1 - Perrok Holmes 01 - Dos Detectives Y Medio

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Es un genio de la informática y la tecnología. Usa tabletas, ordenadores y
móviles con la misma facilidad con la que se hurga la nariz. Para él, la bruja
de su medio hermana es peor que un grano en el culo.
No se arruga ante nada. Dice lo que piensa sin cortarse un pelo y es tan
convincente que podría venderle una nevera a un esquimal. Adora los libros
de misterio y le apasionan los casos peligrosos.
Es capaz de comunicarse con sus amos y detectar sentimientos en los
humanos, algo que lo convierte en uno de los investigadores más eminentes
del mundo. Travieso —casi gamberro—, es un ligón pese a ser tan pequeñito.
Su mayor debilidad son las perras altas, a las que trata de seducir sin
excepción.
La furgoneta iba tan cargada que los bajos casi rozaban el suelo, y el motor,
apurado, hacía un ruido parecido a un abuelo con bronquitis.
—¡ESTOY AGOBIADA, NO PUEDO RESPIRAR! —se quejó Julia.
—¡NO HABER TRAÍDO TANTA BASURA! —le reprochó Diego,
señalando las varias cajas que ella había llenado con kilos de ropa y otros
objetos de dudosa utilidad.
El vehículo estaba completamente abarrotado, por lo que los dos nuevos
hermanos viajaban pegados el uno al otro en los asientos traseros, entre
muebles desmontados, cuadros, lámparas, maletas y otros objetos. Sí, se
estaban mudando.
—No puedo respirar porque apestas —contestó ella, picada—. Lo de la
ducha diaria, tú, como que no lo has pillado, ¿verdad?
—¡JULIA! —la regañó su padre, desde el asiento del copiloto—. ¡Trata
bien a tu hermano!
—No es mi hermano, es mi medio hermano.
—Pues trátalo medio bien al menos.
A Ana, que no era la madre de Julia, pero sí la madre de Diego, en lugar
de enfadarse, se le escapó la risa, y la tensión en el coche pareció rebajarse un
poco.
Juan suspiró y miró por la ventanilla. Desde que él y Ana habían decidido
casarse y juntar sus dos familias, había perdido un montón de pelo por culpa
de los nervios. Si seguía a ese ritmo, pronto parecería Mister Potato.
Ana, en cambio, lo llevaba mejor. Sus hijos no podían ni verse, eso era
cierto, pero ella confiaba en que las peleas entre los dos chicos fueran solo
una cuestión de «ADAPTACIÓN». Hizo girar el vehículo hacia la izquierda
y se detuvo frente a un bloque de pisos.
—¡AQUÍ ESTÁ! ¡NUESTRO NUEVO HOGAR! —proclamó.
Se encontraban en un agradable barrio residencial de las afueras, con el
típico parque lleno de niños, los tópicos perros marcando territorio en los
árboles y los clásicos comercios de toda la vida con nombres y apellidos en
lugar de marcas: Supermercado Fernández, Carnicería Sánchez, Mercería
Mary...
Tanto Diego como Julia se morían de ganas de ver el nuevo piso. Vivir
juntos les motivaba tan poco como un bufet libre de verduras hervidas, pero
cambiar de casa sí les hacía ilusión.
—Venga, descargamos la furgo y luego saldré a por un regalo para
vosotros dos —dijo Ana guiñándoles el ojo.
Tanto Diego como Julia se la quedaron mirando intrigados. ¿Un regalo?
Los dos sabían que no se habían portado bien para merecerlo. Seguro que era
una trampa.
—¿Qué es? —preguntaron al mismo tiempo.
—Algo que os encantará —prometió ella—, pero solo os lo podréis
quedar si aprendéis a llevaros mejor.
Ajá. Ahí estaba la trampa: un regalo para unirlos a todos. Los dos
hermanos se miraron, desconfiados. Mal empezamos...

Unos minutos más tarde, Julia y Diego entraban a toda velocidad por la
puerta tratando de llegar a las habitaciones uno antes que el otro. Todo el
mundo sabe que, desde tiempos inmemoriales, en caso de mudanza rige una
norma muy sencilla para repartir los cuartos: el primero que llega a uno se lo
queda. De un empujón, Julia apartó a Diego y consiguió adelantarlo. La chica
irrumpió en el dormitorio.
—¡MÍA! —exclamó Diego a sus espaldas.
—¡ES MÍA! —replicó ella—. ¡Yo he entrado primero!
—PERO ¡YO LO HE DICHO ANTES!
Una vez más, los hermanos se encararon, dispuestos a seguir con la pelea
o a empezar una nueva. En realidad, se peleaban tanto que no sabían dónde
acababa una y dónde empezaba la siguiente.
—Pobrecitos, no se han dado cuenta —dijo Ana.
Diego y Julia se giraron. Estaban tan liados discutiendo que ni habían
visto que sus padres les habían seguido hasta la habitación. Aquello no olía
nada bien.
—MIRAD A VUESTRO ALREDEDOR...
Los dos chicos observaron con detenimiento la habitación. Había dos
camas, dos escritorios, dos sillas y dos armarios. Pero solo una habitación.
Vale. Los números no cuadraban. No hacía falta ser Einstein para ver que
tenían un problema.
—OS TOCA COMPARTIR... —dijo finalmente Juan.
Ahí estaba, su sentencia de muerte.
Tanto Julia como Diego pusieron de golpe su mejor cara de asombro.
Diego no podía creer lo que oía.
—¿Cómo podéis ser tan crueles? —preguntó.
Julia se arrodilló en el suelo a los pies de Juan, con lágrimas en los ojos y
actitud suplicante.
—Castígame un año sin salir de casa, quítame internet, utiliza mi palo de
selfis como escobilla del váter, pero, por lo que más quieras, no me hagas
compartir habitación con este cerdo...
—Eres mi nuevo padre y te quiero mucho —intervino Diego, también
desesperado—, pero tu hija es una bruja... ¡ALEJA DE MÍ A ESTE
DEMONIO!
Aturdido, el padre se frotó la cara con ambas manos. Inspiró
profundamente y trató de hablar con calma.
—Todavía no os dais cuenta, pero tenéis muchas cosas en común, seguro.
Los hermanos lo miraron incrédulos. Juan echó un vistazo alrededor,
como intentando convencerse a sí mismo. De pronto vio una caja de libros
que confirmaba su teoría.
—Las novelas de misterio, por ejemplo —dijo levantando la caja,
esperanzado—. A los dos os encantan los libros de Sherlock Holmes y
Agatha Christie... ¡Y los dos sois suscriptores de la revista «Mystery Club»!
Los chicos se miraron con suspicacia. ¿Aquello era cierto? Lo era, aunque
ninguno de los dos lo supiera todavía. Tanto Julia como Diego devoraban las
novelas de misterio y eran fans incondicionales de la revista «Mystery Club»,
la publicación de la asociación de investigadores más importante del mundo.
Ambos estaban al día de las nuevas técnicas en investigación y soñaban con
formar parte de esa asociación en un futuro, aunque sabían que lograrlo era
prácticamente imposible. Mystery Club solo aceptaba a los mejores de los
mejores, mujeres y hombres perspicaces y valientes dispuestos a involucrarse
en los casos más peligrosos para hacer del mundo un lugar más justo.
—¡GUAU! ¡GUAU!
De repente, un perro irrumpió en el cuarto, moviendo sus orejas y
husmeando por todas partes. Los hermanos se quedaron quietos, sin poder
creérselo. Cuando terminó de inspeccionar la habitación, el animal se puso
firme y se quedó plantado delante de sus narices como si en esos momentos
estuviera examinándolos a ellos.
Ana se adelantó:
—Bienvenido a nuestra familia, CHUCHO —le dijo—. Te presento a
Diego y Julia, tus nuevos amos. A partir de ahora ellos cuidarán de ti.
La cara de los hermanos pasó del drama a la felicidad en cero coma.
Estaban tan emocionados que empezaron a hablar de golpe, pisándose el uno
al otro:
—¡MIL MILLONES DE GRACIAS, PAPÁ! ¡POR FIN, POR FIN,
POR FIN! —exclamó Julia.
—¡GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS, MAMÁ! ¡ES LO QUE MÁS
QUERÍA! —gritó Diego.
—Fíjate, otra cosa que compartís —apuntó Juan, mirando a Ana, contento
de que su estrategia estuviera funcionando.
—Me alegra que os guste. Pero hay una condición —dijo la madre—: o
aprendéis a llevaros bien o devolveremos a Chucho a la perrera...
Tras la amenaza, sus padres los dejaron a solas con el perro. El animal
agitaba la cola con aspecto feliz y olisqueaba por aquí y por allá. Cuando
hubo explorado todo el territorio, el perrito volvió a sentarse en el suelo y los
miró a los ojos.
—Tengo pis. ¿Me lleváis al parque? —pidió.
Julia y Diego se quedaron blancos. Intercambiaron una mirada asustada.
—¿Ha... ha... HA HABLADO? —tartamudeó ella.
Diego se pellizcó con fuerza el brazo, pero no sirvió de nada.

—Eh, dejad de flipar y llevadme al parque —dijo el perro—. O tendré


que mearme en vuestra habitación.
—¿En serio estás hablando, Chucho? —preguntó Julia, frotándose los
ojos.
—Hablar no es mi único talento. Y no me llamo CHUCHO. Es un
nombre muy vulgar para un perro como yo. Llamadme PERROCK.
PERROCK HOLMES.
Perrock Holmes levantó una de sus patas traseras y fue regando los troncos
de todos los árboles del parque bajo la mirada alucinada de Julia y Diego. Los
hermanos estaban pálidos, incapaces de asimilar el prodigio que acababan de
presenciar.
—Todo esto es muy raro —comentó Julia a su hermano—. ¿Perrock
Holmes? ¿En serio?
Una vez terminada su ronda de pipís, el perro se les acercó.
—¡Perímetro asegurado! —informó.
Acto seguido, se tumbó en el suelo panza arriba.
—Y ahora, si queréis descubrir mi otro talento, rascadme la barriga —
dijo, poniéndose cómodo.
Diego consultó a su hermana con la mirada y se agachó para hacer lo que
pedía. Estaba a punto de acariciarlo cuando...
—¡Guau! ¿Habéis visto qué monada?
Perrock se puso en pie de un salto y empezó a ladrar hacia una perra que
acababa de llegar al parque con su amo. Era una husky, muy parecida a una
loba, y por lo menos cinco veces más grande que él.
—¿No es un poco grande para ti? —observó Julia.
—¡Qué va! ¡A mí me molan altas!
Sin esperar respuesta, Perrock se abalanzó sobre la perra y trató de ligar
con ella. En su caso, ligar consistía básicamente en olisquearla de arriba abajo
con insistencia.
—NUESTRO PERRO HABLA, ¿VERDAD? —Diego necesitaba
decirlo en voz alta para asegurarse de que era real.
—SÍ —contestó su hermana—. Y se ve que si le rascas la barriga...
Bueno, aún no sabemos lo que hace cuando le rascas, pero seguro que hace
algo...

De repente, un frenazo en plena calle llamó la atención de los hermanos.


Un Ferrari descapotable aparcó en un paso de peatones y un tipo vestido con
chaqueta de cuero se bajó de un salto. Llevaba gafas de sol y el poco pelo que
le quedaba recogido en una cola.
—¡EH, CHAVALES! —gritó acercándose a ellos—. ¿ES VUESTRO,
PERROCK?
El tipo señaló hacia el animal, mientras se quitaba las gafas de sol.
Parecía que se hubiera duchado con perfume porque su cuerpo despedía un
olor tan bestia que mareaba.
—Sí —contestó Julia—. ¿Cómo sabes su nombre?
—¿Eh? No sé, he probado suerte, je, je. En cualquier caso, os lo compro.
—El tipo sacó un fajo de billetes de cien euros—. ¿CUÁNTO QUERÉIS
POR ÉL? ¿Doscientos? ¿Cuatrocientos?
—GNO ESTÁ ENG VENGTA —dijo Julia, tapándose la nariz. El baño
de perfume de ese tipo podía tumbarla en cualquier momento.
—Por supuesto que lo está —insistió el hombre—. Todos tenemos un
precio y seguro que este perro también. ¿Mil euros? ¿Dos mil? ¿Tres mil?
Venga, chavales, que con esta pasta podréis compraros un iPhone. ¿Qué digo
un iPhone? ¡Toda la Apple Store!
—YA HAS OÍDO A MI HERMANA: NO ESTÁ EN VENTA —
insistió Diego con voz firme.
Julia miró a su hermano. ¿La estaba defendiendo? Primero un perro que
habla y ahora esto. Menudo día de novedades.
El hombre hizo un gesto de rabia con el puño cerrado y escupió al suelo
con desprecio.
—¡MALDITOS NIÑATOS! ¡Pues si no me dais el perro por las buenas
será por las malas! —exclamó, y se volvió para regresar a su cochazo.
Los dos hermanos se quedaron en silencio, tan inquietos como
extrañados.
—¿Cómo puede ser que nos ofrezca tanta pasta? —se preguntó Diego,
bajando la voz.
—Está claro que Perrock no es un perro cualquiera, y ese tipo lo sabe —
reflexionó Julia—. Yo también pagaría mucha pasta por un perro que habla.
—Es verdad. Tiene poderes o algo. Y eso que aún no le hemos rascado la
barriga...
—Ahí lo tienes. Sea lo que sea, es especial y el coletas ese debe de saber
por qué.
—VOY A BUSCAR EN GOOGLE «PERROS HABLANTES». —
Diego sacó su móvil del bolsillo. Nunca se separaba de él, siempre dispuesto
a abrir el navegador. Pero esta vez no le dio tiempo ni a encender la pantalla.
—¡QUE SE LO LLEVA! —gritó una mujer.
—¡LADRÓN! —exclamó un niño.
Al levantar la cabeza, los hermanos vieron que el tipo de la coleta metía a
Perrock dentro de un saco enorme. La husky ladraba furiosa.
—¡SUÉLTALO! —chilló Julia, y se lanzó en su persecución.
El hombre corrió a toda prisa hacia el Ferrari con el saco en la espalda y
se montó en el deportivo de un salto. Julia era muy rápida, la primera de la
clase de gimnasia, pero antes de poder alcanzarlo, el tipo encendió el motor y
salió derrapando a toda velocidad calle abajo.
Los hermanos contemplaron con impotencia cómo el descapotable
desaparecía. Se fue tan rápido que no tuvieron tiempo ni de fijarse en la
matrícula. Ahora sí que la habían liado. En menos de una hora habían perdido
el perro que sus padres les habían regalado. Seguro que se enfadarían mucho
en cuanto lo supieran. No podían enterarse. Tenían que solucionarlo.
—¿Y decís que es pequeño, peludo y suave...?
—Y se llama Perrock.
—Qué nombre tan raro para un niño, ¿es vasco?
—Que no es un niño, que no es nuestro hermano, ¡ES NUESTRO
PERRO!
—En realidad se llama Chucho —dijo Julia, dándole un codazo a su
hermano. La chica empezaba a no fiarse un pelo de aquel policía tan poco
profesional...
El policía, gordo, bajito y peludo, no parecía tomarse muy en serio la
denuncia de los dos hermanos. Sentado detrás de la mesa del escritorio
asentía con la cabeza mientras se zampaba un dónut de chocolate. Estaba
dejando el escritorio lleno de migas. Allí podrían comer todas las palomas de
la plaza Catalunya.
—Lo siento, chicos, estamos muy ocupados buscando a un peligroso
estafador que acaba de llegar a la ciudad —explicó con la boca llena—. El
jefe quiere que lo pillemos antes de que esos detectives sabelotodo del
Mystery Club lo atrapen y vuelvan a dejarnos como unos inútiles.
Diego y Julia abrieron tanto los ojos que por poco les saltan de las
cuencas. ¿Había dicho Mystery Club? ¿Mystery Club, el club de detectives
más prestigioso del planeta Tierra? ¿El mismo Mystery Club que resolvía los
casos más enrevesados que salían en el telediario? ¿Ese Mystery Club? Les
encantaría conocer a alguno de sus detectives, aunque solo fuera para charlar
con él unos minutos, pedirle un autógrafo y hacerse un selfi.
—Total, me contabais que os han quitado un perro llamado Chicho,
¿verdad? —continuó el policía.
—CHUCHO —lo corrigió Julia—. El robo ha sido en el parque para
perros de la avenida San José.
—Presunto robo. Lo de que ha sido un robo está todavía por demostrar —
dijo Zampadónuts mientras se chupaba los dedos llenos de chocolate, antes
de anotarlo todo en el ordenador.
Diego y Julia se miraron preocupados. Aquel policía glotón no parecía
muy capaz de encontrar a su perro, a no ser que lo hubieran escondido en una
pastelería.
—Ya está, chicos —dijo el policía—. Dentro de un par de semanas,
cuando tengamos al estafador, a lo mejor investigamos un poco lo de vuestro
perro Chachi.
Diego pegó un salto de la silla. No podía más.
—¡NO ES UN SIMPLE PERRO! —exclamó indignado—. ¡Es especial!
Julia le lanzó una mirada fulminante. Como si supiera lo que iba a decir.
Ya está, el bocazas de su hermano ya lo había dicho. Se hizo un largo
silencio. El policía resopló, harto de tanta tontería.
—Así que vuestro perro Perrock, que en realidad se llama Chucho, habla,
¿eh?
—Exacto. Y si le rascas la barriga hace algo especial que aún no sabemos
qué es —dijo Diego.
Julia miró al cielo, desesperada. Estaba claro que su hermano no era muy
bueno pillando las ironías. El policía estalló.
—¡Venga, idos a tomarle el pelo a vuestros profesores, que a mí no me
pagan por esto! ¡FUERA DE AQUÍ!
El oficial los sacó del despacho a empujones hasta la puerta de la
comisaría. Los dos hermanos estaban tristes, pero no iban a rendirse. Si la
policía no los ayudaba, ellos mismos buscarían a Perrock. Tenían tiempo. Era
1 de septiembre y aún faltaban un par de semanas para que empezara de
nuevo el cole.
—¿Qué haría un investigador del Mystery Club si estuviera en nuestro
lugar? —se preguntó Julia.
—Empezar por el principio —replicó Diego—.Pero... ¿cuál es el
principio?
—¡La perrera! —apuntó ella—. Mamá ha dicho que, si seguíamos
peleándonos, lo devolvería a la perrera. ¡Eso significa que Perrock viene de
ahí!
Al llegar a la perrera escucharon los ladridos, aullidos, cacareos y gorgoritos
de decenas de animales. Había un par de cámaras de seguridad en la entrada,
pero la puerta estaba abierta. Así que los hermanos entraron en el recinto.
Una chica con rastas en el pelo y sonrisa amigable les salió al paso.
—¡Hola, chicos! —los saludó—. ¿En qué puedo ayudaros? ¿Queréis
adoptar una mascota?
—No, estamos aquí por trabajo —dijo Diego.
—¡QUÉ MONOS! —rio la chica de rastas—. ¿Sois amiguitos?
¿Hermanos?
Los perros, encerrados en jaulas, parecían ansiosos por ser adoptados y
los miraban esperanzados, ladrando para llamar su atención y moviendo los
rabos con alegría.
—Medio hermanos. Y nuestra madre ya ha adoptado un perro esta
mañana —explicó Julia—. Se llama Chucho...
—¡Sí, me acuerdo! —exclamó la chica—. UN PERRETE MUY
LISTO. Lo encontramos ayer frente a la puerta. Estaba muy asustado. Se
puso muy contento cuando lo acogimos...
Julia y Diego intercambiaron una mirada inquieta.
—¿HAY ALGO MÁS QUE TE HAYA LLAMADO LA
ATENCIÓN? —preguntó Diego, sacando su móvil para tomar notas.
Julia sacó su libreta y le sonrió. Quizá empezaba a dárseles bien esto de
investigar en equipo.
La chica se acarició una rasta, pensativa. De repente, se acordó de algo.
—¡Pues sí! No sois los únicos que habéis venido preguntando por Chucho
—explicó—. Esta mañana, poco después de que vuestra madre lo adoptara,
vino un tipo diciendo que él era el propietario del animal y que quería
recuperarlo a cualquier precio...
—¿EL PROPIETARIO? —la voz de Diego sonó extrañada. Y también
un poco asustada.
—Eso dijo. Me ofreció un montón de dinero por recuperar el animal, pero
le dije que no tenía que pagar nada. Si él era el propietario del perro, tenía
todo el derecho a recuperarlo. Le dije que llamaría a vuestra madre para
explicarle el malentendido, pero parecía que tenía mucha prisa y me dio un
poco de pena verlo tan preocupado, así que le di la dirección de vuestra casa
para que pudiera ir a buscarlo enseguida.
Diego y Julia volvieron a mirarse. Los dos compartían la misma
sospecha.
—¿Llevaba un Ferrari descapotable de color rojo y el pelo recogido en
una coleta?
—El coche no lo he visto, pero la coleta sí —contestó la chica—. ¿Cómo
lo sabes?
—Porque es el hombre que nos ha robado a Chucho...
La noticia horrorizó tanto a la joven que le dio un patatús. Cuando se
despertó, dedicó los siguientes minutos a disculparse insistentemente,
arrepentida por haber ayudado al secuestrador de Chucho. Por desgracia, no
podía proporcionarles ninguna pista que les hiciera avanzar en su
investigación.
Los hermanos, abatidos, estaban a punto de regresar a casa cuando la
chica tuvo una idea.
—¡LA CÁMARA DE SEGURIDAD DE LA ENTRADA! —exclamó
pegando un salto—. ¡Seguro que se ve la matrícula del Ferrari! Ya que he
llevado a ese ladrón hasta vosotros, ¡intentaré llevaros a vosotros hasta él!

Unos minutos después, las imágenes en blanco y negro de la cámara de


seguridad mostraban el flamante Ferrari llegando ante las puertas de la
perrera. Diego tomaba nota de la matrícula justo en el momento en que sonó
el móvil de Julia.
«Debe de estar cabreado», pensó, y descolgó el teléfono conteniendo la
respiración.
—¿Síiiiii?
—¿SE PUEDE SABER DÓNDE OS HABÉIS METIDO? ¡Aquí
estamos hasta arriba de trabajo! ¡Venid a ayudar ya, que las cajas no se
ordenan solas!
—Es que... es que... es que hemos... —tartamudeó ella.
—Es que ¿qué? —insistió su padre.
Julia sabía que si le contaba que habían perdido a Chucho se pondría aún
más furioso. Estaba dudando cuando Diego le quitó el teléfono bruscamente.
—Julia y yo estamos intentando mejorar nuestra relación, Juan. Hacernos
amigos, y todo ese rollo. Pero necesitamos pasar algún tiempo juntos... —
improvisó él.
Se hizo un largo silencio hasta que finalmente la voz de Juan volvió a
sonar al otro lado, mucho más relajada.
—Eso es una gran noticia, y me encanta que os esforcéis tanto, pero hoy
nos parte la tarde. Estamos muy liados con la mudanza y faltan manos, así
que venid cuanto antes, ¿vale?
—Vale —respondieron los dos hermanos a la vez.
Julia colgó el teléfono y se giró hacia Diego.
—¿TIENES LA MATRÍCULA DEL FERRARI?
El chico asintió con la cabeza.
—Pues nos largamos echando leches —dijo ella—. Tenemos que
encontrar a Perrock y al Coletas y volver a casa, y todo eso antes de la hora
de comer...
—¿Perrock? —preguntó la chica de la perrera.
—Chucho —contestó Diego.
—Es una larga historia... —comentó Julia.
Perrock temblaba de miedo. Estaba acurrucado en el suelo con la cabeza
gacha y la cola entre las patas. Si en vez de un perro fuera un avestruz,
tendría la cabeza a un metro bajo tierra.
—Esta vez la has liado, Perrock, no tenías por qué escaparte. ¿Es que no
te trato bien? —le dijo el Coletas con un brillo cruel en los ojos.
El Coletas había sido su amo desde que él tenía memoria, pero ya hacía
mucho tiempo que no sentía ningún afecto hacia aquel tipo tan retorcido.
Perrock sintió el impulso de mentirle, de decirle que se había perdido y
que había acabado en la perrera por error, que detestaba a los dos niños que
lo habían adoptado y que lo había echado mucho de menos. Eso sería lo más
fácil para conseguir que lo soltara. Pero se negó a hacerlo. En vez de eso,
decidió decirle lo que pensaba bien claro, en HD:
—Me escapé porque eres más asqueroso que un moco —soltó—. Utilizas
mi talento para engañar y robar, y se acabó lo de ayudarte. Paso. Me retiro.
Pediré mi jubilación.
Durante mucho tiempo John Smith, el Coletas, le había hecho creer que
se dedicaba a ayudar a la gente. Pero ahora Perrock tenía un año y medio, que
en vida perruna era casi la madurez de un niño de once años, y ya no se
tragaba nada de lo que le decía: aquel indeseable usaba sus poderes para
estafar a la gente.
—Así que SOY UN MOCO, ¿eh? —repitió John Smith—. A ver si eres
tan valiente para repetir eso delante de Juancho.
Perrock lo miró extrañado. No tenía ni la más remota idea de quién era
Juancho.

La mansión del Coletas, como toda mansión de villano que se precie, era
inmensa y tenía un amplio jardín en la parte trasera, que al parecer era el
lugar de residencia del misterioso Juancho.
—Andando —ordenó el tipo hoscamente.
Cuando llegaron ante un profundo foso, cavado en el jardín, el Coletas
tiró fuerte de la correa de Perrock hasta levantarlo del suelo y lo sostuvo
sobre el agujero. El chucho pataleaba asustado.
—¡JUANCHO, LA COMIDA! —gritó el Coletas.
Al mirar al fondo del foso, Perrock vio dos lucecitas como las que
adornan los árboles de Navidad. Pero en realidad no eran dos lucecitas, sino
era el brillo de dos inmensos ojos amarillos que destacaban amenazantes en
medio de la oscuridad. Aquello no tenía buena pinta.
—Lleva dos días sin comer y seguro que le apetece perro vivo, digo bio...
Las dos lucecitas se movieron y Perrock distinguió claramente un largo
cuerpo cubierto de escamas verdes y una poderosa mandíbula con decenas de
afilados dientes. Juancho era un nombre raro para un cocodrilo, pero eso es lo
que era. Sintió que todo el pelo de su cuerpo se le erizaba por el miedo.
—Tienes dos opciones —le dijo el Coletas—. O te conviertes en el
almuerzo de Juancho o me ayudas a estafar a un anciano que tiene un montón
de dinero.
Perrock sabía que no iba a sentirse muy orgulloso de su decisión, pero
estaba tan aterrado que escogió la segunda opción. No había nacido para ser
un almuerzo.
Los medio hermanos habían encontrado un par de asientos en el autobús que
los llevaba de vuelta a casa. Diego, sentado al lado de la ventana, aporreaba
su móvil intentando averiguar la identidad del propietario del Ferrari que
había secuestrado a Perrock. Pese a ser un hábil hacker, especialista en
sortear códigos de seguridad, la tarea no resultaba nada fácil. Acceder a una
base de datos controlada por Zampadónuts y compañía no era tan
complicado. Lo chungo era hacerlo con la pesada de su hermana calentándole
la oreja.
—No vas a conseguirlo —insistía ella—. Tendremos que volver a la
comisaría. Esta vez con un cargamento de azúcar...
—¡CÁLLATE, QUE NO ME CONCENTRO! —exclamó él—. ¿TE
CREES QUE ESTO ES FÁCIL?
—Fácil no, es imposible —contestó ella—. Vas de hacker, pero no
entrarías en mi correo electrónico ni con la contraseña...
Diego resopló, harto de que su hermana lo chinchara todo el día.
—Eres un taladro —le dijo—. Cállate ya.
—¿Que me calle? —replicó ella—. Eso es lo que deberías haber hecho tú.
Solo un tonto podría decirle al policía que tenemos un perro que habla...
¡Siempre tengo que arreglar tus meteduras de pata! La próxima vez sería
mejor que...
Diego se colocó los cascos en los oídos y encendió su lista de
reproducción «CONCENTRACIÓN MÁXIMA». A su lado, Julia seguía
hablando, moviendo los labios y gesticulando. Parecía una azafata de avión.
Pero como Diego no la oía, consiguió, por fin, concentrarse en la tarea que lo
ocupaba.

Pirateó un par de contraseñas y se coló en una base de datos de multas de


tráfico. Se había fijado en que el tipo de la coleta conducía demasiado rápido
y que incluso había aparcado el Ferrari en un paso de peatones. Estaba claro
que había olvidado todo lo que aprendió en la autoescuela, si es que alguna
vez había pisado una... Estaba dispuesto a jugarse su móvil a que tenía una
colección de multas en la guantera. Tecleó la matrícula del coche deportivo
y...
—¡TOMA YA! —gritó lleno de euforia—. ¡CHÚPATE ESTA,
PETARDA!
Cuando se quitó los cascos, comprendió que la música que estaba
escuchando a todo volumen le había hecho gritar más de la cuenta. Quizá
fuera por eso por lo que lo miraba todo el autobús. Por eso o por el corte de
mangas que acababa de dedicarle a su hermana.
—¿Estás majara? ¿Qué te pasa? —le recriminó ella, roja de vergüenza.
—LO TENGO —murmuró Diego bajando la voz—. Mira...
En la pantalla del móvil se mostraban los datos del propietario del Ferrari.
El Coletas se llamaba John Smith. Al parecer no solo tenía un peinado
ridículo: también el nombre.
—¿Te estás quedando conmigo? Ese tío se llama igual que el rubio de la
Pocahontas —dijo Julia, incrédula.
—¡A mí qué me cuentas! Será un nombre falso. O eso, o sus padres lo
odian.
Siguieron leyendo y vieron que había recibido cinco multas de tráfico en
los últimos diez días. Récord Guinness de incivismo. Diego localizó la
dirección de su casa y buscó la ubicación en Google Maps.
El satélite ofrecía una perspectiva a vista de pájaro de una gran mansión,
con un magnífico jardín.
—Vaya con el Coletas... No está nada mal, ¿no?
—Es la típica casa de supervillano. Qué horterada. Solo le falta una
estatua de oro con su cara.
—Cierto —tuvo que conceder Diego.
—Si queremos ir allí, hemos de bajarnos en la próxima porque estamos
yendo en dirección contraria —apuntó Julia.
Los medio hermanos se bajaron del autobús y buscaron a toda prisa la
boca de metro más cercana. Mientras esperaban el siguiente convoy, Diego
aprovechó para dejar las cosas claras:
—Has estado todo el rato dándome la paliza con que no sería capaz de
descubrir la dirección del sospechoso —le recriminó—. Me has llamado
tonto.
—¿Y qué?
—Pues que exijo que retires el insulto. He averiguado dónde vive. No soy
un estúpido.
—Menos lobos, caperucita —dijo ella—. Todos los tontos tienen suerte
de vez en cuando...
Durante el trayecto en metro, Julia encontró un periódico en un asiento vacío.
Lo hojeó un rato y le llamó la atención una pequeña noticia en la sección de
«Sucesos»:
—¡VAYA TELA! —exclamó Julia mostrándole el periódico a su
hermano—. El tío es tan friki que se pinta las uñas de los p...
—Sí, sí, muy interesante —la cortó Diego, pasando del diario—, pero a
nosotros nos han quitado nuestro perro. ¿Nos centramos en eso?
Al llegar a la parada de metro, bajaron y aceleraron el paso. Tenían que
darse prisa. Llevaban mucho tiempo fuera de casa y sus padres debían estar
enfadados. No hacía falta ser un gran investigador para saberlo.
Al cabo de un buen rato llegaron delante de la mansión. De tanto correr,
Diego estaba sudado y tenía un aspecto de lo más penoso. Por el contrario, su
hermana seguía impecable, como recién salida de un salón de belleza.
—¡Tío, das pena! —le dijo ella mirándolo de arriba abajo.
—Yo también te quiero —replicó él.
Rodearon la mansión de John Smith y se detuvieron frente a un muro de
piedra. Tras asegurarse de que nadie miraba, lo escalaron rápidamente y se
colaron en el enorme jardín lleno de vegetación. De hecho, más que un jardín
parecía un bosque. Fijo que incluso había un poblado de elfos.
En el centro había un profundo foso, pero no le prestaron demasiada
atención y fueron directamente hacia el interior de la casa.
—No sé por qué no paga las multas —comentó Diego—. El tío tiene que
estar forrado...
—CÁLLATE Y BUSCA —le ordenó Julia.
Se aseguraron de que el lugar estuviera vacío y empezaron a inspeccionar
las habitaciones. Diego entró en un despacho y se dedicó a abrir cajones en
busca de alguna pista. Entre un montón de papeles y revistas de manicura,
encontró una agenda de color negro. La hojeó un poco y vio que aquel tipo
concertaba cada día una cita con un masajista oriental para que le pintase las
uñas de los dedos de los pies.
Diego tuvo un mal presentimiento y buscó la fecha 1 de septiembre para
saber qué planes tenía el Coletas para aquel día.
¡AHÍ ESTABA LO QUE BUSCABA! Diego pegó tal salto de alegría
que casi estampa la cabeza contra el techo. Comprobó que aún faltaba media
hora para la cita y recorrió la mansión en busca de su hermana. La encontró
en el salón, llevándose el móvil a la oreja. Se notaba que también había
encontrado alguna pista porque tenía unos papeles encima de la mesa y
parecía excitada.
—¡YA LO TENEMOS! —exclamó él—. Tengo su agenda y en media
hora va a estar en...
—¡CHISSS! —lo interrumpió su hermana—. He encontrado el número
de teléfono del tal John Smith y lo estoy llamando para presionarle...
¿Para presionarlo? A Diego le pareció la peor idea de la historia. Ahora
ya sabían dónde podían encontrar al secuestrador y aquella llamada solo
podía ponerle en alerta. Pero no tuvo tiempo de quejarse.
—Hola, soy la dueña de Perrock —dijo Julia con el móvil en el oído—.
¡Y exijo que me devuelva a mi perro ahora mismo!
Al otro lado de la línea, se hizo un largo silencio. Finalmente, se escuchó
la voz del Coletas:
—Ya veo, eres la presumida estirada que me encontré en el parque...
¿Dónde estás?

Los ojos oscuros de Julia brillaron con rencor. No le gustaba que la


llamaran presumida estirada.
—Estoy en el salón de tu casa —reveló ella—. Y voy a prenderle fuego si
no me dices ahora mismo dónde está Perrock...
Era un farol, por supuesto. Ella nunca haría algo así. Pero la amenaza
pareció dar resultado.
—Vale, vale, no te enfades conmigo, solo quería gastaros una broma —
dijo el hombre—. Perdona, siento haberos robado a Perrock. Está en el foso
del jardín. Solo tienes que bajar allí y lo encontrarás.

Perrock, sentado en el regazo de John Smith, había escuchado toda la


conversación telefónica. Su amo siempre le había prohibido que hablara en
público, pero esta vez no pudo resistirse.
—¿Eran ellos?
—Era la niñata que te secuestró esta mañana. Se ha atrevido a colarse en
la mansión y va a pagarlo muy caro...
Perrock tenía muy claro que Julia no lo había secuestrado. Apenas
conocía a aquella muchacha, pero había sido muy cariñosa con él. Saber que
ella y su hermano estaban buscándolo lo emocionaba. Su cola empezó a
moverse.
—Yo que tú no pensaría mucho en ella —continuó el Coletas—. No
volverás a verla...
—¿POR QUÉ NUNCA ME ESCUCHAS? ¡TENGO UNA PISTA!
Acabo de ver su agenda y creo que es el mismo tío que...
Pero Julia pasó de los comentarios de su hermano. Salió corriendo al
jardín y fue directamente hacia el oscuro foso. En aquel momento lo único
que lo preocupaba era recuperar su mascota.
—¡PERROCK! ¿ESTÁS AHÍ?
No hubo ninguna respuesta. Su voz rebotó haciendo eco entre las paredes
de cemento del foso. El lugar era bastante profundo, y muy oscuro.
—Voy a bajar —anunció Julia—. Igual está dormido. A saber qué le
habrá hecho el Coletas...
—NO PARECE UNA GRAN IDEA... —observó Diego—. ¡Eh! Pero
puedo hacerle una foto al foso con el móvil y ampliarla. Así veremos lo que
hay ahí abajo...
Pero, como de costumbre, su hermana no le hizo ningún caso. Julia se
descolgó agarrándose a la pared y saltó hacia abajo. Como era una chica muy
ágil aterrizó sin problemas. Una vez en el fondo, observó la oscuridad que la
rodeaba.
—PERROCK, ya que sabes hablar, este sería un buen momento para
decir algo. ¿Hola...?
Había un bulto en el suelo. ¡SEGURO QUE ERA PERROCK! Julia se
acercó para achuchar a su mascota, pero, justo en ese momento, unos ojos
amarillentos se abrieron como platos, reluciendo en la oscuridad del foso. La
chica pegó un grito. Y el cocodrilo, hambriento y enfadado porque casi lo
deja sordo, la atacó con la boca tan abierta que se le podían ver las caries.
Afortunadamente, ella logró esquivarlo saltando a un lado. Realmente era la
mejor en gimnasia.
Se había librado una vez, pero sabía que no podía enfrentarse a aquel
gigantesco cocodrilo. Su única posibilidad era salir de allí cuanto antes.

—¡VEN, SALTA! —gritó Diego, ofreciéndole la mano.


Al girarse, Julia vio que el cocodrilo renovaba el ataque.
«Ahora o nunca», se dijo.
Cogió carrerilla y pegó un salto con todas sus fuerzas con el brazo
extendido. Diego consiguió agarrarle la mano, y su hermanastra se quedó
colgando. El cocodrilo se puso justo debajo de ella: quería comerse esos pies.
—¡SÚBEME! —gritó desesperada.
Diego agarró el brazo de su medio hermana con las dos manos, pero, en
vez de subirla, esperó un poco.
—PERO ¡¿A QUÉ ESTÁS ESPERANDO?! ¿TE LO TENGO QUE
DECIR POR WHATSAPP O QUÉ? ¡SÚBEME!
Diego le dedicó una sonrisa malévola.
—¿Aún crees que soy tonto, hermanita?
Debajo el cocodrilo la miraba con ojos voraces. El reptil pegó un salto y
Julia tuvo que esquivarlo encogiendo las piernas.
—¡NO, NO, NO! —exclamó, asustada—. ¡No eres tonto! ¡Eres listo,
muy listo!
—Y huelo muy bien, ¿verdad?
—¡Muy bien! —corroboró ella—. ¡Hueles como una tarta recién salida
del horno!
Otro salto del cocodrilo.
—Súbeme, porfa —suplicó.
—Con una condición —contestó Diego—. Si te subo, vas a besarme el
sobaco.
¿QUÉ? Aquello era sumamente cruel. Para Julia, Diego olía peor que el
pedo de una mofeta después de pegarse un atracón de fabada, pero vio al
cocodrilo cogiendo carrerilla, dispuesto a saltar de nuevo, y supo que no tenía
elección.
—¡VALE! —gritó ella—. ¡Te besaré el sobaco!
Al instante, Diego la subió hasta arriba, salvándola de convertirse en
menú para cocodrilos. Satisfecho, el chico levantó el brazo y del sobaco
sudado emanó un hedor repugnante. El diccionario debería incluir la foto de
ese sobaco con la definición de «PESTAZO».
—Vamos, cumple con tu palabra. Julia, este es mi sobaco. SOBACO,
esta es Julia. Dale dos besos.
Diego le acercó esa arma pestilente, pero ella se apartó. Ya se había
librado del cocodrilo. No pensaba morirse de asco besando su sobaco.
—Lo siento, chaval —le dijo—. Te he mentido. Y no solo en lo de
besarte el sobaco, también en otra cosa: no eres listo, eres rematadamente
tonto. Mira que creer que lo haría... ¡ANTES ME COMO UN BOCATA
DE PELO!
Y le dio la espalda, dispuesta a salir de la mansión. Diego rabiaba, pero
tenía un último as en la manga.
—¿Ah, sí? Pues si tan TONTO SOY, ¿cómo es que sé que el
HORTERA ese está en el hotel Vela ahora mismo?
Julia se giró con los ojos muy abiertos. Vaya. Su medio hermano tenía
golpes escondidos, había que reconocerlo. Pero no pensaba decírselo. Se
limitó a hacerle un gesto de INDIFERENCIA con la cabeza, como si no le
importara. Lo único que les importaba a los dos era PIRARSE de allí cuanto
antes y plantarse en el hotel Vela, el lugar donde esperaban encontrar a
Perrock.
Perrock no podía dejar de pensar en los chicos. Quería que lo rescataran, pero
al mismo tiempo no podía soportar la idea de estar atrayéndolos hacia el
peligro. Porque la verdad es que todo lo que el Coletas tenía de hortera, lo
tenía de peligroso. En aquellos momentos se encontraban en la azotea del
hotel Vela, que estaba llena de glamur: elegantes camareros sudando la gota
gorda solo por ir vestidos de traje, clientes ricachones y unas vistas
impresionantes de la playa.
—YA ESTÁ AQUÍ —susurró el Coletas.
Se refería a un anciano ciego que avanzaba entre las mesas del bar
agitando su bastón de un lado a otro. En la mano izquierda llevaba un maletín
negro, el clásico maletín negro que sirve para guardar un montón de fajos de
billetes. Típico.
El estafador agarró a Perrock y lo miró con ojos amenazadores.
—Ya sabes cuál es el plan. No me falles —lo amenazó.
El perro, asustado, no se atrevió a responder mientras su amo fingía ser
buena persona y se levantaba de la silla para ayudar al anciano ciego a
sentarse frente a ellos.
A continuación, el Coletas colocó a Perrock en el regazo del anciano y le
rascó la barriga. El viejo le imitó.
—AAAAAY, perrito bonito. Perrito bonito, perrito. ¿Te gusta que te
rasquen? ¿SÍ? ¿SÍ?
Perrock se resistió un poco al principio. No quería colaborar. No quería
ayudar a aquel malvado hortera que se hacía llamar el Coletas. Además, no le
gustaba nada que los adultos le hablaran como si fuera un cachorro de tres
meses. Pero al final no pudo resistirse, las cosquillitas eran tan intensas... que
se dejó rascar a lo largo y ancho de su barrigota. Y, claro, su poder se puso en
acción.
Como hemos dicho, Perrock Holmes no es un perro cualquiera. Es un
perro sabueso. Eso quiere decir que tiene poderes. Concretamente:
Cuando alguien le rasca la barriga:
Y entonces Perrock empieza a percibir los sentimientos de la persona que
le rasca la barriga. De hecho, puede leerle el pensamiento.
Pero, aunque Perrock habla, solo puede oírle su amo.
Y, en este caso, su amo es este tipejo:
¿Veis ya el problema?
Volvamos a la escena. Perrock se concentró en percibir los sentimientos
del anciano ciego que acababa de sentarse frente a ellos. Contra su voluntad,
porque le daba rabia ayudar a aquel embustero, Perrock hizo un gesto
negativo con la cabeza al Coletas, indicándole que, por el momento, el viejo
no se fiaba de él. Eso no le gustó demasiado al tipejo, así que puso en marcha
su plan:
—Gracias por venir a verme, señor García —dijo el Coletas—. Me han
dicho que usted es un hombre RICO, GENEROSO Y MUY BUENO...
—No sé si diría tanto... —contestó el hombre ciego—. Solo sé que soy
muy afortunado y que me gusta compartir mi dinero para buenas causas.
Usted me dijo que tenía un PROYECTO SOLIDARIO muy importante...
—Más que importante... ¡IMPORTANTÍSIMO! —se jactó el Coletas—.
Tengo una asociación que ayuda a los refugiados de guerra. Nos ocupamos
de darles comida, ropa, medicinas y un lugar donde dormir. ¡SOY TAN
BUENA PERSONA...! Seguro que un día de estos me llama el Papa para
darme las gracias.
No era la primera vez que Perrock veía a su amo mentir como un bellaco.
Obviamente, el Coletas nunca había ayudado a ningún refugiado. Esta era
otra de sus estratagemas para quedarse el dinero y gastarlo en caprichos
absurdos, como el de hacerse MANICURAS HORRIBLES y comprar
dientes de oro para su cocodrilo.
El Coletas no sabía si el anciano se lo había tragado y volvió a rascar la
barriga de Perrock.
—Esos pobres niños... no tienen a nadie más, ¿verdad que no, chucho,
verdad que no?
El Coletas le rascó la barriga y esperó, como invitando al anciano a que
hiciera lo mismo. Y el anciano lo hizo.
El perro volvió a percibir los pensamientos del señor García. El Coletas le
apretó el cuello sutilmente, obligando a Perrock a que le dijera qué estaba
pasando por la cabeza del viejo. A regañadientes, Perrock dijo que sí con la
cabeza: el anciano empezaba a creerle.
—Está pensando en lo duro que puede ser un invierno en la calle —dijo
Perrock.
Por supuesto, el anciano no oyó más que «GUAU, GUAU». El Coletas
continuó su ataque sensiblón para llegar al corazón de su presa...
—La situación es muy dramática —continuó, pues sabía que añadiendo
un poco de drama la gente se ablanda—. Con el invierno, los pobres niños
tendrán que dormir al raso, sin una mísera manta con la que taparse. Estoy
desesperado. ¡Necesito recaudar dinero para poder salvarles del hambre y el
frío!
«YA LO TENGO EN EL BOTE», pensó el estafador. Unas cuantas
mentiras más y todo el dinero de aquel pobre hombre ciego acabaría en su
bolsillo.
Julia y Diego se plantaron delante del hotel Vela de Barcelona, un
impresionante edificio que se encontraba en la playa, a pocos metros del mar.
En ese momento llovía un montón y estaban empapados.
—¡BUAH! Creo que incluso tengo agua dentro de las orejas. Odio la
lluvia —protestó Diego.
—Claro, porque para ti que llueva es lo más parecido a una ducha.

Entraron en el hotel y fueron hacia el ascensor que había en la planta baja.


Un vigilante, ancho y fuerte como un armario y con un pinganillo en el oído,
los detuvo.
—¿ADÓNDE VAIS?
—A la azotea —contestó Julia—. Tenemos una cita allí.
El vigilante miró a Diego de arriba abajo.
—No se puede ir al bar vestido como un pordiosero —señaló.
Diego, ofendido, se disponía a responder, pero su hermana se le anticipó.
—¿ACASO NO SABE CON QUIÉN ESTÁ HABLANDO?
El vigilante la miró extrañado.
—SOY LA PRINCESA DE DINAMARCA, y si no me deja pasar
inmediatamente ordenaré a sus superiores que lo despidan —soltó—. Visto a
mi asistente así de mal para que todo el mundo sepa de su condición inferior.
Eso es todo.
El vigilante dudó, nervioso. Miró a ambos lados sin saber qué debía hacer
hasta que, finalmente, tomó una decisión.
—Lo siento, princesa, no me informaron de su llegada.
El hombre les permitió entrar en el ascensor y se apresuró a hablar por el
pinganillo.
—TENEMOS A LA PRINCESA DE DINAMARCA SUBIENDO
HACIA LA AZOTEA... —Julia y Diego lo escucharon susurrar esas palabras
antes de que se cerraran las puertas.
Los hermanos subieron hasta el último piso. Julia, feliz por haberse
convertido en la princesa de Dinamarca; Diego, de morros por haberle tocado
ser su asistente.
—Hoy te he salvado la vida... ¿acaso las brujas no sabéis decir «gracias»?
—le reprochó, aún picado por lo de ser el sirviente.
—Te daré las gracias el día que compres jabón —respondió ella.
Instantes después, el ascensor los dejaba en la entrada del bar. Los dos
hermanos fueron hasta la puerta y recorrieron el bar con una atenta mirada.
—¿Ves al Coletas? ¿O a Perrock? —preguntó Julia.
—¡ALLÍ! —exclamó Diego.
Al fijarse más, se dio cuenta de que el anciano tenía un perrito en el
regazo y que aquel cachorro era exactamente igual que Perrock. El animalito
movía la cabeza como diciendo que sí, que no, que sí otra vez...
—Ese cachorro debe de ser Perrock, pero da la sensación de que está
poseído... —observó él—. ¿Acaso no hay nada normal en ese perro?
—Un perro que habla y parece poseído —dijo Julia—. Esta mascota es
muy rara... ¡¡A VER SI SERÁ UN FURBY!!
—¿La princesa de Dinamarca? —preguntó una voz a sus espaldas.
Los hermanos se volvieron para contemplar a una mujer de cincuenta y
tantos años con pinta de estreñida. Tenía el ceño fruncido y expresión
desconfiada en la cara.
—Oui —contestó Julia, fingiendo seguridad.
Su hermano pensó que quizá ella, a veces, también era un poco tonta. La
mujer estreñida la miró de arriba abajo.
—Mira, guapa, si tú eres la princesa de Dinamarca, YO SOY
SHAKIRA.
Perrock se puso como loco de contento cuando vio a Julia y a Diego. Su cola
empezó a moverse frenéticamente de lado a lado.
«¡Están vivos!», se dijo emocionado.
Después de lo que le había dicho el Coletas, se temía que hubieran
acabado siendo un aperitivo para Juancho. Pero aun habiéndose librado de él,
las cosas no parecían irles mucho mejor en esos momentos, ya que un gorila
de dos metros de ancho por dos de alto los acompañaba hacia la salida de
malos modos mientras una señora con cara de haber chupado limón gritaba
no sé qué de Dinamarca y Shakira. Pero al menos ahora Perrock sabía que
estaban vivos y que habían ido hasta allí para rescatarlo. Aquella muestra de
amor lo llenó de valor y se preparó para actuar.
—BIEN, BIEN, BIEN, señor García —dijo el Coletas, que, ofuscado por
el deseo de hacerse con el dinero del ciego, no se había percatado de la
llegada de los dos hermanos—. Firme este contrato y los pobres refugiados
no volverán a pasar ni frío ni hambre.

»Firme aquí, venga —lo presionó—. Cada segundo que pasa sin firmar es
un segundo de sufrimiento para esos inocentes...
El anciano ciego pareció dudar un instante, pero al final cogió el
bolígrafo. Inspiró profundamente y lo acercó hacia la hoja de papel. Estaba a
punto de firmar cuando...
—¡No lo haga! —exclamó Perrock de repente—. ¡¡¡Este hombre es un
timador!!! Solo quiere su dinero para comprarse un yate y esmalte rosa...
Pero el hombre ni se inmutó. No podía entenderlo, ya que solo oía sus
ladridos. Así que se limitó a acariciar al perro fiel.
—PERRITO BONITO, TRANQUILO...
Perrock, sin saber qué hacer para evitar que firmara, echó mano de sus
recursos perrunos y le mordió la muñeca.
—¡AAAAAH! ¡ME HA MORDIDO!
El Coletas lo apartó de un golpe y le agarró bruscamente el hocico.
Perrock era demasiado pequeño para poder liberarse de las zarpas de su amo.
Arañó, mordió, pataleó..., pero John Smith era más fuerte y lo mantenía
inmovilizado.
—¡VAMOS, VIEJO, FIRME AHORA MISMO! —vociferó el Coletas,
cada vez más indignado.
El ciego se puso nervioso. Aquel era un tono de voz muy agresivo para
alguien que se dedica a procurar la paz en el mundo. Además ¿le había
llamado viejo? Dudó un instante, dejó el bolígrafo encima de la mesa y
finalmente agarró el maletín con ambas manos, presionándolo contra su
pecho.
—Tengo que pensarlo mejor. Lo siento.
El anciano se levantó de la silla y se alejó rápidamente, agitando el bastón
de un lado a otro para no tropezar con ninguna mesa.
John Smith temblaba de furia, con la vena de la sien marcada en la frente
y los ojos desorbitados. Se giró hacia Perrock. Estaba tan enojado que el
perro pensó que unos rayos láser saldrían de sus ojos y lo fulminarían.

—lo acusó con rabia.


«Lo sé», pensó Perrock con orgullo.
—ESTO NO VA A QUEDAR ASÍ —sentenció el Coletas, y se levantó
de la mesa dispuesto a salir tras los pasos del hombre ciego.
Escondidos entre unos turistas gordos que se fotografiaban frente al mar,
Diego y Julia controlaban la puerta de entrada del hotel Vela. Tarde o
temprano, Perrock saldría por allí y tendrían la oportunidad de rescatarlo.
Instantes después, un anciano ciego salió del lujoso hotel caminando muy
rápido. Agitaba su bastón de un lado a otro y sujetaba con fuerza un maletín
de color negro, como si tuviera miedo de que se lo quitaran.
—Creo que ese señor estaba sentado en la misma mesa que Perrock y el
Coletas —comentó Julia.
Diego se acarició la barbilla tratando de recordar ese detalle cuando su
hermana pegó un brinco.
—¡ES ÉL! —gritó.
La doble puerta de cristal del hotel se abrió automáticamente y apareció el
Coletas. Entre sus brazos sujetaba a Perrock, que estaba muy asustado. El
estafador corrió hacia la calle para perseguir al hombre ciego. Se lo veía
nervioso y enfadado.
Diego observaba la escena con ojos abiertos como platos hasta que
recibió una colleja.
—¡ESPABILA, EMPANADO! —gritó su hermana—. ¡A POR ÉL,
VAMOS!
Julia los siguió a toda velocidad, dispuesta a liberar a su mascota. Se
encontraba a una decena de metros cuando algo que vio la dejó paralizada: el
hortera y malvado Coletas robó de un tirón el maletín del anciano ciego y
salió pitando con él.
—¡DETENEDLO! —gritó ella, pero la gente que estaba por los
alrededores solo se giró para mirar. Bueno, algunos también se giraron para
sacar el móvil y hacer fotos.
El único que actuó fue Perrock. Armándose de valor, le dio un buen
mordisco a su amo.
—¡MALDITO PERRO! —bramó el estafador, tirándolo al suelo.
El hombre estaba a punto de cogerlo por el pescuezo cuando vio que Julia
corría hacia él dispuesta a arrollarlo. ¿De dónde había salido? ¡Aquellos niños
eran un incordio! No quería más líos, y lo importante era que ya tenía el
dinero, así que escapó y de un salto se montó en el Ferrari descapotable.
—¡ME LAS PAGARÉIS! —juró. Y huyó con el coche a toda velocidad,
conduciendo como si fuera Fernando Alonso y derrapando al doblar la
esquina.
Una vez más, Julia vio con impotencia cómo se alejaba el Ferrari. ¡Quería
perseguirlo! ¡Ese tipo no podía salirse siempre con la suya! Justo en ese
mismo instante apareció al fondo de la calle un coche patrulla con las sirenas
matraqueando como si se acabara el mundo. A Julia, frustrada, no le quedó
más remedio que retroceder sobre sus pasos y esperar...
Diego se estaba asegurando de que Perrock se encontraba bien, cuando el
coche patrulla se detuvo frente a él y vio salir al inspector Zampadónuts.
—¿QUÉ ESTÁ PASANDO AQUÍ? Hemos recibido una llamada de
emergencia diciendo que había un multimillonario en peligro. —Al ver a
Diego y Julia añadió—: VAYA, LOS HERMANOS MENTIROSOS...
¿Habéis llamado vosotros? No será otro de vuestros cuentos, ¿verdad?
—Lo he llamado yo —se avanzó la directora del hotel, que había salido al
rescate del señor García, y ahora se acercaba sosteniendo al millonario del
brazo.
Julia y Diego se miraron con incredulidad: si ZAMPADÓNUTS tenía
que resolver el caso, lo tenían crudo...
—¿ESTÁ USTED BIEN? —preguntó el agente, que cambió de actitud a
la velocidad de la luz cuando vio al anciano.
—Gracias, joven, me encuentro perfectamente —dijo el ciego—, pero ese
tipo me ha quitado mi maletín. Y había mucho dinero dentro...
—Es un estafador —reveló Perrock—. Hace años que la policía va detrás
de él...
Diego y Julia se miraron, miraron a Zampadónuts y miraron a la directora
del hotel. Ninguno de los dos prestaba la más mínima atención a su perro.
—No pueden entenderme —dijo Perrock.
—¿Cómo? —susurró Diego, agachándose para que no lo vieran hablar con
el animal—. Pero si no podías haberlo dicho más alto y más claro.
—Solo vosotros dos, mis amos, podéis entender lo que digo.
—¿Tus amos, dices? —Julia se emocionó un poco.
—Sí, mis amos. Odio esa palabra. Pero vosotros me gustáis. Sois bastante
guais.
—¡Dile a ese perro que deje de ladrar, me está dando jaqueca! —
Definitivamente, Zampadónuts no se enteraba de nada.
—El tipejo que ha huido en el coche es el estafador que están buscando
—le tradujo Diego.
Zampadónuts miró a los dos chicos sin terminar de creerse lo que Diego
decía.
—OYE, CHAVAL, QUE AQUÍ EL INVESTIGADOR SOY YO. No
te flipes. A ver, ¿qué pruebas tenéis para hacer una acusación así?
—Por el momento, que el hortera ese se ha llevado el maletín de este
señor —contestó la directora. Ella también empezaba a ver que el
Zampadónuts no era el mejor policía del mundo..
—EH... SÍ, CLARO, CLARO... —dijo el inspector rechoncho un poco
avergonzado—. Recuperaremos el dinero ahora mismo, no se preocupe. —Y
volvió a subirse a su coche patrulla.
Los chicos vieron que el agente se alejaba, pero estaban convencidos de
que poca cosa iba a hacer para seguir con la investigación.
—Necesitamos saber dónde habrá ido ahora —declaró Julia—. Lo más
lógico es que haya vuelto a su casa, ¿no?
—¿Zampadónuts? —preguntó Diego—. Yo creo que habrá ido a una
pastelería, ¿no?
—¡EL COLETAS, ATONTADO! ¡¿Dónde habrá ido el Coletas?!
A continuación, Julia se agachó para darle un abrazo a Perrock.
—Has sido muy valiente —lo felicitó y lo besó en la punta de la nariz.
De repente, Diego hizo chasquear los dedos.
—¡YA SÉ DÓNDE ESTÁ! —exclamó, sacando una agenda negra del
bolsillo de sus pantalones y mostrándosela a todos los demás.
Julia, Diego y Perrock se detuvieron frente a un comercio con decoración
típicamente oriental: dragones dorados, inscripciones en alfabeto chino y
paredes pintadas de rojo chillón.
—ES AQUÍ —anunció Diego, consultando la agenda que había
encontrado en casa del Coletas.
—En el periódico decían que era adicto a los masajes y a pintarse las uñas
—comentó Julia—. ¿Creéis que habrá sido tan estúpido como para venir
aquí?
—¿O tan PRESUMIDO como para no perder la reserva que había
hecho?
—Vayamos a comprobarlo —resolvió Perrock.
Entraron en el local y una campanita anunció su llegada. Una chica de
rasgos orientales y vestida con un kimono se dirigió hacia ellos para
atenderlos.
—¿En qué puedo ayudales? —preguntó con marcado acento chino.
—Buscamos a nuestro papi —mintió Julia—. Hoy es su cumpleaños y
queremos darle una sorpresa.
La muchacha china se enterneció con aquellas palabras.
—OH, CUMPLEAÑOS... —sonrió—. Anivelsalio feliz, qué bonito.
Papi contento.
La chica les condujo hacia el interior. Abrió una puerta corredera y los
llevó hasta una sala que olía a especias, ungüentos, inciensos... Era como
meterse dentro de un ambientador. Allí estaba el Coletas, repanchingado en
una camilla. Parecía de lo más relajado, con dos rodajas de pepino en los ojos
que le impedían ver nada y los pies desnudos, con las uñas pintadas de azul
turquesa. ¿Se podía ser más cutre?
—Hoy me apetece pintarlas con esmalte ROJO INFIERNO, estoy
teniendo un día un poco... ¿infernal? —comentó sin darse cuenta de quién
acababa de entrar en la sala.
A Julia se le puso cara de traviesa e imitó el acento chino.
—Lo que plefiela el senol.
—PRIMERO LAS UÑAS DE LOS PIES —ordenó—. Y después, el
masaje, pero asegúrese de no hacerme cosquillas. No soporto que me hagan
cosquillas en los pies. Ya lo sabe.
—De acueldo, senol. No cosquillas pala nada.
A Diego se le escapaba la risa, pero se contuvo. Localizó el maletín a los
pies de la camilla. Lo abrió y comprobó que estaba lleno de fajos de billetes.
Los ojos le hicieron chiribitas. No había visto tanto dinero junto en toda su
vida. De hecho, no sabía que en el mundo existía tanto dinero.
Julia encontró en un armario un montón de albornoces blancos, cada uno
con su cinturón de ropa, y se le ocurrió una idea.
—Le atalé pala mejolal su lelajación —soltó—. Técnica tladicional china,
atas el estlés pala que no se escape.
—Me pongo en sus manos —repuso el Coletas—. Hoy he tenido un día
muy estresante.
Con una sonrisa pícara, Julia ató al estafador en la camilla con los
cinturones: con uno le inmovilizó el torso; con otro, los tobillos. Con tanto
cinturón blanco alrededor parecía una momia. Cuando lo tuvo atado y bien
atado, segura de que no podía moverse, le quitó las rodajas de pepino de los
ojos.
—¡Solplesa!
El Coletas abrió los ojos y pegó un brinco del susto. Casi se cae de la
camilla. Trató de soltarse y gruñó como un animal mientras los dos hermanos
y el perrito lo contemplaban con expresión severa. Por fin habían atrapado a
aquel tipo asqueroso.
—¿No te alegras de verme, examo? —se mofó Perrock.
Diego sacó el móvil y llamó a la comisaría.
—Con el inspector Zampadónuts, por favor. De parte de Perrock.
—Holmes, Perrock Holmes —ladró.
—De parte de Perrock Holmes.
—Y mientras esperamos a que lleguen... —dijo Julia—, te haremos
cosquillitas en los pies. Dijiste que te encantaba, ¿no?
Julia le acercó una pluma a los dedos de los pies y empezó a hacerle
cosquillas.
—¡NOOOOOO! —chilló el Coletas—. ¡NO LO SOPORTO!
¡COSQUILLAS, NOOOOOO!
Los cinco miembros de la familia se encontraban sentados en el sofá
pendientes de la televisión. Perrock se había tumbado en el centro, entre los
dos hermanos, que acariciaban la cabeza del chucho. Estaban contentos.
Haber atrapado a un criminal les había salvado de una SUPERBRONCA de
sus padres (aunque les había costado lo suyo convencerlos de que su aventura
no era una excusa por haber llegado tan tarde). Además, hacía rato que no
discutían. Los padres los miraban sin terminar de creérselo, pero no se
atrevían a comentar nada. Tenían la mirada fija en la tele, por si se deshacía
el hechizo de familia feliz.
«Y ahora los sucesos», anunció la presentadora del noticiario.
—¡AHORA, AHORA! —exclamó Diego.
—¡CHISSS, SILENCIO! —pidió Julia, pese a que todos estaban
callados.
En la televisión aparecieron imágenes del hotel Vela y del salón de
masajes oriental Shin mientras se escuchaba de fondo la voz de la periodista.

«Esta mañana ha sido detenido el peligroso estafador conocido como el Coletas en el


salón de masajes oriental Shin. El criminal había robado a decenas de ancianos de
diferentes países y era uno de los hombres más buscados del planeta. Su última víctima ha
sido un anciano ciego, que a punto estuvo de entregarle dos millones de euros en efectivo.
Aparte del cargo de estafa y apropiación indebida, el delincuente se enfrenta a acusaciones
graves como las de intento de asesinato y maltrato animal. Al parecer, tenía encerrado en su
mansión a un cocodrilo con graves problemas de desnutrición e importantes caries que será
trasladado al zoológico de Barcelona, donde recibirá las atenciones adecuadas. El juez
también estudiará si le acusa del delito de ser muy hortera.»

En televisión aparecía el Coletas acompañado por el policía Zampadónuts


y con las manos esposadas. Sus uñas rojo infernal quedaban especialmente
bien en pantalla. Lástima que en la prisión no iba a poder lucirlas. Todavía
llevaba puesto el albornoz y lloraba como un bebé.
«Los responsables de atrapar al culpable no pertenecen a la policía, ni tan siquiera a la
prestigiosa asociación de investigadores Mystery Club. Los inesperados héroes son dos
jóvenes hermanos, que prefieren mantenerse en el anonimato bajo el nombre de Perrock
Holmes, detectives.»

—¡BRAVO! ¡BRAVO! —exclamó Juan, e intercambió una mirada llena


de orgullo con Ana.
El padre de los chicos le rascó la barriga a Perrock.
—¡Guau, guau!
—¡¡¡MIRA, PARECE QUE LE GUSTA!!!
Pero en realidad Perrock, que había podido leer la mente de Juan, había
dicho:
—Está orgulloso de vosotros.
Solo Diego y Julia podían entenderlo. Se miraron contentos y chocaron
los cinco.
De repente, sonó el timbre de casa y durante unos instantes se hizo el
silencio.
Extrañado, Juan fue a abrir la puerta y regresó seguido de una abuela de
pelo blanco y aire tranquilo. Llevaba un bolso negro de mano, el pelo
recogido en un moño y un jersey de lana, pese al buen tiempo.
—HOLA, PERROCK —saludó al llegar—. Ha pasado mucho tiempo
desde que te vi por última vez...
Perrock, extrañado, no reconocía a aquella mujer de aspecto bondadoso.
—SOY LA SEÑORA FLETCHER, uno de los miembros más antiguos
del Mystery Club.

Tanto Julia como Diego no pudieron evitar un «OOOH» de sorpresa.


Estaban alucinando. ¡Una investigadora del Mystery Club en su casa!
Siempre se habían imaginado a los miembros del Mystery Club vestidos con
un sombrero, gabardina hasta los pies y una lupa pegada al ojo. Esa anciana
tenía más pinta de abuelita de cuento que de intrépida investigadora, pero era
lógico que vistiera como una señora normal para pasar desapercibida. ¡Qué
gran profesional! Los dos hermanos la miraban con gran admiración.
La mujer se agachó frente a Perrock y le habló con afecto.
—Yo fui tu dueña hace tiempo, cuando naciste —le explicó—.
Perteneces a una raza muy especial que proviene del Antiguo Egipto y, cada
muchos años, nace un cachorro con habilidades especiales. Ese es tu caso,
Perrock. Por eso eres tan..., bueno, «ESPECIAL». Calculamos que solo debe
de haber dos o tres perros como tú en todo el mundo, quizá menos.
Pese a que la señora Fletcher era una anciana entrañable, Perrock
retrocedió y buscó cobijo en el hueco que había entre Diego y Julia. Tenía
miedo de que aquella mujer lo apartara de sus nuevos amos.
—ERAS UN CACHORRO DIVERTIDO, GRACIOSO Y MUY
TRAVIESO —recordó la señora Fletcher con una sonrisa—. Por desgracia,
apareció ese vil Coletas y te secuestró. Eras tan pequeñito que no debes de
recordar absolutamente nada...
Perrock, alicaído, negó con la cabeza.
—En el Mystery Club te hemos buscado durante año y medio sin suerte,
hasta que hoy, por fin, gracias a tu acto heroico, hemos conseguido
encontrarte. Tu talento te convierte en el mejor perro investigador del mundo.
¿Os imagináis interrogar a un sospechoso y saber si siente miedo o
nerviosismo? ¿Os imagináis lo poderoso que podría llegar a ser el detective
que fuera su amo? ¡¿No te das cuenta, Perrock, de que has nacido para
trabajar con el Mystery Club?!
Perrock no parecía nada ilusionado con la idea. Tenía las orejas gachas y
era evidente que se sentía muy triste, sentimiento que contagió a Diego y
Julia. A los dos hermanos les hacía mucha ilusión conocer a un miembro del
Mystery Club, pero no querían que nadie volviera a llevarse a su perro.
—Pero yo quiero quedarme aquí —dijo Perrock.
—HA DICHO QUE QUIERE QUEDARSE... —tradujo Julia con la
voz rota.
—Lo sé, cariño, yo también lo he entendido. Fui su ama.
—Pero ¿cómo...? ¿ENTENDÉIS LO QUE DICE EL PERRO? —
preguntaron a la vez los padres, que claramente no se habían tragado lo de
que el perro hablaba.
La señora Fletcher esbozó una cálida sonrisa y volvió a dirigirse a
Perrock.
—No he venido a llevarte conmigo, querido, sino a proponerte que
trabajes con nuestra organización —dijo. Luego se volvió hacia Julia y Diego
y añadió—: Y la verdad es que también estamos muy IMPRESIONADOS
CON VUESTRAS HABILIDADES como investigadores. Vosotros dos
habéis demostrado una gran capacidad para trabajar en equipo. Sabemos que
sois muy jóvenes todavía, pero contáis con el perro más listo del mundo... Y,
a partir de ahora, con la ayuda de la mejor organización de detectives jamás
creada. ¿Aceptaréis nuestra propuesta? ¿QUERÉIS TRABAJAR EN EL
Mystery Club?
La investigadora Fletcher sacó un par de carnets y se los mostró a los dos
medio hermanos, que los miraron con la boca abierta. No podían creer que
aquello fuera verdad. No se atrevían a coger los carnets por si resultaba que
todo era un sueño y al tocarlos desaparecían. La señora Fletcher insistió:
—Venga, cogedlos. Son vuestros...

Alucinados, Diego y Julia cogieron los carnets y comprobaron que eran


sus nombres los que aparecían en ellos. Temblaban por la emoción y las
palabras no les salían.
—¿Qué me decís, pues? ¿Queréis formar parte del Mystery Club?
—¡¡¡SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!! —gritaron a pleno pulmón.
—FANTÁSTICO —exclamó—. Como habréis visto, el talento de
Perrock solo funciona cuando está con sus amos, de modo que deberéis estar
juntos para resolver todos los casos que os asignemos. Y ahora solo queda
que vuestros padres lo consientan...
Antes de que tuvieran tiempo de reaccionar, Juan y Ana ya se habían
arrodillado en el suelo, con las manos unidas en expresión de súplica.
—¡POR FAVOR! ¡POR FAVOR! ¡Ese perro es lo único que ha
conseguido unirlos! ¡DEJE QUE TRABAJEN PARA USTED!
La señora Fletcher se quedó un poco descolocada, no esperaba aquella
respuesta. Los padres se dieron cuenta de que su reacción podía parecer
exagerada, y se levantaron rápidamente, intentando fingir normalidad.
—Ejem... Queríamos decir que claro, que aceptamos —dijeron Juan y
Ana finalmente.
Julia y Diego pegaron un gran salto y se abrazaron. Fue solo un instante
porque al momento volvieron a separarse.
—¡¿POR QUÉ ME TOCAS, MOFETA?! —gritó Julia, frotándose el
vestido como si estuviera infectado.
—¡ME HA ABRAZADO UNA BRUJA, NOOOOO! —se lamentó
Diego con una mueca de asco en la cara.
Y una vez más, los dos hermanos, medio hermanos o lo que fueran,
empezaron a discutir acaloradamente.
#PerrockHolmes es la nueva serie de detectives juvenil
con mucho suspense, aventura y grandes dosis de
humor.

Cuando el misterio llame a tu puerta, tú llama a


Perrock, Perrock Holmes.

Julia y Diego llevan tiempo dando la lata con lo de tener una mascota pero
por fin lo han conseguido. Se llama Perrock, Perrock Holmes, y no es un
chucho cualquiera... ¡tiene el poder de leer los pensamientos de todo aquel
que le rasque la barriga!

Precisamente la primera vez que lo sacan a pasear... ¡lo secuestran en el


parque!

Estos son los hechos: si no encuentran a Perrock, se van a quedar sin perro...
¡y además les caerá una bronca legendaria!

Estas son las pistas: el secuestrador lleva coleta y las uñas pintadas... ¿no le
pegaría más un caniche?

Aquí huele a misterio... ¿o no?


Edición en formato digital: enero de 2017

© 2017, Isaac Palmiola


© 2017, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A. U.
Travessera de Gràcia, 47-49. 08021 Barcelona
© 2017, Núria Aparicio, por las ilustraciones

Diseño de portada: Penguin Random House Grupo Editorial / Manuel Esclapez


Ilustración de portada: © Nuria Aparicio

Penguin Random House Grupo Editorial apoya la protección del copyright. El copyright estimula la
creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre
expresión y favorece una cultura viva. Gracias por comprar una edición autorizada de este libro y por
respetar las leyes del copyright al no reproducir ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún
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publicando libros para todos los lectores. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos
Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

ISBN: 978-84-9043-751-3

Composición digital: M.I. Maquetación, S.L.

www.megustaleer.com
Índice

Dos detectives y medio

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14

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