COMPRENSIÒN LECTORA N 06 - Parte 3 Yawar Fiesta
COMPRENSIÒN LECTORA N 06 - Parte 3 Yawar Fiesta
COMPRENSIÒN LECTORA N 06 - Parte 3 Yawar Fiesta
Josè Marìa
Arguedas
Alumna(o): Emma Melina Senmache Portal Grado: Cuarto ‘’A’’ Fecha Entrega: 30/09/21
1. Lee, identifica personajes, lugar, tiempo, narrador y subraya los hechos màs importantes que suceden en el
texto. Sube la tarea a classroom hasta el dìa 7 , 6.30pm.
En la puna y en los cerros que rodean al pueblo tocaban ya wakawak’ras. Cuando se oía el turupukllay [24]
en los caminos que van a los distritos y en las chacras de trigo, indios y vecinos hablaban de la corrida de
ese año.
—¡Carago! ¡Pichk’achuri va parar juirme! Siempre año tras año, Pichk’achuri ganando enjualma, dejando
viuda en plaza grande —hablaban los comuneros.
—K’ayau dice va traer Misitu de K’oñani pampa. Se han juramentado, dice, varayok’ alcaldes para Misitu.
—¡Cojodices! [25] Con diablo es Misitu. Cuándo carago trayendo Misitu. Nu’hay k’ari (hombre) para Misitu
de K’oñani.
—¿Acaso Pichk’achuri sonso para creer? K’ayau son maulas. ¿Cuándo ganandu en turupukllay? Abuelos
también no ha visto K’ayau dejando viuda en vintiuchu. ¡Cojodices!
En los cuatro ayllus hablaban de la corrida. Pichk’achuri ganaba año tras año; los capeadores de Pichk’achuri
regaban con sangre la plaza. ¿Dónde había hombres para los capeadores del ayllu grande? «Honrao» Rojas
arañó su chaleco, su camisa, el año pasado no más. El callejón de don Nicolás lo peloteó en el aire. Mientras
las niñas temblaban en los balcones y los comuneros y las mujeres del ayllu gritoneaban en las barreras, en
los cercos y en los techos de las casas.
«Honrao» Rojas se paró firme, de haber estado ya enterrado en el polvo, de haber sido pisoteado en la
barriga; arañando, arañando en el suelo, «Honrao» Rojas se enderezó. En su chaleco y en su camisa
rezumaba la sangre.
—¡Turucha carago! —diciendo, se retaceó el chaleco y la camisa; mostró el costillar corneado.
—¡Atatau yawarcha! —gritó.
Como de una pila hizo brincar su sangre al suelo.
—¡Yo Pichk’achuri runakuna, k’alakuna! —dijo.
Los cuatro ayllus ya lo sabían. No había cotejo para k’aris de Pichk’achuri. Pero ese año, dice, K’ayau quería
ser «primero» en la plaza.
Desde junio tocaban turupukllay en toda la puna y en los cerros que rodean al pueblo. Los wakawak’ras
anunciaban ya la corrida. Los mak’tillos oían la música en la puna alta y sentían miedo, como si de los
k’eñwales fuera a saltar el callejón o el barroso, que arañó, bramando, la plaza de Pichk’achuri, que hizo
temblar las barreras, que sangró el pecho del «Honrao» Rojas. En la puna y en todos los caminos, con sol o
con lluvia, al amanecer y anocheciendo, los wakawak’ras presentían el pukllay. En el descampado, el canto
del turupukllay encoge el corazón, le vence, como si fuera de criatura; la voz del wakawak’ra suena gruesa y
lenta, como voz de hombre, como voz de la puna alta y su viento frío silbando en las abras, sobre las lagunas.
Las mujercitas de los cuatro ayllus y de todas las estancias lloriqueaban, oyendo las cornetas:
—¡Yastá pues vintiuchu! —decían.
—. ¡Para Misitu es fiesta, dice van llevar a plaza grande; su rabia seguro va llenar tomando sangre de endio
puquio!
—¡Ay, taitallaya! Capricho dice ha tomado K’ayau para botar Misitu de K’oñani en vintiuchu.
—¡Quién pues será mamitay! ¡Quién pues viuda será! ¡Quién pues en panteón llorando estará vintiuchu!
Cantaban los wakawak’ras anunciando en todos los cerros el yawar fiesta. Indios de K’ollana, de Pichk’achuri,
de Chaupi, de K’ayau, tocaban a la madrugada, al mediodía, y mientras bajando ya al camino, por la tarde. En
la noche también, de los barrios subía al jirón Bolívar el cantar de los wakawak’ras. Entraban en competencia
los corneteros de los cuatro barrios. Pero don Maywa, de Chaupi, era el mejor cornetero. La casa de don
Maywa está junto a Makulirumi, en la plaza. Por las noches, temprano todavía, alcaldes del barrio y algunos
comuneros vecinos entraban a la casa de don Maywa. Allí chakchaban coca, y a veces don Maywa sacaba su
botella de cañazo para convidar. Un mechero alumbraba el cuarto desde una repisa de cuero de vaca. Entre
copa y copa, don Maywa levantaba su wakawak’ra y tocaba el turupukllay. El cuarto se llenaba con la voz del
wakawak’ra, retumbaban las paredes. Los comuneros miraban alto, el turupukllay les agarraba, oprimía el
pecho; ninguna tonada era para morir como el turupukllay. De rato en rato los otros ayllus contestaban.
De los cuatro ayllus, comenzando la noche, el turupukllay subía al jirón Bolívar. Desde la plaza de Chau-pi,
derecho, por el jirón Bolívar, subía con el viento el pukllay de don Maywa. En las tiendas, en el billar, en las
casas de los principales, oían las niñas y los vecinos.
—Por la noche, esa música parece de panteón —decían.
—Sí, hombre, friega el ánimo. —¡Nada de eso! No es la música — explicaba algún señor ilustrado—. Es que
asociamos esa tonada con las corridas en que los indios se hacen destrozar con el toro, al compás de esta
musiquita.
—Sí, hombre. Pero friega el ánimo. Debiera prohibirse que a la hora de comer nos molesten de esa manera.
—¡Maricones! A mí me gusta esa tonada. En un solo cuerno, ¡qué bien tocan estos indios! —replicaba
alguien. Las niñas y las señoras también se lamentaban.
—¡Qué música tan penetrante! Es odioso oír esa tonada a esta hora. Se debiera pedir a la Guardia Civil que
prohíba tocar esa tonada en las noches. —Sí. Y ya tenemos a la Guardia Civil desde hace años.
—Esos indios se preparan el ánimo desde ahora. ¡Qué feo llora esa corneta! —Me hace recordar las corridas.
—Ese cholo Maywa es el peor. Su música me cala hasta el alma.
La voz de los wakawak’ras interrumpía la charla de los mistis bajo los faroles de las esquinas del jirón Bolívar;
interrumpía la tranquilidad de la comida en la casa de los principales. Los muchachos de los barrios se
reunían, cuando don Maywa tocaba.
—¡Parece corrida ya! —gritaban.
—¡Toro, toro!
Y aprovechaban el pukllay de don Maywa para jugar a los toros.
A veces la corneta de don Maywa se oía en el pueblo cuando el cura estaba en la iglesia, haciendo el rosario
con las señoras y las niñas del pueblo, y con algunas indias de los barrios. El turupukllay vencía el ánimo de
las devotas; el cura también se detenía un instante cuando llegaba la tonada. Se miraban las niñas y las
señoras, como cuidándose, como si el callejón o el barroso fueran a bramar desde la puerta de la iglesia.
—¡Música del diablo! —decía el vicario.
Algunas noches, tarde ya, cuando el pueblo quedaba en silencio, desde algún cerro alto tocaban wakawak’ra.
Entonces el pukllay sonaba en la quebrada, de canto a canto, de hondonada en hondonada; llegaba al pueblo, a ratos
bien claro, a ratos medio apagado, según la fuerza del viento.
—¿Oyes? —decían en las casas de los mistis—. Como llorar grueso es; como voz de gente.
—¡Lleno de la quebrada ese turupukllay! ¿Por qué será? Me oprime el corazón —hablaban las niñas.
—Comunero pichk’achuri será. Seguro torofect bravo rabiará, oyendo. Con el viento, a esa hora, el
turupukllay pasaba las cumbres, daba vuelta a las abras, llegaba a las estancias y a los pueblitos. En noche
clara, o en la oscuridad, el turupukllay llegaba como desde lo alto.
La primera mitad del siglo XX, época en que el Perú atravesaba por
TIEMPO una marcada discriminación racial, época de los terratenientes
(patrones) y servidumbres (campesinos)
Este capítulo trata especificamente de los instrumentos elaborado con los cuernos del toro.
RESUMEN
Este texto trata de los instrumentos elaborados con los cuernos de los toros, el sonido indicaba que las fiestas
patrias del pueblo se acercaban, además de que también advertían de la tradición de la corrida bajo la
modalidad india o toropukllay.
Cuándo se acercaban las fiestas patrias qué se celebra el 28 de Julio comienzan a dejar de oírse por todo el
pueblo el sonido irrepetible de los Wakamak'ras, que son de las trompetas indígenas que están hechas de los
cuernos de los toros y que comienzan anunciar las corridas que se realizaran de los toros al estilo andino,
llamada Toropukllay; los aldeanos comentaban que para la ocasión el Ayllu de K'ayau, ya estaba o se había
comprometido a que traeria al toro Misitu, este animal qué pastaba en el montaraz y que estaba viviendo en la
puna, a este, hasta los actuales momentos nadie había logrado sacarlo de su lugar de pastar y estar.