Cabanillas Carlos 2017
Cabanillas Carlos 2017
Cabanillas Carlos 2017
Y NEGOCIACIÓN EN HISPANOAMÉRICA
(SIGLOS XVI-XVIII)
Consejo editor:
Director:Victoriano Roncero (State University of New York-Suny at Stony Brook,
Estados Unidos)
Subdirector: Abraham Madroñal (CSIC-Centro de Ciencias Humanas y Sociales, españa)
Subdirectora (Proyecto Estudios Indianos-PEI): Martina Vinatea Recoba (Universidad
del Pacífico, Perú)
Secretario: Carlos Mata Induráin (GRISO-Universidad de Navarra, España)
Consejo asesor:
Wolfram Aichinger (Universität Wien, Austria)
Tapsir Ba (Université Cheikh Anta Diop, Senegal)
Shoji Bando (Kyoto University of Foreign Studies, Japón)
Enrica Cancelliere (Università degli Studi di Palermo, Italia)
Pierre Civil (Université Sorbonne Nouvelle-París III, Francia)
Ruth Fine (The Hebrew University-Jerusalem, Israel)
Luce López-Baralt (Universidad de Puerto Rico, Puerto Rico)
António Apolinário Lourenço (Universidade de Coimbra, Portugal)
Vibha Maurya (University of Delhi, India)
Rosa Perelmuter (University of North Carolina at Chapel Hill, Estados Unidos)
Gonzalo Pontón (Universidad Autónoma de Barcelona, España)
Francisco Rico (Universidad Autónoma de Barcelona /Real Academia Española, España)
Guillermo Serés (Universidad Autónoma de Barcelona, España)
Christoph Strosetzki (Universität Münster, Alemania)
Hélène Tropé (Université Sorbonne Nouvelle-París III, Francia)
Germán Vega García-Luengos (Universidad de Valladolid, España)
Edwin Williamson (University of Oxford, Reino Unido)
ISBN: 978-1-938795-32-9
Depósito Legal: M-10390-2017
New York, IDEA/IGAS, 2017
Prefacio ................................................................................. 9
Rolena Adorno
Carlos de Sigüenza y Góngora y las antigüedades
mexicanas ......................................................................... 11
Ignacio Arellano
Subversiones (o no) en la poesía colonial,
y la construcción crítica al margen del texto ..................... 35
Marguerite Cattan
La retórica clásica en la Instrucción
de Titu Cusi Yupanqui ...................................................... 81
Beatriz de Alba-Koch
Los indígenas en la obra de Fernández de Lizardi:
justicia, caridad y devoción ............................................... 99
Pedro M. Guibovich
Indios y libros en el virreinato del Perú ................................ 171
Gisle Selnes
El sujeto del naufragio: hombres, animales y caníbales
en los relatos de náufragos coloniales .................................... 241
Leonor M. Taiano C.
Casta, etnia y fe en Infortunios de Alonso Ramírez ................... 255
Rolena Adorno
Universidad de Yale
1
Una versión previa de este ensayo se publicó en Hispanófila, 171, 2014, pp. 11-27.
Nunca desistiré del conato que en esto pongo cuando siempre me ocupo
en investigar lo que en algún tiempo puede ser que se repute útil, supuesto
que (ignoro la causa) en investigar con curiosidad nuestras historias domés-
ticas, no sólo no hay aplicación, pero ni aun gana (Noticia cronológica, cit. por
Bryant, 1984, pp. 236, n. 5)
2 Escribe en una ocasión, sin embargo, que estaría dispuesto a emprender esa tarea
práctica: «De lo mucho que he comunicado a los Indios para saber sus cosas puedo dezir
el que me hallo con cierta ciencia de las idolatrías, supersticiones, y vanas observancias
en que oy entienden, y de que me alegrara me mandasen escribir para su remedio»
(Sigüenza y Góngora, Parayso occidental, [1684], «Prólogo al lector», fol. IXr).
5 Sigüenza y Góngora, Teatro, pp. 169-170, 172; Paz, 1997, pp. 205-206.
6 Sor Juana, «Neptuno alegórico», [1680], en Obras completas, pp. 777-810.
8 Teatro, p. 181; Noticia chronológica, cit. por Bryant, 1984, p. 236, n. 5: «En lo que toca
al ajuste de los días de nuestro calendario, que coinciden con los del mexicano, es nece-
sario más noticia, que no se puede dar si no es en mi tratado de la Ciclografía Mexicana,
si alguna vez viere la luz».
9 Carta conservada en el Departamento de Manuscritos de la Biblioteca Pública de
Nueva York, en un tomo de documentos descrito como: «Sigüenza y Góngora (Carlos),
Descripción de la Bahía de Santa María de Galve […] 1693», cit. por Leonard, 1984,
pp. 187, 195.
10 Buxó, 2002, pp. 86-87, considera el género discursivo del «subgénero» de rela-
ciones de fiestas y sus «paradigmas estético-ideológicos» que consisten en la relación de
los festejos, por un lado, y sus «fundamentos teológicos, alegóricos y literarios» por otro,
todo producido por «aquel espíritu barroco amante de armonizar a fuerza de ingenio
las luces con las sombras, lo sagrado con lo profano, lo eminente con lo ínfimo. Gusto
barroco por establecer una intelectual armonía lo mismo entre lo que tiene semejanza
y conformidad que entre lo improporcionado y disonante».
11 Esta es la única referencia, en sus obras, que Sigüenza hace a su parentesco con
el poeta andaluz. El padre jesuita, Francisco de Florencia, rector del Colegio de San
Pedro y San Pablo novohispano, «gloria de nuestra criolla nación y singularísimo amigo
mío», como declara Sigüenza (Libra astronómica, p. 250), afirma en La estrella del Norte:
«Del Don Carlos de Sigüenza y Góngora anda impreso este milagro en octavos heroicos
animados de aquel espíritu Poético, que con el sobrenombre heredó de el Mayor Poeta
de España, don Luis de Góngora, su tío» (cit. por Leonard, 1984, p. 18).
Sigüenza (1645-1700) era «hijo de Don Carlos de Sigüenza maestro que fue del
Serenísimo príncipe don Baltazar Carlos y de Doña Dionisia Suárez de Figueroa y
Góngora», según «el lib. 15 de bautismos en el Sagrario Metropolitano de México,
f128v», cit. por Leonard (1984, p. 17). Los padres del poeta andaluz Luis de Góngora
(1561-1627) eran don Francisco de Argote, un juez de bienes confiscados del Santo
Oficio, y doña Leonora de Góngora. El parentesco entre el poeta andaluz y el ma-
temático criollo es por parte de madre. Por la diferencia temporal, la madre de Luis,
Leonora, y la abuela de Carlos serían hermanas; los hijos de estas dos señoras serían
primos hermanos, o sea, Luis de Góngora sería el primo hermano de la madre de
Carlos, Dionisia Suárez de Figueroa y Góngora. Si contamos con el testimonio
del padre Florencia, nuestro intelectual criollo sería, si no un sobrino, un sobrino
segundo del poeta andaluz.
12 Góngora, Soledades, p. 157, vv. 772-782.
13 Sigüenza y Góngora, Teatro, pp. 215, 218, 222, 223, 224. El Códice Mendoza, el
Telleriano-Remensis, y el Códice Tovar son algunos de los manuscritos que le pueden ha-
ber servido de modelo. En Purchas aparecen las imágenes mendocinas de Acamapich,
Huitzihuitl, Chimalpopoca, Iztcoatl, Axacayatzin, Tizoctzin, Ahuitzotl, y Moctezuma
(Purchas, His Pilgrimes, pp. 420, 422, 423, 424, 430, 431, 433, y 436, respectivamente). Las
imágenes del Códice Ixtlilxochitl, que Sigüenza poseía, no le habrían ofrecido los modelos
iconográficos porque representa la ascendencia acolhua del cronista don Fernando de
Alva Ixtlilxochitl. Aunque More (2002, p. 66, n. 59) escribe que Escalante Gonzalbo
ha sugerido que los retratos de los reyes texcocanos del Códice Ixtlilxochitl sirvieron
de modelo para los reyes del arco de Sigüenza; no puede ser así: las pinturas del Códice
Ixtlilxochitl representan a dos señores principales y dos reyes (el cuarto y el quinto,
Nezahualcoyotl y Nezahualpilli) de Texcoco. Por consiguiente, estas cuatro pinturas no
llevan los símbolos ni los glifos personales de los reyes aztecas que en su Teatro Sigüenza
minuciosamente describe.
14 Ver Kubler y Gibson, 1951, pp. 17-18, 21; según Coe, 1991, pp. 570-571: la his-
toria azteca del Tovar fue copiada entera por el padre Acosta en el libro 7 de la Historia
natural y moral de las Indias.
duración del mando de los reyes aztecas, «solo ponen su orden y quizás
con algunas imperfecciones»15. Acosta, sin embargo, queda exento de esa
crítica, probablemente por comprender Sigüenza el cuidado con que
Acosta manejó el calendario del Códice Tovar.
Sigüenza define con precisión y esmero sus términos en náhuatl e
ilustra sus conceptos mexicanos a la vez que los dota con conceptos
consagrados por la civilización occidental16. Su serie de reyes supera
el número típicamente calculado de nueve monarcas, de Acamapich a
Moctezuma II, para incluir novedosamente, después de la muerte de
Moctezuma, a Cuitlahuatzin y a Cuauhtémoc. Igualmente novedosa
es su caracterización de Huitzilopóchtli como el fundador histórico
de la dinastía azteca17.
Como figura fundacional, Huitzilopóchtli inaugura la serie repre-
sentada en el arco. En el Códice Tovar, y en la mayoría de los escritos
misioneros de la época, es el «Ídolo principal de los mexicanos». En
Teatro Sigüenza neutraliza esta tradición negándola, pues para él, Hui-
tzilopóchtli es el «caudillo y conductor de los mexicanos en el viaje
que por su disposición emprendieron en demanda de las provincias de
Anáhuac que habitaron los toltecas» y que sólo después de su muerte lo
veneraron por dios porque «no supieron pagarlo sino con la apoteosis»
(Teatro, p. 196) . Lo encontramos excepcionalmente representado como
20 Boturini a su vez incorporó lo de los Salazar en su propia obra; ver Villella, 2012,
pp. 25-27, 34.
Bibliografía
Ignacio Arellano
GRISO. Universidad de Navarra
1 Esa competencia filológica atañe tanto a los microtextos, como a las convencio-
nes literarias y los contextos históricos y culturales más amplios. Recupero en las líneas
siguientes algunos ejemplos y comentarios de Arellano (2008 y 2010).
2 Cit. por Parodi, 2009, p. 358.
Pero ¿qué puede haber de bueno en las Indias? ¿Qué puede haber que
contente a los europeos que desta suerte dudan? Sátiros nos juzgan, trito-
nes nos presumen, que brutos del alma en vano se alientan a desmentirnos
máscaras de humanidad (Apologético, p. 17).
de vista rastreará este crítico en las octavas del poema camarguiano todo
aquello que lo separa de lo europeo, identificando lo americano por
oposición, siendo la postura más opuesta, claro está, la denuncia de la
opresión y el despojo del colonizador sobre el colonizado, ese «otro» re-
bajado y despreciado, que responde, supuestamente, con la rebelión y la
crítica. Esta obsesión político-ideológica provoca el uso de un lenguaje
crítico que acaba ocultando, en vez de revelar, el sentido del poema. Por
ejemplo, según Torres
15 Ver para este motivo relacionado con las Indias Arellano, 1992.
la comenta Torres:
Esta octava real exhibe el acusado imperialismo hispánico […] para con
la comparación del oro/espuma especificar los desmanes de los españoles
[…] Recordemos que los jesuitas (soldados de Cristo con la espada y con
la fe) fueron óptimos representantes del paradigma del Conquistador y de
la colonización en general (1995, pp. 31-32).
16 Ver Erauso, Historia de la monja alférez, Catalina de Erauso, escrita por ella misma, ed.
Á. Esteban. Uso en estos párrafos parte de Arellano, 2008b.
17 Sin que falte el juicio moral desde la perspectiva moderna: cfr. Saad, 2011, p. 24
(«obviando el pasado azteca»), p. 25 («todo lo que ha alabado en México le pertenece en
realidad a España»), p. 26 («afán desbocado por revivir el imperio español ya decadente»),
p. 27 («refleja cierto prejuicio y arrogancia de quien se cree mejor que el otro, o sea, el
indígena […] se aleja del aspecto originario de la ciudad obviando su pasado azteca»), p.
31 («Balbuena impuso el silencio que con el tiempo habría de ocasionar la pérdida de la
memoria»), p. 56 («invisibilidad a que somete el pasado indígena»)… Actitud semejante
revelan otros estudiosos como Tenorio: «Esa ciudad cosmopolita, “la ciudad más rica, /
que el mundo goza en cuanto el sol rodea” […] no me parecía ser la México que co-
nozco —claro, hay que salvar la distancia temporal de nada menos que cuatro siglos—,
no me parecía ser la México que yo quería encontrar en las páginas del poema. […]
Es así que me encontré, para decirlo de una, con la casi absoluta ausencia del indio, del
amerindio, en un poema que elabora y diseña un discurso sobre una ciudad que fuera
edificada y que estuviera habitada por él […] al negar la presencia activa del indio en
una representación de una ciudad donde la mayoría de habitantes son indios, Balbuena
realiza gestos discursivos típicos del colonizador que quiere afirmarse y ganar, no única-
mente en el mundo material sino en el imaginario. Lo que subyace en mi hipótesis son
las categorías retóricas binarias de negación, negation, y afirmación, afirmation, propuestas
por David Spurr como rasgos del discurso colonial británico, francés y estadounidense
de los siglos XIX y XX, así como el concepto de negación de coetaneidad, dennial of
coevalness, elaborado por el antropólogo holandés Johaness Fabian para dar cuenta de la
colonización discursiva que ejerce el antropólogo sobre las comunidades humanas que
convierte en su objeto de estudio» (Tenorio, M., «“Y así en ventura mía será si en el
gusto tuyo estos mis borrones…” De borraduras y afirmaciones en La grandeza mexicana
de Bernardo de Balbuena»).
18 Vuelvo a insistir en la importancia del género. La descripción satírica del soneto
recogido por Dorantes, que ya he citado («Minas sin plata, sin verdad mineros») es todo
lo contrario, y también quiere hablar del México real coetáneo, pero desde la mirada
satírica, que construye una visión opuesta a la que ofrece Balbuena. La recopilación de
Dorantes y el poema de Balbuena aparecen el mismo año: se refieren exactamente a la
misma ciudad.
19 Saad, 2011, p. 51: «México es el eslabón que une los continentes y los hemisfe-
rios, el meollo, el punto de convergencia al otro lado del Atlántico, donde se dan cita
todos los espacios que hasta entonces habían gozado de una posición privilegiada y que
ahora pierden su identidad individual para fundirse en México y formar parte global de
Oriente y Occidente».
20 Ver, por ejemplo, Fuchs y Martínez-San Miguel, 2009, que estudian más certe-
ramente esta dimensión del poema.
¿Qué significa esta octava para la editora?: una brújula para navegar
por el texto, pero que lejos de indicar el norte gira sin detenerse en
ningún punto fijo:
hay algo más profundamente escondido […] Este debate, sea lingüístico,
antropológico o filosófico [sic] no ha terminado; es mucho lo que perma-
nece aparentemente “cifrado” […] ¿Qué es lo que en realidad está cifrado
o escondido? ¿A quién o quiénes se le esconde qué? ¿La verdad? ¿Cuál?
Son muchas las posibles preguntas y respuestas y todas dependen de los ojos
que lean esta obra […] el lenguaje altamente erudito, preciosista y oscuro
del poeta se presta a un sinfín de interpretaciones […] lo cierto es que su
obra esconde o al menos obvia la brutal realidad de su presente (pp. 31, 32,
234, nota 265).
basta ricordare l’irrisione che serpeggia nei Filólogos per quella che do-
vrebbe essere la scienza cardine di ogni lettura critica per capire che Berga-
mín si muove in tutt’altra direzione […] questa fatica umile ed indispensa-
bile [la de la filología] viene considerata da Bergamín pedanteria ridicola e
dannosa […] non è interessato a ricostruire l’immaginario colletivo diautori
e spettatori dei Secoli d’oro […] Come una pianta saprofita che si alimenta
degli alberi sui cui siimpianta, Bergamín distrugge i testi che cita […] La
lettura che Bergamín fa del teatro dei Secoli d’oro ne constituisce dunque
un nuovo tradimento, dopo quelli setecenteschi, romantici, novantotteschi
[…] Sarà invece opportuno, infine, trovare la umile costanza necesaria per
entrare in questo labirinto, il coraggio di percorrerlo, misurarlo, tracciarne
le coordinate… (2009, pp. 362, 367-368).
Bibliografía
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Vidal, Hernán, Socio historia de la literatura colonial hispanoamericana: tres lecturas
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1985.
Introducción
La obra poética de impronta satírica y burlesca del poeta colonial
Juan del Valle y Caviedes (Porcuna, 1645-Lima, 1698) ofrece en sus
constantes referencias a personajes históricos y sucesos cotidianos un
retablo interesante de «sujetos coloniales» que habitaron la Ciudad de
los Reyes de Lima en las últimas dos décadas del siglo XVII1. Desde esta
perspectiva, su poesía puede comprenderse como una especie de diálo-
go que establece el poeta, a través del texto, con el espacio público2. Es-
pacio donde se hacen patentes tensiones personales y, a veces grupales,
que van a incluir a diferentes sujetos coloniales: peninsulares, criollos,
indios y esclavos africanos.
1 Los poemas de Caviedes se pueden datar, al menos gran parte de ellos, entre los
años 1680 y 1696; ver Cabanillas, 2013, pp. 43-49.
2 Característica común entre los poetas de finales del siglo XVII que se alejaban de
los modelos de los grandes poetas barrocos (Góngora, Quevedo) y que se situaban más
en camino de la época de los llamados novatores. Ver Pérez Magallón, 2002 y los diversos
trabajos de Bègue, 2006, 2007, 2008, 2010, 2013, 2014.
3 La presencia del poeta dentro del texto es importante, pues aparece como media-
dor testigo entre el discurso y la circunstancia. Como veremos más adelante, Caviedes
en sus composiciones se identifica con el yo lírico de manera patente. Así, en los poe-
mas contra los médicos de Lima, Guerras físicas, proezas medicales, hazañas de la ignorancia,
el yo poético es identificado con el autor, que se presenta como un enfermo que por
milagro se salvó de los errores de los médicos y que ahora es «juez pesquisidor» de sus
«criminales obras».
4 Para las huellas de estas circunstancias en la poesía de Caviedes ver Cabanillas,
2013, pp. 39-42. Ver también Pascual y Usó, 1994 y sobre todo Bègue, 2007, sobre las
características especiales de las academias en este periodo.
5 Cabanillas, 2009 y 2013. Todas las citas provienen de mi edición crítica de 2013.
6 Dentro del retablo de sujetos coloniales que aparecen en estos poemas se encuen-
tran también la representación de un cirujano indio: Don Lorenzo de Ulloa (poemas
núms: 10, 18, 19, 22, 37).
El poeta y su obra
Como se ha indicado, el corpus Guerras físicas, proezas medicales, haza-
ñas de la ignorancia, más allá de ser un registro satírico contra los médicos
y cirujanos «que curaban» en Lima7, interesa también por su apego a lo
circunstancial. En ellos existe una doble vertiente histórica: todos sus
personajes son reales y los sucesos, que motivan las sátiras contra ellos,
también. Algunos ejemplos:
El terremoto acaecido el 20 de octubre de 1687, que prácticamente
destruyó la ciudad de Lima, se convertirá en motivo para hablar de va-
rios médicos8:
11 Por ejemplo, Guamán Poma añade al término criollo ciertos elementos de valo-
ración de su conducta concluyendo «[… los dichos criollos son peores que mestizos y
mulatos y negros» (Nueva corónica…, II, 553).Ver el estudio de Chang-Rodríguez, 2009.
12 Lavalle, 1993 y 2000 presenta los modos de este enfrentamiento y los recursos
de los criollos para poder sacar ventaja de su posición, muchas veces en relación a su
condición de comerciantes.
13 El romance: «Carta que escribió el autor a la Monja de México, habiéndole en-
viado a pedir algunas obras de sus versos, siendo ella en esto, y en todo, el mayor ingenio
de estos siglos» (ver Cabanillas, 2013, pp. 13-22).
14 A estas alturas e interpretando bien los documentos debe dejarse de lado la idea
falsa de que Caviedes era poseedor de un «cajón» de Ribera, en la Plaza Mayor de Lima,
como tienda de baratijas; es más probable, precisamente dados los documentos, que se
tratase de un cajón de pesar metales, idea justificada por su labor minera y otras inversio-
nes. Lohmann (1990, pp. 66-67) registra que en 1692 aparece en la lista de comerciantes
obligados a pagar la alcabala.
15 En el poema núm. 22 de Guerras físicas, el poeta presenta una réplica a un infor-
me del doctor Francisco Machuca, donde éste sostenía que los indios no podían comer
pepinos por nocivos a su naturaleza. Caviedes rebate esa opinión señalando que: «lo
que es costumbre se hace, / pasando uno y otro siglo, / naturaleza en los hombres» (vv.
33-36). Idea presente ya en Aristóteles (Retórica) y que se sustenta con la teoría médica
de los humores corporales. Ver Francisco de Vallés, Controversias, en López Piñero y
Francisco Calero, 1988, pp. 419-422.
16 Como señalan Bauer y Mazzotti, 2009, pp. 1-3, esta idea se basa en dos supo-
siciones con raíces ya en la antigüedad clásica: 1) la teoría de los humores, donde los
lugares extremos afectaban la disposición fisiológica y psicológica de las personas desba-
lanceando el equilibrio humoral, 2) La proximidad a un espacio habitado por salvajes y
bárbaros. Así se proponía que el Nuevo Mundo era un lugar inhóspito para el correcto
desarrollo humano.
17 Lasarte, 2006, presume que existía en el poeta cierta simpatía por las preocu-
paciones y las quejas de los criollos. Por lo demás, para las complicadas definiciones de
criollo ver varios casos en el ya mencionado trabajo de Bauer y Mazzotti, 2009.
18 Ver para estos aspectos Cabanillas, 2013, pp. 22-36. Recientemente Terukina,
2016, se ha dedicado a este tema.
19 Ver Arellano, 2008.
20 Ideas ya expuestas en Laschober, 1978.
21 Mientras Costigan no solo desconoce las convenciones poéticas de la época, y
la eclosión de lo burlesco de la segunda mitad del siglo XVII, en Merino se percibe
el licenciado morcilla
y bachiller chiminea,
catedrático de hollín
graduado en la Noruega;
doctor de cámara obscura
del rey congo de Guinea,
cuando ha comido morcilla
que es la cámara morena; (núm. 18, vv. 13-20)
27Estas nomenclaturas (negro, negro libre, mulato, zambo, pardo, etc.) van a formar
conceptos de inclusión y exclusión alrededor de definiciones de calidad, estado y con-
dición.Ver Twinam, 2015, p. 53.
28 Ver Jouve, 2007, pp. 187-189.
Donde hay un símil entre los perros, por estar amarrados, con los
fragatones o pequeños barcos guías que dirigían —tirando con cuerdas
a los barcos más grandes al entrar a puerto. Pero también la brea, no solo
por el color, se asocia a los Utrilla; sino también porque es una referen-
cia a los castigos contra los esclavos a quienes se les echaban brea, cera
o tocino derretido sobre las heridas abiertas después de los azotes29. El
pasaje incluye una nueva mención a la casta, voz que se utilizaba por raza
(y que lleva en este contexto su identificación con lo animal: así se dife-
renciaba la raza de los perros y caballos, etc.). Además, era término usado
por los comerciantes de negros para diferenciar los grupos étnicos de
donde provenían los esclavos, y como señalamos antes, para los deriva-
dos de ellos por mixtura30. Lo vuelve a utilizar el poeta en otro poema:
Se solía enviar a amasar pan a los esclavos como castigo: en este caso,
burlescamente, dice el poeta sobre el cirujano Utrilla que en lugar de
amasar pan estaba amasando (matando) indios, ya que era cirujano en el
hospital de indios de Santa Ana. Además del juego dilógico de trigueño
relativo al trigo de la masa y el color de los indios32, puede encontrarse
en estos versos otra referencia a una condición de esclavitud.
No faltan referencias al cimarronaje. Aquí el cirujano Utrilla no
huye de sus dueños hacia el monte sino del conocimiento médico y
hace referencia explícita a una zona de huida en el camino del puerto
del Callao hacia Lima:
cimarrón de cirugía
pues, huyendo de saberla,
está en el monte de idiotas
con su boca en Bocanegra33 (núm. 18, vv. 61-64).
y al Pisco de cirugía
le echaran donde le vieran,
Los españoles que hay en ellas son pocos y divididos, pero no hacen falta.
Los indios, menos de los que fuera menester, por la disminución que han
venido […] y hay más negros de lo que cualquier moderado discurso polí-
tico permitiera, pero no dejan de ser necesarios. (cit. en Jouve, 2005, p. 21).
¿Pero quiénes eran estos Utrilla? Pedro de Utrilla el Viejo era hijo
ilegítimo del español Gregorio de Utrilla35. Nació en Lima en 1623 y
murió en 1691. En los documentos que ha encontrado Lohmann (1990,
pp. 878-880), se reconoce en 1688 «de color pardo», es decir un mula-
to36. Se presenta en 1664 como cirujano y en 1669 como bachiller. Era,
a pesar de esos grados, esclavo cautivo de la Hermandad del Hospital de
Indios de Santa Ana, aunque con ciertas libertades, como se verá luego.
A pesar de su condición de esclavo en 1673 fue investido como Ma-
yordomo de la cofradía de San Juan Bautista de la parroquia de Santa
Ana, lo que indica el ascenso social al que había llegado pese a ser escla-
vo dentro de su parroquia37. Utrilla el Viejo se casó en segundas nupcias
con una mulata libre en 1657. Lo que aseguraba que su descendencia
fuera libre, ya que la esclavitud se transmitía por vía materna38.
En 1690, cuando Utrilla estaba ya muy anciano y enfermo, solicito
escritura de horro (es decir de libertad), a la Hermandad del Hospital
de Santa Ana, que le dio autorización para poder morir libre y dispo-
ner testamento de lo que había conseguido, con la condición de seguir
trabajando en el hospital hasta el final de sus días si se recuperaba39. En
dicha solicitud también se menciona la dispensación que había recibido
de la hermandad tres décadas antes para administrar su caudal acumula-
do gracias a «su industria en el arte de la cirugía»40. Estamos pues ante el
caso de un personaje mulato que llegó a obtener ciertos recursos siendo
esclavo y cierta importancia dentro de su parroquia (en la que estaba
organizado) a través del oficio médico. Utrilla, murió el 18 de junio de
1691, dejando a su hijo como heredero del puesto de cirujano.
Su hijo, Pedro de Utrilla el Mozo. Nació en Lima en 1660. Hijo le-
gítimo del anterior y de la mulata libre Josefa María Vázquez Limón. Él
va a seguir con una serie de medidas para progresar dentro de su estado
o casta. Estas medidas estarán glosadas poéticamente por Caviedes, para
decirlo de alguna manera, y puede encontrarse, sin duda, en dicha crítica
una opinión negativa contra estas estrategias. Sospecho, por ejemplo,
que Caviedes se burla de la diferencia entre la esclavitud de Utrilla el
Viejo y la libertad de el Mozo en el poema: «Causa que se fulminó en
el Parnaso contra el doctor don Melchor Vázquez, por haberle tirado un
carabinazo a otro médico tuerto en un muladar», parodia de un proceso
legal, donde se recomienda menos ostentación y más humildad a uno de
Un cachorrito barcino
de la primera camada
le suplico que me dé,
para enseñarlo a las armas. (vv. 45-48).
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Marguerite Cattan
Manhattanville College
Campo de la retórica
Algunos críticos han hecho mención a la retórica incaica de la Ins-
trucción3. El término «retórica incaica» es en sí mismo un anacronismo,
ya que hablar de retórica alude necesariamente a la tradición grecolatina
que lo incaico, sin previo contacto occidental, no podría contener. Aún
si se acepta la utilización de «retórica» en su acepción amplia, aludir a
una «retórica incaica» significaría encontrar una expresión y estilo in-
caicos, es decir, un discurso originado a partir de una oralidad primaria4.
2 Según Julien, «Titu Cusi’s incorporation of speeches simply followed Inca “liter-
ary” models, it is also possible that these speeches reflect a kind of formalized internal
political discourse between the Inca and his advisors» (Julien, 2006, p. xx). Bauer afirma
que «[Manco Inca] speeches, as well as all the other speeches that appear in the text…
[are] a formal feature typical of Inca oral tradition, as the Inca language had no way of
indicating indirect discourse» (Bauer, 2005, p. 30). Para No la dramatización narrativa es
parte de «la oralidad discursiva expuesta por Titu Cusi con el propósito de revalorizar la
cultura oral incaica» (No, 2005, p. 89).
3 Entre los autores que han señalado rasgos incaicos están Ralph Bauer (2005) y
Catherine Julien (2006). Presentan como características incaicas: la repetición triple y
cuádruple; la simetría rítmica; los discursos directos de Manco Inca; y su aspecto repre-
sentativo teatral.
4 Culturas orales primarias son las que no han tenido contacto con ninguna forma
de escritura. Según Walter Ong (2002), el pensamiento y expresión verbal en una cul-
tura oral primaria resulta muchas veces extraño y obedece a características particulares:
aditiva, agregatoria (no analítica), redundante, tradicionalista, tono agonístico, participa-
tiva, homeostática y situacional (no abstracta).
Atahualpa y el LOGOS
El logos significa persuadir por el uso del razonamiento. Busca la co-
herencia del mensaje, la claridad de la demanda, la lógica de las razones
y la eficacia de las pruebas. La relación-discurso de Titu Cusi comien-
za apelando al logos. Un razonamiento que se irá construyendo desde
la llegada de los españoles y los motivos por los que los indígenas los
consideraron dioses, a razones tanto del comportamiento de Atahualpa
como de los españoles durante sus encuentros, hasta finalmente llegar
a una lógica del porqué los españoles procedieron a matar a Atahualpa.
Así, en la relación-discurso la narración se inicia con la llegada de los
españoles al Perú y cómo los indios al verlos llegar los creyeron dioses.
Explica a continuación que los consideraron así por tener traje y sem-
blante diferente, por llegar en animales muy grandes con pies de plata
(herraduras), porque hablaban con paños blancos (libros), porque se di-
ferenciaban mucho entre ellos con sus barbas negras y bermejas, porque
comían en plata y porque poseían truenos (arcabuces).
Desde el primer párrafo de la narración se está utilizando un razo-
namiento retórico del logos. Aquí se presentan una serie de silogismos
truncados, figura conocida como enthymeme donde una de las premisas
del silogismo queda implicada: los españoles eran diferentes, los dioses
son diferentes (premisa implicada), por tanto los consideraron dioses.
El siguiente párrafo de la relación-discurso describe el primer en-
cuentro de los españoles con Atahualpa y el incidente del libro sagra-
do arrojado al suelo por el inca. El alegato de este evento sigue un
razonamiento que justifica tal proceder. En la narración de Titu Cusi,
es Atahualpa el primero en hacer entrega de un vaso de chicha, su be-
bida sagrada, a un español quien la derrama y esto encoleriza al inca.
Así, cuando los españoles muestran a Atahualpa el texto sagrado, éste,
viéndose afrentado por el desprecio a la chicha, arroja a su vez el libro
al suelo. Está presente aquí el tópico de invención de causa y efecto, la
ofensa de los españoles trae como resultado la afrenta de Atahualpa. En
este caso el efecto ha sido un acto retributivo: ambos objetos sagrados
son por igual desacralizados por la cultura ajena.
Este incidente conlleva una secuela negativa, pues todos los espa-
ñoles cuentan lo que «habían visto y les había pasado» con Atahualpa.
Esto es una predisposición a eventos posteriores, ya que el ánimo de los
españoles está ahora preparado contra el inca.
Nuevamente los españoles se encuentran con Atahualpa en los baños
de Conoc. En esta ocasión, refiere Titu Cusi, que los españoles dicen a
Atahualpa que vienen a conocerlo por mandato de Dios y que el inca
«oyó lo que decían atendió […] y calló». Acto seguido, Atahualpa ofrece
de nuevo la chicha sagrada, pero los españoles «ni bebieron ni hicieron
caso».Viendo el inca que tan poco caso hacían de sus cosas, dijo a los es-
pañoles: «pues vosotros no hacéis de mí ni yo lo quiero hacer de vosotros».
Este diálogo directo se trata de la figura de pathos conocida como
aganactesis. Figura mediante la cual el hablante, Atahualpa, hace una ex-
clamación de gran indignación. La consecuente reacción del inca tam-
bién obedece al tópico de causa y efecto: Atahualpa se levanta enojado,
pues aunque él brinda el debido respeto y calla para escuchar la palabra
sagrada de Dios, su bebida sagrada no es respetada de la misma forma.
En este segundo intento de comunicación entre las culturas no hay un
acto de correspondencia.
Aunque los eventos que se desencadenan apelan más bien a la emo-
ción, pues los indios desarmados fueron sitiados y atacados y Atahualpa
fue apresado, éstos son consecuencia del preparado ánimo de los españo-
les. Sin embargo, el episodio siguiente retorna inmediatamente a la razón
o logos, cuando los españoles interrogan e incriminan al inca durante su
prisión. La razón se apela aquí mediante la figura de anthypophora, pues los
«¿eres tú el rey de esta tierra?» […] «¿No hay otro ninguno que lo sea
sino tú? porque nosotros sabemos que hay otro que se llama Manco Inga:
dónde está éste?»; y mi tío respondió: «en el Cuzco» […] tornaron a decir
los españoles «pues luego, ese que está en el Cuzco […] tenemos por nueva
es la cabeza principal de esta tierra, debe ser el rey»; y mi tío dijo «de ser,
sí es porque mi padre le mandó que lo fuere, pero porque es muy mozo
gobierno yo la tierra por él»; y los españoles dijeron «pues, aunque sea mozo
será justo que sepa de nuestra llegada» (p. 7)5.
5 En todos los casos cito la Instrucción por la edición de Liliana Regalado de 1992.
La ortografía del español de todos los segmentos citados ha sido modernizada.
sabido por el Marqués la traición que estaba armada para matarles […] sin
dilación ninguna mandó sacar a la plaza a Atahualpa, mi tío, y en medio de
la plaza, en un palo, sin ninguna contradicción, le dio garrote (p. 12).
tra, por ejemplo, sus nobles intenciones al mandar a su gente que «res-
petasen y tuviesen en mucho al Marqués y a los suyos y los proveyesen
de todo lo necesario».También, al brindarles apoyo ofreciendo ir en pos
del traidor Quisquis, con quien está sumamente enojado «por el amor y
afición que había cobrado a los españoles». Sólo desiste de esta persecu-
ción a solicitud de Pizarro quien le «rogaba mucho se volviese», a lo cual
Manco Inca accede «por el amor que al Marqués tenía». De regreso en
el Cuzco, Manco Inca sigue dando signos de afecto hacia los españoles
proporcionándoles buen hospedaje y decretando que su pueblo les dé
tributo para su sustentación. Si bien, esta parte de la narración presenta
algunos eventos bélicos, los intercambios entre los gobernadores son
conmovedores y llenos de pasión y los actos de Manco Inca conducen
a simpatizar con él.
Estas pruebas contrastan con el injusto maltrato que Manco Inca
recibe a cambio. Tres veces los españoles intentan dar prisión al inca y
tres veces el inca reclama ante las injustificadas razones y se lamenta de
haber confiado en ellos. El pathos aumenta con los malos tratos recibidos
durante sus encarcelamientos y crece también la solidaridad hacia el
inca. Así, se llega al clímax, durante el último intento de prisión del inca,
que resulta en su justificada rebelión.
Toda la relación de las prisiones de Manco Inca está poblada de diá-
logos entre el inca y los españoles, entre el inca y sus capitanes e inclusive
entre los españoles y los capitanes incas. A diferencia de algunos críticos
que, como mencioné, han encontrado estos parlamentos característicos
de una oralidad incaica, y por ende resultado de la autoría de Titu Cusi8,
considero que estos pasajes de la Instrucción también deben leerse dentro
de las normas de la retórica clásica. Son discursos que tienen la finali-
dad de estimular las pasiones y emociones de la audiencia, por lo que
incluyen variadas figuras de pathos. A continuación ejemplifico algunos.
En la primera ocasión en que los españoles acusan a Manco Inca
de quererse levantar contra ellos, el soberano inca responde usando la
figura denominada epiplexis:
8 Ver la nota 2.
os envía el Tecsi Viracochan?; no es posible que vosotros sois sus hijos pues
pretendéis hacer mal a quien os hace y ha hecho tanto bien […] ¿no os he
dado en este pueblo todo lo que habéis querido[?] (p. 17).
Hermanos e hijos míos: los días pasados os hice juntar […] para que vie-
res un género de nueva gente que había aportado a nuestra tierra […] os
mandé que […] les sirvieses y acatases como a mi persona misma y les die-
ses tributo […] pensando que era gente grata […] [y] según me han dado
las muestras […] no son hijos del Viracochan sino del demonio, porque me
hacen y han hecho […] obras tales, como podéis ver por vuestros ojos, que
me parece que no podéis dejar […] de recibir gran pena y congoja en ver
a mí, vuestro rey, aprisionado con prisiones y tratado de esta manera sin
merecerlo (pp. 18-19).
Hernando Pizarro dando la palabra por todos dijo así: todos estos caballe-
ros y yo hemos recibido sumo contento con la merced que nuestra merced
nos ha hecho en todo; quedamos en obligación de lo servir toda nuestra
vida y protestamos de que ahora ni en ningún tiempo […] estos caballeros
ni yo no le daremos ninguna pena (p. 23).
Tal como Pedro niega a Jesús tres veces, igualmente cegados por su
avaricia los españoles niegan su aprecio por Manco Inca tres veces.
Esta repetición de aprisionamientos incrementa la tensión de la na-
rración. Durante su segunda prisión el inca hace otro importante par-
lamento retórico:
Muy amados hijos y hermanos míos: Nunca pensé que me fuera nece-
sario haberos de hacer lo que ahora pienso, porque pensé y tuve siempre
por muy cierto que esta gente barbuda que vosotros llamáis viracochas […]
me habían de ser aviesos ni darme pena en ninguna cosa, pero ahora que
veo cómo he hallado siempre por experiencia y vosotros también habéis
visto cuán mal me han tratado y cuán mal me han agradecido lo que por
ellos he hecho, haciéndome mil befas y prendiéndome y atándome como a
perro los pies y el pescuezo, y que sobre todo después de me haber dado su
palabra que ellos conmigo y yo con ellos habernos confederado en amor y
de muerte. Todos estos detalles dan forma al buen carácter moral del
autor y contribuyen a formar el ethos de Titu Cusi.
Esta tercera parte, la narración de la vida de Titu Cusi, es la más breve
de todas. Trata, principalmente, dos aspectos fundamentales del ethos de
Titu CusiYupanqui: su voluntad de paz y su respetabilidad como cristiano.
Así, Titu Cusi refiere su buena intención hacia todas las negociacio-
nes pasadas, subrayando su deseo «que se efectuase una vez la paz» (p.
62). También refiere su buena voluntad hacia la religión cristiana reci-
biendo sacerdotes evangelizadores, bautizando a su hijo, Felipe Quispe
Tito, y también aceptando la catequización y su propio bautismo. Toda
esta narración reafirma su actuar como un buen cristiano fortaleciendo
con ello su ethos.
Aristóteles afirmaba que hay tres cosas que nos inspiran confianza
en el carácter (ethos) de un orador: su buen sentido, su buen carácter
moral y su buena voluntad. El buen sentido de Titu Cusi lo confirma
su padre al calificarlo como una persona de «gran entendimiento» y
dejarlo a cargo de su pueblo. Su buen carácter moral se establece por su
respetabilidad de acuerdo a su linaje, a la devoción a la memoria de su
padre, su humildad, su cualidad de decir la verdad y ser un buen cristia-
no. Finalmente, su buena voluntad la demuestra a través de sus deseos de
paz, conversión y sometimiento a la Corona.
Consideraciones finales
Los signos de una mediación escritural en la Instrucción se pueden
encontrar en su estilo retórico, que no sólo influye en su forma —es de-
cir, su estructura, orden y disposición de las partes— sino que también
influye en su contenido, acercando el documento a un discurso oral.
A las mismas características señaladas como incaicas por otros críticos
se les puede dar una nueva lectura dentro de las pautas retóricas. Como
hemos visto, los diálogos directos incluidos en la Instrucción presentan
figuras retóricas específicas, mayormente figuras de persuasión de pathos.
El uso del número tres es un lugar común de la cultura occidental y
cristiana. Finalmente, su aspecto representativo teatral —que no he desa-
rrollado en este artículo y que merece mencionarse— puede entenderse
como parte de la representatividad que un discurso oral debía contener.
Bibliografía
Beatriz de Alba-Koch
University of Victoria (Canadá)
Los indios, esa parte preciosa de la sociedad, que por mil títulos merecen
la consideración de los gobiernos y la protección de las leyes, ¿qué bienes
han logrado con la Independencia?, tan ignorantes y tan envilecidos están
ahora que son ciudadanos, como cuando eran esclavos del gobierno español,
y por lo que respecta a su pobreza, están en peor estado (Fernández de
Lizardi, Obras, XIII, p. 1019)1.
2Un buen análisis de este periódico lo ofrece Galván Gaytán (2009, pp. 241-258).
3Para algunas polémicas en las que se vio involucrado Lizardi respecto al «buen
gusto» y las bellas letras ver Ozuna Castañeda, 2009, pp. 88-101 y Alfaro Aguilar, 2009,
pp. 79-86. La masonería fue el tema más peligroso sobre el cual polemizó Lizardi; lo usó
para pedir la libertad de culto, costándole la excomunión.Ver Vázquez Semadeni, 2010,
pp. 55-59, 84-88 y 97.
Justicia
El tema de la justicia es, de los tres que nos ocupan, el más antiguo
del corpus lizardiano: ya en 1812, en el primer tomo de El Pensador
Mexicano presenta la insurrección como el recurso último al que acudie-
ron los indígenas para lograr justicia. Al parecer de Lizardi, fue debido
al tratamiento que recibieron durante el periodo colonial que éstos se
unieron a los insurgentes. No lo habrían hecho, afirma, si se les «hubie-
ra tratado como lo que son y no como lo que quisieron que fueran»
(Obras, III, p. 63). Entrando en detalle, Lizardi explica que los indígenas
no se habrían alzado en armas «si se les hubiera[n] concedido los privi-
legios de hombres, quitándoles exenciones de neófitos, exenciones que
les han sido terriblemente perjudiciales» (III, p. 63). Una sociedad divi-
5 Solange Alberro señala que, durante el virreinato, «[l]a abundancia del discurso
sobre el indígena traduce la importancia —y sin duda la necesidad— que el dominante
otorga al dominado, el que, por su alteridad, confirma y justifica el estatus, la acción y,
finalmente, la identidad del primero» (Alberro, 1992, p. 15).Para los lugares comunes
generados por la alteridad racial durante el periodo virreinal ver Rivero, 2010, pp. 19-
68.
Le di el tártaro, expiró y al otro día que iba a ver cómo se sentía, hallé la
casa inundada de indios, indias e inditos, que todos lloraban a la par […].
[A]penas me vieron los dolientes, cuando comenzando con un murmullo
de voces se levantó contra mi tan furioso torbellino de gritos, llamándome
ladrón y matador, que ya no me la podía acabar; y más cuando el pueblo
todo, que ahí estaba junto, […] comenzó a levantar piedras y a disparár-
melas infinitamente y con gran tino y vocería, y diciéndome en su lengua:
—Maldito seas, médico del diablo, que llevas trazas de acabar con todo el
pueblo (Obras, IX, p. 76).
nación, y hechos los indios ciudadanos, han entrado en el goce de sus dere-
chos (Obras, X, pp. 406-407)11.
no deben dormir sobre que en todos los pueblos [indígenas] haya escuelas
de primeras letras; deben desvelarse sobre que se les repartan tierras de labor,
que se establezcan en todas partes, si es posible, sociedades económicas de
amigos del país, compuestas de los pudientes de los pueblos y presididas
de los curas y alcaldes constitucionales, cuyo objeto sea promover el
fomento de la agricultura, comercio e industria en beneficio de los indios,
y finalmente que los jefes políticos y juntas provinciales estén a la mira
para que los eduquen, enseñen y atiendan los inmediatos superiores de los
pueblos (Obras, X, p. 407).
Caridad
Las representaciones lizardianas de los indígenas que menos han lla-
mado la atención son aquellas orientadas a la caridad y a la devoción.
Una figura que encontramos en varios textos de El Pensador es la del
indígena caritativo cuya conducta trasmite metonímicamente la gene-
rosidad y la benevolencia de este sector de la población. La mayoría de
las veces se trata de una mujer indígena que, siendo pobre, ayuda con lo
que puede a una persona blanca. Un primer ejemplo de la compasión
de los indígenas lo tenemos en El Periquillo.Tras una larga serie de aven-
turas, el protagonista ha llegado al extremo de su desesperación por lo
que, con el propósito de suicidarse, se dirige a orillas de la Acequia Real,
entonces a las afueras de la capital. Periquillo quiere ahorcase pero, es-
tando bajo los efectos de alcohol, falla en su intento y se queda tan pro-
fundamente dormido que no siente ni quiénes ni cuándo lo desnudan,
dejándolo en camisa. En ese estado lo encuentra una «pobre india vieja»
la cual «llena de compasión» lleva a Periquillo a su «triste jacal» donde
le da de comer y lo viste con los desechos de sus hijos que son «unos
calzones de cuero sin forro, un cotón de manta rayada y muy viejo, un
sombrero de petate y unos huaraches» (Obras, IX, p. 304)13. Periquillo
recuerda aquellas dádivas con estas palabras:
15 Para un desarrollo más extenso del quijotismo en la obra de Lizardi ver Alba-
Koch, 2010, pp. 55-66.
Devoción
En los textos de Lizardi, el tema de la devoción indígena está ligado
al guadalupanismo.16 Es significativo que a principios del siglo dieci-
nueve estén vigentes en sus escritos formas de entender las religiones
prehispánicas propias de los siglos dieciséis y diecisiete, en donde el de-
monio es visto como un agente activo (Cervantes, 1994, pp. 5-39). En
el Auto mariano de 1817, El Pensador escenifica la aparición de la Virgen
de Guadalupe, según la tradición. Juan Diego, a quien se le aparece la
Virgen, agradece a Dios haber sacado a sus antepasados «del cautiverio /
del gentilismo en que habían / tanto tiempo estado ciegos» (Obras, II, p.
40). Engaño, yerros, infamia y maldad son algunos de los términos con
los que se describen las creencias de los antiguos mexicanos. Exclama
Juan Diego:
Nuevos tiempos
Más perdurable que las representaciones de los indígenas hasta aquí
consideradas es el papel que El Pensador jugó en la creación de una nueva
retórica nacionalista en donde los indígenas ocupan un lugar central. En
sus calendarios de 1824 y 1825, incluye una sección titulada «Notas
históricas mexicanas», donde propone una serie de fechas y figuras que
se deben recordar en la nueva nación al considerar quiénes le dieron
patria. La primera fecha propuesta es la fundación del imperio mexicano,
que Lizardi ubica en 1327, le sigue su conquista por Hernán Cortés en
1521 y, a continuación, el «[p]rimer grito de Independencia [que] fue
dado por el generalísimo ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, cura del
pueblo de Dolores en 16 de julio de [1]811» (Obras, XII, pp. 551, 165-
166, 257). Aquí, de nuevo, los tres siglos de dominación española quedan
totalmente elididos, estableciéndose una continuidad entre la historia
antigua de México y el México independiente. El antes repudiado «grito
de Independencia» es ahora parte de la historia oficial. Aunque Lizardi
confunde las fechas del grito, se acopla a los nuevos tiempos incluyéndolo
como evento significativo en sus calendarios. A partir de 1824, haciendo a
un lado la alteridad étnica, Lizardi habla de los indígenas como «nuestros
padres», y quienes pasan ahora a ser los «otros» son los españoles, retórica
normalizada hasta hoy en día (XIII, p. 911).
Asimismo, Moctezuma es usado como referente para la nueva nación
que se postula como continuidad y restauración del estado mexica. Bajo
esta lógica, El Pensador se refiere al escudo nacional como «las armas
de Moctezuma» (Obras, XIX, p. 939), al trono del primer emperador
del México independiente, Agustín I, repetidas veces como el «trono
de Moctezuma» (XIII, pp. 99, 739, 841), y al emperador mismo como
«héroe del Anáhuac» (XIII, p. 99). En esta utilización de la figura de
17 Para la utilización de las figuras del pasado prehispánico por los criollos
novohispanos ver Alba-Koch, 1997.
18 Hace tiempo ya Octavio Paz hablaba en estos términos de una versión popular
de la historia de México, de tonos míticos, a la cual vemos que contribuyó Lizardi:
«México nace con el Estado azteca o aun antes; pierde su independencia en el siglo
XVI y la recobra en 1821.Según esta idea, entre el México azteca y el moderno no
sólo hay continuidad sino identidad; se trata de la misma nación y por eso se dice que
México recobra su independencia en 1821.Nueva Españaes un interregno, un paréntesis
histórico, una zona vacía en la que apenas algo sucede.Es el periodo del cautiverio de la
nación mexicana.El régimen de Moctezuma, aunque haya oprimido a todas las naciones
indias, fue un régimen nacional mientras que el virreinato fue un régimen extranjero;
de ahí que la Independencia sea una restauración» (Paz, 1982, p. 23; las cursivas son del
original).
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dío que no aparece sino en la segunda mitad del siglo XVIII, y remite a la población indí-
gena que vivía en el centro-sur de Chile a la llegada de los españoles (Boccara, 2009, p. 20).
2 Ver para este último tema Donoso y Jaque, 2010, donde quedan claros los
mecanismos, tomados a préstamo de la literatura medieval y grecolatina, que Góngora
Marmolejo utiliza para ilustrar las virtudes y defectos de los distintos gobernadores.
3 Solo a título ejemplar, en el capítulo 26 Góngora Marmolejo afirma la veracidad
del relato de una hazaña de guerra asegurando que «me hallé presente y peleé en todo lo
más de lo contenido en este libro» (Historia, p. 248). Cito siempre por mi edición crítica
publicada en Editorial Universitaria en 2016, que es versión revisada y corregida de la
publicada en Iberoamericana-Vervuert en 2010. El manuscrito de la crónica se conserva
en los fondos de la Real Academia de la Historia, en Madrid.
4 Este es quizá uno de los peores lastres que arrastran varios cronistas de la época,
por lo que es destacable que el propio Barros Arana diga de Góngora Marmolejo que
«dotado […] de un juicio recto y de una notable honradez de carácter, […] se muestra
equitativo y desapasionado en sus apreciaciones de los hombres y de los sucesos, de tal
suerte que en la mayor parte de los casos, el historiador puede aceptar sus opiniones
como la expresión de la verdad, o como algo que se le acerca mucho» (2000, tomo 2,
p. 212).
el Lautaro tocó la trompeta que traía de las que en la guerra había ganado;
después de habella tocado subió en su caballo y, puesto en medio de todos
porque le pudiesen mejor ver y oír, les comenzó a hacer una oración con
palabras recias y bravas, poniéndoles por delante la miseria y cativerio que
tenían, y que él, movido de lástima, había salido de su tierra a procuralles
libertad; y, pues vían cuán oprimidos estaban, tomasen las armas y se juntasen
todos, que con la orden que él les daría no dudasen de pelear, porque
convenía ansí para alcanzar su deseo, y que echarían a los cristianos de
toda su tierra, pues ellos eran hombres y tenían tan grandes cuerpos como
otros indios cualesquiera. Con sus pies y manos libres, ¿en qué les podían
ellos hacer ventaja? Pues todos eran unos y parientes antiguos, y que bien
habían sabido las muchas vitorias que los indios de Arauco habían tenido
de cristianos, y cómo se habían libertado con las armas, que les rogaba las
tomasen y enviasen mensajeros los unos a los otros para que todos con una
voluntad tomasen aquella guerra (Historia, pp. 224-225).
no tuviesen temor de dar otra y otra batalla, hasta morir todos; y que
cuánto mejor les era morir peleando valientemente que no verse como
aquel indio, cortadas las manos; y para más animallos andaba el indio, las
manos cortadas, por el escuadrón diciendo a todos su mal (Historia, p. 248)5.
dado sin manos para coger las armas con los dientes6, e incluso cierta
tradición lo recuerda combatiendo posteriormente con cuchillos ama-
rrados a sus muñones sangrantes. Es, como vemos, un claro símbolo de
la tozudez y bravura del pueblo mapuche, que se resistía a subsistir como
servidor del otro.
A lo largo de los casi cincuenta años que abarca este extenso proceso
de resistencia y aprendizaje, desde la muerte de Valdivia en 1553 hasta el
desastre de Curalaba en 1598, hay varios hitos más que destacar. Entre
batalla y batalla la lectura de la crónica va dejando rastro de las espanto-
sas consecuencias físicas que los golpes de las diestras manos indígenas
(macanazos, garrotazos y lanzazos entre los más comunes) producían
en los españoles, de la misma forma que describe también, con lujo de
detalles, los destructivos efectos que las balas de artillería españolas oca-
sionaban en los despavoridos indios. Lo cierto es que con el correr de
los años las armas de los indígenas van perfeccionándose7: se incorpora
el metal de las espadas y cuchillos españoles a las lanzas y flechas indí-
genas y el largo de las picas aumenta, para hacer frente en mejor forma
a los hombres montados a caballo. Asimismo, los mapuches también se
interesan por los caballos y aprenden a montar. En efecto, a contar de
la gobernación de Melchor Bravo de Sarabia, situada entre fines de la
década de 1560 y mediados de la década siguiente, empiezan a aparecer
menciones a la existencia de una diestra caballería mapuche8. El uso de
las armas de fuego, en cambio, les resultará más complejo, pero igual-
mente irán perdiéndole el temor con el paso del tiempo, y lograrán
contar entre sus filas con polvoristas cautivos o escapados de las filas
españolas que los proveerán de la vital pólvora necesaria para accionar
arcabuces y mosquetes.
Hay casos en que el ingenio del indígena suple largamente el
atraso técnico, como ocurre con una novedosa estrategia de comba-
te que los mapuches estrenan en la batalla de Marigüeñu, ocurrida
en febrero de 1554, poco tiempo después de la muerte de Pedro de
Para esta batalla hicieron los indios una invención de guerra diabólica,
que fue en unas varas largas como una lanza ataban a ellas, desde poco más
de la mitad, un bejuco torcido, que sobraba de la vara una braza y más;
esta cuerda que sobraba era un lazo que estaba abierto, y de aquellos lazos
llevaban los indios de grandes fuerzas cada uno, uno. Estos hicieron mucho
daño, porque, como andaban envueltos con los cristianos, tenían ojo en
el que más cerca llegaba y echábanle el lazo por la cabeza, que colaba a el
cuerpo, y tiraba tan valientemente, con otros que andaban juntos para efeto
de ayudalles, que lo sacaban de la silla: dando con él en tierra lo mataban a
lanzadas y golpes de porras que traían (Historia, p. 197).
Con muchos garrotes, tan largos como el brazo y menores —que de ellos
trajeron muchas cargas—, y con sus lanzas largas y arcos y grande cantidad
de flechas, armados con unos pedazos de cuero de lobo marino cudrío
y grueso, que a manera de coracinas les defendía el güeco de el cuerpo;
y platicado entre sí de la manera que pelearían, tomaron esta orden: que
hecha la palizada, cuando los cristianos viniesen a romper en ellos, pues
eran tan pocos, disparasen los garrotes a las caras de los caballos, arrojadizos;
y que siendo, como eran, muchos, dándoles tanta lluvia de palos en las caras
y cabezas, harían mucho efeto para que no osasen llegar a ellos (Historia, p.
219)9.
9 También menciona estas arteras armas Vivar, p. 154: «Y estos y los de las lanzas
llevan unos garrotes que arronjan y tiran con tan gran fuerza que si acierta alguna rodela
la hace pedazos, y si dan en brazo o pierna, lo quiebra.Y tiran tantos destos que parecen
granizos, según los arronjan espesos».
10 A este tema dedica un completo apartado González de Nájera en su texto, cuyo
Punto primero lleva por título «La guerra que hacen los indios a nuestros españoles con
la gran fortaleza de su tierra».Ver pp. 301 ss..
caminos por los que transitaban los españoles, también los ayudó en la
preparación de algunas de sus terribles armas:
[a] algunos en las plantas y en otras partes. Esto era de ordinario, hasta que
viendo que de las veces que salían fuera le herían muchos soldados, y por
otra parte los indios se ensuciaban en el agua y echaban en ella cosas muertas
porque no la bebiesen —con todo aprovechaba poco, que todavía la bebían,
saliendo a su riesgo por ella—, entendiendo los indios que dentro en el
fuerte no la debían tener, pues bebían aquella tan mala, con herramientas y
palos tostados sacaron un foso desde una quebrada, rompiendo un pedazo
de loma que estaba en medio. Con esta diligencia desangraron por allí
el charco, de tal manera que no dejaron en él agua ninguna. El capitán
Lorenzo Bernal daba y repartía el agua con orden a todos los que en el
fuerte estaban; los caballos era lástima de ver, que como no comían se
enflaquescieron mucho, sustentándose de alguna paja, dándoles con ella
juntamente a beber de dos a dos días; mas como luego reconosció el cerco
iba a lo largo, quitó el agua a los caballos, de que se comenzaron a morir
muchos; mandábalos desollar y aprovechándose de alguna carne lo demás
se enterraba, y con los cueros daba el capitán orden reparasen las paredes
de los cubos, porque no se cayesen a causa de las aguas que entraban del
invierno (Historia, pp. 310-312).
Conclusión
A partir de un texto concreto, como es el de Alonso de Góngora
Marmolejo, he pretendido en este trabajo abordar el proceso de
aprendizaje y resistencia del pueblo mapuche contra los conquistadores
españoles, un proceso que tuvo como ineludible punto de partida el
conocimiento y la desmitificación del adversario, al que se creía un ser
sobrenatural e inalcanzable. En este camino ayudó no poco al indígena
la observación paciente de las costumbres del rival y la asimilación de sus
armas, a lo que se sumó el perfeccionamiento de las propias y la invención
de diversos artilugios y estratagemas de guerra, entre los cuales destaca
la incorporación de nuevas tácticas, como la del escuadrón de relevos.
Si a esto sumamos el notable dominio del espacio geográfico que tenía
el pueblo mapuche, espacio que supieron aprovechar a la perfección, la
Bibliografía
Paul Firbas
Stony Brook University
Sin embargo, nos interesan también –sin duda— las prácticas no (propiamente) discursivas
del poder, como los ataques armados, las reducciones de pueblos, las detenciones físicas.
En este sentido, no sigo un concepto totalizante de discurso.
2 Las Casas empezó la redacción de su Historia de las Indias en 1527 y la trabajó
con más intensidad desde su regreso a España en 1547, hasta 1560-1561 (Hanke, 1965,
pp. xxii, xxx). No sabemos en qué años escribió el capítulo sobre Enriquillo, pero
termina con una referencia a sus Tratados: «Destas materias dejamos escritos, en romance
y en latín, largos tractados» (Historia de las Indias, vol. iii, p. 263). Es decir, las páginas
sobre Enriquillo pudieron redactarse (o revisarse) desde finales de los años 1540 y quizá
después de 1552-1553, cuando se publicaron los Tratados. Si consideramos que Las
Casas escribió no pocas de sus páginas en contra de la Historia general de Gonzalo
Fernández de Oviedo, podría ser revelador —como una omisión intencional— que el
fraile dominico no usara nunca la palabra cimarrón en su obra, hasta donde he podido ver.
Oviedo, en cambio, incorporó cimarrón a su vocabulario en los capítulos incluidos en la
versión ampliada en 1547 de su Historia. Las Casas conoció ese manuscrito e impidió
que llegara a la imprenta (Hanke, 1965, pp. xxii-xxiii). Sobre el proceso de escritura y
publicación de Oviedo, ver Carrillo Castillo, 2004, pp. 107-141; y sobre su visión de la
historia como cronista oficial de Indias, pp. 69-79.
3 El símil lo repite Las Casas en la misma Historia de las Indias, [lib. ii, cap. x], vol. II,
p. 240, citado también por Arrom, 1986, p. 20.
han ido al campo e son innumerables los que hay bravos o cimarrones,
que quiere decir, en la lengua de esta isla, fugitivos» (Historia general, [lib.
x, cap. ix], p. 38). Arrom entiende que «la lengua de esta isla» es la taína
y, en ese sentido, desestima que «cima» sea el étimo castellano de cimarrón
(Arrom, 1986, p. 27). Finalmente, apelando a la escritura «simarrón» (con
s) de algunos documentos de la época, conjetura que la palabra proviene
del taíno símara ‘flecha’, más el sufijo durativo –n, cuyo significado sería
«flecha despedida del arco» o fugitiva. Luego, el uso castellano asimilaría la
voz indígena a la palabra cima (Arrom, 1986, pp. 28-29)4.
Lo cierto es que hacia 1544 en Santo Domingo aparece la primera
documentación de cimarrón referida a los esclavos negros fugitivos
(Arrom, 1986, p. 25). En esos años la población nativa se había reducido
dramáticamente y estaba siendo reemplazada por la africana y, por tanto,
los indios ya no eran los protagonistas históricos del cimarronaje. Es
decir, a mediados del siglo xvi comenzó la reducción del extenso campo
semántico de cimarrón, que pasó a designar principalmente —pero no
de forma exclusiva— al esclavo africano fugitivo, con lo cual el término
quedó marcado étnicamente en los discursos imperiales que atravesaban
la geografía de Tierra Firme, el Darién y el istmo de Panamá, justamente
donde los palenques o asentamientos de cimarrones amenazaban la
circulación y el comercio entre los dos grandes océanos. Así, cimarrón se
Antonio de Sanct Miguel […] yendo con sus compañeros por las sierras
[…] topó con un indio cimarrón o bravo que andaba en cueros, e con cier-
tas varas tostadas para pelear o matar algunos puercos cimarrones o salvajes,
de los cuales hay innumerables en esta isla, de los que se han ido al monte
de los que se trujeron de España. E traía este indio en su compañía una
puerca e dos puercos mansos a él, e con aquella compañía hacía su vida e
comía e dormía entre ellos, e había doce años, o más, que andaba alzado, e
era ladino, e hablaba nuestra lengua castellana muy bien (Oviedo, Historia
general, p. 221).
7 Ver los ya clásicos trabajos de Alberto Tauro, 1948 y Luis E. Valcárcel, 1951;
también Firbas, 2013. En 2011, Isaías Lerner publicó una nueva edición de la Miscelánea.
[Las ediciones de Valcárcel y Lerner, y otros documentos, escriben el segundo apellido
del clérigo con v: Valboa].
8 En el texto de Cabello y otros documentos de la época se usa mulato para describir
a los hijos de los africanos e indios de Esmeraldas, quizá como traducción del contexto
africano-portugués. Mulato está registrado en el Diccionario español y francés de Juan
Palet (1604), definido como los hijos de blancos y negros; Covarrubias en su Tesoro
(1611) lo define como «hijo de negra y hombre blanco». En el Diccionario de Autoridades
(1734) se incluye un sentido por extensión: «aquello que es moreno en su línea».
9 Para una descripciónde esta pintura, que representa a tres mulatos de Esmeraldas
ricamente vestidos, ver Tardieu, 2006, p. 113. El lienzo se exhibe en el Museo de América
porque está tan pronto en lo que en Sevilla aprendió, como si ayer saliera
della y vídose por el tañer y cantar en una vigüela, jugar la espada y broquel,
y otras experiencias que allí hizo de su buena memoria, [porque] trata y
cuenta acaecimientos de su tiempo con tanta certeza que es de admiración;
en lo demás, él es tan ladino como se puede creer del que nació en casa
de españoles en Cabo Verde y se crió en Sevilla entre ellos hasta la edad de
veinte y cinco años… (Verdadera descripción, pp. 43-44).
y campaces (de la Sierra de Campas), estos últimos se opusieron a Illescas y su gente. Era
zona de indios guerreros y hostiles a los españoles, particularmente los malabas (Alcina
Franch, 2001, pp. 17-19). Antes del desembarco de Illescas, otros grupos africanos habían
también fugado en la zona, en la Bahía de San Mateo, liderados por Andrés Mangache,
hacia 1540 (Alcina Franch, 2001, p. 21).Ver también Firbas, 2013, pp. 86 y 87.
La palabra clave de esta cita quedó borrada por una mala lectura de
la edición de1945 —repetida en la reedición del 2011—, con lo cual se
perdía una referencia importante de la trayectoria de Gonzalo de Ávila:
tangomão. Esta palabra conecta el contexto cimarrón americano con la
cultura transatlántica imperial. El error de las ediciones nos alerta de la
importancia del mundo portugués en los textos coloniales castellanos,
particularmente sudamericanos.
Frederick Bowser explica que los tangomãos eran aventureros
vinculados a la trata de esclavos en Guinea, establecidos en los puertos
(1974, p.75). Según C. R. Boxer, eran exiliados, fugitivos o desterrados,
generalmente mulatos (1952, p. 229). Recordemos que también en
la citada carta de Caminha de 1500 se narran los intentos oficiales
portugueses de liberar presidiarios, conocidos como degredados, en tierras
20 Ver el estudio de Juan Friede (1959) sobre la censura española de obras de tema
americano en el siglo XVI, donde traza la trayectoria del manuscrito de la Recopilación
historial. Ver también la introducción a su edición crítica de dicha crónica (1956).
Aguado reconoce que su Recopilación incorpora material de fray Antonio Medrano,
compañero de su orden, y que se basa principalmente en relatos de testigos presenciales
(Friede 1957, p. 39). Aguado llegó a América en 1562 y no se conoce la fecha de arribo
de Medrano. Los capítulos sobre Orsúa y los cimarrones, que Friede clasifica como
«historias escritas aparte» (1956, p. 58), habrían sido los últimos en redactarse, pero
no sabemos cuándo fueron incorporados al manuscrito final que Aguado presentó en
España en 1575. Después de esa fecha, hasta 1581, el manuscrito sufrió modificaciones
de los censores del Consejo de Indias y de Castilla. Aunque el manuscrito lleva varios
títulos, Friede estima que «Recopilación historial» es el que mejor describe su carácter:
«unión de libros sueltos y monografías de ciudades, escritas en épocas diferentes y
reunidas después en un solo volumen» (1956, p. 44).
21 Los documentos ofrecen variantes de escritura y algún matiz fonético: Ballano,
Vallano, Bayamo, etc.Ver Tardieu 2009, cap. 2.
22Aguado parece sugerir una otredad extrema. Los cimarrones se negaban a aceptar
la muerte cristiana porque, explica el fraile, muriendo en su fe creían que sus espíritus
viajarían hasta sus tierras para convocar a otros guerreros y destruir así los pueblos
castellanos (Recopilación, p. 111).
23 La carta del jesuita español José de Acosta que se conoce bajo el nombre de
«Peregrinación de Bartolomé Lorenzo» se escribió como un texto de circulación interna
en la Compañía de Jesús. Fue publicada por vez primera en Madrid en 1666, incluida
en el extenso proyecto de Varones ilustres de la Compañía de Jesús, editado por los padres
Juan Eusebio Nieremberg, Alonso de Andrade y José Cassani (Madrid, 1643-1736).
Puede leerse en el volumen de Obras (Madrid, 1954, pp. 304-320) de Acosta editado
por Francisco Mateos, con un excelente estudio. José Juan Arrom preparó una edición
de Peregrinación de Bartolomé Lorenzo (Lima, 1586), con prólogo de Antonio Cornejo
Polar, donde enfatizaba el carácter ficcional de la narración de Acosta. Aquí cito por el
tomo IV de la segunda edición de Varones ilustres de la Compañía de Jesús (Bilbao, 1889).
En su famosa Historia natural y moral de las Indias (1590), Acosta utiliza el testimonio de
Lorenzo como información de primera mano sobre la naturaleza americana.
24 Para una visión amplia del fenómeno del cimarronaje, ver Price, 1996, y Tardieu,
2009.
25 Garcilaso agrega que cimarrón es voz de las Islas de Barlovento.Ver además la nota
de Ángel Rosenblat en su edición de la Historia general del Perú (1944) tomo III, pp.
269-270. Cuando Lope de Vega usa el término en La Dragontea, también lo explica: «…
esclavos a sus dueños forajidos / llamados en las Indias cimarrones» (canto I, octava 49).
En cambio, Miramontes Zuázola en Armas antárticas usa la palabra sin necesidad definirla
(canto III, octava 277). Para la presencia importante del imaginario cimarrón en la
poesía épica americana —que aquí no desarrollo— ver Firbas, 2006, pp. 91-101 y 242.
26 Garcilaso también se refiere Atahualpa como «el pobre Inca» (Comentarios reales,
[lib. iv, cap. iv], t. I, p. 191), porque, aunque tirano, su final fue indigno de su condición
noble. Aguado narra con mucho detalle el proceso de captura y las negociaciones entre
los hombres de Orsúa y Bayano, donde los españoles engañaron («por industria caute-
losa») con venenos y cuchillos ocultos a los cimarrones (Recopilación, pp. 127-132). La
captura de Bayano no resolvió la tensión en la zona ni los asaltos en los caminos.
27 La bibliografía sobre Guamán Poma es extensa.Ver Adorno, 2007, cap. 2, y sobre
los indios ladinos, Adorno, 1991.
28 En su Tesoro, Covarrubias define ausentarse como «partirse uno del lugar adonde
comúnmente reside».
29 No está claro si Guamán Poma vacila entre las formas guaguamundo y vagamundo
o si la primera es una variante que se conecta con la palabra quechua guagua (wawa),
‘niño’, lo que resaltaría el carácter de orfandad (wakcha) que les atribuye a ciertos
indios ausentes. Por otro lado, aunque existió movilidad humana durante el período
prehispánico, esta estaba regulada por el Estado, como en el caso de los mitmas o mitimaes
(colonos que mantenían su identidad étnica) y trabajadores temporales (Espinoza
Soriano 1982, p. 421). El Inca Garcilaso aclara que los indios caminantes no lo hacían
diré aserca del rrecogimiento de los yndios ausentes, los cuales son de
tres maneras: El primero son cimarrones guagamundos, otros son foras-
teros, otros son güérfanos. El primero son cimarrones guaguamundos
son ellos mismos que ellos les llama quita suua [ladrones huidizos], poma
ranra [bandillas de pumas], choqui aquilla [¿vasija de oro?] {…} El segun-
do, los ausentes, los perciguidos con trauajos y ocupaciones y agrauiados
en sus personas, en su haziendas y mugeres y hijos de los dichos corre-
gidores, padres, comenderos, caciques principales destos rreynos {…}
por negocio propio ni por gusto sino «solo por orden del Rey [Inca] o de los curacas»;
ni tampoco se permitía que mudaran el traje propio de su comunidad (Comentarios
reales, [lib. v, cap. ix], t. I, p. 242).
El tersero, los dichos güérfanos indios, indias, les sacan de sus pueblos para
sus criados y muchachos y chinaconas, ama, el corregidor, padre, comendero,
escriuano, tiniente, mayo[r]domo (Nueva corónica, pp. 903-904 [986])30.
30 Mis intervenciones van con llaves {}, porque los corchetes son del editor
del impreso.
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Yo prometo a todos los que este libro tuvieren, que hallarán tanto pro-
vecho sus ánimas en pasarle y buscar sus doctrinas, como daño sus cuerpos
en pasar los mares por oro de las Indias. Pero yo adivino dende agora que
habrá más corazones desterrados en la India del oro que ojos empleados en
leer la obra de este libro («Argumento»; Libro áureo, p. 18)2.
2Esta condena del oro tiene una larga trayectoria en Occidente. Oviedo en su
Historia se hace eco de esta representación negativa de la riqueza (Libro XLVII, Capítulo
V, p. 143), donde sigue a Plinio (Historia natural, Libro II, capítulo LV). En la misma
línea podemos citar las palabras del hijo del cacique Comogro, que reprocha a los
conquistadores su mucha ambición por el oro, recreadas por Mártir de Anglería en la
«Década segunda», capítulo III de sus Décadas del Nuevo Mundo (pp. 117-119). Jáuregui
ha comparado al Mileno de Guevara con este cacique americano (Jáuregui, 2008, p. 76).
Esta caracterización negativa del oro de Indias nos muestra que Gue-
vara anticipa un sentimiento que John Elliott identifica en la Península a
fines del siglo XVI y sobre todo durante el siglo XVII y que revela cierta
decepción con respecto a una conquista que ofrece tesoros fabulosos pero
que no resuelve las dificultades de la nación (Elliott, 2009, pp. 131-148).
Como la versión del Relox se sitúa al interior del libro en una sec-
ción en la que abundan las críticas a la administración colonial roma-
na, pensamos que Enríquez de Guzmán, que reelabora el episodio en
un contexto andino, debía haber conocido precisamente esta versión
ampliada (la del Relox) antes que la otra. La razón es que su versión al
interior del Libro de la vida y costumbres aparece precisamente cuando se
ocupa de las injusticias y excesos de Hernando Pizarro.
Volviendo a la descripción del «salvaje», alguna vez el vello de Mile-
no ha sido tomado como pauta interpretativa. Un Mileno lampiño in-
vitaba a identificarlo con los habitantes del Nuevo Mundo pero, cuando
en una segunda versión este mismo personaje era descrito cubierto «de
vello como oso» era razonable pensar que Guevara trataba de evitar esa
asociación con el mundo americano. Con todo, pensamos que existe
una razón muy importante por parte de Guevara para hacer de Mileno
un germano. En mayo de 1527 a Carlos V no le preocupaban tanto las
polémicas sobre la licitud de la conquista como su imagen y la salva-
guarda de sus intereses en el contexto europeo. En efecto, entre la redac-
ción del Libro áureo (fechada por Foulché-Delbosc entre 1518 y 1524)
y la aparición de la versión ampliada y enmendada del Relox en 1529,
ocurrió un hecho muy sonado: el saco de Roma, al cual el entorno de
Carlos V se apresuró a dar explicación e incluso justificación3.
Como sugiere David Lupher en su libro Romans in a New World, las
críticas al Imperio Romano pueden muy bien entenderse en el contex-
to de una justificación del saco de Roma, llevado a cabo por las tropas
imperiales conformadas por españoles y mercenarios alemanes (Lupher,
3 Los datos conocidos sobre la obra de Guevara se pueden resumir así: La redacción
del Libro áureo habría empezado hacia 1518. En 1524, estando Carlos V convaleciente,
habría pedido a Guevara o recibido de éste una copia del mismo. Una primera edición,
sin el nombre de Guevara, apareció en Sevilla, en febrero de 1528, en las prensas de
Jacobo Cromberger. Al final de ese mismo año, Guevara edita una versión digamos
oficial con el impresor valenciano Juan Joffre. Sin embargo, ya en abril de 1529 sale en
Valladolid en las prensas de Nicolás Tierri la versión corregida y aumentada con el título
Libro llamado relox de príncipes en el cual va incorporado el muy famoso libro de Marco Aurelio.
(Foulché-Delbosc, 1929, pp. 1-2;Vosters, 2008, pp. 19-20).
2003, pp. 54-55). Después de todo, los Austria, que podrían sentirse en
casa en las orillas del Danubio, verían en Mileno a un paisano al tiempo
que una imagen de una Roma tirana de alguna manera hacía ver como
justa la caída de esa ciudad4. Recordemos que Mileno no solo ha de-
nunciado las crueldades de una mala administración colonial, ha anun-
ciado, además, que la soberbia Roma iba a recibir llegado el momento
un castigo por sus excesos.Vemos entonces que Guevara no necesaria-
mente modifica el sentido de su obra; más bien introduce una nueva
posibilidad interpretativa: la plática del villano sirve también como una
profecía del saco de Roma.
De otro lado, esto no es suficiente para descartar una mirada crítica
sobre el proceso de conquista. Recordemos que a la muerte de Pedro
Mártir de Anglería, en octubre de 1526, Guevara se convierte en el
heredero del cargo de cronista y recibe, por orden real, los documen-
tos con los que venía trabajando el humanista italiano5. Pedro Mártir
trabajaba en una historia del Nuevo Mundo al momento de morir.
Guevara tuvo que haberse enterado de este proyecto; además de oír
mucho sobre el tema estando como estaba en la corte desde los años de
los Reyes Católicos. Aunque Guevara nunca llevó a cabo este proyecto
y jamás mostró un interés concreto en el Nuevo Mundo, puede decirse
que le interesaba América como imagen, como un motivo sobre el cual
construir un discurso ejemplar. «Las Indias del Oro», como las llamaba,
se erigen en un ejemplo contra la codicia.Y es precisamente la codicia
lo que hace insostenible el orden colonial que Mileno denuncia. Pero,
notemos bien, la denuncia no condena el colonialismo, sino sus excesos.
Es, por tanto, una denuncia que camina por los cauces adecuados. Des-
pués de todo, en la obra de Guevara el discurso de Marco Aurelio valida
el de Mileno.Y no será muy diferente lo que ocurra con las adaptacio-
nes de este pasaje que encontramos en suelo americano.
La relación entre el episodio de «El villano del Danubio» y la colo-
nización de América no debe centrarse, pues, en la descripción de Mi-
leno sino en el contenido mismo del episodio como lo demuestran las
adaptaciones hechas en el Nuevo Mundo. Estas por cierto no son una
novedad puesto que este tipo de anécdota —la del rústico que defiende
6 Vosters, 2008, pp. 24-25. Redondo ofrece un profundo análisis del episodio del
villano y sus relaciones con la colonización de América (Redondo, 1976, pp. 661-690).
7 Redondo se inclina por esta segunda opción (Redondo, 1976, pp. 501n y 662n).
8
Oviedo escribe a la distancia, aunque con materiales muy confiables puesto que
un hijo suyo era parte de la expedición que se topó con el indio elocuente.
9 Sobre la peculiar relación que establece Enríquez de Guzmán con sus fuentes ver
Gastañaga, 2011, pp. 70-81.
La gente es bárbara; hay mucha. Es muy temerosa que les hagan mal ni
daño. Es muy ingeniosa. Tienen y hacen muchas ropas de diversas maneras.
Hay colores hermosas de lanas de ovejas y de pluma y de oro y plata tira-
da; y deste metal, grandes vajillas labradas; muchas pieles y aforros galanes
y provechosas para el frío, el cual es tan grande que es un frío pintado el
de Burgos y aun el de Alemania. Estos aforros son de lana de las dichas
ovejas, las cuales son grandes e de carga. Dómanlas como allá hacemos. Las
bestias llevan cuatro arrobas de peso; andan muy llano. Los carneros llevan
algo más. Hay tigres y leones y lagartos muy grandes. (Tienen sus hijas en
monesterios encerrados, guardando su virginidad las que no han de ser
casadas. No adoran sino al sol.) Hay puercos monteses con el ombligo en el
espinazo. Hay venados (p. 139a).
11 Oviedo inicia su Historia con una «Epístola dedicatoria» dirigida a fray García
Jofré de Loayza, confesor del rey y presidente del Consejo Real de Indias. En ella le pide
al religioso que su obra sea «notificada a César».
Mileno: «ha sido tan grande vuestra codicia de tomar bienes ajenos, y
fue tan desordenada vuestra soberbia de mandar en tierras estrañas, que ni
la mar nos pudo valer en sus abismos, ni la tierra nos pudo asegurar en sus
campos» (Relox, III, iii; pp. 700-701).
Manco Inca: «fueron ocasion que entracen en nuestra tierra estos barbu-
dos, siendo la suya tan lejana de ella» (Cieza, Crónica del Perú, p. 344).
Mileno: «Yo veo que todos aborrecen la soberbia y ninguno sigue la
mansedumbre; todos condenan el adulterio y ninguno veo continente; to-
dos maldicen la intemperanza y a ninguno veo templado; todos loan la
paciencia y a ninguno veo sufrido; todos reniegan de la pereza y a todos veo
que huelgan; todos blasfeman de la avaricia y a todos veo que roban. Una
cosa digo, y no sin lágrimas la digo públicamente en este Senado, y es que
con la lengua todos los más blasonan de las virtudes, y después con todos
sus miembros sirven a los vicios» (Relox, III, iii; p. 703).
Manco Inca: «Predican uno y hacen otro, todas las amonestaciones que
nos hacen lo obran ellos al revés» (Cieza, Crónica del Perú, p. 345).
Mileno: «¿Por ventura destruimos vuestros ejércitos, tajamos vuestros
campos, saqueamos vuestros pueblos, dimos favor a vuestros enemigos, para
que por ocasión de vengar estas injurias destruyésedes a nuestras tierras?»
(Relox, III, iv; p. 704).
Manco Inca: «Pregunto(os) yo: ¿dónde los conocimos, qué les debemos o
a cuál injuriamos para que con estos caballos y hierro nos hayan hecho tan
cruel guerra?» (Cieza, Crónica del Perú, p. 345).
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entrenaron a los hijos de los notables para enseñar a los otros pobladores
andinos (Charles, 2010, pp. 18-19).
1 «Tengan por muy encomendadas las escuelas de los muchachos los curas de
indios, y en ellas se enseñen a leer y escrevir y lo demás, y principalmente que se abecen
a entender y hablar nuestra lengua española» (Bartra, 1982, p. 80).
todos los días hace que los muchachos se junten a la doctrina y en los
miércoles, viernes y domingos el mismo por su persona les enseña la
doctrina, les dise misa y predica el santo evangelio sin faltar a ello, y con
todo cuidado procura que haya escuela como hay, donde aprenden a leer y
cantar para el servicio de la iglesia y tiene su maestro para el dicho efecto3.
segundo lo tiene en su casa a expensas suyas para solo que enseñe a los
muchachos a cantar5.
población nativa. Con seguridad debieron ser las mismas que se usaron
para la población no nativa, las cuales se publicaron en Lima en grandes
cantidades y que, dada su gran demanda en el mercado, generaron
enormes ganancias e intereses comerciales entre los impresores locales,
y, en consecuencia, no pocos conflictos entre ellos por el control de su
producción (Vargas Ugarte, 1953, pp. XXXIV-XXXVIII). El intenso
uso de tales cartillas debió ser la causa de su desaparición; mas no es el
caso de los libros.
6 AAL. Testamentos, leg. 21, exp. 5A; y Capítulos, leg. 11, exp.1.
7 Debo este dato a John Charles.
8
«Cuaderno de guías de los efectos de uso internados en el Cuzco». Año 1777.
Archivo General de la Nación (AGN). Real Aduana del Cuzco, leg. 162, cuaderno 18.
Este documento fue dado a conocer por Cárdenas, 1980.
los libros que tratan de cosas profanas o cuentan o enseñan cosas lascivas
y deshonestas, pues se ha de tener quenta no solo con lo que perjudica a
la fe, sino también con lo que empece a las buenas costumbres, como de
ordinario lo haze el leer semejantes libros, y así los que los tuvieren sean
con rigor castigados por los obispos (Bartra, 1982, p. 103).
tener sínodo, más de las obvenciones y derechos que llevan de los intieros,
casamientos y bautismos a los naturales»; y añadieron que todo lo actuado
por los dominicos era «contra el derecho», porque a los indígenas no les
correspondía el mantenimiento de los frailes doctrineros. Señalaban que
los frailes habían impuesto tales demandas aduciendo que no recibían el
sínodo de la corona; y que tal situación había durado muchos años hasta
que Juan Sarmiento de Vivero visitó el pueblo. Entonces el visitador
reconoció la irregularidad de las demandas de los dominicos, y acto
seguido expulsó al dominico Luis Gutiérrez, una vez que supo de los
agravios que había cometido contra los indios, y ordenó a los curas
doctrineros cumplir con sus obligaciones. Los indígenas solicitaban,
en consideración a todo lo anterior, que el arzobispo mandase que
no haya otro doctrinero que el que tenían porque «los pueblos se han
despoblado huyendo de los rigores de los padres doctrineros». Una vez
presentada la petición, el arzobispo pidió el parecer de Juan Sarmiento
de Vivero. El 13 de setiembre de 1661, Sarmiento de Vivero presentó
su informe, por el que declaró que Allauca era una doctrina «intrusa»
y que se reintegrase el pueblo de Allauca y los demás pueblos a sus
cabeceras. Asimismo, confirmó lo dicho por las autoridades nativas12. No
sabemos cual fue la conclusión del caso, pero todo parece indicar que
los indios finalmente obtuvieron lo que pedían. Esta, como tantas otras
demandas similares, muestra el nivel de cultura jurídica de los indios y
su conocimiento del «derecho», esto es, de la legislación eclesiástica que
los protegía.
El acceso a la cultura letrada europea sin duda proveyó a los miembros
de la élite indígena de las herramientas para defender sus derechos. Los
curacas que asistieron a los colegios regentados por la Compañía de
Jesús, según John Charles, usaron su conocimiento del derecho español,
no siempre para servir las agendas colonizadoras (2014, p. 62). En 1665,
el ya mencionado Sarmiento de Vivero tuvo que enfrentar tres causas
judiciales iniciadas por igual número de líderes étnicos, todos exalumnos
de los jesuitas —Rodrigo de Guzmán Rupay Chagua, gobernador
de Huamantanga; Francisco Gamarra, segunda persona en Iguari;
y Cristóbal Carhuachín Pariasca, curaca de San Juan de Lampián—,
quienes lo acusaron de infringir castigos y cometer extorsiones cuando
llevó a cabo sus visitas en las áreas de Checras y Canta (Charles, 2014,
p. 73).
Conclusiones
En este texto he tratado acerca de la circulación y consumo de los
libros entre los miembros de la población nativa. Se trata de una primera
aproximación a un tema complejo de abordar dada la escasez y dispersión
de las fuentes documentales. A pesar de ello, se puede concluir, a partir
de la información proveniente de expedientes eclesiásticos y registros
notariales así como de las fuentes literarias, que fueron las élites las
que estuvieron más familiarizadas con la cultura del impreso; y, junto
con ellas, los asistentes de los doctrineros que servían las numerosas
doctrinas o parroquias rurales existentes en el virreinato peruano. Las
diferentes formas de alfabetización existentes en las ciudades y áreas
rurales posibilitaron la conversión de no pocos pobladores indígenas,
hombres y mujeres, en lectores de la literatura, principalmente religiosa,
producida en las imprentas europeas y locales. La apropiación de los
textos si bien favoreció la conversión al cristianismo, también nutrió las
agendas políticas y sociales de los pobladores andinos y, de esta manera,
entraron en conflicto con las prácticas y discursos de los colonizadores. La
historia del libro en el mundo colonial es un tema fascinante de explorar
por las dimensiones sociales y políticas de las misma. Sin embargo, es
un campo todavía poco estudiado, en el cual aun queda mucho por
hacer. Tengo la certeza que futuras investigaciones en los repositorios
documentales existentes en las ciudades de Cuzco, Arequipa, Trujillo
y Huamanga, enriquecerán considerablemente nuestro conocimiento
acerca del universo de lectores y usuarios del libro que componía la
República de las letras en el Perú colonial.
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entre Hurin y Hanan, nombra al mítico Manco Capac, pero solo admite
en total siete, fundiendo a Inca Yupanqui y a Topa Inca en uno solo; lo
que también repite Román y Zamora, pero para incorporar la mención
bicápite de los dos últimos fratricidas, Huáscar y Atahualpa6.
El punto de mayor controversia compete, sin embargo, a aquel
rey al que Garcilaso atribuye lo que otros reservan para Pachacuti,
porque —según él explica— «trocan» y confunden los nombres, como
ocurre con el episodio de la guerra contra los chancas o con la aparición
en sueños del dios Sol para exhortarle y alentarle en dicha batalla. Se trata
del Inca Viracocha, de cuya momia cree el escritor haberse despedido
antes de venirse a España con veinte años.
De este Inca, sin embargo, que nadaba en la abundancia «porque
robó mucho» y se hacía labrar vasijas en oro y plata, cuenta Sarmiento
de Gamboa que fue sepultado en Caquia Xaquixahuana:
la capaccuna de reyes incas simultaneaba los nombres de dos regentes. Pero es Duviols
(1979) el que estudia sus implicaciones apoyándose además en Polo de Ondegardo. Para
él, la idea de un poder dual resultaría más congruente con la realidad histórica.
6 El listado pormenorizado queda entonces del modo siguiente: para Betanzos
(1551), los reyes incas son Manco Capac, Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, Capac
Yupanqui, Mayta Capac, Inca Roca, Yahuarhuacac, Viracocha Inca, Pachacuti Inca
Yupanqui, Yamque Yupanqui, Topa Ynca, Huayna Capac, Huascar, Atahualpa, Tupac
Huallpa, Mango Ynca, Sayri Tupac.
Cieza de León (1553-57), en la segunda parte de su crónica, contempla los nombres
de Manco Capac, Sinchi Roca, Lloque Yupanqui, Mayta Capac, Capac Yupanqui, Inca
Roca, Inca Yupanqui, Viracocha Inca, Inca Urco, Inca Yupanqui, Topa Inca, Huayna
Capac, Huascar.
José de Acosta, hacia 1590, admite a Mangocapa, Inga Roca, Yahuarhuaque,
Viracocha Inca, Pachacuti, Topa Inca, Huaynacapa.
Jerónimo Román y Zamora enumera a Ayar Mango, Sinchi Roca, Lluque Yupanqui,
Mayta Capac, Capac Yupanqui, Inga Roca, Yahuar Huaca, Viracocha Inga, Pachacuti Inca
Yupanqui,Topa Inca, Huayna Capac, Huascar y Atahualpa (Ver Bernand, 2006, pp. 329-330).
en trazar las líneas básicas del «Origen y sucesión de los Incas», lo que
le obliga a arramplar con narración, caracterización y anecdotario
para concentrarse en cuestiones de nomenclatura, toponimia, léxico o
de simple crematística. Los 24 quilates de oro «finísimo» que se puede
recoger en Callahuaya, ganada para el imperio por Sinchi Roca, o bien
su presencia dorada y constatable a partir de las acciones de los reyes en
el episodio, por ejemplo, de la gruesa cadena de Huascar, es marcada en el
resumen entre la multitud de otros detalles que, en cambio, se suprimen12.
En otro momento, la penosa sombra de relato en que Ávila minimiza
la argumentación natural con que Tupac Inca Yupanqui vislumbra la
existencia de una deidad superior, ya que «el sol no era ni podía ser
supremo señor porque siempre andaba»13, permite medir la brutalidad
del trabajo infringido, que nunca se explaya en comentarios sobre lo
que vierte. Tampoco se proporcionan indicios de la función a la que
este esquema reductor debía servir, ni una sola mención jugosa que deje
pensar lo que de él se esperaba. Quizá son los apuntes para una historia
personal y nunca culminada de la región andina, un guión de utilidad
pedagógica y pastoral o una inmersión rápida en el oscuro pasado que
pretende evangelizar y convertir. El sumario es demasiado simplificador y
apenas encontramos una huella de su sentido en los sermones que el padre
Francisco de Ávila pronunciara en su diócesis de Huánuco y reuniese en
lectores europeos en la época, ávidos lectores, y viene a confirmar que, ciertamente esta
obra debió de ser tan frecuentada por los aborígenes como para considerarla peligrosa»
(Navarro Gala, comunicación personal).
12 El Inca Garcilaso explica que Sinchi Roca, según algunos indios «[…] no ganó
más que hasta Chuncara […] otros dicen que pasó mucho más adelante, y ganó otros
muchos pueblos y naciones […] y que a la parte de los Antis ganó hasta el rio llamado
Callahuaya (donde se cría el oro finísimo que pretende pasar de los veinticuatro quilates
de su ley» (Comentarios reales, II, 16).Y Ávila o su copista reducen todo a la frase: «Este
ganó a Callahuaya, donde se coge el rico oro» (61v). Más drástica es aún la reducción
del episodio de la cadena: «Rey Inca Huaynacapac. Este mandó hacer la cadena de oro
para el día que se destetase a Huáscar Inca, hijo que le había nacido. Tenía esta cadena
350 pasos de largo, que son 700 pies y era grueso cada eslabón como la muñeca» (63r).
13 Ávila, «Resumen de los Comentarios reales», 63r. En cambio, el relato en la voz del
Inca cuenta que este Topac Inca Yupanqui coligió cómo el sol no podía ser el origen de
todas las cosas y que había alguien superior al que servía: «Muchos dicen que el Sol vive
y que es el hacedor de todas las cosas, conviene que el que hace alguna cosa asista a la
cosa que hace, pero muchas cosas se hacen estando el Sol ausente; luego no es el hacedor
de todas las cosas.Y que no vive se colige de que dando siempre vueltas no se cansa. Si
fuera cosa viva, se cansará como nosotros, o si fuera libre, llegara a visitar otras partes del
Cielo a donde nunca jamás se llega» (Comentarios reales, VIII, 1).
Si vierais venir todos los Ingas que mandaron esta tierra, que
fueron Manccocapacc, Sinchirocca, Lloqque Yupanqui, Mayttaccapac,
Ccapacyupanqui, Incarocca, Inca Viracocha, Pachacutec, Incayupanqui,
Huaynacapacc, […] ¿qué dijérais? Pues todos estos han de resucitar aquel
día (Ávila, Tratado de los Evangelios, I, 21, s.p.).
Ávila ignora, por tanto, las razones del destierro del príncipe, el
enfrentamiento con su padre, omite la enfermedad que padece, el triunfo
14 «El melancólico, que con su frialdad y sequedad está pensativo, triste, descontento,
y huélgase con la soledad, haga ejercicio y con éste, el calor incitado consumirá la
frialdad.Y siempre en él hay humedad, porque hay sudor; y la sequedad se dispondrá de
manera que no haya tanta, y mudarse ha la complexión. […] Es verdad, sin duda, que
para esta enfermedad que agora se usa, que pocas veces en los antiguos se hallaba, que se
dice monarchía o melancolías, el ejercicio moderado con sus condiciones, yo no hallo
para ella mejor medicina». (Méndez, Libro del ejercicio corporal…, fols. XXIIIr y XXIIv).
Alonso de Santa Cruz también receta parecidos remedios.
15 Para el estudio de Huarte de San Juan y su diagnóstico de la melancolía, ver
especialmente Serés, 1989 y Müller, 2002.
16 De la melancolía adusta, dice en efecto Huarte de San Juan: «[…] hay dos
géneros de melancolía. Una natural, que es la hez de la sangre, cuyo temperamento
es frialdad y sequedad con muy gruesa sustancia, ésta no vale nada para el ingenio,
antes hace los hombres necios, torpes y risueños porque carecen de imaginativa. Y la
que se llama atra bilis o cólera adusta, de la cual dijo Aristóteles que hace los hombres
sapientísimos, cuyo temperamento es vario como el del vinagre: unas veces hace efectos
de calor, fomentando la tierra, y otras enfría; pero siempre es seco y de sustancia muy
delicada» (Examen de ingenios, p. 372).
[…] con el mal agüero de su nombre y los pronósticos que cada día
echaban sobre él estaba temeroso de algún mal suceso y no osaba tentar
fortuna por no irritar la ira de su padre el sol, no le enviase algún grave
castigo. Con este miedo vivió algunos años […]. [Pero] No se atrevió a
hacer la conquista por su persona, aunque lo deseó mucho. Más nunca se
determinó a ir porque su mal agüero en las cosas de la guerra lo traía sobre
olas tan dudosas y tempestuosas que de donde le arrojaban las del deseo lo
retiraban las del temor (Comentarios reales, IV, 16)19.
Para una breve historia de la melancolía en las Indias, hay que decir
que Murúa o Matienzo atribuirán a los indios esta variante más baja,
menos glamorosa y menos productiva que, calificada por Melanchton
de asina, torpe, marrana o natural, cursa con síntomas como miedo, estu-
pidez, flojedad, abulia20. En cambio, parece claro que Garcilaso prefiere
guiarse por la versión reivindicada de la dolencia que maneja el huma-
nismo florentino, al implicar quizá un triunfo de la capacidad negocia-
dora del pensamiento neoplatónico, que le interesaría, sin duda, en lo
que a su propia empresa de diálogo entre mundos se refiere. Además por
la mayor rentabilidad que el rasgo melancólico le reporta en el retrato
genealógico de su príncipe pastor. De hecho, hay que insistir en que, en
su descripción de la sintomatología, el «Problema XXX» de Aristóte-
les adopta una formulación polimorfa. Los aquejados de este mal son
inconstantes y proteicos. Su excelencia puede expresarse en ámbitos
varios como la poesía, la mística, lo heroico o lo político. A los melancó-
licos no sólo se les supone geniales: son, en primer lugar, agudos profetas
de acontecimientos futuros y de visiones fiables y, en segundo, muy
hábiles gobernantes de naciones, los mejores regentes de sus estados.
En la estela de lo primero, el príncipe pastor obtiene durante sus
largas soledades la visita ciertísima de un dios que le advierte del peligro
que corre el imperio, asediado por los chancas y desatendido por su
apático progenitor. Llevando de las riendas un «animal desconocido», el
dios se le aparece con largas barbas y vestido de extraño modo, señas que
los indios reconocerán después en los españoles invasores21. Al dirigírse-
19«Esta es la deducción del nombre Yáhuar Huáccac. Y quiere decir “el que llora
sangre” y no “lloro de sangre” como algunos interpretan.Y el llorar fue cuando niño y
no cuando hombre». (Comentarios reales IV, 16).
20 Para la descripción triste y viciosa de los indígenas ver también Murúa, Historia
general del Perú, pp. 339-342. Para Juan de Matienzo, ver el estupendo prólogo a la
edición de Guillermo Lohmann Villena (Matienzo, Gobierno del Perú, pp. I-LXIX).
21 «Solo Señor: sabrás que estando yo recostado hoy a mediodía (no sabré certificarte
si dormido o despierto) debajo de una gran peña de las que hay en los pastos de Chita,
donde por tu mandado apaciento las ovejas de nuestro padre el sol, se me puso delante
un hombre extraño, en hábito y en figura diferente de la nuestra. Porque tenía barbas en
la cara de más de un palmo y el vestido largo y suelto que le cubría hasta los pies. Traía
atado por el pescuezo un animal no conocido» (Comentarios reales, IV, 21).
-Sobrino —le habla la aparición—, yo soy hijo del sol y hermano del
Inca Manco Cápac y de la Coya Mama Occllo Huaco, su mujer y hermana,
los primeros de tus antepasados. Por lo cual soy hermano de tu padre y de
todos vosotros. […] Vengo de parte del sol nuestro padre a darte aviso, para
que se lo des al inca mi hermano, cómo toda la mayor parte de las pro-
vincias de Chinchasuyu sujetas a su imperio —y otras de las no sujetas—
están rebeladas y juntan mucha gente para venir con poderoso ejército a
derribarle de su trono y destruir nuestra imperial ciudad del Cozco22.
la panaca a la que pertenecía su mujer: «En que trata de cómo los señores del Cuzco
quisieron que Ynga Yupanque tomase la borla del Estado, viendo su gran saber e valero-
sidad y él no le quiso recibir porque su padre Viracocha Ynga era vivo e si no fuese por
su mano que no le pensaba recibir…» (p. 119).
27 Comentarios reales, IV, 10.
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dicho beneficio (Lima, 1664); en Cisneros y Guibovich, 1989, p. 105. Para una cronología
documentada de la biografía de Espinosa Medrano, ver Cisneros y Guibovich, 1988, p.
336.
2 Así lo establecen Cisneros y Guibovich, 1988, p. 337, sobre la base de la afirmación
de Agustín Cortez de la Cruz, en su prólogo a La novena maravilla (Valladolid, 1695).
y obtuvo una reproducción xerográfica, de la que he podido servirme para este trabajo.
Desconozco el destino que haya tenido luego el manuscrito.
8 Al escribir su estudio biográfico sobre Espinosa en 1986, Cisneros y Guibovich
no habían podido dar por entonces con un ejemplar de la obra y conjeturaban que
debía tratarse de «un relato biográfico o, tal vez como parece sugerirlo el título, fue un
texto encomiástico» (Cisneros y Guibovich, 1988, p. 329). Esto último corresponde
bien al contenido de la obra, tejida en torno a la declaración del poema enigmático
(y escasa más bien en información biográfica, salvo por el dato de la escritura de la
comedia que aquí consignamos). Sobre el autor, obtuvieron la siguiente información
de los archivos: «sabemos que hacia 1662 y 1663 era cura propietario de la doctrina
de Chinchaypuquio, en la provincia de Abancay. Su muerte debió ocurrir antes de
1674» (Cisneros y Guibovich, 1988, n. 5, p. 329). El nombre completo del autor que
proporciona el manuscrito es Francisco González Rodríguez de Zambrana. Este dedica
su Gloria enigmática «a su sobrino don Miguel Mexía de Zambrana, colegial del Real
Colegio Seminario de San Antonio del Cuzco» (Portada del Ms.), quien era asimismo
admirador de Espinosa Medrano, al que el propio González de Zambrana (o Zambrano)
se lo propone como modelo: «Mucho me lisonjeáis con vuestra inclinación y afecto al
Doctor Medrano; que como la simpatía causa amor, no puede a los influjo[s] inclinaros
sin alguna paridad con su ingenio.Y para que este respeto os coloque en el predicamento
de el Doctor, habéis menester cultivar el vuestro: lo primero (después de la latinidad y
Retórica con perfección) con las facultades grandes de Artes y Teología, y lo segundo
con la noticia de todas buenas letras y erudición, que ocupando las ciencias el centro del
ánimo (como aquel montón de trigo rodeado de azucenas del cap. 7 de los Cantares)
sea su circunferencia como discretamente lo discurrió el político Saavedra (empresa 6,
pag. mihi 33) una corona de letras pulidas» (p. 1).
Guibovich, 1988, p. 337); esto llevaría, por tanto, a reconocer dicho año
como límite de la elaboración de esta obra15.
Algo semejante puede afirmarse de la comedia en español Amar su
propia muerte, que en la forma como hoy la conocemos, incluye al final
ocho versos que declaran la autoría de Espinosa Medrano y su condición
de colegial real al momento de escribir esta obra, pero no mencionan
que ejerciera entonces las cátedras en el Seminario. Estos versos fueron
obviamente añadidos por el responsable de la copia hoy perdida que se
conservaba en la Biblioteca Nacional del Perú, la cual sirvió a Rubén
Vargas Ugarte para su edición. La intervención ajena (que debió sustituir
un par de versos en que el dramaturgo, como era de rigor, al concluir
pedía perdón al auditorio por sus yerros) se manifiesta en el cambio de
estilo, la declaración elogiosa sobre el autor y la ruptura de la estructura
de la rima (el pasaje final de la obra está escrito en romance con rima
e-e; pero los vv. 2947-48 introducen un pareado consonante y el verso
siguiente queda suelto). Los versos dicen lo siguiente: «El doctor Juan
de Espinosa / Medrano, aquel a quien debe / el Seminario Antoniano /
créditos que lo engrandecen / la sacó a luz, cuando era / colegial actual,
y espera / que le perdonéis las faltas / si en tal pluma caber pueden»
(Espinosa Medrano, Amar su propia muerte, ed.Vitulli, pp. 184-185). Hay
un error —no sabemos si del manuscrito o del primer editor— que
todas las ediciones posteriores han repetido (incluida la más reciente
de Vitulli), justamente en el verso en que se declara la condición del
Lunarejo al escribir la obra: «la sacó a luz, cuando era / colegial actual»
(vv. 2497-98), donde debiera decir «colegial real», forma habitual del
calificativo para referirse a quienes habían estudiado en un real colegio
(como lo era el de San Antonio) y que se le atribuye al propio Espinosa
Medrano en la portada de la Panegírica declamación. Es evidente que
el entusiasta autor del añadido quería dejar en claro la solidaridad
estrecha entre el genio del autor y los «créditos» del Seminario. De otro
15 Los manuscritos conservados a partir de los cuales Itier pudo elaborar su edición
son todos tardíos (de entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX), pero es probable
que en los encabezamientos queden rastros de la información de las fuentes originales,
tal como él mismo lo señala. La cronología de las obras teatrales coloniales en quechua
ha dado lugar a diversas conjeturas de interpretación y a propuestas de cronologías. En
algunos casos, la ausencia de una adecuada contextualización sobre la producción de
estos textos ha llevado a planteamientos en los cuales las obras y su fecha de composición
terminan adecuándose a las premisas ideológicas del crítico. Una revisión crítica de esa
discusión puede hallarse en García Bedoya, 2000, pp. 207-211.
lado, afirmaba que cuando nuestro autor escribió esta obra era solo
colegial real, mientras que cuando se elaboró la copia era ya doctor
(grado que obtuvo en 1654). Dado que no se le atribuye tampoco el
ejercer la cátedra en el Seminario (que ocupó desde 1650), Cisneros
y Guibovich concluyen que la obra debió ser escrita, por tanto, entre
1645 y 165016, es decir, por los mismos años en que se gestó también
El robo de Proserpina.
El caso de El hijo pródigo es distinto, pues el hecho de que el personaje
del gracioso U’ku (el Cuerpo) pretenda seducir a K’uichi mencionando
que guarda dinero en Laicacota (Espinosa Medrano, El hijo pródigo, en
Literatura inca, p. 288), lleva a proponer a Guibovich Pérez y Domínguez
Faura que la obra —al menos en la versión en que la conocemos— debió
ser escrita después de 1657, cuando fue descubierta la vena de plata en
esa localidad y se creó una población en su entorno; pero antes de 1665,
dado que no hay ninguna alusión a la situación de violencia que, a partir
de ese año, se produjo como consecuencia del enfrentamiento entre
dos facciones de mineros (vascongados y andaluces). Concluyen ambos
estudiosos que es posible proponer que la obra fue escrita alrededor de
1660 (Guibovich Pérez y Domínguez Faura, 2000, pp. 229-230, 236n).
La otra comedia en español de Espinosa Medrano, cuyo título he
revelado en este trabajo, la comedia hagiográfica sobre Santa Cecilia:
El Amor de milagro y los celos de los cielos, tal como se vio, fue escrita para
el recibimiento del obispo Bernardo de Izaguirre (o Eyzaguirre) en el
Seminario, lo cual permite situarla con mayor precisión entre fines de
1663 e inicios de1664, pues el prelado (promovido al cargo en 1660)
hizo su ingreso a la ciudad en septiembre de 1663 y el 29 de octubre
«hizo personalmente profesión de fe ante su Cabildo» (Esquivel y Navia,
1980, II, p. 119). Es de suponer que en los meses siguientes debió ser
recibido en el Seminario (el manuscrito de González de Zambrana
que transmite la noticia es de 1665, pero obedece a una elaboración
y comentario claramente posteriores sobre el poema que este autor
escribió en la ocasión para elogiar el desempeño del Lunarejo). Podría
incluso proponerse el 22 de noviembre de 1663 (o en los días próximos)
16 Cisneros y Guibovich, 1988, p. 337. No obstante, creo que no hay que cerrar
la posibilidad de que la obra fuera elaborada cuando Espinosa Medrano ya ocupaba la
cátedra. En este caso, la declaración sobre la posición académica del autor al escribir
la pieza es un breve añadido que fuerza la estructura del texto y que ha sido realizada
varios años después por alguien cuya autoridad testimonial desconocemos.
18 García Bedoya, 2000, p. 203. El autor recoge y asume ideas semejantes expresadas
por Martin Lienhard, Alejandro Ortiz Rescaniere y Julio Calvo.
19 Sobre el caso de los manuscritos de El robo de Proserpina, ver el estudio preliminar
de Itier, en su edición de 2010, pp. 27-29, y sobre la producción del teatro quechua entre
los siglos XIX y XX, del mismo autor, Teatro quechua en el Cuzco (Itier, 1995 y 2000).
20 Sobre el caso particular del Ollantay en el contexto de la producción colonial
(una obra sobre cuyo origen se han tejido múltiples especulaciones), ver Itier, 2006.
23 Itier, 2010, pp. 41-42. Hay que advertir que lamentablemente en general
muchas de las traducciones del teatro quechua colonial al español han sido incapaces
de reproducir la dimensión poética de estos textos. Cesar Itier, al traducir El robo
de Proserpina, llama justamente la atención sobre ese aspecto y, si bien opta, por una
traducción más literal, deja anotada la necesidad de un trabajo en esa dirección.
24 Guibovich Pérez, 1992, p. 25. Debe abandonarse, por tanto, la idea que compendia
García Bedoya de que los autos de Espinosa «siguen de cerca el modelo calderoniano,
tomándose unas pocas libertades en la introducción de algunas notas de color local»
(García Bedoya, 2000, p. 209).
25 Sobre las fuentes clásicas de Espinosa en esta obra y su reinterpretación en la
tradición cristiana, ver Jaye 1994-95.
26 Fray Martín de Murúa describe el llautu como una prenda propia de los incas
que consistía en «un rodete redondo […], ancho de dos dedos, el cual se ponían en
la frente y en el chaquira, y otros dijes y piedras preciosas, y allí asientan plumas y
penachos» (Murúa, Historia general del Perú, p. 337).
27 Ver también Ramírez Zaborosch, 1996; Chang-Rodríguez, 1991; Vitulli, 2013,
107-116; y Dolle, 2011.
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Gisle Selnes
Universidad de Bergen, Noruega
Pedro Serrano, tal como lo narra el Inca Garcilaso de la Vega, como posi-
ble clave para la compresión de la obra y de la subjetividad garcilasianas.
Evidentemente, el descubrimiento de las rutas marítimas a las Indias
orientales y occidentales produjo un auge considerable en el número de
naufragios. También parece obvio que las nuevas circunstancias impe-
riales proporcionaron al naufragio un nuevo importe tanto económica
como ideológicamente. Una vez «descubierta» América, el naufragio
parece cambiar de carácter. De los lugares habitados por pueblos fabu-
losos/utópicos pasamos a islas y costas inhóspitas y muchas veces inha-
bitadas2. Como señala su nombre, los naturales, cuando los hay, tienden a
formar parte de la naturaleza (el paisaje, el «clima») donde viven. Para los
europeos, se trata de autóctonos —o sea seres pertenecientes a la tierra,
lo ctónico— por lo cual representan una cultura meramente potencial,
in statu nascendi, con todas las contingencias que ello implica. Sin em-
bargo, lo más novedoso de los naufragios hispanoamericanos es proba-
blemente que pasan del dominio de la ficción al de la realidad o incluso
de lo real. A pesar de su lado fantástico o fantasmático, el escenario ya
no es el universo mítico-heroico de Homero o la cosmología alegórica
cristiana de Dante, sino la geografía real del imperio. Sin el testimonio
de los mismos náufragos —su propia versión de los acontecimientos
transgresivos— no hay relato posible. De ahí, también, la lucha sobre el
significado de los naufragios: ¿cómo recuperar los desastres marítimos
para el discurso oficial? ¿Cómo relacionar estas experiencias límites con
el estado normal de la empresa imperial?
Aún así, no hay que olvidar que el naufragio ha sido un motivo
fundamental —si no fundacional— de la literatura llamada occidental
desde sus primeros comienzos. Cada género tiene su versión predilecta
de este motivo o topos: la nave del estado en la lírica a partir de Alceo,
la catástrofe marítima de los persas en el drama esquiliano, las violentas
metáforas náuticas (Ilíada) y las aventuras epónimas de Ulises en las
epopeyas homéricas.Ya en el quinto canto de la Odisea, dedicado casi en
su totalidad al último naufragio de Ulises, se establece el modelo tópico-
narrativo que luego ha sido imitado por Virgilio y otros poetas épicos
imperiales y republicanos. Ayuda a la perseverancia de este modelo
el hecho de que la educación retórica de la época imperial (romana)
incluyó ejercicios obligatorios de écfrasis sobre el topos del naufragio.
A esta tradición pagana hay que añadir los naufragios y tempestades
bíblicos, de ambos testamentos, muchas veces nítidamente alegorizados
durante la época medieval, por ejemplo en las cantigas de Alfonso X
o en la Navigatio Sancti Brandani (libro probablemente consultado por
Cristóbal Colón antes o después del viaje descubridor)3.
Aunque en la era contemporánea, «naufragio» suele ser sinónimo
de «fracaso», tradicionalmente también significaba una apertura a
horizontes no previstos, o podía sugerir el valor de la meta final de
la navegación. Así, los naufragios de Ulises presentan una serie de
escenarios nuevos para las aventuras del marinero proverbial, huyendo
de la venganza de los dioses, mientras que los infortunios marítimos de
Eneas y sus tripulantes troyanos sirven para ensalzar el mérito del futuro
imperio romano: tantae molis erat romanam condere gentem. De la misma
manera, el evangelista siente que la navegación de San Pablo requiere
de tempestades y naufragios semejantes para subrayar la trascendencia
de la translatio ecclesiae. Un milenio y medio más tarde, Giuliano Dati, en
su célebre poema sobre «las islas canarias recientemente descubiertas»,
inventa una tempestad apócrifa para el primer viaje de Colón4.
Tanto el Diario de a bordo como la Lettera rarissima —y otros
documentos colombinos— demuestran cierta familiaridad del Almirante
con los valores poéticos y retóricos del naufragio, en primer lugar como
figura de redención providencial. Por eso, cuando se produjo el primer
contacto prolongado entre el viejo y el nuevo mundo —precisamente
debido al naufragio de la Santa María el día de navidad del 1492—
este acontecimiento ya estaba recargado de significación acumulada: «El
Almirante recibió mucho placer y consolación de estas cosas que veía»,
resume Bartolomé de Las Casas, «y se le templó la angustia y pena que
había recibido y tenía de la pérdida de la nao, y conoció que Nuestro
Señor había hecho encallar allí la nao porque hiciese allí asiento»5. Un
evento o encuentro o de tal envergadura equivale a un naufragio, se
haya producido «en lo real» o no: «El Nuevo Mundo surgió de estos
naufragios, / brillante e inconcebible», escribe Cristina Peri Rossi en su
poema «El naufragio como metáfora»6.
A la prehistoria literaria del naufragio hay que añadir precisamente
la capacidad metafórica o «la metaforicidad» del naufragio. Como figura,
el naufragio ofrece un contraste elemental entre el espacio jerárquico
a bordo del barco, por un lado, y el eterno caos primordial de las olas,
por el otro. En el momento mismo del «nau-fragio» —de la fractura
de la nave— se franquea el límite entre estos dos universos de una
manera que puede compararse con una metáfora violenta y eficaz. Así,
se establece un contacto insólito entre dos ámbitos, dos universos, no
sólo diferentes sino supuestamente incompatibles.
He aquí la primera calificación del náufrago: se trata de un sujeto
fuera de lugar. «Cuando yo viere a los peces caminar por la tierra —dice
el filósofo Atalo— entonces iré yo a navegar por la mar». Naufragar
equivale a perderse por no respetar las leyes naturales y divinas. El
náufrago es castigado por abandonar el lugar o etnos que le corresponde,
o en términos morales, a haber dejado atrás la vida templada del sujeto
racional. De ahí el famoso «naufragio con espectador», escenario
filosófico elaborado por Lucrecio en De rerum natura y estudiado en su
evolución posterior por Hans Blumenberg en su Schiffbruch mit Zuschauer
(1979). En términos aún más específicos, la navegación es asociada con
la codicia. El que muere naufragado en el mar, muere dos veces: primero
se anega su corazón en la codicia, luego el cuerpo se ahoga en el agua.
Dice Antonio de Guevara en su Arte del Marear (1539): «A mi parecer
sobra de codicia, y falta de cordura inventaron el arte de navegar» (p.
231). Es este un tema que se desarrolla, barrocamente, en el mencionado
corpus de naufragios portugueses, reunido por Gomes de Brito por los
años 1730 bajo el título História Trágico-Marítima. Fernández de Oviedo
—en su proemio al compendio de naufragios que remata la Historia
General y Natural de las Indias— trae a colación los mismos lugares
comunes cuando afirma que la navegación es «contra la voluntad de la
natura». (Oviedo y Valdés, 1992, vol. 5).
8
Véase la edición magistral de Rolena Adorno y Patrick Charles Pautz: Álvar
Núñez Cabeza de Vaca: His Account, His Life and the Expedition of Pánfilo de Narváez, 1999.
—en la que Alonso Ramírez está embarcado— está mal equipada y por
eso resulta presa fácil de piratas «protestantes», los cuales no solo son
herejes inmejorables, sino que también tienen pronunciadas apetencias
antropófagas. Aquí no se trata de canibalismo famélico —práctica por
lo menos comprensible, si no excusable— sino de una perversión
irracional y voluptuosa. Después de haber asediado un pueblo asiático
durante meses, los piratas pasan a cuchillo a las mujeres que han
dejado encintas y prenden fuego a lo que puedan:
Entre los despojos con que vinieron del pueblo y fueron cuanto por
sus mujeres y bastimentos les habían dado, estaba un brazo humano de los
que perecieron en el incendio; de este cortó cada uno una pequeña presa
y alabando el gusto de tan linda carne entre repetidas saludes le dieron fin
(Sigüenza y Góngora, Infortunios de Alonso Ramírez, p. 23).
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Leonor M.Taiano C.
UIT Universidad Ártica de Noruega
Introducción
Generalmente, los estudiosos del periodo colonial tendemos a analizar
los conflictos existentes en la sociedad de aquella época basándonos
en las diferencias sociales entre peninsulares, criollos, mestizos, indios y
negros. En este trabajo, sin embargo, quisiera dar a notar que si bien esta
categorización es totalmente válida para reflexionar sobre los contrastes
coloniales, es importante, también, tomar en cuenta una realidad que
a veces solemos pasar por alto; es decir, el hecho de que al interior de
cada categoría existían numerosas sub-categorías bien distantes entre sí.
En el caso de los «blancos» a las disparidades estamentales americanas
se sumaban los problemas vigentes en la península Ibérica, que
establecían un gran contraste entre la nobleza y el estado llano, además
de la distinción entre los cristianos viejos y nuevos.
Es así que ser «blanco» no representaba una ventaja absoluta en el
mundo colonial. Factores como ser descendiente de conversos o ser
hijo ilegítimo mermaban las oportunidades de medro social. La relación
Sufría yo todas estas cosas, porque por el amor que tenía a mi vida no po-
día más [que hacerlo], y advirtiendo [que] había días enteros que [ellos] los
pasaban borrachos, sentía no tener bastantes compañeros de quien valerme
para matarlos y alzándome con la fragata e irme a Manila pero también puede
ser que no me fiara de ellos aunque los tuviera por no haber otro español
entre ellos sino Juan de Casas» (Sigüenza y Góngora, Infortunios, p. 177).
Jamás me recelé de la muerte con mayor susto que en este instante, pero
conmutáronla en tantas patadas y pescozones que descargaron en mí, que
me dejaron incapaz de movimiento muchos días» (Sigüenza y Góngora,
Infortunios, p. 175).
Entre los despojos con que vinieron del pueblo, y fueron cuanto por sus
mujeres y bastimentos les habían dado, estaba un brazo humano de los que
perecieron en el incendio. De este cortó cada uno una pequeña presa, y
alabando el gusto de tan linda carne entre repetidas saludes le dieron fin»
(Sigüenza y Góngora, Infortunios, p. 158).
La figura del sevillano sin apellido ha sido vista por Aníbal González
como un contraste del criollo narrador, que sirve para resaltar la lealtad
de éste último a la Corona española y a la fe católica (González, 1983,
pp. 189-204). Aunque evidentemente la intención de Ramírez es esta,
el caso del renegado de Sevilla no es inusual en las historias de cautivos.
Muchos españoles prisioneros de los moros, por ejemplo, se convertían
al Islam como una estrategia de sobrevivencia, llegando a representar
una verdadera preocupación para los inquisidores (Boeglin, 2008, p.
Con esto volví á salir donde estaban los demás, y vi que los renegados que
estaban en palacio tenían cercados al capón y á Luis, y les estaban dando
parabienes del acierto que habían tomado en elegir la secta del desdichado
profeta Mahoma; aquí, confieso, me dio tal cólera de ver y oír las blasfemias
que aquellos pérfidos decían contra la fe, que me quedé embelesado, y
no sé si volviera del éxtasis si no llegaran diciendo con algazara» (Galán,
Cautiverio, p. 89).
Conclusión
Para concluir, quisiera recalcar que siendo una declaración jurada y
presentándose de manera autobiográfica, Infortunios de Alonso Ramírez
representa un testimonio fidedigno de una sociedad jerárquica basada
en factores étnicos, sociales y religiosos para catalogar a los individuos.
Si es verdad que Ramírez colaboró con los piratas y que su padre
era de origen converso, el puertorriqueño, que obtuvo la protección del
Virrey, nos ha dejado un gran testimonio, pues nos muestra que para
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El DESENCUENTRO de Cajamarca
En el Libro I, identifico un tema que caracteriza buena parte de la
segunda mitad del libro, el cual denomino la tragedia lingüística y que
describe, en gran medida, los eventos de Cajamarca. Si bien no es mi
intención aquí hacer un detallado recuento de tan controvertido episodio
del que James Lockhart señala «el encuentro está tan sobrecargado
de mitos y polémicas que resulta casi imposible hacer afirmaciones
inequívocas al respecto» (Lockhart, 1986, t. I, p. 209)2. Como continúa
explicando el historiador norteamericano:
1 Para una discusión completa sobre los alcances del título y el cambio del mismo
en la segunda parte, remito al estupendo trabajo de José Antonio Rodríguez Garrido,
2010.
2 Lockhart asegura que «los propósitos de la entrevista de Valverde con el inca eran
dos: cumplir plenamente con las condiciones de una guerra justa como las estipulaba el
Requerimiento, y, más de inmediato atraer a Atahualpa hacia el poder de Pizarro si fuera
posible» (Lockhart, 1986, t. I, p. 209).
3 Este encuentro, como apunta José Luis Martínez, recibió primero la interpretación
relatada no solamente por algunos de sus testigos presenciales [Hernando Pizarro, Xérez,
Mena, Sancho, Estete, Silva, Ruiz de Arce, Pedro Pizarro y Trujillo] sino también, por
los cronistas posteriores, tanto europeos como andinos [Titu Cusi Yupanqui, Santa Cruz
Pachacuti, Guaman Poma, Garcilaso, pero también Cieza y Betanzos], y, por último,
por grandes estudiosos del mundo peruano y andino [Prescott, Porras, Pease, Wachtel y
Ballesteros] (Martínez, 2003, p. 172).
de Antonio Cornejo Polar, quien destaca dicha escena: «la del padre
Valverde dialogando con el Inca, a través de un traductor casi inverosímil
y exigirle a Atahualpa que renuncie a sus dioses, adore al cristiano y rinda
vasallaje al emperador don Carlos» (Cornejo, 1993, p. 220). Exagera
quizás Cornejo, al afirmar que
casi todos los cronistas narran que el Inca pidió pruebas de lo que
Valverde le decía y que el sacerdote, mostrándole la Biblia, respondió que la
verdad estaba escrita en ese libro; cuentan, también, que el Inca quiso oírlo,
llevándolo al oído, y que—exasperado ante su silencio—lo arrojó por los
suelos (Cornejo, 1993, p. 220).
Aquí dice el Padre Blas Valera, que, como Dios Nuestro Señor, […] con
la presencia de la santa cruz que el buen Fray Vicente de Valverde tenía
en las manos, trocó el ánimo airado y belicoso del Rey Atahuallpa, no solamente
en mansedumbre y blandura, sino en grandísima sumisión y humildad, pues
de Saavedra en 1600, los que fueron extensamente usados por el mestizo cuzqueño.
Al respecto, es indispensable aludir a la conocida polémica entablada entre Manuel
González de la Rosa y José de la Riva-Agüero sobre la autoría de los Comentarios reales.
González de la Rosa se dedicó los últimos años de su vida a defender la tesis del plagio
realizado por el Inca Garcilaso de la perdida crónica del jesuita mestizo Blas Valera
planteando, incluso, que el Inca Garcilaso no habría escrito prácticamente nada propio,
sin la obra del chachapoyano. Esta tesis la sostendría en varios artículos a los que José
de la Riva-Agüero habría respondido defendiendo al mestizo cuzqueño de la acusación
de plagio.
A finales del siglo pasado, circularon supuestos nuevos datos sobre la biografía de
Valera, quien no habría muerto en 1597 como se suponía e incluso habría vuelto al
Perú de incógnito. Los más controvertidos tienen que ver con la obra del cronista indio
Felipe Guaman Poma de Ayala, ya que estos presuntos nuevos hallazgos e investigaciones
buscan atribuirle, de manera bastante fantasiosa, a un resurrecto Valera la autoría de la
Nueva corónica y buen gobierno. Según la estudiosa Laura Laurencich Minelli, existen tres
folios con dibujos en la Historia et Rudimenta Linguae Piruanorum que llevan la firma de
un jesuita italiano, Blas Valera. Según Laurencich Minelli, estos dibujos fueron trazados
antes de 1618, es decir, años después de la muerte oficial de Valera. El manuscrito
estudiado por Laurencich Minelli, consta de nueve folios escritos por diferentes manos
en español, latín e italiano, a los que le siguen otros tres folios de dibujos hechos
presumiblemente por Valera. Este texto da cuenta de las desgracias sufridas por el jesuita
y pone de manifiesto las simpatías de éste por la cultura andina. Asimismo, incluye una
breve gramática del quechua que establece una clave para descifrar los quipus. Como
decía antes, los argumentos de Rolena Adorno (1998 y 2000), Juan Carlos Estenssoro
(1997) y Pedro Guibovich (2003), entre muchos otros, nos parecen contundentes para
desestimar del todo estas descabelladas teorías. Un excelente resumen de la controversia
la proporciona Marco Curatola en su reseña del 2003. Sea como sea, es indiscutible la
importancia de la obra del jesuita chachapoyano en los Comentarios de Garcilaso. De
hecho, es, junto a Pedro Cieza de León y el padre Acosta, una de las fuentes más citadas
en la primera parte de la obra del Inca. Si bien, tal primacía la tienen en la segunda
parte, Francisco López de Gómara, Agustín de Zarate y Diego Fernández, el palentino,
es interesante mencionar que Blas Valera casi siempre es mencionado para legitimar
principalmente dos asuntos en ambas partes: legitimar el incario contra las acusaciones
de que se trataba, en realidad, de una tiranía reciente (como tratará de probar el virrey
Toledo y sus allegados) y como autoridad lingüística, es decir, como fuente para explicar
el significado de vocablos quechuas.
Al Padre Fray Vicente de Valverde levantan testimonio los que escriben que
dio arma, pidiendo a los españoles justicia y venganza por haber echado
el Rey por el suelo el libro que dicen que pidió al fraile; también levantan
testimonio al Rey, como al religioso, porque ni echó el libro ni le tomó en las manos
(Historia general del Perú, [lib. I, cap. XX] p. 73; el énfasis es mío).
Lo que pasó fue que Fray Vicente de Valverde se alborotó con la repentina
grita que los indios dieron, y temió no le hiciesen algún mal, y se levantó a
priesa del asiento en que estaba sentado hablando con el Rey, y, al levantarse,
soltó la cruz que tenía en las manos y se le cayó el libro que había puesto en
su regazo, y, alzándolo del suelo, se fue a los suyos, dándoles voces que no hiciesen
mal a los indios, porque se había aficionado de Atahuallpa, viendo que por
su respuesta y preguntas la discreción y buen ingenio que tenía, e iba a
satisfacerle a sus preguntas cuando levantaron la grita, y por ella no oyeron
los españoles lo que el religioso les decía en favor de los indios (Historia
general del Perú, [lib. I, cap. XXV], p. 73; el énfasis es mío).
patrañas; pero nótese una vez más el recurso a fuentes distintas de las
tradicionales como los registros de quipus, los testimonios orales de los
conquistadores y la crónica perdida de Blas Valera, que le ha venido
sirviendo convenientemente de principal fuente del episodio, para
autorizar su versión y desautorizar las fuentes escritas que ha leído:
En lo cual fue engañado aquel autor, y el que le hizo la relación levantó testimonio
al Inca y a Hernando de Soto, porque ni era el Inca, ni que lo fuera mandara
matar a nadie, aunque el delito fuera grave, cuanto más que no fue delito
sino comedimiento y cortesía que hicieron en dar lugar para que pasaran
los que tenían por hijos del sol, que hacer lo contrario fuera para ellos
sacrilegio, porque, demás de la descortesía, era menospreciar y desacatar los
que confesaban por hombres divinos, venidos del cielo. […] Por todo lo
cual es de haber lástima que los que dan en España semejantes relaciones de cosas
acaecidas tan lejos della, quieran inventar bravatas a costa de honras ajenas (Historia
general del Perú, [lib. I, cap. XVIII], pp. 55-56; el énfasis es mío).
5 «By consulting the Inca quipu and comparing this account of Atahuallpa’s meet-
ing with Pizarro at Cajamarca to the Spanish versions, Garcilaso concluded that the
initial violence and subsequent imprisonment of the Inca which culminated in his
execution were precipitated by the linguistic incompetence of Felipillo, the Indian translator
whom the Spaniards had brought along for the meeting» (Zamora,1988, pp. 132-133;
el énfasis es mío).
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