Historia Contrafactual de Venezuela. Libro I. 4.-Crisis y Colapso Del Imperio Español
Historia Contrafactual de Venezuela. Libro I. 4.-Crisis y Colapso Del Imperio Español
Historia Contrafactual de Venezuela. Libro I. 4.-Crisis y Colapso Del Imperio Español
Español
Los ingleses, que a pesar del fracaso de Miranda, no perdían de vista las
cosas de Tierra Firme, se apresuraron a tantear otra vez el terreno. El Gobierno
británico empieza abandonar sus reservas sobre el tema de las posesiones
hispánicas en América y estudia con más seriedad planes de acción. Sir Arthur
Wellesley fue comisionado para preparar los planes expedicionarios sobre
Hispanoamérica, examinó a fondo el problema y concluyó que convenía tomar
posesión de los territorios de Costa Firme durante la guerra, para impedir que
Francia se apoderase de ellos durante la paz. Esto sin relacionar en modo alguno
el ataque con el proyectado contra Nueva España. Sin embargo, según Wellesley,
Inglaterra debía evitar los inconvenientes del mantenimiento de fuerzas
considerables en Venezuela estableciendo allí un gobierno independiente. Este
llegó a terminar de diseñar un plan operativo militar bien completo y efectivo,
tomando en cuenta las estaciones climáticas e importancia de puertos.
Desde los últimos años del siglo XVIII y en especial a partir de 1804-1805
existía gran malestar económico en Venezuela a causa de las guerras
internacionales que dificultaban el comercio exterior y hacían disminuir el flujo
de la plata que solía llegar de México. La prohibición del comercio con los países
neutrales, en la práctica Estados Unidos, agravaba la situación. Otro motivo de
irritación era la exclusividad para el comercio de harinas que el ministro español
Manuel Godoy le había concedido a su cuñado el marqués de Branciforte, ex
virrey de México, y que este ejercía en Venezuela a través de su agente Francisco
Caballero Sarmiento. A estas dificultades económicas se sumaría la crisis política
en cuanto las noticias de la Península empezaran a llegar y causar preocupación
e incertidumbre, no sólo en la élite criolla, sino también entre el pueblo en
general.
Rumores llegaron a José Ignacio de Casas, hijo del Capitán General, sobre
todo de conspiraciones que realizaban los hermanos Ribas; este advirtió,
inocentemente, a su amigo Simón Bolívar, que dejase de realizar banquetes y
reuniones para no verse implicado en conspiraciones, Simón de forma prudente
negó toda participación en reuniones extrañas y comentó sobre sus planes de
viaje, que efectivamente ejecutó al retirarse a su hacienda en San Mateo. Lo
mismo hicieron varios compañeros, retirándose a sus propiedades rurales.
El mismo día 27, tal vez con el propósito de calmar los ánimos, el Capitán
General le pidió al Ayuntamiento su opinión sobre la posibilidad de crear en
Caracas una Junta a ejemplo de la de Sevilla; lo que daría pie a las aspiraciones
autonomistas de los criollos. Reunido el 28 el Ayuntamiento para estudiar la
proposición, se dejó abierto hasta el día siguiente el tema; con el fin de considerar
un proyecto pormenorizado que para constituir la junta formularon Isidoro
Antonio López Méndez y Manuel de Echezuría y Echeverría. Proponían éstos
formar un cuerpo de dieciocho miembros, a saber: el Capitán General, el
Arzobispo, el Regente y el Fiscal de la Real Audiencia, el Intendente del Ejército y
Real Hacienda, el Subinspector de la Artillería, el Comandante de Ingenieros y los
Diputados del Ayuntamiento, del Cabildo eclesiástico, del cuerpo de cosecheros,
del de comerciantes, de la nobleza, de la Universidad, del Colegio de Abogados,
del clero secular y regular y, en fin, del pueblo. El proyecto, aprobado el mismo
día, fue sometido a Casas; pero éste, arrepentido de su propio designio y
siguiendo sobre todo los consejos del regente Mosquera, no lo llevó a la práctica y
las cosas quedaron como se hallaban.
Según el plan, una comisión compuesta de los condes de Tovar, San Javier
y La Granja, de los marqueses del Toro y Mijares, de Fernández de León,
Galguera y Key Muñoz se entendería con el Capitán General y el Ayuntamiento
para convocar, conforme a lo deliberado por este último el 20 de julio. Se trataba
de establecer una especie de asamblea gubernativa compuesta, según el criterio
anterior a la Revolución Francesa, que se llama de la representación de los
intereses, y el cual, remozado, tiende hoy más y más a luchar con el criterio de la
representación democrática, hijo de aquella Revolución. Así pensarán siempre la
mayor parte de nuestros oligarcas revolucionarios hasta el 19 de abril de 1810, y
aun más tarde.
Miguel José Sanz, invitado a casa de los Ribas, fue a ella previo
consentimiento del teniente gobernador Jurado y encontró, con otros, a José
María Blanco Liendo, Dionisio Palacios, Francisco Antonio Paúl, Vicente Tejera y
Tomás Montilla. Ensayó disuadirles de la idea que calificó de desatino y les llamó
atolondrados. El ilustre licenciado veía todo aquello mal organizado, sin una
fuerza con la cual contar, aunque estos creyeran que sí; conjuración de puros
mantuanos no contaba, visiblemente, con la simpatía de Sanz, que no lo era y
trató, con maña de abogado, de hacerles introducir en el texto de la petición
algunas cláusulas tortuosas que habrían traído como consecuencia el apartar a
los firmantes de las funciones públicas. La actitud del licenciado y de su yerno
Rodríguez en aquella ocasión no pudo menos de valer para siempre a entrambos
la inquina de muchos nobles y particularmente de los Toro.