Subsidios Clausura Del Año de San José 2020-2021

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Subsidio de celebraciones para la conclusión del Año de San José en las Iglesias Particulares

2020 – 8 de diciembre – 2021


Subsidio de celebraciones para la conclusión del Año de San José en las Iglesias Particulares
2020 – 8 de diciembre – 2021

Presentación ........................................................................................................................... 3
1. MISA SOLEMNE ................................................................................................................ 5
2. HORA SANTA EN HONOR DE SAN JOSÉ, EL HOMBRE DE LOS SUEÑOS ............... 12
3. SEPTENARIO: SAN JOSÉ EN EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN ............................ 20
4. RETIRO ESPIRITUAL: EL PADRE NUESTRO Y SAN JOSÉ ......................................... 39
ANEXO 1: CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE.............................................................. 66
ANEXO 2: DECRETO Se concede el don de indulgencias especiales con ocasión del Año de
San José, convocado por el Papa Francisco para celebrar el 150 aniversario de la
proclamación de San José como Patrono de la Iglesia universal ........................................ 79
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2020 – 8 de diciembre – 2021

Presentación

Hace ya 150 años el beato Papa Pío IX declaraba a San José como “Patrono de la
Iglesia Católica”; San Juan XXIII, para recordar el acontecimiento y a quien lo
promovió, escribía en su Carta Apostólica Le voci: “El 8 de diciembre de 1870, en el
Concilio Vaticano, interrumpido por los acontecimientos políticos, [Pío IX]
aprovechó la feliz coincidencia de la fiesta de la Inmaculada para proclamar más
solemne y oficialmente a San José como Patrono de la Iglesia universal y elevar la
fiesta del 19 de marzo a rito doble de primera clase”1.
Como ya es conocido por todos, el 8 de diciembre del año pasado el Papa Francisco
invitó a la Iglesia Universal para que conmemorara de una manera especial este
sesquicentenario favoreciendo así, en el contexto adverso generado por la pandemia
de covid-19, la reflexión en torno a una “figura extraordinaria, tan cercana a nuestra
condición humana” para aprovechar la ocasión de recordarle a la humanidad que
“nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente
olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes
pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los
acontecimientos decisivos de nuestra historia”.2
La clausura del Año de San José se realiza en el contexto del Sínodo 2021-2023, “Por
una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Meditar en el Santo Patriarca
nos permite acogernos a su intercesión para que este momento sea vivido como un
kairós que permita avanzar en la continua reforma de la Iglesia en la cabeza y en los
miembros (in capite et membris) que no podría realizarse sin un correcto ejercicio
de la praxis sinodal.3 Además de pedir al patrono de la Iglesia su eficaz intercesión,
esta coyuntura permite presentar el ejemplo de su vida como un modelo concreto
para vivir la espiritualidad en la sinodalidad a través de la práctica de la virtud del
silencio que permite la escucha al Pueblo fiel, la obsecuente obediencia a la voluntad
de Dios, la acogida al prójimo sin condiciones, la valentía creativa en medio de las
adversidades y muchas otras virtudes y cualidades que podemos descubrir en el
“Custodio de la Iglesia”.
Atendiendo a estos motivos, los Departamentos de Doctrina y de Liturgia del
Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano (SPEC) han preparado este
“Subsidio de celebraciones para la conclusión del Año de San José en las
Iglesias Particulares” encaminado a no dejar pasar desapercibido este

1
Juan XXIII, Carta Apostólica Le Voci sobre el fomento de la devoción a San José (19 de marzo de 1961).
2 Francisco, Carta Apostólica Patris Corde (8 de diciembre de 2020).
3 Cf. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, 34.
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acontecimiento eclesial y a sacar provecho espiritual de él durante la fase diocesana


del Proceso Sinodal. El documento contiene varias propuestas (Misa Solemne, Hora
Santa, Septenario y Retiro Espiritual) que podrían acogerse bien sea todas en su
conjunto o elegirse alguna de manera particular para realizarse en el contexto de la
clausura. Al menos en lo que concierne a la propuesta aquí contenida de “Misa
Solemne”, en la que se podrá ganar la Indulgencia plenaria, se entiende que esta ha
de celebrase un día distinto al 8 de diciembre en razón de la precedencia de la cual
goza la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.
Al final del subsidio de celebraciones ha parecido conveniente anexar dos
documentos de especial importancia como lo son la Carta Apostólica Patris Corde
del Papa Francisco y el Decreto de la Penitenciaría Apostólica sobre la concesión “del
don de indulgencias especiales con ocasión del Año de San José”.
“José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su
madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a
su madre” (Patris Corde, 5).
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1. MISA SOLEMNE

El Celebrante:
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

R. Amén.
El Señor esté con ustedes.

El Celebrante:
Hermanos: Unidos en la fe para concluir solemnemente este año en el que la Iglesia
nos ha puesto como modelo de vida al Glorioso Patriarca San José, recordemos que
se nos ha ofrecido el regalo admirable de la Indulgencia Plenaria que es perdón y
misericordia, gozo y esperanza que nos asegura el don de Dios que nos ama y nos
perdona.
Para acercarnos con un corazón purificado al misterio del amor y de la vida en el que
ganaremos el don de la Indulgencia, pidamos con fervor la gracia del perdón.
El Celebrante:
V. Señor, ten misericordia de nosotros.
R. Porque hemos pecado contra ti.
V. Muéstranos, Señor tu misericordia
R. Y danos tu Salvación.
El Celebrante:
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos
lleve a la vida eterna.
R. Amén.

Señor, ten Piedad...

Gloria
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ORACIÓN COLECTA
Oremos
Dios todopoderoso,
que pusiste bajo la fiel custodia de san José
los comienzos de la salvación humana,
te pedimos que, por su intercesión,
la Iglesia pueda llevarla a su plenitud.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Esperando contra toda esperanza, creyó

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (4, 13.16-18.22)
Hermanos: En efecto, la promesa de recibir el mundo en herencia, hecha a Abraham
y a su posteridad, no le fue concedida en virtud de la Ley, sino por la justicia que
procede de la fe. Por eso, la herencia se obtiene por medio de la fe, a fin de que esa
herencia sea gratuita y la promesa quede asegurada para todos los descendientes de
Abraham, no sólo los que lo son por la Ley, sino también los que lo son por la fe.
Porque él es nuestro padre común como dice la Escritura: Te he constituido padre
de muchas naciones. Abraham es nuestro padre a los ojos de aquel en quien creyó:
el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.
Esperando contra toda esperanza, Abraham creyó y llegó a ser padre de muchas
naciones, como se le había anunciado: Así será tu descendencia. Por eso, la fe le fue
tenida en cuenta para su justificación.
Palabra de Dios.

SALMO Sal 88, 2-5.27.29

R. Su descendencia permanecerá para siempre.

Cantaré eternamente el amor del Señor,


proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones.
Porque tú has dicho: «Mi amor se mantendrá eternamente,
mi fidelidad está afianzada en el cielo. R.
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Yo sellé una alianza con mi elegido,


hice este juramento a David, mi servidor:
"Estableceré tu descendencia para siempre,
mantendré tu trono por todas las generaciones." R.

El me dirá: «Tú eres mi padre,


mi Dios, mi Roca salvadora.»
Le aseguraré mi amor eternamente,
y mi alianza será estable para él. R.

Aleluya
¡Felices los que habitan en tu Casa, Señor,
y te alaban sin cesar!

EVANGELIO
José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado
+ Del Evangelio según san Mateo (1, 16. 18-21. 24a)
Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, que es llamado
Cristo. Este fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido
juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un
hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en
secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José,
hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado
en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre
de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados.»
Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado.
Palabra del Señor.

Credo.
Para ganar el don de la Indulgencia, hagamos profesión de fe:
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ORACIÓN DE LOS FIELES


El Celebrante:
Reunidos en la esperanza, suplicamos la misericordia de Dios y presentamos
nuestras necesidades y esperanzas, diciendo:

Oh, Señor, escucha y ten piedad.


 Dios de la Historia, te rogamos por tu Iglesia, para que unida al Papa y a
nuestros Pastores, pueda llevar a todos la luz de la esperanza y de la paz.
 Dios de la Esperanza, te rogamos que sigas llenando el mundo con el alegre
testimonio del Patriarca San José, para que, viviendo en la alegría de la fe,
uniendo con amor oración y trabajo, seamos también testigos de vida y de la
verdad.
 Dios de la paz, ayúdanos a que la Intercesión de San José nos ayude a
conseguir la paz de nuestra patria y renueve en nuestros jóvenes la esperanza,
la alegría que la violencia nos quiere arrebatar, para que construyamos juntos
una Colombia llena de valores y de fe.
 Dios de la Alegría, concédenos el gozo de servirte desde cada una de nuestras
tareas y haz de este pueblo que peregrina en la fe, un testimonio constante de
esperanza y de paz.
El Celebrante:
Acoge, Dios de nuestra historia, la voz de quienes hemos puesto nuestra confianza
en ti, y que todo lo esperamos de tu amor providente, por Cristo, nuestro Señor.
Amén.
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LITURGIA EUCARÍSTICA

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS.


Te suplicamos, Señor, que así como san José
sirvió con sincera entrega a tu Hijo unigénito,
nacido de la Virgen María,
también nosotros podamos celebrarte en esta liturgia
con un corazón puro.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO
El Patriarca san José en la historia de la Salvación.
V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
V. Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V. Demos gracias a Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario,


es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.

Y alabar, bendecir y proclamar tu gloria


en la solemnidad de san José.
Porque él es el hombre justo
que diste por esposo a la Virgen, Madre de Dios;
el servidor fiel y prudente que pusiste al frente de tu familia
para que, haciendo las veces de padre,
cuidara a tu Hijo único,
concebido por obra del Espíritu Santo,
Jesucristo, Señor nuestro.
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Por él, los ángeles celebran tu gloria


te adoran las dominaciones,
se estremecen las potestades.

Te aclaman con alegría


las virtudes del cielo y los santos serafines;
Permítenos asociarnos a sus voces,
cantando humildemente tu alabanza:

Santo, santo…

PLEGARIA EUCARISTICA III.


ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN.
Padre, protege siempre a tu familia,
que has alimentado con el sacramento del altar
en la gozosa celebración de san José,
y custodia en tus fieles los dones
que con tanta bondad le concedes.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Concesión de la Gracia Jubilar.
Para que obtengamos la gracia de la indulgencia, oremos ahora por el Papa y por la
Iglesia.
Oración por el Papa:
Dios nuestro, que en tu providencia
edificaste tu Iglesia sobre el fundamento de Pedro
y lo pusiste al frente de los demás apóstoles,
mira con bondad a nuestro Papa Francisco,
a quien has constituido sucesor de Pedro,
y concede que sea, para tu pueblo,
principio y fundamento visible de la unidad de la fe
y de la comunión.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
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Invocación a San José


Glorioso Patriarca San José: Haz que nuestra Iglesia que te tiene por Patrono
Universal sea Escuela de Valores, hogar de las virtudes, familia que cree y trabaja,
que ama y espera. Que en este Año Jubilar alcancemos la dicha de imitarte, vivir en
Dios, sembrar esperanza, ser alegres testigos de la vida y de la paz, servidores de la
verdad, constructores de un mundo iluminado por la fe. Amén.

El Celebrante
El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.
Inclínense para recibir la bendición con la que la Iglesia concede las gracias del Año
Jubilar de San José.
El Celebrante:
El Señor los bendiga y los guarde,
R. Amén.
El Celebrante:
Haga brillar su rostro sobre ustedes y os conceda su favor
R. Amén
El Celebrante:
Vuelva su mirada a ustedes y les conceda la paz.
R. Amén.
Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu + Santo,
descienda sobre ustedes
y los acompañe siempre.

El diácono o el Celebrante:
Pueden ir en Paz
R. Demos gracias a Dios.
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2. HORA SANTA EN HONOR DE SAN JOSÉ,


EL HOMBRE DE LOS SUEÑOS

Preparativos

1. El Sacramento de la Eucaristía
2. La Custodia.
3. Mantel.
4. Corporal
5. Velo Humeral
6. Cirios para la exposición.
7. Cuatro cirios más para los momentos de la meditación.
8. La imagen de San José ubicada a un lado del altar.

Exposición

Congregado el pueblo, que puede entonar algún canto, si se juzga oportuno, el ministro se
acerca al altar. Si el Sacramento no está reservado en el altar en que se va a tener la
exposición, el ministro, cubierto con el velo humeral, lo traslada desde el lugar de la
reserva, acompañándolo algunos acólitos o algunos fieles con cirios encendidos. Póngase
la custodia sobre la mesa del altar, cubierta con un mantel. Expuesto el Santísimo
Sacramento, el ministro inciensa al Sacramento y se retira en silencio.

Monición inicial
San José es el hombre de los sueños, no un soñador 1. Así lo ha dicho el Papa
Francisco en repetidas ocasiones, y lo ha reiterado en la Carta Apostólica Patris
Corde, con motivo del 150 aniversario de la Declaración de san José como Patrono
de la Iglesia Universal.

En su carta apostólica, cuyo objetivo es “que crezca el amor a san José, para ser
impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su
resolución”, el Santo Padre explica que, así como Dios hizo con María cuando le
manifestó su Plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a
través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran
considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad.

1
L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 12, viernes 24 de marzo de 2017.
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En la víspera de la clausura del año de San José, durante esta Hora Santa, meditemos
en los sueños de San José, pidiéndole que interceda por nosotros, que no perdamos
“la capacidad de soñar”, esa capacidad que nos permite abrirnos al mañana “con
confianza”, con audacia y con creatividad a pesar de las dificultades que pueden
surgir en nuestra acción evangelizadora.

Canto: Pescador de hombres


Tú has venido a la orilla,
no has buscado ni a sabios ni a ricos,
tan solo quieres que yo te siga.

Señor, me has mirado a los ojos,


sonriendo has dicho mi nombre.
En la arena he dejado mi barca,
junto a ti buscaré otro mar.

Tú sabes bien lo que tengo,


en mi barca no hay oro ni espadas,
tan sólo redes y mi trabajo.

Tú necesitas mis manos,


mi cansancio que a otros descanse,
amor que quiera seguir amando.

Tú pescador de otros lagos,


ansia eterna de almas que esperan;
amigo bueno, que así me llamas.

LITURGIA DE LA PALABRA

Lectura del Santo Evangelio Según San Mateo (1, 18-21. 24-25)
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada
con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del
Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió
repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en
sueños un ángel del Señor que le dijo: “José, hijo de David, no temas acoger a María,
tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un
hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a
su mujer. Y sin haberla conocido, ella dio a luz un hijo al que puso por nombre Jesús.

Palabra del Señor.


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Lector 1: PRIMER SUEÑO: El Ángel le ayuda a resolver un dilema.


San José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no
quería “denunciarla públicamente”, pero decidió “romper su compromiso en
secreto” (Mt 1,19).
En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: “No temas aceptar
a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a
luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados” (Mt 1,20-21).
La respuesta de San José fue inmediata: “Cuando José despertó del sueño, hizo lo
que el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1,24). Con la obediencia superó su
drama y salvó a María.
Lector 2: Encendemos una luz por los afligidos.

Momento de silencio extendido

Lector 1: SEGUNDO SUEÑO: El Ángel le pide salvar la vida de Jesús.


En el segundo sueño, el Ángel ordenó a José: “Levántate, toma contigo al niño y a su
madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar
al niño para matarlo” (Mt 2,13).

José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía
encontrar: “Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde
estuvo hasta la muerte de Herodes” (Mt 2,14-15).

En Egipto, san José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el Ángel
para regresar a su país.

Lector 2: Encendemos una luz por los exiliados.

Canto y momento de silencio extendido


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Lector 1: TERCER SUEÑO: El Ángel le pide que vuelva a Israel.


En un tercer sueño, el mensajero divino, después de haberle informado que los que
intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase
consigo al niño y a su madre, y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20).

San José, una vez más, obedeció sin vacilar: “Se levantó, tomó al niño y a su madre
y entró en la tierra de Israel” (Mt 2,21).

Lector 2: Encendemos una luz por los que sufren.

Canto y momento de silencio extendido

Lector 1: CUARTO SUEÑO: El Ángel le advierte que vaya a la región de


Galilea.

Sin embargo, durante el viaje de regreso, “al enterarse de que Arquelao reinaba en
Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es
la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo
llamado Nazaret” (Mt 2,22-23).

Lector 2: Encendemos una luz por la Iglesia.

Canto y momento de silencio extendido


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LETANÍAS DE SAN JOSÉ

Señor, ten misericordia de nosotros.


Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.

Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.

Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.


Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santa Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.

Santa María, ruega por nosotros.


San José, ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David, ruega por nosotros.
Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros.
Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.
Custodio del Redentor, ruega por nosotros.
Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros.
Padre nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.
Celoso defensor de Cristo, ruega por nosotros.
Servidor de Cristo, ruega por nosotros.
Ministro de salud, ruega por nosotros.
Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
José, justísimo, ruega por nosotros.
José, castísimo, ruega por nosotros.
José, prudentísimo, ruega por nosotros.
José, valentísimo, ruega por nosotros.
José, fidelísimo, ruega por nosotros.
Espejo de paciencia, ruega por nosotros.
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.
Modelo de trabajadores, ruega por nosotros.
Gloria de la vida doméstica, ruega por nosotros.
Custodio de Vírgenes, ruega por nosotros.
Sostén de las familias, ruega por nosotros.
Apoyo en las dificultades, ruega por nosotros.
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Consuelo de los desgraciados, ruega por nosotros.


Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.
Patrón de los exiliados, ruega por nosotros.
Patrón de los afligidos, ruega por nosotros.
Patrón de los pobres, ruega por nosotros.
Patrón de los moribundos, ruega por nosotros.
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo: ten misericordia de nosotros.

V. Le estableció señor de su casa.


R. Y jefe de toda su hacienda.

Oración a San José

La proclamamos al unísono.
Amado San José,
tu que fuiste escogido por Dios
para ser el feliz esposo de la Virgen Madre
y padre adoptivo de Jesucristo nuestro Redentor,
acompáñanos como padre amoroso
y amigo fiel en los caminos y trabajos que emprendemos.

Enséñanos a seguir las huellas de Jesús y de María como tú,


mientras fuiste su guardián y sustento en este mundo.
Después de María eres el más poderoso abogado ante Dios;
intercede por nosotros que vivimos en medio de luchas
y tentaciones aquí en la tierra.
Enséñanos a transformar nuestras familias en hogares de Nazaret.

Patrono de la buena muerte,


asístenos en la hora final
para alcanzar la dicha de contemplar contigo a la Santísima Trinidad,
cara a cara, en el cielo. Amén.
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Canto: Alma misionera


Señor, toma mi vida nueva Te doy mi corazón sincero
Antes de que la espera Para gritar sin miedo
Desgaste años en mi Tu grandeza, Señor
Estoy dispuesto a lo que quieras Tendré mis manos sin cansancio
No importa lo que sea Tu historia entre mis labios
Tu llámame a servir Y fuerza en la oración
Y así en marcha iré cantando
Llévame donde los hombres Por calles predicando
Necesiten tus palabras Lo bello que es tu amor
Necesiten mis ganas de vivir Señor tengo alma misionera
Donde falte la esperanza Condúceme a la tierra
Donde falte la alegría Que tenga sed de Dios.
Simplemente por no saber de ti

Bendición

Hacia el final de la adoración el sacerdote o el diácono se acerca al altar, hace genuflexión


y se arrodilla, y se canta un himno u otro canto eucarístico. Mientras tanto, el ministro,
arrodillado, inciensa el santísimo Sacramento.
Luego se levanta y dice:

Oremos

Se hace una breve pausa en silencio, y el ministro prosigue:

Oh Dios, que en este sacramento admirable


nos dejaste el memorial de tu Pasión,
te pedimos nos concedas
venerar de tal modo los sagrados misterios
de tu Cuerpo y de tu Sangre,
que experimentemos constantemente en nosotros
el fruto de tu redención.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Todos responden
Amen.

Dicha la oración el sacerdote o el diácono, tomando el humeral, hace genuflexión, toma la


custodia y hace la señal de la cruz sobre el pueblo.
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Reserva

Acabada la bendición, el mismo sacerdote o diácono que dio la bendición, u otro sacerdote
o diácono, reserva el Sacramento en el sagrario y hace genuflexión, mientras el pueblo,
entona un canto adecuado, y finalmente el ministro se retira.
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3. SEPTENARIO: SAN JOSÉ EN


EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN

PRIMER DÍA: PADRE AMADO

Introducción: “La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo
de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía
de la encarnación», como dice san Juan Crisóstomo” (PC, 1). Durante siete días,
siguiendo la propuesta del Papa Francisco en su Carta Apostólica “con corazón de
padre” (Patris corde) reflexionaremos sobre algunas cualidades excelsas del Santo
Patriarca, para que conociendo sus virtudes podamos seguir su ejemplo y agradar a
Dios con actos concretos de humildad y caridad.

Lectura bíblica: Génesis 41, 53-57.

"Pasados los siete años de abundancia en Egipto, llegaron los siete años de escasez,
tal como José había anunciado. Hubo hambre en todos los países, pero en todo
Egipto había pan. Cuando en Egipto se sintió el hambre, el pueblo pidió pan a gritos,
y Faraón decía a todos los egipcios: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga.»
Había escasez por todo el país, pero José abrió los almacenes y vendió trigo a los
egipcios. Una gran hambruna asolaba todo el mundo. Como el hambre se hacía sentir
más y más en todos los países, de todas partes venían a Egipto a comprar trigo a
José."

V. Palabra de Dios
R. Te alabamos, Señor

Reflexión: Patris corde, 1

“Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido
amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado
numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos,
hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre;
y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas.
Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila,
quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo
todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros
para que le fueran devotos.
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En todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a san José. Invocaciones
particulares que le son dirigidas todos los miércoles y especialmente durante todo el
mes de marzo, tradicionalmente dedicado a él.

La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que
hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al
faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55).
Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia
(cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en
virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).

Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según
la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María
de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.”

Preces:
Acudamos suplicantes a Dios Padre todopoderoso, de quien procede toda la familia
del cielo y de la tierra, y digámosle suplicantes:
R. Padre nuestro que estás en los cielos, escúchanos.
1. Padre santo, tú que en la aurora del nuevo Testamento revelaste a José el
misterio mantenido en silencio desde el origen de los siglos, ayúdanos a
conocer cada vez mejor a tu Hijo, verdadero Dios y verdadero hombre.
2. Padre celestial, tú que alimentas las aves del cielo y vistes la hierba del campo,
concede a todos los hombres el pan de cada día para su cuerpo y el alimento
de la eucaristía para su espíritu.
3. Creador del universo, tú que entregaste al hombre la obra de tus manos, haz
que los trabajadores puedan disfrutar de manera digna del fruto de su trabajo.
4. Señor, tú que eres la fuente de toda la justicia y deseas que todos seamos
justos, por intercesión de san José, ayúdanos a agradarte en todo.
5. Haz, Señor, que los moribundos y los que ya han muerto, obtengan tu
misericordia eterna, por medio de tu Hijo, de María y de san José.

Concluyamos nuestra oración con las palabras del Señor: Padre nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
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2020 – 8 de diciembre – 2021

Oh, bienaventurado José,


muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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SEGUNDO DIA: PADRE EN LA TERNURA

Introducción: En este segundo día del septenario de San José meditamos en su


ternura paterna. Junto con María Santísima fueron instrumento del amor de Dios
para traducirlo en actos concretos en beneficio de su hijo Jesús; actos que, en algunos
casos, no eludieron el sufrimiento. Dice el Papa Francisco: “También a través de la
angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos
enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través
de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que,
en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el
timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero
Él tiene siempre una mirada más amplia” (PC, 2).

Lectura bíblica: Lucas 2, 22-23a. 33. 39-40.

“Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la ley de Moisés,
llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley
del Señor […].

Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él.

Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su
ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia
de Dios estaba sobre él”.

V. Palabra de Dios
R. Te alabamos, Señor

Reflexión: Patris corde, 2.

“José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a
caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño
hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).

Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos,
así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).

En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco
de que el Dios de Israel es un Dios de ternura, que es bueno para todos y «su ternura
alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
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La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a


través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la
parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios
se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo
diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de
Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que
la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta
plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).

Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar


nuestra debilidad con intensa ternura”.

Preces:

Acudamos suplicantes al Señor, el único que puede hacernos justos, y digámosle


suplicantes:
R. Con tu justicia, Señor, danos vida.
1. Tú, Señor, que llamaste a nuestros padres en la fe para que caminasen en tu
presencia con un corazón sincero, haz que también nosotros, siguiendo sus
huellas, seamos santos ante tus ojos.
2. Tú que elegiste a José, varón justo, para que cuidara de tu Hijo durante su
niñez y adolescencia, haz que también nosotros nos consagremos al servicio
del cuerpo de Cristo, sirviendo a nuestros hermanos.
3. Tú que entregaste la tierra a los hombres para que la llenaran y la sometieran,
ayúdanos a trabajar con empeño en nuestro mundo, pero teniendo siempre
nuestros ojos puestos en tu gloria.
4. No te olvides, Padre del universo, de la obra de tus manos y haz que todos los
hombres, mediante su trabajo honesto, tengan una vida digna.
Porque somos miembros de la familia de Dios, nos atrevemos a decir, Padre
nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
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Oh, bienaventurado José,


muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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TERCER DÍA: PADRE EN LA OBEDIENCIA

Introducción: “Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de
salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en
la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios
por los que Dios manifestaba su voluntad” (PC, 3). En este tercer día del septenario
de San José meditemos en aquella obediencia liberadora que permitió al Santo
Patriarca cumplir con alegría la voluntad de Dios.

Lectura bíblica: Mateo 1, 20-21. 24

“José había decidido repudiar a María en secreto cuando el ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu
mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” […].
Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó
consigo a su mujer”.

V. Palabra de Dios
R. Te alabamos, Señor

Reflexión: Patris corde, 3

«José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería


«denunciarla públicamente», pero decidió «romper su compromiso en secreto»
(Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas
aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo
[…]: Con la obediencia superó su drama y salvó a María.

En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su


madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar
al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca
de las dificultades que podía encontrar […].

En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para
regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de
haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó
que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra
de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al
niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).

Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en
lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta
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vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado
Nazaret» (Mt 2,22-23).

[…] Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para
servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su
paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio
de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”».

Preces:

Imploremos la misericordia de Dios, confiando en la intercesión de San José,


quien cuidó en la tierra de Jesús y María:
R. Señor, escucha nuestra oración.
1. Señor, concédenos la verdadera transformación interior para que nuestra
mente y nuestro corazón sean según tu amor.
2. Dios nuestro, enséñanos a dominar nuestras pasiones para que en todo
podamos servirte sin doblez y con todo nuestro ser.
3. Dios, nuestro Señor, danos el espíritu de docilidad y humildad para que nos
reconozcamos como criaturas tuyas y dejemos que tu amor obre en nosotros.
4. Dios nuestro, guíanos para que a lo largo de este día encontremos tiempo para
hablar contigo y podamos ver todas las cosas desde la fe.
5. Dios nuestro Señor, haz que seamos capaces de abandonarnos totalmente en
ti.

Concluyamos nuestra oración con las palabras del Señor: Padre nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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CUARTO DÍA: PADRE EN LA ACOGIDA

Introducción: En este cuarto día del septenario de San José meditemos en el


corazón acogedor del Santo Patriarca: “José acogió a María sin poner condiciones
previas. Confió en las palabras del ángel. «La nobleza de su corazón le hace supeditar
a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica,
verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón
respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama,
dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a
optar iluminando su juicio»” (PC, 4).

Lectura bíblica: Mateo 1, 24-25.

"Cuando José se despertó, hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado y tomó
consigo a su esposa. 25.Y sin que hubieran tenido relaciones, dio a luz un hijo, al que
puso por nombre Jesús."

V. Palabra de Dios
R. Te alabamos, Señor

Reflexión: Patris corde, 4

“Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos.


Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus
razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca,
lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos
reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente,
porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes
decepciones.

La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía
que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también
intuir una historia más grande, un significado más profundo. Parecen hacerse eco
las ardientes palabras de Job que, ante la invitación de su esposa a rebelarse contra
todo el mal que le sucedía, respondió: «Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos
a aceptar los males?» (Jb 2,10).

José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y


fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la
fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para
acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria,
inesperada y decepcionante de la existencia […].
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Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles
que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José,
que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía,
asumiendo la responsabilidad en primera persona.

La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con
preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre
de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al
extranjero. Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para
la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32)”.

Preces:

Reunidos, hermanos, para celebrar las maravillas de Dios y recordando hoy


especialmente al esposo de María, elevemos nuestra oración al Padre celestial en
nombre de toda la familia humana

R. Te rogamos, óyenos.

1. Por la santa Iglesia de Dios: para que acepte con gozo la palabra divina, la
guarde y custodie, evite que se contamine con el error, y la anuncie por medio
de sus ministros, roguemos al Señor.
2. Por cuantos están dedicados a la formación de los seminaristas: para que
llenos del Espíritu de Dios iluminen a los candidatos al Sagrado Orden
ministerial y sostengan su fidelidad a la vocación recibida, roguemos al Señor.
3. Por todas las familias cristianas, para que vivan a la luz de la Palabra de Dios
y fomenten en sus hijos e hijas la vocación cristiana, roguemos al Señor
4. Por todos los padres de familia: para que, con amor y espíritu de servicio
cuiden de su familia, santificándose en su entrega paterna, roguemos al Señor.
5. Por cuantos estamos aquí reunidos: para que, libres de toda tentación y de
todo pecado alcancemos el reino de los santos, roguemos al Señor
Porque somos miembros de la familia de Dios, nos atrevemos a decir, Padre
nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
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Oh, bienaventurado José,


muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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QUINTO DÍA: PADRE DE LA VALENTÍA CREATIVA

Introducción: En este quinto día del septenario de San José meditamos en la


“valentía creativa” que llevó al Santo Patriarca a convertir las dificultades en
oportunidades para manifestar el amor. “De hecho, cuando nos enfrentamos a un
problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de
alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir
recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener” (PC, 5).
Aprendamos de San José a convertir un frío pesebre en caluroso hogar.

Lectura bíblica: Lucas 2, 4-7.

"Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de


David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse
con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí,
se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el
alojamiento."

V. Palabra de Dios
R. Te alabamos, Señor

Reflexión: Patris corde, 5

“La valentía creativa surge especialmente cuando encontramos dificultades.

Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios
no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas.
José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia
de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su
madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que
cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló
en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para
el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de
Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para
protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).

[…] Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores,
pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la
condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que
sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la
confianza en la Providencia.
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Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado,
sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.

[…] El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran
debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios
confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José
no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño.
En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la
Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la
maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María. José, a la vez que
continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros
también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre”.

Preces:

San José, llamado el varón justo por el mismo Espíritu Santo:


Asístenos en nuestra última hora
San José, angelical. Esposo de la siempre Virgen María:
San José, a quien el mismo Hijo de Dios llamó su padre:
San José, a quien el Padre celestial hizo participante de su paternidad y de su
amor infinito a su eterno Unigénito:
San José, jefe de la Trinidad terrestre:
San José, padre nutricio del que alimenta a todas las criaturas:
San José, salvador del Salvador del mundo:
San José, guía de la Luz increada, aparecida a los hombres:
San José, director de la eterna Sabiduría venida a la tierra:
San José, a quien estuvo sumiso el Hijo del Todopoderoso:
San José, a quien sirvió la Reina de los ángeles y de los hombres:
San José, a quien la Trinidad deífica asoció el gran misterio de la Encarnación:
San José, a quien Dios confió el tesoro inmenso de Jesús y María:
San José, cuyos trabajos, cuyos sudores, cuya vida entera se consagró al Dios
humanado y a su Madre santísima:
San José, príncipe de los patriarcas y el primero de todos los Santos:
San José, que en la gloria ocupáis un trono, cerca al de Jesús y María:
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San José, que en el cielo ejercéis la influencia y el valimiento de un padre con su


hijo, y de un esposo con su esposa:
San José, protector de las almas vírgenes:
San José, espejo del ministerio sacerdotal:
San José, ejemplar de la santidad del casado cristiano:
San José, defensor de los moribundos en su agonía:
San José, abogado de la humanidad en todas sus miserias y necesidades:

Por todos estos privilegios, méritos y gracias, te pedimos Señor, que el excelso y
poderosísimo San José, nos alcance imitar sus eminentes virtudes; que nos asista en
las varias vicisitudes de esta vida; nos patrocine en la hora de nuestra muerte, y nos
presente después en el cielo a Jesús y a María. Amen.

Padre nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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SEXTO DÍA: PADRE TRABAJADOR

Introducción: En este sexto día del septenario de San José meditemos en la


laboriosidad del Glorioso Patriarca y confiemos en su intercesión para que siempre
haya trabajo en nuestras familias y pan en nuestras mesas. “Un aspecto que
caracteriza a san José es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que
trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús
aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto
del propio trabajo” (PC, 6).

Lectura bíblica: Mateo 13, 53 – 55a.

"Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí. 54.Viniendo a su
patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De
dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? 55. ¿No es éste el hijo del
carpintero?"

V. Palabra del Señor


R. Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión: Patris corde, 6

“En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una
urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun
en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto
bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del
trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.

El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en


oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias
potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la
comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo,
sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia
que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso
a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar
de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la
posibilidad de un sustento digno?

La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se
convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo,
que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para
todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del
trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La
obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el
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trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha


aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un
llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que
encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona,
ninguna familia sin trabajo!”

Preces:

Elevemos nuestras súplicas al Señor, que hace justos a los hombres:


R. Danos vida con tu justicia, Señor.

1. Tú que llamaste a nuestros padres en la fe para que caminaran en tu presencia


con un corazón sincero, haz que, siguiendo sus huellas, seamos perfectos
como tú nos mandas.
2. Tú que elegiste al justo José para que alimentara a tu Hijo en su infancia y
juventud, haz que sirvamos en nuestros hermanos al cuerpo místico de Cristo.
3. Tú que entregaste la tierra a los hombres para que la llenaran y la sometieran,
enséñanos a trabajar con denuedo en este mundo, buscando siempre tu
gloria.
4. Acuérdate, Padre universal, de la obra de tus manos, da a todos trabajo, pan
y una condición de vida digna.

Concluyamos nuestra oración con las palabras del Señor: Padre nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
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SÉPTIMO DÍA: PADRE EN LA SOMBRA

Introducción: En este último día del septenario que nos prepara para la conclusión
del Año de San José meditemos en su paternidad discreta pero efectiva. San José es
para Jesús “la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se
aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Así José ejercitó la paternidad durante
toda su vida.

Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo,
sino por hacerse cargo de él responsablemente”. Oremos por todos los padres de
familia para que reflejen el amor del Padre eterno en la tierra.

Lectura bíblica: Lucas 2, 42-43. 46-50

"Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse,
pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres.

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de


los maestros, escuchándolos y preguntándoles; todos los que le oían, estaban
estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron
sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre
y yo, angustiados, te andábamos buscando.» Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais?
¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Pero ellos no comprendieron
la respuesta que les dio."

V. Palabra del Señor


R. Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión: Patris corde, 7

“Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No


para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de
elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a
José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente
afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad
está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un
amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se
vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con
amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La
lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una
manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo
descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.
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La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo.


Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio
persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo
necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la
posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad
con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con
asistencialismo, fuerza con destrucción.

[…] Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos


recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una
paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de
José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y
manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo”.

Preces:

Invoquemos a Dios, el Padre de quien toma nombre toda familia en el cielo y la


tierra, diciéndole:
R. Padre nuestro, que estás en los cielos, escúchanos.
1. Padre santo, que revelaste al justo José el misterio de Cristo, mantenido en
secreto durante siglos eternos, haz que conozcamos mejor a tu Hijo, Dios y
hombre.
2. Padre celestial, que alimentas a las aves del cielo y engalanas la hierba del
campo, da a todos los hombres el pan de cada día y el pan espiritual.
3. Creador de todas las cosas, que nos has encomendado tu obra, concede a los
trabajadores disfrutar dignamente del fruto de su trabajo.
4. Dios de toda justicia, que quieres que los hombres sean santos, haz que, por
la intercesión de san José, recorramos nuestro camino tratando de
complacerte.
5. Concede propicio a los moribundos y difuntos, por medio de tu Hijo, con
María, su madre, y san José, alcanzar tu misericordia.
Concluyamos nuestra súplica con la oración que el mismo Señor nos enseñó: Padre
nuestro...

Oración final:

Salve, custodio del Redentor


y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
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2020 – 8 de diciembre – 2021

Oh, bienaventurado José,


muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén
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2020 – 8 de diciembre – 2021

4. RETIRO ESPIRITUAL:
EL PADRE NUESTRO Y SAN JOSÉ

RETIRO ESPIRITUAL1

Distribución y tiempos sugeridos:


1. Oración inicial
2. Meditación 1: El Padre Nuestro y San José – I parte
3. Trabajo personal
4. Compartir
5. Meditación 2: El Padre Nuestro y San José – II parte
6. Trabajo personal
7. Descanso
8. Hora Santa y confesiones
9. Eucaristía
10. Consagración a San José

1. Oración inicial
Algunos elementos que pueden servir para esta oración
- Cantos de alabanza
- Acción de gracias espontánea
- Invocación al Espíritu Santo
- Texto bíblico propuesto para la Lectio Divina: Juan 15, 1-9: «Permanezcan
en mi amor». Se podría intercalar un canto de meditación entre cada uno de
los pasos de la Lectio Divina:

o Lectio (Se pueden destacar estos u otros elementos):


 Personas: Jesús: Yo Soy - Vid verdadera/ Mi Padre: Viñador/
Ustedes: los sarmientos

1
En el Decreto de la Penitenciaría Apostólica por el cual se conceden las indulgencias especiales con ocasión
del Año de San José (fechado el 8 de diciembre de 2020) se lee, entre otras formas de ganar la indulgencia:
«San José, auténtico hombre de fe, nos invita a redescubrir nuestra relación filial con el Padre, a renovar nuestra
fidelidad a la oración, a escuchar y responder con profundo discernimiento a la voluntad de Dios. La Indulgencia
plenaria se concede a aquellos que mediten durante al menos 30 minutos en el rezo del Padre Nuestro, o que
participen en un retiro espiritual que incluya una meditación sobre San José». Este subsidio busca unir estos
dos modos de ganar la Indulgencia.

39
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 Acciones: cortar, fructificar, limpiar, permanecer, pedir,


conseguir.

o Meditatio: ¿Qué me dice esta Palabra hoy, en mi situación actual?

o Contemplatio: Traigamos a la mente el campo donde el Viñador


sembró la Vid; imaginemos este hermoso sembrado: La Vid, que es
Cristo, tiene sarmientos lozanos y frondosos, pero también los tiene
débiles y necesitados de poda. Imagina qué tipo de rama, de
sarmiento, eres tú. Siente que el Señor está podando en tu vida todo
aquello que sobra, que no te deja dar fruto para la vida eterna. Duele
al cortar, pero sentirás alegría al fructificar…

o Oratio: Gracias Padre Dios porque Tú has sembrado este campo que
es la vida: nos has llamado a la existencia, nos sacaste del polvo de la
tierra y nos diste aliento divino. Sembraste entre nosotros la más
preciosa Vid que es tu Hijo amado, el Salvador del mundo; lo enviaste
para que pudiéramos estar más cerca de ti.
Hoy te pido, Padre de Amor, que me ayudes a estar unido a tu Hijo
Jesús; que ningún contratiempo me separe de Él; que ninguna
dificultad me haga dudar de Él; que ninguna enfermedad me permita
desesperar de Él. Que mi familia, mi trabajo, mis bienes, mis
responsabilidades, todo lo que soy, lo que tengo, lo que hago, todo,
Padre de Bondad, esté unido a tu Hijo Jesús y pueda dar verdaderos
frutos de bondad, alegría, comprensión y fe…
o Actio: ¿Qué situación/actitud/persona de mi vida tendría el Señor
que podar, cortar, para que dé verdadero fruto? (Escribir el
compromiso)

- Canto y bendición final de la oración

2. Meditación 1: El Padre Nuestro y San José – I parte

Nos hemos reunido en esta ocasión para vivir una jornada de retiro espiritual
inspirados en la vida y el ejemplo de San José, con motivo de preparar la conclusión
del Año de San José convocado por el Papa Francisco para conmemorar los 150 años
de la declaración de este Santo Patriarca como Patrono de la Iglesia. El 8 de
diciembre de 1870 el papa Pío IX, en medio de un contexto desafortunado política y
socialmente para la Iglesia, declaró a San José su patrono y auxiliador tras la
solicitud que le hicieran todos los obispos participantes en el Concilio Vaticano
Primero, en nombre propio y en representación de los fieles a ellos confiados. La
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declaración de San José como patrono de la Iglesia surgió, pues, de la iniciativa del
Pueblo de Dios al que escuchó benévolamente la jerarquía.
Nos serviría mucho dirigir la mirada a aquel documento de hace 150 años para
conocer las motivaciones de aquella época y constatar que hoy son más que actuales.
En primer lugar, el papa Pío IX presenta a quien él llama “el otro José”, el hijo del
patriarca Jacob, como símbolo anticipatorio o prefiguración de San José. La historia
de aquel José la conocemos por el libro del Génesis desde el capítulo 37 hasta el
capítulo 50; abarca, propiamente, la mitad del libro del Génesis y se configura como
una historia que explica el origen de la esclavitud del pueblo de Israel en Egipto y su
posterior liberación a través del que ha sido considerado “padre de la patria”, es
decir, Moisés. Entonces, el papa Pío IX explica que así como José, el gobernador de
Egipto, fue constituido por Dios sustento para su pueblo en un determinado
momento de la historia, asimismo San José entró al proyecto de salvación cuando el
Padre Eterno dispuso enviar a su Hijo Unigénito para la salvación del mundo
constituyéndolo padre, “señor y príncipe de su casa y de su posesión y lo eligió como
custodio de sus tesoros más preciosos”.2
En esta primera declaración ya encontramos que San José fue constituido en dos
sublimes oficios: primero, representar la figura paterna, tan esencial como la
materna para la conformación de una familia, cumpliendo con los oficios y servicios
de un padre dedicado y decidido por su hogar, y, segundo, custodiar los “tesoros más
preciosos” del Padre Eterno, estos son: Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima
Virgen María.
Busquemos ahora en nuestras biblias el evangelio de San Mateo capítulo 13,
versículos 16 y 17: “¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos
porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros
veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís pero no lo oyeron”. Pensemos ahora
en que esas palabras de Cristo el Señor parecieran estar destinadas en primer lugar
a San José y a la Santísima Virgen María; por supuesto, el Señor las dirige a sus
discípulos cuando explica la razón por la cual habla a la gente con parábolas; estaba
subido en una barca, a la orilla del mar de Galilea: allí Jesús les hace ver esta
bienaventuranza; era un momento de su vida pública. Pero, ¿su vida privada? ¿De
cuántas cosas no fueron testigos San José y la Santísima Virgen en la intimidad del
hogar? El papa Pío IX continúa, por ello, expresando en el decreto ya señalado: “Al
que tantos reyes y profetas anhelaron contemplar, este José no solamente lo vio sino
que conversó con él, lo abrazó, lo besó con afecto paternal y con cuidado solícito
alimentó al que el pueblo fiel comería como Pan bajado del cielo para la vida eterna”.
Detallemos aquellos verbos: San José conversó con Jesús, lo abrazó, lo besó
paternalmente, lo alimentó, se preocupó por él, lo custodió como tesoro. Un detalle
de lo que expresa aquel pontífice es importante destacar: “alimentó al que el pueblo
fiel comería como Pan bajado del cielo para la vida eterna”. San José cumplió con su

2
Pío IX, Decreto Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870).
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deber y en el ejercicio de su responsabilidad estaba haciendo posible el sano


crecimiento del Hijo de Dios: un niño fuerte, bien alimentado, bien amado, bien
cuidado. Ese mismo niño que alimentó San José es a quien ahora adoramos en la
Eucaristía; es el verdadero Dios y el verdadero Hombre al que amamos y ofrecemos
nuestra alabanza. ¡Bendito sea San José por ser padre nutricio!
Por estas razones el papa Pío IX exclama que “Dios confirió a su siervo bueno y
fidelísimo, la Iglesia, después de a su esposa, la Virgen Madre de Dios” y que por ello
mismo siempre se le ha venerado con sumos honores y alabanzas implorando su
intercesión en momentos de angustia. Por lo cual “conmovido por la luctuosa
situación en estos tiempos, para ponerse a sí mismo y a todos los fieles bajo el
poderosísimo patrocinio del santo patriarca José solemnemente lo declaró Patrono
de la Iglesia Católica”.
Realizar este retiro pensando en San José nos ayuda a lograr varios objetivos. El
prefacio de los santos que se proclama en la Eucaristía nos da luces sobre las gracias
que podemos lograr al contemplar la vida de todos los santos pero, sobre todo, de
nuestro Patriarca. Dirigiéndose a Dios Padre, el sacerdote dice:

“Tú nos ofreces el ejemplo de sus vidas,


la ayuda de su intercesión
y la participación en su destino”.
En San José descubrimos una vida ejemplar como ninguna otra, una intercesión sin
igual y la evidencia de que podemos participar en su destino, es decir, llegar al cielo.
A propósito, el Papa Francisco en su Carta Apostólica Patris Corde (7) ha escrito:
«El objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el amor a este gran santo, para ser
impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su
resolución». En cuanto a su poderosa intercesión vendría muy bien en este momento
el testimonio de Santa Teresa de Jesús (1515-1582) llamada también Santa Teresa de
Ávila, la reformadora del Carmelo. Como buena escritora que era redactó una de las
primeras exaltaciones a la poderosa intercesión del Santo Patriarca; en “El libro de
la vida”, capítulo 6, parágrafo 6, se expresa así:
«[…] Comencé a hacer devociones de misas y cosas muy aprobadas de
oraciones […]. Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme
mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y
pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir.
No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es
cosa que espanta3 las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este
bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de
alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una
necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere

3
“Es cosa que espanta” expresión castiza; entiéndase como “son admirables”.
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el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra que como tenía el
nombre de padre, siendo ayo,4 le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide».
Aprovechemos, entonces, esta ocasión para incentivar aún más nuestro afecto a San
José, gran socorredor en todas las necesidades que tengamos como lo acabamos de
escuchar de labios de Santa Teresa. Este retiro es, además, una manera de ganar la
Indulgencia plenaria en este año de San José. El Papa Francisco, a través de la
Penitenciaría Apostólica, ha determinado que este año el don de la Indulgencia
puede conseguirse de varias formas, entre ellas, la meditación de treinta minutos
sobre el Padre Nuestro, o un retiro con al menos una meditación sobre San José, o
una obra de misericordia, especialmente si es corporal, o el rezo del Santo Rosario
en familia e incluso entre novios, o una oración a San José Obrero especialmente
para quienes buscan trabajo y para que quienes lo tienen lo cumplan con dignidad,
o rezar las letanías de San José u otras oraciones y actos de piedad al Patriarca
aprobados por la Iglesia.
Especialmente, la Penitenciaría Apostólica sugiere ganar la Indulgencia el miércoles
de cada semana o el día 19 de cada mes; pero cualquier día podría obtenerse siempre
y cuando se cumpla, además de alguno de estos actos ya descritos, con las tres
condiciones fijas: confesarse, comulgar y orar por las intenciones del Santo Padre.
Estas tres condiciones pueden realizarse hasta quince días antes o después de
realizar la obra de piedad, de caridad o de religión. Por ejemplo, con la meditación
que haremos sobre el Padre Nuestro podremos ganar la Indulgencia Plenaria pero si
no se han confesado pueden hacerlo hasta quince días después de este día; teniendo
un firme propósito de enmendar la vida, de continuar en el proceso de conversión,
ofrecen después la comunión eucarística y la oración por las intenciones del Santo
Padre. Recuerden que la Indulgencia se aplica en beneficio de la misma persona que
cumple las condiciones o por los fieles difuntos pero no se puede obtener para
aplicarla a una tercera persona que esté viva.
(Nota: Si el predicador lo juzga conveniente y si el tiempo es oportuno, podría en
este momento dar la explicación sobre el don de la Indulgencia que aparece como
anexo 3 al final de este subsidio de retiro)
Sin más preámbulos, vamos ahora al tema central de esta primera meditación: El
Padre Nuestro y San José. Sabemos que el Padre Nuestro ha sido llamado, también,
la Oración dominical, es decir, la “oración del Señor” porque salió de la boca del Hijo
de Dios, el Señor Jesucristo, Dominus, de donde viene la palabra Domingo. Esta
oración fundamental para el cristiano tiene siete peticiones; por cada petición
reflexionaremos en una virtud de San José. Meditaremos con base en el Catecismo
de la Iglesia Católica, algunos documentos pontificios y la Palabra de Dios.
El Padre Nuestro, como nos los enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (numerales
2.777 y siguientes), inicia con una afirmación fundamental y continúa con siete

4
Ayo se llamó en Castilla a los tutores de los niños en las casas de los nobles.
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peticiones. Leamos el evangelio de San Mateo, capítulo 6, versículos del 9 al 13 (leer


el texto). Como pudimos apreciar, la afirmación básica e inicial es:

“Padre Nuestro que estás en los cielos”.


¿Alguna vez nos hemos detenido a pensar en que las experiencias humanas influyen
directamente en la percepción de las experiencias divinas? Seguramente sí lo hemos
hecho; hoy en día es más evidente que la crisis de la figura paterna, desde el padre
ausente hasta el padre violento, ha desencadenado la desfiguración de su identidad
ocasionando lo que sociológicamente se llama el “eclipse del padre”. Podríamos
hacer un ejercicio en este mismo momento; cada uno podría hacerse la pregunta:
¿qué recuerdo tengo de mi padre? (Podría invitarse a escribir tres palabras que
lleguen a la mente). No faltarán historias placenteras de padres responsables y
cumplidores de su obligación paterna con amor; no faltarán, también, las historias
tristes que ocasionaron recuerdos que aún siguen siendo heridas y que es necesario
sanar.
La experiencia de Jesús con su Padre Dios tuvo una primera etapa: la que estudia la
teología inmanente; es decir, el Hijo de Dios desde toda la eternidad ha estado junto
al Padre; es la relación entre el Padre que ama y el Hijo amado en la unidad del Amor,
que es el Espíritu Santo. No existe ni siquiera un solo momento en el que el Padre no
haya sido Padre, estando con el Hijo en el Amor; asimismo, no existe un instante en
el que el Hijo no haya sido Hijo en el Amor del Padre: es lo que en teología solemos
llamar la generación eterna del Hijo de Dios. Así pues, siendo Jesucristo verdadero
Dios, como es, también, verdadero hombre, entonces esa experiencia del Amor entre
el Padre y el Hijo es su propia experiencia y hace parte de lo que en teología se llama
la ciencia infusa. Por este motivo, cuando Jesús adolescente toma la iniciativa de
quedarse en el Templo, sin avisar a sus padres, les dice: «¿Acaso no sabían que debía
estar en la casa de mi Padre?» (Lucas 2, 49).
Y es que la reprensión a Jesús por parte de sus padres: «Hijo, ¿por qué nos has hecho
esto?» (Lucas 2, 48) termina en un llamado de atención de Jesús a ellos; no un
regaño, sino un “llamado a la memoria”. A José y a María Jesús les recuerda que
debían saber el lugar donde se encontraba; habían estado en el Templo; todos se
habían marchado después de la visita ritual mientras él había permanecido allí; ese
¿acaso no sabían? es un memento como diciéndoles: ustedes que recibieron los
anuncios angélicos, ustedes, mis padres, que saben mi origen y mi procedencia, ¿por
qué dejaron de último lugar el que debía ser el primero para buscarme durante tres
días?, ¿acaso no sabían? ¡Sí que lo sabían! ¡Y con creces! Sin embargo, el Evangelio
anota que “no comprendieron la respuesta que les dio”.
Meditando en la relación entre Jesús y el Padre Eterno podemos desentrañar
muchos rasgos: fue una relación íntima, de mucha confianza, de sinceridad, de
apertura del corazón a través de la sensatez pero, sobre todo, de sometimiento en la
obediencia; Jesús ora en la noche de Getsemaní, en el Huerto de los Olivos: «Padre
mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no sea como yo quiero sino
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como quieres tú» (Mateo 26, 39). La sumisión de Cristo al Padre es la misma que
meditamos con respecto a que el Padre Dios es la fuente de la Divinidad y el Hijo es
generado eternamente; no es un subordinacionismo como aquella herejía arriana
condenada en el siglo cuarto; se trata, más bien, de un reconocimiento y una
distinción de las personas divinas en la misma unidad de su naturaleza.
Pero Cristo Jesús, quien ha sido enviado por el Padre para que nosotros tengamos
sus mismos sentimientos (cf. Filipenses 2, 5), mostrándonos así el camino para llegar
a la Casa del Padre, vivió también la sumisión con sus padres en la tierra en su casa
de Nazaret porque, como escribe el autor de la carta a los Hebreos, «no tenemos un
Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, ya que ha sido
probado en todo como nosotros, excepto en el pecado» (Hebreos 4, 15). Cristo debía
conocer, entonces, la sujeción, la obediencia humana a los padres, debía ser ejemplo
también cumpliendo el cuarto mandamiento que, como recuerda san Pablo a los
Efesios, es el primero que trae consigo una promesa: cúmplelo «Para que seas feliz y
se prolongue tu vida sobre la tierra» (Efesios 6, 3). Cristo es el primogénito incluso
de esta promesa del decálogo: nos comparte la alegría de la Salvación y su presencia
en la tierra no tiene fin, recordemos que él ha dicho: «estaré con ustedes todos los
días hasta el fin del mundo» (Mateo 28, 20).
La favorable experiencia paterna terrena, desde el momento de la Encarnación del
Hijo de Dios, permitió que se hiciera más evidente la profunda relación de Jesús con
Dios Padre: El Hijo de José se acoge a la voluntad del Padre Eterno y el Hijo del
Padre Dios se somete a la voluntad del padre terreno: Cristo es verdadero Dios y
verdadero hombre.
Continuemos con el relato de San Lucas ya que consciente el pequeño Jesús de su
identidad como Hijo de Dios, sin embargo, el evangelista nos refiere que «bajó a
Nazaret junto con sus padres viviendo sujeto a ellos… y crecía en sabiduría, en
estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lucas 2, 52). Aquella sujeción a
sus padres hace parte de la segunda etapa de la experiencia de paternidad que tuvo
el Señor; es decir, la vivencia de la relación paterno-filial con José.
Ya sabemos que la expresión usada por el Señor para llamar a Dios Padre fue Abbá
(papá) que es una de las primeras palabras del niño judío apenas balbuceante junto
con la palabra Imma (mamá); una expresión de confianza, de seguridad, de
serenidad e intimidad del hogar. Busquemos, por ejemplo, el evangelio de Mateo,
capítulo 6; leamos los versículos 5 y 6 (leer el texto…). Al leerlo, nos damos cuenta
del íntimo ambiente en el que Jesús recomienda se haga oración: “entra en tu
aposento, cierra la puerta, ora a tu Padre que está allí en lo secreto (…)”. Enseguida,
el Señor recomienda que no hay que decir muchas palabras sino que la oración debe
ser sencilla y concreta.
La oración fue uno de los pilares fundamentales de la vida de Jesús; gracias a esta
conocemos el modo como se relacionaba el Hijo de Dios con su Padre Eterno: vemos
tonos de confianza, de sumisión a su voluntad, de intimidad. Esos rasgos de la vida
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espiritual íntima de Cristo con el Padre Dios se gestaron en su naturaleza humana


como consecuencia de la cercanía del padre José. El Niño Jesús dijo por primera vez
la palabra “abbá” a su padre adoptivo; es decir, la boca del divino infante exclamó
por primera vez “abbá” en la intimidad de su hogar, cuando pudo balbucear, viendo
el rostro familiar, cálido y acogedor de San José. Ese padre legal, elegido por Dios
como instrumento de paternidad real, a semejanza de la paternidad divina, fue el
medio por el cual Dios Padre mostró en la tierra su cercanía amorosa a su Hijo
Divino.
En el ámbito espiritual también San José y la Santísima Virgen enseñaron al Niño
no solo las actitudes del hombre orante sino que le enseñaron el arte de la oración
misma. Con San José el Niño leyó los libros de la Ley y los Profetas; con San José
releyeron las profecías que de Él mismo hablaban; con San José, como compañero
de oración, se dirigieron a Dios Padre diariamente a través de la recitación de los
Salmos. El Padre Dios, con San José y gracias a su papel instrumental, cumple su
tarea de asistir al Hijo Amado; escribe el Papa Francisco en Patris Corde (7) que San
José «para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege,
no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos».
Decía Santo Tomás de Aquino que “las palabras convencen pero los ejemplos
arrastran”. Así pues, en el hombre Jesús vemos también manifestadas las actitudes
de valentía, de tenacidad, de trabajo incansable y decidido de su padre a quien ayudó
en el taller de Nazaret. Desde Niño, Jesús vio a un padre trabajador, comprometido
con su hogar, amoroso y dedicado; esas actitudes forjaron en él un espíritu valiente
pero no indiferente, viril pero respetuoso hacia las mujeres, fuerte pero sensible a las
necesidades de los demás. Podríamos decir que San José no fue una “figura paterna”
sino una “realidad paterna”.
Meditemos ahora en las tres primeras peticiones del Padre Nuestro: al Padre
“nuestro”, al Padre de todos, que está en el Cielo, le pedimos:

Santificado sea tu nombre;


venga a nosotros tu Reino;
hágase tu voluntad.

1. “Santificado sea tu nombre”: contemplamos la vida santa de José


En primer lugar, en San José el Nombre de Dios es santificado a través de sus
virtudes. Sabemos que esta petición hace referencia no a que el Nombre de Dios gane
santidad por nosotros sino a que nosotros lo tratemos de manera santa. Dice el
Catecismo de la Iglesia Católica (No. 2807): «Pedirle que su Nombre sea santificado
nos implica en “el benévolo designio que Él se propuso de antemano” (Ef 1, 9) para
que nosotros seamos “santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4)».
Así pues, la santidad de vida de San José es santificación del Nombre de Dios porque
existe una profunda coherencia entre la santidad de Dios y la vida santa de nuestro
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Patriarca: aquellas palabras de Jesús: “Sed santos como vuestro Padre celestial es
Santo” (Mateo 5, 48) son invitación a santificar con nuestra vida el Nombre de Dios.
San Pedro Crisólogo nos da una clave de interpretación al respecto cuando expresa
que «Pedimos a Dios santificar su Nombre porque Él salva y santifica a toda la
creación por medio de la santidad. [...] Se trata del Nombre que da la salvación al
mundo perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en
nosotros por nuestra vida. Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es
bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según las palabras del apóstol: “el
nombre de Dios, por vuestra causa, es blasfemado entre las naciones” (Rm 2, 24; Ez
36, 20-22). Por tanto, rogamos para merecer tener en nuestras almas tanta santidad
como santo es el nombre de nuestro Dios» (San Pedro Crisólogo, Sermo 71, 4).
José santificó en su vida el Nombre de Dios y buscó configurarse con la santidad
divina; lo hizo de una manera única y por ello en la plegaria de consagración que
rezamos en el Rosario de San José decimos: “Oh San José, padre adoptivo de Jesús
y también padre nuestro”. Las minúsculas con las que escribimos que San José es
“padre nuestro” nos dan a entender que su paternidad universal es participada: Dios
es Padre Nuestro, con mayúsculas, porque es Nuestro Creador y San José es padre
nuestro porque es ejemplo y demostración de la paternidad de Dios. En el Triduo a
San José, del Hermano Agustín del Sagrado Corazón se lee: “Oh Jesús, dame al justo
José por padre, como me diste a María por madre; pon en mi corazón la devoción, la
confianza, el amor de un hijo hacia este Santo Patriarca”.
2. “Venga a nosotros tu Reino”: meditamos la sencillez de San José
También pedimos a Dios: “Venga a nosotros tu Reino”. San José tuvo en sus brazos
el Reino de Dios; es decir, la persona de Jesucristo; recordemos que cuando algunos
fariseos le preguntaron a Jesús sobre cuándo llegaría el Reino de Dios él les
respondió: “La venida del Reino de Dios no se producirá aparatosamente, ni se dirá
“vedlo aquí o allá”, porque, mirad, el Reino de Dios ya está entre vosotros”; así pues,
al abrazar al Hijo de Dios José abrazó el “Reino de la justicia, de la paz y del gozo en
el Espíritu Santo” (Romanos 14, 17).
Cuando San Mateo habla de José, esposo de María, dice, en primer lugar, que “era
justo”; esto nos indica que era un hombre cumplidor de la ley; a pesar de ello, José
practica una justicia que no aplica la ley por la ley – si esto hubiera sucedido, ¡María
Santísima hubiera terminado lapidada a causa de su embarazo! –. La justicia del
Reino de Dios es la ley del amor y San José la practicó en el silencio, porque el Reino
de Dios no viene aparatosamente; decía Jesús: ¡Cuídense de no practicar su justicia
delante de los hombres” (Mateo 6, 1). Por ello el Señor predicó siempre con sus
parábolas que el Reino era como un grano de mostaza, la semilla pequeña; como la
levadura en la masa, el fermento invisible; el tesoro escondido como riqueza en
penumbra; la red que saca indistintamente a todos los peces cumpliendo cabalmente
su trabajo (cf. Lucas 13).
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San Cirilo de Jerusalén decía: «Solo un corazón puro puede decir con seguridad:
“¡Venga a nosotros tu Reino!” […]. El que se conserva puro en sus acciones, sus
pensamientos y sus palabras, puede decir a Dios: “¡Venga tu Reino!”» (Catecheses
mystagogicae 5, 13). San José, entonces, con su corazón puro pudo repetir con
seguridad: “¡Venga a nosotros tu Reino!”. Es más, a través de San José, el Reino de
Dios, que es Jesucristo, puede llegar a nosotros; el Reino de Dios alcanza el corazón
del hombre y de la mujer a través de instrumentos de su amor; San José nos trae a
Jesús, nos pone el Reino de Dios ante nuestros ojos, nos presenta a su hijo como el
Reino de Dios en persona.
3. “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”: contemplamos
la obediencia de San José
Entre los rasgos que comúnmente más destacamos en San José es el sometimiento
indiscutible a la voluntad de Dios. Solo una persona que pone a Dios por delante de
sus intereses es capaz de obrar como obró José; sabía que su protagonismo era
vicario; es decir, los verdaderos protagonistas eran el Padre Eterno, su Hijo
Jesucristo, su Madre Inmaculada. Anteponer la voluntad de Dios y ponerse al
margen de la historia terrena de Cristo lo convirtió a él, también, en protagonista de
la Historia de la Salvación.
Esta obediencia reverencial, este acatamiento humilde se volvió paradigmático
porque fue el mismo que asumió Jesús. Ya comentábamos, hace un momento, que
el Señor Jesús supo también someterse a la formación de sus padres; en
consecuencia cuando Cristo expresa que quiere que se cumpla la voluntad del Padre
es porque también fue consciente de que su padre legal hizo lo mismo: reconocer la
voluntad de Dios es asimilar que Él tiene un modo concreto de hacer las cosas
siempre mirando nuestro bien aun cuando nuestros planes no coincidan con los que
tiene Dios para nosotros. Por algo el Señor nos mandó a decir por medio de Isaías
(58, 9): «Mis pensamientos no son sus pensamientos; mis caminos no son sus
caminos».
3. Meditación personal
Tomar el texto de Mateo 1, 20:
«Así lo tenía planeado […]». El texto hace referencia al plan que tenía José de
repudiar a María su mujer, en secreto, por resultar en cinta.
- En el presente: ¿Qué planes tienes para tu vida?, ¿Y si el Señor te indicara
otro plan distinto al trazado, ¿cómo lo asumirías?
- En el futuro: ¿Te sientes disponible para cumplir la voluntad de Dios como
San José?, ¿Qué actitudes de nuestro Santo Patriarca deberías incentivar en
tu vida?
- En el pasado: ¿Con el paso del tiempo has entendido mejor algún plan
personal que no fue posible realizar o alguna circunstancia que resultó
adversa en tu vida?, ¿Descubriste la voluntad de Dios en ese acontecimiento
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o tendrías que pedir perdón al Señor por renegar de su plan de salvación


para ti?

4. Compartir en grupo las respuestas del trabajo personal o


compartir algún testimonio sobre el tema

5. Meditación 2: El Padre Nuestro y San José – II parte

Después de aquellas primeras tres peticiones que meditamos en la primera parte de


este retiro ahora nos adentramos en el segundo grupo de súplicas del Padre Nuestro.
Los invito a que leamos nuevamente el evangelio de San Mateo, capítulo 6, versículos
del 9 al 13. Al respecto, explica el Catecismo de la Iglesia Católica: «El primer grupo
de peticiones nos lleva hacia Él, para Él: ¡tu Nombre, tu Reino, tu Voluntad! Lo
propio del amor es pensar primeramente en Aquel que amamos» (No. 2804). «El
segundo grupo de peticiones […] son la ofrenda de nuestra esperanza y atrae la
mirada del Padre de las misericordias. Brota de nosotros y nos afecta ya ahora, en
este mundo: danos, perdónanos, no nos dejes, líbranos» (No. 2805).
Para este momento vamos a meditar en cada una de estas cuatro peticiones elevadas
al Padre Dios y a dirigir la mirada a San José quien como padre de Jesús nos puede
iluminar el camino de los hijos que buscan al Padre Eterno. En su carta apostólica
Patris Corde, traducido al español, Con corazón de Padre, el Papa Francisco nos
señala algunas cualidades del glorioso Patriarca; vamos a aludir a ellas en cada una
de las cuatro segundas peticiones:
1. «Danos hoy nuestro pan de cada día»: contemplemos a San José
el trabajador, imagen del Padre Dios providente.
Imaginemos a San José iniciando su jornada diaria; su laboriosidad lo lleva a vencer
la comodidad del descanso para ponerse en pie y comenzar el trabajo. Tiene una gran
responsabilidad: ser el padre nutricio del Hijo del Padre Creador. La alimentación es
un momento importante para el pueblo judío: el pan, el sustento material, se
convierte en vida; lo que comemos nos sostiene; la celebración de la vida por ello se
hace en el contexto de la mesa, frugal o abundante, siempre el alimento será
sinónimo de vida, de alegría, de satisfacción.
El papa León XIII expresó en su famosa encíclica dedicada a San José: «Él se dedicó
con gran amor y diaria solicitud a proteger a su esposa y al Divino Niño;
regularmente por medio de su trabajo consiguió lo que era necesario para la
alimentación y el vestido de ambos; cuidó al Niño de la muerte cuando era
amenazado por los celos de un monarca, y le encontró un refugio; en las miserias del
viaje y en la amargura del exilio fue siempre la compañía, la ayuda y el apoyo de la
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Virgen y de Jesús. Ahora bien, el divino hogar que José dirigía con la autoridad de
un padre, contenía dentro de sí a la apenas naciente Iglesia» 5.
En San José y en la Santísima Virgen María reconocemos que los padres de familia
son instrumentos del amor providente de Dios; de allí la gran responsabilidad de los
progenitores para responder a esta misión con todas las cualidades que sean reflejo
de la Divina Providencia. Dice el Catecismo: «El Padre que nos da la vida no puede
dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes,
materiales y espirituales» (No. 2830). Así pues, pidiendo el pan, un alimento tan
humilde que se sirve en la mesa del rico y del pobre, estamos pidiendo todo lo que
conviene a nuestro sustento: no solo el pan material sino también el pan espiritual.
Continúa el Catecismo: «En el Sermón de la Montaña, Jesús insiste en esta confianza
filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos
impone ninguna pasividad (cf. 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda
inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de
Dios».
Dirigiendo nuestra mirada a San José, nos dice el Papa Francisco, que «era un
carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De
él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan
que es fruto del propio trabajo» (Patris corde, 6). Así es como la Divina Providencia
que nos da la vida y los medios para sostenernos tiene en cuenta también nuestro
empeño y trabajo de modo que es Dios quien hace prósperas las obras de nuestras
manos, como lo dice el salmo 90 (89), 17, pero no al margen de nuestros esfuerzos.
Valor, dignidad y alegría son tres palabras que utiliza el Papa para describir lo que
significa comer el pan con el sudor de la propia frente; Jesús aprendió esto de San
José, como lo deja en claro el pontífice; convendría mucho que a esta altura
pensáramos en estas tres palabras con respecto a nuestros oficios, trabajos y
obligaciones porque el pan que Dios pone en nuestra mesa es el pan de nuestro valor,
dignidad y alegría. Como gran intercesor que es, pidamos a San José el valor y la
fortaleza necesarias para vencer cualquier distracción, antipatía, pereza en el
cumplimiento de nuestras labores; la tenacidad del espíritu al sembrar es
recompensada por el Señor cuando vamos a recoger la cosecha.
Segundo, el trabajo, dice el papa León XIII, «no tiene en sí nada de vergonzoso, y el
trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud,
puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó
las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando
a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se
sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo». 6
Jesús trabajó en el taller de su padre y ganó el pan con el sudor de su frente y de su
arte; pero también, durante tres años, específicamente, trabajó “en la pastoral”,

5
León XIII, Quamquam pluries, 3 (15 de agosto de 1889).
6
Quamquam pluries, 4.
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anunció el Reino, pasó por el mundo haciendo el bien y curando a los oprimidos por
el mal como lo dijo Pedro en la casa de Cornelio, según nos lo cuentan los Hechos de
los Apóstoles (Hechos 10, 38). Y en este trabajo pastoral Jesús dio todo de sí para
hacer digno el oficio de la misma manera como había dignificado el trabajo material;
en una y otra labor el obrero merece su salario, su sustento, como lo dice el Evangelio
en Mateo 10, 10.
Finalmente, en esta primera parte, la alegría: el trabajo tiene una connotación
especial cuando se ejerce con gozo, con satisfacción del corazón. Sabemos que
muchas personas, hoy en día, por diversas circunstancias, deben asumir trabajos que
no les satisfacen, sino que son una dura prueba, una carga desagradable: desde
quienes deben emplearse en un puesto de trabajo por el simple hecho de no morir
de hambre hasta el oficio de servir el alimento a un familiar ingrato que no nos
valora. Incluso en esas circunstancias deberíamos pedirle a San José que nos ayude
a descubrir así sea una pequeña luz de gozo en medio de la insatisfacción del corazón.
2. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a
los que nos ofenden: contemplemos a “San José padre de la
valentía creativa”.
Me parece muy oportuno que cuando el Papa Francisco desarrolla el tema de San
José como padre de la valentía creativa inicia anotando que la primera etapa de toda
verdadera sanación interior es «acoger la propia historia, es decir, hacer espacio
dentro de nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en nuestra vida».
Es verdad, ninguno ha elegido en su vida el camino del odio o del resentimiento;
nadie se levanta diciendo: “hoy quiero encontrarme una persona para volverla mi
enemiga”.
Acoger la propia historia es necesariamente un proceso de reconciliación consigo
mismo: ninguna historia personal es iluminada, llana y recta completamente;
nuestras historias están llenas de luces y sombras, de abismos y montes, de
vericuetos y encrucijadas. La indicada sanación interior es una curación, en primer
lugar, de nuestro pasado para que los acontecimientos tristes o fatídicos, las
circunstancias adversas y las personas que nos han ofendido o tratado mal no sean
percibidas como una desgracia sino como parte integral de nuestra historia personal
de salvación. La historia no podemos cambiarla; está conformada por ambientes,
acontecimientos y personas “inmóviles”, han creado recuerdos fijos; pero la valentía
creativa, de la que hace gala San José, nos ayuda a desplazar la mirada del pasado al
presente: si no puedo cambiar los acontecimientos de mi historia sí puedo cambiar
el modo como interpreto mi historia.
La interpretación creativa de los acontecimientos adversos es lo que la psicología
actual llama resiliencia, que es la capacidad de la persona para superar
circunstancias adversas; sin lugar a dudas podríamos afirmar que el gran resiliente
de todos los tiempos ha sido San José. El Papa Francisco explica mejor cuando dice
en Patris corde, 5:
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«Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué
Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y
personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de
la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño
y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre,
que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se
instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor
posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro
inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en
un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt
2,13-14)».
La explicación del Papa es paradigmática: San José, como padre de familia,
encuentra una oportunidad a partir del rechazo en las distintas posadas de Belén: un
establo, que cualquiera diría que es únicamente el lugar para que los animales vivan
es convertido por San José en la morada del Hijo de Dios; María, preparando el
nacimiento de su amado hijo, deja que San José adecúe la cuna, mueva los aperos,
encierre un poco el lugar para protegerse del viento, encienda el fuego, consiga algo
de alimento y agua. San Vicente de Paúl tenía una frase que cae muy bien con esta
dimensión de la valentía creativa: «El amor es inventivo hasta el infinito». Y así es;
solo por amor supo San José hacer de aquel establo una morada acogedora para
Aquel por quien habían sido creadas todas las cosas (cf. Colosenses 1, 16). San José
ofrece una casa particular, un hogar cálido, al Creador de la casa común.
Concluyamos con el Papa: «Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos
de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo
que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del
carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad,
anteponiendo siempre la confianza en la Providencia». Apliquemos, pues, esta
valentía creativa al proceso de sanación interior; el Señor Jesús nos indicó el primer
paso: orar por quienes nos persiguen; orar por su conversión, orar para que
reconozcan su error y lo enmienden; orar para desearles lo mejor: ¡bendiciones!
porque si bendices, el Señor te bendecirá, si perdonas, el Señor te perdonará, si
maldices, el Señor no te maldecirá, pero sí te perderás las gracias y bendiciones del
corazón humilde que es capaz de orar por quienes lo han ofendido. Y en el sentido
nuestro, “autorreferencial”, por decirlo de alguna manera, orar para que nunca
nuestras acciones sean ofensivas, cuidar nuestras palabras y gestos para que no
vayan a ser interpretados como una afrenta contra alguien. Con frecuencia pedimos
por quienes nos ofenden, pero a veces no tenemos en cuenta que podemos ser
nosotros los ofensores.
3. No nos dejes caer en la tentación: contemplemos a San José,
padre en la acogida
El Catecismo de la Iglesia Católica nos indica: «El Espíritu Santo nos hace discernir
entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior (cf Lc 8, 13-15;
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Hch 14, 22; 2 Tm 3, 12) en orden a una “virtud probada” (Rm 5, 3-5), y la tentación
que conduce al pecado y a la muerte (cf St 1, 14-15)» (No. 2847). En este sentido, el
Espíritu Santo nos provee el discernimiento necesario entre las pruebas de la vida y
las tentaciones de la muerte; es decir, entre las pruebas que nos llevan a vivificar y
las tentaciones que nos conducen a la perdición.
En este orden de ideas el ejemplo de San José nos da algunos elementos para saber
pedir el Espíritu Santo y lograr este discernimiento entre prueba y tentación, y la
consiguiente valentía para vencer esta última. Escribe el Papa Francisco: «José no
es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La
acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza
que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la
vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y
decepcionante de la existencia» (Patris corde, 4).
Una de las pasiones de nuestro ánimo con la que el espíritu del mal hace estrategia
para destruir nuestra confianza en Dios es el miedo, el temor. El ángel dijo a José:
«No temas» (Mateo 1, 20) y con la fuerza del Espíritu Santo que vence el temor
humano, San José salió triunfante. En el bautismo recibimos el Espíritu Santo,
fuimos consagrados a Dios y le pertenecemos; la tentación es vencida en la medida
en la que dejamos obrar al Espíritu Santo y acogemos nuevamente la salvación dada
en este sacramento de iniciación; parafraseando al papa Francisco sería: “acoger la
vida nueva”, no solo la vida con sus contradicciones y decepciones sino acoger cada
día las promesas bautismales: renunciar al mal y profesar la fe en el Supremo Bien
que es Dios mismo.
Jesús fue tentado en el desierto adonde había sido llevado por el Espíritu luego de
recibir el bautismo (cf. Mateo 4, 1); si Jesús hubiera temido al diablo no estaríamos
contando la historia de victoria sobre el pecado y la muerte; el Señor Jesús vence con
la confianza, con la acogida del Plan de Dios. San José había sido igualmente tentado
y la tentación en aquel momento había tomado forma de legalidad extrema: cumplir
la ley sin lugar a dudas aun cuando ello implicara sacrificar dos vidas. Pero venció el
Espíritu de Dios que iluminó a José para que discerniera y convirtiera la tentación
en una prueba: entre el caso extremo de lapidar a María, su esposa, y el caso mitigado
de repudiarla en secreto para salvarle la vida, halló en el medio la virtud del justo:
asumir la paternidad legal del Hijo de Dios; asumir el matrimonio con María, acoger
un Niño, acoger una Madre, acoger el plan de Dios. Su acogida no fue una obligación
indefectible sino la experiencia de su libertad llevada a oblación.
El escritor eclesiástico Orígenes de Alejandría en el siglo tercero escribía que «Dios
no quiere imponer el bien, quiere seres libres [...]. En algo la tentación es buena.
Todos, menos Dios, ignoran lo que nuestra alma ha recibido de Dios, incluso
nosotros. Pero la tentación lo manifiesta para enseñarnos a conocernos, y así,
descubrirnos nuestra miseria, y obligarnos a dar gracias por los bienes que la
tentación nos ha manifestado» (De oratione, 29, 15 y 17). Si seguimos a este escritor
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podríamos decir que la tentación inicial que tuvo que enfrentar San José le permitió
conocerse: descubrió su misión y se revelaron los bienes que Dios le concedió y que
se resumen en la gran tarea de ser padre legal del Hijo del Padre Eterno.
4. Líbranos del mal: Contemplemos a San José custodio de Jesús y
de María.
Lamentablemente, en el mundo de hoy, existen ejemplos de padres de familia que
no cumplen con la misión de custodiar a sus hijos, no los libran del mal, sino que,
incluso, los acompañan con su silencio o los inducen con su complicidad. A decir
verdad, no es un problema que hoy se presente de manera exclusiva, sino que en la
actualidad es más evidente; por ejemplo, en la profecía de Isaías, Dios dice que
aunque una madre se olvidara de su criatura Él no se olvidaría de su pueblo (cf. Isaías
49, 15), lo que indica que en el Antiguo Testamento había casos de padres que no
eran custodios de sus hijos.
Si el Padre Eterno cuida de los lirios del campo y las aves del cielo (cf. Mateo 6, 26),
si cuida aún más de los seres humanos por ser estos la cima de la creación, así mismo
San José, espejo terreno del amor del Padre, se dedicó a librar del mal al Niño, al
adolescente y al joven Jesús; esto está demostrado en la huida a Egipto para que el
mal, personificado en Herodes, no lo alcanzara; en la búsqueda durante tres días hay
de manera latente una preocupación: el Niño siempre correrá peligro pues desde su
nacimiento hay fuerzas del mal que quieren impedir su misión.
La última petición del Padre Nuestro actualiza la victoria de Cristo sobre el mal, el
pecado, el dolor y la muerte; al pedir a Dios que nos libre del mal estamos afirmando
que solo él puede hacerlo pues esta guerra ya ha sido dada y la victoria es de Cristo.
San José, como modelo de padre bajo cuya custodia nos amparamos, se ha hecho
también, con su intercesión, un defensor nuestro ante el mal; él nos defiende de los
nuevos Herodes que buscan destruirnos; con su humildad derrota a los Herodes de
la ansiedad de poder; con su paciencia enfrenta a los Herodes que se desesperan por
llevar a cabo sus planes sin Dios; con su silencio le sale al paso a los Herodes que
buscan el espectáculo y el aplauso, las alabanzas y los reconocimientos humanos;
con su pureza virginal responde a los Herodes del mundo hedonista cuyo Dios es su
vientre y viven solo para satisfacer sus placeres.
Si al Padre Dios le pedimos que nos libre del mal personal también le pedimos que
nos proteja de los males en la Iglesia: los que se gestan desde fuera y los que surgen
desde dentro; del mismo modo a San José, como patrono de la Iglesia Universal,
acudimos para que nos asista y nos custodie. Dice el Catecismo: «En esta última
petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación
de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y
la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo» (No. 2854). Al respecto,
el papa Juan XIII, cuando escribió una carta apostólica sobre San José lo definió
como el «poderoso amparo en la defensa contra los esfuerzos del ateísmo mundial,
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que tiende a la ruina de las naciones cristianas» 7. En esta etapa tan particular de la
Iglesia, el año de San José debe motivarnos para seguir pidiendo al Santo Patriarca
que nos libre del Maligno, del mal y de los males del mundo.
Termina el Papa Francisco su carta apostólica sobre San José con una petición que
junto a las siete del Padre Nuestro deberíamos agregar como la octava en nuestra
meditación personal. Dice el pontífice: «No queda más que implorar a san José la
gracia de las gracias: nuestra conversión». Gracia de las gracias es convertir nuestro
corazón a Dios y ello le pedimos a nuestro Glorioso Patriarca. Es, además, el objetivo
de este retiro: volver nuestra vida hacia el Creador que la sostiene. Que San José
interceda por nosotros para que nuestra conversión sea sincera, permanente y
procesual. Sincera para que logremos ser transparentes y reconozcamos con
humildad todo aquello que nos impide la amistad con Dios; permanente para que no
nos desmotivemos durante este largo camino que implica toda la vida; y procesual
para que avancemos y se note nuestro progreso espiritual.
6. Meditación personal
(El coordinador del retiro ofrecerá el siguiente subsidio a cada participante. Se
pueden elegir siete personas, a cada una se le asigna una petición del Padre Nuestro
y se le encarga que durante la Hora Santa lea de viva voz su respectiva oración):
Retome cada una de las siete peticiones del Padre Nuestro; utilice el cuadro para
escribir una virtud o actitud de San José de modo que esta oración se haga realidad
en su vida.

7
Juan XXIII, Le voci (19 de marzo de 1961).
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PADRE NUESTRO QUE ESTÁS EN EL CIELO


Petición de una virtud o actitud de San José

1. Santificado sea tu
nombre

2. Venga a nosotros
tu Reino

3. Hágase tu
voluntad en la
tierra como en el
cielo

4. Danos hoy nuestro


pan de cada día

5. Perdona nuestras
ofensas como
perdonamos a los
que nos ofenden

6. No nos dejes caer


en la tentación

7. Líbranos del mal


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7. Descanso
8. Hora Santa y confesiones

HORA SANTA: LA SAGRADA FAMILIA

(Convendría que cerca del altar fueran colocadas las imágenes de San José y la
Santísima Virgen María, reservando, claro está, el puesto principal y más visible
para la Custodia con el Santísimo Sacramento de la Eucaristía)

8.1. Canto, exposición del Santísimo y aclamaciones iniciales.

8.2. Monición inicial: Hermanos y hermanas: Durante este retiro espiritual


dedicado a meditar en el Padre Nuestro y San José hemos visto el modo privilegiado
como nuestro Santo Patriarca encarna las virtudes cristianas. San José, padre
nutricio de Nuestro Señor Jesucristo, sirvió el pan en la mesa de Nazaret; con su
trabajo dio ejemplo de laboriosidad en el hogar; con su silencio y amor creativo fue
eje nuclear para hacer de las adversidades una nueva oportunidad para asumir la
voluntad de Dios. Junto con María Santísima buscó crear un ambiente santo para
que el Hijo de Dios creciera en estatura, sabiduría y gracia. El Señor Jesús, en su
vida terrena, tomó el alimento de manos de sus padres; ahora, el mismo Señor
Jesucristo se nos entrega como Pan Vivo bajado del cielo; se ha quedado con
nosotros como alimento de vida eterna.
Ofrezcamos esta Hora Santa por nuestra gran familia, la Iglesia Católica, para que
encuentre en la Sagrada Familia de Nazaret el apoyo para continuar su misión de
extender el Reino de Dios entre los hombres. Oremos, igualmente, por nuestra
Iglesia Particular, por nuestra comunidad parroquial y por nuestra familia para que
aprendamos la humildad de Nuestro Señor Cristo, la sencillez de la Virgen María y
el silencio de San José, virtudes necesarias para que nuestros hogares se sostengan
en la comprensión, el amor y el respeto.

8.3. Canto

8.4. Lectura del Evangelio: Marcos 3, 31-34: “El verdadero parentesco de Jesús”
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8.5. Meditación:

- «Quien cumpla la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».


- (Algunas pistas para la meditación) María tiene un doble parentesco con Jesús: el
de la sangre y el del espíritu. Igualmente, San José, no tiene el parentesco de la
sangre, pero sí el parentesco legal y el del espíritu. Son doblemente privilegiados.
Pero, sobre todo, el privilegio mayor está en que cumplieron la voluntad de Dios y
esto los hace recibir las primicias de las bendiciones que trae la Nueva Alianza. Si
quiero tener parentesco con Jesús debo acogerme a la voluntad del Padre Eterno; de
otro modo no es posible. ¿Por qué me cuesta tanto aceptar la diferencia entre mi
parecer caprichoso y la voluntad perfecta de Dios?
8.6. Silencio y más adelante un canto para terminar el momento de meditación.

8.7. Se invita a los siete participantes designados para que cada uno exprese de viva
voz la oración de acuerdo a las siete peticiones del Padre Nuestro.
Después de cada oración todos los participantes hacen la aclamación
correspondiente; puede darse, igualmente, un momento de silencio y un canto, si el
tiempo lo permite:
Después de la primera oración:
- Jesús, José y María, que santifiquemos el Nombre de Dios con nuestras
obras.
Y así sucesivamente:
- Jesús, José y María, que difundamos en nuestras vidas el Reino de Dios y su
justicia.
- Jesús, José y María, que cumplamos la voluntad del Padre Eterno para ser
verdadera familia de Dios.
- Jesús, José y María, que nunca falte en nuestras vidas el sustento material y
las gracias espirituales
- Jesús, José y María, que nos reconciliemos con nuestra historia personal y
familiar y podamos perdonar de corazón
- Jesús, José y María, que venzamos la tentación con la fuerza del Espíritu
Santo que todo lo fortalece
- Jesús, José y María, que nos veamos liberados del mal y alcancemos la
conversión sincera, permanente y progresiva.

8.8. Si el tiempo lo permite podría rezarse el Rosario de San José (o en su defecto,


las Letanías a San José)
+ Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios Nuestro.
+ En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
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Pasos:
1. Consagración y oración inicial
2. Recitación de cada virtud
3. Padre Nuestro, cinco avemarías, la jaculatoria:

“Amado san José,


haz crecer en mí la fe,
que en ella encontraré
la esperanza y caridad”.

4. Oraciones conclusivas.
Consagración
Oh san José, padre adoptivo de Jesús y también padre nuestro, a ti consagramos
nuestra vida y la misión que Dios nos ha encomendado. Te pedimos intercedas por
nosotros ante el Señor y lleves nuestra oración a su presencia. Tú, esposo de María
casto, justo, prudente y humilde, enséñanos a practicar estas virtudes en ti gloriosas.
Haznos dóciles, tiernos y mansos con nuestro prójimo, especialmente con nuestros
padres, hijos y hermanos. Amado san José, ruega para que el Espíritu Santo haga
morada permanente en nuestro corazón como lo hizo en el tuyo. Amén.
Oración inicial
Oh san José, Carpintero de Nazaret, que con tu paciente trabajo sostuviste la Sagrada
Familia en esta tierra, enséñanos a descubrir en nuestros quehaceres de cada día el
camino hacia Dios.
Virtudes
1. Por el tiempo que a María esperaste, danos la virtud de esperar en silencio y
sin perder la paz.
2. Por tu matrimonio con María en perfecta castidad, danos la virtud de vivir
en pureza y castidad.
3. Por aceptar la paternidad de Jesús, danos la virtud de aceptar y cumplir la
voluntad de Dios
4. Por el día que dejaste todo por salvar a tu Hijo, danos la virtud de cumplir lo
que Dios pide y vivir como tú, en santa obediencia.
5. Por el día que encontraste a tu Hijo en el Templo hablando con sabiduría y
guardaste silencio, danos la virtud de callar ante quien habla en nombre de
Dios.
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Oraciones conclusivas
Tú, san José, patrono de las familias, protector de la Iglesia, defensor de la niñez, fiel
guardián de las madres y modelo de la vida consagrada, ayúdanos para alcanzar las
gloriosas virtudes de castidad, prudencia, justicia y humildad que brillaron en tu
corazón. Amén.
Para terminar: Oramos por el Santo Padre para que nos conduzca al triunfo del
Inmaculado Corazón de María y del Sagrado Corazón de Jesús: Padre Nuestro, tres
Avemarías y Gloria.
+ En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
8.9. Se concluye la Hora Santa como de costumbre y se procede a la Bendición con
el Santísimo Sacramento.
9. Eucaristía (Si se juzga oportuno podría emplearse la Misa votiva de San José;
igualmente, al finalizar la celebración podría hacerse la consagración a San José
como aparece en el texto anexo 1).
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I ANEXO PARA EL RETIRO

10. Consagración a San José


¡Oh glorioso San José, dignísimo esposo de la Madre de Dios, padre adoptivo del
Verbo encarnado, protector fiel de las almas que recurren a Ti!
¡Oh incomparable San José! Digno, entre todos los santos, de ser venerado, amado,
invocado por la excelencia de tus virtudes, la eminencia de tu gloria y el poder de tu
intercesión. Yo, indigno de ser tu siervo, pero atraído por tu bondad, vengo a
consagrarme enteramente y para siempre a Ti. En presencia de Jesús tu Hijo, de
María tu esposa y mi tierna Madre, y de toda la corte celestial me consagro a Ti, ¡oh
bondadoso San José! Te elijo por mi guía para que a ejemplo tuyo me hagas vivir una
vida interior profunda, que es la vida propia de un verdadero cristiano.
Me consagro a ti y te tomo por modelo en el cumplimiento de todos mis deberes;
quiero cumplirlos como Tú, con humildad y dulzura. Yo te tomo, amable San José,
por mi consejero, mi confidente y protector en todos mis trabajos y penas, que las
soportaré como Tú, con paciencia y resignación. En todo seré feliz bajo tu amparo, y
para merecerlo te consagro mi alma, mi corazón, mi cuerpo y sus sentidos, mis
acciones y todos mis gozos y alegrías; en tus manos pongo mis sufrimientos y
trabajos, todos los momentos de mi vida y, sobre todo, aquel del cual depende mi
eternidad.
Recíbeme como tu siervo, ¡oh Santo Patriarca! Acéptame como hijo tuyo y ejerce en
mí toda tu autoridad: sé la fuerza que sostenga mi flaqueza, el consuelo que calme
todas mis aflicciones; sé mi esperanza y mi refugio en todas mis necesidades, y mi
apoyo en todos los sinsabores de mi vida. Asísteme especialmente en la hora de mi
muerte y hazme digno de entrar en la patria de los justos. Amén.
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II ANEXO PARA EL RETIRO

ORACIÓN A SAN JOSÉ (León XIII – 1889)


A ti, bienaventurado San José, acudimos en nuestra tribulación, y después
de implorar el auxilio de tu santísima esposa, solicitamos también confiadamente
tu patrocinio.

Con aquella caridad que te tuvo unido con la Inmaculada Virgen María, Madre de
Dios, y por el paterno amor con que abrazaste al Niño Jesús, humildemente te
suplicamos que vuelvas benigno los ojos a la herencia que con su Sangre adquirió
Jesucristo, y con tu poder y auxilio socorras nuestras necesidades.

Protege, oh providentísimo Custodio de la divina Familia, la escogida descendencia


de Jesucristo; aleja de nosotros, oh padre amantísimo, este flagelo de errores y
vicios. Asístenos propicio desde el cielo, en esta lucha contra el poder de las
tinieblas; y como en otro tiempo libraste de la muerte la vida amenazada del Niño
Jesús, así ahora defiende a la santa Iglesia de Dios de las hostiles insidias y de toda
adversidad.

Y a cada uno de nosotros protégenos con tu constante patrocinio, para que, a


ejemplo tuyo, y sostenidos por tu auxilio, podamos vivir y morir santamente y
alcanzar en los cielos la eterna bienaventuranza. Amén
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III ANEXO PARA EL RETIRO

EXPLICACIÓN SOBRE LAS INDULGENCIAS


Conviene que si vamos a ganar la Indulgencia plenaria podamos tener conciencia de
qué es lo que haremos. En el Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 1.471, así como
en el Código de Derecho Canónico, cánones 992 a 994, se nos habla de las
Indulgencias:
«La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya
perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas
condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de
la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de
Cristo y de los santos».
«La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por
los pecados en parte o totalmente» (Indulgentiarum doctrina, normas 2). «Todo
fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio,
las indulgencias tanto parciales como plenarias».
La explicación de esta doctrina es breve: cuando cometemos un pecado lo hacemos
por nuestra culpa; recuerden que cuando rezamos el “Yo pecador” decimos: “Por mi
culpa, por mi culpa, por mi gran culpa”. Es decir, nosotros somos los responsables
cuando pecamos, hemos decidido con libertad y consentimiento trasgredir la ley de
Dios. La culpa se perdona cuando nos acercamos a la confesión sacramental; en la
Reconciliación la culpa se remite, es decir, se perdona. Pero queda un remanente,
por decirlo así: es lo que se llama la pena; es decir, una consecuencia que debemos
asumir. Si estuviéramos hablando en lenguaje forense, como en los tribunales, la
pena vendría a ser un castigo por la trasgresión: desde una privación domiciliaria de
la libertad hasta una cadena perpetua; en lenguaje teológico diríamos: pena
temporal y pena eterna.
Un vocabulario esencial
Condiciones: Para ganar la Indulgencia, bien sea plenaria o parcial, habitualmente
existen tres condiciones: confesión sacramental (antes o incluso después de cumplir
el acto de fe o de religión ligado a la indulgencia), comunión eucarística y oración
según las intenciones del Santo Padre.
Culpa: ofensa hecha a Dios y al prójimo que va ligada al pecado. Debe distinguirse
del “sentimiento de culpa” expresión que es usada en ámbito psicológico porque el
reconocimiento del pecado (culpa moral) es un acto del entendimiento y de la
voluntad y no es un sentimiento. Santo Tomás de Aquino fue quien acuñó la
diferencia entre la culpa y la pena (cf. De malo, 7, 11).
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Remisión: perdón del pecado que se otorga en el sacramento de la Reconciliación


o Confesión.
Pena eterna: la privación de la vida eterna como consecuencia del pecado grave
que impide la comunión con Dios. La pena eterna se remite (se perdona) con la
confesión sacramental.
Pena temporal: en lenguaje forense sería un castigo ocasionado por la comisión
de un delito; pero en el caso que nos ocupa, dice el Catecismo (n. 1472): “Estas dos
penas [i.e. la eterna y la temporal] no deben ser concebidas como una especie de
venganza, infligida por Dios desde el exterior, sino como algo que brota de la
naturaleza misma del pecado”. Es decir, la pena temporal sería la consecuencia
lógica del pecado, de la falta de perseverancia en la comunión con Dios.
Si la pena eterna se perdona en el sacramento de la confesión, la pena temporal,
¿cómo se perdona? Con la purificación. El Concilio de Trento (cf. Sesión XIV, canon
13 de penitencia y sesión XXV) señala que esta purificación se puede lograr:
A. En la vida presente, antes de la muerte:
1. Por los méritos de Cristo (aplicados en las Indulgencias).
2. Por el ánimo penitente: es decir, por los sufrimientos en esta tierra,
pacientemente tolerados (penitencia impuesta por Cristo); por las
penitencias impuestas por el sacerdote en la confesión; por las penitencias
voluntarias (ayuno, oración, limosna o cualquier otra obra de piedad – cf.
DH 1713)
B. Después de la muerte:
3. Por la purificación en el purgatorio (DH 1820).
Purgatorio: De modo que, si en esta vida logro una purificación perfecta, ¿puedo
“evitar el purgatorio”? La respuesta es, escuetamente, sí. El Catecismo de la Iglesia
Católica (n. 1472), con base en el Concilio de Trento, expuso que «una conversión
que procede de una ferviente caridad puede llegar a la total purificación del pecador,
de modo que no subsistiría ninguna pena (cf. Concilio de Trento: DS 1712-13; 1820)».
Por lo tanto, si no subsiste ninguna pena en el creyente, este no tendría nada qué
purificar después de la muerte pues habría logrado antes de ella una purificación
perfecta como fruto de su proceso de conversión permanente y el camino
perseverante hacia la santidad. Un documento más confirma esto: «La Iglesia […]
cree, por último, para los elegidos, en una eventual purificación, previa a la visión
divina; del todo diversa, sin embargo, del castigo de los condenados. Esto es lo que
entiende la Iglesia cuando habla del purgatorio». (Congregación para la Doctrina de
la Fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, 7). De modo que
si al purgatorio se le da el calificativo de «eventual» purificación se puede concluir
que no todos están obligados a pasar por allí.
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Esta es la confirmación de por qué la Iglesia “canoniza” a los fieles de quienes se ha


demostrado su vida santa declarando que ya están en el cielo: ¡están en el cielo no
porque hayan sido canonizados, sino que fueron canonizados porque se comprobó –
con nuestros pobres medios y luces – que estaban en el cielo!; ¿Cómo se llega a esa
conclusión? por sus frutos de conversión y de perseverancia en la santidad.
Efectivamente, Tertuliano (siglo II) afirmaba que esta purificación era para todos,
menos para los mártires (cf. De anima, 58) pues ya en este mundo se habían
purificado.
Por consiguiente, los que mueren con una purificación imperfecta, como lo afirma el
numeral 1030 del Catecismo, sí deben pasar por el purgatorio: «Los que mueren en
la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están
seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin
de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo». Por este motivo,
y en razón de la “comunión de los santos”, existe la posibilidad no solo de aplicar el
don de la indulgencia en beneficio de quien cumple las condiciones sino que, además,
se puede aplicar por los fieles difuntos; expresa el catecismo de la Iglesia Católica:
«La Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el cuerpo
místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran
piedad el recuerdo de los difuntos y también ofreció sufragios por ellos; "pues es una
idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados" (2
M 12, 46)". (LG 50). Nuestra oración por ellos puede no solamente ayudarles, sino
también hacer eficaz su intercesión en nuestro favor».8
Predicar las Indulgencias, entonces, es un deber pastoral de todos los sacerdotes
pues no se trata de una doctrina obsoleta, sino que hace parte de la fe católica por la
cual creemos en la eficacia de la salvación de Cristo obrada en su muerte y
resurrección y la aplicación de sus infinitos méritos para la sanación de nuestro
estado de pecado y sus consecuencias, y la restauración de nuestro ser a la vida de
gracia.

8
Catecismo de la Iglesia Católica, No. 958.
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ANEXO 1

CARTA APOSTÓLICA PATRIS CORDE


DEL SANTO PADRE FRANCISCO
CON MOTIVO DEL 150.° ANIVERSARIO
DE LA DECLARACIÓN DE SAN JOSÉ
COMO PATRONO DE LA IGLESIA UNIVERSAL

Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios «el
hijo de José»1.
Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y Lucas, refieren poco, pero
lo suficiente para entender qué tipo de padre fuese y la misión que la Providencia le
confió.
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt
1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad
de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que
tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén,
vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos»
(Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf.
Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos
paganos.
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le
reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de
sus pecados» (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a
una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el
relato del Génesis (cf. 2,19-20).
En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó
el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre
Jesús y María (cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en
Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió de manera
oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se
decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52; 1,46)—,
lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo. Cuando,
durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y
María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con
los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50).
Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio
pontificio como José, su esposo. Mis predecesores han profundizado en el mensaje

1
Lc 4,22; Jn 6,42; cf. Mt 13,55; Mc 6,3.

66
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contenido en los pocos datos transmitidos por los Evangelios para destacar su papel
central en la historia de la salvación: el beato Pío IX lo declaró «Patrono de la Iglesia
Católica»2, el venerable Pío XII lo presentó como “Patrono de los trabajadores”3 y
san Juan Pablo II como «Custodio del Redentor» 4. El pueblo lo invoca como
«Patrono de la buena muerte»5.
Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre
de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica, quisiera —como dice
Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34),
para compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura
extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana. Este deseo ha crecido
durante estos meses de pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de la
crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por
personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de
diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a
dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia:
médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los
supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad,
voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que
nadie se salva solo. […] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde
esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos
padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos
pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas,
levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e
interceden por el bien de todos» 6. Todos pueden encontrar en san José —el hombre
que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un
intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que
todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un
protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una
palabra de reconocimiento y de gratitud.
1. Padre amado
La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre
de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía de la encarnación»,
como dice san Juan Crisóstomo7.

2
S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 194.
3
Cf. Discurso a las Asociaciones cristianas de Trabajadores italianos con motivo de la Solemnidad de san
José obrero (1 mayo 1955): AAS 47 (1955), 406.
4
Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989): AAS 82 (1990), 5-34.
5
Catecismo de la Iglesia Católica, 1014.
6
Meditación en tiempos de pandemia (27 marzo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(3 abril 2020), p. 3.
7
In Matth. Hom, V, 3: PG 57, 58.
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San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho
de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión
redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía
en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su
trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación
sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al
servicio del Mesías nacido en su casa»8.
Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido
amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado
numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos,
hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre;
y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas.
Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila,
quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo
todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros
para que le fueran devotos 9.
En todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a san José. Invocaciones
particulares que le son dirigidas todos los miércoles y especialmente durante todo el
mes de marzo, tradicionalmente dedicado a él 10.
La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que
hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al
faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55).
Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf.
Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en
virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).
Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según
la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María
de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.
2. Padre en la ternura
José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a

8
Homilía (19 marzo 1966): Insegnamenti di Paolo VI, IV (1966), 110.
9
Cf. Libro de la vida, 6, 6-8.
10
Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un
libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa
devoción, confianza y un cierto reto a san José: «Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles
las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las
situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi
confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús
y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».
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caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño
hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).
Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos,
así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).
En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco
de que el Dios de Israel es un Dios de ternura11, que es bueno para todos y «su ternura
alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a
través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la
parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios
se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo
diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de
Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que
la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta
plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).
Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar
nuestra debilidad con intensa ternura12.
El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el
Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es
frágil en nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a
menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad,
nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap
12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios,
especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de
verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad,
pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene
de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona.
La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf.
Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone
nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto
a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).
También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su
proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él
puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de
nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no
debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros
quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia.

11
Cf. Dt 4,31; Sal 69,17; 78,38; 86,5; 111,4; 116,5; Jr 31,20.
12
Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 88, 288: AAS 105 (2013), 1057, 1136-1137.
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3. Padre en la obediencia
Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a
José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en
todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios
manifestaba su voluntad13.
José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería
«denunciarla públicamente»14, pero decidió «romper su compromiso en secreto»
(Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas
aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo
de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó
del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la
obediencia superó su drama y salvó a María.
En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su
madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar
al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca
de las dificultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su
madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15).
En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para
regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de
haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó
que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra
de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al
niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).
Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en
lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta
vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado
Nazaret» (Mt 2,22-23).
El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo viaje
de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para
empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta circunstancia que
Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como todos los demás niños (cf.
Lc 2,1-7).
San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los padres de Jesús observaban
todas las prescripciones de la ley: los ritos de la circuncisión de Jesús, de la

13
Cf. Gn 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15.
14
En estos casos estaba prevista la lapidación (cf. Dt 22,20-21).
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purificación de María después del parto, de la presentación del primogénito a Dios


(cf. 2,21-24)15.
En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la
Anunciación y Jesús en Getsemaní.
José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres,
según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12).
En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad
del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso
en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la
voluntad del Padre y no la suya propia 16 y se hizo «obediente hasta la muerte […] de
cruz» (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús
«aprendió sufriendo a obedecer» (5,8).
Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para
servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su
paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio
de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”» 17.
4. Padre en la acogida
José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel.
«La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy,
en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es
patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no
teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en
su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio» 18.
Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos.
Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus
razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca,
lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos
reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente,
porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes
decepciones.
La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge.
Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una
historia más grande, un significado más profundo. Parecen hacerse eco las ardientes
palabras de Job que, ante la invitación de su esposa a rebelarse contra todo el mal

15
Cf. Lv 12,1-8; Ex 13,2.
16
Cf. Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42.
17
S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989), 8: AAS 82 (1990), 14.
18
Homilía en la Santa Misa con beatificaciones, Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109
(2017), 1061.
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que le sucedía, respondió: «Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los
males?» (Jb 2,10).
José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y
fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la
fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para
acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria,
inesperada y decepcionante de la existencia.
La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre, para que cada uno
pueda reconciliarse con la carne de su propia historia, aunque no la comprenda del
todo.
Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20), parece
repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado
nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana y con
una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí. Acoger
la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno
de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía
para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece
haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios
puede hacer que las flores broten entre las rocas. Aun cuando nuestra conciencia nos
reprocha algo, Él «es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).
El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que existe, vuelve una vez más. La
realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de un sentido
de la existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol Pablo afirme:
«Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28). Y san
Agustín añade: «Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur)»19. En
esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste.
Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles
que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José,
que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía,
asumiendo la responsabilidad en primera persona.
La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con
preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre
de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al
extranjero20. Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para
la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32).

19
Enchiridion de fide, spe et caritate, 3.11: PL 40, 236.
20
Cf. Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37.
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5. Padre de la valentía creativa


Si la primera etapa de toda verdadera curación interior es acoger la propia historia,
es decir, hacer espacio dentro de nosotros mismos incluso para lo que no hemos
elegido en nuestra vida, necesitamos añadir otra característica importante: la
valentía creativa. Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De
hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los
brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son
precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera
pensábamos tener.
Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios
no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas.
José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia
de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su
madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que
cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló
en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para
el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de
Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para
protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).
De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el
mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del
Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los
gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de
salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas
superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es
importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del
carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad,
anteponiendo siempre la confianza en la Providencia.
Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado,
sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.
Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para
presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la
audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús
podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo por causa de la multitud,
subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo
colocaron en medio de la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al
paralítico: “¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!”» (vv. 19-20). Jesús
reconoció la fe creativa con la que esos hombres trataron de traerle a su amigo
enfermo.
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El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño


permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido
necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha
imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia
tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos
de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas
forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea
realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su
tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria.
Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que él se
levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24;
2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra
fe21.
En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que
«avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta
la cruz»22.
Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas
a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a
nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo
asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido,
protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace
María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre
velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el
Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la
historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la
maternidad de María23. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue
amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia,
continuamos amando al Niño y a su madre.
Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno
de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada
persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada
extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando.
Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los
exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia
no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su
preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el
mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos

21
Cf. S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 193; B. Pío IX, Carta
ap. Inclytum Patriarcham (7 julio 1871): l.c., 324-327.
22
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 58.
23
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 963-970.
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y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está
siempre el Niño y su madre.
6. Padre trabajador
Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la
primera Encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, es su relación con el
trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el
sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo
que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.
En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una
urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun
en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto
bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del
trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en
oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias
potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la
comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo,
sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia
que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso
a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar
de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la
posibilidad de un sustento digno?
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se
convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo,
que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para
todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del
trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La
obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el
trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha
aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un
llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que
encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona,
ninguna familia sin trabajo!
7. Padre en la sombra
El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre24, noveló la
vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que
para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se
aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés

24
Edición original: Cień Ojca, Varsovia 1977.
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recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba
como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la
paternidad durante toda su vida25.
Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo,
sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume
la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto
a él.
En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre.
También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por san
Pablo a los Corintios es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil instructores, pero
padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u obispo debería poder decir
como el Apóstol: «Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio»
(ibíd.). Y a los Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de
parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4,19).
Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No
para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de
elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a
José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente
afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad
está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un
amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se
vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con
amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La
lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una
manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo
descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.
La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo.
Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio
persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo
necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la
posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad
con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con
asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don de sí
mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida
consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida
matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma
deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo
de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y
frustración.

25
Cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos, 7-8: AAS 82 (1990), 12-16.
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La paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos está siempre abierta
a nuevos espacios. Cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo
puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad. Un padre que
es consciente de que completa su acción educativa y de que vive plenamente su
paternidad sólo cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser
autónomo y camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la situación
de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido
confiado a su cuidado. Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No
llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del
cielo» (Mt 23,9).
Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos
recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una
paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de
José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y
manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.
***
«Levántate, toma contigo al niño y a su madre» (Mt 2,13), dijo Dios a san José.
El objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el amor a este gran santo, para ser
impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su
resolución.
En efecto, la misión específica de los santos no es sólo la de conceder milagros y
gracias, sino la de interceder por nosotros ante Dios, como hicieron Abrahán 26 y
Moisés27, como hace Jesús, «único mediador» (1 Tm 2,5), que es nuestro «abogado»
ante Dios Padre (1 Jn 2,1), «ya que vive eternamente para interceder por nosotros»
(Hb 7,25; cf. Rm 8,34).
Los santos ayudan a todos los fieles «a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección
de la caridad»28. Su vida es una prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio.
Jesús dijo: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), y
ellos a su vez son ejemplos de vida a imitar. San Pablo exhortó explícitamente:
«Vivan como imitadores míos» (1 Co 4,16)29. San José lo dijo a través de su elocuente
silencio.
Ante el ejemplo de tantos santos y santas, san Agustín se preguntó: «¿No podrás tú
lo que éstos y éstas?». Y así llegó a la conversión definitiva exclamando: «¡Tarde te
amé, belleza tan antigua y tan nueva!»30.

26
Cf. Gn 18,23-32.
27
Cf. Ex 17,8-13; 32,30-35.
28
Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 42.
29
Cf. 1 Co 11,1; Flp 3,17; 1 Ts 1,6.
30
Confesiones, 8, 11, 27: PL 32, 761; 10, 27, 38: PL 32, 795.
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No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión.
A él dirijamos nuestra oración:
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal. Amén.
Roma, en San Juan de Letrán, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada
Concepción de la Bienaventurada Virgen María, del año 2020, octavo de mi
pontificado.
Francisco
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ANEXO 2

DECRETO Se concede el don de indulgencias especiales con ocasión del


Año de San José, convocado por el Papa Francisco para celebrar el
150 aniversario de la proclamación de San José como Patrono de
la Iglesia universal

Se concede el don de indulgencias especiales con ocasión del Año de San José,
convocado por el Papa Francisco para celebrar el 150 aniversario de la proclamación
de San José como patrono de la Iglesia universal.
Hoy se cumple el 150 aniversario del decreto Quemadmodum Deus, por el cual el
Beato Pío IX, conmovido por las graves y luctuosas circunstancias en las que se
encontraba una Iglesia acosada por la hostilidad de los hombres, declaró a san José
Patrono de la Iglesia Católica.
Para perpetuar la dedicación de toda la Iglesia al poderoso patrocinio del Custodio
de Jesús, el Papa Francisco ha establecido que, desde hoy, el aniversario del decreto
de proclamación, así como el día consagrado a la Virgen Inmaculada y esposa del
casto José, hasta el 8 de diciembre de 2021, se celebre un Año especial de San José,
en el que cada fiel, siguiendo su ejemplo, pueda fortalecer diariamente su vida de fe
en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios.
Todos los fieles tendrán así la oportunidad de comprometerse, con oraciones y
buenas obras, para obtener, con la ayuda de San José, cabeza de la celestial Familia
de Nazaret, consuelo y alivio de las graves tribulaciones humanas y sociales que
afligen al mundo contemporáneo.
La devoción al Custodio del Redentor se ha desarrollado ampliamente a lo largo de
la historia de la Iglesia, que no sólo le atribuye uno de los culta más altos después del
de la Madre de Dios su esposa, sino que también le ha otorgado muchos patrocinios.
El Magisterio de la Iglesia sigue descubriendo grandezas antiguas y nuevas en este
tesoro que es San José, como el padre de Evangelio de Mateo "que extrae de su tesoro
cosas nuevas y viejas" (Mt 13, 52).
De gran beneficio para la perfecta consecución del fin que se persigue será el don de
las Indulgencias que la Penitenciaría Apostólica, por medio del presente decreto
emitido de acuerdo con la voluntad del Papa Francisco, concede benévolamente
durante el Año de San José.
La indulgencia plenaria se concede en las condiciones habituales (confesión
sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre)
a los fieles que, con espíritu desprendido de cualquier pecado, participen en el Año
de San José en las ocasiones y en el modo indicado por esta Penitenciaría Apostólica.

79
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— a. San José, auténtico hombre de fe, nos invita a redescubrir nuestra relación filial
con el Padre, a renovar nuestra fidelidad a la oración, a escuchar y responder con
profundo discernimiento a la voluntad de Dios. La Indulgencia plenaria se concede
a aquellos que mediten durante al menos 30 minutos en el rezo del Padre Nuestro, o
que participen en un retiro espiritual de al menos un día que incluya una meditación
sobre San José;
— b. El Evangelio atribuye a San José el título de "hombre justo" (cf. Mt 1,19): él,
guardián del "íntimo secreto que se halla en el fondo del corazón y del alma" 1,
depositario del misterio de Dios y, por tanto, patrono ideal del foro interior, nos
impulsa a redescubrir el valor del silencio, de la prudencia y de la lealtad en el
cumplimiento de nuestros deberes. La virtud de la justicia practicada de manera
ejemplar por José es la plena adhesión a la ley divina, que es la ley de la misericordia,
«porque es precisamente la misericordia de Dios que lleva a cumplimiento la
verdadera justicia»2. Por lo tanto, aquellos que, siguiendo el ejemplo de San José,
realicen una obra de misericordia corporal o espiritual, también podrán lograr el don
de la Indulgencia plenaria;
— c. El aspecto principal de la vocación de José fue ser custodio de la Sagrada Familia
de Nazaret, esposo de la Santísima Virgen María y padre legal de Jesús. Para que
todas las familias cristianas sean estimuladas a recrear el mismo clima de íntima
comunión, amor y oración que se vivía en la Sagrada Familia, se concede la
Indulgencia Plenaria por el rezo del Santo Rosario en las familias y entre los novios.
— d. El 1 de mayo de 1955, el Siervo de Dios Pío XII instituyó la fiesta de San José
obrero, "con la intención de que todos reconozcan la dignidad del trabajo y que ella
inspire la vida social y las leyes fundadas sobre la equitativa repartición de
derechos y de deberes”.3. Podrá, por lo tanto, conseguir la indulgencia plenaria todo
aquel que confíe diariamente su trabajo a la protección de San José y a todo creyente
que invoque con sus oraciones la intercesión del obrero de Nazaret, para que los que
buscan trabajo lo encuentren y el trabajo de todos sea más digno.
— e. La huida de la Sagrada Familia a Egipto "nos muestra Dios está allí donde el
hombre está en peligro, allí donde el hombre sufre, allí donde huye, donde
experimenta el rechazo y el abandono”4. Se concede la indulgencia plenaria a los
fieles que recen la letanía de San José (para la tradición latina), o el Akathistos a San
José, en su totalidad o al menos una parte de ella (para la tradición bizantina), o
alguna otra oración a San José, propia de las otras tradiciones litúrgicas, en favor de
la Iglesia perseguida ad intra y ad extra y para el alivio de todos los cristianos que
sufren toda forma de persecución.

1
Pío XI, Discurso con motivo de la proclamación de las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Emilia de
Vialar en “L'Osservatore Romano”, año LXXV, n.67, marzo 1935.I
2
Francisco, Audiencia general (3 de febrero de 2016)
3
Pío XII, Discurso con motivo de la solemnidad de san José obrero, (1 de mayo de 1955) en Discorsi e
Radiomessaggi di Sua Santitá Pio XII, XVII 71-76.
4
Francisco, Angelus (29 diciembre 2013)
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Santa Teresa de Ávila reconoció en San José al protector de todas las circunstancias
de la vida: "A otros parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; a
este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas" 5. Más recientemente,
San Juan Pablo II reiteró que la figura de San José adquiere "una renovada
actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo milenio
cristiano"6.
Con el fin de reafirmar la universalidad del patrocinio de la Iglesia por parte de San
José, además de las ocasiones mencionadas, la Penitenciaría Apostólica concede una
indulgencia plenaria a los fieles que recen cualquier oración o acto de piedad
legítimamente aprobado en honor de San José, por ejemplo "A ti", oh
bienaventurado José", especialmente el 19 de marzo y el 1 de mayo, fiesta de la
Sagrada Familia de Jesús, María y José, el domingo de San José (según la tradición
bizantina), el 19 de cada mes y cada miércoles, día dedicado a la memoria del Santo
según la tradición latina.
En el actual contexto de emergencia sanitaria, el don de la indulgencia plenaria se
extiende particularmente a los ancianos, los enfermos, los moribundos y todos
aquellos que por razones legítimas no pueden salir de su casa, los cuales, con el
ánimo desprendido de cualquier pecado y con la intención de cumplir, tan pronto
como sea posible, las tres condiciones habituales, en su propia casa o dondequiera
que el impedimento les retenga, recen un acto de piedad en honor de San José,
consuelo de los enfermos y patrono de la buena muerte, ofreciendo con confianza a
Dios los dolores y las dificultades de su vida.
Para que el logro de la gracia divina a través del poder de las Llaves sea facilitado
pastoralmente, esta Penitenciaría ruega encarecidamente que todos los sacerdotes
con las facultades apropiadas se ofrezcan con un ánimo dispuesto y generoso a la
celebración del sacramento de la Penitencia y administren a menudo la Sagrada
Comunión a los enfermos.
Este decreto es válido para el Año de San José, no obstante, cualquier disposición en
contrario.
Dado en Roma, por la Sede de la Penitenciaría Apostólica, el 8 de diciembre de
2020.

Mauro Card. Piacenza


Penitenciario Mayor
Krzysztof Nykiel
Regente

5
Teresa de Ávila, Libro de La Vida, VI, 6.
6
Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptoris Custos, sobre la figura y misión de San José en la vida de
Cristo y de la Iglesia (15 agosto 1989).

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