Violencia Silenciosa en La Escuela Silen

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Alejandro Castro Santander

Violencia silenciosa en la
escuela
Dinámica del Acoso escolar y laboral
Editorial Bonum

INTRODUCCIÓN

“Importan dos maneras de concebir el mundo,


una, salvarse solo,
arrojar ciegamente los demás de la balsa
y la otra, un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle”
Armando Tejada Gómez, 1958.

Reconocemos que la violencia es un fenómeno multicausal y


proteinforme, producto de una serie de factores y contingencias, donde el tipo
de intervención de los distintos agentes educativos, se convierten en ejes de este
entramado. Es así que la violencia no es propia de un entorno determinado,
sino que agazapada, emerge y se difunde donde están dadas las condiciones
para ello.
El fenómeno de la violencia en sus distintas formas y en particular el de
la violencia escolar, ha sido reconocida como una enfermedad social que ha
alcanzado gran magnitud (OMS, 2002). “Epidemia del siglo XXI” que todo un
contexto familiar y social parece favorecer y donde la ausencia o pobreza de las
políticas públicas para enfrentarla, permite que su crecimiento continúe
asfixiando el tejido social.
La escuela es una institución social que se asienta en las interrelaciones
personales entre todos los que constituyen la comunidad educativa,
fundamentalmente entre docentes, alumnos y padres. Las formas de esa

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relación son dinámicas y cambiantes, como consecuencia de las características
que constituyen su contexto y de la propia dinámica interna.
Las relaciones interpersonales son consustanciales con los procesos de
intervención educativa y en los últimos años, los problemas de convivencia en
la escuela trascienden a la sociedad en general, al convertirse en centro de
atención de los medios de comunicación, quienes en muchos casos, contribuyen
a magnificar el problema, entorpeciendo la posibilidad de una respuesta
educativa más idónea.
Ya con evidencia se observa un deterioro en la forma de relacionarse los
distintos actores de la comunidad educativa. Sabemos que indisciplina y
violencias en la escuela han existido siempre, pero casi sin darnos cuenta
comenzamos a percibir un clima escolar que progresivamente dificulta el
desarrollo de las clases.
El desinterés, la indisciplina y las violencias de parte del alumnado, junto
a la permanente desautorización familiar y social, hacen que en lo buenos
educadores se observe un evidente deterioro personal y profesional, como lo
evidencia el reciente estudio (2005-2006) que realizamos a más de 400 docentes.

Al responder a un cuestionario anónimo del Instituto Internacional de Planeamiento


de la Educación (IIPE-UNESCO, 2005), el 47,5% de los 2384 docentes argentinos
consultados prefiere dejar su puesto actual al frente de los alumnos y no enseñar más
en la clase.

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La pretensión de salir del aula es compartida por el 68% de los docentes peruanos, del
40% de los brasileños y del 36% de los uruguayos que participaron de la encuesta,
cuyo alcance comprendió a casi 13.000 maestros y profesores de la región.

La violencia entre alumnos es también una constante, tanto que se de a


nivel personal como entre grupos. Lo que caracteriza actualmente este tipo de
violencia es su gratuidad, el hecho de que frecuentemente se produce en
ausencia de conflicto; no surge de la contraposición de intereses. ¿Qué hacemos
entonces con aquellos procesos de mediación que buscan “acercar las partes”,
cuando una de ellas sólo intenta hacer daño? La consecuencia de la conducta
violenta es una víctima y ya no hay lugar a la “negociación”.
Entre los diversos fenómenos de violencia susceptibles de producirse en
el ámbito escolar, nos hemos centrado, en primer lugar, en aquellos que tienen
por actores y víctimas a los propios alumnos, que son reiterados y no
ocasionales y que rompen el equilibrio que debe existir en las relaciones entre
iguales, generando o favoreciendo procesos de victimización. Este tipo de
violencia, frecuentemente no es reconocida y muchas veces es ignorada por los
adultos, hasta el extremo de que sus formas menos intensas (los insultos, las
burlas, los apodos ofensivos, la exclusión de juegos y tareas, etc.) gozan de
cierto grado de permisividad e indiferencia, ya que se desconocen sus
consecuencias, pero en ellas están las semillas de otras conductas antisociales.
Todos los espacios de la escuela se convierten en el escenario de
incidentes en los que hay agresores, víctimas y observadores, que en alguna
medida quedan marcados por ellos con el lógico deterioro de su desarrollo.
En una muestra de más de seis mil alumnos pertenecientes a escuelas de
siete provincias argentinas, analizamos los maltratos entre alumnos en general
y luego, aquella relación dañina que se manifiesta como un maltrato no
ocasional sino persistente. Nos referimos al acoso escolar, un tipo de violencia
que si bien no es nuevo, parece haberse generalizado y sólo se manifiesta bajo la
superficie de las relaciones observables en la escuela, desapercibida
generalmente para los adultos, pero que los alumnos conocen bien.
Nuestra preocupación por profundizar estas violencias, radica en la
urgencia por hacerlas visible, ya que las características actuales de la sociedad
en general y la familia en particular, junto a las dificultades que parece
encontrar la escuela para gestionar la “nueva convivencia”, hacen que tenga
consecuencias impredecibles en los niños, los adolescentes y los adultos, sean
estos víctimas, victimarios o espectadores.
Pero no sólo los alumnos sufren agresiones en aquel lugar donde la
buena convivencia debería ser también un indicador de la tan deseada y
proclamada “calidad educativa”. Los adultos también pueden padecer un tipo
de maltrato similar: el acoso psicológico en el ámbito de trabajo o acoso laboral.

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Este proceso de victimización, que en Latinoamérica ha sido poco estudiado y
menos aun denunciado, explica por qué en muchos casos se lo justifica como un
elemento consustancial al trabajo (Piñuel, 2003) y no se lo reconoce atentando
contra la dignidad y salud del profesional de la educación.
Hoy es necesario hacer una nueva lectura de la sociedad y del ámbito
educativo, y a partir de ella, reconocer al fenómeno de la violencia interpersonal
como un nuevo desafío, que tiene que ver con la autoestima, el desarrollo
personal, el rendimiento y la permanencia en las escuelas. Sólo investigando
con seriedad, capacitando a los profesionales de la educación y buscando metas
comunes con la familia, podremos prevenir y enfrentar estas viejas y nuevas
violencias.
La convivencia se aprende, se va construyendo, y la escuela puede y
debe constituirse en lugar idóneo, para que los alumnos aprendan las actitudes
y conductas básicas de la convivencia y los docentes se realicen personal y
profesionalmente, pero fundamentalmente, debe ser un ámbito donde personas
distintas con intereses diferentes puedan encontrarse y estar bien. Podemos dar
un gran ejemplo.

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