Historia Contrafactual de Venezuela. Libro I. 4.-Crisis y Colapso Del Imperio Español

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Crisis y Colapso del Imperio

Español

Las independencias hispanoamericanas son difíciles de entender si no se


estudian las circunstancias que sucedieron en el Imperio Español en los años
inmediatos al inicio de todo el proceso emancipatorio. Estas circunstancias son la
invasión del Ejército Napoleónico a España y el caos político, económico y social
que se desencadenó a raíz de este evento y las abdicaciones de Bayona. Ya
España empezaba a mostrar un claro desgaste político e institucional y eso se
reflejaba en la pérdida de la isla de Trinidad, la invasión británica a Buenos Aires
y la expulsión de estos por las milicias, la entrega de Luisiana a Francia y la
derrota naval de Trafalgar. La última, la derrota naval, será fundamental pues
determina la imposibilidad de España de mantener una presencia continua en los
mares imperiales y atender militar y económicamente al comercio americano.

Los ingleses, que a pesar del fracaso de Miranda, no perdían de vista las
cosas de Tierra Firme, se apresuraron a tantear otra vez el terreno. El Gobierno
británico empieza abandonar sus reservas sobre el tema de las posesiones
hispánicas en América y estudia con más seriedad planes de acción. Sir Arthur
Wellesley fue comisionado para preparar los planes expedicionarios sobre
Hispanoamérica, examinó a fondo el problema y concluyó que convenía tomar
posesión de los territorios de Costa Firme durante la guerra, para impedir que
Francia se apoderase de ellos durante la paz. Esto sin relacionar en modo alguno
el ataque con el proyectado contra Nueva España. Sin embargo, según Wellesley,
Inglaterra debía evitar los inconvenientes del mantenimiento de fuerzas
considerables en Venezuela estableciendo allí un gobierno independiente. Este
llegó a terminar de diseñar un plan operativo militar bien completo y efectivo,
tomando en cuenta las estaciones climáticas e importancia de puertos.

En marzo de 1807 Grenville y su gabinete abandonan el gobierno y es


reemplazado por el duque de Portland que constituyó un Gabinete Tory en su
totalidad, con Perceval en la Hacienda, Canning en el Foreign Office y Castlereagh
en la Guerra y las Colonias; con este último Miranda mantendrá nutrida
correspondencia. Mientras Francia aumentaba su presencia militar en Martinica,
Miranda advertía que era urgente ejecutar los planes militares para expulsar a las
autoridades hispánicas del continente; así regresa a finales de ese año a Londres
para entrevistarse con Castlereagh y convencerle que la paz con Francia sería
imposible sin la independencia de Hispanoamérica, por lo cual esto era prioridad
para Gran Bretaña. En esta época Miranda prevé el concepto de un Gobierno
para los territorios de Caracas, Santa Fe de Bogotá y Quito; se hace eco de los
rumores sobre la posible Independencia concedida por la propia España,
advirtiendo que en la misma se planteaba ceder a Francia territorios. El general
francés Doumoriez intriga contra Miranda, establece igual planes para las
Independencias, alegando que no había que intervenir, pues estas llegarían por sí
mismas en poco tiempo.

Arthur Wellesley preparaba 13.000 hombres en Irlanda para invadir


América a mediados o finales del año; quien además proponía la formación de un
estado monárquico en Tierra Firma aliado a Gran Bretaña. Mas los graves
acontecimientos de España vendrían a echar por tierra, una vez todavía, las
esperanzas de Miranda, cambiando por completo el rumbo de la política
británica. La monarquía española continuaba atada al carro de Napoleón, en
trágica carrera, tras el fin inalcanzable de aniquilar a Inglaterra. La alianza
Franco-Hispana, empezaba a ser incómoda para Godoy, sobre todo a raíz de la
segunda ocupación de Buenos Aires por los ingleses, motivándolo a buscar un
entendimiento con Gran Bretaña, sin embargo esta nación se negaba a negociar
con Carlos IV y sus ministros. El emperador Bonaparte vacía la Península de sus
mejores ejércitos, que son enviados a Dinamarca. España busca la paz con Gran
Bretaña que tiene ahorcado el comercio con las colonias, mientras el propio
Godoy presiona por acelerar los procesos de independencia y pide la formación de
un plan de defensa general para la América Española. En torno al futuro
Fernando VII empezaban a agruparse ciertos hombres decididos a derribar a
Godoy y a cambiar de política, el canónigo Escoiquiz es entonces consejero
escuchado del príncipe, su antiguo alumno.

La Crisis de la Monarquía Española

Entre tanto, Napoleón propuso a Carlos IV que interviniese en Portugal,


cuyo regente vacilaba en adherir al bloqueo continental, veinte mil franceses
cooperarían en la empresa. Es así como Godoy va a permitir la entrada en la
Península de tropas extranjeras, las cuales terminarán siendo treinta mil
hombres mandados por Junot. En octubre de 1807, el Emperador formula su
primer plan para anexar a Francia un trozo de territorio español y repartir las
colonias americanas, días después, Eugenio Izquierdo acepta este proyecto, que
prevé, además, la desmembración de Portugal, una de cuyas provincias se daría
al príncipe de la Paz. Carlos IV recibiría el título de emperador de las dos
Américas.

Estallan el proceso de El Escorial y las disputas de los reyes con su hijo,


quien intrigaba implorando también por su lado la protección de Francia y había
escrito a Napoleón, a espaldas de sus padres, para pedirle la mano de alguna de
sus parientas. Los aliados del príncipe Fernando son encarcelados, Fernando,
para librarse de responsabilidades, firma cuanto le ordenan y denuncia a sus
partidarios. El rey creyó desarmar a Napoleón solicitando ahora por su cuenta,
para Fernando, la mano de una princesa de la familia imperial. Días antes del
tratado de Fontainebleau, las tropas francesas pasan la frontera. Los españoles,
por su parte, esperan que los franceses, que llegan como aliados, respeten la
monarquía y les libren de Godoy. La popularidad de Fernando aumenta, a medida
que crece el desdén hacia sus padres. Los magistrados de las ciudades acogen
con entusiasmo a Murat, lugarteniente general de Napoleón. Aquél, por el
contrario, llega como enemigo solapado. Darmagnac en Pamplona, Duhesme en
Barcelona, Murat mismo en San Sebastián, siguiendo órdenes precisas de su
soberano, apoderándose a traición de fuertes y posiciones.

De repente, el 19 de marzo de 1808, el pueblo se amotina en Aranjuez.


Circulan rumores de la partida del rey a sus provincias de América y de que
Godoy ponía en seguridad sus tesoros; intimidado, sitiado en su palacio, Carlos
IV pronuncia la caída de Manuel Godoy, le priva de sus empleos y dignidades y
abdica en favor del príncipe de Asturias. Murat interviene, sugiere que el rey se
retracte y abdique luego en favor de Napoleón. A pocas horas de intervalo entran
en Madrid el mariscal francés y Fernando VII, el primero acogido como aliado,
como soberano legítimo el segundo. Enseguida la política francesa hace de las
suyas, Fernando no será reconocido y Murat recibe orden de enviar por cualquier
medio a Bayona a todos los miembros de la familia real. El general Savary
cooperará a esta obra que tan funestas consecuencias tuvo para el presuntuoso
conquistador. Napoleón va a realizar su intención de eliminar a los Borbones y de
disponer del trono de España según su política, que consiste no sólo en levantar
alrededor de Francia una cintura de Estados vasallos y regidos por sus parientes,
sino también en cerrar por todos los medios a Inglaterra el comercio europeo.

El plan consistía en atraer a Carlos y a sus hijos al territorio francés,


donde, por la seducción o la fuerza, se escamotearía su trono. Los españoles
comenzaban en tanto a desconfiar de los “aliados” y a la antigua amistad sucedía
el despego y aún el odio. Los consejeros del nuevo rey, engañados, asumieron la
responsabilidad de conducir a aquél a la emboscada de Bayona, precedidos por
Carlos IV. Una junta debía gobernar en Madrid durante su ausencia. Bessiéres
recibió orden de emplear la fuerza, si era necesario, para obligar a Fernando a
entrar en Francia.
En Bayona tanto Fernando VII como Carlos IV ofrecieron poca resistencia a
los planes de Napoleón de situar en el trono de España a un miembro de su
familia y en menos de ocho días abdicaron de la corona de España en su favor.
Todo esto quedó rubricado con la firma del Tratado de Bayona el 5 de mayo entre
Carlos IV y Napoleón Bonaparte, por el que el primero cedía al segundo sus
derechos a la Corona española, con dos condiciones; el mantenimiento íntegro del
territorio de la monarquía y el reconocimiento de la religión católica como la
única en ella. Días después firmarían su renuncia a los derechos sucesorios que
pudieran corresponderles, el propio Fernando, su hermano Carlos María Isidro, y
el tío de ambos, el infante don Antonio. 

El 5 de junio de 1808 Napoleón cedía sus derechos al trono de España a su


hermano José, a la sazón rey de Nápoles. Unos días antes, el 24 de mayo, el
periódico oficial La Gaceta de Madrid había publicado la convocatoria de una
Asamblea de los tres estamentos del Reino, 50 diputados por cada uno, que se
celebraría en Bayona el día 15 de junio para aprobar una Constitución para la
Monarquía, basada en los principios de la Revolución Francesa. Ciento cincuenta
individuos escogidos entre veinticuatro grupos de electores divididos en tres
clases, clero, nobleza, tercer estado, debían representar a los cuerpos
municipales, las corporaciones, las órdenes religiosas, los tribunales, la grandeza.
Son las llamadas Cortes de Bayona, en las cuales seis personas figuraron como
representantes de las provincias americanas. Apenas noventa de estos diputados
tomaron parte en las deliberaciones, y entre ellos estaban algunos grandes de
España y varios personajes distinguidos, como los neogranadinos Zea y Sánchez
de Tejada, el venezolano Odoardo, O’Farril, Urquijo, Azanza, Mazaredo, Labrador,
Castelfranco, Lardizábal y, por último, Cevallos, hombre de palinodias sucesivas
que será ministro de todo el mundo.

La asamblea votó en junio de 1808 una constitución preparada desde abril


anterior. Los diputados juraron fidelidad al nuevo rey, llegado poco antes a
Bayona. En un discurso a José, Zea dijo que hablaba en nombre de “Vuestras
vastas posesiones de América”. Pero, el 2 de mayo, el bajo pueblo de Madrid se
levantó contra los invasores y pocos días después el simple alcalde de un pueblo
castellano declaró la guerra a Napoleón. Ambos sucesos caracterizaron aquella
formidable rebelión como movimiento esencialmente popular, extendido
rápidamente a toda la Península. Las provincias procedieron a formar juntas
locales que organizaron el gobierno y la resistencia. De estas juntas, la de Sevilla
tomará grande importancia, debido a las facilidades que le dio su puerto para
comunicar con el extranjero y a su alejamiento del teatro de la guerra. Bien
pronto, el 10 de junio, la flota francesa del almirante Rosilly se rindió en Cádiz,
bajo el fuego de las baterías de Moría. El 21, Dupont capituló en Bailén. La Junta
sevillana proclamó solemnemente los derechos de Fernando VII, llamando a
guerra contra el emperador de los franceses.
La prensa británica anuncia entonces que el gabinete ha decidido destinar
a la Península la famosa expedición de sir Arthur Wellesley, abandonando toda
idea de operaciones en América. Por lo demás, la opinión pública inglesa no había
comprendido exactamente las razones que tuviera el gobierno para empeñarse en
la aventura ultramarina. El 4 de julio, al propio tiempo que se restablecía la paz
con España, el rey Jorge declaró en el parlamento su propósito de preservar la
integridad e independencia de aquella monarquía. Fue entonces cuando Wellesley
recibió encargo de comunicar a Miranda su salida para Portugal y el
aplazamiento sine die de los proyectos hasta ese momento discutidos. Para el
general Miranda estas noticias fueron funestas y le causaron gran cólera y dolor;
también le invitaron a participar en la campaña en la Península, pero este
rechazó alegando su decisión, desde 1790, de no mezclarse en los negocios de
España en Europa y porque, además, no quería combatir personalmente a los
franceses, sus antiguos compañeros de armas.

Las Resonancias en América del Colapso de


la Monarquía

Napoleón había dispuesto enviar a América misiones encargadas de


comunicar a las autoridades coloniales el advenimiento de su hermano al trono
de España e Indias. Desde fines de abril se comunicaron órdenes al vicealmirante
Decrés, ministro de la Marina; a Murat, teniente general del reino español; a
Junot, comandante en jefe del ejército de Portugal, para expedir armas y
municiones en pequeños navíos a México, Tierra Firme y al Río de la Plata, para
que hubiera allí “medios de resistir a los ingleses”. Napoleón pensaba en dos
operaciones primordiales: socorrer a Buenos Aires y recuperar a Trinidad. Pero
Napoleón no se limita a enviar socorros y comunicaciones; su hermano no está
todavía instalado cuando ya el conquistador dispone de puertos y empleos en las
provincias ultramarinas, nombra directamente virreyes y capitanes generales. El
general Gregorio de la Cuesta recibe orden de salir para México en calidad de
virrey; Murat señala su intención de nombrar para comandante de la provincia de
Caracas al brigadier Vicente de Emparan, que estaba en Madrid y ha sido
gobernador de Cumaná.

El 17 de mayo escribió el conde de Champagny, ministro imperial de


Relaciones Exteriores, su nota a los virreyes y capitanes generales, por la cual se
les anunciaba la abdicación de los Borbones en favor de la nueva dinastía. Dicha
nota indica que los funcionarios conservarán sus empleos y que se garantizará a
los habitantes el ejercicio de la religión católica. Portador de la buena nueva, salió
para Buenos Aires el marqués de Sassenay, el 30 de junio, en el bergantín
Consolateur. Joseph Depons, que había estado durante largo tiempo en los países
del Caribe, creyó que podrían utilizarse sus servicios en Venezuela; presentó al
Emperador un memorial sobre la América Española y solicitó se le confiase la
misión “de llevar a Caracas, donde gozo de la estima general de todas las clases,
la noticia del advenimiento de Su Majestad José Napoleón al trono de España”. El
solicitante se creía seguro de obtener la sumisión de las autoridades y de la
población y estaba seguro que el ejemplo de Venezuela sería seguido por Nueva
Granada, Perú y Chile. Para Depons, los disturbios de América eran obra de la
funesta influencia de los ingleses, y ya el 13 de abril había sugerido al gobierno
imperial ciertas medidas dirigidas a combatir aquella influencia.

El 4 de junio, Depons insiste: Inglaterra se prepara a realizar el plan de


independencia de toda la América española y diputados de Caracas, Santa Fe,
México y otras provincias se reunirán en Trinidad. A Venezuela fue enviado el
teniente Paul de Lamanon, comandante del bergantín Serpent, quien recibió de
Víctor Hughes, comandante militar y comisario imperial en la Guayana francesa,
instrucciones de llevar los despachos al Capitán General de “León” o “Caraque”.
En caso de no poder desembarcar en La Guaira, el teniente bajaría en Puerto
Cabello y luego, evitando a Curazao e islas circunvecinas, seguiría a Santa Marta
y Cartagena, con correspondencia para “Santa Fe y Popayán”. Era de la mayor
importancia dar publicidad en América a los actos de renuncia de Carlos IV y de
los infantes y a las piezas oficiales convenía agregar gacetas españolas y
francesas.

Agitación en Venezuela y Caracas

Para el año 1808 la situación de las provincias hispano-americanas


seguían sin solución a su independencia y España se veía inmersa en una
profunda crisis por la ocupación francesa y los sucesos de Bayona; los proyectos
de independencia para las provincias americanas estudiados en el Consejo de
Indias, no habían cristalizados en propuestas concretas que posibilitaran la
independencia, situación que las dejará en grave precariedad ante el colapso de la
monarquía española. La sociedad colonial había entrado en crisis por la lejanía
del poder metropolitano, la debilidad del poder monárquico.
La estructura de poder interna en Venezuela se apoya en la propiedad, la
explotación del trabajo y la opresión y el control social. La estructura de poder
interna está integrada por dos sistemas: el jurídico-político, que tiene que ver con
las formas de organización social referidas a la formación y ejercicio del poder
político; y el jurídico-social, que tiene que ver con las manifestaciones básicas de
la vida social, es decir, la formación, la reproducción y el funcionamiento de la
sociedad. Las correlaciones entre ambos sistemas constituyen la dinámica de la
estructura de poder interna. Históricamente ella se corresponde con el fraguado
de la sociedad implantada colonial: ella es la sociedad, y su principio legitimador
primario fue el rey como expresión de la voluntad divina.

Desde los últimos años del siglo XVIII y en especial a partir de 1804-1805
existía gran malestar económico en Venezuela a causa de las guerras
internacionales que dificultaban el comercio exterior y hacían disminuir el flujo
de la plata que solía llegar de México. La prohibición del comercio con los países
neutrales, en la práctica Estados Unidos, agravaba la situación. Otro motivo de
irritación era la exclusividad para el comercio de harinas que el ministro español
Manuel Godoy le había concedido a su cuñado el marqués de Branciforte, ex
virrey de México, y que este ejercía en Venezuela a través de su agente Francisco
Caballero Sarmiento. A estas dificultades económicas se sumaría la crisis política
en cuanto las noticias de la Península empezaran a llegar y causar preocupación
e incertidumbre, no sólo en la élite criolla, sino también entre el pueblo en
general.

Llegan las Noticias a Caracas


Entre tanto, el Ayuntamiento de Caracas, el 9 de mayo reconoció por
soberano a Fernando VII. El Capitán General no quiso autorizar la iluminación de
la ciudad decretada por aquel cuerpo para celebrar el advenimiento del nuevo
monarca, ejercía interinamente tan alto cargo el caballero de Santiago coronel
Juan de Casas, por fallecimiento, el 7 de octubre de 1807, del titular Manuel de
Guevara Vasconcelos.

En los primeros días de julio llegó a Caracas un correo expreso del


gobernador de Cumaná, Juan Manuel de Cagigal, portador de varios números del
Times de Londres que narraban los sucesos de Bayona. Casas encomendó a
Andrés Bello, oficial de su secretaría, la traducción de los diarios, e impuesto de
su contenido, reunió a sus consejeros más inmediatos, alguno de los cuales opinó
que las noticias eran falsas. El contador mayor D. Ignacio Canivell combatió tal
opinión, y se esforzó en explicar que ni el gobierno inglés ni el Times eran capaces
de recurrir a tales artimañas. Por prudencia o escepticismo, o porque se halló
cierta contradicción en las noticias, acordaron callar y esperar los
acontecimientos. Otros informes atrasados, venidos de las Antillas y de España
misma, aumentaron la perplejidad y confusión de las autoridades.

El 14 de julio, a las 11 p.m. el bergantín de guerra francés Serpent llegó a


La Guaira; después de transportar tropas al Senegal, había anclado en Cayena el
19 de junio, llevando a esta colonia abastecimientos para más de seis meses; allí
se presentó el 3 de julio la corbeta Rapide, capitán Landrac, que había salido de
Bayona el 21 de mayo, con las comunicaciones para las autoridades españolas
del mar de las Antillas. El Serpent se dio a la vela dos días después y fondeó en
La Guaira, su capitán, Paul de Lamanon, subió a Caracas al día siguiente,
acompañado del alférez de navío Cerlay. Al mediodía se entrevistó con el Capitán
General Juan de Casas, hizo entrega de los documentos que traía, el Consejo de
Indias, desde Madrid; le anunciaba el ascenso de José I al trono de España y de
las Indias y le ordenaba reconocerlo como tal. Andrés Bello, funcionario de la
Gobernación, actuó como intérprete, anotaría en su diario que Casas rompió a
llorar al tener en cuenta las noticias. Casas dispensó buen trato a Lamanon, pero
no tomó ninguna decisión.

Convocados luego por el Capitán General los empleados civiles y militares,


algunos eclesiásticos y gentes principales, todos peninsulares, opinaron que se
permaneciera en expectativa, con el temor, según parece, de que los criollos
aprovecharan la ocasión para proclamar la independencia. A pesar del cuidado
que puso el gobierno en ocultar los hechos, las noticias se esparcieron por
Caracas provocando gran efervescencia. Como un francés, que según Yanes fue el
propio Lamanon, leyera en alta voz en la posada del Ángel el periódico de Bayona
que narraba lo acaecido, el capitán de artillería Diego Jalón, peninsular allí
presente, impugnó los hechos como criminales y ante la defensa que el francés
sostuvo sobre la legalidad de los acontecimientos; se produjo un altercado
cuando Jalón descalificó a Bonaparte llamándolo “pérfido, cobarde y tirano”.

Otros oficiales españoles y venezolanos se involucraron en aquel altercado,


especialmente el criollo José Félix Ribas; se formó una manifestación que recorrió
las calles vociferando “Viva Fernando VII y muera Napoleón y sus franceses”. A su
cabeza, junto a Jalón y Ribas, figuraban entre otros, los criollos Manuel Matos
Monserrate, capitán retirado y hacendado, y el alférez de las milicias Diego Melo
Muñoz, con el sable desenvainado; los apoyaban también, aunque sin destacarse
del grupo, José y Martín Tovar Ponte, hijos del Conde de Tovar.

El Cabildo Municipal de Caracas apoyó a los manifestantes, envió una


comisión a Casas para pedirle que, sin más tardar, se jurase a Fernando VII. Esta
comisión fue recibida por el Capitán General rodeado de una junta de notables,
mientras, en la calle, el pueblo continuaba vociferando y reclamaba la entrega de
todos los franceses, incluso los que tenían años en la ciudad. Respondió Casas
que convenía esperar que se calmasen los ánimos para no efectuar la jura en
medio del tumulto. Insistió el Ayuntamiento por segunda y tercera vez, redobló su
grita la muchedumbre y por fin Casas reunió al Cabildo y Audiencia en la Sala
capitular, de cuyo balcón se dieron gracias al pueblo por su fidelidad, en medio
de los renovados clamores de doce mil personas. Ordenó levantar el acta de
proclamación y el Capitán General salió en persona, con las demás autoridades,
“a pregonarla en los lugares de costumbre”.

El alférez real Feliciano Palacios Blanco, con el pendón desplegado, salió a


pregonar el reconocimiento de Fernando VII como Rey. Todo esto acaeció entre la
una y las cinco de la tarde. Lamanon comía tranquilamente en casa del
comerciante español Joaquín García Jove, cuando Andrés Bello le recomendó
ponerse a salvo, este consideraba exageradas las recomendaciones, sin embargo
en la noche salió con su escolta a La Guaira. El oficial francés llega de
madrugada al puerto y debe esperar que inicien las operaciones, pero justo esa
mañana llega con viento en popa un buque de guerra inglés, la fragata Acasta,
despachada por el almirante Cochrane. El capitán Beaver trae noticias que
entrega primero en Cumaná a Cagigal y luego en Caracas a Casas, del
levantamiento de los españoles contra los franceses y de la formación de las
juntas en la metrópoli. Se había producido un súbito cambio de alianzas: hasta
mayo de 1808, España y Francia luchaban unidas contra Inglaterra; a partir de
entonces, esta y España combatían juntas contra los franceses. La presencia del
capitán Beaver reforzó la decisión en favor de Fernando VII. Mientras tanto, en La
Guaira, la fragata inglesa, más poderosa, apresó al bergantín francés.

El 16 de julio, a las doce y media, se reunió el Ayuntamiento de Caracas,


con el fin de considerar la situación creada por los acontecimientos de la víspera,
y decidió enviar al Capitán General una comisión compuesta del alférez real
Feliciano de Palacios, Manuel de Echezuría y Echeverría, síndico procurador, y
Casiano de Bezares, escribano, que pidiera comunicación de los pliegos traídos
por el oficial francés. Casas respondió que los transmitiría tan pronto como
recibiera los que, según anuncio de La Guaira, llevaba el comandante de la
fragata inglesa. Insistió el Ayuntamiento para obtener inmediatamente las
noticias traídas por Lamanon, con las de Beaver o sin ellas, así como las demás
que hubiese recibido el Capitán General, “en el seguro concepto de que el
Ayuntamiento desea proceder en todo con su acuerdo, y con la justa idea de
mantener el equilibrio de la paz y tranquilidad del público, tan necesario e
importante en las presentes circunstancias”.

Beaver encontró a los criollos en disposiciones de firme lealtad hacia la


dinastía borbónica, y creía que sólo en caso de triunfo definitivo del usurpador
pensarían en declararse independientes, buscando la alianza con Inglaterra;
según informa a sus superiores. La indudable francofilia del Capitán General
habría de ceder ante la actitud de los caraqueños. El cabildo tomaba partido por
los segundos contra el primero, quien, por ciertos actos administrativos
arbitrarios, había además provocado un conflicto de atribuciones con el cuerpo
municipal. En vista de la posición asumida por los concejales y queriendo acaso
que otros compartiesen su responsabilidad, decidió Casas convocar, para el día
17, una junta que examinara la situación. Representantes de la Audiencia, del
Ayuntamiento, del Consulado, del ejército, de la Real Hacienda, del clero, de la
nobleza, de los agricultores y comerciantes oyeron así la lectura de las
comunicaciones traídas por los franceses.

El regente-visitador Joaquín de Mosquera y Figueroa, portavoz de Casas,


declaró que, en rigor, esta comunicación era de pura forma, porque la Audiencia
no tenía necesidad de consultar a nadie, y debían por otra parte, obedecerse sin
discusión las órdenes venidas de España sin reparar en quién ejerciese la
autoridad. El fiscal Berrío y el padre Zuloaga sostuvieron que las renuncias de
Bayona eran nulas y que no convenía entrar en guerra con los ingleses. Algunos
miembros de la junta pidieron que ésta asumiese carácter de permanente, a
ejemplo de lo que sucedía en España; otros combatieron la idea, alegando que no
tenían mandato popular, puesto que habían sido llamados por el gobierno. Según
dice Andrés Bello, se manifestaron dos tendencias y los peninsulares sostenían
que cualquiera que fuese el resultado de la lucha en la metrópoli, las provincias
americanas debían continuar formando parte de la monarquía; e iban hasta
temer que los criollos se sirviesen del nombre de Fernando VII para proclamar la
independencia.

En realidad, este antojo de reconocer a José Bonaparte demostraba sobre


todo el profundo desacuerdo de muchos miembros de la oligarquía hispano-
criolla, de tendencias revolucionarias, con la masa de la población, conservadora,
fiel al rey y a la religión. Chocaron, asimismo, en el seno de la junta, la tendencia
anglófila y la francofilia, y se terminó por decidir que se sostendrían los derechos
del soberano legítimo, y se aplicarían represalias a los franceses que habitaban la
provincia.

El 18 hubo cabildo abierto, el cual resolvió aliarse con los ingleses,


levantar nueve mil hombres y enviar a España un barco en solicitud de
instrucciones. En todo caso, la Real Audiencia adoptó como suyo el dictamen de
la junta y el Capitán General prescribió por auto que no se alterase el gobierno y
se aguardaran noticias más fidedignas de cuanto ocurría en la Península. El
Ayuntamiento, por su parte, hallando que “la renuncia de la corona por nuestro
augusto y amado soberano el Señor Don Fernando VII es tan violenta como
sospechosas las circunstancias que la acompañan”, acordó convocar al Capitán
General a fin de que informase “verbal y más cómodamente de cuanto sea
conducente al arduo negocio”. Casas respondió que concurriría más tarde, pues se
estaban traduciendo los despachos y noticias y se debía tratar ese mismo día con
los enviados ingleses que acababan de llegar a Caracas.

Una nueva convocatoria fue dirigida a aquél el 26 de julio, para examinar


los pliegos ingleses y franceses. Los duplicados de estos últimos fueron traídos
por una goleta de Fort-de-France. El 27 ratificó el Ayuntamiento su “firme e
invariable concepto de no reconocer otra soberanía que la del Señor Don Fernando
VII”; se aprobó también de las Antillas británicas, quien ofrecía enviar a Caracas
quinientos hombres de refuerzo, pues se consideraba que había suficientes
hombres y lo que hacía falta era material de guerra. Por otra parte, se estimaba
que las circunstancias reclamaban el ejercicio del comercio libre.

Los efectos de la actitud de Caracas se sintieron en las ciudades del


interior. Los poderes públicos de Valencia lanzaron una proclama elogiándola y
llamando al pueblo contra Napoleón, en alianza con “nuestro digno y generoso
amigo el rey de la Gran Bretaña”. En Mérida, 21 de agosto, el alférez real D.
Fermín Ruiz hizo jurar a Fernando VII. La actitud de la junta y del Capitán
General fue muy criticada por la opinión pública y creó un estado de inquietud y
mutua desconfianza.

La Conspiración de los Mantuanos


Un grupo de jóvenes nobles y de la alta burguesía venía ya conspirando
contra las autoridades españolas. Los elementos sociales y literarios de Caracas
tenían desde principios del siglo el hábito de reunirse, especialmente en el célebre
salón de los hermanos Luis y Francisco Javier Uztáriz, y allí se veía entre otros, a
Sanz, Bello, Bolívar, Escorihuela, Muñoz Tébar, Iznardi, Sata y Bussy, García de
Sena, Vicente Tejera, Alamo.

Ahora, so pretexto de jugar en casa de los Ribas Herrera, y también en la


llamada Cuadra Bolívar, donde, según cuenta Bello, eran obsequiados con
suntuosas comidas y se leían producciones literarias, se reunían los amigos de
Juan Vicente y de Simón, o sea los Toros, Tovar, Montilla, Sojo, Ribas, Palacios,
Narciso Blanco, Vicente Salías, el doctor Tejera, sin contar algunos funcionarios
como los oidores D. Felipe Martínez y D. José Bernardo de Asteguieta, el alguacil
mayor Pedro Palacios, el alférez de veteranos Aldao y aun el teniente gobernador
D. Juan Jurado. Estos en reuniones reducidas trataban “materias de Estado”,
según un testigo, y se hablaba de establecer un nuevo gobierno.
Empieza por esta época a manifestarse, con precisos lineamientos, entre
aquellos jóvenes solicitados por la política, la figura de Simón Bolívar. Por
aquellos días se produjo un incidente que vino a despertar la vigilancia de la
autoridad, y determinó medidas represivas. El capitán Manuel de Matos
Monserrate, hombre impulsivo y locuaz, estaba profundamente resentido por
algunas providencias de carácter económico tomadas por el gobierno, que decía le
habían arruinado, sobre todo por la suspensión del comercio libre decretada bajo
la administración de Guevara Vasconcelos. Matos predicaba que los españoles
europeos sólo venían a enriquecerse a Venezuela, que era necesario matarles o
expulsarles, a excepción de los canarios, “hacerse ricos con su sustancia” y
reaccionar contra los favoritos de Godoy. Agregaba Matos que debía declararse la
libertad de comercio, terminar el monopolio de la harina, abolir los impuestos y
entenderse con los ingleses.

Es denunciado por el oidor Mora y de los capitanes Miguel Valdés y


Antonio Suárez de Urbina, de la tropa de línea. El Capitán General convocó en su
residencia, el 27 de julio, al regente Joaquín de Mosquera y Figueroa, al consejero
Antonio López de Quintana, al auditor de guerra teniente gobernador Juan
Jurado, al mariscal de campo subinspector de artillería Mateo Pérez y Sáenz, al
comandante de la misma arma brigadier Judas Tadeo de Tornos, a los coroneles
Juan Pires y Correa y Matías Letamendi y al secretario de la Capitanía Pedro
González Ortega. Matos es arrestado ese mismo día; y junto a otros compañeros
fueron conducidos a las bóvedas de La Guaira. Las reuniones de los jóvenes
aristócratas, que probablemente no tenían relación alguna con la prédica agresiva
y feroz de Matos aunque en ésta apareciesen un tanto complicados José Félix
Ribas y Juan Jerez y Aristeiguieta, contribuían a alimentar las alarmas del
gobierno.

Rumores llegaron a José Ignacio de Casas, hijo del Capitán General, sobre
todo de conspiraciones que realizaban los hermanos Ribas; este advirtió,
inocentemente, a su amigo Simón Bolívar, que dejase de realizar banquetes y
reuniones para no verse implicado en conspiraciones, Simón de forma prudente
negó toda participación en reuniones extrañas y comentó sobre sus planes de
viaje, que efectivamente ejecutó al retirarse a su hacienda en San Mateo. Lo
mismo hicieron varios compañeros, retirándose a sus propiedades rurales.

El mismo día 27, tal vez con el propósito de calmar los ánimos, el Capitán
General le pidió al Ayuntamiento su opinión sobre la posibilidad de crear en
Caracas una Junta a ejemplo de la de Sevilla; lo que daría pie a las aspiraciones
autonomistas de los criollos. Reunido el 28 el Ayuntamiento para estudiar la
proposición, se dejó abierto hasta el día siguiente el tema; con el fin de considerar
un proyecto pormenorizado que para constituir la junta formularon Isidoro
Antonio López Méndez y Manuel de Echezuría y Echeverría. Proponían éstos
formar un cuerpo de dieciocho miembros, a saber: el Capitán General, el
Arzobispo, el Regente y el Fiscal de la Real Audiencia, el Intendente del Ejército y
Real Hacienda, el Subinspector de la Artillería, el Comandante de Ingenieros y los
Diputados del Ayuntamiento, del Cabildo eclesiástico, del cuerpo de cosecheros,
del de comerciantes, de la nobleza, de la Universidad, del Colegio de Abogados,
del clero secular y regular y, en fin, del pueblo. El proyecto, aprobado el mismo
día, fue sometido a Casas; pero éste, arrepentido de su propio designio y
siguiendo sobre todo los consejos del regente Mosquera, no lo llevó a la práctica y
las cosas quedaron como se hallaban.

Confirmó sin duda en su nueva actitud al Capitán General la llegada a


Caracas, el 5 de agosto, de un agente peninsular, el capitán de navío José
Meléndez Bruna, quien traía encargo de la Junta Suprema de confirmar en sus
cargos a las autoridades existentes y de anunciar al pueblo de Venezuela las
victorias de las armas españolas. Hubo entonces en Caracas vivas
demostraciones de alegría, y las gentes ostentaban escarapelas rojas y negras con
las iniciales del rey legítimo. En la noche del 3 de agosto los comerciantes dieron
un brillante concierto que fue presidido por Casas.

En general, las autoridades españolas de América, con excepción de las de


Venezuela y México, se inclinaban a reconocer a José Bonaparte. La gran masa
del pueblo, al contrario, multiplicaba sus demostraciones de fidelidad a la
dinastía borbónica y los gobernantes hubieron de obedecer a aquellos
sentimientos. Desde los primeros meses, los americanos enviaron a España
setenta millones de pesos para alimentar la lucha contra el usurpador. En las
provincias venezolanas, Maracaibo, Coro, Puerto Cabello, La Guaira, Barcelona,
Cumaná y Angostura se distinguieron por sus cuantiosos donativos. El obispo de
Mérida excitó repetidas veces a sus ovejas a permanecer fieles al Rey y a auxiliar
a los hermanos peninsulares, de quienes “dos mil leguas que separan nuestras
personas no son capaces de separar nuestros corazones”, pues “sus intereses son
los nuestros, nuestros los derechos que ellos defienden”.

Crecen las Aspiraciones de Autonomía


Los ingleses continuaban también excitando a los colonos contra
Napoleón. Sir George Beckwith, gobernador de San Vicente, escribía a Casas y al
virrey de Santa Fe que las provincias debían socorrer a España y les daba la
seguridad de que la Gran Bretaña estaba dispuesta a apoyar la independencia de
aquéllas, si no había otro modo de librarlas del emperador. Sir James Cockburn,
gobernador de Curazao, envió por agosto a Venezuela dos agentes que le
informaron del verdadero estado del país. El agente J. Christie, visitó la provincia
de Caracas y el Oriente, y John Robertson, fue a Maracaibo; estos indicaron la
postura favorable a Fernando VII por parte de los venezolanos, así como su
tendencia a la Independencia, la cual se hacía bastante atractiva para la élite y
que en las clases populares no era tan llamativa, pero la seguirían en caso de
victoria de los franceses en España. Robertson encontró a los maracaiberos, a
quienes llevó un mensaje de Cockburn, inclinados a la independencia, a menos
que algún Borbón reinase en España.

No satisfecho todavía con el resultado de la ida de sus agentes, Sir James


resolvió trasladarse personalmente a Venezuela, en cuyo territorio realizó un viaje
de Puerto Cabello, Valencia, Valles de Aragua, Caracas, La Guaira. Desde
Londres, Miranda atizaba el fuego y excitaba al Marqués del Toro a promover la
creación de una junta de gobierno, con la promesa del apoyo de Inglaterra. Pero
el Marqués del Toro denunció a Miranda y entregó la correspondencia al Capitán
General. Miranda no ocultaba sus maniobras al gobierno inglés y, en carta de 19
de agosto, ya citada, comunicó a Castlereagh los consejos que daba a los
hispanoamericanos, en aquellas graves circunstancias, de poner el mando en
manos de los cabildos y de enviar representantes calificados a Inglaterra.

Nuevas Agitaciones Mantuanas


Continuaban, entre tanto, los jóvenes caraqueños maquinando contra las
autoridades. Ellos y otros notables más experimentados renunciaban menos que
nunca a la idea de formar, según la sugestión del propio Capitán General y el
proyecto del Ayuntamiento y a imitación de las provincias españolas, una junta
conservadora de los derechos de Fernando VII, que asegurase la marcha de la
administración. Principal movedor del proyecto aparece ahora el oidor honorario
Don Antonio Fernández de León, futuro marqués de Casa León que, instalado en
sus tierras de Maracay, donde los funcionarios eran hechura suya y no cesaba de
atacar al gobierno y de criticar sus medidas, sobre todo las dictadas contra Matos
y sus compañeros.

Fernández de León era un señor bastante rico y poderos en Maracay, al


que se le adjudicaba no sólo una gran fortuna, sino también una corte de
aduladores, ostentaba grandes privilegios y parecía el amo y señor de Maracay,
ciudad que se sometía en su totalidad a sus designios. Opinaba este
terrateniente que el Capitán General y la Audiencia no tenían autoridad para
haber reconocido a la Junta de Sevilla y declarado la guerra a Francia, haciendo
la paz con los ingleses, porque tales actos eran “sólo privativos del pueblo”. La
nombrada Junta carecía de jurisdicción en Venezuela, pues, en aquellos graves
momentos, únicamente las provincias de América podían “ejercer la suprema
soberanía”.
Otros se hacían eco de estas opiniones. Mariano Montilla creía que España
no sacudiría nunca el yugo de Napoleón y abogaba por una junta criolla y aun
por el “sistema de independencia”. Luis López Méndez, el cirujano de marina
Iznardi, Don Pedro Estebanot, el doctor Antonio Gómez aplaudían a Montilla, y el
primero se mostraba resuelto partidario de los franceses y altercaba
ruidosamente con los hispanófilos, al punto de que uno de éstos, Don Calixto
García, “trató de quitarle la vida porque no lo creyó español, según hablaba”. López
Méndez se proclamaba “español americano” y amenazaba con pisotear la
escarapela real.

A principios de noviembre fue a Caracas Fernández de León y formuló la


idea de constituir la junta en un documento que comunicó al marqués del Toro y
a José Félix Ribas, sin hallar otras personas que consintiesen en suscribirlo. El
gobierno, que tenía repetidas denuncias de cuanto se pensaba, redobló la
vigilancia y habló de proceder judicialmente. Entonces, algunos de los más
atrevidos resolvieron solicitar del Capitán General mismo la formación de la
junta, como único medio de preservar la tranquilidad pública. Se redactaban
papeles con mensajes patrióticos, que copió José María Pelgrón, y cuyos
principales propagandistas fueron Ribas, Montilla, Nicolás Anzola, Miguel Uztáriz,
Francisco Antonio Paúl y los hijos del conde de Tovar, Martín y José, como
también el marqués del Toro que, si bien no quería comprometerse en modo
alguno con Miranda y el extranjero, no por ello era menos patriota.

Mas, los notables de Caracas estaban lejos de la unanimidad en cuanto a


propósitos revolucionarios y muchos, por razones o pretextos diferentes,
rehusaron seguir a los promotores de la novedad. El conde de Tovar y el mismo
Toro, que daban su apoyo a estos últimos, temían la usurpación del poder
público y la división del pueblo en facciones destructoras. Juan Nepomuceno
Ribas preveía que los pardos resistirían “temiendo perder su libertad”. Entonces
se habló por primera vez en la capital de “guerra intestina”. La recolección de
firmas fue laboriosa, se recogieron 45 firmas. Fernández de León, tal vez irritado
por su anterior fracaso o por no querer ceder al conde de La Granja la
precedencia, suscitó dificultades y no firmó sino bajo la amenaza de la pistola o
del puñal de Ribas, quien le dijo “que después que había sido el principal motor
del proyecto que los había comprometido a todos, quería ocultar la mano”. Ribas
negó el hecho; pero el propio León confesó al oidor Martínez que había firmado
“por el miedo que le asistía de una tropelía de los mismos suscritores”.

El conde de San Javier, Francisco Antonio Paúl y Antonio Estévez


aseguraron que habían firmado porque se les engañó con la insinuación de que
todo se hacía de acuerdo con el Capitán General. El teniente coronel de milicias
Lorenzo de Ponte dirá a un magistrado que “había echado su firma por haberlo
sorprendido”, y al Capitán General que toda la culpa venía de su sobrino Martín
Tovar Ponte. Galguera y Key Muñoz retiraron sus nombres. Navas y Cámara lo
hicieron también advirtiendo que el proyecto de junta era impopular. Isidro
Quintero se excusará de haber dado el suyo “llorando como una Magdalena”. Los
Bolívar no tomaron parte en la operación, pero resultaron “complicados en su
modo de pensar”. Juan Vicente, que, al contrario de López Méndez, era violento
galófobo, se había también explicado con mucha libertad “sobre los principios de
independencia”, opinando que en caso de pérdida de la Península, los habitantes
de Caracas debían establecer “un gobierno democrático o popular”. Sea lo que
fuere, he allí a muchos nobles y ricos burgueses, criollos y europeos, unidos en el
audaz propósito de escribir a Casas una representación hábil y bien redactada,
pidiéndole que procediera a crear la junta que consideraban indispensable para
que las provincias venezolanas pudieran, con medidas análogas a las tomadas en
España, cooperar eficazmente a la defensa del Estado.

Según el plan, una comisión compuesta de los condes de Tovar, San Javier
y La Granja, de los marqueses del Toro y Mijares, de Fernández de León,
Galguera y Key Muñoz se entendería con el Capitán General y el Ayuntamiento
para convocar, conforme a lo deliberado por este último el 20 de julio. Se trataba
de establecer una especie de asamblea gubernativa compuesta, según el criterio
anterior a la Revolución Francesa, que se llama de la representación de los
intereses, y el cual, remozado, tiende hoy más y más a luchar con el criterio de la
representación democrática, hijo de aquella Revolución. Así pensarán siempre la
mayor parte de nuestros oligarcas revolucionarios hasta el 19 de abril de 1810, y
aun más tarde.

A fin de contrarrestar los rumores, a veces bien fundados, que circulaban


en Caracas y otras poblaciones acerca de la crítica situación que reinaba en
España, Casas y el intendente Juan Vicente Arce enviaron a buscar una
imprenta a la isla de Trinidad, que trajeron en septiembre sus propios dueños, y
de la cual salió, el 24 de octubre de 1808, el primer número de la Gaceta de
Caracas. Se celebraron varias reuniones nocturnas en la casa de José Félix
Ribas, a una de las cuales acudió el conde de Tovar, llevado en una butaca por su
avanzada edad.

Miguel José Sanz, invitado a casa de los Ribas, fue a ella previo
consentimiento del teniente gobernador Jurado y encontró, con otros, a José
María Blanco Liendo, Dionisio Palacios, Francisco Antonio Paúl, Vicente Tejera y
Tomás Montilla. Ensayó disuadirles de la idea que calificó de desatino y les llamó
atolondrados. El ilustre licenciado veía todo aquello mal organizado, sin una
fuerza con la cual contar, aunque estos creyeran que sí; conjuración de puros
mantuanos no contaba, visiblemente, con la simpatía de Sanz, que no lo era y
trató, con maña de abogado, de hacerles introducir en el texto de la petición
algunas cláusulas tortuosas que habrían traído como consecuencia el apartar a
los firmantes de las funciones públicas. La actitud del licenciado y de su yerno
Rodríguez en aquella ocasión no pudo menos de valer para siempre a entrambos
la inquina de muchos nobles y particularmente de los Toro.

Las autoridades supieron explotar la desconfianza de las castas; el pueblo


decía en sus corrillos “que derramaría la última gota de sangre para resistir y no
dejarse mandar por quien no debía”. El teniente de Pardos “Fulano Caballero”
manifestó a la autoridad que “toda la oficialidad de su cuerpo estaba llena de
amargura, porque había comprendido haberse dicho que se contaba con los pardos
para llevar a efecto la pretensión que tenían algunos caballeros de formar una
junta en esta ciudad”. Aparecieron pasquines que ridiculizaban a los mantuanos,
pero también otros que atacaban a las autoridades. Concéntrase entonces la
agitación en casa de los Ribas, a la cual se hace conducir por las noches en su
butaca el octogenario conde de Tovar.

Apenas leída la solicitud de los nobles, en Sala extraordinaria y según


escenario preparado por el gobierno, comparecieron ante aquélla los capitanes del
batallón de Pardos Carlos Sánchez, Juan Antonio Ponte y Francisco Javier de
León y los de Granaderos de Aragua y de Valencia Pedro Arévalo y Francisco José
Colón, quienes ofrecen sus servicios para combatir las maniobras de los
aristócratas que tienden a echar por tierra el sistema de gobierno

Apoyada así en alguna tropa y en el bajo pueblo, la Sala extraordinaria


decreta el arresto de los firmantes o su confinamiento en determinados lugares
no muy lejanos de Caracas. Al marqués del Toro, al conde de San Javier y a
Fernández de León se les encerró en sus propias casas. Otros, tenidos por más
peligrosos probablemente, fueron enviados a los cuarteles; tales: José Félix Ribas,
Mariano Montilla, Nicolás Anzola, Vicente Tejera, Francisco de Paula Navas, Juan
Sojo, Martín y José Tovar. A Pedro Palacios se le confinó en Curiepe, a José
Ignacio y Antonio Nicolás Briceño en Ocumare del Tuy, a Paúl en Guarenas, a
Juan Aristeiguieta en Aragüita, a Juan Nepomuceno Ribas en Guariré, a José
María Uribe en Ocumare de la Costa, a Isidro Quintero, Domingo Galindo y
Narciso Blanco en Puerto Cabello, a Antonio Estévez en Tacarigua, a Tomás
Montilla en Baruta, a Vicente Ybarra en Charallave, a Francisco de la Cámara en
La Guaira. Ordenó al propio tiempo al regente visitador que instruyese el sumario
y ejecutase las providencias del tribunal. Con lo cual las autoridades tuvieron la
ciudad por “restituida a la tranquilidad” a partir del 25 de noviembre.

Contra la propaganda perniciosa hecha por el gobierno mismo para


sembrar la división y el odio entre las castas, contra la “fatal revolución” que
ciertas calumnias producirían, elevó su voz el venerable conde de Tovar, en su
representación del 2 de diciembre al Capitán General. Sanz se admiraba de que
Fernández de León tomara parte en aquellos proyectos subversivos, cuando del
trastorno del gobierno y confusión que seguiría “debía de experimentar más
perjuicios que otros, por su mucho caudal y considerable número de esclavos que
tiene, y porque su profesión y carácter le imponen mayores obligaciones de conocer
esta clase de excesos”.

El resultado de aquella agitación fue el envío a España bajo partida de


registro y a disposición de la Junta Suprema, de Fernández de León “autor
originario de todo” y “sujeto que en las actuales circunstancias sería
indubitablemente muy prejudicial con su modo de pensar”. Ello a pesar de haber
D. Antonio tratado de defenderse con aquella habilidad y palinodias de que
continuará dando ejemplos durante su vida pública. En favor de los demás
encausados, entre los cuales muchos de los confinados habían vuelto a Caracas,
libró indulto pleno el 18 de febrero de 1809, que fue confirmado por sentencia de
la Real Audiencia en mayo siguiente. El movimiento juntista, sin embargo, no
sería exclusivo de Caracas y tendría gran vitalidad en todas las provincias
americanas.

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