Trabajo, Genero y Territorio
Trabajo, Genero y Territorio
Trabajo, Genero y Territorio
La pregunta por el trabajo en las juventudes de sectores populares desde una perspectiva que
priorice la vida cotidiana puede resumirse en la búsqueda de comprender ¿Cómo resuelven lxs
jóvenes la reproducción cotidiana de la existencia?
Partiendo de esta pregunta entendemos que las estrategias laborales de las juventudes no deben
ser analizadas en el vacío sino de manera situada en relación a posiciones de clase, género,
etáreas, territoriales y en profundo vínculo con las estrategias familiares y comunitarias en las
que se insertan las primeras. En este apartado nos enfocaremos en las categorías de género y
territorio en diálogo permanente con las posiciones de clase e intentaremos recuperar algunas
nociones teóricas que han sido acuñadas a la luz de los últimos años tanto desde la academia
como desde los movimientos sociales.
Muchos estudios del campo de las ciencias sociales y de las juventudes hacen referencia a la
relación jóvenes-trabajo desde el vínculo empleo-desempleo y por lo tanto como una relación
compleja, problemática y profundamente desigual entre jóvenes y adultxs y también hacia
dentro del grupo poblacional de lxs jóvenes. Las estadísticas expuestas en los apartados
anteriores lo retratan con claridad y exponen la preocupación de dichos campos por las
dificultades de las juventudes por acceder a trabajos remunerados y con ellos a derechos básicos
de ciudadanía. Sin embargo, para comprender el trabajo en el ámbito de la vida cotidiana con
jóvenes, entendemos que son necesarias también otras perspectivas que habiliten miradas sobre
el trabajo de lxs jóvenes desde sus prácticas cotidianas, como personas activas de sus propias
vidas.
El análisis de las desigualdades en el campo2 del trabajo consistió durante muchos años en la
equiparación de género a sexo para mostrar las desigualdades estructurales que el mercado de
trabajo posee en detrimento de las mujeres. Esta es aún una visión posible siempre y cuando se
tenga en cuenta que las desigualdades son diversas y multidimensionales y que sobrepasan a las
desigualdades que se dan estrictamente en el mercado de trabajo remunerado así como a las
desigualdades entre varones y mujeres. Sin embargo, como afirman algunas autoras (Milenaar,
2019; Elizalde, 2006) la utilización de la categoría género como equivalente de sexo no
aprovecha del todo la potencialidad de la misma, al utilizarla como una desigualdad más en una
suma matemática de desigualdades que si bien expresa una parte de la realidad, una preocupante
parte de la realidad, no permite explorar los profundos y diversos procesos de construcción de
mandatos de género y la apropiación particular que hacen las juventudes de ellos. Desde otro
2
En el sentido de Bourdieu (2002)
punto de vista y buscando profundizar el análisis, el concepto de género se constituye como
categoría teórica, metodológica y como estrategia discursiva y política para la visibilización de
las realidades de colectivos conceptualizados como “lxs otrxs, lxs diferentes” a la identidad
central del varón, heterosexual, clase media y abre un campo de posibilidades de indagación no
solo de las trayectorias de las personas sino también de procesos institucionales, culturales, de
análisis de prácticas sociales, etc.
Una de ellas hace referencia al concepto sexo/género propuesto por Rubin y constituido por el
“conjunto de disposiciones por las que una sociedad dada transforma la sexualidad biológica en
productos de la actividad humana, más allá del modo concreto e histórico en que esas
disposiciones se organicen” (Rubin: 1988, 1975. Pág. 96). Como afirma Rita Segato (2003,
citada en Milenaar, 2019) estas disposiciones no son siempre asumidas linealmente por lxs
sujetxs sino muchas veces reinterpretadas y/o resistidas. Para la autora, estas construcciones
conforman un “mapa cognitivo” a través del cual orientamos nuestras acciones e
identificaciones, constituyendo nuestras prácticas pero siempre con un margen de contingencia
ya que la lectura de este mapa es al fin y al cabo una instancia individual.
Una de las posibilidades de análisis que nos brinda esta categoría es mirar al mercado de trabajo
como un claro ejemplo de la transformación de la diferencia sexual biológica en productos de la
actividad humana, delegando a los varones el trabajo remunerado en el ámbito público y todas
aquellas tareas/oficios vinculados al esfuerzo físico y a las mujeres el trabajo no remunerado en
el ámbito doméstico y/o aquellas tareas/oficios vinculados al cuidado de otrxs o tareas de
limpieza, asignando a esa división supuestas habilidades naturales. Es en este sentido, y como
todo campo; productor y reproductor de sentidos y habitus que tienden a conservar esta división
sexual del trabajo, distinguiendo de una manera heteronormativa solo la existencia de dos únicas
formas de vivir la identidad de género y asignando luego desde una lógica esencialista,
determinadas características subjetivas, capacidades y deseos esperables a cada uno de los sexos.
Sin entrar de lleno al debate sobre la diversidad de formas de habitar lxs cuerpxs y de vivir la
identidad de género, sí es central mencionar que la construcción de las identidades de género en
un campo con potentes mandatos como el del trabajo tienen consecuencias en las subjetividades,
deseos, decisiones y estrategias que lxs jóvenes ponen en juego en este campo. Siguiendo a
Delfino (1999) no se trata de indagar lo que el género es sino lo que habilita su valor crítico
“sobre las instituciones, los discursos y las prácticas que producen normatividades más o menos
definitorias en torno de las maneras “apropiadas” o “inapropiadas” de ser mujer joven o varón
joven en el contexto actual de construcción de hegemonía” (Elizalde , 2006). Los mandatos de
género que distinguen sólo dos identidades de género posibles y sólo dos maneras deseables de
vivirlas, están en la base de las discriminaciones mencionadas anteriormente explicando de
alguna manera cómo se construyen los consensos sociales que naturalizan y legitiman estas
desigualdades, sosteniéndolas en el tiempo. En conclusión, una de las lecturas que el género
habilita desde esta perspectiva es cómo el mercado de trabajo produce y reproduce lo que Witigg
(1992) llamaría “el pensamiento heterosexual”.
Otro análisis posible es aquel que nos permite ver que así como las construcciones simbólicas del
sistema sexo/género constituyen el campo laboral, también atraviesan el campo de la
investigación social y las miradas de quienes investigan/investigamos en él. En este sentido
Elizalde (2006) hace referencia a un permanente androcentrismo en las investigaciones de
juventudes que tienden a considerar tácitamente a los varones como sujetos de referencia de la
juventud, universalizando aspectos de las juventud(es) atravesadas por los mandatos de género
masculinos a otros subgrupos dentro de esta categoría. El término género en este campo, además
de ser equiparado al de sexo ha sido en muchos casos equiparado al de mujer y haciendo
referencia explícitamente a problemáticas asociadas a las mismas, en su mayoría vinculadas a las
temáticas de la sexualidad, el embarazo adolescente, etc, es decir “biologizadas” (Elizalde,
2006). En esta misma línea afirma que una de las constataciones del androcentrismo en el campo
de las juventudes tiene que ver con que “las mujeres permanecen invisibilizadas como
productoras de prácticas y sentidos específicos de juventud, subsumidas en esta hegemónica y
restrictiva representación de «lo juvenil-masculino». Así, el mundo de la intersubjetividad
pública (donde las chicas ocupan, en todo caso, una posición social marginal) se convierte en el
ámbito privilegiado por parte de las ciencias sociales” (Elizalde , 2006).
Según la autora, el espacio privado o doméstico ocupa un lugar marginal en las investigaciones,
y es justamente donde las mujeres jóvenes, sobretodo de sectores populares experimentan y/o
resisten una relación con el trabajo fuertemente atravesada por mandatos y prescripciones
morales en relación a los roles de género (Elizalde , 2006). En este sentido y haciendo referencia
a la vinculación jóvenes/trabajo, la invisibilización de género puede estar asociada con dar por
sentado al trabajo remunerado como único proyecto laboral deseable para las trayectorias
laborales juveniles. Si bien diversos estudios reconocen al trabajo doméstico-de cuidados -no
remunerado como trabajo o como experiencia laboral, las jóvenes son analizadas desde la
carencia/ausencia de proyecto laboral remunerado y no desde las representaciones y/o
experiencias subjetivas que anidan en esas trayectorias. Visibilizar y darle valor a estas
experiencias que se desarrollan en el espacio doméstico y comunitario tanto en la investigación
como en la intervención es central por el peso que tienen en la vida cotidiana estas prácticas y la
importancia que posee en la construcción de subjetividades y representaciones sobre el trabajo.
Desde el análisis de las políticas públicas, ahondar en el análisis del trabajo doméstico y de
cuidados es clave debido a la centralidad que tiene tanto en términos macroeconómicos para la
sostenibilidad del sistema como por su incidencia en la definición de las trayectorias laborales
juveniles –de todxs lxs jóvenes, no solamente de las mujeres-. El análisis de la inserción laboral
de lxs jóvenes sin la dimensión de la reproducción, mira dichas inserciones como consecuencias
de una elección racional de los individuos teniendo en cuenta preferencias y/o decisiones
personales y condiciones del mercado laboral, invisibilizando en primer lugar; el trabajo que esa
fuerza laboral tiene incorporada (al estar higienizada, alimentada, etc.) y en segundo lugar, la
disponibilidad de tiempo de trabajo generada por la eximición de ese trabajador (por ser varón)
de las responsabilidades de cuidado de aquellos con quienes vive (Rodríguez Enriquez, 2015).
En esta línea, las autoras de la economía feminista (Rodríguez Enríquez, 2001; 2015; Rodríguez;
Fernández Alvarez & Partenio, 2013; Fedirici, 2004) desarman a las familias como unidades
armónicas de recursos y consumo, abriendo el campo de visión a las desigualdades al interior de
las familias, que permiten la concentración de capitales en un sector de la misma por motivos de
género. Esto es de vital importancia para el análisis de las políticas juveniles de empleo, ya que
las mismas promueven la capacitación, el fortalecimiento de la empleabilidad y el
empoderamiento de las mujeres sin tocar la distribución de responsabilidades en la organización
social el cuidado, que asigna a las mujeres responsabilidades en muchos casos incompatibles con
el mercado laboral. Esto afecta el impacto de las políticas públicas, tanto en términos de
inclusión de las mujeres en dichas políticas como en los resultados de las mismas en relación a
inserciones laborales concretas.
Las primeras imágenes que probablemente vengan a la mente cuando hablamos de territorio
tenga que ver con espacios físicos, sin embargo, desde la Asignatura Teoría, Espacios y
Estrategias de Intervención III de la Carrera de Trabajo Social se sostiene que la noción de
territorio implica “descifrar los espacios materiales no como meros escenarios o soportes, sino
como la retraducción o inscripción material del espacio social y como elemento constitutivo de
los procesos sociales”.
En este sentido, las desiguales maneras de ocupar los espacios/territorios, reflejan las desiguales
posiciones ocupadas en el campo social en relación al género –y a otras desigualdades- y son a la
vez causa y consecuencia de la reproducción de las mismas. Por ejemplo, la asignación de las
mujeres al espacio doméstico y a las tareas de cuidado como últimas responsables de lo que allí
sucede, implica para las mujeres que son madres, ocupar todos los demás espacios públicos y/o
laborales acompañadas siempre de sus hijxs, o únicamente en los horarios en los ellxs que
asisten a instituciones educativas, de lo contrario requieren de contar con redes de cuidado para
poder movilizarse. Por este motivo, las actividades vinculadas al espacio público ocupadas
mayormente por las mujeres son aquellas que se desarrollan en el espacio comunitario cercano al
hogar, donde pueden con mayor facilidad, organizar y delegar tareas domésticas y de cuidado. El
territorio es poder, y la imposibilidad de ocupar esos espacios centrales, céntricos, masculinos,
reduce los capitales que las mujeres tienen a la hora de disputar el mercado laboral (y muchos
otros derechos). Sin embargo son también los territorios donde a decir de Acevedo et al (2016)
“los sujetos jóvenes despliegan un conjunto de estrategias para resistir o negociar con el orden
estructural. Se trata pues, de mantener en tensión analítica la estructura y el sujeto, las formas de
control y las formas de participación, el sistema y la vida cotidiana” (Pp8) constituyendo así
espacios de relaciones desiguales de poder pero también de resistencias y prácticas
transformadoras.
La categoría de “territorio” abordada no solo desde el lugar físico que se ocupa sino también el
simbólico, nos permite hacer referencia a qué sujetxs aparecen representadxs en las estadísticas
cuando las mismas se realizan desde la dupla dicotómica empleo-desempleo. Así como las
corrientes teóricas feministas bregan por la visibilización de las trabajadoras de la economía
doméstica, las vertientes de la economía popular afirman que en la categoría desempleo se
aglutinan experiencias diversas de trabajos remunerados y no remunerados que rompen con las
dicotomías mencionadas y que no son desempleo en términos de ausencia de trabajo sino de
ausencia de un registro de ese trabajo y en muchos casos, de una remuneración del mismo.
Trabajos que se mueven en los grises de estas dicotomías, que a veces existen en vinculación con
el Estado y con organizaciones sociales y otras veces no pero que son centrales para explicar la
resolución de la vida cotidiana de gran parte de la población de sectores populares. En este
sentido, los movimientos sociales en nuestro país vienen bregando por la visibilización de estas
prácticas de manera sostenida en los últimos años, dentro de los cuales la creación de Sindicatos
de la Economía Popular3, la sanción la Ley de Emergencia Social del año 20164 y la creación de
Registros de Trabajadorxs de la Economía Popular5 a nivel nacional en el mes de junio de este
año y a nivel provincial en el año 2019 son conquistas importantes de dichos movimientos.
Además de estar conformándose un marco legal que tiende a visibilizar a un sector diverso y
sumamente relevante, estos hitos permitieron la implementación de políticas públicas que
significaron un avance en la necesidad urgente de acceso a derechos básicos de trabajo como el
Salario Social Complementario6. Según un informe publicado por el RENATEP en Agosto del
presente año7 en seis semanas de funcionamiento el mismo cuenta a nivel nacional con casi 500
mil inscriptxs de lxs cuales la mayoría son mujeres y el mismo organismo calcula que habría en
realidad más de 6 millones de inscriptxs, es decir, un cuarto de la Población Económicamente
Activa de nuestro país.
3
La UTEP (Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular) y la CTEP (Confederación
de Trabajadores de la Economía Popular) son organizaciones que surgen a nivel nacional en nuestro
país con el objetivo de aunar esfuerzos para luchar en pos de los derechos de lxs trabajadorxs de la
economía popular.
4
http://servicios.infoleg.gob.ar/infolegInternet/anexos/265000-269999/269491/norma.htm
5
En el ámbito provincial se creó en el año 2019 el Registro Provincial de Trabajadores de la Economía
Popular en el marco de la Secretaría de Equidad y Promoción del Empleo y como una línea de acción
del Programa Provincial “Fortalecimiento de la Economía Popular”. Estos eventos se dan luego de un
largo proceso de negociación y reclamo de políticas públicas por parte de las organizaciones que
conforman la CTEP y otras a nivel provincial. Un proceso similar se da en el año 2020 a nivel nacional
con la creación en el mes de Junio del RENATEP (Registro Nacional de Trabajadores y trabajadoras de
la Economía Popular).
6
El Salario Social Complementario (SSC) es una política implementada desde el año 2016 en el marco
de la Ley de Emergencia Social, que contempla prestaciones para trabajadorxs de la economía popular a
nivel nacional. La mencionada ley también se aprueba y promulga en el marco de una serie de
negociaciones entre el Gobierno Nacional y las organizaciones de trabajadorxs de la economía popular.
7
https://www.pagina12.com.ar/286404-quienes-son-y-que-hacen-las-500-mil-personas-que-ya-se-anota
¿Por qué traer esta realidad al vínculo jóvenes-trabajo? Básicamente porque gran parte de lxs
jóvenes de sectores populares desarrollan sus estrategias laborales en estos contextos, en familias
y comunidades que forman parte de lo que Grabois y Persico (2014) llaman economía popular
como aquellxs que salieron a “inventarse el trabajo” en momentos de retracción económica y
políticas neoliberales. Estos trabajos tienen una fuerte conexión con el territorio ya que es allí, en
el barrio, donde la cercanía habilita “resolver” los trabajos remunerados y no remunerados a la
vez y permite el desarrollo de estrategias laborales más accesibles para familias de sectores
populares.
Concluyendo, las herramientas teóricas que utilizamos funcionan como lentes para mirar la
realidad y habilitan de esta manera la aparición o desaparición de determinadas prácticas, sujetxs
y realidades. Cuando estas se construyen en diálogo con las realidades que se intenta conocer y
visibilizar nos obliga al ejercicio de repensarlas de manera permanente para deconstruirlas y
volverlas a construir acorde a las transformaciones que dichas realidades atraviesan.
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