La Educación y La Crisis de La Modernidad
La Educación y La Crisis de La Modernidad
La Educación y La Crisis de La Modernidad
EDUCACIÓN Y DIALOGO
3. Educación y diálogo
Una dimensión fundamental de la educación humanista es la incorporación del diálogo;
un diálogo que sea encuentro sustantivo donde ambos interlocutores formulan y
reformulan sus visiones y se nutran mutuamente. De esta forma, se suprime el
antagonismo educador-educando y se conciben ambos como seres con opciones
diversas; a través del diálogo la educación adquiere su genuino carácter humanista y
se transforma en práctica de libertad.
La praxis educativa debe ser un proceso de interacción dialógica y reflexiva, donde
intervengan todos los participantes. Una educación humanista no podrá ser ni
dominación ni soledad. Deberá ser necesariamente dialógica; a través del diálogo, la
educación adquiere su genuino carácter humanista y se transforma en práctica de la
libertad (Freire, 1980).
La educación, en este sentido, es diálogo, comunicación y no transferencia de saber.
Es el acto del encuentro entre sujetos interlocutores y solo así podrá ser liberadora y no
domesticadora. La educación libertadora es incompatible con una pedagogía que, de
manera consciente o mistificada, ha sido práctica de dominación. La práctica de la
libertad sólo encontrará adecuada expresión en una pedagogía en que el oprimido
tenga condiciones de descubrirse y conquistarse, reflexivamente como sujeto de su
propio destino histórico (Freire, 1990).
Como seres sociales necesitamos del encuentro solidario, fecundo y humanizador. La
educación tradicional domestica al estudiante para que se adapte al mundo, no lo
prepara para que lo transforme.
De la educación tradicional dice Freire que en ella el educador aparece como un
agente indiscutible, como un sujeto real, cuya tarea indeclinable es “llenar” a los
educandos con los contenidos de su narración y esa narración conduce a los
estudiantes a la memorización mecánica del contenido narrado; la narración los
transforma en vasijas, en recipientes que deben de ser llenados por el educador. El
educador cuanto más llene los recipientes con sus depósitos, mejor educador será. Y
los alumnos cuanto más se dejen llenar dócilmente, tanto mejor educandos serán. Un
encuentro auténtico con el otro crea vínculos de reconocimiento, respeto, solidaridad y
amistad. Se deja de usar instrumentalmente al otro o de considerarlo como objeto. Se
instaura la modalidad dialógica de la interlocución, en la que los participantes, por igual,
se enriquecen y transforman. Una pedagogía del encuentro con el otro significa
aprender a vivir juntos, en la escuela y en la sociedad. Se trata de “la escuela de la
comunicación” en la que las relaciones entre docentes y alumnos se hacen dialógicas y
en la que tienen cabida los encuentros interculturales.
La pedagogía del encuentro (Valera, 2001) se rige por el llamado paradigma
conversacional. Se hace alusión a éste, de un modo más explícito, desde el “giro
lingüístico” en el campo de la filosofía, prestándole más atención a la dimensión
pragmática del lenguaje y se sostiene que todo lenguaje es diálogo. La conversación es
una actividad de uno con otro; es entenderse con alguien sobre algo; es un decir y
dejarse-decir; es una actividad reversible de apelaciones y respuestas, que transforma
a los interlocutores.
En este sentido, afirma Gadamer (1992) que la conversación deja siempre una huella
en nosotros. Lo que hace que algo sea una conversación no es el hecho de habernos
enseñado algo nuevo, sino que hayamos encontrado en el otro algo que no habíamos
encontrado aún en nuestra experiencia del mundo. Lo que movió a los filósofos en su
crítica al pensamiento monológico lo siente el individuo en sí mismo. La conversación
posee una fuerza transformadora. Cuando una conversación se logra, nos queda algo,
y algo queda en nosotros que nos transforma. Por eso la conversación ofrece una
afinidad peculiar con la amistad.
Solo en la conversación (y en la risa común, que es como un consenso desbordante sin
palabras) pueden encontrarse los amigos y crear ese género de comunidad en la que
cada cual es el mismo para el otro porque ambos encuentran al otro y se encuentran a
sí mismos en el otro. La reflexión sobre la experiencia del conversar es susceptible de
fundar una “filosofía de la conversación”. Todo puede ser percibido como interacción
dialógica: la relación con la tradición y la sociedad contemporánea, así como la relación
con el mundo y con nuestros propios pensamientos, de modo que “el universo se
podría configurar en un universo del diálogo” (Gadamer,1992:206).
Por ello, según Gadamer, el diálogo es un aspecto clave a la hora de trabajar con
propuestas educativas destinadas a fomentar la construcción de una subjetividad ética.
El discurso pedagógico es atravesado por el comprender, en la dialéctica de la
pregunta y la respuesta; el comprender se muestra como relación recíproca en el
diálogo y su carácter hermenéutico. El discurso pedagógico que considera asumir la
alteridad en la que es relevante la dimensión dialógica es fundamental en las
propuestas de una pedagogía del encuentro intersubjetivo; el diálogo nutre el encuentro
pedagógico al reconocer la convocatoria de subjetividades con sus diversos aportes
culturales e histórico-biográficos.
Dentro de esta orientación pedagógica, Matthew Lipman (1998) nos propone el diálogo
filosófico que hace de la comunidad de investigación un espacio propicio para la
reflexión; por medio de este diálogo se hacen realidad los objetivos del Programa de
Filosofía para Niños: el desarrollo de habilidades de pensamiento, la construcción,
definición y desarrollo de conceptos y la exploración y consolidación de los valores del
educando. Se trata de convertir el aula tradicional en una comunidad de diálogo o de
investigación participativa y cooperativa, en la que los alumnos y profesores buscan
conjuntamente las respuestas a las cuestiones planteadas.
Para Lipman, el diálogo es el único medio posible para debatir, cuestionar aquello que
ha sido objeto de indagación y búsqueda a partir de los intereses de los integrantes del
grupo. Este ejercicio filosófico se debe realizar en el contexto de un grupo, de manera
que la clase deberá convertirse en una comunidad de investigación filosófica en la que
todos tomen parte en la búsqueda de respuestas a los temas de discusión. En
definitiva, la educación para aprender debe ser sustituida por la educación para pensar.
Hablar de educación implica, casi simultáneamente, pensar en contenidos a impartir,
en aulas y profesores, en alumnos y jóvenes que entran y salen de centros educativos,
en padres e hijos que se relacionan entre sí de muchas maneras.
Pero muchas veces se dejan de lado otras dimensiones educativas, como la serie de
encuentros que, a todas las edades y en los lugares y las circunstancias más
inimaginables, van imprimiendo en cada hombre y cada mujer nuevas convicciones,
como huellas vivas que fecundan nuestras almas.
Tanto la educación institucional como la educación espontánea se construyen sobre
una base dialógica que no siempre ha sido puesta a la luz, y de la que depende,
radicalmente, el resultado de cada una de las acciones educativas.
En todo proceso educativo, sea que ocurra en un sistema escolástico o universitario,
sea que se produzca en diversas relaciones humanas, el diálogo ocupa un lugar único,
pues a través de las relaciones humanas que tal diálogo supone es posible ofrecer y
acoger contenidos y actitudes.
Por eso, reflexionar sobre el diálogo y sus condiciones, así como sobre sus riesgos y
sobre el peligro de manipulaciones, permite mantener abierta la mente en la búsqueda
de caminos eficaces y correctos que ayuden a mejorar los procesos pedagógicos y a
evitar aquello que pueda provocar daños.
Un estudio sobre las conexiones entre el diálogo y la educación implica, además,
reconocer cómo la vida humana se desarrolla en un continuo aprendizaje, posible
gracias a ese afecto que está a la base de nuestras relaciones y que facilita
enormemente el caminar juntos hacia la verdad.
En un mundo donde no faltan tensiones, donde existen manipulaciones gravemente
dañinas, o donde no faltan errores difundidos con más o menos buena fe, una buena
reflexión sobre el diálogo y sus condiciones permitirá no solo mejorar la práctica
pedagógica, sino también tantos otros modos de comunicación que sirven para el
mutuo enriquecimiento cultural de las personas y los pueblos.
Una dimensión fundamental de la educación humanista es la es la incorporación del
dialogo; un dialogo que sea encuentro sustantivo donde ambos interlocutores formulan