El Debido Proceso de Ley

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UNIVERSIDAD TECNOLOGICA DE SANTIAGO

(UTESA)

Profesor: Lic. Cesar Sánchez


Materia: Intr. A la Magistratura

Tema: El debido proceso de ley

Antecedentes históricos en los textos constitucionales.


A partir de la reforma constitucional de 2010, la República Dominicana se enlista en los
países que reconocen expresamente la fórmula del debido proceso en sus cartas
fundamentales. En palabras del Tribunal Constitucional, “la Constitución consagra un
conjunto de garantías para la aplicación y protección de los derechos fundamentales, como
mecanismo de tutela para garantizar su efectividad”, y una de estas garantías es el debido
proceso, es decir, el derecho a un proceso justo con todas las garantías procesales mínimas.
El debido proceso se instaura en la Constitución de 2010como una garantía de las garantías
jurisdiccionales de los derechos fundamentales, pues constituye la vía de acceso para ejercer
el derecho a una tutela judicial efectiva y para desplegar los demás procedimientos
indispensables para la tutela de los derechos e intereses.

Tradicionalmente las garantías procesales se encontraban dispersas en nuestro ordenamiento


constitucional, por lo que el debido proceso constituía una garantía innominada heredada
delos tratados, pactos y convenios internacionales. Y es que, antes dela reforma
constitucional de 2010, las garantías procesales estaban limitadas exclusivamente al ámbito
penal y a la libertad física de las personas, de modo que no eran concebidas como un
mecanismo autónomo de tutela de los derechos fundamentales. Por ejemplo, el artículo 16
de la Constitución de 1844 disponía que “la libertad individual queda asegurada. Nadie puede
ser perseguido sino en los casos previstos en la Ley”. A su vez, el artículo 17 establecía que
“fuera del caso de in fraganti delito, ninguno puede ser encarcelado sino en virtud de una
orden motivada del juez”. Estas disposiciones, más que procurar un proceso justo y
equitativo, constituyen garantías específicas de la libertad individual.

Las Constituciones subsiguientes (desde el 1854 hasta el 2002) contemplaban ciertas


referencias a las garantías procesales del debido proceso, sin embargo, ésta serán consagradas
como un mecanismo de tutela de la seguridad de las personas. Un ejemplo de esto es el
artículo 8.2 de la Constitución de 1966 que consagraba un conjunto de garantías para asegurar
la seguridad individual. Lo mismo ocurría en la Constitución de 1994 y en la Constitución
de 2002.
El reconocimiento de estas garantías procesales como un mecanismo de tutela específico de
la seguridad individual originó que durante muchos años el debido proceso fuese identificado
con el derecho a una tutela judicial efectiva y que sus garantías fuesen abordadas usualmente
como garantías judiciales. En efecto, la Suprema Corte de Justicia mantuvo el criterio
jurisprudencial de que las reglas y principios del debido proceso aplicaban de manera
exclusiva a los procesos penales, de manera que sólo procedían en el ámbito judicial y para
salvaguardar la seguridad individual. Conforme dicho tribunal, “si bien el principio non bis
in ídem tiene carácter de orden público, manifestado en la Constitución de la República en el
literal h) del párrafo 2 del artículo 8, el mismo ha sido concebido para salvaguardar la
seguridad individual, por lo que no tiene aplicación en materia civil o laboral”. De ahí que el
debido proceso constituía una garantía innominada, pues durante nuestro proceso de
construcción constitucional sus principios fueron abordados como garantías específicas de la
libertad física de las personas. Es por esta razón que algunos juristas entienden el debido
proceso como una especie de tutela judicial efectiva.

La Constitución de 2010 supera este dogma jurídico al reconocer el debido proceso como
una garantía autónoma de los derechos fundamentales. Según el artículo 69, “toda persona,
en el ejercicio de sus derechos e interés legítimos, tiene derecho a obtener la
tutela judicial efectiva, con respeto del debido proceso que estará confor-mado por las
garantías mínimas”, las cuales aplican “a toda clase de actuaciones judiciales y
administrativas” (numeral 10). Es decir que el debido proceso es la garantía fundamental de
los derechos de las personas, pues asegura su protección en cualquier tipo de procedimiento
cuya decisión pueda afectarlos o limitarlos. En palabras del Tribunal Constitucional, el
debido proceso ha de observarse en todo tipo de procesos y procedimientos, “a efectos de
que las personas puedan defenderse adecuadamente ante cualquier tipo de acto que pueda
afectar sus derechos”. De modo que el debido proceso engloba el derecho a la tutela judicial
efectiva, pero no se limita al amparo judicial o al derecho al proceso, sino que además protege
al justiciable en el desarrollo del proceso.

Para Jorge Prats, la idea de que el debido proceso es una especie de tutela judicial efectiva es
inadecuada. Y ello así por las siguientes razones: “(i) la tutela judicial efectiva está restringida
a los procesos jurisdiccionales en tanto que el debido proceso rige además los procesos
administrativos, arbitrales, militares, disciplinario privados y políticos; (ii) en la tradición
angloamericana a la cual se adscribe muy temprano el Derecho Constitucional dominicano,
el debido proceso engloba el derecho a la tutela judicial efectiva; y (iii) la jurisprudencia
internacional de derechos humanos, en específico la europea y la interamericana, a partir de
las cláusulas de los convenios internacionales en la materia, reconocen el derecho a un
debido proceso o proceso justo o equitativo en lugar del derecho a una tutela judicial
efectiva”.
En efecto, la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha establecido que el artículo 8
del Pacto de San José de Costa Rica reconoce el debido proceso legal, el cual “abarca las
condiciones que deben cumplirse para asegurar la verdadera defensa de aquellos cuyos
derechos u obligaciones están bajo consideración judicial”. Justamente es esta Corte que
diferencia por primera vez las garantías judiciales de aquellas garantías procesales mínimas
que componen el debido proceso, al señalar que “las garantías judiciales son medios que la
ley establece para proteger, asegurar, o hacer valer la titularidad o el ejercicio de un derecho,
los cuales encuentran su fundamento en el artículo 25 de la Convención Americana de
Derechos Humanos”. En cambio, el artículo 8 de la Convención hace referencia “al conjunto
de garantías que deben observarse en las instancias procesales para que pueda hablarse de
verdaderas garantías judiciales”.
Lo anterior ha sido reiterado en numerosos pronunciamientos por la Corte Interamericana de
Derechos Humanos. Por ejemplo, en el caso “Tribunal Constitucional vs Perú”, ésta sostuvo
que las reglas del artículo 8 de la Convención, relativas al debido proceso legal, rigen
mínimamente y, en general, en todo proceso donde se determinen derechos y, por ende,

igual forma, en el caso “Vélez Loor”, esta Corte aclaró que los órganos administrativos no
pueden dictar actos sancionatorios sin otorgar también a las personas sometidas a dichos
procesos, las referidas garantías mínimas, las cuales se aplican, mutatis mutandi, en lo que
corresponda. En síntesis, la orientación genérica de la Corte es que las garantías procesales
del debido proceso deben ser observadas en todos los procesos, sin que quepa diferenciar
causas criminales, juicios especiales, procedimientos administrativos, e incluso causas
seguidas en la jurisdicción militar.

Así pues, para la Corte Interamericana de Derechos Humanos, el debido proceso es una
protección de las garantías jurisdiccionales, es decir, de la facultad que tiene toda persona
víctima de la violación de sus derechos de poder obtener justicia. Es por esta razón que los
Estados partes de la Convención no sólo están obligados a asegurar el acceso de las personas
a la justicia, sino que además deben adoptar las medidas necesarias para garantizar el goce
de una serie de reglas y principios que permitan obtener una tutela efectiva de los derechos.

De lo anterior se infiere que el debido proceso procura que las personas obtengan un proceso
justo y equitativo en la tutela de sus intereses, pues sería inútil reconocer las garantías
jurisdiccional estales como el habeas corpus, el habeas data ola acción de amparo, si el
proceso es irregular o arbitrario. En consecuencia, el debido proceso protege a las personas
de las arbitrariedades cometidas por los órganos estatales, por lo que sus efectos garantizan
el ejercicio de un conjunto de prerrogativas que resguardan al justiciable desde el inicio del
proceso hasta su conclusión. Así lo establece el Tribunal Constitucional al juzgar que el
debido proceso “Está conformado por un conjunto de garantías mínimas que tiene
como puerta de entrada el derecho a una justicia accesible, oportuna y gratuita”. Sin embargo,
es a través de este primer peldaño que “puede ejercitarse las demás garantías del proceso
debido”, las cuales permiten obtener una tutela efectiva de los derechos.
El reconocimiento constitucional del debido proceso coloca a esta garantía en una posición
jerárquicamente superior al de todo el sistema jurídico, pues, conforme el artículo 6 de la
Constitución, “todas las personas y los órganos que ejercen potestades públicas están sujetos
a la Constitución”, como “norma suprema y fundamento del ordenamiento jurídico del
Estado”. Es decir que a partir de la Constitución de 2010, cualquier actuación u omisión que
determine, modifique o elimine derechos fundamentales sin miramiento a las garantías
mínimas del debido proceso es nulo de pleno derecho, ya que todas las personas y los órganos
públicos deben ceñirse estrictamente a los valores, principios, reglas y derechos contenidos
en la Carta Magna, por lo que estas garantías no pueden anularse ante ningún proceso.

En vista de lo anterior, y a modo de resumen, se pueden extraer dos etapas evolutivas del
debido proceso en el ordenamiento jurídico dominicano. La primera corresponde al debido
proceso como una garantía específica de la seguridad de las personas. Y una segunda etapa
que reconoce el debido proceso como una garantía esencial para la protección de los derechos
fundamentales pues constituye la vía de acceso para ejercer el derecho a una tutela judicial
efectiva y para hacer valer las demás garantías jurisdiccionales. Esta segunda etapa es la que
ha dado lugar a una definición amplia del debido proceso, la cual permite conceptualizarlo
como un principio general del Derecho, como una garantía constitucional y como un derecho
fundamental.

Autor: ROBERTO MEDINA REYES

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