranjero.
El análisis preciso del proceso asociativo en esta breve
secuencia muestra que la función del porta-palabra se am-
plía al conjunto del grupo. Sin embargo, la contribución de
cada miembro del grupo, de cada sujeto, puede ser indi-
vidualizada. Es probable que mi escucha, al articular el pro-
ceso asociativo grupal y los procesos asociativos de los suje-
tos singulares en el grupo, sostenga esta escucha en los
miembros del grupo y que el dispositivo mismo haga posi-
ble, cuando no necesario, que se dirija la atención a esos
puntos de anudamiento.
Esta secuencia nos enseña aún otra cosa: hemos podido
comprobar que, a través de la cadena asociativa grupal, se
distribuyen las economías subjetivas singulares en función
del curso de los acontecimientos asociativos y de la estructu-
ración del discurso; lo que forma resistencia en un punto de
la red asociativa, en un punto subjetivamente determinado
por la resistencia de un sujeto en su relación con el discurso
sostenido en el grupo, puede producir efectos de trabajo en

198
otros puntos de la red asociativa. Es así como deviene pre-
consciente/ consciente en uno lo que permanece o vuelve a
transformarse en inconsciente en otro. Retomo de lo repri-
mido y retomo de la represión forman un movimiento cons-
tante; esto mismo mantiene juntos el proceso asociativo
grupal y la perlaboración específica que en él se produce.

Efectos del dispositivo sobre los procesos


asociativos

El efecto del dispositivo en el proceso asociativo: el


significante «espalda»

En esta secuencia, el significante espalda, inscripto en la


presentación del dispositivo, es utilizado, compartido, ela-
borado por el trabajo asociativo de los miembros del grupo.
En esta ocasión y en este contexto, mis propias asociaciones
me han llevado a esta pregunta: ¿en qué condiciones un
significante incluido en el dispositivo, uno de cuyos destinos
es incluirse en el encuadre, puede ser retomado en una ela-
boración de sentido? Mi hipótesis es que ese significante pu-
do ser utilizado por los participantes porque fue investido
por mí como p.roceso, y que, por este hecho, adquiere un
valor activo en la transferencia. Pero esta condición no es
suficiente: es necesario que sobre ese significante se efectúe
una operación de represión.
Dicho de otro modo, para que el significante «espalda»
inscripto en el dispositivo y en mi deseo pueda ser retoma-
do, incluido y transformado en las asociaciones, es impor-
tante que no haya sido objeto de una renegación de mi par-
te. Al proponer ese dispositivo y al designarlo con esa pala-
bra, yo debí reprimir algunas representaciones relativas a
la «espalda»: son esas representaciones las que vuelven,
movilizadas por Dimitri, en las asociaciones sobre los conte-
nidos sexuales. Yo mismo tengo algunas asociaciones a este
respecto (la madre que se aleja, el padre que penetra); estos
pueden, reconocidos como los motivos de las fantasías de Di-
mitri, ser interpretados como tales. Sólo con esta condición,

199
las fantasías y angustias pueden ser reconocidas como
activadas por la situación, y no generadas por ella.
He indicado qué objetivos perseguía y qué efectos de
trabajo esperaba al proponer este dispositivo particular.
Quisiera detenerme más precisamente en el efecto de movi-
lización psíquica producido en el proceso asociativo por la
disposición «de espaldas» de los participantes. Es evidente
que esta característica de la situación estimula la transfe-
rencia de relaciones de objeto, de efectos, fantasías e identi-
ficación que la situación frente a frente sólo moviliza muy
rara vez; en este grupo, una de las preguntas que se me diri-
gieron podría formularse así: ¿por qué se aleja de nosotros
en un momento en que tenemos que vivir la separación,
cuando el grupo es el lugar del mantener-juntos frente a
frente?
Es evidente que soy precisamente yo quien instituyó es-
ta situación y que en esto se manifiesta algo de mi deseo. El
significante espalda, que se refiere al dispositivo, interroga
a mi supuesto deseo en la puesta en marcha de la situación
y así aparece en varias ocasiones en las cadenas asociativas:
está asociado a hostilidad, ruptura, destrucción; está aso-
ciado a separación, ausencia, alejamiento y, por oposición al
frente a frente, está asociado a rostro, mirada, apareamien-
to, parto.
¿A qué están expuestos, pues, específicamente los
participantes por causa de este dispositivo? A una situación
que moviliza emociones y representaciones asociadas a las
modalidades primitivas del cuerpo a cuerpo, es decir, prime-
ramente al cuerpo a cuerpo materno. Las alucinaciones ha-
cen aparecer el rostro de frente, el alejamiento de espaldas.

Observaciones clínicas y metodológicas sobre el


dispositivo «de espaldas»

Quisiera ampliar mi reflexión sobre el método de trabajo


psicoanalítico en situación de grupo presentando algunos
aspectos de este dispositivo. 3

3 Hasta el momento, me he ocupado de poner a punto un prototipo y de

despejar algunas características metodológicas, clínicas y teóricas que tal


dispositivo permite poner de manifiesto. No trataré en este texto las candi-

200
Proponer un dispositivo y someterlo a la prueba de la clí-
nica remite a interrogar su congruencia con el campo de los
objetos, del método y de la práctica del psicoanálisis; tam-
bién, a establecer una relación crítica con los dispositivos
habitualmente utilizados; finalmente, a confrontarse con el
dispositivo prínceps del psicoanálisis.
En efecto, la implementación de un dispositivo de traba-
jo moviliza una cantidad de preguntas sobre aquello que lo
rige: todo dispositivo psicoanalítico debe instalar las condi-
ciones necesarias para el cumplimiento del trabajo psíquico
cuya práctica sostiene el psicoanálisis: disposición del tiem-
po y del espacio de las sesiones, enunciado de las reglas des-
tinadas a sostener la constitución de los procesos (trans-
ferencia, asociaciones, interpretación) en el curso de los cua-
les se manifestará el sujeto en su relación con el incons-
ciente, en sus repeticiones, su sufrimiento, su goce y sus
recursos.
Si la invención del dispositivo de la cura psicoanalítica
corresponde precisamente a tal proyecto, no es seguro que
ocurra absolutamente lo mismo con los dispositivos depen-
dientes de un proyecto de trabajo psicoanalítico en situación
de grupo. Aparte del psicodrama psicoanalítico -cuyas
variantes habría que precisar-, verificamos que tales prác-
ticas no están completamente dotadas de un dispositivo
propio, apto para movilizar la inversión del espacio del en-
cuentro intersubjetiva en el espacio intrapsíquico, por la
puesta en forma de una ruptura en lo acostumbrado del
vínculo social. Esta inversión caracteriza al dispositivo prín-
ceps de la cura. En la práctica grupal, los modelos de la psi-
cología social y de la psicoterapia de grupo persisten y reem-
plazan a los modelos más generales de la sociabilidad fami-
liar, de los grupos de aprendizaje, trabajo, entretenimiento,
asistencia o iniciación.
De este modo, el motor de la búsqueda de otro dispositivo
es una insatisfacción: insatisfacción por no reconocer en los
dispositivos habituales una suficiente correlación entre el

ciones que harían posible la utilización circunstanciada de este dispositivo


en un proyecto de trabajo terapéutico en situación de grupo. Esto será ob-
jeto de una publicación ulterior.

201
objeto teórico trazado por la práctica grupal en el campo del
psicoanálisis, el método adecuado para hacer manifiesto el
inconsciente en sus efectos, funciones y problemas para un
sujeto o conjunto de sujetos, y las propiedades de un disposi-
tivo capaz de neutralizar toda interferencia con un orden
heterogéneo al del inconsciente y de la subjetividad, que se
activa en el ser-juntos.
La reflexión que deseo introducir a partir de este ensayo
prosigue el indispensable debate sobre el estatuto epistemo-
lógico y metodológico del grupo en el campo del psicoaná-
lisis.
Limitaré mi desarrollo a la presentación del dispositivo
que he instalado, al análisis de ciertos efectos de trabajo que
se producen en él y que me parecen suficientemente nota-
bles como para sostener una reflexión sobre lo que requiere,
dadas las exigencias del trabajo psicoanalítico, un dispositi-
vo fundado en una estructura de grupo.

El frente a frente y la primacía de la mirada


La disposición que propongo rompe con el modo habitual
de las posiciones frente a frente en situación de grupo (gru-
po de formación, de terapia, de análisis o grupo-análisis);
este dispositivo reproduce el modo habitual, altamente
culturalizado, de las posiciones en el grupo familiar y social.
Cuando comencé a analizar las particularidades de esta
situación (1972), supuse que el dispositivo grupal frente a
frente reproducía tres experiencias fundamentales:

la experiencia del frente a frente materno (apuntala-


miento visual sobre el rostro de la madre, identificacio-
nes incorporativas, angustias de devoración, de capta-
ción imaginaria, de seducción, incorporación, pérdida y
separación);
la experiencia del frente a frente especular por la cual se
ven reactivadas las angustias primarias anteriores (de
despedazamiento, dislocación, pérdida de sí) que son cal-
madas por la ilusión constructiva de un cuerpo apropia-
do y unificado por un «Yo». Las angustias grupales reac-
tivan el sentimiento de inquietante extrañeza ante el do-

202
ble, la angustia de pérdida del sí mismo en el desdobla-
miento abisal (1972, pág. 54);
la experiencia de frente a frente del apareamiento (y las
fantasías originarias).

Por estas razones, principalmente, el espacio grupal es


la exteriorización del conflicto interno, fundamental, entre
el imperio del ver (dominio y control del objeto) y del decir
(simbolización de la pérdida y representación de la ausencia
del objeto).

La disposición «de espaldas»

En el dispositivo «de espaldas», propongo que los sujetos


se sienten en círculo y no en línea, no teniendo cada uno a
nadie frente a él: dicho de otro modo, cada cual vuelve la es-
palda a los demás. Cada uno tiene un vecino a quien sólo
percibe en visión liminar. Ningún lugar está expresamente
atribuido ni reservado: yo me ubico en el dispositivo sin otra
regulación particular de mi posición en el espacio.
Dos rasgos de este dispositivo me parecen dignos de des-
tacar: el viraje del rostro es el soporte corporal de un movi-
miento de inversión psíquica; la deprivación sensorial vi-
sual, que mantiene sin embargo en las franjas del campo
perceptivo la indicación de un borde, induce efectos econó-
micos de investiduras y contrainvestiduras en registros
distintos de la sensorialidad y sobre otros objetos. Estas in-
vestiduras se topan con la exigencia de la palabra tal como
la enuncia la regla de asociación libre.

Algunos efectos del dispositivo: observaciones

Limitaré mis observaciones de otros grupos a destacar


ciertos efectos de trabajo que atribuyo a los rasgos específi-
cos del dispositivo de grupo «de espaldas». Pero antes, qui-
siera hacer notar un efecto decisivo generado por el disposi-
tivo «de espaldas».
Supondremos, después de los trabajos de J. Grotstein
(1981), que los participantes se ven confrontados con la fia-
bilidad del «objeto en trasfondo de identificación primaria»,

203
necesario para la constitución de la imagen del cuerpo y de
la separación psíquica. La pérdida del apuntalamiento vi-
sual frontal pone en entredicho «el trasfondo de seguridad»
de cada uno (J. Sandler, 1960). En sus más recientes inves-
tigaciones, G. Haag (1987) ha mostrado que el desarrollo
psíquico supone una integración por la mirada materna del
contacto táctil a nivel de la espalda, siempre y cuando esta
integración esté acompañada de palabras para garantizar
en el bebé el sentimiento de seguridad y de identidad. 4
En este tipo de grupo, los participantes deben reelaborar
esta fase crucial de la integración psíquica. En algunos gru-
pos predomina la fantasía del «agujero en la espalda», que
no podría ser tratada unilateralmente como una fantasía de
penetración sexual anal, sino como la asociación de una
angustia básica a esta fantasía. Como el análisis del grupo
con Dimitri nos lo ha mostrado, el atrás [arriere] no es el tra-
sero [derriere], pero esas dos representaciones del cuerpo li-
bidinal tienen en común ser regiones que la mirada no pue-
de captar. La instalación de una envoltura visual circular
corresponde a esta integración, mediante el trabajo de teji-
do asociativo de lo visto, lo oído y lo imaginado, en una espe-
cie de creación alucinatoria común.

Hablar/ver

He aquí algunas secuencias de un grupo así dispuesto.


Las primeras asociaciones, tras un tiempo de silencio rela-
tivamente corto, cinco a seis minutos, corresponden a im-
presiones relativas a la situación:

- Me gustaría mucho saber a quién tengo en la espalda.


- A mí me gustaría ver mi espalda, lo que hay en la es-
palda.
- Me incomoda no saber quién acaba de hablar, en mi es-
palda.

4 Cf. los desarrollos de esta investigación en los grupos analíticos de


niños autistas y psicóticos, en G. Haag (1987).

204
En este grupo, desde la primera sesión, resultan inme-
diatamente movilizados los sentimientos de persecución,
ligados a la dificultad de identificar al otro en el trasfondo,
detrás de uno. Todo ocurre como si hubiera que poner lo
trasero adelante. Lo que se produce por detrás es evidente-
mente amenazador. Tener alguien en la espalda es estar ex-
puesto a la angustia de penetración, y es probablemente es-
ta angustia la que mantiene a Dimitri en su silencio, por no
tener representación aceptable por el yo.
Surgen otras series asociativas: estas dejan en la sombra
lo que amenaza de atrás y proyectan a cada uno hacia ade-
lante en el espacio frontal que delimita la sala y fija un ade-
lante para cada uno. 5 Uno se ve parado en un rincón contra
la pared: se acurruca contra el límite, en el ángulo que sub-
raya este límite y lo respalda a él, quien puede verse y refle-
jarse desdoblándose; otro se pregunta para qué sirve un
pizarrón, qué se podría escribir allí y quién sería su destina-
tario; otro divisa un intercomunicador con quien eso podría
comunicar (¿una máquina que comunica con eso?), y luego
afiches. Uno de los afiches es descripto así a quienes no lo
ven y que preguntan lo que representa:

- Es un afiche antitabaco, dice que es para ir hacia el oxi-


geno.
- Sí, yo tambi,én lo veo, hay un pájaro que levanta vuelo
hacia el cielo.
-¿Y dónde va?
- (alguien que no ve el afiche): Se podria imaginar que
es libre de irse afuera, yo me siento atado por la espal-
da ...
- ¿Había una historia como de siameses?

Es notable la puesta en marcha, en el movimiento del


acoplamiento psíquico y a través de la formación de la fan-
5 En este dispositivo, cada uno es proyectado hacia el afuera; la investi-

dura del adentro es efecto de esto. La investidura del espacio es evidente-


mente muy diferente, puesto que cada uno hace la experiencia de tener
el vacío en la espalda; ¿qué ocurre entonces con el aferramiento y con el
apuntalamiento? Sería interesante referirse a la posición de Michael Ba-
lint (1968) con respecto a los ocnófilos y a los filóbatas.

205
tasía compartida de esos espacios psíquicos comunes, de
una especie de visión y una mirada «de grupo»: apelan a, o
se apoyan sobre, la constitución de una pantalla de proyec-
ción circular, a veces semicircular o parcial, sobre la que se
representan escenas, objetos, movimientos ligados en una
sucesión asociativa. Cada uno, y con la cooperación de los
otros, contribuye a crear una envoltura que contiene «el ex-
terior» y que reconstituye un rostro (un adelante) y una cin-
ta (una continuidad): la cinta (Bindung) constituye un lazo.
A esta pantalla de piel grupal, 6 a esta envoltura dérmica co-
rresponde un fantasmático ojo grupal7 o la representación
de un grupo-Argos-de-cien-ojos. Estas manifestaciones son
muy frecuentes durante la fase inicial del grupo y durante
secuencias en cuyo transcurso están mal afirmadas las
fronteras del yo y las del grupo, por ejemplo durante la au-
sencia de un(a) participante, o tras una ensoñación prolon-
gada en común.
Pensamos en un mito de la caverna que invertiría las re-
laciones adentro/ afuera: fragmentos de mundos internos se
reflejarían sobre las paredes, constituyendo así una bolsa o
un continente de representación que toma apoyo sobre per-
cepciones transformables en pensamientos, en representa-
ciones asociadas a otras representaciones mantenidas jun-
tas en los límites del continente. Cada uno participa en la
composición de una parte del universo cuya visión total, es
decir, su dominio y su conocimiento, el grupo garantizaría
mediante sus múltiples ojos.
Una vez establecido el vínculo grupal, y la formación de
la pantalla grupal será un momento constitutivo de este, se
podrá prestar atención al proceso asociativo, a la palabra
dicha y oída.
Volvamos a nuestro grupo. El pájaro migrador va a ser-
vir de representación intermediaria en una serie de aso-
ciaciones sobre los pasajes entre el afuera y el adentro, so-
bre el sentimiento de estar encerrados adentro, vueltos al
mismo tiempo hacia el exterior. El pájaro-guía los conducirá
a un viaje a América del Sur (algunos saben que voy allí), o
a un aeropuerto de Chicago con ocasión de una escala en la

6 Cf. R. Kaes, 1976, L'appareil psychique groupal, págs . 73 y 121. Cf. D.

Anzieu, 1985, Le Moi-peau .


7 R. Kaes, ibid., págs. 171y211.

206
cual uno de ellos esperaba visitar la ciudad, lo que no pudo
hacer. En lugar de esto, fue llevado a una especie de bunker
donde las personas estaban sentadas precisamente en esta
posición, de espaldas entre sí; nadie se comunicaba.
La metáfora del pájaro-transportador es transformada
en la de una estrella: el grupo funciona como una estrella,
dice una mujer. Este cambio en el contenido metafórico se
sigue de un silencio, que se instala y que yo interrumpo al
cabo de cierto tiempo preguntando qué se quedó detenido en
este silencio. Se trata entonces de un filme, Alíen, y se inte-
rroga a cerca del subtítulo:

Alien, sí, quiere decir alienado, pero también había una


cantidad de pasajeros: ¿el séptimo o el octavo pasajero?

Se cuentan para saber cuántos participantes forman el


grupo: seis o siete, ya no se sabe, quizás hay un extraño, un
clandestino. Se evoca una escena del filme, aquella donde
un organismo toma posesión de un cuerpo, se instala en él,
lo llena, estalla dando nacimiento a monstruos que elimi-
nan uno tras otro a todos los pasajeros de la nave espacial, a
todos menos a uno, que llevará el monstruo a la Tierra. Toda
esta historia no hubiera evidentemente ocurrido si no hu-
biera sido montada por un sabio profesor que hace expe-
riencias sobre la vida en el espacio.
Los participantes hacen por sí mismos el enlace entre su
ficción y el dispositivo en el que les propuse instalarse, pero
no se desarrollan las asociaciones sobre el motivo de la per-
secución y del nacimiento de monstruos. Desde una pers-
pectiva bioniana, diremos que el grupo está movilizado por
un supuesto básico de ataque-fuga, y que se elige la fuga en
lugar del ataque. Se vuelve al pájaro, que se transforma en
gaviota en la historia de Jonathan Livingston le goéland:*
los participantes reconstruyen la historia de este pájaro que
quería superar los límites, ir más lejos:

- ¿Qué es ir más lejos, qué es superar los límites?


- ¿Es superar los propios límites o superar los límites del
grupo?
- En ese caso es desolidarizarse del grupo, estar solo.
* Se trata de Ja historia publicada en castellano como Juan Salvador
Gaviota. (N. de la T.)

207
La soledad aparece al mismo tiempo que la pregunta por
el límite:

- El límite, no sabemos descubrirlo.


- No sabemos dónde está, si pasa detrás de uno, en uno,
o fuera del grupo.
- El límite es para mí el deseo de hacer trampas, tuve ga-
nas de hacer trampas mirando.
-Mirando, pero, ¿qué hubieras visto?

Esa es la apuesta: mirar para ser visto viendo. No se tra-


ta sólo de mirar para transgredir la consigna: se trata al
mismo tiempo de crear un incidente que daría ocasión a un
cambio general, que sería espectáculo y fiesta.
Detengámonos un instante sobre este aspecto del dispo-
sitivo. La deprivación sensorial visual frontal es la conse-
cuencia de volver la mirada hacia un espacio donde el cuer-
po, la mirada del otro no están inmediatamente disponibles
a las investiduras del sujeto. La experiencia de esta «au-
sencia» confiere retroactivamente un valor y un peso consi-
derables a los movimientos de aferramiento por la mirada y
al apuntalamiento de la pulsión escópica sobre el objeto pre-
sente. Habría que introducir aquí la noción de una excita-
ción por defecto de la presencia, que se calmaría si esta
presencia surgiera de súbito para ser vista, o para ver.
Estas proposiciones remiten en particular a lo que se ex-
perimenta durante esos períodos extremadamente sensi-
bles que son --como en la cura- los comienzos y los finales
de sesión: ese momento donde las miradas pueden aún,
o por fin, cruzarse, intercambiarse, captar la presencia, o
mantenerla a distancia, escrutar más allá de la palabra, so-
bre el rostro del otro, la representación de un posible deseo.
Así podremos comprender ciertas impulsiones a volverse
para ver y hacerse ver, no siempre con un valor de transgre-
sión sino en un sentido de reaseguro (contra la persecución
del objeto) y de para-excitaciones (contra la invasión pulsio-
nal). Las alucinaciones visuales tienen la misma función.
Vienen en lugar de esta acción de volverse, igual que la pro-
yección y la formación de una ilusión visual compartida: pe-
ro aquí la palabra hablada transforma la visión interna (la
representación de cosa que vuelve del afuera) en enunciado

208
de y sobre la cosa. Cada cual es libre de ser retenido por la
contemplación de la cosa, ella será su cosa, pero desgravada
de los efectos de seducción y dominación que provoca la
presencia excesiva del objeto.
Mientras se totalicen visiones y proyecciones parciales
y se formen objetos grupales -estos no son posesión de na-
die pero no se mantienen sino por la contribución de cada
uno-, la cuestión de la falta sólo se manifestará a través de
su rellenado; sólo se planteará en la doble experiencia que
podrá llevar a esta declaración: lo que el otro ve, yo no lo veo;
lo que yo veo, está fuera de su alcance. El ojo, la visión o la
mirada «grupales», el mantenimiento de una formación
común procede de la consumación de alianzas, pactos y con-
tratos inconscientes. Especialmente los que abrigan el be-
neficio de las renegaciones, de las negaciones y rechazos co-
munes, encontrando cada uno su interés en la represión y
en el negativo de la representación (la a-representación).
Una línea asociativa presente desde el comienzo va a re-
correr ahora toda la sesión; concierne a la falta de oxígeno,
al encierro, a lo malo, a los «malos armarios» donde se encie-
rra a los niños pequeños, a las mujeres de Barba Azul o a los
cadáveres de los roperos familiares:

- De pronto no me sumto muy bien, como si me fuera a


morir.
- Thmbién me invade la angustia y me tranquiliza que
otros hablen de estar encerrados en la oscuridad del ro-
pero. No había pensado en eso desde que era pequeña.
- Esas son angustias que pueden ser dichas, probable-
mente a causa de la relativa soledad en la que se está
aquí, yo no hubiera creído posible que eso me volviera.
- Es a causa de la ausencia de mirada frente a uno.
- En cuanto a mí, me es posible hablar de mi angustia
porque soy escuchado en lo que digo.
- Sí, y al menos tenemos . .. quiero decir que hay un pilo-
to en el avión.

La persecución retorna nuevamente en las ficciones de


penetración y de efracción, en los recuerdos y las fantasías
relativas a la situación infantil: estar solo en la oscuridad,

209
estar abandonado y separado, ser agredido por detrás. La
dimensión sexual de estas fantasías es manifiesta, pero se
dibuja aquí la función de protección contra la soledad y el
miedo que el grupo está consagrado a garantizar, como lo
puso notablemente en evidencia G. Róheim (1943).
La restauración de los límites y de la confianza en la es-
cucha tendrá como efecto, al final de la sesión, producir una
reinvestidura del cuerpo, de sus límites y de su densidad, de
la espalda, con una fantasía de comunicar por la espalda.

- Es muy curioso, recién sentí que mis orejas se mouían,


eran móuiles. ..
- Yo en un momento sentí que el grupo se conuertía en
una especie de cuerpo vibrante, y cuando dejé de ex-
perimentar esa dilatación me sentí angustiada.

Esta presencia del cuerpo se expresa de otra manera, en


otro momento, por ejemplo en la situación siguiente: una
mujer habla y es interrumpida por alguien que le pregunta:

- ¿Pero quién habla?


- No sé quién habla, yo no me lo pregunto.
- No sé quién habla, me gustaría mucho saberlo.
- Soy yo, la morena.

La morena es la que ha declarado haber querido hacer


trampas, darse vuelta y ver, hacerse ver viendo. Se hace
identificar por un rasgo fisico y en varias ocasiones, antes
de decir su nombre, propondrá otros elementos corporales
para suscitar en los otros la representación de su cuerpo.
El cuerpo también está presente en lo que podrá decirse
sobre la voz, sobre el interés prestado a la voz, a su identifi-
cación, al placer fónico, musical de ciertas voces, y a la ex-
traña experiencia de una diferencia entre los rostros y la
voz, como si se disociara entre un rostro al cual se atribuye-
se cierta voz, y una voz a la que uno se sorprendiera de aso-
ciar determinado rostro. La que se hizo identificar como la
morena dirá:

- Yo no reconocía mi propia voz, y sin nadie frente a mí,


se me hizo extraño oírme.

210
Sentir / tocar / ver

La posición invertida y la deprivación visual que es su


consecuencia tienen además por efecto manifestar la in-
tensidad de las investiduras y de las representaciones olfa-
tivas y táctiles. Estas apenas comienzan a retener el interés
en las curas individuales y casi no son objeto de atención en
los grupos frente a frente.
Sólo en este dispositivo he escuchado esto:

- Descubro el olor del grupo, es el perfume de mi madre.


- ¿Eres tú quién estaba a mi lado recién? Te siento por tu
olor, más bien detrás de mí a la izquierda.
- Huele a pis, huele a ropa interior.

Toda la riqueza de la sensibilidad y de la fantasmática


olfativas puede ser, pues, puesta en juego, no sin reserva y
culpabilidad, en relación con los primeros contactos, tácti-
les, visuales, sonoros, cenestésicos, tejidos en el cuerpo a
cuerpo con la madre, con los objetos parciales.
Reserva y culpabilidad pueden ser referidas a las inves-
tiduras primitivas de los olores en la sexualidad infantil: lo
que sale del cuerpo revela la presencia agradable, atractiva
o repugnante de este. Las huellas mnémicas asociadas al
olor de la piel y a los olores oral, anal y genital también son
indudablemente activadas por el dispositivo «de espaldas»,
que moviliza las investiduras de piel y de contacto dorsales:
comunicar por la espalda, crear una espalda común, pegar-
se como los siameses o como los «quatre sans culs» de Cham-
béry, pegarse en una espalda caliente [dos chaud] (qué de-
vendrá Dachau en la cadena asociativa grupal), soldar y
desgarrar la piel continua que liga a cada uno a «la piel de
su vecino» (P.-M. Turquet, op. cit.), estas ficciones, estas an-
gustias y estos argumentos de deseo que ligan a unos a los
otros para su cumplimiento, y para sus defensas, están
siempre asociados a las investiduras olfativas. Como com-
probamos, las angustias y las fantasías de persecución es-
tán siempre latentes en este tipo de dispositivo. 8
8 En otro grupo «de espaldas», el temor era que alguien se introdujera en
el grupo sin ser visto, de allí la ocurrencia de instalar vigías para sorpren-
der y echar a esos intrusos que vendrían desde atrás de uno.

211
Tales fenómenos son probablemente articulables con los
accesos de secreciones hormonales que provoca el agrupa-
miento, en el hombre como en muchos animales gregarios.
Estos procesos permanecen más acá de los umbrales de per-
cepción. En cambio, los marcados olfativos culturales son
utilizados en la constitución de las «atmósferas» grupales, y
ciertamente el dispositivo mantiene la atención dada a es-
tas formaciones. Así, el humo del tabaco favorece la consti-
tución de un espacio intersticial común, compartido, im-
puesto, rechazado: invasor, capaz de neutralizar los olores
singulares, individuantes, o funcionando como llamada se-
xual, el aire cargado de olor a tabaco garantiza, como una
cinta de Mcebius, una cierta continuidad entre el espacio
interno de cada uno, en su cuerpo, sus pulmones, su sangre,
su corazón, y el espacio externo, el aire cargado con un tóxi-
co común y compartido: inhalación y expulsión antagonis-
tas y simultáneas son los anclajes corporales de las fanta-
sías de aparato respiratorio común, a veces asociado a la
escena primitiva «aérea», en la alucinación sonora y olfativa
de un aliento, de un sonido, de un aire comunes. La depriva-
ción visual estimula todos los valores del retorno hacia el es-
tado narcisista primario, o hacia la unidad dual.
Sin embargo, la importancia correlativa del trabajo de la
palabra hablada, la atención prestada a la escucha del pro-
ceso asociativo, en su doble singularidad individual y gru-
pal, en sus articulaciones, la experiencia reiterada de la so-
ledad y de la ausencia en presencia de los otros, todos estos
elementos se conjugan para sostener el proceso del análisis,
del desligamiento y de la subjetivación en el ser-juntos.

Elementos de un debate sobre el dispositivo

Privados de la visión del grupo como objeto y como totali-


dad presente a la mirada, los participantes ya no encuen-
tran ni sostén en la mirada espectacular, ni realización de
los efectos de seducción, captación y sumisión que esta
suscita. Deben encontrar en el «mundo interno» la presen-
cia y la ausencia de otro e «inventar» en el exterior el conti-
nente capaz de recibir sus contenidos de pensamiento.
La inversión de la escena grupal tiene como resultado la
investidura y representación de los grupos internos, la

212
fantasmatización y las identificaciones que concurren para
crear el aparato psíquico grupal, aparato de continencia, li-
gazón, transformación y transmisión, aparato de tránsito
tramitador de los desplazamientos entre la intersubjetivi-
dad y la intrasubjetividad grupales.

La predominanci,a de la palabra y de la escucha

Podemos además considerar que la investidura de lo so-


noro y del lenguaje es una forma de dominar la angustia de
estar, en grupo, desprovisto del apoyo fundamental que la
mirada toma sobre la mirada del otro: no existe otro recurso
ni otro auxilio que los de la palabra hablada. El enunciado
de la regla de asociación libre muy cerca de la que posibilita
la cura.
La cualidad de la atención, su transformación, los movi-
mientos de su desplazamiento son aquí notables: puesta so-
bre la escucha, y ante todo la del sonido más bien que la del
sentido, sobre la densidad, la vibración, el color y el timbre
de la voz, sobre su fuente y su dirección, y luego sobre la in-
terlocución, se carga con las investiduras pulsionales y con
las representaciones que confrontan a cada sujeto con el go-
ce y con la angustia de lo oído. Deviene escucha de la propia
palabra, atención libremente errante, y luego, al detenerse
sobre los entrelazados de los discursos, movilizaciones te-
nues, livianas y ágiles de ligazones asociativas y de sus re-
des, despertar de las zonas de representación y de las emo-
ciones dormidas o reprimidas en uno mismo, reconocimien-
to de las palabras ajenas que resuenan por dentro.
Por comparación con el dispositivo grupal habitual, es
notable la experiencia de la reflexión de la palabra hablada
en la envoltura sonora y en el enmallado discursivo del
grupo. Esta reversión de la propia palabra hablada hacia
el mundo subjetivo de las representaciones endopsíquicas
es efecto de un cuestionamiento siempre abierto sobre la
relación del sujeto hablante con la palabra hablada: ¿quién
habla, a quién se dirige, a través de qué enunciados habla y
es hablado? La experiencia, aquí nuevamente reiterada, de
la distancia entre la voz hablante y el rostro, es la referencia
metafórica de otra distancia entre el hablante y su palabra,
entre el sujeto hablante y el sujeto hablado.

213
Nos encontramos entonces muy cerca del objetivo que
me parece poder alcanzar el dispositivo grupal: posibilitar
la experiencia del inconsciente a cada sujeto, en tanto es
sujeto del inconsciente, sujeto de la palabra y sujeto del gru-
po, a través de las relaciones que establece consigo mismo y
con los otros, al escucharse hablando en el concierto de las
voces habladas en el grupo. En tal dispositivo, de una mane-
ra más decisiva, la atención prestada al proceso asociativo
en la cadena asociativa grupal abre para cada uno el recono-
cimiento de la parte de su propia subjetividad implicada en
los efectos de grupo.
Estas pocas observaciones no agotan la descripción de
las formaciones y los procesos psíquicos a los que este dis-
positivo abre un acceso más fino y más preciso. Indican en
qué direcciones puede efectuarse el trabajo; en él nos vere-
mos más confrontados aún con el análisis de los efectos de
grupo: estos se forman y tienden a mantenerse con fuerza
mayor aún por cuanto el apuntalamiento primordial y el
dominio visual están ampliamente puestos en suspenso.
Por lo tanto, se ve estimulada y privilegiada la emergencia
de aquello que, en el inconsciente, es tributario de lo es-
cuchado y de lo olfateado. Al mantener la distancia entre lo
visto, lo oído y lo dicho en la intersubjetividad, el dispositivo
hace posible su articulación en la psique; el grupo queda
puesto en perspectiva; en sus manifestaciones metafóricas
y metonímicas, el trabajo del análisis puede efectuarse.
Tales efectos de trabajo no pueden ser referidos mecáni-
camente a las características de un dispositivo, a la mera
virtud de su aparato. Se producen en el espacio psicoanalíti-
co, ahí donde lo funda el psicoanalista cada vez que, habién-
dolo heredado, lo propone para una cierta experiencia, la del
psicoanálisis.
Resumamos: establecer un dispositivo es introducir una
ruptura en la organización habitual de las cosas, para ma-
nifestar un cierto orden de estas. Proponer un dispositivo
nuevo es además decidir una ruptura con los aparatos de
trabajo utilizados. Es seguramente situarse en una distan-
cia, dejarse interrogar en las propias afiliaciones, retomar
la propia relación con lo que es su origen, explicitar el propio
proyecto. Es también verse confrontado con las partes de
uno mismo que retornan de donde han sido depositadas, en
el encuadre de los dispositivos anteriores.

214
En el movimiento en que instituimos un dispositivo, so-
mos todavía ciegos y sordos ante lo que instituimos. En un
tiempo más tardío, podremos reevaluar sus apuestas y sus
efectos. Porque el dispositivo también nos instituye y tene-
mos que luchar contra la inercia en la que se ha instalado
una parte de su fuerza de ruptura y de trabajo. Por eso de-
bemos reinventar permanentemente el dispositivo del tra-
bajo psicoanalítico, y aquello en lo que este nos hace, en par-
te, ser psicoanalistas.

215
6. Una función fórica. El porta-palabra

En la situación interdiscursiva del grupo, cada sujeto


habla su propia palabra y toda palabra dicha es también
una palabra portada [portée] hacia otro, se anuda a una pa-
labra ya dicha, entre-dicha. Podríamos decir que la estruc-
tura interdiscursiva del grupo cumple una función de por-
tancia [portance) de la palabra. Sin embargo, algunos suje-
tos son instalados y se instalan en una posición tal que las
asociaciones de palabra son preferentemente portadas por
ellos. Esta función de porta-palabra sitúa al sujeto que se
hace su portador en un emplazamiento intermediario entre
el proceso grupal y el proceso intrapsíquico, en los puntos
de anudamiento entre esos dos espacios. Me ha parecido
interesante desarrollar esta perspectiva, que debería apor-
tar algunas perspectivas complementarias sobre el proceso
asociativo, sobre el funcionamiento del grupo y sobre la
disposición del inconsciente en esos dos espacios psíquicos.
Será útil recordar, sin duda, las principales hipótesis que
organizan mi investigación sobre las articulaciones entre
grupalidad psíquica, sujeto del grupo y realidad psíquica
del grupo. A continuación, será necesario trazar un marco
más general para conceptualizar la función del porta-pa-
labra; esta participa, en efecto, de un conjunto de empla-
zamientos intermediarios que yo designo con el término
genérico de funciones fóricas: estas funciones son las que
cualifican a la portancia (phoria) y a la metáfora. Son cru-
ciales en toda disposición del vínculo intersubjetivo y están
estructuradas según la doble determinación intrapsíquica e
interpsíquica.

217
Resumen de las hipótesis sobre la grupalidad interna,
el grupo y el sujeto del grupo

El sujeto del grupo es sujeto de sus grupos internos, don-


de se encuentran los representantes de más-de-un-Otro.
Los grupos internos son formaciones del inconsciente del
sujeto del grupo. Contienen lo reprimido que se ha consti-
tuido en la posición del sujeto del grupo. El grupo intersub-
jetivo en el cual el sujeto se instala, del cual deberá separar-
se para devenir Yo, sin no obstante poder suprimir el hecho
de haber sido y de ser sujeto del grupo, ese grupo lo precede:
el deseo, el sueño, lo reprimido, la palabra de-más-de-un-
Otro, y que sólo uno puede representar simbólicamente o en
lo imaginario, formarán los apoyos, los modelos y las deri-
vaciones del apuntalamiento de su psique. Lo que ya estaba
ahí, en él, como predisposición a asociar y a disociar, a com-
binar y a excluir, sostendrá desde adentro la estructuración
de sus grupos internos, por apuntalamiento sobre la reali-
dad psíquica del grupo. La formación de la realidad psíquica
del grupo toma apoyo en la psique de los sujetos del grupo,
especialmente sobre sus grupos internos; recibe sus inves-
tiduras, sus depósitos, sus proyecciones; los capta, los uti-
liza, los administra y los transforma. Al contribuir a esta
formación, al mantener para ellos el entorno psíquico del
conjunto, los miembros del grupo reciben, a cambio de sus
servicios, beneficios y cargas.
De esto resultan formaciones y procesos psíquicos biva-
lentes o bifaces, intermediarios entre los sujetos singulares
y el grupo, comunes a sus miembros; las formaciones garan-
tizan la continuidad y la articulación entre la psique de los
sujetos y la del grupo, pero se forman y se realizan en cada
uno de esos espacios psíquicos según modalidades propias.
El ideal del yo es una de esas formaciones de las que Freud
señala sus dos lados, individual y social. Este prototipo pue-
de servir de modelo para el análisis de las formaciones bifa-

~
es e intermediarias: sería fastidioso y sin duda inútil hacer
a lista de ellas, puesto que casi todas las formaciones y to-
dos los procesos psíquicos -con la notable excepción de la
ulsión, que tiene su origen en el borde corporal del espacio
síquico- pueden adquirir este valor y esta función. Para
decirlo en los términos tan a menudo utilizados por Freud,

218
son seres mixtos, compuestos: como los bifrontes romanos o
los trifrontes célticos, «miran» desde varios lados.
Consideradas bajo este aspecto, esas formaciones tienen
no sólo un valor y una función distinta y común en el con·
junto y para cada sujeto; también reciben sus determina·
ciones. El concepto de identificación, tal como Freud lo in-
troduce significativamente en Psicología de las masas y
análisis del yo, es aquí nuevamente un prototipo de esta
formación mixta, bivalente, articular. Es posible despejar
propiedades idénticas en lo relativo al síntoma, a la fanta-
sía, a los significantes y representaciones, a los mecanismos
de defensa.
Tales informaciones se encarnan en emplazamientos
subjetivos-intersubjetivos. La larga serie de personajes in-
termediarios y mediadores que Freud destaca desde Tótem
y tabú hasta Moisés, en la figura del caudillo o del historia-
dor-poeta, son los prototipos de esas formaciones bifaces.
Más que personajes, son posiciones que toma el sujeto del
grupo en el conjunto: se emplaza ahí en la doble determina-
ción, de peso variable y fluctuante de un sujeto a otro, de un
grupo a otro, para cumplir según esa modalidad su propio
fin y para servir a los intereses del conjunto. Sólo el análisis
puede decidir en ese nudo de compromiso para restituir a
uno y a otro el juego de las determinaciones cruzadas que
formaron el lecho de esos emplazamientos: de porta-pala-
bra, porta-sueño, porta-ideales, porta-síntomas, de porta-
muerte, etc. Estas funciones fóricas, de representancia, me-
diación, significancia, acción, reciben un sostén del adentro
(de los grupos internos) y del afuera (del conjunto intersub-
jetivo).

La persona intermediaria como operador de las


identificaciones

La persona (o el objeto, o el pensamiento) intermediaria


funciona en la cadena asociativa grupal como el operador de
las identificaciones imaginarias y simbólicas, de las identi-
ficaciones del yo, del juego identificatorio grupal. Ese fun-
cionamiento ilustra perfectamente el mecanismo del apara-
to psíquico grupal: el acoplamiento de los grupos internos de
los protagonistas (fantasías, redes identificatorias, siste-

219
mas de relación de objeto, complejos imagoicos ... ) se efec-
túa gracias a un aparato de ligazón que agrupa y ordena las
formaciones de esas realidades psíquicas. Sin este aparato
de ligazón, sin las formaciones intermediarias de las que es-
tá hecho, la realidad psíquica no tendría la posibilidad de
manifestarse en una forma y en una organización signifi-
cante para el sujeto y para el grupo.

Formaciones intermediarias y funciones fóricas

El porta-palabra, su emplazamiento y su función en la


articulación de la estructura intrapsíquica y de la organiza-
ción intersubjetiva, es un caso particular de las formaciones
intermediarias y de las funciones fóricas. Quisiera presen-
tar rápidamente lo que entiendo por formaciones interme-
diarias.1

Las formaciones intermediarias

Las formaciones intermediarias son procesos de ligazón


y los resultados de estos procesos. Son formaciones intrapsí-
quicas (por ejemplo, los pensamientos intermediarios ---di,e
Zwischengedanken- en la formación del sueño) e intersub-
jetivas (por ejemplo, el mediador ---der Mittler- o el ideal
del yo). Hacen puente entre dos elementos distintos, permi-
ten pasar de un pensamiento a otro, de un sujeto a otro.
Aparecen, pues, en el campo de la discontinuidad en
tanto revelan una separación entre elementos que se trata
de rearticular. El intermediario funciona también en el
campo de lo heterogéneo cuando se trata de pasar de un or-
den a otro, por ejemplo de lo inconsciente a lo preconsciente,
estableciendo un pasaje que tome en cuenta el obstáculo
entre esos dos órdenes, aquí la censura. La formación inter-
mediaria aparece así como una verdadera creación original
1 Para una exposición más completa sobre la categoría de Jo intermedia-
rio en el pensamiento de Freud, Winnicott y Róheim, cf. mi artículo de
1985.

220
que aprovecha los procesos psíquicos fundamentales (con-
densación, desplazamiento, difracción). Finalmente, las
formaciones intermediarias son movilizadas en los campos
de fuerzas en oposición. Se trata entonces de articular ele-
mentos que han entrado en conflicto. Desde este triple pun-
to de vista, se hace evidente que las formaciones interme-
diarias presentan un interés metodológico, puesto que las
situaciones de crisis y de ruptura atacan prioritariamente a
esas formaciones.
Al lado de estas dimensiones de la formación interme-
diaria, podemos distinguir los niveles de complejidad en que
opera. Sobre el modelo de la distinción establecida por Wat-
zlawick en relación con los cambios, distingo formaciones
intermediarias de tipo I. Estas operan en un campo homo-
géneo en el interior de una misma estructura para estable-
cer pasajes, continuidades, reducciones de antagonismo
dentro de ese campo: por ejemplo, los pensamientos inter-
mediarios del sueño o el síntoma intrapsíquico del sujeto
singular. Las formaciones intermediarias de tipo II ar-
ticulan dos conjuntos heterogéneos de niveles lógicos dife-
rentes reunidos entre sí por cierta cantidad de intereses
(economía), de conflictos (dinámica) y de estructuras (tópi-
ca). Podemos encontrar un ejemplo en la posición del sueño
cuando es considerado como formación intermediaria entre
la vigilia y el dormir. Otro ejemplo puede estar dado en el
análisis del mediador y del jefe como formación intermedia-
ria entre el grupo, los ideales y las instancias ideales de ca-
da sujeto singular.
La función de los intermediarios se evidencia netamente
en las situaciones de ruptura, traumatismo y crisis. La cri-
sis es la alteración en las articulaciones de los elementos de
un conjunto o en las relaciones entre varios conjuntos: lo
que era articulado, pasaje, reducción de antagonismo, por
ejemplo en la apariencia del síntoma o de los pensamientos
intermediarios, de los pensamientos heteróclitos del sueño,
pasa a ser separado, opuesto, desorganizado. Aquí está
exactamente la esencia de la crisis: disyunción, distinción,
separación. Pero, en el momento en que se produce, es to-
davía velamiento del sentido que, a través de esta desorga-
nización, puede salir a la luz. El síntoma, la formación de
compromiso o la paradoja introducen una ligazón de la que
sólo se manifiesta el signo; la significación queda por encon-

221
trarse: cada una de estas formaciones intermediarias abre
un pasaje económico para la ligazón. Las formaciones inter-
mediarias cumplen tales funciones para el sujeto singular y
para el conjunto del que este forma parte, en sus relaciones;
es así como algunas formaciones psíquicas intermediarias,
vacilantes, pueden ser compensadas por formaciones
interpsíquicas isomorfas: determinado jefe, determinado
ideal de grupo, determinada idea, determinado mito pue-
den constituir intermediarios eficaces para la tramitación o
la evitación de la crisis interna. Recíprocamente, si las for-
maciones intermediarias colectivas (por ejemplo, el caudillo
o lo ya-articulado, lo ya-dicho) llegan a faltar o a desagre-
garse, entonces la capacidad singular de ligar pensamien-
tos, de establecer ligazones, corre el riesgo de verse atacada
en determinado sujeto singular. Es la debilidad de estas for-
maciones de ligazón y de pasaje la que impide el proceso de
individuación en las familias y en los grupos patógenos.
Desde esta perspectiva, he postulado, siguiendo a Freud,
junto con el apuntalamiento de las formaciones psíquicas
sobre la experiencia de satisfacción de las necesidades cor-
porales, el apuntalamiento de las formaciones psíquicas so-
bre el grupo, la cultura, las instituciones: las formaciones
intermediarias nos indican, cuando entran en crisis, la
identidad de lo que ellas separan y unen.

Las funciones fóricas: figuraciones del portar

Una escultura de Bernini representa a Eneas cargando


sobre sus hombros a su padre Anquises, quien a su vez car-
ga los espíritus de los antepasados troyanos. Ascanio, el hijo
de Eneas, se aferra con una mano a las vestimentas de su
padre, con la otra lleva un vaso o una lámpara. El grupo de
Bernini es, literalmente, una metáfora: el transporte de la
estirpe troyana en su genealogía, hacia la fundación de Ro-
ma; tres generaciones de hombres son portadoras y por-
tadas: portadoras de la herencia de quienes los precedieron
y facilitando la vía a otras evoluciones. Cada uno, por su lu-
gar correlativo, forma el grupo portador.
Esta erección genealógica, esta columna viril, es una
manera masculina, paterna, de portar. En el museo imagi-
nario de las figuraciones del grupo, otra estatuaria repre-

222
senta una modalidad materna del portar. Las Vírgenes
abiertas del siglo XIII-XN ofrecen una doble representa-
ción: la de la Madre que lleva al Hijo en sus brazos; la de la
Madre abierta como un armario, cuyo contenido está consti-
tuido por la Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu, o por
el Niño solo. La estatua se abre en tríptico sobre este grupo.
Dos estados, dos tiempos del portar materno a través de los
cuales se mantienen la función fálica y sus representantes.
Nos vendrá de inmediato a la mente la iconografia cris-
tiana de las Pieta y de las genealogías maternas que repre-
sentan, por excelencia, las dos versiones de La Virgen, San-
ta Ana y el Niño Jesús de Leonardo da Vinci.
Otras figuras del portar expresan otras apuestas: la es-
tatuaria Bamiléké ofrece otro ejemplo de grupo o de racimo
de niños portados por la madre matriarcal; Christophe lleva
el nombre de su función fórica y del deseo materno en el
hombre de portar, de transportar al niño objeto de sus in-
vestiduras de vida y de muerte (cf. Le roí des aulnes comen-
tado por la novela de M. Tournier).
Todos estos grupos pueden describirse por la función fó-
rica que cumple un personaje o el grupo mismo: transferen-
cia, sostén, apuntalamiento, toma a cargo, gestación. A
través de todas estas representaciones, aparecen las inves-
tiduras del conjunto sobre las figuras del narcisismo prima-
rio: el Niño-Rey, el Niño-Muerto, el Ancestro, el Grupo, el
Archigrupo. Cada sujeto se determina en su emplazamiento
y en su función por su vínculo con los otros y con el conjunto:
no existe Cristóforo sin Niño Jesús portado, desplazado de
la Virgen Madre al Hombre portador. Lo que hace lazo, en el
triunfo o la depresión, es la relación con la función fálica. De
ese modo se transportan y se transmiten las identificacio-
nes narcisistas.

Las principales funciones fóricas


Un elemento del grupo o el grupo mismo pueden cumplir
una u otra de las cinco principales funciones fóricas en los
grupos.

223
Tomar a cargo, poner a cargo

El grupo o un miembro del grupo recibe (acepta, recha-


za) de una persona o de un grupo la carga (oficial o espontá-
nea) de investiduras pulsionales y de sus representantes;
toma a cargo los cumplimientos psíquicos que han perma-
necido en estasis e insatisfechos. Se carga, como un acumu-
lador, de las energías y tensiones, dispone de los objetos
para su descarga, de las figuras y emplazamientos para su
representación. Los procesos psíquicos que prevalecen en
esta puesta a cargo del grupo, o de una parte del grupo, son
los procesos primarios de desplazamiento y difracción, los
mecanismos de proyección, rechazo y depósito. Las repre-
sentaciones y afectos que corresponden a esta toma a cargo
se expresan por los sentimientos y las sensaciones de pesa-
dez, densidad y solidez, o de aligeramiento, vacío y fragi-
lidad.
Aquello de lo que el grupo o un miembro del grupo es por-
tador para sus miembros participa en otras funciones con-
juntas.

Soportar, sostener, apuntalar

El grupo es el soporte sobre el cual se apoyan, se aferran,


(de)penden los miembros del grupo: es el representante ex-
terno de una función apuntaladora primaria insuficiente.
Sus «miembros» son sus apéndices, como los bebés podrían
prenderse a los pezones de la Artemisa Polimástica de Efe-
so, adherir a una envoltura común cuya cara externa forma
una superficie de adhesión y una barrera de separación
respecto de un contenido común. Según otras representacio-
nes, el grupo o un miembro del grupo cumple una función de
sostén (holding), constituye la infraestructura necesaria
para las relaciones entre los miembros del grupo (como un
pentagrama musical, un árbol de vida o una columna ge-
nealógica).

Contener, incorporar

La palabra portée [camada] designa, cuando se aplica a


la reproducción mamífera animal, a las crías que una ma-

224
dre ha portado en su vientre y contenido en su matriz. El
grupo es entonces este espacio corporal primitivo: matriz,
vientre, boca, molleja, caverna y cualquier otra cavidad que
lleva en sí sus elementos, los fabrica, los abriga y los alber-
ga, o los retiene enclavados. El grupo-camada se representa
como la cara interna de una bolsa psíquica en la cual algu-
nos contenidos van a poder ser situados, proyectados, depo-
sitados bajo el efecto de los procesos y mecanismos de la
puesta a cargo. Al contener/incorporar se asocian las inves-
tiduras de las fantasías intrauterinas, orales, oro-anales, y
los procesos de gestación, digestión, evacuación correspon-
dientes.

Transportar, transferir

El grupo cumple una función vectora: transporta lo que


se encuentra desplazado o transferido a él por sus miem-
bros. Por ejemplo, el grupo, o un miembro del grupo, es el
portador de los sueños de deseos irrealizados de sus miem-
bros: pero los transporta también en el espacio psíquico del
grupo que recibe el desplazamiento.
Según esta perspectiva, en efecto, el desplazamiento es
un fenómeno de transporte (metáfora) de energía y de signi-
ficación a través de la formación de un sustituto. Es tam-
bién una formación por la cual el deseo puede ser satisfecho
aun cuando su representación -bajo el efecto de la censura-
se desplace. Garantiza, además, una función defensiva evi-
dente, y a menudo este es el aspecto que se destacó. El des-
plazamiento corresponde no sólo al movimiento intrapsí-
quico por el cual la intensidad de una representación se des-
prende de ella para pasar a otras representaciones menos
intensas, pero ligadas una a otra por el proceso asociativo,
sino al movimiento por el cual esos pasajes se efectúan des-
de! espacio interno hacia el espacio del grupo y en el espacio
del grupo mismo. Lo que el grupo transporta, gracias al
desplazamiento, no son sólo formaciones de sustitución, son
también los objetos de transferencia de sus miembros; son
las conexiones mismas entre esos objetos las que son lleva-
das de un lugar psíquico a otro, utilizando el vector grupal.

225
Representar, delegar

Todas las funciones fóricas que acabamos de describir


son interdependientes; inducen relaciones recíprocas de re-
presentación-delegación entre el portador/continente/ so-
porte/transportador y lo portado/contenido/sostenido/
transportado. Las relaciones se organizan según las que
describe la retórica cuando utiliza los conceptos de metáfora
o de metonimia. Esas relaciones de semejanza o de contigüi-
dad hacen posible que uno represente al otro, la parte al
todo, o el todo a un elemento, el grupo a sus sujetos, y recí-
procamente. Hacen posible que uno de los miembros del
grupo, o el grupo mismo, se constituya en porta-palabra, en
porta-sueño o en porta-síntoma.
Estos cinco aspectos de la función fórica en los grupos es-
tán sostenidos por representaciones y emociones de natura-
lezas diversas y distintas; representaciones cuyos referen-
tes arcaicos son el cuerpo y la actividad psíquica de la ma-
dre: el cuerpo grávido y la fantasía de ser tomado de nuevo a
cargo por él, contenido y albergado, o de ser expulsado, caer
de él; o, en los avatares de la separación, de ser reintegrado
en la unidad dual o de resultar excluido de ella y nuevamen-
te expuesto al desamparo primordial; o, en el encuentro con
el objeto, no poder apuntalarse en este, encontrar un auxi-
liar metabólico y quedar entonces librado a su propia carga
pulsional. Los referentes edípicos de las representaciones
que sostienen la función fórica son de otra naturaleza; estas
representaciones implican la idea de que el portador no co-
incide con la función cuya delegación recibe de otro.
Todas estas funciones fóricas pueden ser evaluadas en
términos de tolerancia psíquica a la carga que les está aso-
ciada: esta noción concierne a los límites que encuentra un
grupo, o determinado miembro del grupo, en la carga del
portar, del contener, del soportar y sostener, del transportar
y del delegar. Induce a preguntarse qué parte no puede ser
tomada a cargo por el grupo, la parte irreductible de cada
sujeto.

226
Otras figuras fóricas: porta-síntoma, porta-sueño,
porta-ideales, etcétera

Al lado del porta-palabra, he distinguido en el análisis


clínico varias otras figuras fóricas: son detectables en todas
las formaciones intersubjetivas: parejas, familias, institu-
ciones.
La figura del porta-síntoma fue puesta en evidencia en la
función de Marc. Aclaro que el sentido que doy a este con-
cepto no puede confundirse con el de «paciente designado»
en la teoría sistémica. Según mi punto de vista, el porta-sín-
toma no se considera como el «punto débil» del sistema, sino
como un sujeto que toma su propia parte en la división que
él representa y que actúa ante un conjunto de otros que, de
ese modo, sostienen este síntoma y son parte en él. El porta-
síntoma no es evacuado de su posición de sujeto del incons-
ciente y de sujeto del grupo: tiene apego a su síntoma y lo
hace sostener en el conjunto por aquellos que encuentran su
interés tanto para compartirlo como para representarlo en
otro. He propuesto este análisis a propósito de Dora (R.
Kaes, 1985) y de las identificaciones por el síntoma, que la
sujeta a su grupo y al que cada uno, incluso Freud, contribu-
ye, en una alianza inconsciente sobre una formación de
compromiso intra/intersubjetiva.
La figura del porta-sueño apareció en el grupo con Solan-
ge y Marc, y he analizado desde esta perspectiva la función
del sueño de Michele y la posición de Michele misma: estos
«Soñantes del grupo» sueñan evidentemente por su propia
cuenta, pero algunos acontecimientos de la vigilia, las iden-
tificaciones y transferencias que los movilizan en un argu-
mento fantasmático donde el otro está representado antici-
padamente, y sobre todo la utilización del relato del sueño
en sus efectos intersubjetivos, determinan su contenido y su
destinación; los porta-sueño, como los pacientes en la trans-
ferencia, sueñan para alguien; sueñan también «en el lu-
gar» de alguien, en la identificación proyectiva. Sin duda,
esta función puede codificarse en los grupos, las familias y
las instituciones, y movilizar, al lado de los procesos prima-
rios y secundarios, procesos que obedecen a la lógica social y
cultural del discurso, específicamente mítica. Estos pro-
cesos son los que E. R. Dodds (1959) llama terciarios.

227
El porta-sueño está en el cruce de la realidad intrapsí-
quica de los sujetos y de la realidad psíquica del nivel del
grupo. Asegura su tránsito, específicamente en la formación
del preconsciente. El análisis del proceso asociativo grupal
nos lleva a prestar una atención particular a su emplaza-
miento sobre uno de los puntos de anudamiento de las se-
ries asociativas y a su papel en el proceso de transformación
de los organizadores psíquicos grupales. Hemos podido
verificar su función en el análisis del grupo con Marc (capí-
tulo 4).
Podemos llamar porta-ideal al sujeto que Freud descri-
bió como aquel que representa los sueños de deseos irreali-
zados de los otros: heredero o figura-fuente de su narcisis-
mo, es tanto Su Majestad el Niño como el Ancestro. Es tam-
bién la figura del jefe, que recibe y representa la parte aban-
donada de las formaciones del ideal de cada uno, abandono
necesario para la identificación con un objeto poderoso y
unificador, base de la comunidad en los ideales. El porta-
ideal representa, encarna al jefe del cuerpo imaginario gru-
pal, garantiza la permanencia del vínculo y de la existencia
de cada uno.
Se podría establecer más sistemáticamente la lista de
las figuras fóricas y deberá emprenderse una serie de estu-
dios desde la perspectiva que propongo para especificar las
del porta-niño, del porta-cripta (o criptóforo) descripto por
N. Abraham y M. Torok (1978), del porta-mal (víctima emi-
saria, poseído), del porta-memoria (historiador, poeta), to-
das esas figuras depasseur, o depontifex,* sobre el doble lí-
mite Ice-Pee e interno-externo. No hemos cerrado la lista
que dará un estatuto especial al Mensajero, cuyo lugar en
las mitologías y en las sociologías expresa claramente su
función vital en la representación del vínculo, y principal-
mente de la identificación del contenido del mensaje con
aquel que lo porta.

* Passeur, en francés, persona que hace pasar una frontera o atravesar


un sitio prohibido. Pontifex, en latín, el que hace puentes. (N. de la T.)

228
La doble determinación de las funcwnes fóricas en
los grupos
Al situar al porta-palabra, al porta-síntoma, al porta-
sueño o al porta-ideal en la triple articulación de la tópica,
la economía y la dinámica intrapsíquicas con la metapsi-
cología grupal y la estructura de la lengua, he iniciado un
doble análisis de las funciones fóricas: el del sujeto singular
que las cumple por intereses determinados por su historia y
su estructura; el del grupo que las convoca y las dirige se-
gún la lógica de sus propios intereses. En situación de gru-
po, no es posible mantener el campo del análisis de la reali-
dad psíquica si las determinaciones, la lógica y los efectos de
cumplimiento de las funciones fóricas son tratados con in-
dependencia de las relaciones entre esas dos tópicas, esos
dos regímenes económicos, esas dos dinámicas. Desistiría-
mos principalmente de analizar las funciones comunes e in-
termediarias entre la psique individual y la de los conjuntos
pluripsíquicos: las formaciones del ideal, de la ilusión, del
narcisismo, los procesos de la función represora, la constitu-
ción de los significantes y de los discursos comunes, la pro-
ducción de síntomas compartidos, etcétera.
Las premisas de esta orientación de investigación están
dadas en varios textos de Freud. Lo he recordado en varias
ocasiones; «Introducción del narcisismo» (1914) aporta a es-
te respecto tres ideas directrices:

la primera es que el individuo es para sí mismo su propio


fin, y que al mismo tiempo es miembro de una cadena a
la cual está sujeto;
la segunda es que los padres constituyen al niño corno el
portador de sus sueños de deseo no realizados, y que el
narcisismo primario del niño se apuntala sobre el de los
padres;
la tercera idea es que el ideal del yo es una formación co-
mún a la psique del sujeto singular y a los conjuntos so-
ciales.

Estas orientaciones de investigación nos llevan a prestar


atención a las configuraciones psíquicas, organizadas y sig-
nificantes, a la vez y diversamente, en el espacio psíquico
propio de cada sujeto y en el conjunto que ellos forman entre

229
sí, o que se forma a través de ellos. Como el ideal del yo, las
identificaciones son formaciones y procesos interfaces. Su
doble posición metapsicológica los destina a cumplir opera-
ciones de ligazón entre el sujeto y el conjunto, a estructurar
a uno y otro, a uno por el otro, correlativamente, en organi-
zaciones que permanecen sin embargo irreductibles la una
a la otra. En los grupos nos enfrentamos siempre con un do-
ble registro metapsicológico: el de los procesos y las forma-
ciones de la realidad psíquica del conjunto en cuanto tal; el
conjugado y articulado de las formaciones y procesos de la
realidad psíquica del sujeto singular.

Las determinaciones intrapsf,q_uicas del portador

¿Qué necesidades psíquicas internas conducen a deter-


minado sujeto más bien que a otro a cumplir una función fó-
rica de porta-palabra, de porta-síntoma o de porta-sueño?
Seguramente, un análisis diferencial de las funciones fóri-
cas pondría en evidencia configuraciones distintas. Pero es
posible despejar una problemática transversal examinando
varios tipos de determinaciones: admitiremos en primer
lugar que los movimientos psíquicos que orientan al sujeto
portador hacia su emplazamiento fórico y hacia las funcio-
nes que le están adscriptas le permitirán cumplimientos de
deseos inconscientes y de defensas correlativas.
Estas determinaciones son aquí las de la conflictividad
psíquica inconsciente: el cumplimiento de deseos narcisis-
tas sostenidos por las identificaciones heroicas (detectables
en el sí-mismo grandioso de ciertos «sostenes de familia»),
por los componentes masoquistas de la pulsión de dominio
utilizados como defensa contra los cumplimientos de los
ideales; o bien la identificación con el objeto de apuntala-
miento primario, apuntalamiento problemático sobre el yo
de una madre vivida como insuficiente, o identificación con
la madre fálica omnipotente.
Otras determinaciones están orquestadas por las apues-
tas del conflicto edípico: la rivalidad con el caudillo lleva a
determinado porta-palabra a precipitarse hacia la posición
del segundo o del doble, sombra proyectada del padre o de la
madre.

230
Estas determinaciones fantasmáticas y las correspon-
dientes identificaciones están activas en la formación del
mensajero a partir de su posición subjetiva «entre-ellos-dos»
en la fantasía de la escena primitiva. Es probable que la
posición del porta-sueño pueda ilustrarse a la luz de su ne-
cesidad interna de establecer, mediante las identificaciones
proyectivas, un espacio psíquico más vasto que el suyo pro-
pio, en el cual sus límites están extendidos a los de otro, de
más-de-un-otro, de un grupo. Esta determinación podría
también describir la que se activa en los médiums en los cul-
tos de posesión mágica.
Todas estas posiciones tienen como rasgo constante el in-
vertirse en su contrario, por motivos intrapsíquicos e inter-
subjetivos. Esto aparece netamente en el caso del porta-pa-
labra, que puede transformarse en tergiversa-palabra, en
devuelve-palabra, en portador de una palabra persecutoria.
El dominio que el sujeto portador puede ejercer sobre lapa-
labra portada se articula con la fantasía grandiosa de ha-
blar al otro hasta el punto de privarlo de su palabra. El por-
ta-palabra, si es una condición del pensamiento, se trans-
pone por otra parte en la posición del obstructor del pensa-
miento.
A través de este esbozo sumario, se hace evidente que las
funciones fóricas están en parte determinadas por la estruc-
tura y el funcionamiento psíquico del portador, las particu-
laridades de organización y funcionamiento de sus relacio-
nes de objeto, de sus identificaciones, de la organización pa-
sivo/ activa de su posición pulsional.

Las determinaciones íntersubjetivas

Si mantenemos la perspectiva de análisis según la cual


en la determinación de la función fórica actúa una doble ló-
gica, ahora debemos tomar en consideración las necesida-
des que resultan del lugar del sujeto en la intersubjetividad,
su posición de sujeto del grupo. El emplazamiento fórico, la
elección del portador debe analizarse desde el punto de vis-
ta en que este recibe una carga o una descarga de afectos, de
emociones, de investiduras pulsionales y de representacio-
nes emanados de otros sujetos que, de este modo, establecen
con el portador un vínculo casi siempre inconsciente, y des-

231
tinado a seguirlo siendo. Estos movimientos intersubjetivos
nos son ahora familiares: se describen como deflexión de lo
negativo, proyección, delegación o depósito en otro aparato
psíquico, electivamente predispuesto para recibirlas, de las
partes de la psique de otro que nada de ellas quiere retener
en él, nada quiere saber, o que coloca como salvaguarda en
otro sujeto a fin de sustraerlas a lo que sería su destino si las
conservase en su propio espacio psíquico. No faltan ejem-
plos en los que pueden observarse estos procesos: la función
del doble fraterno, la instalación en el niño, por parte de un
progenitor o de ambos, de una parte inaceptable o irrealiza-
ble de su psique.
Estas determinaciones intersubjetivas forman la mate-
ria de las alianzas inconscientes, de los contratos narcisis-
tas, de los pactos denegativos, de la comunidad de renega-
ción: los sujetos «fóricos» juegan aquí su partida con quienes
los cargan. Todos estos emplazamientos son, de una u otra
manera, cumplimientos de deseos y de los mecanismos de
defensa intrincados en la intersubjetividad. Tienen sus ver-
siones neuróticas, perversas, psicóticas. Una versión psi-
cótica es la identificación del porta-palabra con lo que dice,
como del mensajero con lo que anuncia. Este mecanismo de
defensa ha sido descripto por Lévy-Bruhl y su análisis no es
válido solamente para las sociedades llamadas primitivas:
«El método universalmente empleado para protegerse de la
desgracia anunciada es suprimir al propio objeto anuncia-
dor». Una versión perversa es el goce obtenido en hacer de-
cir y repetir al otro, sobre todo si lo desconoce, lo que se re-
chaza en uno mismo (utilización perversa del mensajero de
lo horrible para gozar del relato de lo horrible obligando al
otro a repetirlo).

Las funciones fóricas del porta-palabra


De una manera general, la función psíquica, intersubje-
tiva y semiótica del porta-palabra es la función de portar,
transportar, transmitir, transferir la palabra y lo que esta
representa: es una función fórica, metafórica. Esta función
puede ser ejercida por un individuo, por varios individuos
sucesiva o simultáneamente, o por un conjunto como tal.

232
Las funciones fóricas del porta-palabra pueden ser des-
criptas a partir de las cinco principales dimensiones que he
despejado. Una primera función del porta-palabra (pero no
le está exclusivamente reservada) es articular el proceso in-
trapsíquico individual con el proceso intersubjetivo. Esta
función intermediaria constituye una de las caras del sujeto
del grupo: Solange es para sí misma su propio fin y es esla-
bón de la cadena a la cual ella está aquí, como allá y enton-
ces, sujeta. Los emplazamientos y funciones más específicos
derivan de eso: el porta-palabra es un emplazamiento y una
función que recibe o que toma una persona o una instancia
cuando habla en nombre de otro, en lugar de otro, cuando se
constituye como vehículo, soporte o continente de la pala-
bra. Correlativamente, tiene interés describir esta función
desde el punto de vista en que la palabra es contenida,
sostenida, vehiculizada, delegada y hablada por el sujeto o
por la instancia que asume la función de porta-palabra. Así
se conjugan dos polos de la función, activo y pasivo.
Para avanzar en el análisis de las funciones fóricas del
porta-palabra, quisiera presentar dos puntos de vista que
precedieron a mis propias investigaciones y que proponen
perspectivas diferentes de las mías.

La noción de porta-palabra (portavoz)* en


E. PichonMRiviere

Enrique Pichon-Riviere ha sido probablemente uno de


los primeros psicoanalistas que sacó a la luz la función del
porta-palabra en los grupos. 2 El marco de referencia prác-
tica y teórica en el cual se ha propuesto esta noción es doble:
el de los grupos operativos de aprendizaje, es decir, una fór-
mula de grupo de formación centrada en las relaciones en-
tre la tarea del grupo, el grupo y los participantes; el del
grupo familiar. La definición elaborada por E. Pichon-Ri-
viere en 1970 es la siguiente: «El portavoz es aquel que en el
grupo, en un determinado momento, dice algo, enuncia al-

*En castellano en el original. (N. de la T.)


2 El concepto de portavoz fue publicado en 1978. Sobre el grupo operati-
vo, cf. E. Pichon-Riviere (1970), A. Eiguer y D. de Litovsky (1974) y la re-
ciente tesis de J. Winkler (1990).

233
go, y ese algo es el signo de un proceso grupal que hasta ese
momento ha permanecido latente o implícito, como escondi-
do dentro de la totalidad del grupo. Como signo, lo que de-
nuncia el portavoz debe ser decodificado, es decir, hay que
quitarle su aspecto implícito. De esa manera es decodificado
por el grupo -particularmente por el coordinador-, lo que
señala la significación de ese aspecto. El portavoz no tiene
conciencia de enunciar algo de la significación grupal que
tiene en ese momento, sino que enuncia o hace algo que vive
como propio» (1978, pág. 11).
Esta concepción, todavía ampliamente tributaria de la
problemática gestaltista del grupo (lewiniana, sistémica,
contextual), pone el acento en el porta-palabra como emer-
gencia, vehículo o resultante de las fuerzas no conscientes
que organizan al grupo. Clásicamente, y sin tomar en consi-
deración de modo suficiente la dimensión subjetiva del por-
ta-palabra, Pichon-Riviere hace del sujeto enfermo el porta-
voz* de la ansiedad y de las dificultades de su propio grupo
familiar (ibid. ).
El interés de esta concepción es subrayar que el porta-
palabra cumple esta función cuya significación debe ser
decodificada por el grupo. En consecuencia, el problema es,
por una parte, saber cómo reconocer, en lo que dice el porta-
palabra, el signo de un proceso grupal, y por otra parte, de
qué aparato interpretativo disponen «el coordinador» o «el
grupo» para proceder a esta decodificación. La noción mis-
ma de decodificación supone un dispositivo de transforma-
ción de un código en otro.
Sin dejar de reconocer el interés teórico e histórico de es-
ta noción, se le puede hacer una crítica, a fortiori porque
quien la propone es un psicoanalista: ¿no es restrictivo atri-
buir tal función a un sujeto sin indagar en aquello que lo de-
termina, en su fantasía, sus identificaciones y sus relacio-
nes de objeto, para cumplir esta función? Esta crítica se en-
caja en otra, más amplia, que corresponde a un abordaje de
los procesos de grupo exclusivamente en términos de enti-
dad grupal, de donde queda eliminado el sujeto.

* Para algunas precisiones sobre la diferencia entre representación de


palabra lreprésentation de mot] y representación de palabra hablada [re·
présentation de parole], véase «Acerca de la traducción al castellano», y
también, más adelante, el capítulo 9. (N. de la T.)

234
La noción de porta-palabra según Piera Aulagnier

Un abordaje diferente caracteriza el enfoque de Piera


Aulagnier: la noción de porta-palabra que propone en 1975
está construida a partir de la experiencia de la cura, princi-
palmente de la cura de pacientes psicóticos.
Al caracterizar la organización del espacio al que el Yo
debe advenir, PieraAulagnier lo define como un «espacio ha-
blante», y analiza las condiciones necesarias para que ofrez-
ca al Yo un hábitat conforme a sus exigencias. Aulagnier
concede una atención particular al micro-medio interme-
diario entre la psique singular y el medio psíquico ambien-
te. Este micro-medio -el medio familiar o lo que ocupa su
lugar- es percibido e investido por el niño como metonimia
del todo: marca el destino de la psique del infans. Diferentes
factores constituyen sus parámetros, principalmente dos
organizadores del espacio familiar: el discurso y el deseo de
la pareja parental, que P. Aulagnier analiza bajo los siguien-
tes aspectos:

la función del porta-palabra y su acción represora;


la ambigüedad de la relación de la madre con el «saber-
poder-pensar» del niño;
el redoblamiento de la violencia que impone el «lenguaje
fundamental», es decir, la serie de enunciados perfor-
mativos que vienen a nombrar lo experimentado y que,
por este solo hecho, transforman los afectos en senti-
mientos;
aquello del discurso de la pareja parental que vuelve so-
bre la escena psíquica del niño para constituir los prime-
ros rudimentos del Yo;
el deseo (de hijo, para este hijo) del padre.

La concepción que P. Aulagnier propone del porta-pala-


bra es la de una función reservada al discurso de la madre
en la estructuración de la psique del infans, es decir, del que
todavía no habla. La noción de porta-palabra es descripta
según dos dimensiones: la primera pone el acento sobre la
voz y sobre la palabra de la madre, sobre su voz en sus as-
pectos fisicos, vibratorios, sonoros y musicales, y sobre su
palabra discursiva, cuando, desde la llegada del infans al
mundo (y sin duda mucho antes), acompañan, comentan,

235
predicen las actividades y los supuestos pensamientos de
este. Esta primera función está entramada en las activida-
des mímicas, las miradas y las sonrisas, los gritos y los llan-
tos, en el conjunto de los contactos, apoyos y sustentos de la
madre y del bebé. La madre lleva (porte] al infans a la pala-
bra, en la palabra y por la palabra, le abre su puerta.
El porta-palabra es también, y he aquí la segunda di-
mensión de su función, aquel o aquella que porta la palabra
de otro o de más-de-un-otro: una palabra cuya delegación
ha recibido de otro y que él representa ante otro. La madre
cumple esta función de enunciar reglas, leyes, prohibicio-
nes, representaciones de las que ella no es causa u origen.
Las prohibiciones y las leyes que enuncia son esas mismas
que organizan las relaciones del infans con el cuerpo de la
madre, con el mundo, con las diferencias fundamentales:
animado-inanimado; muerto-vivo; animal-humano; hom-
bre-mujer; padres-hijos ...
De lo que la madre es porta-palabra, es de un orden in-
tersubjetiva al cual ella misma está sujeta y que organiza su
propia subjetividad en su relación con la de su infans. Estas
dos dimensiones de la función materna del porta-palabra
son distintas y articulables. Cualifican la función de «próte-
sis» (P. Aulagnier) cumplida para el infans por la psique ma-
terna. La madre habla al niño y para el niño: acompaña con
vocablos su experiencia y posibilita al niño el acceso a su
palabra hablada.
Destacaré por mi parte que la madre no pone solamente
al servicio del infans la palabra hablada: satisface además
la exigencia de este de encontrar predisposiciones signifi-
cantes; inicia al infans en el juego y en utilizar las significa-
ciones, en generar significaciones que le sean propias y en
confrontarlas con las significaciones comunes. Lo hace poe-
ta y recitador. Su capacidad asociativa, su estilo asociativo
serán ulteriormente marcados por ella, junto con los efectos
propios de su represión. Agregaré que la madre se habla a
través de su función de porta-palabra: por un lado, ella cum-
ple su doble destino de sujeto que es su propio fin para sí
mismo y eslabón de la cadena intersubjetiva: servidor y be-
neficiario. A través de esta función de palabra hablada, la
psique materna aporta su propia investidura pulsional a la
psique del infans, pero recibe además la investidura de par-
te de este.

236
La necesidad de la presencia de otro no puede reducirse
a las funciones vitales que debe garantizar para el infans en
compensación por la prematuración propia de la especie;
por igual motivo, se exige una respuesta a las «necesidades»
de la psique. Se requiere una condición capital: l2_s objetos (
de experiencia y de encuentro que la madre propone al niño \
y que ella asocia a palabras habladas, sólo pueden ejercer su
poder de representabilidad y de figurabilidad para el infans
si han sido marcados por la actividad de la psique materna,
que los dota de un índice libidinal y, de ese modo, de un es-
tatuto de objeto psíquico adecuado a las «necesidades» de la
psique. La representabilidad y la figurabilidad tienen como
materiales y como condición objetos moldeados por el tra-
bajo de la psique materna. El sello que la madre deja sobre
el objeto es un precedente necesario para estas dos metabo-
lizaciones. P. Aulagnier menciona su deuda con la teoría de
J. Lacan: el objeto sólo es metabolizable por la actividad psí-
quica del infans si, y en tanto, el discurso de la madre lo ha
dotado de un sentido del cual testimonia su denominación;
el sentido es tragado junto con el objeto: con esta fórmula,
Lacan designaba la introyección originaria del significante
y la inscripción del rasgo unario entre la madre y el niño.
P. Aulagnier completa su propia posición mediante una
referencia a W. R. Bion: destaca que el infans no puede me-
tabolizar en una representación de su relación con el mun-
do sino un objeto que primero ha sido albergado en la zona
de la psique materna. Sin embargo, sólo un fragmento del
mundo, conforme con la interpretación que la represión im-
pone al trabajo de la psique materna, es remodelado por él
para que se vuelva homogéneo a la organización de lo origi-
nario y de lo primario. La metabolización elabora la repre-
sentación de un objeto moldeado por el trabajo de la repre-
sión en la madre, en una representación sobre la cual la re-
presión todavía no ha prendido. Dicho de otro modo, la psi-
que del infans toma en sí un objeto marcado por el principio
de realidad y lo metaboliza en un objeto moldeado única-
mente por el principio de placer.
La función porta-palabra de la madre lleva al niño a par-
ticipar en el grupo como comunidad de voces. Según P. Au-
lagnier, el porta-palabra es una ayuda para pensar: evita
una crisis epistémica. Se sitúa en la articulación de lo pri-
mario (lugar de inscripción de una representación escénica

237
dramatizada, vínculo entre esos objetos) y de lo secundario
(discurso del principio de realidad).
La perspectiva abierta por P. Aulagnier inscribe el traba-
jo de la intersubjetividad en la formación del aparato psí-
quico: yo diría que el sujeto del inconsciente, en cuanto es
sujeto del grupo, es tributario de esta función de porta-pala-
bra reservada a la voz y al discurso matemos en la estructu-
ración de la psique del niño. Esta presencia hablante de otro
sujeto se inscribe en la red hablante de más-de-un-otro, de
un grupo: sitúa la función psiquizante del porta-palabra en
los confines de la realidad intrapsíquica, del lenguaje y de la
intersubjetividad; responde a esta necesidad fundamental
de la psique humana: por su actividad de sujeto porta-pala-
bra, la madre pone a disposición del infans los medios para
representarse su propia experiencia, lo introduce en la
capacidad de pensar y en la tensión que esta mantiene con
las exigencias del contrato narcisista.

El porta-palabra en los grupos

Los emplazamientos implU!stos por la


organización del grupo

Los emplazamientos dispuestos y requeridos por el con-


junto en cuanto tal son administrados por él para cumplir
su propio fin. Esas funciones fóricas están determinadas
por lo que el conjunto carga sobre el sujeto a causa de su lu-
gar en el conjunto: las necesidades internas que llevan al
sujeto hacia funciones fóricas se ven así facilitadas por los
emplazamientos fóricos predispuestos por la organización
grupal. Recíprocamente, las coacciones ligadas a la perte-
nencia grupal y las inducciones producidas por los vínculos
de grupo llevan a los sujetos a esos emplazamientos y a
cumplir en ellos sus propios deseos o a alienarse en el deseo
de los otros, sin que no obstante encuentren ahí satisfac-
ción.
El proceso psíquico de la colocación de carga sobre porta-
dores corresponde así a necesidades estructurales de la vida
en grupo. Las exigencias que imponen los organizadores

238
psíquicos determinan una distribución de lugares y car-
gas. El modelo freudiano de la identificación en los grupos
muestra que la colocación de una parte del ideal de los suje-
tos en la figura del caudillo tiene como efecto la identifica-
ción con la figura común, y en consecuencia la identificación
en beneficio de las figuras portadoras del ideal común. La
pertenencia a un grupo requiere cierta división del trabajo
psú¡uico, reparto de las cargas psíquicas necesarias para el
mantenimiento y la continuidad del conjunto, en la medida
en que para cada sujeto es importante estar asociado en él.
En este sentido, cada uno se instala en predisposiciones de
emplazamiento, tales como las redes identificatorias, los
escenarios fantasmáticos, los sistemas de relación de objeto
o también los enunciados fundamentales del grupo: cada
uno se instala en este conjunto y se encuentra -€n cierta
manera-asignado a él por el conjunto. El efecto de dominio
que puede ejercer el conjunto en esta predisposición de lu-
gares y cargas sobre cada uno de los miembros del grupo de-
be ser nuevamente destacado, al igual que la potencia de
confirmación que los emplazamientos fóricos determinados
por la organización del grupo aportan a las determinaciones
internas que empujan a los sujetos hacia esas funciones. Lo
que equivale, una vez más, a destacar la apuesta de las
alianzas inconscientes de las que los sujetos fóricos son a
menudo representantes.
El análisis de las cuatro primeras sesiones del grupo con
Solange puso en evidencia cómo, en el encadenamiento de
las secuencias asociativas, aparecen, en un momento dado
del proceso, emplazamientos y funciones de porta-palabra
(Solange), de porta-síntoma (Marc, Anne-Marie) y de porta-
sueño (Michele). El grupo con Dimitri propone otro caso tí-
pico, donde el grupo, o una parte del grupo, ejerce esta fun-
ción de porta-palabra y de porta-síntoma (principalmente
las alucinaciones).

Los emplazamientos de Solange, porta-palabra,


en los puntos de anudamiento de tres espacios
Solange se sitúa en los puntos nodales de la fantasía, del
discurso asociativo y de la estructura intersubjetiva: en los
puntos donde se anudan los emplazamientos subjetivos de

239
varios miembros del grupo, que ella representa y cuya pala-
bra porta.
Recordemos este movimiento: para Anne-Marie, en su
propia cadena asociativa, Solange es una representación o
un pensamiento intermediario (Zwischengedanken) perso-
nificado. «Solange» da acceso a los pensamientos incons-
cientes culpabilizados de Anne-Marie: «no debería estar
aquí, me equivoqué de grupo, amenazo a mi hija con un cán-
cer, una buena madre me tranquilizará acerca de mi deseo:
no es destructor». Es notable el silencio de Solange durante
las sesiones que seguirán: mensajera, escucha y entiende
que el mensaje de que era portadora le habla también de sí
misma, que ella misma es hablada en y por la cadena aso-
ciativa del grupo.
Lo he destacado de entrada, Solange es elegida en este
lugar y en esta función por razones sobredeterminadas:
unas dependen de su historia, sus identificaciones y su fan-
tasía; otra serie depende del proceso del grupo y, principal-
mente, de los movimientos de las transferencias. Así, los
rasgos propios de Solange son ofros tantos apoyos para la
transferencia de Sylvie y de Anne-Marie sobre ella; su
transferencia sobre Sophie está de alguna manera acredita-
da por la «equivocación» de Silvie, quien -la sucesión de las
sesiones nos lo mostrará cuando ella vuelva sobre esta equi-
vocación inicial- espera de su propia madre una palabra
reparadora y teme de ella palabras destructivas. Cuando
Sylvie la toma por Sophie, ella se siente amenazada de ser
puesta en el lugar de la madre para ella amenazante (la
amenaza del cáncer en la adolescencia).
La confesión de Marc (el golpe en la cabeza recibido del
padre monitor y la búsqueda de un «re-pere [re-padre/re-
ferente]» reparador en el monitor «Re-né [re-nacido]») va a
proveer un primer modelo de organización de la fantasía
compartida y de las transferencias. Como Marc por su pa-
dre, Solange está amenazada por su madre; como Marc y
Sylvie en busca de padres reparadores, Solange está dispo-
nible para figurar para Otra (Anne-Marie) una imago repa-
radora. Es elegida por Anne-Marie para recibir su grave
preocupación; es puesta por ella en lugar de madre (en
lugar de su deseo de ser Sophie) cuando ha sido, como la hija
de Anne-Marie, amenazada por su madre.

240
Se ve así perfilar, para Solange, una red de lugares con
los que ella se identifica y con los que es identificada por los
otros. Solange, identificándose con Sophie, transfiere sobre
ella la doble relación con una madre amenazante y repara-
dora. Cuando Sylvie la identifica con Sophie (se trata para
Sophie de una transferencia lateral de resistencia a la
transferencia sobre Sophie), Solange se siente amenazada,
y cuando es identificada por Anne-Marie con Sophie, se ve
inducida a ser reparadora, pero también amenazada como
la hija de Anne-Marie con la cual puede identificarse.
He destacado la fantasía organizadora en su estructura
genérica. Las identificaciones, los emplazamientos correla-
tivos de las posiciones subjetivas y las transferencias se han
ordenado en una fórmula para la que propuse el siguiente
enunciado: «un progenitor amenaza/repara a un hijo».
Solange está en el punto de vuelco y de condensación de
la organización fantasmática; se representa aquí en un em-
plazamiento inverso al deAnne-Marie (madre amenazante)
y homólogo al de Marc (hijo amenazado). Está en el foco de
las acciones pasivas y activas, en el punto de cruce de la fan-
tasía de amenaza y de la fantasía de reparación. Se sitúa, y
es situada con su asentimiento, en el lugar mismo de su con-
flicto amenazar /reparar, de sus identificaciones ambivalen-
tes respecto de la imago materna. Su lugar en la fantasía
está en el lugar mismo de su síntoma y es por los rasgos co-
munes a varios en el síntoma como se van a efectuar las
identificaciones con Solange. Eljuego de las identificaciones
por el síntoma se distribuye en la estructura de la fanta-
sía: este modelo organiza la posición correlativa de Marc,
Sylvie, Boris, Anne-Marie y algunos otros. Solange porta en
ella la estructura más compleja de la fantasía genérica. Sin
duda no es la única en esta situación. Otros factores van a
sobredeterminar su posición. En la organización del discur-
so asociativo, en uno de los enunciados notables entre los
enunciados de la fantasía, Solange es porta-palabra de un
relato que remite a una representación de palabra en la
cual ella es parte implicada. Ciertamente, el enunciado del
relato que ella sostiene para otra está ordenado en el sintag-
ma; sin embargo, lo que ella se representa en sí misma, en
el recuerdo surgido en el momento de portar esta palabra,
reemplaza y desplaza ciertas entidades lingüísticas sobre el
eje asociativo: es ella la que está amenazada. Ciertamente,

241
Solange no puede decir todo al mismo tiempo, porque está
en el proceso secundario, pero a su frase manifiesta, que no
es la suya, se asocia en su preconsciente otra representación
de palabra que, esta vez, le es propia: esta representación
sólo accederá a la palabra hablada en una secuencia ulte-
rior. Lo que se enuncia de una manera ordenada sobre el eje
del sintagma es transformado en el preconsciente del porta-
palabra y de los miembros del grupo según las asociaciones
paradigmáticas que testimonian su relación singular con la
estructura de la fantasía.
En tanto porta-palabra de Anne-Marie y de más-de-
un(a)-otro(a), Solange ocupa un lugar particular en los mo-
vimientos de transferencia y de identificación que amal-
gaman el conjunto intersubjetivo grupal. Ella se sitúa en el
nudo de las conexiones de transferencias que mantienen
desconocido lo que ella representa. He destacado suficien~­
mente la parte que en esto toma ella misma: su posición in-
trapsíquica está determinada en lo inconsciente por los em-
plazamientos de convocación que implica la estructura de la
fantasía genérica, y en el preconsciente por las series aso-
ciativas sobre la palabra, el acontecimiento traumático,
el nombre/ apellido. Solange no es, pues, ubicada en esta
posición de una manera aleatoria y pasiva: se sitúa en ella
como sujeto del inconsciente y como sujeto del grupo: los
miembros del grupo se identifican con ella y entre sí sobre la
base del objeto que ella les propone. Como Marc anterior-
mente, cumple una función de caudillo que atañe al grupo
como conjunto y a cada sujeto en particular.
La estructura de las relaciones intersubjetivas en el gru-
po no está organizada solamente por la propiedad grupal de
la fantasía, ordenadora de posiciones subjetivas correlati-
vas; implica determinaciones propias: el régimen de las
identificaciones y de los efectos de transferencia, el desarro-
llo de un proceso de representación de palabra hablada y de
lenguaje en el encadenamiento de las asociaciones, la elec-
ción de representantes, delegados, procesos intermediarios
o personas-condensación. La elección de Solange está en
este cruce de determinación.

242
Transferencias, conexiones de, transferencias y
palabra hablada
El examen de los emplazamientos transferenciales en el
grupo esclarece la función fórica de porta-palabra cumplida
por Solange; ya he destacado algunos de sus aspectos. So-
lange recibe cargas de investidura, de representación y de
delegación por parte de Anne-Marie y de algunos otros. Ella
utilizará esas cargas en su propia economía, pero sólo podrá
ponerlas al servicio de la economía intersubjetiva en la me-
dida en que sus transferencias sobre el grupo, sobre la pala-
bra y sobre Sophie ya hayan sido suficientemente estableci-
das y reconocidas preconscientemente por ella misma y por
algunos otros (principalmente Sylvie). Esta transferencia-
transmisión (die Übertragung) sobre Solange es la cristali-
zación, en el proceso asociativo/transferencial, de varias lí-
neas transferenciales o, más bien, de una configuración
transferencia} «regida» por la estructura de la fantasía. Es-
te organizador genérico garantiza precisamente la plurali-
dad de las transferencias y sus conexiones: tanto en el espa-
cio subjetivo intrapsíquico (es decir, las relaciones entre los
objetos infantiles transferidos simultánea o sucesivamen-
te sobre los psicoanalistas, sobre el grupo y sobre ciertos
miembros del grupo), como en el espacio intersubjetivo (es
decir, las correlaciones de transferencias). Esa transfe-
rencia sobre los psicoanalistas está regida por la estructura
y el contenido de la fantasía organizadora: Sophie y yo so-
mos ubicados en posición de omnipotencia amenazante, sal-
vadora, más tarde seductora. Se nos supone saber y privar-
los de ese saber, excluirlos de él; sin duda se nos supone go-
zar de nosotros mismos y de su exclusión y gozar en la vio-
lencia sexual, según el modelo de su propio encuentro con
los objetos que los originan, los traen al mundo y los prome-
ten a la muerte.
Solange, porta-palabra, será la persona-condensación y
la persona-desplazamiento de una parte de esas transferen-
cias. El trabajo del análisis será elaborar -principalmente
mediante el análisis intertransferencial entre Sophie y
yo--, comprender e interpretar las transferencias sobre So-
lange, a la vez como vía de facilitación para la representa-
ción de la fantasía organizadora y como resistencia con rela-
ción a la transferencia sobre Sophie y sobre mí. Ulterior-

243
mente, Sylvie volverá sobre la «equivocación» transferen-
cial que puso a Solange en el lugar de Sophie; podrá decir lo
que ella espera y teme de Sophie, de lo que Sophie repre-
senta para ella. Solange había sido su metonimia; deviene
su metáfora.
La función de porta-palabra aparece en esta secuencia
como el resultado de los desplazamientos sucesivos, en la
cadena asociativa grupal, de las investiduras conflictivas
sobre una serie de sustitutos de los que Solange es la figura
de compromiso, hasta el momento en que, deviniendo Yo, ca-
paz de pensar su función, abre en cada uno el acceso a la re-
presentación de las palabras reprimidas.

El grupo como porta-palabra


El grupo con Dimitri pone en evidencia la función de por-
ta-palabra cumplida por el grupo en su conjunto, o por una
parte del grupo. De lo que el grupo es portador, es de una pa-
labra de la que no dispone uno de sus miembros, de una
palabra que importa a los otros y cuyos términos ellos des-
pliegan: el sentido es asunto de cada uno, pero la palabra
hablada faltante adquiere sentido en la composición inter-
subjetiva grupal.
Recordemos la secuencia del grupo «de espaldas», con
Dimitri: tras el silencio que sigue a la evocación de la extra-
ñeza del dispositivo, Dimitri asocia sobre una escena de
ruptura entre él y una mujer: para él, la ruptura sólo puede
ser significada a distancia o volviéndole la espalda, nunca
en un frente a frente. Luego se calla. A partir de esta evoca-
ción y del silencio de Dimitri, los otros miembros del grupo
hablan en un modo asociativo. Cada uno habla a la vez de lo
que le viene a la mente y, luego, cada uno podrá reconocer
allí su fantasía, su deseo, su miedo. Pero, además, cada uno
habla alternativamente, por proximidad y distancia, en el
silencio de Dimitri, a partir del grupo interno de Dimitri: los
miembros del grupo hablan ellos mismos y «hablan» a Dimi-
tri, a quien le faltan los significantes de las fantasías origi-
narias que sostienen la evocación de la escena de ruptura,
pero sobre todo de las fantasías homosexuales en su vínculo
con su padre, la ruptura deseada y temida con él: él lo intui-
rá cuando una mujer diga que me ha alucinado ante ella, de

244
espaldas; luego, cuando esta mujer diga haber escuchado
un lapsus: interruptor por interlocutor.
Las asociaciones que tendrán lugar en el grupo recorre-
rán entonces las representaciones y emociones de la sepa-
ración primaria, a partir de las dos líneas asociativas reuni-
das en el punto de anudamiento que constituye el lapsus.
Dos series asociativas se ligan en el grupo, se entrecruzan
en él; están sostenidas por el mismo complejo: constituir al
otro (su rostro, su continuidad, su presencia, su escucha, el
deseo del otro, constituirlo como interlocutor); separarse
de él (la espalda, el silencio, la hostilidad, la ausencia, la
soledad, la interrupción).
El trabajo del grupo será sostener este descubrimiento
de que el Otro se constituye en la separación, y correlativa-
mente el Yo. Este trabajo psíquico está sostenido por la
transferencia y por la represión de Dimitri, el extranjero
extraño a sí mismo. He propuesto analizar este proceso des-
de dos puntos de vista. Primero. Dimitri profiere una pala-
bra que le concierne y que al mismo tiempo adquiere signifi-
cación en el grupo. Profiere una palabra marcada por su re-
presión,, lo que pró~~su silencio y convoca la asociªción_
verbal de los otros miembros del grupo: el grupo deviene
entonces el porta-palabra de un dlscurso a través del cual
va a operarse un levantamiento de la_I~l!!'~ªi!J!len cªº-ª_p.no
de los miembros del grupo, in<:;Juido Dimitri. _ ---
El desarrollo del proceso asociativo se organiza a partir
de este silencio de invocación, y de la escucha de los partici-
pantes, especialmente de Dimitri y del psicoanalista. La
cadena asociativa grupal, las cadenas asociativas de cada
miembro del grupo, son los soportes y los vehículos de lapa-
labra que falta ser dicha por Dimitri, bajo el efecto de la re-
presión que se ejerce sobre sus representaciones y sobre el
curso de sus ideas. La capacidad asociativa del grupo, su to-
lerancia psíquicamente activa a las cargas que se desplazan
sobre él, a los objetos que se transfieren sobre él, hacen posi-
ble el ejercicio de su función alfa y el trabajo de transfor-
mación de las emociones en representaciones verbales.
Por eso analizo esta secuencia centrándola sobre el le-
vantamiento de la represión operado por el trabajo de la ca-
dena asociativa grupal. El efecto de este levantamiento de
la represión en algunos miembros del gffil)Q_es elTap~~ :;,fu~ -
terruptor-interlocutor», cualquiera sea su locutor (lo que

245
evidentemente no es superfluo para quien lo escucha o cree
haberlo escuchado). El lapsus es el punto de anudamiento
del discurso asociativo: su estructura es la del síntoma, al
igual que el silencio de Dimitri. En el grupo, el lapsus es es-
cuchado (¿alucinado?) por Colette, a continuación de la alu-
cinación de Denise, que a su vez alucina después de Colette.
El lapsus hace síntoma para el grupo en una sucesión de
identificaciones intersubjetivas por el síntoma de la aluci-
nación. A través de esta serie de síntomas que llegan a la
palabra, una palabra transportada y transformada por el
discurso del grupo, Dimitri es hablado. Es hablado porque
existe escucha y palabra que cada uno sostiene por su pro-
pia cuenta, y porque el trabajo grupal del desplazamiento
opera las condiciones psíquicas que permiten la sustitución
de una representación tachada por la censura en una pala-
bra hablada que la compromete y finalmente la reconoce.

El porta-palabra en los grupos


A través de esta concepción del porta-palabra se precisa
una nueva función: la de contribuir a la formación del apa-
rato para pensar los pensamientos.
Resumamos lo que hemos establecido. Las funciones de
porta-palabra en los grupos son cumplidas por uno o varios
miembros del grupo; son reconocibles en la cadena asociati-
va que despliega, en el discurso del grupo, los significantes y
afectos no disponibles para los sujetos. La cadena asociativa
se organiza en el doble movimiento de insistencia para pro-
ducir el levantamiento de la represión y de mantenimiento
de la censura. Este doble movimiento está inserto en el cam-
po dinámico de las transferencias.
El porta-palabra sólo obtiene su función de un grupo. To-
ma o recibe la carga de hablar en nombre de varios, en el lu-
gar de un Otro o de un conjunto de otros. Es su delegado y
proporciona su representación. La idea de un mandato del
grupo, o de una parte del grupo, define en su contenido y su
ejercicio la palabra que él transporta. El asume el alcance
fportée] de la palabra: su audiencia, y primeramente, en
parte, su gestación.
Al hacerlo, cumple su propio fin y se constituye como es-
labón, servidor y beneficiario de un conjunto hablante al

246
que él mismo está sujeto. Es sujeto y persona, en el sentido
de persona: máscara a través de la cual hablamos.
En los grupos, nos encontramos con dos funciones
principales del porta-palabra que Piera Aulagnier reconoce
a la madre en la estructuración de la psique del infans, y
destacaré previamente que esta función sólo se sostiene si
es ella misma portada por un grupo:

l. La función propiamente fórica, de reparto y conten-


ción de las experiencias emocionales de los miembros del
grupo; una voz y un discurso de acompañamiento, de co-
mentario, de arrullo, de puesta en sentido, cumplen esta
función, no para infantes, sino para sujetos hablantes a los
que la palabra hablada puede faltar o para los cuales puede
hallarse en crisis. Esta función establece ligazones entre la
experiencia y su designación, una asociación entre las pala-
bras [nwts], una transformación de la experiencia y del uso
de la palabra hablada. En los grupos, el «no» es reencontra-
do como organizador semántico de la diferenciación de las
voces y de los discursos asociados. Esta función fórica es
cumplida en los grupos por algunos de sus miembros, y el
psicoanalista en situación de grupo participa de ella en la
transferencia.
2. La función metafórica, de delegación y representación
de un orden externo al grupo, de la que el discurso en el
grupo enuncia las leyes, principios y prohibiciones. Esta
función metafórica introduce la referencia a un orden terce-
ro en la unidad dual que se forma en el grupo entre el grupo
y sus miembros.

En la situación psicoanalítica de grupo, esta función es


específicamente la que cumple el psicoanalista cuando
enuncia la regla fundamental como regla de la que no es
amo, de la que es porta-palabra, a la que él está sujeto. El es
portador de una palabra que ha recibido, que lo constituye
en su función de analista y que lo inscribe en un orden sim-
bólico. Lo que él transporta es una palabra hablada de le-
vantamiento de la represión, con la condición de mantener
una prohibición sobre el cumplimiento del deseo edípico. En
este registro, la interpretación es una palabra sujeta al
principio de realidad, no al principio de placer, lo cual hace
posible la experiencia del placer. El enunciado y la enuncia-

247
ción de la regla fundamental hacen posible la interpreta-
ción, si una y otra están sujetas a la constitución de un «es-
pacio donde el Yo pueda advenir» como subjetividad separa-
da, distinta y portadora de sus propias palabras.

Algunas condiciones de surgimiento de la función


porta-palabra
l. Una palabra no puede ser dicha directamente; impli-
caría demasiado a quien la profiriera, asumiéndola como
Yo. O una palabra, cuyo sentido interesa a más de uno, falta
a quien tendría que sostenerla.
2. Las representaciones y los afectos que no pueden ser
puestos en vocablos dichos, son inconscientemente descu-
biertos, por identificación y en la transferencia, por otros
miembros del grupo. Este descubrimiento constituye la
asunción de una investidura conflictiva sobre la palabra fal-
tan te e insistente.
3. Sin embargo, esas representaciones y esos afectos, que
la dinámica de la transferencia permite contener y soportar,
son retomados y transformados en una ficción individual o
en una ensoñación colectiva. Son transportados y son objeto
de desplazamientos sustitutivos, por ejemplo en la repre-
sentación alucinatoria fuera del espacio psíquico. Sólo son
aceptados nuevamente en el adentro si algunas palabras de
acompañamiento y de asociación de sentido dejan abierto el
juego de sustituciones. De este albergue intrapsíquico y ex-
tratópico, de las transformaciones aportadas y de las rup-
turas tolerables procede la red asociativa que sostiene la ac-
ción represora y el levantamiento de la represión sobre el
punto de anudamiento sintomático compartido.
4. El proceso supone a su vez la investidura de la palabra
y de la escucha como constitutiva de la subjetividad y del Yo.
El porta-palabra es aquel que ha permitido a los miembros
del grupo pensar algo respecto de una emoción o de una re-
presentación a las que faltan la ligazón con palabras. Un
miembro del grupo o el grupo en cuanto conjunto pueden
devenir porta-palabra, en la medida en que muestren una
capacidad de pensar y de hablar en grupo, es decir, de ope-
rar transformaciones en vínculos.

248
5. El porta-palabra, al abrir la comunicación entre in-
consciente y preconsciente-consciente, facilita la vía a las
representaciones de palabra no disponibles. Los procesos
que recorren la cadena asociativa las vuelven apropiables
para aquellos a quienes les habían faltado. Las representa-
ciones son aliviadas de la represión en una experiencia de
placer asociada a la transformación significante.
6. El porta-palabra funciona como la madre que logra
contener y transformar, «desintoxicándolas», las experien-
cias de displacer peligrosas para el infans; el grupo, o un
miembro del grupo, cumple esta función de interpretación o
de comentario hablado, tal como en la tragedia el coro,
según un modo poético secundario, mediante la voz del cori-
feo que se hace su porta-palabra, presta al héroe su aparato
para pensar los pensamientos. Esta idea, tomada de Bion,
destaca el doble emplazamiento del porta-palabra: habla
para alguien a alguien. Esta idea sugiere que la palabra ha-
blada sólo puede ser tomada en préstamo, y que el pensa-
miento sólo puede desarrollarse a partir de este préstamo si
el aparato de prótesis del porta-palabra está, en el momento
oportuno, disponible para hablar la palabra y para pensar
los pensamientos.
7. El porta-palabra habla a partir de un triple enlace de
palabra hablada: la faltante del Otro, sus propias represen-
taciones de palabra y la investidura libidinal de aquella pa-
ra decir los enunciados comunes.
8. El porta-palabra está en el lugar de articulación del
aparato psíquico individual y del aparato psíquico grupal.
Se sitúa en el lugar de su anudamiento con el aparato del
lenguaje.

Represión y retorno de lo reprimido: bosquejos


para un abordaje generalizado de la función de
porta-palabra

Para que se cree un porta-palabra, es preciso que haya


palabra hablada a transportar de un lugar psíquico a otro
lugar psíquico: podríamos describir el trayecto yendo de las
representaciones de cosas inconscientes a las representa-
ciones de palabras preconscientes hacia las representa-

249
ciones de palabras habladas conscientes. El porta-palabra
supone represión y un retorno de lo reprimido: facilita un
camino entre estos tres lugares psíquicos. En este grupo,
cada sujeto es porta-palabra de una palabra hablada que le
es propia cuando él asocia: cada uno es portador de una pa-
labra hablada que transita, transformándose, del incons-
ciente hacia el preconsciente y hacia el consciente. Pero, al
hacerlo, cumple una función de porta-palabra para otro
o más-de-un-otro, sin ser llamado porta-palabra como lo
ha sido Solange por o para Anne-Marie. El efecto de esta
palabra hablada es, o bien de facilitación del retorno de lo
reprimido ~s el caso para Solange misma, será también el
caso para Sylvie-, o bien de desencadenador de represión
(primera censura Pee-Ice) o de reticencia (segunda censura
Pee-Ce): fue el caso para Solange, Boris y otros después de
«la confesión» de Marc en la última sesión.
Formulo nuevamente aquí la idea de que, en la estructu-
ra intersubjetiva de grupo, cada uno o varios están en condi-
ciones de participar en una función conjunta de represión, o
en la función co-represora, estando admitido que la repre-
sión misma «es en grado extremo individual» (S. Freud,
1915). Formulo también, pues, la idea de que, en el tiempo y
las condiciones intersubjetivas de la situación de grupo, se
produce un trabajo de represión. Podemos suponer que este
trabajo de represión contiene no sólo características ligadas
a las condiciones de la represión, sino también contenidos
reprimidos que corresponden al vínculo intersubjetivo:
podemos presentar sus efectos en la alianza Marc-Boris.
El retorno de lo reprimido en los grupos constituye una
amenaza o un displacer para el yo consciente de los partici-
pantes. Podríamos entender la fantasía de amenaza como la
puesta en escena de esta angustia. Por ejemplo, en Marc,
cuando algunos contenidos del inconsciente retornan por el
desvío de la palabra de otro, él experimenta estar «fuera de
sí». Solange retomará esta fórmula de representación tras
«la confesión» de Marc. Frente a esta amenaza, son posibles
diversas salidas: la formación de un síntoma, la identifi-
cación por el síntoma, la represión actual (secundaria), la
renegación, la negación. Esta salida indica que la instancia
del Pee «alberga» y transforma en representación de pa-
labra hablada la amenaza del retorno de lo reprimido, a for-
tiori la amenaza de un retorno que se haría desde el afuera,

250
efractivamente. Aguí la fantasía es también una represen-
tación del aparato psíquico individual y grupal.
--,

Sobre la interpretación y la posición del


porta-palabra

Todas estas proposiciones tienen incidencia sobre la


concepción teórico-clínica de la interpretación en los grupos.
La cuestión merecerá un desarrollo más preciso, que llegará
a su tiempo. Me limitaré a observar que la interpretación
sólo puede disociar la doble intrincación de las formaciones
y procesos intrapsíquicos con los del espacio psíquico inter-
subjetivo, por razones tácticas: para desagruparlos, dis-
tinguirlos, restituirlos a su propio orden y articularlos, y no
por razones estratégicas: para interpretar sólo «en términos
de grupo» o de nivel del grupo, con exclusión de toda inter-
pretación en términos de persona singular, o sólo en tér-
minos de sujeto singular, con exclusión de toda considera-
ción del nivel del grupo. Estos objetivos de la interpretación
no me parecen dar cuenta de las articulaciones entre el
sujeto del inconsciente, el sujeto del grupo y la realidad
psíquica propia del conjunto grupal. El análisis de la fun-
ción generalizada del porta-palabra (y de las funciones fóri-
cas), con la condición de mantener a los sujetos su subjetivi-
dad, orienta hacia una concepción de la interpretación que
privilegia el trabajo psíquico producido en los lugares de
anudamiento de las transferencias y de las series asociati-
vas. El ejemplo del grupo con Solange muestra cómo So-
lange se ubica en esta articulación de su conflicto incons-
ciente y su posición de sujeto del grupo en el grupo; se ubica
en los puntos de anudamiento de la dinámica y de la econo-
mía del inconsciente en el grupo. Una interpretación que se
dirija a este emplazamiento y a sus funciones podrá, llegado
el momento, esbozar una hipótesis sobre sus múltiples de-
terminantes en espacios y lógicas distintos. Producirá efec-
tos de sentido sobre todos los que, mantenidos por sus iden-
tificaciones y transferencias en este emplazamiento, se
mantienen allí, además, porque sus apuestas personales en
el grupo coinciden con las del conjunto sobre ellos.

251
7. El grupo como aparato de
transformación: el trabajo intersubjetivo
del preconsciente

En este capítulo se introducen tres ideas: la primera re-


toma la noción, que ya he expuesto, según la cual el gru-
po impone específicamente a la psique de cada sujeto una
exigencia de trabajo psíquico particular. Estas exigencias
pueden contrastarse con las que impone la ligazón de la psi-
que con lo corporal, y que Freud describe como el trabajo de
la pulsión. He descripto el trabajo psíquico impuesto por el
grupo a partir de las prohibiciones capitales y de las obliga-
ciones que impone para establecer y mantener su propio or-
den: tienen como efecto ciertas condiciones y ciertos conte-
nidos de la represión o de la renegación, ciertas investidu-
ras narcisistas y objetales, la puesta en marcha de ciertos
mecanismos metadefensivos, exigencias de representación
y de pensamiento y de no-pensamiento. He destacado, por
otra parte, qué exigencias de sujeción podían ser descrip-
tas como las del sujeto, al constituirse así en tanto sujeto
del grupo. 1 Mi propósito es examinar estas exigencias de
trabajo bajo el aspecto en que corresponden a las trans-
formaciones que el proceso grupal induce en el trabajo de
las asociaciones y representaciones.
La segunda idea es que el grupo es un aparato de trans-
formación de los contenidos y procesos asociativos. Lo es en
su tópica pluripsíquica, debido a la heterogeneidad de los
lugares psíquicos que contiene y en razón de la polifonía que
en él se constituye; lo es en su economía y en su dinámica.
Esta idea es una consecuencia del modelo del aparato psí-
quico grupal, que implica la noción de un trabajo psíquico de
la intersubjetividad en el proceso asociativo. Para desarro-
llar esta idea, confrontaré mis proposiciones con la noción
bioniana de transformación.

1 Sobre el desarrollo de esas proposiciones, cf. Le groupe et le sujet du

groupe, págs. 284-96. [El grupo y el sujeto del grupo, págs. 340-54].

253
La tercera idea corresponde a la actividad y los procesos
intersubjetivos del preconsciente como condición de la ela-
boración de las asociaciones y, en primer término, de su for-
mación. Veremos en el capítulo siguiente que la inteligibili-
dad de los procesos de pensamiento en los grupos supone tal
hipótesis.

El trabajo intersubjetivo de las asociaciones

La noción de trabajo de asociación es indisociable de la


de trabajo psíquico, que designa las ligazones entre los ele-
mentos psíquicos y las transformaciones que se efectúan en
(por medio de) el aparato psíquico. El trabajo asociativo,
noción elaborada por Coumut (1975), está en principio acti-
vo en todo discurso, pero su característica en la situación
psicoanalítica es doble: asociar en una misma secuencia dis-
cursiva recuerdos de infancia, fantasías, el relato de una
existencia, una exposición de síntomas, expresiones emoti-
vas diversas, etc., y luego, lograr con este «material» la pro-
ducción de un discurso que tiene una forma y un sentido
-una sola forma y un solo sentido- tan claros como sea po-
sible y que se deberán tomar tal como son, sin ambigüedad.
Su segunda característica es efectuar las transformaciones
de las ligazones asociativas: de ese modo el trabajo asocia-
tivo se distingue de otras dos actividades de las que es un
componente esencial: la elaboración asociativa, resultado
del trabajo asociativo, y la perlaboración, que define la inte-
gración asociativa durante el análisis.
El estudio de T. Todorov (1970) nos ilustra sobre varios
aspectos del trabajo de asociación. La idea principal es que
cada enunciación debe tratarse como el resultado de una se-
rie de transformaciones de una primera enunciación: cada
enunciación se comprende en su historia transformacional.
El trabajo de asociación será, pues, descripto como un ciclo
de transformación de las enunciaciones captadas en la di-
námica de las transferencias, que constituyen así los sopor-
tes de los acontecimientos discursivos de la asociación.

254
El proceso asociativo y el trabajo psíquico de la
intersubjetividad

He descripto el proceso asociativo en una situación inter-


subjetiva de grupo como un trabajo psíquico de la intersub-
jetividad. Recuerdo esa noción: el trabajo de la intersubjeti-
vidad es el trabajo psíquico del Otro o de-más-de-un-otro en
la psique del sujeto del inconsciente. El corolario de esta
proposición es que la constitución intersubjetiva del sujeto
(lo que define el concepto de sujeto del grupo) impone a la
psique ciertas exigencias de trabajo psíquico: imprime a la
formación, a los sistemas, instancias y procesos del aparato
psíquico, y en consecuencia al inconsciente, contenidos y
modos de funcionamiento específicos. 2
La noción de trabajo psíquico por y en la intersubjeti-
vidad es inteligible en el modelo del acoplamiento entre las
organizaciones intrapsíquicas: los anudamientos que las
mantienen juntas son los lugares de pasaje, transformación
o estasis de una subjetividad a otra, mientras que el acopla-
miento y los puntos de anudamiento establecen el continuo
intersubjetivo.
El análisis del proceso asociativo en todos los grupos que
he presentado permitió probar la pertinencia y la especifici-
dad de la noción de trabajo psíquico intersubjetivo de las
asociaciones: hemos podido ponerla a prueba tanto con res-
pecto a Solange, Marc y Anne-Marie, como con referencia a
Dimitri. En todos los casos, nos hemos encontrado con un
trabajo asociativo, con elaboraciones asociativas y perlabo-
raciones individuales sostenidas por el trabajo asociativo
del conjunto de los miembros del grupo. Las representacio-
nes reprimidas por cada uno de esos sujetos son aliviadas de
la carga económica a ellas adscripta, retornan hacia la con-
ciencia por medio de las representaciones propuestas por
otros miembros del grupo con los cuales se han anudado la-
zos de identificación y de insight. Estas representaciones fa-
cilitan su vía en el preconsciente, y en la mayoría de los ca-
sos hemos podido notar que la organización del sentido es-
taba acompañada de una experiencia de placer. Este placer
es el afecto que signa la nueva conjunción de la economía y

2 Cf. Le groupe et le sujet du groupe, págs. 293 y sig. [El grupo y el sujeto

del grupo, págs. 351 y sig.]

255
del sentido hasta entonces relegado. En el caso de Solange,
el placer caracteriza a la experiencia de alivio del enigma y
de la gratitud hacia el trabajo de metabolización significan-
te efectuado por los miembros del grupo.
Los resultados de estos análisis clínicos confirman la no-
ción de trabajo psíquico de la intersubjetividad. Ilustran
además ciertas condiciones en las que el sujeto del incons-
ciente se constituye. Admitimos que cada sujeto en su sin-
gularidad incorpora o introyecta, contiene o transforma for-
maciones y procesos psíquicos, es decir, objetos, representa-
ciones, emociones y pensamientos que pertenecen a uno o a
varios otros sujetos y, más precisamente aún, a sus relacio-
nes. Supondremos que la estrategia de vínculo de cada suje-
to es ser representado o hacerse representar en las relacio-
nes de objeto, en las imagos, identificaciones y fantasías in-
conscientes de otro y de un conjunto de otros.

El grupo como aparato de transformación


Mi propósito es integrar al análisis de los procesos aso-
ciativos en los grupos -y, en el marco de la situación gru-
pal, al análisis de los procesos asociativos del sujeto singu-
lar en grupo- algunas de las proposiciones elaboradas por
Bion a partir de sus trabajos sobre el pensamiento (1962) y
de su teoría de la transformación (1965, 1967). No sabemos
gran cosa sobre el modo como el propio Bion pudo aplicar al
grupo sus teorías de la transformación. En todo caso, es un
concepto pendiente de desarrollo y esta investigación da
ocasión para introducirlo.

La teoría bioniana de la transformación


Una transformación es un cambio de forma. Bion intro-
duce este concepto, ya utilizado en otras disciplinas, para
abordar algunos problemas del psicoanálisis: por ejemplo,
el de la teoría psicoanaütica y de la transformación que cada
una de las teorías particulares efectúa con relación a la ex-
periencia. Bion pretende también tratar sobre ciertos pro-
blemas en el psicoanálisis, por ejemplo para hablar del

256
sueño: el contenido manifiesto del sueño es considerado
como el resultado de un proceso de transformación de las
ideas latentes en imágenes visuales; o para hablar de las
asociaciones producidas por el paciente: las asociaciones
resultan de la transformación de pensamientos y emociones
en palabras habladas. La interpretación, del mismo modo,
es concebida como una transformación verbal de los pensa-
mientos del analista, y esos pensamientos son ellos mis-
mos la transformación de una experiencia emocional en el
contacto con el paciente.
Bion indica que es posible distinguir o suponer en toda
transformación (designada con la letra T) un hecho o un es-
tado inicial (que él designa con la letra 0), un proceso de
transformación (Ta), obtenido por ciertas técnicas o bajo
ciertas condiciones, y un producto final (T (3) resultante del
proceso. Además es importante determinar el medio donde
se efectúan las transformaciones. El concepto de invarian-
cia designa lo que, de O, permanece inalterado en el proceso
de transformación (Ta). La invariancia permite reconocer
en el producto final (T(3) lo original (0) transformado.
Las técnicas o los métodos por los cuales se opera la
transformación de O y T (3 son designados con el término de
«grupo de transformaciones». Se notará el carácter general
del concepto de grupo de transformaciones: las teorías psi-
coanalíticas pueden ser conceptualizadas como grupos de
transformaciones puesto que, en parte, fundan la interpre-
tación del material. Aparentemente, este concepto no tiene
mucho que ver directamente con la teoría psicoanalítica de
los grupos. Sin embargo, podemos preguntarnos si el gru-
po llamado de terapia o formación es, y en qué medida, un
«grupo de transformaciones».
Bion distingue tres modelos principales de transforma-
ciones: las transformaciones «de movimiento rígido» que só-
lo implican una débil deformación y en las cuales los inva-
riantes son fácilmente distinguibles, como por ejemplo en la
transferencia; las transformaciones «proyectivas» (en el
sentido geométrico del término), que corresponden al fun-
cionamiento de la parte más primitiva de la psique y que
producen deformaciones intensas del tiempo y del espacio;
finalmente, las transformaciones en la alucinosis, que se ca-
racterizan por la extrema dificultad de acceder a O y a T (3.

257
Estos tres modelos de transformaciones corresponden a
un saber sobre O, es decir, sobre la realidad psíquica: tal
realidad se manifiesta a través de las múltiples transforma-
ciones que el sujeto realiza. Se trata de transformaciones de
O. A estas, Bion opone las transformaciones en O. Con este
término designa las transformaciones que llegan a «ser en
sí mismas su propia verdad», es decir, a devenir O. Este tipo
de transformación suscita resistencias intensas, porque
«hay amenazas de contacto con lo que se cree real (. .. ) La
resistencia opera porque se teme que la realidad del objeto
sea inminente».

Transformación y cambio catastrófico


Me vi llevado a interesarme en el pensamiento de Bion
sobre la transformación en varias ocasiones. La primera es
contemporánea de mis investigaciones sobre las posiciones
ideológicas y utópicas en los grupos y sobre las mentalida-
des que derivan de ellas. En ese caso, nos encontramos con
transformaciones particulares, tales que todo cambio es o
sea imposible: sólo puede tratarse de transformaciones de O
destinadas a impedir toda transformación en O. Podríamos
decir que esas transformaciones anti-transformacionales
son poderosos mecanismos de defensa contra los cambios
catastróficos. Estos se producen, dice Bion, cuando aparece
una idea nueva que, por naturaleza, violenta el campo en el
que opera. Acarrea un cambio en la estructura, lo que cons-
tituye una amenaza, una desorganización, un sufrimiento
para los sujetos comprometidos en ella. Todo cambio en O
posee este carácter de ruptura y de cambio catastrófico.
El concepto de cambio catastrófico tiene un sentido muy
preciso en la teoría de Bion, en relación con su concepción de
la psicosis. Podríamos ser sensibles también a ese concepto
a partir de las teorías de las catástrofes de R. Thom. Uno y
otro designan, en efecto, como catástrofe una mutación deci-
siva en la estructura y la organización de un sistema. La ca-
tástrofe es inherente a todo cambio que pone en tela de jui-
cio la integridad y la continuidad de un sistema. El concepto
no es, pues, «peyorativo», pero podemos admitir que suscita
representaciones de destrucción, de negatividad. Ocurre
que tal cambio se acompaña de estados de angustia, de fan-

258
tasías de aniquilación, de sufrimiento y de amenazas res-
pecto de sí mismo y respecto de los conjuntos de los que cada
sujeto singular es parte constituyente y parte interesada,
conjuntos de vínculos intersubjetivos y de representaciones
ordenadas que garantizan la continuidad y la estabilidad
narcisista de los sistemas. La ideología es, desde este punto
de vista, un mecanismo de defensa utilizado con este doble
fin y conviene subrayar su función «terapéutica» espontá-
nea, pero habría que evaluar el precio de este recurso a la
«curación». Esta defensa contra el cambio catastrófico no es
sin embargo inexpugnable, y termina por producirse una
catástrofe y un derrumbe que van a obligar a un cambio vi-
tal; conocemos ahora mejor los efectos del cambio ideológi-
co para sujetos singulares y para los grupos, la ruptura
al principio impensable que representa, la reaparición de
angustias muy profundas, paranoides principalmente, los
recursos delirantes o psicosomáticos que constituyen sus
salidas, contra los cuales la ideología los había protegido con
el apoyo de la gestión grupal de los mecanismos de defensa
contra el cambio catastrófico. Existen otros modos de ges-
tión grupal de las defensas contra el cambio catastrófico:
por ejemplo, lo que Bion llama establishment, cuyos meca-
nismos apuntan a actuar de modo que los pensamientos
nuevos en una institución sean controlados, dominados, li-
mitados y trivializados por la institución para ponerse al
servicio de lo que Bion llama la mentira, mientras, al mismo
tiempo, la institución transmite la idea nueva, deformándo-
la, transformándola.
Cuando, en los grupos, predominan las formaciones y los
procesos del núcleo psicótico de la personalidad, predomi-
nan las transformaciones proyectivas. Ese es el caso cuando
se forman la posición ideológica y la posición utópica: los
mecanismos y las fantasías de identificación proyectiva, de
clivaje, incluso las renegaciones y las desmentidas ligadas a
las defensas perversas, son abundantemente estimulados.
En un grupo fundado sobre la posición ideológica o sobre la
posición utópica, devenir O, para sus miembros, sería verse
confrontados con el sadismo, la fantasmática omnipotente y
los terrores persecutorios y esquizoides. La defensa contra
el cambio catastrófico es más violenta aún cuando la ame-
naza de ruptura se experimenta como intensamente violen-
ta y dolorosa. El grupo es aquí un aparato de no-transfor-

259
mación. Posee sin embargo la propiedad de proveer una de-
sintoxicación de sus miembros proyectando los elementos
tóxicos en dos lugares: por una parte, sobre un enemigo ex-
terno; por la otra, en un sistema incapaz de comprender la
experiencia, en el cual la capacidad de ensoñación es ataca-
da y destruida. Esta se vuelve un arma para atacar al ene-
migo externo, y este enemigo puede ser el pensamiento y el
conocimiento. En la conceptualización bioniana nos encon-
tramos aquí con un vínculo -C (menos Conocimiento). 3
Las investigaciones sobre la cadena asociativa grupal
me dieron nuevamente ocasión para reunirme con el pen-
samiento de Bion sobre las transformaciones y poner en
evidencia el papel del grupo bajo los diferentes aspectos que
asume el concepto de aparato de transformación. El grupo
en tanto forma, estructura y proceso es un objeto sometido
a un proceso de transformaciones: considerado bajo este
aspecto, encontramos las preguntas relativas al origen, a
los productos finales, a las técnicas de transformaciones y a
los invariantes del grupo. Evidentemente, un punto de vista
sobre la transformación de los miembros del grupo no puede
ser disociado del punto de vista que corresponde a la trans-
formación del grupo mismo. Vemos aquí que no se trata de
una simple relación continente-contenido, sino de una re-
lación tal que las transformaciones afectan a esta relación;
por ejemplo, cuando un elemento contiene y transforma al
conjunto del grupo: es el caso de las funciones asumidas por
el porta-palabra, el héroe o el coro en los grupos; es también
el caso del terapeuta o de la pareja terapéutica, y sería in-
teresante comparar y distinguir esas dos modalidades de
cumplimiento de lo que he llamado, inspirándome en Bion y
Winnicott, la función contenedor (R. Kaes, 1979).

Los dos niveles de la transformación en los grupos


Las diferentes situaciones clínicas que he presentado
reclaman una interrogación sobre esos diferentes aspectos
3 El vínculo C designa la relación entre un sujeto que busca conocer un
objeto y un objeto de conocimiento. El vínculo -Ces una relación tal que los
factores necesarios para C se encuentran invertidos. Cf. W. R. Bion, 1965,
Transformations (trad. fr. 1982, págs. 60 y sigs., 80 y sigs.), y 1967, Réfie-
xíon. faite (trad. fr. 1983, págs.105 y sigs.)

260
del grupo. La exposición de la primera situación clínica puso
en evidencia, por un lado, que el grupo funciona como apa-
rato de transformación de un acontecimiento traumático y,
por otro, el interés del pensamiento de Bion sobre las trans-
formaciones. Pero también nos hemos encontrado con la di-
ficultad de describir el proceso de transformación dando
cuenta del nivel del grupo y del nivel del sujeto singular:
¿cómo dar cuenta de una sesión o de una secuencia de gru-
po, de la que supondremos que es lugar y momento de ope-
raciones de transformación? ¿Cómo determinar O, es decir,
el estado inicial? El O no es idéntico para todos los miem-
bros del grupo. El O de un miembro del grupo tampoco es el
del analista. A fortiori, cuando dos psicoanalistas trabajan
juntos, ¿de qué O partir para tomar en consideración el pro-
ceso de transformación, y en qué nivel: el de los sujetos sin-
gulares o el del grupo como conjunto? En este último caso,
supondremos entonces Og. ¿Qué sentido tiene el concepto
de transformación en O cuando se trata de un conjunto de
sujetos? La teoría bioniana de la transformación no aporta
respuesta directa a estas preguntas; permite formularlas y
sostener la formulación de hipótesis y la búsqueda de solu-
ciones.
He propuesto esta hipótesis: algunos organizadores psí-
quicos del proceso de agrupamiento ordenan la instalación
de un aparato de ligazón, transmisión y transformación que
he llamado aparato psíquico grupal. Con este concepto, hay
que entender un aparato que reúne y trata la realidad psí-
quica en el agrupamiento.
Nos encontramos, pues, aquí con transformaciones de
transformaciones: esto es lo que sostienen la cadena asocia-
tiva y esos aparatos de transformar las transformaciones
como son el aparato psíquico del agrupamiento y el aparato
de significar I interpretar de los psicoanalistas. Aparece cla-
ramente, pienso, que tales concepciones exigen un dispositi-
vo de escucha particular por parte de los psicoanalistas.
Volvamos una vez más al grupo con Solange, Anne-Ma-
rie y Marc para mostrar cómo el proceso asociativo grupal
hace posible, no sólo para determinado participante conver-
tido en su síntoma o en su porta-palabra, sino para varios
miembros de este grupo, el desprendimiento de aconteci-
mientos traumáticos. Lo que en mi escucha va a ser consti-
tuido como Og (es decir, el estado inicial a partir del cual

261
hablan los miembros del grupo en tanto están agrupados) es
lo que Marc va a constituir como el O de su presencia en este
grupo: una interpretación que habría recibido de un psico-
analista un año antes, en otro grupo, un cuarto de hora an-
tes del final de la última sesión. Esta interpretación in
extremis habría tenido para él el valor de un acontecimiento
«mareante», de fuerte valor traumático, cuyo sentido se le
ha escapado y cuya reparación ha venido a buscar ante mi
colega y yo.
Sobre este enunciado van a articularse las asociaciones
de los diferentes miembros del grupo, que van así a sacar a
la luz emociones internas y a proveer un punto de apoyo a
fantasías de pérdida de los referentes, las identidades y los
vínculos de filiación. Se construye un trabajo de repre-
sentación a través de las transformaciones de cosas en pa-
labras, y luego en palabras habladas. Yo había observado
que esas emociones y fantasías hacían eco a una preocupa-
ción consciente mía antes del comienzo de este grupo, pre-
cisamente en relación con los procesos asociativos de los su-
jetos en situación de grupo, pero había olvidado cierta situa-
ción grupal que se mantuvo traumática para mí, y que pro-
bablemente había sostenido mi curiosidad por saber quién
habla a quién en un grupo, interés tras el que se ocultaban
otros que el proceso asociativo me dio ocasión de reconocer.
Recordamos que el proceso grupal y la elaboración aso-
ciativa van a develar la fantasmática inconsciente de la se-
ducción y sus correlatos traumáticos en varios miembros
del grupo. A través de la cadena asociativa grupal se va a
operar la transformación de lo que adquirió valor de aconte-
cimiento impensado para varios de ellos: para una mujer,
una amenaza de muerte proferida por su madre siendo que
ahora mismo la hija está amenazada de muerte por el
cáncer, y que se ejerce entre ellas un juego de seducción y de
amenaza; para un hombre, el deseo de ser seducido y el te-
mor de ser castrado por el padre.
Con este grupo, nos veremos movilizados esencialmente
en el registro de la neurosis, y los invariantes, detectables
en la transferencia y su difracción, serán fácilmente identi-
ficables. La comunidad de identificaciones y de fantasías
inconscientes garantizará la perlaboración intersubjetiva.
Nos encontramos aquí con una especificidad del proceso de
grupo.

262
En este proceso, el sueño de Michele cumplió un papel
decisivo en el proceso de transformación. 4 El relato del sue-
ño y las asociaciones consecutivas pudieron ser analizados
desde diferentes puntos de vista: como representaciones del
espacio psíquico interno compartido por los miembros del
grupo, y en ese caso podemos estar atentos a la posición de
porta-palabra que tienen el soñante o la soñante; por opo-
sición a los momentos ideológicos o a los actos; como puntos
de anudamiento entre significantes subjetivos singulares y
significantes grupales.
Las producciones oníricas y las producciones culturales
terciarias tales como los cuentos, las leyendas y los mitos
son representantes (o modelos) de transformación y se los
utiliza constantemente en el proceso de transformación. En
efecto, los objetos culturales tienen entre sus funciones la de
operar como representantes de transformaciones potencia-
les.5
Esta perspectiva me lleva a conceder una particular
atención a los porta-palabra y a los mediadores en el proce-
so psíquico grupal; porta-palabra, porta-sueño y porta-sín-
toma no sólo están en el cruce de la realidad psíquica de los
sujetos singulares y de la que se forma en el vínculo del
agrupamiento -y el análisis de la cadena asociativa grupal
nos señala su posición y su función de punto de anudamien-
to--, sino que son representantes de transformación.
De estas posiciones intermediarias resulta, en efecto, un
doble trabajo psíquico: la actividad del pensar y las transfor-
maciones que algunos miembros del grupo no pueden cum-
plir son realizadas por el porta-palabra, tal como la madre
llega a desintoxicar el espacio interno del bebé gracias a su
función de continente y de transformación, es decir, gracias
a su función contenedor. Por otro lado, el trabajo que un
miembro del grupo no puede cumplir, y lo más a menudo ese
mismo que provee inconscientemente a los otros miembros
del grupo la representación de un O común, este trabajo es

4 Nos encontramos aquí con formaciones de la línea C de la grilla bio-

niana. Esta línea comprende los pensamientos oníricos y Jos mitos y, en el


caso que nos interesa aquí, puede especificarse en las columnas 3, 4 o 5
(notación; atención-repetición; investigación de lo desconocido).
5 Tomo aquí el término representante de transformación de B. Gibello
(1977), que designa entonces, al lado de los representantes de cosas, los
representantes de estrategias a cumplir para alcanzar el objeto.

263
cumplido por la asociación y las asociaciones de los miem-
bros del grupo, tal como en la tragedia el coro, mediante la
voz del corifeo que se hace su porta-palabra, presta al héroe
su aparato para pensar los pensamientos.
Estos desarrollos nos llevan a proponer que la cualidad
terapéutica de un grupo es su aptitud para contener, desin-
toxicar y transformar los elementos brutos proyectados so-
bre el encuadre o devueltos sobre el cuerpo propio. Esta de-
finición tiene un alcance general: corresponde a los grupos
espontáneamente terapéuticos (por ejemplo, los de adoles-
centes o de creadores), a los grupos de finalidad terapéutica,
pero también a los grupos institucionales como la familia.
En un trabajo sobre el niño «insuficientemente bueno»
tratado en terapia familiar psicoanalítica, F. André (1985)
sostuvo que niños que presentan en los primeros meses de
vida una muy grave desventaja psíquica pueden fracasar en
cuanto a devenir para sus padres un ser humano, haciendo
vacilar así la parentalidad misma y el deseo de la genera-
ción hasta su inversión en el odio: el fracaso de la ilusión y
la pérdida del espacio metafórico constituyen entonces los
rasgos dominantes de la patología del grupo familiar. Fun-
dado en el concepto de cadena asociativa grupal, F. An-
dré ha considerado que tales niños constituyen eslabones
no mentalizados del discurso familiar. En efecto, el ata-
que al aparato de ligazón familiar crea un desborde econó-
mico y un agujero en el sistema representativo. F. André
muestra que las experiencias corporales del niño son de-
positadas en la psique parental en forma de huellas no
mentalizadas, porque la función alfa parental ha sido into-
xicada y desbordada por las vivencias brutas del niño. Estas
huellas son reactivadas en cada concordancia traumática
que los actores de la relación de objeto primaria ponen en
escena, y reaparecen en forma de angustias y de puestas en
acto.
Desde la perspectiva bioniana, nos encontramos aquí
con un cambio catastrófico: la llegada del niño gravemente
disminuido violenta el campo en el que sobreviene esta
«idea» nueva que acarrea desorganización, sufrimiento y
frustración intensos, y que moviliza el núcleo psicótico de la
personalidad de los familiares. El niño «deviene» relativa-
mente malo para evitar que los familiares se vean confron-
tados con lo que significaría para ellos devenir O, es decir,

264
expulsar fuera de lo humano, matar a este niño que ataca a
la organización narcisista familiar.
La terapia psicoanalítica de grupo con tales familias con-
duce a instalar los elementos necesarios para una transfe-
rencia de contenedor: la estructura familiar se transforma
en otra estructura, la de grupo de terapia familiar, en la
cual pueden operar los procesos de transformación y, a tra-
vés de las modalidades de la transferencia, ser descubiertos
los invariantes que fundan a esta familia. Descubrimiento
particularmente dificil cuando predominan modos de trans-
formación proyectiva o en la alucinosis, como es el caso en la
psicosis.
Con estas familias puede resultar eficaz un dispositivo
específico cuya pertinencia ha sido demostrada en los gru-
pos de funcionamiento psicótico. La dispersión proyectiva, a
minima la difracción del síntoma, del pensamiento insoste-
nible o del significante enigmático en el grupo o en la fami-
lia, se traducen por una modalidad de transformación con
fuerte distorsión. La experiencia muestra que la instalación
de un dispositivo grupal de reaprehensión secundaria de lo
que no pudo ser pensado por los terapeutas a causa de la ex-
periencia emocional que debieron vivir, muestra ser capaz
de restaurar un aparato del pensar y de hacer advenir, por
la vía asociativa, lo que fue puesto fuera de uso por los
miembros de la familia o del grupo. Se produce un efecto de
este tipo cuando, en el grupo del acontecimiento «marean-
te», mi colega y yo nos ponemos a soñar, despiertos, las ge-
nealogías de ciertos sujetos, tratando así el afecto de displa-
cer y la representación de ser malos padres. Esta restaura-
ción es también una desintoxicación, es decir, una transfor-
mación de los elementos beta en elementos alfa; dicho de
otro modo, en cualidades de vínculo.

Transformaciones y procesos asociativos: el grupo


como aparato de transformación
Como bien lo ha notado A. Green (1980, pág. XII), el
objeto de la teorización de Bion es el vínculo del pensamien-
to y de la experiencia emocional: «La función alfa es hacer
advenir lo imaginario mediante la transformación de los
datos brutos de los sentidos en material de la represen-

265
tación, lo que implica siempre cierto modo de "ligazón"». En-
tonces, a partir de una función imaginaria, la del espejo gru-
pal descripto por M. Pines (1983), puede instalarse la activi-
dad simbolizante. La razón del análisis transferencia!, aquí
lo vemos, desborda el simple análisis de las contratransfe-
rencias y de las transferencias cruzadas, pero constituye el
primer espacio psíquico sobre el cual podrá apuntalarse el
proceso de transformación para los miembros del grupo.
El concepto de transformación se revela pertinente para
pensar los procesos asociativos en los grupos. Quedan algu-
nas cuestiones: la primera nos remite al problema de la
transformación de O y de la transformación en O. He men-
cionado la dificultad clínica y teórica de dar cuenta de un
proceso de grupo: nos encontramos ante la dificultad de de-
terminar O. ¿Qué sentido tiene considerar un hecho o una
idea como O en el proceso de transformación de un grupo?
Esto sólo tiene sentido en la medida en que dispongamos de
una teoría que permita considerar como O el estado inicial
de un proceso de transformación en el grupo (¿o de grupo?)
que sólo descubriremos en la resignificación como situado
en el origen.
Es lo que intenté indicar en aquel ejemplo donde el
enunciado de Marc viene a re-significar una situación trau-
mática cuya apuesta es la amenaza ligada a la fantasía de
seducción (esto toma sentido en la transferencia). Este O re-
mite a otra escena para cada uno y a un proceso asociativo
actual, aquí-ahora en la transferencia, donde emoción, re-
presentación, posición, defensa podrán organizarse y cons-
tituir la realidad psíquica de este grupo acoplado a partir de
elementos de la realidad psíquica de los diferentes miem-
bros del grupo. He precisado también mi hipótesis: me pare-
ce que se puede hablar de transformación de O cuando se
trata del proceso grupal, pero no veo todavía muy bien a qué
corresponde la transformación en O cuando se trata del gru-
po mismo. En el proceso de grupo existen transformaciones
en O que son evidentemente posibles para los sujetos que lo
constituyen; esto es lo que me vuelve más bien optimista en
cuanto al proceso terapéutico de grupo, aunque haya inten-
tado poner en evidencia que el agrupamiento, en cuanto tal,
y principalmente el agrupamiento institucional y familiar,
se constituye sobre la doble base del contrato narcisista y
del pacto denegativo. Gracias a este doble contrato, la es-

266
tructura que acopla en el agrupamiento los elementos sin-
gulares y el conjunto podrá mantenerse y escapar a cual-
quier situación de cambio catastrófico. En los grupos transi-
torios, nos hallamos constantemente ante procesos de ins-
tauración de estas formaciones, ante los esfuerzos para que
se anuden el pacto, su contracara y su complementario: el
contrato narcisista. El trabajo del analista se dirige enton-
ces precisamente a los mecanismos, administrados colec-
tivamente en el grupo, que llevan a formaciones cuyos efec-
tos desembocan en la constitución de una ideología, por
ejemplo: esta asegura la tramitación (la economía) de for-
maciones subjetivas que pertenecen al sujeto singular. En
el ejemplo que he propuesto, la pregunta de Marc es reto-
mada en el grupo, quien evita primero a Marc tener que re-
conocerla como suya, hasta que, en el movimiento de la
transferencia y en la economía grupal, Marc y cada uno de
los otros descubran en qué lugar se han puesto y qué con-
junto, qué agrupamiento han formado. Es comprensible que
la transformación en O suscite intensas resistencias, por-
que «existe amenaza de contacto con lo que se cree es real, la
resistencia opera porque se teme que la realidad del objeto
sea inminente». La realidad del objeto es lo que, en la termi-
nología de Bion, confrontará al sujeto con su verdad.
La segunda cuestión podría formularse así: ¿qué límite
opone el agrupamiento, en cuanto tal, al proceso de trans-
formación? En efecto, si toda transformación es una trans-
formación de O, es decir, de la realidad psíquica desconoci-
da, es posible preguntarse qué cosa debe permanecer des-
conocida para el sujeto singular, y, sobre todo, para los suje-
tos en tanto hacen grupo, de modo que se preserve el vínculo
grupal.
Freud puso en evidencia que la triple coacción sobre la
pulsión, sobre la representación y sobre la palabra hablada
es correlativa del ser-juntos, principalmente en las institu-
ciones de la familia, del Estado o de la civilización. Esta
coacción es la condición necesaria para el pasaje de la plu-
ralidad al agrupamiento. Pero Freud escribe también que
nada de lo que es importante para una generación puede
sustraerse totalmente a las que le suceden. La transmisión
que se opera se hace posible gracias a este aparato de signi-
ficar/interpretar que constituye probablemente el lugar y la
actividad del preconsciente. Estas dos proposiciones con-

267
tradictorias ponen el acento y la interrogación sobre el des-
tino de lo que no es transformado, significado o transforma-
ble, sobre los restos psíquicos que, en las instituciones, las
familias y las parejas, forman los bolsones de intoxicación y
los enclaves de sufrimiento no representado y cuyos efectos
son enloquecedores. La hipótesis sobre la que me detendría
aquí es que todo grupo, sea institucional o permanezca arti-
ficialmente precario, fomenta tales espacios internos, con-
secuencia del pacto denegativo que sostiene el ser-juntos y
que asegura a cada uno de sus sujetos contra los cambios ca-
tastróficos. Esos son los límites del grupo como aparato de
transformación, y sobre esos límites trabajamos en las
situaciones adecuadas.

Sobre la actividad del preconsciente en los grupos


El preconsciente, como sistema del aparato psíquico, es
el dispositivo en el cual se efectúan los procesos de transfor-
mación que sufren algunos de los contenidos y procesos in-
conscientes para volver a la conciencia. A este sistema se le
asigna la capacidad asociativa e interpretativa de la psique.
La segunda teoría del aparato psíquico vinculará los pro-
cesos y contenidos propios del preconsciente a la instancia
del yo. El preconsciente podrá ser considerado entonces co-
mo el lugar de montaje psíquico, como el lugar de almace-
namiento de las inscripciones de lenguaje originadas en los
aprendizajes verbales del sujeto. 6 De una manera más ge-
neral, la función del preconsciente es conservar para el yo
cierta cantidad de conductas que el sujeto ha tomado por
identificación con sus objetos, desexualizándolos. La fun-
ción del preconsciente es fundamental en la actividad subli-
matoria; pone a disposición del sujeto formas preexistentes
que van a permitir la deriva de la meta, al servicio de la acti-
vidad del yo. Destaquemos aquí la función de protección del
yo que cumple el preconsciente poniéndolo a distancia de
las representaciones-meta inconscientes, demasiado peli-

6 Cf. sobre este punto los trabajos de J. Guillaumin (1976, 1986), que ha
insistido mucho sobre el papel del preconsciente en la experiencia depre-
siva.

268
grasas. En esto, la actividad del preconsciente constituye
por sí misma un tope a la regresión hacia posiciones desor-
ganizadoras angustiantes, por cuanto produce representa-
ciones en las cuales el sujeto se incluye como creador de la
actividad psíquica.
La actividad del preconsciente supone como condición de
su posibilidad un primer trabajo de simbolización; a partir
de este primer dato, el sujeto hace la experiencia de que la
realidad interna y externa es transformable en sentido, que
ella ha adquirido cierto grado de familiaridad y que inspira
la suficiente confianza. En este movimiento, la actividad del
preconsciente crea las categorías del adentro y el afuera,
sostiene la actividad de ensoñación, la imaginación de la no-
vela familiar y de las teorías sexuales, y a cambio es soste-
nida por estas.
El proceso secundario cumple un papel decisivo en la es-
tructuración del sistema preconsciente y en su función de
transformación. Organiza la estabilidad de las experiencias
mentales ligando la energía y sosteniendo las operaciones
del pensamiento vigil, de la atención, el juicio y la acción
controlada. Cumple una función reguladora con relación al
proceso primario, transforma los contenidos que le están
asociados en una estructura inteligible. Pero el vínculo
entre el aparato del lenguaje y el aparato psíquico se com-
prende más precisamente con la noción de proceso terciario
propuesta por A. Green. Este ha postulado la existencia de
procesos de relación entre procesos primarios y procesos se-
cundarios, «que circulan en los dos sentidos», y ha vinculado
estos procesos al preconsciente de la primera tópica y al yo
inconsciente de la segunda.
«Las palabras que van a surgir saben de nosotros lo que
nosotros ignoramos de ellas», escribe René Char. Cada pala-
bra hablada que se forma es como un nacimiento a la rela-
ción de desconocido. En el preconsciente, el lenguaje sabe y
no sabe lo que dice: puede tanto servir a la represión como
facilitar las vías al retomo de lo reprimido; funciona en las
dos direcciones, como un conmutador psíquico que lleva la
huella de sus primeras experiencias constituyentes.

269
Sobre la formación del preconsci.ente y su trabajo
específico en la intersubjetividad

La formación del preconsciente supone la represión se-


cundaria, la constitución de una capacidad de retención y de
transformación de los contenidos inconscientes; sin embar-
go, estas dos condiciones implican que el entorno primario
haya podido sostener la capacidad del yo para hacer frente a
una necesidad vital, imponer el trabajo de la represión, y
transmitir predisposiciones significantes en forma de repre-
sentaciones de palabra utilizables por el sujeto. En esta me-
dida sostendremos que la formación y la actividad del pre-
consciente son profundamente tributarias del in~..e- .
go entre el sujeto y el otro: dei>enden eJ!J~_li_!te_~cl-pr~~
Cieñle del otro, de su capacidad de ensoñación, contención
y transformación. La primera función de porta-palabra
éumplida por la madre, de acompañamiento de las expe-
riencias del niño mediante la palabra hablada, es el mode-
lo de la formación del preconsciente a partir de la actividad
del Otro. El preconsciente de la madre constituye una parte
del aparato de significar/interpretar del niño; aparato de
desencriptar y transmitir las sucesivas capas de discurso
que, como un palimpsesto, se han inscripto en él y para él.
Así, al igual que la función represora, la elaboración psíqui-
ca preconsciente se efectúa en el juego intersubjetivo, que
ella contribuye a sostener. Define el lugar intersubjetivo de
la metáfora, lugar que se i~scz:!.be en el espacio del grupo .
primario en las palabras intercarnbi!;i_gas_~)!.~<!_ed()!~e l~u:.
na o en los brazos de la abuela.
La activid~ddel precó"ñSc;fente del otro es particular-
mente estimulada en las experiencias de crisis, cada vez
que el preconsciente del sujeto no es capaz de mantener los
vínculos de las representaciones de cosas y de las repre-
sentaciones de palabras con los afectos correspondientes.
Los análisis clínicos que he propuesto nos llevaron cons-
tantemente a prestar atención a la forma en que el proceso
asociativo y las cadenas asociativas que este produce des-
pliegan lo que el sujeto no tiene la posibilidad de poner en
representación preconsciente, siempre y cuando él mismo
esté dispuesto a encontrar allí el sentido de lo que le concier-
ne; he intentado comprender de qué modo el proceso insiste,

270
ante el conjunto y ante algunos, ora en el sentido del le-
vantamiento de la represión, ora en el de su manteni-
miento.
Pienso que la capacidad de albergue, contención, signifi-
cación y transformación/interpretación que caracteriza a la
actividad del preconsciente, tiene como condición ciertas
cualidades de la intersubjetividad, y que se ejerce en varios
aparatos psíquicos. Esta proposición supone que ya esté
constituida una función «meta-preconsciente» y que esté
disponible al menos en otro para cada sujeto considerado
en su singularidad. Es exactamente lo que ha sucedido en
la mayoría de los grupos, con el trabajo de porta-palabra
efectuado por Solange, con el sueño cuyo relato propuso
Michele, con la reaprehensión de las alucinaciones por par-
te de Béatrice en el grupo con Dimitri. Béatrice transforma
en metáfora lo que es enunciado como metonimia, sólo ella
puede realmente decir Yo, dando testimonio, más allá del in-
dicador pronominal, del mantenimiento y la transmisión de
su actividad de pensamiento. Ella sostiene el proceso aso-
ciativo: al poner fuera de juego la segunda censura y al ha-
cer manifiesta la acción de la primera, pone en marcha y a
disposición un modelo de ligazón de los procesos primarios y
de los procesos secundarios; manifiesta de ese modo una ca-
pacidad de contención sobre la que los otros, o algunos otros,
pueden encontrar, por apuntalamiento e identificación, un
sostén para su propia actividad paraexcitadora y dejar for-
marse los pensamientos.

Las detenciones del proceso asociativo y los


acontecimientos de silencio

La detención del proceso asociativo es en este aspecto


particularmente interesante de examinar, y es posible ante
todo distinguir entre la ruptura del proceso y la suspensión
de sus expresiones manifiestas: no todo silencio es una rup-
tura de las asociaciones.
Lo que provoca la ruptura de las asociaciones depende de
diversos tipos de determinaciones que la clínica nos confir-
ma regularmente: he destacado que la sumisión a la regla
fundamental y la incitación pulsional que ella relanza re-
presentan un peligro para el narcisismo: la regla puede ser

271
vivida como un ataque a la omnipotencia porque constituye
un tope a esta omnipotencia; como en la cura, suele ocurrir
que los participantes del grupo experimenten la pérdida de
su capacidad asociativa como el efecto de una angustia de
castración, y que las fantasías de pérdida de la sustancia
psíquica o de ataque envidioso contra el pecho acompañen
la ruptura de los vínculos asociativos.
Este último caso es frecuente cuando en los grupos nos
encontramos con personalidades psicóticas, aunque algu-
nas determinaciones de este orden ejercen efectos idénticos
cuando se manifiestan angustias psicóticas en personalida-
des neuróticas: las asociaciones se interrumpen porque toda
irrupción asociativa adquiere el valor amenazante de un ac-
to que se realizaría. Este fue el caso de Marc. Cantidades
demasiado fuertes de investidura son volcadas sobre las
representaciones que, literalmente, explotan como otras
tantas cargas que pueden ser utilizadas por otra parte en la
identificación proyectiva patológica; el proceso asociativo
queda obstaculizado, puesto que la asociación requiere la
circulación de poca cantidad de energía para realizar la li-
gazón entre los elementos de la representación y los afectos.
La cuestión es entonces restaurar la capacidad asociativa,
es decir, posibilitar la constitución de la función y de la acti-
vidad del preconsciente.
En los grupos, los pacientes, y especialmente los sujetos
psicóticos, pueden hacer la experiencia de que sus asociacio-
nes y las de los otros no acarrean las consecuencias catas-
tróficas que ellos temen o desean. Dicho de otro modo, a tra-
vés del grupo puede efectuarse una identificación con la
preocupación materna primaria, pero siempre y cuando los
analistas o los psicoterapeutas efectúen este trabajo aso-
ciativo de contención y transformación.
Con justa razón, se ha vinculado frecuentemente la de-
tención del proceso asociativo con el trabajo de la pulsión de
muerte: pero es preciso destacar que esos efectos no sólo se
manifiestan por el silencio que arrasa con toda representa-
ción o por el ataque contra las actividades del pensamiento;
también están implicados en las desligazones necesarias
para desanudar las formaciones compactas o proliferantes
de las asociaciones condensadas.

272
Los silencios en los grupos

Por eso debemos prestar una atención particular a los


silencios en los grupos. Considerados como elementos signi-
ficativos del proceso asociativo, los acontecimientos de si-
lencio no son sistemáticamente acontecimientos de no-pa-
labra: al dicho de la palabra no se opone sistemáticamente
el no-dicho del silencio. El silencio no siempre es efecto del
trabajo de la pulsión de muerte. Los silencios tienen dife-
rentes valores y funciones, y al mismo tiempo el silencio en
un grupo no corresponde necesariamente a valores y funcio-
nes idénticos para cada sujeto.
El silencio corresponde a la retracción necesaria para
dejar que surjan las representaciones; es parte integrante
del trabajo de espera: por ejemplo, momentos de ensoñación
y de su efecto de reunión de las representaciones, muy cerca
del preconsciente. Ese silencio de la soledad en presencia
del otro es un tiempo fundamental en la singularización del
proceso asociativo. Es el preludio a silencios durante los
cuales el sujeto se reconoce como pensador de sus pensa-
mientos y, quizás, de las genealogías de sus pensamientos:
«soy precisamente yo quien piensa y habla, en el movimien-
to de los pensamientos de los otros, contemporáneos y pre-
decesores». Una condición requerida para el surgimiento de
esta experiencia es ser dejado en silencio por los otros, sos-
tenido por su silencio. El silencio es entonces ese «factor de
integración» cuyas condiciones en la cura individual ha des-
cripto A. Nacht (1965). 7
Otro valor es el que tiene el silencio compartido como
signo de lo inefable y de la abolición de los límites entre los
sujetos. Este silencio común está sostenido por las identifi-
caciones en la dilatación de los límites del yo, por una fan-
tasmática de fusión que da nacimiento al sentimiento oceá-
nico. Este silencio en presencia de los otros es, de hecho, un
silencio en ausencia del otro.
El silencio puede adquirir valor y sentido de puesta en
suspenso del dominio sobre el sentido, o de abandono de la
soberanía sobre la palabra tratada como cosa; implica en-

7 En su artículo sobre el silencio en los grupos, uno de los pocos que exis-
ten sobre el tema, L. Michel (1990) recuerda con pertinencia esta perspec-
tiva propuesta por Nacht.

273
torrees cierta disposición a esa pasividad necesaria para la
verdadera actividad asociativa: se acompaña a menudo de
una tentativa de calmar la excitación de la curiosidad liga-
da a la compulsión a asociar. Esta tolerancia al silencio y a
la entrega a la pasividad pone en juego el conflicto de las
identificaciones bisexuales, y es mediante el tratamiento de
ese conflicto como puede constituirse o restablecerse la fun-
ción del preconsciente, en la parte femenina de la que está
formado.
Tal experiencia no deja de vincularse a la identificación
con el silencio del analista y con el tratamiento de las fanta-
sías y mecanismos de defensa que le están asociados: por
ejemplo, el silencio puede tener para uno, en la transferen-
cia, valor de desprendimiento con relación a una fantasía de
avidez y, para otro, valor de frustración de las supuestas ex-
pectativas del analista, y para otro, además, valor de identi-
ficación proyectiva con el analista, etc. Lo que será determi-
nante para el desarrollo del proceso asociativo y para la
elaboración de las asociaciones dependerá de la cualidad del
trabajo del preconsciente en el psicoanalista y en algunos
otros de los miembros del grupo. Volvemos así a la función
meta-preconsciente del otro.
Esta función meta-preconsciente está incluida en la
función instituyente de los psicoanalistas, principalmente
en la enunciación de la regla fundamental y en la interpre-
tación de la relación con esta regla en la situación psicoana-
lítica. Esta proposición general toma un relieve particular
en situación de grupo. En los grupos, donde los acting y las
emergencias psicosomáticas son bastantes frecuentes, el
valor psíquico de estos actos sólo puede ser descubierto o
restablecido si la actividad del preconsciente se mantiene y
llega a transmitirse en el terapeuta. Es esencialmente la
constancia de esta movilización del preconsciente en la si-
tuación de grupo lo que justifica los dispositivos de co-tera-
pia o de co-análisis y el consecutivo trabajo del análisis in-
tertransferencial.
Desde este punto de vista, la formación en el trabajo psi-
coanalítico en situación de grupo tiene como objetivo princi-
pal la constitución y el sostenimiento de la actividad del pre-
consciente. Este objetivo no es una particularidad de esta
formación; caracteriza a toda formación para la función psi-
coanalítica, y las instituciones llamadas de control, supervi-

274
sión, cartel y análisis cuarto no tienen otro sentido psico-
analítico que el de asegurar esta formación en el trabajo del
preconsciente.
Lo que especifica a la formación para la puesta en mar-
cha de la actividad del preconsciente en situación de grupo,
es el trabajo sobre la heterogeneidad de los lugares y proce-
sos psíquicos simultáneamente activados o desactivados.
Las nociones de acoplamiento de las grupalidades internas
en la formación del vínculo intersubjetivo grupal y de polifo-
nía de los discursos, por útiles que sean, corren el riesgo de
enmascarar esta dificultad de una escucha de discursos he-
terogéneos, que no deben reducir las representaciones teóri-
co-clínicas referidas a los significantes comunes, las iden-
tificaciones compartidas, el objeto-grupo. Para testimoniar
su utilidad clínica, estas nociones deben incluir la necesidad
de comprometer una escucha y una elaboración diferencia-
les de las asociaciones. Esta toma en consideración deman-
da una formación particular y algunas hipótesis básicas:
por ejemplo, que la formación y la actividad del preconscien-
te se inscriben en el juego y en el trabajo intersubjetivo, que
el grupo es el lugar y el objeto mismo de la metaforización
del espacio intrapsíquico, que el otro, si representa a otro o a
más-de-un-otro, es siempre irreductible a sus representa-
ciones imaginarias, a fortiori si lo consiente.

275
8. Las cadenas asociativas y los procesos
que las organizan en los grupos

Ahora debemos retomar y poner en debate la cuestión


abierta en este estudio: ¿es posible en situación de grupo un
proceso de asociación libre, capaz de hacer emerger y reco-
nocer, por parte de un sujeto singular, el conflicto psíquico
que organiza ciertos aspectos de su vida, de manifestarle el
orden propio del inconsciente que rige su curso? Los resulta-
dos de nuestras investigaciones permiten formular una res-
puesta positiva a esta pregunta y precisar sus condiciones
de posibilidad. Estas dependen de los requisitos metodológi-
cos y se fundan sobre las hipótesis fuertes de la teoría. Por
eso, antes de definir ciertas condiciones de posibilidad del
proceso, haré un repaso de las objeciones y obstáculos que
se alzaron ante esta investigación.

Las condiciones de posibilidad y sus obstáculos

Objeciones, obstáculos y postulado de posibilidad


He destacado que gran número de objeciones son formu-
ladas a priori, invalidando toda condición de posibilidad, sin
ninguna referencia a las características específicas y con-
cretas de la situación estructurada por los enunciados del
método. No por eso esas objeciones deben examinarse me-
nos cuidadosamente.
Algunas de ellas se fundan en una argumentación meto-
dológica y ética enunciada por Freud en 1917 a propósito de
la situación de la cura individual. Recuerdo sus principales
argumentos: el primero es que la situación de la cura no
admite un tercero: «la unidad de la personalidad y la auto-
nomía social de la persona» se verían amenazadas por la

277
presencia de un observador indiferente o sólo preocupado
por la adquisición del saber que creyera poder obtener de
este modo. Sobre la base de este argumento, se ha objetado
que la situación de grupo, por el hecho de la presencia si-
multánea de varios sujetos, moviliza contra el proceso aso-
ciativo un aumento de reticencia a dar a conocer a terceros
observadores las asociaciones más secretas, figuraciones
externalizadas de la doble censura intrapsíquica y de lacen-
sura social. Además, las resistencias aumentarían por la
multiplicidad de las transferencias y, finalmente, por su
«dilución».
Esta objeción lleva, evidentemente, a interrogarse sobre
las condiciones de posibilidad de todo emprendimiento psi-
coanalítico, sobre la concepción de su objetivo y de su obje-
to. Podrá sin embargo preguntarse si la objeción puede ser
transpuesta tal cual, de la cura a un dispositivo de grupo es-
tructurado para que se desarrolle una situación psicoanalí-
tica específica. La experiencia muestra efectivamente que,
por el contrario, tal situación permite tratar los daños pato-
lógicos de la unidad de la personalidad y que restituye al
sujeto su autonomía psíquica y social, siempre y cuando el
proceso analítico, las transferencias, las resistencias y el
trabajo asociativo específicos de la situación de grupo hayan
podido ser instalados, analizados e interpretados. La pre-
gunta equivale, pues, a establecer si el método de la asocia-
ción libre, como vía de acceso a los procesos y formaciones
determinados del inconsciente, conserva pertinencia y efi-
ciencia fuera del campo de su aplicación en la cura de un su-
jeto singular: ¿cómo concebir y tratar los movimientos de las
transferencias que ahí se producen y que sostienen o detie-
nen el curso de las asociaciones?
Más consistente parece ser la objeción según la cual, en
el grupo, habría siempre una respuesta: ninguno de sus
miembros sería dejado solo ante lo indecidible de su pregun-
ta. ¿Cuál grupo? Es probable que los grupos naturales seor-
ganicen bajo el efecto de sus sujetos para mantener tales ob-
turaciones y para sostener, contra la incertidumbre y las vi-
cisitudes del pensamiento singular, las clausuras ideológi-
cas. Lo que prevalece, por el contrario, en los grupos cuyo
dispositivo está organizado por la regla fundamental, es
precisamente, y ante todo, la sorpresa y la resistencia que
genera la pregunta o, más generalmente, lo que surge y no

278
se esperaba; lo que sorprende es la puesta en suspenso del
sentido. Finalmente, las «respuestas» tienen cualidades
muy diversas: es verdad que algunas de ellas producen un
cierre de las asociaciones, casi siempre en el punto en que se
encuentran con la resistencia; otras tienen un efecto de faci-
litación del retorno de lo reprimido, en su mayoría generan
otras preguntas y trabajan el sentido en este relanzamien-
to, y algunas permanecen sin ser retomadas, más allá del si-
lencio.
Se ve claramente que no se trata sólo de las condiciones
de posibilidad del proceso asociativo -y más precisamente
de los procesos asociativos-, ni sólo de la singularidad de
las transferencias y de los contenidos transferidos; se trata
de la especificidad de la situación psicoanalítica de grupo,
en tanto tiene una consistencia, en cuanto al acceso que fa-
cilita a fenómenos psíquicos que no serían accesibles de otro
modo, para conocerlos y tratarlos.
Una segunda serie de objeciones precisa la primera: pesa
sobre el hecho, desde hace mucho tiempo bien establecido,
de que la situación de grupo es el lugar de efectos específicos
llamados precisamente «de grupo». Esos efectos obstaculi-
zarían el proceso de la asociación libre. ¿Tolera la asociación
«libre» la fabricación de un código y de un sentido comunes
que el acoplamiento grupal exige? El aparato de producir
sentido que Freud presupone a la psique humana para co-
municar, decodificar y transmitir las significaciones incons-
cientes de generación en generación es a un tiempo la con-
dición del pensamiento y el límite de la asociación libre.
Puede parecer, a primera vista, que la situación grupal
acumula dos tipos de obstáculos a la asociación libre y ocul-
ta así la manifestación del inconsciente: a la censura del su-
jeto singular vendrían a agregarse la coacción normativa
del grupo, los enunciados previos heterogéneos de los otros
sujetos y sus efectos de anclaje; las resistencias «individua-
les» encontrarían apoyo y refuerzo en las resistencias «gru-
pales». Tales dificultades se opondrían a cualquier efecto de
análisis, que se vería obstaculizado por el trabajo de ligazón
del grupo.
La objeción se hace estigma en una fórmula de J. Lacan,
cuando escribe que él «mide el efecto de grupo por la obsce-
nidad que agrega al efecto imaginario del discurso» (1973,
pág. 31). Fórmula-Jano: una de las caras discierne una difi-

279
cultad, la otra señala un callejón sin salida, y es probable-
mente la segunda la que sostuvo la inhibición para pensar
el proceso asociativo en los grupos.
Examinemos la objeción. Corresponde precisamente a la
presencia plural, simultánea y frontal de los participantes;
los efectos de grupo son probablemente tanto más pregnan-
tes cuanto que las comunicaciones se ordenan sobre funcio-
namientos semióticos paralelos o en oposición con el lengua-
je hablado: sobre la sensorialidad visual (mímica, gestuali-
dad), auditiva (multiestimulación), olfativa (recuerdo que
esta es raramente tomada en consideración). Estos datos
constantes, algunos de cuyos elementos pueden ser sus-
pendidos en forma artificial, producen probablemente efec-
tos sobre el proceso asociativo. ¿Qué efectos, y cómo descu-
brir su vínculo con la realidad psíquica, con la organización
de las fantasías inconscientes de cada uno, en el grupo, con
lo que escapa al decir por la vía del hacer, con lo que se hace
mediante el decir? ¿No es esa una cuestión psicoanalítica?
Examinemos la objeción y admitamos además que las
resistencias, o más exactamente las reticencias a asociar, se
apoyan sobre los efectos de consenso, en la formación de las
normas perceptivas y de las presiones conformistas que
todo agrupamiento instala para transformarse en grupo. Se
notará que estas objeciones tratan el problema desde un
punto de vista más cercano a la psicología social que al del
psicoanálisis: lo que importa, desde este punto de vista, es
poder representarse la articulación entre las resistencias
individuales y las alianzas o los pactos inconscientes que se
consuman entre los sujetos de un grupo. Pero aquí, nueva-
mente, esta dificultad es la materia misma del campo del
análisis y de la interpretación.
No podemos dar sentido de entrada ni a los efectos de
grupo, ni a los efectos de la comunicación multicanal. Para
algunos psicoanalistas, la cuestión no es tanto saber cómo
pasa y se establece la comunicación, sino comprender de
qué modo se articulan, en lo que se dice en el grupo, la rela-
ción y la distancia entre lo que se puede decir aquí y lo que
se ha anudado o no se ha constituido psíquicamente en otra
parte, en otro tiempo. El gesto, la mímica, a fortiori el efecto
de identificación mimética de grupo, nada dicen directa-
mente y lo que expresan debe encontrar la vía, en primer lu-

280
gar el obstáculo, de la representación de palabra y de su
transformación en representación de palabra hablada.
Es notable que ninguna de estas objeciones o de estas
reticencias haya sido elaborada como problema: la razón es,
sin duda, que no se puede sólo objetar contra un dispositivo
y desacreditar (en lugar de describir) fenómenos si estos no
son retomados en la finalidad misma que ese dispositivo
instala. El trabajo del análisis es desligar y rearticular, me-
diante el efecto simbolígeno de la palabra, lo que hace cuer-
po y lo que hace grupo con la posición inconsciente del su-
jeto. En situación psicoanalítica de grupo, nuestra atención
y nuestro proyecto no es sostener los efectos de grupo y los
efectos de cuerpo, la ilusión unaria y la fantasmática de se-
ducción que ellos sostienen, sino reconocerlos en su relación
y en su diferencia con la asociación libre: reconocerlos, y
conferirles un estatuto en el campo de la construcción psico-
analítica.
Esta perspectiva sólo puede adoptarse con suficiente
precisión sobre la base de una elección metodológica: el
camino hacia el objeto requiere una restricción y una renun-
cia. Renunciar a todos los objetos posibles porque el grupo
es profusión de signos y de actos, entrecruces de variables y
de dimensiones. Restringir, además, para encuadrar al ob-
jeto, porque no se puede dar cuenta de todo en todos los ni-
veles. El dispositivo psicoanalítico se ha construido así. Por
eso, lo que en él se manifiesta es científicamente refutable.

El postulado de la posibilidad

La enunciación de la regla fundamental en situación de


grupo, el concepto de proceso asociativo grupal postulan que
tiene sentido decir en un conjunto intersubjetivo, bajo cier-
tas condiciones. El postulado implica que tiene sentido escu-
char y que la escucha debe hacerse entonces prioritaria con
relación al ver, incluso si el hacer ver y el mirar son soportes
de significaciones. El dispositivo de grupo nos confronta una
vez más con el temor de que algo se pierda en cuanto al sen-
tido si únicamente la palabra es constituida como el soporte
de la significación. El temor a esta pérdida impide compren-
der que sólo la palabra da sentido, cualesquiera sean las pa-
tologías de los sujetos en grupo, y que sólo ella inscribe un

281
Himhúlico porque presupone lo simbólico al mismo tiempo
q1u• ptwde generarlo. El temor a esta pérdida impide ade-
1111íH comprender que lo que se pierde a la mirada es empuja-
do 11 traducirse, bajo el efecto de la regla, en el registro de la
pulabra dirigida, en la transferencia a otro, a más-de-un-
otro.

Las condiciones de posibilidad


He podido determinar una docena de condiciones ne-
cesarias -sin duda no exhaustivas- para que el proceso
asociativo se desarrolle según el objetivo de trabajo asigna-
do por la regla fundamental: estas condiciones deben exa-
minarse desde tres puntos de vista, que toman en conside-
ración:

el proceso asociativo del sujeto singular en situación de


grupo,
la hipótesis de un proceso asociativo del nivel del grupo,
los elementos del dispositivo del que es garante el psico-
analista.

La enunciación de la regla fundamental

Esta regla responde al objetivo mismo de la experiencia


psicoanalítica. Ella reinscribe la demanda del sujeto y la
pone en relación con su conflictiva interna. Tropieza, pues,
con las resistencias que suscita y que ella pone de manifies-
to. En consecuencia, sostiene a la vez la actividad asociativa
y la actividad disociativa de la psique, su actitud para efec-
tuar desplazamientos y derivas: convoca a la censura, al
disfraz, al rodeo, a la simbolización.
He destacado la dimensión teórica de la enunciación de
la regla fundamental: ella implica e indica que el deseo in-
consciente es susceptible de ser dicho y que choca con su
puesta en palabras. La regla fundamental supone que el
sentido procede de ser dicho, entredicho.
El enunciado de la regla significa que no se trata sólo de
«decir», en un empleo intransitivo del verbo: se trata de de-
cir aquí, ahora, lo que viene a la palabra, tal como viene, sin

282
crítica ni omisión. Esta precisión destaca que, a fortiori en
situación de grupo, el decir es un decir-con (Freud escribe:
mitsagen), un decir asociativo de palabra y de sujetos ha-
blantes y escuchantes. Se trata de decir lo que se hace oír,
pero también ver o experimentar; probablemente porque el
decir encuentra esos obstáculos y sólo puede superarse en el
análisis de las transferencias y en las modalidades particu-
lares de la escucha del psicoanalista, las asociaciones en los
grupos se organizan, se escuchan y se interpretan según un
modelo diferente del que organiza el discurso asociativo in-
dividual. Enunciar la regla implica una hipótesis sobre sus
efectos.
Dado que la regla fundamental tiene por objetivo la ma-
nifestación y el reconocimiento de las representaciones del
inconsciente susceptibles de volverse conscientes, su corre-
lato es la abstinencia de cualquier otra realización.

La formación de un campo tránsfero-contratransferencial

No basta enunciar la regla fundamental para que ella dé


nacimiento a una experiencia psicoanalítica. El método de
la asociación libre, enunciado como regla fundamental, es el
procedimiento constitutivo, con la transferencia, de la situa-
ción psicoanalítica. Esta segunda condición no se da, pues,
sin la primera.
Como en la cura individual, el proceso asociativo se desa-
rrolla a partir de la transferencia sobre el psicoanalista, a
quien corresponde sostenerla y analizar su implicación. Co-
mo en la cura, el complejo campo de la transferencia-contra-
transferencia es el vector de la corriente asociativa: vector
de los movimientos pulsionales, de las representaciones y
de los argumentos intrapsíquicos. En situación de grupo, el
proceso asociativo requiere, en los miembros del grupo y en
el psicoanalista, una investidura narcisista y objeta} sufi-
ciente del grupo, de las personas reunidas y sus vínculos;
supone en los participantes la creencia en la capacidad del
psicoanalista, pero también en la del grupo y de algunos de
sus miembros, para recibir y contener las transferencias de
experiencias y de relaciones de objeto, los sueños de deseos
irrealizados y las angustias anteriores, para transformar-
las, para restituir o reconstituir su sentido. Es necesario un

2sa
Otro, y aquí más-de-un-otro, para que las asociaciones se
pongan en movimiento: un otro interno/externo, destinata-
rio potencial de las palabras asociadas en el «locutorio»
interno; pero es necesario que este Otro encame también al
Ausente, por el cual la representación adquiere su dimen-
sión intrapsíquica, al Rehusan te, que no acepta ser colmado
ni por la palabra ni por el silencio, y al Escuchante, que sos-
tiene la posibilidad de que los sujetos estén ellos mismos a
la escucha del proceso asociativo y de lo que este transporta.
Los polos asimétricos de la transferencia y de la contra-
transferencia crean la distancia generadora del desarrollo
del proceso asociativo. Deberemos suponer esta separación
diferencial entre los enunciados asociados según el libre
curso de los acontecimientos psíquicos, que vienen a la pala-
bra y que tropiezan con las diferentes manifestaciones de la
resistencia, y una instancia que los recibe, los contiene y los
transforma. Sin esta distancia, que el analizando tendrá
que integrar en su proceso, el proceso asociativo se deten-
dría o se fijaría en una repetición.
Con este campo viene a articularse, cuando el trabajo
psicoanalítico es cumplido por varios analistas, el de las in-
tertransferencias. He mostrado en qué forma el análisis re-
sultante de este sostiene el proceso asociativo y permite su
interpretación.

De los contenidos reprimidos y de la represión secundaria


actual

La experiencia subjetiva de la opacidad interna y de la


división del sujeto del inconsciente, la investidura suficien-
te de los contenidos y procesos inconscientes, son necesarios
para que se establezca y sostenga el proceso asociativo que
da acceso a estos. Ello requiere, por parte de cada uno, una
suficiente aceptación de la distancia entre la representación
que sobreviene en la asociación y la palabra reconocida
como suya por el Yo. En situación de grupo, se impone otra
condición, vivida en la experiencia asociativa: que la pala-
bra asociativa que surge en un sujeto sea reconocida como
portadora de un valor psíquico para otro sujeto; este podrá
reconocer en ella significantes que no tenía disponibles: fue

284
el caso de Solange, Marc y Dimitri: todos los ejemplos pre-
sentados nos patentizaron este proceso de trabajo.
Para que se produzca el movimiento asociativo, se re-
quiere un doble apoyo: sobre lo reprimido y sobre el retomo
de lo reprimido propios del sujeto, sobre la represión y sobre
el retorno de lo reprimido constituidos según coacciones,
contenidos y modalidades propias del acoplamiento psíqui-
co grupal. Una parte de las identificaciones que mantienen
juntos a los sujetos del grupo se establece sobre esta base de
la identificación en la represión o de la identificación por el
síntoma. Este doble apoyo es particularmente perceptible
en los sujetos porta-síntoma.
La especificidad de los procesos asociativos en los grupos
se comprende mejor si introducimos la noción de una repre-
sión secundaria constituida en la situación actual de grupo.
En efecto, la coexistencia de varias cadenas asociativas, or-
ganizadas a partir de una pluralidad de organizadores psí-
quicos inconscientes, actúa como otros tantos excitadores
múltiples que estimulan o sostienen represión «estricta-
mente individual», pero en apoyo sobre la función co-repre-
sora de los otros. Así, se instalan modalidades y contenidos
de represión propios de la experiencia grupal; tienen como
objetivo reducir los efectos amenazadores o violentos del re-
torno directo de lo reprimido, mantener la cohesión del gru-
po como objeto común y como función continente de las ten-
siones de la realidad psíquica. Estas diferentes modalida-
des se traducen en formaciones grupales específicas, por
ejemplo las formaciones ideológicas, y por procesos grupales
tales como las alianzas, los pactos y los contratos incons-
cientes; he descripto una modalidad de estos con el pacto de-
negativo. Los contenidos reprimidos y los procesos incons-
cientes del nivel del grupo retornan ulteriormente en los
procesos asociativos de los sujetos, revelando su tenor y su
apuesta. El lapsus, en su estructura sintomática, es un
buen ejemplo de esto.

Del retorno no-catastrófico de lo reprimido

El proceso asociativo en la situación psicoanalítica es el


vector del retorno de lo reprimido. Es importante que, por
esta vía, lo reprimido retorne en condiciones que permitan,

285
en el momento adecuado, su reconocimiento por parte de los
sujetos en el grupo. Los contenidos que retornan son conte-
nidos de la represión individual, pero también contenidos
constituidos en la represión actual, a través de las alianzas
inconscientes.
Las potencialidades traumáticas del proceso asociativo
en grupo no deben subestimarse ni sobrestimarse. Dados su
morfología y su funcionamiento, el grupo es un foco de coex-
citación pulsional intrapsíquica e intersubjetiva, que pone a
prueba las funciones para-excitadoras endopsíquicas e in-
tersubjetivas. La insuficiencia o la ruptura del para-excita-
ciones reúne probablemente las condiciones de la formación
y del surgimiento, fuera de la conciencia y fuera de la pala-
bra hablada, de contenidos de lo reprimido originario, de
significantes enigmáticos o de objetos bizarros. Estos surgi-
mientos son generadores de experiencias del orden de lo si-
niestro, cuando los significantes que le importan al sujeto le
vuelven desde afuera, antes de que el trabajo de la resignifi-
cación los haya vuelto reapropiables; es necesario entonces
un trabajo intersubjetivo que desligue los paquetes asociati-
vos. Se trata no sólo de desagrupar las asociaciones, sino de
desligar a los sujetos del grupo atrapados en las alianzas
inconscientes.

Una función suficknte de la actividad y del pensamiento


preconsckntes

Esta función es necesaria por más de una razón: porque


a este sistema del aparato psíquico están asignadas la liga-
zón de los procesos primarios y secundarios, la de lo visual y
lo auditivo, y en consecuencia la formación de las represen-
taciones de palabra, que el proceso asociativo convoca de
manera electiva, transformándolas en representaciones de
palabra hablada. La regla fundamental supone esta capaci-
dad de ligazón y de transformación.
Otra característica del sistema preconsciente se movili-
za particularmente en situación de grupo: el sistema Pee es
aquel donde se cumplen las funciones de contención, alber-
gue y transformación de los pensamientos inconscientes de
los otros; estas funciones se ejercen en varios espacios psí-
quicos con cualidades y propiedades diferentes: en cada su-

286
- - -------------

jeto del grupo, pero también en el espacio y la organización


intersubjetivos por medio de las predisposiciones signifi-
cantes comunes (enunciados de representaciones comunes,
códigos, referenciales, referentes identificatorios . .. ), y en el
psicoanalista, cuya función se especifica entonces, en una
parte determinante, en el mantenimiento y sostén de la
actividad del Pee. A él corresponde principalmente la tarea
de posibilitar para cada uno, en lo que le concierne, el reco-
nocimiento del trabajo psíquico intersubjetivo producido
por el aparato del grupo. Inicialmente, estas son las opera-
ciones de transformación y metabolización cumplidas por la
función alfa y por la capacidad de ensoñación maternas. El
funcionamiento suficiente de la actividad preconsciente es
la condición de la escucha, y sobre todo de la tolerancia a las
diversas cualidades del silencio, de las detenciones, vacila-
ciones y sobrecargas en el proceso asociativo.

Del desplazamknto y la negación

La capacidad de desplazar representaciones e investidu-


ras ligadas a representaciones es una condición fundamen-
tal del proceso asociativo: es, ante todo, una condición de las
transferencias. La enunciación de la regla fundamental se
refiere a ello: es aquí donde «esto es para decir» [c'est-a-
dire], *porque en otro lugar directamente inaccesible eso se
ha anudado en «falsos» enlaces o, por el contrario, se ha di-
sociado. La dimensión del juego metafórico que convoca el
enunciado de la regla se muestra particularmente eficiente
en el psicodrama: no se trata de decir y poner en escena di-
rectamente los contenidos del inconsciente, eso sería dema-
siado peligroso; el juego permite el rodeo, siempre y cuando
la angustia ligada a la relación de desconocido no lo pa-
ralice.
Una negación inaugural, que se podría llamar transicio-
nal en un primer momento, permite la asociación. Es esta
misma negación lo que contribuye a formar el preconscien-
te y a admitir en él el retorno de los contenidos reprimidos.
El pensamiento ideológico, antiasociativo, es un desplaza-

*Traducción literal. Se trata de la locución •es decir», que señala en la


frase una equivalencia o una consecuencia. (N. de la T.)

287
miento fijado por la desmentida: no tolera ningún desplaza-
miento ulterior, sólo repeticiones de lo idéntico. El proceso
asociativo del nivel del grupo supone preservada la diversi-
dad de voces (y de vías, Bindungswege) asociativas.

La capacidad de utilizar el proceso asociativo


intersubjetiva

Esta capacidad se manifiesta no sólo en la actividad de


reaprehensión de las asociaciones de los otros (asociar con);
se expresa también en la investidura útil para relanzarlas,
paralelamente, por contigüidad o por contraste (asociar con-
tra). Esta actitud requiere que no predomine la envidia des-
tructiva con respecto a los pensamientos de los otros, o la
fantasía de que los propios pensamientos son demasiado pe-
ligrosos. Un modo particular de defensa contra el carác-
ter fantasmáticamente peligroso de las asociaciones, debido
a que, al hacer vínculo, se verían dotadas de una fuerza de
colisión incontrolable, ha sido descripto por Springmann
(1976) como defensa por fragmentación. Otras investiduras
positivas pueden movilizarse para sostener la capacidad de
asociar con los otros: la apuesta sexual del hacer juntos, el
placer de la ca-creación y del juego, las apuestas no destruc-
toras de la rivalidad fraterna. Todas las variables son fun-
ciones de la transferencia.

La preservación de un espacio de secreto

Esta condición general y constante del proceso asociativo


en la transferencia es también la de todo pensamiento; 1 no
se entiende como una resistencia, sino más bien como la
preservación de lo que para el sujeto es en él mismo opaci-
dad contenida en un adentro coextensivo al propio núcleo de
la psique. El mantenimiento de este espacio se halla en
tensión con la coacción a asociar. Esta tensión expresa tam-

1 P. Castoriadis-Aulagnier (1976), en su artículo sobre el derecho al

secreto como condición para poder pensar, escribe de entrada que «la
orden de decir todo implicaría para el sujeto al que se la impusiera un
estado de esclavitud absoluta, lo transformaría en un robot hablante»
(pág. 141).

288
bién la división del sujeto entre la necesidad de ser para sí
mismo su propio fin, de preservar los recursos para ello, y la
de ser miembro beneficiario y servidor de la cadena in-
tersubjetiva de la que él es un eslabón.
En su objeción de 1917 contra la idea de que la cura psi-
coanalítica tolere un tercero que imaginaría realizar así, co-
mo observador, el «aprendizaje del psicoanálisis», Freud
evoca esta necesaria preservación de un espacio de secreto
inconfesable para uno mismo. Este secreto inconfesable no
es sólo el constituido por la culpabilidad: es también lo inac-
cesible para cada cual, la cara negativa del sí mismo, la irre-
ductible contracara de silencio en la palabra. Sólo la presen-
cia de un tercero indiferente -perverso-- atacaría «la uni-
dad de la personalidad» y «la autonomía social de la perso-
na». Es posible entender en estas palabras de un Freud muy
interesado en mantener ante los médicos a quienes se dirige
la exigencia de la experiencia personal del psicoanálisis,
una advertencia clínica y ética: dividido entre la necesidad
de preservar este núcleo secreto para ser y pensar, y la de
entregar su intimidad inaccesible a los otros, el sujeto po-
dría no tener otro recurso que el clivaje, el acting o la menti-
ra. En este caso se trataría de la investidura de la regla por
parte del superyó arcaico y cruel. El enunciado de la regla
fundamental en los grupos, al igual que en cualquier otro
ámbito, no puede expresar semejante exigencia de decir ab-
solutamente, cueste lo que cueste.

La capacidad de separarse de las convenciones de lenguaje


y de opinión, de sostener las diferencias

El agrupamiento produce, como su condición, identifica-


ciones por el rasgo unario, por el síntoma compartido, por
las alianzas en la represión, produce efectos llamados «de
grupo»: normas perceptivas y representacionales, signifi-
cantes comunes. A minima, se necesitan convenciones de
lenguaje para constituir el código, lo referencial, el contexto
en el cual se intercambian, se dicen y se escuchan las pala-
bras. Este aspecto convencional es un componente de los re-
ferentes identificatorios. Cae de maduro que está al servicio
de otras finalidades psíquicas. En una circularidad notable,
los sujetos en el grupo se apoyan sobre estas convenciones

289
para producir solidaridades intersubjetivas, para mantener
reprimidas algunas representaciones, suprimidos algunos
afectos y desviadas ciertas realizaciones pulsionales perju-
diciales para el conjunto.
Este trabajo de las convenciones y de la norma no se
efectúa sin que cada sujeto tome en él su parte y encuentre
de una manera u otra su beneficio; él mismo abandona una
parte de sus objetos ideales y de sus objetos de identificación
para estar en el grupo, en la convención. El discurso ideo-
lógico es el ejemplo extremo de tal abandono que suprime
las contribuciones de pensamiento propias de las subjeti-
vidades singulares: el proceso asociativo se detiene en su
fuente y en su dinámica interna cuando prevalece el efecto
nivelador de la pulsión de muerte, cuando triunfa la opinión
de la masa (die Menge, escribe entonces Freud); en cambio,
la atención prestada al componente «anarquista» de la
pulsión de muerte (cf. N. Zaltzman 1979) restituye las dife-
rencias irreductibles en los procesos, los contenidos y los
estilos asociativos de cada uno; restablece la coexistencia de
varias cadenas asociativas con sus diferencias y sus puntos
de ruptura. Preserva lo dicho de otro modo, la posibilidad de
una inagotable capacidad de asociar y de una interpreta-
ción que deja un resto por conocer y por ligar.
El proceso asociativo sólo puede desarrollarse en los
grupos si es posible efectuar un mínimo de desprendimiento
con relación al sentido común, al discurso de la tribu. Una
de las tareas del psicoanalista es sostener este movimiento
de des-acuerdo a partir del cual se harán escuchar las pala-
bras singulares y entredichas.

La tolerancia de la incertidumbre en cuanto al sentido

Ella sostiene la capacidad de separarse de las convencio-


nes de opinión y de sostener las diferencias intersubjetivas.
Sólo esta tolerancia relanza la posibilidad de una asociación
verdadera, que yo opongo a la asociación de complacencia o
a la asociación regulada por los automatismos de repetición.
Tiene como correlato tres exigencias:

la tolerancia a las irrupciones de los efectos del incons-


ciente en uno mismo y en el otro, donde no debe ser su-

290
bestimada la amenaza que constituye ese contacto nece-
sariamente violento con el inconsciente;
el rechazo de la destrucción activa del aparato de signifi-
car/interpretar, es decir, del aparato de asociar y de pen-
sar;
el reconocimiento de que los ataques contra este aparato
son la expresión inelaborada de un movimiento de odio
contra el inconsciente (contra su conocimiento, cf. el
vínculo K- de Bion) o de una coacción impuesta por el su-
peryó arcaico, cruel y observador al yo preconsciente, o
de una puesta en peligro de las alianzas inconscientes.

La constitución de funciones y formaciones intermediarias

Esta formación es a la vez una consecuencia del proceso


intersubjetivo de metaforización y de metonimización de las
relaciones entre los sujetos singulares y el conjunto grupal,
y una condición del proceso asociativo: las formaciones y las
funciones fóricas (porta-palabra, porta-sueño, porta-sínto-
ma, porta-ideal. .. ) garantizan la constitución de represen-
tantes y representaciones, las vías intersubjetivas del retor-
no de lo reprimido y de las formaciones de compromiso, el
anudamiento de las organizaciones individuales y grupales.
Estas formaciones intermediarias cumplen de ese modo un
papel decisivo en la puesta en marcha del aparato de signi-
ficar /interpretar, en cada uno de estos niveles: intrapsíqui-
co, intersubjetivo, grupal.

La escucha, y la escucha de la escucha

No existe proceso asociativo que pueda desarrollarse en


la situación psicoanalítica si no está sostenido, en la trans-
ferencia, por la expectativa y la creencia de la escucha de los
enunciados asociativos por parte del psicoanalista. Esta
creencia entrará indefectiblemente en crisis, poniendo en
cuestión el supuesto saber del analista como indiferente --0
inadecuado- para la experiencia del analizando. En situa-
ción de grupo, más-de-un-otro está en posición potencial de
escucha y de destinatario.

291
Ciertamente, la transferencia se difracta, pero el psico-
analista sigue siendo su punto de dispersión y su lugar de
focalización. El objeto de la escucha es el efecto en uno mis-
mo de lo que dice y de lo que calla el otro, más-de-un-otro. La
escucha no es, pues, directamente la del otro; ella transita
por la escucha de la propia escucha, y por la escucha del
efecto de la asociación en el otro. 2 Con esta condición, el pro-
ceso asociativo está en comunicación con la verdad psíquica
que puede manifestarse en los sujetos del grupo.
La escucha tiene como condición determinada distancia
con relación al propio acoplamiento psíquico en el grupo, y
correlativamente la atención «uniformemente» flotante con
respecto a los movimientos internos de la grupalidad psí-
quica. Esta condición no agota la pregunta decisiva: ¿cómo
mantener en grupo, bajo la presión de los efectos de grupo,
del requerimiento de las asociaciones y de los afectos múlti-
ples, la capacidad de asociar, pensar, escuchar los registros
distintos e interferentes del proceso asociativo y de las ca-
denas que estos sostienen?

La capacidad de análisis y de interpretación

Esta reposa sobre varias condiciones precedentes, y


principalmente sobre las que corresponden al funciona-
miento suficiente de la actividad y del pensamiento pre-
conscientes, la escucha y la escucha de la escucha. La capa-
cidad de analizar y de interpretar es una condición del pro-
ceso asociativo, debido a que implica la segunda regla fun-
damental: la sumisión del psicoanalista a la experiencia
psicoanalítica, única capaz de constituir un fundamento pa-
ra aquello de lo que el psicoanalista es el garante, es decir, el
mantenimiento de la situación psicoanalítica. Con esta con-
dición necesaria (pero no suficiente), el psicoanalista man-
tiene para cada sujeto el acceso al reconocimiento de lo que
habla en él, para él y de él en el grupo.

2 Cf., sobre esta noción capital, H. Faimberg, 1988.

292
Las condiciones de imposibilidad
Esta docena de proposiciones describen, sin duda provi-
soriamente, las probables condiciones del proceso asociativo
suscitado por el enunciado del método asociativo bajo la for-
ma de la regla fundamental en los grupos. Los procesos y los
contenidos psíquicos que estos vehiculizan constituyen las
cadenas asociativas.
Pero ellas definen también, en negativo, sus condiciones
de imposibilidad, que me parecen poder remitirse a cuatro
fuentes principales:

el defecto de lo simbólico en la institución del dispositivo.


Este defecto acarrea graves insuficiencias en la instala-
ción del setting, principalmente en el mantenimiento de
las exigencias de la regla fundamental; también se trata
de severos ataques contra las funciones del encuadre;
la instauración y el mantenimiento de renegaciones
colectivas y de pactos denegativos;
la predominancia de los ataques maníacos y envidiosos
contra el pensamiento, especialmente en los casos en
que se ejerce la coacción sobre el «decir-todo»;
la puesta en marcha de un proceso de institucionaliza-
ción del grupo (preeminencia de la tarea, prioridad otor-
gada a las exigencias de la comunicación informativa e
interactiva, jerarquización de rangos, sumisión a las for-
maciones del ideal, a los imperativos de las censuras,
conservación de las defensas metaindividuales, es decir,
en definitiva, todas las operaciones psicosociolingüísti-
cas que tienen por efecto crear y sostener el consenso
contra la emergencia de la investidura pulsional y de la
representación del sentido).

Estos graves impedimentos están siempre implicados en


los pasajes al acto sin palabra; también lo están en los casos
en que el decir equivale a hacer (hacer temer, hacer gozar,
hacer callar) en lugar de significar mediante el rodeo de la
palabra; pero en esos casos, es posible que el decir-hacer sea
un primer tiempo de la representación de palabras, como
nos lo ha mostrado el ejemplo de Marc.
Estas condiciones negativas ponen en evidencia que el
dispositivo de grupo no está organizado para producir la for-

293
mación de un grupo, sino para el análisis de las apuestas
psíquicas que se ponen allí en juego para cada sujeto.

Funciones del psicoanalista en el proceso


asociativo

Retomemos el debate sobre el lugar y la función del psi-


coanalista en el grupo para precisar cómo contribuye a
mantener el proceso asociativo y a participar en el trabajo
de las asociaciones. Recordemos que, tanto en la cura como
en el grupo, el analista instaura la situación psicoanalítica
al enunciar la regla fundamental, que con ello, y respon-
diendo de otro modo y en otra parte a las demandas del pa-
ciente, se ofrece como objeto para la transferencia. Su fun-
ción es ante todo posibilitar la emergencia de una palabra
mediante la cual el sujeto pueda escuchar su palabra y reco-
nocer en ella su verdad. La reinstalación en secuencia signi-
ficante de las discontinuidades del discurso y de las inten-
cionalidades del lenguaje, a través de la actividad del silen-
cio y de la interpretación, será entonces la meta por la que
se revela el deseo inconsciente que subyacía en las deman-
das de los sujetos.
¿De qué modo su proposición de hablar asociando libre-
mente favorece esta emergencia, cómo escuchar en el en-
tramado de los discursos la palabra de uno distinta a la de
otro, lo que tienen de propio y de común, y lo que no es dicho
o no es decible? Y, ¿cómo puede el psicoanalista dar cuenta
de esto?
En la situación de grupo, sus funciones pueden definirse
en cinco puntos.

l. Tiene que establecer y mantener el campo tránsfero-


contratransferencial. Esto implica la precedencia asimétri-
ca del psicoanalista en el espacio psicoanalítico, en conse-
cuencia su contratransferencia en tanto esta consiste en su
propio emplazamiento de deseo en el grupo y en su oferta de
recibir la demanda de los sujetos que reúne. Su función es
mantener la distancia entre el lugar que ocupa y el que reci-
be en la dinámica de las transferencias y de las resistencias.
A la demanda de los sujetos, el psicoanalista responde pri-
mero mediante la enunciación de las reglas constitutivas de

294
la situación y del dispositivo psicoanalítico y mediante la
interpretación de las resistencias que estas suscitan en la
transferencia.
2. Su función es sostener y dejar hacerse oír la palabra
del sujeto en la asociación libre de los acontecimientos
psíquicos del decir. Este decir particular está entramado
con los decires múltiples encadenados unos a otros según
un orden por una parte determinado y por otra parte aleato-
rio; está atravesado en cada sujeto por las resistencias de
unos y las insistencias de otros. La función del psicoanalista
es mantener en sí mismo, en cada sujeto y entre ellos una
disposición de escucha de esos decires. Esto implica el análi-
sis de las resistencias, de las transferencias y de las alian-
zas inconscientes movilizadas por la asociación libre cuando
esta se apoya sobre formaciones grupales: censura, normas,
presiones conformistas, identificación con el discurso domi-
nante, etcétera.
3. Tiene por tarea constituir y mantener su propio espa-
cio de representación, de fantasmatización y de discurso
asociativo. En situación de grupo, un trabajo específico que
todo psicoanalista conoce en la cura de pacientes psicóticos
o estados límite graves, debe ser efectuado: para preservar
la capacidad de asociar y de pensar, para aceptar el doble
silencio (M. Foucault) de su deseo y de su saber, para estar a
la escucha de las cadenas asociativas grupales, para oír en
el entramado de los discursos la palabra de uno distinta a la
del otro, y también lo que enuncian en común, para inter-
pretar y dejar interpretar lo que no es dicho.
4. Debe dar cuenta, mediante la interpretación, de lo que
se anuda en las transferencias, las resistencias y los discur-
sos, producidos en situación de grupo. 3 La capacidad de
análisis y de interpretación reposa sobre varias condiciones
precedentes, principalmente sobre las que corresponden al
funcionamiento suficiente de la actividad y del pensamiento
preconscientes, la escucha, y la escucha de la escucha. La
capacidad de análisis y de interpretación es, repitámoslo,
una condición del proceso asociativo en cuanto implica la
segunda regla fundamental: es decir, la sumisión previa del
psicoanalista a la experiencia psicoanalítica, única capaz de

3 Sobre la interpretación psicoanalítica en situación de grupo, cf. D. An-


zieu (1972).

295
constituir un fundamento para aquello de lo que él es ga-
rante en el mantenimiento de la situación psicoanalítica;
con esta condición necesaria (pero no suficiente), el psico-
analista mantiene para cada sujeto el acceso al reconoci-
miento de lo que habla en él, para él y de él en el grupo.
La interpretación supone una teoría del objeto de la in-
terpretación, de lo interpretable y de los efectos de la inter-
pretación. Su principal dificultad es dar cuenta de la situa-
ción del sujeto singular en el proceso grupal (de otro modo, la
dimensión propiamente grupal queda reducida y oculta,
pero no por eso sus efectos dejan de producirse) y del proceso
grupal en cuanto tal en sus vínculos con el proceso de cada
sujeto (de otro modo, la dimensión propiamente subjetiva es
desconocida en su anclaje grupal y la ilusión del grupo como
realidad exclusivamente trascendente se mantiene en la
resistencia de transferencia sobre el grupo como entidad). A
lo largo de este libro, he destacado que esta teoría del objeto
de la interpretación debe tomar en cuenta los efectos de la
grupalidad psíquica y el trabajo intersubjetivo de la aso-
ciación: esos efectos pueden ser referidos a las estructuras
polifónicas de cada uno de los sistemas del aparato psíquico
y a las modalidades de sus acoplamientos en el vínculo in-
tersubjetivo.
¿Sobre qué recae la interpretación y quién la da? La in-
terpretación correspondiente al grupo recae sobre sus dife-
rentes estatutos de objetos: idealizados, perdidos, interiori-
zados, la interpretación de idealización con relación a la
transferencia negativa, la interpretación de la ambivalen-
cia fundamental con relación al grupo y en el grupo. Para
Freud, es el soñante mismo el que interpreta: no existe
interpretación del sueño fuera de la interpretación psico-
analítica; las significaciones no están dadas, devienen, en el
movimiento de la cura. En la situación de grupo, la interpre-
tación es una función del psicoanalista, que sostiene las
potencialidades interpretativas de los participantes.
5. Finalmente, el psicoanalista debe dar cuenta de su ex-
periencia a la comunidad psicoanalítica mediante el trabajo
de análisis clínico, de teorización y de confrontación. Esta
exigencia mantiene al psicoanalista en su función simbóli-
ca. Esta función teorizante lo conduce a precisar los concep-
tos y teorías con los cuales piensa y trata los objetos del psi-

296
coanálisis, con los cuales comprende el proceso psíquico de
los sujetos y del conjunto en situación de grupo.

Estas cinco funciones conjuntas producen efectos psíqui-


cos que cualifican la experiencia psicoanalítica en situación
de grupo y la naturaleza de los efectos de análisis que se
producen en ella: efectos de desligamiento y de rearticula-
ción y reintegración del sentido y los afectos, efectos de
modificaciones estructurales ligadas a las elaboraciones
simbólicas de la relación de acoplamiento; efecto de des-
prendimiento de las alianzas inconscientes y por lo tanto de
subjetivación y de pensamiento personal. Estos efectos de
análisis se oponen a otros tres:

a los efectos de hiperligazón intrapsíquica e intersubjeti-


va, productores de identificaciones narcisistas adhesivas
y proyectivas, de comunidad de síntoma, de ideales, de
ideas y de ídolos comunes, de ilusiones y de imaginarios
comunes, aptos para sostener efectos de consenso me-
diante las alianzas inconscientes;
a los efectos de des-ligazón, de clivaje y desorganización
catastrófica de los apuntalamientos, identificaciones,
significantes y discursos compartidos;
a los efectos puramente catárticos ligados a la descarga
de la pulsionalidad y de las emociones en el grupo, prin-
cipalmente en el actuar directo o en la dramatización in-
centivada por la estimulación del núcleo histerógeno que
el agrupamiento incentiva.

Los procesos asociativos en los grupos:


reconsideración de las principales hipótesis
Quisiera examinar ahora las condiciones de posibilidad
del proceso asociativo que derivan de la situación de grupo
establecida como situación psicoanalítica.
¿A qué llamaremos proceso asociativo?
Un proceso describe una sucesión organizada, regular y
constante de fenómenos en movimiento. Supone una fuente
a partir de la cual avanza (procede) la sucesión, que se desa-
rrolla según una dinámica interna, en un espacio y según

297
una temporalidad específica; finalmente, se inscribe en una
estructura que determina su funcionamiento. Sin embargo,
nuevos procesos pueden modificar la estructura o regiones
de la estructura en las que están introducidos.
Mi hipótesis central es que, en la situación de grupo, el
proceso asociativo está determinado por dos estructuras pa-
ralelamente heterogéneas: el espacio intrapsíquico y el es-
pacio intersubjetivo. Por eso hablamos a veces de los proce-
sos que se desarrollan en cada una de estas estructuras, a
veces del proceso de conjunto considerado en su unidad di-
námica y bajo el aspecto en que afecta y eventualmente mo-
difica a cada una de esas estructuras. Si admitimos un or-
den de determinación en doble nivel, debemos considerar la
parte del azar en su encuentro, puesto que nos enfrentamos
con un sistema complejo y heterogéneo en el cual los en-
cuentros entre las asociaciones de los sujetos no son comple-
tamente previsibles. El grupo es la experiencia de la impre-
visibilidad en cada uno del efecto de la asociación del otro,
repitamos aquí nuevamente de más-de-un-otro. Una parte
de azar es irreductible: no sólo porque sabemos poco sobre
las condiciones que deben reunirse para que se produzca
probablemente una configuración asociativa, sino porque
podemos, verosímilmente, entender, como principio de ex-
plicación, que el encuentro de las determinaciones intrapsí-
quicas implica una parte aleatoria en la base de la creativi-
dad del proceso asociativo grupal. La complejidad de las for-
mas asociativas sólo es realmente inteligible si admitimos
el efecto del azar en la conjunción de los órdenes de determi-
nación.

La doble determinación de los procesos asociativos


en la situación de grupo
Sobre la especificidad de esas cadenas asociativas y de
los procesos que las organizan, quisiera proponer algunas
hipótesis de trabajo.

l. La asociación libre en situación de grupo desarrolla


varias cadenas asociativas de nivel y organización diferen-
tes: las que se forman a través de las asociaciones sucesivas
de cada sujeto, y las que se constituyen en la sucesión de los

298
acontecimientos asociativos producidos por el conjunto de
los miembros del grupo. El análisis del grupo con Solange
puso en evidencia varias series asociativas principales, del
nivel del grupo, y el movimiento de las asociaciones regidas
por las representaciones-meta de Solange y Marc.
2. Los procesos y las cadenas asociativas en situación de
grupo son los vectores de las formaciones del inconsciente en
esta situación. En ellas se manifiestan algunas de las condi-
ciones intersubjetivas de su formación (función co-represora
de más-de-un-otro), de sus contenidos (la represión de los
vínculos entre los objetos, lo que explicita la noción freudia-
na de «grupos psíquicos clivados y reprimidos» y mi obser-
vación sobre «el inconsciente estructurado como un grupo»),
y de su devenir consciente. La represión secundaria actual,
en el vínculo intersubjetivo de grupo, bajo la forma de alian-
zas inconscientes y de pactos denegativos, constituye una
de las principales condiciones del proceso asociativo, el equi-
valente de la neurosis de transferencia en el nivel del grupo.
En el grupo con Solange, la represión recae sobre la
representación de la violencia inherente a la seducción y a
la escena originaria. En el grupo se forma la alianza para no
saber, para castigar la curiosidad; pero el retorno de lo re-
primido se efectúa en la formación de síntomas (por ejemplo
el último cuarto de hora, el procedimiento del decir antes de
decirlo, fuera de sesión ... ) y en la puesta en acto mediante
la palabra (Marc hace algo con la palabra y retiene el traba-
jo de puesta en representación disociándolo del afecto).
3. Las cadenas asociativas tienen dos focos de determi-
naciones. El primer foco de organización del curso de los
acontecimientos asociativos es intrapsíquico: corresponde a
cada sujeto en la singularidad de su estructura y de su his-
toria, toma origen en su fantasía inconsciente o, más gene-
ralmente, en sus representaciones inconscientes. Se en-
cuentran implicados, pues, la organización y la reactivación
de los contenidos reprimidos y del retorno de lo reprimido,
el estilo asociativo (investiduras, procedimientos de figu-
ración, mecanismos de defensa, relación específica con la
palabra hablada), el funcionamiento del pensamiento pre-
consciente.

La segunda determinación está regida por el trabajo de


ligazón y de transformación del nivel del grupo, por el tra-

29H
bajo asociativo del conjunto, al que cada sujeto contribuye
por la sucesión de sus enunciados asociativos. Por lo tanto,
están implicadas las formaciones establecidas en común, o
heredadas de las generaciones precedentes, que contienen
las alianzas inconscientes, las predisposiciones significan-
tes referenciales, los procedimientos de figuración compues-
tos en común, las facilitaciones del pensamiento abierto por
los enunciados compartidos, los ajustes de memoria colecti-
vamente constituidos, las normas, los ideales y las prohibi-
ciones de pensar producidas por el conjunto y para mante-
nerlo como tal.
Estos dos focos de determinación están en interferencia
y sus correlaciones determinan el curso y los contenidos de
las asociaciones, en cada uno de los niveles donde se produ-
cen. Diremos, pues, que los procesos asociativos y las cade-
nas que estos ponen en movimiento están sostenidos en la
interdiscursividad de las asociaciones, efecto de la situación
intersubjetiva de grupo. Cada acontecimiento asociativo,
cada Einfall, puede ser considerado así en el aspecto en que
está probablemente en el cruce de varias determinaciones de
procesos y contenidos.
4. Esta doble determinación del curso y de las series aso-
ciativas sitúa a toda asociación en la interdiscursividad. El
concepto de interdiscursividad plantea de una manera es-
pecífica el problema de la secuencialidad de las asociaciones
y sus efectos en doble dirección: un enunciado adquiere sen-
tido, vuelve a adquirir sentido con relación a otro que sigue
y a otro que precede. Se trata, en consecuencia, de tomar en
consideración varios puntos que pueden reagruparse en
cuatro secciones:

la multiplicidad y diversidad de los estados psíquicos en


el grupo: una representación puede ser inconsciente pa-
ra uno, preconsciente para otro, y consciente para un ter-
cero. La represión o los levantamientos de la represión
se producen en los sujetos en tiempos diferentes, y van a
sostener la dinámica del proceso asociativo. Esto es espe-
cífico de la situación de grupo; es ese movimiento duran-
te el cual, en el mismo momento, se producen movimien-
tos surgidos de temporalidades diferentes: para unos,
tiene lugar un retorno de lo reprimido que va a sostener
el proceso asociativo mediante las derivaciones y los des-

300
plazamientos que se efectuarán; para otros, tiene lugar
un movimiento de represión que va a sostener el proceso
asociativo mediante los silencios. Sobre esos tiempos di-
ferentes, de lo reprimido ya constituido, de la represión
actual y del retorno de lo reprimido, trabajamos en el
grupo;
lo que sobreviene del inconsciente/preconsciente de un
sujeto cuando las determinaciones intrapsíquicas del
curso asociativo reciben la incidencia de los enunciados
introducidos por otros sujetos reunidos en grupo. Lo que
llamo efecto del trabajo del conjunto en el aparato psíqui-
co individual liga el curso de los pensamientos asociati-
vos de cada uno -y por lo tanto las condiciones del retor-
no de lo reprimido- a las palabras escuchadas y a los
discursos en los que toma parte. Esta perspectiva otorga
la plenitud de su significación a la idea del «Mitsagen»,
del «decir-con»: lo que sujeta a cada uno al otro por lapa-
labra. Por lo tanto, nos encontramos siempre con el pro-
ceso asociativo y con las cadenas asociativas del sujeto
(del grupo) en el grupo. Sin embargo, la interdiscursivi-
dad es la situación de todo discurso. Un paciente en cura
individual me decía, a propósito de una interpretación:
«Usted me ha dicho algo de lo que yo nunca me he habla-
do a mí mismo»;
se trata también de tomar en consideración lo que se or-
ganiza, sobre la base de la interdiscursividad y según las
determinaciones de un aparato psíquico de grupo, como
cadenas y procesos asociativos del nivel del grupo. Se
trata de transformar en hipótesis más precisas el postu-
lado de una inteligibilidad de este nivel del discurso lla-
mado «del grupo», y de despejar las dimensiones del in-
consciente que se manifiestan y operan en él. Un aspecto
de esta hipótesis es que existiría una homología de es-
tructura y de funcionamiento entre el proceso asociativo
del nivel del grupo y el proceso intersubjetivo grupal;
debe concederse una atención particular a los puntos de
anudamiento (Knotenpunkten) de las cadenas asociati-
vas «individuales» y «grupales»: de allí la importancia
clínica, metodológica y teórica de las formaciones inter-
mediarias, de las funciones fóricas y de las figuras me-
diadoras. Su posición y sus funciones se constituyen en
dos niveles; derivan de los dos factores precedentes: los

301
sujetos que se ubican como caudillos, chivos emisarios,
porta-palabra, porta-sueño, porta-síntoma o mensajero
(go between), por una parte se asignan a ellas porrazo-
nes intrapsíquicas y por otra son asignados a ellas por el
acoplamiento grupal según su economía y su dinámica
propias. Estos sujetos se sitúan en el punto de anuda-
miento de varios hilos asociativos. Reciben, en razón
misma de su emplazamiento y de su determinación en
dos espacios psíquicos, una sobrecarga económica nota-
ble. Por ellos se efectúan preferentemente las funciones
co-represoras y las vías del retorno de lo reprimido: esta-
remos, pues, atentos a las funciones que cumplen en la
producción de las hipercondensaciones, de los síntomas,
los lapsus, los actos fallidos. La posición de Solange ha
sido analizada desde esta perspectiva.

El punto de anudamiento es el encuentro de varias se-


ries asociativas; revela la representación-meta y el organi-
zador del proceso asociativo, al mismo tiempo que lo enmas-
cara: hay, pues, una estructura de síntoma o de formación
de compromiso.
El interés clínico del punto de anudamiento es señalar,
mediante efectos específicos, la sobredeterminación de las
series asociativas en el movimiento de retomo de lo reprimi-
do. Uno de esos efectos es la ruptura en el curso de las aso-
ciaciones. Esta ruptura debe ser referida siempre a la trans-
ferencia; se produce gracias a una sobrecarga económica so-
bre la representación, que no consigue desplazarse sobre la
cadena asociativa sino que produce, por el contrario, una
hipercondensación; se manifiesta a menudo por un cambio
del registro de la voz (cf. Solange, segunda sesión) o del cur-
so de las asociaciones (cf. Marc, tercera sesión), por el si-
lencio defensivo contra los afectos, por la puesta en acto, por
el ataque contra el proceso asociativo o por un lapsus (cf.
supra, capítulo 5).
5. Las significaciones se constituyen y se inscriben en va-
rios sistemas asociativos, simultánea o sucesivamente, en
cada uno de los niveles intrapsíquico y grupal, y en su inter-
ferencia. Por desplazamiento, inversión, variación de un ni-
vel a otro, las significaciones del «nivel individual» pueden
ser enunciadas en el «nivel del grupo», y recíprocamente. De
ello resulta que, cualquiera sea su determinación, cada aso-

302
ciación está en condiciones de integrarse en una cadena sig-
nificante para cada sujeto considerado en su singularidad,
para más de un sujeto en el grupo, o para el conjunto que
componen. Esta proposición tiene una incidencia directa
sobre la escucha y la interpretación, su objeto y su moda-
lidad. Se expresa principalmente en términos de preponde-
rancia otorgada a los procesos y a las cadenas asociativas
individuales sobre el proceso y la cadena en el nivel del gru-
po, o inversamente. Mi punto de vista es el de una escucha y
una interpretación que dan cuenta de su interdependencia;
para sostener y poner en práctica este punto de vista, es ne-
cesario tratar el problema teórico de la organización de sus
relaciones y de sus efectos de organización recíproca.
En situación de grupo estructurada por el dispositivo
psicoanalítico, es decir, cuando los sujetos son invitados a
decir sin trabas lo que les viene a la palabra, se crea una ten-
sión específica entre el proceso y los contenidos asociativos
de cada uno y las asociaciones interferentes procedentes de
los otros sujetos, en la sucesión y el orden de sus enuncia-
dos. Esta tensión tiene origen en lo que develan y en lo que
ocultan para cada uno las asociaciones de los otros; está
sostenida por la pluralidad y los desfases de los lugares de
la significación.
6. En resumen, la doble determinación de los procesos
que organizan las cadenas asociativas, su disposición en
puntos de anudamiento específicos, la doble inscripción de
las significaciones, las transferencias de sentidos y los efec-
tos de desconocimiento que aquellas posibilitan, describen
la especificidad clínica y teórica del proceso asociativo gru-
pal. Expreso esta especificidad en dos hipótesis de investi-
gación:

cada enunciado (elemento de la cadena asociativa gru-


pal) adquiere sentido con relación a los otros y les da sen-
tido, ya sea en el referente del sujeto singular, ya sea en
el del conjunto grupal, ya sea en ambos, en un punto de
anudamiento característico. De este modo, el proceso
asociativo grupal, en tanto tal, vuelve disponibles signifi-
cantes perdidos, ocultos, forcluidos o encriptados que
probablemente no advendrían en el proceso asociativo
del sujeto singular: esto en la medida, probablemente, en
que la reinvestidura de la huella sólo puede efectuarse a

303
través de las transferencias-transmisiones que la situa-
ción grupal actualiza específicamente y con intensidad;
si se verificase, tal hipótesis podría dar cuenta del desti-
no de los significantes brutos o bizarros, transmitidos de
generación en generación sin transformación, sin apro-
piación, sin haber sido retomados por el aparato de in-
terpretar (der Apparat zu deuten) que Freud postula co-
mo necesario para la transmisión intergeneracional. La
experiencia del trabajo del análisis intertransferencial
confirma esta función interpsíquica del aparato de signi-
ficar: mediante el trabajo asociativo del grupo de psico-
analistas, puede ser restablecido, reinventado el eslabón
faltante portador del significante primordial para un
sujeto o para el conjunto de los sujetos reunidos en gru-
po. La cuestión es entonces dar cuenta de los caminos to-
mados para que este reencuentro se produzca, o para
que se vea impedido.

Sujeto del grupo, palabra e intersubjetividad


El sujeto en grupo es el sujeto del grupo: allí se manifies-
ta sujeto hablante y hablado, constituido en el discurso de
las «sombras habladas» (P. Aulagnier, 1975) de las «voces
primeras» (A. Missenard, 1979), esas mismas que sostienen
la identificación primaria. En cada uno de nosotros, una po-
lifonía y una pluridiscursividad interna hacen escuchar las
voces y los discursos, la palabras y las palabras habladas
que han formado nuestro Yo; pero también tenemos en no-
sotros dispositivos de puesta en silencio, de borramiento de
esas voces.
El sujeto del grupo en grupo, en el proceso asociativo,
reactualiza la experiencia de la presencia, de la ausencia o
también de la insuficiencia de la función del porta-palabra;
se ve confrontado con la exigencia de la palabra hablada,
reafirmado por la presentación de formas y contenidos de
representación, figuración y enunciación, que abre una vía
a sus propias representaciones en espera de palabras [mots]
y de significaciones. Algunas de estas predisposiciones sig-
nificantes son utilizables y apropiables por parte del sujeto,
otras no, por diversas razones, entre ellas la referida a la
violencia del discurso del otro, cuando viene directa y pre-

304
maturamente a imponer una significación que el yo rechaza
o reniega.
Solange, en el grupo, en el momento en que transporta la
palabra de Anne-Marie-madre, «escucha» la voz y la pala-
bra de su madre. Su propia voz cambia de tonalidad.

Polifonía y grupalidad interna


He mencionado el interés que encontré en las tesis de M.
Bajtin sobre la polifonía, por cuanto me parecían implicar la
noción de una grupalidad interna que se puede descubrir en
diversas actividades de la psique, por ejemplo en la activi-
dad de escritura o de lectura.
El sujeto en grupo es preponderantemente movilizado
en el registro de la polifonía por las estructuras y los proce-
sos de la grupalidad psíquica. La cadena asociativa es la re-
presentación mediante la palabra hablada de los elementos
de un (o de varios) grupo(s) interno(s), de sus ligazones: es
su recorrido mismo. Desde este punto de vista, podríamos
decir que los grupos internos son una organización de las
huellas mnémicas, de representaciones y de afectos: rigen,
como representaciones-meta, el curso de las asociaciones.
El sujeto habla a varias voces, a varios yoes: las identifi-
caciones multifaces (vielseitige) de la histérica, el yo disocia-
do y los grupos internos fragmentados del psicótico nos ha-
cen escuchar las voces entre las que se busca, se oculta o se
pierde el sujeto. Quienquiera que hable hace la experiencia
de esta plurivocalidad, de esta polifasia y de esta polifonía
internas, de esas voces que en él se entrechocan, se cruzan y
se ligan, se disocian y se agrupan, sucesivas o simultáneas,
estallando en el lapsus, diciendo con la palabra-valija varias
palabras a la vez, desgarrando la unidad de la palabra y del
sujeto que la profiere.
Que existan en cada sujeto varias voces, varios discursos
y varios registros de la palabra hablada atestigua la divi-
sión del sujeto y su insistencia en poner en escena, en acto y
aquí en palabras, su división entre sus instancias, entre sus
identificaciones, entre sus personajes internos. Esta expe-
riencia es común a los poetas. AntoninArtaud, hablando de
los «innumerables estados del ser» como del núcleo de la ex-
periencia poética, expresa lo que un Beckett, un Pessoa, un

305
Rimbaud han experimentado y puesto en sentido: 4 el dra-
maturgo, el novelista, el poeta, pero también el actor y el po-
seído hacen, más que nadie, de esas voces plurales y de esas
palabras múltiples su obra-misma. 5
Ellos dan voz y discurso a su locutorio interno: lo hacen
coro, coral;6 conocen en el drama interno la apuesta de Ba-
bel: renunciar a la palabra única para hacer oír esas pala-
bras plurales y diversas, para recibir su eco y su recupera-
ción desfasada, en más-de-un-otro. Saben que la palabra no
es para sí misma su origen ni su meta: que es recibida y que
transita, que se da y que se pierde.
Esa polifonía del mundo interno -ese polílogo- supone
un oyente interno, como para el escritor su lector potencial.
La búsqueda misma, cuando se hace dialéctica o puesta en
escena dialéctica, como en más de una ocasión Freud gusta
de hacer en sus textos «dialogados», no es otra cosa que el
trabajo de secundarización de los procesos primarios y de la
dramatización que el sueño atestigua.
En efecto, los procesos de condensación, desplazamiento
y difracción trabajan conjunta o preponderantemente el
grupo interno de las voces hablantes: la cadena asociativa
recorre, despliega, revela su organización. El sujeto del gru-
po y de la grupalidad psíquica se devela en esas voces inter-
nas, en sus vacilaciones y fallos, en su insistencia y sus re-
peticiones, su surgimiento inesperado, inarticulado hasta
entonces.
La cura individual abre acceso a esta dimensión de la
plurivocalidad de la palabra y del estilo de las asociaciones.
El psicoanalista es, desde ese punto de vista, aquel que, pa-
ra devenir intérprete, se ha visto confrontado primero con
ese poliglotismo psíquico requerido para traducir, transpo-
ner, reconocer las múltiples versiones de los discursos de
más-de-un-otro, y de sus propias palabras internas. Su es-
cucha recibe, alberga, identifica y diferencia en el discurso
del analizando las múltiples voces y palabras, sus composi-

4 Pero también J. Joyce, A. Roa Bastos, F. Nietzsche. Cf. las opiniones de

Freud sobre la novela «moderna•.


5 La versión cinematográfica de esta expresión podría ser el Zelig
(Seelig) de W. AJ len.
6 A. Vecchi, en su ópera l,'Amfi,parnasso, mantiene para cada personaje
una expresión grupal: todos dicen juntos y sucesivamente la palabra de
cada uno. Cada uno es parte activa de lo que dice el otro.

306
ciones agrupadas, que lo constituyen: voz del niño, de lama-
dre, del padre, del otro sexuado en sí mismo, voz del Ances-
tro. Voces calladas o sobre las cuales han pesado silencios,
malentendidos; voces que ocultan otras, que son habladas
por otros, que se desplazan. Voces hablantes, con su registro
y su acento súbitamente recobrados, como la impronta de la
pulsión o de una filiación de nuevo identificada; voces extra-
ñas y extranjeras, inquietantes o encantadoras, enigmáti-
cas y desconocidas. En cada sujeto hablante, la plurivocali-
dad del discurso asociativo hace oír lo pendiente de recono-
cer por parte del Yo políglota.

La grupalidad psíquica y la lengua fundamental


de la fantasía

Volvamos ahora a la organización fantasmática y a su


estructura de grupo interno, al enunciado del discurso se-
cundario que da cuenta de ella. Según mi hipótesis, la fan-
tasía inconsciente es organizadora de los emplazamientos
intersubjetivos y de los procesos asociativos en el grupo. Su
enunciado obedece a los principios de la doble articulación
sintagmática/paradigmática: «Un progenitor amenaza a un
hijo». Si quiero dar cuenta de todos los enunciados posibles
sobre cada uno de esos dos ejes, me veo obligado a efectuar
enunciaciones sucesivas, según el proceso secundario, salvo
si un lapsus, una condensación, una palabra-valija me per-
mite hacer venir al mismo tiempo y al mismo emplazamien-
to sobre el eje sintagmático, dos términos asociados según
los mecanismos específicos del proceso primario. Hace tiem-
po presenté un ejemplo en relación con un grupo donde al-
guien había hablado del «grouple»; condensaba así dos re-
presentaciones antagonistas, la de la pareja [couple] y la del
grupo fgroupe] y, mediante esta condensación operada por
el lapsus, hacía trastabillar la linealidad del discurso orga-
nizado por el proceso secundario.
La lógica de la organización fantasmática en la cual ope-
ra el proceso primario corresponde al orden de lo incons-
ciente. La fantasía es la puesta en escena en lo inconsciente
de una acción psíquica reversible en la cual las posiciones
correlativas del sujeto y del objeto pueden permutar. Pasa-
mos al enunciado secundario del discurso preconsciente y

307
com;ciente mediante una importante transformación: ha-
blun<lo con propiedad, la fantasía no enuncia nada; es la
escena intrapsíquica de un drama que, traducido y meta-
bolizado en representación de palabra hablada, se fija y se
limita, en el momento de su enunciación, en una versión
preferencialmente enunciada por un sujeto singular.
Así, la organización fantasmática obedece a una lógica
que difiere de la del enunciado lingüístico: en la fantasía, el
sujeto es simultáneamente y, por permutación en la estruc-
tura, sucesivamente, en todo caso correlativamente, el pa-
dre, el hijo, la acción misma, el testigo de la escena. Es acti-
vo y pasivo, amenazante y amenazado, seductor y seducido.
La estructura de la fantasía contiene el conjunto de estas
posibilidades, pero la singularidad de un sujeto es la de su
fantasía propia; él se define por la posición que ocupa de
manera electiva en esta estructura, dejando vacantes o re-
presentados por otros los emplazamientos correlativos,
complementarios o antagonistas.
La emergencia de la fantasía en el lenguaje, según las le-
yes de la comunicación lingüística, las condiciones subjeti-
vas del funcionamiento del preconsciente y las especificida-
des del vínculo intersubjetivo sólo develan una de sus ver-
siones. Las otras versiones, en última instancia el conjunto
de los enunciados posibles de aquello que, en el análisis de
la fantasía de Schreber, Freud llamaba «la lengua funda-
mental de la fantasía», se manifiestan bajo el efecto del
proceso asociativo, sucesivamente, pero están ya presentes
en el inconsciente: ahí donde varias representaciones-accio-
nes pueden ser sostenidas de manera simultánea y sin con-
tradicción, ahí donde varios objetos pueden ocupar el mismo
lugar al misma. tiempo. Es la función misma de la fantasía
posibilitar estas puestas en escena, estos cambios de posi-
ción, estas inversiones de actividad.
El despliegue de esas posiciones descubre la estructura
de la fantasía, de la que un enunciado genérico como «pegan
a un niño» [«on bat un enfant»] expresa perfectamente la in-
determinación o, como lo dicen Laplanche y Pontalis (1967),
la desubjetivación del sujeto de la fantasía. La traducción
que se prefiere habitualmente en francés tiene el mérito de
hacer aparecer en el «on»* una condensación perfectamente

* «On» equivale al «Se» impersonal en castellano. (N. de la T.)

308
grupal de los emplazamientos subjetivos. La descondensa-
ción se efectúa en la serie de transformaciones que, como lo
ha mostrado Freud con el análisis de la fantasía de Schre-
ber, devela emplazamientos subjetivos distintos, y even-
tualmente una organización psicopatológica específica.
Es una estructura de este tipo lo que yo llamo grupo in-
terno: la fantasía, específicamente la fantasía originaria, es
su prototipo. Los grupos internos tienen una función orga-
nizadora en el despliegue intersubjetivo de los actores y de
los emplazamientos que contienen. El proceso asociativo es
el soporte de la emergencia del sujeto del lenguaje, del su-
jeto del inconsciente y del sujeto del grupo, en la situación
de grupo; es el vector de su coincidencia y de sus distancias:
por ejemplo, de la distancia entre la posición del sujeto del
grupo en el grupo, sus enunciados de lenguaje y su emplaza-
miento en la fantasía inconsciente.
La situación de Marc es a este respecto ejemplar: su em-
plazamiento de sujeto del inconsciente revelará ser en su
fantasía de deseo inconsciente el de un hijo seducido por su
padre, él es «la» marca de esto, esa es para él la escena de la
violencia fundadora de su subjetividad. En el proceso aso-
ciativo, sus enunciados de lenguaje se producen sobre una
versión de esta fantasía, la de la amenaza; esta versión, li-
neal, mantiene a las otras versiones en lo reprimido o en el
desconocimiento, cuando emergen en otros enunciados de
otros participantes en la polifonía interlocutoria.
Como sujeto del grupo, en ese grupo, Marc ocupa una po-
sición de caudillo: su decir es, a la vez, un decir que remite a
lo desconocido o a lo irrepresentado, pero designa también
un peligro y una probable solución, posible si las potencias
tutelares son favorables, lo que él dice como los otros, en su
relación con la violencia, con la confusión, con su expectati-
va de reparación; su relato los liga a él, por identificación, en
la carga económica del afecto. El representa esta parte de
ellos, la encarna en un síntoma que Arme-Marie pedirá a
Solange constituir en representación de palabra hablada.
De manera más general, cada uno representa para sí mis-
mo y para algunos otros un elemento de la estructura de la
fantasía.
Según estas perspectivas, es posible concebir un proceso
asociativo del nivel del grupo y, en consecuencia, «un discur-
so del grupo». Ya nos hemos encontrado con algunos meca-

309
nismos de este proceso (inversión en lo contrario, desplaza-
miento, condensación, difracción). Podríamos decir que el
discurso del grupo es el despliegue, en los enunciados de
lenguaje producidos en la interlocución, de la totalidad o de
una parte de la fantasmática que mantiene juntos, por iden-
tificación y contraidentificación, a los sujetos del grupo. En
el discurso del grupo, se manifiestan tanto las realizaciones
de deseo como las defensas contra esas realizaciones.

La interdiscursividad y sus efectos de sentido


El sujeto que asocia libremente en grupo recibe en su
proceso asociativo y en la formación de sus cadenas asociati-
vas los diversos efectos de las asociaciones de los otros suje-
tos. He expresado mediante la hipótesis de la interdiscur-
sividad asociativa lo que sobreviene en la asociación de un
sujeto cuando está bajo el efecto de las asociaciones introdu-
cidas por otros sujetos reunidos en grupo.
Supongo que esos efectos no pueden considerarse en el
aspecto exclusivamente negativo en que una crítica a priori
del proceso asociativo en situación de grupo quiere mante-
nerlos. Que en los grupos la palabra hablada sea entre-di-
cha no suprime ni el sujeto ni la singularidad de su discurso,
ni la posibilidad de reconocerlo como suyo, si se cumplen las
condiciones que he mencionado.
La hipótesis general es la de una perlaboración intersub-
jetiva del proceso asociativo. Esta hipótesis equivale a con-
siderar el trabajo de ligazón/ desligazón efectuado por y en
cada sujeto bajo el efecto del proceso asociativo/ disociativo
del otro. ¿Cuáles son sus efectos? Sin pretender ser exhaus-
tivo, supongo seis eventualidades.

l. Efectos de estimulación y movilización de las huellas


mnémicas, de facilitación de vías de representación, lo que
implica un inicio de levantamiento de la represión. La cues-
tión suscitada por esos efectos se centra sobre las funciones
positivas y negativas de la excitación y del para-excitacio-
nes en el grupo. Un ejemplo de este efecto es, por una parte,
la preparación para el decir en el grupo mediante el anuncio
previo del acontecimiento doloroso entre las sesiones, fuera
de la presencia de los psicoanalistas; por otra parte, la reme-

310
moración de la palabra de amenaza materna en Solange en
el momento en que ella habla paraAnne-Marie.
2. Efectos de albergue o de contención, unívocos o mu-
tuos, de ciertos contenidos psíquicos. Deben considerarse
dos modalidades: albergues sin transformación, o depósi-
tos-delegaciones de lo reprimido en el espacio psíquico del
otro. Esta modalidad de la identificación proyectiva crea un
vínculo simbiótico, señalado por J. Bleger (1967) principal-
mente, entre el depositante, el contenido depositado y el de-
positario. La relación de objeto subyacente se puede califi-
car de diversas maneras y de forma complementaria, por
ejemplo en los vínculos de dominio oro-anal, sadomasoquis-
ta ... Estos depósitos son también lugares de memoria y de
olvido extratópicos, memoriales de los que cada uno es ga-
rante para el otro, en los vínculos de alianza, pacto y contra-
to que los unen. Están sostenidos por la fantasía de una
memoria común entre el psicoanalista y los miembros del
grupo.7
La segunda modalidad es la de los albergues-depósitos
con transformación. Se describe mediante la noción de un
trabajo psíquico en el otro y mediante los conceptos de pre-
consciente, aparato de significar/interpretar, función alfa,
capacidad de ensoñación materna, porta-palabra. El traba-
jo psíquico en el otro cumple una función de «desintoxica-
ción», establece nuevas ligazones asociativas y vías de fa-
cilitación disponibles para el otro, por apuntalamiento e
identificación. Esta perspectiva permite considerar al grupo
como aparato de transformación de los enunciados asociati-
vos de un sujeto por su reaprehensión metabolizadora en el
proceso asociativo de otro.
3. Esos efectos de interpretación y de significación deben
considerarse como efectos de resignificación que vienen a
volver a dar sentido a acontecimientos para los cuales no es-
taban disponibles para el sujeto representaciones signifi-
cantes. Los efectos de resignificación tienen aquí la particu-
laridad ya señalada de estar ligados al trabajo de la inter-
discursividad.
4. Efectos de confirmación y de especularización de las
asociaciones son, en cambio, producidos por la necesidad o

7 Cf. el trabajo de M. Enriquez (1987) sobre la fantasía de una memoria

común en la cura.

811
el placer de eliminar toda distancia intersubjetiva: man-
tener las identificaciones imaginarias, establecer las rela-
ciones de seducción, reforzar lo idéntico mediante aso-
ciaciones en eco, adaptarse a las coacciones repetitivas, to-
das consecuencias y causas entremezcladas, autososteni-
das, que tienen como objetivo separar el proceso asociativo
del proceso de significación.
5. Efectos de rechazo: la emergencia de contenidos in-
conscientes en un sujeto constituye un displacer y eventual-
mente una amenaza para el yo consciente de otro sujeto. El
rechazo que sigue puede tomar diferentes valores: puede
ser el primer momento de la (de)negación en la aceptación
del contenido inconsciente homólogo presentado al yo;
estamos entonces en un proceso de levantamiento de la re-
presión. El rechazo puede significar represión actual por
efecto de un reforzamiento de la censura, o renegación,
eventualmente compartida por otros sujetos respecto del
contenido inconsciente homólogo, o proyección en el otro
(o varios otros, o el grupo . .. ), o enquistamiento e incorpora-
ción sin metabolización fantasmática; estos efectos pueden
acompañarse de formaciones sintomáticas que dan testimo-
nio del conflicto intrapsíquico: inhibición, recursos a los au-
tomatismos de repetición, o pensamiento vacío, ruptura y
detención del proceso asociativo, anonadamiento a causa
del contacto directo con voces internas que vienen del afue-
ra, experiencia de significantes enigmáticos y de objetos bi-
zarros.

Los organizadores del proceso asociativo y la


doble inscripción de las cadenas significantes

Falta dar un estatuto al discurso que se produce en y por


el proceso de grupo. Admitir la consideración de este nivel
en la producción del discurso es suponer, primero, un cierto
orden en el «ruido», un orden inteligible bajo ciertas condi-
ciones, y no una «cacofonía asociativa», salvo por efecto de la
disociación y de la realización de las fantasías de caos. La
hipótesis principal es que la cadena asociativa y los corres-
pondientes procesos que se desarrollan bajo el efecto de la
realidad psíquica del nivel del grupo son portadores de los

312
efectos del inconsciente que los organizan. La cadena aso-
ciativa es inteligible e interpretable en este nivel y dentro de
estos límites.

Tres organizadores del proceso asociativo en los


grupos

En la mayoría de las secuencias clínicas que he relatado,


es posible distinguir tres organizadores del proceso asocia-
tivo: los enunciados de lenguaje regidos por la sucesión de
discursos y por las transformaciones asociativas producidas
en la polifonía de la interlocución; la estructura de la fanta-
sía inconsciente, para la cual la organización grupal intra-
psíquica dispone una pluralidad de emplazamientos subje-
tivos (politopía); la estructura y la función intersubjetiva
del grupo, aparato de ligazón y de transformación de la rea-
lidad psíquica, lugar del despliegue de la polifonía del dis-
curso y de la politopía de la fantasía.
La puesta en marcha de estos tres organizadores en el
proceso asociativo grupal mediante el método psicoanalítico
de la asociación libre nos confronta al extremo con el hecho
de que, para «decir», utilizamos el lenguaje y la palabra en
un «decir con»: un decir con otros decires, un decir que es
también un contra-decir, un decir que es ante todo un decir
en el entre-decir.
Estos tres organizadores operan según leyes propias, en
órdenes de realidad parcialmente heterogéneos uno a otro;
pero tienen en común constituir una estructura de grupo y
poner en relación de co-constitución al sujeto del lenguaje,
al sujeto del inconsciente y al sujeto del grupo. Por eso nos
encontramos con una doble inscripción del discurso.

La doble inscripción del discurso


Formular la hipótesis de que cada enunciado está doble-
mente inscripto en el proceso asociativo, es decir que cada
enunciado asociativo es un punto de anudamiento entre dos
series que se entrelazan: la de A como sujeto singular que
adviene a ese lugar en el grupo, la del grupo del cual A es
miembro.
Formularé la siguiente hipótesis: el discurso de A (la
Hucesión de sus enunciados) en el grupo se inscribe en la red
de sus propias asociaciones y en el complemento de las aso-
ciaciones del Otro en la transferencia. El complemento de
las asociaciones del Otro en la transferencia es lo que orga-
niza el curso de las asociaciones deA, B, C,X. Esto significa
que, cuando A habla, «invoca» a By/o C y/o X, que se consti-
tuyen como sus destinatarios. Sus asociaciones consecuti-
vas tienen, en ciertas condiciones y en la resignificación,
efecto de sentido para A Podríamos decir que A invoca a
destinatarios preconstituidos que proveen a su propia cade-
na asociativa eslabones significantes faltantes a los que
tendrá que dar un destino: de puesta al servicio de la repre-
sión o de puesta en representación y, en ese caso, tanto como
fuera posible con las conjunciones intrapsíquwas e intersub-
jetivas que la determinan.
Esta red de series asociativas entrelazadas deja apare-
cer las líneas de soporte que rigen el curso de las asociacio-
nes: para cada sujeto (que sigue su propio curso asociativo)
y para el conjunto de los sujetos que, sin saberlo y en una
cooperación psíquica anónima, producen otro. Entre unos y
otros se producen cruzamientos, bifurcaciones, puntos no-
dales. El punto de anudamiento es síntoma. Es una forma-
ción intermediaria fuerte. Cada uno, a lo largo de la se-
cuencia asociativa, habla, se habla, es hablado. El punto de
anudamiento permite a todas las vías (voces) de la palabra
conectarse, disociarse, difractar el mismo enunciado, el que
la representación-meta rige a través del curso de las asocia-
ciones grupales: así funciona el lapsus en el grupo con Di-
mitri; o también la «confesión» de Marc. Todos estos ejem-
plos muestran cómo el punto de anudamiento es la emer-
gencia del inconsciente en la cadena asociativa grupal.
Así se presentan el discurso, sus lagunas y sus borradu-
ras, sus memorias: lo que para Marc vuelve «mareante» el
acontecimiento, es que repite, ocultando su recuerdo, la fan-
tasía traumática de seducción. La huella es despertada por
y en las transferencias. Repetición en eco grupal, recuerdos,
algunos de los cuales son encubridores, otros interpretacio-
nes, que conducen a elaboraciones intrapsíquicas por la vía
transgrupal, a una transformaci6n del acontecimiento en el
doble registro de la realidad psíquica individual y de la rea-
lidad de las ligazones acopladas en el grupo.

314
Balance de las hipótesis puestas a prueba
Antes de proponer un balance de las hipótesis de investi-
gación puestas a prueba, quisiera recordar brevemente a
qué problemas corresponden, de modo que aparezcan las
preguntas que dejan en suspenso.
Si admitimos que el objetivo del trabajo psicoanalítico en
situación de grupo es volver accesible para cada uno la expe-
riencia, el conocimiento y el desligamiento de su conflicto in-
consciente, especialmente en sus ligazones intersubjetivas,
¿cómo dirigir el análisis a esos nudos asociativos constitui-
dos por contenidos y procesos diferentes?
Si la proposición de la regla fundamental en situación de
grupo es pertinente, ¿cuáles son sus objetivos y sus efectos?
¿Cómo calificar lo que se manifiesta del inconsciente? ¿A
quién se dirige el psicoanalista cuando enuncia esta regla?
¿Qué limitaciones, coacciones o inflexiones, pero también
qué posibilidades asociativas «inaccesibles de otro modo»
aporta la situación de grupo?
Si admitimos una organización interdiscursiva (o inter-
asociativa) de las asociaciones, ¿cuáles son los procesos de
formación de las cadenas asociativas, sus organizadores, las
correlaciones entre las asociaciones de ideas y las relaciones
intersubjetivas?
Finalmente, si admitimos la inteligibilidad psicoanalíti-
ca de un discurso asociativo con varios focos de determina-
ción y de significación, si suponemos una especificidad a un
discurso sostenido en grupo, ¿es necesario deducir la consis-
tencia de un discurso de grupo? ¿Cuál sería su sujeto, su
(o sus) destinatario(s)? ¿Existe siempre un destinatario o
bien se constituyen destinatarios a posteriori? ¿Cómo se
constituiría la instancia interpretante?

Recordemos los principales enunciados de esta investi-


gación y precisemos lo que hemos establecido.

l. Existe una homología de estructura, funcionamiento y


estructuración entre el proceso de la cadena asociativa y el
proceso grupal. Los procesos y la estructura de grupo pue-
den describir la cadena asociativa. El análisis psicoanalítico
del agrupamiento pone en evidencia procesos y lógicas ho-
mólogas en el grupo y en la cadena asociativa: procesos pri-

315
marios (condensación, desplazamiento, difracción), secun-
darios y terciarios; lógicas del inconsciente, del preconscien-
te y del consciente; censuras, defensas contra-asociativas
que suturan, por ejemplo, el proceso primario con el predo-
minio del secundario, como en las posiciones ideológicas.
Las formaciones intermediarias en el aparato psíquico gru-
pal son las mismas que Freud puso en evidencia cuando
describió los pensamientos intermediarios o la figura del
mediador en las multitudes, las instituciones y los grupos,
en la formación del sueño y en la cadena asociativa. Estas
formaciones intermediarias tienen una estructura y una
función homólogas en el proceso asociativo de los pensa-
mientos y de los vmculos: son inherentes al agrupamiento.
La hipótesis fuerte que ha orientado estas investigacio-
nes no se encuentra, pues, invalidada: cadena asociativa y
grupo son formaciones de ligazón, representaciones de liga-
zón y aparatos de ligazón. El acontecimiento asociativo co-
mo Einfall es lo que, enlazado en la cadena significante y re-
lacional, hace la diferencia, suscita la referencia, convoca el
sentido. El grupo es un aparato interpsíquico de ligazón y
una representación de ligazón: precisamente en esto consis-
te el aparato psíquico grupal. El análisis del acontecimiento
«mareante» lo ha confirmado.
Esta hipótesis nos ha llevado a cuestionar algunos efec-
tos del agrupamiento sobre la disposición de la cadena
asociativa del nivel del grupo, principalmente:

efectos de grupo: efectos de la necesidad de mantenerse


en el vínculo y de mantener las alianzas inconscientes;
efectos de normas perceptivas e interpretativas; efectos
de censura y de consenso; efectos de orden y de preceden-
cia jerárquica;
efectos de discurso: efectos de los significantes comparti-
dos y comunes: de código, de contexto, referencial; utili-
zación de las exigencias del bien-decir y de los automa-
tismos de lenguaje en las composiciones asociativas;
efectos de perlaboración intersubjetiva y de análisis: efec-
tos de facilitación, presentación y creación de signifi-
cantes no disponibles.

2. Se genera una tensión específica entre el discurso sin-


gular de cada uno y el discurso que se produce al ser pro-

316
ferido en grupo, en la sucesión de enunciados de sujetos dis-
tintos, desde el momento en que están manifiestamente
reunidos en grupo y son invitados a decir sin traba lo que les
viene a la palabra. Formular la hipótesis de un proceso, de
una cadena asociativa y de un discurso específicos efectua-
dos en grupo, significantes en el nivel del conjunto, supone
otra serie de hipótesis relativas a su organización. He ade-
lantado, para constituirlas, varios conceptos: en primer lu-
gar, el del aparato psíquico del grupo, que se forma a partir
de los organizadores inconscientes estructurales del agru-
pamiento (grupos internos): el aparato psíquico grupal los
contiene, los liga entre sí y los transforma; el de objetos par-
ciales comunes, propios del intercambio y de las identifica-
ciones comunes; luego, el de significantes comunes y com-
partidos; después, el de porta-palabra y de porta-síntoma;
finalmente, el de alianzas, pactos y contratos inconscientes.
He supuesto un trabajo psíquico de la intersubjetividad y el
grupo mismo como aparato de transformación, incluyendo
sus procesos de inhibición, censura, facilitación de las vías
de pensamiento hacia el devenir consciente, etcétera.
Supongo que las cadenas asociativas grupales sucesivas
o simultáneas están hechas de las contribuciones anónimas,
personales y ordenadas de los miembros del grupo, contribu-
ciones de las que cada uno puede hacerse el porta-palabra
(como Solange) o el porta-síntoma (como Marc). Las contri-
buciones reproducen algunas de las organizaciones inter-
discursivas que les preexisten y las constituyen. Desde este
punto de vista, la cadena asociativa grupal es el lugar de
emergencia de la precedencia estructurante del discurso del
conjunto con relación al acceso del sujeto al lenguaje y a la
palabra.
Dos estructuras de grupo distintas pueden describir la
cadena asociativa grupal: la primera es la cadena asociativa
grupal íntergeneracional; lleva la huella o la transmisión de
los significantes ancestrales compartidos, reprimidos o en-
quistados o forcluidos; debemos examinar cómo aparecen,
qué efectos producen en cada sujeto y en el conjunto. La se-
gunda es la cadena asociativa grupal sincrónica; recibe los
desplazamientos y las transmisiones-transferencias de
la precedente, es su reaprehensión y su transformación o
su invención misma, contiene representaciones reprimidas
bajo el efecto de los intercambios intersubjetivos. Todos

317
los ejemplos propuestos ilustran esta transferencia de la
primera cadena en la segunda.
3. He supuesto, entre las condiciones de posibilidad del
proceso asociativo en situación de grupo, que ha existido y
existe aún actualmente represión bajo el efecto de la fun-
ción co-represora del conjunto. Precisamente porque hay re-
presión grupal, hay asociación grupal. Pero el proceso aso-
ciativo de las ideas y de los representantes de deseo sólo es
posible porque existe represión, exhortada a levantarse por
la enunciación de la regla fundamental. El sujeto hablante
habla a varias voces, y sólo puede asociar libremente sobre
lo reprimido: la represión es «en grado máximo» asunto del
sujeto singular, pero es también asunto del conjunto, de los
sujetos del conjunto en tanto «hacen grupo», del grupo en el
cual se instala el sujeto singular. El grupo es una asociación
de sujetos reunidos por compartir su deseo inconsciente, su
modalidad de realización de su deseo, sus mecanismos de
defensa y la administración extrasubjetiva de su represión.
Bajo el efecto de la regla fundamental, de las transferen-
cias y de la interpretación, los contenidos reprimidos y la re-
presión misma son simultáneamente mantenidos y exhor-
tados a levantarse en el movimiento del trabajo de la inter-
subjetividad; las asociaciones de cada sujeto se apoyan so-
bre este movimiento por lo mismo que el proceso asociativo
depende a la vez de la necesidad de constituir reprimidos y
de levantarlos, por su importancia en la apuesta interna del
sujeto y en la del conjunto de la que es parte activa y parte
constituyente. Es así como podemos pensar asociativamen-
te, en grupo: por placer y por necesidad de constituir en él y
de levantar en él reprimidos primordiales que son impor-
tantes para nuestros monogramas singulares.
Si las cadenas asociativas grupales funcionan así, pode-
mos esperar que lo que ha sido reprimido (en otra parte o en
el grupo) reaparezca en un punto de la cadena y produzca
en ella ciertos efectos subjetivos y grupales, que oponen de
un modo complementario efecto de discurso (de ligazón) y
efecto de análisis (de desligazón). Por eso podemos esperar
que se produzcan efectos de análisis, mediante el retorno de
significantes ahora nuevamente disponibles para el sujeto
singular, y que portan las cadenas asociativas grupales. Es-
tas cadenas sólo devienen significantes, para cada sujeto,
en la medida en que se articulan con su marca singular, y

318
para el conjunto, en la entidad específica que forman, por
ser escuchadas en ese nivel. Según esta perspectiva, forman
un discurso efectivamente colectivo, inteligible como efecto
del inconsciente en la intersubjetividad; no son, pues, exa-
minadas y tratadas como un discurso social, en el sentido de
que se las apreciaría bajo el aspecto de su determinación o
de sus efectos en la organización social.
Dicho de otro modo, la correlación doblemente determi-
nada de las asociaciones que forman las cadenas asociati-
vas grupales es la transmisión misma de lo inconsciente.

319
9. Pensar, en los grupos

«El fundamento de un pensamiento es el pensamiento de


otro, el pensamiento es el ladrillo cementado en un muro. Es
un simulacro de pensamiento si, en el retorno que hace sobre
sí mismo, el ser que piensa ue un ladrillo suelto y no el precio
que le cuesta esta apariencia de libertad».

Georges Bataille, Théorie de la religion

Trataré de presentar el modo en que el pensamiento en-


cuentra su fundamento y algunas de sus condiciones en la
existencia de una organización intersubjetiva que lo prece-
de y lo acompaña. Mi hipótesis es la siguiente: ningún pen-
samiento es posible sin la precedencia de otros sujetos pen-
santes, sin la preexistencia de formaciones colectivas del
pensamiento sobre las que el sujeto podrá apoyarse. La in-
terrogación recae sobre las condiciones de posibilidad del
pensamiento que dependen del deseo y de la investidura del
otro, o de más-de-un-otro, en el espacio psíquico en el que el
Yo pensante puede constituirse, y de la función atribuida al
otro por el sujeto. Deberemos examinar también las condi-
ciones de impedimento de pensar y de sufrimiento del pen-
samiento, en el punto en el que son generadas por el vínculo
intersubjetivo, especialmente en sus modos de existencia
grupales. Esta hipótesis sobre la precedencia del otro, o de
más-de-un-otro, lleva inmediatamente a interrogarse sobre
la representación de un origen del pensamiento y sobre las
condiciones de su transmisión.
Nuestra investigación estará inserta en una contradic-
ción que presenta todos los caracteres de un enunciado pa-
radójico: se trata, en efecto, de sostener a la vez la proposi-
ción «no se puede pensar solo», y la proposición «Sólo se pue-

321
de pensar separado», separado del conjunto. Yo postulo un
rwxo entre esta contradicción y la investigación de las con-
diciones intersubjetivas a partir de las cuales el pensa-
miento se produce, o no se produce. Deberé precisar pues de
qué tipo es la soledad necesaria para los pensamientos. Se
trata, justamente, de una soledad paradójica, que expresaré
en un lenguaje cercano a Winnicott (1958): sólo se puede
pensar en una relación de separación con el conjunto que
forman algunos otros, esos mismos que han hecho posible la
formación de nuestros pensamientos primeros.
Para avanzar en este proyecto, tomo como base tres con-
juntos de datos: lo que nos ha enseñado el análisis de las
condiciones intersubjetivas de los procesos asociativos en
los grupos; surge de inmediato una pregunta que atañe a la
especificidad del pensamiento con relación a las asociacio-
nes: ¿es toda asociación un pensamiento, o conviene con-
siderar el trabajo psíquico que se efectúa en el proceso aso-
ciativo como uno de los elementos del trabajo psíquico del
pensamiento? ¿Cómo articular asociación y representación,
que, según Freud, pertenecen una y otra al pensamiento?, 1
Omitiré presentar en este capítulo las condiciones intrapsí-
quicas de la actividad de pensamiento, salvo para indagar
en algunas de sus articulaciones criticas con las condiciones
intersubjetivas, por ejemplo cuando se trate de cualificar la
función que corresponde al otro, o que le es atribuida, en el
proceso de transformación de la excitación en representa-
ción, o en las condiciones de la represión o de la facilitación
de las vías del retorno de lo reprimido. Sobre estas cuestio-
nes y algunas otras, podemos hacer referencia a lo que
Freud nos indica cuando propone, al lado de un modelo psi-
cosexual del pensamiento, un modelo que hace lugar a las
dimensiones intersubjetivas de su desarrollo; por último,
podemos apoyarnos en lo que aprendemos de la experiencia
de la cura psicoanalítica individual, y principalmente del
trabajo requerido por el analista para hacer accesible al
analizando el pensamiento de su actividad de represen-
tación y de puesta en sentido.
Destacaré una vez más la homología de procesos y de or-
ganización que postulo entre la actividad de pensamiento y
1 Freud escribe en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer

psíquico• (1911) que «los procesos de pensamiento se forman a partir de la


actividad de representación•.

322
la elaboración de la experiencia de grupo: una y otra consis-
ten en operaciones de reunión de elementos, requieren un
trabajo de ligazón entre elementos agrupados, implican dis-
positivos de transformación de los elementos con relación al
conjunto y, sobre todo, la puesta en relación del sujeto con su
propia actividad de pensamiento y con su posición en el gru-
po. Si pensar es representarse la actividad de representa-
ción, la condición de esta actividades es que sean represen-
tables las ligazones entre los objetos, las distancias entre los
objetos y lo que ellos representan y, en consecuencia, los
vínculos de generación entre los objetos de pensamiento. De
manera homóloga, la elaboración de la experiencia de grupo
es esencialmente la del acceso a la ley de composición del
conjunto, de tal modo que sean representables y transfor-
mables las relaciones entre los sujetos del grupo y el grupo
que ellos forman. Lo que vincula estas dos actividades, co-
mo todas las experiencias clínicas lo han demostrado, es el
papel estructurante que cumplen la fantasmática origina-
ria y la superación de la prohibición de representación. A
partir de estas proposiciones, podemos preguntarnos qué ti-
po de pensamiento se va a desarrollar en un grupo cuyo or-
ganizador estructural sea el complejo de Edipo: ¿podemos
esperar un modo de pensamiento donde prevalezcan las re-
laciones de exclusión, de jerarquía de las causas y de las re-
laciones? Si el organizador del grupo es el complejo fraterno,
nos veremos probablemente confrontados con una lógica
pluricausal o, por el contrario, con el pensamiento narci-
sista.
A fin de precisar el debate, es necesario introducir una
distinción entre pensamiento de grupo y pensamiento en
grupo.

l. El pensamiento de grupo designa formas específicas


del pensamiento producido por el grupo; en esta medida, po-
dríamos decir también pensamiento grupal. El problema es
comprender cómo algunos sujetos, al agruparse, constitu-
yen una manera común de pensar, una misma aprehensión
de los objetos de pensamiento: qué modos de interacción se
ponen en marcha para producir esos pensamientos, cómo se
negocian las tensiones entre sistema de pensamiento per-
sonal y sistema de pensamiento común y compartido. Desde
esta perspectiva, debemos analizar, por ejemplo, la forma-

323
ción y la función de los mitos, de las ideologías, de las uto-
pías, en tanto productos del proceso de grupo. Se trata de
formas de pensamiento irreductibles a las formas de pensa-
miento individuales: el grupo es necesario para producirlas
y el problema central es, evidentemente, cualificar lo que
las especifica como pensamientos grupales.
Dejaré de lado en esta exposición el análisis de esas for-
mas colectivas del pensamiento, 2 y solamente aludiré a
ellas cuando aborde el análisis de ciertos obstáculos al pen-
samiento en los grupos.
2. Otra cosa es el pensamiento en grupo: se trata de des-
cribir las condiciones intersubjetivas, y más especialmente
grupales, a partir de las cuales el pensamiento se produce o
no se produce. Los indicadores que propongo en este capítu-
lo apuntan a establecer algunas perspectivas de investiga-
ción sobre el tema.

Indicadores para determinar las condiciones


intersubjetivas del pensamiento

Freud: actividad mental primitiva e investidura


del otro
Para despejar algunas condiciones intersubjetivas en la
emergencia del pensamiento, me apoyaré en primer lugar
sobre algunas proposiciones freudianas . Freud introduce la
noción de una activwad mental primitiva en relación con la
investidura del otro.3 Esta actividad mental primitiva, cer-
cana al saber instintivo de los animales, es descripta como
constitutiva del núcleo de lo inconsciente. La función de
esta actividad mental primitiva es, como lo ha hecho notar
S. de Mijolla (1992), asegurar un placer específico por el ro-
deo de la representación; es enlazar entre ellos los diversos

2 He consagrado a estas formas del pensamiento de grupo algunos tra·

bajos, sobre la ideología (1971, 1980, 1988) y sobre la utopía (1978).


3 Cf. «El Hombre de los Lobos». [«De la historia de una neurosis infan-

til», enAE, vol. 17.J

324
mensajes que el cuerpo, mediante las sensaciones, hace
llegar a la psique. Sin embargo, su condición de posibilidad
es que el sujeto invista fuertemente la relación que mantie-
ne con aquel cuyos sentimientos, incluso sensaciones, adi-
vina. Por mi parte, vincularía de buen grado la naturaleza
de esta investidura de la relación con ese otro a la noción
freudiana de Apparat zu deuten, a la que ya me he referido
ampliamente: cada ser humano estaría dotado de este apa-
rato de significar y de interpretar las emociones, incluso los
pensamientos de los otros, pensamientos y emociones sobre
los que se ha efectuado un trabajo de supresión o de repre-
sión, y estos serían transmitidos a la generación siguien-
te, dado que nada importante que la concierna puede serle
ocultado por completo: la huella hace su camino y dispo-
nemos de un aparato psíquico para desencriptarla. ¿Pode-
mos ver en esta forma de actividad del aparato de interpre-
tar/ significar una primerísima forma del preconsciente? La
pregunta adquiere todo su relieve cuando nos vemos con-
frontados con ciertas estructuras patológicas del pensa-
miento, en los casos en que el trabajo de la represión no ha
podido efectuarse: ¿qué ocurre cuando la interpretación de
la realidad psíquica de otro, de un progenitor, por parte de
otro sujeto, su hijo, se despliega en un pensamiento deliran-
te? ¿Qué es lo que estuvo impedido en el aparato de pensar
de los padres?4
La consideración psicopatológica del autoerotismo y del
no-pensamiento en el autista aporta algunos principios de
respuesta a esta pregunta: «El esquema del autoerotismo
permite comprender la producción de un no-pensamiento,
donde el bloqueo sobre la sensorialidad autoerótica permite
reconstituir un mundo sin espacio de carencia», escribe S.
de Mijolla (op. cit., pág. 78). La cuestión es saber si el ataque
autista contra la capacidad de producir pensamientos es
efecto de una identificación con la incapacidad de la madre
de pensar al niño, de desprenderse de sus propias represen-
taciones fantasmáticas para investir a su bebé. Según S. de
Mijolla, la renuncia al pensamiento estaría del lado de la

4 Sobre esta cuestión, cf. los trabajos de M. Enriquez correspondientes al

«delirio en herencia» y a la incidencia del delirio de los padres en la me-


moria de los descendientes (M. Enriquez, 1986). Véase también M.-T. Cou-
choud, 1986.
melancolía de la madre. Aquí el pensamiento del otro no
daría pie a una interrogación o a un esclarecimiento parcial,
sino que sería utilizado para poner en orden «una defensa
contra el salvajismo de las cosas». El pensamiento no sería
en este caso asimilado, transformado, adaptado al Yo, por el
Yo, porque las fantasías agresivas subyacentes a la depre-
sión se encuentran siempre activas y refrenadas por la cul-
pabilidad.

Pulsión de dominw y pulsión de investigación.


¿Qué hace pensar?

La función atribuida al otro en la actividad del pensa-


miento es destacada por Freud desde el Proyecto, cuando
pone en evidencia el componente escópico de la pulsión de
saber. La pulsión de dominio, noción que él introduce diez
años más tarde, proveerá una nueva articulación entre pul-
sión de investigación y desarrollo del pensamiento.
¿Por qué introducir aquí la pulsión de dominio? Por va-
rias razones: Freud la concibe en apuntalamiento sobre un
aparato de dominio (mano-boca-ojo) que le provee su fuente
y determina su empuje. La pulsión de dominio cumple en
estas condiciones un papel capital en la pulsión de investi-
gación. La meta de esta es la búsqueda del placer mediante
la manipulación y el dominio sobre el objeto que puede ser
su causa. La investigación aparece así, no como la respuesta
a un problema, sino como la búsqueda de un dominio sobre
el objeto causa del placer. Sin embargo, la investigación va a
encontrar objetos y representaciones contrarias a las forja-
das por el deseo y el placer.
La clínica del dominio muestra que el destino de este no
puede comprenderse sin referencia a las respuestas históri-
cas del primer objeto. La pulsión de dominio se sitúa en el
punto donde se articula, en la formación de la pulsión de in-
vestigación, la prensión del objeto, la experiencia de satis-
facción, la transformación del objeto y las condiciones que
impone al sujeto la respuesta del objeto primero: el otro en
tanto es el objeto de un deseo, y en tanto su respuesta deter-
mina las condiciones primeras de toda formación psíquica.
La clínica muestra la necesidad de un dominio materno su-
ficiente como para que el niño pueda desarrollar un senti-

326
miento de pertenencia, necesario para la estructuración de
su identidad. Pertenecerse a sí mismo pasa por la necesaria
recuperación del dominio primero en la pulsión de investi-
gación. Por esa razón debemos considerar esta zona donde
encuentran su origen pulsión de investigación, vínculo con
el objeto e intersubjetividad.
Hay todavía otra razón para introducir la temática del
dominio en la investigación sobre el pensamiento. El domi-
nio, en efecto, en su aspecto defensivo, es utilizado contra el
pensamiento. La clínica nos lleva a comprobar que el exceso
del dominio materno sobre el aparato de dominio del niño,
sobre sus objetos, produce el pensamiento psicótico, efectos
de lo cual pueden observarse en el pensamiento ideológico.
El ojo es un elemento del aparato de dominio que Freud
describe en los 'Ires ensayos: la pulsión escópica nos permite
percibir y establecer un dominio sobre el objeto, escrutar
sus cualidades e intensidades y compararlas con otros obje-
tos. A propósito del Hombre de los Lobos, Freud escribe:
«Supongamos que el objeto percibido sea semejante al suje-
to que percibe, es decir, a un ser humano. El interés teórico
que suscita se explica además por el hecho de que es un ob-
jeto del mismo orden el que ha aportado al sujeto su primera
satisfacción (y también su primer displacer), y que fue para
él el primer poder. El despertar del conocimiento se debe,
pues, a la percepción de otro, los complejos perceptivos que
de allí derivan son en parte nuevos, y no comparables con
otra cosa». Con la noción de «complejo del prójimo», Freud
va a precisar el modo en que la comprensión de los actos ex-
presivos del prójimo requiere ese tipo de análisis. Mostrará
que el problema central que articula el despertar del cono-
cimiento es precisamente la identificación del otro como ob-
jeto de satisfacción y displacer, y como fuente de poder. La
noción de Aparato de significar/interpretar está en germen
en estas proposiciones.
En una nota agregada a los 'lres ensayos con referencia
al Hombre de los orígenes, Freud escribe que «no es ni el
enigma intelectual, ni cada caso particular de muerte, sino
el conflicto de sentimientos experimentados al morir perso-
nas amadas, pero al mismo tiempo extrañas y odiadas, el
que hace nacer en los hombres el espíritu de investigación».
Si es la falta, la ausencia, la muerte como abandono y
como pérdida lo que nos hace pensar, eso es lo que debemos

327
trnnsformar en ligazón, en presencia de pensamiento, en
pl11cür. Para que la pulsión de investigación cumpla su mo-
vimiento hacia el objeto, para que pueda ser investida como
tal, es preciso que se instaure el reconocimiento de la falta
de objeto. Sólo sobre la zona de lo indecidible puede inves-
tirse la pulsión de saber. La pérdida de la certeza, el naci-
miento de la duda son una de las condiciones del trabajo del
pensamiento, que se caracteriza, desde este punto de vista,
por la transformación de una crisis individual en un enigma
de alcance universal.
El pensamiento de Freud inscribe con fuerza la función
del otro en la organización de la actividad psíquica: lo prue-
ba además el lugar que concede al intruso y al rival en la for-
mación del pensamiento. Aquí, la amenaza otorga su esta-
tuto vital a la exigencia de pensamiento.

El papel del hermano y la hermana en el destino


del pensar
Toda la obra de Freud está jalonada por la puesta en re-
lación del desarrollo del pensamiento con la pregunta que
plantea al niño la llegada de un hermano o hermana menor;
los textos abundan, desde el relato del análisis del pequeño
Hans hasta el desarrollo más tardío correspondiente a la
curiosidad sexual del niño.
Freud muestra constantemente, desde el «Proyecto»,
que el interés que empuja al niño a investigar no es teórico
sino práctico. El primer móvil es de naturaleza egoísta: «Los
niños actúan bajo el aguijón de las pulsiones egoístas que
los dominan».
Estas pulsiones remiten a la esfera de la autoconserva-
ción, al temor de que, a consecuencia del nacimiento de un
nuevo hijo, disminuyan los cuidados, y a la esfera propia-
mente sexual del apego a la madre. Estas dos esferas están
en interacción. La necesidad de saber aparece aquí ante to-
do como una cuestión de vida o muerte, y no como la búsque-
da de placer.
En su obra Le plaisir de pensée, S. de Mijolla ha destaca-
do la amenaza que constituye para el niño la pérdida del
amor de la madre desde el momento en que otro semejante a
él surge en el campo de las investiduras y deseos. La pre-

328
gunta del hijo se centra en la causa del deseo de la madre:
una pregunta como esta supone que el niño ha renunciado a
ser su causa, o ha dudado de ser su destinatario exclusivo.
La pregunta con la que se debate es: ¿cómo conservar el
amor de la madre? Para poder plantear esta pregunta, el ni-
ño habrá tenido que hacer el duelo de ser el o~jeto del deseo
de la madre, lo que supone la experiencia de la caída narci-
sista necesaria para el trabajo del pensamiento.
Las elaboraciones fantasmáticas de Hans correspon-
dientes al nacimiento de Anna muestran claramente cómo
las elaboraciones del pequeño aportan una respuesta al su-
frimiento de tener que representarse el origen de la vida co-
mo sucediendo a un estado de no-vida, a un tiempo en que el
sujeto no tiene su lugar en el deseo de los padres.
La llegada del hermano o la hermana obliga al niño a
pensarse en un origen, en un comienzo y un final, entre la
vida y la muerte. Esta crisis lo obliga a pensarse en la sepa-
ración de las generaciones, en el deseo de los padres, en su
pertenencia a un conjunto de semejantes. Lo obliga de ese
modo a experimentar la rabia narcisista de los límites y a
encontrar una solución mediante el pensamiento. En lugar
de suprimir a los hermanos y hermanas «intrusos», para ser
el único admitido en el privilegio de participar en los retozos
amorosos de los padres, el niño inviste el saber sobre la se-
xualidad, de allí las modificaciones de la pulsión de investi-
gación. En efecto, la llegada del hermano o la hermana obli-
ga al niño a representarse en su relación con la bisexuali-
dad. La bisexualidad es, además, el problema de la ruptura
de la evidencia y de la sensación de lo extraño en lo fa-
miliar.5
Así pues, lo que el otro-semejante representa para el jo-
ven pensador no es sólo una amenaza, es también la ocasión
de un nuevo impulso de pensamiento que contribuye a la
adquisición de la independencia intelectual y de una relati-
va seguridad en el proceso de una seguridad de pensamien-
to. Lo que motiva la investidura del pensamiento no es sólo
el placer de dominar el enigma del origen y la posibilidad,
por esa vía, de asumir activamente un destino hasta enton-

5 He explorado algunos aspectos del destino de la bisexualidad y del nar-


cisismo en el complejo fraterno (R. Kaes, 1993). Sobre el complejo fraterno,
cf. el grupo con Solange (cap. 3).

329
Cl'H padecido, es también reconquistar un lugar ante lama-
d rP, un lugar de héroe: y Freud lo ha mostrado claramente
111 final de Psicología de las masas y análisis del yo, en la
pPrHona del Dichter.
Así pues, es precisamente la cuestión del otro, del amor y
del odio al otro, lo que está en el centro del desarrollo del
proceso de pensamiento. Los diversos lugares que han ocu-
pado un hermano o una hermana en los filósofos, escritores,
poetas, pensadores, deberían retener nuestra atención para
conocer la incidencia de la necesidad de pensar al hermano
o la hermana en las formas lógicas del pensamiento y en el
placer de pensar con el otro-semejante.

La función de parla-palabra de la madre y de la


metáfora paterna en el advenimiento del
pensamiento
Todas estas direcciones de investigación concuerdan con
los trabajos de Bion sobre la función alfa de la madre. La no-
ción de función alfa, por su misma designación, es una fun-
ción fundadora e iniciadora del pensamiento, porque inclu-
ye la actividad psíquica del otro, la de la madre en el trabajo
del pensamiento del sujeto, en la capacidad del niño de
construir un aparato para pensar los pensamientos, de
mantenerlo, desarrollarlo, hacerlo funcionar. Nos vemos
nuevamente introducidos en una genealogía intersubjeti-
va de la capacidad de pensar; otras investigaciones han
contribuido a esta genealogía, como las de Maria Torok y
Nicolas Abraham sobre el fantasma y la cripta.
En su obra tanto como en sus intervenciones orales, Pie-
ra Aulagnier ha manifestado una constante preocupación
por articular los espacios psíquicos entre los sujetos y por
descubrir sus formaciones conjuntas. Esta preocupación se
hace notar en tres nociones importantes: el contrato narci-
sista consumado entre el sujeto y «el conjunto donde el Yo
puede advenir» y su función identificatoria; la función de
porta-palabra que cumple la madre y su función de acompa-
ñamiento de las experiencias psíquicas, sus efectos de vio-
lencia, pero también de estructuración de la psique median-
te los enunciados de prohibición; los estados de alienación y
el tratamiento por el colectivo del deseo de auto-alienación.

330
El trabajo de Piera Aulagnier sobre la función de porta-
palabra de la madre podría ser evocado nuevamente para
describir cómo llega el pensamiento al niño. Esta función
efectúa lo que Freud describía como el pasaje del magma de
las sensaciones disociadas al pensamiento, la puesta en re-
lación de las representaciones entre sí, el pasaje del pensa-
miento inconsciente al pensamiento consciente por la cone-
xión con la representación de palabras correspondientes.
Hemos recordado que la función de porta-palabra cumplida
por la madre contiene dos dimensiones: en una de ellas, la
madre ofrece la palabra [mot] al niño para comentar, acom-
pañar su encuentro con el mundo, cumpliendo también el
infans activamente su rol de saca-palabra, de empuja-pala-
bra. La madre da al infans, a aquel que no puede hablar, las
palabras [mots] para decir, para decirse. En más de una oca-
sión, P. Aulagnier ha destacado que, mucho antes de que
tenga acceso al lenguaje, el infans está en condiciones de
comprender los enunciados que se le dirigen, sea que se re-
fieran a él mismo o a los objetos, a su manipulación o a las
prohibiciones que pueden estarles ligadas.
Es crucial destacar la dimensión del enigma que el niño
y su necesidad de comprender representan para el adulto, y
lo que de esto proyecta el adulto sobre su actividad interpre-
tativa del infans. Este punto de vista me parece crucial por
varias razones: porque el adulto puede proyectarse otro
tanto en su necesidad de no comprender, en su rehusamien-
to a pensar al infans; recordemos aquí la identificación del
autista con la incapacidad de la madre para pensar no sólo
al niño, sino para pensar al infans en duelo en ella, para
desprenderse de sus propias representaciones fantasmáti-
cas melancólicas para investir a su bebé.
Resulta crucial introducir esta dimensión, porque, lo que
la madre dirige al niño, es precisamente la palabra hablada;
ahora bien, la palabra hablada no consiste sólo en palabras,
consiste en un mensaje a otro en un acto que lo considera y
le concierne, y que lo incluye como destinatario de la enun-
ciación, en un acto que incluye el compromiso de quien ha-
bla en aquello de lo que habla. El niño, desde ese momento,
no dispone únicamente de representaciones de cosas y de
representaciones de palabras, sino también de representa-
cwnes de palabras habladas que se inscriben en un disposi-
tivo intersubjetiva de deseos, prohibiciones [interdits] y en-

331
trn-dichm; kntre-dits], y que rige la referencia a la metáfora
pU(.('l'llll.
'lhdo esto debe ser referido a la segunda función de por-
ta-palabra cumplida por la madre: presentar, en nombre de
otro y de más-de-un-otro, la designación de la prohibición;
se trata, pues, de una función central en el proceso de la re-
presión. La madre, como porta-palabra, cumple esta segun-
da fünción cuando transporta las palabras de prohibición
con referencia a la metáfora paterna; al hacerlo, aporta
también al niño palabras de certeza, los enunciados funda-
dores del discurso del conjunto y los referentes identifica-
torios necesarios para la formación de su identidad. Esta re-
lación de porta-palabra y de saca-palabra hace aparecer su
función estructurante en el vínculo intersubjetiva y en la
formación del pensamiento; es preciso subrayar además la
dimensión del placer, el placer de recibir de otro la palabra y
su potencialidad pensante, el placer de hacer don de las pa-
labras [mots], de articularlas unas a otras y de articularlas
a otro.

Genealogía y transmisión del pensamiento


Así pues, no es enteramente posible mantener el proce-
so psíquico sólo en el interior del aparato psíquico indivi-
dual. En la genealogía de las instancias, en el juego de las
pulsionalidades entre sí, existe algo del otro. Existe, escribe
Freud, «transmisión de pensamiento».
'Tudas estas investigaciones suponen tomar en conside-
ración la precedencia del deseo del otro, y más precisamente
de más-de-un-otro, de su relación de deseo, de palabra ha-
blada y de pensamiento, sobre el pensamiento, lo pensable y
la transmisibilidad del pensamiento. Ellas ponen al descu-1
( bierto el modo en que la investidura del pensamiento por
l parte del niño pasa por la investidura de su pensamiento so-
( bre otro y por otro. Esta proposición tiene un carácter gene-
ral y concierne a toda actividad de pensamiento ulterior.

332
Algunas condiciones necesarias para poder
pensar en los grupos

La precedencia de pensamientos disponibles.


El encuentro con la violencia de la imposición
del pensamiento del otro y del propio pensamiento
a otro
El pensamiento sólo puede desarrollarse si el aparato
prestado del otro -la madre, el grupo-- está, en el momen-
to oportuno, disponible para pensar los pensamientos. En
los grupos de los que he hablado, esta función de porta-pa-
labra y de aparato para pensar los pensamientos es alterna-
tivamente cumplida por diferentes miembros del grupo, en
la medida en que pueden hacer la experiencia de los aspec-
tos positivos de la identificación proyectiva comunicativa (y
no intrusivo-destructiva). Con esto quiero decir, siguiendo a
Bion (1962, 1967), que la función alfa constituye el primer
paso en la actividad de pensamiento.
Esta precedencia del pensamiento del otro y este en-
cuentro de los pensamientos implican una dimensión apun-
taladora e identificante que sostiene el placer y, en ciertos
casos, el alivio de poder pensar; pero suponen también una
violencia específica ejercida sobre esa otra exigencia, omni-
potente, de la psique de ser para sí misma su propio origen y
su propio fin. Esta violencia difiere por naturaleza de la que
se ejerce al imponer al otro el propio pensamiento, y con este
el sentido, y con el sentido el dominio del sentido, a quien se
encuentra en la imposibilidad de dudar y de pensarse pen-
sando esta relación con el otro y con el sentido. En los gru-
pos, el proceso de pensamiento sólo es posible si este en-
cuentro violento con el pensamiento del otro ha podido ser
tratado en la transferencia y en la interpretación de esta.
Este encuentro con la violencia del pensamiento en tanto es
el del otro, se expresa en los sentimientos de disolución de sí
mismo o de fuga de los pensamientos (para ponerlos a res-
guardo). El movimiento agresivo de los miembros del gru-
po con respecto a Sophie y a mí, en el grupo con Solange y
Marc, será interpretado ulteriormente como una transfe-
rencia de esta violencia.

333
La •~xpericncia de la confianza en el propio aparato para
pP11sur es un pasaje obligado en toda experiencia de pensa-
miPnto entre varios; esta confianza es la condición de la fia-
hilidad de los pensamientos que vienen de los otros: la expe-
rioncía de la confianza consiste en aportar en el espacio gru-
pal, desconocido y por lo tanto potencialmente hostil, obje-
tos del propio mundo interno, en tolerar que los otros los
transformen, o los dejen de lado, o los ataquen, o los enri-
quezcan con valores nuevos. La instauración de la confian-
za implica siempre la experiencia de que los pensamientos
han sobrevivido al ataque o a la indiferencia. En ciertos ca-
sos, la tarea del analista es interpretar las fantasías para-
noides de ataque contra los pensamientos o contra el pen-
sar, y proteger así el aparato de pensamiento.

Contenidos y continentes de pensamiento.


La función contenedor
Los contenidos de pensamiento son percepciones emocio-
nales, estéticas, mioquinestésicas, estésicas; están consti-
tuidos por recuerdos de percepciones pasadas. Los trabajos
de B. Gibello (1989) pusieron en evidencia la función de los
continentes de pensamiento: su papel es dar forma y sentido
a los contenidos de pensamiento. Se trata de diferentes es-
tructuras dinámicas donde los contenidos de pensamiento
pueden aparecer, adquirir sentido, ser comprendidos y co-
municados por el sujeto. Los continentes de pensamiento
tienen una función en el tratamiento de la excitación, hacen
posible integrar las fuentes internas y externas del pen-
samiento, permiten transformar las cargas emocionales
en pensamientos y articular los afectos, la acción y el pen-
samiento;6 tienen precisamente una función limitativa y
metaforizante.
Existe una multiplicidad de continentes de pensamien-
to, desde los más simples -gnosias, praxias, fantasías in-
conscientes- hasta los más complejos: los continentes in-
tersubjetivos (mitos, cuentos, leyendas, utopías, ideologías,

6 En el psicodrama, por ejemplo, el tema del juego es un continente de


pensamiento sensorio-motor que permite articular acción y pensamiento.

334
teorías, dogmas) constituidos en las estructuras familiares,
los diversos conjuntos grupales, el campo social. Los conti-
nentes grupales de pensamiento son predisposiciones signi-
ficantes que funcionan como embragadores y organizadores
disponibles para los continentes de pensamiento individua-
les. Son los soportes de los puntos de certeza y de los refe-
rentes identificatorios.
He designado como función contenedor a la función
transformadora asociada a la función continente; en los
grupos cuyo análisis he propuesto, esta función se ejerce a
través de las actividades transformadoras llevadas a cabo
por ciertos sujetos, especialmente por los psicoanalistas, y
por el grupo en su conjunto; por ejemplo, el relato del sueño
de Michele en el grupo con Marc, las metáforas de Béatrice
en el grupo con Dimitri, las funciones fóricas sostenidas por
el grupo, el trabajo que efectúo para convertir la escucha de
los fonemas (y para desprenderme de la seducción que estos
ejercen) en una construcción del sentido. Estas transforma-
ciones relanzan el pensamiento en el movimiento de las
transferencias de contenedor7 que especifican el régimen
intersubjetivo de la actividad asociativa, a condición de que
el pensamiento asociado se retome como pensamiento que
se presenta, en una secuencia asociativa, al sujeto que se re-
conoce su pensador. El movimiento podría describirse en
tres tiempos: hay transmisión de pensamiento, una rea-
prehensión y transformaciones, y una acogida de este movi-
miento por un sujeto que se piensa como Yo de este pensa-
miento.

El acceso a la experiencia de la duda, la


tolerancia ante la pérdida de los referentes y de
los conflictos

Si lo que hace pensar es, como escribe S. de Mijolla, lo in-


decidible de las razones del amor, si la investigación nace de
la incertidumbre de los sentimientos, para que en los gru-
pos se produzca el pensamiento deben reunirse esas condi-
ciones. Podríamos decir que ahí lo indecidible debe ser man-

7 Según el término propuesto por C. Guérin (1984).

335
tenido, lu investigación fundarse sobre la incertidumbre.
l~Hta condición es insuficiente; es necesaria la preexistencia
do una forma, de un aparato para pensar los pensamientos,
do puntos de certezas, para que se efectúe el trabajo sobre la
discontinuidad de los pensamientos, sobre las distancias
entre los sujetos. Pero los sujetos deben poder hacer Ja expe-
riencia de la conmoción no catastrófica de los enunciados
de certeza: su valor identificatorio no puede ser exagerada-
mente puesto en peligro. Con esto se topan, en el grupo con
Solange, Marc, J acques, Boris, la misma Solange. La incer-
tidumbre de los sentimientos debe mantenerse en una zona
inestable, donde la duda no produce sus efectos devastado-
res bajo el efecto del odio, y la adhesión sus efectos de obnu-
bilación bajo el efecto de la angustia de estar abandonado.
La tolerancia ante la pérdida de referentes y ante los con-
flictos será en todos los grupos una experiencia que los par-
ticipantes deberán elaborar. El juego es a menudo una vía
para esta elaboración.

La relación de desconocido y el trabajo sobre lo


negativo

Si no puedo conocer lo que pertenece al otro, en cambio


puedo pensar lo que está en relación con lo que se me esca-
pa; ese es el trabajo del pensamiento que realiza el conjunto
de un grupo cuando algunos de sus miembros se identifican
con lo que constituye enigma en otro miembro del grupo: no
les es posible conocer su enigma ni en qué consiste lo repri-
mido que lo constituye, pero les es posible pensar, a partir
de ese enigma y de ese r eprimido, lo que en cada uno es su
propia incertidumbre y su propia relación de desconocido.
Volvemos a encontrar aquí la función del aparato de inter-
pretar/significar. Esta función es movilizada para tratar la
relación con lo originario; por definición, lo originario es lo
que falta a cada uno, es ahí donde no estábamos presentes,
es ahí donde se plantea la pregunta del deseo del otro en
cuanto a nuestro origen. Lo originario, no podemos más que
imaginarlo, significarlo e interpretarlo, faltará siempre en
cuanto es lo indecidible y en cuanto constituye una de las
figuras de lo negativo.

336
La renuncia a comprender lo desconocido en el tiempo
mismo en que se efectúa el encuentro con lo desconocido,
esa es la apuesta: si no, en el lugar para comprender o, más
exactamente, para reducir lo desconocido, se presentan los
pensamientos preformados de la ideología, de las utopías,
de las teorías, del saber previo. Es preciso además renun-
ciar a la contemplación y a la presencia colmadora del obje-
to; el pensamiento nace de lo que se sustrae a su presencia
visible, obnubilante. Proponemos esta formulación para-
dójica: para pensar, es preciso apoyarse sobre una forma in-
cierta y encontrar a la vez un continente de pensamiento.

La separación, el lugar del ausente

Para pensar y constituirse como Yo, es necesaria una se-


paración respecto del conjunto. Si esta separación no se pro-
duce, entonces el Yo queda en la incapacidad de pensar. El
movimiento del pensamiento se caracteriza por una oscila-
ción entre la retracción del Yo con relación al grupo y la ne-
cesidad del grupo para mantener un estado de ligazón. El
problema planteado por el proceso asociativo en los grupos
es precisamente el de esta oscilación y esta articulación: vi-
vir y pensar la experiencia de la soledad en presencia de
otro.
¿Cómo se puede producir la alternancia de dos posicio-
nes que hacen posible el pensamiento y la simbolización?
¿Cómo es posible no sólo la separación, sino ante todo la
ausencia, como condición del pensamiento?
Podríamos decir que, para que en el grupo se efectúe el
trabajo de pensamiento, el grupo debe mantener el lugar
de la ausencia, o de lo ausente. Pero son necesarias otras
condiciones y pueden adquirir un cariz contradictorio: la
aquiescencia de una suficiente cantidad de personas soste-
niendo la confianza y algunos puntos de certeza; son ellas
las que sostienen la autorización para explorar por medio
del pensamiento y también quienes pueden proveer con-
firmación, confirmación mutua, y generar la adhesión cre-
yente; la ruptura con la opinión, con la opinión compacta,
para aceptar prescindir de la aquiescencia. Para pensar,
debemos hacer a la vez el duelo por lo desconocido y el duelo
por lo conocido.

337
La distancia entre los sujetos y la capacidad de
decir 1w

Ya he dado esta condición como la del proceso asociativo,


pero quisiera precisar lo que quiero decir por «distancia en-
tre los sujetos». No se trata sólo de la necesidad de sustraer-
se a la connivencia del pacto denegativo y de las alianzas in-
conscientes. Esta distancia es la condición de la capacidad
de decir no, del uso de la negación, pero también del uso de
la oposición, es decir, de la distancia entre las identificacio-
nes, y primeramente del despegue de las identificaciones
adhesivas con el deseo del otro; en el fondo, sólo es posible
pensar contra la opinión compacta y común que signa las
identificaciones masivas y adhesivas. Una de las funciones
de estas identificaciones es sostener las defensas contra la
transgresión de la prohibición de saber. Al mismo tiempo
que la distancia con relación a las identificaciones masivas
y adhesivas, es necesario que los miembros de un grupo
puedan apoyarse sobre las identificaciones introyectivas.

Sobre el retorno de lo reprimido y la función de la


memoria compartida; el sostén de la actividad del
preconsciente

He insistido mucho sobre la función del grupo en el tra-


bajo de la memoria y del pensamiento; el grupo no es sólo el
depositario, sino también quizás el tramitador y el transfor-
mador de la parte inmemorizada, impensada, no reprimida
del sujeto. El grupo encaminaría hacia una posible repre-
sión de lo que sólo ha podido ser rechazado hacia el afuera,
excluyendo así toda integración psíquica susceptible de de-
venir o~jeto de pensamiento. Lo que no ha podido ser repri-
mido «desde adentro», y devenir pensable, volvería de algún
modo «desde afuera», por el grupo, y en una modalidad no
catastrófica, en la medida en que las funciones de transfor-
mación y de contención se apoyen sobre un dispositivo sufi-
cientemente encuadrado. El «afuera» grupal sería en cierto
modo, gracias al trabajo de acoplamiento, una extensión del
espacio interno del sujeto, una extensión activada por el tra-

338
bajo de las asociaciones y de las transformaciones inter-
subjetivas.
En estas condiciones, el grupo sería no sólo un porta-me-
moria, sino uno de los lugares de constitución de la memo-
ria. El grupo es el lugar de la puesta en trabajo de huellas
psíquicas (represión y facilitación para el retorno de lo re-
primido de varios aparatos psíquicos) que vuelven al sujeto
por vías diversas y por aparatos psíquicos distintos, pero
también de huellas que en cierto modo se han inscripto co-
mo negativo, sin contenido, con el único índice de la oscura
pero insistente percepción de un agujero, de una falla, de un
derrame de la sustancia psíquica.
Por esta razón, he supuesto que el proceso asociativo en
los grupos es reactivación, por el trabajo de la intersub-
jetividad, de las huellas que se han constituido en la situa-
ción de grupo, para la situación de grupo, y de las huellas
singulares que se han constituido fuera de la situación de
grupo. Para que cada una de estas huellas, en hueco y en re-
lieve, sin contenido o con los contenidos de la represión ori-
ginaria y de la represión secundaria actual, sean pensadas,
es importante que en el proceso del grupo se dispongan las
condiciones de una retracción del Yo. Este acondiciona-
miento sólo es posible si ha podido establecerse una asigna-
ción recíproca de pensamientos reconocidos como diferentes
y comunicables. Esta condición reposa sobre una doble ex-
periencia: la de la soledad del pensamiento en presencia de
otro, y hemos visto lo que ella implica, y la del placer de pen-
sar juntos.

Sobre el placer de pensar juntos

El placer de pensar juntos está ligado a la experiencia de


satisfacción que procura la investidura por otro de los mis-
mos objetos de pensamiento que uno, co-investidura que
aporta una prima de placer por el sostén conjunto de la acti-
vidad de pensamiento, por la confirmación del placer dado y
recibido en el levantamiento de la represión y en la sinergia
de las potencias de los pensadores, encontrando uno en el
otro lo que no pensó, y haciendo el segundo la experiencia de
la gratitud en ese don de pensamiento. Esta experiencia im-
plica, pues, la condición de una oscilación moderada entre la

339
sublimación de las pulsiones sexuales y narcisistas y la
rcsexualización de la curiosidad por el otro, base del interés
del intercambio intelectual: el placer de pensar juntos liga,
sin efectos destructores o culpabilizantes, envidia y grati-
tud, experiencia de la ilusión y puesta a prueba de la reali-
dad. Supone establecida la confianza, la identificación con
la actividad de pensamiento del otro; moviliza, sin excita-
ción incontenible, el placer de resolver con el otro los enig-
mas cruciales que me hacen semejante a él.
En el último capítulo de su obra Le plaisir de pensée, S.
de Mijolla escribe: «La experiencia del encuentro con el pen-
samiento de otro, puesto que no se trata de imponer la pro-
pia "verdad" en un vínculo de rivalidad donde el objeto de
pensamiento pasa al segundo plano, puede ofrecer un pla-
cer intenso, donde se recrea la certeza de poder existir un
momento compartido, como en la concomitancia y el juego
recíproco del placer sexual. Esos instantes de encuentro
ofrecen a los protagonistas una imagen identificatoria fun-
dada sobre el triunfo maníaco contra la separación».
Se trata, en efecto, de un encuentro, en el sentido fuerte
del término; remite al descubrimiento de un sentido que no
se podía presuponer que preexistiese bajo alguna forma.
Remite también a la sensación jubilosa de algo nuevo que se
ofrece, y a la precipitación de reflexiones parciales y de in-
tuiciones vagas en una forma que las metaboliza en pen-
samiento. Tenemos el equivalente de esta experiencia en la
cura cuando las asociaciones del analista y del paciente es-
tán suficientemente cercanas como para responderse has-
ta el punto de dar la impresión de un verdadero co-pensa-
miento.
Sería ciertamente posible expresar en el lenguaje de
Winnicott la apuesta y las condiciones de este encuentro. Se
trata probablemente de la experiencia reencontrada del
espacio transicional, de los juegos de incertidumbre y de pa-
radoja que este genera; se tratajustamente del tratamiento
de la separación, pero de un tratamiento de donde precisa-
mente el triunfo maníaco está excluido, porque este signifi-
caría más bien el pasaje de lo transicional al fetiche.
El juego del pensamiento con sus propias representacio-
nes y con los objetos del pensamiento del otro es un verdade-
ro acompañador del placer y del trabajo del pensamiento: el
juego es necesario para que la excitación no se transforme

340
en angustia, es la condición para poder pensar la escena pri-
mitiva; el placer de perderse o de perder al objeto y de reen-
contrarlo, el juego con la pérdida de los límites y de los refe-
rentes, preludios a la transgresión necesaria para poder
pensar, son experiencias decisivas en el movimiento de for-
mación del pensamiento: hemos tenido más de un ejemplo
de esto en el grupo con Solange, cuando los juegos de pala-
bras sobre la pérdida de referentes siguen a la puesta en
pensamiento de la fantasía de escena primitiva. 8

Los obstáculos al pensamiento en el grupo:


ideología y auto-alienación

Las carencias del pensamiento, la inhibición de pensa-


miento, el abandono de pensamiento, deben comprenderse
en ciertos casos como aptos para mantener un vínculo re-
gresivo con una imagen ideal protectora. Por ejemplo, la
identificación con el pensamiento de otro, como salida má-
gica para la depresión, aparece como una protección, un
recurso contra la amenaza de invasión por el sentimiento
depresivo.
Son sobre todo los obstáculos al pensamiento los que han
sido objeto de la atención crítica de los psicoanalistas: into-
lerable invasión del propio espacio psíquico por el pensa-
miento del otro, ataques contra el pensamiento y efectos pa-
ralizantes sobre cualquier proceso de pensanliento, abando-
no de pensamiento y alianzas mutuamente alienantes para
mantener este abandono como condición del vínculo grupal,
auto-alienación, formas estereotipadas del pensamiento,
defensa contra la relación de desconocido, efectos de adic-
ción a un pensamiento que se haría sin el pensamiento. La
lista de las críticas contra el grupo como dispositivo para no
pensar, es decir, para excluir al sujeto de su relación con
aquello que lo piensa, es más larga aún. Se trata, sin duda,
de experiencias que cada uno de nosotros puede hacer en
situación de grupo; persiste el problema de comprender sus
condiciones y su forma de tratarlas. Conviene, pues, tener

8 Cf. capítulo 3.

341
pr<'H<'l1LC's las pocas condiciones necesarias para poder pen-
:-iar en lo:; grupos que he intentado definir, así como había
pw•Hto en tensión las condiciones de posibilidad y las condi-
ciones de imposibilidad del proceso asociativo.
He recordado que las investigaciones que emprendí so-
bre la formación del pensamiento ideológico en los grupos
fue una de las primeras ocasiones para interrogarse sobre
los movimientos del proceso asociativo. Si admitimos que en
los grupos predominan las formaciones del yo ideal, es decir,
de la instancia narcisista primaria preedípica, y que estas
se oponen a las formaciones del superyó y del ideal del yo de
origen edípico, podemos, en efecto, oponer la ideología y el
dogma al trabajo del pensamiento.

Sobre la ideología
La ideología es un sistema inerte, que tiene por finalidad
hacer coincidir y adherir la realidad a los mandatos de las
ideas: es una formación psíquica que conjuga la omnipoten-
cia narcisista del ídolo, del ideal y de la idea. Son formas que
actúan, desde la percepción de las ideas, sobre la percepción
de las ideas; imponen opciones en una dicotomía de exclu-
sión/inclusión, de afuera/adentro. Son formas que no to-
leran ninguna elaboración de duelo. El duelo supone una in-
troyección del objeto, una desidealización. Tiene como con-
secuencia el acondicionamiento, el rodeo, la crítica, sin
resurgimiento de la exigencia de muerte que contiene la
alienación al yo ideal. El duelo se apoya finalmente sobre la
estructura edípica. En los casos en que la idealización del
pensamiento es ulterior a la formación del superyó, el aban-
dono de la ideología tiene siempre como correlato el acceso a
la experiencia e implica entonces una modificación capital
en la relación del sujeto con la relación de desconocido: «La
relación de desconocido es entonces abordada en el soporte
simbólico del lenguaje mismo que suplanta a los enfren-
tamientos imaginarios; así se constituye la experiencia, es
decir, el reconocimiento posible de un error en el seno de
la creencia y del saber, teniendo valor para un futuro donde
la búsqueda <le la realidad podrá desplegarse nuevamen-
te gracias a tal develamiento ya entrevisto» (G. Rosolato,
1975).

342
Cuando en los gro.pos aparece la ideología, podernos es-
tar seguros de que los participantes experimentan un exce-
so de sufrimiento ante el derrumbe de la evidencia y la insa-
tisfacción de la necesidad de certeza, y de que emerge por el
contrario la necesidad de suprimir la duda. En realidad, la
ideología se presenta como un pensamiento que ya tiene to-
do pensado, es omnipotente, omnipensante; es un pensa-
miento que se piensa completamente solo, sin «gasto», sin
dependencia de otros objetos que el objeto idealizado, sin es-
pera, finalmente sin sufrimiento.
Destaquemos la función antidepresiva de la adhesión
ideológica. El pensamiento desubjetivizado tiene como co-
rrelato el renunciamiento a la capacidad del Yo para pensar
su posición de sujeto; son pensamientos de la evidencia, feti-
chizados, idealizados. Imponen el sentido, y de ese modo
ejercen un efecto de violencia sobre el sentido. Se constru-
yen según la lógica del consenso, como racionalización de la
violencia padecida y legitimación de la violencia que se hace
padecer.

El deseo de auto-alienación
El pensamiento ideológico toma apoyo y energía en el de-
seo de auto-alienación descripto por Piera Aulagnier en Les
destins du plaisir (1979).
El fundamento del abandono de pensamiento y del esta-
do de alienación se definiría por su meta: la reducción míni-
ma, incluso absoluta, del conflicto entre lo identificante y lo
identificado, entre el Yo y sus ideales. Las consecuencias de
ello son la condena a muerte del pensamiento por la reduc-
ción máxima de toda distancia o diferencia. El sujeto se ins-
tala de entrada en su certeza, que no se adquiere al precio
de un proceso y de un trabajo de pensamiento.
El proceso de pensamiento es reemplazado por una re-
aprehensión en eco, sometida a reglas que impiden pensar
la situación de alienación. Existe equivalencia entre enun-
ciación, acto y pensamiento. La obligación de ortodoxia im-
plica no sólo la inhibición de todo pensamiento peligroso, si-
no el uso de una lógica que permite sostener ciertas propo-
siciones haciendo abstracción de los argumentos lógicos
contradictorios. Existe una repetición perpetua del pasado

343
l'll f'1111ci<'>n del presente con la finalidad de controlar el
fi1t.11ro.
Así pues, en el origen del deseo de auto-alienación hay
1111 doble movimiento: la desrealización de lo percibido, la
cual apela a una representación discursiva que cumple el
mismo papel que el delirio frente a la realidad. El segundo
movimiento es el apoyo sobre el discurso proferido por otro
para reconstruir y aportar al sujeto la ilusión de que se ins-
tala entre los elegidos, poseedores de una verdad que habrá
que imponer a los otros mediante su decir.
El mecanismo fundamental subyacente al abandono del
pensamiento es la idealización. Freud lo describe así en el
capítulo VIII de Psicología de las masas y análisis del yo: el
empobrecimiento del yo en libido es la consecuencia de la so-
breinvestidura de un objeto externo por parte del yo, final-
mente el objeto queda situado en el lugar del ideal del yo.
Dicho de otro modo, la idealización es la consecuencia del
fracaso de la formación del superyó y del ideal del yo surgi-
dos del Edipo. La consecuencia de esto es que el yo se des-
posee de su libido narcisista en provecho de objetos real-
mente existentes, alienantes en el sentido de que ejercen
una coacción impuesta al yo de poner en el exterior de sí
mismo su elemento constitutivo más importante: el ideal
del yo.

¿Por qué el grupo?


Como mínimo, por tres razones.
Porque el grupo es otra vía de acceso, en el psicoanálisis,
al conocimiento del inconsciente y del sujeto del inconscien-
te: en las condiciones que he especificado, la situación psico-
analítica de grupo pone en evidencia cómo se traduce, en la
vida psíquica, la exigencia de trabajo psíquico impuesto a la
psique por el hecho de su necesario vínculo con lo grupal.
Los resultados que hemos obtenido son importantes para la
construcción del psicoanálisis.
Porque es importante para el tratamiento de ciertos
trastornos psíquicos, y para la formación de los terapeutas y
psicoanalistas, poner a su disposición tal experiencia en tal
dispositivo.

344
Porque la experiencia del trabajo y del placer de pensa-
miento, en situación de grupo, es la de un pasaje que a la
humanidad le ha llevado muchos siglos efectuar, pasando
de la lógica de clases a la lógica de las relaciones y de las es-
tructuras de grupo. K. Lewin nos había advertido sobre la
correspondencia entre esta mutación lógica y las condicio-
nes del conocimiento de procesos intersubjetivos de grupo.
Hoy podemos, con esta herramienta de la investigación y
del tratamiento psicoanalíticos, ligar esas mutaciones de la
lógica de pensamiento a sus condiciones inconscientes e in-
tersubjetivas.

He tratado de sostener la hipótesis de que el inconscien-


te, el sujeto y la palabra hablada están enclavados en la in-
tersubjetividad. La experiencia del psicoanálisis, la del tra-
bajo psicoanalítico en la cura y en situación de grupo, me
han convencido día a día de la verdad psíquica y del valor
ético de esta sentencia de Michel de Montaigne que he pues-
to como epígrafe de esta obra: «Sólo somos hombres y nos
tenemos [tenonsl los unos a los otros por la palabra». Ade-
más, sucede que la palabra nos (re)tiene [tient] los unos a los
otros. Pero para que la palabra ocupe el lugar de la libra de
carne que acaba por exigir el mero cuerpo a cuerpo, para
que diga eso que no tenemos, y para que nos despegue del
conglomerado intersubjetivo, debemos pasar por la condi-
ción de Babel. El proceso asociativo en los grupos nos con-
fronta con dos cuestiones: la pluralidad y diversidad de las
lenguas y los lenguajes, es decir, la pluralidad y diversidad
de las relaciones con la lengua y con los lenguajes. Existe
diversidad de lenguas porque existe división del sujeto del
inconsciente y del sujeto del grupo. Babel supone el re-
nunciamiento a la palabra unificada que sería causa de sí
misma, la separación de un grupo isomorfo a sus sujetos,
autoengendrado. Babel es la condición del intercambio de
las diferencias.

345
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