Cristianismo e Historia Resumen
Cristianismo e Historia Resumen
Cristianismo e Historia Resumen
A continuación se presenta el resumen de las partes que más han llamado mi atención de
este libro y que me han ayudado a conocer un poco más de historia eclesiástica donde
muy claramente se explica el porqué de tantas situaciones que leemos en la Biblia y que
por ser parte de la cultura o eventos de la época no quedan totalmente claras hasta tener
una buena explicación, detalles y narración de la realidad descrita.
EL JUDAÍSMO EN PALESTINA
Palestina, la región en donde el cristianismo dio sus primeros pasos, ha sido siempre una
tierra sufrida. En tiempos antiguos esto se debió principalmente a su posición geográfica,
que la colocaba en la encrucijada de las dos grandes rutas comerciales que unían al Egipto
con Mesopotamia, y a Arabia con Asia Menor. A través de toda la historia del Antiguo
Testamento, esta estrecha faja de terreno se vio codiciada e invadida, unas veces por el
Egipto, y otras por los grandes imperios que surgieron en la región de Mesopotamia y
Persia.
La política de los romanos era por lo general tolerante hacia la religión y las costumbres de
los pueblos conquistados. Poco tiempo después de la deposición de Aristóbulo, los
romanos les devolvieron a los descendientes de los Macabeos cierta medida de autoridad,
dándoles los títulos de sumo sacerdote y de etnarca.
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LA IGLESIA DE JERUSALÉN
El libro de Hechos nos da a entender que hubo desde los inicios una fuerte iglesia en
Jerusalén. Sin embargo, después de sus primeros capítulos, ese mismo libro nos dice muy
poco acerca de la historia de aquella comunidad original. Esto se entiende, pues el
propósito del autor de Hechos no es escribir toda una historia de la iglesia, sino más bien
mostrar cómo, por obra del Espíritu Santo, la nueva fe fue extendiéndose hasta llegar a la
capital del Imperio. El resto del Nuevo Testamento nos dice aún menos acerca de la iglesia
de Jerusalén, puesto que en este caso también la mayor parte de los libros del Nuevo
Testamento trata acerca de la vida de la iglesia en otras partes del Imperio.
Esto quiere decir que al intentar reconstruir la vida y la historia de aquella primera iglesia
nos encontramos ante una infortunada escasez de datos. Sin embargo, leyendo
cuidadosamente el Nuevo Testamento, y añadiendo algunos pormenores que nos ofrecen
otros autores de los primeros siglos, podemos hacernos una idea aproximada de lo que
fue aquella primera comunidad cristiana
Según Hechos 8:1, esta primera dispersión de los cristianos tuvo lugar “por las tierras de
Judea y Samaria”. Acerca de las iglesias en Judea, tenemos algunas noticias en Hechos
9:32–42 donde se nos cuenta de las visitas de Pedro a los cristianos de Lida, Jope y la
región de Sarón, tierras éstas que se encontraban en los confines entre Judea y Samaria.
Sobre la iglesia en Samaria, Hechos 8:4–25 da testimonio de la obra de Felipe, la
conversión de Simón el mago, y la visita de Pedro y Juan. Pero ya el capítulo 9 de Hechos,
al describir la conversión de Saulo, da a entender que había cristianos en Damasco, ciudad
mucho más distante de Jerusalén. Además, en Hechos ll: l9 se nos dice que los que se
esparcieron por motivo de la muerte de Esteban fueron mucho más allá de Judea y
Samaria, hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. En todo caso, todo parece indicar que todas
estas personas que se esparcieron a causa de la persecución eran judías, y que sus
conversos eran también judíos.
Puesto que se les acusaba de ser gente bárbara e inculta, los cristianos del siglo segundo
se vieron obligados a discutir la cuestión de las relaciones entre su fe y la cultura pagana.
Naturalmente, dentro de la iglesia todos concordaban en que todo aquello que se
relacionara con el culto de los dioses debía ser rechazado. Por esta razón los cristianos no
participaban de muchas ceremonias civiles, en las cuales se ofrecían sacrificios y
juramentos a los dioses. También les estaba prohibido a los cristianos ser soldados, en
parte porque podían verse obligados a matar a alguien, y en parte porque a los soldados
se les requería hacer juramentos y ofrecer sacrificios al César y a los dioses. De igual
modo, había muchos cristianos que pensaban que las letras clásicas no debían estudiarse,
pues en ellas se contaba toda suerte de superstición y hasta de inmoralidad acerca de los
dioses.
Los apologistas dan testimonio de la tensión en que viven los cristianos de los primeros
siglos. Al mismo tiempo que rechazan el paganismo, tienen que enfrentarse al hecho de
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que ese paganismo ha producido una cultura valiosa. Al tiempo que aceptan la verdad que
encuentran en los filósofos, insisten en la superioridad de la revelación cristiana. Y al
tiempo que se niegan a adorar al emperador, y ese mismo emperador les persigue, siguen
orando por él y admirando la grandeza del Imperio Romano.
El término “gnosticismo” viene de la palabra griega “gnosis”, que quiere decir
“conocimiento”. Según los gnósticos, su doctrina era un conocimiento especial, reservado
para quienes poseían verdadero entendimiento. Además, parte de esa doctrina consistía
en la clave secreta mediante la cual se logra la salvación.
La salvación era la preocupación principal de los gnósticos. Sobre la base de muchas
doctrinas que circulaban en esa época, los gnósticos creían que todo lo que fuese materia
era necesariamente malo. El ser humano, según ellos, es un espíritu eterno que de algún
modo ha quedado encarcelado en este cuerpo. Puesto que el cuerpo es cárcel del espíritu,
y puesto que nos oculta nuestra verdadera naturaleza, el cuerpo es malo. El propósito
último del gnóstico es entonces escapar de este cuerpo y de este mundo material en el
que estamos exiliados.
Marción era hijo del obispo de Sinope, en la región del Ponto. Allí había conocido la fe
cristiana. Pero al mismo tiempo Marción parece haber sentido dos fuertes antipatías:
contra este mundo material, y contra el judaísmo. Por lo tanto, su doctrina combina estos
dos elementos. Hacia el año 144, Marción fue a Roma, donde logró varios seguidores.
Pero a la larga el resto de los cristianos decidió que sus enseñanzas contradecían la fe, y
Marción creó su propia iglesia, que perduró por varios siglos. Otro de los modos en que la
iglesia respondió al reto de los gnósticos y de Marción fue la formulación de lo que
nosotros hoy llamamos el “Credo de los Apóstoles”.El origen de nuestro Credo se halla en
las luchas contra las herejías que tuvieron lugar a mediados del siglo segundo, pues a
través de los siglos fueron añadiéndosele otras frases, hasta llegar a tener su forma
presente.
Hasta aquí hemos venido narrando la historia del cristianismo prestando especial atención
a los conflictos entre la iglesia y el estado, así como a la labor teológica de los más
distinguidos pensadores de la iglesia. Este método, sin embargo, presenta una dificultad:
puesto que la mayoría de los documentos que se han conservado tratan acerca de la obra
y el pensamiento de los jefes de la iglesia, corremos el riesgo de olvidarnos de la vida y el
testimonio del común de los cristianos. Por tanto, conviene que nos detengamos a
consignar algo de lo poco que sabemos acerca de las masas cristianas, así como del culto y
de la vida cristiana cotidiana.
El enorme crecimiento numérico de la iglesia en los primeros siglos nos lleva a
preguntarnos qué métodos misioneros empleó la iglesia en su expansión. Y la respuesta
puede sorprendernos, pues la iglesia de los primeros siglos no conoció los “cultos
evangelísticos” que se han hecho tan comunes durante los dos últimos siglos. Al contrario,
en la iglesia antigua el culto, según hemos indicado, consistía principalmente en la
comunión, y a ésta sólo se admitían los cristianos que habían sido bautizados. Por tanto, el
evangelismo no tenía lugar en las iglesias, sino, como indica Celso, en las cocinas, los
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talleres y los mercados. Algunos maestros famosos, tales como Justino y Orígenes,
sostenían disputas en sus escuelas y ganaban así algunos conversos entre los
intelectuales. Pero el hecho es que en la mayoría de los casos fueron cristianos anónimos
quienes mediante su testimonio abrieron el camino a la conversión de otras personas.