El poema "El Cuervo" de Edgar Allan Poe narra la visita de un cuervo misterioso a un hombre que llora la pérdida de su amada Leonora. El cuervo sólo dice la palabra "Nunca más" en respuesta a las preguntas del hombre, aumentando su desesperación. El poema sugiere que el cuervo es un presagio de mal agüero. "Annabel Lee" también trata sobre el amor imposible entre el narrador y su amada, cuya familia los separó y la encerró en una tumba,
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El poema "El Cuervo" de Edgar Allan Poe narra la visita de un cuervo misterioso a un hombre que llora la pérdida de su amada Leonora. El cuervo sólo dice la palabra "Nunca más" en respuesta a las preguntas del hombre, aumentando su desesperación. El poema sugiere que el cuervo es un presagio de mal agüero. "Annabel Lee" también trata sobre el amor imposible entre el narrador y su amada, cuya familia los separó y la encerró en una tumba,
El poema "El Cuervo" de Edgar Allan Poe narra la visita de un cuervo misterioso a un hombre que llora la pérdida de su amada Leonora. El cuervo sólo dice la palabra "Nunca más" en respuesta a las preguntas del hombre, aumentando su desesperación. El poema sugiere que el cuervo es un presagio de mal agüero. "Annabel Lee" también trata sobre el amor imposible entre el narrador y su amada, cuya familia los separó y la encerró en una tumba,
El poema "El Cuervo" de Edgar Allan Poe narra la visita de un cuervo misterioso a un hombre que llora la pérdida de su amada Leonora. El cuervo sólo dice la palabra "Nunca más" en respuesta a las preguntas del hombre, aumentando su desesperación. El poema sugiere que el cuervo es un presagio de mal agüero. "Annabel Lee" también trata sobre el amor imposible entre el narrador y su amada, cuya familia los separó y la encerró en una tumba,
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Edgar Alan Poe
EL CUERVO
Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran a la puerta de mi cuarto. "Es -dije musitando- un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso es todo, y nada más."
¡Ah! aquel lúcido recuerdo
de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y el crujir triste, vago, escalofriante
de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: "Es un visitante a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo, y nada más."
Ahora, mi ánimo cobraba bríos,
y ya sin titubeos: "Señor -dije- o señora, en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía." Y entonces abrí de par en par la puerta: Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella negrura
permanecí largo rato, atónito, temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar. Mas en el silencio insondable la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: "¿Leonora?" Lo pronuncié en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: "¡Leonora!" Apenas esto fue, y nada más. Vuelto a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. "Ciertamente -me dije-, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el misterio." ¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró un majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que se revestía. "Aun con tu cresta cercenada y mocha -le dije-. no serás un cobarde. hórrido cuervo vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!" Y el Cuervo dijo: "Nunca más."
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado
pudiera hablar tan claramente; aunque poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: "Nunca más."
Mas el Cuervo, posado solitario en el sereno busto.
las palabras pronunció, como vertiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: "Otros amigos se han ido antes; mañana él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas." Y entonces dijo el pájaro: "Nunca más."
Sobrecogido al romper el silencio
tan idóneas palabras, "sin duda -pensé-, sin duda lo que dice es todo lo que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de "Nunca, nunca más." Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el terciopelo, empecé a enlazar una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado, hórrido, flaco y ominoso pájaro de antaño quería decir graznando: "Nunca más,"
En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar palabra,
frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado, adivinaba, con la cabeza reclinada en el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara; en el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!
Entonces me pareció que el aire
se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas tintineaban en el piso alfombrado. "¡Miserable -dije-, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y olvida a tu ausente Leonora!" Y el Cuervo dijo: "Nunca más."
"¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime, en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!" Y el cuervo dijo: "Nunca más."
"¡Profeta! exclamé-, ¡cosa diabólica!
¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!" Y el cuervo dijo: "Nunca más."
"¡Sea esa palabra nuestra señal de partida
pájaro o espíritu maligno! -le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad, a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta. Y el Cuervo dijo: Nunca más." Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado, aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más!
ANNABEL LEE
Hace muchos, muchos años,
en un reino junto al mar, una doncella vivía y su nombre era Annabel Lee; y esta doncella vivía sin otro pensamiento que quererme y ser querida por mí.
Yo era un niño, una niña ella,
en ese reino junto al mar: pero nos queríamos con un amor que era más que amor, yo y mi Annabel Lee, con un amor que los serafines del cielo nos envidiaban a ella y a mí.
Tal fue la razón de que hace muchos años,
en ese reino junto al mar, soplara de pronto un viento, helando a mi hermosa Annabel Lee. Sus deudos de alto linaje vinieron y se la llevaron apartándola de mí, para encerrarla en una tumba en ese reino junto al mar.
Los ángeles, que no eran ni con mucho tan felices en el cielo,
nos venían envidiando a ella y a mí... Sí: tal fue la razón (como todos saben en ese reino junto al mar) de que soplara un viento nocturno congelando y matando a mi Annabel Lee.
Pero nuestro amor era mucho más fuerte
que el amor de los que eran nuestros mayores, de muchos que eran más sapientes que nosotros, y ni los ángeles arriba en el cielo, ni los demonios abajo en lo hondo del mar, pudieron jamás separar mi alma del alma de la hermosa Annabel Lee.
Pues la luna jamás brilla sin traerme sueños
de la bella Annabel Lee; ni las estrellas se levantan sin que yo sienta los ojos luminosos de la bella Annabel Lee; Así, durante toda la marea de la noche, yazgo al lado de mi adorada -mi querida- mi vida y mi prometida, en su tumba junto al mar, en su tumba que se eleva a las orillas del mar.