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América y la Virgen
Con el descubrimiento de América en 1492, uno de los acontecimientos más importantes de la
historia, después de la encarnación del Verbo Divino, se puede vislumbrar el hecho patente de la providencia en la historia de la humanidad. Ese “descubrimiento”, que según la contingencia de la historia pudo haber sido de otro modo, sin embargo, no fue así, fue un descubrimiento cristiano. Quién descubrió América fue el hombre cristiano, y a la vez, América descubrió el cristianismo que tanto aguardaba. Esto encierra, por supuesto, un misterio providencial, que no es otra cosa que el encuentro entre el europeo, el indio y la fe de Cristo. Encuentro que da origen a una nueva cristiandad: la Cristiandad Americana. Nacía entonces lo que Vespucio, desde la geografía llamó Novus Mundus, es decir, Nuevo Mundo. Y en este nacimiento tan importante era necesario el papel protagónico de una madre que lo alumbrase. Es por ese motivo que América no se entiende sin la mediación necesaria y universal de la Madre del cielo, La Santísima Virgen María, Reina de todo lo creado. La Virgen María no podía quedar ajena a este acontecimiento tan importante de la historia de la humanidad, ella conoce los designios de la historia al igual que Dios, que es Increado, aunque subordinadamente a Él, por ser creada, por eso su intervención en la historia es decisiva. No sólo la nave capitana de Colón se llamó “Santa María”, sino que tuvo la verdadera conducción y presencia de la santísima Virgen. Colón llegó al continente americano el 12 de octubre día de la fiesta de la Virgen del Pilar, y su primer acto fue bajar a tierra con el estandarte real que tiene la imagen de la Virgen. A partir de aquí la Virgen estaría siempre presente de una manera o de otra, fundando ciudades, amparando y protegiendo la evangelización. Así como la primera isla descubierta es llamada “San Salvador” en honra a Jesucristo, y la segunda es llamada con el nombre de “Santa María de la Concepción”, así también, a medida que se evangeliza a los indios se van dejando en las poblaciones Cruces y Vírgenes. El primer paso importante que hace posible la realidad de la evangelización se da cuando Hernán Cortés aliándose con los indios tlaxcaltecas logra vencer al imperio azteca el 13 de agosto de 1521. Este imperio, en ese entonces, bajo el mando del emperador Moctezuma, tenía dominados alrededor de 371 pueblos, a los cuales sometía y cobraba tributo para sus más de 20.000 sacrificios anuales de corazones humanos. Poseía un régimen terrorífico que al ser vencido por la unión entre los españoles y los tlaxcaltecas sometidos, se interpretó esa victoria, por los mismos indios, como una cierta liberación. Pero por otra parte, empezó a extenderse entre los indígenas un pánico colectivo, lleno de perplejidad y malos presagios. La angustia de los indios por el derrumbamiento del mundo en el que vivían con la destrucción, no sólo militar y política, sino también cultural y religiosa a medida que se destruían los templos paganos llenos de sangre humana, o que se organizaban a los indios en el trabajo con la perfección de otra cultura más eficiente, producía una tristeza generalizada que la llegada de los frailes misioneros, extremadamente pobres, amables y sencillos pudo tranquilizar pero no disipar totalmente. Son diez años después en la mañana del 9 de diciembre de 1531 cuando se produce el hecho más maravilloso y portentoso de la Santísima Virgen en XX siglos de historia de la Iglesia. Se trata de la aparición de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego, un indio humilde de una zona cercana a la capital de México llamada Cuauhtitlán. De aproximadamente 57 años de edad, y haciendo 7 que había sido convertido por los misioneros, Juan Diego, es el instrumento por el cual la Virgen revela su papel protagónico en el nacimiento de América. Esta Epifanía misteriosa de la Virgen no trae como en Lourdes y Fátima un mensaje de penitencia y arrepentimiento, sino el mensaje único y más maravilloso de ternura, amparo, consuelo y amor maternal: “Yo soy la Siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive... Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar todo mi amor; compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre” A partir de esta manifestación la Virgen re-crea toda la cultura y religiosidad, ya antigua de los indígenas, dejando sobrenaturalmente gravada su imagen en el poncho indio de Juan Diego. Acto por el cual la Santa Virgen asume todos los elementos simbólicos más importantes de la anterior cultura ordenándolos a su magestuosa presencia. El grabado sobrenatural de la imagen de la Virgen de Guadalupe expresa la mediación redentora de la virgen para la salvación de todos los nativos. Se trata de una suerte de pictograma perfectamente adaptado a la mentalidad indígena quienes podían leer naturalmente su imagen. Y fue el camino por el cual los indígenas dejaran de idolatrar a sus dioses para creer en la verdadera fe. Todo tenía que suceder a traves de la mediación de la verdaera madre. Tanto el sol detrás de la Virgen, como la luna a sus pies dejaban de ser dioses para subordinarse a La Virgen. El manto lleno de estrellas significaba en el indio la presencia real, cosa que hacía pensar en la Reina Celestial. Las manos juntas, opuestas a las representaciones que se hacían los indios de las diosas con manos abiertas teniendo caracoles y serpientes que se movían, signo de la vida, hacían pensar al indio que se trataba de una Criatura porque no se identificaba con la vida misma. Pero a la vez, sí llevaba consigo la vida porque llevaba un cíngulo morado que ceñía su cintura, y que era signo del embarazo en las mujeres indígenas, mientras que para el cristiano era la virginidad, lo cual daba a entender a los catequizados La Madre Virgen. El quincunce en forma de flor de cuatro pétalos grabado en el vientre de María, era un signo en el lenguaje náhuatl que marcaba el fin de una era y el comienzo de otra. Todo este simbolismo hacía identificar al indio naturalmente con María como su verdadera madre dando nacimiento a una nueva cultura en América: la cultura católica. A partir de aquí se empieza a convertir el pueblo americano en masa. Cuenta Motolinía (Fray Toribio de Benavente) que se produjeron 15.000 bautismos por día porque los nativos venían de todos lados para pedirlo. En diez años (1531-1541) hubo de siete a ocho millones de conversiones. Fray Bernardino Minaya escribía por entonces al obispo de Tlaxcala que era tan eficiente e ilimitada la intercesión misericordiosa de la Virgen, que se extendía hasta los confines de Nicaragua, donde muchedumbres de paganos, con la cabeza coronada de flores, pedían el santo bautismo. No podía ser de otro modo, América nacía como nuevo mundo y su Santísima Madre lo daba a luz en la fe. A partir de la aparición de la Virgen de Guadalupe nacía iluminada por la fe una nueva cultura perfectamente natural y comprensible para el indio. Hasta el día de hoy la Virgen quiso dejar estampada su imagen sobrenaturalmente en el poncho del indio Juan Diego. Imagen que no deja de ser un misterio de todos los tiempos. Investigaciones científicas actuales han podido confirmar recientemente que en las pupilas de los ojos están las imágenes del indió, el obispo Zumárraga y algunas personas que presenciaron cuando la Virgen apareció en la tilma de maguey y que ningún artista podría pintar, cosa que se asemeja al ojo humano. Que la temperatura del manto es estable de 36,6º como un cuerpo y que en el vientre se escuchan los latidos del corazón de un niño. Que la tilma está incorrupta. Que se desconoce el material de los colores porque no estan ni en el anverso ni en el reverso de la tela, sino separadamente de la misma, a una distancia de tres décimas de milímetro sobre el tejido sin tocarlo, es decir, están flotando. O que las estrellas visibles en el Manto de María responden a la exacta configuración y posición que el cielo de México presentaba en el día en que se produjo el milagro. Pero más allá de todo esto lo indudablemente cierto es que a partir de ese milagro la evangelización empezó a dar frutos abundantes. La presencia incansable de la Virgen fue la que hizo posible la evangelización de tantos pueblos, ciudades, naciones. ¿Quién podrá contar las fiestas que se han celebrado para su honra en toda América o los santuarios que se han levantado en su honor? ¿No tenemos en Argentina, solamente por decir algunas, las advocaciones de La Virgen de Luján, de la Merced, del Rosario, del Milagro, del Valle, de Itatí, de los Buenos Aires? ¿Cuántas gestas victoriosas se han realizado bajo la protección de la Virgen: Liniers, Belgrano, San Martín...? ¿Acaso Fasta no nace en 1962 cuando el Padre Fosbery predicaba una novena de la Virgen del Rosario en Leones? Quizás sea esta presencia de la Virgen la que también en nuestros días debamos rescatar en la Milicia para poder responder al llamado irrenunciable de evangelizar la cultura, la familia y la juventud. Que la Virgen, que en el pequeño Belén dio a luz la salvación del mundo, y trajo la Buena Nueva a estas tierras, proteja siempre nuestra querida Milicia