A Ras de Yerba Apuntes Futboleros - Montero Glez

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Los mejores textos sobre fútbol de Montero

Glez.
En A ras de «yerba». Apuntes futboleros
Montero Glez examina, con el estilo salvaje
y elegíaco que le caracteriza, las luces y
sombras del deporte rey. En estas páginas
se disecciona a personajes como Beck-
ham, Ronaldinho, Raúl o Messi, pero tam-
bién a leyendas del fútbol y aledaños como
Maradona, Leonidas da Silva y Helenio
Herrera, o Eduardo Chillida, Luis Miguel
Dominguín y Héctor del Mar.
Montero Glez

A ras de "yerba"
(apuntes futboleros)
ePub r1.1
SoporAeternus 28.12.14
Título original: A ras de «yerba» (apuntes futboler-
os)
Montero Glez, 2009
Diseño de cubierta: SoporAeternus

Editor digital: SoporAeternus


ePub base r1.2
El pinrel del diablo
Las comparaciones son injustas y más aún
cuando se pone a Dios por medio. En pocas pa-
labras, el gol de Messi al Getafe ha sido trib-
uto y no calco de aquel otro que Maradona mar-
có con la zurda a los hijos de la Gran Bretaña,
Mundial del 86 y revancha de las Malvinas.
Ahora que a Dios le quieren ingresar en un
psiquiatrico y que se conmemora la sangre por
un trozo de tierra arrancado a inocentes pingüi-
nos, el gol de Messi ha sido un gol de la me-
moria. No era para menos.
Los ateos que niegan la evidencia, en su
afán por restar milagros a Dios, tratan de buscar
otros goles. Y así comentan el que hizo al Com-
postela ese diosecito llamado Ronaldo y al que
le gusta endulzar flauta y comer paella. Incluso
los hay que señalan como el mejor gol de la
historia del fútbol, el que hizo Mortadelo en
el Mundial del 78, cuando la T.I.A. se infiltró
en nuestra selección ante el sabotaje que se
avecinaba. Sin embargo, si hay que señalar un
gol de mérito hay que remontarse muchos al-
manaques atrás y volver a los tiempos en que
la religión futbolera era politeísta y Dios no
había nacido todavía. Se trata de un gol que
pocas veces se comenta y es el marcado por el
brasileño Leonidas da Silva, Diamante negro,
Mundial del año 38, Francia, tiempos de La
náusea, El Guernica y la puesta en escena de
la escuadra alemana toda ella vestidita de fut-
bolista. Por si aún no lo conocen ahí va.
Jugaban Brasil y Polonia, la lluvia se había
desatado sobre el terreno de juego y el barrizal
absorbía a los jugadores que, a duras penas
podían mover pierna. En una de esas, cansado
de no jugarla, harto por el peso de las botas,
Diamante negro va y se las quita y, con toda
la ligereza del mundo, engancha la pelota y
marca el gol. Cuando el árbitro se da cuenta ya
es tarde, lo único que puede hacer es obligarle
a calzarse de nuevo las botas. A este gol se le
conoce como gol de calcetín y es gol hermoso
por ser también gol de barro que trampea todo
principio de Autoridad.
Bravatas
En el fútbol pasa como en el amor, que los úni-
cos goles que cuentan son aquellos que mere-
cen ser contados. Sirva como ejemplo el con-
seguido por Luis Miguel Dominguín, que no
era futbolista, pero sí torero y amante, y que
después de cuajar faena con la Ava Gardner,
corrió a la calle a contarlo. El torero tenía sa-
bido que en la cama ocurre lo mismo que en
el campo furbol. Y que gracias al milagro del
verbo, hay goles que quedan para los restos en
la memoria de la afición, aunque la afición ni
tan siquiera los haya presenciado. ¿O es que to-
davía hay quien no recuerda el que Marcelino le
metió a Rusia?
Ahí va por si acaso. Ocurrió en la final de
la Copa del 64, una tarde de paraguas abiertos
sobre las gradas del Bernabéu. El Caudillo
presidía el encuentro y de su lado, Carmen
Polo coleccionaba collares de miradas. Así es-
taban las cosas la tarde de aquel 11 de junio y
algo parecido sucedía en el terreno de juego.
El primer tiempo había terminado empate a
uno y cuando faltaban cinco minutos para con-
cluir y la prórroga parecía inevitable, Aman-
cio, con el balón a la bota corre escapado por
la banda derecha y, un poquito antes de llegar
a la esquina, va y centra endiablado. Un pase
que no pudo impedir la defensa rusa, conde-
nando el balón cerca del punto de penalti, allí
donde Marcelino traza un garabato a ras del
suelo y remata de cabeza y ¡Goooool! Cuentan
que el guardameta ruso, un fulano como un
armario al que apodaban la Araña Negra, se
quedó pasmado.
Iba diciendo que en el Santiago Bernabéu
habría unas cien mil personas, sin embargo,
aquel gol lo verían muchas más. Es posible
imaginar la España de entonces con la oreja
pegada al transistor, siguiendo la jugada que
se convertiría en bravata oficial y consigna
para los veinticinco años de Paz. Paz y Circo,
quiero decir. Sin embargo, tiempo después, en
plena transición o transacción, cuando los
partidos importantes empezaban a ser televis-
ados y funcionaba lo de la moviola, se produjo
algo parecido. Contra Yugoslavia nos
jugábamos la clasificación para el Mundial del
78 y aquello más que juego era guerra a campo
abierto. Botellazos saltando de las gradas, gar-
gajos a tutiplén y, a todo esto, el marcador
bostezando empate a cero. Tuvo que ser hacia
la otra mitad del partido, con un pase de magia
de Cardeñosa, al segundo palo, que apareció
por allí un delantero larguirucho y con el pelo
de indio. Jau, yo ser Rubén Cano y esto ser
gol. Hubo un momento en el que el silencio se
quedó mudo para luego romper en un alarido
que cruzó la península y llegó hasta el pequeño
Maracaná de Belgrado. ¡Goooool!
Hay que apuntar que, a diferencia del gol
de Marcelino, el de Rubén Cano no fue con
la cabeza, qué va, fue con la espinilla. Mirán-
dolo bien fue un gol deslucido por tan feo y
por tan parecido al que Zarra metió a medias
con Matías Prats en el auténtico Maracaná,
jugando España contra la pérfida Albión. Al
igual que el de Zarra, el de Rubén Cano fue
de esos goles que quedarán agrandados en
nuestra memoria para los restos. Baste re-
cordar que desde aquel día, y hasta el día en
que nos salieron pelos en las piernas, todos en
el colegio nos pedimos ser Rubén Cano. Al
día de hoy, en que la depilación es cosa de
hombres, se echan de menos goles que cuenten
tanto. Goles como el de Marcelino, como el de
Matías Prats o como aquel de Luis Miguel a la
Ava Gardner, qué coño. Ya puestos no hay que
olvidar que en el fútbol pasa como en el amor.
Y que contar un gol es la mejor manera de cel-
ebrarlo.
Lombrices
A orillas del Manzanares, no lejos del Puente
San Isidro, tiene su campo el Atleti. Lleva allí
plantado desde los tiempos del boogie boogie
y ahora resulta que lo quieren arrancar. Según
parece, los jefes del fútbol han hecho pandilla
con los del cemento. Y como que chusma así
no puede parir nada bueno, pronto empezarán
con las obras. O sea, que en menos de lo que
se tarda en decir joder y con el permiso de la
autoridad, la maquinaria se pegará el madrugón.
Sin ningún tipo de miramiento, entre nubes de
polvo y chirridos de grúa, las excavadoras hin-
carán el diente al estadio. Luego llegarán las
apisonadoras, ay, con las apisonadoras, cachar-
ritos que ya en su día consiguieron eclipsar al
mismísimo Atila, Rey de los Hunos, y que serán
las encargadas de aplastar la memoria del viejo
campo colchonero. No hay derecho. Es de
poco respeto que esa facultad que tienen los
estadios cuando llegan a una edad y que con-
siste en contar los recuerdos vividos, vayan
ahora y la emborronen con alquitrán. Y todo
por capricho de unos corbatillas que lo único
que tienen es dinero. Tanto como lombrices en
el culo. ¿No les picará lo suficiente que todav-
ía quieren más?
Y es que los hay tan sordos que jamás vi-
braron con la samba de Leivinha y Pereira. Ni
con todos los goles que Gárate se apuntaba, ni
con las palomitas de Reina, ni con el Mono
Burgos moviendo la pelvis, Rey del rock. Y
perdón por el chiste fácil, pero es que parece
ser que tampoco escucharon el latido de
aquella tarde de julio del 82, con el Naranjito
de anfitrión y un bochorno del infierno que
freía las gradas, el césped, la tribuna y un par
de huevos si los ponías en el punto de penalti.
Y eso no fue nada con la tormenta que vino
después, poco antes de caer la noche, cuando
se soltaron los globos y se vinieron al público
los lienzos del escenario, y del cielo bajaron
unos rayos con muy mala leche. Y fue en ese
momento, en el que cualquier otra banda hu-
biese tirado la toalla y suspendido el concierto,
fue ahí mismo que sonaron los primeros com-
pases. Y Morritos Jagger saltó al escenario en-
vuelto en un capote de agua, micrófono en
mano, saludando a la afición. Y Keith
Richards a su vera, guitarra en ristre, pegán-
dole patadas a los globos que seguían cayendo,
mientras abajo la gente bailaba y mojaba sus
cuerpos en una orgía de carne y lluvia, olor
a yerba y rocanrol. Sus Satánicas Majestades
darían un concierto inolvidable en el campo
del Atleti. Cada vez que pasamos por esa orilla
del Manzanares, la voz de la memoria se en-
carga de recordarlo. Se trata de la misma voz
que ahora quieren arrancar de cuajo; la que
canta y cuenta la samba del negro Pereira, los
goles de Gárate, Baltasar y Vieri, el rocan-
rol del Mono Burgos, las piruetas de Hugo
Sánchez, Rey del mambo y Reina haciéndose
un paradón. En fin, que con sólo acercarse, el
viejo estadio da cuenta de todo un repertorio.
Lo que ocurre es que todavía los hay que no
escuchan y que tienen el oído como el culo: ta-
ponado de lombrices.
Fashion
Hubo un tiempo en que los futbolistas no lucían
coleta y cepillar un balón, más que rozarlo con
la cresta, significaba sacarlo lustre. Untar bien
de grasa las costuras y luego, frota que te frota,
calentarlo a base de cepillo y sebo. Y mucho
cuidado a la hora de hincharlo, que si te queda-
bas corto de aire cogía forma de huevo con la
primera patada. Entonces los balones eran de
cuero gordo y los hacían en el trullo. Ahora,
con la cosa de la globalización, los fabrican por
Taiwan, a destajo y con su redondel pintado,
que señale bien dónde hay que chutar para con-
seguir efecto. Pero ni con esas se hacen goles
como los de antes. Y es que, a falta de goles,
lo que se lleva ahora es marcar estilo; calzarse
botas de colores, de esas que dejan el césped
clavadito de puntos suspensivos y jugar poco
pero lucir mucho.
Y al aficionado que le den por saco y que
se asome al encuentro y confunda los equipos
y pierda de vista el balón entre tanto colorido.
Y a los futbolistas tres cuartos de lo mismo,
que cuando tengan que pasar pelota suden la
camiseta con colonia de la casa, a poder ser
de la que paga el patrocinio. Y en ese plan, de
aquí a poco, hasta los banquillos van a venir
rematados con puñetería aerodinámica de la
fina, para que la espera no se les clave a los re-
servas en el culo.
En los últimos tiempos el asunto ha traído
conflicto, baste recordar lo de las camisetas
del Bilbao, las mismas que, con muy mala
leche, alguien bautizó como camisetas ketch-
up y que, más que tomate dulce, aquello
parecía goterón de sangre viva, igual a cuando
rompe una almorrana. Las dieron de baja en-
seguida con el consiguiente berrinche del dis-
eñador. Hasta por televisión salió el asunto.
Sin embargo, lo más grotesco de todo ha ocur-
rido allá en la Argentina con dos eternos
rivales: Boca Juniors y River Plate, que han
vuelto a sacarse los ojos. La cosa merece con-
tarse, pues la nueva camiseta del Boca es tan
parecida a la del River, que los seguidores del
River no han perdido la ocasión. Y han corrido
a la calle de su Buenos Aires a llenarla con un-
os cartelones donde pone: «Podrán imitarnos,
pero igualarnos jamás».
Ante eso, el bueno de Maradona, herido
por el asunto, muy sensible a estos temas, con
el corazón en el Boca, el Pelusa no ha tardado
mucho en pronunciarse. Y perdón por el chiste
fácil, pero el Barrilete Cósmico, el culpable de
haber conseguido el mejor gol de la Historia
del fútbol con un balón adidas Azteca —nieto
del Tango bonaerense, hijo a su vez del Tango
español— el Diego ha vuelto a sorprendernos
con una de sus frases lapidarias. «Yo esa cam-
iseta no me la pongo ni mamao», ha dicho y se
queda tan pancho. Sin embargo, aunque el Pe-
lusa se mame bien mamao corren otros tiem-
pos. Mal que nos pese, el reloj que marca la
hora en punto de la moda también ha llegado
al fútbol.
Mediapunta
Alberto y su tropa tienen la Redacción montada
en un garaje que queda por Chamartín de la
Rosa, cerca de donde reside el Tito Raúl. Lleg-
an con sus motos a primera hora de la mañana
y, sin darse un respiro, se ponen a trabajar con
la sana intención de sacar adelante el próximo
número de Mediapunta. Alberto se pone en
contacto con las imprentas, fotomecánica, fo-
tocomposición y demás barullo, mientras Tino
llama a los más rezagados para que entreguen
ya los textos. Álvaro que es el que se ocupa de
hacer las fotos, selecciona el material gráfico
con un punto de mala hostia. Su razón tiene
pues cómo el fulano es más largo que un día
sin tabaco y tiene pintas de morapio no hay día
que la pasma le pare y le registre la mochila.
Luego llega Cesar con los ojos cargados de
sueño, dando puntillas y navajazos limoneros,
poniendo pegas a los textos, haciendo rabiar a
todo el que se le ponga por delante. La disputa
es lo único que le despierta al muy perro. Y
de esta forma la revista de fútbol gratuita sale
de máquinas y se reparte en los estadios de
primera. Dentro escriben Sorin, Leguineche,
Galeano y un servidor. Después de esto queda
ya todo dicho. Está de más poner que, lejos de
ser un compromiso, ha sido un honor entregar
cada quince días cuatrocientas palabras para
este Diario de un hincha. Y que por primera
vez en mi puta vida me he sentido integrado en
un equipo. Y no en un equipo cualquiera, no se
vayan a creer. Pero esas y otras cosas sobran,
a un servidor no le gustan las felaciones.
Solitario
Al escultor Eduardo Chillida le llamaban el
Gato. Fue en sus años mozos, cuando jugaba de
portero en la Real Sociedad que le bautizaron
así. El Gato era capaz de cambiar la trayector-
ia de su cuerpo en el aire, sin pisar el suelo.
Cuando el disparo ocurría, el Gato se saltaba a
la torera la ley de la gravedad y, con dos manos
iguales a dos tenazas, paraba el balón. Un fiera.
Había veces que por el vicio de seguir parando,
el Gato despejaba generoso, regalando saques
de esquina al equipo contrario. Era todo un es-
pectáculo verle trazar en el vacío una figura,
y otra y luego otra más, antes de atenazar el
balón. De esta forma el Gato aprendió que el
arte verdadero no consiente geometrías y que
la energía creadora tiene que ver con las tripas
más que con la razón. Por eso el campo de fút-
bol fue cantera sagrada para Eduardo Chillida.
Algo parecido le sucedió a Albert Camus,
escritor y guardameta en sus tiempos de estu-
diante, al que el demonio del fútbol le enseñó
todo en la vida. Muy pronto tomó conciencia
de que la pelota nunca viene por donde uno
espera que venga. Y eso ayuda mucho, sobre
todo en el terreno literario, donde no se sabe
bien cuándo los abrazos traen consigo puñala-
das. Y por seguir con la baraja de escritores
célebres, cabe citar aquí a Nabokov, a Mario
Benedetti y a José Luis Sampedro que, además
de plumillas, también fueron porteros.
Hay que admitir que se trata de un puesto
codiciado por artistas de distinto pelaje. Sin
embargo, la explicación se hace difícil. Acaso
la simpatía viene dada por ser puesto conde-
nado a la soledad, siempre tan fecunda para la
creación, o porque se puede ver el partido de
lejos o tal vez por ambas cosas. Quién sabe.
Pero lo más seguro es que la afición sea culpa
de los ratos libres que deja para echarse un
truja. Y esto último no es broma, pues de todos
es sabido que el guardameta Zamora se vent-
ilaba dos cajetillas diarias y no descansaba ni
para ver el partido de lejos. Apodado el
Divino, Zamora era hombre solitario y con
planta de artista. Todavía es posible imaginarle
con su gorra y aquellos calzones de cuello alto,
el riñón prieto y las manos embutidas en el
cuero de unos guantes.
Al día de hoy, el recuerdo de su estampa
no ha sido superado, tan sólo empatado por
otro artista del mismo palo: el Mono Burgos.
Y es que, aunque los tiempos pasen, la re-
beldía resiste como paja brava los chutes a pu-
erta. Y mientras el Mono Burgos espera a que
se produzcan, canturrea al ventolín canciones
de los Slade y de los New York Dolls, pues
ya no se permite fumar en el área. Reducido
a cenizas cuando le marcan un gol o desolado
bajo los palos, no hay duda de que el portero es
el más artista de todo el equipo. Mirándolo bi-
en hay que ser muy artista para jugar una carta
tan difícil.
Manduca
Hay que ver lo cerca que está el fútbol de la
cosa gastronómica. A decir verdad, los jugos
triperos se animan cuando el locutor retransmite
la falta que va a sacar el Beckham, lanzando
la pelota a la olla. Es entonces cuando la ima-
ginación no necesita esfuerzo alguno para
hacerse el cuadro. Y el centro del área se con-
vierte en un cocidito madrileño donde los
galácticos son igual a garbanzos tiernos, rebul-
lendo al fondo del puchero y en espera de una
pelota que es de carne picada, clavadita de ajo y
envuelta en pan rallado, huevo crudo y perejil.
Es decir, lo más parecido a una croqueta gi-
gante, remate tierno para todo suculento cocido
que se precie y con más razón si el cocido es
madrileño. Sin embargo, al precio que se han
puesto los garbanzos, lo mejor es patrocinar el
yantar de la afición, o sea el bocadillo, donde
entre dos rebanadas de pan cabe de todo.
Desde un trozo de tortilla a unos calamares,
pasando por la sección del fiambre al com-
pleto, pues como dice el dicho, aquí lo que
no mata engorda. Y si la cosa anda canina,
siempre se puede recurrir al montadito.
Cabe recordar aquí los montaditos que se
marcaba un antiguo defensa del Real Madrid.
Tenía dos piernas como dos hachas y no ne-
cesitaba compañero para hacer un bocadillo a
todo aquel que osaba entrar en su área. Sus
montaditos eran célebres, sobre todo en en-
fermería. No había delantero que no temiera
sus entradas, pues más que entradas aquello
eran ingresos en urgencias. El jugador de mar-
ras se llamaba Benito y lucía bigotón y hom-
bría por los rincones machos del vestuario. El
tal Benito se gastaba una virilidad de esas que
preñan a una mujer con sólo mirarla. Estamos
hablando de otra época, de cuando el Soberano
era cosa de hombres y todavía no había hecho
su aparición la Coronita. Tampoco los metro-
sexuales.
Pero dejemos al Real Madrid por hoy, no
se nos vaya a hacer indigesto tanto merengue,
y sigamos con el repertorio gastronómico,
pues no hay que olvidar que el gol más famoso
de nuestra memoria futbolera fue de churro.
Lo consiguió un vizcaíno, Pedro Telmo Zar-
raonaindia, jugador del Bilbao y llamado a
filas como «Zarra» para combatir a la selec-
ción inglesa en el mundial del 50. Aquel gol
además de ser de churro iba a ser de venganza.
Llevaba latiendo durante siglos, desde lo de
la Armada Invencible en aguas del Canal de
la Mancha. Y la cosa fue que Gabriel Alonso
chutó la pelota a la olla, allí donde Gainza se
la dejó tierna a Zarra, que metió el codillo o
la pierna o las dos cosas y ¡gooooool! ¡Gol
de España! Desde aquel día nuestro aceite se
impuso a la mantequilla como principio culin-
ario. Y a partir de entonces el gol de churro fue
tratado como gol de justicia.
Manolo
Al igual que la inspiración poética de un fut-
bolista se localiza en las pantorrillas, la de Man-
olo se podía localizar en las tripas. Glotón de
fama pública, Manolo jugaba con todo su peso
en los arrabales de la escuela zurda. Dueño de
una energía homérica, no había jornada que no
siguiese con el transistor en la oreja, a la que
atendía fogones y tecleaba el penúltimo
artículo. Ecorta tú, avui chuga el Manolo, se
decían en el barrio cada vez que aparecía su
nombre escrito en los papeles. Y es que
Vázquez Montalbán chutaba de cara a la bar-
raca con una precisión que enrojecía al más
pintado, combinando en sus escritos fuerza y
velocidad, cultura popular con alta sabiduría.
Todo esto a Manolo le salía de un natural sen-
cillo y lo mismo se te ponía con el Sub-
comandante Marcos que con el coño de la
Sharon Stone, por poner el caso. Sin embargo,
cuando más deslumbraba Manolo era cuando
celebraba las luces de este juego tan difícil de
jugar que sólo puede hacerse con los pies.
Cuando en España la mayoría de los erud-
itos dieron la espalda al fútbol y lo señalaron
como droga dura, Manolo saltó al campo. Y
sin cambiar de pierna ni avergonzarse de su
pasión demostró que lo de «generalizar» es
acto injusto. Y puso en evidencia que Dios no
existe, que es invento de la FIFA. Y también
dejó escrito que hay un fútbol de izquierdas y
otro de derechas, de la misma manera que hay
un fútbol creativo y otro de marrullería y pa-
tadón. Y es que Manolo no paraba de darle a
la pilota.
Con un estilo despojado de artificios, de-
nunció a toda esa raza de empresarios que to-
man las presidencias futboleras como plata-
forma del prestigio social. Y así anduvo, de
Casa Leopoldo a Lacandona y de Santiago al
Camp Nou, hasta que la muerte le llegó con
la rigidez de una fecha obligatoria. Fue en
Bangkok, ya va para dos años, y de eso mejor
no hablar. De lo que sí vamos a hablar es
de sus logros en el terreno de juego, pues el
bueno de Manolo consiguió que cada gol fir-
mado por él, fuese un ruido intolerable en el
canal del Pensamiento Único. Por guardar me-
moria acústica, por dar continuidad a ese ruido
y, sobre todo, para celebrar su buen juego,
sirva aquí dar cuenta de su libro más futbolero.
Acaba de salir a la calle y se titula «Fútbol,
una religión en busca de un Dios», así y como
suena. Se trata de un libro que denuncia las
sombras, pero que también festeja las gradas,
las calles, las tabernas y en definitiva todos los
rincones donde el fútbol sigue siendo una reli-
gión de ateos. Sin duda alguna, leer a Manuel
Vázquez Montalbán es el mejor homenaje que
se le puede hacer a un hombre de inspiración
poética que un día quiso ser futbolista. Y que
cada vez que escribía se comportaba como si
lo fuera.
Feo
Desde Maracaná al Camp Nou, lo suyo es ar-
rancar suspiros. Se hace llamar Ronaldinho
Gaucho y ha conseguido que lo de ser feo ya no
sea un problema para ligar. A partir de ahora lo
de ser feo va a ser una solución. La otra es an-
dar sobrado de faltriquera aunque, bien mirado,
esto último más que solución pueda llamarse in-
conveniente. Pero no le restemos valor y méri-
tos al tal Ronaldinho Gaucho. Qué cojones. Sin
duda alguna ha sido el jugador que más ha
hecho por todos los feos del mundo, con-
siguiendo algo tan difícil como que la fealdad
sea recurso para triunfar. Ronaldinho Gaucho
ha llenado de posibilidades el terreno de juego.
De qué juego. Pues del que más importa. El
mismo que hace que a las mujeres se les cali-
ente hasta la sombra cuando Ronaldinho se in-
terna con la pelota en el área enemiga.
Entonces caen rendidas, y cierran los ojos,
y desean en lo más hondo que Ronaldinho
Gaucho se acerque un poquito, pero esta vez
con los morros por delante y con esa boca de
penco corrido que la naturaleza, siempre tan
sabia y ocurrente, le ha regalado.
Pero las hay que no se conforman y to-
davía piden más. Necesitan sentir el peso del
delantero carioca encima. Y que las haga uno
de esos goles como el de aquella vez, contra
los venezolanos, donde hubo sombrero y es-
puela, jogo bonito y mucha zumba. Qué se
mueran los guapos, parece ser que dijo Ron-
aldinho Gaucho cuando la pelota atravesó los
palos. Y es que en el fondo de su mirar hay
una rara mezcla de candor y desparpajo, pues
se trata de uno de esos arcángeles negros que
vienen de pasar fatigas, de jugar descalzos y
confundir balones con latas. Pertenece a la es-
cuela de la samba y el malabar. Llega de jugar
contra las hambres y no hay césped ni felpudo
que se resista a su jogo bonito, incluso ya ha
sido comparado con el mismísimo O Rei Pelé.
Pero las comparaciones son injustas. Aunque
hoy Pelé anuncie viagra y a Ronaldinho se le
rifen las anunciadoras, los tiempos cambian y
con los tiempos cambian también los gustos.
Y al día de hoy todas suspiran cada vez que
Ronaldinho Gaucho acerca la punta de la bota
al cuero. El rizo duro de la melena se alborota
y un cosquilleo se apodera de las gradas. Y es
entonces cuando ocurre el milagro y hasta los
guapos quieren ser feos y además del Barça.
Visca Ronaldinho.
Gordillo
Siendo un micurria, salió a cantar chotis vestido
de chulapo. Por aquella actuación le gratificar-
on con un balón de cuero. Todo un acierto si
atendemos a las necesidades del chaval pues
con tan preciado balón castigaría las fachadas
de todo el polígono San Pablo, no dejando vivo
ni farol ni ventanuco alguno. Para qué, si hasta
hoy en día se conservan los desconchones de
sus pepinazos como reliquia; huella del héroe
cercano y visita obligada de la Sevilla marginal,
allí donde la gitanería rebasa con su cante la
barrera del sonido y las guitarras son callejeras
y el fútbol también. En sus bares se le celebra y
se le brindan rondas de cerveza. Y es que este
héroe de barrio nunca olvidó al niño que un día
fue. Aquel micurria con los calcetines caídos y
las piernas como listones que atemorizaba a la
vecindad en horas de siesta. Tampoco olvidó
el par de zapatos Gorila que le echaban por
Reyes y que le duraban menos de lo previsto.
Sobre todo el zurdo.
Con el primer estirón le llegó la gloria.
Jugándose la piel en los campos de lentejuela
y relumbrón vistió la camiseta er Beti. Com-
partió vestuario con Alabanda, Esnaola y Bio-
sca. Luego vinieron los Mercedes, los calcos
bien lustrados y hasta un chaluta en Ma-
jadahonda, puerta con puerta con el
Pacumbral. Son los tiempos en que ficha por
el equipo merengue y sale de probe haciendo
lo que mejor sabe hacer: jugar al fútbol, sudar
los dineros por la banda cada vez que agarra el
balón.
En poco tiempo conoció el almíbar, los
gorrazos y las puertas giratorias. También al-
canzó las estrellas en habitaciones con vistas
al cielo. Con todo, siempre se mantuvo fiel al
chaval mellado que un día fue, aquel micur-
ria de piernas zancudas y calcetines al tobillo
que chutaba contra las paredes y cazaba los ba-
lones más altos de todo su barrio. Con la hu-
mildad de los grandes se siguió comportando
igual a un héroe que se sabe pueblo. Y por de-
cir no quede que marcó muchos goles.
Desde aquel primero, luciendo la camiseta
er Beti en el Helmántico y que hizo cantar por
sevillanas hasta al mismísimo Paulo de Tar-
so, patrón de su barrio, desde aquel primero
hasta el penúltimo, marcado el otro día en un
partido amistoso en el que consiguió hacerle
un boquete a la portería del tamaño de un
obús, cada gol suyo es una pequeña obra de
arte. Y de caridad con los hambrientos de
goles, qué coño. Aun así, de todos ellos, y sin
ninguna duda, su gol más celebrado fue aquel
que le metió a Malta, jugando con la selección
española y que el árbitro dio por nulo.
Es curioso, pero de no haber sido anulado,
hubiese hecho el gol número trece. Cuando en
los bares del Polígono San Pablo se rememora
el histórico encuentro, siempre se acaba de la
misma manera: llegando a la conclusión de
que el gol anulado fue capricho de un árbitro
al que le gustaba el resultado capicúa. 12-1. Y
de seguido alguien se paga otra ronda. A la sa-
lud de Gordillo.
Puticlub
A estas alturas de liga, cuando el descenso en la
clasificación amenaza a unos cuantos, llega el
momento de ponerse bravo y hablar de un tema
tan antiguo como el mundo. Y es que no está
de más recordar que putas y fútbol son cues-
tiones que siempre han ido muy unidas, por no
decir que juntas. Y que no se puede pensar en
lo uno ignorando lo otro, sólo hay que ver cómo
celebran los triunfos algunos equipos de postín.
Y por decir no quede los cumpleaños, incluso
las derrotas, que se festejan a la manera cer-
vantina, esto es, con la cabeza bien alta y con
otra cosa también. Es posible imaginarlos en
alineación venérea, presentando armas a todas
aquellas que les reciben en bañador y tacones,
solícitas con los ojos, esperando ser bañadas en
ríos de saliva y esperma. Uummmh. Si
hacemos memoria, no hace muchas tempora-
das, el citado equipo de postín tuvo su mala
racha. Entonces los socios se quejaron y con
razón. El equipo estaba que no rendía y el
asunto no era para menos. Por culpa de tanto
fiestorro y tanta hembra, al final los jugadores
salían rilaos y con las piernas temblonas,
mucha gana de retozo y poca de labor. Por
decir no quede que los hinchas irritados no
cataron ni un pelo. Que se tuvieron que matar
a pajas y que el asunto salió en primera en to-
dos los diarios.
Hubo otra vez que un equipo de fútbol, en
vísperas de un partido importante, contrató los
servicios de una cuerda de fulanas. Esto no
sería novedad si no fuese porque la misión de
tan respetables damas no era otra que la de ri-
lar al equipo contrario. Una de las Mata-Har-
is, en vez de guardar anonimato, se paseó en
cueros por la Interviú y se hizo su dinerito.
Después de ganarlo con el sudor de su piel, lo
ganó con la fama que trajo tanto despliegue.
Subió caché y hasta se operó las tetas, la muy
puta. Y si todavía no ha quedado claro que lo
de dar patadas a un balón es invento parejo a
lo de hacerse la calle, que se lo pregunten a al-
gunos chulos, que amarran a sus jugadores lo
mismo que si fuesen putas a la esquina. Pero
a lo que vamos, que a estas alturas de liga ya
tenemos equipos que sienten el descenso como
filo de guadaña, pegado al cuello. Estamos
hablando de los últimos en la clasificación, los
mismos que reciben el prostibulario nombre
de «Farolillos rojos». Bien, pues aunque sea
sólo por llevar la derrota a la manera cer-
vantina, y con el pretexto de festejar al Qui-
jote, los citados «Farolillos rojos» de esta tem-
porada deberían entrar en el puticlub más cer-
cano con el sano propósito de bajar liga de la
buena, que es la que va pegada al muslo. Eso
sí, pagando.
Culé
Que nadie se lleve a engaño. Al principio,
cuando jugaban en el campo de la calle Indus-
tria y debido a que la afición se sentaba en la
tapia del estadio con medio culo fuera, pues
les empezaron a llamar los culés. Años des-
pués, cuando la guerra y Franco y los moros por
abajo y los alemanes y los italianos escupiendo
mierda desde el cielo, años después, durante
la guerra, los culés no pusieron el culo, valga
el juego de palabras, sino todo lo contrario.
Junto con el Euzkadi, hoy Atlético de Bilbao,
los culés representaron a la resistencia futbolera
antifranquista. Así les lució el pelo. Una vez
acabada la contienda y mientras en Madrid, don
Santiago Bernabéu y don Vicente Calderón se
pasaban la vaselina para hacerse una foto con
el Caudillo, el Barça siguió resistiendo como
paja brava. Y con el culo prieto y aguantando
la punta de la historia, acaban de ganar la Liga.
Y es que el Barça es al fútbol, valga la com-
paración, lo que el pata negra a los jamones.
Todo empezó el día que apareció el flaco eléc-
trico y se vistió con la camiseta azulgrana.
Venía de Holanda. Hablamos de Johan Cruyff
y con él se acabó el misterio.
Siendo hijo de la cantinera del estadio
donde empezó de recoge pelotas y siendo culo
de mal asiento, no es de extrañar que acabase
defendiendo los colores de un equipo que es
memoria viva del tiempo presente. Con él em-
pezaron los derbis y el fútbol se convirtió en
una fiesta. Juan Marsé dijo de él que era largo
y estilizado como una figura del Greco. Sin
embargo, a pesar de su apariencia enfermiza,
aquel chaval ojeroso escondía dentro al
jugador más fuerte del mundo. Cada gol suyo
fue un desquite. Tenía algo de torero el chaval;
la cara afilada y los ojos hundidos como si
fuera un Manolete holandés que muerde el
pitillo antes de salir al ruedo. Tal vez por eso,
cuando marcó su último gol salió a hombros
del estadio. La afición le quería, pues era agar-
rar el balón y no dejarlo. Y cuando se pasaba al
área, a los del Madrid les entraba la temblaera.
Toda España celebró a Cruyff, pues, de una
puta vez por todas, al equipo merengue le
había salido rival. No hay que olvidar que el
Dream Team le quitó el sueño a más de un afi-
cionado madridista. Y mientras el insomnio,
cogieron y se inventaron lo de la Quinta del
Buitre, también llamada Quinta de la polla por
motivos que ahora no vienen al caso.
Desde aquellos tiempos hasta hoy ha
llovido mucho sobre el césped del Camp Nou.
Sin embargo, cada conquista del equipo azul-
grana sigue significando algo más que un
número en el marcador. Ya no juega Cruyff,
pero está Ronaldinho, y ese otro moreno lla-
mado Eto’o y también están Xavi, y Puyol.
Y aunque el partido contra el Levante estuvo
poco vistoso, lo que vino después fue de cam-
panillas, con los cohetes y el Serrat cantando
las grandezas de su equipo. El mismo equipo
de Juan Marsé. Y si hubo quien hizo historia
cuando se le salió la polla durante un partido,
cabe respetar aquí a los aficionados que un día
hicieron historia sacando el culo de la tapia.
Con dos collons.
Machos
Aunque a primera vista parezca un acto viril y
de pura hormona, bien mirado el fútbol también
tiene sus cositas. Sin ir más lejos y si echamos
un vistazo a la gradas, siempre encontraremos
a más de uno con la boca ocupada en chu-
petear puro. Y a más de dos también. Y esto es
de suma importancia, sobre todo si atendemos
al tamaño y largura de los mismos. Desde el
reputado Tabanillas al tímido Alvarito, pasando
por el Montecristo, habano clásico de cuerpo
medio y que es costumbre mojar en coñac antes
de empezar a mamarlo.
Por lo dicho, es posible hallar cierta corres-
pondencia instintiva entre la felación al puro y
el paquete que marca el futbolista. Sobre todo
si nos remontamos a épocas pasadas como la
vivida por Butragueño. Y más atrás todavía,
donde la mariconería histórica se puso en
evidencia en una taberna londinense hace ya
algunos años. Corría el otoño de 1863 y la
cosa sucedió tal como sigue.
Al fondo del local, entre eructos y blas-
femias, un grupo de hombres medía larguras y
pesaba compromisos. Embriagados por el olor
a macho del prójimo, los allí reunidos acabar-
on con espuma de cerveza en los bigotes y
cierto regodeo genital cosquilleándoles el bajo
vientre. A falta de menstruación y por culpa
de una crianza represiva, aprobaron las catorce
reglas que dieron origen a la Football Asso-
ciation, un consorcio macho donde la mujer
quedaría desterrada.
Aunque no por mucho tiempo, pues al
poco la mujer empezaría a ocupar su lugar
en el campo, jugándolo macho y entregándose
con los ovarios. Al día de hoy ya rondan los
cuarenta millones las que juegan y sudan. Y
esto es importante pues al no recibir parné y
hacerlo por pura afición son ellas, las hem-
bras, las únicas que pueden salvar el fútbol
del abismo financiero en el que anda metido.
Cuando la mujer juega al fútbol, el fútbol se
hace digno y vuelve al mundo como lo que
siempre fue: un juego.
Además, qué coño, ya puestos siempre es
más agradable ver correr por la banda a una
brasileira de culo incendiario que ver al Guti
haciendo un regateo con esas piernas que Dios
le dio y que parece que le salen de los mismos
sobacos. Y mirándolo con largura, cambiarían
los hábitos y, en vez de chupar puro, se comer-
ían más altramuces en la grada. Será entonces
y sólo entonces, cuando podamos demostrar la
afirmación esa que dice que el fútbol es cosa
de hombres.
Hambres
Viene de los callejones más indecentes de São
Paulo, donde las favelas de São Vicente. Un
paisaje de lata sucia que atormenta la mirada y
que hace bajar los ojos de pura vergüenza. Una
acuarela que denuncia a todo aquel que pasa
cerca. Y también un lugar de magia, fútbol y
batukada donde los chavales confunden piedras
con balones y sueñan con jugar en los campos
de la vieja Europa. El penúltimo héroe se hace
llamar Robinho. Llega a España después de en-
trenar duro y de pasar mucha fatiga. Es un niño
que inventa bicicletas, rebujitos y pases de ma-
gia que van de la rodilla hasta la punta de la nar-
iz, cruzando antes por el pecho. Su tacón es una
burla para el adversario; Robinho parece ten-
er ojos en el cogote. Es por eso que sus con-
trincantes no saben bien si Robinho viene o si
Robinho va.
Los del Santos se le declararon nada más
verle jugar y ahora la vieja Europa pone a can-
tar a las sirenas de los bancos de crédito, con-
virtiendo la adversidad de un chico de favela
en mérito publicitario. Trapicheo textil y bene-
ficio para la casa. Las camisetas con el número
10 se van a vender como puta en guerra. Y
a todo esto, servidor se pregunta qué piensa
Robinho del lío que se ha montado a su
alrededor.
Pero al bueno de Robinho no se le contrató
para que pensase y cegado por las luces de
la pasarela, el jugador se hace reportajes de
moda a la que concede entrevistas; vulgares
cuestionarios donde siempre le hacen las mis-
mas preguntas. Y le hurgan en lo más íntimo
y le recuerdan sus orígenes, vendiendo la ad-
versidad como gusta venderla en Europa, esa
vieja puta que al final es la que manda en las
cuentas.
Y entre todo este mogollón, las lagartas
se le rifan. Pobre, qué hambre tuvo que pasar
en la juventud, si es que parece un niño,
comentan, mientras le enseñan las bragas y
le acercan el bocado a la punta de la nariz.
Y mientras Robinho decide, servidor se hace
cargo y piensa que al final el mundo está bien
repartido. Y que de haber sido al revés, si los
dueños de las hambres y de las fronteras que
chulean el coño de la vieja Europa hubiesen
nacido en uno de los callejones más indecen-
tes de São Paulo, donde las favelas de São Vi-
cente, por ejemplo, con lo que saben de fútbol,
pues se hubiesen muerto de hambre.
Dios
Si Dios existiera y jugase al fútbol lo haría
como Maradona. Eso lo sabe hasta el Diablo.
Por lo mismo que al Diego le llaman Dios. Eso
sí, un Dios regordete y chaparro, pelo rizo y
pierna rápida que convierte la cancha en templo
y que no se achica ante nada ni ante nadie. Di-
cen, los que le conocen de cerca, que el Diego
es mano generosa y que se gastó toda la plata en
una parranda corrida que le duró hasta anteay-
er mismito. Y que es por eso que este Dios tan
humano arrastra resaca y tormento. Maldito sea
el día en que la merca se le cruzó al Diego en el
área de castigo, dicen por su barrio, allá en Villa
Fiorito. Maldito sea.
Ahora que el nuevo siglo exige dioses nue-
vos y que la FIFA ya no sabe qué coño inventar,
ahora que lo que importa del fútbol es la venta
de camisetas y que le den por saco al juego
bonito, ahora que parece que todo está per-
dido, va el Diego y reaparece por televisión
con un raspado en las grasas y apetitos de
broma. Pasada la resaca y la obesidad mór-
bida, Maradona se estrena como presentador
de un programa donde fútbol y tango se
enredan.
Y es ahora, cuando la memoria se aviva
y se convierte en presente, que el recuerdo
vuelve a llenar de serpentín el calendario pues
veinte años no es nada y de un soplo nos
ponemos en el ’86, en el Mundial de México,
el mismo día en el que Dios marcó a Inglaterra
el gol del siglo. Y el Diego asoma otra vez
correteando bravo desde mediocampo, lleva la
pelota pegada a los pies y gambetea a mitad
del equipo contrario. Poseído por una energía
cósmica se adentra en el área, engaña al
portero y chuta y ocurre el milagro del gol.
Al día de hoy, en el que la religión ya no
es el opio sino la dinamita de los pueblos y
los trenes estallan en nombre de Mahoma y
en cualquier momento nos vamos a tomar por
saco, al día de hoy, es preciso invocar a la me-
moria para que nos traiga el milagro de nuevo.
Y volver a ver a este Dios de boca grande y
mirada perdida corretear bravo por la banda y
regalarnos la alegría de su juego. Y después
cantar aquello de veinte años no es nada y que
es un soplo la vida. Y que le den por saco a
Cristo, a Mahoma y al mismísimo Diablo.
Farmacia
Lo del dopaje es asunto tan antiguo como el
mundo, lo que pasa es que antes no tenía
nombre y ahora sí. Sólo echar la vista atrás y
acordarnos de Zamora bajo los palos; la gorra
haciéndole sombra y el jersey de cuello alto.
Zamora aguarda el ataque del equipo contrario
y, en la espera, va y se enciende un pitillo.
Bronco y viril, Zamora es la viva estampa del
hombre hecho así mismo. Por eso las tardes de
frío se calienta los ánimos con lingotazos de
coñac. Sin embargo ni el coñac ni los cigarrillos
fueron culpables de su gloria.
Otro ejemplo para la juventud es Maradona.
No sólo porque Dios es único y tanta re-
sponsabilidad abruma y vence y por lo mismo
que el Diego se dio a la merca, no qué va,
es que por mucho que uno se enzarpe y se
ponga hasta arriba de blanca no podrá marcar
el gol del siglo si no es Maradona. Grave in-
conveniente lo de querer ser Maradona cuando
uno no es como Maradona. Y por seguir con
lo mismo apuntar que mucho antes de que
existiera la alineación financiera de nuestro
fútbol, o sea, Fenosa, Dragados y Siemens,
mucho antes y en vísperas del encuentro, los
futbolistas se mamaban bien mamaos de
cerveza. Y dormían como reyes. Incluso el
Cruyff, algo posterior a Zamora, nunca se daba
tregua y en los descansos se echaba un par
de trujas. Y así el Cruyff, con el impulso de
la nicotina salía como un trueno a hacerse los
primeros minutos de la segunda parte. El flaco
eléctrico era mucho flaco y mucho eléctrico.
Y nadie entonces se llevaba a engaño, nadie
podía creer que por fumar la misma marca de
cigarrillos que fumaba el Cruyff uno iba a cor-
rer con el nervio del Cruyff.
Lo que pasa con el dopaje está tan claro
como la orina de los futbolistas. Manda hue-
vos que la Fifa la Uefa la Fenosa y nosécuan-
tos organismos más, manda huevos que se
pongan nominativos y les dé por inventar
nuevas profesiones. Y de esta guisa embrollen
a la opinión pública. De seguir con la jodienda,
cualquier día de estos nos van a meter que el
bueno del Guti sale hasta las cejas, esta sí, es-
ta no, esta sí que me la como yo. Y en ese
plan hay que justificar el sueldo del mampor-
rero de turno, el mismo que ajusta la chorra del
futbolista al tubo y no para hasta que el tubo
rebosa de orines. Mirándolo bien, duro oficio
el de mamporrero.
Sur
Al sur de la ciudad, donde las chimeneas em-
borronan el panorama, se extiende el pueblo de
Getafe. Un cigarral expropiado para el benefi-
cio industrial y una bolsa de absorción proletar-
ia que ha conseguido lo imposible: parir el me-
jor equipo de fútbol del nuevo siglo que tan mal
empieza. Hagamos memoria, pues ya va para
sesenta años que unos amigos se reunieron en
el bar La Marquesina. La intención: constituir
una sociedad recreativa que serviría de lazo de
unión de los getafenses y que no iba a tener
más banderas que la del fomento del deporte
en todas las edades y clases sociales. Casi ná.
Aquello fue el principio de la revolución prolet-
aria en nuestro fútbol. La misma que ahora tri-
unfa.
Sin embargo, hasta llegar aquí los
getafenses pasaron sus fatigas. En un principio
los encuentros se disputaban en un campo que
carecía de porterías pero que, a su favor, con-
taba con la hinchada más brava de toda
España. Por aquel entonces destacaban
nombres como el de Santiago Orgaz, un mon-
struo sagrado al que se le recordará siempre
por ser el defensa que secó al mejor extremo
izquierda del mundo: Paco Gento. Luego
vendría la época de los patrocinios donde el
Getafe pasó a ser Getafe-Kelvinator y allí es-
taba Fide, haciendo el mejor fútbol proletario
del mundo. No hay que olvidar que el tal Fide
era trabajador de la casa de electrodomésticos
que pagaba el equipamiento. Eran otros tiem-
pos y entonces se jugaba por afición, no por
dinero.
Luego vinieron las bajadas, el pozo negro,
la desaparición de un club de barrio que es
peleón y que no se achica. La rabia y el coraje.
La conciencia de clase de un equipo hecho a
base de fatigas. El esfuerzo y la gallardía de
once leones que salen a darlo todo y así hasta
el día de hoy que van los primeros y que cada
vez que saltan al campo nos recuerdan que el
fútbol es pasión más que negocio, juego antes
que finanzas. Fiesta y nunca funeral.
Por todo lo dicho y por todo lo que aquí
no cabe, es el Getafe y no otro equipo quien
merece ganar la liga, el pichichi, el Mundial y
si apuramos hasta la Copa del Rey de copas,
qué coño. Y para eso está Pachón y Riki y
el nibelungo de Schuster, dirigiendo el equipo
como si de un barco vikingo se tratara, lleván-
dolo al abordaje del primer puesto de la
clasificación. Joder que sí, pues como dice su
himno: Lucha Getafe con gallardía, tus
jugadores leones son y cuando avanzas.
Parné
Algo no funciona en nuestro fútbol. Y me ex-
plico, pues el otro día nada más hice que entrar
en el banco a la cosa de los jurdós y mira tú por
donde se me aparece una gachí ataviada con la
camiseta del Real Madrid. Vaya par de orejas
que tiene este conejo, me dije para los adentros,
pues parece que las eligen para tales menes-
teres. Y es que la niña lucía unos pectorales que
estallaban la camiseta por donde pone Siemens.
Me permite un minuto, preguntó. Y dos,
morena, contesté. De inmediato la gachí se me
pone a explicar las virtudes y justicias de la
nueva tarjeta de crédito bordada en puñetería
fina. Resulta que con la citada tarjeta además
de descuentos en las entradas para la liga y
el regalo del nuevo balón oficial para él y la
camisetita escotada para ella, además te obse-
quian con dos euros por cada gol marcado por
el equipo merengue. El asunto me dejó per-
plejo. Tanto que cuestioné si también valen los
goles que se marcan en propia puerta. La gachí
me contestó que nones. Lo hizo con su me-
jor sonrisa, de oreja a oreja. Entonces me lo
pensaré, muñeca, le dije. Y seguí a lo mío y
con el gusanillo cosquilleándome el bajo vi-
entre llegué a la siguiente reflexión.
Mirándolo bien, si acoquinan dos euros
por cada gol marcado, lo que entonces benefi-
cia a las arcas del club es que se marquen po-
cos goles y en todo caso que se marquen en
propia puerta. Por lo mismo que el clan de los
brasileiros es tan criticado, pues de seguir así
los morenos van a arruinar el invento.
Y esa es la puta verdad y no porque hagan
el potro, la ladilla o el conejo, qué va, eso es
lo de menos. Lo de más es que el clan de los
brasileiros marca goles en puerta ajena y en-
cima lo celebran y eso trae la guasa y la mala
leche en el vestuario. Si alguien no lo remedia,
si Pitágoras no se equivoca y a dos euros por
gol, los cariocas hundirán la actividad crediti-
cia a puntapiés.
Pero ahora lo que manda es el parné y, por
todo lo dicho, bien pronto habrá alguien cerca
que ponga un poco de orden en el equipo. Al-
guien que descomponga el clan que celebra
y festeja los goles que tan mal les sientan a
algunos y que tanto benefician a los muchos
que, al igual que un servidor, ya tienen la tar-
jeta del Real Madrid en el bolsillo.
H.H.
De la chistera sacaba goles en vez de conejos.
Por eso que a Helenio Herrera le llamaban El
Mago. Era flaco, curtido y tenía una jeta de
golfo que no podía con ella, pero eso era lo
de menos. Lo de más es que no perdía ningún
partido. Fue cocinero antes que fraile y es-
capista antes que mago. Por lo mismo que un
puto día emigró de la Argentina con su familia,
rumbo al moro. Allí se hizo futbolista, jugando
en las calles más corrompidas del norte de
África. Luego pasó al Roches Noires y al Cas-
ablanca y de allí al país gabacho donde ganó
la Copa de Francia del 42 como jugador del
Red Star. Sin embargo, lo que le hizo ganarse
el apodo de El Mago fue su oficio como en-
trenador.
Era de una vitalidad desbordante, contam-
inando a su paso todo sitio por donde pasaba,
electrificándolo y consiguiendo el milagro.
Tenía un no sé qué de pirata, conocedor de
las tormentas y de las tempestades que reinan
sobre la jodida línea de sombra que marcan
los palos de las porterías. Era capaz de des-
pedir a un jugador tan sólo por cometer un er-
ror sintáctico, los vestuarios eran su imperio.
Y si no que se lo digan al mejor equipo del
mundo, el que fue el Inter de los sesenta con
dos tripletas y una después de otra. Capaz de
ganar un partido sin bajarse del autobús, Hel-
enio Herrera la palmó en el año 97. Y lo hizo,
como suele decirse, con las botas puestas.
Con sólo subir la ceja conseguía lo impos-
ible. Allí donde fijaba sus ojos de lobo hambri-
ento arrancaba el triunfo. Como pirata que era,
H.H. hizo suya la técnica denominada catenac-
cio o cerrojo italiano, una virguería inventada
en Suiza a finales de los cuarenta y que H.H.
conquistó, haciéndola suya y llevándola a las
más altas cimas del juego futbolero. El caten-
accio es táctica defensiva que consiste en un
marcaje de hierro con cuatro jugadores, tres
marcando la sombra y el cuarto escoltando al
trío para que el delantero enemigo no se es-
cape. Por eso que H.H. demostró aquello de
que el mejor ataque es una buena defensa.
Ahora que está criando malvas le acusan
de haber atiborrado de anfetaminas y otros es-
timulantes a sus futbolistas, llegando incluso
a provocar la muerte de algunos de ellos. Ar-
mando Picchi, Marcello Giusti, Mauro Bicili
o Ferdinando Miniussi forman parte de una
alineación de cadáveres que muy pronto se
presentarán ante el juez con el único fin de
acusar con el dedo disecado al que fuera el
mejor entrenador del mundo. En los próximos
días, en Roma, se celebrará el juicio prelim-
inar. Los abogados de la acusación tiemblan,
pues saben que El Mago tiene un no sé qué
de inmortal y que desde el infierno prepara
un catenaccio de fuego donde prenderá a todo
aquel que ha osado llenar de mierda su me-
moria.
Resaca
Lo del derby del otro día se venía venir. Por
eso, más que por los fríos, la afición madridista
vestía los colores azulgranas bajo la camiseta
merengue. Deseando estaban de ver perder a su
equipo y ponerse a parlar el catalán para grit-
ar a los cuatro vientos que el Madrí ya no es lo
que era. Ni mucho menos. Y de seguido y con
despecho rasgarse las vestiduras y embestir con
toda la cornamenta al club de sus amores.
Mirándolo bien, lo que no ha conseguido el
Estatut de los cojones o como coños se diga, lo
ha conseguido el puñetero de Ronaldinho con
la pierna tonta. Ahora en Madrid se come bu-
tifarra en los bares y se canta en polaco. Visca
Lluis LLach y Guillermina Motta. Ah, y el Pi
de la Serra y el Raimon y el Serrat, qué puñetas.
Los del Madrí nunca fueron tan galácticos
como el otro día en el Bernabéu con el mar-
cador en contra, en el momento fatal en que
el colegiado Iturralde González, de Vizcaya
él, pitó el final del encuentro. Fue entonces
cuando vieron las estrellas de golpe y porrazo
con toda la afición en pie gritando una
colección de blasfemias que aquí no se enum-
eran. De lo contrario, cerrarían página.
Atrás quedaron los tiempos gloriosos de
Pirri, Amancio y Benito. Y más atrás todavía
los de Di Stefano, Puskas y Del Sol. Después
de lo del derby, el Madrí no es más que un
borrón en la cuenta corriente de sus socios; de
todos aquellos que pagan cuota de manera re-
ligiosa. Los fieles ya se cansaron de serlo, se
veía venir, qué puñetas, pues en esta vida no
se puede faltar a la verdad. Y la verdad es que
no es de recibo ser practicante de una religión
donde a los Dioses les entra la pereza a la hora
de ponerse a obrar milagros. ¡Qué falta de res-
peto para con los feligreses!
Una mezcla de orgullo y de vergüenza tor-
era se apoderó de la capital después del en-
cuentro. En los bares, en el metro, en la calle,
en los trabajos, en los semáforos, en los ascen-
sores y en los atascos no se hablaba de otra
puta cosa que del cero a tres que los catalanes
metieron al Madrí. De Ronaldinho y de Eto’o
y de lo otro y de aquello. Y sobre todo lo de-
más de la cabeza de Luxa.
En fin, que por todo lo dicho, a partir de
ahora, cuando el Madrí pierda en su propio
campo y contra el Barsa, la resaca se conver-
tirá en lucidez y la afición cambiará el bombín
por el gorro frigio. Con tres cojones.
Perros
No hay que llevarse a engaño. El club merengue
ha sabido, como pocos, convertir las soluciones
en problemas. La penúltima solución vino
desde Brasil y le llaman Luxa. Cincuentón
curtido en los campos de barro y hambre con-
siguió en su día que el Bragantino, un pequeño
equipo de las afueras de Sao Paulo, ascendiera
a primera en la liga paulista para ganar del tirón
el Campeonato. La receta de Luxa se reducía a
dos ingredientes: motivación y trabajo.
Cuentan los que anduvieron cerca que si al-
gún jugador se le ponía perro y no se presentaba
en los entrenamientos, Luxa iba a buscarle y le
llevaba hasta la cancha retorciéndole las orejas.
Experto en perrerías, Luxa llegó al Madrid con
un periódico enrollado en la mano y dispuesto a
dar en el hocico a todo aquel que le ladrase.
Sin embargo, su fama de adiestrador quedó
molida a los once meses de arribo. No es la
primera vez que ocurre. Las hemerotecas lo
recuerdan. De un tiempo a esta parte el club
merengue se ha convertido en un molinillo que
pulveriza entrenadores. Hagamos recuento.
El primero fue Vicente del Bosque; un
pincel como jugador de fútbol en los gloriosos
tiempos de Pirri, Amancio y Velázquez. A Vi-
cente del Bosque le despidieron un día des-
pués de conseguir el triunfo en la Liga. A
partir de este momento, lo de incentivar al in-
útil y despreciar al válido se convierte en pri-
oridad del club.
El Real Madrid se empieza a poner
galáctico y como a Vicente del Bosque le falta
glamour estelar pues a la puta calle. Luego
vinieron Carlos Queiroz y Camacho y García
Remón. Los tres salieron como el rosario de
la Aurora, o sea, con las cuentas desparrama-
das por el suelo. El encargado de recoger las
cuentas iba a ser un chulazo maduro, de es-
os que con sólo levantar la ceja consiguen que
una mujer se desate. Si a esto le añades una
sonrisa de rufián, ojos aterciopelados y caden-
cia de samba en la voz, entonces ocurre que la
galaxia del club se muere de la envidia.
Después de una victoria paliducha frente
al Getafe, equipo que merece ganar la Liga,
después vino el adiós. El encargado de hacer
público el despido fue Butragueño. Yo no
quería, pero en fin. Y entonces vemos a Luxa
salir del Madrid con un periódico enrollado en
la mano donde aparece su careto en primera.
Pero para Luxa esto no es lo importante, qué
va. Lo importante ahora está en sus bolsillos
con no sé cuantos mil millones de problemas.
Pitos
En mis tiempos daban por televisión una serie
en la que José Luis López Vázquez hacía de
árbitro. El actor daba vida a un señor vestido
de negro al que no le respetaban ni a la madre
que lo trajo. Hay que hacerse cargo de que,
junto con lo de verdugo o mamporrero, lo de
ser árbitro era un oficio al que se llegaba de
rebote. Nunca por vocación. Sin embargo los
tiempos cambian y ahora son muchos los que
desde jovencitos demuestran cierta afición por
vestirse de negro y admitir las pulgas de la hin-
chada. Al día de hoy en el que no existe tra-
bajo más duro que el de ponerse a buscar tra-
bajo, cualquier oficio, por muy ruin que sea, se
convierte en algo respetable. Por lo mismo cada
vez son más los que aspiran a ocupar un puesto
de colegiado.
Volviendo a mis tiempos, recordar que
había un colegiado que se apellidaba Condón
y que además de ser receptor de los chistes y
las guasas de la grada, también lo era de la
prensa. «Condón colgó el pito», anunciaban
los titulares de la época cuando el colegiado se
retiró. Y había otro árbitro que se apellidaba
Guruceta y que era el árbitro estrella de los
encuentros principales. Valga la comparación
pero Guruceta era lo más parecido a un juez
estrella de la talla del Garzón de nuestros días.
Chicarrón del norte, correteaba de una punta
a otra del campo y nunca se le escapaba una
falta. Cuando señalaba el punto de castigo,
Guruceta lo hacía con un gesto apocalíptico, el
pito en la boca y el dedo firme señalando la
pena máxima.
Hoy son otros los que arbitran y sobre to-
dos los otros destaca la figura de uno que mal
merece la atención. Se llama Pino Zamorano y
pasará a la historia universal de la infamia por
su disposición ética de indiferencia ante las
faltas de alto riesgo. Todavía conserva nuestra
retina la agonía del venezolano, Arango, ten-
dido sobre el césped con unas convulsiones
que le dejaron más pallá que pacá, culpa de un
jugador macarra cuyo nombre sobra. No con-
tento con su actuación y llegada la siguiente
temporada, Pino Zamorano pasará de largo
ante la grave lesión que Oriol le causa a Aran-
buru. Y es que Pino Zamorano pertenece a
la calaña deplorable de esos árbitros que sólo
sacan tarjetas a las víctimas y las guardan
cuando la ocasión merece penalizar al ver-
dugo. Nada que ver con ese tal Condón Uriz
ni tampoco con José Emilio Guruceta y menos
con el señor vestido de negro que interpretaba
José Luis López Vázquez en aquella serie que
daban por televisión. ¡Qué cuelgue el pito!
Petardas
Me había jurado no volver a hablar más del
Real Madrid. Lo que pasa es que uno es irre-
parable y callar es superior a todo mortal que
se precie. Y más en estos tiempos en los que
te asaltan con cualquier puñeta del equipo mer-
engue. Que si Roberto Carlos ya no sonríe. Que
si Cassano ha perdido medio kilo. Que si la nu-
tricionista cada día está más buena. Que si Ron-
nie está de baja. Que si Benito Floro vuelve.
Que si Riquelme. Que si Victoria Adams y la
Obregón se han tirado del moño. En fin, que
como no se pueden comentar las buenas juga-
das de un equipo que gasta más de lo que vale,
nos entretienen con petardeos que poco o nada
tienen que ver con el fútbol. Así que, ya pues-
tos, vamos a comentar la noticia que más
llama la atención de todas. La del moño.
Hay un dicho muy castizo que tiene que
ver con algo tan madrileño como son los
churros y que más que dicho es halago. «Mo-
jas más que los del Real Madrid» es una ex-
presión cheli que en el foro viene a ser re-
conocimiento de triunfo carnal. Por lo visto,
al igual que hay chicas Hermida y Almodóvar,
también hay chicas Real Madrid. Y la
Obregón es de las veteranas. Recordemos las
fotos que se hizo junto al Suker con añadido
de tatuaje en el plástico del pellejo. Y si Anita
es veterana, no digamos de la Massiel, que se
dejaba con un alemán de bigotón poblado que
hacia crujir el campo y los somieres al ritmo
del La la la. Después de ellas vinieron otras.
Un sinfín de carne que se ha dejado catar entre
posturas canguro y otros experimentos corpor-
ales. Y así tenemos a esa tal Bermúdez, pre-
tendiendo hacerse más famosa por su coño que
la Bernarda por sus romances. Pero a lo que
íbamos. Parece ser que la mujer del Beckham
coincidió con la Obregón. Y que la primera le
llamó puta a la segunda.
Sin embargo Victoria se equivoca, la
Obregón podrá ser muchas cosas, entre ellas
biólogo, pero lo de puta nunca. Anita no cobró
en su vida por irse a la cama con un hombre. Y
han sido muchos los hombres y muchas las ca-
mas donde sus pechos han botado de contento.
Lo que pasa es que Victoria es pija de las de
sólo la puntita. Lo lleva en la cara y su con-
sorte anda todo el día salido. Antes de llegar
al Madrid, Beckham era el comebragas may-
or del Reino Unido. Ahora le ha tocado a la
Obregón que las gasta de talla pequeña. Sólo
cuando tanta petarda se de cuenta de que Ron-
aldinho es el más guapo, el Real Madrid dejará
de ser noticia y Massiel volverá a estar otra
vez de moda. La, la, la, la. La, la, la, la.
Juego
La ciencia adelanta que es una barbaridad. Sólo
hace falta echar un vistazo a los cacharritos con
que los mozalbetes de hoy pasan el día. Video-
consolas, tamagochis y puñetitas varias sirven
de distracción para sus tiempos de ocio. Y tan
contentos se plantan delante de la pantalla y
hala, a quemarse los ojos simulando ser como el
Dani Pedrosa, el Fernando Alonso o el Ronald-
inho. Estamos apañaos. Sin embargo hubo un
tiempo no muy lejano en el que se jugaba con la
imaginación. Tiempo en el que nuestros abuelos
trampeaban las penurias con una pelota hecha
de cordones. O de papel. O de vaya a saber us-
ted qué, pues para simulacro ya estaban las cha-
pas de los botellines. Se marcaba el campo con
tiza en plena calle. Y se disponían los equipos.
Once chapas cada uno. Y con un garbanzo a
modo de balón daba comienzo el partido.
Las cosas han cambiado tanto que ahora
los rostros de los jugadores aparecen en pan-
talla, digitalizados y con una resolución cer-
cana a la pornografía. Valga el ejemplo: lo más
parecido a ver un partido por televisión en el
que los jugadores no juegan. Para eso ya es-
tá uno, qué coño, desde el sofalito. Ah, y para
los acomplejados que sufren delirios de gran-
deza vienen incluidas opciones tan diversas
como las de dirigir las oficinas y los banquil-
los de los equipos hasta fichar jugadores y ad-
ministrar finanzas. Casi na. De estas formas o
maneras ser presidente de club se convierte en
asunto al alcance de cualquiera. Con muy poco
empeño se llega a un manejo y un conocimi-
ento de las iniciativas del mercado futbolero
que ya hubiera querido para sí mismo don San-
tiago Bernabéu, el de los puros. Sin embargo,
frente a este despliegue virtual todavía hay
rincones donde se sigue jugando a un juego
noble y divertido sin parangón. Se trata del
futbolín.
De fama universal, inventado por un es-
pañol, el futbolín muy pronto se convertiría en
el juego de mesa más jugado del mundo. Su
creador lo ideó en plena Guerra Civil con fines
curativos. Nunca lo patentó. Para qué, si lo
único que el hombre quería conseguir era que
los niños mutilados por tamaña vergüenza no
dejaran de jugar al fútbol. Cumplió su sueño,
convirtiendo el futbolín en un invento de la
memoria. En otra ocasión escribiré sobre Ale-
jandro Finisterre, el hombre que ideó un juego
de mesa tan perfecto que nunca podrá ser ree-
mplazado por el juego que le sirvió de modelo.
Y si el futbolín no puede ser adelantado por el
fútbol, mucho tendrá entonces que adelantar la
ciencia de los bárbaros para superar tal inven-
ción. Digo yo.
Patria
Así y como quien dice no han terminado las
navidades y ya empiezan las comparsas por la
calle arriba. Son vísperas del carnaval y el
pueblo gaditano lo celebra con un fervor que ya
quisieran para sí los oficios religiosos. Rebuji-
tos populares y gotas de mala leche. Cosquil-
litas para la imaginación, que dicen por aquí
abajo. Y todo ello servido con la guasa de un
pueblo que sabe burlarse de sus amos. Cuando
los carnavales llegan a Cádiz, toca poner tir-
abuzones a los hombres y a las mujeres vestir
de futbolistas. Y pintarrajear sus bigotes. Y
hacerlas a todas del Frente Hepatitis que para
eso son la hinchada con más humor de to la
liga. Entre sus estatutos figura que, si han de
morir, que sea de una enfermedad hepática. En
fin, una peña de cachondas que al grito de ¡Ese
Caí! llenan la calle de camisetitas amarillas y
calzonetas azul marino. Sin embargo, también
las hay que visten otros colores. Y aquí hay
que hacer una parada pues tales disidencias re-
gionales merecen una reflexión.
Los dos equipos que gozan de más sim-
patía por aquí abajo son el Madrid y el Bar-
celona, a partes iguales. Las mismas gaditanas
que cuando llega el carnaval menean el bigote
y se visten de futbolistas lo hacen en su may-
oría con los colores del Cádiz. Sin embargo,
ya dijimos, también las hay que lucen los del
Madrí o del Barsa, incluso puede verse a al-
guna vestida con los colores del Milán. «Aquí
en Caí to er mundo es del Caí y luego de un
equipo gordo, que de alegría» te dicen.
Y razón llevan las que así piensan pues
el problema regional se acabaría de golpe y
porrazo siguiendo tan feliz ejemplo. De esta
forma la patria chica se corresponderá con el
equipo de dentro, el mismo que se forja día a
día, gol a gol, con el material de la memoria,
mientras que la patria grande sería el planeta
tierra por entero. Por eso en Cádiz cuando
uno de los equipos gordos gana, y en vista de
que por aquí abajo no hay Cibeles y el Camp
Nou queda muy lejos y más lejos aún queda
Milán, agarran y se dan a la alegría. Y llegan
hasta el mar donde hombres y mujeres celeb-
ran el triunfo, desnudos, poseídos por un fer-
vor religioso que desata la carne y embriaga.
Y así hasta que el amanecer los sorprende. Es
entonces cuando fútbol y carnaval se convier-
ten en la misma cosa. Y la cosa es que, por
aquí abajo, los carnavales duran todo el año.
De Arte.
Galaxia
Por las rancias tabernas del Madrid, los más
viejos cuentan cómo ocurrió todo. Parece ser
que recién llegados de la guerra de Marruecos
los soldados de O’Donnell se establecieron en
unos descampados del pueblo de Chamartín de
la Rosa, junto a la carretera de Francia, en lo
que hoy es la calle Bravo Murillo. A uno de es-
os descampados le dieron el nombre de Tetuán
de las Victorias en recuerdo a la cruenta batalla
del norte de África. Con el tiempo aquel
descampado se extendería, convirtiéndose en
barrio. Hoy en día, Tetuán de las Victorias es
el trozo que media entre Plaza de Castilla y
Cuatro Caminos, siendo barrio multicolor de
olores culinarios varios. Donde antes se freían
gallinejas y otras asauras hoy se cocinan al-
cuzcuces y comida china. Y todo esto viene a
cuento para entrar en situación pues hay que
contar que todo vecino de Tetuán de las Vict-
orias era hincha del Madrid antes de que el
Madrid se hiciese de otra galaxia. La razón: el
Bernabéu queda a un tiro de piedra de Tetuán
y hubo un tiempo en que cada gol marcado por
el equipo merengue hacía temblar los cimien-
tos del barrio.
Todavía resuenan en sus calles quebradas
los goles de Gento y Di Stefano, los regates
de Amancio, las entradas de hacha de Benito,
aquel defensa con pantorrillas de acero inox-
idable; todavía se rememora la elegancia de
un del Bosque jugando al primer toque, los
cabezazos directos a la red de Santillana, las
escapadas del Buitre volando con su quinta
sobre el glorioso césped del Bernabéu. Todav-
ía retumban las voces de un pasado que se res-
iste a desaparecer, enterrado entre los dineros
y los escombros de la especulación inmobil-
iaria. El polvillo estelar de los galácticos no
ha podido con este barrio, perdedor de todas
las guerras, siempre gris tirando a negro, como
tiznado por el betún de la derrota. Hasta hace
bien poco las gentes de Tetuán de las Victorias
caminaban con el pecho arrugado de tanto ver
maleado al club de sus amores. Cada jornada
de Liga era un suplicio. Sin embargo, como
no hay mal que cien años dure parece que las
cosas empiezan a cambiar, pues todo indica
que el equipo merengue ha dejado de pertene-
cer a otra galaxia. Y que ahora vuelve a pis-
ar las calles y a contaminarse con sus gentes.
Y que el bombín regresa a Tetuán de las Vict-
orias y que el olor a sobaquina y a galline-
jas mezclado con el aroma picante de la co-
cina musulmana envuelve al Real Madrid y
que todo el barrio celebra los nuevos tiempos
para el equipo merengue. Ya era hora de que
Florentino pasase a mejor vida. O a peor, pues
en estas lindes nunca se sabe.
Burdel
Desde las pasadas navidades existe una casa de
putas en Berlín que, más que casa de putas,
parece un parque temático. Saunas, espejos,
hilo musical, camas giratorias y columpios de
peluche saludan a todo macho cabrío que quiera
colaborar en dar vidilla al negocio más antiguo
del mundo. No está de más poner que el citado
burdel espera su mayor afluencia de público el
próximo mundial. Y es que fútbol y putas, de
siempre, han ido juntos y no se puede pensar en
lo uno sin olvidar lo otro. Y viceversa.
Si mal no recuerdo, en el mundial que nos
tocó vivir hace ya veinticuatro años, en nuestro
país se internacionalizó la prostitución y Costa
Fleming —así bautizó Raúl del Pozo los
aledaños del Bernabéu— se llenó de furcia
morena y culo fiero. Trasero carnoso y dis-
frutón del que se menea a ritmo de samba
fresca y que venía del otro lado del charco dis-
puesto a aliviar la pasión genital del macho
ibérico. Todavía se recuerda en Madrid a al-
guna que otra brasileira que, con el pantalon-
cito ceñido, marcaba bocadillo a la salida del
estadio. Activas a la francesa y pasivas a la
griega llevaban en sus culos la calcomanía del
Naranjito, mascota que nunca soñó tan alto
honor. Y es que en Brasil, ya se sabe que la
que no es puta es futbolista.
Pero a lo que vamos, que el próximo mun-
dial se celebra en Alemania y como allí lo de
las putas está legalizado, este año los empres-
arios burdeleros se frotan las manos dispuestos
a cotizar en bolsa. Y de esta forma se con-
struyen a matacaballo chiringuitos de placer
en cualquier sitio aparente, rehabilitándose ga-
rajes, sótanos y trasteros con la sana intención
de aliviar la orquitis genital de todo aquel que
cruce el umbral del vicio con las piernas ar-
queadas y los huevos como mármol. Ufff.
Como ocurre en los negocios prósperos
la demanda supera la oferta y en estos días
de acogida, Alemania recibe vaginas de otros
países, sobre todo de aquellos países que, un
día no muy lejano, Churchill denominó países
del otro lado del telón de acero. Y así, hembras
de lengua eslava y manejadora al contacto con
el glande, ejercitaran sus artes y oficios en el
pellejo de todo aquel que se acerque hasta Ale-
mania a vivir el mundial. Cada cuatro años,
una canita al aire, no hace mal a nadie. Y si
no que se lo hubiesen preguntado a la madre
de Churchill, que no era futbolista, ni eslava,
ni tampoco brasileña, pero que se comportaba
como si lo fuera.
Letras
El fútbol es un juego; la literatura otro y, por
pelotas, ambos dos están condenados a en-
tenderse. Desde que los chinos inventasen tan
glorioso deporte han sido abundantes los guiños
que los plumillas hemos dedicado al balompié.
En la antigüedad clásica, griegos y romanos
jugaban con una vejiga de buey inflada a pul-
món y envuelta en trapos. Antífanes, en su
teatro, manejaba expresiones como pelota larga,
pase corto o pelota adelantada. Shakespeare re-
curre al fútbol en su Comedia de los errores
y también lo hace en el Rey Lear. Maquiavelo
jugaba al fútbol en Florencia y Nabokov lo hará
en Rusia, de portero, puesto literario donde los
haya y que también ocuparía Albert Camus en
Árgel. Incluso el escritor Peter Handke utilizó
una metáfora para explicar una posición en la
vida a partir de una posición en la cancha de
juego. El miedo del portero ante el penalti.
Y de seguir con los guardametas cómo no re-
cordar a aquel marinero en tierra, Rafael Al-
berti, que brindó uno de sus primeros poemas
al guardameta, Platko.
Y es que el puesto de guardameta es el
más codiciado por los escritores. Sin ir más le-
jos, Mario Benedetti, en sus años mozos de-
fendió como un tigre la portería en su Uruguay
natal. Hay un cuento suyo titulado El puntero
izquierdo, donde narra la desventura de un ex-
tremo al no aceptar el chantaje y no ceder
ante el adversario. Pero lo que cuenta Bene-
detti sobre todo lo demás es el placer que se
siente cuando se juega con rebeldía. Su es-
critura luce las maneras con las que se juega
en Latinoamérica, en cortito, al pase chico y
con mucho color y mucho ritmo. Sabroso. Así
y como quien dice, el fútbol lo inventaron los
chinos, lo regularon los ingleses y lo reinvent-
aron en América del Sur. Cómo si no puede
entenderse que sólo del otro lado del charco
luzca maneras con Sorín, Pelé, Di Stefano,
Garrincha, Ronaldinho, Maradona y tantos
otros magos y dioses del balón. Cómo.
Otro uruguayo que no acepta chantajes y
que siempre juega de libero es Eduardo
Galeano. Él es culpable de escribir libros tan
vivos que no morirán nunca. De entre todos el-
los cabe destacar aquí el libro más lindo de fút-
bol que se escribirá nunca. Se titula El fútbol
a sol y sombra y en el citado, Galeano celeb-
ra las luces y denuncia las sombras de todo lo
que gira alrededor del esférico. Leer a Galeano
es ser espectador de las diabluras de un Pelé
o de un Garrincha corriendo sobre el césped
con la pelota pegada al pie. Además en su libro
juegan Maradona, Gento, Puskas o Cruiff. Y
es que El fútbol a sol y sombra es algo más que
un libro. Y Eduardo Galeano algo más que un
escritor que escribe de fútbol.
Cañoncito Pum
Cuando llegó al Real Madrid contaba treinta y
un años y un cuerpo con más trazas de botijo
que de futbolista. Era forastero, venía de un país
rojo y de él se decía que andaba hecho una ru-
ina. Desde los de la reventa hasta presidencia,
pasando antes por el banquillo y sin olvidarnos
del que voceaba rico bombón helado, de una
punta a otra del estadio, todo el mundo se hacía
lenguas. Sin embargo, don Santiago Bernabéu,
el de los puros, hizo oídos sordos al asunto. Su
instinto nunca le engañaba y sabía que, con el
fichaje del húngaro, remataba una delantera que
iba a ser lo más parecido a una brigada inter-
nacional; una linea de ataque que consiguiese
lo que siempre se le resistió a Franco, o sea,
el imperio. Y en ese plan, así ocurrió durante
cinco años con una alineación en la que bril-
laban Kopa, Di Stéfano, Rial, Santamaría y
el húngaro Puskas; años de gloria en que los
tercios madridistas arrasaron Europa y en las
escuelas se volvían a recitar de carrerilla las
hazañas de la raza con la cabeza alta y el brazo
también, Stade Reims 4-3, Fiorentina 2-0,
Milán 3-2, Stade Reims 2-0, Eintracht 7-3.
Hay que hacerse cargo pues eran tiempos de
caldo concentrado, maquinillas de afeitar y
chicle, por llevar algo en la boca. Las lecturas
de aquel entonces estaban más cerca de una
dialéctica de puños y pistolas representada en
cada viñeta por Roberto Alcázar y Pedrín que
de cualquier otra cosa. Con el Real Madrid y
el NO-DO, el mundo entero estaba al alcance
de los españoles y eso era suficiente.
Cualquier tiempo pasado siempre fue peor
y quien sostenga lo contrario es sospechoso
de no ser libre, sin embargo, en lo tocante
al Real Madrid quien sostenga que cualquier
tiempo pasado fue peor, se equivoca de cade-
nas. Aunque ahora no sea el momento, no es-
tá de más decir que los jugadores de entonces
marcaban goles, y tampoco está de más re-
cordar que cada encuentro del Real Madrid
era una fiesta que se repetía en cada transistor.
Cinco copas de Europa y, por si fuera poco,
una intercontinental. Chúpate esa, decían los
madridistas a la que sacaban pecho y se
ajustaban el bombín a la cabeza. Chúpate esa
con los nombres de Kopa, Di Stéfano, Rial,
Gento y ese otro que venía de los mágicos
magiares y que tenía más pintas de tinaja que
de jugador de fútbol. El citado lucía panza de
sandía y pantorrilla prieta y, en realidad, no
se llamaba Puskas, pues lo de Puskas se lo
puso él mismo cuando quiso ocultar su ori-
gen germano, no fuera que le confundieran
con un primo de ese tal Adolfo. Buscando un
apellido sonoro encontró lo de Puskas que, en
húngaro, viene a decir escopeta. Y qué mejor
que llamarse escopeta en unos tiempos en que
la pólvora aún estaba reciente en Europa. Aquí
en España, por no perder la cercanía semántica
con el campo de batalla, le bautizamos como
Cañoncito Pum. Todo un acierto, pues el
bueno de Puskas se llevaba por delante todo lo
que encontraba a su paso, incluso al portero.
No contentos, por esa bendita manía que
tenemos de cambiar el nombre a las personas,
sobre todo si son forasteros, también se lo
cambiamos a él, bautizándole como Pancho
Puskas. Y nos quedamos tan frescos.
Cuentan los papeles que en sus últimos
tiempos había perdido la facultad de la me-
moria. Con todo, no está de más recordar sus
encuentros vistiendo la camiseta del equipo
merengue. Fechas históricas para la afición
como la del 18 de Mayo de 1960 en el Hamp-
den Park de Glasgow, jugándose la Quinta
Copa de Europa contra el Eintrach de Frank-
furt. Ciento treinta y tantos mil espectadores
que acabarían todos con la boca abierta. En
aquella alineación jugaban Marquitos, Miguel
Muñoz, Zárraga, Kopa, Gento y Di Stéfano,
que consiguió el primer gol del empate y otro
más, al poco, adelantando el marcador con el
2-1. Era el minuto 30 de la primera parte y
empezaba el espectáculo. Lo que vino después
sería célebre pues Cañoncito Pum empezaría
a romper las redes de la portería germana,
sumando goles como el que cose y canta. En
un periquete llegaría el 3-1, de su bota y des-
pués el 4-1, con un penalti que el mismo lanza
y, por si esto fuera poco, el siguiente gol tam-
bién lo consigue Cañoncito Pum con un re-
mate de cabeza, tirándose en plancha tras el
pase de Gento. El 6-1 será otro cañonazo que
hará temblar los palos y, si Pitágoras no se
equivoca, también será el cuarto gol para Pan-
cho Puskas. Aún así, los germanos no se ar-
rugan y siguen dando guerra como si nada
estuviera perdido todavía. Cuando quedaban
poco más de quince minutos para finalizar el
encuentro consiguen un segundo gol. Y con
estas, el Real Madrid se crece y, otra vez más,
de nuevo, como si el milagro de los panes y los
goles fuera posible en una España hambrien-
ta, Alfredo Di Stéfano, tras un regate de gala-
nura a dos defensas germanos, marca el sép-
timo gol del Real Madrid. El último tanto del
partido lo consiguen los germanos y, con diez
goles en total, aquel encuentro pasará a form-
ar parte de la memoria de la raza; una memor-
ia puñetera hecha a base de retales pegados
con chicle, brazo en alto y viñetas de Roberto
Alcázar y Pedrín. Eintrach 7-3, será la letanía
final, la cola de un pescado escurridizo que
luego recuperará el equipo ye-ye. Pero no ad-
elantemos el reloj de la memoria perdida, re-
cordemos lo que los papeles dejaron escrito en
ella. Este mismo periódico anunciaba en titu-
lares como el equipo merengue había arrollado
al Eintrach. «Marcaron los alemanes el primer
gol, pero los españoles, en una briosa reac-
ción consiguieron llegar al descanso con tres
a uno. Puskas, que logró cuatro goles, y Di
Stéfano, que obtuvo los otros tres, fueron un-
os auténticos maestros». Las letras de molde
eran una forma más de contagiar la alegría
de aquella hazaña. «El Real Madrid, único,
y desde ahora por quinta vez, campeón de
Europa, ha sido coronado en este larguísimo
crepúsculo escocés, acunado por las mar-
ciales cornamusas de los Highlanders, en me-
dio de la más entusiasta apoteosis que se ha
ofrecido nunca a un campo de fútbol».
Al día de ayer murió uno de aquellos
hombres que formaron parte de los tercios
gloriosos de la avanzadilla merengue por
Europa. El mismo que un día se escapó de la
bota comunista y que, mucho tiempo antes,
se cambió el apellido para que no le con-
fundiesen con otra cosa. Cada vez que tocaba
un balón metía dos goles, por eso mismo todos
le conocíamos como Cañoncito Pum. Cuentan
los papeles que, antes de perder la sombra,
había perdido la memoria y que ya no se
acordaba de su nombre verdadero y que tam-
poco se acordaba de ninguno de los nombres
con los que tiempo después acabaría llamán-
dose. Al día de hoy se los devolvemos. Des-
canse en paz.
Patadas al suelo
Si por algo se ha caracterizado el Real Madrid
de las últimas temporadas ha sido por haber
convertido cada solución en un problema. La
penúltima solución, el penúltimo problema
venía servido en bandeja. Lo de ganar al Betis
para acercar la Copa del Rey a los labios de la
afición hubiese remediado algunas cosas. Entre
otras la actuación de su actual presidente,
cuando le entró la vomitona y salpicó a media
plantilla. Pidió disculpas, al igual que las pidió
su entrenador por exhibir el dedo erecto ante
la afición. Pero como ya sabemos, hay momen-
tos en que una disculpa, en vez de solución,
acentúa más el problema. Y así vino el perdón
de ambos. El de uno que quedó lo más parecido
a un remiendo en el ojal, valga la comparación.
Y el perdón del otro, un perdón con zumba,
como si hubiese untado el anular en vaselina
después de haberlo dado uso.
Echando un vistazo al bailoteo de cifras
que se han pegado los merengues, se hace difí-
cil concebir que los lidios inventasen el juego
de la pelota con el único fin de engañar a las
hambres en tiempo de carestía. Por lo menos
así nos lo cuenta Herodoto desde el siglo V
antes de Cristo. Según el historiador griego,
un día se comía y el siguiente se dedicaba al
juego. Un barbecho para entretener el vientre,
poco más o menos. Sin embargo, lo que en
tiempos de lidios era distracción de la andorga,
llegados nuestros días y gracias al Real Mad-
rid, se ha convertido en medio para saciar los
apetitos estomacales. Y eso al final trae prob-
lemas, sobre todo si el presidente del equipo
vomita sobre la pista antes de que la orquesta
suene. No hay que llevarse a engaño, el Real
Madrid de hoy es la consecuencia de la suma
de todas y cada una de sus directivas, pero
sobre todas las demás, de las últimas. Aunque
nos pese, poco o nada han interesado los res-
ultados en el terreno de juego. Razón por la
que los goles venían escatimados. Llegado el
caso y aunque el marcador bostezase de
aburrimiento, lo que más atraía era el record
de audiencia, es decir, los millones de perso-
nas que presenciaban desde el sofalito de sus
casas, y a través de la televisión, cada encuen-
tro del equipo merengue. Todos a la vez, como
un solo hombre, que diría Ortega, la masa as-
iste a un mismo espectáculo donde se trafica
con futbolistas procedentes de mercados bar-
atos. Carne de cañón, o de lidia, que encuentra
en la plaza merengue una salida para atiborrar
los apetitos de la andorga y de un pelín más
abajo, con perdón por señalar.
Atrás quedaron los tiempos de Alfredo Di
Stéfano, capaz de atender el juego de todo
el equipo y además marcar goles. Una com-
binación de técnica y genialidad que al Real
Madrid le daría la tira de Copas. Atrás
quedaron los yeyés con Pirri, Amancio y
Velázquez. Atrás quedó Del Bosque, otra solu-
ción, otro problema. Un pincel de jugador que
cuando le tocó la tarea de entrenar, fue des-
pedido de un brochazo. Y atrás quedaron los
de la Quinta del Buitre, también llamada de
otra forma desde el día en que a Emilio But-
ragueño se le escapó el chute de sus vergüen-
zas. Bromas aparte, aquella fue la última alin-
eación gloriosa, con Michel, Sanchís y Martín
Vázquez y para apoyar el bloque las piruetas
de Hugo Sánchez y la filosofía de Jorge
Valdano, discípulo de Alfredo Di Stéfano y
Eduardo Galeano a partes iguales, siempre tan
verborreico él, haciendo autocrítica de cada
pase, de cada jugada, de cada golpe.
Puestos en materia gris, cabe señalar que
no hace falta más que escuchar a un jugador
del Real Madrid para entender el motivo de
los chicos de hoy en día, cuando se entrenan
en dar patadas al diccionario como paso previo
para llegar a lucir la camiseta que ha hecho ri-
cos y famosos a tantos. Hay quien señala que
sólo los niños y los borrachos dicen la verdad.
De ser cierto esto, sobra advertir que el otro
día su presidente no estaba borracho, aunque
lo pareciese. Tan sólo arrastraba la resaca del
que se sabe a punto de caer y ve el abismo
a sus pies mientras la orquesta interpreta una
danza macabra. Aunque pizca de razón ll-
evase, pues el saber no embota las piernas, el
hasta ahora presidente no es el más señalado
para dar consejos de alta cultura y venir a
decir que los jugadores merengues general-
mente no la tienen. Hay que hacerse cargo del
gusto de Calderón por los adverbios acabados
en mente. Sólo escucharle hablar, para darse
cuenta de que su discurso tiene cierto aire de
barra americana, niñas al salón y palabras
gruesas a la luz roja del reservado.
A estas alturas, entre putas, lidios y mer-
engues, la memoria del Real Madrid ha pasado
a convertirse en un álbum de viejas fotografías
que no valen ni para que Capello pueda limpi-
arse el dedo. Y menos la boca. El polvo
galáctico ha quedado reducido a cenizas;
pavesas que caen sobre el estadio junto con
mecheros, teléfonos y otra montonera de cosas
que aquí sobra decir y que taponan el camino
hacia la salida. La Historia, con mayúscula, ya
se encargará de bautizar con sustantivo mere-
cido la época actual del equipo merengue. Así
ha venido ocurriendo desde los tiempos de
Herodoto. Mientras tanto nos toca entreten-
ernos con el recuerdo, volver a los tiempos
de gloria antes de la llegada de los galácticos,
de cuando jugaban Juanito, Santillana, Pirri y
Breitner y las chicas se llamaban Massiel y So-
nia Bruno. Ahora se llaman Victoria Beckham
y Nuria Bermúdez, y el salón ha quedado con-
vertido en un plató donde se cocina la carne
que mata los apetitos del bajo vientre. Por citar
de nuevo a Ortega, mujeriego y filósofo al
que asimismo le gustaba dar uso a los adver-
bios terminados en mente, por citar de nuevo
a Ortega, sólo queda decir que la diferencia
entre los tradicionalistas y los que aman el pas-
ado radica en lo siguiente: mientras los unos
lo aman verdaderamente, los otros, los tradi-
cionalistas, lo aman de mentirijillas. Se les re-
conoce rápido por ser los mismos que quier-
en que el pasado no deje de serlo nunca, con-
virtiéndolo en problema presente. Llegados al
final y con tan pocas esperanzas de resurrec-
ción, al equipo merengue sólo le quedan dos
soluciones. La una, la de los tradicionalistas, o
sea, dejar que el retrete se atore de problemas.
La otra, la de los niños, la razón y los adver-
bios acabados en mente, la única y verdadera
que consiste en tirar de la cadena y apagar
el televisor, que muchas veces viene a ser lo
mismo, y ponerse de una vez por todas a jugar
al fútbol. Si es así, entonces y sólo entonces,
la Historia empezará a ser tal y como la mere-
cemos. Y el Real Madrid dejará de ser prob-
lema.
¡Es la guerra!
En todas las guerras, la derrota de las almas
siempre es mayor que la de los cuerpos. Con
tal exceso, Ryszard Kapuscinski, periodista de
raza, escribió sus mejores crónicas. Desde la
antigua Persia, hasta el Congo, pasando por
Latinoamérica, el reportero polaco sorteó toda
clase de peligros para denunciar las sombras
que envuelven los conflictos bélicos. Hu-
manista y rompemundos, Kapuscinski, antes de
borrarse para siempre, nos dejó una visión lú-
cida de la historia actual, convirtiendo el pasado
más inmediato en memoria viva del tiempo
presente. Sus crónicas no tienen desperdicio. Y
de todas ellas, y con la que está cayendo por es-
tos pagos, viene al dedo mencionar la titulada:
La guerra del fútbol.
En la misma, Kapuscinski da cuenta del
conflicto que mantuvo Honduras con El Sal-
vador, dos naciones hermanas que un mal día
se vieron revueltas. Y todo ocurrió a raíz de
un partido de fútbol en el que ambos países
se jugaban la clasificación para el Mundial
de México del año 70. Y es que, como bien
dejó escrito Kapuscinski, en América Latina,
la frontera entre el fútbol y la política es tan
tenue que resulta casi imperceptible. Una línea
de sombra que separa al hombre de las ti-
nieblas y que, una vez cruzada, ya no tiene
vuelta atrás. Tal vez sea herencia de nuestra
sangre, acostumbrada a guerrear con el
prójimo por cualquier sandez, pues aquí ya se
sabe que los calostros negros que sorbimos
cuando chicos, los utilizamos para hacer la
mortaja de nuestro hermano.
Con todo, la guerra que se traen por estos
pagos no es una guerra cuerpo a cuerpo, qué
va, es una guerra entre grupos que se denom-
inan de comunicación, dirigidos por personal
que, al no poder en las alcobas, se dedican
a joder en los despachos, valga grosería tan
acertada. Sin embargo, las víctimas son las
mismas de todas las guerras, o sea, la pobla-
ción civil, a la que tienen con el corazón en
un puño y la pantalla de plasma pegada a los
ojos, alerta, preguntándose qué relación hay
entre un partido de fútbol televisado y todo
este baile de siglas.
Por un lado están los de ese grupo con
nombre de apretón, o sea, PRISA. Y por la
izquierda tenemos a los hijos del apretón que,
un buen día, decidieron matar al padre, eman-
cipándose, no sin antes pegar al monedero del
viejo. Estos últimos aparecen capitaneados por
un cachondo que dice ser un marxista conver-
tido al capitalismo con la intención de cam-
biarlo. Manda güevos. Y como el cisma hace
más daño que la herejía, lo que no consiguió el
ejército de Pancho Villa, que diría el Butanito,
lo han conseguido los hijos díscolos del retor-
tijón. Las guerras intestinales traen estas co-
sas.
Ahora resulta que los equipos de fútbol no
son de la afición, qué va. Ahora los equipos
de fútbol son de grupos mediáticos que poco
o nada tienen que ver con el verdadero peri-
odismo, el mismo que practicaba Kapuscinski.
Y mientras tanto, los que sabemos que la vida
caduca y gozamos en las alcobas de la misma
manera que gozamos frente al televisor,
viendo jugar a nuestro equipo, pues aquí an-
damos, a la espera de que terminen de hacer de
cuerpo, no nos vayan a borrar el alma con su
descomposición. Por favor, que alguien tire de
la cadena.
El chotis y la liga
Cada vez que el conjunto merengue triunfa, la
Cibeles se marca un chotis y los leones rugen
de puro contento. Sobra apuntar aquí que lo que
más le pone a esta diosa lozana es el jaleo y
también sobra apuntar que, en los últimos tiem-
pos, andaba algo olvidada. Se podría decir que
la Cibeles había perdido ese aire que despren-
den las reales hembras cuando no son atendi-
das. Pero el domingo, pumba, se terminó tan
larga espera. Y como no podía ser menos, los
merengues cumplieron con su diosa. Fue con el
tercer gol cuando empezaron a llegar los cánti-
cos, «campeones, campeones, oe, oe, oe» y la
alegría se extendió como se extiende una enfer-
medad secreta cuando deja de ser secreta, valga
la comparación venérea. Entonces la Cibeles
alzó los pechos en banderillas y, sin perder de
vista a los leones, se arrancó con un rumbeo de
caderas ante los primeros aficionados allí re-
unidos, gentes todas que no querían perderse
el milagro. Hay quien dice que la Cibeles ll-
evaba la mirada empitonada de hambre y que
cuando apareció Raúl se subió la túnica y le
ofreció el muslamen para que le ajustase la
liga. Entonces la negrura de tantas noches de
insomnio y espera que había oscurecido sus
ojos, entonces desapareció de repente y todos
pudimos dar cuenta de que la Cibeles nunca
fue una diosa difícil. Sólo hay que saberla tras-
tear y en los últimos tiempos los merengues
andaban más preocupados en mirarse al espejo
que en endulzar el vientre de su diosa.
Cuando Raúl ajustó la liga al muslo, pudi-
mos dar cuenta de como la ley del equilibrio
impera sobre la desigualdad de los pesos
cuando hay masa en la sangre y una diosa de
por medio. Aún se escucha el eco de la gesta
en todo el mundo pues si por algo se cara-
cteriza el equipo merengue es por tener una
afición de aquí a Pernambuco que ya quisier-
an otros. Es curioso ya que en el principio de
los tiempos no fue así. Hay que recordar que,
cuando la época de los tranvías, el Madrid era
un equipo que jugaba al fútbol en barrizales
y campos de estiércol. Y hay que recordar
también que fue con la inauguración del esta-
dio de Chamartín cuando se cimentó el con-
junto. Por las rancias tabernas de Madrid, los
más viejos cuentan como empezó todo. Fue
en una de nuestras penúltimas guerras contra
el moro cuando los soldados de O’Donell se
establecieron en los descampados del pueblo
de Chamartín de la Rosa, por donde vive Raúl
del Pozo que aunque gitano de Cuenca tam-
bién es del Real Madrid, y junto a lo que era la
antigua carretera de Francia y hoy es la calle
Bravo Murillo. Pues bien, justo ahí y no más
lejos, a uno de esos descampados le dieron
el nombre de Tetuán de las Victorias. Con el
tiempo, el descampado se convertiría en un
barrio al que no le faltaría su templo. A un
tiro de piedra de Tetuán, se levantó el campo
de fútbol. Sin embargo vino la guerra y hasta
la diosa Cibeles perdió la paz, atrincherada en
sacos de arena mientras alemanes y rusos en-
sayaban sobre nuestra piel lo que vendría a
la postre en Europa. Con los moros a caballo
cortando cabezas y las fronteras taponadas de
necesidad, fuimos la risión del mundo.
Después de la vergüenza, vino la reconstruc-
ción, hala, a arrimar el hombro, y aún con esas
todavía hoy algunos se empeñan en hacernos
recuperar lo que nunca perdimos: la memor-
ia histórica. Por las tabernas más rancias de
Madrid, que es donde la memoria sigue fresca,
los más viejos no dejan de contar que el es-
tadio se compuso gracias a la afición de los
creyentes de una religión que siempre anda a
la busca de nuevos dioses. Y fue a partir de
aquí que el madridismo fue creciendo, y ya
no se limitó a culto de barrio, sino que amp-
lió su frontera llegando a los pollos de buena
casa que fueron los que le pusieron el bombín
y las ligas. Luego vinieron Gento, Di Stefano,
Pirri y su mujer, la Sonia Bruno. Y luego vino
la Quinta del Buitre y luego los galácticos. Y
con los galácticos la cosa se torció y el ves-
tuario anduvo revuelto con la mujer del Beck-
ham y esa tal Nuria Bermúdez espolvoreando
el polvo estelar sobre un equipo que siempre
fue de barrio. Y si a esto se le suma la mala
gaita de una directiva interesada más en la
crematística que en el merengue, pues apaga y
vámonos que dice el dicho.
Ahora parece que a Capello le van a dar
puerta y en su lugar va a venir el Chuster, pues
así le llaman en Getafe a este nibelungo que un
buen día robó el oro del Rin a patadas y se lo
trajo a los Madriles. Puede ser todo un acierto
ya que la mitología está repleta de gloriosas re-
beliones y la protagonizada por el Getafe con-
tra el Barcelona, el otro día con motivo de la
Copa del Rey, es uno de esos célebres mot-
ines que, avivados por las fuerzas sombrías
que trazan la historia, se van repitiendo por
ciclos a lo largo de la misma. Por eso, las po-
tencias que en la mitología nórdica provocar-
on la caída de los dioses, en nuestro tiempo se
presentan simbolizadas por este entrenador de
obstinación germana. Lo ha conseguido con el
Getafe, preparando una plantilla de verdader-
os Titanes, todos ellos curtidos con los aires
próximos al Cerro de los Ángeles, montículo
sagrado que ocupa el centro del mapa. Aún
resplandece sobre el horizonte el reflejo del
fuego que alumbró la caída de los dioses. La
paliza que el Getafe le metió al Barcelona hoy
todavía resuena como una tormenta en los se-
lectos cielos del balompié. Si el Chuster en-
trena al Real Madrid, la diosa Cibeles se va
a poner tela de contenta. No es para menos,
pues con el veneno en la sangre de los que se
saben impulsados por una fuerza sobrenatur-
al, los jugadores del equipo merengue jugaran
al fútbol como verdaderos dioses de barrio. Y
cualquier equipo que se le ponga por delante
quedará reducido a cenizas. Y la Cibeles se ar-
rancará a bailar en una juerga continua mien-
tras las Valquirias hacen palmas siguiendo el
compás de un chotis que dará la vuelta al
mundo. Se lo merece después de tanto tiempo
consumida por las ganas. Mientras tanto, se re-
godea con la liga en el muslamen, a la espera
de que aparezca ese Nibelungo de greña
dorada por los soles del Rin y al que todos
en Madrid llaman el Chuster. A ver si con
el anillo de pedida entre sus dientes de lobo
germano, el Chuster nos la sigue alegrando.
Ojalá pues una diosa tan lozana como ella no
merece quedar insatisfecha.
Salivazo
Por llamar «puño» a la mano prieta, van y le
critican. No corren buenos tiempos para Luis
Aragonés, hombre de entraña que aprendió a
jugar al fútbol con las tripas pegadas de hambre.
Ahora tiene 69 tacos, bonito número para quien
dedicó toda su vida al deporte rey. En estos
días de banderas y remiendos, Luis Aragonés
volvió a ser noticia. Primero por sus declara-
ciones, luego por sus silencios. Y es que ahora
resulta que un entrenador de fútbol ha de medir
pasiones mientras ejerce su trabajo. Hace unos
años saltó a todos los noticieros por referirse al
«Titi» como negro de mierda. Vaya por Dios,
que donde Luis Aragonés dijo negro debería
haber dicho de color, y donde dijo mierda mejor
no decir nada pues, lo del color, tendría más de-
lito. En fin, que por poner el corazón en can-
dela y decir lo que le salió del carné, Luis
Aragonés fue llamado al orden. Y se tuvo que
retratar soltando gallina. Y como fulanos así
ya no quedan, en estos días de atrás Luis
Aragonés volvió otra vez a las andadas,
haciendo un corte de mangas a sus jugadores y
una peineta a la prensa.
No corren buenos tiempos para ir con la
verdad en la boca. Ahora hay que ser circun-
specto y remilgado, las pasiones han de de-
jarse al fondo del armario y el idioma de
Quevedo cubrirlo con eufemismos que eviten
decir lo propio. La doble moral, impulsada por
los postulados Hearst-Murdoch alcanza los
medios de comunicación de nuestro país. Y
mientras por un lado se vende sensacional-
ismo, por otro se maquillan las formas, como
si apagando la luz de una letrina se pudiera
también acabar con el tufo, valga escatología
tan oscura. Ahora, el imperialismo de toda la
vida se llama globalización, quedando así el
antiimperialismo como asunto para los es-
caparates. Ahora al negro hay que llamarle
hombre de color. Y al bujarrón, homosexual
o gay, cosa peor aún. La polilla de la correc-
ción política pica la madera noble de nuestro
idioma, reduciéndolo a serrín. Nadie está a
salvo de limaduras. Sin embargo, todo eso a
Luis Aragonés le importa un pito por no decir
algo más aparente. Y aunque ahora guarde si-
lencio, Luis Aragonés morirá con la boca
puesta.
Los jugadores de hoy en día han de
rendirse, clavar rodilla ante un hombre que
hizo del fútbol una fiesta por cada uno de los
162 goles de los que presume. «De Liga eh, de
Liga». Hay que recordar que, en su época, los
jugadores jugaban al fútbol y salían a revent-
ar la red a chutazos. Eran otros tiempos y los
marcadores no bostezaban de puro aburrimi-
ento. Ahora los únicos números que valen aquí
son los de las audiencias televisivas. Porca
miseria para un deporte donde la habilidad se
tiene que demostrar jugando con los pies y
no con los bolsillos. Para quien no lo sepa
aún, cabe aquí señalar que fue Luis Aragonés
el primero en bautizar el estadio Manzanares,
templo de los colchoneros, santuario rojib-
lanco que hoy quieren arrancar de cuajo. Ocur-
rió hace la tira de años, jugando el Atleti con-
tra el Valencia. Fue «Indio» Cardona el que
centró el pase desde la derecha, un balón en-
venenado que Luis Aragonés cabeceó a la di-
abla, batiendo al guardameta valenciano con
la certeza del que se sabe gol. Por este, y por
ciento sesenta y un goles más, al del barrio
de Hortaleza hay que tenerle ley. A ver si nos
vamos coscando, que fulanos como él quedan
pocos. Además de buen entrenador, Luis
Aragonés es la saliva de una boca que escupe
verdades como puños.
El reñidero
Cuando España entera perdió la paz y se hizo la
guerra, Alejandro Finisterre inventó el futbolín.
Con el mismo plomo que se utiliza para matar,
encargó hacer las barras. Y con la ayuda de un
carpintero vasco torneó las figuras. Al día de
hoy, años después de la Guerra Civil, el futbolín
es el juego de mesa más jugado del mundo. Su
creador jamás lo patentó pues, de ningún modo,
quiso hacerse rico con ello. La intención era
más sana aún, pongamos que curativa. Dándole
al caletre, Alejandro Finisterre ideó la forma de
crear un juego en el que pudiesen participar los
mutilados de guerra. A partir de entonces, el
fútbol quedó al alcance de cualquiera.
Todo empezó el mismo día en que los ale-
manes bombardearon el vientre de Madrid y
Alejandro Finisterre quedó sepultado bajo los
escombros. Le rescataron y, de ahí, fue llevado
a un hospital. Durante su estancia, entre cloro-
formo y carnes trituradas de vergüenza, se le
ocurrió combinar el ping-pong con el fútbol. Y
así fue como nació un juego de mesa tan per-
fecto que nunca podrá ser reemplazado por el
juego que le sirvió de modelo. Y si el futbolín
no puede ser adelantado por el fútbol, mucho
tendrá que adelantar la ciencia de los bárbaros
para superar tal invención. Por mucho Tamag-
otchi y mucho cacharrito que lancen, el fut-
bolín no tiene igual. Qué carallo, que diría
Finisterre.
Alejandro Campos Ramírez, su verdadero
nombre, además de inventor del futbolín, fue
gallego ilustrado, proscrito, rehén y prófugo
de todas las guerras. Eso sin contar su labor
como editor de revistas de combate. Un buen
día, Alejandro Finisterre se echó una novia
que estudiaba música y le ideó un atril para
partituras, cosa fina, donde las hojas se
pasaban a golpe de pie. Destacado en todo,
su amigo, el poeta León Felipe le eligió como
albacea de su obra. Y por la obra de León
Felipe, el bueno de Alejandro llegó hasta los
últimos fuegos. Alejandro Finisterre, con la
sangre peleona, plantó cara a los corbatillas de
la Administración, esos que nunca currelan el
dinero que se llevan. Y con tal asunto anduvo
hasta el día de su muerte. Ocurrió el mes de
Febrero del año en curso. Tenía ochenta y siete
castañas y seguía siendo el mismo chaval que
un día resbaló en un suelo empapado de san-
gre hermana.
Cuando los unos convirtieron los campos
de fútbol en campos de concentración y los
otros quedaron fuera de juego, Europa entera
se puso a hacer quinielas. Y mamando
ponzoña en vez de leche, empezaron las
apuestas. Como si se tratase de una pelea de
gallos en el reñidero de la muerte, fuimos
alentados por la peor chusma, la de los san-
guinarios bigotes. Si no fuera tan cruel el
asunto, tendría su gracia pues, los herederos de
aquellos que un día entregaron el pueblo a sus
peores enemigos, son los mismos reptiles que
hoy pretenden hacernos recuperar la memor-
ia seleccionando cadáveres, convirtiendo así la
Guerra Civil en el negocio de una legislatura.
Volviendo al terreno de juego, ya no queda
otra que convertir la memoria en tiempo
presente, y traer hasta el almanaque el día en
que, en un combate por la dignidad, Finisterre
agarró las armas y las convirtió en fútbol de
mesa. Cuando el pasado lo forran con
cadáveres y la actualidad huele a muerto, llega
el momento de reivindicar el futbolín como
juego donde la desigualdad se iguala em-
puñando el mango de forma deportiva. Y con
el toque seco de los truskis que facilita el gol
de cuchara, cabe aquí celebrar que hace unos
días dio comienzo la Liga Provincial de fut-
bolín de Castellón. De esta forma, sobre el
terreno de juego, se revive la memoria del
hombre que un día acercó el fútbol hasta los
mutilados de guerra y que, gracias a su buen
hacer, achicó las infecciones del alma. Las
mismas que hoy quieren volver a contagiarnos
los de la clase política, reviviendo así el mo-
mento cruel en que se perdió la paz por culpa
de un gol de guarra.
Carne picada
Por alejar voces que anuncian guerras, viene a
cuento recordar vergüenzas pasadas. Terrenos
de juego donde un mal día brotó la semilla del
exterminio. Sin ir más lejos, en nuestra historia
más reciente, el campo de Mestalla o el ya de-
saparecido Chamartín, fueron utilizados como
campos de concentración. Para no ser menos,
en el lado de allá del océano, Pinochet convirtió
los estadios en fábricas de carne picada. Sirva
el ejemplo sonoro de Víctor Jara, cantor del
pueblo, que le arrastraron al llamado Estadio
Chile y allí que le molieron los huesos como
si fueran café. Después le ajustaron treinta y
tantas balas en el cuerpo. El hijo de Amanda
terminó amontonado en un corredor del estadio
junto a otros hijos del pueblo. Tras impedir
varias veces la reconstrucción de los aconteci-
mientos, al final, el Estadio Chile pasaría a
llamarse Estadio Víctor Jara. Lo más parecido
a un gol fuera de tiempo, de esos que marca el
recuerdo para reconciliar olvidos. Pero un gol
al fin y al cabo.
Por tirar del último eco hasta alcanzar las
primeras voces, Arturo Pérez-Reverte da
cuenta de lo que sucede cuando, en el terreno
de la paz, germina la semilla bélica. Lo hace
en su novela El pintor de batallas, convir-
tiendo un campo de fútbol en camposanto.
Ocurrió en la antigua Yugoslavia, cuando Ar-
turo anduvo descalzo sobre el sable recién afil-
ado de la última contienda. Llegando a un
pueblo desierto, el tufo le pegó de lleno. Su
olfato lobero le arrastró por calles quebradas
y portales abiertos a balazos. El conflicto de
los Balcanes había pasado por allí sin ruido
aparente. Y fue a la salida del pueblo cuando
el olor a picadillo le taponó las fosas nasales.
Ante él se alzaba el estadio con la siniestra en-
voltura de un regalo en tiempo de guerra. Sin
más compañía que la del sonido de sus pasos
sobre el cristal crujiente de la batalla, entró.
Fue entonces cuando el olor atravesó su gar-
ganta. Habían arrancado el césped y también
removido la tierra. Todavía se escuchaba el
eco de los moribundos. En las gradas vio a un
niño, de ocho a diez años, flaco, rubio y con
ojos como escarcha. Lucía sonrisa maligna y
pistola de madera al cinto. «¿Buscas croat-
as?», preguntó burlón. Y sin esperar respuesta
acentuó la mueca y afirmó con la guasa: «En
este pueblo no encontrarás ninguno». En-
tonces el pintor de batallas alzó la cámara y le
tiró la foto. Cada vez que Pérez-Reverte lo re-
cuerda, le sabe la boca a sangre. Por eso es-
cupe al suelo. Se trata de un gargajo de la me-
moria, el mismo esputo donde Francisco de
Goya tiñó pinceles para embestir el lienzo de
la guerra.
Y por seguir dándole saliva a la guadaña,
cabe aquí terminar con lo ocurrido en una
pequeña ciudad de El Salvador, en su mismo
estadio, donde fue fusilado Victoriano Gómez,
una especie de Robin Hood lugareño. Para que
cundiera el ejemplo, las autoridades lo dieron
por la televisión local. Victoriano Gómez cayó
ejecutado a la tarde pero, desde primera hora
de la mañana, las gradas del estadio se vieron
atiborradas de gente. Era como si, de un mo-
mento a otro, fuese a dar comienzo un en-
cuentro futbolero. El gobierno decidió vender
cara la muerte de este hijo del pueblo que
bien sabía que la propiedad es robo. Por lo
mismo, se montó un espectáculo que sirviese
como lección. El periodista Ryszard Kapusc-
inski dio cuenta del deplorable acontecimiento
en su libro de reportajes titulado: La guerra
del fútbol.
Resulta atroz la imagen de un estadio ha-
bilitado para deshabilitar a las gentes, tanto
como descubrir una sonrisa cruel en un
muñeco de madera. Así que, para alejar voces
de sangre, no conviene cortarle posibilidades
al recuerdo por muy malo que este venga.
Nunca está de más recordar lo que ocurre en
tiempos de guerra, cuando el fútbol deja de
ser una fiesta y los estadios se convierten en
edificios fúnebres con cadáveres amontonados
por los corredores, a la espera de que un niño
chico, armado con pistola, remueva la tierra.
Pues eso.
Himnos
Cuando los franceses entonan La Marsellesa,
un ruido de armas resuena en sus gargantas.
De acuerdo con esto, lo ocurrido el otro día en
el Stade de France, allí donde los marroquíes
abuchearon el himno gabacho, ha sido una
ofensa para las laringes del país vecino. Ante
la amenaza a ser desarmados por lo que con-
sideran una invasión racial, los de la Adminis-
tración gala reparten paquetes de medidas lla-
madas sociales, así que la chusma rasque bar-
riga y la policía haga su trabajo de tranqui. Sin
embargo, llegada la hora del escape, es en el
campo de fútbol donde toca desnudar navaja y
convertir la fiesta en una letrina en la que, di-
cho sea de paso, pueda quedar sepultado para
siempre el mito de las tres culturas.
Hay que hacerse cargo, los himnos se in-
ventaron para unificar espíritus guerreros, to-
dos en uno, y así marchar al combate. Na-
poleón, que sabía de qué iba el asunto, advirtió
en su momento que se iban a ahorrar muchos
cañones gracias a La Marsellesa, y los Beatles,
que se pasaron media vida componiendo him-
nos, se sirvieron de La Marsellesa para cantar
a la necesidad del amor. Por seguir con inter-
pretaciones musicales del pasado siglo, cabe
decir que Reinhardt y Grapelli se marcaron su
apunte llorón y nervioso para los discos de
pizarra y que Serge Gainsbourg realizó la ad-
aptación más valiente. Ocurrió hace la tira de
años, en Estrasburgo, cuando el artista andaba
rulando con una orquesta jamaicana. Uno de
los números del repertorio era La Marsellesa a
ritmo de reggae. Las laringes de los gabachos
de entonces se irritaron ante la provocación y,
el día del estreno, la ciudad amaneció alfom-
brada con protestas. Agresiones verbales que
se extendieron a los rastas que acompañaban
al Gainsbourg. Así andaban las cosas cuando,
llegado el momento de subirse al escenario,
con la sala petada, aparece la plantilla de boi-
nas rojas con ganas de gresca. Los músicos ar-
rugaron y el Gainsbourg tuvo que salir a es-
cena solo. Y con el puño levantado, sin más
compañía que la de su garganta desnuda, afiló
La Marsellesa. Se armó tal revuelo, que los
boinas rojas se dieron el piro protegidos por la
policía.
Con todo, La Marsellesa, además de ser
el himno más cantado, es también el más pit-
ado. Baste recordar lo sucedido hace media
docena de años, en un amistoso entre Francia
y Argelia, cuando las gradas morunas se hin-
charon a insultar a sus contrincantes al compás
de los acordes del himno francés. El encuentro
acabó en batalla campal y la policía se empleó
de lo lindo, sacudiendo liendres y pulgas expi-
atorias de las cabezas. En nuestro país, donde
los himnos se cruzan desde primera hora de la
mañana y las gargantas resuenan en los atas-
cos, Fernando Sánchez Dragó consiguió algo
parecido a lo del Gainsbourg, pero al revés.
Fue en un programa del Hermida, una tertulia
de fútbol a la que estaba invitado. Sólo habló
cinco minutos y a lo último del programa. Sin
embargo, se pegó tal roción, despotricando
contra el fútbol y los futboleros, contra los es-
tadios, contra los hinchas y contra la prensa
deportiva que, al otro día, ante su sorpresa, la
gente le paraba por la calle para darle la mano.
Si los himnos se inventaron para unificar es-
píritus guerreros, lo que soltó el Dragó en el
programa del Hermida fue todo un himno. Y
con tal asunto, su paisano, Jesús Gil,
aprovechando el tirón de este hijo de
Tartessos, le invitó al palco para ver al Atleti.
El Dragó, aunque presentía la gresca, no pudo
rechazar la oferta. Aún temiéndose lo peor, allí
que se plantó el tío.
Lo chachi vino después, cuando el Dragó
se asomó al estadio y la gente vitoreaba su
nombre, igual que si fuera futbolista. Desde el
fondo Sur, los ultras le saludaban con el brazo
a la romana. Es entonces cuando el Dragó,
pasmado ante el desenlace, toma nota de la
cara y de la cruz de una misma moneda. Y
aprende que la distancia que media entre el
fútbol y la batalla cabe en su canto.
La Partida del Trueno
Hubo una vez en Madrid una pandilla de gam-
berros que se hacían llamar la Partida del
Trueno. Eran todos niños de familia bien,
destacando apellidos tan sonoros como el de
Espronceda y Ventura de la Vega. Por aquel
entonces, en el mil ochocientos treinta y pocos,
cuando Madrid todavía conservaba hedor a al-
falfa recién rumiada, la Puerta del Sol fue es-
cenario de sus fechorías. Debido al riesgo, la ju-
garreta que más calificaba, entre los miembros
de la Partida del Trueno, era la de parchear a las
damas cuando estas salían acompañadas por sus
maridos. A tal actividad, sin contar la esgrima,
se reducía todo el deporte de la época. Lo del
sport llegaría más tarde, cuando Madrid dejó de
ser Madrid para convertirse en los Madriles, y
el modernismo vino a cambiar la forma de las
lámparas y el culo de las señoras, que diría el
Pacumbral.
Aquel círculo mal trazado al centro del
mapa, la Puerta del Sol, se convertiría con los
años en el corazón de un pueblo que, al día
de hoy, no ha perdido el olor a cuadra y a
queso manchego. Y ahí, donde un buen día se
anudaron las calles principales y las barrica-
das encendidas parecían no apagarse nunca, en
el mismo sitio donde manolos y chisperos ar-
rugaron a los gabachos, y donde también hubo
motines contra el sistema tributario, y tropas y
cañones y tentativas republicanas, ahí mismo,
el otro día, un puñado de hinchas del Aber-
deen, todos ellos vestiditos con falda plisada,
regaron con su espumoso orín el suelo castizo,
llegando, incluso, a apedrear la estatua del Oso
y el Madroño con sus cálculos renales.
Resulta que los de las falditas vinieron a
animar a su equipo desde Escocia, país de
gaitas, puritanismo y humedades varias. Y que
llevaban varios días dando la tabarra en Mad-
rid, moviéndose a gatas por el suelo castizo
con el grotesco meneo de sus faldas sobre las
mantecas postreras. Parece ser que hasta se les
permitió descubrir sus partes verendas a las
damas de la capital y que, las damas de la cap-
ital, cerraban los ojos ante la visión pues, no
es costumbre, a sus ojos, tanto pellejo para tan
poca chicha. Y todo esto se les consintió a los
seguidores del Aberdeen porque ahora resulta
que el chotis es más escocés que el güisqui
y que, por eso mismo, el pueblo de Madrid
ha de mostrarse agradecido ante estos visit-
antes de pompa y falda, de igual forma que, el
pueblo de Segovia, ha de expresar su contento
cuando, por el Acueducto, aparezcan los ro-
manos travestidos con falda y túnica. Cosas de
la Alianza de las civilizaciones. Asuntos que
llegan a confundir la tolerancia con el respeto
y, lo que es peor, envilecen el lugar donde ant-
año se les aliviaba la cartera a los barbalotes,
allí donde romeracas de muslos prietos se de-
jaban chicolear por los sainistas y, en los bal-
cones, los médicos anunciaban sus consultas
de enfermedades secretas. Para que ahora
vengan de Escocia a enseñarnos a comer con
cuchara.
Llegada la hora del encuentro, que es la de
la verdad, y aunque un borracho nunca mienta,
a los de la faldita plisada les pareció mentira
perder contra el equipo colchonero. Como to-
do hay que decirlo, los del Atleti se mostraron
benévolos, marcando tan sólo dos tantos
cuando hubiesen podido reventarles la red y el
saco. Y como los del Lago Ness no saben per-
der pues, ya se sabe, la educación puritana los
ha enseñado a lo contrario, anuncian repres-
alias. Por el momento están realizando un in-
forme sobre lo ocurrido en los Madriles para
remitírselo a la UEFA. Un papel donde se
vienen a quejar del trato recibido por parte de
los madrileños. ¡Habráse visto! Por terminar, y
para que también adjunten en el informe esta
pieza, cabe aquí decir que, si los de la Partida
del Trueno levantasen la cabeza, y los esco-
ceses levantasen su falda y enseñasen el sitio
por donde soplan gaita, olvidarían pronto lo
del origen del chotis para ponerse a reclamar al
monstruo del Lago Ness. No sé si me explico.
Filózofo de la madrugá
Corren tiempos de fiesta a ambos lados del
Guadalquivir. A la vuelta de la liga, el Sevilla
se perfila como el equipo más acertado para
llevársela a casa. Y la ocasión viene que ni
pintada para escribir unas líneas sobre el gran
Silvio, un tío que era más sevillista que el es-
cudo. Para los que no sepan de él, decir que
pisaba ojeras y que siempre andaba de fiesta por
Sevilla, vaso en ristre y cantando plegarias a
la Virgen, todo muy sentido. Ar Sanshe Pijuán,
decía al taxista cuando ya andaba cocido. Ar
Sanshe Pijuán. Y llegado al estadio, pedía al
taxista que pusiera las largas. Pofavo, enfoque
bien er ezcuo. Y allí que se quedaba el tío, a
dormir la zorra, con el escudo del Sevilla bril-
lando en la madrugá de sus sueños. Ese era
Silvio.
Él mismo contaba que, cuando chinorri,
iba todos los domingos al fútbol. Un domingo
a ver er Beti y el siguiente a ver jugar al
Sevilla. Fue por eso que le dedicó al Betis
una canción ¿Aónde eztá mi beeeti?, o algo
así, decía en el estribillo. Con todo y con eso,
cuando Silvio tenía que elegir no se lo pensaba
dos veces y siempre señalaba al Sevilla como
el club de sus amores. Y por seguir con sus
amores, cabe contar aquí como, en una de
aquellas madrugás, Silvio pego un braguetazo,
emparentándose de un solo polvo con la alta
cuna de las Islas Británicas. En una ocasión,
Quintero, después de un silencio, le preguntó a
Silvio qué había sido capaz de hacer por amor.
Y él, sin dudar, respondió que po amó había
sio capá de beberze un tinto, en ve de un yin-
toni. Parece ser que aquel amor acabó como
el rosario de la Aurora, nunca mejor dicho,
pues Silvio fue declarado persona non grata
en Inglaterra al gastarse los dineros del suegro
en una juerga que le duró hasta su muerte. Cir-
rosis crónica, como no podía ser menos. Tuvo
un hijo futbolista y grabó un puñado de buenos
discos. Canción mediterránea salpicada por el
barroco sevillano, el de los cristos y vírgenes
de la Semana Santa pero a ritmo de rock. Algo
difícil de entender si no se escucha. Pudo
haber llegado a ser famoso pero cuando la
fama le perseguía él siempre corría más. Miles
de anécdotas se cuentan de este filózofo de la
madrugá y ahora, Alfredo Valenzuela y Pive
Amador, han sacado un libro que recoge
muchas de ellas. Vengo buscando pelea, se tit-
ula y no tiene sobrante. Después de esto ya
sólo falta pedir a los del Sevilla que se acuer-
den de Silvio y cojan una canción suya como
himno oficial.
Pelona
La muerte, esa vieja puta que nos iguala a todos
con nadie, hizo su agosto el mes pasado. Se
llevó a unos cuantos y, entre ellos, a Puerta,
futbolista en edad de merecer a todas menos a
esa puta desdentada que siempre se equivoca de
parroquia. Al chaval, el filo de la guadaña le
segó la vida por el corazón hasta reventárselo.
Desde la Alcarria hasta Pekín, pasando por
Melbourne, el chaval es llorado hasta secar las
lágrimas del Guadalquivir, ese río que her-
mosea la Sevilla barroca y que ahora refleja el
luto de una viuda doliente.
Camilo José Cela, gigante al que un ser-
vidor intenta igualar cada vez que hunde tecla
y que lo único que consigue es tiznarse con
el betún de la derrota, Camilo José Cela, dejó
dicho que la muerte es una vulgaridad. Lo
de morirse es algo que todo el mundo lleva
haciendo desde el principio de los tiempos. Y
razón no le faltaba al gigante. Con todo, uno
no puede elegir la forma de acabar sus días,
si no es suicidándose, claro está. Sin embargo,
dejando aparte el acto soberano en el que cu-
alquier mortal se puede emplear, hay formas y
formas de morirse. Y Puerta lo consiguió de la
manera más digna, esto es, con las botas pues-
tas.
Volviendo otra vez a Camilo, el gigante
también murió con las botas puestas, peleando
con su último artículo, una tercera para ABC,
que es como la Santísima Trinidad de la
columna periodística. Lo mismo pasó con
González-Ruano, o con el Pacumbral, quinqui
amortajado con un traje de Pierre Cardin y
que se nos marchó al otro lado del infierno el
mismo día que Puerta. Es posible imaginarlos
a los dos, partir en su último viaje, el uno con
ganas de hablar de su penúltimo libro, el otro
con ganas de repetir su último gol.
Lo queramos o no, todos nacemos con una
misión que cumplir. El Pacumbral la consumó
a golpe de tecla y Puerta chutando balones.
El primero será recordado por manejar la len-
gua como una navaja de veintisiete muelles,
uno por cada letra del teclado. El otro será re-
cordado por hermanar el cielo y el infierno
chutando balones inflados de gloria. Dios y
el Diablo se pegaron un morreo punzante de
saliva el otro día, recién empezada la Liga,
cuando todo no hizo más que arrancar y en
los periódicos se amontonaban las esquelas. A
partir de ahora, cada vez que el Sevilla salte al
campo lo hará con doce jugadores. Lo mismo
ocurrirá con las letras de las máquinas de es-
cribir, que sumarán veintiocho. Con el corazón
embarrado en la arena amarga del dolor, ya
sólo queda cumplir escupiendo al cielo. Y
pedir que la tierra les sea ligera.
Segundos fuera
El partido fue de escándalo, que dicen en
Sevilla. Con un equipo que va líder en la
clasificación y con veinte minutos de juego y
fiebre para conseguir el empate, frente a un
Zaragoza que salió dispuesto a darlo todo y
que ganó por dos goles a uno. Ozú. Lo que no
sabían los espectadores que el sábado pasado
asistieron al estadio de La Romareda, lo que no
podían llegar ni a imaginar es que, por el mismo
precio, iban a presenciar el arranque de un com-
bate de boxeo. Los púgiles a lucirse fueron el
uruguayo Carlos Diogo, jugador del Zaragoza,
contra Luis Fabiano, de Brasil y vistiendo los
colores del líder. La cosa ocurrió recién
acabado el partido, como hubiese correspon-
dido a dos caballeros si no hubiese habido co-
gida de moño ni zarpazos por parte del
brasileño. Según parece todo empezó por un
pisotón que Diogo, el del Zaragoza, pegó al
del Sevilla en una mano. Y fue entonces
cuando el del Sevilla se calentó y se vino a por
el del Zaragoza, que le respondió de inmedi-
ato con un directo al pómulo que puso grogui
al brasileño. Este, el brasileño, intento defend-
er su dignidad dando puñetazos al aire. El Zar-
agoza había vencido por goles y también por
puntos.
Los combates de boxeo se dan poco en
nuestros estadios. No tenemos tanta afición
como por ahí fuera. Se me viene a la cabeza un
encuentro entre el Bilbao y el Barça, en el año
84. Pero aquello fue diferente, allí participar-
on todos los jugadores y, más que combate de
boxeo, fue batalla campal. Tal vez podamos
encontrar paralelismo con lo de La Romareda
en el puñetazo que el Mono Burgos, defen-
diendo la puerta del Mallorca, propinó al
rostro de Serrano, delantero del Espanyol.
Aquella descarga le costó al rockero su tanda
de once partidos. Y luego, cómo no acordarse,
tenemos al holandés Patrick Kluivert, vis-
tiendo los colores del Barça y atacando por la
espalda a Jesús Diego Cota, jugador del Rayo
Vallecano. El holandés no se fue de rositas y
también tuvo su correspondiente sanción. Sin
embargo, en el caso que aquí nos ocupa, la
cuestión es diferente pues se trata de un com-
bate de igual a igual, por lo cual, a mi modo de
entender, han de ser indultados ambos púgiles.
Su juego lo justifica. Hay que recordar que, de
los tres goles que se vieron en la Romareda,
dos los marcaron ellos. Habrá que darle la
razón a Diogo cuando dice que lo ocurrido no
tiene importancia, que son cosas del fútbol. O
más bien del boxeo, diría yo.
Música, maestro
No hay silencio más silencioso que el que con-
tiene un estadio de fútbol cuando se queda
vacío. Lo dice el poeta Eduardo Galeano que
sabe de fútbol y de voces y de ruidos. Es como
si el estadio se quedara mudo hasta el próximo
encuentro. Y razón no le falta al poeta cuando
llega la hora perra en que los fríos obligan al re-
cogimiento, fechas en las que hay que prender
la lumbre del hogar y los estadios enmudecen a
la espera de la siguiente vuelta. Mientras tanto,
el silencio se hace irritante, con la ausencia del
bombo de Manolo y sin los bocinazos y palmas
de la afición. Es curioso comprobar la multitud
de sonidos que pueden caber dentro de un
campo de fútbol. Y más curioso resulta darse
cuenta de ello cuando arrimamos la oreja a un
estadio vacío.
La música y el fútbol son dos cosas que
siempre fueron unidas. Tanto que se puede
hacer un listado de términos musiquero-fut-
boleros, valga la composición. Sin ir más lejos
tenemos la cantada, que es un gol tan de-
safinado que sólo cabe en propia puerta y que
suelen ejecutar los porteros. Y luego está el
gol cantado, que es una salida de compás de la
afición, provocada por el deseo de ver el balón
dentro de la portería. Esta última se suele in-
terpretar como un falsete. Si atendemos a los
instrumentos que amenizan los encuentros,
además del matasuegras y del ya citado bombo
de Manolo, además, tenemos lo que los en-
tendidos llaman acordeón y que es una suerte
de despliegue y repliegue del equipo sobre el
césped. La mayoría de las veces a los equipos
les da por la llorona y no pueden ejercitar
el despliegue, siendo replegados a defender
su puerta. Lamento de cabrón llaman a este
número. Y por seguir con el soniquete no hay
que olvidar al instrumento de percusión más
ancestral que se conoce: el de las palmas. En el
sur de España lo ejecutan con ritmo de guasa.
Es lo que los locutores llaman palmas de tango
aunque, más que de tango, parecen ser de
tongo. La afición se aburre y de alguna manera
tiene que hacerlo notar.
Por todo esto, cuando llegan las fechas en
que los estadios enmudecen, no hay nada me-
jor que asomarse a uno de ellos. Tomar asiento
en el vacío de la grada y ponerse a leer cu-
alquiera de los libros escritos por Eduardo
Galeano, poeta que un día nos enseñó que para
no ser mudos, lo primero que hay que hacer es
dejar de ser sordos.
Buen provecho
A la espera del primer plato de la liga, vamos
a bañar el apetito futbolero en la sopa fría de
unas cuantas letras. La primera cucharada va
por Zidane. No podía ser de otra manera des-
pués del cabezazo directo a la pechuga del ma-
carrón mayor de toda Italia, con permiso de
Berlusconni, y a punto de alzar la copa del
mundo, el bueno de Zidane va y se nos suicida.
Cosas que tienen los poetas. Para olvidar el
mal sabor de boca, la segunda cucharada la va-
mos a dar por el Atleti, a ver si hay suerte y
deja de ser el pupas y canta el alirón de una
puñetera vez. La tercera va por Szusza, que se
nos marchó el otro día y que fue el delantero
húngaro que llegó de los mágicos magiares para
entrenar al Betis y descubrirnos al gran Gor-
dillo. Y ya puestos con el Betis, la próxima
cucharada se la vamos a brindar a Lopera, que
dice que lo deja y que a partir de ahora va a
dedicar su tiempo a hacerse el monólogo de
Molly Bloom por ferias, verbenas y salas de
fiestas. Y con cuidado de no vomitar, segui-
mos metiendo cuchara, ahora con un taxista
al que le hierve la sangre de puro mastuerzo
y que no quiso coger a un jugador por ser
del equipo rival. Con fulanos así no es de ex-
trañar que en este país hubiese habido una
guerra civil. Y ahora una cucharada grande por
Chema Rodríguez, discípulo de Leguineche y
de Reverte, escritor de libros tan esenciales
como El diente de la ballena o Anochece en
Katmandú, que le sitúan a la altura del mejor
Kapucinsky. El tío va y se trae de Guatemala,
un documental fetén, que decimos en los Mad-
riles, una cinta cargada de denuncia y erotismo
donde el bueno de Chema ha conseguido
montar una selección de mujeres, todas ded-
icadas al noble oficio de la prostitución, y las
ha puesto a jugar al fútbol. La película, que
ha despertado la polémica en todos los festi-
vales cinematográficos por donde ha pasado,
se titula La gran final y es un derroche de
buenas intenciones y sabiduría popular. Sin
milindradas, Chema Rodríguez se ha puesto
en la Línea guatemalteca, uno de esos sitios
donde el Diablo saldría espantado y donde
toda esa cuerda de soplapollas de los Selectos
Cielos del Séptimo Arte Oficial y de las Jons,
nunca entrarían. Entre otras cosas, Chema de-
muestra que fútbol y putas siempre han ido tan
juntos que es imposible nombrar lo uno sin
olvidar lo otro. Y ya para rebañadura, el úl-
timo cucheretazo lo vamos a dar por el nuevo
balón, una mariconada de la marca Nike que
más parece el envoltorio de un caramelo de
los que se chupa el Beckham que un balón
de reglamento. Y ahora sí, oído cocina y que
empiece el espectáculo.
Selección
Una vez cada cuatro años, con la cosa del Mun-
dial, se dejan sentir los valores de la memoria
y el terruño. Y si uno alienta en voz alta a
la selección española de fútbol, ocurre que le
señalan como culpable de pertenecer a aquellos
gloriosos tiempos de los tercios de Flandes, en
los que el acero toledano se agitaba en cada bor-
botón de sangre hispana. Casí na. La nación,
el reino y demás puñetas sintácticas se utilizan
como arma arrojadiza para tachar de reaccion-
arios a los que queremos que el equipo de Luis
Aragonés llegue a la final. Y la gane con dos
cojones. Sin embargo, los progres poco o nada
pueden hacer por bajarle la fiebre a las calles
y menos aún a los bares. En tal caso sólo les
queda el pataleo. Por eso si exclamamos a voz
en grito un vivaepaña que rompa los cristales,
nos acusan de ser afines a la una, a la grande
y a la libre, conceptos arcaicos que los progres
revuelven como si se tratase de su propia
mierda. Y nos devuelven a épocas tan pasadas
que mejor ni hablar, no vaya a ser que ocurra
como en la película del Cid Campeador que
resucitó a lomos de su caballo para darle el
jaque mate a los moros. Y que después vengan
los Reyes Católicos, Carlos V, Felipe II, la Ar-
mada Invencible y el Copón Bendito con el
matrimonio Aznar-Botella y de las Jons bendi-
ciendo la masacre. Y nuestro país vuelva a ser
un cortijo indivisible bajo la sombra vigilante
de la guardia civil. Por eso, cuando los zur-
dos alentamos a un entrenador que no se anda
con remilgos ni soplapolleces y a los de col-
or negro va el tío y los llama negros, saltan
los progres que escriben con la derecha y le
acusan a uno de ser como ellos. Pero aquí
nos conocemos todos y qué puta casualidad
que, los que así hablan, son los mismos que
cada vez que nos eliminan en los campeonatos
hacen suya esa frase tan aparente que un lejano
día soltó Felipe II para justificar la derrota:
“No podemos luchar contra los elementos”.
Espero que lleguemos a la final. Que los ele-
mentos sodomicen por el ecuánime recto a to-
dos aquellos que, por utilizar el eufemismo,
a sus madres llaman trabajadoras del sexo en
vez de lo que ya sabemos. Y sobre todo lo
demás espero que ganemos el campeonato y
que los progres vuelvan al NO-DO de donde
no tendrían que haber salido. O mejor: que se
vayan a la Sexta, que como no se ve, pues así
molestan menos. Vivaepaña.
El vestuario blanco
Si hay unos vestuarios de fama esos son, sin
lugar a dudas, los que utiliza el Real Madrid
para cambiarse las cáscaras. Desde que un buen
día Florentino mandase hacer obras y poner
duchas nuevas, los vestuarios del Real Madrid
se han visto envueltos en habladurías, polvo
galáctico y vapores mentolados. Hay que
hacerse el cuadro, al estilo griego, con los
jugadores en toalla y la pastilla de jabón que
resbala entre los muslos de uno y cae al suelo
y hay un silencio de sagrario, cuando el otro se
agacha a recogerla. En fin, que bien mirada la
cosa, los vestuarios del equipo merengue han
quedado como una mariconada. Sólo echar un
vistazo a esas taquillas de diseño, cada una con
su guarda gabán y su correspondiente foto para
que nadie se lleve a peleas. Ni punto de com-
paración con el Real Madrid de primeros de
siglo pasado, de cuando jugaba en los altos
del Hipódromo y los futbolistas se cambiaban
en cualquier taller cercano o en plena calle,
haciendo corrillo para taparse. Desde
entonces, el Real Madrid se ha ido forjando en
la intimidad de esos momentos previos y de
esos momentos posteriores, es decir, los que
hay delante y los que vienen detrás de cada
encuentro. Y siempre hay nombres que salen
a relucir. Michel, por ejemplo, tuvo su mo-
mento, cuando los vestuarios eran otros y él
era el jefe de los vapores de agua caliente. Un
motor de aceite pesado que mantenía al equipo
prieto con sentido del humor y buenos alimen-
tos.
Ahora parece ser que es Raúl el que se
ocupa de mantener la temperatura. Dicen que
cuando lanza una mirada de las suyas todos
van a recogerle la pastilla. Ni Calderón, ni
Pedja Mijatovic ni Capello con su dedo erecto.
Nadie. Nadie manda en los vestuarios más que
él. Por lo mismo a Raúl le toca la parte más di-
fícil, mantener el equipo prieto antes de salir
al campo. Sacar la cara por sus compañeros
cuando el dire descubra las botellas que algun-
os se maman y, si se da el caso, como ya se
dio, llamar al orden al presidente por irse de
bareta en abierto. Pero a lo que vamos, que con
la pastilla de jabón entre las manos a Raúl le
ha tocado lo más difícil, sacar al Real Madrid
de ese cuarto oscuro en el que malvive, limpi-
arle los restos del polvo galáctico y ponerle
en cuarto creciente por lo menos. Y todo eso
desde el vestuario blanco. Que Raúl no tire la
toalla.
El hombre del gol
Tal vez, los más jóvenes recuerden su voz por
ser la misma que salía en los combates de
PressingCatch, animando el cuadrilátero. «Le
jala de los cabeshos», decía el viejo, cuando
el Marinero Tarugo tiraba de los pelos a Hulk
Hogan. «Le hase la piqueta en los ojos» cuando
Hulk Hogan respondía a su contrincante, ce-
gándole con malas artes. Por aquel entonces
causaban arrebato las puestas escénicas del
citado Hogan, luchador tipo rompeculos de
playa; bigotazo chapero, cerebro anabolizado y
nalgas también. Era demencial ver como hun-
día los riñones hasta sacar el ombligo. Luego
había otro que era el Enterrador y también había
dos primos que se hacían llamar Sacamantecas
y que sólo con la mirada le rasgaban los esfín-
teres al más macho. Y sobre todo lo demás,
en aquellos combates siempre quedaba el es-
pectáculo de la voz del viejo, al fondo, ani-
mando el cotarro con todas aquellas ocurren-
cias pringadas en rancia saliva. Eso fue a prin-
cipios de los noventa, cuando la época de las
Mama Chicho y todo un repertorio de nalgo-
nas dispuestas a recibir pastel de crema por
ahí mismo. En fin, la telemierda en todo su
proceso. Nuevos canales que alborotaron los
jugos del vientre catódico durante un par de
años, más arriba o más abajo.
Sin embargo, mucho antes, la voz
quemada de la pampa que le «jalaba de los
cabeshos» al anabolizado playero, aquella voz
con grasa de churrasco, fue la misma que salía
en los transistores y comentaba los partidos de
fútbol. Era memorable escuchar aquel vozar-
rón de gaucho ponerle motes a los jugadores,
haciéndolos cercanos, consiguiendo el pase de
magia y logrando algo tan jodido como poder
ver un partido de fútbol por el transistor. Era
cosa buena escuchar aquella voz contar como,
Vicente «Cámara lenta» del Bosque «sentra-
ba» en corto a Roberto «Calsas largas»
Martínez y como, de seguido, Roberto «Calsas
largas» Martínez remataba con el canto de la
bota. Entonces se desencadenaba el vozarrón.
Gooooooool. Gooooooool, goooooooool, y así
doce o catorce veces más, y cuando parecía
que había terminado volvía más fuerte aún:
Gooooooooooooool, y en ese plan seguía
hasta bañarnos con su saliva de júbilo y con-
tagio. Para quien no lo sepa aún, el dueño de
tan gloriosa voz se llama Héctor del Mar y su
manera de contar debería ser materia obligat-
oria en las aulas sagradas del periodismo. Gra-
cias a él se hizo posible el milagro de seguir
un partido de fútbol por el transistor. Algo tan
jodido como ver un combate de PressingCatch
con los ojos cerrados.
Cíngaro
Según parece, no acabó el tiempo de siega. Así
que suma y sigue. Bergman, Antonioni, la
Penella, Puerta, el Pacumbral y, por si la lista
quedase corta, ahora va otra cruz. La de Joe
Zawinul, un cíngaro cósmico que sacaba
música hasta de los enchufes. Aficionado al fút-
bol, no había entrevista en la que no salieran a
relucir los colores de su equipo. El blanco mer-
engue acompañó a Joe Zawinul hasta el otro
lado del infierno. En su última visita a la cap-
ital, aunque jodido, el tío estaba contento, que
dice el refrán. Su equipo le acababa de ajustar
la liga a la Cibeles y además iba a dar el mejor
concierto de toda su vida.
Fue en Galapagar, que es patria chica de
Tomistas al igual que Córdoba lo es de Manol-
eros. Festival de Jazz. Y como si los toros, el
fútbol y música fuesen la trinidad santísima,
Joe Zawinul se puso a sacar sonidos a un te-
clado. Mes de Julio, hasta los pájaros en-
vidiaban aquellos cantos. Y no digamos los
toros, que mugían de ganas por su vecino. Para
quien no le suene todavía, apuntar que Zawin-
ul era cíngaro de Austria. Gastaba bigotitos
de chalán y ojos chicos y rasgados. Aunque
cubría su cabeza con gorritos morunos, su
frente siempre se mostraba desnuda. Por las
líneas surcaban océanos y tierras musgosas,
cielos rojos de la tarde y vértigos placenteros
en el despegue hacia un viaje cósmico donde
el aquí es el allí, y el mañana pasó ayer. No sé
si me explico.
Fundó grupos de la talla de Weather Re-
port, y los enteraos decían que su estilo era
jazz-rock, como si con dos palabras se pudiese
condensar todo lo que sonaba en este músico.
Pues si Zawinul sonaba a jazz de algodoneros
y a blues del Hendrix, también sonaba a violín
de Grapelli. Qué coño. Una orquesta de bor-
rachos cósmicos marcándose un pasodoble,
eso era a veces. Otras era un colchón donde la
selva se echaba a cascarse pajas. Y de fondo
siempre Brasil, tierra de exceso y de distancias
largas, y de favelas y de latas que dan cobijo
a las hambres. El sonido fino, punzante, rijoso
como una lengua de saliva en la oreja. El jogo
bonito que enreda de gusto y embrolla lo de
aquí con lo de allá lejos. Todo eso y más era
Joe Zawinul. Pero sobre todo lo demás, Joe
Zawinul fue discípulo de una religión que se
reza con los pies. Y aunque sólo sea por contar
con hinchas así, el Real Madrid debería golear
siempre. Qué coño.
Capitán Caratriste
Así le llaman a Raúl en la Internet. Y no anda
muy descaminado el tal Bilardete que es el que
firma el parecido entre el capitán del Madrid y
el de los tercios de Flandes. Bien mirado, Raúl
tiene todas las trazas del héroe bravo que ima-
ginó Pérez-Reverte. Es noble y valiente a la
par, tiene sangre templada y astucia avisadora,
se mantiene alerta, durante los noventa minutos
que dura el encuentro, sin bajar la guardia y,
además, sus goles son estocadas maestras en la
portería contraria. Y ya puesto en apuros tam-
bién sabe cubrir la retaguardia. Así es el capitán
Raúl, un delantero que igual se planta a socorrer
a la defensa que se adentra en el área con el
menisco tierno.
Lleva en el Real Madrid desde que era mi-
curria y tenía que coger el autobús para los en-
trenamientos. De Villaverde a Atocha; la nar-
iz pegada a la ventanilla y todo el puto rato
del trayecto soñando con lo mismo. No lleg-
ado aún el primer bozo, Raúl salta a los cam-
pos de primera. Dicen que la culpa la tuvo
Jorge Valdano pues fue quien le dio la opor-
tunidad frente al Zaragoza. Otros dicen que la
primera oportunidad se la dio Jesús Gil al cer-
rar la cantera del Atleti, donde Raúl destacaba
como goleador. Parece ser que Jesús Gil con-
sultaba los asuntos del club a relinchos y, un
buen día, apareció en el despacho a lomos de
su caballo. Y como no veía bien lo de los alev-
ines y tal y tal, al final se cargo el chiringuito.
Y con estas Raúl se piró al Madrid. Lo demás
ya es historia.
Sin embargo no está de más recordar el
día que dejó boquiabiertos a los brasileños
jugando al juego bonito. Fue en la final de
la Intercontinental frente al Vasco de Gama.
Faltaban siete u ocho minutos cuando va Raúl
y coge el pase largo de Seedorf y regatea en
corto a los defensas y al portero, del tirón pero
muy aliñadito, y luego va y pinta un golazo
por lo bajo que es la gloria. El gol del aguanís.
No sé si algún día Pérez-Reverte escribirá
sobre él, sobre Raúl y sobre el gol de aguanís,
por si acaso me adelanto. De lo que sí estoy
seguro es que algún día harán una película de
este chaval de Villaverde que cogía el autobús
para ir a los entrenamientos y se pasaba todo
el trayecto intentando despejar quimeras tras
el cristal borroso de la ventanilla, Y volverán a
dar el gol de aguanís por ser gol de cine y gol
de la memoria, pues el aguanís era la recom-
pensa que le daba su padre cada vez que Raúl
regateaba dentro del área.
Los dioses tienen cosquillas
Parece ser que era un dios ciego llamado
Destino, el mismo que cambiaba a su gusto la
suerte de los mortales. A veces su influencia
llegaba tan lejos que podía alcanzar a los mis-
mos dioses. Todo esto ocurría antes de Cristo,
cuando nadie de los que aquí estamos presentes
había nacido. Al día de hoy, con Cristo en la
cruz desde hace dos mil años y con un Destino
sin apenas fuerza de puro viejo, al día de hoy,
hubo que relevar a los dioses para que los di-
oses pudieran seguir existiendo. Y así, el ciego
Destino, que ya no consigue sostener la urna
donde encierra la suerte del prójimo, va y le
deja el sitio a ese otro dios llamado Dinero. Bi-
en mirado, hoy en día es el único dios capaz de
cambiar el rumbo a los mortales y, por lo tanto,
también a los dioses.
Ostenta un soniquete tan agradable a los
oídos que hace que los demás dioses cambien
de camiseta, de clima, de coche, de mujer y
hasta de amante. Y es en estos días, con la
resaca de la festividad cristiana, cuando el al-
manaque lo vuelve a citar para que su influ-
encia llegue hasta el banquillo merengue, allí
donde le espera ese otro dios, apolíneo y pan-
tallero. Hablamos de David Beckham, un dios
que apareció por obra y gracia de Florentino
en una de sus aspiraciones al Olimpo. De su
periplo por la piel del toro poco hay que
señalar. Hasta ahora fue un dios correcto en
sus gestas y siempre mantuvo la pose de
Apolo. Aparece representado igual que el hijo
de la hermosa Latona sólo que, en vez del arco
y las flechas, en su mano carga un teléfono
móvil. Sus proezas, hasta ahora, se reducen a
lanzar faltas y vender camisetas; hazañas nada
comparables a las de un Hércules que, entre
otras cosas, separó continentes. A lo más que
ha llegado el tal David Beckham ha sido a sep-
arar a la afición. Por un lado, las que están a
favor. Por otro, los que estamos en contra.
De las que están a favor, señalar a Nuria
Bermúdez que un día soñó con ser Dafne y
acabó convertida en el laurel que luce Victoria
Beckham en los cuernos. Y también señalar
a Ana Obregón que, no pudiendo ser laurel,
quedó convertida en hoja de perejil. Y de los
que estamos en contra poco más decir, tan sólo
que invocaremos al dios Dinero para que le
cambie el rumbo y se le lleve lejos, a con-
ducir el carro del sol a California, por poner
un ejemplo. Sólo entonces la mitología tendrá
sentido.
Mariquitas
Cabe aquí exaltar lo del campeonato futbolero
que acaba de celebrarse en Argentina. Bautiz-
ado con el nombre de «Mundial de fútbol gay»,
el de este año, lo han ganado los Dogos argen-
tinos, equipo de sensibilidad exquisita a la hora
de rozar el cuero con la punta de la bota. Esto
viene a demostrar que el fútbol ya no es cosa
de hombres. Menos mal. A partir de ahora, cada
vez que aparezca un fulano vestido de futbolista
y te pregunte si entiendes, no quiere más que
jugar contigo dentro del área de castigo, es de-
cir, a los penaltis.
Guasas aparte, todo lo que sea echarse un
partidito siempre es cosa buena. Así, y desde
el principio de los tiempos, se lo juegan los de
un barrio contra otro, los de un pueblo contra el
pueblo de al lado, y los de una región contra
las demás regiones. Combinaciones válidas
donde la política siempre está de más aunque
quiera instrumentalizar el asunto. Y si desde
siempre se ha jugado buscando al contrario,
cómo no jugar partidos de fútbol entre los que
soplan nuca y los que muerden almohada. No
hay que olvidar que aquí lo es, tanto el que da,
como el que la toma.
Lo que ya no se explica uno, es lo del
nombre del campeonato, «Mundial de fútbol
gay». En vez de este enunciado, deberían
haber utilizado la palabra adecuada y no el in-
sulto que conlleva el eufemismo. La voz gay
se inventó para evitar decir lo que nunca fue
un insulto. Sin ir más lejos, en Argentina, al
marica se le llama trolo, o trolazo si lo es
con posición mayor. Aunque algunos no lo
quieran, Latinoamérica ha conseguido conver-
tir nuestro lenguaje eclesiástico en libertino,
dotándole con una calentura expresiva que le
pone como brasa al rojo. Así, en Perú se de-
nomina tramboyo al que le gusta tomar. Y en
México se le denomina trucha. No hubiese
quedado mal lo de «Mundial de fútbol trole»,
o «Mundial de fútbol tramboyo», o «Mundial
de fútbol trucha», cualquier palabra menos la
de gay. Incluso, si hubiese parecido excesivo,
nada mejor que utilizar la palabra chilena in-
dicada para denominar a los que gustan de to-
mar por el ojo chico, o sea, los colas. Y un
«Mundial de colas» está muy bien expresado,
sobre todo cuando el patrocinio es de bebida
refrescante. En fin, que ya sean colas, tram-
boyos o trolazos, aquí cada cual que haga lo
que quiera con su culo, pero no con nuestro
idioma. Y menos cuando Latinoamérica y sus
balones andan por medio.
Despedida
Seguimos haciendo cruces. Como si el tiempo
de siega se prolongase en otoño y la guadaña de
la muerte no tuviese nada mejor que hacer, las
notas necrológicas se amontonan sobre la mesa.
Así que hoy toca Fernán Gómez, el hombre
que una vez arbitró un encuentro futbolero entre
estudiantes de distinto colegio y, lo que iba a ser
noble desafío, al final, acabó en batalla campal.
Ocurrió en una película que se titulaba El sis-
tema Pelegrín. La tal peli era una adaptación de
la novela de Wenceslao Fernández Flórez, del
mismo título, uno de esos textos de antaño que,
leídos ahora, resultan novelas de anticipación.
Pero eso fue sólo el principio.
El asunto del balompié, como se llamaba
entonces al fútbol, antes de que ingresase en
la Academia, el asunto del balompié venía
pegando en toda España. Tal es así que, por
la misma época, Fernán Gómez rueda El fenó-
meno. Aquí luce los colores colchoneros y
mete goles con el culo. La peli de marras la
dirigió José María Elorrieta y es una comedia
de esas que a Fernán Gómez le sentaba como
un traje a medida. En pocas líneas, el argu-
mento es el de un jugador de fútbol del otro
lado del telón de acero y que viene a España
a jugar con el Atleti. Se trata de uno de los
primeros fichajes de la Europa de la Guerra
Fría y se llama Alejandro Paulovsky. Sin em-
bargo, el tal deportista, nunca llegará a jugar
en el Atleti, culpa de un equívoco que le con-
funde con un catedrático de filosofía germán-
ica que llega a Madrid a dar conferencias. Uno
de los papeles más logrados, en la línea cóm-
ica que Fernán Gómez mantuvo hasta el final
de sus días. Luego salió en el documental que
mandó hacer Bernabéu para conmemorar el
cincuentenario del Real Madrid, un corto-
metraje dirigido por Rafael Gil, creo, pues no
me voy a levantar a mirarlo, que diría el
Pacumbral. Para quien se quiera interesar, el
libro donde salen todas estas cosas, es uno
de fútbol y cine que se escribió, hará un par
de años, el hijo de Rafa Marañón, el del
Espanyol.
Por terminar con buen sabor, este año,
Fernán Gómez fue la voz de la campaña cerve-
cera de la Mahou, para la Liga Profesional.
Anuncios que vimos por la tele y donde la pa-
labra del hombre llenaba los salones, las coci-
nas, los cuartos de aseo, tirando del hilo de la
memoria y recordando la sordidez de los esta-
dios vacíos; la alegría de la hinchada que com-
parte sus goles con los del equipo contrario.
A ritmo de tango argentino Fernán Gómez fue
despedido, en Madrid, envuelto con el trapo
libertario pinchado con la orden académica.
Pasó en una capilla ardiente instalada en el
Teatro Español, creo, pues no me acerqué a
despedirle. Toca ahora.
Bodorrio
Como aquí todo Dios ha de tener su iglesia,
en Buenos Aires le montaron una al Diego. Se
llama «La mano de D10s» y es así como se es-
cribe, con el 10 de por medio. En el recinto
sagrado también se celebran bodas y, el otro
día, dos parejas de mexicanos se casaron ahí
mismo. Las novias lucieron vestido blanco y
ramo de flores. Por su parte, los novios iban
muy elegantones, traje de chaqueta y el número
10 cosido a la espalda. El sacerdote que llevó
a cabo el ceremonial se presentó con sus me-
jores galas, sobrepelliz con el dorsal a la es-
palda y bufandita del Diego sobre los hombros
a la manera de gorjal. Con toque de cencerro
mandó poner en pie a todos los allí con-
gregados. Los novios, en el altar, juraron am-
arse y respetarse, además de compartir vídeos
y goles de su único Dios. Y como lo que el
Dios del fútbol ha unido no puede separarlo
el hombre, las parejas se emocionaron con el
compromiso adquirido de por vida.
Además de ofrecer bodorrios, la citada ig-
lesia da bautizos. El sacramento se consuma
después de repetir el gol de la mano que
Maradona metió a los ingleses y luego afirmar,
sobre una Biblia Maradoniana, «Yo soy el
Diego». Por tener, los de la iglesia Maradoni-
ana, tienen hasta su calendario litúrgico. Por
ejemplo, la Navidad Maradoniana coincide
con el cumpleaños del Dios del fútbol y, por
lo tanto, el 30 de Octubre pasado se celebró
la Navidad Maradoniana del año 47 después
del Diego. Una Navidad que se adelanta a la
del almanaque cristiano y que allá, en la Ar-
gentina, anuncia primaveras. Habrá que dejar
pasar unos meses hasta llegar al 22 de junio,
fecha en la que se recordarán los milagros su-
cedidos en México durante la Copa del Mundo
de 1986. Los dos goles más asombrosos de
toda la historia del fútbol. El uno, conocido
como la mano de Dios y el otro, conocido
como el pinrel del Diablo. Es por estas fechas
cuando los fieles se reúnen para compartir el
recuerdo de aquel histórico partido. De esta
forma tan sincera, cada 22 de junio, la Iglesia
de D10s festeja la Pascua Maradoniana.
Ya puestos a dar opinión, resulta muy bien
montado lo de la iglesia Maradoniana. Sobre
todo en estos tiempos que corren, cuando al-
gunos descubren que Dios no existe y saltan
voces que apuntan a Mahoma, Cristo y Buda
como invenciones de la humanidad, fantasías
que han sobrevivido gracias a la tradición lit-
eraria. Mirándolo bien, la religión Maradoni-
ana puede ser la única religión verdadera que
existe al día de hoy. Una devoción que no
provoca efectos secundarios entre sus fieles y
donde la única literatura posible reside en la
liturgia.
Raulistas
Por tributo a su Dios, un futbolista del norte de
Galilea, o por ahí, se ha cambiado el nombre.
Como no podía ser menos, ahora se llama Raúl
González. Con todo y con eso, el fulano de
Galilea no es único. Hace unos días, el tenista
Novak Djovick saltó a la pista con una camiseta
del Real Madrid, luciendo el dorsal del Capitán
Caratriste. A tales extremos llega el asunto del
Raulismo que hay quien se toma el Real Madrid
como una religión cuyo único Dios es Raúl
González. Eso sí, un Dios de carne y hueso que
sobrelleva la carga doméstica y al que la san-
gre se le agita cuando le elevan a los altares. Un
Dios de andar por casa y que, de vez en cuando,
consigue milagros.
Paciente y sufrido como pocos, Raúl
González nunca perdió el gesto del chaval de
barrio que un día fue. Nobleza y valentía sobre
todas las demás cosas hacen de él lo más pare-
cido a uno de esos personajes que Pérez-
Reverte planta en sus novelas. Un tipo al que
la geometría oculta del azar llevó a jugar en
el club merengue, saltándose los cálculos del
caballo de Jesús Gil, aquel presidente con dos
riñones y tres guardaespaldas. A relinchos le
dejaron escapar del Atleti. Hay que recordar
que la fatalidad de Jesús Gil desencadenó el
movimiento en la ruleta cósmica del club mer-
engue. Al final, la suerte enroscó su dedo para
llamar a Dios. Y con la precaución del que
sabe que los espejismos no existen, Raúl se
calzó las botas para jugar en primera y lucir la
camiseta del equipo merengue. Con los años
llego a ser ese Capitán que se sube hasta la
Cibeles y le coloca la liga en el muslamen.
De la Galilea bíblica a la Serbia del Ter-
ritorio Comanche, Raúl González inspira a to-
dos los que hundimos tecla. Tiene la jeta triste,
el perfil doliente del que sabe que, aquí, lo
único que importa es mantenerse con la cer-
teza de una depresión lúcida que agite la san-
gre. Y que todo lo demás sobra, incluido las
paletadas de dinero que se mueven alrededor.
Porca miseria. Sólo mirarle la cara y darse
cuenta de que este Capitán sabe distinguir
entre el abrazo verdadero y el otro, el mismo
que dan los murciélagos extendiendo sus alas
de vampiro. En resumidas cuentas, Raúl
González es un tipo de carne y sangre al que
todo quisque alaba como si fuera Dios aunque
él, todavía, no se lo crea.
Camisinhas
Resulta que el otro día, los brasileños se pusi-
eron las botas y las camisinhas para celebrar el
paso del Ecuador. Y esto, a la prensa de allá no
le hizo ninguna gracia. La cosa ocurrió en una
discoteca de Río, famosa por tener una clien-
tela de lo más hedonista. La dancing, como así
la llaman, está puesta en un barrio bien, y hasta
allí se acercaron Ronaldinho, Robinho y algun-
os otros. Entraron a eso de las dos de la mañana
y no se largaron hasta las once del día siguiente,
con el maldito sol castigando sus ojos y rilaos
de las piernas de tanto darle a los fuelles. Los
detalles y fragmentos de lo que pasó son fáciles
de imaginar. Y más aún, cuando Robinho pidió
al portero cuarenta camisinhas.
De todos es sabido el calor que alumbra
Brasil cuando se trata de arrimar pellejo. Así,
por obra y gracia del sistema solar, a las
brasileras se les hace la buceta zumo de tor-
onja con el sólo roce del tanga. De pipa
carnosa y culo disfrutón, las hembras de aquel-
los pagos, siempre tan cariñosas, recibieron a
los campeones con los brazos abiertos y las
piernas también. Y los futbolistas brasileros,
cansados como andan de trabajarse la frialdad
europea, agradecieron la bienvenida, cump-
liendo con el ritual aritmético dentro de casa.
Robinho celebró ocho veces, ocho, cada uno
de los cinco goles que su selección le metió a
Ecuador. De ahí las cuarenta camisinhas.
Según la prensa, la castigada fue una loira
con unas glándulas de esas que dejan bizco.
La rubia presentó la entrepierna gostosa, es
decir, con toda la carne en su jugo. Fondillo
que sólo admite intrusos de los duros pues,
en Brasil ya se sabe, si vienen blandos, mejor
que vengan con euros. Y estos brasileros, que
saben jugar para adelante calzoneando con-
trarios, tan pronto ven una hembra como se
ponen en tensión y empiezan a soltar euros.
Por si alguien aún no lo sabe, los goles que
marcan los brasileros cuando juegan bonito, se
hacen en estado de gracia, es decir, salpicados
por los jugos calientes de una buceta rellena
de carne. El zumo que gotea cuando el tanga
roza, es el único brebaje capaz de mantener
vivo a un futbolista de allá. Así que no se sabe
de qué caralho se asombran algunos. Cuentan
que, al otro día, el bueno de Robinho perdió
el avión, como si después de toda una noche
dándole a los fuelles, inflando camisinhas, se
pudiese llegar a tiempo al aeropuerto. En fin,
que enhorabuena y que la muerte siga de fiesta
en Brasil. Y que, para la próxima, tengan el
detalle y nos inviten.
Morocha
Ya se sabe lo que en Brasil pasa con las
mujeres. O salen putas o salen futbolistas. El
asunto es tan común que se extiende a algunos
hombres. De tal forma que, si alguno se desvía
y no sale futbolistas, lo tiene fácil, se opera y se
mete a puta. La poca diversidad de oficios no
deja mucho donde elegir y de ahí el prestigio
que tienen los futbolistas brasileiros, tanto o
más que las putas. Y no digamos de los
travelos. En fin, que el asunto tiene pelotas
además de pellejo para forrarlas. Y en esto que
aparece la juez de línea, Ana Paula Oliveira,
brasileña de veintinueve años, se hace unas fo-
tos en cueros y la sacan tarjeta roja.
Todo empezó cuando la morocha abrió el
conejo en el Playboy, esa revista que ojean la
mitad de los curas de toda España y la otra
mitad roba. Y luciendo cueros en el papel im-
permeable, nos alegró la vista a los que no
comulgamos con estas cosas, más por dolor
de orquitis que porque nos parezca una inde-
cencia. Con ese descaro dulzón que le ponen
las brasileiras al oficio, la tal Ana Paula Oli-
veira, se dejó fotografiar por delante y por de-
trás. Gracias a la posición de la carne en el
posado, se pudo observar una buceta de la-
bio curtido por el uso y de un palmo de me-
dida, a ojo de buen cubero, donde hundir la
imaginación aunque buceta sin catar siempre
traiga orquitis. Para terminar con la medida
por delante, decir que sus pechos son chiqui-
tos, pero firmes, de los que caben en la mano.
Por detrás resalta su cabello, moreno a la
espalda, cayendo en cascada. Y más abajo la
cintura que cabe en un puño, las rotundas ca-
deras y unas nalgas como para forrar pelotas.
Se adivina que al culpar cierra los muslos,
consiguiendo presión sanguinea salte inunde
la buceta al primer golpe. Por todo y por eso,
no queda sino pedirle a los de la Sexta que
la fichen, o que la pichen, pues en Brasil el
asunto se llama de igual forma. Y que le den
un programa de fútbol de una puta vez por to-
das, pues para eso está la morocha. Y que tam-
bién me contraten a mí, para que vaya a ser-
virle el café. Con leche.
Good bye Beckham
Entre que hacen las maletas y se pegan los úl-
timos homenajes por Madrid, el Beckham y
señora no dejan de ser noticia. Ahora resulta
que en California, al igual que pasó aquí, les
salen imitadores. Los últimos, aprovechando su
parecido con el matrimonio, quisieron llevarse
por el morro una tanda de pedruscos de una joy-
ería. Pero fueron demasiado cantosos y al fi-
nal les trincaron. Lo mejor de todo fueron las
declaraciones de la paya que se hizo pasar por
Victoria. Pues no va la tía y pide una indem-
nización por el tiempo y el dinero invertidos en
conseguir parecerse a la chica picante.
En una sociedad mercantilista hay que con-
templar hasta el último detalle y, no contentos
con tal propaganda, los medios siguen a la
carga, ordeñando las últimas leches a una vaca
que dejó de rumiar hace tiempo. Así, en los
últimos días, ha vuelto a salir el Beckham,
esta vez sólo y con el brillo del cartón en
la cabeza recién rapada. Y ya andan los titu-
lares diciendo que el Beckham se queda pelón,
lo mismo que un capullo. Y como si el pelo
fuera imprescindible para un jugador de fút-
bol, se hacen quinielas acerca de la posibilidad
de presentar a un Beckham como bola de billar
o hacerlo con peluca.
El otro día, poco más o menos, se des-
cubrió que la alopecia no era un asunto del ca-
bello, sino de algo más interno y más abajo.
Localizada en el ojo negro, la castaña prostát-
ica es glándula sensible al tacto que cumple
la gozosa función de bombear el líquido sem-
inal en cada descarga. Por lo que se sabe del
Beckham, y gracias sobre todo a la afición
demostrada por Nuria Bermúdez, el Beckham
practica la disciplina oriental en la cama, o sea,
que se contiene a la manera del Sánchez Dragó
de los cojones. Y eso, quieras que no, deja la
próstata amelonada. Su efecto sale al exterior
en forma de tonsura. De ahí la afición que tien-
en algunas mujeres por los sacerdotes.
A toda causa le sigue la consecuencia del
mismo modo que el caño conduce al coro. Y
como también es ley que toda denuncia lleve
cosida su alternativa aquí vamos a darle al-
ternativa al Beckham pues lo mejor que puede
hacer es ponerse en manos del Sánchez Dragó
y que le venda un hongo crecepelos de los co-
jones. Y que, cuando los tenga con la largura
suficiente, los corte y se mande hacer un im-
plante con ellos. Y que cuando se aburra de
deshacer camas y hacer maletas se presente
para la alcaldía de Madrid. Lo mismo gana.
El ocaso de los dioses
La mitología está repleta de gloriosas rebeli-
ones. Y de su recuerdo no se salva ni Cristo,
ni Alá ni todo el inventario de los dioses supre-
mos. Celebres motines, avivados por las fuerzas
sombrías que trazan la historia, se van repi-
tiendo por ciclos a lo largo de la misma. Sin
ir más lejos, las potencias que en la mitología
nórdica provocaron la caída de los dioses, en
nuestro tiempo se presentan simbolizadas por el
equipo que entrena el Chuster, pues así le lla-
man en Getafe a este nibelungo que un buen día
robó el oro del Rin a patadas y se lo trajo a los
Madriles.
Con obstinación germana, el Chuster ha
conseguido una plantilla de verdaderos Titanes,
todos ellos curtidos con los aires próximos al
Cerro de los Ángeles, montículo sagrado que
ocupa el centro del mapa. Con laderas copi-
osas de pino carrasco y cima elevada, desde
lo alto del cerro se divisa el campo de fútbol
del Getafe, escenario de la gloriosa hazaña. La
paliza que el equipo del Chuster le metió al
Barcelona, aún resuena como una tormenta en
los selectos cielos del balompié. Después del
4-0, no hay duda, fue obra del mismísimo Di-
ablo, ese cabrón que en las fábulas cristianas
ni descansa, ni hace concesiones y siempre ll-
eva la contraria al buen Dios, fue obra del mis-
mísimo Diablo que se apareció batiendo alas
en lo alto del Cerro de los Ángeles. Y con el
veneno de los que se saben impulsados por
una fuerza sombría, los del Getafe jugaron al
fútbol como lo hubiese hecho Satanás, si es
que Satanás tuviese tiempo. El resultado lo
dice todo, fueron cuatro goles a cero a cuenta
del Getafe y, lo que es mejor aún, un Bar-
celona reducido a cenizas. Sobre el horizonte,
el reflejo del fuego anunciaba la caída de los
dioses.
El simbolismo de tal hazaña lleva la gran-
deza de lo jugado, es decir, la Copa del Rey.
Es la primera vez en toda su puta historia que
el Getafe llega a tan alto mérito. Clasificarse
para la final, más que milagro divino ha sido
obra demoníaca. Si el Getafe consigue llevarse
la Copa no vendría mal que, en su agradeci-
miento, hubiese ofrenda copera al mismísimo
Diablo. Algo parecido a una peregrinación al
Cerro de los Ángeles, con el Chuster por
delante, nibelungo de greña dorada por los
soles del Rin, y las valquirias por detrás, pre-
paradas para una misa negra donde se comulga
con la boca abierta de pecados. Sobre todo,
para que el Diablo vuelva a cumplir su parte
del trato.
La rabadilla del manco
El saber no embota pierna, dice el dicho. Y por
el dicho puesto en almanaques, estos días son
de libros. No hay que olvidar que a nuestro Cer-
vantes, de haber nacido en tiempos futboler-
os, le hubiese tocado ser guardameta, más por
lo literario del puesto que por la mala leche
del enunciado. Cervantes murió un día y, años
después del día, van y lo conmemoran, convir-
tiendo el puto día que murió Cervantes en un
día de difuntos como otro cualquiera. La cosa
tiene guasa y más cuando le ponen su nombre al
premio que más mutilados literarios ha dejado.
Puestos en materia y para llevar la contraria
a todo lo oficial que siempre resulta fúnebre,
desde esta hoja vamos a conmemorar a Cer-
vantes con la mezcla de respeto y vulgaridad
que merece tan honorable hombre del vulgo y
que supo empastar el humor con la mala leche
cuando esta vino del moro y por el trasero. Es
hora ya de dejar el saco y ponerse a separar el
grano de la paja editorial que se traen al es-
caparate con la moda de los títulos futboleros.
Hay que advertir que cada vez son más las pa-
jas y menos las chispas que obligan a incen-
diar nuestro intelecto con el goce de un buen
libro, vicio noble donde los haya aunque deje
ciego. Y si no sólo recordar al tal Borges que,
por culpa del noble vicio, se quemó la vista.
Así por el puro placer recibido nadie ha ten-
ido dudas y después de cerrar el libro y haber
derramado la paja en el ojo ajeno, cabe señalar
como destacado libro futbolero el escrito por
el italiano Pino Cacucci, novelista de la co-
secha de 1955 y que se ha marcado una his-
torieta divertida ácida y parrandera y que lleva
por título: San Isidro Fútbol.
En pocas palabras, lo que cuenta Pino
Cacucci en San Isidro Fútbol es lo ocurrido en
una aldea mejicana cuando un día se estrella
una avioneta cargada de cocaína. Las gentes
del lugar confunden polvo con fertilizante y lo
utilizan para repintar las lindes del campo de
fútbol ante el partido que se va a disputar el
próximo domingo. Lo que pasa después no se
cuenta aunque sea una historia de esas que ya
le hubiese gustado merecer a uno. Antes mere-
cer la gloria de una historia así, para después
contarla, que merecer la del premio Cervantes
y quedarse uno mutilado para los restos liter-
arios. Digo.
Dios en el diván
No resulta nada raro que, en un país donde
Freud triunfó gracias a Franco, llegase un día
que Dios ingresase en el psiquiátrico. Hay que
recordar que fue el gallego que hasta anteayer
salía en las monedas, y no otro, el mismo que
prohibió las traducciones de Freud en España y,
por estas, tan notable intérprete de Freud como
lo era López-Ballesteros fue leído en la Argen-
tina. De ahí que en el país de la carne sean
todos expertos en psiquiatría y de ahí que las
mujeres incendien los divanes cabalgando al es-
tilo pampero, con las nalgas en alto y la cadera
abierta, como si en vez de concha hubiera ban-
doneón. En fin, que cualquier varón que haya
sido montado por una potra de calibre argentino
sabe lo que refiero.
Luego está la merca, a la que también le
pegaba Freud así como sus discípulos que tan-
tos tiene Argentina. Como no podía ser menos,
fue en este país y no en otro donde subió
la cotización del platino como metal aparente
para la tocha. Y ahora resulta que, por culpa
del agujero que le dejó la merca, Dios le da
al frasco en solitario y cuando le viene llorona
se psicoanaliza en una intimidad preñada de
fantasmas. Vaya por Dios, que según los ateos
Maradona se ha excedido tanto a la hora de
ahogar sus penas que hasta le ha reventado
el páncreas. Y siguen diciendo, esos mismos
ateos que, en los últimos tiempos, para montar
trasero de mina, Dios tuvo que echar mano de
su amigo Pele, el de la Viagra. Sin embargo
todo son habladurías, cosas de ateos. Los que
seguimos a Dios sabemos que existen los mil-
agros y que, por lo mismo, el día menos
pensado, Maradona, Pelusa, Barrilete Cós-
mico, el chaval que jugaba al fútbol como
Dios, ese mismo, volverá a chutar balón. Y ba-
jará de las nubes y nos hará felices, a noso-
tros y a ellas, no es para menos. Y todas esas
mujeres argentinas que marcan bollo y me-
nean trasero a la manera gaucha volverán a
hacerle un sitio entre sus piernas. Vaya que
sí. Y mientras Dios las monte en el diván de
Freud, ellas chorrearan quejidos gustosos,
uhmmm, como si en vez de concha tuvieran
bandoneón entre las piernas. Mientras tanto,
los creyentes seguimos mirando al cielo, a la
espera de una señal de nuestro Dios, el único
verdadero. Diego Armando Maradona. Ni
Cristo con sus clavos, ni Mahoma con sus
bombas, ni Pelé con la Viagra ni el que venga
después. Ninguno le podrá hacer sombra.
Para hacerse un dedo
Siempre luchando por la igualdad entre sexos
y resulta que, una vez conseguida, no estamos
conformes y queremos volver lo de antes. Por
lo menos eso es lo que propone Usabiaga, fotó-
grafo vasco al que le gusta Oscar Wilde y el
chorizo de Pamplona a partes iguales. Para ad-
aptarse a los tiempos nada mejor que no hacer
ascos a un presente donde la igualdad de sexos
se presenta cambiando los géneros. Y con estas,
el tal Usabiaga ha cogido a cuarenta futbolistas
de los de ahora mismo y los ha sometido a
una gang bang fotográfica que llaman los en-
tendidos. Y así, el de Pamplona ha captado los
momentos últimos, cuando el combate deja los
cuerpos extenuados y el objetivo de la cámara
acaricia la piel abierta. Ummmh. Aitor, del
Sevilla, aparece tendido en el lecho, present-
ando la cresta abdominal propensa al mordisco
del obturador. Un abrir y cerrar de ojos que
queda en impreso en la memoria fotográfica
del tal Usabiaga y que ahora hace pública,
dando mucho que hablar y más que pensar.
Aunque no lo queramos, seguimos siendo el
país de gayoleros de siempre, sólo que ahora
también aceptamos a las gayoleras.
El asunto ha cambiado tanto que la mujer
de nuestros días busca su parte femenina en el
hombre y, por lo mismo, cuando les da por la
tijera se tiran a machorros que gastan calzon-
cillo y marcan pipa. Y qué decir del hombre
actual cuando se pone castigador y escudriña,
por los urinarios de la noche, un tipo met-
rosexual de piel fina y culo depilado. Dudu
aparece con traje y descalzo, sin nada de ropa
entre su piel y la chaqueta, mostrando el pecho
sin vello. Bien mirado, en la foto de Usabiaga,
el del Depor tiene algo de chapero hindú que
espera a orillas del río sagrado. «Por unas rupi-
as te pongo el sieso pastel de crema», parece
apuntar con su mirada. Siguiendo con la
mirada, se observa cierto deje de nostalgia,
que diría un crítico, en la de Ivan Helguera.
Es la mirada del que ha sido castigado a posar
con ese aire, sobre un almohadón virginal de
tan blanco. Llegados a este punto, se hace di-
fícil imaginar lo que haría el tal Usabiaga si le
hubieran tocado otros tiempos, los de Puskas,
sin ir más lejos, cuando el sueño de toda mujer
era ser sometida por un hombre con pelo en
las tetas, panza de botijo y olor a macho. En-
tonces le hubieran agarrado por donde más
duele y hala, al calabozo. Y una vez dentro, al-
gún guardia con pintas de osito le hubiese roto
el obturador de su herramienta de trabajo. Y
todo por marcar la diferencia.
¡A mí, la Legión!
Cuentan que, en los tiempos del Millán Astray,
cuando en la Legión tocaba recibir castigo, ni
la cabra se salvaba. Varias veces se dio el caso
y varias veces encerraron al animal en el
calabozo. Hala, maja, a expiar pulgas ajenas.
Bien mirado, tal forma de conducirse no resulta
extraña. Ante todo, la Legión es un ejército co-
lonial, una tropa de camisas abiertas donde la
moral judeocristiana va unida a lo de tener pelo
en pecho, voz bronca y antebrazo viril y re-
mangado. Un arma de doble grueso que deja
al descubierto cicatrices de un código heredit-
ario donde la patria y la raza son hembras a res-
petar y, llegado el caso, a morir por ellas. Amor
de madre. Sin embargo, cuando se trata de en-
mendar las culpas y aliviar los genitales, recur-
ren a la cabra, mascota expiatoria que viene a
representar lo que el chivo en el antiguo ritu-
al de reparación del espíritu. Para que luego
digan que lo de La Legión es un asunto
machista y que los lejías no están por la
igualdad de género. Y todo esto viene al dedo
por lo ocurrido en el último derbi que enfrentó
al Betis con el Sevilla y que acabó en batalla
campal con fuego griego incluido y gritos de:
«¡A mí, la legión!» Al final van y condenan al
estadio. Hala, majo, castigado sin jugar unos
pocos partidos.
A juzgar por la sanción, parece ser que es
el mismo código legionario utilizado en los
tiempos del Millán Astray el que ahora regula
los encuentros futboleros. La misma moral le-
gionaria que se utilizaba entonces, se pone
ahora en evidencia, condenando al estadio
como si, de esta forma, las pulgas de los ver-
daderos culpables se ahogasen en la hierba re-
cién orinada. Lo que debería ser asunto serio,
suena a chiste. Primero vino la guerra de las
corbatas, guerra tan absurda o más que las lla-
madas carlistas y que se dieron entre familia
del mismo palacio, llevando al pueblo al mat-
adero. Al igual que pasó durante las guerras
carlistas, en la de las corbatas se fue calent-
ando a una afición que no es ajena al sentir
nacionalista de la raza, la patria y la cabra
que los parió. Para qué. Y así pasó, botellazo
al técnico sevillista y al final el dueño de la
botella que se declara inocente. De esta man-
era la botella queda en entredicho y, como lo
que se trata aquí es de buscar un culpable,
se cierra el campo del anfitrión y listos de
papeles. En fin, que los hay que están como
cabras.
Butanito desde la colina
Jesús Quintero, junto con el Dragó y el otro
Fernando, léase García Tola, los tres juntos
forman parte de lo que se ha venido a titular
como la Santísima Trinidad de la televisión de
autor. Si alguien quiere complicarse la vida que
se meta a tan noble oficio y a los hechos me
remito. Lo de los últimos días ha sido demen-
cial con la libertad de expresión reducida a mar-
icón el último. Sólo a un perturbado se le puede
ocurrir señalar al de Gárgoris como racista y
sólo a otro perturbado se le ocurre utilizar la
tijera para algo más que para cortar la banda
de las inauguraciones. A Quintero ya le habían
dado aviso desde el día del estreno. Con estas
tijeritas te corto yo a ti los silencios. Y así pasó
en la entrevista que realizó a Butanito. Al fi-
nal sacaron por la tele un resumen, como
hacían antes con el NO-DO pero ahora desde
la colina. Sin embargo, el de las tijeras, no
contaba con la Internet.
Butanito estuvo como nunca. Corrosivo
con ganas. Demoledor las más de las veces.
Desatado y pasional, siempre. Por los siglos de
los siglos, amén pues de otra manera no ser-
ía Butanito. Además de la corriente losantista
de la conferencia episcopal, el tío se pasó por
la boca al Aznar, al amigo del Aznar y a la
mujer del amigo del Aznar, una mejicana pic-
ante. En su exceso hubo sitio para todos. Tam-
bién para futbolistas como Figo y Valdano.
Del primero contó lo que ya sabíamos, pero
como si no lo supiéramos, con su planteami-
ento, su nudo y su desenlace en una firma fant-
asma. Con un estilo digno de la mejor crónica
negra ibérica, la misma que hace correr ríos
de tinta y luego desemboca en el tremendismo,
Butanito aplastó el latifundio en menos de lo
que se tarda en decir joder. Sin embargo se
equivocó en dos cosas. La primera, nunca un
futbolista es culpable de la ruina de un club y
Valdano es, ante todo, futbolista. La segunda
vez que Butanito se equivocó fue al final de la
entrevista, cuando dijo que el amigo del que se
fue a picar la mejicana, había sido el hombre
que más había tirado de tijera por estas tier-
ras. Butanito debería saber que los unos y los
otros siempre son los mismos cuando los fines
de ambos son equivalentes. Con todo, y más
ahora todavía que desde que Tola se ha largado
al otro lado del infierno la terna quedó coja,
no estaría de más que a Butanito le dieran pro-
grama en la tele. Aunque sólo sea por manten-
er viva esa Santísima Trinidad que tanta falta
nos hace.
Estadio Víctor Jara
En tiempos de guerra y vergüenza, los estadios
de fútbol pasan a ser campos de concentración.
Sin ir más lejos, el de Mestalla, en Valencia o
el ya desaparecido de Chamartín, al final de la
Castellana, muy cerca de donde está puesto el
Bernabéu, han sido y son estadios que forman
parte de nuestra vergüenza más reciente. Sin
embargo no fuimos únicos. Por si vale de co-
barde desahogo hay que recordar que, años des-
pués de nuestra guerra, en una pequeña ciudad
de El Salvador y en su mismo estadio, fue fu-
silado Victoriano Gómez, el Robin Hood sal-
vadoreño. Lo dieron por la televisión local y el
bueno de Ryszard Kapuscinski nos lo cuenta tal
y como fue en su libro titulado: La guerra del
fútbol. No contentos, poco tiempo más tarde,
pongamos el otro día, en Chile tomarían el
relevo en lo que se refiere a uso vergonzoso
de un campo de fútbol. Ocurrió después del
golpe militar, tiznando de sangre los estadios
llamados de Chile y Nacional, convirtiéndolos
en verdaderos campos de exterminio.
El cantante Víctor Jara fue uno de tantos
otros que llevaron al estadio de Chile. Los
que de allí salieron con vida cuentan como,
en el mismo sitio donde el cantante fue acla-
mado tras ganar el concurso de canciones que
le haría popular, en el mismo sitio, el cantante
moriría baleado tiempo después. Su única
arma era la guitarra. A ratos jugaba al fútbol
y lo último que escribió en vida fue una letra
titulada: Estadio de Chile. Los que por allí es-
tuvieron presos cuentan también que, al caer la
noche, los milicos encendían reflectores sobre
las gradas para no dejarlos dormir. De allí se
los llevaron al estadio Nacional, en Ñuñoa
desde donde fueron trasladados al Campo de
Prisioneros de Chacabuco.
Cuando iban saliendo del estadio, entre los
cuerpos amontonados en los corredores, sus
amigos reconocieron el cadáver de Víctor Jara.
Y todo esto viene a cuento porque, hace poco
menos de dos meses, murió el Chancho, así es
como le llamaban en su tierra al responsable
de aquella vergüenza. Murió de puro viejo,
cuando su sangre estaba rancia y ya no servía
ni para morcilla. Según cuentan, en los últimos
años el Chancho apenas salía y parece ser que,
cuando le comentaron que le habían cambiado
el nombre al estadio de Chile y que ya no
se llamaba Estadio de Chile y que ahora lo
decían: Estadio Victor Jara, ahí mismo, fue
que se le atragantó la vida y el Chancho em-
pezó a agonizar.
La memoria de un hincha
Aitor Zabaleta era del tipo bizcochón, cuentan
los amigos. Un chavalote noble que disfrutaba
como un niño cuando jugaba la Real, su equipo.
Era entonces que se plantaba en el Anoeta o
donde hiciera falta y se ponía a cantar el Txuri-
urdin hasta quedar afónico. Aitor lucía la
txapela y los colores subidos de emoción cada
vez que su equipo saltaba al campo. Sin em-
bargo, hace ocho años que su voz no se escucha
en las gradas. Al bueno de Aitor Zabaleta le
arrancaron la vida a las puertas del Calderón,
cuando entraba para ver jugar a la Real, su
equipo. La puñalada fue mortal de necesidad
según contaron los papeles. Al poco cogieron al
agresor. Según diagnostico, pertenecía a la ex-
trema derecha.
En aquel encuentro la Real Sociedad jugó
con bravura y fue necesaria la prórroga para
desempatar. Faltó Aitor, animando desde la
grada, y tal vez fue por eso que la Real So-
ciedad perdió el partido, cuatro goles a uno.
Con el cuerpo aún caliente y, por si quedaba
alguna duda, saltó el Arzalluz, igual que si
fuese directivo de un equipo, cuestionando que
si lo ocurrido en el Calderón sucediese en San
Mamés qué pasaría. A nadie sorprendió el dis-
curso. Al igual que pasa con otros directivos,
Arzalluz se ha caracterizado siempre por sacar
balones fuera para luego meterlos en su propia
puerta. Y mientras tanto, el agresor contrata
a un abogado con la moral tan distraída que
responde al nombre de Rodríguez Menéndez.
No podía ser de otra manera y al tío le caen
unos pocos años en el trullo. Pero el asunto
no acaba aquí, ni mucho menos. Por si hubiera
sido poco el excremento vertido sobre la me-
moria de Aitor Zabaleta ahora van y sueltan
al criminal. Un permiso, dicen los papeles, un
permiso por su buen comportamiento.
Parece ser que el tío, como dispone de
mucho tiempo libre en el caldero, se ha ma-
triculado en no sé cuantas asignaturas de soci-
ología. Y aquí es donde voy a parar, pues de
todos es sabido que la derecha es una enfer-
medad que se cura leyendo y más aún si es
extrema. Por lo mismo, no es de recibo soltar
a un paciente en pleno tratamiento. Deberían
leer más estos jueces de hoy en día, que dan
permiso al mismo que asestó una puñalada a
Aitor Zabaleta allí donde más fácil lo tuvo: en
el corazón.
Butanito
Hubo un tiempo en que España entera se acost-
aba con él. Dando la hora veinticinco arrimaban
una oreja a la almohada y la otra al aparato de
radio. Y hala, a escuchar al Butanito, a ver qué
se cuenta. Y como en el ritual de una religión
que busca dioses nuevos, de los transistores de
la noche salía una voz tan propia que era ya de
todo el mundo.
Una voz que denunciaba las sombras con el
tremendismo de la crónica negra, del reporta-
je más audaz adobado con el pimentón ibérico
que echan a las plazas de toros. Y puritos con
vitola que no falten. Y con el primer plato me-
diado, Butanito adelantaba los postres, para que
nadie se durmiese sin haber probado antes una
bilis preparada como el mismísimo Demonio.
Con su terroncito de hígado crudo envuelto en
hilos de enojo. Uhmmm. Cuando los entrantes
estaban ya servidos llegaba el plato especial de
la casa. Al centro la cabeza de ese tal Pablo,
Pablito, Pablete que nuestro amigo trituraba
con el puente de sus molares, reduciéndolo a
excremento. Pablo Porta era el presidente de
la Federación y una de las bestias negras de
Butanito. Otra era un ministro de Suárez al
que Butanito se jaló con buen saque, no de-
jando del excelentísimo ni la cartera. Hasta sus
cuentas salieron a relucir en los transistores de
la noche. Pero lo mejor vino cuando lo de Te-
jero, todo el mundo al suelo, se sienten coño,
el bigotón y la zarzuela en pleno. Butanito,
que igual vale para un roto que un descosido,
se plantó en la puerta del Congreso y retrans-
mitió la noche del golpe con aire de crónica
pugilística y la mano sabia del que ordeña con
tiento vaca de mala leche. Aquella noche
Butanito fue el tercer hombre. De los dos
primeros aún no se sabe nada.
Más chulo que un ocho y más echao
p’alante que el mango una sartén, Butanito
pasará a la historia del periodismo radiofónico
por crear una entonación y una sintaxis
novedosa para los tiempos. Y una adjetivación
que, aunque forma parte de la memoria, en
su momento fue rompedora. Descalificativos
tales como abrazafarolas, chupóptero o can-
tamañanas se convirtieron en moneda de cam-
bio a la hora de la tapa, o de la cuña. Pues si
Butanito ganó dinero, más dinero ganaron los
que le contrataban. Qué coño. Ahora que otros
le imitan se echa de menos el original, poder
volver a los tiempos en que España entera se
acostaba con él y se desayunaba con la chica
del As.
Zizou
Su juego queda tan cerca de la lírica que, por
eso mismo, le llaman poeta. Sólo hay que re-
cordar la final de la Novena, el gol que quedará
en nuestra retina para siempre, cuando Zidane
recibe un pase de Roberto Carlos con más
trazas de melón que de pelota. Y cómo va él y
lo convierte en obús primero y en gol después.
Donde cualquier otro se hubiese dado a la rima
fácil y al pepinazo, Zidane encontró la metá-
fora.
Hay que recordar que un poeta no es el que
rima melón con balón, sino el que sabe conver-
tir los melones en obuses. Eso es lo primero que
diferencia a los poetas de los que no lo son. Lo
segundo, aunque ya no se estile, es la concien-
cia. Lastrado por el peso de su propia concien-
cia, Zidane lo ha dejado. Dice que a partir de
ahora se va a dedicar a los niños chicos. De-
claraciones así, en boca de otro, hubiesen pas-
ado por las de un pederasta, sin embargo con
Zidane ocurre todo lo contrario. Zidane, al ser
poeta, queda más cerca de Peter Pan que del
duque de Feria. Sus fantasías nos han hecho
tan felices que, cada vez que saltaba al terreno
de juego, nos volvíamos como niños chicos.
Hemos disfrutado de lo lindo viéndole galo-
par los campos de Primera; el balón pegado al
cuero de la bota y su sombra detrás, guardán-
dole la espalda de los marcajes traicioneros,
esparciendo la estela de juego que dejan tras
de sí los grandes. El nombre de Zidane
quedará para los restos junto con el de Alfredo
Di Stéfano, Pelé, Cruyff y Maradona. Y tam-
bién junto con el de Lorca y el de Rimbaud,
que se daban a la poesía con la facilidad de dos
niños chicos.
Dice que lo llevaba retrasando desde hacía
ya algún tiempo, que no estaba a gusto, que
lo más bonito de aquel gol de la final de la
Novena es que lo puede compartir con su com-
pañero Roberto Carlos. A cala y cata. Dice
también que se sorprende por la reacción del
público ante su juego de los últimos partidos.
Lo más normal, sigue diciendo, es que le hu-
biesen abucheado y tirado almohadillas y lan-
zado tomates. Pero nada más lejos. La afición,
tristona con la noticia, agita el pañuelo de la
despedida. No te vayas nunca, Zizou, le gritan.
No te vayas. El sudor de la camiseta de Zizou
es el licor que emborracha de las gradas. Lo
demás es poesía.
401,90 euros
Todavía anda uno perplejo. Anonadado, que
dicen por Chueca y perdón por el chiste fácil
pero es que el asunto no es para menos. Decía
que iba yo paseando por el citado barrio de
Madrid, entre boutiques de cuero y chapa, con
un calor de mil demonios y que buscando algo
de sombra, y haciendo esquina con Hortaleza,
encontré una tienda de trapitos. Dentro no sólo
tenían sombra, también tenían un dependiente
con abanico. «No quiero nada en concreto, sólo
mirar», le dije al dependiente, un nativo del bar-
rio. Llevaba las orejas abiertas y las pestañas
tan largas que parecían postizas. Y ahí empezó
todo. Entre gayumbos transparentes, camis-
etitas de tirantes y botas de plataforma, justo
delante del expositor de los condones, me es-
trello contra una torre de vaqueros. «Son los
de Victoria Beckham», me aclara el dependi-
ente, orgulloso del material que ofrece en su
tienda, «los ha diseñado ella misma». Y se
acerca. Y los desdobla con mucho plumazo y
mucho aire del abanico. Entonces empiezo a
detallar los pantalones. Lucen un roto en el
culo, cosa que no me extraña tratándose de un
producto del barrio. En el bolsillo trasero, la
Victoria Beckham ha colocado su marca bi-
en grande. Se trata de una corona festoneada
de purpurina navideña donde aparecen las ini-
ciales dvb, en minúscula y bastardilla. Y una
puta leyenda que dice en guiri algo así como:
dedicado a nuestros fans. Hasta aquí, más o
menos, nada que pueda asombrar conociendo
los gustos horteras del matrimonio. Sin em-
bargo cuando, por curiosidad, me da por
pipear en el precio, entonces es cuando voy
y pido el abanico. ¡401´90 €! Sesentaytantas
mil de las antiguas pesetas. ¡Por unos putos
vaqueros!
Hago cuentas pero las cuentas no me salen.
Si el dependiente me dice que la tienda gana
la cuarta parte de los 401´90 €, y las otras tres
que restan son para repartir entre el matrimo-
nio dvb y los currelantes, imagino que los cur-
relantes deben de vivir la mitad de bien que
el matrimonio de las bastardillas. O un poco
más, pues son los mismos currelantes que tra-
bajan para otras marcas. Pero nada más le-
jos, los currelantes de las primeras marcas tex-
tiles viven como esclavos en los sótanos del
capitalismo. Son los encargados de ventilar la
economía sumergida a golpe de máquina de
coser. Dan ganas de coger a Victoria Beck-
ham y romperle los pantalones por el culo. De
su marido ya se ocupará el dependiente de la
tienda.
Vitola de «crack»
Corren tiempos de fichajes, trueques y confir-
maciones. Los marcadores bostezan de aburri-
miento y las vitolas de «crack» duran menos
que polvo de prostático. Sin embargo, en los
despachos ocurre todo lo contrario. Se reactivan
operaciones de calibre, se fletan aviones y el
fútbol deja de jugarse a ras de hierba para pasar
a jugarse en el aire, allí donde lo único que
vale es el regate bajuno y la maña de corta-
bolsas. Es curioso que en un mismo vuelo por
Europa, un jugador pueda cambiar de camiseta
un par de veces sin moverse del asiento. Todo
es tan higiénico que hasta el virgo de los culos
se zurce con hilo desechable. El mismo que util-
izan los mercachifles para tejer las vitolas de
«crack» que con tanto bombo colocan al ele-
gido. Tan pronto como se cansen de él y
mucho antes de lo que él supone, pasará a
calentar banquillo. No hay arreglo para tanta
jodienda y los que hasta hace un rato lucían
vitola de «crack» ahora lucen vitola de
«bluff».
La parrafada anterior viene al cuento por
todo lo ocurrido en estas semanas que nos pre-
cedieron, jornadas que en los papeles llaman
frenéticas por ser fechas en que los despachos
andan más animados que coño con ladillas.
Todo el santo día con trajín de peces gordos,
contemplando desde las alturas qué es lo que
más provecho reporta, o bien meter el dinero
en el banco o, por lo pronto, emplearlo en el
banquillo. Al principio de la Liga, el fútbol
deja de ser deporte para convertirse en soporte
de un capitalismo ambicioso y carnicero. Bi-
en mirado, nunca estuvo tan cerca del palé, ese
juego de mesa que inventó un español para ha-
cernos sentir peces gordos a la hora de la mer-
ienda. La cosa tiene guasa.
Ahora las alineaciones ya no se montan
para jugar al fútbol, qué va, ahora se montan
para todo lo contrario, para impedir que se
juegue. Y de esta forma el protagonista de
los encuentros ya no es el jugador, qué co-
jones, ahora como protagonista figura la im-
agen corporativa que ilumina su camiseta. A
falta de imaginación, bienvenida sea la im-
agen, dice el primer mandamiento de la ley
del fútbol. No hay mejor cosa para disimular
la impotencia que la prepotencia, dice el se-
gundo. El jugador que juegue será sancionado,
dice el tercer mandamiento. Y así podemos re-
citar el salmo hasta el infinito, con los fut-
bolistas calentando banquillo y en ese plan,
mirándose la punta de las botas, enrojecidas de
pura vergüenza.
De culo
Todo lo que le ocurra al Real Madrid tiene hoja.
Y desde que se pusieron galácticos más aún. No
hay papel satinado que llegue para retratar sali-
das y llegadas, derrumbes y caídas en el baile
de un cielo que sacrifica a sus dioses en cada
número. En el de hoy viene que ni pintada la úl-
tima noticia. Igual que las demás, poco o nada
tiene que ver con el fútbol. Resulta que la pava
del Beckham, la Victoria, se ha hecho amiga de
la Jennifer López, la Jenny, que tampoco es fut-
bolista aunque sus nalgas gemelas sean de lo
más aparente para forrar pelotas. Esto ocurrió el
otro día, cuando las dos emprendedoras mujeres
coincidieron en el bodorrio del Tom Cruise y,
entre plato y plato, hablaron de tamaños, pesos
y medidas. Llegado el postre cerraron negocio,
abrieron monedero y contaron el parné a in-
vertir en su nueva línea de lencería. La Victor-
ia, que ya había hecho sus pinitos en el mundo
de la confección con sus pantalones de raja
y corte, será la consejera de tan sofisticado
proyecto. Una aventura donde la Jenny lucirá
en los anuncios, algo que tiene su gracia pues,
de todos es sabido que no usa bragas. Para qué.
Sólo recordar aquellas imágenes, de
cuando andaba con un negrata que le cantaba
el rap de la pezuña del camello. Cuentan que
la Jenny conserva el recuerdo de aquellos días
entre sus nalgas gemelas. Un boquete del cal-
ibre de una Mágnum y todo por la dichosa
manía de no llevar bragas. Pero a lo que va-
mos, que junto a su amiga Victoria, la Jenny va
a lanzar una línea de lencería y como el Real
Madrid siempre anda cerca de estas cosas, ya
puestos, podrían hacer igual que cuando anun-
cian lo del nuevo equipamiento, presentándolo
en el Bernabéu. Y que para lo mismo, con la
llegada del buen tiempo, cuenten con la Jenny
que es mujer nalgona y eso luce mucho y que
también salga la Victoria que por algo es la
conejera de la marca. Y la Ana Obregón, que
no falte en el desfile como tampoco ha de fal-
tar la Cicarelli marcando bollo de nata bajo
la puntilla de sus bragas. Y como punto final
que la orquesta del cielo entone el La la la con
Massiel de solista. Y en ese plan, para no ser
menos, que lo saquen los de la Sexta por tele-
visión, que por una vez que pongan el culo,
pues tampoco pasa nada.
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